CAPERUCITA ROJA Capítulo 1 Había una vez una niña muy buena ...

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CAPERUCITA ROJA

Capítulo 1

Había una vez una niña muy buena y muy lista que se llamaba

Caperucita Roja. La llamaban así porque siempre llevaba un abrigo rojo

con capucha.

La abuela de Caperucita quería mucho a su nieta porque era cariñosa y

educada.

Un día la abuelita no fue a ver a Caperucita como hacía todos los días.

La mamá de la niña la mandó ir a visitar a la abuela que vivía en el

bosque para ver si estaba enferma.

Caperucita se fue cantando hacia el bosque y, al verla llegar el Lobo, se

relamió.

Capítulo 2

Era un bosque muy bonito. Tenía árboles altos y frondosos donde

habitaban muchos pájaros y ardillas. Caperucita vio unas flores

preciosas, se agachó y dijo: «Voy a llevar un ramo a mi abuelita».

Entonces, se acercó el Lobo por detrás sin hacer ruido y abrió su bocaza

para devorarla. En ese momento, Caperucita se alzó después de tomar la

última flor y, al verlo, le saludó muy educada.

- Hola, Lobito, ¿qué tal te va?

- Hola, Caperucita -respondió el Lobo sorprendido. ¿Adónde vas?

- Voy a ver a mi abuelita, que está sola y enferma. Al Lobo se le hizo la

boca agua pensando en la comida.

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Capítulo 3.

De buena gana habría salido corriendo el Lobo en busca de la casa de la

abuela para comérsela, pero tenía que preguntar a Caperucita dónde

vivía sin que sospechara para qué quería saberlo.

- ¿Qué llevas en la cesta? -preguntó para disimular.

- Llevo pan, leche y pasteles de crema por si está enferma.

¡Uf! ¡Qué asco! -pensó el Lobo.

- ¿No llevas nada de carne?

- No.

- ¿Ni un bocadillo de chorizo?

- No -contestó Caperucita. Mi abuela sólo come cosas suaves: puré de

verdura, sopa, queso blando y fruta.

- Pues a mí me encanta la carne -dijo el Lobo, pensando en lo rica que

debía de estar la niña.

Capítulo 4

- Oye, Caperucita, ¿dónde dices que vive tu abuela? -preguntó el Lobo

Feroz.

- A la orilla del río. ¿No has visto una casita blanca en medio de un

bosquecillo de pinos?

- Sí, por allí devoré una vez, digo... merendé una vez… carne de conejo.

Estaba riquísima, aunque un poco dura.

- A mí también me gusta el conejo con arroz. Bueno, adiós, Lobito, que

se me hace muy tarde.

- Adiós, Caperucita. Allá nos veremos, digo, ya nos veremos otro día si

Dios quiere. Saludos para tu abuela.

- De tu parte. Ten cuidado que no te vean los cazadores. Escóndete bien

y sé bueno, cariño. Adiós.

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Capítulo 5

Casi se le saltan las lágrimas al Lobo. Sólo su mamá le había dicho

palabras tan tiernas hacía mucho tiempo.

- Me va a dar pena comerme a la niña -pensó. Me comeré sólo a la

abuela. Con esa idea, se fue corriendo. Pero, como la abuela no estaba

en casa, se puso su camisón y su gorro de dormir y se metió en la cama

para engañar a la niña.

Caperucita se extrañó al ver la puerta abierta. Entró y encontró a la

abuela acostada y con mala cara.

- ¡Abuelita! ¡Qué ojos más grandes tienes!

- Para verte mejor.

- ¡Qué orejas más grandes tienes!

- ¡Para oírte mejor!

- Abuelita, ¡qué boca tan grande tienes!

- Para comerte mejor -aulló el Lobo dando un salto para devorarla.

Pero, entonces, se oyó un disparo. El Lobo, herido en una oreja, aulló de

dolor y huyó por la ventana. Por la puerta entró un cazador con la

abuela, que abrazó a Caperucita Roja llorando de emoción y de alegría.

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EL PINCEL MÁGICO. Cuento chino.

Capítulo 1

Érase una vez un joven chino más pobre que la ratita presumida antes de

encontrar la moneda cuando barría la cocina. Se llamaba Li, un nombre

tan corto como la comida que podía llevarse a la boca a diario con

mucho esfuerzo. A Li le encantaba la pintura. Si veía un pájaro, una

flor, una persona o un perro, lo dibujaba tan bien que parecía real. Como

no tenía dinero para comprar pintura, dibujaba con la punta de un palo

que quemaba en el fuego de su hogar. En los ratos libres, se le veía

dibujar así sobre las piedras de la calle y la gente le decía:

- Li, eres un gran dibujante.

Pero él no estaba contento, pues no podía dar color a sus dibujos ni

dedicarse sólo a la pintura como quería.

Capítulo 2

Una noche soñó con un anciano de barba blanca y larga, que le entregó

un pincel al mismo tiempo que le decía con una sonrisa:

- Éste es un pincel mágico. Con él podrás pintar lo que quieras y todo lo

que pintes se volverá real.

Cuando los rayos del sol le despertaron por la mañana, encontró a su

lado un pincel igual que el del sueño.

- ¡No lo he soñado!, -exclamó muy emocionado, tomó el pincel y pintó

un plato con un trozo de pan, queso y una naranja. Cuando acabó de

pintar, desapareció la pintura y, en su lugar, quedó un plato de verdad

con el desayuno.

¡Qué feliz se sintió Li! ¡Ya no pasaría hambre! Se haría rico y podría

estar pintando todo el día sin tener que trabajar.

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Capítulo 3

Salió de casa muy contento con el pincel en la mano decidido a mostrar

su arte. Cuando llegó a la plaza, se puso a gritar.

- Soy un genio. Puedo pintar cualquier cosa con este pincel mágico.

Venid a ver cómo pinto sin pintura.

Estaba impaciente por hacer la demostración, pero no empezó hasta que

no se vio rodeado de todo el pueblo. Cuando ya no faltaba nadie, ni

siquiera el ciego Chu, dijo:

- Lo primero que voy a pintar es a un ave del paraíso.

La gente no creía lo que veían sus ojos. El pincel permanecía limpio,

pero, por donde pasaba, aparecían plumas muy bellas. Luego, vieron

aparecer las patas, el pico y, por último las alas. Entonces, qué

maravilla, el ave del paraíso se fue volando.

Capítulo 4

La gente aplaudió emocionada. El pájaro dio unas vueltas sobre sus

cabezas y luego desapareció en el bosque.

- ¡Pinta otra cosa! -gritaron todos a coro.

Li, muy satisfecho de su éxito, pintó una manzana para cada uno en un

periquete. Después pintó un precioso jardín con flores de mil colores

alrededor de la plaza, que se convirtió en la más bella de China.

Como Li tenía un corazón de oro, se puso a pintar comida, ropa y

casitas para que los más pobres del pueblo no pasaran más hambre ni

frío.

Su fama se extendió como el viento y llegó a los oídos del malvado rey

Fu. La increíble noticia le puso muy contento, pues pensó:

- Con ese chico llegaré a ser el más poderoso del mundo. Traedme a Li

antes de que se ponga el sol -ordenó a sus soldados.

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Capítulo 5.

El rey Fu se frotó las manos cuando vio aparecer en el palacio a Li con

su pincel.

- Desde hoy serás el pintor de la corte real -le dijo.

- No puedo -contestó el chico- sólo pinto para los pobres.

El rey ordenó hacerle pasar hambre y frío para convencerle. Pero Li

pintó una chimenea y, calentito junto a ella se dio un banquete con el

pan, la carne, el queso, la fruta y la tarta que pintó.

Cuando se enteró el rey de lo ocurrido, montó en cólera y se fue al

calabozo con sus guardias a ver al terco muchacho.

- O pintas sólo para mí, o te quito el pincel -le dijo.

Entonces, Li pintó en el aire unos mosquitos que picaron al rey y a los

guardias, mientras él escapaba por una ventana gracias a una escalera

que había pintado. Luego, al ver que le perseguían los soldados, pintó

ante ellos un gran torrente de agua y él se fue pintando mariposas y

pajarillos que revoloteaban felices sobre su cabeza.

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EL PÍCARO PAJARILLO.

Capítulo 1.

Había una vez un pajarito, que se fue a un sastre, y le mandó que le

hiciera un vestido de lana.

El sastre le tomó medidas, y le dijo que a los tres días lo tendría

acabado.

Fue enseguida a un sombrerero y le mandó hacer un sombrerito, y

sucedió lo mismo que con el sastre.

Por último, fue a un zapatero a encargar unos zapatos y el zapatero le

tomó medida y le dijo como los otros, que volviera a buscarlos el tercer

día, que, entonces, estarían listos.

Capítulo 2

Cuando llegó el plazo señalado, se fue al sastre y le preguntó si había

acabado su traje de lana.

El sastrecillo le respondió que sí y que nunca había hecho un traje más

bonito.

- Póngamelo usted sobre el piquito y le pagaré -le dijo el pájaro con voz

muy dulce.

Pero, apenas terminó el sastre de colocárselo con cuidado, el pajarillo se

fue volando sin pagar.

Luego se fue a buscar el sombrero, se lo probó, se miró en el espejo y se

echó a volar sin pagar.

La misma jugarreta le hizo al viejo zapatero que se enfadó mucho y le

tiró el martillo demasiado tarde.

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Capítulo 3

Se vistió el pajarito con su ropa nueva y se fue al jardín del Rey; se posó

sobre un árbol que había delante del comedor y se puso a cantar: «Más

bonito estoy yo con mi vestido de lana, que no el Rey con su manto

grana».

Y tanto cantó y cantó lo mismo, que el Rey se enfadó y mandó que lo

cogiesen y se lo trajesen frito.

Después de desplumarlo y frito, se quedó tan chico, que el Rey se lo

tragó enterito.

Cuando se vio el pajarito en el estómago del Rey, que parecía una cueva

más oscura que la media noche, se puso a dar picotazos a derecha y a

izquierda sin parar tratando de buscar una salida para escapar.

Capítulo 4.

El Rey empezó a quejarse y a decir que le había sentado mal la comida,

y que le dolía el estómago.

Vinieron los médicos y dieron a su Majestad un mejunje de la botica

para que vomitase.

Cuando se puso a vomitar, lo primero que salió fue el pajarito enterito,

que se fue volando en un suspiro.

Fue y se zambulló en la fuente, y enseguida se fue a una carpintería, y se

untó todo el cuerpo con cola; después fue a contar a todos los pájaros lo

que le había pasado, y le pidió a cada uno una plumita y se la iban

dando; y como estaba todo untado de cola, se las iban pegando.

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Capítulo 5

Quedó más bonito que antes con plumas de tantos colores como un

precioso ramillete de flores.

Entonces, se fue muy contento al jardín del Rey y se puso a volar como

loco en el árbol cercano al comedor, cantando que se las pelaba: «¿A

quién pasó lo que a mí? En el Rey entré, del Rey me salí».

El rey montó en cólera y mandó apresar al insolente pajarillo para darle

su merecido.

Salieron los soldados de palacio a cumplir la orden del Rey y se

acercaron al árbol con sigilo.

Pero el pájaro los vio acercarse y echó a volar tan asustado que no paró

hasta posarse en las narices de la luna.

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EL RUISEÑOR Y LA ROSA. Oscar Wilde.

Capítulo 1

Érase una joven hermosa y caprichosa. Un estudiante enamorado la

invitó a ir con él al baile que daba el príncipe al día siguiente.

Pero ella contestó que sólo bailaría con él si le traía una rosa roja,

aunque sabía que en invierno no hay rosas en los rosales.

El joven estaba desesperado.

- ¡Qué desgraciado soy! -se lamentaba asomado a la ventana de su

habitación.

Desde un roble escuchó sus lamentos un ruiseñor.

- ¡Qué joven tan romántico! -se dijo. Tiene el amor que yo he cantado

siempre.

El amor es maravilloso, más precioso que las esmeraldas, y no se puede

comprar con perlas ni con todo el oro del mundo.

- ¡Qué pena! No hay rosas en mi jardín. Bailará con otro y yo estaré solo

y triste viendo con qué gracia baila al son de los violines.

Capítulo 2

- ¿Por qué llorará? -se preguntó una lagartija.

- ¿Por qué? -dijo una mariposa que revoloteaba por allí.

- Eso me pregunto yo -susurró una margarita.

- Llora por una rosa roja -respondió el ruiseñor.

- ¡Qué tontería! -exclamaron. Y la lagartija soltó una cómica carcajada.

Sólo el ruiseñor comprendía la razón de su pena. Abrió las alas, voló por

todo el jardín y se posó junto a un esbelto rosal.

- Dame una rosa roja -le dijo.

- No puedo. Mis rosas son blancas. Pídesela al rosal que crece junto al

reloj de sol.

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Allá se fue volando.

- No, mis rosas son amarillas, más amarillas que el pelo de las sirenas.

Pídesela al rosal que está bajo la ventana del estudiante.

- Dame una rosa roja y te cantaré mi más bella canción -suplicó el

ruiseñor al rosal que estaba junto a la ventana.

Capítulo 3

El rosal le contestó:

- Mis rosas son rojas como los pies de las palomas y más que los corales

del mar. Pero no tendré rosas en todo el año, pues el invierno ha helado

mis venas y las tormentas han roto mis ramas.

- Sólo quiero una rosa roja -le suplicó el ruiseñor- sólo una rosa roja.

¿No la puedo conseguir de ninguna forma?

- Sí, hay una, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtela.

- Dímela -dijo el ruiseñor. No tengo miedo.

- Si quieres una rosa roja -respondió el rosal, tienes que hacerla con tu

música a la luz de la luna y teñirla con tu sangre. Tienes que cantarme

toda la noche con el pecho apoyado en una de mis espinas hasta que la

sangre de tu corazón corra por mis venas.

Capítulo 4

- La vida es un precio muy alto por una rosa -replicó el ruiseñor. Me

encanta contemplar la luna y aspirar el aroma de las flores. Pero el amor

es mejor que la vida y ¿qué valor tiene el corazón de un pajarillo

comparado con el corazón de un hombre? Extendió sus alas y se puso a

volar como una sombra por todo el jardín hasta llegar cerca de la

ventana del estudiante. Le encontró echado sobre la húmeda hierba con

sus bellos ojos todavía llenos de lágrimas y le dijo:

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- Alégrate, tendrás tu rosa roja. Te la haré con mi música a la luz de la

luna y la teñiré con mi sangre. Lo único que te pido es que tengas un

amor auténtico, pues el amor es sabio y fuerte; sus alas y su cuerpo son

del color del fuego, y sus labios son dulces como la miel.

Capítulo 5

El estudiante levantó la vista y escuchó sin entender lo que le decía el

ruiseñor. El roble donde tenía su nido sí, y sintió pena y orgullo. El

joven no quiso cenar y tardó mucho en dormirse. Su pena era tan negra

como aquella noche oscura.

Pero, de pronto, salió la luna llena. Entonces, el ruiseñor voló hasta el

rosal, apoyó su pecho contra una espina y se puso a cantar tan bien, que

hasta la luna le escuchaba embelesada.

Una rosa empezó a brotar del seco rosal. Era pálida como la sombra de

una flor en el espejo o en el estanque.

Pero el ruiseñor apretó el pecho contra la espina y cantó toda la noche.

Al salir el sol, brillaba en el rosal una rosa muy roja.

El joven la vio por la ventana y corrió a cortarla muy contento para

llevársela a su amada. Junto a la rosa halló muerto al ruiseñor.

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GUILLERMO TELL. Friedrich Schiller.

Capítulo 1

Hace mucho tiempo, en un precioso valle de Suiza, vivía Guillermo con

su esposa y sus tres hijos, todos ellos chicos. Era un hombre culto,

todavía joven y fuerte, que había dejado la vida de la ciudad para educar

a los niños en el campo. Cultivaba uvas, manzanas y ciruelas y a los

niños les encantaba cuidar a sus caballos, vacas, cerdos y gallinas. Pero

lo que más les gustaba era pasear con sus padres por la orilla del río y

por el bosque, a pesar de las fieras que había por allí. Eran valientes

como su padre, que les había enseñado muy pronto a encender fuego, a

trepar a los árboles y a manejar el arco. Les gustaba leer las historias de

Sansón, de Ulises, de Alejandro Magno y de Jesús, y no se cansaban de

escuchar cuentos por la noche.

Capítulo 2

Guillermo era famoso en toda la región por su destreza con la ballesta.

Siempre la llevaba al hombro en el campo. No era raro tropezarse con

un oso o un lobo hambriento y había que saber defenderse en caso de

necesidad. También era bueno saber disparar a los ciervos, pues

proporcionaban rica carne y pellizas para el crudo invierno.

Un día, iba por el bosque con el hijo más pequeño y vio asomar por

entre el follaje los cuernos de un ciervo muy grande. De inmediato,

tomó una flecha de su carcaj, armó la ballesta y se disponía a disparar,

cuando su hijo le tiró de la manga y le indicó con el dedo a otro par de

animales: un cervatillo chiquitín junto a su madre. Guillermo sonrió al

niño y bajó el arma.

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Capítulo 3

Una noche estaban todos bien dormidos, cuando Guillermo oyó unos

golpes en la puerta y voces de auxilio. Medio dormido fue a ver de qué

se trataba con un grueso cuchillo en la mano. Abrió con cuidado y

reconoció a su viejo amigo Juan.

Él también había vivido en el campo, donde se había hecho respetar por

su fuerza, su nobleza y su puntería con el arco. Había tomado parte en

muchos concursos de tiro junto a Guillermo como compañero y como

contrincante. Juan venía en busca de refugio para escapar de las garras

del malvado gobernador, que se había encaprichado de su hacienda, y le

había mandado matar. Un vecino le avisó de que los soldados le

esperaban en su casa y pudo huir a caballo.

Capítulo 4

Guillermo recibió a su amigo con los brazos abiertos y comentó con él

que habría que hacer algo para acabar con el tirano. Representaba a los

invasores de su pueblo y se había mostrado cruel y codicioso. Mucha

gente estaba dispuesta a luchar contra él.

Guillermo era uno de los cabecillas, partió para reunirse con otros jefes

y se llevó consigo al hijo pequeño para no llamar la atención. Se

encontró primero con los que vivían en las granjas y los pueblos, y,

luego, fue a la ciudad donde residía el gobernador. Al pasar por la plaza,

unos soldados le echaron el alto y le ordenaron inclinarse ante el

sombrero que el gobernador había hecho colocar en alto.

Como se negó, le condujeron con el niño al palacio del tirano. Éste,

sabiendo que era un héroe popular, decidió darle un castigo público.

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Capítulo 5

Mandó llevar a los prisioneros a la plaza donde se había reunido una

gran muchedumbre, que enmudeció al verlos llegar.

El gobernador en persona colocó a padre e hijo uno frente a otro pero

muy alejados. Colocó una manzana sobre la cabeza del niño y gritó:

- Guillermo, te dejaré libre sin castigo si atraviesas desde ahí con una

flecha esta manzana.

La gente esperó horrorizada la respuesta.

El padre se puso pálido, pero el niño le gritó:

- ¡Dispara, padre, dispara, que no me moveré!

Guillermo apuntó. Nadie se atrevía a respirar. Muchos cerraron los ojos.

La flecha partió veloz y atravesó el corazón de la manzana provocando

gran júbilo entre los presentes.

- ¿Para qué cogiste dos flechas? -preguntó el tirano.

- Para matarte si hería a mi hijo.

El gobernador, furioso, mandó prenderle.

Entonces, el pueblo se lanzó contra los soldados y, tras una lucha feroz,

todos proclamaron gobernador a Guillermo y pasearon en triunfo a su

valiente hijo.