Breve historia Ciencia Ficción Mexicana

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Breve Historia de la Ciencia Ficción MexicanaPor: Miguel Ángel Fernández (?q=Miguel %C3%81ngel Fern%C3%A1ndez)

El desarrollo de la ciencia ficción y la literatura especulativa en México comienza a finales del siglo XVII, a

pesar del control que sobre el pensamiento y la imprenta mantuvieron los colonizadores españoles a lo

largo de los tres siglos de su dominio. La imaginación literaria nacional no hubiera podido crear ninguno de

estos géneros, pues aunque en el país ha habido literatura desde siempre, no fue sino hasta que el tráfico

clandestino de libros europeos comenzó a introducir obras científicas y fictocientíficas, que apareció una

literatura semejante en nuestro país, siendo lógicamente las primeras incursiones dentro del género

imitaciones de lo producido en el Viejo Mundo, con una notable excepción.

De las tres tradiciones científicas que se aclimataron en México: la organicista, la hermética y la

mecanicista, heredadas de la Edad Media y el Renacimiento europeo, las dos últimas produjeron obras

literarias de exploración de género y protociencia ficción. La ciencia organicista difícilmente hubiera hecho

lo mismo, pues era la única corriente científica aceptada por las autoridades coloniales al incorporar sus

principales hipótesis con la teología cristiana, la que consideraba inconveniente cualquier vuelo de la

imaginación.

La tradición hermética, que pretendía desenmascarar los secretos de un universo cifrado en lenguaje

matemático y místico, a los que solamente podían acceder los iniciados, dio origen a una de las obras

maestras de la poesía barroca del siglo XVII, el Primero sueño (también conocido como El Sueño, escrito

hacia 1685) de Sor Juana Inés de la Cruz, literatura de exploración de género antes que ciencia ficción y

especie de De rerum natura del hermetismo, que constituye la única obra literaria original de ficción

especulativa en el México colonial. Alrededor de 1690, la monja Jerónima fue obligada, mediante un

proceso canónico secreto, a dejar de escribir para que atendiera sus deberes y así procurar la salvación

de su alma.

Los críticos anglosajones han asentido, casi por unanimidad, que la ciencia ficción actual nació en 1818,

año en que apareció la novela Frankenstein, de Mary Wollstonecraft Shelley, pues fue la primera vez que

se conjuntaron todos sus elementos característicos. Empero, la ciencia ficción en México nació en 1775

con el viaje a la Luna del fraile afrancesado Manuel Antonio de Rivas, utilizando el pensamiento del

mecanicismo o cartesianismo ¿Por qué?, ocurre que antes de 1818, todo aquello que parece ciencia

ficción, los anglosajones lo denominan protociencia ficción, y el criterio que siguen para catalogar a las

obras dentro de esta categoría es el siguiente: si un autor escribe, apegándose a los conocimientos

científicos de su época, acerca de algo que sabe no es posible que ocurra, escribe fantasía o viajes

fantásticos, pero si la ciencia de su época no puede desmentir sus ocurrencias, entonces su obra es

protociencia ficción. De esta forma, las Sizigias y cuadraturas lunares del fraile Rivas reúnen las

características de la protociencia ficción, pero algo más. Si tomamos la definición del género de Brian

Aldiss, quien propuso originalmente la fecha de 1818 como la de su nacimiento, a la que luego se adhirió la

mayoría, veremos que el cuento de Rivas conjunta los elementos que dan origen a una obra

contemporánea de ciencia ficción: una búsqueda por la definición del hombre y su posición en el universo

basada en el avance, aunque sea confuso, del conocimiento científico.

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Gabriel Trujillo ha destacado las posibles influencias en el cuento de Rivas: Campanella, Swift, Voltaire y

Cyrano de Bergerac, y aunque no puede negarse la preferencia por los autores franceses ya

mencionados, me atrevería a añadir otras fuentes de inspiración, como los clásicos Luciano y Ovidio -

cuyas Metamorfosis cita Rivas- y algunos viajes fantásticos como el del navío volador del sabio Malgesí en

El Bernardo, de Bernardo de Balbuena. Pero no hay que perder de vista algunas semejanzas entre la

Historia cómica de los estados e imperios de la Luna del libertino Cyrano de Bergerac y las Sizigias de

Rivas: el personaje principal es francés, ambos hacen consideraciones sobre el buen gobierno de una

república, los dos admiran a Descartes y a Ovidio, y en ambos hay una escena en que un réprobo es

conducido al infierno por una legión de demonios que deciden hacer una escala en nuestro satélite.

Al consumarse la independencia de México en 1821, la corriente organicista comenzó a debilitarse, hasta

desaparecer, y la mecanicista triunfó, pues sus principios, utilizados por la filosofía de la Ilustración,

constituyeron la bandera bajo la cual se levantaron en armas los insurgentes. La tradición hermética no

sobrevivió más allá del siglo XVII.

Pasarían casi setenta años antes de que algún autor mexicano volviera a interesarse en escribir una

historia situada en el futuro. En 1840 se creó en la ciudad de México una sociedad literaria y científica

llamada El Ateneo Mexicano, que comenzó a publicar una revista del mismo nombre en 1844, y en la que

se pretendía, según sus estatutos, propagar conocimientos útiles, señaladamente para la clase

menesterosa y menos instruida. Algunas veces consignará... principios de moral y revestirá ésta con los

atavíos de la fábula. Sebastián Camacho Zulueta escribió en el primer número de El Ateneo Mexicano, un

artículo sobre el daguerrotipo, cuyos primeros equipos fueron introducidos en México a finales de 1839, y

otro sobre globos aerostáticos, que habían atraído la atención del público general desde la fallida función

del francés Adolphe Theodore en la plaza de toros de San Pablo, hacia 1832, donde se anunció que

surcaría los aires con la bandera mexicana. En el mismo número, apegándose a los estatutos, e

inspirándose, tal vez, en La incomparable aventura de un tal Hans Pfaall de Edgar Allan Poe, publicado en

el Southern Literary Messenger de junio de 1835, Camacho, bajo el seudónimo de Fósforos Cerillos,

escribió el cuento México en el año 1970, donde especuló sobre la aplicación y la utilidad a futuro del par

de inventos sobre los que había escrito.

Utopistas franceses como Saint Simon y Fourier inspiraron a un ingenuo inventor mexicano, Juan

Nepomuceno Adorno, quien plagió sus ideas y las presentó como originalmente nacidas de su cabeza a lo

largo de las diferentes ediciones y adiciones a su monumental obra La Armonía del Universo (1862 y

1882), en las que agregó un capítulo, El remoto porvenir, en el que presenta una visión de cómo sería del

mundo futuro de aplicarse sus teorías y de ponerse a trabajar sus invenciones. En ese mundo, entre otras

muchas cosas, el hombre y la mujer tienen los mismos derechos, y existe una técnica científica que podría

considerarse como una especie de ingeniería genética, al decir: la ciencia y Providencialidad humana no

se han detenido a hacer sólo al hombre feliz. / Las especies vivientes han recibido, asimismo, las benéficas

modificaciones a que el genio las ha sometido, y aquellas que sólo eran perniciosas cesaron ya de existir. /

Sí, ya veo esos dulces rebaños engalanados con floridas guirnaldas obedecer a la voz y a la llamada de

los acordes de armoniosa trompa. Y tú, leal amigo del hombre, perro amoroso, inteligente y grato,

conduces los tiernezuelos corderillos con las caricias de tu suave y salutífera lengua, y auxilias a la madre

que balando los llama. / Y hasta de sus armas de otro tiempo los ganados carecen; ya no se mira del

potente toro la frente armada de los punzantes y robustos cuernos, que amenazante y feroz ostentaba un

día. Aparte de estos descubrimientos, prevé toda clase de máquinas que hacen menos fatigosa la rutina

diaria y las comunicaciones, hay también ciudades flotantes y casas portátiles. Saint Simon y Comte

inspiraron también a Jules Verne, y éste, a su vez, creó una escuela de autores mexicanos de ciencia

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ficción, siendo los primeros Pedro Castera, José María Barrios de los Ríos y Amado Nervo. De los tres,

sólo Nervo se separó un poco de él, al descubrir a H.G. Wells, pero la influencia de Verne subsistirá por

años en México, siendo fácilmente perceptible su huella incluso en novelas como Mi tío Juan de Francisco

L. Urquizo y hasta en obras de la década de los setenta del siglo XX como La Nueva Aurora de Narciso

Genovese. Es muy común que sean las obras del francés las que atraen a los escritores al género desde

su infancia, y el que está siempre presente en sus mentes creadoras, consciente o inconscientemente; no

en vano se le denomina en todo el mundo el padre de la ciencia ficción.

Amado Nervo fue el primer autor mexicano de ciencia ficción con una producción suficiente como para

reunir una antología. Cultivó el cuento, la poesía, el ensayo sobre la literatura fantástica y la divulgación

científica, especialmente de la astronomía, la predicción, futurología, advertencias sobre una mala

orientación del desarrollo científico y tecnológico, etc. En esta parcela de su inmensa obra influyeron,

notablemente, Edgar Allan Poe, Jules Verne, J.H. Rosny, Arthur Conan Doyle, Camille Flammarion, Cyrano

de Bergerac, Edward Bellamy, Villiers de l'Isle Adam, pero sobre todos ellos, H.G. Wells. A pesar de contar

con tan notables maestros en la genealogía de sus ideas fictocientíficas, él acentuó una tendencia que

apareció, muy probablemente, desde Pedro Castera: el tratamiento más cálido y humano de los temas

científicos y tecnológicos que abordaba, lejos de las frías e inaplazables creencias en el progreso lineal y

sus mecanismos que por lo general hacen los anglosajones en sus obras.

Aunque H.G. Wells será el modelo a seguir por casi todos los autores del género en la primera mitad del

siglo XX, desde Amado Nervo hasta Diego Cañedo, el tratamiento humanista de los seres humanos,

humanoides, no humanos y mecánicos, seguirá siendo, hasta el presente, la piedra de toque de la

producción mexicana y también latinoamericana de ciencia ficción.

Cuando Guillermo Prieto visitó Nueva York, transitando con un amigo por una de las principales avenidas,

cruzaron en su camino con Thomas Alva Edison, al que su amigo identificó como el inventor del fonógrafo.

Al saberlo, Prieto comentó con ironía que los yankees eran capaces de hacer hablar hasta a las piedras.

Para los mexicanos los inventos no tienen razón de existir si no hacen más agradable o, de perdida,

menos pesada la vida. Cuando descubren, por ejemplo, que el fonógrafo, además de reproducir cualquier

sonido o la voz humana, puede traer música a los hogares, entonces lo convierten en artículo de primera

necesidad. Es más común encontrar en la ciencia ficción nacional viajes en el tiempo o en el espacio para

conquistar mujeres y riquezas, que para cambiar la historia o sojuzgar civilizaciones; y aunque en México

se cultive el decadente subgénero cyberpunk desde hace algunos años, nunca llega a ser tan pesimista

como el de los países desarrollados, sino más bien sus historias se hunden en un ambiente estoico de

resignación, más propio del carácter del mexicano.

En el período de la escuela de H.G. Wells en México, hay que destacar tres novelas que, si bien no pueden

negar las premisas del maestro inglés, desarrollan argumentos en forma sumamente original, dando como

resultado obras impresionantes que podrían haber rivalizado en su momento con la mejor producción a

nivel mundial, pero que si no lo hicieron, y permanecieron en la sombra, fue por la falta de difusión y el

desprecio en general que tanto editores como críticos literarios en México han demostrado siempre hacia

el género, empeñándose en afirmar que no existe o que, de existir, es sólo una enfermedad que aparece y

desaparece esporádicamente. Esto no es otra cosa más que un síntoma de malinchismo, al que no hay

que tomar en cuenta.

La novela Eugenia de Eduardo Urzáiz Rodríguez, publicada en 1919, trata sobre la vida en Villautopía,

capital de la Subconfederación de Centroamérica en el año 2218, ciudad en la que las autoridades

ejercitan un control absoluto sobre la sociedad. Al estilo de La República de Platón, los varones de mayor

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atractivo físico y equilibrio psicológico son seleccionados para servir como reproductores oficiales de la

especie por un año. El programa del gobierno para la eutanasia y la esterilización de todas las personas

con defectos físicos o mentales y de quienes han llegado a la edad de cincuenta años, han hecho

innecesarias las prisiones, los manicomios y los hospitales para los incurables. Pero este es sólo el

escenario para desarrollar una historia de amor, en la que una pareja busca cambiar los cimientos de una

sociedad considerada científica y tecnológicamente correcta, pero inapropiada para los hombres. Son

inquietantes las semejanzas de esta obra con Un Mundo Feliz de Aldous Huxley, especialmente si se toma

en cuenta que esta última apareció en 1932.

El Réferi cuenta nueve del arquitecto Diego Cañedo, inicia en San Miguel de Allende, durante la Segunda

Guerra Mundial, donde se descubre el manuscrito de un diario, envuelto dentro de un periódico de la

ciudad de México, fechado en 1961; en el diario se describe la invasión nazi al país en un universo

paralelo, denunciando la existencia de campos de concentración en varios estados de la república, y la

requisa y posterior incineración de toda clase de libros que recordaran la influencia anglosajona en la

cultura mexicana; argumento publicado en 1942, que se adelanta a otras dos novelas famosas que

desarrollarían ideas parecidas años después -Fahrenheit 451, de Ray Bradbury (1953) y El Hombre en el

Castillo, de Philip K. Dick (1962).

La obra de Rafael Bernal, Su Nombre era Muerte (1947), es un caso aparte. En ella narra las aventuras de

un alcohólico que se retira a la selva; cuando logra dejar el vicio sucede un fenómeno que cambia por

completo su existencia: por medio de la observación y la experimentación descubre el lenguaje de los

moscos. Siendo aún un misántropo empedernido, llega a imaginar que con la ayuda de los insectos

dominará al mundo. Sus planes cambian a la llegada de unos expedicionarios y su enamoramiento de una

mujer que forma parte de ellos, lo que lo conduce a reflexionar sobre su vida, acerca del hombre, y sobre

dios. Trágicamente mueren todos los expedicionarios, su amada, sus enemigos y él, bajo una nube de

mosquitos, pero no antes de que el protagonista haya sembrado la semilla de la destrucción en la sociedad

de los moscos, integrada por castas inamovibles, entre los insectos de menor jerarquía, a quienes enseñó

el concepto cristiano de la igualdad de todos los seres ante el Ser Supremo y el vivir en consecuencia con

tal idea en este mundo.

A partir de 1950, la gran cantidad de traducciones y revistas que hicieron fácilmente accesibles al público

en general las obras y autores más reconocidos, especialmente de Estados Unidos y Europa, terminaron

con las escuelas de unos cuantos escritores famosos a utilizar como modelos. Esta circunstancia se sumó

al interés por las misiones espaciales que iniciaron con el lanzamiento del Sputnik en 1957 y los temores

desatados por la violenta incursión mundial en la era atómica.

Pero hubo autores que, alejados en cierta forma del anterior escenario, siguieron fieles a la escuela del

cuento fantástico hispanoamericano, apelando en ocasiones a la justificación de sus fantasías por vías

científicas y técnicas, o a veces colocando simplemente sus historias en el futuro inmediato, como en el

caso de Juan José Arreola, Carlos Fuentes y Antonio Castro Leal.

Revistas como Aventura y Misterio y Suspenso y Misterio, abrieron sus páginas a los autores nacionales,

rompiendo con la costumbre de incluir solamente traducciones de escritores consagrados extranjeros. En

1964 apareció el único número de la revista Crononauta de Rebetez y Jodorowsky, con autores mexicanos

por nacimiento o adopción en la mayor parte de su contenido.

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Los autores más prolíficos entre 1950 y 1983 fueron Marcela del Río, René Avilés Fabila, René Rebetez,

quien escribió varios cuentos, preparó antologías y escribió el primer ensayo en el país sobre la ciencia

ficción; y Alfredo Cardona Peña, una suerte de Ray Bradbury latinoamericano, quien publicó diversas

colecciones de cuentos y su famoso poema Recreo de la ciencia ficción.

Con novelas como Mejicanos en el Espacio de Carlos Olvera, comienzan los intentos, aún poco

convincentes, por darle un cariz particular a la ciencia ficción hecha en México, según reza la

contraportada de su libro: Estos mejicanos que se escriben con jota son los mismos que se escriben con

equis, aunque nada tengan de cruz ni de calvario; porque sus aventuras siempre están coronadas por un

triunfo relativo y porque Flash Gordon y compañía no les sirven ni para combustible de sus naves. Son

intrépidos y arrojados, audaces y galantes; pero sobre todo, son de acá (...) Ultimadamente, ¿por qué no

ha de haber una base militar mejicana en Plutón?. La única peculiaridad que obras como esta tuvieron fue

el empleo de nombres típicamente mexicanos en sus personajes, porque seguían imitando o extrapolando

simple e ilógicamente a los clásicos extranjeros.

En 1979, Peter Nicholls dedica en la primera edición de The Encyclopedia of Science Fiction, 75 palabras a

la ciencia ficción en Latinoamérica. Un año después, Bernard Goorden y A.E. van Vogt publican Lo Mejor

de la Ciencia Ficción Latinoamericana, sin incluir a ningún mexicano, aunque con una útil bibliografía, pero

la temática de los cuentos, representativa a decir de Goorden de la ciencia ficción de esta región, no lo era,

como reconoció el español Augusto Uribe, antologista de Latinoamérica Fantástica (1985), en la que trató

de ofrecer la ciencia ficción genuinamente latinoamericana, aunque tampoco incluyó en ella a ningún

mexicano.

La ciencia ficción mexicana se vio reflejada en el espejo de su propia realidad, y aceptó finalmente el

aspecto de su fisonomía luego de que la revista Ciencia y Desarrollo del Conacyt decidió incluir en ella

cuentos del género, comenzando, como era de esperarse, con autores extranjeros, hasta que en el

número 51, del bimestre julio-agosto de 1983, apareció un cuento de Antonio Ortíz, un físico, divulgador

científico y pintor mexicano, titulado La tía Panchita, sobre un romántico electricista que viaja por el tiempo

dejando amores en cada época. Desde entonces, la sección literaria de la revista, viendo que los

mexicanos podían también aportar algo original y divertido al género, buscaron su material entre otros

autores nacionales y latinoamericanos, como Manú Dornbierer, Daniel González Dueñas, Juan José

Arreola y Jorge Luis Borges.

A principios de 1984 apareció, también en Ciencia y Desarrollo y en muchos otros medios, la convocatoria

para el Primer Concurso Nacional de Cuento de Ciencia Ficción Puebla, cuyo ganador original, La pequeña

guerra de Mauricio-José Schwarz, apareció en el número 59, del bimestre noviembre-diciembre del mismo

año, y desde entonces, los subsecuentes ganadores aparecieron en la revista, junto con quienes

obtuvieron menciones honoríficas y fueron considerados con calidad digna de publicación.

Desde los primeros concursos se buscó encauzar a los escritores de ciencia ficción nacionales para darle

una identidad propia al género en México. Así podemos ver cómo el jurado calificador de la segunda

convocatoria, celebrada en 1985, integrado por Laszlo Moussong, Mario Méndez Acosta y Mauricio-José

Schwarz, sostuvo que, [l]a decisión final del jurado se basó no sólo en el valor literario de los textos, sino

en sus aportaciones a la naciente ciencia ficción mexicana. En ese sentido, un relato con elementos

eminentemente mexicanos, que incorporara aspectos singulares de nuestra nacionalidad, sería juzgado

más merecedor del premio que otros también de gran calidad literaria pero que podían haber sido escritos

en cualquier parte del mundo; por ello el ganador en esta ocasión fue Héctor Chavarría con su cuento

Crónica del gran reformador.

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En el siguiente concurso, manteniendo el mismo criterio, el jurado calificador, ahora integrado por Evodio

Escalante, Carlos Chimal, Victoria Miret y Antonio Ortíz, decidió no nombrar a ningún ganador, con la

siguiente justificación: [S]e recibieron 120 trabajos. Aun cuando en la mayor parte de ellos se tocaban

temas de vanguardia, tanto de la ciencia como de la tecnología, o extrapolaciones de éstas hacia el futuro,

su tratamiento cuando no pobre, remitía al trabajo realizado por autores ya consolidados en el campo de la

ciencia-ficción (Julio Verne, H.G. Wells, Isaac Asimov, etcétera), al de los ganadores de los concursos

anteriores o a las películas de ciencia ficción recientemente exhibidas en México.

Estos criterios y medidas fructificaron, y ya no tuvieron que reiterarse en los ulteriores concursos. La

revista Ciencia y Desarrollo dejó de publicar a los laureados en el concurso Puebla en el número 127,

correspondiente a marzo-abril de 1996, siendo el último autor publicado Juan Hernández Luna, ganador

del XI concurso con su cuento Soralia, ante las reiteradas protestas de lectores que consideraban que, no

obstante la calidad de las historias, el lenguaje y las actitudes de los personajes no eran compatibles con el

contenido de la publicación del Conacyt. Es más, los cuentos de ciencia ficción desaparecieron en los tres

siguientes números, para reaparecer en el 131, pero ahora firmados por nuevos autores, como los

ganadores del Premio Conacyt de Cuento de Ciencia Ficción para Jóvenes, celebrado en octubre de 1995,

y por científicos mexicanos de carrera que incursionaban en el género.

A pesar de todo, el premio Puebla, aunque no fue el primero a nivel nacional, tiene el mérito de haber sido

el primero que se divulgó entre la mayoría de los interesados del país entero, y propició que los autores se

conocieran y comenzaran sus reuniones desde 1986, celebraran sus primeras convenciones -Puebla

(1991), Nuevo Laredo (1992), México, D.F. (1997)-, y conjuntaran esfuerzos, los que a la fecha se han

traducido en la aparición de la Asociación Mexicana de Ciencia Ficción y Fantasía (AMCyF, 1992), y el

Círculo Independiente de Ficción y Fantasía (CIFF, 1996); de los premios Kalpa (en honor al poema

homónimo de Amado Nervo), por el que votan los miembros de la AMCyF desde 1992, y el Charrobot

(premio que hasta ahora cuenta con una sola emisión), también de la AMCyF, desde 1997; de antologías

que reúnen a varios autores nacionales como Más Allá de lo Imaginado, de Federico Schaffler (3 vols.,

1991, 1994), Principios de Incertidumbre, de Celine Armenta, Gerardo Horacio Porcayo y José Luis Zárate

(1992), y Sin Permiso de Colón, también de Federico Schaffler (1994); revistas (profesionales y

semiprofesionales) como Estacosa de Mauricio-José Schwarz (1991), Umbrales de Federico Schaffler

(1992), Asimov Ciencia Ficción de José Zaidenweber y Salomón Bazbaz (1994); revistas virtuales (en

diskette) como La Langosta se ha Posado de Gerardo Horacio Porcayo y José Luis Zárate (1992) y

Otracosa de Mauricio-José Schwarz (1992); así como una cantidad inmensa de fanzines o revistas de

aficionados, entre las que cabe destacar Fractal de José Luis Ramírez (1995), Sub -de impecable diseño-,

de Bernardo Fernández (Bef), Pepe Rojo y Joselo Rangel (1996), Nahual de Andrés Tonini (1995), y Azoth

del CIFF (1997).

Ya descubriendo su propio lenguaje, la ciencia ficción mexicana comienza a autoanalizarse y a encontrar

comunes denominadores con el resto de la producción latinoamericana del género, con la que también

entra en contacto. La ciencia en sus relatos, por lo general, es más un pretexto de forma que un original

protagonista de fondo, dado que es muy difícil encontrar autores mexicanos con una educación científica

formal y también porque México es un productor marginal de ciencia y tecnología. Este caso no es único.

Francia tuvo una gran producción de ciencia ficción dura en el periodo de entre guerras, porque su

investigación científica también alcanzó un gran nivel. Cuando ésta decayó, la ciencia ficción dejó de ser

dura y recurrió más a lo fantástico, como señala Jean Gattégno en su estudio La Science-Fiction (1971).

En la ciencia ficción mexicana hay una tendencia muy clara que debe enfatizarse, los autores nacionales,

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como muchos latinoamericanos y tercermundistas, toman la ciencia ficción como fondo para presentar

historias de reacción humana ante la tecnología y lo inexplicable, en la opinión de Federico Schaffler, muy

cercana a la de Mauricio-José Schwarz, ambos autores mexicanos premiados de ciencia ficción. Para

Schwarz, la preocupación esencial de la ciencia ficción es el cambio y sus consecuencias en nivel humano.

Los temas más comunes de los autores mexicanos de ciencia ficción, según Schaffler, son: apocalípticos y

postapocalípticos, fantasías heróicas, space operas, ucronías, automatismo, evolución tecnológica,

contactos extraterrestres y cyberpunk.

Entre 1984 y 1997 dentro del género de ciencia ficción han aparecido más de 80 cuentos sueltos en

diferentes revistas del país y el extranjero firmados por autores nacionales, así como aproximadamente 28

antologías, 23 novelas y 59 ensayos y artículos, todos ellos también de compatriotas.

De toda esta inmensa producción, puedo recomendar, sin duda, dos novelas: Trasterra, de Tomás

Mojarro, y Xxyëröddny, donde el gran sueño se enraíza, de Kalar Sailendra. Trasterra, ganadora del

Premio Novela México 1973, es una obra apocalíptica de los últimos tiempos de la Tierra, pero a diferencia

de las de su estirpe, se desarrolla a partir de una interpretación peculiar del tema en las Sagradas

Escrituras, y sin que estén ausentes los valedores de Mojarro. Xxyëröddny, de Kalar Sailendra (seudónimo

de Arturo César Rojas Hernández), llamó incluso la atención del prestigiado crítico literario Christopher

Domínguez Michael, quien al reseñar Los Sueños de la Bella Durmiente de Emiliano González, hizo un

paralelismo entre ambos, llamando a Xxyëröddny una alucinación erótica, dado que las dos utilizan como

pretexto narrativo el cuento infantil de la Bella Durmiente, pero en el caso de Sailendra, transformado en

una space opera bajo una atmósfera de caos y destrucción, como si se hubieran reunido a escribirlo

Samuel R. Delany y Donatien Alphonse François, el marqués de Sade, logrando conseguir una

inconcebiblemente fructífera demiurgia verbal.

Otras obras indispensables para conocer el alcance y algunos de los mayores logros de la ciencia ficción

nacional son los tres volúmenes de Más Allá de lo Imaginado, recopilados por Federico Schaffler; el

ensayo de Gabriel Trujillo Muñoz, La Ciencia Ficción: literatura y conocimiento (Premio Estatal de

Literatura 1990); y entre el enorme número, los cuentos postcatastróficos Fase Durango, de Juan Armenta

Camacho, y El año de los gatos amurallados, de Ignacio Padilla Suárez, así como el polémico El viajero de

José Luis Zárate, son los que considero de lectura obligada.

En el censo que extraoficialmemnte levantó quien esto escribe en 1997, las pesquisas arrojaron los

siguientes números: en toda la República Mexicana había, hasta ese momento, 83 escritores activos de

ciencia ficción y fantasía, distribuidos en trece estados -Baja California (4), Chihuahua (2), Coahuila (2),

Jalisco (1), Michoacán (1), Nuevo León (8), Puebla (11), Quintana Roo (1), San Luis Potosí (1), Sonora (3),

Tamaulipas (11), Veracruz (1), Yucatán (3) -, y el Distrito Federal (34). Sin negar las limitaciones que las

fuentes de información empleadas tuvieron, el resultado no deja lugar a dudas sobre la existencia de

cultivadores del género en México.

La ciencia ficción mexicana no sólo tiene y ha tenido notables representantes desde hace 223 años,

aunque algunos hayan tenido que pagar por escribirla un proceso ante el Santo Oficio de la Inquisición,

como en el caso del fraile Rivas, o hayan sufrido la condena del olvido, como ha sido el destino de la

mayoría, o hasta la censura oficial, como ha ocurrido en algunos casos aislados recientemente.

El género de la ciencia ficción en México ha sido y está siendo estudiado y divulgado aquí y en el

extranjero; sobre él se han publicado breves historias o visiones de conjunto, no sólo en su lengua

materna, sino en inglés y en alemán; y cada vez hay más editoriales y revistas que le abren espacios, tanto

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a nivel nacional como más allá de sus fronteras.

El desarrollo reciente de la ciencia ficción mexicana y latinoamericana resulta tan obvio que la nueva

edición de The Encyclopedia of Science Fiction (1993), dedica ahora 2800 palabras a la literatura

producida en estos países.

La situación política, social y económica de los últimos años, ha producido un cambio hacia la crítica social

y el futuro apocalíptico de México. No obstante, la ciencia ficción mexicana ha encontrado finalmente su

propia identidad, como lo demuestra en una entrevista reciente Irving Roffé, al afirmar con orgullo: ¿Quién

dice que un astronauta no puede comer chilaquiles? Ahí tenemos el caso de [Rodolfo] Neri Vela [primer

astronauta mexicano], que los pidió y se los comió en órbita terrestre.

Apéndice: Pioneros En La Ciencia Ficción Mexicana

Primer cuento de ciencia ficción: Sizigias y cuadraturas lunares, de fray Manuel Antonio de Rivas,

manuscrito fechado en 1775, en Mérida, Yucatán.

Primera novela de ciencia ficción: Eugenia (esbozo novelesco de costumbres futuras), del médico

psiquiátra Eduardo Urzáiz Rodríguez, edición privada impresa en Mérida, Yucatán, en 1919.

Primera poesía de ciencia ficción: Astros y Yo estaba en el espacio, de Amado Nervo, que son en realidad

un solo poema largo dividido en dos partes, aparecido en el Boletín de la Sociedad Astronómica de México,

del mes de enero de 1905.

Primera obra de teatro de ciencia ficción: El Juicio de Dios (anticipación proletaria en un acto), de Germán

List Arzubide (1931).

Primer ensayo sobre la ciencia ficción como género definido: La Ciencia Ficción: Cuarta dimensión de la

literatura, de René Rebetez (1966), aunque hay que destacar otros trabajos que analizaron a la ciencia

ficción y a la literatura fantástica en general, como La literatura maravillosa de Amado Nervo, escrito

aproximadamente en 1908, y el largo ensayo de Alfonso Reyes No hay tal lugar..., aparecido originalmente

en 1955, mismo que fue aumentando año con año, hasta antes de su muerte, en 1959.

Primera visión de conjunto sobre la ciencia ficción en México publicada fuera del país: la de Mauricio-José

Schwarz en The Encyclopedia of Science Fiction de Peter Nicholls y John Clute (Nueva York, St. Martin's

Press, 1993).

Primer ensayo sobre la ciencia ficción en México hecho por un extranjero: Ross Larson, en el capítulo IV

de su libro Fantasy and Imagination in the Mexican Narrative (Tempe, Arizona State University, 1977).

Primera conferencia sobre la ciencia ficción: La literatura lunar y la habitabilidad de los satélites leída por

Amado Nervo en la Sociedad Astronómica de México, en las sesiones de los miércoles 7 de septiembre y 8

de octubre de 1904. En la primera de ellas hizo una apreciación de las obras más importantes que H.G.

Wells había publicado hasta entonces.

Primer taller de cuento de ciencia ficción: El primer taller especializado en el género apareció en 1986,

organizado por el Conacyt.

Primer curso especializado en el género: Jorge Cubría imparte en la Universidad Iberoamericana un curso

semestral denominado Ciencia y Ficción, desde 1990.

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Primera revista que publicó periódicamente cuentos de ciencia ficción: Emoción. Magazine Quincenal de

Aventuras, a partir de su núm. 2, de la segunda quincena de noviembre de 1934, dirigida por Alfredo

García L.P.

Primera revista que publicó principalmente autores nacionales de ciencia ficción y fantasía: Crononauta

(1964), dirigida por René Rebetez y Alejandro Jodorowsky.

Primer concurso nacional de cuento de ciencia ficción: en 1975 apareció la convocatoria para un concurso

patrocinado por la Universidad de Guanajuato que subsistió al menos hasta 1982.

Primer viaje a la Luna: el de Onésimo Dutalón en un carro o bajel volador, compuesto de dos alas y un

timón, en las Sizigias y cuadraturas lunares de Rivas (1775).

Primer viaje a otros planetas: el del viajero en el cristal cósmico (poliedro de 32 caras de un material

desconocido) de Un Hombre Más Allá del Universo del Dr. Atl (1935).

Primer viaje en el tiempo: Palamás, Echevete y yo o el Lago Asfaltado, de Diego Cañedo (1945), a

imitación de la novela epónima de H.G. Wells.

Primera novela de historia alternativa: El Réferi cuenta Nueve, de Diego Cañedo (1942), sobre la invasión

de la Alemania nazi a México durante la Segunda Guerra Mundial.

Primera mención de la ingeniería genética: El remoto porvenir, capítulo especial del libro La Armonía del

Universo, de Juan Nepomuceno Adorno (1862).

Primera aparición de un ser extraterrestre humanoide: los anctítonas o habitadores de la Luna del cuento

del fraile Rivas (1775).

Primera aparición de un ser extraterrestre no humanoide: el viajero (sin nombre) que visita la Tierra en su

travesía por el universo de Un Hombre Más Allá del Universo, del Dr. Atl (1935).

Primera novela cyberpunk: La Primera Calle de la Soledad, de Gerardo H. Porcayo (1993).

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