Capítulo 14 América Latina, 1914-1990 en Aróstegui, J, Buchrucker, C y Saborido, J Dir El Mundo...

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746 LA CONTEMPORANEIDAD RECIENTE: EL SIGLO XX zación provino esencialmente de Europa, la descolonización no fue en absoluto un producto histórico de Occidente. Chesneaux (1969) ha señalado que la occidenta- lización no ha sido una hipótesis de trabajo muy fecunda para la investigación histórica y la interpretación de los hechos. Hoy resulta evidente algo que en los primeros momentos de las investigaciones sobre descolonización no parecía serlo tanto: que las historias occidentales no pueden de ninguna manera servir de inspi- ración al estudio de las historias asiáticas. Conceptos occidentales como burguesía, urbe o campo no pueden ser referentes para evaluar la condición o la estructura social fuera del mundo colonizador, donde arcaísmos y modernismos se entrelaza- ron para constituir un todo singular. CAPÍTULO 14 América Latina, 1914-1990 Liliana Cattáneo y Lucas Luchilo A comienzos del siglo XX, la población de América Latina se acercaba a los 62 millones de habitantes, e inmigrantes estacionales o permanentes seguían arriban- do, especialmente a los países del sur. Desde la década de 1870 se había intensifica do el proceso de integración de las economías latinoamericanas a los mercados del Atlántico norte y, aun con diferencias regionales y nacionales más que acentuadas, el comercio de exportación constituía el sector más dinámico de la economía. Las inversiones europeas —en su mayoría británicas, francesas y alemanas— afluían al continente, dirigiéndose en un porcentaje elevado a tres países: la Argentina, Brasil y México. Las inversiones norteamericanas, todavía limitadas a fines del siglo XIX y fuertemente concentradas en México y Cuba, aumentaban su participación en América Central y el Caribe, apoyadas en el control que ejercían sobre los gobiernos, y se extendían hacia América del Sur. Si bien la mayor parte de la población era rural, las ciudades habían crecido y en algunos países el dinamismo del sector exportador había estimulado el desarro- llo de las manufacturas destinadas a los mercados internos. Junto a la industria textil, a la de alimentos procesados, bebidas y materiales de construcción, comen- zaba un leve desarrollo de la química, la metalurgia y, en el caso de México, la siderurgia. Los textiles, la ropa y los alimentos procesados seguían, sin embargo, representando el 75 por ciento de las manufacturas en 1913. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, los efectos de esta modernización sobre las sociedades latinoamericanas eran, sin dudas, desparejos. La enorme ma- yoría de la población —como se afirmó- seguía siendo rural, y sobre ese sector el balance de los años de crecimiento basados en las exportaciones resultaba, en mu- chos casos, desalentador. México es sólo un ejemplo de los contrastes presentes dentro de las fronteras de un mismo país. La enorme proporción de campesinos sin tierra y la existencia de mano de obra semiesclavizada en Yucatán convivían [747]

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  • 746 LA CONTEMPORANEIDAD RECIENTE: EL SIGLO XX

    zacin provino esencialmente de Europa, la descolonizacin no fue en absoluto un producto histrico de Occidente. Chesneaux (1969) ha sealado que la occidenta-lizacin no ha sido una hiptesis de trabajo muy fecunda para la investigacin histrica y la interpretacin de los hechos. Hoy resulta evidente algo que en los primeros momentos de las investigaciones sobre descolonizacin no pareca serlo tanto: que las historias occidentales no pueden de ninguna manera servir de inspi-racin al estudio de las historias asiticas. Conceptos occidentales como burguesa, urbe o campo no pueden ser referentes para evaluar la condicin o la estructura social fuera del mundo colonizador, donde arcasmos y modernismos se entrelaza-ron para constituir un todo singular.

    CAPTULO 14

    Amrica Latina, 1914-1990

    Liliana Cattneo y Lucas Luchilo

    A comienzos del siglo XX, la poblacin de Amrica Latina se acercaba a los 62 millones de habitantes, e inmigrantes estacionales o permanentes seguan arriban- do, especialmente a los pases del sur. Desde la dcada de 1870 se haba intensifica do el proceso de integracin de las economas latinoamericanas a los mercados del Atlntico norte y, aun con diferencias regionales y nacionales ms que acentuadas, el comercio de exportacin constitua el sector ms dinmico de la economa. Las inversiones europeas en su mayora britnicas, francesas y alemanas afluan al continente, dirigindose en un porcentaje elevado a tres pases: la Argentina, Brasil y Mxico. Las inversiones norteamericanas, todava limitadas a fines del siglo XIX y fuertemente concentradas en Mxico y Cuba, aumentaban su participacin en Amrica Central y el Caribe, apoyadas en el control que ejercan sobre los gobiernos, y se extendan hacia Amrica del Sur.

    Si bien la mayor parte de la poblacin era rural, las ciudades haban crecido y en algunos pases el dinamismo del sector exportador haba estimulado el desarro- llo de las manufacturas destinadas a los mercados internos. Junto a la industria textil, a la de alimentos procesados, bebidas y materiales de construccin, comen- zaba un leve desarrollo de la qumica, la metalurgia y, en el caso de Mxico, la siderurgia. Los textiles, la ropa y los alimentos procesados seguan, sin embargo, representando el 75 por ciento de las manufacturas en 1913.

    En vsperas de la Primera Guerra Mundial, los efectos de esta modernizacin sobre las sociedades latinoamericanas eran, sin dudas, desparejos. La enorme ma-yora de la poblacin como se afirm- segua siendo rural, y sobre ese sector el balance de los aos de crecimiento basados en las exportaciones resultaba, en mu-chos casos, desalentador. Mxico es slo un ejemplo de los contrastes presentes dentro de las fronteras de un mismo pas. La enorme proporcin de campesinos sin tierra y la existencia de mano de obra semiesclavizada en Yucatn convivan

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    con la explotacin agrcola moderna en la zona de La Laguna, con una industria en crecimiento y con una enorme extensin de vas frreas que haban conectado las distintas zonas del pas. Esa heterogeneidad de las nuevas sociedades, que en grados diversos afectaba gran parte de la regin, haca que las demandas polticas y sociales se tornaran ms complejas, y diferentes de las de tiempos anteriores.

    Sin embargo, los balances que las lites realizaban antes de la Gran Guerra acerca de la integracin con las economas del Atlntico norte no se vean empaa-dos por esa disparidad de los efectos de la modernizacin. En las siguientes tres dcadas, la debilidad de la situacin latinoamericana, expuesta a las fluctuaciones de la economa internacional y a los avatares polticos y militares europeos, se evidenci con toda claridad. Los aos de entreguerras estuvieron signados por los intentos de adecuar las economas regionales a la trastocada, y poco predecible, situacin internacional. En ese proceso, el modelo de crecimiento basado en la exportacin primaria fue paulatinamente reemplazado por uno que privilegiaba el mercado interno y la industrializacin, y cuya emergencia sera visible a partir de 1945.

    1. Tiempos inciertos (1914-1945)*

    a) La economa en un perodo de transicin

    LAS CONSECUENCIAS DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

    La Primera Guerra Mundial provoc un fuerte impacto en Amrica Latina, puesto que la crisis financiera desatada por la salida de capitales y la interrupcin inicial del comercio frenaron la actividad econmica. Los ndices de desocupacin aun con diferencias nacionales muy marcadas. Rieron elevados, induciendo la salida de inmigrantes en tres pases tradicionalmente receptores de mano de obra, como la Argentina, Brasil y Chile.

    A partir de 1915, las exportaciones latinoamericanas comenzaron a recuperarse, aumentando sensiblemente los embarques de materias primas estratgicas, como el petrleo, el cobre, los nitratos y el estao, que encontraban una demanda am-pliada, y tambin de algunos alimentos procesados, como el azcar y la carne enla-tada. La disminucin y el encarecimiento de las importaciones produjeron, sin embargo, fuertes desequilibrios internos. A la caresta de productos esenciales y a la inflacin inducida por el aumento del precio de los bienes importados, se sum la escasez de recursos gubernamentales, que tenan en los gravmenes aduaneros su principal fuente de ingresos.

    Las consecuencias que la disminucin de las importaciones tuvo sobre la in-dustria local fueron diversas. La Argentina, Brasil, Mxico, Uruguay, Chile y Per, y en un grado apenas incipiente-Colombia y Venezuela, haban desarrollado un

    * Por Liliana Ca ttaneo

    sector manufacturero moderno destinado al mercado interno, antes de la Primera Guerra. Dentro de estas actividades industriales, algunas ramas no tenan compe-tencia extranjera ladrillos, fsforos, tabaco y su crecimiento dependi, en esos aos de comienzos de la guerra, de una demanda que se encontraba frenada por la recesin inicial.

    La limitacin a las importaciones signific, ciertamente, un estmulo para aquellas industrias que competan con los productos extranjeros. Pero ese est-mulo reclamaba, para transformarse en un efectivo crecimiento, una capacidad instalada suficiente para aumentar la produccin, o cuando menos una que no hiciera necesaria inversiones significativas, as como los insumos imprescindi-bles para sostener ese aumento. En este sentido, la guerra no signific una opor-tunidad para el crecimiento de la industria en los pases de Amrica Central y el Caribe, ni para Ecuador, Bolivia y Paraguay, que no contaban con estructura ya instalada que fuera suficiente. Por otra parte, las restricciones a las importacio-nes fueron menores en aquellas naciones de Amrica del Sur en las que Estados Unidos era ya el proveedor principal o un proveedor importante, como ocurra con Colombia, Venezuela y Per. En Brasil, Chile, Argentina y Uruguay el des-empeo de la industria fue bueno. Se expandi el sector tradicional textiles, alimentos, bebidas, calzado, creci la industria qumica y se desarrollaron nue-vas empresas, como las destinadas al ensamble de automviles.

    De los cambios provocados por la guerra, el ms significativo fue, sin dudas, el aumento de la participacin norteamericana en la economa de la regin. El con-flicto signific una oportunidad excepcional para intensificar el comercio de Esta-dos Unidos con Amrica Latina, que fue apoyado desde entonces por el estableci-miento de filiales de los principales bancos y por la apertura de cmaras de comer-cio. Entre 1913 y 1918, la participacin norteamericana en el total de las importa-ciones de Amrica Latina creci desde un 24,5 a un 41,8 por ciento, mientras que el porcentaje de las exportaciones latinoamericanas destinadas a ese mercado as-cenda desde el 29,7 al 45,4 por ciento (Bulmer-Thomas, 1998).

    La presencia de los productos de Estados Unidos en el total de las importacio-nes de la regin se consolid en el curso de los aos 20, incentivada tanto por la alta competitividad de la industria norteamericana como por los flujos de capital provenientes de ese pas.

    LA DIVERSIFICACIN DE LOS AOS 20 Y LOS LMITES DE LA ECONOMA EXPORTADORA

    El ingreso masivo de capitales estadounidenses en el curso de la dcada abierta en 1920 se produjo tanto bajo la forma de emprstitos como de inversiones direc-tas en industrias y servicios. En el perodo 1924-1928, Amrica Latina recibi el 24 por ciento de las emisiones de capital nuevo destinadas al exterior efectuadas en ese pas, y el 44 por ciento de las inversiones directas (Thorp, 1991; 1998).

    El impacto de la afluencia de capitales extranjeros sobre las economas nacio-nales dependi, en principio, del grado de autonoma real de los distintos pases. En Amrica Central y el Caribe aument el control extranjero, cuando no la inje-

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    rencia directa de los funcionarios norteamericanos. Las prcticas de corrupcin asociadas a las negociaciones de los emprstitos resultaron asimismo frecuentes. Pero los aos 20 fueron tambin un momento de diversificacin en los sectores no exportadores de los pases ms grandes. Las inversiones realizadas despus de la Primera Guerra posibilitaron este proceso. Si bien an faltan trabajos empricos sobre las fuentes de inversin, se ha subrayado tanto la importancia de los peque-os talleres de reparacin de maquinarias como ncleo inicial de algunas indus-trias, como el papel significativo desempeado por la reinversin industrial y la llegada de capital extranjero. La dcada del 20 marc el comienzo de una tenden-cia nueva en este tipo de inversin, con el establecimiento de filiales de firmas extranjeras, especialmente norteamericanas, que buscaban as evadir barreras aran-celarias. La lista de empresas que instalaron unidades productivas en esos aos incluye, entre otras, a General Electric, RCA, IBM, Ericsson, Philips, Standard Elec-tric, Burroughs, Pirelli, Ford y General Motors. Por primera vez, en los pases industrializados de Amrica Latina el sector secundario creci ms rpidamente que el Producto Bruto Interno.

    Simultneamente, el sector exportador de varios pases comenzaba a enfren-tar limitaciones en la demanda de los productos tradicionales, que haban impul-sado el crecimiento en la etapa previa, y una fuerte inestabilidad en los precios. Los stocks acumulados durante la guerra dispararon fuertes variaciones a comien-zos de los aos 20. A ello se sumaron motivos menos coyunturales, como los avances tecnolgicos en la industria qumica, que impulsaron la competencia de productos sintticos, y los cambios demogrficos en Europa que, unidos a la apli-cacin de polticas agrcolas proteccionistas, limitaron la demanda de la cebada, el lino, el algodn y la lana, entre otros productos. La competencia de frica y Oriente redujo, a su vez, la participacin de Amrica Latina en el comercio de dos productos dinmicos como el caucho y el cacao. Con la excepcin del petrleo y de algunos minerales como el hierro y el cobre, las exportaciones perdieron el dinamismo dla etapa anterior. El ingreso masivo de capitales extranjeros permi-ti, sin embargo, que las balanzas de pagos registraran supervits o estuvieran por lo menos equilibradas, creando la imagen de una aparente prosperidad. En 1928, las altas tasas de inters en Estados Unidos indujeron la salida de capitales, revir-tiendo este proceso.

    LA CRISIS Y LA EXPANSIN DE LA INTERVENCIN ESTATAL

    La contraccin del comercio internacional que sigui al colapso financiero de Wall Street fue acompaada por un grave deterioro de los trminos del intercam-bio, que afect la produccin latinoamericana. Los precios de las mercaderas de exportacin, con algunas excepciones como el petrleo venezolano, cayeron muy por debajo del precio de las manufacturas que los diferentes pases importaban. Durante el perodo ms severo de la crisis, que se extendi entre 1929 y 1933, la cada porcentual de los valores de las exportaciones fue, en general, superior a la contraccin de los volmenes. Esta situacin, sumada a los flujos negativos de capitales, cre graves problemas en las balanzas de pagos.

    En los primeros tiempos, un porcentaje elevado de las divisas debi asignarse al pago de los intereses de una deuda cada vez ms onerosa. Esta circunstancia limit an ms la capacidad de importacin y oblig a una drstica reduccin de los gas-tos del Estado, dado que los gobiernos seguan teniendo como principal fuente de financiamiento los gravmenes aduaneros. Con la excepcin de Venezuela, que haba completado el pago de su deuda externa en 1930, y Hait, Repblica Domi-nicana y la Argentina, que lograron cumplir con sus compromisos externos, el resto de los pases latinoamericanos entr en cesacin de pagos a mediados de la dcada del 30.

    Para entonces, movidos por la necesidad, los gobiernos haban comenzado a aplicar un conjunto de medidas intervencionistas no demasiado diferentes, por otra parte, de aquellas que se venan aplicando en varias naciones europeas- para estabilizar la economa: devaluaciones, controles de cambios, establecimiento de cupos y cuotas a las importaciones y creacin de juntas reguladoras de la produc-cin. Desde ya, no todos los pases de la regin implementaron por completo este conjunto de medidas, ni lo hicieron al mismo tiempo. Sin embargo, suele admitir-se que los pases en los que el Estado intervino ms activamente lograron superar en forma ms rpida la fase aguda de la depresin. Carlos Daz-Alejandro (1988) compar, en este sentido, el buen desempeo de los pases grandes, como Brasil, o con sectores pblicos autnomos, como Costa Rica y Uruguay, con el que tuvie- ron las naciones con gobiernos dependientes, con posibilidades limitadas de mani-pular instrumentos de poltica econmica.

    As, las medidas aplicadas para superar la deflacin y contrarrestar las prcticas proteccionistas de los pases industrializados condujeron en los aos 30 a una mar- cada acentuacin de la intervencin del Estado. En el curso de esos aos, a la vez, que aumentaban los gravmenes a las importaciones, algunos pases como la Ar- gentina, Brasil, Colombia y Mxico diversificaron las fuentes de financiamiento del Estado a travs de impuestos internos -directos e indirectos- y emprendieron activos planes de desarrollo de obras pblicas.

    La repercusin que la crisis internacional y las polticas heterodoxas aplica das por los pases ms activos tuvieron sobre la estructura productiva ha sitio objeto de intensas polmicas. Pero, aun con correcciones significativas, la no-cin de punto de inflexin no ha sido abandonada. La necesidad inicial de redu-cir las importaciones y los cambios en los precios relativos de los Bienes naciona-les y extranjeros brindaron oportunidades para la sustitucin de importaciones agrcolas e industriales.

    Dada la limitada posibilidad de realizar inversiones en los primeros aos de la dcada, slo aquellos pases que contaban con un parque industrial previo pudie- ron sustituir manufacturas. Las inversiones que se haban realizado en los aos 20 permitieron inicialmente expandir la produccin a travs de una utilizacin ms intensiva de la capacidad ya instalada en la Argentina, Brasil, Chile, Mxico, Uru-guay, Colombia y Per. En la segunda mitad de la dcada se realizaron nuevas inversiones, a la vez que se modificaba la composicin de las importaciones, dismi-nuyendo la participacin de los bienes de consumo y aumentando hacia fines del decenio la de bienes intermedios y de capital, imprescindibles para continuar la

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    expansin industrial. El control de cambio fue, en este sentido, un instrumento adecuado para estimular el crecimiento de la industria en varios pases. La compo-sicin de la produccin industrial tambin sufri modificaciones, al aumentar la participacin de los bienes de consumo duradero, qumicos, metales y papel. Si bien hacia fines de los aos 30, la participacin de la industria en el PBI de las naciones rns industrializadas de Amrica Latina superaba el 22 por ciento slo en un caso, la demanda interna ya no estaba determinada centralmente por el sector exportador.

    La sustitucin de importaciones agrcolas, a su vez, fue caracterstica de los pases de Amrica Central y el Caribe, en los que la importacin de alimentos para la poblacin urbana y para los trabajadores rurales haba aumentado en los aos 20, como consecuencia de la apropiacin de tierras antes dedicadas a los cultivos internos por parte de las empresas exportadoras de pltanos y caf.

    Tanto la industria sustitutiva de importaciones en las economas grandes como la agricultura de consumo interno en los pases pequeos tuvieron un dinamismo superior al del sector exportador. De todos modos, y a pesar del desarrollo de estas actividades ligadas a la demanda interna, los gobiernos otorgaron una importancia central a la recuperacin de las exportaciones. A diferencia de lo que ocurrira en la segunda posguerra, durante el perodo de "desarrollo hacia adentro", en los aos 30 se intentaron promover activamente las exportaciones tradicionales, lo que no significa afirmar que se desconocieran las consecuencias directas o indirec-tas que las polticas implementadas tenan sobre la industria.

    Sin embargo, si an a mediados de la dcada del 30 muchos esperaban un re-torno a la situacin previa, la Segunda Guerra Mundial desmoron esas expectati-vas, convirtindose en los hechos en un estmulo adicional para la industrializa-cin y la intervencin estatal.

    HACIA UN DESARROLLO AUTNOMO

    El inicio del conflicto desencaden, rpidamente, dificultades en el sector ex-terno; los vnculos con los mercados de exportacin, con las fuentes de recursos financieros y de suministros quedaron severamente comprometidos. Con el pro-psito de asegurarse el abastecimiento de productos estratgicos y evitar que la crisis econmica de la regin estimulara posiciones que atentaran contra la solida-ridad hemisfrica, Estados Unidos promovi polticas que alentaron la industriali-zacin de Amrica Latina.

    En 1939 se cre la Comisin Interamericana de Desarrollo que fij tres lneas de accin para hacer frente a la crisis del sector externo: estimular las exportacio-nes no competitivas hacia Estados Unidos, fomentar el comercio intralatinoame-ricano y desarrollar la industria. A travs de otro organismo panamericano, el Banco de Exportacin e Importacin, se financiaron obras de infraestructura y compras de equipos y, entre otros emprendimientos, la siderrgica integrada de Volta Re-donda, en Brasil. Los prstamos del gobierno estadounidense, que prcticamente no existan antes de la guerra, llegaron a la cifra rcord de 178 millones de dlares en 1943.

    Estas polticas, junto con las dificultades para la importacin, alentaron la industria sustitutiva y reforzaron las tendencias iniciadas en los aos 30. En la Argentina, Brasil, Chile y Mxico, la industrializacin por sustitucin mostr una inclinacin mayor que en el perodo anterior a la produccin de artculos intermedios y bienes de capital, apoyada por la creciente intervencin del Estado y el aumento de sus inversiones directas en industrias bsicas e infraestructura. El comercio entre las naciones latinoamericanas, a su vez, creci notablemente. En 1938, sobre el total del comercio exterior, la regin slo participaba con un 7,5 por ciento; en 1945, ese porcentaje haba subido al 21 por ciento. Tal aumento impuls la exportacin de manufacturas brasileas, argentinas y mexi-canas hacia el mercado regional; los textiles brasileos llegaron a representar cerca del 20 por ciento de las exportaciones totales de ese pas durante algunos aos de la guerra, y en 1943 la Argentina export el 20 por ciento de su produc-cin industrial (Bulmer-Thomas, 1998).

    Pero, ms all de estos casos, en toda Amrica Latina el crecimiento de la in-dustria fue superior al de una agricultura deprimida por las limitaciones en los volmenes exportables y sin posibilidades de seguir sustituyendo importaciones, como en la dcada anterior.

    As, la Segunda Guerra Mundial supuso un nuevo y severo golpe al modelo de crecimiento basado en la exportacin; ese impacto se sumaba a los anteriores, pro-vocados por la guerra de 1914 y la crisis de 1929. En los pases ms industrializa-dos de la regin se fortalecieron las posiciones favorables a un desarrollo autno-mo, que tena en el mercado interno y la industrializacin dos piezas clave. Lo paradjico de la situacin, seal con acierto Rosemary Thorp (1998), fue que mientras ganaba consenso la idea de que era posible, y deseable, un desarrollo autnomo, la influencia norteamericana en la economa de Amrica Latina creca notoriamente.

    b) Una sociedad que se transforma: migraciones internas y urbanizacin

    La poblacin de Amrica Latina creci a un ritmo sostenido -con ndices supe-riores a los de Europa e incluso al de Amrica del Norte- en la primera mitad del siglo XX, pasando de 01.871.000 de habitantes en 1900 a 165.880.000 en 1950 (Sn-chez-Albornoz, 1993; Merrick, 1997). En los aos de entreguerras, sin embargo, se produjeron cambios significativos con respeto a las pautas que haban caracterizado la etapa anterior. El primero de ellos fue que con la crisis de 1929 lleg a su fin la inmigracin masiva, y por consiguiente su aporte al crecimiento demogrfico de cinco pases, con incidencia en el total de la poblacin del continente. Si bien durante la Primera Guerra Mundial ya se haban registrado saldos negativos en la Argentina, Chile y Brasil, en los aos 20 se produjo una recuperacin.

    A partir de 1929, entonces, el aumento de poblacin estuvo basado en el creci-miento vegetativo, apoyado en altas tasas de natalidad acompaadas por una gradual disminucin de los ndices de mortalidad, que no fue, sin embargo, uniforme. La tasa de crecimiento de la poblacin ascendi del 1,7 por ciento anual, estimado para el perodo 1900-1930, a un 1,9 por ciento en los aos 30 y un 2,1 por ciento en la dcada

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    del 40. En diecisiete de los veinte pases, los ndices de natalidad se mantuvieron muy elevados e incluso registraron ascensos con respecto a la etapa anterior a 1914, en un promedio que se estima en 45 por mil habitantes. Las tasas de mortalidad, a su vez, fluctuaron en la mayora de los pases entre el 20 y el 30 por mil, con una tendencia a la baja, que recin se generaliz en la segunda posguerra.

    Existen, por supuesto, amplias diferencias entre los pases. La Argentina y Uru-guay siguieron un patrn diferente al del resto de la regin, con una tasa de creci-miento demogrfico inferior a la media latinoamericana, que se explica por una temprana disminucin de los ndices de natalidad. En ambos pases, la esperanza de vida superaba ampliamente el promedio de treinta y cinco aos, que era el estimado para Amrica Latina en conjunto. Su porcentaje de poblacin urbana era el ms elevado de la regin, y la fuerza laboral ocupada en la agricultura apenas representaba el 25 por ciento de la poblacin econmicamente activa. Tambin tuvieron un crecimiento demogrfico inferior a la media pases como Hait, El Salvador y Bolivia pero, a diferencia de los casos rioplatenses, aqu el factor decisi-vo fue el elevado ndice de mortalidad.

    Una segunda caracterstica de los aos de entreguerras fue que se acentuaron los movimientos migratorios hacia los centros urbanos. James Scobie (1991) estima que un tercio de la poblacin de la Argentina, Uruguay y Chile viva ya en ciuda-des de ms de veinte mil habitantes en 1930, mientras que en otros pases grandes la cifra se acercaba al 15 por ciento. Si se incluyen ciudades de menor rango, la poblacin urbana trepa a un 30 por ciento para 1930. Los movimientos migrato-rios de los aos 30 y 40 elevaron esta proporcin al 41 por ciento en 1950. Los elevados ndices de desocupacin registrados tras la crisis de 1929, si bien afecta-

    ron tanto al trabajo urbano como al rural, impulsaron las migraciones hacia las ciudades. A partir de la recuperacin de las economas, que comenz hacia 1933, se intensific la migracin hacia los centros urbanos y se produjeron profundas transformaciones en las pautas de urbanizacin. Estas migraciones relacionadas con el crecimiento del sector industrial comenzaron lentamente a modificar la composicin de los sectores populares y, especialmente, la de la clase obrera.

    En vsperas de la Primera Guerra Mundial, el proletariado industrial tena im-portancia slo en algunas ciudades como Buenos Aires, Santiago de Chile, Sao Paulo, Puebla, Veracruz o Lima, y el promedio de trabajadores por empresa, con la excepcin de los sectores ms concentrados destinados a la exportacin y las industrias textiles, no llegaba a las diez personas. Los trabajadores portuarios, fe-rroviarios y los mineros en Chile, Per y Mxico superaban en nmero a los obre-ros industriales. En los aos 40, la importancia de los trabajadores fabriles dentro del conjunto de la clase obrera haba crecido de manera evidente, as como tam-bin el nmero de personas empleadas por empresa. El porcentaje de trabajadores de la construccin y de la industria del petrleo en Venezuela y Colombia tambin haba aumentado. En el mismo perodo la fuerza laboral ocupada en la agricultura disminuy desde un 74,4 por ciento en 1930 a un 66,1 por ciento en 1940 y al 53,2 por ciento en 1950 (Long y Roberts, 1997).

    El xodo hacia las grandes ciudades, iniciado en algunos pases en los aos 20 y en otros en los 30 y los 40, inauguraba una caracterstica que se acentuara en los

    decenios siguientes, en los que la vivienda y en ocasiones tambin los puestos de

    trabajo resultaban inferiores al nmero de migrantes. En muchas ciudades, no slo en las capitales, comenzaron a crecer barrios pobres en los suburbios, que recibieron diferentes denominaciones: "ciudades perdidas" en Mxico, "favelas" en Brasil, "callampas" en Chile, "barriadas" en Per, "villas miseria" en la Argen-tina, "cantegriles" en Uruguay. Si en vsperas de la Primera Guerra slo diez ciu-dades tenan ms de cien mil habitantes en Amrica Latina, en 1940 Buenos Aires, Ciudad de Mxico, Ro de Janeiro y Sao Paulo superaban el milln de habitantes y la primera lo duplicaba ampliamente. En Lima, La Habana, Montevideo, Santiago de Chile y Rosario vivan ms de quinientas mil personas y en La Paz, Bogot, Caracas y ocho ciudades ms residan doscientos mil (Romero, 1976).

    c) La desigual ampliacin de la participacin poltica

    En la primera dcada del siglo XX, las realidades polticas de las repblicas latinoamericanas cubran un abanico de situaciones que iba desde las dictaduras hasta los sistemas de alternancia entre partidos tradicionales, con control de mino- ras de "notables" y sistemas electorales restringidos, cuando no fraudulentos.

    En algunos pases como la Argentina, el derecho a voto masculino era amplio desde el siglo XIX y no existan limitaciones sobre la base de la propiedad o la educacin; en este pas podan votar los varones nativos mayores de dieciocho aos, incluidos los analfabetos. El porcentaje de votantes no superaba, sin embar- go, el 15 por ciento o a lo sumo el 20 por ciento de la poblacin habilitada para hacerlo. Esa participacin resultaba an ms limitada si se tiene en cuenta el eleva- do nmero de inmigrantes no nacionalizados.

    En la mayora de las naciones latinoamericanas, el marco legal resultaba, sin

    embargo, ms limitativo. El requisito de la alfabetizacin para estar en condicio- nes de votar representaba la va ms sencilla de exclusin. La supresin legal de ese requisito, y en algunos casos del de propiedad, slo se generaliz despus de 1945. El derecho femenino al voto tambin fue excepcional hasta esa fecha.

    A partir de comienzos de la segunda dcada del siglo XX, en algunos pases se produjo una ampliacin de la participacin poltica. Se suele hablar de un variado "impulso democrtico", que incluye experiencias diversas entre s, como la del Mxico revolucionario y las de la Argentina y Uruguay, con el trnsito de partidos de notables a partidos modernos. En otras naciones de Amrica Latina, si bien no se produjeron cambios significativos en la legislacin electoral o en las prcticas institucionales, la ampliacin de la participacin se manifest, en especial desde el fin de la Gran Guerra, en una intensa actividad de las agrupaciones polticas y

    culturales que, en el marco de la creciente agitacin social, cuestionaron el orden vigente.

    MXICO: LAS LUCHAS ENTRE LOS REVOLUCIONARIOS

    La convocatoria a una insurreccin para oponerse al nuevo fraude montado por Porfirio Daz en las elecciones de 1910 dio origen al proceso conocido como

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    "Revolucin mexicana". Las intrigas entre las lites y las facciones del ejrcito por la sucesin de un presidente de ochenta aos y el creciente malestar generado por el deterioro de la situacin econmica hacan posible pensar en el triunfo del plan diseado por el moderado candidato antirreeleccionista Francisco Madero. Sin embargo, la promesa de estudiar las quejas de los poblados por la prdida de tie-rras, incluida en la proclama de Madero, otorg al levantamiento una base social no prevista inicialmente, con demandas diferentes a las de reforma de las prcticas polticas. La rpida organizacin de milicias de campesinos en las sierras norteas de Chihuahua y en Morelos, en la meseta central, y la presencia de focos revolu-cionarios en otros lugares del pas, forzaron la renuncia de Daz. La revolucin liberal-constitucional se converta, por los actores sociales involucrados y por el contenido de sus demandas, en una revolucin con alcances ms vastos e inciertos.

    El heterogneo bloque que haba enfrentado a Daz, conducido, entre otros, por polticos liberales, lderes agraristas, dirigentes anarquistas, hacendados nor-teos y miembros de la emprendedora burguesa de Sonora, slo permaneci uni-do para forzar la renuncia del dictador en 1911 y para derrotar entre 1913 y 1914 a la contrarrevolucin dirigida por el general Emiliano Huerta. A partir de all, la guerra civil enfrent a quienes haban sido aliados circunstanciales. Una primera etapa de esa lucha concluy con la victoria de los ejrcitos constitucionalistas so-bre Pancho Villa y Emiliano Zapata. La bsqueda de apoyo popular, sin embargo, haba radicalizado el discurso de los vencedores, quienes promulgaron una ley de reforma agraria y negociaron el apoyo de la anarcosindicalista Casa del Obrero Mundial.

    La Constitucin de 1917 fue una consecuencia del perodo de intensa movili-zacin social y de las tendencias diferentes que convivieron dentro de la revolu-cin, incluso dentro de la faccin vencedera. Aquella constitucin dise un Esta-do intervencionista, encargado de garantizar la soberana nacional sobre los recur-sos naturales, el acceso de las comunidades campesinas a la tierra y los derechos de los trabajadores; un Estado que era presentado como arbitro de los conflictos en-tre las clases e independiente de la influencia de stas (Hamilton, 1983). Existi, por supuesto, una gran distancia entre la retrica institucional y la prctica polti-ca, pero los aos de guerra civil haban demostrado que los campesinos y los obre-ros eran fuerzas sociales importantes, que deban ser tenidas en cuenta en las sali-das polticas intentadas.

    LAS EXPERIENCIAS DEMOCRTICAS DEL SUR

    El establecimiento del voto secreto, as como la creacin de mecanismos institu-cionales para limitar el fraude, avanzaron en Uruguay y en la Argentina, junto a la imposicin del voto obligatorio. En este ltimo pas el proceso tuvo lugar a travs de la aprobacin en 1912 de una ley electoral para asegurar el voto secreto y obligato-rio, que se aplic por primera vez en 1916 en una eleccin presidencial; en Uruguay, en 1918. En ambos casos suelen asociarse las experiencias de los gobiernos radicales y colorado-batllistas con la ampliacin de la participacin poltica, especialmente de los sectores populares urbanos, y con polticas sociales ms atentas a los intereses de

    esos grupos. Los cambios en los sistemas electorales reflejaran tardamente, enton-ces, la creciente complejidad de unas sociedades que haca dcadas se estaban ha-ciendo ms heterogneas. Un nuevo estilo poltico atento a la presencia de un elec-torado ampliado se evidencia en ambas orillas del Ro de la Plata, con el impulso de la prensa partidista y la creciente actividad de los comits barriales.

    Sin embargo, las diferencias entre ambas experiencias de democratizacin de los sistemas polticos y de trnsito de partidos de notables a partidos de masas resultan, por dems, significativas. En la Argentina, la aprobacin de la ley electo-ral mencionada -ms all de los debates que enfrentan a los historiadores sobre cules fueron los motivos ciertos que impulsaron a la lite tradicional a otorgarla-condujo en las primeras elecciones presidenciales de 1916 al triunfo de la principal fuerza de oposicin: la Unin Cvica Radical (UCR). El "error de clculo" de la lite tradicional, que planeaba una gradual incorporacin de la UCR y del Partido Socialista como fuerzas minoritarias, marc el sentido de la democracia, que fue percibida por la lite, desde entonces, como una amenaza. Se estructur as un sistema poltico fuertemente antagnico, que ms all del cambio de protagonistas y partidos acompa a la poltica argentina a lo largo del siglo XX.

    En Uruguay el cambio lo condujo el partido que haba hegemonizado el po-der, directa o indirectamente, desde mediados del siglo XIX. A su vez, la poltica social progresista del batllismo fue previa al establecimiento del voto secreto y obligatorio. Los sectores econmicos poderosos tenan representacin en las dos fuerzas polticas tradicionales en Uruguay, lo que permitira plantear la existen-cia de un "multipartidismo encubierto" por detrs de ambas fuerzas (Caetano, 1994). Ms all de esto, la primera experiencia de voto secreto dio como resulta-do una derrota del voto considerado progresista, atenuando los temores de los sectores tradicionales.

    EL ACTIVISMO DE LOS AOS DE ENTREGUERRAS: TIEMPOS DE DENUNCIA Y RADICALIZACIN

    Desde fines de la Primera Guerra Mundial, en muchas de las grandes ciudades latinoamericanas se desarrollaron procesos de renovacin cultural, que se prolon-garan durante la dcada del 20 y hasta mediados de la del 30. La prdica antibeli-cista del grupo Ciarte, la Revolucin rusa y la aparicin del fascismo conmovieron, en los primeros aos 20, especialmente a la franja juvenil del universo poltico y cultural latinoamericano, entremezclndose con el referente ms cercano de la Revolucin mexicana y la expansin del reformismo estudiantil.

    En su sector universitario, por entonces numricamente reducido y con una pertenencia social que apenas se abra, en algunos pases, a sectores acomodados de las clases medias, la Reforma Universitaria de la Argentina de 1918 haba inau-gurado ya un clima de discusin, que inclua entre sus temas tanto la situacin de la propia universidad como la de las respectivas sociedades nacionales. El descon-certante desarrollo de la Revolucin mexicana captur, a la vez, la atencin de muchos de estos jvenes, convirtindose en un laboratorio de reflexin sobre las posibilidades de una transformacin social. A lo largo de los aos 20, mientras se

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    intensificaban las redes construidas entre los militantes sociales y estudiantiles, haca su aparicin una prensa de denuncia, que circulaba en distintos pases alenta-da por el crecimiento de los pblicos alfabetizados urbanos y tambin por los to-dava escasos grupos polticos vinculados a la Internacional Comunista.

    Dedicados a la poltica y a la literatura, estos activistas culturales solan exhibir, en los tempranos aos 20, un pensamiento que asociaba el juvenilismo con otros temas del repertorio reformista. A fines de esa dcada, muchas de las posiciones que ese complejo de ideas poda sostener se inclinaron a la izquierda radicalizada. As, aquel pensamiento juvenil, inicialmente vago e inclinado a una reflexin espi-ritualista, acentu sus dimensiones polticas y pas, con fervor, a la denuncia de los males sociales del continente; este ltimo desplazamiento dispar la atencin so-bre el mundo rural latinoamericano. Por entonces, ya estaban circulando los diag-nsticos comunistas y de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) so-bre la realidad econmica de Amrica Latina. A pesar de las diferencias, ellos favo-recieron el empleo de la nocin de pases dependientes para caracterizar a los latinoamericanos. De ese modo, en el curso de los aos 20 se difundi entre estos grupos la idea de pertenencia a una realidad comn, cuyo dato central era su sub-ordinacin al imperialismo y la certeza en un futuro que, a pesar de las discusiones sobre tcticas y modelos, sera socialista (Kohan, 2000).

    El cuestionamiento de la situacin social tambin form parte de los argumen-tos puestos en juego por algunos militares que, en los aos 20, intentaron alza-mientos. Para entonces, como afirma Alain Rouqui (1990), haba concluido la etapa de formacin de ejrcitos profesionales modernos en Amrica del Sur y en Guatemala y El Salvador. En algunos de estos pases, durante los aos 20, y en otros durante los 30, las fuerzas armadas comenzaron a intervenir polticamente como institucin. Los movimientos de oficiales reformistas incluyeron el tenentis-mo brasileo, del que particip el futuro dirigente comunista Luis Carlos Prestes; a los golpistas chilenos de 1924, algunos de cuyos integrantes estuvieron luego relacionados con el gobierno del coronel socialista Marmaduke Grove, y a parte de los militares ecuatorianos de la revolucin de julio de 1925. Por supuesto, estos movimientos fueron heterogneos, y los oficiales que los integraban evoluciona-ron hacia posiciones diferentes y a veces enfrentadas. La asociacin entre militares y fuerzas de izquierda, sin embargo, no desapareci completamente y tuvo algunas expresiones hasta mediados de los aos 40.

    LA INESTABILIDAD POLTICA TRAS LA CRISIS DE 1929

    La crisis internacional tuvo un efecto desestabilizador sobre los diferentes re-gmenes polticos latinoamericanos. Pocos pases transitaron los aos ms severos de la depresin econmica sin rebeliones, golpes militares, renuncias anticipadas o recambios en el predominio de los partidos tradicionales. Entre 1930 y 1932 los militares intervinieron en naciones tan distintas como la Argentina, Brasil, Boli-via, Chile, Per, Ecuador, Guatemala, Honduras y El Salvador, lo que ha llevado, en ocasiones, a proponer la imagen de una oleada golpista antidemocrtica. Si se atiende a las realidades polticas previas a la depresin, resulta difcil plantear la

    quiebra general de un orden democrtico, dado que ste no exista en la mayora de los pases. La crisis del sistema poltico latinoamericano, producto de la nueva e inestable situacin econmica posterior a 1929, resulta un fenmeno ms variado y complejo.

    La incapacidad de las lites polticas para superar la crisis, y su consiguiente descrdito, los temores a los estallidos sociales y la influencia de las ideas corpora-tivistas europeas, pueden haber confluido para acentuar el papel que los militares se autoatribuyeron en esos aos. Existen, sin embargo, diferencias acentuadas en-tre las intervenciones militares de esa dcada. El conservador ejrcito argentino, por ejemplo, derroc en 1930 a un gobierno elegido democrticamente, mientras que los oficiales nacionalistas bolivianos de 1936 se opusieron a los intereses de los sectores econmicos poderosos. Los enfrentamientos entre militares resultaron frecuentes, especialmente cuando haban surgido grupos opuestos al orden esta-blecido. Es posible afirmar que corrientes nacionalistas y estatistas, que se vincula-ron a los proyectos industrialistas hacia fines de ese decenio y comienzos del si-guiente, ganaron consenso dentro de heterogneas fuerzas armadas, en las que convivan desde recientes admiradores de los fascismos europeos hasta conserva-dores de viejo tipo, pasando por los herederos de los movimientos reformistas de los 20.

    Por otra parte, en varios pases los cambios polticos generados por la crisis se produjeron sin la intervencin directa de los militares o con una participacin secundaria. En Uruguay tuvo lugar un autogolpe presidencial en 1933, organiza-do por facciones conservadoras de ambos partidos polticos, para modificar la Cons-titucin y anular una rama del Poder Ejecutivo. En Colombia, en cambio, el Par-tido Liberal reemplaz la larga preeminencia de los conservadores, extendiendo en estos aos el sufragio universal masculino no obligatorio a los analfabetos e incorporando algunas leyes sociales, y en Costa Rica los actores polticos se am-pliaron en un marco de estabilidad institucional. Finalmente, Mxico recorri durante la presidencia de Lzaro Crdenas, entre 1934 y 1940, un perodo de intensos cambios, en los que el Estado promovi la movilizacin y la organizacin tanto del campesinado como de la clase obrera urbana y rural y emprendi una amplia reforma agraria.

    Los debates polticos, a su vez, fueron intensos y complejos en los aos 30, y al mismo tiempo las posiciones adoptadas por quienes intervenan en ellos exhibie-ron a menudo un marcado eclecticismo. Tales debates los libraban no slo intelec-tuales destacados y partidos polticos orgnicos sino tambin elencos de funciona-rios de Estados en trance de hacerse ms activos en la intervencin sobre la vida econmica y social, agrupaciones polticas de escaso arraigo electoral pero con auditorios amplios en las lites, viejos miembros de los grupos dominantes que continuaban gozando posiciones privilegiadas en el mundo poltico. Los argu-mentos utilizados estaban naturalmente influidos por las lneas de reflexin que se desarrollaban en otros escenarios. As, por ejemplo, la imagen de las democracias amenazadas por el fascismo, que en Europa alent la Guerra Civil espaola y lue-go la Segunda Guerra Mundial, fue ganando espacio en la reflexin poltica lati-noamericana hacia fines de la dcada. Esa clave de interpretacin no se relacion

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    de manera sencilla con tendencias que haban sido fuertes en aos anteriores, en particular con el antiimperialismo.

    Pero la propia realidad latinoamericana sumaba desafos a quienes intentaban explicarla y actuar sobre ella. As, la crisis econmica internacional estimul las actitudes que planteaban la posibilidad de un desarrollo hacia adentro, dando al mercado interno, a la industria y a la intervencin del Estado un lugar ms rele-vante en la agenda de las polticas econmicas. El contenido antcclico de algunas de las polticas que podan inspirarse en esas actitudes hizo que ciertas experiencias fueran seguidas con atencin tanto por sectores econmicos y polticos tradicio-nales como por parte de la izquierda; as ocurri con los resultados del primer plan quinquenal de la Unin Sovitica y con el New Deal de Roosevelt.

    Por otra parte, el nacionalismo que se extendi en Amrica Latina durante los aos 30, con frecuencia relacionado con aquellas posiciones industrialistas y mer-cadointernistas, no constituye slo un reflejo de las influencias corporativistas eu-ropeas en la cultura poltica latinoamericana. El nacionalismo era una fuerza con tradicin tanto en Mxico como en Cuba, por ejemplo. A su vez, algunos grupos articularon en los 30 el nacionalismo con el antiimperialismo de denuncia de los aos anteriores, en una huella prxima a la del APRA. Por supuesto, las ideas fascis-tas tuvieron eco en sectores de las fuerzas armadas y proporcionaron a miembros de las lites tradicionales argumentos para sostener su antidemocratismo previo. Si bien se organizaron en esos aos algunos partidos o movimientos fascistas en Amrica Latina, con la excepcin del integrismo brasileo y del sinarquismo mexi-cano, fueron poco numerosos.

    Durante la Segunda Guerra Mundial, y en particular en el perodo que se abri en 1941 con la invasin de la Unin Sovitica y la entrada norteamericana en la contienda, la polmica poltica tom tonos ms dramticos. Sin embargo, ni las inclinaciones que maduraron a lo largo de los aos 30, ni las contradicciones e incertidumbres que las acompaaban, desaparecieron en ese contexto. Y si en 1945 la clave para la explicacin de muchas posiciones era la universal alternativa entre la democracia y el fascismo, pronto la ruptura del bando de los vencedores impul-sara nuevos realineamientos en el mundo poltico latinoamericano.

    Ms all de estas situaciones que afectaban el modo en que los actores polticos interpretaban la realidad, el propio sistema haba cambiado, fundamentalmente en lo que atae a las caractersticas de los partidos, si se compara la situacin de 1914 con la de 1945. Hacia fines de la Segunda Guerra Mundial existan en Amrica Latina varios partidos -como el APRA, Accin Democrtica, la izquierda chilena, el liberalismo colombiano-, e incluso se haban desarrollado experiencias estatales -el cardenismo en Mxico y parcialmente el varguismo en Brasil-, que haban promovido la integracin de sectores sociales amplios. Esa integracin era diversav

    de la que permita la mera ampliacin del sufragio: el APRA haba desarrollado una intensa campaa de movilizacin y encuadramiento popular que llevaba ya casi veinte aos, y los sindicatos eran un interlocutor estatal no slo en el Mxico car-denista sino tambin en el Brasil de Getulio Vargas. As, en los aos de entregue-rras algunas de estas experiencias anticipaban uno de los rasgos centrales de la situacin latinoamericana en los aos 40: la existencia de los llamados "populis-

    mos", que en ocasiones llegaron a ocupar el poder, con bases sociales muy amplias, y que constituyeron una de las vas de incorporacin de los grupos populares a la dimensin poltica y social de la ciudadana.

    2. Los aos de desarrollo hacia adentro (1945-1980)*

    Desde el mirador del cambio drstico de orientacin de las polticas econmi-cas de la dcada de 1990, muchos polticos y analistas de la situacin latinoameri-cana enfocaron el perodo abierto a partir de la segunda posguerra como una opor-tunidad malgastada, como un alejamiento del recto camino de apertura econmi-ca, equilibrio fiscal y moneda sana que deba haber conducido a los pases de la regin a niveles de prosperidad y bienestar comparables a los de los pases desarro-llados. Esta condena de la trayectoria econmica y social latinoamericana de los cuarenta aos que siguieron al fin de la guerra vara en profundidad y virulencia en los distintos pases de la regin, en relacin directa con el peso del legado del perodo condenado y de las estrategias de reformas estructurales seguidas por los gobiernos de las dcadas de 1980 y 1990. La idea de que las races de los problemas econmicos de la dcada de 1980 se encontraban en el modelo de desarrollo adop-tado en la segunda posguerra gan adeptos ms all de las filas neoliberales.

    Sin embargo, esta crtica retrospectiva suele obviar un par de cuestiones clave. Una de ellas fue el xito del modelo de desarrollo definido en la segunda posgue-rra en lo relativo al crecimiento del Producto Bruto Interno y, ms especficamen-te, del producto industrial. La otra fue la racionalidad de las decisiones que condu-jeron a la cristalizacin de ese modelo de desarrollo. En este sentido, las opciones que tomaron los pases latinoamericanos con posterioridad a la Segunda Guerra estuvieron fuertemente condicionadas por las posibilidades y por las restricciones internacionales e internas del perodo de la inmediata posguerra.

    a) El Estado y la economa

    EL ESCENARIO DE LA SEGUNDA POSGUERRA

    Hacia fines de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos comenz a disear un nuevo sistema de reglas para la economa mundial. Estas reglas, plasmadas en los acuerdos de Bretton Woods y en las instituciones derivadas de esos acuerdos -el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Internacional de Reconstruc-cin y Fomento (BIRF-Banco Mundial)-, tenan como propsito facilitar las inver-siones y contribuir a mantener la estabilidad monetaria y financiera. La liberaliza-cin del comercio no lleg a cristalizar en un ordenamiento institucional de enver-gadura comparable: el proyecto de creacin de una organizacin mundial de co-

    * Por Lucas Luchilo.

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    mercio no funcion y, en su lugar, solamente se estableci el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT).

    Estos acuerdos e instituciones estaban inspirados por el deseo de evitar la repe-ticin de la experiencia de los aos de la Gran Depresin. Detrs de este nuevo diseo institucional, se hallaba el enorme poder econmico de Estados Unidos. Cuando las economas europeas dieron muestra de carecer del dinamismo necesa-rio, el gobierno estadounidense -movido, adems, por las preocupaciones estrat-gicas de la Guerra Fra puso en prctica un ambicioso plan de ayuda econmica a Europa. Tambin fue significativa la ayuda a Japn y, ms tarde, a Corea del Sur.

    La convergencia entre una liberalizacin a medias de la economa mundial y un decidido impulso de Estados Unidos a algunas regiones no result particularmente beneficiosa para los pases latinoamericanos. En principio, Amrica Latina no consti-tua una prioridad estratgica para Estados Unidos. Las conferencias de Chapulte-pec, Ro de Janeiro y Bogot no cumplieron con las expectativas de los gobiernos latinoamericanos en lo relativo al apoyo econmico del gobierno estadounidense.

    LA AMPLIACIN DE LA INTERVENCIN ESTATAL

    En los primeros aos de la segunda posguerra, se ampliaron los alcances y las modalidades de intervencin estatal en la vida econmica. La mayora de los Esta-dos latinoamericanos expandieron sus atribuciones de regulacin de la actividad econmica y desarrollaron un importante sector productivo de propiedad estatal. En varios pases se profundizaron los mecanismos de intervencin estatal en las relaciones entre empresarios y trabajadores. De hecho, los Estados nacionales se convirtieron en los actores clave del proceso de sustitucin de importaciones. Ante el mantenimiento de condiciones externas que facilitaban la industrializacin, los Estados adoptaron decisiones que les dieron un papel central en el suministro de recursos financieros al sector privado, en la poltica de ingresos y en la creacin y el mantenimiento de empresas pblicas de produccin y de servicios.

    Para sostener la estrategia de sustitucin de importaciones, los gobiernos latinoa-mericanos adoptaron una batera de medidas de poltica econmica que favorecan a los industriales y, en menor medida, a los trabajadores urbanos. Altas tasas de protec-cin para los artculos de consumo y bajas tasas para los bienes de capital, crditos subsidiados, incentivos fiscales, tipos de cambio mltiples -que desalentaban las im-portaciones de bienes de consumo, facilitaban las de equipos y, en algunos casos, desalentaban las exportaciones primarias-, fueron mecanismos que apoyaron el cre-cimiento del sector industrial. Las medidas adoptadas tendieron a desalentar las ex-portaciones de productos primarios, en particular las de alimentos, necesarios para satisfacer la creciente demanda de una poblacin urbana en rpida expansin.

    Esta estrategia tuvo xitos importantes. Las economas de los pases latinoame-ricanos tuvieron altas tasas de crecimiento econmico, con un notable aumento de la produccin industrial. El crecimiento anual del PBI de la regin entre 1950 y 1973 fue del 5,3 por ciento. El producto per cpita creci a un ritmo del 3 por ciento anual. El principal motor de estas tasas de crecimiento fue la industria, que entre 1945 y 1972 creci un 6,8 por ciento anual. El crecimiento del sector agro-

    pecuario fue menor. Si bien existieron aumentos en la productividad derivados de la introduccin de mejoras tecnolgicas -en algunos casos, basadas en el apoyo gubernamental a la investigacin aplicada y al extensionismo agrario-, el sesgo de las polticas econmicas a favor de la industria y de los sectores urbanos limit la expansin del sector.

    La creacin y expansin de un poderoso sector de empresas pblicas obedeci a distintas influencias. La preocupacin de los militares por el autoabastecimiento de insumos estratgicos condujo en algunos pases a la creacin de empresas qu-micas contribuy a legitimar la produccin estatal en la siderurgia. Esta preocu-pacin se intensific con la experiencia de la guerra. Getulio Vargas sintetiz el argumento industrialista de los militares en un discurso de 1944 al afirmar que "nuestra primera leccin de la presente guerra [es que los pases militarmente poderosos son los que estn] suficientemente industrializados, con capacidad de producir dentro de sus fronteras los materiales blicos que precisan".

    La siderurgia fue el smbolo de la industrializacin promovida por el Estado. En cierto modo, industrializarse equivala a ser capaces de producir acero. La ex-periencia paradigmtica fue la puesta en funcionamiento del proyecto de la acera de Volta Redonda en Brasil. La misma, que comenz a producir en 1947, fue fi-nanciada con un prstamo del Eximbank, otorgado por Estados Unidos, preocu-pado por el acercamiento de Vargas a Alemania. A partir del xito de Volta Redon-da, el Estado brasileo continu fomentando la siderurgia, con empresas con par-ticipacin mayoritaria del capital estatal.

    La siderurgia mexicana, en cambio, tuvo un origen privado, con las primeras empresas del estado de Monterrey. Pero la participacin estatal fue creciendo y, hacia fines de la dcada de 1970, el consorcio estatal Sidermex tena alrededor del 60 por ciento de la produccin. Tambin en la Argentina la siderurgia se desarro-ll a partir de la intervencin directa del Estado, con los altos hornos de Zapla de principios de la dcada de 1950, y con Somisa, una empresa mixta con participa-cin mayoritaria estatal. Chile, Colombia, Venezuela y Per tambin llevaron ade-lante proyectos siderrgicos de envergadura.

    El fomento de la siderurgia no se justificaba solamente por razones de seguri-dad militar o de prestigio nacional. La idea de la potencialidad de la siderurgia -y tambin de la petroqumica- para producir enlaces hacia delante -en las industrias mecnicas o en la construccin- y hacia atrs -en un aprovechamiento ms eficaz de los recursos naturales de la regin- tena fuertes evidencias a su favor.

    Otro sector en el cual el Estado particip activamente fue el de la energa. La formacin de grandes empresas petroleras fue, al mismo tiempo, una afirmacin de soberana nacional y una fuente de recursos para los exportadores -como Mxi -co, Venezuela y Ecuador- o un mecanismo para evitar la onerosa importacin de combustible -como en el caso de la Argentina y de Brasil-, Tambin Brasil y la Argentina realizaron un importante esfuerzo en el desarrollo de un sector de ener-ga nuclear, en una orientacin en la que volvan a combinarse consideraciones econmicas y militares. En el rea energtica, varios gobiernos realizaron impor-tantes esfuerzos en la construccin de plantas de generacin de energa hidroelc-trica y de redes de transmisin.

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    Adems, los gobiernos latinoamericanos formaron grandes empresas pblicas dedicadas a la provisin de servicios de transporte, de comunicaciones, de sanea-miento y agua potable, y de aerolneas de bandera y de flotas mercantes.

    EL AVANCE DE LA INDUSTRIALIZACIN SUSTITUTIVA

    El sostenido avance de la industrializacin fue uno de los rasgos salientes de las economas latinoamericanas entre las dcadas de 1950 y 1980. Para el conjunto de la regin, la participacin del sector industrial en el PBI pas del 18,4 en 1950 al 25,4 por ciento en 1980. Las trayectorias de algunos pases son todava ms llama-tivas. Brasil pas en el mismo perodo del 23,2 al 33,1 por ciento y Venezuela del 10,2 al 18,8 por ciento. La trayectoria caracterstica del crecimiento industrial latinoamericano comprenda una fase inicial en la que se fabricaban localmente bienes de consumo ligeros, seguida, con mayor o menor xito, por la fabricacin de bienes intermedios, de consumo durable y de capital. El xito de la industriali-zacin sustitutiva no puede ser subestimado. Sin embargo, la industrializacin tuvo algunos problemas serios. El insuficiente tamao de los mercados nacionales, las altas tasas de proteccin efectiva, la escasa capacidad de innovacin tecnolgica y la relativa debilidad de los empresarios nacionales limitaron severamente el poten-cial expansivo del desarrollo industrial. La incapacidad de la industrializacin sus-titutiva para contribuir a resolver los problemas del sector externo fue, tal vez, la muestra ms clara de las insuficiencias del modelo de desarrollo hacia adentro. Por una parte, los pases latinoamericanos no mejoraron de manera significativa la participacin de las manufacturas en sus exportaciones. Por otro lado, la propor-cin de manufacturas importadas se mantuvo en niveles altos. Adems, la creciente necesidad de bienes intermedios y de capital de origen extranjero increment los problemas de balanza de pagos.

    Hacia mediados de la dcada de 1950 se intensific la presencia de filiales de compaas multinacionales -en su gran mayora estadounidenses- en los pases ms importantes de la regin. Las empresas instalaron sus plantas para aprovechar la demanda de mercados insuficientemente abastecidos y con niveles de protec-cin que justificaban la radicacin en cada pas, a pesar de la dificultad para alcan-zar economas de escala similares a las de las plantas de los pases desarrollados. Si bien el aporte de la inversin extranjera directa fue muy importante en algunos pases en la produccin de bienes de consumo durable, el aporte tecnolgico fue limitado. Las empresas por lo general traan tecnologas maduras y no invertan localmente en investigacin y desarrollo.

    b) Una sociedad en transformacin acelerada

    LA DINMICA DEMOGRFICA

    Los pases latinoamericanos experimentaron un notable crecimiento de la po-blacin, producto de la convergencia entre el mantenimiento de elevadas tasas de natalidad y la introduccin de mejoras sanitarias, que contribuyeron a reducir la

    mortalidad infantil y a prolongar los aos de vida de la mayora de, sus habitantes. La poblacin total de Amrica Latina hacia 1950 era de alrededor de 165 millones de habitantes; veinte aos ms tarde, haba crecido hasta alrededor de 285 millo-nes con una tasa anual de crecimiento demogrfico de 2,72 por ciento. Estas tasas de crecimiento se manifestaron tambin en un alto porcentaje de poblacin menor de quince aos, que hacia 1960 representaba cerca del 42 por ciento de la pobla-cin total.

    Despus de la Segunda Guerra Mundial, gobiernos y organismos internacio-nales se comprometieron en amplias campaas destinadas a la prevencin de en-fermedades infecciosas y a la promocin de la salud pblica. Enfermedades hasta ese momento endmicas, como el paludismo, fueron puestas bajo control, y la introduccin de nuevas vacunas y antibiticos permiti una notable reduccin en la incidencia y en la mortalidad de otras enfermedades infecciosas, dolencias respi-ratorias y enfermedades estomacales. Estas mejoras se tradujeron en un notable aumento en la expectativa de vida.

    El crecimiento demogrfico fue vertiginoso en Amrica Central y en las zonas tropicales de Amrica del Sur, y moderado en el Caribe y en las regiones templa-das de Amrica del Sur. La disminucin de la tasa de natalidad explica las bajas tasas de crecimiento de la poblacin de la Argentina y de Uruguay, similares a las de los pases europeos y de alrededor de la mitad de pases como Mxico, Per o Venezuela.

    El aumento de la poblacin fue mayor en las ciudades que en el campo. El porcentaje de poblacin residente en ciudades pas del 41 en 1950 al 65 por ciento en 1980, con una tasa de crecimiento del 4,1 por ciento anual. Esta tendencia tuvo sus manifestaciones ms notorias en el crecimiento de algunas grandes ciudades, en particular Sao Paulo y Ciudad de Mxico y, con una magnitud menor, Buenos Aires, Ro de Janeiro y Lima. El rpido crecimiento urbano fue acompaado por graves problemas de vivienda, pobreza, insuficiencia en la cobertura y en la calidad de los servicios pblicos, desempleo y descontento social y poltico.

    Esta expansin demogrfica de las ciudades tuvo un componente importante en las migraciones internas del campo a los ncleos urbanos. Entre los mltiples factores que influyeron en esta tendencia migratoria, podemos distinguir dos l-neas principales. Por una parte, la estructura de tenencia de la tierra y la insufi-ciencia en los incentivos para el desarrollo del campo limitaban las oportunidades para una poblacin rural en rpida expansin. Por otra, la misma orientacin en las polticas econmicas que discriminaba al sector rural, favoreca a los ncleos urbanos, donde se concentraban las inversiones, se ampliaban las oportunidades de empleo y se expandan los servicios pblicos.

    LAS TRANSFORMACIONES EN EL TRABAJO

    Despus de la Segunda Guerra, se iniciaron y consolidaron transformaciones muy profundas en el mundo del trabajo. La poblacin econmicamente activa en la agricultura pas del 53,4 en 1950 al 31,8 por ciento en 1980, mientras que la ocupada en la industria pas del 19,5 al 25,9 por ciento en el mismo perodo; y la

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    ocupada en los servicios pas del 14,8 al 42,3 por ciento. Este crecimiento de los servicios era muestra, al mismo tiempo, de una mayor complejidad y modernizacin de las actividades productivas y de un creciente peso del trabajo informal en las ciudades latinoamericanas. Esta expansin de los servicios -tanto personales como tcnicos, administrativos y profesionales- contribuy al crecimiento de la participacin femenina en la poblacin econmicamente activa, especialmente en las dcadas de 1960 y 1970.

    El empleo en la industria creci desde cerca de 10.500.000 trabajadores en 1950 a cerca de veinte millones en 1970 y a alrededor de treinta millones en 1980. El mayor crecimiento se produjo en Brasil, Venezuela y Mxico, mientras que la Argentina, Uruguay y Chile tuvieron tasas menores. Los nuevos sectores industriales en especial, el complejo metalmecnica fueron un generador importante de empleo y la base para los movimientos obreros de los distintos pases.

    En trminos de la organizacin de los trabajadores, a partir de la posguerra se produjo un incremento importante de las tasas de sindicalizacin y un fortalecimiento del papel de los sindicatos en la vida social y poltica de cada pas. Esta expansin de efectivos, de importancia y de fondones del sindicalismo se dio en un contexto de fuerte regulacin estatal de las relaciones laborales y de las organizaciones sindicales. Dentro de esta tendencia general, pueden observarse variaciones importantes segn los pases y segn los momentos.

    Brasil y Mxico fueron ejemplos de un estricto control del movimiento obrero por parte del Estado. Pero, incluso en estos casos, los cambios en las coyunturas econmicas o polticas se tradujeron en mayores o menores mrgenes de autonoma y en ganancias o prdidas para los trabajadores y sus organizaciones. As, por ejemplo, durante los quince aos posteriores al Estado novo brasileo, los sindicatos formaron parte de una aceitada maquinaria de control estatal, con un peso creciente del sindicalismo en actividades asistenciales y con el afianzamiento de una direccin sindical fuertemente burocratizada y conservadora. En los aos de la presidencia de Joao Goulart (1961-1964) se agudizaron los conflictos sociales y polticos, y el movimiento obrero adquiri mayor presencia y combatividad. Con el golpe militar de 1964, la gran mayora de los sindicatos fue intervenida y sus lderes fueron desplazados.

    La situacin del sindicalismo bajo los gobiernos de Juan Domingo Pern (1945-1955) en la Argentina se ajust a esta pauta de fuerte regulacin estatal de las relaciones laborales y de la vida sindical, en un contexto de expansin de los servicios sociales para los trabajadores. A partir del derrocamiento de Pern, las organizaciones sindicales ganaron en autonoma y en influencia poltica a partir de una estrategia que combinaba una importante capacidad de organizacin y movilizacin con un pragmatismo en sus relaciones con los gobiernos y con los empresarios.

    En otros pases latinoamericanos, la pauta de relacin entre sindicatos, empresarios y Estado se acerc ms a un sistema de relaciones laborales y de organizacin sindical ms liberal, en el que los gobiernos intervenan menos en los conflictos entre empresarios y trabajadores -y, por lo general, respaldaban las posiciones de los primeros- y no buscaban de manera sistemtica la cooptacin de las organizaciones sindicales.

    EXPANSIN EDUCATIVA Y MODERNIZACIN CULTURAL

    Los aos del desarrollo hacia adentro -especialmente a partir de la segunda mitad de la dcada de 1950- fueron una poca de modernizacin social y cultural. A semejanza de lo que ocurra con la actividad econmica -en donde coexistan orientaciones fuertemente nacionalistas y estatistas con una clara apertura hacia el capital extranjero y una preferencia por el modelo de desarrollo estadounidense-, en el terreno cultural se manifestaban corrientes de afirmacin de una cultura nacional y, al mismo tiempo, de adopcin de modelos inspirados en la experiencia contempornea de los pases industrializados del Atlntico norte.

    Las tendencias de crecimiento de la poblacin joven y urbana fueron acompaadas por una notable expansin de la cobertura de los sistemas educativos nacionales. La primera manifestacin de esta tendencia fue la reduccin de la tasa de analfabetismo. En 1950, la proporcin de la poblacin analfabeta de ms de quince aos era del 50 por ciento en Brasil y del 43 por ciento en Mxico; treinta aos ms tarde el porcentaje se haba reducido al 25,5 y al 16 por ciento respectivamente. Esta reduccin era una muestra de los avances de la escolarizacin bsica, que ampli su cobertura aunque mantuvo elevados ndices de fracaso escolar.

    Al mismo tiempo, se produjo una muy notoria expansin de la educacin media y de la universitaria. En 1960, la poblacin con entre siete y doce aos de estudio era de cerca del 15 por ciento en la Argentina, del 5 por ciento en Brasil y del 7 por ciento en Mxico. En 1980, la proporcin se haba triplicado en los tres pases.

    Tambin en 1980, la tasa neta de escolaridad de los nios de seis a once aos era del 82 por ciento. La escuela secundaria cubra al 63 por ciento de los jvenes -cuadruplicando la proporcin de 1960-, mientras que un 24 por ciento de los jvenes de dieciocho a veintitrs aos cursaba estudios en instituciones de educacin superior.

    La emergencia de una clase media con estudios secundarios o terciarios -de diferente peso segn los pases- y con ocupaciones en los sectores modernos de los servicios y de la industria fue un factor clave para la difusin de unas pautas de consumo y de vida que replicaban las de Estados Unidos.

    c) Populismos y desarrollismo

    LA IMPRONTA POPULISTA

    La modalidad descripta de relacin entre el Estado y los trabajadores urbanos en varios pases latinoamericanos a partir de la posguerra y, en algunos casos desde antes, como el Mxico de Crdenas ha sido frecuentemente conceptualiza-da bajo la categora de populismo. Si bien el trmino 'populismo' ha sido utilizado de manera demasiado amplia e imprecisa designando a partidos, movimientos, regmenes, lderes, ideologas, programas de gobierno u orientaciones de poltica econmica, en un arco temporal que puede abarcar desde principios del siglo XX hasta la actualidad, lo que le ha quitado utilidad, creemos que puede aplicarse con

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    provecho para dar cuenta de un tipo de rgimen poltico caracterstico de una coyuntura que se abri a partir de la crisis de 1930 y se cerr a mediados de la dcada de 1950.

    Se trata de regmenes surgidos en momentos de transicin hacia una sociedad ms industrializada y ms urbanizada, en la que los perfiles de clase no se encuentran cristalizados y los Estados establecen una relacin directa con los sectores populares. Como ha sealado Francisco Weffort (1978) para el populismo brasileo, "todas las organizaciones importantes que se presentan como mediacin entre el Estado y los individuos son, en verdad, antes anexos del propio Estado que rganos efectivamente autnomos". En este sentido, las pautas de relacin entre Estado y sociedad forjadas bajo los regmenes populistas han tenido una continuidad significativa, que trascendi la vigencia efectiva de esos regmenes.

    Los casos de Pern y de Vargas suelen presentarse como las expresiones ms claras de regmenes populistas. Jos Mara Velasco Ibarra (1934-193 5, 1944-1947, 1952-1956yl960-1961)y Lzaro Crdenas (1934-1940) en Mxico tambin aparecen como ejemplos de populismo. En cualquier rgimen populista, esta pauta de incorporacin de los sectores populares al Estado supone un intercambio entre las lites a cargo del aparato estatal y los sectores populares. El contenido de este intercambio vari segn los pases y las coyunturas. En general, los actores principales del intercambio fueron grupos urbanos, favorecidos por la expansin de la industria y del sector pblico. La excepcin fue el cardenismo, cuyas polticas distributivas tuvieron como destinatario principal al campesinado mexicano. En el caso argentino, en los primeros aos del gobierno de Pern se produjo una importante transferencia de ingresos hacia los asalariados urbanos. Las polticas populistas condujeron en muchas ocasiones a una fuerte polarizacin poltica y social, que puso en entredicho la supervivencia de los gobiernos.

    LA OBSESIN POR EL DESARROLLO

    Hacia mediados de la dcada de 1950, se afirmaron en Amrica Latina un conjunto de ideas acerca de la situacin de los distintos pases y unas orientaciones polticas que pueden agruparse bajo el nombre de desarrollismo. La preocupacin por el desarrollo fue desde ese momento y, durante ms de veinte aos, el sustrato comn de las propuestas polticas de la mayora de los gobiernos latinoamericanos.

    La preocupacin por el desarrollo estaba, sin duda, ligada a la difusin del aumento de la capacidad de consumo de amplios sectores de la poblacin de los pases industriales, sobre todo de Estados Unidos. En muchos pases latinoamericanos se generaliz la conviccin de que era necesario y posible alcanzar los niveles de prosperidad y bienestar de los que gozaban los pases desarrollados. Para ello pareca imprescindible un esfuerzo nacional con una conduccin estatal moderna y decidida.

    La nocin de desarrollo remita a una prioridad por la acumulacin de capital y el crecimiento industrial, y las polticas desarrollistas descansaban sobre una alianza entre lites estatales, empresas multinacionales y burguesas nacionales. La legitimidad de

    estas polticas dependa, en buena medida, de su eficacia en generar crecimiento y de su capacidad de mantener bajo control a los sectores medios y populares. En esta direccin, los gobiernos desarrollistas por lo general difundieron una ideologa de integracin nacional, que retomaba temas de los gobiernos populistas.

    Asimismo, la ideologa de la integracin nacional tena un fuerte componente territorial: se trataba de expandir los sistemas de transporte y de comunicacin para vincular regiones hasta ese momento aisladas. La construccin de la carretera transamaznica fue el ejemplo ms notable de esta preocupacin. Adems de transportes y comunicaciones, se ensayaron planes de desarrollo regional.

    El desarrollo era una aspiracin compartida por movimientos y grupos polticos e intelectuales de orientaciones muy diversas. De hecho, polticas que priori-zaban los temas bsicos del desarrollo fueron llevadas adelante por gobiernos democrticos y por dictaduras.

    La formulacin ms ambiciosa y expresiva de este clima de ideas fue, probablemente, la del gobierno de Juscelino de Oliveira Kubitschek (1956-1961). La consigna fundamental de la campaa que lo llev a la presidencia de Brasil en 1955 fue la de hacer en cinco aos de gobierno lo que, en condiciones normales, deba tomar cincuenta aos. En esa meta se condensaban dos de los componentes bsicos de las aspiraciones desarrollistas. Por un lado, la conciencia de dficits fundamentales en la economa y en la sociedad brasileas. En su libro Por qu constru Brasilia, Kubitschek (1975) afirmaba que, "para que se tenga una idea de cmo era la situacin brasilea a comienzos de 1956, por medio de algunas estadsticas com-parativas, basta decir que, en el ao anterior, Brasil produjo un milln de toneladas de acero, mientras que Estados Unidos produjo 120 millones; Brasil tena una produccin de tres millones de kilowatios de energa en comparacin con los 150 millones de Estados Unidos; Brasil tena ochocientos kilmetros de rutas pavimentadas y Estados Unidos, siete millones de kilmetros; Brasil an no produca ningn automvil y Estados Unidos estaba fabricando siete millones".

    Por otra parte, en esta misma apreciacin se encontraba implcita una visin optimista de las posibilidades de resolver los enormes dficits del Brasil: la conciencia de la distancia entre los pases latinoamericanos y los pases desarrollados y, a la vez, la confianza en la capacidad para cubrir esa brecha.

    En las versiones predominantes, el desarrollo se identificaba con la industrializacin. La difusin de la industria a travs de un papel muy activo de los Estados nacionales era la va urea para salir del subdesarrollo.

    Los gobiernos desarrollistas procuraron resolver algunos de los problemas crticos de las economas latinoamericanas. Para ello, deban afrontar tanto el problema de la escasez de capitales como el de la eficacia en su utilizacin. Una de las fuentes principales para el incremento de la inversin provino del extranjero. A partir de la sancin de legislaciones favorables al capital extranjero en un contexto en el que las empresas norteamericanas estaban dispuestas a invertir en la regin, se estableci un importante flujo de inversin extranjera directa. Adems, los organismos multilaterales de crdito el Banco Mundial y, posteriormente, el Banco Interamericano de Desarrollo- contribuyeron a aumentar la disponibilidad de recursos financieros para los pases latinoamericanos.

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    Estas corrientes de financiamiento y esta reorientacin de las polticas econ-micas de los pases latinoamericanos en direccin de una mayor apertura hacia el capital norteamericano fueron reforzadas por una importante iniciativa del go-bierno del presidente John E Kennedy (1961-1963). La Alianza para el Progreso fue un intento de impulsar el crecimiento econmico de la regin, de promover algunos cambios estructurales-especialmente, en el sector agrario-y de fortalecer la democracia. En buena medida, esta iniciativa buscaba responder a la amenaza de difusin de la Revolucin cubana, con una combinacin de apoyo financiero, asis-tencia tcnica y respaldo poltico a los gobiernos constitucionales de la regin.

    Este intento de reformas con ayuda norteamericana perdi impulso rpida-mente. Por una parte, Estados Unidos dej de priorizar el apoyo a las democracias para limitarse a sostener a los gobiernos aliados. El propio Kennedy defendi esta reorientacin cuando, refirindose a la poltica a seguir frente al dictador domini-cano Hctor B. Trujillo, afirm que: "Hay tres posibilidades, en orden descendente de preferencia: un rgimen decente y democrtico, una continuacin del rgimen de Trujillo, o un rgimen castrista. Nosotros tenemos el deber moral de apuntar al primero pero, en realidad, no podemos renunciar al segundo hasta estar en con-diciones de evitar el tercero".

    Adems, el flujo de fondos no fue de la magnitud esperada, y las exigencias impuestas para acceder al financiamiento estadounidense -que, bsicamente, su-ponan el uso de los fondos de la Alianza para favorecer el comercio exterior de Estados Unidos- provocaron reacciones negativas en varios pases latinoamerica-nos. En cierto modo, el impacto de las corrientes de financiamiento externo fue mayor en aquellos pases que tenan programas de reforma propios y que contaban con capacidad tcnica y poltica para llevarlos adelante.

    LAS REFORMAS AGRARIAS

    Uno de los temas en los que insisti la iniciativa estadounidense fue el de la transformacin de la estructura agraria de la mayora de los pases latinoamerica-nos. En la dcada de 1960, la reforma agraria se convirti en una cuestin recu-rrente en la agenda de los gobiernos latinoamericanos. Los argumentos para justi-ficar su necesidad eran variados. La reforma poda ser vista como un componente imprescindible de la modernizacin de las economas latinoamericanas; la redis-tribucin de la tierra implicara, desde este punto de vista, una va para la mejora de la productividad agraria y un alivio para la necesidad de alimentos de una po-blacin urbana en expansin. Un argumento complementario enfatizaba el papel de la distribucin de la riqueza en la creacin de un mercado nacional. Desde otro punto de vista, la reforma agraria era un instrumento para disminuir el poder y la influencia de los terratenientes. Los tcnicos ligados a los equipos de planificacin econmica vean en esta reforma uno de los bancos de prueba ms importantes para la planificacin del desarrollo. Pero, adems, era considerada un requisito bsico para resolver los problemas de desigualdad y de pobreza en el mundo rural latinoamericano.

    Las reformas agrarias ms profundas y efectivas estuvieron ligadas a las revolu-

    ciones. Tal fue el caso de la mexicana, la boliviana, la cubana y la nicaragense. Tambin se realizaron reformas importantes en Chile bajo los gobiernos de Eduardo Frei (1964-1969) y de Salvador Allende (1970-1973) y en Per, bajo el gobierno del general Juan Velasco Alvarado (1969-1975). Reformas de menor envergadura fueron llevadas adelante en Venezuela, Colombia, Costa Rica, Panam, El Salva-dor, Repblica Dominicana, Costa Rica, Honduras y Uruguay. Los terratenientes brasileos se resistieron con xito a estas iniciativas, mientras que en la Argentina la reforma agraria nunca lleg a constituir un tema poltico importante.

    La redistribucin de la tierra no fue la nica iniciativa adoptada por los gobier-nos latinoamericanos para afrontar los problemas agrarios. Otras medidas que probablemente tuvieron un mayor impacto sobre la productividad agraria que el reparto de tierras estuvieron orientadas a la mejora de la calidad de las semillas, al desarrollo de sistemas de riego y a la difusin de tcnicas de manejo de suelos. Adems, muchos gobiernos preocupados por los dficits productivos del sector agrario intervinieron activamente a travs del uso del crdito agrcola, de polticas de precios bajos para los insumos agrcolas y de la asistencia tcnica en aspectos de organizacin de la produccin y de la comercializacin.

    INESTABILIDAD Y CONFLICTOS POLTICOS

    Durante los quince aos posteriores a la guerra, en la mayor parte de los pases latinoamericanos se mantuvo una pauta de inestabilidad poltica, con peridicas inte- rrapciones del orden constitucional. El fin de la Segunda Guerra supuso el descrdito de las opciones autoritarias en Amrica Latina y una revalorizacin de la democracia representativa, apoyada por la influencia norteamericana. En este contexto, varios pases latinoamericanos iniciaron procesos de apertura poltica. La cada de Vargas o la salida electoral del rgimen instaurado en 1943 por los militares argentinos son muestras de esta tendencia. Al mismo tiempo, ejemplifican bien sus lmites: tanto la sucesin de Vargas como la de los militares argentinos tuvieron ms elementos de continuidad que de ruptura con el gobierno precedente.

    La combinacin de conflictos dentro de las lites, de dificultades de esas elites para mantener su hegemona en un contexto de creciente movilizacin de sectores urbanos medios y populares, y una presencia constante de los militares como actores polticos, se tradujo en inestabilidad poltica y recurso a los gobiernos de fuerza en la mayora de los pases latinoamericanos.

    En buena parte de la regin, los aos de la posguerra estuvieron marcados por conflictos violentos y golpes de Estado. En 1948, el asesinato del lder liberal co- lombiano Jorge Elicer Gaitn condujo a una masiva insurreccin popular en la capital y a un recrudecimiento de la violencia en las reas rurales, que se extendi por ms de dos dcadas. En ese mismo ao, en Per un golpe derechista instal en el gobierno al general Manuel Odra y en Venezuela el coronel Marcos Prez. Jimnez instaur una dictadura.

    La reforma agraria guatemalteca iniciada en 1952 fue abortada por un movi-miento militar instrumentado por el gobierno de Estados Unidos y financiado por la United Fruit, que derroc al gobierno de Jacobo Arbenz en 1954.

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    Tambin en 1954, en medio de una fuerte polarizacin poltica, Getulio Vargas se suicid.

    Un ao ms tarde, un movimiento cvico-militar derroc al segundo gobierno de Juan Domingo Pern en la Argentina, y proscribi al peronismo.

    En Amrica Central, la cada en 1944 de las dictaduras del salvadoreo Maximiliano Hernndez Martnez y del guatemalteco Jorge Ubico alent las expectativas de democratizacin. Esas expectativas se cumplieron parcialmente. Costa Rica se afirm como una democracia dirigida por gobiernos reformistas. En Guatemala, las experiencias de reforma llevadas adelante por los gobiernos de Juan Jos Arvalo y Jacobo Arbenz se vieron frustradas por el golpe de 1954.

    Sin embargo, varios pases latinoamericanos consiguieron mantener la vigencia de la democracia constitucional. Uruguay y Chile lograron establecer regmenes constitucionales hasta la dcada de 1970. Costa Rica constituy tambin una notable excepcin, que contrast con el panorama centroamericano. Despus de la guerra civil de 1948, los grupos que triunfaron establecieron una Constitucin que, entre otras cosas, suprimi el ejrcito, organiz un tribunal electoral independiente, nacionaliz la banca y promovi la educacin pblica y el cooperativismo. El orden democrtico se afirm a partir de entonces, contrastando vivamente con la persistencia de las dictaduras y de los conflictos armados en el resto de Amrica Central. Entre las razones del xito costarricense, suele destacarse una distribucin de la tierra bastante igualitaria. Asimismo, el talento poltico de Jos Figueres Ferrer -el principal lder del pas en las dcadas de 1940 y 1950- contribuy decisivamente a afirmar el programa de la Constitucin de 1949.

    En 1952 una rebelin popular instal en el gobierno de Bolivia al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), que haba triunfado ampliamente en las elecciones y haba sido desplazado por un movimiento militar. El gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario, encabezado por Vctor Paz Estenssoro, cont con el apoyo del sindicato de los mineros del estao y llev a cabo una importante reforma agraria, que reparti alrededor de diez millones de hectreas entre doscientas mil familias.

    El derrocamiento en 1959 del dictador cubano Fulgencio Batista y el ascenso al poder de los jvenes lderes de la guerrilla encabezados por Fidel Castro tuvo un enorme impacto sobre la poltica latinoamericana de las dos dcadas siguientes. Especialmente a partir del enfrentamiento con Estados Unidos, el acercamiento a la Unin Sovitica y la proclamacin por parte de Castro de su condicin de mar-xista-leninista, la Revolucin cubana se convirti en un modelo a imitar o en una amenaza a conjurar.

    EL PAPEL CRECIENTE DE LAS FUERZAS ARMADAS

    La reaccin norteamericana ante el alineamiento del gobierno cubano con la Unin Sovitica condujo a un cambio en el patrn de intervencin de los militares en la vida poltica de la mayora de los pases latinoamericanos. El Pentgono suministr entrenamiento y ayuda militares y, adems, contribuy a redefinir los conceptos estratgicos bsicos de los ejrcitos nacionales.

    La llamada "Doctrina de la Seguridad Nacional" provey a los militares lati-

    noamericanos una justificacin general para su intervencin en la vida poltica. De acuerdo con la premisa de las "fronteras ideolgicas", el enemigo al que las fuerzas armadas deban enfrentar estaba dentro de las propias fronteras nacionales y se identificaba con todos aquellos que profesaran ideas contrarias a las que los propios militares definan como legtimas.

    Esta tendencia de las fuerzas armadas a considerarse como el garante ltimo de la integridad nacional puesta en peligro por el espectro omnipresente de la amenaza comunista otorg a las intervenciones militares un tinte paranoico y fuertemente represivo. La amenaza comunista no se encontraba, desde la perspectiva de los militares, circunscripta a los pequeos partidos comunistas del continente; ni siquiera se detena en los a veces ms numerosos y activos militantes de otras corrientes de izquierda. El enemigo de los militares era definido en trminos1 ms culturales que sociopolticos. Dentro de esa definicin, paradjicamente, a veces ocupaban un lugar ms destacado las transformaciones en las costumbres difundidas desde los pases capitalistas desarrollados que las acciones efectivas de los grupos de la izquierda radi-calizada. Para la concepcin dominante entre los militares, entonces, la difusin del uso de pldoras anticonceptivas era, en cierto modo, una introduccin a la poltica revolucionaria tan eficaz como los escritos de Ernesto "Che" Guevara.

    3. Crisis econmica, transicin democrtica y persistencia de las desigualdades

    a) Crisis y reestructuracin de las economas latinoamericanas

    LAS SEALES DEL AGOTAMIENTO, LA CRISIS DE LA DEUDA Y LA "DCADA PERDIDA"

    Las orientaciones de poltica econmica posteriores a la crisis de 1930 haban descansado sobre el supuesto de la imposibilidad de confiar en la expansin de las exportaciones de productos primarios como motor del crecimiento de las economas latinoamericanas. Antes que una opcin a priori de los grupos dirigentes latinoamericanos, el desarrollo hacia adentro haba sido una necesaria adaptacin a circunstancias que quedaban fuera del control de esos grupos. El xito de esta opcin contribuy a desalentar otras alternativas y a mantener el mismo patrn de desarrollo.

    Sin embargo, hacia la dcada de 1960 se manifest con nitidez que la solucin adoptada treinta aos antes mostraba insuficiencias serias. Los problemas de balanza de pagos eran la expresin ms acabada de esas insuficiencias. Las dificultades del sector externo de la economa revelaban los desequilibrios del patrn de desarrollo predominante, que combinaba -en proporciones variables segn cada pas- tres factores: un sector industrial en crecimiento -pero con una baja productividad en relacin con la de los pases desarrollados- y muy orientado hacia los mercados internos, una fuerte dependencia de insumos importados y un insuficiente, desempeo de las exportaciones de productos primarios.

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    Con todo, estos problemas no eran percibidos como amenazas profundas a un modelo de crecimiento sino, ms bien, como una tendencia al estancamiento o a un insuficiente dinamismo, o a un crecimiento irregular, jalonado por crisis peri-dicas. Para hacer frente a estas cuestiones, los gobiernos ensayaron diversas medi-das. Por una parte, varios gobiernos llevaron adelante intentos de ampliar los mer-cados de destino de las producciones nacionales por la va de procesos de integra-cin regional, de bsqueda de nuevos mercados o de ampliacin de la presencia de las exportaciones de los pases latinoamericanos en los mercados noratlnticos. Por otra, varios pases ensayaron lneas de promocin de las exportaciones, tanto agromineras como industriales. Esta estrategia tuvo algunos xitos en la expansin de exportaciones industriales, pero no alcanz a modificar las orientaciones bsi-cas de las economas latinoamericanas: el porcentaje del PBI representado por las exportaciones se mantuvo entre 1960 y 1980 con muy pequeas variaciones. Los intentos de promocin de las exportaciones primarias corrieron una suerte similar a las de productos industriales, a pesar del nivel de precios que alcanzaron muchos productos en la dcada de 1970. La presencia estatal continu en aumento. La participacin en el PBI del poderoso sector de empresas pblicas creci de manera sostenida y contribuy al mantenimiento de altas tasas de inversin en las dcadas de 1960 y 1970.

    El modelo de industrializacin sustitutiva en economas cerradas, con merca-dos limitados en su expansin por una desigual distribucin del ingreso y con re-currentes problemas de financiamiento, encontr en la segunda mitad de la dcada de 1970 una posibilidad de sobrevida. La expansin del mercado de petrodla-res y la desregulacin de los mercados financieros (vase captulo 8) facilitaron el flujo de un ancho caudal de dinero hacia los pases latinoamericanos.

    Los prstamos de bancos privados -con intereses bajos y sin condicionamientos-crecieron abruptamente, y los prsta