Cadaver Exquisito - Novela Gráfica (Amadeo Gandolfo)

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Como cualquier fenómeno que involucra a la historieta, la novela gráfica resume en su existencia una serie de elementos dispares: lo comercial, lo artístico, lo publicitario, la vanguardia, lo narrativo. Algunos dicen que la primer “novela gráfica” fue “Un Contrato con Dios” de Will Eisner, de 1978. Como cualquier mito, tiene muchos iconoclastas. Algunos señalan el hecho de que en Europa el formato álbum existía desde hacía mucho tiempo. “La Balada del Mar Salado” es una novela por entregas, pero novela al fin, con la misma unidad temática, aunque por momentos se le noten las costuras. Los más extremos se remontan a los libros ilustrados de Rodolphe Topffer y exclaman que allí no solo está la novela gráfica, sino también el germen de la historieta toda. Y que los norteamericanos no inventaron nada. Pero, entonces, ¿qué es una novela gráfica? El sentido común indica que es una historia completa atrapada entre dos portadas bonitas y vendida en librerías. Pero muchas novelas gráficas tuvieron una serialización previa. Como “Poison River” de Beto Hernández, quizás la mejor representación de la violencia latinoamericana en historieta. Es que el mote de “novela gráfica” tiene dos componentes: un elemento narrativo que se expresa en el deseo de contar Una Historia Con Mayúsculas, un magnum opus que hable de la vida de los recolectores de papa en Polonia o del primer amor trunco de su autor. Pero también es un formato físico, un objeto comercial. Esos libritos tan mononos que podemos lucir en nuestras bibliotecas. Y que también sirven como una manera de preservar y rescatar esas historietas. Porque el fenómeno de la “novela gráfica” va de la mano con el fenómeno de la republicación de historietas. Por ejemplo: hace poco se re- editó Pi-Pio, una de las mayores obras de García Ferré, en un libro con un trabajo de restauración impecable. ¿Qué Pi-Pio surgió en una revista para chicos y García Ferré iba armando la historia sobre el paso? ¿Qué prefieren hojear las viejas Billiken arrumbadas en un armario, oler su aroma a viejo y divertirse con las publicidades antiguas? ¿Qué esto es un sacrilegio, arrancar una obra popular de su lugar de origen para que unos cuantos snobs puedan colocarla en sus estanterías? Por supuesto que todo esto es verdad. Pero también es la única manera de que volvamos a acceder a esos materiales. Y que esa obra se re-lea, se re-evalúe y se rescate. Charles Hatfield, en su libro “Alternative Comics”, habla de la tensión intrínseca al comic como forma artística: entre el punk y el curador, entre la idea de que la historieta es un arte menor (o un trabajo), y la idea de que el comic es una preciosa creación que debe ser legitimada por el mundo del arte. Estos dos campos no son compartimentos estancos, sin embargo, sino que funcionan como un circuito. Obras que eran consideradas innecesarias y superficiales son rescatadas del olvido y endiosadas mientras que piezas que otrora eran consideradas fundamentales son defenestradas. Lo descartable es recuperado como una pieza para el futuro. Y no hay que olvidar una cosa muy importante: esto es una industria. O al menos aspira a serlo. Allí, creo yo, se encuentran los puntos de vista opuestos sobre la novela gráfica: aquellos creadores que reniegan de ella como una estrategia comercial de dudosa alcurnia también conciben a la historieta como un oficio, como un lugar donde circula el dinero tanto como las ideas. ¿Acaso les sorprende que las compañías intenten vendernos historietas marcadas por el status y la distinción? Si al fin y el cabo el status y la distinción “visten tanto”. Además los libros quedan tan lindos en la repisa. Amadeo Gandolfo (Historiador, escritor, crítico).

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Artículo aparecido en Revista Fierro en Abril del 2015 donde se discute el concepto de novela gráfica en la historieta. Parte de la sección Cadaver Exquisito

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Como cualquier fenómeno que involucra a la historieta, la novela gráfica resume en su existencia una serie de elementos dispares: lo comercial, lo artístico, lo publicitario, la vanguardia, lo narrativo. Algunos dicen que la primer “novela gráfica” fue “Un Contrato con Dios” de Will Eisner, de 1978. Como cualquier mito, tiene muchos iconoclastas. Algunos señalan el hecho de que en Europa el formato álbum existía desde hacía mucho tiempo. “La Balada del Mar Salado” es una novela por entregas, pero novela al fin, con la misma unidad temática, aunque por momentos se le noten las costuras. Los más extremos se remontan a los libros ilustrados de Rodolphe Topffer y exclaman que allí no solo está la novela gráfica, sino también el germen de la historieta toda. Y que los norteamericanos no inventaron nada. Pero, entonces, ¿qué es una novela gráfica? El sentido común indica que es una historia completa atrapada entre dos portadas bonitas y vendida en librerías. Pero muchas novelas gráficas tuvieron una serialización previa. Como “Poison River” de Beto Hernández, quizás la mejor representación de la violencia latinoamericana en historieta. Es que el mote de “novela gráfica” tiene dos componentes: un elemento narrativo que se expresa en el deseo de contar Una Historia Con Mayúsculas, un magnum opus que hable de la vida de los recolectores de papa en Polonia o del primer amor trunco de su autor. Pero también es un formato físico, un objeto comercial. Esos libritos tan mononos que podemos lucir en nuestras bibliotecas. Y que también sirven como una manera de preservar y rescatar esas historietas. Porque el fenómeno de la “novela gráfica” va de la mano con el fenómeno de la republicación de historietas. Por ejemplo: hace poco se re-editó Pi-Pio, una de las mayores obras de García Ferré, en un libro con un trabajo de restauración impecable. ¿Qué Pi-Pio surgió en una revista para chicos y García Ferré iba armando la historia sobre el paso? ¿Qué prefieren hojear las viejas Billiken arrumbadas en un armario, oler su aroma a viejo y divertirse con las publicidades antiguas? ¿Qué esto es un sacrilegio, arrancar una obra popular de su lugar de origen para que unos cuantos snobs puedan colocarla en sus estanterías? Por supuesto que todo esto es verdad. Pero también es la única manera de que volvamos a acceder a esos materiales. Y que esa obra se re-lea, se re-evalúe y se rescate. Charles Hatfield, en su libro “Alternative Comics”, habla de la tensión intrínseca al comic como forma artística: entre el punk y el curador, entre la idea de que la historieta es un arte menor (o un trabajo), y la idea de que el comic es una preciosa creación que debe ser legitimada por el mundo del arte. Estos dos campos no son compartimentos estancos, sin embargo, sino que funcionan como un circuito. Obras que eran consideradas innecesarias y superficiales son rescatadas del olvido y endiosadas mientras que piezas que otrora eran consideradas fundamentales son defenestradas. Lo descartable es recuperado como una pieza para el futuro. Y no hay que olvidar una cosa muy importante: esto es una industria. O al menos aspira a serlo. Allí, creo yo, se encuentran los puntos de vista opuestos sobre la novela gráfica: aquellos creadores que reniegan de ella como una estrategia comercial de dudosa alcurnia también conciben a la historieta como un oficio, como un lugar donde circula el dinero tanto como las ideas. ¿Acaso les sorprende que las compañías intenten vendernos historietas marcadas por el status y la distinción? Si al fin y el cabo el status y la distinción “visten tanto”. Además los libros quedan tan lindos en la repisa. Amadeo Gandolfo (Historiador, escritor, crítico).