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Borges y Hardoy, un diálogo en el cielo

GASTÓN PÉREZ IZQUIERDO

Borges

y

Hardoy

UN DIÁLOGO EN EL CIELO

OBRA DE FICCIÓN

EDICIÓN

FUNDACIÓN Dr. EMILIO J. HARDOY

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Borges y Hardoy, un diálogo en el cielo

AGRADECIMIENTOS

La “Fundación Dr. Emilio J. Hardoy”

agradece muy especial-mente a las siguientes personas,

cuyas tareas han hecho posible esta publicación:

Jorge Fiorito y Gloria Hardoy de Fiorito,

por su inestimable apoyo y permanente estímulo;

María Cecilia Tosi, por su invalorable labor

editorial;

Patricio Pablo Pantin, por su denodado

empeño en la maquetación de este libro;

Gastón Pérez Izquierdo (h), por la

confección de la original portada.

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EXPLICACIÓN OBLIGADA

Vano fue el intento de Carlos Pellegrini.

El Gringo, como se lo llamaba habitualmentepor el color de su piel y las famosas pecas, habíaquerido formar un partido nacional que reuniera lascorrientes conservadoras y liberales que existían en elpaís y para eso reunió a los principales referentesprovinciales y porteños en un histórico encuentro que serealizó en el insustituible Teatro Odeón de Buenos Aires.El mensaje, que dejó ahítos de entusiasmo a suspartidarios, se conoció con el nombre de “discurso delOdeón”, pero Pellegrini, el hombre que reunía elconsenso de todos los dirigentes que se dieron cita en laasamblea, murió al poco tiempo y la idea se frustró. Enese entonces, el siglo XX era flamante.

Después, desde la Presidencia de la Nación,Roque Sáenz Peña impulsó la ley que instituía el votosecreto y obligatorio, el empadronamiento del varón alcumplir 18 años y un régimen electoral de mayorías yminorías. El triunfo de Yrigoyen en los primeros comiciossecretos que se verificaron en 1916 pareció confirmar elirónico vaticinio de Pellegrini a algunos de suscorreligionarios: “¡Sigan así y hasta Hipólito Yrigoyen va

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a ser presidente de la República!”.

Las fuerzas conservadoras, surgidas a partirde la Constitución de 1853, y cuya gestión habíasostenido el enorme crecimiento del país durante losúltimos años del siglo XIX y primeros del XX, ingresaronen una etapa de diáspora y eclipse.

Es cierto que la Argentina habíaexperimentado la fundación de un partido de esatendencia que abarcaba toda la superficie del país en lasúltimas décadas del siglo XIX. De hecho, NicolásAvellaneda llegó a ocupar la presidencia de la Naciónimpulsado por el Partido Autonomista Nacional (PAN), yAdolfo Alsina, su principal aliado, cuando fueinterrogado sobre las bases del acuerdo que habíaformalizado con Avellaneda, dijo que los amigos delPresidente y los suyos habían tomado el compromiso deconstituir una fuerza política de alcance nacional.Avellaneda confirmó la generosidad de la alianza: “nadame ha pedido y nada le he dado”, dijo aludiendo alcaudillo de Buenos Aires. No existió un “toma y daca”,tan frecuente en los arreglos políticos de nuestrosúltimos años.

En la práctica, esta fuerza tendría que habernacido con la presidencia de Domingo FaustinoSarmiento en 1868, cuando su candidatura fue apoyadapor las corrientes del interior y Alsina, jefe indiscutidodel autonomismo bonaerense, fue elegido

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vicepresidente suyo. Pero el gran sanjuanino tenía celosde su vicepresidente, lo desdeñaba y la formación de unpartido nacional orgánico debió esperar.

Julio Argentino Roca – el gran artífice de laArgentina moderna – descreía de los partidos políticos yconfió su suerte a la “liga de los gobernadores” (loshombres que tenían “la situación”, es decir, los caudilloslugareños), astuta combinación entre los distintosindividuos fuertes del país cuya alianza logró parasostener su llegada al poder y el posterior ejercicio delmismo.

Recién después de 1930 y para integrar laConcordancia (que fue una alianza electoral entreradicales antipersonalistas, socialistas independientes,liberales y conservadores), estos últimos se unieron enuna fuerza corporal: el Partido Demócrata Nacional, queal sumarse a aquella impuso el vicepresidente: JulioArgentino Roca, hijo, que acompañó al general AgustínP. Justo en la fórmula presidencial.

Pero de una manera paradójica, la caída delperonismo en 1955 desintegró ese partido; divididoprimero entre quienes querían acentuar su papelopositor a Perón y aquellos que aspiraban a sustituirlolevantando algunas de sus banderas. Así se inició, pocodespués, el camino de la disolución. Los dirigentesvolvieron a replegarse sobre las estructuras provincialesy de aquella agrupación que diera dos vicepresidentes al

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país (Roca hijo y Ramón S. Castillo) solo quedó unmuñón, expresión minusválida de lo que fuera un brazolargo de la República.

El último intento por recrear una corrienteque ocupara el lugar del PAN o materializara los sueñosde Pellegrini se realizó al comenzar la década de 1960 ya Emilio J. Hardoy – por entonces referente obligado delconservadorismo de Buenos Aires – correspondió ocuparun lugar preeminente. Fue uno de los fundadores de laFederación Nacional de Partidos de Centro, la corrientepostrera que asumiera sin beneficio de inventario todolo bueno y todo lo malo; todo lo digno de aprobación ylo que mereciera reproche, tanto de los gobiernos queinstalaron “el orden conservador”, como lo llamaraNatalio Botana, cuanto de los que participaran de lareconstrucción del país después de la crisis mundial de1930.

Pero, ¿por qué se hace esta introducción, enapariencia desconectada del resto de lo que vieneescrito?

Lo que ocurre es sencillo de explicar. Estelibro es editado por la Fundación Dr. Emilio J. Hardoy y asu patrono le cupo una importante tarea, como ha sidodicho, de dar forma nacional a las corrientes políticasque el público identificó como “las fuerzasconservadoras”. En realidad, se trató de lasagrupaciones de pensamiento liberal y conservador que

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hicieron de la Argentina un gran país.

Borges y Hardoy se vieron varias veces. Elencuentro que ilustra la fotografía que sirve de tapa aeste libro se produjo cuando Hardoy presidía laFederación Nacional de Partidos de Centro y entrevistó aBorges en su casa para afiliarlo “al conservadorismo”.Borges esperaba esa distinción y recibió la “ficha” comoun halago. No dudó un instante en volcar su apoyo aese partido político.

De ese momento quedaron solo versionesparciales; apenas una fotografía, algunos recuerdos,unas explicaciones pobremente vagas. Eran tiempos enque la política se ejercía con una cuota indudable derecato y la incorporación de figuras que habíansobresalido en actividades diferentes a la militancia sellevaba a cabo con discreción, empleando el decoronecesario para preservar la trayectoria del nuevoafiliado, jamás para servirse de él. Nunca se elegiría aun campeón en cualquier área del deporte para hacerlocandidato o un artista para convertirlo en funcionariopúblico. Esa etapa vino después… y así le va a laRepública.

Pero ya que no fue posible congelar esemomento con los recursos técnicos existentes(filmación, grabación de lo conversado o, al menos,testimonios que pudieran ofrecer a la posteridad losprotagonistas), la relación entre ambos intelectuales

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será recogida por sus contemporáneos; al menos, es loque intenta esta pretendida obra de ficción.

A partir de la efímera vida de esa Federaciónse verifica la historia que relata este trabajo, en parte,recopilación de afirmaciones efectuadas por losprotagonistas; en algunos de sus tramos, expresión dela lógica convicción de los personajes involucrados y,por momentos, registrados por la imaginación delescritor.

Es obvio que este autor, modesto fabricantede párrafos y oraciones, hubiera querido escuchar laspalabras que se expresan en este libro de boca de doshombres grandes: uno, al que está ligado por laadmiración y el cariño; otro, al que se encuentra atadopor el aturdimiento que despierta su majestuosa pluma.

No pudo y debió conformarse con imaginarlo.

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INDICE

1. Agradecimiento 3

2. Explicación Obligada 4

3. Í N D I C E 10

4. Eternidad en el Cielo 11

5. Un Encuentro en el Paraiso 17

6. ¿Vale la Pena la Política? 47

7. La Vida de Dos Porteños 69

8. Esa Década de Infamia 86

9. Dios 106

10. Los Derechos Humanos 121

11. Gardel 140

12. ¿Fueron Periodistas? 155

13. El Deporte, los Mitos, el Laberinto, los

Espejos, la Ficción 175

14. Los Conservadores 200

EL AUTOR – Gastón PÉREZ IZQUIERDO 228

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CAPITULO 1

Eternidad en el Cielo

¿Será aburrido el cielo?

Los artistas del Renacentismo, en especial lositalianos, pintaron en numerosas ocasiones el infierno,tal vez impelidos por las acrobacias impuestas por laimaginación. La recorrida de los museos de Europasugiere la preocupación que despertaba en aquellos laposibilidad de ingresar a la eternidad con el estigma delpecado.

La creación artística se explayó en monstruosy tormentos, demonios y fuegos estremecedores,preparados para aguardar a las almas que hubiereniniciado el camino del que no se vuelve alejadas deDios. “¡Esto les espera a los pecadores!”, parecían gritardesde el lienzo.

Casi ninguno pintó el Paraíso.

Es posible que haya sido para evitarimágenes insulsas, desprovistas de la amenazantefigura de Satanás y sus secuaces. Tal vez. Sin

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embargo, suponemos que el motivo es otro:permanecer durante la eternidad plantado en una nubeceleste sería menos penoso que soportar las torturas deldemonio, pero también un destino interminable y, a lalarga, equivaldría a un castigo.

La verdadera causa por la que ningún artistase atrevió a imaginar el Cielo infinito (supone esteautor) es que sólo lo hace deseable, gozoso eirreemplazable, la visión de Dios. Principio y fin de todaslas cosas, Verbo Divino y fuente única de la verdadabsoluta, el alma que alcanza a verlo tiene la dichaasegurada y la eternidad se convierte en una estanciaapetecible, en la que el tiempo, con su finitud humana,carece de importancia.

Así al menos puede deducirse de las palabrasde San Agustín de Hipona, para quien Dios no anticipóni postergó la Creación, por la simple razón de quesiendo omnipotente e infinito no podría hablarse de unantes y un después: el tiempo, con sus medidashumanas, no tiene entidad ante la majestad delTodopoderoso. El bing-bang podría haber ocurrido encualquier momento sólo decidido por Él.

Los grandes artistas podrían haber imaginadolas cuevas del demonio, ente despreciable y de inferiorrango, pero ninguno podía ver a Dios para pintar conacierto su morada eterna y el albergue final de losjustos.

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“Mi primer millón de años en el cielo lopasaré pintando”, solía decir Winston Churchill en vida,en parte para realzar el vuelo de su ironía, en partepara señalar su inclinación por caballetes y pinceles,abandonados para atender las urgencias que leimponían el mundo y su gobierno. Es probable que nose propusiera hacer referencia a Dios, aunque en elsubconsciente vivo de su inteligencia yaciera la idea deque aburrimiento y Paraíso son magnitudesinconciliables.

Y si “veinte años no es nada” para Gardel,que lo recordaba desde un disco de pasta en la décadadel ´30, un millón tampoco lo es cuando se permanecea la vista del Creador.

Por ello, sin la impertinencia de pretenderexplicar el Cielo, podemos imaginar allí las almas dequienes queremos o admiramos, dispuestos a conocer laverdad absoluta, la que buscaron con denuedo en laimperfecta existencia mundana, cuando debieron vencerla tentación del relativismo moral y la certeza por la víadel compromiso.

En el cuento “La casa de Asterión”, Borgesdecía que a Teseo pertenecían la indeterminación, ellaberinto, el emblema del caos, el intento por dominarese caos (y a su centro, el Minotauro). Estainterpretación es por la que le adjudicaría a Asterión (esdecir al Minotauro) un papel pasivo; para el monstruo,

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la sabiduría del renacer sólo se encontraría lógica yparadójicamente en la muerte, es decir, en laexperiencia de morir. En la liberación de esa cárcelprovisional que sería la existencia terrena estaría laliberación del alma. Por eso recurre a la visión de un seratormentado, errando solitario por intrincadas galerías,perplejo ante las infinitas encrucijadas que se abren acada paso.

Es cierto que algunas creencias religiosashan sostenido la trasmigración de las almas, alegandola teoría de la reencarnación según la cual los seresdisponen de diversos retornos, bajo formas variadas:una flor, un pez, un humano. Algunos han llegadoincluso a aventurar una hipótesis tremenda: malesespantosos que se padecen en la vida son cuentas deuna vida anterior, que dejó facturas impagas.

Puede sostenerse que la teoría griega deleterno retorno es la variante última del mito que repiteel gesto arquetípico, del mismo modo que la doctrinaplatónica de las ideas fue la última versión de laconcepción más elaborada del arquetipo. Ambasdoctrinas encontraron su más acabada expresión en elapogeo del pensamiento filosófico griego. Sin embargo,es posible afirmar que el cristianismo es la religión delhombre moderno y también del hombre histórico, delque ha descubierto simultáneamente la libertadpersonal y el tiempo continuo (en lugar del tiempo

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cíclico). Desde la "invención" de la fe en el sentidojudeocristiano del vocablo, el hombre, apartado delhorizonte de los arquetipos y de la repetición, no puededefenderse de ese terror sino mediante la idea de Dios.

Orígenes, el teólogo de Alejandría, afirmabala conversión final de los demonios y argumentaba quelas almas sufrían períodos cíclicos de purificación. Lohorrorizaba la idea de que faltas morales pudieransubsistir después de la muerte.

Por supuesto, la patrística y en especial SanAgustín han recusado esa tesis: el santo de Hiponaafirmaba que solo hay un tránsito en el mundo temporalpara cada hombre, según el cual, cada uno construye sudestino trascendente. Sustentó de ese modo la teoría dela libertad, y conforme a ella, el hombre, al estar dotadode libre albedrío, se convierte en artífice de su destino,con lo que refutó a maniqueos y deterministas. SanAgustín rebatió la tendencia a imaginar “ciclos”, quecomo una rueda retornaran de manera infinita y, alcontrario, sostuvo que cada hombre fue provisto porDios de un alma que perdura después de su muerte yconcurre a su presencia en espera del Juicio Final.

Su prédica central estuvo plasmada en unejemplo referido a los retornos cíclicos que repudió convigor: Platón, que enseñaba en la Academia, volvería aAtenas, a la misma escuela, con los mismos discípulos,idénticos discursos, durante repetidos siglos. El santo

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rebatió esa tesis con vehemencia: “¡Lejos de nosotrostales creencias! Cristo sólo ha muerto una vez pornuestros pecados y resucitando de entre los muertos yano muere más, la muerte ya no tiene dominio sobre Él”.Y agregó: “Tú nos guardarás, Señor”.

Y como enseñara en este mundo San Agustínde Hipona, guardados por Dios en el Cielo, Hardoy yBorges se encontraron dando causa a este relatoseductor e imaginario.

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CAPÍTULO 2

Un Encuentro en el Paraíso

Sin las limitaciones que impone el tiempoterrenal, Emilio Hardoy recorría el Paraíso con ansiedadde adolescente. Había visitado al mismísimoCarlomagno y logrado que aquél reconstruyera, a suinstancia, un árbol genealógico imperfecto, quepermitiera dictaminar si la herencia de sangre del granemperador europeo había alcanzado a las regionesvascas de los Pirineos franceses, de donde provenía suestirpe.

Satisfecho con la elucidación de eseinterrogante (la antigua vanidad humana, que aún nohabía desaparecido del todo, lo dejó radiante con elhallazgo), continuó su marcha ansiosa.

Encontró a Pellegrini, rotundo y locuaz,rodeado de varios amigos. Su cabeza aleonadasobresalía del grupo que formaban personajes cuyosnombres llevan algunas calles porteñas. Hardoy seacercó con timidez al corro. Pronto fue divisado por elGringo, que lo llamó en forma campechana, para

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sumarlo al conjunto, como si fueran viejos amigos. Elvisitante quedó integrado.

Pellegrini estaba amonestando con afecto auno de los suyos y sumaba a la reprimenda afectuosabromas hípicas y añoranzas políticas. Hardoy sedesvivía por mechar una pregunta.

En cierto momento una pausa en lafrancachela le dio oportunidad: “¿podría el doctorPellegrini recordar los pormenores no escritos de launificación de la deuda? ¿Barruntaba acaso, durante eldebate en el Senado que el presidente Roca podríaretirar el proyecto? Después de la entrevista Roca-Mitre¿hubo alguna señal del Presidente que hiciera imaginarel golpe de timón?”.

Finalizadas las preguntas, que provocaroncuriosas expresiones en la cara de los asistentes,Hardoy se sintió feliz, como un niño a punto dedescubrir el lugar exacto de la alacena donde su madrehabía escondido el chocolate.

Pellegrini hizo un gesto de tolerante desdén.Habría tiempo de sobra para repetir el trapicheo secretode ese tema. Pero hasta en el Cielo, donde el cansanciono existe, el Piloto de Tormentas estaba aburrido decontar esa historia; ya habría ocasión en otro momento.Con la afabilidad de un auténtico clubman omitió larespuesta, y le reiteró la invitación para sumarse a la

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pandilla integrado a la divertida tertulia.

Coco Hardoy permaneció con gusto. A fin decuentas, varios de los asistentes eran conocidos suyos yhabía compartido con ellos jornadas memorables en elCírculo de Armas o en el Jockey. De eso se trataba eneste caso: ¡una reunión social en el Paraíso, no aptapara tratar asuntos serios!

“No va a faltar oportunidad”, se dijo Hardoya sí mismo, repitiendo la frase que tantas vecesescuchara pronunciar a algunos correligionarios queformaban en los comités del Gran Buenos Aires, cuyoestilo había incorporado al léxico propio, al principiocomo gesto irónico, más adelante con sincera tolerancia.

¿Cuánto tiempo duró el cenáculo? Tal vezsegundos, quizá siglos… Transportado por la alegrefacundia del momento que había transcurrido en felizcompañía, Coco siguió su marcha, azorado y dichoso.Ahora buscaría a Cyrano.

¿Dónde podría estar ese espadachín y poeta,romántico y valeroso, triste y arrojado, enamoradizoeterno, de nariz tan inmensa como su inteligencia, tanprofusa como su amargura? Quien, que no poseyera sutalento podría haber exclamado “¡Ah… mis penachos!”

“¡Ojalá Cyrano esté en el Cielo!”, se dijoHardoy sin deshacerse del giro humano y argentino, delque no deseaba despegarse y con brío prosiguió la

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búsqueda.

Si bien las consecuencias de Babel habíanquedado sepultadas y existía en el Edén una lengua quetodos compartían, Hardoy estaba dispuesto a conversaren francés con Cyrano de Bergerac, lengua quedominaba desde chico. Impulsado por una ansiedadjuvenil deseaba encontrarlo para formularle la preguntaque lo abrazaba desde sus tiempos terrenales. Loconsumía la emoción de conocer la verdad sobre untema que nunca le habría quitado el sueño a nadie y noservía para ganar dinero o escalar posiciones deconveniencia.

El rastreo de Cyrano proveyó otras sorpresas.Sentado, inmóvil entre varios contertulios, sosteniendoun viejo bastón que adornaba su estampa sin necesidadde brindarle ningún auxilio, Coco divisó a Jorge LuísBorges.

Se sorprendió Hardoy cuando, desde lejos, elnotable vate, divisándolo, le administró un calurososaludo:

- Mis ojos ya no son vanos en este espacio -dijo Borges para disipar el asombro del otro, como siprecisara explicar lo obvio.

Recompuesto de la sorpresa inicial, Hardoycontestó con naturalidad tratando de enmascarar elasombro:

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- No me extrañó su vista de lince; a fin decuentas estamos en un lugar en que las imperfeccionesno existen. Confieso, más bien, que me provocó unrespingo su presencia, siendo como ha sido un “ultrista”,campeón del agnosticismo.

- Touché! - respondió Borges - Deboaclararle, sin embargo, que fui ultrista en mi juventud,Hardoy, pero aplaudo su juego de palabras. El ultrismofue un enfilamiento de percepciones sueltas, un rosariode imágenes sensuales, plásticas, llamativas. Al cabo deun tiempo advertí que el dogma de la metáfora erafalso.

Lo felicito por su perspicaz ironía. Siempreme entusiasmó el ingenio de los demás, como mearrebató el valor de los compadres. Pero esas metáforasultristas se correspondían a un tiempo que perteneció alBorges estudiado, no al posterior, que usted cultivó. Fueel tiempo en que dije que el infierno y el cielo meparecían desproporcionados: los hombres nomerecíamos tanto. Le diré, sin embargo, que miagnosticismo fue una duda, no una afirmación inversa.Jamás negué a Dios; a lo sumo puede decirse que lobuscaba y, cuando estaba próximo a hallarlo una fuerzaoculta lo alejaba de mí.

Alguna vez lo expresé con poesía: “Nadierebaje a lágrima o reproche/esta declaración de lamaestría de Dios, / que con magnífica ironía/ me dio a

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la vez los libros y la noche” (ya por entonces yo estabacasi ciego).

A pesar de todo lo que pueda decirse, loindagué con fruición – recuerde que escribí “El Paraísode los Creyentes”, hacia 1960 – pero no conseguíadescubrirlo. Me arrepiento de no haberlo encontradoentonces, como con seguridad el Hardoy de 80 años searrepintió del fraude electoral del que fue parte en sujuventud.

- Ahora soy yo el que exclama ¡touché! –replicó Hardoy - Acepto como una muestra de alardeintelectual su alusión al fraude, cuya complejidadhistórica es tan vasta, que necesitaríamos afectar untiempo enorme y exclusivo para su análisis. No se porqué presiento que habremos de tener una charla larga,mucho más extensa que la que tuvimos en su antiguodepartamento de la calle Maipú.

Hardoy apeló a la memoria de Borges yaludió a un acontecimiento lejano, cuando en el BuenosAires de ambos él era un político de fuste, empeñado enrestituirle la grandeza a su país:

- ¿Recuerda cuando fui a visitarlo conConrado Echebarne y Mariano Almada, para afiliarlo?Creo que fue allá por 1963… Yo por entonces presidía laFederación Nacional de Partidos de Centro, Conrado erael vice primero y Almada presidente del Partido

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Demócrata de la Capital Federal; éramos la expresiónmás acabada del viejo conservadorismo argentino. ConAlmada fuimos diputados nacionales por esa época… ydicho sea de paso, que conste que no llegamos graciasal fraude; y lo digo tanto como para detener suestocada...

- Me alegra oír estas palabras, Hardoy –contestó Borges. Tendrían que haberlas escuchado lossabios de Suecia que discernían el famoso Premio,cuando tantas veces rechazaron mi candidatura (estofue un secreto a voces) por considerar que abominabade las democracias.

Todo sucedió por una ocurrencia graciosa quehice en Punta del Este, un verano en que participamoscon Silvina Bullrich de un encuentro que se habíaprogramado en el Convection Lincoln Center. Allí dije –entre otras salidas graciosas - “¿A quién le importa queyo descrea de la democracia?”

Por lo visto me equivoqué; al jurado deSuecia le importó (o le vino bien para utilizar esaexcusa). Pero disculpe esta interrupción; volviendo altema que nos ocupa: no sabe qué feliz me hace estaesgrima intelectual. Nunca sobrepasé los límites físicosde mi cuerpo y en la descripción de duelos de cuchillo,cimitarras que hacían círculos en el viento de la pelea osimples varones de arrabal y faca, le puse alas a laimaginación. Estas fintas verbales, en este espacio

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santo, parecen que me hicieran ganar el tiempoperdido.

Sin embargo, debo confesarle algo, ya quenombra a los conservadores. Yo me creía radical (no sesonría porque es así); tal vez por ese fecundoantiperonismo que cultivé cuando llegó Perón a lapresidencia, en 1946. Se han elaborado teorías sobre miantiperonismo, la mayoría insensatas. En verdad fuicontrario al régimen porque hacía retroceder la nación,espoleaba la ignorancia, estimulaba el apogeo de losinferiores. Admito que fueron esas razones y la aboliciónde la libertad lo que me hizo contrario a la dictadura.

No precisaron echarme los muchachos quemanejaban la cultura y de paso la burocracia. Es más;dicho al pasar: no necesitaron esforzarse; les bastó untraslado, quizá un ascenso, para sacarme del medio. Deun plumazo me convirtieron, de bibliotecario obsesivo,inquisidor febril de los lomos de todos los libros detodos los anaqueles, en inspector de pollos y gallinas.Nada menos que a mí, incapaz de distinguir el gallo dela ponedora. Como es de imaginar, fui a interrogar alempleado, responsable de ese traslado en la pirámideadministrativa, y me dijo, asombrado por mi pregunta,que era la consecuencia elemental de mi apoyo a losaliados en la guerra. Me di cuenta que estaba demás enla municipalidad y, al día siguiente, presenté mirenuncia.

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- ¡Pero Borges! – exclamó Hardoy - ¡El hechode que el peronismo lo hubiera designado “Inspector demercados de aves de corral” no lo convirtió en radical demanera automática!

- Lo que pasaba, Hardoy, era que yo tenía (yconservé siempre) una profunda aversión por lastiranías. Creo que las dictaduras fomentan la opresión,el servilismo, la crueldad; pero más abominable aún esel hecho de que por encima de todo fomenten la idiotez.Botones que balbucean imperativos, efigies de caudillos,vivas y mueras prefijados, ceremonias unánimes, lamera disciplina usurpando el lugar de la lucidez...

Combatir estas tristes monotonías es uno delos muchos deberes del escritor ¿Habré de recordar eneste lugar a los lectores del Martín Fierro y de DonSegundo Sombra que el individualismo es una viejavirtud argentina? Los radicales encarnaban para elgrueso de la opinión el individualismo y la resistencia aesa unanimidad de los inferiores.

- ¡Borges! Vuelvo a repetirle: esacircunstancia no lo hace radical – exclamó Hardoy. No esdel caso referir por qué no formamos parte de la UniónDemocrática que con seguridad usted votó en 1946.Pero en esos años regía la Ley Sáenz Peña, de mayoríay minoría; quien no consiguiera ganar o llegar segundono tenía representación en el Congreso. Losconservadores sólo tuvimos a Pastor, que entró por la

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minoría de San Luís ¡Y vaya que hizo ruido en laCámara!

- Eso mismo me dijo una amiga – reflexionóBorges - “¡Georgie! Vos no sos radical, ¡Sosconservador!” Y tenía razón; por eso me afilié a ustedesy no tengo nada que reprocharme.

Hardoy, con aire tolerante, como quien evitala recurrente frase con que los padres suelenrecordarles a sus hijos una advertencia anterior (“¿No tedije?”), le respondió a Borges:

- Me acuerdo el comentario que le hice enese entonces: “Piénselo bien; mire que en los últimostiempos no hemos ganado una elección y si cree quetriunfaremos a corto plazo, se equivoca”.

- Vea Hardoy – contestó Borges -, en ciertaocasión Evaristo Carriego recitó en mi casa paternaversos de Almafuerte; esa poesía me deparó una bruscarevelación. Hasta esa noche el lenguaje no había sidopara mí otra cosa que un medio de comunicación, unmecanismo cotidiano de signos. Es cierto que hepermitido que la ironía – a veces a expensas de mimismo – impregnara mis juicios; y he declarado sintapujos: “en la literatura se puede ser escasamenteoriginal”. Yo debo reconocer que he sido consecuenciade otros escritores, y esa contingencia gobierna larelación del autor con la literatura anterior. Ella guarda

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relación con el hecho de reconocer que, en mayor omenor grado, "toda la literatura es plagio", una idea quese debe a De Quincey, ensayista inglés, plagiario aconciencia.

Pero excusando esa digresión: aquella noche,los versos de Palacios me revelaron que podían sertambién música, pasión, un sueño. Hasta el momentoen que ustedes vinieron a afiliarme yo sentía que micompromiso estaba con las letras y la cultura; miadhesión a ustedes tuvo el valor de un símbolo, como ellenguaje y las palabras, que algunos suponenpronunciadas para expresar conceptos y en la realidad,encarnan las ilusiones en que se apoyan.

- Quería ratificar ese alcance - explicóHardoy-. El pudor nos impedía admitir que una merasospecha pudiera ensuciar la nobleza de su gesto: elmejor escritor de la lengua española afiliado a lacorriente política que construyó el país y después lorescató de la crisis mundial de 1930. El patriotismo conque…

- Me han dicho que esto ha cambiado en losúltimos tiempos - cortó Borges. Un mal cantor fuegobernador del Tucumán, un corredor de lanchas(básico y sin talento, salvo el deportivo) ocupa el sitialdel Almirante Brown, de don Martín Rodríguez, de losAlsina, de Mitre, de don Bernardo…

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- Y, si esto continúa, Borges, voy a tener queparafrasear a Pellegrini: “Sigan así y pronto RickyMaravilla será gobernador de Salta” – agregó Hardoy -.

- No conozco a ese … ¿actor o deportista? –contestó Borges.

Hardoy, con gesto resignado, le aclaró:

- Es cantante, de ritmos marginales, cuyavulgaridad lo agobiaría.

- Cuando firmé el formulario de afiliación alos conservadores…, continuó Borges.

- Ficha – aclaró Hardoy. Se la llama “ficha deafiliación” y allí se consignan los datos del adherente.

Borges hizo el gesto de la persona que haadmitido la corrección pero no desea perder tiempo enexpresar su aceptación:

- Bueno, cuando firmé la llamada “ficha” meacuerdo su cara de sorpresa al conocer mis nombres:Jorge Francisco Isidoro Luís Borges. Usted tuvo lagentileza de no hacer ningún comentario, que con todogusto ahora le voy explicar.

No hay dudas de que fue una transacciónentre papá y mamá: el nombre de un abuelo paterno yel de un bisabuelo materno; mamá era Acevedo Suárez,nieta del coronel Isidoro Suárez, que diera la victoria

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final a la emancipación americana en la batalla de Junín.Con el sable envainado se dedicó a los negocios ruralesen el Uruguay.

- Se ha escrito y dicho mucho respecto delorgullo legítimo que usted sentía por sus antepasados -dijo con gravedad Hardoy; por supuesto, han criticadosu empeño en resaltar esas proezas quienes no tienenla posibilidad de exhibir ejemplos parecidos.

Recuerdo – quién que lo hubiera leído podríaolvidarlo – su cuento sobre la muerte del padre de Cruz(el amigo de Martín Fierro), en un entrevero entre lasmontoneras y los soldados regulares. Con el cráneopartido por el sable de uno de los granaderos de Suárez,quedaron sus despojos abandonados en una zanja.

¿Cómo no habría de mostrar usted, converdad y satisfecha vanidad, a través de un relatoimaginario, la estampa de su antepasado? El relato nosolo se refiere a Tadeo Isidoro Cruz: describe la época,la violencia que rodeaba a los protagonistas, el episodiodel entrevero, la muerte, que era una invitada habituala la que se recibía con indiferencia, casi como unaconsecuencia esperada. He leído algún libritointrascendente que critica su inclinación por relataranécdotas en las que algún ancestro suyo aparece conrelieves destacados. Me limito a recordarlo, solo paraincluir al autor en la lista de personas olvidables.

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La muerte del coronel Francisco Borges – suabuelo paterno - trágica, en cambio, fue llorada por losdos ejércitos de la revolución del ´74. Corrió muchatinta para explicar su muerte, ¿que versión aceptó lafamilia?

- Abuelo – explicó Borges - había prometidolealtad a Sarmiento, que como se sabe, era entoncesPresidente de la República. Al mismo tiempo estabacomprometido con la revolución. Fue una jugada pícara,que pensaba sería gratuita. Total, la revolución debíaestallar después del 12 de octubre, cuando Avellanedafuera ungido presidente. En apariencia no le costabanada quedar bien con Sarmiento; le juraba lealtad a supresidencia y se plegaba a Mitre, poniendo el sable afavor de su causa cuando el sanjuanino no fuera yaPrimer Magistrado.

- Pero la revolución se hizo antes, – acotóHardoy - a fines de septiembre…

- Y eso fue fatal para abuelo - respondióBorges. Sarmiento había olfateado el complot y ordenódetener al capitán de una de las cañoneras que estabanconfabuladas. Eso obligó a la otra a levar anclas y depaso forzó a los conspiradores a anticipar la salida. Todolo demás es conocido: la proclama de José C. Paz desdeLa Prensa, la salida de Rivas, la llegada de Mitre, queestaba en Uruguay. Los revolucionarios hasta tuvieron laescasa fortuna de involucrar a la tribu de Catriel, lo que

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espantó a la opinión pública que no distinguía a losindios y confundía un clan amigo con los confines, eldespojo, los malones.

- Cuando reventó la revolución, Sarmiento lereclamó lealtad a Borges – dijo bruscamente Hardoy -.

- En realidad solo le recordó su compromiso,aclaró Borges. Abuelo era comandante del FuerteFederación (entones ya se llamaba Junín, por curiosaironía se le puso ese nombre en homenaje a mibisabuelo Suárez) y se había proclamado leal alPresidente, empleando la picardía que antes le relaté.Sarmiento solo le recordó su deuda de lealtad y paraabuelo fue suficiente: entregó el regimiento enChivilcoy. Vivió como alma en pena hasta que asumióAvellaneda.

- Después del 12 de octubre se presentó aMitre - expresó Hardoy con impaciencia, como quien seadelanta a un relato -.

- Mitre – continuó Borges - ya habíadesembarcado en el Tuyú, pero no trajo (ni despuésllegaron) las armas que se habían comprado enMontevideo. Abuelo, deprimido porque no tenía más suregimiento, se presentó como un fantasma a Mitre yRivas, reclamando un puesto de batalla. Parecía que lehubieran adivinado la intención fatal; ninguno de losdos quería verlo expuesto al fuego oponente e

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intentaron disuadirlo. En La Verde, Mitre lo comisionópara pedirle la rendición a Arias, que por entonces eraun oficialito subalterno. Fue una gestión infructuosa.Arias no podía rendirse; estaban por llegar los refuerzosque conducía Levalle y se encontraba parapetado, conarmas de última generación, bien municionado y convituallas suficientes.

- Cuando volvió de parlamentar con Arias, -dijo Hardoy - Mitre ordenó el ataque y el coronel Borgescondujo la vanguardia a pesar de los esfuerzos delgeneral por relegarlo.

- Algo así pasó, - reflexionó con tristezaBorges - pero en casa se daba una versión romántica,que nadie ha desmentido. Abuelo acostumbrabacubrirse el cuerpo con un poncho blanco durante laacción y eso ya era una leyenda en el ejército y terroren la indiada; con ese mismo poncho fue a entrevistarsecon Arias. Después fueron vanos los intentos de Mitrepara apartarlo del mando. Lo cierto es que nadie queríaverlo muerto. El propio Arias habría dado la orden:“cuidado con tirarle al del poncho blanco”.

Esto debía imaginárselo abuelo, porque antesde entrar en combate obligó al sargento ayudante quetenía a que se cubriera con el famoso poncho.Conclusión: el sargento salió ileso y abuelo con unbalazo que resultó fatal. Quería morir y lo consiguió. Alestilo de un caballero andante, lavó con la vida lo que

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consideraba una culpa. En otro siglo podría haberservido de inspiración a Cervantes.

Con el propósito de apartar pensamientossombríos en su interlocutor, Hardoy cambió de tema:

- El coronel Suárez fue un héroe, oficialgranadero del ejército de San Martín; se batió en todoslos combates de la campaña de los Andes, del Perú, deEcuador ¿quién podría no sentirse orgulloso de serdescendiente directo suyo?

- Cuando el ejército regresó de Ituizaingó -se entusiasmó Borges cambiando de ánimo - y Lavallefue elegido gobernador de Buenos Aires (la famosa“elección de los sombreros”), delegó el mando en elAlmirante Brown para conducir el ejército en el interiorde la provincia y éste le encomendó a Suárez que fueraa Arroyo del Medio a frenar las montoneras santafecinasque mandaba López. Vinieron los gauchos armados dechuzas y coraje, pero fueron desechos por los soldadosde Suárez, escueleros y aguerridos, con la disciplinaviolenta de las formaciones profesionales. Les pegaronuna sableada. Tan rigurosa fue la embestida de Suárezque los santafecinos volvieron grupas destrozados yBrown homenajeó esa victoria rebautizando el fuerteFederación con el nombre de Junín, la batalla en la quebrilló el sable de Suárez y terminó con los godos enAmérica.

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Fue la última intervención de mi bisabuelo enlas pujas domésticas. Después de unas brevesescaramuzas ordenadas por Lavalle envainó parasiempre y se dedicó a explotar una hacienda que habíaconseguido en el Uruguay, de donde vino una rama demamá. Pero ¿sabe Hardoy?, llevar esos dos nombresfue una mochila demasiado pesada para este pobrehombre que en lugar de espada, solo supo empuñar unalapicera.

- Pero fue un orgullo para el país literario… ypara el otro, henchido por saber que usted pertenece ala Argentina, agregó Hardoy.

- En realidad - dijo Borges - aunque todo elpaís me duele, soy porteño. Nací en el centro de BuenosAires, pero a principios del siglo nos mudamos a unacasa con jardín en Palermo. Como aprendía con unainstitutriz inglesa no me mandaban a la escuela, a laque recién entré en cuarto grado.

De ese sueño épico que mis padres tuvieroncuando me bautizaron con patronímicos heroicos soloquedaron retazos. Debo confesar con dolor que solo fuiun espectador, al que le resultaron prohibidas las lucesdel escenario.

A través de las rejas del jardín veía elPalermo antiguo y solo mi imaginación volaba más alláde ellas y se sumergía en los andurriales. El Maldonado

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era algo más que un dato geográfico; constituía unapauta cultural, era la aventura y lo desconocido. Con surumor misterioso era reducto de guapos y cuchilleros,que tanto abundaban a principios del siglo XX. Por eseentonces Palermo era tierra de sicilianos y calabreses,que se mezclaban con los orilleros nativos ymascullaban rencor furioso, a la sombra de trifulcas yfaroles.

Me imaginaba a mí, muchacho cajetilla yconsentido, transformado en vengador aplomado,cobrador de cuentas impagas, dejadas por rufianesanónimos que plantaban su garra de caranchoscarniceros sobre las carnes jóvenes de servatanasengañadas. Así nacieron, como si fuera yo mismo,Nicanor Paredes y Juan Muraña; Jacinto Chiclana y elchileno Saverio Suárez; Rosendo Juárez y El hombre dela Esquina Rosada (que alguna vez califiqué de cuentofalso); las historias de faca y duelos en espaciosespectrales a los que nunca había concurrido. Y perdoneHardoy si he recurrido a algún término del lunfardo,estilo que deploro.

- No me altera el lunfardo - aclaró Hardoy -aunque debo confesar que fui admirador de Mallea yAscasubi; de Güiraldes y José Hernández. Me parecióque el Martín Fierro describía una epopeya socialinmensa, de un país abismado ante el cambio; le dolíala transformación inexorable por un lado y se

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deslumbraba por el progreso irremediable y buscado,por el otro. Siempre imaginé que la obra de Hernándezera un tironeo entre un país atado a la nostalgia delpasado y otro que aceptaba el reto del porvenir.

- Es cierto eso – el entusiasmo asomó a losojos de Borges - pero de toda la obra de Hernández (sino hubiera escrito el Martín Fierro ese lugar lo ocuparíaAscasubi) a mi me sedujo la irrupción de Cruz. No pudemenos que relatar algo que me pareció innegable enese hombre tan gaucho como Fierro, que estabaafincado en Pergamino donde tenía una fracción detierra y había obtenido ascensos en las fuerzas deorden: se llamaba, como usted ha recordado hace unmomento, Tadeo Isidoro Cruz. Dije entonces: “Unmotivo notorio me veda referir la pelea. Bástemerecordar que el desertor malhirió o mató a varios de loshombres de Cruz. Éste, mientras combatía en laoscuridad, empezó a comprender. Comprendió que undestino no es mejor que otro, pero que todo hombredebe acatar el que lleva adentro. Comprendió que lasjinetas y el uniforme ya le estorbaban. Comprendió suíntimo destino de lobo, no de perro gregario;comprendió que el otro era él”.

Destaco el homenaje varonil a la amistad, laadmiración por el coraje del hombre al que debeenfrentar y a cuyo lado termina poniéndose inclusocontra la misma partida de la que formaba parte. El

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simbolismo de Cruz es maravilloso y a mi juicio evocalos héroes mitológicos de Atenas.

Ascasubi no deja de asombrarme por lamaravilla de su poesía y la entereza viril de suconducta. Nació casi con la patria misma y creció conella durante aquellos años del principio y el caos. Laleyenda dice que nació debajo de una carreta, en laposta de Fraile Muerto (como los varones paridos en elejército de Cartago por mujeres que marchaban con lashuestes de Aníbal). Hombre ligado por fuertesconvicciones al partido unitario, sirvió en Salta algobierno del general Arenales. Estuvo en Ituizaingo aórdenes de Paz y Soler; guerreó entre los soldados deLavalle y fue hecho prisionero por Rosas. Se evadió dela cárcel para pasar a Montevideo, que era una cárceltambién, sitiada por Oribe; con las ganancias que ledaba una modesta panadería armó un buque paravolver a la Argentina transportando parte del ejército deLavalle. Regresó después de Caseros a Buenos Aires yatacó a Urquiza con el famoso seudónimo de Aniceto elGallo, que un hijo literario suyo, Estanislao del Campo,continuó después con Anastasio el Pollo.

Creo que si Hernández hubiera muerto antesde publicar el Martín Fierro habría sido el arquetipo delpoeta gauchesco; no fue así. Los historiadores de laliteratura lo sacrificaron, aunque ya antes había sidosepultado por el olvido de los argentinos. ¡No sabe la

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alegría que me ha dado usted Hardoy, al manifestarseadmirador de Ascasubi!

- Siempre he recurrido a la literatura enauxilio de la política y a veces la poesía, además de suinvalorable alcance estético, me ha servido para apoyarconclusiones ideológicas – acotó Hardoy. Me he sentidoamigo de Neruda y de Unamuno; en realidad a todos lospoetas, aún aquellos cuyas ideas estaban en misantípodas como el chileno, los he considerado amigosmíos. Shelley decía, por ejemplo, que los poetas eranlos legisladores ignorados del mundo. Y curiosamenteMary, una de sus tantas esposas, escribió Frankestein,cuya creación fuera recordada por quienes hicierondespués la exégesis de algunas de las grandesmonstruosidades políticas del siglo XX.

La referencia a la poesía pareció iluminar aBorges:

- Es verdad en cuanto a que la poesía hasido, con frecuencia, el brazo que empleó la políticapara expresarse, tal vez con la impunidad del arte. Elmismo Hernández escribió el Martín Fierro desde unhotel de Buenos Aires – “El Argentino”, ubicado en 25 demayo y Rivadavia –, mientras desgranaba el tiempo a laespera de los sucesos revolucionarios que encabezabaRicardo López Jordán, según recordara Lugones.

Se sabe que en la crítica a la leva, por

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ejemplo, Hernández en realidad quería erosionar aGainza, que era el ministro de la Guerra de Sarmiento.Por cierto, lo hizo con escasa fortuna, ya que él mismoera un hombre de poca relevancia en Buenos Aires.

A pesar de que para 1872 (cuando se editó elMartín Fierro) la Gran Aldea era una ciudad en la quetodos se conocían, no dejó una sola anécdota personal,y esto es raro: Hernández era un mero señor argentino,de tradición rosista, pariente de los Pueyrredón. Nohabía hecho (ni hizo) nada memorable, excepto escribirese libro, cuya trascendencia todavía ignoraba; sinsaberlo, se había preparado toda la vida para componeruna obra que resultó impresionante.

¿Conocía en realidad al gaucho? Esa preguntase la formularon con manifiesta injusticia varios críticos;en rigor de verdad es absurda. Lo insólito hubiera sidoque no lo conociera: había vivido crepúsculos cerca dela vaga frontera; visto el perfil de un hombre oescuchado su voz; habría oído una historia contada yolvidada en el mismo amanecer. Fue soldado y peleó ennuestros episodios de armas y con seguridad el fogóndel descanso lo acercó a soldados tan gauchos como losformados por San Martín para cruzar la cordilleraheroica, que peleaban “por la patria” sin importarle oignorando la divisa que servían.

- ¿Y - agregó Hardoy - no fue el propioSarmiento quien publicó el Facundo como una forma de

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sostener el pensamiento unitario y golpear a Rosas? Afin de cuentas, las dos obras capitales de la literaturaargentina – y quizá iberoamericana – el Martín Fierro yel Facundo fueron escritas como una suerte de alegato afavor de la militancia de sus autores.

Borges, que había parecido rejuvenecercuando la conversación giró hacia temas literarios, dijo:

- Como no he sentido ese apetito visceral porla política que usted ha tenido, Hardoy, la literatura fueuna instancia precisa para mi; las palabras tenían queser un instrumento que sirviera para emitir un mensajey también para complacer una necesidad.

Algunos episodios los destiné a satisfacer ungusto, a veces compartido; con Adolfo [Bioy Casares]escribimos alguna novela policial con el seudónimo‘Bustos Domecq’, que en realidad era la combinación deapellidos que pertenecían a ancestros nuestros. Otrasfueron para divertirme, mientras convalecía de un golpeen la cabeza: “Pierre Menard, autor del Quijote” yalgunos cuentos pretendieron ser un alarde infructuosode ingenio, como negar que la obra de Shakespearefuera de Shakespeare y en cambio sugerir quepertenecía a Lord Bacon.

O aquella en que “demostraba” la inexistentedivinidad de Jesús y atribuía a Judas Iscariote laencarnación redentora del Todopoderoso (por esa

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ocurrencia graciosa casi no me permiten ingresar alParaíso). Sin duda ni se dieron cuenta mis críticos queyo oculté el verdadero sentido de la narración por mediode dos alusiones bíblicas: en una le hacía decir aAsterión (en realidad era el Minotauro) que “cada nueveaños entran en la casa nueve hombres para que yo loslibre de todo mal” (en realidad es una referencia directaal Padrenuestro). En la otra ponía en boca delmonstruo: "ignoro quienes son, pero sé que uno deellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vezllegaría mi Redentor. Desde entonces no me duele lasoledad, porque sé que vive mi Redentor y al fin selevantará sobre el polvo”. Esas palabras provienentextualmente del libro de Job, (19.25). Hasta algunoscríticos literarios han insinuado que la cita fueintroducida por mí con el fin de afirmar mi creencia enDios.

Dicho sea al pasar, esto significa no sóloadmitir la identidad de Asterión y el Minotauro, sinosimultáneamente aceptar otra equivalencia: que Dios esnuestro Redentor. Fíjese Hardoy: digo que cada nueveaños entran en la casa nueve hombres para que elMinotauro los libere de todo mal. Condenado a lasoledad en la sucesión "infinita" de espacios y galerías,Asterión (que no es otro que el Minotauro, como ya lehe dicho), desea un redentor que lo libere del laberinto.Al mismo verdugo le solicita: “Ojalá me lleves a un lugarcon menos galerías y menos puertas”. ¿No estaba

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clamando por el cielo, acaso?

Cuando confeccioné el Epílogo de El Aleph,dije que el relato se había inspirado en una pintura deWatts. Recuerdo haber escrito – naturalmente que conironía - "A una tela de Watts, pintada en 1896, debo Lacasa de Asterión y el carácter del pobre protagonista".(El cuadro mostraba una semblanza dolorida, no feroz,en la expresión de la cabeza del toro que secorresponde con el carácter de Asterión). ¿No estabaacaso sosteniendo que la mansedumbre libera el caminodel hombre hacia la eternidad?

Hardoy, que había escuchado el inteligentevalor de las expresiones del vate con atención yadmirativa concentración, impulsado por la obsesivapreocupación que su país le demandaba, le respondió:

- Todas estas cavilaciones que realizamosnos hacen gozar, pero mientras nos regodeamos conellas no puedo dejar de angustiarme. Me preocupa ladecadencia argentina, que ha conseguido que lamediocridad se instale en los refugios más sensibles delpaís. Ya no están en el poder los patricios de antes, quesumaban a su obligación genética, inteligencia y cultura.Ya no existen los Sarmiento, los Mitre, los Avellaneda,los Urquiza; tampoco estadistas de la talla de Roca nipolíticos de la dimensión de Alsina o Pellegrini. ¿Quiénde ellos no había visitado a los clásicos? Ni siquiera hanquedado émulos de sus guardaespaldas, que eran un

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dechado de guapeza y lealtad, ejemplo de varonesvalientes que bien podrían haber figurado en alguna desus leyendas, o servido para que su pluma hicierainmortal sus nombres.

A mi juicio – continuó Hardoy - Adolfo Alsinafue una de las figuras más cabales de ese tiempo,prototipo del hombre de acción, que corajeaba en elarrabal o en las batallas del mismo modo que actuabacon sentido de pertenencia en los salones. Quearrebataba al público en las barricadas y era capaz decomponer un discurso elaborado, con sólidas bases dedoctrina y asiento filosófico. Dos de sus laderos deacción, resultaron personajes inolvidables: Pedro Galvány el Negro Gorosito, por ejemplo. Como no podía ser deotra forma, Juan Moreira fue más conocido, pero tomóel camino equivocado, el del delito y la marginalidad; yterminó como todos sabemos: ultimado por la partida.

- ¡Cuénteme de ellos, por favor! – replicó conentusiasmo Borges - ¡Cómo me hubiera encantadopintar algunas de sus andanzas mientras estaba en latierra! En Moreira no vale la pena detenerse, ya habléde él.

- Pedro Galván era un mozo que recién habíacumplido 18 años, algo rebelde y jactancioso – explicóHardoy. El padre, que era hombre del interior de laprovincia, circunspecto y medido, leal a don Adolfo,quiso enderezarlo y lo mandó al boliche de un

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correligionario donde solía parar Alsina con una carta derecomendación para el jefe. El muchacho no conocía alcaudillo y cuando vio un parroquiano de aspectoestrafalario se burló de su apariencia con mala suerte:era don Adolfo. Alsina lo llamó con un gesto sumiso ycuando Pedro estuvo cerca lo durmió de una bofetada.Poco después llegó el fondero y lo puso en autos,mostrándole la carta del viejo Galván con larecomendación y el pedido de que lo bautizara en algúnentrevero. El caudillo no se inmutó y le dijo: “Levantatemuchacho, que acabás de ser bautizado”. Lo tomó a suservicio, por su fidelidad fue uno de los laderos másincondicionales que tuvo y cuando Alsina murió, PedroGalván no pudo reponerse del dolor y se quitó la vidaclavándose un puñal contra una columna del Portal delas Ánimas.

Cavilando, como si estuviera hablando para simismo y entre dientes, Borges dijo:

- La historia es maravillosa… Pedro Galván….Juan Muraña, Nicanor Paredes… ¡si hasta el nombreacompaña para hacer de él un individuo de antología!¡Qué varón! ¿Y Gorosito?

Entusiasmado por el interés de Borges,Hardoy avanzó con la anécdota cordial cuyo recuerdo loemocionaba y le permitía revivir el momento y lanaturaleza del personaje:

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- El Negro Gorosito era un auténtico hombredel bajo fondo. Camorrero, guapo, figura conocida entodos los lugares de mala fama: burdeles y taba,reñideros y atrios en día de votación, jamás de misa uoración. Hacía alarde de coraje y amoríos, los queafrontaba con el instrumento apropiado: el facón o laguitarra. Era incondicional de Alsina y sólo lagrimeóante su muerte. Pendenciero y peleador, de estilodiferente a su Nicanor Paredes, usted lo hubieraconvertido en un sujeto inolvidable, hasta digno de unparalelo con su histórico “caudillo de atrio”, comoconsideraba al abstracto don Nicanor.

Borges no pudo dejar de pensar en donNicolás, al que llamara “Nicanor” por causas que sólo élconocía. Mientras lo evocaba, recordó su pasadajuventud, y al hacerlo, movió la cabeza reflexivamente,en forma penosa; como si hablara para si mismo, dijo:

- Nicanor Paredes tenía el perfil del guapoque siempre admiré y nunca fui: sereno, de pocaspalabras, austero y cabal sin alardes. Si me hubierahablado de Gorosito en la anterior morada me habríaatrevido a describirlo; hasta lo estoy viendo ahoramismo: mulato, delgado, fuerte, de prematuro pelotordillo, con el saco arrugado cerca del corazón “por elbultito del cuchillo”.

Es más; no sé como no me detuve algunavez en el mismo Alsina; - ahora Borges hablaba con

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entusiasmo - el perfil que usted ha recordado reciénresultaba tentador para cualquier escritor. En realidad,Paredes, Muraña, Saverio Suárez existieron en algúnespacio y cierto tiempo, del mismo modo que fueron decarne y hueso Gorosito y Galván; me limité a ponerlenombres, tal vez alguna cara, apta para la imaginaciónde cualquier lector. Yo no podía ver a través de mis ojosvanos, pero escrutaba en las tinieblas que me rodeabanpara indagar sobre su existencia. La respuesta fueronlos cuentos que hilvané desde el aislamiento en queestaba tras las rejas de mi casa.

Pero Hardoy tenía ansiedad por incursionaren el área donde, durante su existencia terrena, entrególo más valioso de su inteligencia:

- Hemos tocado distintos temas y recordadoalgunos personajes, Borges; no hemos incursionado aúnen un tema central: la política. ¿Qué piensa de ella?

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CAPÍTULO 3

¿Vale la Pena la Política?

La pregunta no era ociosa. Desprestigiadapor tantas críticas – muchas de ellas justificadas – lalucha por el poder, la profesionalidad de la militancia, latransformación de su fisonomía que el tiempo lograraimponer, ha convertido a la institución en un datonegativo.

Época hubo en que el título confería dignidady mérito a quien lo exhibía. Ser político equivalía a laobtención de un diploma de decoro y decencia,culminación feliz de la azarosa tarea humana. Y surecompensa: haber podido practicar el auxilio dequienes lo necesitaban.

En esa recatada función, el título habilitantese otorgaba por medio de una delicada selección en laque, honestidad y vergüenza – a las que debía sumarsela capacidad del interesado – constituían elementosindispensables para ejercer el servicio público.

La sociedad evaluaba la conducta delindividuo y recién después emitía un veredicto, por logeneral inapelable. Aún el caudillo, con su estilo

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primitivo y a veces brutal, no escapaba a esaindagación; más aún: era el primero en ser sometido aese escrutinio popular que se practicaba antes de laconcesión del pergamino respectivo.

Por supuesto, lejos se estaba del tiempo enque la política, a través del poder, pudiera otorgarleriqueza a un individuo. Antes bien: una militancia enregla aseguraba a quien la ejerciera el consumo de supatrimonio, en general, heredado y garantizaba elcamino a la pobreza. Por supuesto, en ese tiempo seestaba lejos del momento en que la política seríaacariciada como una salida laboral, como un reemplazodesvergonzado del trabajo honrado, como una forma deabandonar el carro del botellero para ingresar al mundode la abundancia económica.

Esta descripción no implica rechazar elconcepto de “sociedad abierta” que, con toda justicia,puede mostrar a los cuatro vientos el país. En la medidaen que el menesteroso acreditara condiciones depatriotismo, espíritu de progreso, vocación porentregarse a sus semejantes, su postulación seríabienvenida. Sólo si ella fuera un instrumento para salirdel “ghetto” a cualquier precio merecería el repudioexpuesto anteriormente, porque el interesado no podríamostrar la virtud de esas condiciones.

Los norteamericanos se ufanaban en mostraral universo entero que su sociedad hacía posible que “elhijo del obrero pudiera ser presidente de la República”;

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los argentinos podríamos jactarnos de proclamar lamisma fórmula, pero exigiendo al interesado losrequisitos de patriotismo y desinterés que impone laausteridad republicana.

Además de ello, durante los tiempos de la“política romántica”, el nepotismo era un componentedeleznable, que aseguraba el desprecio y la condena porparte de la opinión pública a quien lo practicara. Entiempos recientes, asegurar un empleo en las sombrasdel poder a los parientes más cercanos, para afirmarlesuna posterior postulación, garantiza el éxito de quien lorealiza, transforma el gesto repudiable en una decisióngenerosa y afirma la voracidad de su entorno porsumarse a una fiesta en la que, felicidad y derroche,marchan a la vanguardia de un exhibicionismo sensual yenfermizo.

Con estos pensamientos encerrados en susconvicciones más íntimas, Hardoy dijo:

- Vea Borges; voy a anticiparle lo que piensoyo. Para mí, más que un aspecto de la vida, la políticaes la vida misma del hombre cabal, porque en ella seconcentran los ingredientes con que se elabora sincesar: la ambición y el abandono, la ilusión y la tristeza,el coraje y la debilidad. De su mezcla imperfecta,completada por las circunstancias y el genio de cadaprotagonista, que no es sino una circunstancia más,nacen el triunfo y la derrota, ‘esos dos impostores’. Enla política se manifiestan la suma virtud y la suma

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culpa, a menudo en el mismo personaje, sujeto a sucondición humana.

- Esa definición yo mismo la firmaría - replicóBorges - no sólo por la precisión de los términos sinopor la plasticidad del lenguaje. Encuentro, en cambio,que es una expresión de laboratorio, hecha sobre lascubetas de un ensayo y no sobre la corteza real delejercicio práctico. No es la descripción de la políticaargentina que vivimos nosotros al término de nuestrasvidas. Esa magnífica síntesis que usted confeccionó noincorpora dos elementos que se observan de maneraobjetiva, sobre todo en la Argentina de fines del sigloXX y comienzos del XXI, y con seguridad, estánsostenidos en el convencimiento del público: venalidad eincompetencia.

- Usted no puede con su genio - contestóHardoy. Sin dejar de darle la derecha, Borges, fíjese queintento definir la política en abstracto, sin mencionar lasaristas perversas que usted bien señala, pero sinincorporarlas como componentes de ese instituto quetrato de describir. Observe que no digo que la políticasea lo más importante de todo. La santidad, el arte, lasabiduría, los goces inefables de la amistad, lasefusiones hogareñas, la vida interior con sus placeressecretos, las relaciones sociales refinadas y,naturalmente, el amor. En suma: todas las riquezas ydones que Dios ha distribuido de manera generosa entrelos hombres están, en la escala de valores, antes que el

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poder y la lucha por el poder mismo.- En ese caso – reflexionó Borges - habría

que agregarle algo a esa definición que usted acaba decomplementar. Decía Keynes: “El amor es lo primero, lafilosofía lo segundo, la poesía lo tercero y la políticaocupa el cuarto lugar”.

- A pesar de eso, Borges, creo que eseintelectual notable (¿podríamos decir superdotado?) –dijo Hardoy - que usted ha nombrado, cuya influenciaen los eruditos del siglo XX fue tremenda, ha hecho unasíntesis demasiado estrecha. Son ciertas laspreeminencias del amor y la filosofía, pero, a mi juicio,omitió decir que nuestro cristianismo y nuestrohumanismo, el apego mismo a la vida, valen más,mucho más, que la política.

Un hombre que solo viviera para el poder –continuó Hardoy - sería un monstruo como Stalin, dequien los comunistas solo descubrieron sus crímenesdespués de muerto y a expensas de infinitas injusticiasy millones de víctimas. Pienso que haber seguido decerca las acciones de Stalin me hizo más conservadoraún. Frente a los jactanciosos alardeos del jefe delKremlin por los resultados de sus cosechas de trigo, fueChurchill quien en Teherán le dijo: “si la reforma nopuede hacerse sin injusticia, me quedo sin la reforma”.He ahí una verdadera definición del conservadorismouniversal.

- Suscribo lo que usted dice, Hardoy, aunque

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en defensa del maltratado Keynes digo que grandesdescubrimientos científicos del siglo XIX abonaron elcamino a doctrinas que hubieran espantado a susautores si solo las hubieran imaginado. Siento queKeynes debe agregarse a esa nómina.

Traigo un caso: con su teoría de la evolución,Darwin sostuvo la preeminencia de la especie másfuerte para sobrevivir en la lucha contra la extinción. Nopodría haber imaginado que intelectuales valiososatribuirían a ella la inspiración de las dos grandesherejías del siglo siguiente: las de Hitler y Stalin, con suvisión reducida y pedestre de la raza elegida y el triunfouniversal del proletariado - señaló Borges -.

- ¡Hitler y Stalin! – exclamó Hardoy - ¡Quémezquinos y vulgares, estrechos y adocenados nosparecen los totalitarios de todos los matices! Por encimade todo y más allá de las biografías desgraciadas de susvíctimas, han vivido sin ilusiones y sin fe, sin poderrecoger los mejores frutos del Señor. Para ellos todoempezó en la lucha de clases, la hegemonía de la raza,la conquista del poder por el proletariado, la acción demasas. De esa concepción han desaparecido el hombrey lo humano.

- Cierto; sin embargo, según Goethe -recordó Borges - de similar raíz habría sido elpensamiento de Napoleón: “La política es el destinomismo de la Nación”.

- No obstante, creo que el gran corso omitió

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algo (si es que en efecto Goethe puso esas palabras conexactitud y económica síntesis en sus labios) -reconvino Hardoy -.

¡Olvidó nada menos que la consideraciónmoral! La unidad de una nación, tanto como su origen;la historia en que se funda, la lengua - que ha motivadoidentidad en las relaciones y en la cultura -dependen deun código moral universal, que su pueblo ha aceptadode manera espontánea. Al valorarse los credos políticosque proponen las diferentes ideologías, tendría quesopesarse la aproximación de las mismas a las normassupremas de la moral.

Mal que deba confrontar a Maquiavelo, el finno justifica los medios, por la sencilla argumentación deAldous Huxley: la elección de los medios determinafatalmente la naturaleza de los fines. Creo, Borges, quemoral y política no pueden ir separadas. Ya Aristóteles lohabía expresado: “el saber político constituye una ramaespecial del saber moral; no del que se refiere alindividuo o a la sociedad doméstica, sino al bien de loshombres reunidos en sociedad, al bien del todo social”.Lo enseñó con una síntesis inmejorable: “los antiguos ladefinían como la recta vida de la multitud reunida”.

- Yo considero ese deber social unánime –agregó Borges - dentro de las particulares delindividualismo. El hombre, como ser supremo de larazón (sujeta al Creador, naturalmente; si pensara otracosa yo no estaría aquí), queda expresado dentro de

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objetivos comunes a una colección de hombres.Veo, a pesar de todo, Hardoy, que usted me

está proponiendo que exploremos la política comoinstituto decano. Pero encuentro una dificultad. Loshebreos empleaban una locución superlativa enreferencia al mayor Libro Sagrado, la Biblia, recurriendoal plural: era el Cantar de los Cantares; para identificarlas cosas superiores utilizaban el plural: decían Nochede las Noches, Rey de Reyes, Vanidad de Vanidades.¿Cómo haríamos para elevar la política, digamos… a lasegunda potencia? No podemos utilizar el plural sindemasiado esfuerzo para exaltar el rango de laexpresión, porque la política está de manerainseparable, atada a la percepción de la democracia.

Y esto me hace pensar en el libro, Hardoy. Noen el libro físico, sino como instrumento de extensióndel cuerpo de un hombre: el microscopio y el telescopiofueron ampliación de su vista; el teléfono de su voz; elarado y la espada, prolongación de su brazo. El libro esdistinto: es una forma para que persistan la memoria yla imaginación. Cuando Bernard Shaw escribió Cesar yCleopatra hablaba de la Biblioteca de Alejandría y decíaque era la memoria de la humanidad. Yo le agregaríatambién que es el refugio de la imaginación, de lossueños, del pasado, porque ¿qué es nuestro pasado sinouna acumulación de sueños? ¿y qué diferencia existeentre recordar sueños y recordar el pasado?

La noción de democracia también influyó en

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el libro. Hojas de Hierba, de Walt Whitman, por ejemplo.Fue un canto a la epopeya norteamericana, por eseentonces símbolo triunfante de un ideal (ahora un tantogastado por el abuso de las urnas electorales y elexceso de retórica) tan vigoroso que por él millones dehombres dieron y siguen dándole su sangre.

- Yo también pienso - dijo Hardoy - quedemocracia y política no pueden separarse; una escorrelato de la otra. Lo que ocurre es que aquellaentraña un riesgo que es ineludible correr.

Es obvio que sería un abuso afirmar que “elpueblo nunca se equivoca”. Por el contrario; se equivocómuchas veces y volverá a hacerlo. De otro modo noexistirían los demagogos, que desde Atenas fueronidentificados como precursores de un arte impuro,destinados, sin fines superiores, a exaltar las pasionesmás bajas del público.

Dicho sea de paso: ¿no consultó Pilatos alpueblo de Jerusalén para decidir la suerte de NuestroSeñor Jesucristo? Acaso no preguntó: ¿quieren la vidade Barrabás, ladrón y asesino, o la de este muchacho,manso carpintero de Belén, sin prontuario niantecedentes penales? El pueblo no dudó: gritó quequería la crucifixión de Jesús. ¡Vaya si las mayoríasnunca se equivocan!

Por supuesto que la democracia es muyimperfecta, pero es el instituto que no ha encontradohasta el momento una sustitución apropiada. Con la

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ironía que fue célebre en él, lo decía, palabra más opalabra menos, Winston Churchill: “la democracia es elmás absurdo sistema,…. salvo todos las demás”.

- Hardoy, yo veo a la democracia – reconocióBorges –como un instrumento que funcionó comoejemplo y esperanza universal a partir de Norteamérica;la de los griegos (que constituyó el basamento filosóficodel instituto) fue una expresión mítica o teórica, sobretodo. El orbe tenía puestos los ojos en América y en su“atlética democracia”, a la que el mismo Goethe destinóuno de sus epigramas.

La asocio de manera inseparable al libro,porque fue un poeta de la talla genial de Whitmanquien, bajo el estímulo de Emerson, se impuso el relatode la epopeya de ese acontecimiento nuevo: lademocracia norteamericana. No olvidemos que laprimera de las revoluciones de nuestro tiempo, que seanticipó a la francesa e influyó sobre la nuestra, fue lade Norteamérica y que la democracia fue su doctrina.

¿He mencionado la palabra epopeya? – seiluminó Borges - Aquí llegamos a lo que me parece elaspecto más deslumbrante de Whitman. Fíjese que encada uno de los modelos ilustres que el joven Whitmanestudió había un personaje central – Aquiles, Ulises,Eneas, Rolando, El Cid, Sigfrido, don Quijote – cuyaestatura resultaba superior a la de los otros, quequedaban supeditados a él. Podría decirse que antes deWithman la literatura épica se refugiaba en la dimensión

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de sus superhombres, es decir, personajes quesobresalían una enormidad respecto de sus semejantes.

El hallazgo notable de Whitman consistió endescifrar que ese universo en el que campeaban loshéroes había sido abolido a partir de la revoluciónnorteamericana, porque el mundo de la aristocraciahabía fenecido. Se dijo entonces que su epopeya nopodía ser sino plural, presuponiendo la absolutaigualdad de todos los hombres (que es la clave de lademocracia). Por supuesto, necesitaba de un héroe,pero el suyo como símbolo tendría que ser numeroso,forzosamente debía ser incontable y ubicuo, como eldisperso Dios de Spinoza. Ese “paladín” múltiple fue lademocracia.

- Lo que pasa es que se ha hecho un abusosemántico del término “democracia” - acotó Hardoy.Tanto me seduce este interesante punto, Borges, que lointerrumpo para introducir un bocado. Hubo un debateinteresante durante la existencia de la “cortina dehierro”. Un autor sostenía que “ni acá ni allá del Elba sebaten por el penacho” y se preguntaba si no sería que lamisma palabra “democracia” revelaba una virtud quejustificaba el combate: un régimen que se afirme comodemocrático creía poder asegurarse el concurso de las“fuerzas de la vida” (y aplaudo lo que usted haseñalado, Borges).

Continuó Hardoy: Nunca me dejé llevar poresa confrontación, pero fue necesario que aprovechara

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la luz echada por un poeta doblado de humorista:Gilbert Chesterton. Las “… cosas esenciales entre loshombres son las que poseen en común y no las queposeen separadamente”. La democracia es, segúnChesterton, la satisfacción dada al instinto o el deseopolítico que lleva al hombre a ocuparse de la cosapública, aunque lo haga mal. Y a mi juicio, lademocracia representa en nuestra época la formainsustituible de administración de la “cosa pública”,aunque por desgracia y con demasiada frecuencia, se lohace más mal que bien.

Aún los caudillos de nuestras guerras civilesrealizaron una forma rudimentaria y bárbara dedemocracia (pero democracia al fin) en que losgobernantes se reclutaban indiscriminadamente entrelos ciudadanos. En la segunda mitad del siglo XIX (¡ah…que tiempo promisorio…!) predominó la “democraciagobernada”, que se proponía usar el poder no parareformar la sociedad sino para asegurar la libertad,invocando en teoría la voluntad de la ciudadanía. Peroesto no ocurría solo en la Argentina, como una cruel eingrata literatura nacional lo ha señalado con finescríticos; en las naciones más evolucionadas del mundose utilizaba una forma primaria y elemental dedemocracia. En los Estados Unidos se aplicaba elfamoso “five dollar vote”, y hablamos de Norteamérica,la nación donde la institución no solo fue rectora sinoque anticipó el camino de Occidente, como usted bien

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señaló recién. Y ni hablar de Gran Bretaña, donde unmozo inteligente y capaz no podía soñar con elParlamento a menos que contara con una fortuna, capazde ser gastada en las elecciones inmediatas.

El siglo XX vio nacer la otra democracia, la“democracia gobernante”, que dio origen al “poderabierto” según el cual el número ayuda a forjar unamayoría que manda, pero la minoría, numéricamenteinferior, deberá ser escuchada. Tiene derecho a ser,porque el paso no le ha sido cerrado en formadefinitiva: puede ganarse el pueblo a su favor yconvertirse en mayoría. Esta posibilidad es lo queengrandece, hace seductora la democracia y le confierela dimensión majestuosa que tiene. (Es también una delas razones morales que la diferencian de la dictadura).

- Y dígame Hardoy - inquirió Borges - lasformaciones especiales, los grupos de choque, lospiquetes que cierran el paso al libre tránsito y se erigenen dueños de la calle, como soportó la Argentina de losprimeros años del tercer milenio ¿pueden invocar supertenencia al sistema democrático?

- ¡Por supuesto que eso es una aberración dela democracia! – proclamó casi gritando Hardoy - ¡Esuna absoluta negación de ella!

Dentro de aquella, la fórmula representativano solo es la mejor disponible: es también la que resultainevitable. La Constitución de 1853 decía con razón queel pueblo no gobierna ni delibera sino por medio de sus

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representantes. La democracia directa, como en elágora de los antiguos griegos, es imposible de practicaren las sociedades modernas. Más aún: incluso losCabildos Abiertos fueron concebidos por la legislaciónespañola como un método aplicable a los primerostramos de la colonia; cuando aumentó en forma notablela población americana, esos Cabildos perdieronvigencia y solo fueron rescatados (a instancias de losmismos españoles) en el preciso momento de laRevolución contra la Metrópolis. En tiempos recientes,cuando se la ha invocado ha sido para justificar accionesviolentas y someter el libre albedrío de la sociedad. Elmecanismo representativo permite conciliar de maneraadecuada las aspiraciones populares con el respeto aformas superiores de convivencia y la adopción demedidas de gobierno rápidas y eficaces (aún en lahipótesis posible de que éstas no sean ni rápidas nieficaces).

Las reformas de la democracia han de serconsecuencia necesaria de la transformación social, peroellas deberán realizarse respetando el espíritu de susinstituciones, para perfeccionarlas y asegurarlas, nuncapara deformarlas o suprimirlas. Los derechos humanos,la división de poderes, la información, las facultades delas minorías, no pueden disminuirse y menos hacer quedesaparezcan sin arrastrar al mismo tiempo en su caídaa la democracia misma.

- Para nuestro mal – reflexionó Borges - creo

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que los momentos de más gloria de nuestra rica historiadeben asociarse a la época de la “democraciagobernada”. Fíjese que ironía, en nuestro país elpersonaje central y más recordado de la novelística hasido el matrero (que Ascasubi llamaba “malevo”):Moreira, Hormiga Negra, Calandria, el Tigre delQuequén.

Si resultara cierto que Fierro es la cifra denuestra complejísima historia, el gaucho no hubiera sidoel protagonista de la emancipación americana, como lofue con Güemes, Belgrano, San Martín. Habría sidointegrante de una banda de desertores, prófugos,matreros, al final pasados a las filas de los salvajes. AFierro es imposible imaginarlo soldado de Belgrano o deSan Martín, disciplinado y escuelero como en verdadfueron esos soldados-gauchos. Si el gaucho solo fueraun hombre desesperado como lo pintó Hernández, nohubiera habido conquista del desierto y Pincén oCalfucurá habrían asolado nuestras ciudades aperpetuidad.

Si nos dejáramos llevar por esa poesíasubyugante y emotiva, tendríamos que aceptar que unamultitud casi unánime inclinaría su adhesión a la ilicitudy la trasgresión, cediendo a una demagogia tan ruinosacomo abrumadora.

- Las “democracias gobernantes” – sentencióHardoy - tendrían que basar su mérito y subsistenciamoral en el principio de premios y castigos, computados

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a favor de los beneficios que en efecto producen y noconsintiendo la adulación baja y perversa. Cuando esteprecepto es abandonado, la democracia gobernantepierde entidad ética y se convierte en el ejercicio de unafuerza dominante, en una tiranía. Debemos resistir lapropensión a premiar la vulgaridad o la chabacanería,el abuso o el desgobierno ineficaz y corrupto.

- Dejemos por un momento la política y laliteratura - dijo Borges con una sonrisa. Ni siquiera eneste ámbito sagrado, Hardoy, usted pierde el instintopor el ejercicio de aquella o la práctica del periodismo yde ese modo me ha hecho hablar a mí de mi infancia,de mi nacimiento, hasta de mis antepasados; incluso lehe confesado mis ideas más íntimas. No ha hecho ustedlo mismo con su propio pasado, por ejemplo. Por favor,cuénteme de su origen.

- Lo haré con todo gusto, Borges – lecontestó Hardoy. Pero antes permítame hacer algunaotra referencia a la democracia; no quisiera que quedeflotando la sensación de que estimulamos una formaelitista de gobierno. Al menos no fue así el estilo queme fue inculcado en las largas etapas de florecimientode mi país, que por extraña vinculación, coincidieroncon las de mayor desarrollo de mis ideas.

En contra de lo que se pretende instalarcomo precepto irrebatible, el conservadorismo fue unafuerza popular, numerosa, agitada, que venció o perdióelecciones, pero que no necesitó amañarlas.

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Lamentablemente, el fraude que se instaló en la décadadel ´30 en especial en Buenos Aires, alentó una leyendaque sepultó la popularidad del partido. Porque esefraude no fue extraño a la prepotencia electoral, almenosprecio por el adversario, a la desconsideraciónpor las formas. ¡Hasta llegamos a prohibir que uncaballero como Marcelo de Alvear fuera candidato apresidente!

Por suerte, Borges, pude reparar en vidaparte de la injusticia que se cometió con Alvear. Fueexactamente el 23 de marzo de 1992, cuando secumplieron 50 años de la muerte de ese ilustreargentino y se lo recordó por medio de un homenajeque se hizo en la Recoleta. Allí no solo adherí al elogioque se hizo de su persona, sino que públicamente pedíperdón por el fraude electoral que le cerró el paso alpoder. En forma textual dije que impedir a ese granseñor de la República fue un acto irracional y, más queeso, fue un acto de locura, un crimen político. Y esecrimen político lo pagamos allanando el camino para eladvenimiento de una dictadura. Ya en los años ´40habían muerto Uriburu, Yrigoyen y de la Torre y unanueva generación política asomaba para dirigir laciudadanía ¡Ése era el momento! Se perdió por nuestraculpa. En esa ocasión me opuse, pero eso no alcanzópara excusar mi responsabilidad, porque fui beneficiariodel fraude electoral.

Vea Borges, tanto deploro el fraude que

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siendo yo un muchacho escuché el lamento de muchosdirigentes importantes de la provincia: cuando debieroncambiar las urnas para asegurar el triunfo, seencontraron con que en las verdaderas había más votosconservadores que en las falsas; sin embargo, a partirde esa decepción grosera con que se “matoneó” a lagente (el famoso “usted ya votó”) se produjo un efectodemoledor para las sucesivas aspiraciones electorales.Jamás se volvió a ganar una elección en esos distritos.

En cambio, los dirigentes locales queresistieron esa imposición que les venía “de arriba”,siguieron contando con el favor popular; todavía en ladécada del ´60 se ganaba en varios distritos de laprovincia y en otros se peleaba la primacía. Pero fue elúltimo estertor de una fuerza que había cumplido unciclo glorioso.

Por desgracia, las formas impidieron lavaloración del fondo; se había obrado con patriotismo,honradez, con una gran capacidad de gobierno. MireBorges; usted sabe que he estado ligado por lazosestrechos con uno de los diarios más señeros del país:La Prensa.

Bueno, a principios de la década del ´40, loseditoriales de ese gran diario decían (palabra más,palabra menos) que no bastaba con asegurar la libertad,poseer una administración pública eficiente y expeditiva,una justicia cuyos magistrados fueran virtuosos ydotados de un extraordinario nivel jurídico, una

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universidad en la que resultara notable el rango deexcelencia, en una palabra: que no era suficientegobernar bien. Era preciso que además se asegurara elrespeto por las formas electorales y se abandonara elfraude instrumental. ¿Se da cuenta Borges?¡Exactamente al revés de lo que vino más tarde, en quelas virtudes republicanas se abandonaron y se instaló unrégimen electoral sin mayores impugnaciones, cuyotriunfo fue precedido de una demagogia descarada!

- Puedo agregarle algo que lo dejarácontento, Hardoy – dijo Borges. Durante esa década tandenostada, en el país existía – ¡y vaya si se hacía notar!– “opinión pública”. Y se sabe que la opinión pública solopuede existir en una sociedad individualista y en unambiente de libertad. Ella constituye una de las fuerzasmás útiles en una comunidad que ha alcanzado ciertogrado de cultura política. Implica una manifestación devida, un síntoma de buena salud.

Los niveles más altos se alcanzaron en GranBretaña; decía Lord Balfour que “… nuestro mecanismopolítico supone un pueblo tan unido que puede darsetranquilamente a la discusión, tan seguro que elestruendo eterno del conflicto no lo turbarápeligrosamente…”. Tal vez por eso mismo la opiniónpública británica se ha prohibido a si misma y demanera espontánea, poner en discusión los valoresfundamentales sobre los que reposa el orden social; eslo que más tarde se llamó “políticas de Estado”. Entre

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todas las encarnaciones de la voluntad popular, laopinión es la de resonancia más humana.

- Sin necesidad de viajar a Inglaterra -contestó Hardoy – aquí, Pellegrini decía algo en lamisma sintonía (y por cierto, mucho antes que Balfour).El gringo se preguntaba indignado (porque se habíadescubierto una algazara popular) qué pensarían enEuropa de nosotros: que después de seis meses de paznos atacaba la nostalgia del desorden y teníamosnecesidad de irnos a las manos.

En nuestro país, en tiempos en que existíauna “democracia gobernada” (creo Borges que eltérmino le ha gustado mucho) la República tenía, comousted dice, “opinión pública”. El presidente Luís SáenzPeña por ejemplo, debió renunciar cuando ella le retirósu concurso: los hombres más eminentes no seatrevieron a desafiarla y se negaron en forma unánimea integrar su gabinete.

¿Y después de derrotada la revolución del´90 no fue acaso el senador Pizarro quien expresara “larevolución está vencida, pero el gobierno está muerto”?En la renuncia de Miguel Juárez Celman, producida diezdías después de la asonada ¿no debería buscarse unareferencia directa al veredicto de la opinión pública?

Pienso que muchos años antes que enEspaña se firmara con gran realismo y patrióticodesinterés el “Pacto de la Moncloa”, la Argentina loaplicaba de hecho y sin proclamas expresas, del mismo

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modo que la doctrina inglesa podía exhibirlo sinnecesidad de invocar un precedente. ¿Quien norecuerda aquel artículo de Barroetaveña editado por eldiario La Nación, “Tu quoque juventud”, que defenestróel homenaje ofrecido a Juárez Celman por la “juventuddorada”? (el llamado “banquete de los incondicionales”).Esa publicación fue uno de los desencadenantes delpronunciamiento del ´90.

En los Estados Unidos, Bryce decía que porencima del presidente y de los gobernadoresestaduales, sobre el Congreso y las Legislaturas, porarriba de las convenciones y la maquinaria de lospartidos, la opinión pública subsiste como la gran fuentede poder, el amo ante quien los siervos tiemblan,porque es la opinión de toda la nación, con escasasvariantes en las distintas clases sociales.

¿Alguien podría imaginar la vigencia de unaopinión pública independiente en la antigua UniónSoviética? En los regímenes donde la libertad no existeo es insignificante, la propaganda oficial cumple la tareacon la dulce obnubilación de la droga: el pueblo notendrá una opinión propia, que se exprese con la fuerzairrebatible de una convicción colectiva; la mentira,predicada en dosis demagógicas, le mostrará un cristalbajo cuyo color aquella deberá ver las cosas.

- Comparto todo lo que ha señalado –coincidió Borges. Pero no olvide, Hardoy, que me debeuna descripción de su vida terrena= Nos acercamos a

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ese punto, pero siempre aparece el país y su historia; elpúblico y su protagonismo; la verdad y el engaño yterminamos ensimismados en la dialéctica deproposiciones superiores. Hábleme de usted, por favor.

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CAPÍTULO 4

La Vida de Dos Porteños

Hardoy no dudó un instante que debía honraresa deuda con Borges. No obstante, lo que habíaseñalado el vate era cierto: la tentación por lasurgencias que meneaban al país y a su historia; alpúblico, ese gran protagonista de los sucesos; laverdad, con su dolorosa cuota de realismo y tragedia ysobre todo el engaño, tantas veces enmascarado enaquella, forzaron a ambos a postergar las reflexionespersonales e íntimas.

Pero Hardoy, fiel a su estilo condescendiente,dijo, dispuesto a satisfacerlo:

- Voy a complacerlo, Borges, aunque leanticipo que mi vida ha transcurrido con las inflexionesque se conocen por medio de los escasos honores quecoseché y los numerosos amigos con que me he vistofavorecido a lo largo de aquella.

Nací en un hogar que no fue visitado por lanecesidad ni al que se asomaron las privaciones.Gracias a un buen pasar que provenía de los ingresos

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que percibía mi padre, pude concurrir a una buenaescuela alemana – bilingüe, como se diría hoy – graciasa la cual alcancé el dominio de esa lengua. Mi hermana,algo más de un año menor que yo, también recibió unabuena educación.

Por desgracia, papá murió cuando era todavíaun hombre joven – fue en un accidente provocado porun automotor – y conocimos una etapa de estrechez,que mi madre supo sobrellevar con dignidad y sinperder el goce por una vida en la que valores morales yantecedentes familiares jugaron un papel importante.Ambos influyeron en mi vida. Mi padre fue Director de laAduana de Buenos Aires y La Plata – en ese entonces, lafuente primordial de ingresos fiscales del país – cargoque ocupó sin perjuicio del ejercicio de la profesión deabogado. De mamá recuerdo no sólo la integridad conque afrontó las dificultades que sobrevinieron a partir desu viudez, sino su larga y penosa enfermedad final queen ese tiempo, sin los aportes de la medicina moderna,era en verdad una prueba cierta.

Como a todo muchachito de esa época, seme impuso la obligación de aprender música.

Mis primeras incursiones aporreando el pianoregistraron las melodías clásicas, muy caras al oído demi familia; “decentes” para emplear una palabra de esetiempo. Pronto me entusiasmó el tango y tanto mifamilia como mis vecinos debieron sufrir con “El Marne”,

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una composición que me encantó y a la que durantetoda mi vida interpreté con placer. Pero no crea que esasola pieza atormentaba a familia y vecinos: en mirepertorio incluía “La Cachila”, “Comme il faut”,“Retintín”, “Una noche de garufa”, y algunos más quepusieron a prueba la misericordia de quienes vivíancerca mío.

No obstante la prolija descripción que delinicio de su vida hizo Hardoy, ambos personajes habríande disputar en un tema menor, aunque los dos dieranuna importancia trascendente a la materia.

Es que, en la Argentina, la música popularparticipa de las diferencias sustanciales entre loshombres y suele sorprender que alguien, aún adespecho de evidenciar falta de formación musical,emita un juicio temerario sobre aquella.

Por eso Borges, a pesar de tener unaexistencia sobresaliente como literato, que en muchasocasiones aplicó a la musicalización de temas populares,dijo con determinación:

- Discrepo Hardoy con esa bendición suya altango. Yo me identifico con la milonga: varonil, sufrida,descriptiva, canyengue y alegre al mismo tiempo. Algúntango, de los primitivos, que solían escucharse en lasviejas victrolas y eran un compendio de alegríaprostibularia me entusiasmaron; pero en general esa

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melodía no ha merecido mi ponderación.

- No Borges, ahora el que disiente soy yo -respondió Hardoy.

¿Es posible que alguien que haya amado aBuenos Aires como usted, pueda descreer del tango? Suidentificación con la ciudad se percibe en el deleite quele provocan el empedrado, las plazas, los gritos y lossilencios, los monumentos, los adoquines, loscementerios. ¿Puede alguien querer tanto a una ciudadque nos ha llegado en su descripción sensual desdefines del siglo XIX por medio del tango y abjurar de ésteal mismo tiempo?

- Siempre me ha parecido una melodíamestiza que, a diferencia de la milonga, enterró lasrimas auténticas que venían de payadores y soldados,troperos y gauchos, mezclando en los grandes arreos yen las marchas incesantes de ejércitos en pugna lasdiferentes costumbres y hábitos lugareños – replicóBorges -.

Pero Hardoy argumentó:

- No debía pensar en eso cuando escribió “Elhombre de la esquina rosada”, cuya trama evoca algomás que los romances de Villoldo o Vicente Greco.¡Vamos Borges! ¡Sincérese en este momento! El famosoJacinto Chiclana ¿no fue acaso una homologación detangos en los cuales la amistad, el duelo criollo, el

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cuchillo (como prolongación de una mano agresiva,justiciera o cobarde) actuó como protagonistafundamental? En aquel cuento, usted pintó al matadorcomo alguien que cumplía un ritual, como el verdugoque hacía su trabajo para conformar a su destino; nohabía rencor ni odio. Solo sentido del deber; primitivo,básico, pero de observancia obligada, como una deudade honor ¿no le parece esa historia afín con esos tangosen los que solo talla la amistad, como “Tres amigos”?¿No se asemeja su Rosendo Juárez al mítico Gorositoque fuera ladero de Alsina? El duelista que mata casi enforma anónima ¿no parece el personaje de“Silbando”?:“… un relumbrón, con que un facón, pegasu tajo fatal”.

Discúlpeme Borges, pero la ponderación quehace del tango primitivo, soez, querendón, pícaro, no seencuentra en sus escritos en los que refiere la tristezade un lugar y de sus protagonistas: el galpón delsuburbio, situado en un barrio de calles de tierra,lagunas con sapos y el grito incesante de los grillos. Allíbailaban (y competían) compadres arrabaleros y chinassumisas a su destino; en ese bailongo donde unadisputa tenía causa en una reyerta intrascendente yterminaba en una muerte impúdica, no se reflejaba eltango inicial, alegre y provocador. Este tango fue,digamos… posterior a la Guardia Vieja. Fue el que alfinal prevaleció y su mayor auge ocurrió justo cuandousted escribía esos cuentos invalorables. De su pluma

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salieron situaciones y hombres que la poesía popularcondensó en letras tangueras.

- Pero fíjese Hardoy, que no estoy borrandocon el codo…. En Evaristo Carriego dije (palabra más,palabra menos): “La milonga y el tango de los orígenespodían ser tontos o, a lo menos, atolondrados, peroeran valerosos y alegres; el tango posterior es unresentido que deplora con lujo sentimental las desdichaspropias y festeja con diabólica desvergüenza lasdesdichas ajenas”. Ya en 1926, cuando escribí “Eltamaño de mi esperanza” había dicho algo similar: “Unacosa es el tango actual, hecho a fuerza depintoresquismo y de trabajosa jerga lunfarda, y otrafueron los tangos viejos, hechos de puro descaro, depura sinvergüencería, de pura felicidad, de valor.Aquéllos fueron la voz genuina del compadrito: éstos(música y letra) son la ficción de los incrédulos de lacompadrada...Los tangos primordiales: El caburé, Elcuzquito, El flete, El apache argentino, Una noche degarufa y Hotel Victoria aún atestiguan la valentíachocarrera del arrabal”.

Pero Hardoy, ¿qué voy a alegar con usted siha reconocido la misma preferencia por lascomposiciones elegidas? Su repertorio era el de Arolas,un típico exponente de la Guardia Vieja, cuyos tangosson de una musicalidad completa.

- Sin embargo, querido amigo, – respondió

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Hardoy - insisto en mi apreciación inicial, aunquereconozco que no tengo derecho a erigirme en exegetade Borges. No deje en el tintero un gran tango queusted mismo compuso: “Alguien le dice al tango”. Hememorizado una de sus estrofas porque ella define nosólo el tema sino a usted mismo: “Tango que he vistobailar/ contra un ocaso amarillo/ por quienes erancapaces/de otro baile, el del cuchillo/ Tango de aquelMaldonado/con menos agua que barro,/ tango silbado alpasar/desde el pescante del carro.”

El autor de esa letra no puede preferir eltango díscolo y burlón del prostíbulo a la composiciónnostálgica hacia una época que pudo ser triste, pero fueauténtica y hermosa.

- Lo que pasa Hardoy – volvió a insistirBorges - es que yo rechazo el tango en su aspectollorón, como lo fue después de la Guardia Vieja. Eltango comenzó a “italianizarse” e incorporó palabras dellunfardo, la jerga delictiva. Es verdad que al Palermo decuchilleros y guapos lo presencié desde la abertura quedejan las rejas del jardín, pero don Nicanor Paredes fuereal y para mí todo un prototipo. (En realidad, sellamaba Nicolás, pero cambié su nombre después demuerto por respeto a su familia, ya que varias vecesrepetí “que debía unas muertes”).

¡Qué hombre de ley, Paredes! Nunca pudeganarle al truco, por ejemplo. Por intermedio suyo

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conocí a Evaristo Carriego, que vivía cerca de casa ycomenzó a frecuentar la mía hasta su muerte. Creo queacertaba Horacio Salas cuando decía que "para Borgesel tango es uno de los elementos de la mitologíaciudadana, no de la historia", uno de los "soportes de laleyenda" de los guapos y los malevos del faubourg. Agrandes rasgos, creo que hay una relación entre elguapo y el malevo con relación al gaucho y de lamilonga con respecto al folklore guitarrero de la pampa:fue el resultado de su incorporación a la ciudad y de suinstalación en las orillas. Admiro la guitarra y deploro elbandoneón, por ejemplo. ¡Me parece estar viendo esecarro fileteado con primor y la inscripción procaz: « Estaguitarra mata »!

- El carro de la inscripción que llevaba unmensaje de muerte en el fileteado vistoso de suestructura – le recordó Hardoy -, sólo tenía el valor deun símbolo, como el silbido insolente con el que elcarrero musicalizaba un tango desde el pescante. Encambio, a la verdadera muerte le vi la cara siendo yomuy chico, y ella deambulaba por mi barrio como unperro furioso durante la famosa Semana Trágica.

Con rapidez abandonó Borges sus inquietudespor la música ciudadana y arremetió con vigor en elterreno de la política; con entusiasmo, dijo:

- A pesar de ser yo mayor que usted Hardoy,no la viví de cerca. Debí conformarme con el relato que

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llegaba a casa, a veces distorsionado por la inclinaciónde cada intérprete. Me gustaría conocer su visión, en laque sin duda, la percepción infantil tiene que estarcoloreada por su formación política y las ideas que ustedsostiene.

- Sin dudas así ha de ser, Borges, contestóHardoy. Cuando llegó el radicalismo al poder, papárenunció al cargo de Director de la Aduana, no obstanteel conocimiento personal que tenía con Yrigoyen. Comousted se imagina, en esos tiempos, la solidaridadpartidaria tenía otra escala que después se abandonó.

Dicho sea de paso, papá formó entre lospersonajes que acompañaron a pie hasta su residenciaa Victorino de la Plaza, siguiendo una costumbre pordesgracia abandonada. Dejamos, por lo tanto, laresidencia oficial en que vivíamos y nos mudamos a undepartamento ubicado en la calle Corrientes, en lascercanías de Pueyrredón. Allí fue donde presencié losepisodios más sórdidos que recuerdo y que me hanllevado a aborrecer la anarquía.

Todo ocurrió cuando un hecho grave no fuecontenido a tiempo por el gobierno de Yrigoyen. Se dejócrecer la violencia, los nihilistas (como se llamaba a losactivistas de la anarquía) comenzaron a dominar lasituación; la policía fue desbordada y desapareció deescena. Las calles estaban vacías durante el día y eranun páramo en la noche. A veces un tranvía se

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aventuraba con pasajeros, pero pronto aparecía ungrupo violento que lo detenía, hacía bajar al pasaje y loprendía fuego en medio de una general algazara.

Cuando la calle estaba dominada por laviolencia, el general Dellepiane, comandante de Campode Mayo, desobedeciendo órdenes, avisó a sussuperiores que marcharía sobre Buenos Aires, ocuparíael Departamento de Policía y emplazaría piquetes desoldados armados en esquinas estratégicas paraimponer la disciplina. Mientras se acercaba, recibió laautorización del ministro para hacerse cargo de laciudad.

De manera sospechosa, se provocó unapagón en el Departamento de Policía; en medio de laoscuridad, estallaron petardos y se produjo unabalacera general. Solo el dinamismo y coraje deDellepiane pusieron fin a esa situación caótica, finalizóel tiroteo y fue devuelta la tranquilidad a la ciudad.

Como por arte de encanto se terminaron losanarquistas, los cosacos, y los jóvenes bien queformaban la Liga Patriótica y habían tomado en susmanos organizar una represión tan absurda comopatética.

- Yo también tengo la misma percepción deesa semana – manifestó Borges -. Quizás sea unacoincidencia ideológica, tal vez una asociación social o

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una mera conformidad clasista; lo cierto es que laciudad de Buenos Aires estuvo en vilo durante esossucesos y la llama del desborde a punto de expandirseen forma irremediable.

- ¿No habla eso de la psicología de masas,tan sagazmente observada por Ortega y Gasset? – dijoHardoy, encubriendo en la pregunta una sutil afirmación-. Con la profundidad de análisis que le era común, yaPellegrini lo había señalado con motivo de la huelgaferoz de 1902. Decía el Gringo – palabra más, palabramenos, como diría usted - que « ...todos los conflictossociales comienzan de la misma manera: con unreclamo, en general, muy justificado. Aparecen despuéslos interesados en politizar la protesta, sigue laprovocación y continúa una represión poco feliz. Tal vez,en el medio aparece un muerto y la cosa ya no tienesolución. Pero entonces es cuando el Estado pierde lanoción de sus obligaciones: el primer deber que teníaera poner orden, aplicar la ley, y si alguien hubieracometido un delito ejercer sobre él la acción judicial quecorresponda. Ahora bien, cuando el orden ha sidorecuperado (sin cuya vigencia todo lo demás esinaplicable), tiene que buscar a los responsables delabuso, si los hubo, y caerles con toda energía. No esjusto que alguien se beneficie a la sombra de laautoridad del gobierno». Dicho sea de paso, Pellegrini,en ese momento se refería al reclamo inicial ¿Qué habíade injusto que en el puerto un hombre se negara a

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levantar una bolsa de 100 kilos, más que su propiopeso? ¿Es moralmente reprochable que alguien exijaque la bolsa pese “sólo” 75 kilogramos? Por otra parte,a los sectores laborales siempre se les había pedido quecooperaran con el esfuerzo que hacía el país para saliradelante. Hacia 1902, la prosperidad tocaba a la puertade los habitantes de la Argentina, ¿era injusto quetambién esos sectores quisieran participar de labonanza general?

- Yo estoy de acuerdo, pero convengamosque usted, con ese enfoque, parece un socialista - dijocon tono irónico Borges -.

La cara de Hardoy reflejó la seriedad de larespuesta cuando dijo:

- Sin embargo nunca lo he sido, ni siquieraen mi juventud, cuando un muchacho abraza esaideología, precursora de su posterior inclinaciónconservadora. Al contrario; he pasado mi vidaaterrorizado, temiendo que mis vaticinios fueran erradosy llegara el triunfo final del socialismo soviético. Cuandoalcancé la vejez pensé mucho en Ortega, en su«rebelión», cuando anticipaba que las masas haríanescuchar el bramido de su reclamo.

No hizo falta esperar al famoso «juevesnegro» de octubre de 1929; en el mundo entero selevantaron las barreras ante el empuje de todos los

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desheredados en busca de una justicia social que se lesnegaba inexorablemente. Ya en 1921, Matías SánchezSorondo, refiriéndose a la asunción de Hipólito Yrigoyena la presidencia, habló de un «plebiscito» que se habíapuesto en marcha entre nosotros. En realidad sinsaberlo estaba profetizando la marea irrefrenable delperonismo que llegó al poder 25 años después.

-Pero el peronismo atrajo lo más reprobabledel ser humano – alegó Borges - la «bronca», elresentimiento, el ascenso de los inferiores.

Como si estuviera ante un auditorioanhelante, Hardoy reflexionó:

- Sin embargo, todo debe ser analizadopartiendo de un fenómeno de masas, percibiendo lospliegues subterráneos que hacen obrar de una maneradeterminada a las sociedades en su conjunto. Al términode la «semana trágica», que había comenzado con unconflicto común en los talleres de Vasena, cuya soluciónhabría sido sencilla si el Gobierno hubiera actuado concauta autoridad, todo hacía suponer que la factura lesería presentada al señor Yrigoyen. Sin embargo noocurrió así; como una muestra del misterio queenvuelve la política (y el “fenómeno de masas”, comohemos dicho antes), en las elecciones que se realizaronde inmediato, Yrigoyen mantuvo el prestigio y lapopularidad, El partido Conservador de Buenos Aires,esa gran fuerza política que había sido fundada en 1908

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a instancias de Figueroa Alcorta, fue ampliamentederrotado. Vaya lo dicho para juzgar la acción de masas,de caudillos y la reacción de los pueblos.

- No hay dudas que el dominio de esemisterio, - replicó Borges - ese « romance » que haceposible que un hombre sepa interpretar los instintosgenerales de la muchedumbre, es la clave paraconvertirlo en caudillo. Los grandes condotieros de laantigüedad, los célebres jefes a cuyo destino seentregaron con mansedumbre poblaciones íntegras,esos individuos que tuvieron aptitud para que el públicocon gusto se sometiera a tormentos y privaciones bajosu mando, tenían un enlace secreto e instintivo con susconducidos. Algunos de sus seguidores hasta estaríanen condiciones de ofrecerle el bien que con más instintoun individuo puede defender: la vida.

- Digamos, sin embargo - acotó Hardoy - quesalvo excepciones, esos conductores han sabido templarcon acierto la cuerda de la demagogia. Fueron muypocos los que no recurrieron al halago de las bajaspasiones, a la exaltación de los peores instintos delhombre. Para no hacer nombres, que desnaturalizaríanel sentido de esta reflexión, lo invito a pasar revistamental de los caudillos que podrían estar adaptados aeste perfil; en todos los casos encontrará ingredientesque sirven para aplicar a ese sujeto; lo cual, sinembargo no contesta la observación inicial. Algo tienen

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para lograr tantos incondicionales.

- Usted – acotó Borges - ha sido identificadocomo una personificación indiscutida delconservadorismo tradicional. Y cuando un observadordistante como yo piensa en los conservadores, lo haceimaginando dos supuestos. Por un lado las gestioneshistóricas, que se entrelazan con la Argentina-promesa,la que atrajo inmigrantes de Europa, construyóferrocarriles por todo el país y a la que de maneravulgar se la llamó «el granero del mundo». Sin dudaalguna, Roca personifica este período, el que susdetractores llamaron de la «oligarquía vacuna». Eseconservadorismo es «nacional», por darle un nombre.Después de un interregno, esas ideas reaparecen, perolos conservadores «conservadores», es decir, los que seconsideraron a si mismos genuinos, lo hicieronrepresentando a la provincia de Buenos Aires. Tal vezhayan sido los sucesores de Ugarte.

Usted, que es una típica encarnación de lossectores más tradicionales de esos conservadores deBuenos Aires, ¿cuánto de su trayectoria atribuye a lainfluencia familiar, a las cercanías sociales conabanderados de esa corriente o a su propia elección?

- Vayamos por partes, contestó Hardoy.Hablamos primero de los gobiernos anteriores a 1916(fecha en la que ganó Yrigoyen y donde el gobierno dela Argentina patricia terminó). No puedo sino

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descubrirme ante esa nación “de la Generación del ´80”y “del Centenario”, como podría llamársela.

El que se instaló a partir de 1930 fue unpoder que procuró devolver al país la grandeza quehabía perdido, sobre todo, después de concluir elgobierno de Alvear. Digamos que ese período, si bienfue gobernado con patriotismo y capacidad, no percibióel “fenómeno de masas” de que hablamos antes, y en elfraude tuvo sepultura cultural e histórica. Por supuesto,en ese largo período, que superó la década, comenzó mimilitancia. Si bien con los años fui un crítico cerrado delfraude, reconozco y me arrepiento de haberme servidode él y gozado de sus beneficios. He pedido perdón poralgunas barbaridades que se cometieron y, cincuentaaños después, me he disculpado ante la tumba deAlvear – como ya le dije - por haberme sumado aquienes le negaron el derecho a ser candidato apresidente en la década del ´30.

¿Cuál fue la raíz de mi militancia? Porsupuesto, las ideas que sostuve las digerí inicialmenteen mi propia casa: mi padre y toda la familia de mimadre abrevaron en la ideología liberal-conservadora;no puedo negar la influencia que su pensamiento tuvoen mi formación.

Con un dejo de picardía, dijo Borges:

- Me parece visualizar en el Hardoy

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intelectual, ávido de la buena lectura, admiradoexponente de la intelligenzia nacional, un hombre quesólo tuvo ante si la posibilidad de optar por ideas queencuadraban en su ámbito familiar y social ¿meequivoco?

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CAPÍTULO 5

Esa Década de Infamia

En un libro que publicó en 2002 (“Crítica delas Ideas Políticas Argentinas”), Juan José Sebrelli – unhombre procedente de la izquierda nacional – decía, nosin un dejo de fina ironía, que si se utilizaba ladenominación ‘década infame’ para identificar a losgobiernos que se habían ejercido entre 1930 y 1943,¿qué calificación se reservaba para los posteriores?

Se sabe que fue un oscuro periodistaproveniente del nacionalismo, quien tuvo la fortuna de“inventar” la definición de década infame para el períodoque se inició con Uriburu. Esas ocurrencias, como laanterior y desusada de “régimen falaz y descreído”,fueron útiles para designar una etapa - aún cuando setratara de meras expresiones sintácticas - tan reñidascon la realidad como fecundas para su utilización en labarricada. La mera confrontación de esas frases con losdatos históricos de que se dispone, acerca lasexpresiones al disparate.

¿Cuándo se vivió mejor en la Argentina? ¿Fue

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en el Centenario de 1910 o en el Bicentenario de 2010?Se dirá que en aquellos años los trabajadores carecíandel paraguas legal que obtuvieron, años después,mediante una legislación social progresista y fecunda. Ysin dudas esa reflexión será cierta; pero el mundodesconocía esas normas que de una maneraembrionaria la Iglesia Católica procuraba imponermediante sus encíclicas sociales.

Tan mal no se vivía y trabajaba en eseentonces si se considera que existían los llamados“trabajadores golondrinas” que viajaban desde Europapara participar en las cosechas pampeanas, volver a sutierra de origen con los salarios ganados y mantener asu familia hasta la próxima recolección.

Es verdad que las condiciones de trabajo eranprecarias y la “junta” se hacía a mano; que muchasveces se dormía a la intemperie, sin más techo que lasestrellas, salvo las noches de lluvia, en que sepernoctaba bajo una lona, que el patrón desplegaba ….para cubrir las maquinarias, por supuesto.

Pero esos eran tiempos en que no solofaltaba legislación social; aún la inteligencia humana nohabía realizado los inventos que le permitieron alhombre tener acceso a los grandes descubrimientostécnicos y científicos. El dolor y el sufrimiento igualaba alos individuos; cualquiera fuere el patrimonio económicode una persona no tenia acceso a la anestesia moderna

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ni a los antibióticos: en el Centenario, AlexanderFleming era aún un niño.

Comparada con otras naciones – porsupuesto del primer mundo, de esas que ahora nosmiran por sobre el hombro – la Argentina del Centenarioera el Paraíso.

El gobierno de Francia había enviado unsociólogo a Buenos Aires, para efectuar un estudio decampo sobre la realidad social en que se vivía. Laconclusión despierta admiración y merecería serdestacada para honra de ese tiempo: decía el expertoque lo había sorprendido advertir que los obrerosviajaban en el mismo tranvía que quienes no lo eran ¡Yno llevaban un uniforme que los distinguiera como tales!Era normal que en Europa el hijo de un trabajadortuviera el “beneficio” de continuar siendo obrero comolo había sido su padre, pero el precio era quepermaneciera y muriera en esa misma condición.

Los gobernantes argentinos de entoncespodían mirar hacia atrás sin temor a toparse con elreproche de los próceres; la misión estaba cumplida.

¿Y después de 1930? El mundo habíapadecido una sacudida impresionante. Los EstadosUnidos – ya por entonces la primera potencia del mundo– sufrían una tasa de desempleo que ninguna pesadillahabría podido imaginar. Se inventaron las “colas”: filas

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para adquirir combustible, para conseguir empleo, pararecibir un plato de comida.

Las naciones se replegaron sobre si mismas yel nacionalismo vivió horas de gloria. Gran Bretaña – lanación que había ganado tanta plata con nuestro país (ycon la cual nosotros hicimos grandes negocios yaprovechamos su tecnología) – dejó de comprar carne ygranos argentinos. Tironeada por el Commonwealth,suscribió el Tratado de Ottawa, por el cual se obligaba acomerciar únicamente con sus dominios.

De repente, por ese acuerdo, el campoargentino, el sector que siempre había pagado las crisis,cuya producción constituía la principal fuente de divisaspermanentes de la nación, se quedó sin cliente. Lamiseria tocó a la puerta del rico y del pobre. Lascosechas se perdían; era más barato quemar laproducción que levantarla.

Para la combustión de las locomotoras seutilizaba maíz, recolectado de la manera más precaria yeconómica posible. Ni siquiera tenía el valor agregadoque, décadas después, ofrecería la soja, con cuyosporotos se hace gasoil, utilizando mano de obra ytecnología; por entonces ese “yuyo” era desconocido.

El gobierno de entonces, presidido por Justo,dio muestras de un pragmatismo notable. Liberalesconsumados, optaron por propiciar políticas dirigistas y

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asumieron la responsabilidad frente a la historia detomar medidas en secreto, sin mostrar las cartas alCongreso, al que escrupulosamente recurrirían después,para someter al veredicto de los órganos de laConstitución las acciones que con valentía y patriotismohabían llevado a cabo. (Aún a riesgo de que, en caso deser anuladas, la honra de quienes habían impulsado lasmedidas quedara maltrecha. Para agravio del buennombre bastaba con la sospecha o la intriga,administrada en dosis generosas por la oposición).

En ese contexto, el vicepresidente Roca viajóa Londres, para firmar el famoso Tratado con Runcimanpor el cual tantas generaciones denostaron a susparticipantes y a quienes los apoyaron. Tan malo nohabrá sido para la Argentina, ya que poco después,pudo proclamarse que las consecuencias de la crisismundial habían desaparecido. La legislación social fuede vanguardia y algunas de esas normas aún hoy seencuentran vigentes.

Hasta la música popular reflejó la vuelta a laproducción y el trabajo. Cambiaron las letras de lostangos; no se le hubiera ocurrido a Discépolo describirla amargura de la crisis reflejada en nuestra sociedad;en esa segunda mitad de la “década infame” Farol, Tresesquinas, describían un arrabal de trabajadores, quehabía reemplazado el suburbio de cuchilleros y malevospor la oscura realidad de las fábricas. Las industrias

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estaban de pie, las obreras que concurrían a los talleresaportaban el desfile multicolor de su figura

Dicho sea de paso: durante décadas, elTratado Roca-Runciman fue signo de entrega de lasoberanía argentina. ¿Habrá sido premiado Runcimanpor su “victoria” diplomática sobre Roca? ¡Para nada!¿De qué victoria hablamos? ¡Jamás volvió a ocupar uncargo público! Fue separado de toda función, sepultadopara siempre, como responsable de un acuerdoignominioso y traidor para Gran Bretaña y sus dominios.¿Habrá que continuar insultando a Roca o será precisofelicitarlo por su patriótico desempeño?

Este pensamiento, que era el de Hardoy, lepermitió responder la inquietud de Borges con legítimoorgullo:

- Voy a contestar su reflexión Borges, peroantes, permítame realizar una pequeña digresión.Recién nombró a la oligarquía vacuna. En mi análisis,esa oligarquía no es heredera de las viejas familiaspatricias que pelearon en la guerra de la independenciao en las luchas civiles. Los personajes que realizaron lahazaña de convertir un país pobre e ignorado por loscentros del poder mundial en una república culta yevolucionada, eran, en su mayoría, recién llegados alRío de la Plata. Fueron los que fundaron la SociedadRural en 1886, alambraron los campos, instalaron laagricultura, plantaron vides, refinaron por cruza la

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hacienda y aprovecharon los brazos de la inmigraciónmasiva para fecundar el desierto y exportar unaproducción cada vez más voluminosa y adecuada parasatisfacer la demanda de un gran mercado de ultramar.

En 1880, con la sanción de la ley que designala Capital Federal, se produce una inflexión de lahistoria: a partir de entonces, la Argentina no será másuna prolongación de la Colonia, sino al contrario, la querompe con lo heredado y produce una fractura con elpasado.

- Admitiendo lo que usted menciona –coincidió Borges - no sería casual que el Martín Fierrohubiera sido editado en esa época; como el Quijote, quefue un alarido de la Edad Media por permanecer contrala Edad Moderna que se abría paso, el libro deHernández habría sido el grito de la Argentina heroicapero atrasada, desesperada por defenderse de un nuevopaís, moderno, esforzado - algo cartaginés tal vez - quepujaba por darse su propio perfil. El documento deidentidad de ese país fue la Generación del ´80. Sinperjuicio de ello, debo reiterar mi opinión: Fierro no fueel arquetipo del gaucho que peleó en las guerras civilesy cruzó con San Martín la cordillera.

- Fíjese – acotó Hardoy - que el 1° de enerode 1872, se produce la famosa masacre de Tandil. Ungrupo de paisanos analfabetos se abalanzó sobre lapoblación al grito de “¡Muerte a los masones! ¡Viva la

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religión!”.

Por supuesto, ninguno de ellos sabía qué erala masonería, siendo que además, en ese entonces, enTandil no había masones y ellos eran analfabetos parahaberlos estudiado, como se comprobó después. Prontoel grito fue reemplazado: “¡Mueran los extranjeros!”¡Mire si no fue un alarido contra la inmigración!

Las víctimas más notorias fueron unmatrimonio inglés que explotaba un almacén de ramosgenerales, un modesto italiano organillero y variosintegrantes de la colonia dinamarquesa. Buscaron, porfortuna sin éxito, a un gallego carretero que arrendabaun campo: don Ramón Santamarina. La escasa suertede los asesinos hizo posible que el damnificado pudieraseguir su vida y ella se fecundara en uno de sus hijos,que fue el célebre “don Antonio”.

Traigo ese ejemplo a colación porque el odiofue hacia aquellos inmigrantes cuya prosperidad severificaba mediante el trabajo y la inteligencia, queponían en evidencia su gratitud inmensa hacia el paísque les había dado esa gran oportunidad de progreso.

El caso se cerró virtualmente con la ejecucióndel instigador, un santón llamado Solané, pero siempresubsistió la idea de que, detrás del personaje, existíanfiguras ocultas que estimularon el raid criminal. Almenos, la correspondencia privada de Ramón

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Santamarina trasluce el olfato amargo de la traición.Don Antonio Santamarina resultó ser, con el tiempo, unexquisito coleccionista de pinturas, que en gran partedonó al Museo Nacional de Arte y otras de granimportancia al de Tandil; fue intendente de esa ciudad,diputado y senador nacional y presidió por varios añosel Partido Conservador de Buenos Aires. Hago referenciaa su nombre, porque confirma la tesis que reciénexpuse: la Generación del ´80, la Sociedad Rural, laUnión Industrial, pertenecieron a la llamada «oligarquíavacuna», pero la formaron noveles estancieros eindustriales que modernizaron la república y resultaronvíctimas de la reacción de los desplazados.

- Por supuesto se de quien se trata en el casode Antonio Santamarina – agregó Borges; yopersonalmente lo traté y guardo una sincera admiraciónpor su exquisita inclinación al arte, aunquepersonalmente nunca tuve devoción por la estética,derivada de pinturas y esculturas. Y lo digo no sin unacuota de sorpresa conmigo mismo, porque mi hermanaNorah fue una distinguida pintora.

- Bueno, yo creo – señaló Hardoy - que donAntonio perteneció a esa segunda colección de hombresimportantes que gravitó en la Argentina. Para mi hanexistido tres corrientes fundamentales. La primera deellas la compuso la generación heroica, los patricios quefundaron la Patria y aseguraron la independencia.

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Después gravitó una segunda oleada, que integraronalgunos descendientes de esa casta notable y muchosinmigrantes o sus hijos, que crecieron identificados conla tradición anterior. A esta camada nos hemos referidoantes: fue la fundadora de la Sociedad Rural, de laUnión Industrial, deleitaba su solaz en el Jockey Club oel Circulo de Armas y se corporizó en forma visible pormedio de la llamada Generación del ’80.

A mi juicio, la gravitación de esta pléyademagnífica quedó sepultada con el ostracismo deMarcelino Ugarte, el «petiso orejudo», como lobautizaron con sorna los radicales, tal vez en represaliapor el mote de «peludo» que la Fronda, con tono deburla, le aplicó a Yrigoyen. Con el triunfo de Yrigoyen seprodujo la llegada al poder de una nueva clase media,(la tercer corriente) representada en lo fundamental porlos “doctores”, es decir, los hijos de los últimosinmigrantes que pedían - con un derecho innegable –una ubicación cercana a los lugares dominantes. Tal vez,la mayor queja contra ellos radique en el escasoreconocimiento que tuvieron hacia una clase dirigenteque, con generosidad, les facilitó su ascenso político ysocial.

La llegada de Yrigoyen al poder – afortunadovencedor en los comicios – con su estilo hierático eimpasible, provocó sensibles estremecimientos en laincipiente democracia de masas. Sin embargo, los

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ciudadanos que, reemplazando los caballos, se uncieronal coche presidencial quizá no sospecharon que con suconducta daban inicio a una nueva forma de gobiernoque fatalmente habría de derivar en el ejercicio de unpoder tumultuario y demagógico, paternalista yprimario.

- Sé bien cuál fue ese gobierno – dijo congravedad Borges - y además de víctima, fui su cerradoopositor. Ahora bien; discúlpeme Hardoy, pero esteanálisis que hace – y al que me lleva - es “intelectual”,por decirlo de algún modo; yo quiero escuchar de supropia boca cómo orientó su vocación y cuánto de ellose debió a influencia de la familia, del medio, de suinstalación social.

- Vuelvo a decir - respondió Hardoy -;vayamos por partes. Primero deseo hacer el diagnóstico.Hablamos antes que nada de los gobiernos previos a1916 (fecha en la que el gobierno de la Argentinatradicional terminó). No puedo sino descubrirme anteesa nación “del Centenario”, como ya creo haberlodicho.

El que se instaló a partir de 1930 fue unrégimen que procuró devolver al país la grandeza quehabía perdido y si bien fue gobernado con patriotismo ycapacidad, no percibió el “fenómeno de masas” de quehablamos antes y en la prepotencia electoral tuvosepultura.

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Por supuesto, en ese largo período, quesuperó la década, comenzó mi militancia; y si bien conlos años fui un crítico cerrado del fraude, nunca voy acansarme de decirlo: reconozco y me arrepiento dehaberme servido de él y gozado de sus beneficios. Hepedido perdón por algunas barbaridades que secometieron (de las que me siento cómplice) y, aunquecon cincuenta años de demora, me he disculpado en elsepulcro de Alvear por haberme sumado a quienes lenegaron el derecho a ser candidato a presidente en ladécada del ´30. Todo esto ya se lo he dicho y si lo repitono es por flaquezas cerebrales de una edad avanzada(de la que en este espacio carezco), sino porque enrealidad me han obsesionado, al sentirme yo mismoprotagonista y usufructuario de esos sucesos.

¿Cuál fue la raíz de mi militancia? Porsupuesto, como ya le he dicho, las ideas que sostuve lasdigerí inicialmente en mi propia casa: mi padre y toda lafamilia de mi madre. No puedo negar la influencia quesu pensamiento tuvo en mi formación.

Mi padre, por ejemplo, fue socio del estudioque integrara en conjunto con José María Rosa yFrancisco J. Oliver. Por desgracia, ese acreditadoescritorio, que habían fundado en el siglo XIX el padrede Rosa y Juan José Romero (ambos ex ministros deRoca) terminó cuando falleció mi padre atropellado porun camión en las inmediaciones de la Plaza

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Constitución. Al poco tiempo murió Oliver y Rosa sededicó en forma exclusiva a la política. La muerte depapá, además del impacto afectivo sobre nosotros, tuvouna influencia decisiva en el estado económico denuestra familia. Por si fuera poco, el mismo año de sumuerte se liquidó la Cooperativa de Hacendados quehabía fundado don Santiago Elisagaray y presidieraCeledonio Pereda. Allí yo había empezado a trabajarcuando apenas tenía 16 años y esos ingresos, en unafamilia que no necesitaba de mi apoyo dinerariomientras vivía papá, me permitían estudiar y hacerpolítica, que, por supuesto, la practicaba en las filas delconservadorismo tradicional.

Debo agregar que sin la ayuda generosa dedon Felipe Castro, el caudillo conservador de Lomas deZamora que me hizo ingresar en la municipalidad, nohubiera podido ayudar a mi familia en ese dolorosomomento. ¿Debo agregar algo para justificar miinclinación política?

- Es como yo lo imaginaba. Sólo queríaescucharlo de su boca - sentenció con una sonrisaBorges.

- No obstante, no crea que fui inmune a otrastentaciones – agregó Hardoy. Por ejemplo, elnacionalismo ejerció una inquieta influencia sobre mí y,en mi juventud, Ernesto Palacio, Mario Lassaga y el“Vate” Araya me conmovieron con intensidad.

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- Nunca hubiera imaginado a Hardoy, unespécimen calificado del conservadorismo más liberal -replicó Borges - atraído por una corriente ideológica quefue tan extrema como su antítesis, el marxismo-leninismo que tanto daño causó, en especial a loshombres más jóvenes. También el nacionalismo fuenegativo.

- No Borges – dijo Hardoy, acompañando laspalabras con un movimiento de cabeza - nunca me sentícercano al nacionalismo, pero disfruté de la amistad deesos hombres que fueron superiores. En rigor, no meexpresé bien; no fue el nacionalismo el que tuvoinfluencia sobre mí sino la personalidad de algunos desus expositores. A Palacio, por ejemplo, bastante mayorque yo, lo recuerdo de sus tiempos de novio, cuandoabsorto y embelesado, contemplaba a quien despuésfuera su devota esposa. Me parece verlos, sentados enalgún banco del parque del famoso Hotel “Las Delicias”de Adrogué. Su obra más famosa fue, sin duda, la“Historia de la Argentina”, un libro merecedor del olvido,escrito, me parece, que a desgano. Sin embargo es elmás reconocido de su producción, olvidando – a micriterio con gran injusticia – “Catilina contra laoligarquía” en la que Palacio muestra lo mejor de suvuelo literario describiendo el personaje, cuya imagennos llegó a través del juicio severo de Cicerón.

Con ánimo resignado y un dejo de

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frustración, que no podía ocultar a pesar del lugardonde se encontraban, Borges respondió:

- Por desgracia, ese nacionalismo nunca vioque nuestra asociación con Gran Bretaña fue un grannegocio para nuestra nación y para los ingleses; éstoshicieron una considerable diferencia económica, peronosotros pudimos traer los ferrocarriles y los banquerosde la rubia Albion, lo que nos permitió poblar el desiertoy multiplicar la riqueza pública y privada. En otro ordende cosas, yo también debo señalar que he admirado labelleza literaria de Palacio.

- De ese grupo – agregó Hardoy - heconservado incluso la nostalgia de su humor: irónico,culto, ingenioso, cáustico. He sabido por boca de losmismos protagonistas que mientras Palacio escribía sucélebre “Catilina…”, Lassaga le preguntó si era cierto queel famoso romano era apuesto, muy rico, inteligente yvaleroso y ante la respuesta afirmativa de Palaciocontinuó: “¿Dices que viajó a Grecia a estudiar filosofíaal lado de maestros ancianos?”. Otra vez Palacio asintióy Lassaga remató: “¡Por favor, Ernesto! ¡Habrá ido aAtenas a solazarse con las hetairas!”

- Es cierto – reflexionó Borges con unasonrisa; todos ellos han dado muestras de un humorcruel, la mayor parte de las veces, a expensas de ellosmismos. He sabido que el “Vate” Araya alguna vez fuereprendido por su padre (que era un gran señor,

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respetable y digno) debido a su falta de aplicación, quedesnaturalizaba el esfuerzo paterno. El “Vate” lecontestó muy suelto de cuerpo, recomendándole leer elnúmero de Caras y Caretas que debía aparecer a los dosdías. Allí fue publicada una poesía suya referida a símismo, que en la parte que nos concierne, decía: “Y asími vida se desliza/ feliz entre almohadones/ agotadopor el esfuerzo/ de cien generaciones.”

- Siempre me he preguntado - observóHardoy - si esos hombres de cultura refinada, brillosuperior y sarcasmo a flor de piel habrían desarrolladosu talento en otro ambiente, que no hubiera sido elprovisto por una Argentina espléndida. Fíjese que sólo lagran inteligencia que se les reconocía hizo que fueraninolvidables algunas expresiones que en personasmenos cultas habrían sido vulgares y reprobables.Lassaga y Araya, que eran rosarinos, escribieron en unaocasión una famosa “Oda a Rosario”; comenzaban conuna espléndida evocación del pasado de la ciudad, peroal llegar al tiempo contemporáneo decían: “…. ciudad deAstengo, de Echesortu y de Casas;/ sede del honorableBenvenuto;/ aquí se funden cuatrocientas razas/ peronunca se funde un gringo bruto”. Por supuesto, fueron“invitados” cortésmente a retirarse de Rosario. Como enla antigua Grecia: ¡condenados al ostracismo yobligados a emigrar a otra ciudad!

Festejó con alegría Borges el relato, pero

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expresó de inmediato, con toda seriedad:

- Ese nacionalismo de humor fecundo, culto yde derecha, puede ser dividido en tres grandes grupos:los afrancesados, inspirados en Maurras; los católicos,de raíz hispanista y los deslumbrados por lasrevoluciones totalitarias, nazi o fascista. El Lugones desus últimos tiempos ¿en qué grupo podría serencasillado?

- Creo que la majestad de Lugones mereceser incluida en otra categoría – respondió Hardoy. Meciño a algo dicho por Julio Irazusta: “Como los partidosde extrema izquierda, [el nacionalismo] sufrió lastentaciones ofrecidas por las revoluciones del mundo,esta vez, hacia la extrema derecha. Su antielectoralismorecalcitrante le hizo rechazar toda propuesta de fundarun partido nacionalista, al estilo tradicional, para ir a lasurnas…”. Lugones pagó con su propia vida la angustia deno ver realizada esa utopía.

- Si, yo creo que el afán por llegar a lajefatura suprema – apuntó Borges - como la queejercían los dictadores en boga en Europa hizo estragosentre los jefes de ese grupo. La idea de copar unmovimiento ajeno o un régimen (como el de Perón,según intentaron algunos de los integrantes de FORJA,por ejemplo) les hizo olvidar que esos hombres fuertes,que tanto admiraban en Europa habían empezado deabajo y triunfado con apoyo popular, más que por obra

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de ingenierías alambicadas de raíz maquiavélica.Irazusta decía también – con esa elegancia literaria quetenía - que como ese nacionalismo no tenía domiciliopolítico fijo, cuando la historia fue a buscarlo descubrióque carecía de señas para encontrarlo.

Hardoy decidió retomar el hilo de su propiaconfesión:

- Mire Borges, no voy a esquivar el bultoomitiendo los orígenes de mi militancia. Desde fines de1927 hasta los primeros meses de 1936, cuando fuielegido diputado nacional por primera vez, terminé elcolegio secundario, me recibí de abogado y… lo másgrave de todo: se consumió mi juventud. Casi no tuveadolescencia. Como le decía, gracias a Castro ingresé enla municipalidad de Lomas de Zamora y, poco después,fui designado para integrar, como asistente, unaComisión Honoraria que presidía Juan Vilgré Lamadrid,destinada a estudiar las reformas aconsejables a laConstitución Provincial. Vilgré (famoso por ser unapersona bondadosa y buen catador de hombres) fuedesignado ministro de Gobierno y me llevó con él desecretario privado.

Cuando finalizó su breve mandato (por lacaída del gobernador Federico Martínez de Hoz), pasé adesempeñarme como una especie de subrrelator en laFiscalía de Estado y tuve la fortuna de conocer a tresgrandes fiscales, de distinto estilo y formación, pero

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todos verdaderos sabios que ejercieron una notableinfluencia sobre mí. Ellos fueron Juan Silva Riestra (eldeportivo descendiente de Norberto de la Riestra), JuanE. Solá (un erudito del derecho civil, gran señor,excelente amigo, elegante y seductor, en especial de lasdamas) y Gabino Salas, ex ministro de Ugarte, brillantelegislador y eximio camarista; solía recurrir a la ironía yenarbolándola como una bandera, exclamaba, porejemplo, que no violaba la “ley de residencia” viviendoen Buenos Aires en lugar de hacerlo en La Plata,porque, según él, aquella era “la verdadera capital de laprovincia”. Dominaba en forma minuciosa el código civily la doctrina de Vélez, aunque se proclamaba ignorantede esa disciplina; solía decir, también, que un buen juezdel crimen debía haber estado preso por lo menos dosaños. “Yo nunca lo estuve – exclamaba con alegre ironía– pero, ¡vaya si lo merecía! Por eso fui un excelentejuez”.

Ese fue el medio familiar, laboral y social enel cual tuve acogida y desempeño ¿Fueron mis ideas lasque me llevaron a acercarme a él?, o al revés, ¿el medioinfluyó para que germinaran aquellas? Nunca me detuvea analizarlo. La correspondencia entre mi entornofamiliar, mis propias ideas, la vida social y lasoportunidades de trabajo sucedieron como un caminodoble, que invitaba a ser transitado en ambasdirecciones.

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Pero si a esta altura me preguntaran,proclamaría sin vacilaciones que con defectos y virtudeshe sido siempre un conservador orgulloso de sus ideas ysu pasado.

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CAPÍTULO 6

Dios

Tratando los aspectos más elevados de estalarga conversación, ambos abordaron uno de los temasmás controvertidos, que asaltara sus inteligencias en lavida terrena y los enfrentara a vericuetos de difícilrecorrido. A boca de jarro, Borges preguntó:

- ¿Usted tiene sueños, Hardoy?

- Por supuesto – respondió el otro. Algunosvanos, otros que me mancillan el alma al noconcretarse. Sueño con un país grande, con el gobiernode los mejores, con el desprecio por la demagogia y lacondena del latrocinio. He soñado tanto con el país delCentenario que no alcanzo a descubrir qué parte deellos son sueños y cuando comienza el deseo o laesperanza.

- Yo, en principio, me refería a otro tipo desueños – dudó Borges. A los que acometen nuestroreposo y se desvanecen en el amanecer, cuando elrecuerdo hace mezclar la fábula de lo que en efecto sesoñó y la imaginación de lo que uno cree haber soñado.

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Viene esto a cuento – continuó - paraaquellos escépticos que me atribuyen un agnosticismo aultranza y consideran que mi inclusión en el Cielo es unamera intrusión, como si mi presencia fuera la invasiónde un lugar que usurpo. El senador Boecio – a mi juicio,el último romano – solía referir un sueño que sin dudasirvió de inspiración al Dante.

Decía Boecio que, cuando despertaba,recordaba al espectador de una carrera de caballos. Elespectador estaba en el hipódromo y desde su palcoveía los caballos y la partida, las vicisitudes de lacarrera, la llegada de la cabalgadura vencedora a lameta.

- Boecio no solo inspiró a Dante Alighieri –acotó Hardoy - sino que a él (entre otros factores) seatribuye la fe que iluminó al poeta.

- A eso quiero llegar. Pero Boecio sueña otroespectador; ése es espectador del espectador y ademásespectador de la carrera: es previsiblemente, Dios. Yoagrego (y lo he escrito en mi vida mundana) que Diosve toda la carrera en un solo instante de su eternidad:el arribo de los potros a la cinta, la largada, lasalternativas, la llegada. De un solo vistazo lo ve todo,como también advierte toda la historia universal; de esemodo, Boecio salva las dos nociones: la del librealbedrío y la de la Providencia. Igual que el espectador,Dios ve toda la carrera y, como él, no influye en su

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resultado, del mismo modo que no incide en nuestrosactos. Nosotros obramos libremente, pero Dios ya sabecual será nuestro destino final, del mismo modo quesabe quién será el vencedor de la carrera. A mi juicio,así ve Dios la historia universal; lo ve todo en un solo,espléndido, vertiginoso instante que es la eternidad.

La tesis medieval me indujo a sostener lainfinitud de Dios, que hacía posible que todo y nada seconjugaran en una sola mirada omnipotente. El principioneoplatónico que se elaboró en la Edad Media (Edadque, no obstante tantas calumnias, nos dio la idea de untexto capaz de múltiples lecturas) sostenía la necesidadde descifrar las leyes que rigen la estructura deluniverso. Debo confesarle que intenté, vanamente,encontrar sus claves, aunque, en la intimidad, dudabaque ellas en realidad existieran.

Tal vez por eso pretendí en Nueva Refutacióndel Tiempo acometer contra esa prisión trágica denuestra existencia mundana como son el tiempo y elespacio. La futilidad de pretender desentrañar laeternidad y el infinito (lo que nos conducenecesariamente a encontrarnos en medio de unlaberinto) procuré desarrollarla en la Biblioteca deBabel, que representa lo absoluto, es decir, laacumulación de todos los textos que encierren lo que esposible conocer (lo que, por supuesto, es imposible decomunicar a los hombres, que son una mera expresión

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de la limitación).

- Le aclaro, Borges – coincidió Hardoy - queyo comparto esa visión de la omnipotencia divina ytambién que el hombre, como las naciones, estáprovisto por Él de suficiente libertad como para construirsu propio devenir. Ha existido un planteo acerca de laomnipotencia de Dios: en una carta que le escribieraPier Damiani a Desiderio, abad de Monte Cassino,alrededor del 1000 y pico, elabora un texto que se hallamado De divina Omnipotentia. Allí señala que le haescuchado decir a San Jerónimo que a pesar de suomnipotencia, Dios no puede devolver la virginidad auna mujer que la ha perdido: “si Dios es omnipotente,¿puede hacer que lo que ha sucedido no hubierasucedido?” La reflexión se lleva al caso de Roma; no haydudas que si Dios lo desea, puede destruirla. Ahorabien: ¿puede decidir que el gesto de Rómulo y Remofuera inexistente y que su fundación nunca ocurrió? Yocreo que la respuesta está en la libertad que el mismoSeñor le otorgó al hombre; Damiani lo dice con palabrastremendas: “¡… hombres vanos, sacrílegos negadoresdel dogma, que oponen frívolas discusiones a quiencamina con simplicidad…!”

Vea, sino, el ejemplo de nuestra mismapatria: de nación rectora, objeto del deseo de loshombres que se sentían desheredados del mundo, ainscribir su nombre entre los países más despreciables,

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donde la corrupción carcome sus vísceras y la pobrezala ha hecho descender a los niveles más subrrasantesdel universo. Todo eso ha ocurrido merced a esa libertadque tuvo, aún para degradarse. Como argentino queamó con pasión a su patria he visto con dolor el uso quese hizo de la libertad que Dios le dio. Sólo me quedaconfiar en que su misericordia infinita la beneficie conlos dones de su Providencia dándole otra oportunidad.

Decía Aristóteles que “no hay más bondad –yo agregaría ‘e inteligencia’ – en el género humano -continuó Hardoy - que la que Dios quiere otorgarle porla misma virtud de Dios y por Su amor ycondescendencia. Y esto es así porque el hombre nacióperverso y no puede librarse de las redes de la iniquidadsin la ayuda de Dios por mucho que se esfuerce o pormucha que sea su voluntad”.

Mire, Borges, ese gran rey que tuvo Babiloniay se llamaba Hammurabi, hizo inscribir en su inmortalcódigo: “¿Cómo puede librarse el hombre del mal quelleva en sí mismo? Por la contemplación de Dios, por lapenitencia y el arrepentimiento; por la confesión de suspecados: en definitiva, sólo gracias al poder de Dios.Algún día el propio Dios se manifestará a la vista de loshombres encarnado como un hombre más”.

Dígame Borges ¿no es maravillosa esareferencia? ¡Hammurabi reinó 2000 años antes de lavenida de Jesucristo! En eso creo que la cultura, lejos

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de fomentar la incredulidad, impone a la inteligencia eluso de la razón para encontrarse con el mensaje deDios. Y la compasión del Creador se evidenció no sóloen que envió a su propio Hijo a adquirir forma humanapara lavar los pecados del hombre, sino que, al haberperdido éste el estado de gracia, quedó condenado a lamuerte eterna de la que únicamente pudo ser redimidopor medio de aquella. ¿No fue acaso eso mismo lo quedijo Aristóteles, a quien recién citara?

- A veces me he preguntado si Dios – dijoBorges como pensando en voz alta - de maneradeliberada, no redujo el reconocimiento del Mesías a unacto de fe. Isaías escribió: “¿quién creerá que lo hemosoído? ¿a quién fue revelado el brazo de Yavé?”. LasEscrituras decían que nacería entre los judíos, pero esasmismas profecías advertían sobre la incredulidad demuchos. Debo decirle que yo también estoy adscrito aesa tesis; descreo, por lo tanto, de la opinión de Dunne,quien imagina que cada uno de nosotros posee unamodesta eternidad personal, que utilizamos al dormirtodas las noches. Según él, a cada hombre le está dado,con el sueño, una pequeña eternidad personal que lepermite ver su pasado cercano … y también su porvenirmás próximo. Lo que pasa es que según Dunne, elsoñador ve todo esto de un solo vistazo, de modosimilar al que Dios, desde su vasta eternidad, de unasola mirada ve todo el proceso cósmico.

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La desorganización estádada en la ciudad o en el sueño; yo, por eso, he elegidoel laberinto para representar lo opuesto. En el laberintoexiste alguna distribución; es el lugar del caos, elámbito que contiene a muchas representacioneshomólogas del caos, la muerte, las tinieblas, laenfermedad, el dolor, la ignorancia, la noche, el sueño.Pero en el laberinto existe una cierta organización, unamínima simetría.

¿Qué sucede al despertar? Como estamosacostumbrados a la vida sucesiva, damos formanarrativa a nuestro sueño, pero él ha sido múltiple y ala vez simultáneo: no podemos relatarlo.

Alguna vez lo escribí y he debido acudir a laficción para referirme a ellos, pero tratando que fueraaccesible a la comprensión, aún cuando importara unaverdadera reflexión metafísica. Las ruinas circularesvienen a contar que el sueño es la verdadera realidad.En el relato de ese cuento, un hombre sueña con otrohombre al que idealiza, pero al despertarse, su creacióndesaparece y el propio protagonista descubre que él estambién un producto imaginario del sueño de otrosoñador.

Lo que he tratado de significar es que, de esemodo, para el salvaje o para el niño los sueños son unepisodio de la vigilia; para los poetas y los místicos, esposible que toda la vigilia sea un sueño.

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- Esto lo dice, de una manera más seca ylacónica, Calderón de la Barca: “la vida es sueño” –comentó Hardoy.

- También, con una imagen insuperable,Shakespeare, agregó Borges: “estamos hechos de lamisma madera que nuestros sueños”. Y de una formaespléndida el poeta austríaco Von der Vogelweide, quiense preguntaba: “¿He soñado mi vida, o fue un sueño?”

Hardoy, sintiéndose como transportado con elgiro que tomaba la conversación, dijo:

- Lo que pasa es que el problema de laeternidad va acollarado con el de la inmortalidad, queaún en el plano inconciente es una aspiraciónpermanente del ser humano.

- En este tema pienso – señaló Borges - demanera similar a Williams James (el único filósofonorteamericano de importancia y que con supragmatismo iluminó y justificó la conquista del oeste)cuando declara que es un problema menor; y, de hecho,en “Las Variedades de la Experiencia Religiosa” apenasle dedica una página al tema. James dice que elproblema de la inmortalidad personal se confunde con elproblema religioso y agrega: “… para el común de lagente, Dios es el productor de la inmortalidad…”.

- Del mismo modo pensaba don Miguel deUnamuno.

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- Si – dijo Borges en tono risueño - pero mehacía gracia algo de Unamuno: aclarando que solo Dioses el ser capaz de producir la inmortalidad, agregabaque si él viviera varios siglos desearía seguir siendoMiguel de Unamuno. ¿Se imagina Hardoy, tamañoaburrimiento? ¡Por supuesto que yo no habría queridocontinuar siendo Jorge Luís Borges! Si San Agustín nohubiera existido (para afirmar que somos un individuoúnico, creado así por la omnipotencia de Dios, cuyaalma espera el Juicio Final) tal vez mi deseo ocupara ellugar de una flor o un tigre…

Mire Hardoy, algunas cosas quedan grabadaspara siempre en la memoria humana y aún serecuerdan en este ámbito celestial. En cierta ocasión,vino mi hermana Norah a casa y me dijo que pensabapintar un cuadro que se iba a llamar “Nostalgias de laTierra”, cuyo contenido sería lo que siente unbienaventurado cuando está en el Cielo. Ella lo iba apintar con los elementos que memorizaba del BuenosAires de su infancia. Yo había escrito algo de contenidosimilar, apoyando la doble condición: (humana y divina)de Jesucristo. Lo imaginaba recordando un día de lluviaen Galilea, el aroma que guardaba de la antiguacarpintería, y algo que es propio de la tierra y no se veigual en el Paraíso: la contemplación de la bóvedaestrellada, que Jesús habrá admirado (admirado de símismo) desde su condición humana.

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Pero debemos obrar con cuidado, porque esposible que para alentar el ingenio terrenal,conjeturemos alguna herejía.

Pongo por caso un inolvidable poema deDante Gabriel Rossetti: se trata de una muchacha queestá en el Cielo y se siente desdichada porque suamante ha quedado en la Tierra y lo extraña. Pasa eltiempo y su amor no viene; más aún: no vendrá nuncaporque ha pecado y su destino no ha sido el Cielo; ellacontinuará esperándolo por siempre. Decía James que lainmortalidad del alma corresponde menos a la filosofíaque a la teología (por lo menos a algunas, agregaríayo). Este callejón sin salida tiene una aparente solución(si el hombre a través de la fe no espera el encuentrocon Dios como recompensa final): la trasmigración delas almas, que es una respuesta poética y por supuesto,más seductora que la otra, aunque naturalmenteinexacta, como expresara San Agustín. La poesía nospermite imaginar que en la reencarnación seremos D´Artagnan, Sócrates, o una rosa.

- Pero ya hemos dicho que San Agustín –reflexionó Hardoy - destruyó la idea de la trasmigraciónde las almas. Un antiguo amigo mío, Carlos PedroBlaquier, decía que el Pecado Original rompió la Alianzade Dios con el hombre, pero el Padre envió a su hijo a laTierra para que con su muerte en crucifixión perdonaraaquel pecado y estableciera una Nueva Alianza. Y

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agregaba (creo que con una cuota indudable de ironía)que esa era una característica de las antiguasdivinidades, que requerían sacrificios humanos paraaplacarse.

La impresión de que mi amigo utilizara lasorna para expresar ese pensamiento la fundo en quecon absoluta convicción afirmó que Jesús había muertoen la Cruz por todos los hombres, para el perdón de suspecados, lo que hace suponer que todos los sereshumanos, aún los no bautizados, serán recibidos en elCielo. No fue un “sacrificio humano” (como entiendodecía con sarcasmo Carlos Pedro) sino el actomaravilloso de la Redención.

Borges, usted ha nombrado a Sócrates -continuó Hardoy. Quizá lo más admirable del diálogoque escribió Platón fue la reflexión de Sócrates el díaque habría de beber la cicuta. Sentado en la cama, serefriega las rodillas porque le han sacado los grillos quelo encadenaban. Dice: “Qué raro. Las cadenas mepesaban; eran una forma de dolor. Ahora siento alivioporque me las han sacado: el placer y el dolor vanjuntos, son dos gemelos”. ¡Qué admirable! En el últimodía de su vida, no dice que está por morir sino quereflexiona: el placer y el dolor van juntos. A mi juicio,este es uno de los momentos más conmovedores detoda la obra de Platón: nos muestra a un hombrevaliente, que está por morir y no habla de su muerte

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inmediata.

- Luego sobreviene uno de los instantes másestremecedores – agregó Borges -: Sócrates dice a susdiscípulos que debe tomar el veneno ese día y se generauna discusión apasionante. Sócrates les informa queexisten dos sustancias: el alma y el cuerpo y queaquella puede vivir mejor sin el estorbo de éste. (Para ladoctrina de ese tiempo, el cuerpo era la cárcel de lapsiquis).

Esto me recuerda un mito que me conmovió:se decía que Demócrito se había arrancado los ojos parapoder pensar mejor, para que el mundo externo no loperturbara. ¡Esa anécdota no puede superar losumbrales de la fantasía! Dígamelo a mi, que en miexistencia humana tuve el placer de los libros … y laamargura de la noche.

- Yo, por mi parte – dijo Hardoy - puedorecordar a Dante, que decía estar “en la mitad de lavida”, haciendo mención a las Sagradas Escrituras quela estimaban en 70 años (en nuestra existenciamundana ambos superamos con holgura ese límite). Yodeduzco, por una simple regla aritmética, que Alighieritenía en ese momento 35 años; según él, la concienciadel hombre tiene anhelos, esperanzas, apetencias,temores, que no se corresponden con la duración de lavida. Tal vez, pensando en esto, Santo Tomás dejó esasentencia tremenda: “La mente espontáneamente desea

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ser eterna, ser para siempre”.

- Si, pero podríamos responder que deseaotras cosas también; muchas veces anhela cesar - dijocon agudeza Borges. De otra manera, ¿cómo seexplicaría el suicidio?

- Lo que ocurre es que al temor de vivir y almiedo de cesar se le contrapone su reverso: laesperanza - refutó Hardoy.

- Pero el ansia de vivir para siempre – agregóBorges - no es necesaria para realizar las expectativastrazadas en la existencia humana. Yo personalmente, nola deseaba (la eternidad) y al contrario, la temía; meparecía espantoso pensar que iba a continuar, en queiba a persistir siendo Borges. Le confieso, Hardoy, queestaba ya harto de mi mismo, de mi nombre y de mifama y la muerte física era la liberación de ese peso.

- Usted podría repetir a Tácito: “No con elcuerpo mueren las grandes almas”, pero si lo hicieraestaría confrontando a Dios, para quien todas las almasson iguales y todas tienen como destino final laeternidad - dijo Hardoy con tolerante sinceridad.

- Estoy de acuerdo – coincidió Borges - Tácitocreía que la inmortalidad de las almas era un donreservado a algunos y, por lo tanto, no le atribuía esederecho al vulgo. Sostenía que ciertas almas ganaban elderecho a ser inmortales y que, después del Leteo

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socrático, merecían recordar quiénes habían sido.

Goethe retoma este pensamiento después dela muerte de su amigo Wieland: “Es horrible suponerque haya muerto inexorablemente”. Cree en lainmortalidad personal de Wieland, no en la de todos.

Con una poesía maravillosa (que en formatextual no recuerdo), Lucrecio le decía al lector que nose condoliera porque le faltaba todo el porvenir; loinducía a que pensara que, sin embargo, conanterioridad, había existido un tiempo infinito. “Quecuando naciste ya había pasado el momento en queCartago y Troya guerreaban por el imperio del mundo.Sin embargo, ya no te importa; entonces, ¿cómo puedeimportarte lo que vendrá?”.

- Hace un instante, Borges – agregó Hardoy -usted me preguntó si tenía sueños. Y yo, incapaz deolvidar mi antigua condición humana, le respondí entiempo presente; en rigor de verdad, tendría quehaberle contestado que los tenía, pero en mi vidahumana, en la Tierra.

Ahora, en la neutralidad de este espacio,debo decirle que los teólogos definieron la eternidadcomo la simultánea y lúcida posesión de todos losinstantes, pasados y venideros, y anticipaban que setrataba de uno de los atributos de Dios. Dunne, a quienusted citó momentos antes, señalaba (a mi juicio con

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error) que ya estamos en posesión de la eternidad y quenuestros sueños lo corroboran. Según él, en ellosconfluyen el pasado inmediato y el porvenir limítrofe.Dice que en la vigilia recorremos a velocidad uniforme eltiempo sucesivo y en el sueño, en cambio, abarcamosuna zona que puede ser muy amplia; es decir: soñar escoordinar los vistazos que suministra esa contemplacióny urdir con ellos una historia.

Es claro que esa historia suele serdisparatada. He soñado, mientras integraba el CongresoNacional, que ese Parlamento se encontraba en Europa;no importa el país. Más aún; en la nebulosa que precedeel despertar, me imaginaba formando parte de eseParlamento integrado por miembros de distintos países,que existieron en diferentes épocas. Allí estabanCastlereagh y Churchill, mezclados con Clemenceau yGambetta, con Ferri y Cavour, con Bixio y Canning. Esesueño lo registré en distintas ocasiones y en ellos mesentía empequeñecido, incapaz de articular palabras y,menos aún, elaborar un discurso. Mantuve en silencioese sueño que homologaba en mi contra una absolutaincapacidad oratoria y ahora pienso que puedoproclamarlo: era un mensaje de Dios, que me informabasobre las limitadas posibilidades de mi inteligencia y losalcances reducidos de mi condición humana, sujetasellas a las circunstancias, como diría Ortega.

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CAPÍTULO 7

Los Derechos Humanos

El encuentro entre dos personas de nivelsuperior no podía eludir la consideración de un temaque ha dividido al pueblo argentino: la guerra fratricidaque desataron grupos radicalizados que actuarondurante la vida de nuestros contertulios

Con hipocresía, ánimo revanchista,utilizando en forma desmedida el poder para satisfacerun espíritu de venganza que responda a una guerramilitarmente perdida por quienes la iniciaron, un sectordel país pareciera haberse apropiado de esos derechospara hacerlos flamear como una bandera.Irónicamente, los portadores de esa ideología fueron,precisamente, quienes desataron la violencia sangrientaen la Nación. Borges, con preocupación, decía:

- Dígame Hardoy ¿usted cree en los derechoshumanos?

- Permítame que invierta la pregunta -respondió Hardoy: ¿puede alguien no creer en lavigencia de los derechos humanos? Creo que a este

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respecto se ha producido una irónica inversión de lasidentidades o preferencias; quienes en los momentosclave de la historia abjuraban de esos derechos seerigieron después en campeones de los mismos.Paradójicamente, los que tradicionalmente los tuvieroncomo estandarte, son señalados como si pendiera sobreellos una acusación. Pero vuelvo a repetir: esto pasa enespecial en nuestro país y no son más que las ironíaspropias de nuestra existencia como nación. Esa es larazón de todas las confusiones y, tal vez, la llave quepermite abrir la puerta a su pregunta.

- Mi inquietud era por esa causa - dijoBorges; quería escuchar de usted lo que para muchosde nosotros resulta una obviedad. ¿Se acuerda que poresa paradoja me fue negado un premio? Después medijeron que la propia Academia Sueca había reconocidosu parcialidad.

- Voy a decirle, ante todo – expresó Hardoycon aire cansado - que hablar sobre esta materia esvolver a un tema que me resulta reiterativo y, repito,como una obsesión. En esta disciplina – como en tantasotras – es imprescindible remitirnos a la Constitución de1853.

Esa Carta fue un instrumento maravilloso,gracias a la cual nuestro país ingresó a la aristocracia delas naciones más descollantes del mundo. (Dicho sea depaso, también fue un importante tratado de paz – como

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dije ya en varias ocasiones - pues puso fin al históricoenfrentamiento entre unitarios y federales).

- Eso que dice es cierto –agregó Borges -aunque ya los principales jefes del partido unitariohabían aceptado el federalismo. Pongo por caso aLavalle, un campeón del unitarismo, a la sombra decuyas banderas fusiló a Dorrego; cuando hizo lacampaña del ejército Libertador contra Rosas, levantó altope de sus legiones la divisa federal.

- Si, pero esos eran los jefes militares –replicó Hardoy - incluso si usted quiere, Borges, puedeextenderlo al general Paz; el pensamiento unitariotodavía estaba intacto, manifestado por los Alsina,Agüero, Varela, Mármol, Avellaneda. Volviendo alcomienzo, es decir, a su pregunta inicial, la Comisiónque en el Congreso de 1853 preparó el proyecto deConstitución decía que se había preocupadoespecialmente por atender este tema.

La coincidencia de Borges fue total:

- Es que, entre otras cosas, gracias alcontenido de la sección dedicada a las “Declaraciones…”nuestro país afrontó el inmenso desafío de aceptarmasas de inmigrantes. Digamos también que fueafortunada la inspiración en la Constitución de losEstados Unidos, que tanta autoridad ejerció sobre lanuestra; resultó innegable la influencia anglosajona en

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ese texto.

- Iría más lejos aún - volvió a la cargaHardoy -. La inmigración (que no fue irrestricta) formóparte de un plan estratégico: fue concebida como unade las palancas del desarrollo y esa fue una de lascausas por las cuales se redactaron esas “Declaraciones….”. Para que todos los habitantes del mundo quedecidieran ingresar a la Argentina supieran que habríauna Ley Suprema que les brindaría protección y daría asus negocios y derechos seguridad jurídica (y una Cortede notable prestigio, sabiduría y contenido de justicia),imprescindible para que resultara atractivo venir al país.También para que supieran que debían atenerse a susleyes; que estas no estaban de adorno. Por eso, nodebe minimizarse la injerencia de Alberdi; fue genial suvisión acerca de que el desarrollo, por ese entonces,dependía de la inmigración europea.

Vea Borges, ya por ese tiempo – continuóHardoy - Pellegrini le había recriminado a Roosevelt(Teodoro) que a nuestro país únicamente llegaban losinmigrantes que no habían conseguido entrar a EstadosUnidos. “Solo nos llega lo que ustedes descartan”, decíael Gringo un poco en serio y otro poco para apurar alpresidente norteamericano. Pero Roosevelt le señalóque con la política que venía aplicando el país, muypronto esa inmigración se convertiría en una oleadairrefrenable. Y así fue, gracias a Dios.

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- La Ley Suprema y el indudable prestigio delPoder Judicial se encargaron de hacer el resto – acotóBorges.

- Es que sin una Corte ejemplar y“enamorada de la Justicia” – insistió Hardoy - losderechos humanos – como todos los derechosindividuales – se convierten en letra muerta. Losconstituyentes de 1853 se preguntaban: “¿cómo hacerpara que el gobierno federal proporcione a la Naciónrespeto y reputación exterior, paz intestina ydesenvolvimiento del comercio, de la industria y de lapoblación?”. Y de inmediato, la ConvenciónConstituyente les dio respuesta: para eso estaban “losmedios consagrados en las ‘Declaraciones y Garantías’”.Y la verdad es que esos hombres acertaron con elprocedimiento, pues la inclusión de este capítulo, unidopor supuesto al control que ejerció siempre la CorteSuprema de Justicia, ese gran “vigilante de laConstitución”, quedó asegurada la convivencia civilizadaque permitió el progreso impresionante de que gozó lanación.

- Por eso, Hardoy - sentenció con nostalgiaBorges - es interesante observar cómo a través deltiempo son siempre las mismas fuerzas las queintervienen en la lucha política y social. Sus rótulosvarían; toman otros nombres, van al combate condiferentes banderas, pero a poco que se profundice el

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análisis se advierte que el conflicto es sustancialmenteigual. .

- Fíjese que en la actualidad ya no son elautócrata que se amparaba en el derecho divino, ni elcaudillo bárbaro que se jactaba de despreciar losprincipios y la ilustración. Ya no son ellos, como en lossiglos XVIII o XIX – Hardoy se había entusiasmado yvolcaba los conceptos sin solución de continuidad - losque dan batalla contra románticos y liberales. En lostiempos modernos, el monarca autocrático y el caudilloferoz han sido reemplazados por los que invocaban larepresentación de las masas, quienes siempre hacíanflamear banderas de doctrinas políticas totalitarias oconcepciones sociales colectivistas. Ellos fueron losnuevos enemigos que lucharon contra los defensores delos derechos del individuo, de las formas democráticastradicionales y de la libre actividad económica. En unapalabra: son los eternos enemigos de la libertad. .

- Lo que ocurre, Hardoy, es que nadie, debuena fe, sin concesiones falaces a la demagogia, puedediscutir hoy que el hombre como tal, como persona,como ente moral y jurídico, digamos, es quien cuentaen definitiva - señaló un Borges que a esta altura sentíael contagio de la pasión que rebalsaba a su interlocutor-. Lo que es realmente paradójico es que aún los másexagerados partidarios del predominio de la sociedad ydel Estado frente al individuo, se justifican a si mismos

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invocando y proclamando una mentira: son tan audacescomo para afirmar que defienden los derechosindividuales y sin temor a que les crezca la nariz como aPinocho, se definen a si mismos como abanderados delos derechos humanos.

- Vea, Borges, un tratadista francés, GeorgesBurdeau, decía con aguda percepción – expresó Hardoyhaciendo una pausa - que “en su principio, el derechosocial no se oponía al derecho del hombre de estilotradicional; al contrario: lo complementaba yprolongaba, agregando, al ejercicio, el goce”. Perodespués vinieron las ingenierías sociales, los gulags, lascárceles del pueblo, el paredón y los fusilamientos. Deaquellos derechos humanos, cuando los enarbolaron losaún hoy llamados “jóvenes idealistas”, nada quedó.Iniciaron la destrucción de la organización jurídica ysocial de la patria.

Al derecho clásico, que afirma la libertad delhombre, el derecho social debería adjuntarle laposibilidad de ser libre. No existe en la doctrinamoderna ningún derecho social que no pueda vincularsecon lógica a alguno de los principios enunciados por elpensamiento democrático clásico. Con lo cual, volvemosa uno de los supuestos iniciales: no hay mejor forma degobierno que la que deriva del sistema democrático, aúncuando éste sea imperfecto. Pero la democracia debeser aceptada siempre, no solo cuando ella sirve para

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consagrar el poder de turno, que la invoca paradesnaturalizarla, al privar de su goce a quienes notienen su mismo pensamiento.

- Es que la libertad es una entidad suprema –reflexionó Borges. Desde que ella ha sido erigida envalor absoluto, todo esfuerzo para liberar al individuoestá legitimado por el servicio de la libertad. ¿No esacaso éste el razonamiento que expuso Lugones en sumagnífica biografía de Sarmiento, al explicar lasalianzas de los unitarios con Gran Bretaña y Francia? Seencontraban ideológica y moralmente amparados en suconcepción universal: si la patria estaba gobernada porun tirano, se justificaba todo tipo de alianzas quepermitiera derrocarlo y restablecer ese presupuestoabsoluto que era la libertad.

- Lo que pasa, Borges – agregó Hardoy conentusiasmo - es que el proyecto frecuente de los“progresistas” por anatematizar a sus adversarios estápresidido por el absurdo: ¡procuran ellos proclamarsedefensores de principios sociales “contra” quienessostienen los derechos individuales! En lo fundamental,no hay contradicción o incompatibilidad entre losderechos individuales y los sociales, ya que éstosperseguirían también la realización de aquellos aunquepor otros medios.

No obstante hasta allí, aunque leal, es unaconfrontación que está llamada a fracasar. El absurdo, la

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incongruencia patológica, la paradoja, se consumacuando los enemigos de los derechos individuales, delos derechos humanos, se mimetizan con esa mismaropa que repudian para simular ser defensores aultranza de los derechos del hombre y perseguir aquienes siempre los han enarbolado sin alharaca nisonsonete. Tenía razón Cervantes cuando su ingenioliterario puso en boca del ilustre hidalgo aquellasentencia inolvidable: “Cosas veredes, Sancho…” –concluyó Hardoy con una mueca amarga en la cara.

- Pero, en definitiva – complementó Borges -al agitar esos principios, aún cuando lo hicieren conhipocresía y falta de autenticidad, quedaban obligados aaceptar total conformidad sobre las bases éticas queregulan la convivencia de los individuos. Para alegría yconfort de los tiempos actuales, nos da tranquilidad laseguridad de que, de ese camino, no puede volverseatrás, no tiene retorno. En el futuro el Estado estaráobligado a respetar esos derechos. En el fondo, significael triunfo de los principios del cristianismo, y esindudable que mientras ellos subsistan, sobrevivirá lacivilización que él ha creado. Dar máquina atrás seríacomo arrojarse tierra a la cara; algo impensable,aunque ….

- A pesar de que el proyecto de Constituciónde Europa le reconoce al continente haber tenido origenen la Grecia clásica – caviló Hardoy -, pero le niega su

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impronta cristiana; “Sócrates si, Jesús no”, diría algúncompatriota que en su momento aplaudió “alpargatas si,libros no”.

- Bueno, Hardoy, no usurpe mi papelantiperonista – dijo, con buen humor, Borges. No olvideque más que las ponderaciones que recibí por mimodesto aporte a la lengua española, me sentí orgullosode haber contribuido como escritor a que mipensamiento político tuviera el contenido de un símbolo.

-Me he descubierto siempre ante su valortestimonial – acotó Hardoy -, pero recuerde que duranteuna década estuve encargado de los editoriales de LaPrensa, diario que también fue un símbolo del atropelloy el desdén por las normas positivas (y mucho más porlas morales).

- Esta coincidencia – aunque la nuestra esverdadera, no presentamos fisuras ni mantenemosobjeciones que homologuen un enfoque diverso (a pesarde las estocadas cordiales que nos dispensamos) – merecuerda una importante reunión que la fracciónfrancesa de la UNESCO había sostenido en su país – dijoBorges haciendo gala de su famosa ironía humorística.La delegación estaba dividida en dos; ambos grupossostenían posiciones violentamente antagónicasrespecto de los derechos humanos y a pesar de lospronósticos negativos llegaron a un acuerdo. Estodespertó la curiosidad de todo el mundo, pues los

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enfoques eran absolutamente opuestos. Ellosrespondieron: “Estamos de acuerdo sobre estosderechos con tal que no se nos pregunte el porqué.Porque con el ‘porqué’ empieza la disputa”.

Aceptó Hardoy, con una sonrisa, la digresiónde su interlocutor y señaló:

- A mi juicio, el fundamento filosófico de losderechos del hombre corresponde al derecho natural, loque les confiere carácter inalienable y sagrado. En lasmodernas constituciones democráticas, lasdeclaraciones de derechos no sólo se mantienen sinoque se extienden y perfeccionan. En ese sentido, laAsamblea General de las Naciones Unidas en su reuniónde 1948 le dio al tema carácter ecuménico: “Todos losseres humanos nacen iguales en dignidad y enderechos. Ellos están dotados de razón y de concienciay deben proceder unos con respecto a otros con espíritufraterno”.

Coexisten, así, los derechos, por así decirlo,“viejos” con los “nuevos”. Como puede observarse,aquellos consagran una cierta “protección” al hombrefrente al Estado; éstos reconocen un “crédito” delindividuo contra el Estado. Los primeros, confieren alindividuo el medio para impedir que el Gobierno cometaciertos actos en su perjuicio. Los segundos, le otorganla facultad de exigirle que realice determinadas accionesen su beneficio (derecho de huelga, a una remuneración

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justa, un estatuto para los trabajadores, la protecciónde la familia, etc.). Tal vez, por esta circunstancia, se hadicho que los “nuevos” derechos plantean unaambigüedad jurídica: ¿son derechos del hombre odeberes del Estado? Es evidente que éste quedaobligado a protegerlo aunque aquél no lo pida y aúncuando pudiera no quererlo.

Entrecerrando los ojos, como si adivinara elpensamiento del otro, Borges dijo:

- Dígame Hardoy, ¿usted cree que también elhombre, el individuo, no ya solo el Gobierno comorepresentación del Estado, puede violar esos derechos?

- Los derechos humanos fueron concebidoscomo un medio de protección de los derechos delindividuo. No solo frente a la omnipotencia del Estado,sino, ciertamente, para cualquier movimiento quepretendía ejercer o imponer un sistema políticoinstitucional por la fuerza. En otras palabras, losderechos humanos son garantía de los pueblos encontra de todos aquellos que desde el poder o fuera deél, quieren conculcarlos como medio de destrucción deun sistema, más allá de la protección individual.

Por eso cabe preguntarse: ¿qué pasa cuandolos hombres no actúan ya por sí solos, de maneraindividual, sino organizados? En los últimos tiemposproliferaron las organizaciones irregulares, las fuerzas

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de choque, los “guerrilleros” con sus formacionesmilitarizadas en las que existen rangos y jerarquías parala imposición de la disciplina y el cumplimiento de lasórdenes. También es cierto que han instalado métodoscrueles por naturaleza: fusilamientos sin derecho adefensa de sus propios miembros, asesinatos a losadversarios políticos, secuestros, torturas, cárceles delpueblo, etcétera. Actos, en fin, de terrorismo, comoexplosiones indiscriminadas capaces de destruircolateralmente a extraños, homicidios de agentes delorden y robos destinados a financiar esasorganizaciones clandestinas. Esto nos lleva a lasituación imperante en nuestro país durante la primeradécada del tercer milenio. Se aplicaron a muchísimosprocesados normas penales que no tenían vigencia almomento de la producción de los hechos que se lesimputaban. Sin perjuicio de ello, se han invocadoacuerdos internacionales, que se suscribieron conmucha posterioridad a esos hechos y, por si fuera poco,han sido omitidos dos aspectos fundamentales delderecho criminal: la irretroactividad de la ley penal y laprescripción por el transcurso del tiempo. Borges: de unplumazo se retrocedió más de 1000 años en esamateria; estamos como en la Edad Media que, dicho seade paso, los sectores “progres” califican de oscurantista.

- Yo no he tenido una formación política nijurídica como usted, pero entiendo que la doctrinaclásica – opinó Borges - ha repudiado los actos

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criminales enmascarados en delitos políticos. Es irónicoque quienes debieran ser procesados se conviertan enjueces.

Más aún; he leído a un autor serio que decíaque, en cierta ocasión, un terrorista francés colocó unexplosivo en las vías del tren que conducía al emperadorNapoleón III con su Corte a Calais y que debía estallar asu paso. El artefacto fue desmantelado por la policíaantes de detonar y el autor – un hombre de apellidoJacques – huyó a Bélgica. El gobierno de ese país lodetuvo para devolverlo a Francia, pero un recurso llevóa la Corte de Justicia a negar su entrega. Los francesesretiraron el reclamo para evitarle a un gobierno amigouna disyuntiva de hierro: o complacía el requerimientofrancés y desobedecía a sus jueces o viceversa.

Nuestro país conoció diversos episodiospuntuales en el pasado. Durante el motín radical de1905, que tuvo por jefe a Yrigoyen, los conjurados de laprovincia de Mendoza asaltaron la sucursal del Banco dela Nación, se robaron $200.000 y cuando fracasó elalzamiento huyeron a Chile con el dinero. ¿Fue ese undelito político? ¡Y me he enterado, hace poco, quenuestro Gobierno negó la extradición a Chile de unciudadano de esa nacionalidad acusado en su país dehaber asesinado a un senador y participado de unsecuestro! A la inversa, nosotros condenamos a un

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ciudadano de Chile acusado de supuestos crímenesdestinados a personas de signo opuesto a las víctimasdel anterior. ¡Me pregunto que opinarán en los paísescentrales de nuestros jueces!

Retomo la historia. Al final, los fugitivos quehabían huido a Chile regresaron al país con motivo de lasanción de la ley de amnistía, aquella que diera origenal inolvidable discurso póstumo de Pellegrini. ¿Lorecuerda? “¿Quién perdona a quién? ¿La víctima o elvictimario?” Pellegrini hablaba de “la penúltima ley deamnistía”, porque decía que siempre habría ocasión desancionar una nueva ley de olvido hasta tanto no seremovieran las causas que daban origen a loslevantamientos.

Claro está que, por ese entonces, la falta deuna ley de sufragio secreto era la que impulsaba lasrebeliones. Los hechos violentos que ocurrieron durantenuestra vida reciente reconocen un origen máscomplejo. Por eso pienso que una ley de olvido, unasincera amnistía, puede constituir el único modo deponer fin a una guerra que continúa vigente en espíritusque se consideran injustamente perseguidos yadversarios que procuran la satisfacción pequeña de lavendetta. Como hombre surgido de las filastradicionales del conservadorismo abomino de losideólogos, con sus alambicadas elaboraciones deingeniería social. Siempre me he inclinado por los

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procedimientos sencillos y eficaces y, para conseguirlos,no me he preocupado por recurrir al archivo de nuestrosadversarios.

Estoy convencido – voy a repetirlo hastacansar a mis interlocutores – que todos los derechos ygarantías deberían estar asegurados por un PoderJudicial (y en especial, por su Corte Suprema deJusticia). De nada hubiera servido la proclamaciónsolemne de esos derechos y garantías si la mismaConstitución no hubiera creado los medios legales quepermitieran hacerlos efectivos. Si falla el Poder Judicial,debemos despedirnos de esos derechos y, cuando ellosucede, la noche más oscura se abate sobre el país.Felizmente, la Constitución histórica los creó, y fue unagloria para el derecho argentino aplicarlos, hasta queaparecieron quienes tuvieron la osadía de liquidarlos,sumiéndonos en aquella oscuridad.

Creo que la admiración que usted siente porel sistema anglosajón debería quedar exaltada por elnotable acierto que los constituyentes tuvieron enaceptar el régimen norteamericano. La Constitución de1853 previó un mecanismo judicial que impuso unTribunal cuyas sentencias ninguna otra autoridad podíamodificar o derogar.

- Siga, por favor, que esta reflexión meatrapa - lo interrumpió Borges con entusiasmo.

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Hardoy continuó:

- Claro que después pasó mucha agua bajo elpuente; la Corte era “el vigilante de la Constitución” y aldecir de Joaquín V. González, “la ley suprema requeríaun tribunal supremo y al establecerlo en esa forma, eladmirable sistema de nuestro gobierno creó una fuerzasecreta e indestructible que circula por todo suorganismo y le comunica siempre nueva savia yvitalidad”.

La propia Corte, en alguna de suscomposiciones inolvidables, ha dicho que es elintérprete final de la Constitución, el último resorte alque la libertad de un individuo puede recurrir. De nadavaldrían inmensos recursos económicos, convenios detrabajo de alta conveniencia para los trabajadores,subsidios infinitos, si el Poder Judicial no existiera ofuera un barniz, la simulación de una justicia ecuánime,la burla a una potestad de equilibrio y sensatez o lasubordinación a mandas del poder ejecutivo o de lasideologías dominantes. Cuando ello ocurre, hay quedespedirse del derecho y la justicia.

Fíjese que no por nada, la propia Corte hadicho en un célebre fallo, refiriéndose a sí misma, que“un tribunal, al que se fijan reglas de criterio y al que sehace responsable, no será nunca, no podrá ser, aunquequiera, un tribunal arbitrario. El poder Judicial, por sunaturaleza, no puede ser jamás el poder invasor, el

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poder peligroso, que comprometa la subsistencia de lasleyes y la verdad de las garantías …”. Pero, repitiendootra vez la sabiduría de Cervantes: “cosas veredes,Sancho…”

Esas consideraciones no anticipaban unaCorte sumisa, genuflexa; el inmenso poder que laConstitución le confiriera no puede ser admitido en unaCorte que fallara a sabiendas contra el derecho, omirando para el costado. ¿Qué ocurriría Borges, si esasfacultades pasaran a manos de jueces prevaricadores?En los períodos en los cuales el poder Judicial damuestras de sumisión al Ejecutivo, en los que tiñó susfallos con una pátina política, complaciente adeterminadas ideologías, ese imperio del derecho y lajusticia sucumbió. La Argentina sufrió duramente en susinstituciones el menosprecio contra la independencia yjerarquía del Poder Judicial. Testimonio claro dentro deun sistema formalmente democrático fueron losgobiernos que tanto usted como yo padecimos conpersecuciones personales.

En los Estados Unidos, la Corte tuvo tantaimportancia que sobre ella llegó a construirse lo que sellamó “el gobierno de los jueces”. Tampoco es justa esaabusiva intromisión; Cortes enérgicas frenaron apresidentes impetuosos como Andrew Jackson, perotambién impidieron el avance de Congresosrenovadores como los de Franklin Roosevelt.

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Me inclino por el prestigioso equilibrio ysabiduría que iluminara a jueces supremos de nuestropaís, que en algunas de las composiciones que tuvo eltribunal máximo fueron un dechado de virtudrepublicana y testimonio de sapiencia del derecho. Porcierto, han existido algunas integraciones cuyosnombres es mejor olvidar. Ello ocurre incluso con eldespotismo del gobierno pseudo democrático de raízabsolutamente totalitaria.

Vea Borges, he asumido como un timbre dehonor del que me siento orgulloso, que se haya dichoque la Corte histórica, aquella que fue ejemplo y norte,fuera un expediente conservador, una manera de hacermás lenta y gradual la evolución. En una nación como lanuestra, sujeta a las más irregulares mutaciones, elloconstituye una prueba más de la prudencia que es justoatribuirnos a los conservadores.

La Corte Suprema histórica, con el carácter ylas atribuciones que le diera la Constitución de 1853, hacontribuido de manera principal a mantener, aún enmomentos difíciles, los derechos de las minoríaspolíticas y sociales y a favorecer un progreso orgánico,sin bruscos avances ni retrocesos.

Ésa fue la mejor garantía para los derechoshumanos y ése es su mejor título en la historia del país,sin cobardías aberrantes ni venganzas oportunistas.

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CAPÍTULO 8

Gardel

Como suele ocurrir en una larga conversaciónde amigos, los temas sobresalientes fueron alternandocon los frívolos. Este diálogo no podía escapar a estafatal consecuencia y, como muchachos sorprendidos porla brusca media vuelta del profesor que se encuentrafrente al pizarrón, la conversación tomó un sesgo trivialy alegre. Dijo Hardoy:

- ¿Sabe, Borges? Me pareció ver hace unmomento a Gardel. Personaje típico de la Argentina dela primera mitad del siglo XX, donde estaba aseguradoel ascenso social de quienes intentaran, concondiciones, la empresa prodigiosa del progreso.

Vea, recuerdo que cuando, en 1982, elJockey cumplió 100 años de su fundación, ManuchoMujica expresó, a través de un libro que ilustró eseacontecimiento y en términos exactos, que bien podríanaplicarse a Gardel, el sentido moral de esa institución.Dijo algo así como que el Club no estaba destinado a serexclusivamente un ámbito orientado a los aspectos

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livianos del confort y el halago, sino a constituirse en untestigo activo de la transformación social del país. Sinduda, se refería a que su acceso no estaba confinado alos que tuvieran el beneficio de la buena cuna; másbien, a todos los que demostraran cultura y señorío.

- Fui íntimo de Manucho – respondió Borges.Con él compartimos momentos inolvidables; más aún,junto a él y Silvina (Bullrich) compusimos un tríodivertido, que en muchas oportunidades nos halagó conhumor. Viniendo el juicio de Manucho Mujica Lainez nome extraña la agudeza de su veredicto y el acierto desus conclusiones.

A no dudarlo, su obra más famosa fueBomarzo, pero a mi juicio La Casa o Los Ídolos (que yomismo prologué) tuvieron menos prensa, pero fueronmás brillantes. Incursionó también en el génerobiográfico y la semblanza de Cané (a quien admiraba)ha sido impecable.

Pienso - volviendo al Jockey – que, por otraparte, ése fue el designio de sus inspiradores, fueranellos Pellegrini o Cané. Creo haber leído que Cané ledecía, a su amigo en una carta, que el Club debíaconstituirse a imagen de sus similares de Europa, perodiferenciarse de ellos en que tendría que estar abierto atodos los hombres que demostraran caballerosidad,dotes sociales de convivencia, afán por la cultura y ladistinción. Para ser justos y objetivos no fue el Club de

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los terratenientes; de hecho, Pellegrini no lo era y lapoca tierra que había recibido su mujer de herencia lavendió para pagar una deuda sin vencer que tenía conel Banco Nacional.

Por lo demás, me tiene sin cuidado Gardel.

- Yo también guardo un afectuoso recuerdode Manuel Mujica Lainez – coincidió Hardoy, haciendocaso omiso de la frase peyorativa destinada a Gardel.Nunca voy a olvidar que en las elecciones de 1951,cuando carecíamos de toda expectativa electoral, aceptóser nuestro candidato a diputado nacional por la Capital.Se afilió al partido Demócrata Nacional y asumió lacandidatura como un deber y un sacrificio. Ése eraManucho: irónico, escéptico, experto en burlarse de símismo, pero de un compromiso con sus conviccionesinconmovible. Su apreciación respecto de la misión delClub fue impecable: suponer que Pellegrini – nadamenos – hubiera sido el alma mater de una institucióncarente de objetivos políticos es ver solo los aspectossuperficiales del hecho. Sería como tomar el rábano porlas hojas.

Por supuesto que se cometería una necedadsi se negara que en la intención de Pellegrini noexistiera el propósito de fundar un Club que fuera “máscómodo que la casa de cada uno de los socios”, segúnsus propias palabras, donde primaran el arte, ladistinción, el buen gusto. Incluso en un aficionado al

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turf como era el ex presidente, es explicable la intenciónde identificar en un book los linajes de todos loscaballos que compitieran en el país. Pero Pellegrini y susamigos ya avizoraban el cambio que habría de produciren la Argentina la inmigración, palanca del desarrolloprogramado. Sabían que sus hijos, nacidos en el país,iban en algún momento a reclamar un lugar en laadministración del poder, en las Fuerzas Armadas, en laJusticia, en el manejo de la Universidad. Era necesariocrearle condiciones apropiadas para su inserción, paraque se sintieran exclusivos, para que, en una palabra,persiguiendo la hidalguía, dejaran atrás la pobrezaextrema de sus ancestros.

Por desgracia, no ocurrió así. Por quésintieron un rencor opresivo y ciego hacia las clasessuperiores del país, es algo difícil de explicar; quizámerezca un estudio desinteresado y neutral.

Tal vez, las mofas referidas a sus orígenesfueron excesivas. Quizá la referencia burlesca alhacinamiento inicial haya sido demasiado cruel. Locierto es que los hijos de los inmigrantes, que fuerondestacados profesionales, emprendedores valiosos, sevolvieron contra esa sociedad que, irónicamente, sehabía abierto para que su estancia en el país fueradiferente de la que habían padecido sus padres enEuropa. Hijos de obreros, no estarían destinados acontinuar – si tuvieran condiciones y empeño – en la

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misma profesión de sus antepasados como si se tratarade una condena, que en Europa sí hubieran tenido quepadecer.

- Hay un hecho innegable – recordó Borges:los hijos de los inmigrantes fueron enemigos de la“clase patricia” y adversarios de las corrientes políticasdominantes. Antes bien; procuraron desplazarlas y a feque lo lograron. Este es un tema que más bienjustificaría una incursión en el campo de la sociología;yo solo puedo aportar, sin ningún rigor científico, mipercepción personal. En ese sentido, pienso que elconventillo, con sus imágenes mordaces, toscas yviolentas, obró como un factor determinante.

Allí fue frecuente la usurpación de mujeres;el exterior del inquilinato no era más acogedor:ridiculización por el atuendo, por la lengua, en la que seexpresaban palabras descompuestas del idioma originaly también del adoptivo, fueron factores de humillaciónde difícil olvido. Súmele a ello el personaje inventadopor la fantasía popular – con notable apoyo en larealidad – que fue el cocoliche y las piezas teatrales (merefiero al sainete) que se regodeaba en ridiculizar a lospersonajes con mucho éxito y tendrá un cóctelexplosivo. Conventillo, cocoliche y sainete, ¿cómo nohabrían de acumular rencor? Injusto, desagradecido, si;pero muy explicable.

- Sin embargo, sería injusto – expresó

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Hardoy - que se juzgara a toda la inmigración por esamayoría. Existió un número importante de personas quenacieron en cunas modestas pero, con esfuerzo,alcanzaron a labrar un surco. No fueron estrepitosas ytampoco hicieron alarde, porque ignoraban queconstituían esa minoría que actuaba y pensaba dediferente manera a la masa de descendientes de aquellainmigración. Sitúo a Gardel en este sector (aunque austed no le merezca aprecio), porque es un paradigmade la suma pobreza encumbrada al éxito.

Otros hijos de inmigrantes que no tuvieron,como él, la marca de la estrechez extrema y el hambre,fueron intelectuales exquisitos y triunfadores: vaya, porcaso, el general Justo. Descendiente de una pequeñainmigración que llegó al país desde Gibraltar, ocupó losmayores grados en el ejército y las principalesmagistraturas del país. Por supuesto, además de no serun resentido, frecuentó los salones de la sociedad connaturalidad y estilo. Cuando me refiero a Gardel lopropongo como arquetipo de lo que los norteamericanosllamarían un “self made man”, hecho a sí mismo enbase a disciplina, tesón, condiciones; estas últimas,aprovechadas y exprimidas con inteligencia y mérito.

Vea Borges, poseo por Gardel una especialsimpatía. En parte, porque fue un exponente de esasactitudes; tal vez, porque fuera conservador. Tengo dosversiones que me han llegado de primera mano y

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afirman sin dudas esa circunstancia: su notableubicuidad social, la disposición natural para frecuentaramistades y personajes - algunos de alcurnia y otrossurgidos del reaje común, – su recurrencia permanentea las inclinaciones ancestrales. Una de ellas me la dio miamigo Miguel Riglos, “el Mosca Riglos”, que manteníacon Gardel un trato de antigua data.

Dicho sea de paso, le voy a contar unaanécdota que él me refirió: vale oro y sirve para apoyarel juicio anterior. En el año 1933, estaba Riglos viajandopor Europa, cuando en un hotel de Nantes se loencontró a Gardel, conviviendo con una argentina gorday fea. En un momento, estando solos, Riglos le dijo:

- “Pero Carlos, ¿Qué hacés mostrándote conuna mujer tan espantosa?”

Gardel, con gran modestia, le contestó:

- “Y qué quiere, don Mosca, para no perder lacostumbre… ¡cafishiando!”

- ¿Y la otra? – preguntó riendo Borges.

- Se la contó a un discípulo mío un íntimoamigo suyo – respondió Hardoy. El relator en cuestiónfue Rodolfo Arci, quien en su infancia era muyaficionado a la guitarra y al canto, al extremo de haberconstituido esa inclinación el medio de vida y el sosténde su familia. Le contaba Arci a mi amigo que

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acostumbraba a actuar en un comité conservador deAvellaneda que regenteaba Ruggierito y patrocinaba adon Alberto Barceló; en él era frecuente encontrarlo aGardel. Se trataba del famoso comité de la AvenidaPavón 252 de Avellaneda (dicho sea de paso, allí selanzó la candidatura de don Alberto a la gobernación deBuenos Aires); era la base de acción del barcelocismoen la zona. Después de muerto Juan Ruggiero, enoctubre de 1933, el local fue sostenido por su hermanoGuillermo y se convirtió en el centro que irradió lafrustrada candidatura a gobernador de Barceló. Y esasede partidaria, justamente, era el comité quefrecuentaba Gardel – sobre todo en vida de JuanRuggiero, de quien era amigo y favorecido –. Llegaba aveces como artista, otras como simple simpatizante. Lapresencia de Gardel continuó hasta la muerte del cantor,porque no cabían dudas de su pertenencia partidaria.

Más aún, la revista Leoplán, de la década de1920, en algunos avisos hacía mención a laconcurrencia de varios dirigentes conservadores querecorrían la provincia en giras proselitistas,pronunciando discursos desde el tren, como era lacostumbre de entonces. Entre esos dirigentes semencionaba a Pancho Uriburu, Matías Sánchez Sorondo,Antonio Santamarina, Rodolfo Moreno (lo cual no erallamativo), Gardel y Razzano (lo que sí erasorprendente), quienes participarían de los actos comointérpretes musicales para amenizar las reuniones. Pero

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– y esto es lo interesante - nunca rechazaron lacalificación política que se les endosara.

- Creo - reflexionó Borges - que suidentificación con Gardel es más por afinidad partidariaque por sus condiciones de cantor. Yo no puedo sinomantener la coherencia intelectual que esbocé cuandome referí al tango. No me agrada, y por lo tanto,tampoco me gusta Gardel, para cuyo estilo secompusieron numerosas letras que hicieron del tango unsollozo. La canción popular perdió virilidad con el tangolacrimógeno de Gardel, empeñado en lamentar elabandono de una mujer, en extrañar su ausencia, ensentir dolor por la traición femenina.

Vea, Paredes (que fue un guapo real, al queyo solo le cambié el nombre de pila porque debía unasmuertes, como ya le dije), era un pesado de Palermo,serio, parco y de pocas pulgas; protector de Carriego,de famosa valentía y dueño de un gran aplomo. Leescuché decir una vez (y lo recuerdo para siempre): “unhombre que piensa cinco minutos seguidos en unamujer no es hombre; es – con perdón de la palabra – unmanflora”. Y Gardel fue el responsable de que el tangotuviera ese aire suplicante que le hizo perder el tonopendenciero y varonil con que se lo conoció en losburdeles primitivos.

- Borges – dijo Hardoy meneando la cabeza -volvemos al punto de inicio y retomamos el tema. Al

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tango ya lo hemos analizado y yo tuve la peregrina ideade que había logrado que cambiara de opinión. Por lovisto me equivoqué o no fui comprendido, algo que nome sorprende, a juzgar por mis resultados en la políticavernácula. Pero vuelvo a insistir, el Gardel que admiroes el que constituye un ejemplo de apertura social, elque testimonia la posibilidad de escalar posicionesdentro de ella. Aquí me estoy refiriendo al Gardelmítico, al que cualquier cacatúa sueña con su pinta,pero también, al que ha sido dueño de una vozprivilegiada, que a casi 80 años de su muerte, personasque no lo conocieron se permitan afirmar que “cada díacanta mejor”.

- No me sorprende que usted lo estime –replicó Borges -. Fue el prototipo de un conservadorcomo popularmente se lo identifica: aficionado a loslances personales, cuidadoso de su arreglo y por demáselegante, jugador, conquistador eterno, marginal yconsentido.

Yo lo veo desde otro ángulo: comoresponsable de un tango que postergó a la milonga ysepultó la canción campera, con la cual él se identificóen sus orígenes. Mire, el tango posterior a la GuardiaVieja tuvo como instrumento representativo unartefacto nacido en La Boca, que se llamó bandoneón.

Si hubiera sido popular estaría representadopor la guitarra que, por el contrario, fue empleada

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siempre en la milonga. El tango primitivo, el de losburdeles, se acompañaba con piano, flauta y violín yesos prostíbulos eran frecuentados por muchachos bien,de buena cuna, calaveras, y también por rufianes quese codeaban con ellos. Esos instrumentos eran costososy no pertenecían al ambiente popular. Las referencias alos bailes de Hansen son falsas: esa confitería eravisitada por familias y nunca fue un bailongo orillero,como los que he descrito en “El Hombre de la EsquinaRosada”. El snobismo que tantas veces nos atacó comopaís también hizo su incursión en la música. CuandoParís aceptó el tango, lo homologó Buenos Aires.

Sin embargo y aunque le parezca mentira, yoen algunas cosas estoy de acuerdo con Gardel: porejemplo, en que a ninguno de los dos nos gusta eltango; ni escucharlo ni bailarlo. Tanto es así, que elmismo Gardel decía que “al tango no lo sentía” y encambio lo apasionaba la música campera; lo volcó aaquel estilo una cuestión de “marketing”, como se diríaahora.

- Escúcheme Borges – contestó Hardoy conimpaciencia - yo no me refiero al Gardel cantor; entreotras cosas, carezco de conocimientos musicales comopara emitir un dictamen. Por otra parte, el público, acasi 80 años de su muerte, ha dado su opinióndefinitiva, considerándolo, en su género, el mejorcantante popular de todos los tiempos. Ojalá existiera

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una opinión semejante respecto de los conservadores,que dejamos de gobernar hace menos de 70. Alcontrario: ahora Roca, por ejemplo, es considerado ungenocida, como si hubiera exterminado pueblosoriginarios de nuestra tierra - o cualquier otra tribu-. Yconste que paso por alto la reflexión respecto a losocupantes primitivos del suelo, porque tendríamos querepudiar a los romanos por desplazar a los etruscos, alos cartagineses por aniquilar a los íberos, etcétera,etcétera.

- Ya lo se – contestó un Borges conciliador.Usted se refiere a Gardel desde un punto de vistasociológico…

- Ya he apuntado a ese perfil –insistió Hardoy-, pero aún a costa de sentirme repetitivo, voy amachacar sobre el mismo tema. El hombre fue unaencarnación típica de nuestra política de desarrollo, quevio en la inmigración uno de los mecanismos másformidables. Llegó al país a fines del siglo XIX, enbrazos de una mujer repudiada en el Viejo Mundo por sucondición de madre soltera. En nuestro país, ese hijohumilde fue a la escuela (gratuita), se alfabetizó, creció,hombreó bolsas y acomodó cajones en el Abasto (esmuy probable) y, por supuesto, frecuentó los lugaresmás cercanos a la tentación: burdeles, cafetines,garitos. En ese tiempo, el suburbio era un choque entrela Argentina campera y tradicional y la urbe, insolente y

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bochinchera. Allí, en ese medio – sé que usted nocomparte este enfoque – el hombre conoció elabandono. Pascual Contursi y su famosa “Noche Triste”interpretaron con versos populares ese sentimiento delllamado arrabal.

Mire, poco antes del Centenario se hizo uncenso nacional: nuestro país reconocía poco menos desiete millones de habitantes, de los cuales más de tresmillones lo componían inmigrantes.

El país tradicional, heroico y silencioso estabacambiando. Donde podía advertirse esto con mayorintensidad era en el ámbito de la cultura. Esa naciónrecorrida por los grandes arreos, por el fogón delgaucho donde las guitarreadas intercambiaban melodíasregionales y el desplazamiento sucesivo de ejércitos enguerra había ensamblado una cultura nacional. Fuetransformada por la avalancha inmigratoria, peroaquella era tan sólida y estaba tan arraigada que nopudo hacerla sucumbir. A partir de esos aportes fuediferente, es cierto, pero no abdicó de sus funciones;porque al contrario – y aquí Gardel es un ejemplo típico– los hijos de los inmigrantes y los inmigrantes mismosque habían llegado de muy niños al país querían serargentinos, adoptaron sus modales, el timbre de voz, laentonación y el acento. Cantaron o compusieron suscanciones, jugaron o fueron aficionados al fútbol,militaron en política o fueron malevos o matones al

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servicio de un caudillo. Se parecieron a los nativos o losimitaron: la cultura que se instaló fue una fusión.

Nuestro personaje fue recogido por el dueñode un restaurante cuando era un muchachito y lo hizocantar por la comida. El hermano de ese propietario erael caudillo conservador de la parroquia y, por supuesto,el mozo comenzó a frecuentar no solo el boliche deTraverso, sino también el comité, que regenteaba el otroTraverso, Constancio, en la calle Anchorena 665. Allíconoció a don Benito Villanueva y comenzó el ascenso,no solo artístico sino también social. Fue comensal suyoy también de don Alberto, el caudillo conservador deAvellaneda cuyos comités frecuentó bajo la proteccióndel famoso Ruggierito.

Es verdad que otros, con el mismo origen quetuvo él, carecieron de las oportunidades que se lepresentaron a este morocho gordito y simpático, desonrisa compradora. Pero esos son los imponderables dela vida. Pellegrini decía que un hombre depende de suinteligencia, de su salud… y de la suerte. Es cierto queeste hombre tuvo inteligencia, la supo aprovechar bieny lo acompañó la suerte. En algunos aspectos fue unadelantado para su época. Hacía encuestas de mercadoy cuando entendía que bajaban las ventas de sus discosrealizaba giras artísticas para reforzar su vigencia.Incursionó en el cine sonoro, y como la “pinta” quedabaexpuesta en las imágenes cinematográficas, hizo

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regímenes intensos para adelgazar y consumió horas enel gimnasio.

Al ponderarlo, no hago más que dar curso aun sentimiento de gratitud hacia todos los que, desde lapobreza y las miserias del arrabal inmigratorio, selevantaron reconocidos hacia un país que les abrió laspuertas del progreso moral, social y económico. Y sobretodo a la clase dirigente que hizo posible esecrecimiento.

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CAPÍTULO 9

¿Fueron Periodistas?

Ambos decidieron incursionar por unterritorio que compartían: la palabra escrita. No solo enel aspecto literario, que hizo a uno de ellos el referenteinevitable de las letras españolas, sino en el combativoy febril que correspondió al campo del periodismo.Introduciéndose en esos senderos seductores, Hardoylanzó una pregunta:

- No desearía exagerar, Borges, pero amboshemos sido atraídos por el papel y las palabras. A losdos nos atrapó el periodismo, al menos el escrito, quees algo así como llamarlo el clásico. Usted que se tuteócon la literatura en todas sus formas, ¿cómo vivió suincursión por los medios?

- Me parece que otra vez estoy enfrentado auna entrevista – contestó Borges en tono de broma.Jamás rechacé una invitación, aunque debo confesarlesin eufemismos que en la mayoría de los casos,tampoco quienes me interrogaban tenían una formaciónintelectual valiosa. Más bien he encontrado obviedad y

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lugares comunes; una pregunta provocadora yfrecuente: “¿Usted es argentino?”.

Por supuesto, contestaba que sí, que al fin yal cabo no era tan raro ser argentino puesto queestábamos en Buenos Aires, donde por lo menos habríaunos seis millones de argentinos, que se elevaban amás de 20 si tomábamos todo el país; raro sería serargentino en Islandia o Bangladesh.

Pero, ironías al margen, en general mivinculación se produjo porque los diarios tuvieron a biendar publicidad a mis trabajos. Desde 1910, el añoglorioso del Centenario de la patria, he venidopublicando mis trabajos en los diarios, algunos cuyavida periodística ha concluido, como ocurrió con El País,donde en aquel año salió una traducción que hiciera deun cuento de Oscar Wilde.

- Pero según tengo entendido – al menos asíse ha escrito, replicó Hardoy – su categoría detraductor comenzó mucho antes…

La nostalgia por ese recuerdo lejano hizodibujar una leve sonrisa en el rostro de Borges cuandorecordó:

- Bueno, lo impresioné a papá cuando teníasiete u ocho años llevándole la traducción de “El PríncipeFeliz”, de Wilde, lo que para mí no fue sorprendente ymenos sobresaliente, porque el inglés lo dominé gracias

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a los esfuerzos de Miss Tink, una gobernanta inglesacuya dedicación era tan pertinaz como su rigor. Yo habíanacido cuando terminaba el siglo, es decir, que para laépoca de El País estaba por cumplir once.

Lo que nunca he de olvidar fue mi primercuento: “La visera fatal”, que redacté en españolantiguo. Muchos han visto en ese trabajo un granesfuerzo, tan meritorio como el que hizo (cuando ya eraun hombre maduro) Umberto Eco (“La Isla del Día deAntes”), pero, entre nosotros, quiero bajarle virtudes altesón: me había inspirado en El Quijote y, quizá, por suinfluencia, el arcaico era el único estilo que dominaba.

Antes que me olvide, debería contarle algomás sobre la obviedad de los entrevistadores: suelenpreguntarme si lo que escribo lo hago primero en inglésy después lo traduzco al español.

Con esa pregunta lo único que consiguen esestimular mi vena irónica y entonces siempre respondoque sí; que cuando escribí la letra de estos versos:“Siempre el coraje es mejor,/ nunca la esperanza esvana,/ vaya pues esta milonga,/ para Jacinto Chiclana”se ve de lejos que fue pensada en inglés y puedenadvertirse las vacilaciones del traductor.

¡Si escribir es difícil, pensemos lo que seríahacerlo en un idioma extranjero y después traducirlo!Creo que nadie hace eso. Por cierto, me hubiera

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convertido en el primer caso, dentro de la historia de laliteratura, en obrar de una manera tan tortuosa.

- Algún mérito debe encontrase en esoscronistas – contestó conciliador, Hardoy. Lo que se sabede usted, de la intimidad de su vida y sus perfilesbrillantes de escritor, ha sido porque algún entrevistadorlo ha puesto en blanco y negro. Permítame decirle quesería muy interesante que usted mismo concentrara enuna respuesta su misma vida. Sería algo así como“Borges por Borges”, un género que ha sido muy usadopara biografiar a gente de la farándula, cuyaintrascendencia corrió pareja con su rápido olvido. Elvedetismo de algunos personajes favoreció un mercadonumeroso, que alentó las ansias de ganancia de laempresa editorial.

El comentario de Hardoy tocó una fibrasensible de Borges, que refirió:

- Eso es lo que no existía antes, cuando losemprendimientos editoriales eran personales o al menosfamiliares, ¡qué lejano parece el momento en que elpropio Shakespeare fue encarcelado por impresor, nopor las ideas que trasuntaba como escritor!

El beneficio económico era una consecuencialógica – a fin de cuentas, había que pagarle a la genteque colaboraba – y se sabe que el riesgo es lo que hacemoralmente lícita la ganancia del capital. Pero no existía

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la obsesión empresaria por la utilidad, que hoy se haconvertido en un deber de los ejecutivos, de cuyo éxitodeben dar cuenta. Es fácil adivinar que el conceptoempresarial de los medios exige, como correlato, laesquematización de los modos de comunicar. Tododebería implementarse como rígidas normasestablecidas en aras de un periodismo de fácilcomprensión, aunque de extrema pobreza expresiva. Esdecir: en lugar de elevar al lector, para que alcance unadecuado nivel cultural por medio del periódico, se hacedescender a éste para que resulte de alcance masivo yasegure la mayor rentabilidad posible. A mayor tirada,más anunciantes, más ganancia.

- Yo creo que el periodismo de fines del sigloXIX y primeras décadas del XX – dijo Hardoy, feliz deingresar en un tema que lo atrapaba - cumplía unafunción más formativa y tal vez menos informativa. Erael tiempo de los grandes escritores cuyas columnaspoblaban nuestras redacciones: Ortega, Mallea, AnatoleFrance, Güiraldes, quienes acercaban reflexiones queiban desde la literatura a la filosofía.

- Lo que pasaba era que en ese tiempo no sehacía referencia a las noticias cotidianas, fugaces-agregó, con desgano, Borges - porque a la noticiainmediata se la lleva el viento. Lo más nuevo hoy, es eldiario; y lo más viejo, es ese mismo diario al díasiguiente, porque nadie piensa que debe recordarse lo

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que ha sido escrito en ese periódico: se escribedeliberadamente para el olvido.

En la época a la que nos estamos refiriendo,la frontera entre el periodismo y la literatura era apenasuna tenue línea que permitía a los redactores escapar,sin tropiezos ni angustias, de la doctrina de laobjetividad para asumir el papel de creadores, conderecho a su propia y personal realización a través dela literatura. Los géneros, en periodismo y en literatura,no habían asumido, a fines del siglo XIX, el rigor defronteras infranqueables.

Sábato solía decir que los diarios tendríanque salir una vez por año o cada siglo, o cuandosucediera algo realmente importante; por ejemplo yocupando ocho columnas: “El señor Cristóbal Colónacaba de descubrir América”. Yo le agregaba quetambién ese título era dudoso, porque, ¿cómo se hacepara saber de antemano que una noticia seráimportante? La crucifixión de Cristo fue importantedespués, no cuando ocurrió. Si hubieran existidoentonces los tabloids, habría ocupado apenas unpequeño espacio en la sección “Judiciales”. Y, gracias ala redención de la Cruz, estamos nosotros aquí.

Lo mismo ha pasado con la llegada delhombre a la Luna: fue transmitida en forma directa porla televisión y todo el mundo supo en qué consistió laaventura. Si en cambio hubiera existido solamente un

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relato, el acontecimiento podría haber sido soñado,imaginado o al menos pensado por cada uno, y conseguridad el resultado tendría que haber sido mássabroso, porque habría consistido en lo que en realidadfue: el epicentro de la humanidad.

- Sígame contando de su incursión por elperiodismo - dijo Hardoy en forma apenas audible.

- Usted sabe que viajé con toda mi familia aEuropa - Borges lo complació sin hacerse rogar - y, en1919, nos radicamos en Mallorca. Desde allí le mandé aun diario de Ginebra una colaboración en francés sobrelibros de Pío Baroja y Azorín. Después me publicaron“Himno al Mar”, que fue la primera de mis incursionesen el “ultrísmo”, género que usted tuvo a bien recordaral comienzo de este encuentro (e ironizar, sin recordar –o desconociendo en cambio - que antes de marchar dela Tierra pedí asistencia sacerdotal). A partir de lasexpediciones que hice por esa especie, observé un cultode la metáfora y continué enviando colaboraciones avarios medios: Baleares y Última Hora, de Mallorca, ElFaro, de Galicia, etcétera.

Por fin, en 1921, volvimos a Buenos Airesdespués de siete años de ausencia.

Encontré cambiada no solo la ciudad sino alpropio país; aunque tal vez, el que se habíatransformado era el mismo Borges, que salió siendo

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niño y regresó hombre (dicho sea de paso, hablaba treslenguas, además del español; el alemán lo aprendí parapoder leer de primera mano a Shopenhauer). Escuchélas vibraciones que me acometieron por considerarmeparte de esta ciudad y sentí la necesidad de escribir“Fervor de Buenos Aires”.

Quienes ponen el acento (para atacarme) enmi interés por temas universales deberían recordar quepara 1930 había escrito “Evaristo Carriego”, en honordel popular poeta que había frecuentado mi casa y cuyaprosa estremeció mis sentimientos más íntimos.

Por supuesto, la vida periodística me atrapó yfundé - o colaboré – en numerosas publicacionesliterarias, alguna de ellas españolas. Desde Prisma,Inicial, La Gaceta Literaria, Alfar, Los Anales, Ultra,Grecia, Cervantes, Hélices, Cosmopolitas, Multicolor y,fundamentalmente, Sur, la famosa revista que fundaraVictoria Ocampo, donde alguna vez me explayé contrala barbarie del nazismo y a favor de la libertad. Tendríanque leer algunos de esos artículos los que conagresividad injusta critican mi referencia opuesta alterrorismo en la década del ´70. El terrorismo fue yserá siempre la negación de la libertad aunque másnefastos que los militantes del terror son los hipócritasque cuando el liberalismo fue rentable tomaron esasbanderas y, más tarde, proscribiéndolas, ayudaron a susverdugos. Esta incursión en el periodismo especializado

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no me impidió frecuentar el de carácter masivo: LaNación, La Razón, La Prensa, Clarín. Me extendí endistintos medios y en varios países: la Argentina,Uruguay, España.

A propósito: le voy a contar una anécdota,que si bien tuvo los ribetes ácidos de la ironía, no hadejado de estar recubierta por una pátina de humor. Fuea raíz de un cuento que publiqué en La Nación; allíanunciaba que el 24 de agosto de 1983, el día de micumpleaños número 84, me iba a suicidar. Por supuesto,faltaba entonces mucho tiempo para esa fecha, pero “nohay plazo que no se cumpla ni tiento que no se corte”dice un viejo refrán campero, y en forma peligrosa, seacercaba aquél día. Mucha gente se mostró preocupada,porque tal vez, la ficción se convirtiera en realidad. Yomismo comencé a inquietarme, preguntándome “¿Quéhago? ¿Me comporto como un caballero y me suicidopara no defraudar a esa gente? ¿O me hago el distraídoy dejo pasar la cosa?” Lo cierto es que el tema mesobresaltó un tiempo; al final, decidí que ante cualquierpregunta contestaría que había obrado como escritor yno como periodista.

Pero, discúlpeme Hardoy, ahora le preguntode manera expresa: ¿usted me está haciendo unaentrevista? Si así fuera, permítame agregar un solo datomás: en 1961, junto a Samuel Becket, me fue diferidoel Premio Formentor, valorando sobre todo la narrativa,

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aunque mi mayor anhelo fue siempre ser reconocidocomo poeta. (En realidad, el premio fue por Ficcionesque, en verdad, fue un género que me permitió darforma a los sueños y sobre todo, a la oscuridad de mivista, que ya por entonces intuía con el avanceirrefrenable de mi ceguera). Pero así es la vida.

- Yo también recuerdo ese cuento, aunquedebo decirle que nunca le atribuí el sentido de unacrónica anticipada; descontaba que no se iba a suicidar– dijo con una sonrisa, Hardoy. Tampoco olvido esepremio. No, Borges, no lo estoy entrevistando. Estoygozando de este momento que puedo disfrutar con unode los mejores prosistas de la lengua española. Meagravian “Memorias del fuego” de Galeano, cuando dicede usted que se refugia en el pasado, en el pasado desus ancestros y de los escritores que supieronnombrarlos y que el resto es humo ¡Borges humo!Algunos creen que la injuria sirve para bajar a alguien;yo creo que lo que buscan es elevarse ellos y, por cierto,lejos de conseguirlo se relegan más aún.

Para mí, el pasado en el periodismo eran Paz,Sarmiento, Mitre, Alberdi; adversarios entre sí, enmuchas ocasiones, que se unieron en la inmortalidad.Agregue a esos nombres el de juristas de vuelo, comoDrago o Carlos Calvo, que frecuentaban con susdoctrinas la prensa diaria, y verá que nuestroperiodismo brillaba en el mundo, como las cláusulas de

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esos tratadistas fueron acogidas en los forosinternacionales.

- Por cierto que coincido con esa veneración –dijo Borges con voz emocionada. Cuando el teléfono y eltelégrafo llegaron a las redacciones, del mismo modoque la linotipo y las rotativas entraron a las imprentas,el diario recibió otro gran impulso, que se enriqueció enel campo de la cultura, como cuando aparecieron lasnotas de Leopoldo Lugones, Alfonsina Storni, RubénDarío, Carrasquilla Mallarino, Monteavaro, Charles deSoasan, cuyas crónicas pueden situarse entre lasmejores del mundo.

- ¡Por favor, no se omita usted en esa lista! –exclamó Hardoy -.

- Le agradezco la inclusión – contestó conmodestia Borges -. En las últimas décadas del siglo XX,en aras de la revolución tecnológica llegó más alto aúnel periodismo, pero solo como producto industrial; pordesgracia, en la misma medida pareció declinar comoempresa de cultura. Sin embargo, es bueno recordarque el periodista no debe cortejar al público: debeservirlo, y en consecuencia, todo lo que sale impresodebe apuntar a elevar la cultura del lector. El papel quedebe cumplir el periodista tiene que estar signado por elempeño en servir a la verdad y, con ella, impulsar elcrecimiento del país; y el camino más firme para ello esla cultura. Un país sin cultura es un país sin futuro.

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- Lo que pasa es que, como decía don FélixLaíño, – acotó Hardoy - es razonable que exista eltemor de que los grandes diarios diluyan sus esenciasen grandes empresas, volcándose a los multimedios.Ellos serán renuentes en recordar que el periodismo esuno solo. Pero además, para nosotros, que estamosenamorados de la lectura, nunca la seducción de laimagen podrá reemplazar la majestad de la letraimpresa. La gran crisis del periodismo es que losempresarios invierten hoy sumas ingentes entecnología, pero descuidan (o no invierten en igualmedida) en equipo humano. Pocos periodistas puedenvivir exclusivamente de su profesión y eso es grave. Porsupuesto, existen, por fortuna, hombres de notablefuste cuyo nivel honra y distingue la profesión.

- Es que si renunciáramos al juicio crítico –señaló Borges eligiendo las palabras que pronunciaba -que solo lo puede permitir el análisis de la palabraescrita, entraríamos de lleno en el camino de labarbarie. Mire Hardoy, ambos hemos nacido en tiemposen que era posible creer en el progreso infinito; era laépoca de los grandes inventos, cuando Freud pensabaque podía existir una fórmula que permitiera interpretarlos sueños, Einstein se esforzaba por el camino que locondujo después a elaborar la teoría de la relatividad yreinaba el racionalismo impenitente. Ese mundo iba adespertar para darse cuenta que vivía en medio de unapesadilla: las dos grandes herejías (una de derecha y

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otra de izquierda) se iban a abatir sobre él y, por sifuera poco, dos grandes guerras lo sacudirían.

- ¿Y al finalizar el siglo XX? – dijo Hardoy contono apasionado -. El conocimiento científico alcanzótales complejidades (física, astrofísica, mecánicacuántica, robótica, bioingeniería) que sus fórmulas nosresultan incomprensibles a nosotros mismos. Nunca,como en ese tiempo, me sentí pertenecer a unageneración anterior. Mis nietos manipulaban connaturalidad aparatos destinados al confort y elesparcimiento cuyos teclados y funciones requerían demí un esfuerzo de concentración para operarlos, quecontrastaba con la indiferente rapidez de ellos.

En el periodismo también se ha producido unformidable desarrollo técnico; creo que,desafortunadamente, se ha privilegiado el crecimientotecnológico con abandono de los contenidos.

- De modo escaso un reducido número desabios o especialistas puede abordar aquellas disciplinascientíficas que usted mencionara – concedió conserenidad Borges. Sus secretos más íntimospermanecen escondidos para los “hombres cultos”; elmundo intelectual ha quedado atónito ante el mundocientífico. Más aún: ambos universos estánincomunicados y se corre el riesgo de que los filósofos,abrumados, transfieran a los científicos las grandespreguntas que formulara nuestra civilización. Preguntas

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que, como la de Sócrates, quedaron impresas en elTemplo de Apolo: “Hombre, conócete a ti mismo yconocerás el Universo y los Dioses” (Por cierto, elhombre nunca se conoció a si mismo y lo de “dioses”tendría que haber sido escrito en singular).

- Que un hombre de ciencia desconozca eluniverso seductor de las letras es tan infausto comopara un escritor ignorar la segunda ley de latermodinámica – dijo Hardoy con solemnidad. Si esteantagonismo se impusiera (por fortuna, existenexcepciones notables) entre la ciencia y la filosofía seimpondría un diálogo de sordos.

- Por fortuna, – agregó Borges - haypersonas que han advertido el riesgo de esta dicotomíagrave y, por ejemplo, las universidades de mayorprestigio y tradición más insigne ya han comenzado latarea de establecer un puente entre ambos mundos.Pero aquí llegamos al meollo de este tema: ¿tiene a sucargo alguna misión el periodismo en esta tarea? Y encaso afirmativo: ¿cuál sería su función para asegurar elequilibrio en un planeta civilizado?

- Creo que esas preguntas esencialesjustifican nuestra pretendida credencial de periodistas,Borges – dijo Hardoy con un dejo de orgullo. Paragravitar ante esos dilemas será preciso que elprofesional adquiera la dimensión de un humanista y, deese modo, se convierta en agente dinámico de la

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cultura, algo que el periodismo conoció a fines del sigloXIX y principios del XX, cuando sus redacciones estabanpobladas por los nombres que ya hemos mencionado:los Ortega, los Lugones, Alfonsina, etcétera. Hemosluchado por siglos a favor de la libertad de prensa; conel mismo fervor trabajemos para que los fueros de lacultura y la ciencia resulten tan necesarios como los dela libertad.

Decía con razón el presidente de la Academiade Periodismo que éstos deben tener el rigor de uncientífico y la pasión de un predicador. Y este análisisnos devuelve otra vez a la consideración del político.Laíño – entre otros conceptos inducidos por su largamilitancia periodística y su notable agudeza - señalabaque, desgraciadamente, tenemos una dirigencia políticaintelectualmente descalificada, culturalmenteinaceptable y corrupta.

Pero lo más grave es que detrás de ellatampoco existe una clase dirigente sobresaliente.Cuando al país lo gobernaban los Mitre, los Sarmiento,Roca o Pellegrini – continuó Borges - había una segundafila espectacular: los López (abuelo, hijo, nieto),Goyena, Ameghino, Estrada, Rawson, Argerich. Era unpaís destacado en el mundo; Anatole France venía a darconferencias a Buenos Aires, Puccini estrenó La Bohemeaquí. Los próceres dilapidaban su fortuna haciendopolítica y terminaban en la pobreza; hoy es al revés: se

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ingresa pobre y se hace fortuna con la política. Tenemosel penoso orgullo de haber institucionalizado los ñoquis.Creo con sinceridad: hasta que en la Argentina no setome conciencia de que se debe vivir del trabajo propioy exista una sanción social para los transgresores, nohabrá salida económica, por más ministros de méritossobresalientes que elijamos en finanzas o por más leyesadecuadas que sancionemos o doctrinas sabias queenarbolemos.

- “Roba pero hace” – acotó Hardoy - fue unafrase que Adhemar de Barros aceptó que se utilizara enforma implícita durante su campaña por la reeleccióncomo gobernador de San Pablo ¡y ganó las elecciones!Al término del nuevo mandato, fue otra vez por la re-reelección y como la fórmula había funcionado, estavez, se oficializó la campaña con ese slogan. Elresultado fue obvio: cayó derrotado, porque el públicono aceptó el descaro. Debe desterrarse para siempre el“roban pero hacen”, que es denigrante e indigno; algobernante se lo elige para que realice obras útiles yrobar, además de un pecado, es una ofensa al públicoque lo eligió; éste es el que debe echarlo de inmediato ysi no lo hace…. Bueno, como usted puede percatarse, enel aspecto moral soy de una intransigencia casiindígena.

- Hardoy, aunque lo niegue, me ha hecho unaentrevista… y yo agregaría … lujosa – reflexionó Borges

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de buen humor. Permítame a mí incursionar en esarama que nunca practiqué y, al revés, le haga unreportaje a usted. ¿Por qué se dedicó al periodismo?

- Voy a confesarle algo – se sinceró Hardoy.Influyó mucho en mi ánimo la actitud de la opiniónpública, la misma que en su momento forzó la renunciadel presidente Luís Sáenz Peña y que, como se habrádado cuenta, constituye para mí toda una obsesión.Solo pensar que Sáenz Peña debió resignar el poderporque era tal la presión que el público ejercía sobre loshombres “de la situación” que todos se negaron aintegrar su gabinete, me deslumbra. Vuelvo a repetirlo:¿Es posible que se forme la opinión pública sin un marcoadecuado de libertad y sobre todo de libertad deprensa? ¿Alguien podría imaginar opinión independienteen la antigua Unión Soviética, como me he cansado derepetir?

Fíjese que la columna de un diario – LaNación – que diera cabida a aquel artículo deBarroetaveña al que ya me refiriera, produjo tremendosefectos sobre el gobierno de Juárez Celman y dejóexpedito el camino para la revolución de 1890.Barroetaveña quedó en la historia por ese artículo,porque, más allá de ello, su actuación política se diluyó(tal vez, por haber quedado demasiado pegado a Alem,en lugar de acercarse a Yrigoyen).

¿Y acaso no fueron los diarios, en las

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elecciones de la Capital Federal, los que infligieronaquella derrota histórica a Hipólito Yrigoyen en el año1930? El público, estimulado por diarios que no llegabana manos del Presidente, se sentía indignado y expresósu malestar votando a una fuerza de constitucióncircunstancial.

Cuando decidí que mi tarea política estabaconcluida y el aporte de mi nombre a alguna listapartidaria sólo sería para ratificar mi solidaridad conamigos y con las ideas conservadoras, me volqué a LaPrensa cuya dignidad siempre me conmovió.

- Debo colegir que así como la literatura meempujó a mí, la política lo indujo a usted – señalóBorges con una sonrisa maliciosa.

Hardoy retomó la explicación como siestuviera desnudando el alma:

- Pero abracé mis funciones en el diario conabsoluta neutralidad partidaria. Tuve conciencia plenade lo que significaba ocupar un cargo en un matutinoque tenía una tradición ejemplar y jamás utilicé mipluma con propósitos mezquinos. Por cierto, mis ideasno diferían de los principios por los cuales La Prensahabía aceptado, incluso, el despojo antes que torcer suconducta y su misión.

No fue cosa sencilla. Venían a visitarme a laredacción del diario amigos queridos, algunos de ellos

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con inquietudes partidarias, que en lo posible satisfice siello no me llevaba a burlar mis funciones en La Prensa.¿Sabe que pasaba? Era muy difícil dejar de lado más desesenta años de militancia intensa, sobre todo cuandoella ha penetrado en el torrente sanguíneo como unabacteria para cuya erradicación no existen antibióticos.

Por supuesto, todo esto lo sabía bien AlbertoGainza Paz, que era el Director y propietario del diario –dicho sea de paso, un gran caballero, por quienconservo afecto y admiración – pero jamás debióponerse en guardia por este tema. Lo recuerdoobservando todo con una sonrisa de bondadosatolerancia.

Le digo más: mantuve recias discusiones conalgún columnista cuya intemperancia le hacía mal aldiario, según yo creía y que, además, con injusticiaatacaba a un amigo mío. Y todo eso ocurrió delante delmismo director, que en varias oportunidades debiólaudar, y lo hizo en mi contra; por supuesto,perjudicando a mi amigo. Pero así es el periodismo, omejor dicho, la vida misma. No atesoré ningún rencorhacia mi colega ni tampoco lo guardó mi amigo

Siempre tuve conciencia de que mi cargohabía sido desempeñado, antes, por figuras de pluma yanálisis sobresalientes, como Alfonso de Laferrere. Miobsesión fue no menguar ni el estilo ni la profundidadde mi predecesor.

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- Lo cierto es que la pluma es una virtud quesirve para lisonjear la personalidad – observó Borgescomo si hablara consigo mismo; no para jactarse deella. El individuo no es más por lo que escribe sino porlo que ha leído. Laferrere tuvo la virtud de poderefectuar análisis rigurosos gracias a su inteligencianotable…. y a todo lo que había leído. Que otros sejacten de las páginas que han escrito; yo, al menos, meenorgullezco de las que he leído.

Pienso, Hardoy, que recorriendo día a día loscaminos infinitos de las palabras – esas que nosacompañaran en el ejercicio de nuestras profesiones –podemos congratularnos que a través del periódico, latribuna o el libro, estamos en condiciones de opinar,creer, sentir, soñar… Y tenemos que darnos por muycontentos.

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CAPÍTULO 10

EL DEPORTE, LOS MITOS, ELLABERINTO, LOS ESPEJOS, LA

FICCIÓN

La conversación fue girando hacia los temasmás centrales de ambos. En forma casi ritual, parecieraque Hardoy hubiera realizado un reportaje íntimo aBorges; abordó temas obvios, como el deporte, perodespués incursionó en aquellas facetas que hicieron desu interlocutor una figura de nivel mundial. Concientede ese propósito, preguntó:

- ¿Usted tuvo afición por algún deporte,Borges?

- En la Argentina ha prevalecido unaactividad sobre todas: el fútbol – contestó elinterpelado. Si bien no he practicado ninguno (algunavez tuve inclinación por la esgrima), el fútbol mepareció siempre un juego para estúpidos, que fomentala hipocresía. He visto golpear con tantas cosas aInglaterra, que me sorprende que aún no se hayainaugurado un reproche unánime contra la invención de

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ese juego. Me he cansado de decir que el fútbol espopular porque la estupidez es popular.

- No he sido un entusiasta del fútbol, aunqueno participo de su misma visión - contestó Hardoy.Alguna vez llegué a presidir una entidad del ascensoque tiene su asiento en la Capital Federal, pero fue porrazones políticas. Me habían designado ComisionadoMunicipal en General San Martín (en ese entonces 3 deFebrero no existía como comuna autárquica, no se habíaconcretado aún su secesión) y formó parte de un plande amplio contenido popular: instalar un equipo en esedistrito. Nos ganó de mano Chacarita Juniors, queabandonó su reducto en Villa Crespo – donde manteníauna antigua rivalidad barrial con Atlanta – y armó susede en San Martín.

- Vea, Hardoy; para mi el fútbol es feoestéticamente – Borges retomó su arenga. Digamos queonce jugadores contra otros once corriendo detrás deuna pelota no son especialmente hermosos. Tambiénme parece fundamentalmente agresivo, desagradable ycomercial. La idea que haya uno que gane y que el otropierda me parece esencialmente desagradable. Hay unaidea de supremacía, de poder, que me parece horrible.Además, lo he calificado de hipócrita, y es que, para mí,el fútbol en sí no le interesa a nadie. Nunca la gentedice 'qué linda tarde pasé, qué lindo partido he visto,claro que perdió mi equipo'. No lo dice porque lo único

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que le interesa es el resultado final. No disfruta deljuego.

- Lo que pasa es que usted es demasiadoexigente y eso lo lleva a ser cruel – dijo Hardoysonriendo. Es de la esencia del fútbol que un equipogane. Creo que la gente disfruta de un buen partidocuando su equipo juega bien, aunque,fundamentalmente, cuando la comercialización enormeque se realiza detrás del espectáculo lo abruma conelogios por el triunfo. Pero eso recién cuenta a partir dela victoria; por supuesto que la derrota, aunque se hayajugado bien, no deja satisfecha a la afición, pero vuelvoa decirle: eso es de la naturaleza del juego. En el fútbol,no existen los ganadores morales ni una máquina quepermita juzgar cual de los dos contendientes hadesarrollado una mejor labor para asignarle la victoria.

- Yo creo que el fútbol despierta las peorespasiones – continuó Borges. Sobre todo, lo que es másvil en estos tiempos, que es el nacionalismo referido aldeporte, porque la gente cree que va a ver unaactividad deportiva, pero no es así. Vuelvo a decirlo: esraro que nunca se le haya echado en cara a Inglaterrahaber llenado el mundo de juegos estúpidos, deportespuramente físicos como el fútbol. Debería reputarse queel fútbol es uno de los mayores crímenes de Inglaterra.

Le voy a contar una anécdota: en 1978, amodo de protesta por el campeonato de fútbol que se

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estaba realizando en la Argentina, opté por una sutilforma de despreciar y burlarme de ese espectáculo y desus seguidores: el mismo día y a la misma hora en quela selección argentina debutaba en la Copa, dicté unaconferencia sobre el tema de la inmortalidad. Deboconfesar que lo hice por puro desprecio, pero tambiéntengo que reconocerlo: la concurrencia fue escasa. Meganó el fútbol.

- Lo cierto, Borges, es que en la insólitafusión entre fútbol y literatura hay dos grupos muymarcados – aclaró Hardoy. Los escritores para los quese trata de un emprendimiento artístico, y los otros, losque abominan del fútbol y se ofenden por la afición quesiente la gente por este deporte. Queda claro que usted,sin dudas, pertenece a este grupo de escritores.

- Mi opinión es la que he dejado expresada –señaló con cautela Borges; me molesta quienesintentan atribuir mi crítica a un hecho personal.

- ¿Cuál? – lo interrogó con curiosidadHardoy.

- Circula una inverosímil leyenda - dijo conescepticismo Borges -, una especie de mito urbano queseñala, sin más, que el fútbol fue la causa de miceguera. Todo comenzó con una supuesta biografía quenunca autoricé, escrita por un supuesto amigo mío, enla que se afirma que en algún momento de 1930 varios

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intelectuales decidimos jugar un partido de fútbol,deporte del que – según mi presunto biógrafo - yo eraun apasionado.

En la insólita alineación también estabanAdolfo Bioy Casares, Roberto Arlt, Petit de Murat,Ricardo Güiraldes, Horacio Quiroga, Xul Solar, JulioCortázar. Bueno, tanto conocía de mí el autor que hastahizo formar en el equipo a Bustos Domecq, que, comousted sabe, era mi propio seudónimo (lo habíamosadoptado con Adolfo para escribir novelas policiales, lomismo que “Suárez Lynch”, compuesto por el apellidode uno de mis bisabuelos y la veta irlandesa de Bioy).

Y entonces, sucedió algo que cambiaría mivida para siempre. En un corner salté para cabecear,pero perdí el equilibrio al ser empujado y antes de caeral suelo mi frente se topó con la rodilla de un jugadorcontrario. Según esa estrafalaria versión, caí al céspedfulminado y, minutos después, ya en el hospital, unneurólogo dio el terrible diagnóstico: desprendimientode ambas retinas producto del golpe y, además, con eltiempo quedaría ciego. El cuento remata con un finalabsurdo: “por ello no le quedó otra opción que aprendera escribir”. (Es como suelen decir en el campo: “sintióllover…”; tuve un terrible golpe en la cabeza al tropezarcon una ventana abierta, pero en 1938; por eseaccidente estuve internado y en coma. La cegueraprogresiva que padecí fue una herencia familiar;

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también la sufrió papá, quien, como yo, murió ciego). Elfin de la historia se parece mucho a una ficción,presentada bajo un formato de realidad. Nunca laataqué (menos aún de manera judicial) porque la tomécomo una especie de homenaje, empleando un géneroal que he sido adicto. Según esa descomunal versión, deese hecho provendría mi obsesión negativa hacia elfútbol.

- Si esa simpleza fuera cierta ¿de dóndeprovendría su aversión al tango? ¿de un pisotón? –agregó, con una mueca humorística, Hardoy -.

Borges sacudió la cabeza con escepticismo:

- En materia de deportes me ocurrió comocon la música popular: en ésta prefiero la milonga sobreel tango y en aquél el boxeo mucho más que el fútbol.

- Pero en el box también existe competenciay uno vence sobre el otro – refutó Hardoy; el públicotambién tiene sus preferencias y cuando se disputa untítulo internacional, prevalece el nacionalismo del queusted abjura…

- Es cierto; sin embargo quien se desempeñamejor, va acumulando puntos que le sirven, al términode la pelea, para convertirse en ganador – replicóBorges sintiéndose victorioso. Ya sé que frente a esteprocedimiento lógico siempre existe la posibilidad de unfinal abrupto, por la vía noqueadora, pero este camino

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es extraño, y en general, quien lo logra, conanterioridad ha ido “demoliendo” al contrincante.

Del boxeo, la lucha y el enfrentamiento fatalentre dos hombres que tal vez ni se conozcan y, por lotanto, no se pueden odiar, me atraen sus ancestros.¿Puede haber algo más parecido a una puja degladiadores? Un público vociferante y aturdido al mismotiempo, la efusión de sangre, que lo exalta más aún, elensañamiento del boxeador que está a punto de ponerinconciente al rival, la obsesión de éste por resistir lapaliza tratando de no caer, a pesar de que su instinto lemuestra la lona del piso como una tentación. Cuandopresenciaba el espectáculo entornaba los párpados yveía, como a través de una nube borrosa, el inmensoColiseo, al Cesar con su Guardia Imperial y el séquitoque lo acompañaba, y trataba de adivinar la orientaciónde su pulgar en medio de una ovación popular.

¿Usted, Hardoy, ha practicado actividadesfísicas?

- Tiré algo de esgrima y jugué squash –contestó Hardoy = también hice algo de tenis, pero,fundamentalmente, en mi juventud. Pero dejemos delado el deporte, actividad que sin nuestro concurso noperderá puntaje en el ranking, y dediquemos estetiempo a considerar algunos de los temas que nos hantenido ocupados en nuestra existencia mundana. Ustedha sido lo que podría llamarse un escritor polifacético;

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han prevalecido en su producción los cuentos cortos, lareferencia frecuente a las sagas nórdicas, una poesíaimpecable y a la vez desafiante. Nadie puede, sinembargo, omitir al Borges que imaginara ficciones yespeculara con el ser, el infinito, los espejos, laeternidad, el caos y la impotencia del hombre paradominarlo.

- No tiente a este anciano a retomar susansiedades terrenales – le contestó Borges como unniño que está a punto de transgredir alguna indicaciónde su madre. Mis especulaciones pertenecen a untiempo humano que ya pasó y a un momento en el queconsideré al mundo como un inmenso caos y allaberinto como su emblema. El mito griego creó alMinotauro, que a mi juicio, fue un intento desesperadopor dominar a aquél por medio de éste.

- Borges, la inteligencia no tiene edad – lotentó Hardoy, con la misma seducción con que laserpiente mostrara a Eva el fruto prohibido -. Menos aúnen este ámbito, donde ambos hemos dejado de serviejos. Le propongo un juego: despliegue usted susconocimientos sobre mitos y ficciones y le prometo que,por mi parte, me explayaré sobre la política y susperspectivas.

- Acepto – respondió Borges con ladeterminación del que ha cedido ante la tentación.Usted sabe que se ha dicho que para mí el mundo es un

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caos y, dentro de él, el hombre está perdido como en unlaberinto. En el caso de las cuevas del Minotauro (queyo llamé La Casa de Asterión), la angustia de eseengendro es la misma que sufre el individuo en suuniverso.

En el siglo XVIII, apareció en Occidente eldominio de la fábula y el conjunto de ideas que habíaincorporado del paganismo griego pasó a denominarsemitología. Allí apareció el mito, que es una forma deapelar a un modelo cultural.

- Pero el culto al Minotauro consistía ensacrificios y ofrendas en las grutas y sobre las cimas delas montañas – refirió Hardoy -, en santuarios ruralesconstruidos alrededor de árboles sagrados o enhabitaciones especiales de los palacios. Los rituales delfuego sobre las montañas, las procesiones y lasacrobacias sobre los cuernos de un toro, formaban partede la vida religiosa cretense.

Borges admitió la acotación y dijo:

- Sí, pero la alianza que se expresa a travésde la unión del mar (toro blanco) y la tierra (Pasifaecasada con el sol: Minos) encuentra su oponente"lógico" en el ámbito celeste, de modo que, en miopinión, Minos se desdobla en Teseo para recuperar aPasifae-Ariadna. El toro es un símbolo del caos, de lanaturaleza incontrolada y hostil. Una fuerza enorme y

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brutal. Emblema de muerte y anonadamiento y tambiénsímbolo de poder, fecundidad y vida.

Humanizando a la bestia era posibledomesticarla: la cópula del toro de Poseidón con la reinaPasifae convierte al animal en su prolongación obvia, elMinotauro, en el imaginado principio de la creación(aclaro: no bíblica sino mitológica). El Minotauro es unacriatura de las aguas oceánicas, Poseidón hizo salir delmar a su padre y según lo asienten otras versiones, eraéste un toro que estaba destinado al sacrificio en honordel dios.

Del mito se desprende que los mancebosenviados como tributo de guerra de Atenas a Cretafueron víctimas del Minotauro, quien, a su vez, fuepresa del laberinto creado por Dédalo, que está alservicio (y también, en el futuro, será víctima) deMinos, mártir de la ira de Poseidón, el que enviará elToro Blanco que aquél no sacrificará por su hermosura ydel que se enamorará Pasifae, engendrando en suvientre al Minotauro. Este confuso entrecruzamiento dedioses que son desafiados da lugar al mito, que yoidentifiqué en Asterión, triste y resignado, quien luchacon obstinación feroz contra la muerte, a la vez que laespera como una liberación. Cuando recordé que losmancebos de Atenas eran nueve, dije también quehabían sido enviados “para que yo (el monstruo) loslibere”, en directa referencia al Padrenuestro, como creo

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haberle dicho.

Hardoy escuchó con atenciónla exposición de Borges y en determinado momentoindicó:

- Debemos considerar, sin embargo, que lavictoria de Teseo es rotunda, desde que vence y ultimaal monstruo, y a la casa monstruosa donde vive, todoello, gracias al hilo de Ariadna. Pero comparto suopinión: tanto el toro o el monstruo (Asterión) sonanimales que describen su vida, su espacio y su relacióncon el mundo exterior; ambos se encuentran defendidosy encerrados en un laberinto al que llaman casa y sepiensan en términos de singularidad; ambos acechan envigilia permanente sintiendo a la soledad como cargainevitable y ambos se saben en una situación deimposible salida, cuya única posibilidad de liberaciónconsistiría en la muerte, contra la cual luchan y a la vez,esperan.

- Es que el triunfo de Teseo es aparente –continuó Borges - . Por el contrario, la victoria definitivaes del Minotauro. Es este último el que utilizará a Teseocomo instrumento de su principal deseo existencial, esdecir, su última voluntad: ser muerto para terminar consu suplicio y acceder a la posibilidad de una suerte deredención. Ella habrá de producirse en otro espacio onivel simbólico, que en última instancia, puede ser elencuentro con su Redentor. ¿Recuerda que ya antes

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mencioné que en mi cuento puse en boca de Asterión suesperanza en la Redención? Vale la pena repetirloahora: "Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellosprofetizó, en la hora de su muerte, que alguna vezllegaría mi Redentor. Desde entonces no me duele lasoledad, porque sé que vive mi Redentor y al fin selevantará sobre el polvo".

Ambos habían entrado de lleno en el terrenosuperior del análisis y la exposición. Los dos percibíanque lo que en realidad estaban exhibiendo era ladimensión cultural de cada uno, y en ese contexto,Hardoy dijo:

- El desarrollo de esa idea sería - por decirlode algún modo – un proyecto de universo en el quecada uno es una parte o peldaño. La paradoja consisteen que, cuanto más poder aparente parece tener (elMinotauro) en esa cadena, menos conciencia tiene de lamisma; y cuanto menos poder y más carencia comienzaa padecer, más conciencia toma de su angustiantedestino, como es el caso de su creación, Asterión, elhabitante de su casa-laberinto. Entiendo que, además,Asterión no está precisamente perdido en su casa, sinoque, por el contrario, su ámbito le permite eldesciframiento del universo en el que vive y lacomprensión de su propio destino.

- Porque un laberinto – coincidió Borges - noes más que una casa edificada para confundir a los

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hombres. Como ya le he dicho, su arquitectura, deabundantes simetrías, está adaptada a ese propósito.

- No obstante, debo reiterar – insistió Hardoy- que de su obra literaria, la expresión simbólica son lasficciones: El jardín de senderos que se bifurcan yArtificios. Aunque la mayoría pudiera inclinarse por laprimera de las producciones, yo no puedo dejar deponderar Funes, el memorioso, cuento que me parecióaún más conmovedor que Sur, y ambos están en lasegunda producción.

- Si bien para un escritor sus libros son, comodeberían ser para un padre, sus hijos - replicó Borges -es decir, todos situados en un pie de igualdad, meocurre como debe ocurrir en la vida real de una familia:no puedo ocultar mi preferencia. Aún a riesgo deincurrir en una herejía, me inclino por Sur.

Pero en el otro aspecto, usted tiene razón: lacrítica se ha decidido por Artificios y yo mismo me hepermitido – si usted quiere - una ironía: los he definidocomo de confección “menos torpe”. Es verdad quealgunos escritores han inventado biografías de hombresreales, de los cuales poco o nada quedaba registrado.Yo, en cambio, leí acerca de personas conocidas y,deliberadamente, escribí sus historias variando ydistorsionando los datos a mi capricho.

Cuando escribí El jardín de senderos que se

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bifurcan, partí de una obra histórica, la Historia de laGuerra Europea, de Liddel Hart. Ella narra la ejecución(y todos los preliminares de un crimen), cuyo propósitono se comprenderá hasta el último párrafo. El hechohistórico parte de un espía, Yu Tsun, que, al mismotiempo, es el protagonista y debe transmitir el nombrede una ciudad a los oficiales alemanes. Atormentado porel capitán Richard Madden, que lo persigueimplacablemente, decide comunicar su mensajematando al sabio sinólogo Stephen Albert, porque suapellido es igual al nombre de la ciudad que losalemanes tienen que atacar. El asesinato lo recogen losperiódicos ingleses al día siguiente y los alemanesreciben el mensaje. Pero la ficción literaria no terminaahí, porque detrás de esta sencilla historia, se escondela figura de un astrólogo chino, Ts’ui Pên, bisnieto delprotagonista, que ha escrito un libro extraordinario que,curiosamente, se llama El jardín de senderos que sebifurcan, que viene a significar la esencia misma delmundo, donde el tiempo se bifurca perpetuamentehacia innumerables futuros distintos unos de otros.

Sin embargo, Hardoy, tenga presente esto:siempre advertí que la cultura no debe quedarrestringida a cenáculos privilegiados por la inteligencia oel manejo audaz de un lenguaje críptico. Durante untiempo, dirigí el suplemento semanal de Crítica, undiario de manifiesta orientación popular.

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Más todavía: digamos que referido a unpúblico con un nivel cultural reducido. Allí inserté lashistorias infames de que se nutre la literatura popular,las cuales sirven para entretener. En consecuencia, losrelatos se entregaban como un producto desubliteratura. A partir de ese método o serie, laconstrucción empezó a volverse laberíntica.

Bueno, amigo mío, ya hemos hablado dellaberinto, pero omitimos recordar que su característicaprincipal es la complejidad, que, de manera inversa,pone en evidencia su aparente sencillez. Y esa sencillezse inicia en el título (por ejemplo, Historia Universal dela Infamia) que aturde al colocar en la historia universalun dato contradictorio: una heroicidad de signocontrario. En el suplemento tratábamos de lograr que alreconocimiento de un saber universal determinado poruna ficción, se le agregara un contexto popular que lavolviera cotidiana, a pesar de todas las referenciaslibrescas.

- Lo que creo es que estos ejercicios... –señaló Hardoy - abusan de algunos procedimientos: lasenumeraciones dispares, la brusca solución decontinuidad, la reducción de la vida entera de unhombre a dos o tres escenas, olvidando la complejidadde una existencia. Pienso que en su orientación haciaese estilo han influido las lecturas de Stevenson yChesterton y aún de los primeros films de von Stenberg.

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He leído su obra, Borges, de manera casicompleta y siempre sentí los efectos de sus narracionesinventadas, que ponían de manifiesto su erudiciónnotable y la vastedad de esa imaginación. Los relatosdel primer grupo son fantásticos: La lotería enBabilonia, donde usted reflexiona sobre el azar y eldeterminismo; La biblioteca de Babel; el ya recordadoPierre Menard, autor del Quijote, un relato que ustedcompuso como alarde de ingenio y trata la figura delescritor francés que escribió varios capítulos iguales alos originales de Cervantes, al parecer, sin haberloscopiado. En Tlön, Uqbar, Orbis Tertius y Examen de laobra de Herbert Quain, el ojo escrutador puede advertirque son notas sobre libros imaginarios.

- No puedo menos que sentirme pasmado porsu nivel, Hardoy – dijo un Borges sorprendido -. Engeneral, uno está preparado para escuchar de unpolítico frases vacías, pensamientos vanos, lugarescomunes visitados por la repetición absurda deconocimientos ajenos. Sabía que usted se habíadeleitado en la lectura y lo reputaba un hombre culto –así, al menos, yo lo consideraba -, pero debo confesarque me ha sorprendido su erudición, la acumulación deconocimientos, si bien adquiridos por la lectura,elaborados por una inteligencia notable. En este lugartan especial, donde la Misericordia Divina nos hasituado, no puedo menos que expresarle mi alegresatisfacción… aunque también mi tristeza. ¿Cómo fue

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posible que la Argentina prescindiera de sus servicios?¿De qué forma puede aceptarse que su inteligencia nohubiera podido participar del gobierno de nuestro país?

Aunque, en realidad, no se para qué meformulo estas preguntas. Por algo la Argentina delBicentenario ha debido conformarse con hablar mal delpaís del Centenario y hacerle creer a la gente que esteera un país inclusivo, no como el de un siglo atrás, que“era elitista”. ¡Debía ser por eso, por ser una naciónexcluyente, que atraía a los trabajadores emigrantes delas potencias que hoy son rectoras!

Tocado en su fibra más íntima, Hardoy nopudo sino aceptar con regocijo el juicio de Borges, quienle hablaba nada menos que de sí mismo y de laArgentina que había enamorado a ambos. Por eso, conpasión dijo:

- Los restos de mi vanidad humana que aúnme acompañan no pueden menos que sentirsehalagados por sus palabras. Pero usted mencionó lanación del Centenario. En ese tiempo todos los hombresque ocupaban los primeros lugares ejercían el comerciocon las musas… y lo más significativo: los que llegaron asituarse en posiciones de segundo orden también teníanuna formación superior. ¿Habré recordado al generalJusto, un hombre colosal? Mientras ejercía lapresidencia de la República, era frecuente que seperdiera entre los anaqueles de una librería de la calle

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Florida, deleitándose con fruición en la devoradoralectura de libros que lo sorprendían y alegraban. Dichosea de paso, el propio librero era una persona de grannivel intelectual y se enfrascaba con Justo en loscomentarios agudos que efectuaba sobre los textos queel Presidente absorbía.

- Sé que tras la muerte de Justo susherederos vendieron su famosa biblioteca – dijo Borges-, llevados por un estado de necesidad económica, cuyadignidad, hoy, debería avergonzar a muchos. Porfortuna, la compró la Universidad de San Marcos, Lima,porque, de otra forma, esa maravilla de la culturahubiera sido desguasada. Me duele que la hayacomprado otra nación, que aunque hermana nuestra ensu origen y destino, no deja de ser otro país. Pero ellosolo sirve para poner en evidencia nuestro perpetuodesdén hacia los patrimonios más valiosos que hemosobtenido.

Sin embargo, esos recuerdos alcanzan paraecharnos en cara la finitud de la condición humana; noson parte de un destino elaborado por Dios. El hombredebió incorporar su condición miserable a la libertad deque gozara para poder ser redimido del laberinto.

Hace poco, usted citó a Pier Damiani, eseabstinente y austero obispo medieval.

Sucede que se había producido una polémica

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teológica. Se partía de una pregunta: ¿podía laomnipotencia de Dios decidir que algo que era no era?El ejemplo que se traía era el de Roma: se decía que sinduda Dios podía destruirla, pero, ¿podía decidir quenada de su historia hubiera ocurrido, simplemente queno había existido? Se agregaba otro ejemplo desafiante,¿podía la omnipotencia divina devolver la virginidad auna mujer que la había perdido?

Damiani le atribuyó a Dios esa potestad peroal mismo tiempo proclamó que no debía tentarse suomnipotencia planteándole que decidiera hipótesisvanas. Emerson tenía una opinión opuesta: sosteníaque “ni siquiera los dioses pueden alterar el pasado”.

Alguna vez lo dije en un cuento, queenhebraba una conjetura, un poco para hacer alarde deingenio, y otra como resabio de mi antigua condición deultrista, hoy debo aceptarlo.

Para ello escribí la historia de Pedro Damián(fíjese que utilicé el nombre traducido al español delcélebre teólogo del medioevo) quien había intervenidocobardemente en la batalla de Masoller, librada en 1904.Como ejercicio de una ironía ritual, lo hice regresar altérmino de su vida a su tierra natal, al igual que elnotable obispo y teólogo (que fuera designado obispocon sede en el mismo pueblo en que había nacido).

Damián, un muchacho entrerriano, tuvo en

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esa batalla un desempeño reñido con el valor, según losdichos de sus propios compañeros de armas y eltestimonio del coronel Dionisio Tabares, que era jefe dela división. Murió en 1946, abatido por fiebres que lotuvieron en un delirio constante durante su agonía.

Pero Pedro Damián, arrepentido de sucobardía en la mencionada batalla, le pide a Dios que lede ocasión de redimirse. La omnipotencia divina leconcedió la petición (volvió como sombra en pena aEntre Ríos y se perdió en ella “como agua en el agua”).Murió (por segunda vez) como un valiente en Masollery fue enterrado al pie de una cuchilla oriental, en 1904.Recurrí como autor al testimonio del coronel Tabares yéste rehizo su relato anterior, refiriendo que Damiáncayó al frente de su escuadrón, alcanzado por una balaenemiga que le dio en medio del pecho. En estaocasión, Tabares estuvo acompañado por un doctorAmaro, quien confirmó la valentía de Damián. El cuentofue referido con el título La Otra Muerte en El Aleph, quereemplazó la original que se llamaba La redención, porsu denominación excesivamente teológica.

En el relato se conjeturaba que Damián habíamuerto dos veces: una como valiente, en medio delentrevero, en 1904, y otra, inmerso en las fiebresdelirantes, en una cama, en 1946. La omnipotencia deDios se puso de manifiesto al decidir que Pedroredimiera su cobardía, como podía haber resuelto que

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Roma nunca hubiera sido fundada o nacido o unaprostituta recobrara la virginidad.

Siguiendo el relato hecho por Borges, Hardoydijo:

- En realidad, si aceptáramos como unapremisa válida que la omnipotencia de Dios puedecambiar los acontecimientos y decidir, según suvoluntad, que un hecho sucedido no se hubieraproducido, tendríamos que afirmar que la historia es unverdadero espejo, que si bien refleja losacontecimientos, puede modificar esa imagen yreemplazarla por otra.

- Usted lo ha dicho – confirmó Borges. Paramí, el espejo tiene un tentador significado: conocer deuna manera cabal al mundo, o mejor dicho, a unomismo. Según mi punto de vista, el espejo es más,mucho más que un instrumento del conocimiento o unafórmula que sirve para ingresar al mundo de la fantasíadonde todo puede suceder y todo está permitido. Es,en primer término, un profundo reflejo del yo, que vamás allá de mostrar una reproducción ilusoria de lafigura humana. Allí se encuentra toda la esencia de eseyo, es una forma para el hombre de enfrentarse a símismo: es su propia idealización. Se da unatransubstanciación del yo en el espejo - como la deCristo en el vino y el pan- tan profunda, que incluso esafuerza, la energía de la figura reflejada, es tan fuerte

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que es más real que la propia figura de la cual se haproyectado.

Lo dije en el poema "El forastero”: "Seafeitará después ante un espejo/ que no volverá areflejarlo/ y le parecerá que ese rostro/es másinescrutable y más firme/que el alma que lo habita/ yque a lo largo de los años lo labra". Este fenómeno de laduplicidad del yo y de la duda o confusión respecto decuál es más "real" o verdadero, se da no sólo a travésde las metáforas del espejo, sino también a través de laescritura (“Poema de los dones", "El laberinto"), delhecho mágico de “alguien” que se encuentra a sí mismoen la calle ("El libro de arena") o del yo que reflexionasobre un otro yo o el sueño de Boecio, en la que unespectador imaginado está siendo observado por otroespectador, también soñado.

Pero esta duplicidad del ser tiene también sucontraparte; es decir, el yo dividido busca, consciente oinconscientemente, la manera de resolver el problemade la separación o de la duplicidad. Esta necesidad deunir las partes también queda metaforizada, entre otrascosas, con el espejo. Incluso podemos ir más allá de laidea inicial, estableciendo que ambos ‘yo’ son espejos,que, acaso, fatigados, se reflejan incesantemente. Esolo señalé en el "Coloquio de los pájaros": un grupo deaves llega hasta los confines de una montaña en buscade su rey, Simurg. "Treinta (pájaros), purificados por los

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trabajos, pisan la montaña del Simurg. La contemplan alfin: perciben que ellos son el Simurg y que el Simurg escada uno de ellos". El acercamiento es "Un juego conespejos que se desplazan", (reitero esto porque alguienatribuyó al relato un sentido panteísta del que carecía)porque otra interpretación de los espejos radica en quelos conocimientos del hombre son los reflejos que, porsu intermedio, recibe del universo. El hombre, pues,como en la famosa "Cueva de Platón", conoce por mediode reflejos: es lo que dije en "El espejo de los enigmas".A diferencia de la idea de Platón, revela total ycabalmente el universo, mientras que en el mito de lacueva, sólo se conocen las siluetas dejadas por la luzsobre la superficie de la misma.

- San Pablo, en su Primera Epístola a losCorintios - pensó Hardoy en voz alta - atribuyó elconocimiento a través de espejos y dice que eseconocimiento está limitado, pues lo que muestran es tansólo una fantasía, nunca el conocimiento en sí. Piensoque nadie, pues, “rebaje a reproche esta aclaraciónsobre su obra”, digo, parafraseándolo a usted mismo.

- ¿Tendría nuevamente que decirle “touché”?– replicó Borges, en tono divertido- En "El Aleph" heprocurado describir qué es un Aleph, diciendo locontrario de lo escrito en "El espejo de los enigmas".Como tengo la pretensión vanidosa de que usted lohubiese leído, solo quiero recordar, en esta instancia,

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que el Aleph es una pequeña esfera, un punto deluniverso en que confluyen todos los puntos del mismo.Ese lugar funciona como un espejo esférico en que sepueden ver reflejados, simultáneamente, todas lascosas que "destejen y tejen en este universo". Así pues,los espejos, este particular espejo, son la suma yesencia de las cosas, porque nada hay que no puedareflejarse.

Si múltiples e infinitas son las imágenes quepodemos tener de los espejos, también múltiples einfinitas pueden ser sus significaciones. Por eso, en cadarelato o cuento el sentido dado al espejo difiere o cobraun matiz particular. Por ejemplo: una cosa puede serespejo de otra, o una persona de otra o aún de unobjeto. Tal es el caso de Edipo, que al ver a la esfingedescubre que ésta es un espejo de él mismo: "Con latarde un hombre vino/ que descifró aterrado en elespejo/ de la monstruosa imagen el reflejo/ de sudeclinación y su destino".

En "El instante", sugiero que el presente noexiste; todo es un pasar inconmovible o futuro inseguro.Los espejos sólo reflejan, en consecuencia, el pasado deuna persona, jamás atrapan el segundo en que secontempla: "El rostro que se mira en los gastados/espejos de la noche no es el mismo", porque la historiaes un espejo de los hechos que a través del tiempo lamemoria no ha podido borrar. Está demás recordar que

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la imagen de la historia es rígida; dura como unaescultura. No comparte esa condición esencial de lasimágenes de los espejos: la de ser efímera. En "El relojde arena" he dicho: "En los minutos de la arena creo/sentir el tiempo cósmico: la historia/ que encierra ensus espejos la memoria".

Los espejos han sido, pues, un pretexto paradecir lo que más me importaba de las cosas. Son unaforma de patentizar los juegos con el tiempo: lo infinito,la vida o la muerte. Al mismo tiempo debo aclarar, quelos espejos, de vez en cuando, también sirven parahacer esa humilde y prosaica función que todos los díasde su vida un hombre puede realizar sin necesidad dehaber leído mis argumentos: reflejar.

Como puede ver, Hardoy, me he dejado llevarpor el entusiasmo, dándole a este tema más espacioque a otros. Habrá advertido, también, que para mí losespejos, como los tigres, son algo más que un contornofísico.

Está demás decir que me han provocadogracia (o espanto) las conclusiones a que arribaranmuchos pretendidos exegetas míos, que redujeron susjuicios a una frase que urdimos alguna vez con Bioy:“Los espejos y la cópula son dos grandes aberraciones,porque ambas sirven para reproducir a los hombres”.

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CAPÍTULO 11

Los Conservadores

Para Hardoy, hablar de los conservadores eraalgo natural. Durante toda su vida terrena habíapracticado en forma permanente ese discurso, peroahora debía elaborarlo en otro medio y con diferenteinterlocutor. Al contrario de lo que siempre había sentidoen su existencia mundana, ahora, en el Cielo, leextrañaba la escasa preocupación que despertaban lateoría y la historia de ese tema. Formado en la escuelaextraña de la doctrina, su preocupación por la praxis lohabía convocado desde su juventud, convirtiéndolo enun político obligado a justificar las ideas que habíaenarbolado. Como de Joaquín V. González, de él podríadecirse que encarnó el espécimen más acabado delintelectual inmerso en las vicisitudes de la prácticapolítica.

Ese exponente del conservadorismotradicional, dijo:

- No crea, Borges, que voy a escapar a laobligación que asumí, pero creo que ya he dicho todo

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sobre mis ideas y los motivos que me llevaron aasumirlas.

- Descarto que no habrá de eludir sucompromiso – contestó Borges -, pero quiero tener unaversión que justifique esa tendencia que abrazó, másallá de los lazos familiares o la nostalgia por una patriaque fue antes y no lo es ahora.

- Por supuesto – admitió Hardoy - los añosfueron abonando aquellas ideas, y a mi naturalinclinación por el conservadorismo fui agregandoconceptos teóricos que ratificaron esa orientación.

En cuanto a nuestro país, pienso comoseguramente usted también lo hará: después de losaños heroicos de la independencia, la Nación obtuvostatus constitucional y los gobiernos conservadores seocuparon de preservar uno de sus valores primarios: lalibertad.

- Y a ello, – Borges no pudo dejar de meterun bocadillo - además del progreso y la educación,habría que sumarle la administración, la cual hizoposible que nuestro país, bárbaro y salvaje, al decir deSarmiento, se transformara en una república que fuesueño y meta de tantos inmigrantes.

- Vea, me ha encantado (e influido mucho enmi pensamiento) – retomó Hardoy la ilación de suexposición - una frase de Rosanvallon, quien decía algo

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así como que “el conservadorismo es la eternidad delliberalismo”.

Se imagina, Borges, que a lo largo de mi vidame han formulado la misma pregunta, especialmente enlos tiempos en que el pensamiento liberal tuvo unarepresentación partidaria y muchas personas tratabande hurgar: “¿qué diferencia hay entre un conservador yun liberal?”

- Naturalmente, mucha gente, de buena fe,repudia a los conservadores y se proclama liberal; talvez, ignore que los gobiernos conservadores quetransformaron el desierto y desarrollaron el país erantambién liberales - agregó Borges -.

- En ese aspecto, quizá debamosremontarnos al gobierno de Pastor Obligado – expresóHardoy con nostalgia - que tuvo como opositores nadamenos que a los jóvenes de entonces: Adolfo Alsina,Anchorena, Cazón. Éstos asumieron un papel“progresista” y bautizaron como “conservadora” lagestión de Obligado. Esa circunstancia tal vez haya sidola raíz que impulsó a muchos hombres a calificar a losconservadores como herederos de Rosas (olvidando,entre otras cosas, que Obligado y su familia se exilarondurante la gestión de aquél, mientras que Alsina, añosdespués, ofreció a los rosistas una oportunidad paravolver a la política activa y además fundó el PartidoAutonomista, síntesis de aquella dicotomía feroz -

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unitarios y federales - y antecedente directo del partidoConservador que nació en 1908).

- En ese escenario, ¿cómo definiría elgobierno de Roca? – preguntó Borges -.

- Usted me ha anticipado; iba a nombrar aRoca – contestó Hardoy = . Sin dudas, él fue el artíficede la Argentina moderna. Además de enarbolar sufamoso lema: “paz y administración”, gobernó conautoridad y cintura una nación difícil, impulsó unapolítica exterior de concordia (sin eludir conflictoscuando fueron inevitables, como los que mantuvo con elVaticano) y su gestión se coronó con éxitos indiscutidos:incorporación del Chaco argentino, ferrocarriles, puerto,tratados con Chile, etcétera, sino por la notable tarealegislativa que propició. Pasó a la historia como unsímbolo de la “oligarquía vacuna”, expresión peyorativapara simbolizar a los conservadores. No obstante, Rocafue un gran liberal, por lo que se podría decir sinruborizarse: encabezó un gobierno liberal-conservador.

- Creo que toda esa época tuvo una improntaliberal y conservadora – agregó Borges -.

- Es que nadie quería renunciar al privilegiode esa ideología, señaló Hardoy. Ser liberal erarevestirse de una pátina de prestigio, más allá delnombre que adoptara la agrupación política a la queperteneciera el individuo: era un demérito no ser tenido

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por liberal. Quizá, Mitre haya sido uno de los pocos enasumir que su partido llevara esa denominación, y dehecho, cuando propició una agrupación políticaprovincial, afín a sus ideas, prohijó que se llamaraPartido Liberal, el que proveyó de grandes gobernadoresa Corrientes y aún hoy subsiste. Con ese nombre hubovarias agrupaciones provinciales (en San Luís yMendoza, entre otras) que a diferencia de lo ocurrido enCorrientes resignaron su denominación local para fundarel Partido Demócrata Nacional, típica expresión delconservadorismo-liberal a partir de 1930.

- Debería proclamarse, entonces, que esosgobiernos fueron liberales, pero al mismo tiempoconservadores – señaló Borges con total coincidencia -en cuanto pretendieron “conservar” los logros obtenidosa partir de la Constitución de 1853.

- Así es – continuó Hardoy -. Aún cuandodebiera reconocerse que a la ideología liberal adheríantodas las fuerzas políticas gravitantes, como ya señaléhace unos instantes. Fíjese en una gran ironía. Doshombres que eran rivales empecinados y ademásencarnaban las corrientes antagónicas que sedisputaban la primacía en Buenos Aires y en el país,fueron Bartolomé Mitre y Adolfo Alsina. Sus banderasarremetían una contra la otra y en las campañaselectorales de entonces se desplegaban consignaspersonalísimas, tendientes a destruir al rival. Y bien,

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ambos se proclamaban liberales y, en medio de lasbatallas periodísticas que se libraban con pasión, seacusaban mutuamente de no ser lo suficientemente“liberales”. Por eso me pareció un signo de ignoranciapolítica e histórica la tendencia de algunas personas aafirmar su militancia “liberal” acentuando su oposición alos “conservadores”.

Voy a agregar algo. Cuando me interrogabanacerca de si había diferencia entre liberales yconservadores dije, tratando de morigerar el dilema porla vía del humor, que estos eran “liberales que hacíanpolítica”.

Siempre me valí de un ejemplo, casihistriónico, que tiene la forma de cuento: gobierna elpaís un presidente liberal y su ministro de Hacienda leinforma que al día siguiente no se podrán pagar lossueldos de los agentes públicos porque no existenrecursos genuinos. Podría emitir y pagarse los sueldos –agrega - pero sería sin respaldo; también le advierteque sin sueldo los vigilantes entrarán en huelga y lascalles quedarán a merced de los delincuentes. Elpresidente (liberal) no duda y se mantiene fiel a suortodoxia; sin respaldo no puede haber emisión: que losdelincuentes se adueñen de las calles. La mismasituación presentada a un presidente conservador: sabeque sin respaldo no se debe emitir y le repugna hacerlo,pero hace prevalecer el realismo sobre la ideología.

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“Emita sin respaldo – le ordena a su ministro - y paguelos sueldos de los vigilantes; que no hagan huelga;después veremos como corregimos el asunto”. Eso es elpragmatismo conservador.

- Está muy claro, Hardoy – se complacióBorges. Yo recuerdo que Debray decía que la humanidadnada había aprendido de las experiencias anteriores yque cada pueblo las repite inexorablemente, sin cambiarnada sustancial. Esa afirmación recuerda aquel axiomaque decía que “el hombre es el único animal quetropieza dos veces con la misma piedra”.

Yo no comparto ese juicio simple; creo, por elcontrario, que la sociedad aprende de sus errores ytrata de “conservar” lo bueno que ha quedado en lacesta, y lo hace, además, con el pragmatismo que ustedresaltara con ese ejemplo tan práctico y gracioso.

- También Popper opinaba como usted. Esaafirmación del filósofo-guerrillero (Debray) no puedeaceptarse sin – por lo menos – efectuar una previainvestigación y comprobación, que como decía elcélebre tratadista austríaco, resulte “verificable”. Enrigor de verdad, todas las teorías ideológicas deberíanser comprobables. La de Einstein no tuvo acogida comoverdad absoluta hasta que el sabio no la sometió a unacomprobación empírica. Y digo esto, sin sumarme albando positivista, que ve en el cientificismo, sin elaporte de la fe, la conclusión por la vía de la razón.

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- Lo que pasa es que el propio Debray –como no podía ser de otro modo – introduce un factorde inseguridad – señaló Borges. Al fin, debe rendirseante la imprevisión del futuro y el ejercicio de lalibertad, que es algo consustancial al individuo.

- Con esa ironía de que se valía para emitirsus juicios más profundos – acotó un Hardoyentusiasmado por las coincidencias - lo decía Churchill(remedando a Lincoln), palabra más, palabra menos:“pueden muchos engañar a pocos o pocos a muchosdurante un tiempo, pero no pueden todos engañar atodos todo el tiempo”. Por último, prevalecen lainteligencia y la libertad. Hitler, Stalin, Beria o Pol Potfueron estrellas fugaces que nada importante dejaron,más allá de las desgracias enormes que provocaron asus contemporáneos o la crueldad de que hicieronalarde.

- Debray parece alejado de la idea de que lassociedades humanas tienen la posibilidad de elegir suporvenir y también de la creencia de que es imposiblepreverlo. Ambas posiciones fueron sostenidas conabsoluta persuasión por Popper (a quien usted recién serefiriera) o Rueff - agregó Borges -.

Hardoy no había perdido la ecuanimidad niaparentaba burlarse de Debray cuando agregó:

- Lo que pasa es que Debray – uno de los

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principales ideólogos de la subversión latinoamericana yresponsable, en gran medida, de que tantos jóvenesmurieran en el empeño terrorista - parte de unapremisa que es imposible confirmar. Según él, elenunciado ideológico está construido de tal manera queresulta imposible para la experiencia su modificación,aunque sí puede modificarse la propia experiencia. Esteinteresante juego de palabras ha sido común a lasideologías, digamos que … “de izquierda”.

Trae al respecto un ejemplo desatinado peroatractivo, cuando dice que un pigmeo puede declarardelante de un miembro de una aldea africana que sucasa está embrujada. Por supuesto, nada ni nadie podrádemostrar científicamente lo contrario, pero el oyentede tal absurdo modificará su conducta comoconsecuencia de esa afirmación. Por supuesto, traído elejemplo insensato, elabora el paso siguiente, con uncaso menos inconsecuente: ahora afirma que si unprofesor declara frente a sus alumnos que el mundo vahacia el socialismo o su antítesis, que ésta es unaopción impracticable y proclamara que la humanidad, enconsecuencia, va hacia la servidumbre, sus juicios,aunque sea de manera infinitesimal, producirían efectosen el auditorio. Es que, según él, una idea vana queprovoca consecuencias es una idea grave, pero al revés,una idea grave, sin consecuencias, se transforma en unjuicio vano.

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- Pero este planteo hace agua por donde se lomire – exclamó Borges. Para que ese enunciado pudieraser exitoso, primero habría que construir una “ideología”y después imponerla hasta el extremo del fanatismo. Enlas sociedades occidentales, con la libertad depensamiento, de prensa, que hacen posible la crítica (esdecir: aquellas sociedades que pueden dar garantía deinstituciones democráticas) las ideologías no podránsubsistir mediante el fanatismo; deberán afrontar laprueba del ataque a que la someterán sus opositores.

- Lo que ocurre, Borges – confirmó Hardoy -con el pensamiento voluntarista de estos ideólogos esque su imposición depende de la fuerza. Como ustedbien dice, únicamente es posible su subsistencia bajo latutela del absolutismo; el pluralismo, o sea, ladiversidad de opiniones e intereses, resta validez aaquella afirmación y solo puede ser aplicada en aquellosejemplos nulos: la aldea africana, la Alemania de Hitlero la Unión Soviética, expresiones estas últimas desociedades moralmente enfermas, donde lo único queprevalecía era el úcase de los gobernantes.

Las ideologías elaboradas (o desplegadas)por los Debray – en realidad, por todas las doctrinasque sustentaran los marxistas-leninistas, sea por mediodel terror de las armas y las cárceles del pueblo oapoderándose de los gobiernos en forma disimulada yen apariencia legal – siempre pondrán en evidencia su

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desprecio por las democracias liberales y tratarán deinstalar la tiranía. Lenin se refería a la Iglesia Católica(en rigor de verdad hablaba de “las religiones”) y lasllamaba “el opio de los pueblos”. En esta versiónpueblerina que vivimos en nuestro país, al pueblo seintenta “opiarlo”, irónicamente, mediante uninstrumento del capitalismo liberal: el dinero. Losideólogos de la subversión han tenido el triste mérito deintentar que la humanidad retroceda a 1788, es decir, alos tiempos previos a la Revolución de Francia, en queimperaban el absolutismo, la tiranía y la administraciónde “justicia” en base a normas sancionadas conposterioridad a los hechos que debían juzgar.

Seguirá siendo un deber principal de lassociedades algo que dijimos antes: tendrán que limitary sujetar el poder del Estado. La Argentina, con lasabiduría de su Constitución de 1853, pudo crear losinstrumentos apropiados, que fueron, a no dudarlo, lasinstituciones que ella propició. A diferencia de lo queopina Debary, el peligro no proviene de brotesirracionales que repitan experiencias pasadas. El peligroactual es el que proviene del ejercicio de unapropaganda abrumadora, a veces subliminar, queprocura imponer estándares de conducta y formas devida – racionales, por cierto - pero que pueden llegar aser gravemente indeseables. A mi juicio, es muy pocoprobable que surjan dictaduras como las que describieraLa Rebelión de las Masas, según la aguda observación

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de Ortega. La subversión ha aprendido de sus propioserrores y ha “camuflado” su despotismo y sus armascon las mismas instituciones que desprecia.

- Lo que pasa es que la concepción de Debrayha sido demasiado simple – incluso infantil, para sercierta – frente a la complejidad del mundo moderno,reflexionó Borges.

- Por eso me ha seducido – continuó Hardoy -la idea de Rosanvallon (en realidad, éste se la adjudicaa Guizot), según la cual el conservadorismo no debeoponerse al liberalismo, pues él se presenta como larealidad de este último. Durante más de cincuenta añossostuve este pensamiento, incluso con similarespalabras. Para repetirlo con la frase que tanto meconmoviera: “es la eternidad del liberalismo”, ya que serconservador es regir una sociedad que en su seno noalberga el germen de ninguna revolución. Lo dijo conmaravillosa exactitud Edmund Burke: “Las sociedadesson gobernadas por los vivos, por los muertos y por losque están por nacer”.

- O “el conservadorismo tiene todas lasvirtudes del cambio sin ninguno de los inconvenientesde la mutación” - agregó Borges con una sonrisa -.

Hardoy parecía en su salsa. Entusiasmadocon la correspondencia que mantenía con su calificadointerlocutor, sostuvo el hilo de su exposición:

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- Vea, Borges, repitiendo a Rosanvallonrecordaría que “(el conservadorismo) trastorna todas lasrepresentaciones anteriores de la política, en virtud deque asigna a la historia un estado terminal estable” (¿deaquí habrá extraído Fukuyama su sentencia sobre el “finde la historia”?). Sin embargo, aquél autor infiere de suafirmación que “el conservadorismo constituye, desde elsiglo XIX, el ideal histórico que no puede sobrepasarsepor todos los pensamientos revolucionarios”. Inclusollega a afirmar que el propio Marx “define al comunismocomo un conservatismo, pues lo es en efecto desde quesuprime la política como esfera de conflicto para hacerentrar a la humanidad como administradora de lascosas, es decir, de la gestión”. Esta consideración, queRosanvallon pone en boca de Marx, no puede menosque traerme a la memoria aquella consigna de Ortega yGasset, cuando nos dijo: “argentinos, a las cosas”.

- La reflexión de Marx – no escapó a laagudeza de Borges la contradicción del autor del“Manifiesto…” - nos aparta de un elemento sustancial dela convivencia: el estilo de los protagonistas. Buffondecía que “el estilo es el hombre mismo”, de modo que,según su apreciación, un estilo hermoso no es tal sinopor el número infinito de verdades que presenta.

- Mire Borges, según lo veo yo, – Hardoyretomó la inspiración - desde los tiempos de laIlustración los protagonistas que influían en la sociedad

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le daban el tono, fijaban sus costumbres, marcaban - enpocas palabras - el camino para deslumbrar a suscontemporáneos. De ese modo, ideas, prejuicios,modas, tendencias, simpatías y antipatías eranimpuestas por aquellos. La Ilustración dominó en baseal orgullo de su racionalismo, el ejercicio de una cortesíaexquisita, el acatamiento incontrastable a filósofos cuyafe radicaba en la aplicación de la razón, que les eracomún a todos ellos.

El siglo XIX comenzó con la introducción de lapolítica en la literatura y el romanticismo, conexponentes como Lord Byron y tuvo en Bonaparte sumodelo más encumbrado.

No olvide que fueron los tiempos en queShelley afirmaba que “los poetas son los legisladoresolvidados del mundo”. No en vano su barco – en el cualbuscó la muerte durante una extraordinaria tormenta –se llamaba Bolívar. Durante ese seductor tiempo nohubo pensador, escritor o político de jerarquía que nomostrara el temperamento apasionado con que se volcóa todas las formas del arte y de la política. El estiloestá, en síntesis, pletórico de pasión, arrebato,espectacularidad.

En fin, por otra parte, eso es elromanticismo.

- ¿Usted atribuye a todo el siglo XIX el estilo

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romántico a que alude? – preguntó Borges -.

- No, por cierto – respondió Hardoy -. Amedida que corrió el siglo XIX se modificaron esascircunstancias; apareció Augusto Comte, y elpositivismo ocupó la primacía. Ocurrió el naturalismo, ydespués de él, el materialismo histórico, que compitiócon la democracia liberal, la de los “notables”, como sela conoció en nuestro país y la recordada democracia“gobernada”. Cuando Ortega deslumbró con la Rebeliónde las Masas, apareció la democracia “gobernante” yeste fenómeno dio cabida a disconformes yprotestatarios, que combatieron sin tregua a los queejercían el mando en nombre de aquella “democraciagobernada”.

Pero aquella rebelión de las masas trajodictadores y demagogos (Hitler, Stalin, Mussolini) enoposición a verdaderos caudillos emergidos de lospaíses democráticos (Churchill, Roosevelt, De Gaulle).Sin embargo, todos ellos tuvieron un lugar común, unpunto de coincidencia: sometieron a las multitudes a unencantamiento visible y en su nombre ejercieronpoderes casi ilimitados, concedidos por ese mismopúblico al que hechizaban. Por supuesto, subsistía unadiferencia inmensa entre ambos grupos: de éstos podíasalirse, de aquellos intentarlo era la cárcel o la muerte.

- Dejo constancia, no obstante – agregóBorges - que debe haber algo de seductor y

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misteriosamente excitante en el rumor ensordecedor delas multitudes. Por supuesto, ello debe conducir a quienrepudia la demagogia, a mantener un diálogointrospectivo intenso y, a veces, contradictorio, entresatisfacer ese alarido sordo que practican las mayorías ylos derechos indestructibles que tienen – a no dudarlo –las minorías.

Hardoy mantenía su inspiración:

- Vea Borges, alenté a muchos de mis amigosmás jóvenes a tener fe en la derrota final del marxismo.En ocasiones, en esas “largas orgías de meditación” losveía ensombrecidos por el avance imperioso de la URSS,la política del “dominó” que había atrapado a tantosexponentes del Departamento de Estadonorteamericano. No obstante, nunca dudé de la caídainevitable del comunismo.

Reagan – de quien es frecuente escuchartantos juicios burlescos – tuvo una visión clara de labipolaridad. Sabía que el poder del capitalismo radicabaen su capacidad acumulativa y que llevando a los rivalesa la impiadosa competencia de la “guerra de lasgalaxias” terminaría por hacerles recalentar los metalesy, en consecuencia, fundir el motor. Y así ocurrió. Laacumulación de capital en el mundo socialista no erauna consecuencia de las ganancias; ocurría a expensasdel sufrimiento y las privaciones a que era sometida lapoblación, que ya estaba al borde del colapso como

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consecuencia de la carrera armamentista convencional.Cuando a ese imponente gasto hubo que agregar losmicroordenadores, la miniaturización de lascomputadoras, la investigación científica – tantas vecesreputada un gasto “infructuoso” – era previsible quetodo el andamiaje perverso y artificial del comunismosaltara por el aire. Tuve la suerte de verlo con claridadmucho antes de que sucediera, aunque supongo quemis amigos más jóvenes habrán pensado que esepronóstico era el delirio ilusorio de un viejo. Sinembargo, llegada la hora, estoy seguro que no habránolvidado los juicios de este anciano.

Algo similar debo decir del conservadorismoargentino, una expresión minoritaria de nuestra políticacriolla a partir de 1943. Volverá a congregar a sualrededor público esperanzado y anhelante porqueposee principios de respeto, flexibilidad en el trato conlos opositores, mayor creencia en la evolución que enlas revoluciones y por haber sido consecuente en sueterna observancia de la seguridad jurídica y losderechos humanos. Vea Borges: me he cansado deproclamar que mientras haya un hombre libre quetenga, además, conciencia de sus obligaciones sociales,habrá un conservador, aún cuando él mismo lo ignore olo oculte. Y he omitido referirme a la responsabilidad,denominación por cuya defensa titulé uno de misprimeros y más queridos libros, porque creo con todafirmeza que el rasgo principal del espíritu conservador

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viene a ser el sentido de la responsabilidad.

- Alguna vez, refiriéndome a LeopoldoLugones – argumentó Borges - y tanto como parajustificar sus frecuentes cambios de orientación literaria(algo que, sin dudas, nos atrapa a todos los escritores)hice una comparación con la política. Dije que los únicosque no cambiaban eran los políticos; en algo acertéporque los he visto (o mejor dicho escuchado) poniendopor delante de todo su vocación inestimable por elmicrófono, la obsesión por conseguir segundos deimagen en los noticiosos, la acumulación de frasesvanas y pensamientos vacíos. ¡Qué lejano parece hoyJoaquín V. González! Ejemplo típico del intelectualcomedido en las luchas políticas del momento, comocon acierto dijo usted; reunía las condiciones deilustración, vuelo y profundidad para pasar del estudiode las más abstrusas y áridas ecuaciones jurídicas a lafantasía explorativa del escritor. Bueno, creo que ladistancia que media entre González y cualquiergobernante de la actualidad es la misma que existeentre el Centenario y el Bicentenario, o “entre el artistaque afina el órgano de una catedral y el aguardentosopayador de pulpería”, según la atinada observación deun aficionado.

Súbitamente serio, Hardoy dijo:

- Es evidente que algo de eso hay, pero noolvidemos que durante muchos años la palabra pública

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estuvo restringida, y es sabido que toda acción generauna reacción. Me preocupa más cuando se considera lapolítica como una salida laboral. He presenciado a lageneración de hombres públicos que llegaban ricos a lamilitancia política y dejaban su fortuna en el ejercicio dela misma.

Una tendencia, tal vez alimentada por laausencia de un juicio crítico de la sociedad, por la faltade sanción moral y, por lo tanto, la carencia de unacondena electoral, ha impulsado el latrocinio y lacorrupción. “¿De qué vale ser honesto si el personajevenal habrá de recibir el premio de los votos y, encambio, el correcto recogerá la indiferencia de loselectores?”, diría un decepcionado y frustrado candidatode los tiempos modernos.

- ¿Usted cree que este es un fenómenoposterior al advenimiento del doctor Alfonsín? – señalócon cierta ironía Borges.

De nuevo Hardoy retomó el tono cansino delas explicaciones minuciosas:

- Mire, Borges, tal como veo yo los sucesospolíticos de nuestro país, me he permitido elaborar unmeditado juicio, que tuve ocasión de publicar en mismemorias.

Dividamos nuestra cronología en distintasetapas: a fines del siglo XIX y principios del XX tuvimos

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la República de los Notables y el gobierno de la llamada“oligarquía vacuna”. No dudo en calificar ese tiempo,que tuvo su pico más alto en el Centenario, como el de“la belle epoque”. Le siguió el tiempo del radicalismoromántico aunque ligeramente resentido de Alem eYrigoyen. Si tuviera que recurrir a una definiciónliteraria, diría que correspondió a esa etapa “M´hijo eldotor”, el auge y gravitación de los descendientes de losinmigrantes; para mí, tuvo la tenue influencia del matizsocialista, impreso por Juan B. Justo.

Tuvimos un período de auge con el gobiernode “los galeritas”, cuya expresión más notable fue laopulencia de la Argentina conducida por Alvear ynuevamente, en 1928, se produjo el retorno de Yrigoyenal poder, y con él, el regreso de las formas másnegativas de la demagogia y el desgobierno,estimuladas por la ulterior influencia de FORJA y ellamentable (y posterior) Programa de Avellaneda.Después, se afrontó y se salió con éxito de la siniestracrisis de 1929, pero se institucionalizó el Partido Militar,hasta que se desembocó en la crisis y elección que llevóal gobierno a la Junta Coordinadora, un sector que tuvomucha influencia en el doctor Alfonsín. No es imposibleimaginar que éste se entregara a sus dirigentes, que loproveyeron de la “doctrina” necesaria para estrellarseen el fracaso.

Con manifiesto espíritu crítico, Borges

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reflexionó respecto de lo que dijera su interlocutor:

- Usted recién se refería a la crisis mundial de1929 y a la forma auspiciosa en que fue “sacado” el paísde la miseria económica. Ello se hizo con un costoimportante: es cierto que la economía se recuperó, peroel Gobierno se mantuvo a flote con el fraude. La trampaelectoral tiene vuelo corto y, en general, levanta tantasreacciones que es posible imaginar que al final aquellasdestruyen lo que se había conseguido con las manossucias.

- Vamos por partes – respondió Hardoy. Debodeclarar, ante todo, que repudio el fraude, comotambién lo rechazaron muchos hombres cercanos alGobierno, a pesar de que las investiduras que lucíaneran el fruto de ese mismo fraude. En la política criolla,el fraude electoral, cuando fue elevado a la categoría deinstitución sustitutiva de la voluntad popular por mediode la acción violenta, fue siempre un pecado capital.Corrompe el organismo político. Comienza por hacersefraude a los adversarios políticos y se termina porllevarlo a cabo entre miembros del mismo partido.

Pero también debemos ser justos, sin dejarde repudiar ese accionar repugnante. Si no hubiera sidopor el fraude, la crisis del ´30 no se hubiera vencidotan rápido y es posible que el país hubiera sido llevado ala anarquía y lawqq miseria. La Argentina fue el primerpaís que derrotó a la gran depresión; se aventó el

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peligro del fascismo y el comunismo; comenzó unaindustrialización auténtica y acelerada; se extendieronlas virtudes de la educación y la cultura, subió el salarioreal, se equilibraron las finanzas del Estado y elprestigio internacional del país fue tan alto (tuvimos elprimer Premio Nóbel) como nunca en el futuro pudo serigualado.

A pesar de esto, lo rechazo; el fraudeengendró en la política criolla monotonía y hartazgo, laacción cívica perdió su encanto y se le quitó al público lailusión de vivir una vida nacional como tal. Tampocosería justo olvidar que muchas personas, dignas yhonestas, practicaron el fraude como una prueba,convencidos, de buena fe y a expensas de su propiosacrificio, que con esa entrega prestaban un servicio ala patria (era el “fraude patriótico”, comojactanciosamente lo llamó Uberto F. Vignart). Pero locierto es que a partir del fraude, la conspiración y elgolpe de Estado reemplazaron a la controversia callejeray el debate parlamentario.

- En realidad – dijo Borges analizando lo queacababa de oir - cuando uno piensa en losconservadores, lo hace posando los ojos en la provinciade Buenos Aires, a pesar de que, como usted recordararecién, esa fuerza, a partir de 1930, integró el PartidoDemócrata Nacional. Ya que hablamos del fraude, ¿se loinstituyó a nivel nacional o se lo aplicó en forma

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puntual?

Recuperado de su mea culpa, Hardoy recurrióal humor para responder la pregunta de Borges:

- Mire Borges; como dice una zamba popular,el fraude “es un camino largo, que baja y se pierde…”.Lo practicaron los radicales, con burda hechura en SanJuan y Mendoza, donde se detectó que antes de laselecciones ya había urnas con el resultado, anticipandola victoria radical. Hubo provincias en las cuales laselecciones fueron virtuosas, y la voluntad popular fueexpresada en forma indubitada: Córdoba (fuegobernador Sabattini), Entre Ríos (fue electoLaurencena), Tucumán (lo eligieron a Campero), fueronalgunos ejemplos que merecen ser recordados.

En la llamada “década del ´30” (y aúnantes), no hubo una oposición ideológica entre radicalesy conservadores. Se los diferenciaba, en parte, por ladistinta composición de sus filas. Los conservadoreseran más liberales y por eso – aunque parezcaparadójico – la mayoría de los curas párrocos eranamigos o cercanos a Yrigoyen. Por otro lado, lacomposición social de los cuadros era diferente. Losradicales nutrían su respaldo en la clase media(maestros, empleados, etc.). En una palabra: contabancon el apoyo de los hijos de los inmigrantes y lapequeña burguesía. Los conservadores obteníanconsenso de los restos del patriciado, de los vástagos de

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la Generación de ´80 y los sectores de menos recursos.Por eso, solía decirse que los obreros de Avellaneda y lapeonada rural (igual que los patrones) votaban por losconservadores y por los radicales lo hacía la gente delasfalto. Hace un tiempo, un locutor, que por su cultura yrefinamiento merecería el título de periodista con letrasmayúsculas – me refiero a Antonio Carrizo –, me hizouna entrevista televisiva con una gran altura y tuveocasión de explayarme sobre esta cuestión. Claro que lacalidad del entrevistador ayudó mucho para que estetema pudiera ser expuesto con detenimiento, casi comolo hago ahora.

- ¿Debo deducir que el fraude conservadorfue sólo en Buenos Aires? – preguntó con incredulidadBorges.

- Todos los honores de mi modesta existenciaterrena se me brindaron en la provincia de Buenos Aires- dijo Hardoy preparándose para una extensaexplicación - pero sería un exceso si dijera que losvientos que en ella soplaban barrían todo el país. Talvez, por su importancia numérica, quizá por laextensión de su territorio, podría parafrasearse aMetternich con respecto al primer Estado argentino,cuando aquel dijo que “… si Francia se resfría, estornudaEuropa…”. Si se gana en Buenos Aires, se triunfa en elpaís.

El fraude se lo practicó en forma excesiva en

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esa provincia, que, dicho sea de paso, fue el motor quesacó al país de la crisis. Cuando la Legislatura deBuenos Aires dispuso la destitución de Federico Martínezde Hoz, el poder político en esa jurisdicción basculóentre los seguidores de Rodolfo Moreno y AlbertoBarceló. Sin embargo, primó la sensatez y Moreno,disgustado con el presidente Justo, se fue del paísnombrado embajador en Japón. Pero no por ello laconducción del partido pasó a manos de don Alberto;quedó entonces don Antonio Santamarina, expresióncabal de un estilo caballeresco y rector como la figuramás gravitante e indiscutible en forma definitiva. Fíjese,Borges que interesante cuestión, a la vez que simpáticay curiosa. A Santamarina siempre se lo llamó “don”(quizá por su estilo paternal, por su accionar protector,por ser el guardián de los anhelos de muchos); aMoreno se lo nombraba “Rodolfito”, a pesar de ser unode los hombres más ilustrados, refinados y cultos delpaís, tal vez porque su estilo y su físico inducían a creeren una cercanía que no era tal.

Pero de ese tiempo, en el que ocupé cargosde inmenso honor, también recuerdo anécdotas livianas,cuya evocación me mueve a una sincera hilaridad. Unade ellas era el famoso “Puchero de Conte”, que se servíaen un hotel desaparecido en la década del ´50 o del´60, no me acuerdo bien, situado en cercanías de laPlaza de Mayo. Allí nos dábamos cita un grupo delegisladores, convocados por ese plato que hacía las

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delicias de los comensales con la policromía de susingredientes y el aroma de su cocción.

Se trataban en la mesa los temas másurticantes de la política de ese momento, sindesperdiciar la ocasión para intercambiar bromas eironías entre los asistentes. ¿Cómo voy a olvidarme delas burlas a Samuel Alperín, feo, petiso y cabezón? Apropósito suyo, Miguel Osorio decía que cuando Alperínera niño (vivía en Bahía Blanca) le habían confeccionadouna gorra de marinero a su medida, que decía“ACORAZADO RIVADAVIA – ARMADA NACIONAL.Extasiado ante ti me atrevo a amarte, Patria mía”. DecíaOsorio que después de la leyenda se veían tres anclas,dos estrellas, una cinta y una borla, todo lo cual noalcanzaba para completar la circunferencia de la gorra.

Borges festejó el humor de la broma yretomando la seriedad del tema, preguntó:

- ¿Tiene el recuerdo de algún político que lohubiere conmovido?

- Conocí a muchos que dejaron grabado surecuerdo con letras imposibles de borrar. La mayoría deellos, han pertenecido a mis propias filas, por lo quereferirme a ellos me haría caer con seguridad en algunainjusta omisión. De los que no pertenecieron a mipartido, me viene a la memoria Roque Vítolo, uno de loshombres más lúcidos, hábiles e inteligentes que produjo

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el país. Fue un ministro del Interior impecable por susagacidad y por la grandeza de su espíritu, que habíanhecho de él un caballero cabal. Ahora que lo evoco,trataré de buscarlo entre la inmensidad de estas nubes(porque es seguro que está aquí) para continuar algúndebate caudaloso sobre nuestro país.

Pero Borges, al final tengo que deducirle unreproche: usted es el que me ha hecho una entrevista.Por desgracia, de esto no habrá de tomarse nota nisaberse en la Tierra. En la Argentina hubiera podidodarme corte, señalando que había sido reporteado nadamenos que por semejante escritor. ¡Qué le vamos ahacer! Nunca se sabrá de este encuentro en el quecomenzamos a pasar revista a algunos sucesos denuestras vidas terrenas.

Veré ahora si sigo viaje y doy con Cyrano, encuya búsqueda estaba empeñado cuando lo encontré austed. Pero volveremos a encontrarnos y seguiremosesta charla, porque… tiempo no nos falta.

Aludido, y con un dejo de nostalgia, Borgescontestó:

- Le voy a decir algo: no le hice un reportaje.Acepte las preguntas de este viejo como las inquietudesde un hombre que todavía no se ha despojado de sucondición de argentino, a pesar del sentido británico quelos detractores le asignaban a su personalidad.

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Ojalá encuentre a Cyrano de Bergerac. Yo,por mi parte, sigo con el empeño de toparme conHomero, colega mío en su existencia terrenal por sufamosa ceguera. Algunos aspectos de la Ilíada meresultan confusos y desearía que me los aclarara, ysupongo que lo hará… total, de este ámbito no salenada.

- Bueno, Borges, no me despido de usted -dijo Hardoy sin ocultar la emoción de ese adiós - porquees seguro que nos volveremos a encontrar. Para eseentonces, voy a venir preparado para investigar lospuntos oscuros que subsistan en mi memoria. Hastasiempre, querido amigo.

- Yo también habré de prepararme para queme cuente algunas cosas del seductor paso por lapolítica - replicó Borges, con lágrimas en ojos que veíanla eternidad, el laberinto, los espejos... ¡Suerte conCyrano! No me despido porque seguiremos viéndonosen el futuro. ¡Hasta la vista, Hardoy!

- ¡Hasta siempre amigo mío!

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Gastón PÉREZ IZQUIERDO

Es abogado y escribano egresado de la UBA;

se graduó en Diplomacia en la Universidad del Salvador y

en Derecho y Política Internacional en la Universidad de Roma a cuyas aulas concurrió mediante una beca obtenida por concurso.

Se doctoró en Ciencias Jurídicas y Sociales en la Universidad de La Plata, donde fue profesor de Derecho Internacional Público y Política Económica.

Ha sido decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica de La Plata, Intendente Municipal de Lanús, y

Ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires.

Preside en la actualidad la Fundación “Emilio J. Hardoy”.

Ha colaborado con los diarios La Nación y La Nueva Provincia y es columnista habitual de La Prensa.

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Publicó

“La Última Carta de Pellegrini”,

“La Mirada Global”,

“Adolfo Alsina, Caudillo y Estadista”,

“Los Marqueses de Buenos Aires”,

“La Invasión de Inglaterra 200 años después”, y

“La Campaña del Desierto” estos dos últimas obras junto a otros miembros de la Academia Argentina de la Historia, corporación que integra.

Fue publicada además la ponencia que presentara en el Congreso de bicentenario, evento organizado por esa Academia y el Círculo Militar.

Vive y trabaja en Lanús, está casado y tiene cuatro hijos y seisnietos.

E-book armado por

www.abogadosruralistas.com.ar

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