Cachorro de Tigre 2año

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Página 1 Cachorro de Tigre Enrique López Albujar (Chiclayo, 1872 – Lima, 1966) I Me lo trajeron una mañana. Su aspecto inspiraba lástima. Por su estatura aparentaba doce años, pero por su vivacidad y por la chispa de malicia con que miraba todo y su manera de disimular cuando se veía sorprendido en sus observaciones, bien podría atribuírsele quince Y no sólo era una especie de enigma por la edad, sino también por lo que pudiera hacer o pensar. Mánam, mánam, era la respuesta que daba a todo. No sabía nada ni nada entendía, pero con los ojos parecía decir lo contrario. Y como tampoco supo decirnos su nombre en los primeros días, o no quiso decirlo, y era necesario llamarlo por alguno, resolví rebautizar a tan pequeña persona con el de Ishaco, así en quechua, ya para que lo entendiera bien y le sonara agradablemente a sus oídos de chaulán cerril, ya para que obedeciera mejor cuanto se le iba a ordenar en lo sucesivo. Verdad que su apellido lo supe desde el primer momento, pero me parecía impropio llamarle por él no sólo por lo inusitado, sino para evitarme el compromiso de satisfacer a cada instante la curiosidad pública sobre su procedencia. Y no se crea que el apellido significase una rareza, una extravagancia o un equívoco, cosa tan corriente entre los indios. El apellido no podía ser más español: Magariño. Pero es que pesaba sobre él una celebridad tan triste...

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Pgina1Cachorro de TigreEnrique Lpez Albujar(Chiclayo, 1872 Lima, 1966)IMe lo trajeron una maana. Su aspecto inspiraba lstima. Por su estatura aparentaba doce aos, pero por su vivacidad y por la chispa de malicia con que miraba todo y su manera de disimular cuando se vea sorprendido en sus observaciones, bien podra atribursele quinceY no slo era una especie de enigma por la edad, sino tambin por lo que pudiera hacer o pensar. Mnam, mnam, era la respuesta que daba a todo. No saba nada ni nada entenda, pero con los ojos pareca decir lo contrario. Y como tampoco supo decirnos su nombre en los primeros das, o no quiso decirlo, y era necesario llamarlo por alguno, resolv rebautizar a tan pequea persona con el de Ishaco, as en quechua, ya para que lo entendiera bien y le sonara agradablemente a sus odos de chauln cerril, ya para que obedeciera mejor cuanto se le iba a ordenar en lo sucesivo.Verdad que su apellido lo supe desde el primer momento, pero me pareca impropio llamarle por l no slo por lo inusitado, sino para evitarme el compromiso de satisfacer a cada instante la curiosidad pblica sobre su procedencia.Y no se crea que el apellido significase una rareza, una extravagancia o un equvoco, cosa tan corriente entre los indios. El apellido no poda ser ms espaol: Magario. Pero es que pesaba sobre l una celebridad tan triste...Magario! As se haba llamado, hasta poco antes de la llegada del muchacho, una especie de Rey del Monte andino, que durante diez aos haba vivido asolando pueblos, raptando y violando mujeres, asesinando hombres y arreando centenares de cabezas de ganado de toda especie al reino misterioso de sus estancias, hasta que la bala de uno de sus tenientes le puso trmino a sus terribles correras.Adems, el mismo chico, por no s qu razones, haba contribuido a este silencio, a esta extincin del apellido paternal. As se le hubiera llamado por l cien veces, el indiecillo no habra contestado jams. Donde cualquier otro muchacho hubiese acabado por ceder, l supo mantenerse inalterable, impasible, sereno, inquebrantable... As logr imponerles a todos su nuevo nombre de Ishaco y pocos das despus nadie volvi a llamarle por Magario.Pronto se hizo Ishaco necesario para todo: para los recados, para las compras, para la cocina, para la mesa, para mis hijos, hasta para el Juzgado, cuyo aseo y arreglo aprendi en un santiamn, con lo que prob que el cerebro de un chauln no es tan refractario a la idea de orden como parece. Y se hizo el necesario, no por ser el nico, sino porque, vindole todos su voluntad, su paciencia, su acomodamiento, su prontitud para hacer las cosas, todos acabaron por descargar en l gran parte de sus obligaciones, cosa, desde otro punto de vista, muy propia de la humana naturaleza. Ishaco qued, pues, convertido en la piedra angular de mi servidumbre, y tambin en cabeza de turco cuando alguien necesitaba aliviarse de una disculpa. Todo lo bueno lo hacan los dems; todo lo mal, Ishaco.Y con qu facilidad se fue enterando de todo. Antes del mes llamaba todas las cosas por sus nombres. Cuando vio la mquina de coser quedse largo tiempo mirndola y dando vueltas en torno de ella; y cuando la vio funcionar, empez a rer nerviosamente y a zapatear, como si estuviese bailando cashua. Y ri tanto que todos acabaron por rer tambin.Te ha gustado la mquina? Es para coser vestidos. Aqu se te va a coser camisas, sacos, pantalones,. Vers que buenmozo vas a quedar con el vestido que te van a coser.Y mquina cose gente tambin? pregunt con cierta curiosidad no exenta de malicia.No, hombre; a la gente no se la cose.Ishaco volvi a rer ms fuerte; pero ya no con risa ingenua, sino con risa que pareca responder a un extrao pensamiento, pues al retirarse murmur:Qu bueno coser Valerio!IILa persona que me trajo a Ishaco, un sargento de gendarmes, me dijo:Ya que no he podido traerle, seor, las pieles de zorro que le promet, pues la batida no nos ha dejado tiempo para nada, le traigo, en cambio, uno vivo.Y mostrndome al indiecito, aadi:Ah donde usted lo ve, seor, tiene su geniecito, pues es nada menos que hijo del famoso Magario.De Adeodato?Del mismo, seor, segn nos dijeron en Chauln cuando nos vieron entrar con l al pueblo.Y por qu me lo traes a m?Porque me lo ha mandado el Mayor.No me parece bien; han debido entregrselo a cualquiera de sus parientes. Que no tiene hermanos, tos, abuelos...?Si nadie nos ha querido decir, seor, en Chauln, quines son sus parientes, ni recibirlo tampoco. El gobernador deca que podamos dejrselo al alcalde, y el alcalde, que al gobernador. Con decirle a usted que el seor cura, al saber quin era el muchacho, lo santigu y se neg tambin a recibirlo. Todos teman comprometerse.Comprometerse por tan poca cosa?Es que usted no sabe las costumbres de esas gentes, seor. Cuando corre sangre entre dos familias, como ahora entre los Valerios y los Magarios, el que protege a uno de ellos se trae el enojo de los otros. Esas gentes odian como demonios, seor.Y el juez de paz? Qu hizo el juez de paz?El juez de paz tambin hizo el quite, seor. Sabe usted lo que dijo? Hijo de bandolero no sirve. Si los Valerios saben que est aqu un hijo de Magario vendrn por l, lo retacearn y me quemarn la casa; y si lo saben los Magarios, dirn que le he secuestrado al pariente y vendrn tambin a pedirme cuentas. Llvatelo, taita; no sirve. Y el mayor carg con l.Y puesto yo en la disyuntiva de rechazar la criatura por una simple cuestin de forma, para que fuera a parar quin sabe en qu manos, o dar en algunos de los cuarteles, donde correra el riesgo de pervertirle, o de aceptarlo y mantenerlo en mi poder hasta que fuera reclamado por alguno de sus deudos, opt por lo ltimo, y el vstago de uno de los bandoleros ms famosos de estos desventurados campos andinos, entr a ser un miembro ms de mi familia.IIIEl chico comenz a medrar prodigiosamente. Pareca crecer por centmetros. Aquella faz terrosa y resquebrajada por las inclemencias de las alturas con que lleg a mi casa, fue adquiriendo paulatinamente la tersura y el brillo de un rostro juvenil. La ablucin cotidiana, el cabello cortado al rape, la manera de vestir y calzar, el trato y estimacin que se le diera desde el primer momento, contribuy a darle aire decencia y visible expresin de simpata. De todo lo que pareci enterarse al principio perfectamente el indio, as como del valer personal a tan poca cosa adquirida.Se paraba delante del espejo un largo rato y despus de mirarse por sus cuatro costados, acababa por sacarle la lengua o mostrarle el puo a la imagen que tena delante. Y era de verle en sus ratos de repentina expansin, all en el interior del hogar, frente a la servidumbre, derrochando imitacin y comicidad, hasta hacer desternillar de risa al auditorio.Cmo anda patrn Francisco? No sabe cmo anda patrn Francisco? Patrn anda as... Y seorita?... Seorita re as, como as... Y cuando patrn est despacho y preso delante, va para all, viene para ac, da vueltas como cabro encerrado, se baja gorra, junta cejas as y despus grita: Ests mintiendo; te conozco ojos, zamarro!.Y cambiando de tema, con volubilidad desconcertante, comenzaba a explotar el de los motes, acabando por enojar a todos.T dirigindose a la cocinera pareces sachavaca; t al mayordomo, que es un negro mozo y poco amigo de las bromas, as. F As...A lo que el negro, que desde la llegada del indio miraba a este con cierta ojeriza, echbasele encima con las ms aviesas intenciones, que Ishaco saba burlar con un simple salto de tigre y una rpida fuga.Y de estas cmicas expansiones Ishaco vena a parar al libro de lectura, que abra por cualquier pgina, y comenzaba a deletrear antojadizamente, con seriedad de colegial contrado. Y no lo haca mal a la hora de dar la leccin. Su memoria era tanta, que le bastaba uno o dos repasos para repetir de una tirada hasta media pgina. Su memoria visual, plstica, sobre todo, era prodigiosa. En un momento aprendi a ver la hora en el reloj, a distinguir los peridicos ilustrados de los que no lo eran y a saber sus nombres, a conocer el valor de las estampillas y lo que era una factura y una carta.Al lado de estas manifestaciones de inteligencia vivaz haba otras de una animalidad extraa, que haban confundido al siclogo y a las que posiblemente ningn poder hubiese podido corregir o atenuar. Se cazaba los piojos y se los coma deleitosamente, despus de verlos andar sobre la ua; se hurtaba los pedazos de carne cruda y sangrienta y los engulla con la rapidez y voracidad de un martn-pescador; recoga en cualquier cazo la sangre de los animales degollados y, humeante an, se la beba a tragantadas, celebrando despus en risotadas bestiales, el cloqueo que aquella hiciera al pasarle por la garganta; haca provisiones de cebo y de piltrafas recogidas en la cocina, ocultndolas en cualquier escondrijo, para sacarlas ms tarde en plena descomposicin y devorarlas a solas y tranquilamente. Era a ratos perdidos un insectvoro y un antropfago.Por la carne era capaz de todo, y an cuando a la hora de comer no tena preferencias por ninguna, roja o blanca, cruda o cocida, podrida o fresca, tierna o dura, los trozos crudos y sanguinolentos, acabados de traer del mercado, causbanle como una especie de sdico enternecimiento. Para l habra sido un placer revolcarse, a la manera del gato cuando olfatea algo que excita su sensibilidad, sobre un colchn de carne roja y palpitante. Dirase que la vista y el olor de la carne cruda despertaban en l quin sabe qu rabiosos gustos ancestrales, pues su boca de batracio se distenda en una sonrisa bestial, hasta mostrar el clavijero purpreo de las encas, y los ojos saltones, le brillaban con el innoble brillo de la codicia.Fue esta pasin la que una vez llev al indio a pasear en triunfo, sobre una improvisada pica, el corazn de un toro, sorteando las persecuciones de la cocinera y canturreando un aire indgena.Trae ac, bandido! Voy a decirle al seor para que te quite la maa de jugar con las cosas de mi cocina.Silencio, sacha-vaca! No molestes, que estoy muy alegre. Djame pasear corazoncito. As voy pasear corazn Valerio y comrmelo despus. .IVHaba reparado yo que cuando Ishaco no responda inmediatamente a mis llamadas, al presentarse revelaba azoramiento y sin esperar a que se le interrogase por la demora comenzaba a disculparse ms o menos tontamente.Estoy barriendo despacho, taita djome en cierta ocasin.Y esta maana no lo barriste?Sacud no ms mesa, taita.Esta manera de responder se me hizo sospechosa y resolv espiarlo. El chico era demasiado curioso y su curiosidad poda llevarle lejos. Adems, en el despacho haba cosas que podan tentarle. Ya se le haba sorprendido encaramado en la consola haciendo girar la manecilla del reloj y tecleando tambin en la mquina de escribir. La ocasin no tard en llegar.Hallbame en una habitacin contigua al despacho, entregado al estudio de un expediente, cuando comenc a percibir una serie de golpecillos secos, crepitantes, que me indicaron que alguien andaba en el despacho. Me levant presuroso y atisb. Era Ishaco, que se entretena en restallar una carabina, apuntndole a un blanco imaginario. Su manera de manejar el arma me dej asombrado. Con admirable precisin llevaba y traa el manubrio, simulando el acto de cargar y descargar, y se encaraba el arma y haca funcionar el disparador en los dos tiempos reglamentarios.La carabina, casi tan grande como el muchacho, que en manos tales hubiera podido tomarse por un pasatiempo, manejada en esa forma sugera la idea del peligro. Aquello dejaba de ser una simple distraccin para convertirse en un ensayo amenazador y siniestro. Lo haba observado muy bien. El semblante de Ishaco no revelaba la satisfaccin de una curiosidad infantil, sino la expresin de un pensamiento torcido y precoz. Descubrase en l cierta gravedad que inspiraba respeto. Qu ideas terribles bulliran en ese momento en aquel cerebro quechua? Qu odios dominaran en esa almita risuea e inocente, al parecer para todos, pero realmente seria y sombra, cuando estaba a solas, bajo el peso de la nostalgia? Habra en esta bestiezuela recin domada razn suficiente para que el complicado sentimiento de la venganza hubiese echado ya races en su corazn? Se habr percatado ya de la triste condicin en que lo haba dejado la bala de un asesino?Qu haces, Ishaco? exclam, interrumpindole en su siniestro ejercicio.El indio apenas se inmut.Limpiando carabina, taita. Armas sucias, taita.Limpiando? Y con qu la ests limpiando? No te veo nada en las manos.Ishaco no se turb por la observacin.Voy a llevarla a mi cuarto. Mi cuarto tengo trapo listo, cordel para limpiar can, grasa para untar piezas.Y quin te ha enseado todo eso?Padre Deudatu. Yo limpiar siempre su carabina.Tena muchas?El indio sonri por toda respuesta.Sabes t qu arma es esta? Seguramente no lo sabes.La sonrisa del indio expres entonces un dejo de irona que puede interpretar en este sentido: Si t supieras lo que yo s de armas!. Y, como para comprobarlo, aad:Es un winchester, muy peligroso para los nios. No vuelvas a tocarlo porque puede hacer fuego y herirte.No es gincher, taita; manglir es. Mi padre Deudatu tena muchas de estas. Domingos me prestaba una y yo sala cazar venado y tumbar cndor. Carne venado gustarle mucho mi padre.Est bien. Vete y cuidado con que vuelvas a tocar estas armas sin orden ma.Ishaco puso la carabina en el armario y se retir, mientras, yo disgustado por lo que acababa de ver y de or, comenc a pensar en la manera de deshacerme de tan extraa criatura.VEstar viendo marcharse al indio y no lo creer. Le has tomado algn cario al muchacho.Es natural; hace seis meses que est con nosotros. No admiras su inteligencia, su pasmoso espritu de adaptacin?Lo admiro, y admiro ms la facilidad con que aprende todo; pero va vers los disgustos que nos esperan por su culpa. El indio en ciertos momentos es un demonio. A nadie respeta ms que a ti, y eso slo cuando ests presente.Y mi mujer intent ponerle fin al dilogo con un marcado gesto de disgusto.Todo lo que hace es propio de la edad, hijita. A su edad todos hemos hecho, ms o menos, las mismas travesuras. Pobres los nios serios!Es que lo que Ishaco hace son perversidades que espeluznan. No hace muchos das que caz un zorzal, lo desplum, lo pint de verde y lo meti en una jaula con el guacamayo. Naturalmente el guacamayo lo destroz. Y ayer? Ayer hizo otra atrocidad. Colg al pavo de las patas y lo dej as hasta que el gallo le deshizo la cabeza a picotazos y patadas. Una salvajada sin nombre.Tienes razn. Una bestialidad que me pone en el caso de salir de l cualquier da.Y eso no es lo peor; lo peor es que hace las cosas y las niega, aunque lo sorprendas ejecutndolas. Quin ha hecho esto? Quin ser, pues, seorita? Nada sabe; es un bendito.Es el gran defecto de la raza. La verdad que daa rara vez la confiesa del indio, aunque se trate de una pequeez.La verdad era que el indio me tena harto ya con sus travesuras diablicas, a pesar de la bondad de su servicio. Si a los doce o quince aos Ishaco haca tales cosas, de qu no sera capaz a los veinte, a los treinta, cuando ya dueo de su libertas y entregado a sus propios impulsos se echara a correr por las tierras de ambiente corrupto que le vieron nacer? Porque cmo pensar que Ishaco habra de renunciar para siempre a la vida del campo, a la vuelta al seno de los suyos?Fuera de que su permanencia en mi casa slo peda ser temporal, ni yo me senta inclinado a tomarle definitivamente a mi servicio, ni l era, por su origen y su raza, de los indios que se resignan a vivir uncidos al yugo de la servidumbre. El indio margosino, el indio chauln, como el de todas las tierras andinas, crece respirando un aire de brava independencia y ya hombre sabe por la voz de la sangre y de la tradicin que no hay envilecimiento mayor para un indio que el de servirle domsticamente al misti. Son como las ranas: cantan y gozan bajo las ardientes caricias del sol, pero, a lo mejor, huyen de l y tornan al charco cenagoso y pestilente. Pobres, ignorantes, explotados, perseguidos, tristes, trashumantes, roosos, pero libres, libres en sus montaas speras, en sus despeaderos horripilantes, en sus quebradas atronadoras y sombras, en sus punas desoladas e inclementes; como el jaguar, como el zorro, como el venado, como el cndor, como la llama... Esta es la ley, su ley, y el que la quebranta es porque los corpsculos de alguna sangre servil han traicionado a la raza. Qu vale para el indio la luz de todas las civilizaciones juntas, disfrutada al amparo de de la ciudad, comparada con el rayo de sol, disfrutando al amor de sus majestuosas cumbres andinas? Y as como el misti cuanto ms culto es, tanto ms cerca vive de las idealidades, de los ensueos, as el indio a medida que es mayor su incultura, ms posedo se siente por las realidades de la naturaleza. La cultura es para l un bien que desprecia, y la comodidad, un yugo que odia.VILa noticia de la muerte de Adeodato Magario cay en la provincia entera como un alivio. Era un enorme peso e! que se les quitaba a todos de encima, un peso que no dejaba respirar libremente a cuantos tenan necesidad de viajar por las tierras en que por muchos aos fue amo y seor el feroz bandolero . Y era una vergenza tambin para los representantes del poder pblico.Todas las improvisadas persecuciones dirigidas contra el terrible chauln haban fracasado ruidosamente. Mientras la fuerza pblica redoblaba la furia de sus marchas, combinando audaces e infalibles planes de captura, gastando energas dignas de ms nobles empeos, l, Magario, sereno y audaz, confiado en su profundo conocimiento del suelo que pisaba, intuitivo estratega, con una rpida contramarcha, con un simple flanqueo, con el seuelo de una falsa pista, con la destruccin de un huaro o la obstruccin de un camino, dejaba burlados y en ridcula situacin a sus perseguidores; y estos, hartos al fin de fatigas, de malas noches de hambre, de fro y de lluvias, decepcionados y mugrientos, sin fuerzas para espolear sus macilentas y despeadas cabalgaduras, optaban por abandonar la partida y volverse.Y cuando volvan, su vuelta, en vez de aquietar los nimos, serva solo para escandalizarlos, pues de cada excursin lo nico que traan eran indios infelices, denunciados como bandoleros por la inquina lugarea, numerosas puntas de ganado lanar y vacuno y escopetas viejas y rifles inservibles, para disimular con estas recolecciones vandlicas la inutilidad de sus batidas.Y cuando la imprudencia y la delacin pusieron alguna vez al indio en la alternativa de batirse a muerte o entregarse, l no vacil jams en jugar serena y valientemente su vida, arremetiendo con tal pujanza y furia que todo que todo ceda a su paso; y siempre supo escapar dejando tras s la admiracin y la muerte. Se dira que el indio gozaba con esta vida de inquietud y peligro, que su naturaleza fuerte y brava necesitaba de estas persecuciones violentas, en las que, mientras sus perseguidores desplegaban toda la habilidad de un cazador apasionado, l desplegaba toda la ferocidad del tigre y toda la astucia del zorro. De aqu que la persecucin se convirtiese en una especie de duelo a muerte, en el que, ms que la vida misma, lo que ms se tema perder era el triunfo. Y cada fracaso era un galardn ms para el bandolero, cuya triste celebridad agrandbase hasta circundar su figura de una aureola romntica.El nombre de Magario lleg a adquirir proporciones de pesadilla en la imaginacin de sus perseguidores y de leyenda en la de las almas sencillas. No transcurra un mes sin que se hablara de sus asaltos, de sus saqueos, de sus incendios, de sus asesinatos y de sus cuatreras. Comenzaron a cantarse sus aventuras en las aldeas, en las estancias, en los pueblos, en todas partes, pintndosele en ellas no slo como un puma valiente, comedor de corazones, sino como el bandolero ms rumboso y bravo de todos los tiempos. Lo de siempre: la fantasa popular exagerando y retocando la leyenda del hroe.Los hechos de Magario repercutieron en todas partes, trompeteados por la fama. Slo de una cosa se guard silencio; de sus aventuras amorosas. Y cmo hablar de ellas, si ellas ocupan un lugar muy secundario en el pensamiento del indio? El indio no slo no hace mrito de sus conquistas amorosas, sino que ni se jacta de ellas ni las convierte en gloria de sus hroes. Es como el chino. Ni qu importancia atribuirle al donjuanismo si su parte ms meritoria, si su parte ms meritoria, que es la conquista del corazn femenino por obra de la galantera de la rumbosidad, de la constancia, de la paciencia, del arte, en una palabra, para el indio es cuestin de brevedad y fuerza? Quizs si en esta facilidad misma est la causa de la mezquina importancia que le da el indio a la parte romanesca del amor. Y Magario, hijo del medio ambiente y de la raza, tena indudablemente que proceder, a la hora de sus expansiones no solo igual a todos sino ms brutalmente, ms despticamente; y aquella fuerza era su cualidad ms preponderante. Por esta razn sus triunfos amorosos se reducan a golpes de fuerza, violaciones y estupros, prlogos y eplogos de sus invasiones y salteos.Y toda esta armazn de triste gloria haba cado deshecha al golpe de una bala certera, all en la soledad de una estancia recndita, perdida entre la quietud hiertica de las cumbres inholladas y el nveo sudario de la puna brava. Una hora de festejo y alcohol y de confianza tambin, rara en un hombre que siempre desconfi de todo, lo puso a merced de un compaero traidor. Un pretexto cualquiera exalt los nimos, y los vocablos injuriosos, y las miradas retadoras y los puos amenazadores sobrevinieron. Magario, ciego por esta actitud de su contrario, que significaba para l una insolencia inaudita, se perdi. Al pretender coger su carabina para castigar a su teniente Valerio, este, que tena ya previsto el choque y que contaba, adems, con la complicidad de sus compaeros, anticipndose, dispar contra su jefe, hirindole mortalmenteSobre los yacentes despojos del formidable chauln, se irgui entonces la annima figura de una nueva y sobria celebridad. El nombre de Felipe Valerio comenz a sonar en todas partes y las miradas de las gentes volvieron a l llenas de curiosidad.VIISe inici la audiencia y Felipe Valerio compareci entre dos gendarmes. Era Valerio un indio alto y desmirriado, el rostro lampio, y largo como el reflejo de una imagen en un espejo cncavo, y en el cual lo cado y curvo de la nariz tena reminiscencias de garra, y su mirar, oblicuo y falso, causaba la sensacin de estar frente a una hiena.Su captura haba sido obra de la casualidad, como la mayor parte de ellas. El indio, astuto y audaz, acosado por los gendarmes y los deudos de Magario, haba tenido que refugiarse en Hunuco, y mientras todos desesperaban de cogerle, l bajo un supuesto nombre, dejaba pasar tranquilamente la furia de la persecucin al amparo de un hogar de San Pedro. Pero una imprudencia lo descubri. Una maana que recorra el comercio de la ciudad, en busca de las clsicas cpsulas del 44, un pariente de Magario lo reconoci y lo entreg a la polica.Contra lo que yo esperaba, Valerio no neg su delito. En regular castellano y con una franqueza y una minuciosidad inusitadas por los hombres de su raza, que siempre saben oponer el laconismo o la negativa al interrogatorio ms exigente, l refiri todo, dejndole, por supuesto, una puerta de escape a su defensa. El no haba matado a Magario por puro gusto, por pura maldad. Nada de esto. Como Magario era de muy malas entraas, y muy madrugador en lo de meterle una pualada o un tiro a cualquiera, al verse amenazado por l no hizo ms que adelantarse y disparar, con tan mala suerte que su pobre amigo no volvi a levantarse ms.Y terminado el interrogatorio, que Valerio firm tranquilamente, orden:Llvenlo!Valerio me hizo una humilde genuflexin, cogi su poncho que haba dejado tirado en el suelo al entrar, y sali dejndome entregado a mil suposiciones.Pero no haba transcurrido un minuto de su salida cuando un alboroto, proveniente del patio, me sac de mi abstraccin. Lo primero que se me ocurri fue que Valerio se haba fugado. Me precipit al balcn y pregunt:Qu pasa?No fue necesaria la respuesta: el cuadro que tena delante me la dio, y muy significativa. Valerio, medio descrismado, se debata en el suelo, sin la ayuda de los gendarmes que fuese suficiente para levantarle. Baj y pseme a examinarle: una herida enorme abarcbale media cabeza, y la sangre, que le manaba a borbotones, comenz a formar charco. A su lado yaca una gran piedra de moler, que, en medio de sus mutismo, pareca acusar a alguien.Quin es el que le ha tirado la piedra? interrogu tonante y amenazador. Que se asomen todos los de arriba.Una fila de azoradas cabezas apareci por entre las puertas de los antepechos y, despus de revisarlas todas, como notase que faltaban Pedro e Ishaco, lleno de sospecha, volv a preguntar:Dnde est Pedro? Dnde est Ishaco? Por qu no se asoman esos?Aqu estamos, seor respondi el primero. Estaba persiguiendo a Ishaco, que no se dejaba coger y quera escaparse por la huerta. l es el que le ha tirado la piedra a ese hombre. Yo lo he visto, seor. ...Y corroborando esto, la cocinera, que tambin se haba asomado, dijo:Es la piedra de moler de mi cocina. Hace rato que vi a Ishaco salir con ella y al preguntarle por qu llevaba la piedra, me contest: que iba a abrirle la cabeza a un perro.Ishaco no protest contra ambas acusaciones. Enfurruado como un gato rabioso cogido por la cola, se limitaba a morderle las manos al negro para que lo soltase, repitiendo de rato en rato esta frase, a manera de vindicacin:Ese perro mat mi padre! Ese perro mat mi padre!...VIIITan luego como la polica me lo comunic y se llenaron las formalidades del caso, me constitu en la crcel a interrogar al preso.Se trataba de Ishaco, el indiecillo aquel que un tiempo fue el rebullicio y tormento de mi casa, y, a pesar de esto, la alegra tambin. Haba cado en manos de la justicia cuando el sangriento episodio, que puso en peligro la vida de un hombre, lo tena ya casi olvidado, lo mismo que todos los hechos que se sucedieron despus: la fuga de Felipe Valerio del hospital, a donde se le remiti para su curacin, y la de Ishaco, de la casa en que me vi obligado a depositarle.Y no haba vuelto a saber de este ltimo de manera precisa. De cuando en cuando algn vago y annimo rumor traame a la memoria el recuerdo de su famoso e inextinguible apellido, y entonces, por asociacin de ideas, mi imaginacin reconstrua el drama de la tarde aquella en que, mientras todos nerviosos y horrorizados, bajamos a auxiliar a Valerio, el indiecillo, apercollado por el negro, contemplaba su obra con espantosa tranquilidad.Pero cuando los rumores se repitieron y los hechos espeluznantes se precisaron, acab por fijar en ellos la atencin. Primero se habl de que, al frente de una banda numerosa, un hijo de Adeodato Magario haba saqueado e incendiado las propiedades de los Valerio; despus, que el mismo bandolero haba rodeado y batido a una fuerza de gendarmes y degollado a los prisioneros; ms tarde, que Felipe Valerio haba sido cogido por el hijo de Magario y que ste, en venganza de la muerte de su padre, despus de haberle tenido toda una noche colgado por los pies, lo haba mutilado paulatinamente en el espacio de varios das.Esta manera de torturar, igual a la que Ishaco practicase en cierta ocasin en mi casa con uno de mis animales, me llev a pensar en si no sera aquello idea del mismo cerebro y obra de la misma mano. Porque al ser cierto todos esos horrores y su autor el hijo de Magario, no era lo ms acertado suponer que Ishaco fuese uno de los de la banda y el inspirador de esos odiosos refinamientos de crueldad? Aquella diablica idea de colgar a los hombres por los pies toda una noche... Aquella viviseccin lenta y sauda, digna de un suplicio chinesco...Pero mis dudas se haban desvanecido repentinamente. Ahora no tena que pensar en cul de los hijos de Magario le haba sucedido en su infame celebridad. Un parte policial y una sucinta descripcin del alcaide me hicieron comprender que se trataba de Ishaco, de aquel cachorro de tigre, que, cuando se le castigaba, en vez de llorar, barbotaba no s qu palabras quechuas y morda para que lo soltasen.Y lleno de asombro, a pesar de encontrarme ya con el nimo preparado, le vi comparecer.Buenos das, taita!Buenos das. Sintate.Gracias, taita!Haba crecido mucho y cambiado ms. Toda aquella desmedrada apariencia, con que viniera a mi casa en otro tiempo, haba desaparecido. Tena un aire reposado y todas las trazas de un hombre. Sus ojos miraban firmemente, sin la esquivez ni el disimulo de los de la generalidad de su raza, y, por ms que le observ, no pude descubrir en ellos ni fiereza ni crueldad. Se dira que todos aquellos cuadros de horror y de sangre, obra de su voluntad y de su brbara inventiva, que, seguramente, haba tenido que ver desfilar durante su corta, pero ruda y atormentada vida de bandolero, no haban impreso la menor huella en sus ojos. Por el contrario, tenan estos un aire tal de simplicidad, de limpidez, que desconcertaban, que hacan pensar en que, si los ojos son el espejo del alma, no siempre el alma se encuentra reflejada en ellos.Su traje, a pesar de su desalio y sencillez, revelaba decencia y comodidad: pantaln de pao gris, recios zapatones de becerro, hermoso poncho listado de hilo, que le llegaba a los muslos, y un pauelo blanco, al parecer de seda, anudado a la cabeza, a la manera de un labriego espaol.Al preguntarle por su nombre, me mir significativamente y respondi sonriendo:Diego Magario para todos, taita; para ti Ishaco.A semejante respuesta, sent que algo se conmovi dentro de m, pero el poder de mi voluntad o la fuerza del hbito, que todo poda ser, lo sofoc, sin permitir que asomara a mi rostro. Y para romper el silencio que reinaba en la sala, interrumpido slo por el nervioso rasgueo con que el actuario pareca araar el papel sellado, silencio que, no s por qu razn, causbame extrao malestar, dije, por decir algo:Qutate el poncho!El acusado vacil un momento; pero, sugestionado por mi mirar imperativo, se lo quit, no sin cierta lentitud, que a m me pareci sospechosa.Pnlo en la banca.Todo fue quitarse el poncho Ishaco y comenzar yo a sentir una pesada y sofocante hediondez, que iba aumentando a cada movimiento que haca el indio para colocarse detrs de la espalda el huallqui. Todos comenzamos a mirarnos con desconfianza.Es el poncho, seor exclam el actuario.No creo que sea el poncho dije yo. Lo que siento es un olor a podredumbre. Y acordndome de repente de las nauseabundas aficiones de Ishaco, aad: Acrcate y abre el huallqui. Quiero ver lo que tienes en el huallqui.Fiambrecito, taita. Para qu sacarlo, taita. No te va a gustar.Scalo: quiero verlo.El indio, dominado, sumiso, meti la mano en el huallqui y sac, sin repugnancia, un lo, cuya fetidez, a medida que lo desenvolva, iba hacindose ms insoportable. Dos trozos de carne aparecieron.Carnecita, taita dijo mostrndome el contenido, pero con reserva.Carne? dijo el actuario acercndose al indio. No creo. Parecen ojos, seor!Di un salto, mir atentamente y, despus de cerciorarme de lo que el indio tena en la mano era realmente dos ojos, le pregunt, lleno de horror:De quin son esos ojos, canalla?De Valerio, taita. Se los saqu para que no me persiguiera la justicia.

FINY aquellos dos pedazos de carne globular, gelatinosos y lvidos, como bolsas de tarntula, eran, efectivamente, dos ojos humanos que parecan mirar y sugeran el horror de cien tragedias