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Cabecita Blanca. Rosario Castellanos. La señora Justina miraba, como hipnotizada, el retrato de ese postre, con merengue y fresas, que ilustraba (a todo color) la receta que daba la revista. Le receta no era para los momentos de apuro, cuando el marido llega a la casa a las d iez de la noche con invitados a cenar: compañeros de trabajo, el Jefe que estaba de buen humor y, casualmente, sin ningún compromiso; algún amigo de la adolescencia con el que se topó en la calle y había que port ars e a la alt ura de las cir cunstan cia s. No , la rec eta era par a las gr and es ocasiones: la invitación formal al Jefe al que se pensaba pedir un aumento de sueldo o de categoría; la puntilla al prestigio culinario y legendario de la suegra; la batalla de la reconquista de un esposo que empieza a descarriarse y quiere probar su fuerza de seducción en la jovencita que podía ser la compañera de estudios de su hija.  –Hola, mamá. Y a llegué. La señora Justina apartó la mirada de aquel espejismo que ayudaba a fabricar su hambre de diabética sujeta a régimen y examinó con detenimiento, y la consabida decepción, a su hija Lupe. No, no se parecía, ni remotamente, a las hijas que salen en el cine que si llegaban a estas horas era porque se habían ido de paseo con un novio que trató de seducirlas y no logró más que despeinarlas o con un pretendiente tan respetuoso y de tan buenas intenciones que producía el efecto protector de una última rociada de spray sobre el cr epé, labor ios ame nte org aniza do en el salón de belle za. No, Lupe no vea… descomp uesta. Ven ía fatigada, aburrida, harta, como si hubiera estado en una ceremoni a eclesiástica o merendando con, unas amigas tan solitarias, tan sin nada qué hacer ni de qué hablar como ella. Sin embargo, la señora Justina se sintió en la obligación de clamar:  –No le guarda s el menor respeto a la casa… entras y sales a la hora que te da la gana, como si fueras hombre… como si fuera un hotel… no das cuenta a nadie de tus actos… si tu pobre padre viviera… Por fortuna su pobre padre estaba muerto y enterrado en una tumba a perpetuidad en el Panteón Franc és. Muchos criticaron a la señora Justina por derrochadora pero ella pensó que no era el momento de reparar en gastos cuando se trataba de una ocasión única y, además, solemne. Y ahora, bien enterrado, no dejaba de ser un detalle de buen gusto invocarlo de cuando en cuando, sobre todo porque eso permitía a la señora Justina comparar su tranquilidad actual con sus sobresaltos anteriores. Acomodad a exactamente en medi o de la cama do bl e, si n pr eocu pa rse de si su co mper o ll egar ía tard e (prendiendo luces a diestra y siniestra y haciendo un .escándalo como si fueran horas hábiles) o de si no llegaría porque había tenido un acciden te, o había caído en las garras de una mala muj er qu e mer mar ía su forta lez a sic a, sus ingre sos ec onó mic os y su atención –ya de por sí escasa– a la legítima. Ci ert o que la señora Jus tin a si emp re hab ía tenid o la vi rtu d de .pr efe rir un esposo dedicado a las labores propias de su sexo en la calle que uno de esos maridos caseros

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    Cabecita Blanca.

    Rosario Castellanos.

    La seora Justina miraba, como hipnotizada, el retrato de ese postre, con merengue yfresas, que ilustraba (a todo color) la receta que daba la revista. Le receta no era para losmomentos de apuro, cuando el marido llega a la casa a las diez de la noche con invitadosa cenar: compaeros de trabao, el Jefe que estaba de buen humor y, casualmente, sinning!n compromiso" alg!n amigo de la adolescencia con el que se top# en la calle y hab$aque portarse a la altura de las circunstancias. %o, la receta era para las grandesocasiones: la invitaci#n formal al Jefe al que se pensaba pedir un aumento de sueldo o decategor$a" la puntilla al prestigio culinario y legendario de la suegra" la batalla de lareconquista de un esposo que empieza a descarriarse y quiere probar su fuerza deseducci#n en la ovencita que pod$a ser la compaera de estudios de su hia.

    &'ola, mam. a llegu*.

    La seora Justina apart# la mirada de aquel espeismo que ayudaba a fabricar su hambrede diab*tica sueta a r*gimen y e+amin# con detenimiento, y la consabida decepci#n, a suhia Lupe. %o, no se parec$a, ni remotamente, a las hias que salen en el cine que sillegaban a estas horas era porque se hab$an ido de paseo con un novio que trat# deseducirlas y no logr# ms que despeinarlas o con un pretendiente tan respetuoso y de tanbuenas intenciones que produc$a el efecto protector de una !ltima rociada de spray sobreel crep*, laboriosamente organizado en el sal#n de belleza. %o, Lupe no ven$adescompuesta. -en$a fatigada, aburrida, harta, como si hubiera estado en una ceremoniaeclesistica o merendando con, unas amigas tan solitarias, tan sin nada qu* hacer ni de

    qu* hablar como ella. in embargo, la seora Justina se sinti# en la obligaci#n de clamar:

    &%o le guardas el menor respeto a la casa entras y sales a la hora que te da la gana,como si fueras hombre como si fuera un hotel no das cuenta a nadie de tus actos situ pobre padre viviera

    /or fortuna su pobre padre estaba muerto y enterrado en una tumba a perpetuidad en el/ante#n 0ranc*s. 1uchos criticaron a la seora Justina por derrochadora pero ella pens#que no era el momento de reparar en gastos cuando se trataba de una ocasi#n !nica y,adems, solemne. ahora, bien enterrado, no deaba de ser un detalle de buen gustoinvocarlo de cuando en cuando, sobre todo porque eso permit$a a la seora Justina

    comparar su tranquilidad actual con sus sobresaltos anteriores. 2comodada e+actamenteen medio de la cama doble, sin preocuparse de si su compaero llegar$a tarde(prendiendo luces a diestra y siniestra y haciendo un .escndalo como si fueran horashbiles) o de si no llegar$a porque hab$a tenido un accidente, o hab$a ca$do en las garrasde una mala muer que mermar$a su fortaleza f$sica, sus ingresos econ#micos y suatenci#n &ya de por s$ escasa& a la leg$tima.

    3ierto que la seora Justina siempre hab$a tenido la virtud de .preferir un esposodedicado a las labores propias de su se+o en la calle que uno de esos maridos caseros

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    que revisan las cuentas de4 mercado, que destapan las ollas de la cocina para probar elsaz#n de los guisos, que se dan maa para descubrir los pequeos dep#sitos de polvo enlos rincones y que deciden e+perimentar las nov$simas doctrinas pedag#gicas en losnios.

    &5n marido en la casa es como un colch#n en el suelo. %o lo puedes pisar porque no es

    propio" ni saltar porque es ancho. %o te queda ms que ponerlo en su sitio. e4 sitio deun hombre es su trabao, la cantina o la casa chica.

    2s$ opinaba su hermana 6ugenia, amargada como todas las solteronas y, adems, sinninguna idea de lo que era el matrimonio. 6l lugar adecuado para un marido era en e4 queahora reposaba su difunto Juan 3arlos.

    /or su parte, la seora Justina se hab$a portado como una dama: luto riguroso dos aos,lenta y progresiva recuperaci#n, telas a cuadros blancos y negros y ahora el eemplo vivode la conformidad con los designios de la 7ivina /rovidencia: colores serios.

    &1am, ay!dame a baar el cierre, por favor.

    La seora Justina hizo lo que le ped$a Lupe y no desaprovech# la ocasi#n de ponderaruna importancia que sus hios tend$an a disminuir.

    &6l d$a en que yo te falte

    &iempre habr alg!n acomedido 8no crees9 ue me bae el cierre aunque no sea msque por inter*s de los regalos que yo le d*.

    'e aqu$ el resultado de seguir los conseos de los especialistas en relaciones humanas:

    ;sea usted amiga, ms que madre" aliada, no uezLas vueltas que da el mundo4 3uando la seora Justina era una muchacha se supon$aque era tan inocente que no pod$a ser deada sola con un hombre sin que *l se sintieratentado de mostrarle las realidades de la vida subi*ndole las faldas o algo. La seoraJustina hab$a usado, durante toda la *poca de su solter$a y, sobre todo, de su noviazgo,una especie de refuerzo de manta gruesa que le permit$a resistir cualquier ataque a supureza hasta que llegara el au+ilio e+terno. que, adems, permit$a a su familia sabercon seguridad que si el ataque hab$a tenido *+ito fue porque cont# con el consentimientode la v$ctima.

    La seora Justina resist$a siempre con araazos y mordiscos las asechanzas deldemonio. /ero una vez sinti# que estaba a punto del desfallecimiento. e acomod# en elsof, cerr# los oos y cuando volvi# a abrirlos estaba sola. u tentador hab$a huido,avergonzado de su conducta que estuvo a punto de llevara una oven honrada al borde

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    del precipicio. Jams procur# volver a encontrarla pero cuando el azar los reun$a *l lamiraba con e+tremo desprecio y si permanec$an lo suficientemente pr#+imos como parapoder hablarle al o$do sin ser escuchado ms que por ella, le dec$a:

    &>/irua4

    La seora Justina pens# en el convento como !nico resguardo contra las flaquezas de lacarne pero ,el convento e+ig$a una dote que el mediano pasar de su padre &bendecidopor el cielo con cinco hias solteras& convert$a en un requisito imposible de cumplir. econform#, pues, con afiliarse a cofrad$as piadosas y fue en una reuni#n mi+ta de la 23J1donde conoci# al que iba a desposarla.

    e amaron, desde el primer momento, en 3risto y se regalaban, semanalmente,ramilletes espirituales. ;'oy renunci* a la raci#n de cocada que me correspond$a comopostre y cuando mi madre insisti# en que me alimentara, fing$ un malestar estomacal. 1ellevaron a mi cuarto y me dieron t* de manzanilla, muy amargo. 2y, ms amarga era lahiel en que empaparon la espona que se acerc# a los labios de %uestro eor cuando,

    crucificado, se queaba de tener sed.ah4 de admiraci#n tanto en la seora Justinacuanto en el eco d#cil de sus cuatro hermanas solteras. 0ue con ese >ah4 con el que Juan

    3arlos decidi# casarse y su decisi#n no pudo ser ms acertada porque el eco se mantuvoinc#lume y audible durante todos los aos de su matrimonio y nunca fue interrumpido poruna pregunta, por un comentario, por una cr$tica, por una opini#n disidente.

    2hora, ya desde el puerto seguro de la viudez &inamovible, puesto que era fiel a susrecuerdos y puesto que hab$a heredado una pensi#n suficiente para sus necesidades& laseora Justina pensaba que quiz le hubiera gustado aumentar su repertorio con algunasotras e+clamaciones. La de la sorpresa horrorizada, por eemplo, cuando vio por primeravez, desnudo frente a ella y fren*tico, qui*n sabe por qu*, a un hombre al que no hab$avisto ms que con la corbata y el saco puestos y hablando unciosamente del patronazgode an Luis ?onzaga al que hab$a encomendado velar por la integridad de su uventud./ero le sell# los labios el sacramento que, unto con Juan 3arlos, hab$a recibido unashoras antes en la @glesia y la advertencia oportuna de su madre quien, sin entrar endetalles, por supuesto, la puso al tanto de que en el matrimonio no era oro todo lo quereluc$a. ue estaba lleno de asechanzas y peligros que pon$an a prueba el temple decarcter de la esposa. que la virtud suprema que, hab$a que practicar si se quer$amerecer la palma del martirio (ya que a la de la virginidad se hab$a renunciadoautomticamente al tomar el estado de casada) era la virtud de la prudencia. la seoraJustina entendi# por prudencia el silencio, el asentimiento, la sumisi#n.

    3uando Juan 3arlos se volvi# loco la noche misma de la boda y le e+igi# realizar unos

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    actos de contorsionismo que ella no hab$a visto ni en el 3irco 2tayde, la seora Justina seesforz# en complacerlo y fue logrndolo ms y ms a medida que adquir$a prctica. /erotuvo que calmar sus escr!pulos de conciencia (8no estar$a contribuyendo alempeoramiento de una enfermedad que quiz era curable cediendo a los caprichosnocturnos de Juan 3arlos en vez de llevarlo a consultar con un m*dico9) en elconfesionario. 2ll$ el seor cura la tranquiliz# asegurndole que esos ataques no s#lo eran

    naturales sino transitorios y que con el tiempo ir$an perdiendo su intensidad,espacindose hasta desaparecer por completo.

    La boca del 1inistro del eor fue la de un ngel. 2 partir del nacimiento de su primer hioJuan 3arlos comenz# a dar s$ntomas de alivio. gracias a 7ios, porque con la salud casirecuperada por completo pod$a dedicar ms tiempo al trabao en el que ya no se dabaabasto y tuvieron que conseguirle una secretaria.

    1uchas veces Juan 3arlos no ten$a tiempo de llegar a comer o a cenar a su casa o sequedaba en untas de conseo hasta la madrugada. A sus efes le hac$an el encargo devigilar las sucursales de la 3ompa$a en el interior de la Bep!blica y se iba, por una

    semana, por un mes, no sin recomendar a la familia que se cuidara y que se portara bien./orque ya para entonces la familia hab$a crecido: despu*s del varoncito nacieron dosnias.

    6l varoncito fue el mayor y si por la seora Justina hubiera sido no habr$a encargadoninguna otra criatura porque los embarazos eran una verdadera cruz, no s#lo para ella,que los padec$a en carne propia, sino para todos los que la rodeaban. 2 deshoras del d$ao de la noche le ven$a un antoo de nieve de guanbana y no quedaba ms remedio quesalir a buscada donde se pudiera conseguir. /orque ninguno quer$a que el nio fuera anacer con alguna mancha en la cara o alg!n defecto en el cuerpo, como consecuencia dela falta de atenci#n a los deseos de la madre.

    6n fin, la seora Justina no ten$a de qu* quearse. 2ll$ estaban sus tres hios buenos ysanos y Luisito (por an Luis ?onzaga, del que Juan 3arlos segu$a siendo devoto) eratan lindo que lo alquilaban como nio 7ios en la *poca de los nacimientos.

    e ve$a hecho un cromo con su rop#n de encae y con sus caireles rubios que no lecortaron hasta los doce aos. 6ra muy seriecito y muy formal. %o andaba, como todos lootros muchachos de su edad, buscando los charcos para chapotear en ellos nitrepndose a los rboles ni revolcndose en la tierra. %o *l no. La ropa la deaba de venir,y era una lstima sin un remiendo, sin una mancha, sin que pareciera haber sido usada.Le deaba de venir porque hab$a crecido. era un modelo de conducta. 3omulgaba cadaprimer viernes, cantaba en el coro de la @glesia con su voz de soprano, tan limpia y tanbien educada que, por fortuna, conserv# siempre. Le$a, sin que nadie se lo mandara,libros de edificaci#n.

    La seora Justina no hubiera pedido ms pero 7ios le hizo el favor de que, aparte detodo, Luisito fuera muy carioso con ella. 6n vez de andar de parranda (como lo hac$ansus compaeros de colegio, y de colegio de sacerdotes >qu* horror4) se quedaba en lacasa platicando con ella, deteni*ndole la madea de estambre mientras la seora Justinala enrollaba, preguntndole cul era su secreto para que la sopa de arroz le salierasiempre tan rica. a la hora de dormirse Luisito le ped$a, todas las noches, que fuera aarroparlo como cuan=do era nio y que le diera la bendici#n. aprovechaba el momento

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    en que la mano de la seora Justina quedaba cerca de su boca para robarle un beso.>Bobrselo4 3uando ella hubiera querido darle mil y mil y mil y com*rselo de puro cario.e conten$a por no encelar a sus otras hias y >qui*n iba a creerlo4 por no tener undisgusto con Juan 3arlos.

    ue, con la edad, se hab$a vuelto muy maadero. Le gritaba a Luisito por cualquier motivo

    y una vez, en la mesa, le dio 8que fue lo que le dio9 La seora Justina ya no seacordaba pero ha de haber sido algo muy feo porque ella, tan comedida siempre, perdi#la paciencia y al# el mantel y se vino al suelo toda la vailla y el caldo salpic# las piernasde 3armela, que grit# porque se hab$a quemado y Lupe aprovech# la oportunidad paraque le diera el soponcio y Juan 3arlos se levant#, se puso su sombrero y se fue, muydigno, a la calle de la que no volvi# hasta el d$a de la quincena.Luisito Luisito se separ# de la casa porque la situaci#n era insostenible. 'ab$aconseguido un trabao muy bien pagado en un negocio de decoraci#n. Lo del trabaodeb$a de haberle tapado la boca a su padre, pero >qu* esperanzas4 egu$a diciendobarbaridades hasta que Luisito opt# por venir a visitar a la seora Justina a las horas enque estaba seguro de no encontrarse con el energ!meno de su pap. %o ten$a que

    complicarse mucho. La seora Justina estaba sola la mayor parte del d$a, con lasmuchachas ya encarriladas en una oficina muy decente y con el marido sabe 7ios d#nde.1etido en problemas, seguro. /ero de eso ms val$a no hablar porque Juan 3arlos seirritaba cuando su muer no entend$a lo que le estaba diciendo.

    5na vez la seora Justina recibi# un an#nimo en el que ;una persona que la estimaba< lapon$a al corriente de que Juan 3arlos le hab$a puesto casa a su secretaria. La seoraJustina estuvo mucho rato viendo aquellas letras desiguales, groseramente escritas, queno significaban nada para ella, y acab# por romper el papel sin comentar nada con nadie.6n esos casos la caridad cristiana manda no hacer uicios temerarios. 3laro que lo quedec$a el an#nimo pod$a ser verdad. Juan 3arlos no era un santo sino un hombre y como

    todos los hombres, muy material. /ero mientras a ella no le faltara nada en su casa y lediera su lugar y respeto de esposa leg$tima, no ten$a derecho a quearse ni por qu* armaralborotos.

    /ero Luisito, que estaba pendiente de todos los detalles, pens# que su mam estabatriste tan abandonada y el diez de mayo le regal# una televisi#n porttil. >u* cosas seve$an, 7ios del cielo4 Bealmente los que escriben las comedias ya no saben ni qu*inventar. 5nas familias desavenidas en las que cada quien ala por su lado y los hioshacen lo que se les pega la gana sin que los padres se enteren. 5nos maridos queengaan a las esposas. unas esposas que no eran ms tontas porque no eran msgrandes, encerradas en sus casas, creyendo todav$a lo que les ensearon cuando eranchiquitas: que la luna es queso.

    >-lgame4 8 si esas historias sucedieran en la realidad9 8 si Luisito fueraencontrndose con una maosa que lo enredara y lo obligara a casarse con ella9 Laseora Justina no descans# hasta que su hio le prometi# formalmente que nunca, nunca,nunca se casar$a sin su consentimiento. 2dems 8por qu* se preocupaba9 %i siquieraten$a novia. %o le hac$a ninguna falta, dec$a, abrazndola, mientras tuviera con *l a sumamacita.

    /ero hab$a que pensar en el maana. La seora Justina no le iba a durar siempre.

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    aunque le durara. %o estaba bien que Luisito viviera como un gitano./ara desengaarla Luisito la llev# a conocer su departamento. >u* precioso lo hab$aarreglado4 %o en balde era decorador. en cuanto a servicio hab$a conseguido un mozo,1anolo, porque las criadas son muy in!tiles, muy sucias y todas las mueres, salvo laseora Justina, su mam, muy malas cocineras.

    1anolo parec$a servicial: le ofreci# t*, le arregl# los coines del sill#n en el que la seoraJustina iba a sentarse, le quit# de encima el gato que se empeaba en sobarse contra suspiernas. adems, 1anolo era agradable, bien parecido y bien presentado. 1enos mal.e hab$a sacado la loter$a con Luisito porque lo trataba con tantos mira=mientos como sifuera su igual: le permit$a comer en la mesa y dormir en el couch de la sala porque elcuarto de la azotea, que era el que le hubiera correspondido, ten$a muy buena luz y seusaba como estudio.

    La !nica espina era que Luisito y Juan 3arlos no se hubieran reconciliado. %o iba a cederel rigor del padre ni el orgullo del hio sino ante la coyuntura de la !ltima enfermedad. lade Juan 3arlos fue larga y puso a prueba la ciencia de los m*dicos y la paciencia de los

    deudos. La seora Justina se esmeraba en cuidar a su marido, que nunca tuvo buentemple para los achaques y que ahora no soportaba sus dolores y molestias sindesahogarse sobre su esposa encontrando torpes e inoportunas sus sugerencias,insuficientes sus desvelos, in!tiles sus precauciones. #lo pon$a buena cara a las visitas:la de sus compaeros de trabao, que empezaron siendo frecuentes y acabaron como lasapariciones del cometa. La !nica constante fue la secretaria (>pobrecita, tan viea ya, tancanosa, tan acabada4 83#mo era posible que alguien se hubiera cebado en su famacalumnindola9) y tra$a siempre alg!n agrado: revistas, frutas que Juan 3arlos alababacon tanta insistencia que sus hias sal$an disgustadas del cuarto. >1uchachas d$scolas46n cambio Luisito guardaba la compostura, como bien educado que era, y por delicadeza,porque no sab$a c#mo iba a ser recibido por su padre, la primera vez que quiso hacerle

    un regalo no se lo entreg# personalmente sino que encarg# a 1anolo que lo hiciera.

    0ue as$ como 1anolo entr# por primera vez en la casa de la seora Justina y supohacerse indispensable a todos, al grado de que ya a ninguno le importaba que vinieraacompaando a Luisito o solo. ab$a poner inyecciones, preparaba platillos de sorpresadespu*s del !ltimo programa de televisi#n y acompaaba a la secretaria de regreso a sucasa que, por fortuna, no quedaba muy leos &unas dos o tres cuadras& y se llegabafcilmente a pie.6n el velorio de Juan 3arlos ms parec$a 1anolo un familiar que un criado y nadie tom# amal que recibiera el p*same vestido con un trae de casimir negro que Luisito le compr#especialmente para esa ocasi#n.

    Ciempos felices. 2 duras penas se prolongaron durante el novenario pero despu*s la casavolvi# a quedar como vac$a. La secretaria se fue a vivir a ?uanauato, a las muchachasno les alcanzaba el tiempo repartido entre el trabao y las diversiones. 6l !nico que, porms ocupado que estuviera siempre se hac$a un lugar para darle un beso a su ;cabecitablanca< &como la llamaba cariosamente& era Luisito. 1anolo ca$a de cuando encuando con un ramo de flores, ms que para halagar a la seora Justina (eso no se leescapaba. a ella, ni que fuera tonta) para lucir alg!n anillo de piedra muy vistosa, unpisacorbata de oro, un par de mancuernas tan payo que dec$a a gritos que su dueonunca antes hab$a tenido dinero y que no sab$a c#mo gastarlo.

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    Las muchachas se burlaban de *l dici*ndole que no fuera malo, que no les hiciera lacompetencia y anuncindole que si alguna vez consegu$an novio no iban a presentrselopara no correr el riesgo de que las plantara y se fuera con su rival. 1anolo se re$ahaciendo unos visaes muy chistosos y cuando 3armela, la mayor, le comunic# a sufamilia que iba a casarse con un compaero de trabao y organizaron una fiestecita paraformalizar las relaciones, 1anolo se comprometi# a ayudar en la cocina y a servir la

    mesa. 2s$ se hizo pero 3armela se olvid# de 1anolo a la hora de las presentaciones y1anolo entraba y sal$a de la sala donde todos estaban platicando como si *l no e+istierao como si fuera un criado.

    3uando los invitados se despidieron 1anolo estaba llorando de sentimiento sobre laestufa salpicada de la grasa de los guisos. 6ntonces entr# 3armela palmoteando de gustoporque le hab$a ganado la apuesta. 8a no se acordaba de que quedaron de que sialguna vez ten$a novio no se lo iba a presentar a 1anolo9 Dueno, pues hab$a mantenidosu palabra y ahora e+ig$a que 1anolo le cumpliera porque adems se lo ten$a bienmerecido por presuntuoso y coqueto. 1anolo lloraba ms fuerte y se fue dando unportazo. /ero al d$a siguiente ya estaba all$, con una caa de chocolates para 3armela, y

    dispuesto a entrar en la discusi#n de los detalles del trae de bodas y los adornos de la@glesia.

    >/obre 3armela4 >3on cunta ilusi#n hizo sus preparativos4 desde el d$a en que regres#de la luna de miel no tuvo sosiego: un embarazo muy dif$cil, un parto prematuro a los sietemeses e+actos como que contribuyeron a alear al marido, ya desobligado de por s$, queacab# por abandonarla y aceptar un empleo como agente viaero en el que nadie supo yac#mo localizarlo.3armela se manten$a sola y le ped$a a la seora Justina que la ayudara cuidando a losnios. /ero en cuanto estuvieron en edad de ir a la escuela se fueron distanciando cadavez ms y no se reun$an ms que en los cumpleaos de la seora Justina, en las fiestas

    de %avidad, en el d$a de las madres.2 la seora Justina le molestaba que 3armela pareciera tan e+agerada para arreglarse ypara vestirse y que estuviera siempre tan nerviosa. /or ms que gritaba los nios no laobedec$an y cuando ella los amenazaba con pegarles ellos la amenazaban, a su vez, concontarle a su t$o a qu* horas hab$a llegado la noche anterior y con qui*n.

    La seora Justina no alcanzaba a entender por qu* 3armela tem$a tanto a Luisito pues encuanto sus hios dec$an ;mi t$o< ella les permit$a hacer lo que les daba la gana. Cemer aLuisito, que era una dama y que ahora andaba de viae por los 6stados 5nidos con1anolo, era absurdo" pero cuando la seora Justina quiso comentar@o con Lupe no tuvocomo respuesta ms que una carcaada.Lupe estaba hist*rica, como era natural, porque nunca se hab$a casado. 3omo si casarsefuera la vida perdurable. /ocas ten$an la suerte de la seora Justina que se encontr# unhombre bueno y responsable.8%o se miraba en el espeo de su hermana que andabasiempre a la cuarta pregunta9 Lupe, en cambio, pod$a echarse encima todo lo queganaba: ropa, perfumes, alhaas. /od$a gastar en paseos y viaes o en repartir limosnaentre los necesitados.

    3uando Lupe escuch# esta !ltima frase estall# en improperios: la necesitada era ella, ellaque no ten$a a nadie que la hubiera querido nunca. Le sal$an, como espuma por la boca,nombres entremezclados, historias sucias, queas desaforadas. %o se calm# hasta que

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    Luisito &que regres# de muy mal humor de los 6stados 5nidos donde se le hab$a perdido1anolo& le plant# un par de bofetadas bien dadas .Lupe llor# y llor# hasta quedarsedormida. 7espu*s como si se le hubiera olvidado todo, se qued# tranquila. /asaba sushoras libres teiendo y viendo la televisi#n y no se acostaba sin antes tomar una taza de t*a la que aad$a el chorrito de una medicina muy buena para 8para qu*9

    >u* cabezal 2 la seora Justina se le confund$a todo y no era como para asombrarse.6staba viea, enferma. Le habr$a gustado que la rodearan los nietos, los hios, como enlas estampas antiguas. /ero eso era como una especie de sueo y la realidad era quenadie la visitaba y que Lupe, que viv$a con ella, le avisaba muy seguido que no iba acomer o que se quedaba a dormir en casa de una amiga.

    8/or qu* Lupe nunca correspond$a a las invitaciones haciendo que sus amigas vinieran ala casa9 8/or no dar molestias9 /ero si no era ninguna molestia, al contrario /ero Lupeya no escuchaba el parloteo de su madre, baando de prisa, de prisa los escalones,abriendo la puerta de la calle.3uando Lupe se quedaba, porque no ten$a d#nde ir, tampoco era posible platicar con ella.

    Bespond$a con monos$labos apenas audibles y si la seora Justina la acorralaba paraque hablara adoptaba un tono de tal insolencia que ms val$a no o$rla.

    La seora Justina se queaba con Luisito, que era su pao de lgrimas, esperanzada enque *l la rescatar$a de aquel infierno y la llevar$a a su departamento, ahora que 1anolo yano viv$a all$ y no hab$a sirviente que le durara: ladrones unos, igualados los otros,inconstantes todos, lo mataban a c#leras. /ero Luisito no daba su brazo a torcer nidecidi*ndose a casarse (que ya era hora, ya se pasaba de tueste) ni volviendo a casa desu madre (que lo hubiera recibido con los brazos abiertos) ni pidiendo una ayuda que laseora Justina le hubiera dado con tanto gusto.

    /orque as$ como se hab$a desentendido de 3armela y como estaba dispuesta aabandonar a Lupe (eran mueres, al fin y al cabo, pod$an arreglrselas solas) as$ no pod$asosegar pensando en Luisito que no ten$a quien lo atendiera como se merec$a y que, parano molestarla &porque con lo de la diabetes se cansaba muy fcilmente& ya ni siquiera lallevaba a su casa.

    6n lo que no fallaba, eso s$, era en visitarla a diario, siempre con alg!n regalito, siemprecon una sonrisa. %o con esa cara de herrero mal pagado, con esa mirada de basilisco conque Lupe se asomaba a la puerta de la recmara de la seora Justina para darle lasbuenas noches.