Cáncer, Política y Capitalismo

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14/9/2014 Cáncer, política y capitalismo. Louis Proyect · · · · · http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=7301 1/7 Cáncer, política y capitalismo Louis Proyect · · · · · 14/09/14 Después de trabajar durante 15 años en una serie de repugnantes instituciones financieras, en 1983 acepté con gran expectación un puesto como administrador de la base de datos del Memorial Sloan-Kettering Cancer Center (MSKCC). Al fin haría algo que estuviera más en armonía con mis valores políticos. En vez de usar mis habilidades para dejar constancia en las carteras de fondos de pensiones, crearía una infraestructura de datos para la atención al paciente. Durante más de un año trabajé en el desarrollo de un modelo de base de datos basado en las relaciones “normalizadas” que trataba de eliminar redundancias y asegurar un soporte de confianza a la hora de realizar las solicitudes. Unos meses más tarde, cuando presenté el modelo a la dirección, supe que mi trabajo había sido en vano. El hospital había decidido comprar un programa a la compañía SMS, un programa considerado inigualable cuando llegó la hora de cobrar la deuda. Como pasaba muy a menudo, un ser querido se registraría en el hospital por un par de meses para recibir costosos y dolorosos tratamientos que concluirían con la muerte del paciente. Dado que los supervivientes con frecuencia mostraban cierta tendencia

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Texto de Louis Proyect sobre relación entre Cáncer y capitalismo

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Después de trabajar durante 15 años en una serie de repugnantes institucionesfinancieras, en 1983 acepté con gran expectación un puesto como administrador dela base de datos del Memorial Sloan-Kettering Cancer Center (MSKCC). Al fin haríaalgo que estuviera más en armonía con mis valores políticos. En vez de usar mishabilidades para dejar constancia en las carteras de fondos de pensiones, crearíauna infraestructura de datos para la atención al paciente.

Durante más de un año trabajé en el desarrollo de un modelo de base de datosbasado en las relaciones “normalizadas” que trataba de eliminar redundancias yasegurar un soporte de confianza a la hora de realizar las solicitudes. Unos mesesmás tarde, cuando presenté el modelo a la dirección, supe que mi trabajo había sidoen vano. El hospital había decidido comprar un programa a la compañía SMS, unprograma considerado inigualable cuando llegó la hora de cobrar la deuda. Comopasaba muy a menudo, un ser querido se registraría en el hospital por un par demeses para recibir costosos y dolorosos tratamientos que concluirían con la muertedel paciente. Dado que los supervivientes con frecuencia mostraban cierta tendencia

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a ignorar las facturas astronómicas de aquellas inútiles actividades, el hospitaldecidió comprar un sistema que por lo menos fuera bueno cobrando insistentemente.Aquella decisión me dejó desmoralizado. Una vez más el dinero mandaba.

Cuando recibí una invitación para hacer una reseña de Second Opinion: Laetrile AtSloan-Kettering [“Segunda opinión: amigdalina en Sloan-Kettering”, NdT], undocumental descrito como “la increíble y verdadera historia de un joven escritorcientífico del Memorial Sloan-Kettering Cancer Center que lo arriesgó todo paradenunciar un fraude masivo relacionado con una esperanzadora terapia para elcáncer”, supe que no podía dejarlo pasar. (La película se estrena en Cinema Villageen Nueva York el 29 de agosto y en Laemmle Music Hall en Los Ángeles el 5 deseptiembre. Más tarde se estrenará a nivel nacional).

La película, dirigida por Eric Merola, se centra principalmente en el joven Ralph W.Moss, el escritor de asuntos científicos citado anteriormente que ahora tiene 71 años,y describe los sucesos que ocurrieron mientras trabajaba, con el mismo entusiasmoque yo traje hace ocho años, en el MSKCC a mediados de los 70. Como yo, Moss sedesilusionó rápidamente, pero por otras razones.

Aunque yo no fui consciente en aquel entonces, mi primer encuentro con Moss fuecuando trabajaba en el MSKCC, a través de un libro que él escribió titulado TheCancer Industry [“la industria del cáncer”; NdT]. Como señalé en un artículo de mayode 2012 sobre la compra del programa que hizo el MSKCC a SMS, el libro de Mossera una buena introducción a las fangosas realidades del tratamiento del cáncer bajoel capitalismo:

Cuando trabajaba en Sloan-Kettering, leí un libro estupendo titulado The CancerIndustry, que, junto con The Cancer Wars [“las guerras del cáncer”; NdT], es unalectura esencial para aquellos que usan el análisis de clase. Hasta el día de hoyrecuerdo lo que el libro decía sobre la estancia de Hubert Humphrey en Sloan-Kettering. No tengo el libro a mano, pero estos párrafos de una reseña de 1990deberían ser suficientes:

Entre las horribles historias de The Cancer Industry se encuentra la delsenador Hubert Humphrey, a quien un equipo de cirujanos del MemorialSloan-Kettering operó el 6 de octubre de 1976. Su cirujano comparecióante la prensa y las cámaras de televisión para anunciar que laoperación había curado al senador, pero que a modo de medidapreventiva, para “exterminar cualquier colonia microscópica de célulascancerígenas que pudieran estar escondidas en el cuerpo, empezaríancon un tratamiento de medicinas experimentales”. Moss describe así lasconsecuencias:

“En un año, el senador Hubert Humphrey murió. En ese corto periodo detiempo se había transformado de un hombre vigoroso de mediana edaden una víctima del cáncer vieja, sin pelo y debilitada. El mismoHumphrey culpó a la quimioterapia… la llamó ‘botella de la muerte’ y alfinal se negó a volver al Memorial Hospital para el tratamiento”.

Moss fue contratado para trabajar en el departamento de relaciones públicas por suhabilidad para escribir y su entusiasmo, pero tuvo una presentación inquietante. Lamisma semana que empezó en el centro, se llevó un golpe al descubrir que habíanpillado a uno de los principales investigadores cometiendo un gran fraude. WilliamSummerlin se convirtió en una superestrella del MSKCC después de anunciar almundo que había terminado con éxito un experimento en el que trasplantó piel de unratón negro a uno blanco. Dado que los ratones eran de especies diferentes y nohabía habido rechazo al trasplante, esto podría suponer grandes avances en elcampo de trasplantes de órganos humanos. Cuando un asistente de laboratoriodescubrió, completamente por accidente, que Summerlin había usado simplementeun marcador negro para dibujar un parche en el lomo de un ratón blanco, el hospital

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quedó por incompetente. Lewis Thomas, director del hospital, explicó que una “gravetrastorno emocional” de Summerlin había potenciado el incidente. Yo lo habríallamado codicia.

(Debería añadir que Lewis Thomas no es una de mis personas favoritas. Es el autorde un ensayo llamado The Iks [“los iks”; NdT], en el que defiende que si estasociedad cazadora y recaudadora viviera en la zona selvática de Uganda seconvertiría en “una colección irreparablemente desagradable de criaturas dispersas ybrutas, completamente egoístas y sin amor”. Al recordar el ensayo de Thomas quehabía leído en el instituto, el cineasta Cevin Soling viajó a Ikland para descubrir por símismo si esto era cierto. Basta decir que el ensayo de Thomas era tan falaz como elratón pintado de Summerlin).

Por la misma época se llevaba a cabo en el MSKCC un experimento más serio. Uncientífico octogenario japonés llamado Kanematsu Sugiura, que había publicado 250artículos a lo largo de su distinguida carrera, había empezado a tratar ratones conamigdalina. La sustancia, también llamada laetril, se extraía de los huesos de losalbaricoques. Sus hallazgos: los ratones que recibieron amigdalina mejoraron con lasinyecciones. El cáncer no desapareció, pero podían vivir más que aquellos animalesque no recibieron tratamiento. Aún más importante, los tumores no desarrollaronmetástasis en los ratones con tratamiento. Sugiura, entrenado para ser prudente,pensó que el medicamento tenía un valor paliativo. La conclusión, huelga decir, esque se necesitaba más investigación.

Tan pronto como se corrió la voz de los experimentos de Sugiura y los jefazos delMSKCC supieron de ello, encargaron a Moss que los supervisara desde unaperspectiva de las relaciones públicas, pero solo lo necesario para curiosearalrededor del investigador. Moss no solo falló en su tarea de detectar irregularidades,sino que también se indignó cuando supo que el hospital estaba convencido de quelos experimentos de Sugiura tenían fallos y que la investigación debía serabandonada.

Moss, convencido de que necesitaba ayuda externa para presentar el caso de losexperimentos de Sugiura, se puso en contacto con Science for the People [“cienciapara el pueblo”; NdT], un grupo radical que surgió del movimiento estudiantil de ladécada de los 60. Moss trabajó con un médico activista llamado Alec Pruchnicki sinel conocimiento de sus superiores y empezó a publicar un boletín llamado Secondopinion que se distribuía fuera del MSKCC, como si se tratara de la «agitprop» antesde la era de Internet. El boletín pronto se convirtió en un elemento de referencia paracualquier queja relativa al hospital, incluyendo condiciones laborales y tratamientodel paciente.

Cuando el hospital convocó a la prensa para desvincularse de la amigdalina, Sugiuradijo que respaldaba tanto la decisión del hospital como sus propios descubrimientos.Cuando los reporteros le preguntaron cómo podía apoyar a la vez dos posicionesopuestas, se las apañó para defender con gracia su postura.

Nicholas Wade, un reportero del New York Times, critica al máximo en su último librosobre la herencia genética critica al máximo el caso del ratón pintado. En unfascinante artículo de la revista Science del 23 de diciembre de 1977, no estabadispuesto a subirse al tren de los anti-amigdalina, a pesar de que el periódicocompartía la opinión de los jefazos y rechazaba los descubrimientos de Sugiura.Wade cita a Robert Good, jefe de inmunología del MSKCC: “de haber publicadoaquellos datos positivos pero prematuros, habríamos causado una gran confusión.Los procesos naturales de la ciencia no se pueden concebir en esta especie de olla apresión”.

Poco después de ver el documental hablé por teléfono con Ralph Moss, y meimpactó que no estuviera dispuesto a asumir la postura de activista pro-amigdalinaaun cuando estaba obviamente convencido de que los experimentos de Sugiura eran

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válidos. El documental defiende alternativas a tratamientos costosos y con frecuenciatóxicos que enriquecen a la gran industria farmacéutica. Mencionó Avastin, unmedicamento que generó 2,11 millones de dólares en ventas en 2011. Aquello,añadió, suponía más que el PIB de muchos países. El espíritu de Science for thePeople sigue presente en la obra de Ralph W. Moss. Vea esta película para unaexplicación cautivadora de los conflictos entre el poder corporativo y el bien público.

Varias semanas después de ver Second Opinion, me empeñé en leer el último librode George Johnson, "Crónicas del cáncer", para estar al corriente del pensamientoactual sobre la enfermedad. Como dije anteriormente, cuando trabajaba en elMSKCC, leí el libro The Politics of Cancer [“la política del cáncer”; NdT], de SamuelEpstein, un libro que vincula lo que por aquel entonces se consideraba comoepidemia de cáncer con las toxinas ambientales, particularmente pesticidas. Laesencia del libro es prácticamente la que Barry Commoner presenta en “El círculoque se cierra”, y además era flexible con mi posición marxista ante la indiferenciacorporativa hacia nuestra salud y seguridad.

Aproximadamente diez años después de leer The Politics of Cancer, leí The CancerWars, donde Robert Proctor se retractaba de los hallazgos de Epstein. Aun siendoun hombre de izquierdas, Proctor advirtió a sus lectores que es muy difícil encontraruna correlación directa entre los contaminantes y el cáncer.

Con las advertencias de Proctor en mente no me sorprendió de todo el tratamientode la cuestión medioambiental de Johnson. En el capítulo siete, titulado WhereCancer Really Comes From [“de dónde viene el cáncer en realidad”; NdT], Johnsonreúne varias estadísticas como las que los tipos favorables a la industria repiten. Porejemplo, estudios epidemiológicos concluyen que los casos de cáncer en lainmediata vecindad de Love Canal no eran mayores que aquellos casos registradosen el Estado de Nueva York, a pesar de que había un pico de defectos en losnacimientos.

En lo que respecta a la concentración de cáncer, como la supuesta epidemia decáncer de mama en Long Island, Johnson concluye que se trata de “ilusionesestadísticas”. No es que Johnson niegue la conexión entre cáncer y medioambiente,sino es que esto es extremadamente difícil de demostrar.

Puesto que me he convencido, como la mayoría de la gente de izquierda, de queexiste una relación entre los agentes carcinógenos en el agua, el suelo y el aire, y laincidencia del cáncer, le envié un correo electrónico a Johnson con mispreocupaciones y le comenté sobre un estudio de brotes de cáncer cerca de ríosmuy contaminados en China. Mostrando una cortesía poco común entre losperiodistas más consolidados, Johnson gastó parte de su tiempo en responderme:

Muchas gracias por su correo electrónico. Agradezco las amablespalabras sobre mi libro. No había visto ese estudio en particular y loapuntaré para leerlo. Por supuesto que muchos productos químicosindustriales son cancerígenos, y parece muy posible que laconcentración en el agua de China haya sido lo suficientemente alta ycrónica como para afectar a la población en general a niveles que sesabe que causan cáncer en el lugar de trabajo. Clavado que abajo esmuy difícil sin embargo, especialmente en los países en desarrollodonde los estudios epidemiológicos están recién comenzando. La mayorparte de la investigación en China parece concentrarse en lacontaminación del aire y el cáncer de pulmón. Desde el enfoque de milibro era sobre el cáncer en el mundo desarrollado, podría escribir unacolumna en el futuro comparando la situación con China, India, etc.

Es difícil argumentar sobre la contaminación —un indicador negativo—, pero igual dedifícil es hacerlo con indicadores positivos. Los nutricionistas siempre nos estánrecomendando comer frutas y verduras, especialmente aquellas con propiedades

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antioxidantes como los arándanos y la col, pero nunca ha habido un estudio rigurosoque relacione la dieta y el cáncer. Esto tiene mucho que ver con la imposibilidad dellevar a cabo un estudio demográficamente representativo de los efectos de una"buena" o mala alimentación. Puesto que el cáncer puede tardar muchas décadas enaparecer, el seguimiento de su origen y desarrollo es una tarea casi imposible.“The Cancer Chronicles” fue una obra motivada en parte por la enfermedad de suesposa. Como ejemplo de la dificultad de establecer una relación unilineal entre ladieta y la enfermedad, Nancy Johnson era una fanática de la vida sana practicandoejercicio diario y comiendo una gran cantidad de frutas y verduras antioxidantesrecomendadas por los nutricionistas. El capítulo cuatro comienza así:

Ella siempre comía sus verduras. Obsesivamente, parecía a veces.Desayuno, almuerzo, cena… durante todo el día mantenía el recuentomental. No importaba si eran las 22:30 de la noche, durante un episodiode Los Simpson o en medio de un DVD. Si no había consumido dos otres raciones de verduras (un poco de verde, algo de amarillo) y tres ocuatro piezas de fruta, nueces o cereales—cualquiera de los alimentosque recomendaban los piramidologistas— ella pelaba una manzana oabría una bolsa de zanahorias.

Frente a la anomalía sinsentido de que una persona con ese estilo de vida seasusceptible al cáncer, Johnson se embarca en un viaje que lo lleva por salas deconferencias y laboratorios de todo Estados Unidos, cuando no estabaacompañando a su esposa en sus frecuentes sesiones de quimioterapia. Su objetivoera entender la biología básica de la enfermedad más antigua de la humanidad. De hecho, no es sólo nuestra. Los dinosaurios también sufrían cáncer. En un viaje aloeste de Colorado, Johnson visitó el lugar donde se descubrieron seis toneladas dehuesos de Brontosaurus en 1901, y entre ellos se encontraba el hueso más antiguoconocido con un tumor. Usando una prosa pulida en una larga y distinguida carreraen el periodismo científico, nos informa sobre lo que vio:

Visto de frente, el fósil mide 6.5 por 9.5 pulgadas. Alojado en el interiorde su núcleo había una intrusión, ahora cristalizada, que había crecidotanto que había invadido el hueso exterior. Bunge [un conservador demuseo] sospechaba que era un osteosarcoma — él había visto el dañoque el cáncer puede hacer a los esqueletos humanos, en particular a losde los niños. Con forma ovalada y el tamaño de una pelota de baseballligeramente aplastada, el tumor se había convertido en ágata con elpaso de los milenios.

El libro de Johnson es uno de los mejores sobre ciencia que he leído en muchotiempo, tal vez en toda mi vida. Como le dije a los suscriptores de Marxmail, si mehubiera topado con un libro así cuando estaba en secundaria, probablemente mehabría especializado en biología en el Bard College en lugar de hacerlo en religión(no tratéis de hacerme que explique esa elección.) El libro de Johnson abarca desde la medicina hasta la física y de la física a lafilosofía sin perder el ritmo. A riesgo de parecer una de esas personas que escribenlas notas publicitarias en las cubiertas de los libros, yo describiría “The CancerChronicles” como un potente examen de la biología de las células humanas,incluyendo aquellas que mutan en la enfermedad más temida a la que nosenfrentamos. Entre 2008 y 2012, tres hombres murieron de cáncer con apenas dos años dediferencia entre cada muerte. El primero en irse fue Peter Camejo, quien se encargóde ayudarme a entender lo que había salido mal con el Partido Socialista de losTrabajadores. Peter, que sucumbió a un linfoma, atribuía su enfermedad a loscontaminantes a los que había estado expuesto a lo largo de toda su vida. El siguiente en partir fue Harvey Pekar, el autor de cómics que me convenció para

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trabajar en un libro de memorias con él. Peter Camejo era un personaje en ese librode memorias, así como varios otros coloridos personajes que conocí durante toda mivida en la política y en la bohemia clandestinidad. Al igual que Peter, Harvey muriópor un linfoma o, al menos, por culpa de su organismo debilitado por la enfermedad. Finalmente, dos años más tarde, me enteré de la muerte de Alexander Cockburn.Alexander era una especie de continuación de Peter. Cuando dejé el movimientotrotskista en 1979, tenía la intención de dejar de lado la política y volver a la vidabohemia de mi juventud. En un intento por mantenerme al día sobre la clandestinidaden Nueva York, comencé a leer el Village Voice. Pero los únicos textos que meimpresionaron fueron las columnas semanales de Alexander Cockburn atacando alos peces gordos y poderosos. Fue su escritura lo que me llevó a volver a la política,la única maldita cosa en la que soy bueno. Cuanto más se entrelazan nuestras vidas con Internet, y, en particular, con las redessociales, más cerca nos sentimos de la gente, aunque nunca nos hayamos visto enpersona. En los últimos años, he estado al lado de la cabecera, de forma virtual, condos personas por las tengo un enorme respeto. Usando Facebook para apoyar yventilar,Ed Douglas y Kristin Kolb han mantenido a sus amigos al corriente de suencuentro con enfermedades que amenazan la vida. Además ambos han sidocapaces de recaudar fondos a través de Internet, una necesidad ante la falta deatención sanitaria adecuada en los Estados Unidos. Ed, miembro fundador del NewYork Film Critics Online —grupo del que he formado parte desde hace 15 años,desarrolló un caso agudo de leucemia hace unos años que, finalmente, requiere untrasplante de médula ósea. Afortunadamente, ahora está en remisión y le va bien.Kristin, una distinguida colaboradora de CounterPunch, está pasando por la fase finalde la quimioterapia para tratar el cáncer de mama. Nosotros, los que contribuimos yleemos CounterPunch ofrecemos nuestro apoyo para que consiga superar esta duraprueba. Si el origen del cáncer y su cura definitiva son todo un misterio, no puede decirse lomismo de la necesidad de una atención adecuada y asequible. Si no fuera por lagenerosidad de los amigos y admiradores de Ed y Kristin, su travesía habría sidomucho más difícil.Mike Marqusee, otro colaborador de CounterPunch desde hace mucho tiempo, tomóla sabia decisión de trasladarse a Gran Bretaña en 1971, donde la atención médicaes gratuita.En la época en que empecé a leer “The Cancer Chronicles” de Johnson, me enteréde que Marqusee había estado lidiando con mieloma múltiple durante un número deaños. Recientemente escribió un libro donde habla de su enfermedad, así comosobre la medicina socializada en Gran Bretaña. Disponible en OR Books, The Priceof Experience: Writings on Living with Cancer [“el precio de la experiencia: escriturassobre vivir con cáncer”, NdT] es, al mismo tiempo, una historia personal y un análisismuy agudo sobre los beneficios de la medicina socializada —como cabría esperar deun marxista veterano. Se habrán dado cuenta de que en el párrafo anterior me refiero a que Marquseeestaba "lidiando" con el cáncer en lugar del término manido "luchando". Como era deesperar de un activista contra la guerra (Marqusee formaba parte del comité directivode la Stop the War Coalition en Gran Bretaña), para Marqusee las metáforasmilitares tienen poco sentido. Escribe:

Los obituarios habitualmente nos informan que alguien ha muerto"después de una valiente batalla contra el cáncer." Evidentemente,nunca vamos a leer que alguien ha muerto "después de una batallapatéticamente floja contra el cáncer." Pero una cosa que he llegado aapreciar desde que me diagnosticaron mieloma múltiple (un cáncer en lasangre) hace dos años es lo irreal de ambas nociones. Sencillamente noes así. El énfasis en la "valentía" y el "coraje" de los pacientes de cáncer

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implica que si no puedes "superar" el cáncer, pasa algo malo contigo,alguna debilidad o defecto. Si el cáncer crece rápidamente, ¿es tuculpa? ¿Refleja una cierta falta de fuerza de voluntad?

Como uno de los personajes de Sicko, de Michael Moore, que vive en un país librede la suciedad de las grandes farmacéuticas y de la industria de los seguros,Marqusee describe un sistema que está orientado a los que necesitan las personasen lugar y no a los beneficios privados. Durante todos los años que ha estadorecibiendo tratamiento en Barts, como se conoce habitualmente San Bartolomé, unhospital de Londres, fundado en 1123 (!), nunca ha tenido que pagar un centavo. Apesar ser gratuito, el tratamiento ha sido similar al ofrecido en algunos de loshospitales punteros en Estados Unidos. Pero las mismas fuerzas que nos han impuesto el Obamacare están conspirandopara privatizar y/o reducir el nivel de los tratamientos en Gran Bretaña. Mostrando elmismo sentido de solidaridad que el boletín de Ralph Moss buscaba impregnar enlos trabajadores y pacientes del MSKCC hace casi 40 años, Marqusee escribe ynosotros concluimos:

Espero que el personal de Barts resista este ataque a sus empleos, y alos servicios esenciales para mantener la vida que proporcionan. Amenudo parece que Barts solo sobrevive por su buena voluntad. Hansido golpeados por un descenso constante de los salarios reales, y hayun triste pesimismo entre la mayoría, lo que no ayuda a la distribuciónirregular de los sindicatos en el Trust. Lo que es vital es que entiendanque lo que está ocurriendo ahora no se trata de un fracaso de Barts; esuna manifestación de la crisis general en el NHS, una crisis provocadapor los recortes, la fragmentación y la privatización, y que sólo puedeser enfrentada mediante un movimiento de masas que obligue a unareorientación radical de la política gubernamental.

Louis Proyect es un conocido marxista que escribe en el blog louisproyect.org y hace reseñas

de películas para CounterPunch.

Traducción para www.sinpermiso.info: Carmen Municio Díaz y David Torres Pascual

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