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RELIGIÓN Y POLITICA POR RUBÉN CALDERÓN BOUCHET entido del orden político Fue Donoso Cortés, en la última etapa de su vida, quien sos- tuvo que toda cuestión política, que no fuera una mera combi- nación entre candidatos al poder, tenía implícita una posición religiosa. No era una simple expresión retórica hecha con el pro- pósito de arrojar en un discurso la sombra del misterio metafísi- co, era una de esas verdades cabales que nuestra época, asedia- da por la superficialidad y la falta de atención, tiende con dema- siada facilidad a no tomar en consideración. El orden político es siempre un modo de resolver el problema de la convivencia humana y éste no puede darse en toda su justicia, si no se con- cede a Dios la parte que le corresponde. Recuerden lo que decía Sócrates con respecto a su responsabilidad ante las leyes y la visión teológica que tuvo de la autoridad. Algo parecido debió pensar Fustel de Coulanges cuando nos aseguró, en su  Ciudad Antigua que el hombre no presta obediencia a otro hombre si detrás de su potestad no percibe la majestad del gobierno divi- no. Dios es el único que puede imponernos su autoridad en la disposición natural de las cosas o a través de los mandatos que la tradición asegura como provenientes de su voluntad. Si el hombre obedeciera al hombre —a uno, a la mitad más uno o a la parte más preclara de una comunidad—, no se plan- tearía nunca el problema de si esa voluntad concuerda o no con nuestro concepto de justicia. Mientras admitamos la existencia de un derecho natural, dependiente de un modo de ser del hombre Verbo,  núm. 363-364 (1998), 227-250 227

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    entido del orden polticoFue Donoso Corts, en la ltima etapa de su vida, quien sos-tuvo que toda cuestin poltica, que no fuera una mera combi-nacin entre candidatos al poder, tena implcita una posicinreligiosa. No era una simple expresin retrica hecha con el pro-psito de arrojar en un discurso la sombra del misterio metafsi-co, era una de esas verdades cabales que nuestra poca, asedia-

    da por la superficialidad y la falta de atencin, tiende con dema-siada facilidad a no tomar en consideracin. El orden poltico essiempre un modo de resolver el problema de la convivenciahumana y ste no puede darse en toda su justicia, si no se con-ced e a Dios la parte que le corresponde. Recuerden lo que decaScrates con respecto a su responsabilidad ante las leyes y lavisin teolgica que tuvo de la autoridad. Algo parecido debipensar Fustel de Coulanges cuando nos asegur, en su CiudadAntigua que el hombre no presta obediencia a otro hombre sidetrs de su potestad no percibe la majestad del gobierno divi-no. Dios es el nico que puede imponernos su autoridad en ladisposicin natural de las cosas o a travs de los mandatos quela tradicin asegura como provenientes de su voluntad.Si el hombre obedeciera al hombre a uno, a la mitad msuno o a la parte ms preclara de una comunidad, no se plan-teara nunca el problema de si esa voluntad concu erda o no connuestro con cep to d e justicia. Mientras admitamos la existencia deun derecho natural, dependiente de un modo de ser del hombreVerbo, nm. 363-364 (1998) , 227-250 227

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    RUBN C LDERNBOUCH ETtal com o fue forjado por Dios, el poder que tiene sobre sus se m e-jantes hijos, esclavos, sbditos o conciudadanos ser siem-pre un pode r vicario de cuya administracin tendr qu e dar cuen-ta en el da del juicio, si no es emplazado por las circunstanciasa hacerlo con anterioridad.Jean Paul Sartre daba un testimonio negativo de esta verdadcuando movido por su coherencia, tan lgica como contraria alcomportamiento efectivo de las cosas, deca "que si Dios no exis-te, hay por lo menos un ser cuya existencia precede a la esencia,un ser que existe antes de poder ser definido por ningn con-cepto, y este ser es el hombre, o, como dice Heidegger, la reali-dad humana. Qu significa aqu que la existencia precede a laesencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuen-tra, surge en el mundo, y que despus se define. El hombre, talcom o lo con cibe el existencialismo, si no es d efinible, es po rqueem pieza por ser nada. Slo ser despus, y ser tal com o s e hayahec ho . As, pues, no hay naturaleza humana, porqu e n o hay D iospara concebirla" (1).La dificultad de la posicin sostenida por Sartre estalla encuanto la razn pretende clarificar el sentido de la existencia.Deca Nimio de Anqun "que para evitar el desfondamiento, laentidad existencial debe ser cerrada... la clausura hermtica escondicin primordial de la existencia de la entidad".No entro en los detal les tcnicos f i losficos de la exgesisque hizo de Anqun de esa clausura, indico solamente que siel hombre es su proyecto y tal proyeccin t iene alguna posi-bi l idad de ser comprendida por otro hombre, es porque estconcebida racionalmente y sostenida por una voluntad alservicio del proyecto. No hay ninguna necesidad de ser f i l-sofo para comprender que esa si tuacin, en torno a la com-prensibil idad o inteligencia del proyecto, introduce en la exis-tencia toda la problemtica de nuestra esencia espiritual. Paraser consecuente consigo mismo esa act i tud existencial not iene que tener ningn proyecto, ni ninguna razn que laexplique: "sin origen, ni destino trascendente, sin historia ni

    ( 1 ) SARTRE, J. P., Sobre el humanismo, Sur, Bs. As. , 196 0, pg s. 15-1 6.228

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    REL IGIN Y POLTICescatologa: simplemente est all , arrojada, en dereliccin fun-damental" (2).

    Si invertimos el razonamiento de Sartre diremos que hayDios porque hay naturaleza y por esa razn nuestra "piesis"est doblemente necesi tada de fundamentacin terica y prc-t ica. Terica porque no se puede proyectar nada sin conoci-miento de la realidad sobre la cual se piensa realizar un pro-yecto. Prct ica, porque ese proyecto en cuanto toma en con-sideracin nuestra propia realidad, debe dar cuenta y razn desus posibil idades co ncretas. O cree Sartre que Jea n Ge net , es eherico superador de la incl inacin natural del sexo, inventuna forma nueva del orgasmo?El hombre ha sido hecho por Dios para que lo conozca, loame y lo goce en la vida eterna. Esta si tuacin grava su con-dicin natural y lo ordena a Dios como a su fin ltimo. Es unarelacin ntica y afecta todas las dimensiones de la existenciahumana: personal, familiar y social . El orden poltico no puedede sco no cer el fin metafsico de nuestra existencia sin crear unasi tuacin de desviacin y desmedro irreparable. Si quiere con-cretarse efect ivamente como un orden humano tendr quepromover, en la medida de sus posibil idades, el acercamientoa Dios del hombre para no ver desnatural izada su propia rea-lidad.Adems de ser una criatura dotada de una naturalezacomn, cada hombre real iza esa naturaleza en el marco de undestino personal, irreiterable y nico. La respuesta que debedar al espritu le est sealada, desde el nacimiento, por el ori-gen metafsico de su realidad espiritual.En una afirmacin de esta naturaleza es donde el pensa-miento tradicional se aparta totalmente de la ciencia modernay corrobora, en alguna medida, la intuicin de Gunon cuan-do escriba que el punto de mira esencial de ese saber consis-ta "en observar las cosas sin relacionarlas con ningn princi-pio trascendente, como si el las fueran independientes de todo

    (2 ) D E A NQ U IN, Nimio, Derelicti sumus in mundo, Acta del Congreso deFilosofa, M za., 1949229

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    RUBN C LDERNBOUCH ETprincipio". El hombre moderno aada "ignora, pura y sim-plemente, cuando no llega a negar tales principios, de una mane-ra ms o menos explcita" (3).

    La negacin de la intervencin divina en el acto de la forma-cin del alma individual, no solamente supone ignorancia de esoque es una substancia espiritual, sino que destruye la interven-cin de la inteligencia en la faena de dar una explicacin racio-nal de la vida humana.Metafsico por su origen y por su finalidad, nada relativo alhombre pue de ser explicado en un plano de motivaciones exclu-sivamente temporales. Una politologa, como se usa decir hoy,que prescinda de esta doble referencia metafsica, es una perfec-ta estupidez por dos razones: porqu e limita errne am ente el hori-zonte de la existencia del hombre y porque lo hace con plenaconcien cia y en la seguridad de o bed ecer a un sistema de ampu -taciones querido y proclamado.La poltica, como pensaba Platn, y en algunos momentosAristteles, tiene que reconocer la existencia de un origen y deun fin metafsico, de otro modo se organizara en detrimento denuestra realidad cabal. El cristianismo ratific y al mismo tiempoperfeccion esta intuicin de la tradicin pagana, tan esplndi-damente reconocida por el platonismo. Las sociedades ms anti-guas tambin la reconocieron en el simbolismo de la unin delcetro y de la tiara, del orden real y sacerdotal, dado en las viejasmonarquas y que emergi, son sin un cierto tufillo arqueolgi-co, en el culto al emperador romano.Cristo es "Rex jude oru m ", e s decir, del pue blo elegido q ue, apartir de la constitucin de la Iglesia, se convierte en la asambleade todos los hombres de buena voluntad: "Gloria in excelsis Deo,et in trra par hominibus bonae voluntatis".El reino donde Cristo reinar eternamente con los suyos noes de este mundo, pero en l se incoa. Una de las condicionesesenciales para la existencia de la ciudad cristiana es que Cristoimpere y reine en ella como "sacerdos et rex".Las palabras "Gloria et pax" se refieren a dos situaciones dis-

    (3 ) G U E N O N , R ., Mlanges, Gall imard, Pars, 1976, pg . 224.230

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    REL IGIN Y POLTICAtintas que se integran sin rechazarse: la gloria futura del reinodefinitivo y lapax propia de quien es gobiernan e n la tierra conla voluntad puesta bajo la frula de la divina providencia.La teologa cristiana habla tambin del Prncipe de las Tinie-blas y lo designa con el ttulo de "Rey de este mundo", palabrasque han sido entendidas como una condenacin l isa y l lana detoda preocupacin poltica, contradiciendo la enseanza tradicio-nal de la Iglesia que rog, desde el comienzo de su peregrina-cin terrena, por la buena gestin de los gobernantes. Las pala-bras "este mundo" y "rey" estn usadas en un sentido anlogo yaplicados a esa realidad mstica que es la ciudad inicua formadapor la mala voluntad de los rprobos.Sera absurdo pensar que aquel las dos ciudades de quehabla San Agust n no t ienen su comienzo de real izacin eneste mu ndo y no se encuen tran en l entreveradas en una que-rel la sin cuartel . San Agust n no las pens solamente comorealizaciones exclusivamente escatolgicas. Las vio aqu, en latierra, a cada una de ellas con sus designios propios e ini-ciando el reino de Dios y el reino de los condenados, perodesde ac, con todos los elementos adecuados para su implan-tacin final.Dante lo vio tambin as, como por lo dems todos los cris-tianos que han sido dotados del sentido de la fe. Cuando descri-be el camino por el cual se va "nella citt dolente", sabe perfec-tamente que no es el mismo que conduce al Paraso, aunqueambos comiencen en la t ierra y establezcan en ella el orden quea uno y otro conduce.

    El orden poltico, cristianamente hablando, no puede tenerotro sentido que crear las condiciones adecuadas para que elhombre alcance en l su perfeccin y de esta manera se salve.Pensar la poltica de otra manera es verla en la perspectiva deuna organizacin inicua que no puede ser sino destructiva.Los cristianos concretos no siempre entendieron bien la pers-pectiva escatolgica en que se inscriba la ciudad cristiana y nofaltaron las voces anglicas que tomando algunas palabras deJess, fuera del contexto doctrinal transmitido por la tradicinapostlica, le dieron una interpretacin contraria a la instalacin231

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    RUBN CA L DE RN BOUCH ETde un orden social positivo, convirtiendo a Cristo en ese dulceanarquista que tanta tinta har derramar a los que acusan a laIglesia de ser refractaria a una sana convivencia poltica.Inculpaciones de Celso

    La primera inculpacin que hace Celso a los cristianos, segnla recepcin que de sus reproches nos leg Orgenes, es la de questos formaban entre s asociaciones secretas penadas por la Ley.Pasaba de inmediato a echarles en cara su origen brbaro, h acien-do de la verdad, la revelacin y el derecho, realidades culturalesdependientes totalmente de la condicin de griego o de latino ytambin, como legtima consecuencia, de judo. Afirmaba que elcristianismo estaba lleno de fbulas que solamente podan aumen-tar la credulidad de la gente vulgar y grosera. No era una luzsobrenatural capaz de iluminar el campo del pensamiento griego,sino un centn de patraas tomadas de diversas fuentes y urdidasco n e l propsito de engaar a gentes de modesta inteligencia.Reconoca Celso que haba entre los cristianos "hombresmoderados, equilibrados e inteligentes que estaban dispuestos aexplicar sus creencias empleando un mtodo alegrico". Nadadice Orgen es con re spec to a la situacin de estos cristianos, peroese amor a las alegoras a que se refiere Celso, despierta la sos-pecha de que se trataba de herejes gnsticos. Daban una versinpuram ente alegrica de los misterios y reservaban para s y su cr-culo la explicacin conceptual.La recriminacin que puede tener un sentido poltico es laque se funda en el modesto origen nacional de Jess. Com paradocon aquel Seripio de que habla Platn en la Repblica, era Jessno solamente hombre oscuro, sino miembro de un pueblo sinrelieve. Haba visto la luz en una aldea que no tena el privilegiode ser helnica, ni el honor de haberse destacado en una accinsobresaliente. A esta miserable alcurnia una, el fund ador del cris-tianismo, la pobreza de su condicin familiar. A todas esas infa-mias aada Celso la de haber sido Jess una suerte de jornaleroen las tierras de Egipto.3

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    REL IGIN Y POL TICALa defensa de Orgenes es un l ibro pasablemente largo y enel cual el genial escritor cristiano hace una refutacin prolija de

    los cargos hechos por Celso a los cristianos. Sera excesivo inten-tar resumir en unos prrafos lo esencial de esta rplica. Sea-lamos, como elemento principal, que para Orgenes el misteriode Cristo deba ser comprendido con criterios teolgicos y nomeramente humanos como pretenda Celso. Este error de pers-pectiva lo llev, inevitablemente, a deformar los hechos y a daruna interpretacin errnea de su mensaje."No, Jess habl como maestro de la doctrina acerca del Diossuprem o, del culto que s e le deb e y de toda la ma teria moral, quepuede unir con el Dios de todas las cosas a quienquiera vivacomo l ensea" (4).Los reproches de Celso han aparecido reiteradamente en lahistoria de nuestra civilizacin y el caso de tal repeticin sugieredos explicaciones diferentes: unos encontraron en el cristianismouna espiritualidad no slo diferente a la greco-latina, sino intrn-secamente opuesta y enemiga. Otros defendieron exclusivamen-te una mentalidad racionalista q ue volva por sus fueros e n cua n-to la fe se d ebilita po r una deform acin sentimental del Ev angelioo simplemente porque quedaba reducida a la medida de aspira-ciones demasiado humanas.El ms inteligente de los modernos continuadores de Celsofue, sin lugar a dudas, Federico Nietzsche. Despus de l, laretahila de los reproch es al cristianismo ha tom ado un carcter deestado fijo, de situacin intelectual reiterada y montona sinalcanzar, en ningn momento, la hondura que tales inculpacio-nes tuvieron en el Solitario de Sils Marie.Todo parece jugarse en la relacin del hombre con las fuer-zas naturales y el cristianismo es condenado por su supuestanegacin frente a la alegra, al sexo y al disfrute de los bienesterrenales. Como si ste hubiera rechazado para siempre la belle-za, el coraje, la generosidad y la grandeza del alma, en beneficiode las actitudes m orales qu e rebajan, hum illan y limitan. tica deesclavos en la poca de Celso, de resentidos y fracasados en el

    ( 4 ) ORGENES, Contra Celso, B.A.C., Madrid, 1967, pg. 66.233

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    RUBN C LDERN BOUCHETtiempo de Nietzsche, se convierte hoy en la escuela de aquellosque tienen algn impedimento fsico para lucir un priapismo efi-caz y contundente.

    Nietzsche escriba en su Voluntad de Poder: "Es qu e co n lamoral se ha hecho imposible la afirmacin pantesta de un sdado a las cosas? En el fundamento y en el hecho slo el Diosmoral ha sido refutado y superado. No hay ningn sentido enpensar que hay un Dios que est ms all del bien y del mal?".Nietzsche tambin ha sido interpretado de diferentes mane-ras y su crtica al cristianismo ha seguido la suerte de todo su sis-tema, si es que puede hablarse de tal cosa en un pensador tanpoco aficionado a proponer sus ideas en un riguroso plantea-miento metodolgico. Sus continuadores, menos complicados,han tomado tan en serio el certificado de defuncin queNietzsche extendi a Dios, que comienzan a barruntar la posibi-lidad de inventar nuevos mitos que pongan otra vez de pie a losextintos dioses del olimpo."El dios muerto de que habla Nietzsche no es ms que uncadver entre otros sostiene Alain de Benoist, y ese cadverno tuvo nunca nada de divino: ese dios fue muy pronto trans-formado en dios de los filsofos Cuando se dice que el paganis-mo estaba muerto antes del triunfo cristiano, se dice una verdada medias; es claro que sin la declinacin de la fe ancestral, nin-guna religin nueva se poda implantar. Pero olvidan decir que,por eso mismo, el cristianismo ha ocultado a Europa la verdaddel abismo dejado po r la partida de los antiguos dioses, y po r esose ha ocultado a Europa la posibilidad de hacerlos volver. Esehueco abisal se manifiesta y, como escribe Miguel Maffesoli:hablar de la muerte de dios es dejar su posibilidad a los dio-ses" (5).Total, para todos estos nuevos paganos, la muerte, la huida yel arribo de los dioses se resuelve en la inmanencia de la imagi-nac in creyente y tales "hieromaquias" so n simp les jueg os de fan-tasa literaria que as como descarta mitos, inventa otros nuevos

    (5) BENOIST, Alain de, Comment peut on en trepain?, Albin Michel, Paris,1981, pig. 270.234

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    REL IGIN Y POLTICAy se prenda de ellos hasta el punto de no admitir que no sonmeros juegos.

    La tarta a la crema de estas fabu laciones religiosas es el justotemor a la democracia totalitaria que los neo paganos consideranuna consecuencia ideolgica del cristianismo y los judos uncolofn inevitable de la herencia poltica griega. Puesto en lasituacin de un cristiano que reflexiona, considero ambas postu-ras com o sendos errores que remiten a una fuente com n: el ev o-lucionismo inmanentista.Lo curioso es que tanto los pretendidos neo paganos, comoAlain de Benoist o el no menos refinado "vetero testamentario"Bernard Henry Lvy, trasudan al universitario europeo alimenta-do con la leche y la miel del hegelianismo.San Agustn debi hacer frente a impugnaciones semejantespero que nacan, en ese primer cuarto del siglo v, del temor ins-pirado por los brbaros. Alarico haba saqueado Roma en 410 ylos raquticos habitantes de la urbe, que sentan sobre sus estre-chos hombros el peso del Imperio, buscaban un chivo emisariopara que cargase con el desmedro de la virilidad romana.

    Los cristianos estaban all, en el seno de una comunidadsacrificial que cultivaba una tica vlida para todos los hombresy la pretensin de hermanarlos en un mismo espritu de amistadcaritativa. No sera esa moral altruista la que impeda el ejerciciode un sano eg osmo nacional y la formacin del temple capaz dehacer buenos soldados? La diatriba se presenta fcil y comosegua el rumbo trazado por la irona de Celso, los exangesrepresentantes del paganismo imperial no tuvieron ms que resu-citar los socorridos reproches y ponerlos al da con algunasmodestas variaciones.La Ciudad de Dios fue la rplica de Agustn, posicin quereforz en una buena cantidad de sermones y en no pocas car-tas de su nutrido epistolario. En ellos expugna una y otra vez lasacusaciones paganas y auspicia la formacin de los criterios queserviran, siglos ms tarde, para la instauracin de la caballeracristiana.

    La tica cristiana no rechaza la moral natural. La perfeccionacon los carismas de la Gracia santificante: la fe no impide el ejer-235

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    RUBN CA L DE RN BOUCH ETcicio egregio de la inteligencia, ni la esperanza el de la volun-tad. Tampoco la caridad obstaculiza la obra de la justicia o elcrecimiento de la fortaleza. A este respecto escriba Agustn enla Ciudad de Dios algo que todos los cristianos deben leer cadavez que los asalta la tentacin de lamentar tontamente la prdi-da de vidas en los encuentros guerreros u otras vicisitudeslamentables:"El fin de la vida hace que sean una misma cosa la vida largao breve; porque ni un extremo es mejor, ni otro es peor, ni unoes ms largo ni otro es ms breve, de aquello que por un igualya no es. Qu importa el linaje de muerte con que esta vidaacaba, si aquel para quien se acaba no se ve forzado a morir otravez? Y siendo as que a cada mortal le amagan, en cierta mane-ra, en los cotidianos azares de la presen te vida, mu ertes sin cu en-to, siendo siempre incierto cul de ellas es la que le ha de sobre-venir, y pregunto si no ser mejor sufrir una muriendo que notemerlas todas viviendo. No ignoro cunto m s fcilmen te se optapor vivir largos ao s ba jo el temor de tantas muertes q ue, murien-do de una, no temer en lo venidero ninguna. Pero una cosa eslo que el sentido de la carne, flaco como es, cobardemente rehu-sa, y otra lo que la razn de la mente bien templada convence.No se de be ten er por mala la muerte, sino lo qu e sigue a la mu er-te, as que n o debe n curar m ucho los que necesariam ente han demorir de qu accidente morirn, sino del lugar donde los empu-jar la muerte".No entro en el desarrollo de una fcil apologa que ha sidohecha muchsimas veces y tendr que rehacerse otras tantas, por-que parece que la tentacin de dar una interpretacin resentidadel cristianismo acecha tanto a los seguidores como a sus oposi-tores. No es la tica cristiana la que se presta a esta confu sin, esel hombre mismo quien trata siempre de enmascarar sus vicioscon pretextos virtuosos y propon er sus defectos co n el ropaje deuna virtud simulada. As la impotencia toma fcilmente el disfrazde la castidad, la astucia el de la pruden cia y el gusto p or el bla n-do goce de las cosas adquiere sin esfuerzo una apariencia debeatera pacifista.

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    Sentido religioso del EvangelioLa razn del subttulo puede parecer un poco obvia, pero esprecisamente por eso que conviene insistir en el carcter teolgi-co de las verdades all expresadas para no confundir el nivel delm ensaje de Cristo y tomarlo por lo que n o es. Estudiosos de la his-toria de las ideas polticas han credo advertir en el NuevoTestamento formulaciones conceptuales que auspiciaran el adve-nimiento de las futuras democracias, e n cuan to esas mismas exp re-

    siones se hubieren despojado de sus oscuridades teolgicas.Los defensores ardientes de la igualdad social suelen tomaralgunas indicaciones de Pablo como si fueran el texto de unaproclama en donde se propusiera la eliminacin de todas lasdesigualdades y jerarquas acumuladas por la historia, la raza y elsexo. Una cosa as sera pura estupidez y no habra en tal recla-mo otro mrito que una proposicin utpica. San Pablo jamsdefendi la igualdad poltica, ni suprimi las desigualdades socia-les auspiciadas por el ejercicio natural de los diversos talantes. Lasociedad, como dir ms tarde la escuela aristotlico-tomista, esuna unidad de orden y ste supone la existencia de partes dis-tintas y desiguales que concurren, precisamente en razn de ladesigualdad de sus componentes, a la constitucin de la armonapoltica.Esos democrticos lectores de San Pablo confunden dos nive-les de apreciacin que conviene distinguir con alguna prolijidad,para no convertir el cristianismo en el abuelo de las modernasideologas como quieren, por diferentes razones, la vieja izquier-da y la nueva derecha. La doctrina cristiana ensea claramenteque para merecer el Reino de Dios no se toman en cuenta losrdenes de las preladas temporales, pero sin abrir juicio sobre labondad o maldad de tales jerarquas, ni negar el valor que pue-dan tener en la organizacin de la ciudad terrena. El Reino deDios est igualmente disponible para el esclavo o para el empe-rador, para el pobre y el rico, para el rstico o el intelectual, parael hombre o para la mujer, siempre que respondan positivamen-te a la invitacin del Espritu Santo.

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    RUBN CA L DE RN BOUCH ETExisten dos parmetros para medir los mritos del ho m bre: elque hace a su vida temporal y a su situacin en el orden socialy el que toma en consideracin la abundancia y la generosidad

    con que se ha respon dido a la gracia santificante. Am bos son per-fectamente vlidos y, al mismo tiempo, claramente destintos. Ladistincin no supone oposicin ni contradiccin, pero en amboscasos se destaca un orden jerrquico diferente que seala lasdesigualdades existentes en la vida temporal y en la vida eterna.Se preguntaba Santo Toms en su Sum ma Theologica PrimaPars, q. XII, art.6 : "Utrum videntium essentiam Dei unus alio per-fectius videat". Comenzaba su respuesta concediendo a los parti-darios de la igualdad en el Reino de Dios la verdad de su pues-ta y aduca en favor del tal postura la afirmacin jonica: "Vide-bimus eum sicut est".El bien absoluto es ofrecido a la visin de todos por igual, laigualdad en la bienaventuranza eterna pareca discurrir por ssola. Aada a esta opinin lo que dice San Agustn en su libroOctognta trium quaestiones "que todos aquellos que vern aDios en su esencia lo entendern en su esencia" y cmo sto,aparentemente, no puede suscitar prioridades y posterioridades,se entiende que todos vern a Dios por igual. Nada ms lgico.No obstante, surge un problema, no en cuanto al objeto de lavisin beatfica que es el mismo para todos, sino en cuanto a laintensidad y a la perfeccin con que cada uno participa de esavisin.Sucede una cosa anloga con otros bienes espirituales acce-sibles al "homo viator": una ciencia, un concierto, una leccin, unpoema, es exactamente el mismo para todos cuantos la estudian,la escuchan, la atienden y la leen, pero la capacidad participati-va de cada uno vara en funcin de su inteligencia, su prepara-cin, su atencin y la calidad de sus intereses espirituales. Poreso afirma Santo Tom s, refirindose a la visin de una cosa , quela desigualdad en su contemplacin puede su ceder de dos mane-ras: por parte del objeto visible o por parte de la potencia visivade quien mira. En el caso de la visin de Dios excluye el primercaso, dado que es la misma esencia de Dios la que contemplanlos bienaventurados y no una imagen hecha a su semejanza,238

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    REL IGIN Y POLTICAcomo aquella que se refleja en la retina para el caso de las cosassensibles. Si uno ve a Dios mejor que otro, no es debido a lasuperioridad de su pote ncia intelectiva, dado qu e la capacidad dever a Dios no compete al intelecto creado segn su naturaleza:"sed per lumen gloriam, quod intellectum in quadam deiformita-te constituit, ut ex superioribus patet. Unde intellectus plus parti-cipans de lum ine gloriae perfectius Deus videbit. Plus autem par-ticipaba de lumine gloriae, qui plus habet de caritate: quia ubi esmaior caritas, ibi est maius desiderium; et desiderium quodam-modo facit desiderantem aptum et paratum ad susceptionemdesiderati".Es lgico suponer que si nuestra naturaleza cada no tieneningn mrito especial con respecto al orden sobrenatural,Dios la elige y la eleva segn su arbitrio soberano, hacindolaparticipar de su gloria eterna sin tomar en consideracin nin-gn mrito terreno capaz de plantear desigualdades e n la com -templacin de Dios. No hace fal ta ser un telogo para com-prender que el igualitarismo no ha sido indicado por la IglesiaCatlica, sino por las herej as protestantes, y es sob re ella sob rela que deben recaer los denuestos de Nietzsche y sus pedi-secuos.Adverta Chesterton contra los agravios contradictorios que sesolan inferir al cristianismo segn el punto de mira que adopta-se para criticarlo. Con respecto a sus enseanzas polticas ocurrealgo semejante: los orgullosos discpulos de Nietzsche atacan suigualitarismo, en cambio, los igualitarios alumnos de Marx dela-tan su esclavismo. Efectivamente, la Iglesia, en su hora, no plan-te el prob lema de la esclavitud co m o si fuera un a cuestin soc ialque deba dirimirse de acuerd o con u n planteamiento p oltico. Lovio desd e su altura teolgica y religiosa y consider que deba seren esa dimensin donde se deba plantear y resolver la cuestindel esclavo.La esclavitud exista. Era un hecho pavoroso que dependams de un accide nte, de una desdicha persona l, que de un a situa-cin social. Platn estuvo a punto de ser vendido como esclavoy el prncipe Espartaco lo fue efectivamente luego de una guerrainfortunada.

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    RUBN CA L DE RN BOUCH ETEl cristianismo ni acept ni rechaz la esclavitud desde unaperspectiva exclusivamente social . El hombre convocado porDios deba dar una respuesta positiva a la invitacin del espritu

    cualquiera fuere la situacin en que se hallare: emperador oesclavo. Pero desde el preciso momento en que era engendradoen las aguas del bautismo, era para Dios tan libre com o cualqu ierotro y sus merecimientos para el Reino de Dios deban ser medi-dos con la vara de la caridad. Lo dice Pablo en su carta a File-mn cuando le devuelve al esclavo Onsimo:"El cual te vuelvo a enviar; t, pues, recbelo como a misentraas. Yo quisiera detenerle conmigo, para que en lugar de tme sirviese en las prisiones del Evangelio; mas nada quise hacersin tu consentimiento, porque tu beneficio no fuese como denecesidad, sino voluntario. Porque acaso por esto se ha apartadode t por algn tiempo, para que lo recibieses para siempre. Noya como siervo, antes ms que siervo como hermano amado,mayormente de m, pero cuanto ms de t, en la carne y en elSeor" (6).Sera aventurado pensar que el cristianismo hizo de la escla-vitud un mal negocio, pero si se afina un poco el entendimientoy se observan los hechos "cum granus sals", el espritu que laIglesia Catlica cre e ntre los am os haca d el esclavo ms un p ro-blema que un instrumento de trabajo. Para un cristiano celoso desu condicin de tal el esclavo lleg a ser una responsabilidadmuy grande. Deba preocuparse no slo de su salud fsica, sinotambin del destino de su alma. Lleg un momento en la socie-dad cristiana en que la esclavitud se convirti en una pesadacarga y los amo s trataron de librarse de ellos en cuanto pudieron,convirtindoles si no en hombres libres, en siervos que pudieranganar su sustento y decidir de su destino eterno por su propiacuenta.Reconozco que esta versin de la historia es la menos edifi-cante para los cristianos en general, pero probablemente hayasido la ms concurrida, dado que otras, de sesgo ms generosoy herico, no estaba al alcance de los espritus comunes.

    (6) PABLO, A Filemn, I , 12 -1 6 .24

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    RE L IGIN YPOL TICA

    Autoridad ley y GobiernoEs poco serio acusar ai cristianismo de desdear las autori-dades legtimas, desafiar la ley o hacer imposible el gobierno,porque se desestiman los recursos que ste debe emplear pararespaldar el ejercicio de su potestad. La historia de la IglesiaCatlica desmiente estas aseveraciones fundadas, la mayor partede las veces, en una arbitraria separac in e ntre el mag isterio e cle-sistico y los denuestos profticos contra los abusos de un poderque no reconoca la Ley de Dios.En la historia de la Iglesia Catlica hay que saber distinguircon claridad las condiciones impuestas al ejercicio de su libertadpor situaciones histricas adversas o por lo menos no totalmentefavorables, de aquellas otras que irn saliendo a luz cuando suinfluencia espiritual se haga sen tir con toda su fuerza y en la p le-nitud de sus exigencias.Los primeros cristianos predicaron su fe en un medio pol-t icamente pagano y generalmente mal dispuesto para aceptaruna rel igin que se negaba a incorporarse al panten de losdioses antiguos. La intolerancia monotesta del cristiano cho-caba con la apertura religiosa romana. Esta situacin explicapor qu razn muchos crist ianos miraban con desconfianza elvalor de la pax roma na y no estaban muy bien dispuestos arogar por las autoridades qu hacan posible el respeto de laley gentil.En tiempos de Jess las ltimas subversiones contra la Loba

    agitaban el fondo de los sentimientos nacionales judos. Muchosde ellos vieron en Cristo una suerte de caudillo que los librarade Roma. Dice Juan Evangelista: "Intentaron llevarle por la fuer-za y levantarle por Rey" (7).Esta aspiracin nacional llen de espanto a los saduceos quenegociaban con Roma y vean peligrar su comercio en una gue-rra desventurada. En ellos surgi la idea de comprometer a Jessante las autoridades del Imperio ocupante e incoarle un proceso(7 ) JUAN, VI, 14 -1 5.

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    RUBN CA L DE RN BOUCH ETpor rebelin. Con este propsito le propusieron aquella pregun-ta de si era lcito pagar a Csar el tributo, a la que respondiNuestro Seor:

    "Para qu vens a tentarme? Mostradme un denario paraverlo. Presentronselo, y l dijo: De quin es esta imagen y estainscripcin? Respondironle: Del Csar. Entonces replic Jess ydjoles: pagad pues al Csar lo que es del Csar y a Dios lo quees de Dios" (8).Las palabras fueron claras y expresaron de manera inequvo-ca la aceptacin de la autoridad civil vigente, sin plantear paranada el tema nacional judo. San Pablo, en su epstola a losRomanos, abunda en consideraciones semejantes:"Toda persona est sujeta a las potestades superiores, porqu eno hay potestad que no provenga de Dios, y Dios es el que haestablecido las que hay, por lo cual quien desobedece a laspotestades, a la ordenacin de Dios desobedece. De consiguien-te, los que desobedecen, ellos mismos se acarrean la condena-cin. Las prncipes no son de temer por las buenas obras quehagis, sino por las malas. Quieres t no tener que temer nadade aqul que tiene poder? Pues obra bien y merecers de l ala-banza, porque es un ministro de Dios para tu bien. Pero si obrasmal t iembla, porque no en vano se cie la espada, siendo comoes ministro de Dios, para ejercer su justicia castigando al que obramal. Por tanto, es necesario que le estis sujetos, no slo por eltemor del castigo sino tambin por conciencia. Por esta mismarazn pagis tambin los tributos, porque son ministros de Dios,a quien en esto mismo sirven. Pagad, pues, a todos lo que se lesdebe: al que se debe el tributo, el tributo; al que impuesto, elimpuesto; al que temor, temor; al que honra, honra" (9).El fundamento de una vida humana plena y armoniosa es lapaz, la concordia del reino. El desgarramiento interior producidopor la desobediencia a las leyes y la discusin del principio deautoridad era un problema constante para los romanos que cus-todiaban el comportamiento de Israel. La agitacin nacional era

    ( 8 ) M AR CO S, X I I , 1 3 - 1 7 .( 9 ) R O MA N OS , X I I I , 1 - 8 .

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    REL IGIN Y POL TICAconstante y no faltaba nunca un descendiente de David para darpbulo a un movimiento armado. Este estado de cosas inspir aPablo un doble cuidado: evitar la exaltacin de un sentimientoexclusivamente judo que redujera el mensaje de Cristo a un sim-ple problema nacional, y auspiciar un entendimiento con Romapara abrir una perspectiva de en cuentro ecum nico.Antes que el Espritu Santo los iluminara con respecto al sen-tido profundo que deban dar a la predicacin de Jess, muchosjudos entraron en el cristianismo impulsados, quiz, por un celonacional patritico. Era muy lgico que vieran en Roma la pro-tectora de la idolatra y que sintieran po r ella una aversin inco n-tenible, sin com prend er q ue la nueva fe se diriga tanto a los gen-tiles como a los hijos de Israel.Roma era la ley, el orden. No un orden inicuo, sino el nicoque haca posible una garanta de convivencia civilizada entrenaciones distintas. El cristianismo propona algo semejante en elterreno de la fe religiosa y se puede decir que Roma prepar lascondiciones naturales para que la propagacin del Evangeliofuera un hecho posible.

    Las autoridades responsables de la Iglesia naciente compren-dieron pronto lo que el imperio significaba para la extensin y lapropagacin de su doctrina. Se dieron cuenta de que la espadasostenida por Roma no era el arma de una horda movida por laviolencia, sino el instrumento militar de un o rden jurdico, de u naregla de civilizacin humana, capaz de ser bautizada en cuantolos emperadores comprendieran la verdad de su religin. ElMisterio de la Encarnacin segua su mstico progreso y de loshombres individuales marchaba hacia la asuncin de las formassociales. Este ltimo camino pasaba por Roma, no por Israel.Pedro, que haba elegido por centro de la Iglesia la capitaldel imperio, escribi en su primera carta encclica a las comuni-dades del Asia Menor:"Estad, pues, sumisos a toda humana criatura por respeto aDios, ya sea el Rey, como que est sobre todos; ya a goberna-dores, como puestos por l para castigo de los malos. Pues estaes la voluntad de Dios, que obrando bien tapis la boca de laignorancia de los hombres necios. Como libres, ms no cubrien-

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    RUBN C LDERN BOUCHETdo la malicia con capa de libertad, sino como siervos de Dios.Honrad a todos, amad a los hermanos, temed a Dios, respetad alrey" (10).

    Harnack, con ese olfato especial que tienen los protestantespara percibir con regocijo el aroma de la rebelin, escriba "quelos cristianos de la primera centuria se sentan ajenos al mundoy por ende al Estado. Ponan su fe en un mensaje sobrenaturalque les deca que eran ciudadanos de un reino celestial, que estemundo pronto terminara y el nuevo reino, el visible reino deDios sobre la tierra, comenzaba" (11).No examinar con detenimiento el juicio de Harnack, que engeneral reposa sobre una idea demasiado subjetiva de eso que esla religin y como la hace depender, en cada situacin histrica,de la representacin que la gente se haca de ella, no existe lamenor posibilidad de confrontar esas variaciones con parmetrosobjetivos vlidos para siempre.Las cartas de los apstoles, las recomendaciones de SanClem ente y las posteriores reflex iones de los apologistas no alien-tan esa opinin. Paul Tillich, tan protestante como Harnack, loreconoce: "Ya en Clemente de Roma encontramos esbozos de laidea de la sucesin apostlica, es decir, que el obispo represen-taba a los apstoles. Esto muestra con claridad que desde los pri-meros aos e l problem a de la autoridad se con virti en algo deci-sivo en la Iglesia e inici una lnea de desarrollo que culmin enla Iglesia de Roma" (12).Siempre hubo y habr en el seno de la Iglesia una tentacinpara prescindir de los necesarios soportes econmicos para sos-tenerla y tambin un maligno alborozo en lo que pue de ha be r deamenaza escatolgica para los ahitos de este mundo. No faltantampoco aquellos a quienes todo sirve de pretexto para retozaren la anarqua y abandonar el trabajo. En la advertencia de SanPablo a los Tesalonicenses recogemos una preocupacin de estanaturaleza:

    (10) P E D R O, I Epst., II, 13-17.(11) HARNACK, A ., The Romn State and Early Christian Churcb, London,1908.(12) TILLICH, P.,Pensam iento Cristiano y Cultura de Occidente, ed. cit., pg. 51.

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    REL IGIN Y POL TICA"Pero os rogam os hermanos, q ue adelantis ms y ms, y pro-curis vivir quietos y atender a lo que tengis que hacer, y tra-

    bajis con vuestras manos, conforme os tenemos ordenado.Portaos modestamente con los que estn fuera, y no codiciiscosa alguna de nadie" (13).Una disposicin semejante, fundada en un falso conc epto denuestras relaciones con Dios, llev a los cristianos de Corinto auna actitud insumisa frente a sus obligacion es so ciales. Basta le erla epstola de Pablo a los feligreses de esa ciudad, para advertircul era el espritu de la jerarqua eclesistica.De cualquier manera, conviene recordar que no se puedeleer el Nuevo Testamento en una perspectiva natural sin defor-mar la intencin religiosa que lo anima. Por muy racionalistasque seamos debemos respetar la "originalidad" del fenmenoreligioso si queremos entender la atmsfera espiritual en que lareligin se da. Nuestras exigencias cientficas, vlidas en cual-quier circunstancia, deben extremar sus recaudos para compren-der la especificidad del cristianismo y no practicar reduccionesque atentan contra su autenticidad. El mtodo ms rigurosamen-

    te positivo nos lleva a considerar el "hecho cristiano" como unfenmeno sui generis y a no meterlo, quieras que no, en otracategora de sucesos.Los apstoles predicaron el Reino de Dios y su justicia y notuvieron como propsito inmediato reformar la ciudad temporal.No trataron directamente los problemas sociales, pero comotodas las soluciones en nuestros asuntos nacen de la disposicininterior y es all dentro donde se incoa el Reino de Dios, todocuanto se hizo para el triunfo de la ciudadana celeste fue vlidopara la terrestre.Cmo podra un hombre participar del bien que es Cristo,sino com o alguien miembro de una comunidad? Joh an nes Pinsk,en su libro El valor sacramental del universo escribi unas pala-bras que eximen de cualquier comentario:"Una vez ms queremos expresar que este pueblo sacramen-tal que mediante el sacerdocio de Cristo se forma y existe en la

    (13) PABLO, I.sa los Tesalonicenses, V I , 1 0 - 1 1 .245

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    RUBN C LDERN BOUCHETIglesia, de ninguna manera hace superfua la existencia de lospueblos naturales en el tiempo mundanal; stos mantienen susentido, encuentran efectivamente el definitivo cumplimiento desu destino recin cuando, en cuanto pueblo, se incorporan alpueblo de Cristo" (14).Desde los consejos de Pablo y de Pedro, de Clemente yOrgenes, para que se aceptara la potestad imperial y se hicierarespetar el carcter de ciudadano romano para los cristianos quegozaban de ese privilegio, hasta el criterio poltico de la "unani-mitas" con que Carlomagno trat de poner su poltica al serviciode un a misin religiosa, c abe n todos los matices e n la relacin dela Iglesia con los Estados,Esto significa tambin que la revelacin no ha dicho nadacon resp ecto a las foraias de gobierno qu e en un m om ento u otropodan convenir a los pueblos. Para determinar las ms oportu-nas estn los criterios estrictamente polticos y como stos semanifiestan en circunstancias histricas cambiantes, solamenteexisten principios muy generales de accin y experiencias hist-ricas contingentes para guiar la inteligencia cristiana en esta ma-teria.Los principios genera les de la poltica cristiana reco no cen dosfuentes principales de inspiracin: nuestra particular relacin conDios y su Iglesia y nuestra naturaleza racional, dialgica y espiri-tualmente condicionada por el pasado histrico.La religin nos ensea que la polt ica no puede ser un finen s misma y est subordinada a los fines establecidos por elorden de la caridad. Esto no significa una sacralizacin de lasmedidas polt icas, sino pura y simplemente que el Estado debeaceptar el magisterio de la Iglesia y conformar su accin a lasexigencias de su tarea salvadora. La falta de respeto a estosderechos revierte desordenadamente sobre la sociedad y lacorrompe en su constitucin intrnseca, desnaturaliza el sentidode la convivencia y pervierte al hombre en la l nea de su fina-lidad trascendente.

    (14) P IN K S , J . , El valor sacram ental del Universo, Surco, La Plata, 1947,pgs. 124-125.246

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    REL IGIN Y POLTICALas sociedades que han recibido el sello histrico de la doc-trina catlica han quedado marcadas para siempre con las seas

    de una fe, una esperanza y una caridad sobrenaturales que, alsecularizarse, se convierten fcilmente en fermento de las peoresilusiones revolucionarias.Conclusin

    La familia es la clula viva de la sociedad. Dios la hizo natu-ralmente monrquica para que sirviera de modelo a las otras aso-ciaciones. Indudablemente las formas de elegir los gobernantespu ede n se r muchas y todas ellas han sido prolijamente criticadas,sin que se nos pueda imponer un modelo indefectible. No exis-te el rgimen poltico perfecto, pero en todos cuantos existen tie-nen que darse ciertas condiciones que respondan a exigenciasnaturales de gobierno. Una de ellas es que siempre gobierna unaminora y cualesquiera sean las frmulas jurdicas que adoptepara ejercer su potestad, sta no p odra realizarse si no logra un a-nimidad en los actos de gobierno. Ambas condiciones imponenuna doble precaucin: que las minoras dirigentes alcancen susituacin jerrquica a travs de una seleccin lo ms noble ynatural posible. La nobleza y la naturalidad del proceso selectivosuponen que el ascenso a las funciones superiores del gobiernodebe ser el resultado de un esfuerzo familiar y no de aventurasindividuales aisladas.

    Una autntica aristocracia, si bien abre crdito a las condi-ciones de los individuos excepcionales, no puede dejar de con-siderar la hidalgua y la estirpe, porque stas son seales de unapermanencia histrica que engendra hbitos de comando y creaobligaciones y solidaridades en el crculo familiar que, en medi-da nada desdeable, sirven para paliar los efectos de la irres-ponsabilidad, tan comn entre quienes carecen de parientes antelos cuales responder por las infamias cometidas. La otra precau-cin consiste en evitar que las discusiones eternicen las decisio-nes del gobierno. Es conveniente tener siempre a mano unamagistratura capaz de concertar la necesaria unidad de la accin.

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    RUBN CA L DE RN BOUCH ETEn otras palabras: una sociedad poltica bien ordenada nopuede eludir ni la aristocracia ni la monarqua. Cuando se sosla-ya la faena de constituirlas conforme al ritmo impuesto por la

    naturaleza y la historia, stas se imponen imprevisiblemente porla aventura, la violencia, el sob orn o o el fraude. La "praxis" no harespetado la estructura fsica del orden social y las con sec ue ncia slamentables no se dejan esperar mucho tiempo.Marx sostuvo que la religin era el opio del pueblo. En elsimplismo brutal de una inteligencia empeada en reducir la rea-lidad a la medida de sus esquemas ideolgicos, no poda existirninguna realidad fuera de la materia maleable sobre la que elhombre ejerce su voluntad de dominio.Admitimos que la religin suele ser un consuelo y quemuchas veces nos resignamos a aceptar las malas condicionesde nuestra vida terrena esperando una compensacin celeste,pero no podemos olvidar que fundamentalmente es una disci-plina espiritual y una formacin del hombre basada en unnuevo principio de vida que incoa la transfiguracin de nuestranaturaleza.La Iglesia advirti siempre sobre las tentaciones que acechanal poderoso. Esta advertencia tuvo un sentido corrector, no esta-ba dirigida a satisfacer la envidia del pobre, sino a poner al ricosobre aviso y sealarle los peligros a que se expona cuandousaba mal de su potestad. Para impedir que tales admonicionesfueran capitalizadas por el resentimiento, hizo del poder unaescuela de servicio y de ascsis.Si los pobres necesitan la religin para aceptar sin quejas ladureza de su destino, los poderosos la necesitan todava ms,porque son ellos quienes deben dar cuenta a Dios de la admi-nistracin de los bienes con que fueron colmados. Comprende-mos que sera completamente absurdo pretender influir en elnimo de nuestros oligarcas de signo capitalista o socialista conla amenaza del infierno. Hoy no se cree en nada y precisamentela ausencia del tribunal del Seor en el fuero ntimo, testimoniapor el carcter terrorfico de nuestras instituciones polticas.Nunca ha habido en la historia un gasto tan grande de buenasintenciones y pretextos justicieros. Ms derechos del hombre, de248

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    REL IGIN Y POLTICla mujer, del nio y del animal. Nunca se ha masacrado tantagente con ms frialdad y con ms falta de sentimientos humani-tarios. Nunca el poderoso ha sido ms egosta y brutal y el pobrems resentido y envidioso.Cuando Maurras luch por imponer en su patria un ordenpoltico fundado en el respeto de las leyes naturales y en las exi-gencias histricas de Francia, saba que tal restauracin estabacondenada al fracaso total si con ella no se impona la autoridadde la Iglesia Catlica:"A los mejores movimientos del alma, la Iglesia repetacomo un dogma de fe: vosotros no sois dioses. A la ms her-mosa de las almas: no sois tampoco un dios. Recordaba almiembro la nocin del cuerpo, a la parte la idea del todo. Ladoctrina de la Iglesia alej al hom bre del altar qu e un am or pro -pio enloquecido pretenda levantar a su propia excelencia: lesrecordaba cuntos seres y hombres existan antes que l , cercade l y merecan ser recordados junto con l , porque no estsslo en el mundo, t no haces la ley del mundo, ni siquiera tupropia ley" (15).

    Es mrito de eso que la doctrina llama el "mundo" haber des-po jado al Evangelio de su disciplina magisterial y entregn dolo alos demonios de una interpretacin segn los ngeles, para queesa suerte de religin pura concluyera convirtindose en la apo-teosis del hombre vulgar, del hombre masa que por ser, precisa-men te el ms despojado de excelenc ias personales, es el que msy mejor puede infatuarse de sus menguados mritos. La religinde la democracia es el lamentable resultado de una visin carnaldel Evangelio y de algunos de sus principios, arranca dos del qui-cio de la tradicin eclesial.Esa democracia es, sin lugar a dudas, poltica, pero polticaconvertida en una suerte de religin como consecuencia de lacorrupcin de la gracia. Es una fe, una esperanza y una caridadsin propsitos sobrenaturales y viciosamente volcados a la exal-tacin del hombre comn.

    (15) MAURRAS, Charles, La dmoc ratie religieuse, Nouvelles ditions Latines,Paris, 1978.249

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    RUBN CA L DE RN BOUCH ETCuando la poltica no reconoce la misin ordenadora de laIglesia se pone al servicio de la economa. De esta suerte destru-ye su jerarqua y se convierte en un poder tirnico que con el

    pretexto de una mejor distribucin de los bienes materiales,asume un dominio total sobre el hombre.

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