Capítulo 4: Un día libre

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1 Capítulo Cuarto: Un día libre. - ¡Hey, Keitsuke! - me gritaba Tamaki, algo enfadado - ¡Venga, tío! ¡Vamos, que ya estamos listos! Cerré el libro, intentando recordar toda esa nueva información para mí. En estos veinte minutos que llevaba en la habitación, esperando que la chica se tomase una ducha me había entretenido tanto leyendo el libro que resolvía mis dudas mientras me creaba otras nuevas que ni el ruido que el chico que estaba conmigo hacía mientras desplegaba una tercera cama en el cuarto me distrajo. Me disculpé, levantando la vista de la portada del libro y volviéndolo a colocar en la estantería, entre dos libros cualesquiera para ver a dos personas esperándome, aunque mi vista sólo se dirigía a la chica. Su brillante pelo, de color rojo, me llamaba la atención. También reparé en sus ojos, grandes y azules, remarcados con una raya de color negro, casi imperceptible, en el párpado inferior, el único maquillaje que llevaba... Aunque no parecía serlo. Me picó la curiosidad, pero mi rápida mirada siguió el resto de su cuerpo. Llevaba una camisa de color negro, con volantes, y con más botones abiertos de los que las hormonas de Tamaki podrían soportar. El contorno de la chica se cerraba para volverse a ensanchar dejando ver una falda no demasiado larga de color rojo, con las decoraciones en negro, igual que las medias que llevaba. Su vestimenta la culminaba unas botas de apariencia pesada y una pulsera que pude reconocer como el Neocell en su muñeca derecha. - Bueno, vamos - sugerí, cambiando la camiseta que llevaba por algo un poco más elegante para la ocasión - Sí, está bien así - es lo único que alcancé a decir. No sabía si era buena idea halagar a la chica, así que me limité a quedarme callado. - Oh, nuestro primer día como grupo - canturreaba Tamaki mientras hacía un esfuerzo por mirar el escote de la chica sin que se diera cuenta, con un sonoro tortazo como respuesta. - Ya me avisaron de ti - rió la chica, a carcajadas - No podrías ser alguien más normal como tu hermano, no. Espero que tú seas mejor - me sonrió. - Maldito buitre - rompimos los tres a reír. Era... ¿Felicidad? No, un extraño sentimiento me seguía reconcomiendo por dentro, recordándome la falta de mis mejores amigos. ¿Qué era entonces? ¿Alegría? Había conocido a unos chicos geniales en esos últimos días. Aunque me doliera lo que pasó, me alegraba que las cosas fueran bien aquí. Pero deseaba tenerlos conmigo. Mi mente intentó expulsar esos pensamientos dirigiéndome a otro en el que aún no había reparado. Nuestro "mentor". Tamaki estaba casi seguro de quién sería. Sin duda, tendría que preguntarle. Sekai – Capítulo Cuarto: Un día libre © Habimaru '09-10. http://habimaru.co.cc

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Así que para vencer la próxima vez, hasta el final tendré que guardar ese tarro de E~~

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Capítulo Cuarto: Un día libre.

- ¡Hey, Keitsuke! - me gritaba Tamaki, algo enfadado - ¡Venga, tío! ¡Vamos, que ya estamos listos!

Cerré el libro, intentando recordar toda esa nueva información para mí. En estos veinte minutos que llevaba en la habitación, esperando que la chica se tomase una ducha me había entretenido tanto leyendo el libro que resolvía mis dudas mientras me creaba otras nuevas que ni el ruido que el chico que estaba conmigo hacía mientras desplegaba una tercera cama en el cuarto me distrajo.

Me disculpé, levantando la vista de la portada del libro y volviéndolo a colocar en la estantería, entre dos libros cualesquiera para ver a dos personas esperándome, aunque mi vista sólo se dirigía a la chica. Su brillante pelo, de color rojo, me llamaba la atención. También reparé en sus ojos, grandes y azules, remarcados con una raya de color negro, casi imperceptible, en el párpado inferior, el único maquillaje que llevaba... Aunque no parecía serlo. Me picó la curiosidad, pero mi rápida mirada siguió el resto de su cuerpo.

Llevaba una camisa de color negro, con volantes, y con más botones abiertos de los que las hormonas de Tamaki podrían soportar. El contorno de la chica se cerraba para volverse a ensanchar dejando ver una falda no demasiado larga de color rojo, con las decoraciones en negro, igual que las medias que llevaba. Su vestimenta la culminaba unas botas de apariencia pesada y una pulsera que pude reconocer como el Neocell en su muñeca derecha.

- Bueno, vamos - sugerí, cambiando la camiseta que llevaba por algo un poco más elegante para la ocasión - Sí, está bien así - es lo único que alcancé a decir. No sabía si era buena idea halagar a la chica, así que me limité a quedarme callado.

- Oh, nuestro primer día como grupo - canturreaba Tamaki mientras hacía un esfuerzo por mirar el escote de la chica sin que se diera cuenta, con un sonoro tortazo como respuesta.

- Ya me avisaron de ti - rió la chica, a carcajadas - No podrías ser alguien más normal como tu hermano, no. Espero que tú seas mejor - me sonrió.

- Maldito buitre - rompimos los tres a reír.

Era... ¿Felicidad? No, un extraño sentimiento me seguía reconcomiendo por dentro, recordándome la falta de mis mejores amigos. ¿Qué era entonces? ¿Alegría? Había conocido a unos chicos geniales en esos últimos días. Aunque me doliera lo que pasó, me alegraba que las cosas fueran bien aquí. Pero deseaba tenerlos conmigo.

Mi mente intentó expulsar esos pensamientos dirigiéndome a otro en el que aún no había reparado. Nuestro "mentor". Tamaki estaba casi seguro de quién sería. Sin duda, tendría que preguntarle.

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- ¡Oh! - dijo sorprendida la chica - Una foto de tu hermano.

- Y mía - interrumpió - Salimos los dos en la foto, ¿eh?

- Mira, Keitsuke - me señaló al chico que aparecía en la foto con Tamaki, ignorando el comentario del chico - ¿Le conoces?

- He oído hablar de él... Pero no sabía que fuese el de la foto.

- Anda, vámonos - tiraba de nosotros Tamaki - Reiji por aquí, Reiji por allá...- se quejaba enfadado - Y a mí nadie me quiere

Salimos de la habitación, arrastrados por el chico de pelo grisáceo, en silencio. Bajamos sin decir palabra. Tamaki salió corriendo al ver a Selene y a Luna, abrazándolas efusivamente.

- ¿Qué le habrá picado a este tío? - preguntó.

- Ni idea - me encogí de hombros, estático en el sitio, viendo cómo reían las chicas con Tamaki un poco más adelante.

- Por cierto... - la pelirroja miró hacia el cielo, luminoso y despejado - ¿Y esa foto tuya? ¿Quiénes son?

- El chico se llama Takuya - suspiré - Mi mejor amigo. Y la chica es Kyoko...

- Déjame adivinar - rió - ¿Tu novia?

- No - respondí cabizbajo, con un dèja vu de la misma conversación que tuve con Tamaki.

- Hacéis buena pareja - reparó - Es muy mona.

- Lo siento, es un tema del que no quiero hablar... - susurré, y, para cambiar de tema, añadí - ¿Y qué hay de ti? Se me hace extraño que sepas tanto. Incluso conoces al hermano de Tamaki.

- Je, je - rió.

- ¿Qué es tan gracioso? - pregunté.

- Na-da - canturreó imitando a Tamaki - Es un se-cre-to...

- Parece que todo lo que me rodea aquí es secretismo - miré hacia otro lado.

- Yo también diría que te rodea mucho misterio - sonrió, tocándome el hombro - Tenía razón, eres un chico muy interesante.

- Eh, tú, Tamaki - le grité, algo molesto por su actitud - Tú me dirás qué vamos a hacer.

- Vamos a comer - contestó en su tono bromista de siempre, mientras hacía cosquillas a una de las hermanas - Selene y Luna vienen con nosotros.

- Genial - susurré a la chica - ¿No se supone que nos dejaban el día libre para conocernos?

- Tampoco me importa mucho. De él ya he oído hablar lo suficiente - me pasó el brazo por encima del hombro y añadió, risueña - Prefiero conocerte a ti... Aunque algo también he oído.

- Bien... - respondí algo ofuscado - Aquí todo el mundo me conoce pero yo no conozco a nadie.

- Sólo te conozco de haber oído un par de veces sobre ti, siquiera sabía tu nombre.

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Seguimos caminando, hacia el comedor, sin parar de conversar sobre tonterías sin importancia. Hanako parecía una chica bastante agradable, y, aunque supiera bastante más que yo sobre Sekai, en algunos aspectos se la veía confusa.

- Dime... ¿Cómo te esperabas Sekai? - preguntó.

- Directamente... No me lo esperaba. - bufé - Un día tienes tu vida tan normal y al siguiente andas metido aquí.

- Debe ser doloroso, sí. Yo me lo imaginaba... Quizá... Menos bonito. Me ha sorprendido gratamente la arquitectura, y ese bonito parque que hay frente a las habitaciones es precioso - cruzó el arco de la puerta del comedor - Y... Oh, ésto sí que no me lo esperaba - dijo atónita, mirando alrededor la decoración del lugar, que días antes me impresionó también a mí.

Nos dirigimos a la barra para llevarnos la sorpresa de que Tamaki ya había pedido por nosotros. Nos esperaban unos enormes tazones de ramen en la encimera.

- Oh, una cara nueva - sonrió Sayuri - ¿A qué nombre la debo asociar, ricura?

- Hanako - esbozó una sonrisa - Encantada.

- Bonito nombre - se empezaba a llenar la barra de gente - Encantada, ya nos veremos, tengo mucho trabajo - le lanzó un beso - Y encantada de verte a ti también, Keitsuke.

Tamaki, Selene y yo subimos las escaleras, siguiendo la sugerencia de las chicas de almorzar en la terraza, con cuidado de no derramar los cuencos, mientras que las otras dos chicas cargaban varias jarras de refresco. Buscamos unos asientos cercanos a la barandilla, desde donde se gozaba de buenas vistas. Tamaki se sentó junto a la chica de pelo claro. Yo tomé asiento en el otro lado de la mesa, donde encontraron sitio las dos chicas restantes, que llevaban una jarra en cada mano.

Me apresuré a servirme un vaso de refresco de piña, que se había vuelto rápidamente uno de mis favoritos. El vapor que emanaba el cuenco me llenaba los pulmones dejando una agradable sensación por el camino. Los demás sintieron lo mismo, ya que suspiramos casi al unísono.

- Mirándoos la cara a los dos, parecéis hermanitos - rió Luna - Facciones similares, el mismo color de pelo...

- ¿Hermanitos? - dudé, risueño - Yo me decantaría más por la respuesta "parejita" - mi comentario hizo sonrojar a las dos chicas e hizo al afectado mover los brazos como un loco negando nada. Hanako sólo me miraba, sonriente - Venga, que tampoco es para tanto, sólo era una bromita inocente.

- Creo que ahí hay algo - me susurraba Hanako al oído mientras yo me limitaba a separar un par de palillos para empezar a comer.

- ¿Qué le estás diciendo? - preguntaba Tamaki muy indignado - ¡Agh!

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- No es asunto tuyo - imité su usual tono burlesco, para hacerle enfurecer un poco más. Me divertía.

- ¿Un poco de zumo? - ofrecía Selene para desviar la conversación, algo sonrosada aún.

- ¿Dónde estás mirando? - gritó Luna, algo indignada, al percatarse de lo que hacía Tamaki. Al instante, Hanako le había lanzado hábilmente un palillo a la cabeza, que rebotó lo suficiente como para poder agarrarlo al vuelo de nuevo y meterse algunos fideos en la boca.

- ¡Au! - soltó un alarido - Yo... Nada... Sois... Crueles...

- ¿Y qué tal las clases, chicas? - cambié de tercio para evitar más ensañamiento con el pobre Tamaki.

- Aburridas - bostezó la chica del pelo oscuro - Como siempre.

- Nosotros tampoco hemos hecho gran cosa aparte de tomar un café y conocer a esta chica tan guapa - canturreaba de nuevo Tamaki, ganándose unas miradas asesinas de las hermanas.

- Que no les has presentado - le reproché.

- Sí, desde lejos... Sí... - se excusaba - Lo dije, chicas... ¿Verdad?

- Pero no a Hanako - respondí al asentimiento de las chicas.

- Hanako, perdona. Con tanta actividad no te he presentado a las chicas.

- La del pelo oscuro es Luna, ya se presentó antes - sonrió - Y su hermana es... ¿Selene, me dijiste?

- Sí - asintió con la cabeza, mientras maldecía entre dientes que se le cayese un palillo.

- Ah, qué comida más rica - decía, divertida, Hanako, mientras bebía un poco de caldo.

El almuerzo prosiguió entre risas. Poco tiempo había pasado desde que les conocí, pero, sin duda, su compañía era agradable. Me pregunté, por un momento, qué me deparaba el futuro. Sacudí la cabeza. Quise aprovechar el momento.

- ¿Y qué vamos a hacer ahora? - preguntó Tamaki, alzando los palillos.

- Adivina qué necesito tomar después de comer - respondí.

- ¿Un helado? - contestó sarcásticamente.

- Pues entonces vamos a tomar algo, ¿no? - pregunté, ignorando su estupidez.

- Antes me gustaría descansar un poco - pidió Hanako, con un dulce tono de voz - ¿Podemos ir a ese parque tan bonito?

- De acuerdo - canturreó.

Recogimos rápidamente la mesa y fuimos al parque que estaba en frente de nuestras habitaciones. Tamaki se tumbó en el césped, junto a las dos hermanas, mientras que Hanako y yo nos montamos en los columpios.

- Oye, Keitsuke... - reía la chica mientras se balanceaba suavemente.

- Dime, Hanako.

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- Perdona que te sea tan directa... - cabizbaja, miraba la hierba - Pero... Háblame un poco de ellos... De tus amigos, quiero decir. Kyoko y Takuma...

- Takuya, querrás decir... - susurré algo pensativo - ¿Por qué quieres saber de ellos?

- Ya lo dice el refrán - sonrió - Dime con quién andas y te diré quién eres. Tengo bastante curiosidad en saber más sobre ti.

- No soy demasiado hablador - reí - Incluso ellos me consideraban a veces un libro cerrado.

- No me pareces tan poco hablador. Simplemente me pareces eso, cerrado. Como si...

- ...pudiera hablar de todo el exterior pero no pudiera articular palabra del interior - concluí - Sí, no es la primera vez que oigo algo así.

- Parecías feliz con ellos.

- Y en el fondo, lo era - asentí - Sólo tenía los problemas típicos de un adolescente... Y mírame ahora.

- Seguro que haces bien aquí, tranquilo. Además... ¿No es un buen cambio de aires? Ahora nos tienes a nosotros. Vale, llevamos poco tiempo en tu vida. Vale, los echas de menos. Pero estoy convencida de que lo superarás.

- Estás aquí voluntariamente, ¿no? - pregunté, algo dolido. Era muy fácil decirlo cuando no habías sido arrebatado de tu vida anterior.

- En parte, pero, sí. Estoy aquí porque quiero. Siempre me fascinó la idea de pertenecer a Sekai.

- Sé que Tamaki conocía Sekai porque nació aquí. Pero... ¿Y tú? - frené un poco el balanceo que llevaba, ya empezaba a distorsionar el sonido.

- Es cierto... No sabes quién soy - sonreía.

- Sé que conoces al hermano de Tamaki, del que todo el mundo habla pero del que nadie me cuenta nada - respondí seriamente - Ya me está empezando a molestar un poco.

- Todo tiene su explicación... - susurró dulcemente.

Reparé en algo que me hizo perder el hilo de la conversación. A sólo unos metros de nosotros, Tamaki estaba en el césped, revolcándose con las dos hermanas. Hanako gritó un comentario que me hizo reír y perder parcialmente el control del columpio, que chocó con el suyo. Intenté frenar, con poco éxito y caí hacia delante, frenando la caída con el brazo. La chica recuperó el control y bajó grácilmente. Ambos rompimos a reír, dejando de lado la conversación anterior.

Hanako me extendió su mano para ayudarme a levantar. Entre risas, pude incorporarme de nuevo. Su mano era cálida como su sonrisa y me hacía sentir tranquilo. Ya de pie, la solté con cuidado y sólo sonrió.

- ¡Ha sido tu culpa! - grité a Tamaki - ¡Me has distraído!

- Vuestra culpa, por cotillas - se levantaba de la hierba.

- Bueno, creo que ya habéis tonteado lo suficiente vosotros tres - les critiqué, dando una palmada en el hombro al chico.

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- Pero... - respondió una de las chicas algo sonrojada.

- ¡Ni peros ni nada! - contestó la pelirroja de una forma tajante.

- En fin - concluí - Necesito un café. Así que... Vamos ya.

Entramos a la cafetería y tomamos asiento en una mesa cercana a la ventana. Apareció la chica que ya habíamos visto esa misma mañana a tomarnos nota. Reparé un poco en su aspecto. Era una mujer adulta, probablemente ya entrando en la treintena. No era demasiado alta, aunque tampoco se le podría considerar baja. Llevaba su largo cabello castaño suelto, acompañado por un largo pañuelo de color amarillo pastel colgado del cuello. Bajo la parte izquierda de sus labios, tenía un pequeño lunar que contrastaba con la palidez de su piel.

- ¡Hey, Chihiro! - saludaba Tamaki, con total confianza - ¿Y Armando? ¿No está hoy aquí?

- Pues... - se llevó el bolígrafo que llevaba para apuntar los pedidos a la boca - Hace un rato que salió.

- Bueno, bastante raro es que le hayamos pillado aquí cuatro veces seguidas - rió.

- Decidme, ¿qué os pongo?

- A mí, ponme un expresso - pidió Hanako.

- Que sean cuatro - añadió Tamaki.

- Y a mí, por ser distinto a los demás, ponme un capuccino - sonreí.

- ¡Oído cocina! - respondió mientras apuntaba los pedidos en su pequeña libreta.

Una conversación trivial acompañó la espera. El aroma del café comenzaba a hacerse más latente conforme el sonido de la máquina se intensificaba. Al cabo de unos minutos, la mujer volvió a aparecer con una bandeja llena de tazas.

- Y, bueno - sorbí un poco de café - ¿Qué vamos a hacer ahora? Se supone que nos tendrías que enseñar el sitio y sólo conozco esta cafetería, maldito vago - reí.

- Bueno... - rechinó - Podríamos ver las tiendas... O ir al salón de ocio... O, yo qué sé. Esto tampoco es tan grande.

- ¿Tiendas? ¿Ahora? - resoplé - No, no necesito comprarme nada aún. Eso del ocio suena infinitamente mejor.

- Además - giraba su taza, ya vacía - Las tiendas más interesantes están cerradas hoy - bostezó.

- ¿Qué os parece a vosotras, chicas? - pregunté.

- Por mí... Genial - sonrió Luna.

- No tengo muchas ganas de comprar yo tampoco - respondió Selene.

- Creo que traje toda la ropa que necesitaba, pero quería mirar algo - Hanako sorbió lentamente su café y añadió - Pero, bah, da igual, ya mañana.

- ¿Decidido, entonces? - acabé mi capuccino de un sorbo - Pues vamos allá. Por cierto, la ronda de

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hoy la pago yo, me he levantado generoso - reí - Y no te rías, Takuya, que a ti te toca pagar la de esta no... Espera...

Le había llamado Takuya. Mi subconsciente me empezaba a jugar malas pasadas. Pero... Sólo por un momento... Lo había hecho. ¿Qué significaba ésto? ¿Realmente mi mente empezaba a reemplazar a mis amigos por estos nuevos conocidos? ¿O sólo se me había trabado la lengua?

- ¿Keitsuke? - me espabilaba un poco Tamaki zarandeándome de los hombros.

- Perdona - me limité a decir.

- Tranquilo, sé que no ha sido a cosa hecha - me dio una palmada en el hombro - Venga, vámonos a echar unas partidas y seguro que se te olvida esta gilipollez.

El lugar al que nos dirigimos no resultó estar tan lejos. Era uno de los edificios que estaban cerca del comedor, sólo que de espaldas a éste, por lo que no se veía un gran rótulo de neón con dibujos variados. El interior era aún más sorprendente. Al fondo se divisaban dos pantallas enormes que proyectaban imágenes desde unas consolas, mientras que a los lados se podían ver máquinas recreativas variadas, algunas de aspecto muy extraño. Había, también, futbolines, billares y algunos rings que pronto identifiqué como arenas de combate para los robots, y alguna que otra cosa más que, directamente, desconocía.

Me acerqué inmediatamente a las pantallas, atraído por su inmensidad. A una de ellas estaba conectada una consola que me parecía conocida, parecida a la que yo mismo tenía en casa, incluso de la misma marca, pero, sin duda, algo distinta, con muchos más puertos y mejores capacidades. Eché un vistazo a la pantalla, para llevarme una grata sorpresa.

- Esperad... ¡Este juego lo conozco yo! - exclamé, atónito ante la pantalla.

- Y claro que lo conoces... Es el famoso Digital Clash ver. 4. ¡Exportado hasta el último de los universos!

- ¿¡Versión cuatro!? - grité, alertado - Si hace sólo un año que salió la tercera versión.

- Alguna ventaja teníamos que tener los de aquí - reía.

- Pe...Pero... ¿Y tantos retrasos? Si ya estaba hecho... ¿Por qué tantos retrasos?

- No tengo ni idea de los retrasos de los que hablas, así que deja de calentarme la cabeza, tío. ¿Vamos a jugar o qué? - sacó una ficha de su bolsillo y la introdujo en una de las ranuras de la máquina.

La pantalla de selección de personajes, como era de esperar, contaba con muchas más casillas que la anterior entrega. Por temor a quedar en ridículo en mi primera partida, elegí a uno de los personajes que mejor utilizaba en el anterior juego.

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- Eh, ¿y las chicas? - reparé, mientras el cursor del chico elegía a un personaje que, por suerte, conocía.

- Supongo que estarán con algún juego, o mirando los peluches en el garfio. Bah, da igual. ¿Objetos?

- Bajo, y los regulados. ¿Alguno nuevo del que deba saber antes de que me crujas el lomo?

- Veamos... Lata de energía, la desactivo. ¿Rayo paralizador?

- No me gusta cómo suena, quítalo - reía.

- Ahora... ¿Escenario?

- Uno que sea más o menos justo - señalé al que marcaba el cursor - Sí, ese mismo me parece bien.

Una voz realizaba la cuenta atrás. No reparé en los inmensamente mejorados gráficos. Tampoco me fijé en la memorable música, que seguía tan fresca como siempre. Esta vez, sólo me centré en la victoria.

El combate comenzó veloz por su parte, ágil por la mía. Estático, no dejaba de evadir las flechas que me lanzaba mi contrincante, mientras yo enviaba bolas de energía lo más rápido que podía. Salté hacia atrás, agarrándome como pude de un borde para esquivar un ataque especial y, al reincorporarme, le propiné un buen gancho.

- Las físicas del juego han cambiado, ¿verdad? - reparé al notar una ligera diferencia en el control.

- Sí, un poco, pero esta vez han mantenido más o menos todos los ataques de la versión 3.

- Menos mal, de la segunda a la tercera reequilibraron mucho, me costó bastante acostumbrarme - criticaba mientras intentaba recuperar el equilibrio sobre una pequeña plataforma y, tras percatarme de un detalle, añadí - Eh, ¿y estos marcadores?

- Las puntuaciones, te valoran el estilo, los golpes y muertes. Es una función exclusiva de la edición Arcade, pero han sacado hace poco una actualización para la versión 4 que permite tenerlos también en consola. ¡Já! Una vida menos.

- No cantes victoria tan rápido - dije, cayendo en picado para propinarle una buena patada y arrebatándole a él también su primera vida - Zasca.

La siguiente vida se redujo a un combate cuerpo a cuerpo. La espada contra las garras. Los contadores de daño subían cada vez más, así que me tuve que alejar para preparar un ataque a distancia. En un momento en el que cargaba energía, una flecha casi me lanza fuera del escenario. Por suerte, la esquivé, para poder plantarle una esfera de energía en la cara, haciéndole perder su segunda vida.

- ¡Agh, me has pillado por sorpresa! - se quejaba, devolviéndome la jugarreta lanzándome un objeto a la cabeza.

- Pues no es tan difícil acostumbrarse al nuevo motor - comenté y, tras ver a mi personaje morder el

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polvo, añadí - ¡Capullo!

- No te distraigas, amigo, que ya sabemos lo que pasa... - rió.

Sólo nos quedaba una vida a cada uno. De nuevo, volvimos a la vieja estrategia de atacar desde lejos. En un mar de proyectiles que casi nunca daban, sólo podíamos esperar que un objeto nos salvase la partida. Y el objeto llegó. Una bomba, que nos cazó de lleno a ambos antes de que nos diéramos cuenta.

- Empate... - susurré, algo mosqueado.

- Buena partida - me dijo, algo entusiasmado por la puntuación - ¡Genial! ¡Qué cantidad de puntos! Déjame tu Neocell, que como hemos empatado tenemos que ir a medias.

- ¿Qué? Espera... ¿Puntos?

- Sí, ya sabes, para conseguir premios - me devolvió la placa - Toma. Para empezar está muy bien.

- En fin... - suspiré algo extrañado - Vamos a ver qué ha sido de las chicas.

- ¡Maldita máquina! - gritaba Hanako, golpeando el lateral de una de las máquinas - ¡Agh!

- No te preocupes... Ya lo conseguiré otro día, tranquila... - susurraba una de las hermanas.

- ¡Las pelotas! - golpeó de nuevo - ¿Ves? Aquí tienes - entregó a la chica un bonito peluche de un conejo blanco - ¡Qué monada! - reparó.

- Oh... Gracias - contestó la chica dándole un abrazo.

- Pero si le conseguí uno a tu hermana... Tú también te mereces uno - sonrió - ¿Y vosotros qué? ¿Hace un pique?

- No me retes... No me retes... - reí.

- ¡Y tanto que te reto! - se picó - ¿Apuestas algo?

- ¿Apostar? - respondí, risueño - Con verte perder tengo suficiente.

Un murmullo llenó la sala. Hanako y yo cruzamos una mirada desafiante. La prueba elegida fue un simulador de carreras de motos. Dos enormes motocicletas de color blanco se erguían sobre una plataforma circular. Un casco de realidad virtual hacía las veces de pantalla. Al colocármelo, daba la sensación real de que me encontraba en una pista de carreras sobre una preciosa moto de color negro. A mi derecha, la chica montaba en un vehículo similar.

Para los observadores externos, el transcurso de la carrera se proyectaría en una pantalla externa. Palpé un poco el casco para ver las opciones del simulador. Activé la música, aunque a un nivel lo suficientemente bajo como para no desconcentrar mi conducción. Contrario a mis expectativas, la música recordaba a los clásicos juegos de conducción libre. Parecía haber más estilos, pero este me gustaba.

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Un semáforo apareció sobre la línea de salida. Me apreté los guantes de cuero que aparecían en mi yo virtual, aunque probablemente no tuviera ninguna repercusión en el exterior y preparé el acelerador. Tres... Dos... Uno... ¡Ya! Los motores comenzaban a rugir con estruendo.

La sensación de velocidad era... Tan real. Sentía el aire a mi alrededor, la velocidad y la fuerza de los giros. La música ayudaba a sentirme tranquilo. Y, además, el control era bastante intuitivo. Me pregunté si el juego tendría algún modo libre, pero la pérdida del equilibrio me hizo darme cuenta de que la chica me estaba tomando ventaja. Tiré un poco más de acelerador, aunque supiera que iba a comprometer la estabilidad.

Para el final de la primera vuelta, ya había recuperado esos segundos que me llevaba. Miré hacia la derecha y levanté el pulgar a la chica, cuyo rostro se ocultaba con un casco y cuerpo se apretaba dentro de un traje de cuero. Obtuve algo de ventaja durante un momento, aunque me pudo recortar distancia por el interior de la curva. Ambos aceleramos al máximo en la recta y pudimos girar suavemente a su debido tiempo.

La última vuelta fue la más reñida, desde su comienzo, bastante igualado por la línea de meta. La música se comenzó a volver algo más frenética, aunque no demasiado. Una voz anunció el comienzo de la última vuelta. Aceleré al salir de la primera curva, dejando atrás a la chica. La distancia se redujo muy rápidamente, ya que la chica pudo tomar las curvas con precisión, aprovechando un fallo mío. La parte recta, al igual que en la anterior vuelta, fue un pique al máximo, con los morros de las motocicletas muy igualados. Tomé algo de ventaja al tomar la curva, aunque Hanako pudo recuperar ese tramo. La última recta estuvo muy reñida. Aceleré lo máximo posible y miré hacia la izquierda.

Las imágenes virtuales del circuito se deshicieron. Al retirarme el casco, el monitor mostraba una fotografía de la meta. Por sólo una décima de segundo... Había perdido.

- Y los puntos son para mí - canturreaba la chica - Buena partida, para ser tu primera vez.

- Espera... - se sorprendió Tamaki - ¿Tu primera vez jugando?

- Claro... - reí - Lo más parecido a ésto que he tocado en mi vida ha sido un simulador en el que sólo tienes una pantalla delante.

- ¿¡Qué!? - se escandalizó - Pero... Pero... Pero...

- Superado - rió Luna - Muy superado. Él la primera vez que jugó lo mejor que pudo hacer fue quedarse encallado en un árbol.

- Pero... - añadió la chica pelirroja - Vencer a un novato no tiene mérito. Bueno - añadió - Sí que lo tiene. ¡He ganado! Aunque, definitivamente, tienes un don para los juegos. Casi me ganas, yo que llevo jugando desde hace años. Aunque a decir verdad, el control de este juego es algo distinto a lo que solía jugar yo. ¡Da igual! ¡Quiero mis puntos!

- Y casi que los guardes, porque con éstos sólo podrás comprarte un bigote de mentira... O un peine para muñecas.

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- Si pudieras conseguir ambos, podrías peinar un bigote - rió Tamaki.

Todos rompimos a reír a partir de la tontería que había dicho. Era una sensación agradable. Seguimos jugando y, en general, haciendo el tonto, durante unas horas. La compañía de Tamaki y las chicas resultaba agradable. El tiempo seguía pasando como si nada importara, sólo cinco amigos pasando la tarde entre videojuegos.

De igual forma, la cena llegó, amena, en el lugar de siempre. Tras ella, un café para mí y unos helados para los demás. Ellos no comprendían por qué tomaba café a estas horas y yo tampoco por qué helado en invierno. Al terminar, volvimos a casa, con el madrugón del día siguiente en la cabeza. Sí, aunque no lo pareciera, estaba a punto de iniciar mi trabajo en Sekai, aunque fuera sólo un entrenamiento... Definitivamente, todo sería distinto.

Algo cansado por el ajetreado día, caí en redondo sobre la cama. Cambié la ropa que llevaba por un cómodo pijama y cerré los ojos. Pero algo fallaba. No podía dormir. No era por el escándalo formado por la discusión de mis dos compañeros sobre cuál se llevaba qué cama. La discusión se zanjó con un grito por parte del chico, que se encerró en el cuarto de baño para darse una ducha. La chica se tumbó en un la cama que estaba más cerca de la mía boca arriba, mirando el techo.

Tras dar varias vueltas sobre la cama, decidí subir al tejado a tomar un poco el aire. Antes de subir, cogí una lata de refresco de piña y mi armónica. Miré el estrellado cielo nocturno y di un sorbo a la lata. Me tumbé contra una de las barandillas y dejé a mi mente navegar por un mar de pensamientos, sin llegar a absolutamente ninguna parte.

Mi antigua vida. Mi nueva vida. Mis antiguos amigos. Mis nuevos...¿Amigos? No sabía si llamarlos así tan pronto resultaba buena idea. Tampoco sabría definir con demasiada precisión el significado de la palabra. Su presencia, sin duda, era agradable y reconfortante. Pero no alcanzaba a tener la complicidad que buscaba. Una sensación extraña se apoderaba de mi pecho. Una mezcla entre compañerismo y cariño. No reemplazarían a Takuya y Kyoko, pero se esforzaban en tener una buena relación conmigo. Estaba tan confuso al respecto...

También pensé en mi familia. En cómo había sido separado de mis padres y de mis dos hermanas. Y de mi fiel amigo canino, Jolo. Probablemente ahora estuviera correteando alegre por el jardín, aullando de vez en cuando a la luz de la luna. Como si nunca hubiera existido. En realidad, ahora mismo toda mi vida estaba carente de sentido. Aquellos momentos de felicidad, aquellas peleas con mis hermanas, aquellas fotos, aquellos besos compartidos con aquella chica que, aunque me riñese, tanto me cuidaba. Todo estaba ocultado como si se hubiera posado encima una capa de invisibilidad.

Tras un tercer trago, decidí que mis emociones no las tratase la mente, sino que saliesen directamente al exterior a través de mi armónica. Las primeras notas comenzaron siendo una tonadilla triste, como las primeras gotas de lluvia en un gris día de invierno. Se comenzó a tornar

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entonces en un blues melancólico, cuyo ritmo se iba acelerando y animando conforme pasaba el tiempo, pero siempre con su brillo tristón. Tomé un sorbo más de refresco. Esta vez, volví a tocar el primer tema que compuse.

Un melódico silbido acompañaba el tema,cada vez más cerca de mí, aunque yo siguiera mirando poco más que el estrellado firmamento de aquella noche. Improvisé un par de notas para obtener como respuesta unas cuantas palmadas.

- Bonita canción - observaba la dulce voz de Hanako - Siempre quise saber tocar una de ésas. ¿Puedo sentarme a tu lado?

- Sí, claro - respondí, haciéndole algo de sitio - ¿Qué te trae por aquí?

- Ningún motivo en especial - contestó con voz divertida - ¿Y a ti?

- No podía dormir - confesé - Así que vine aquí a tomar algo y a pensar un poco. ¿Qué tal las cosas con Tamaki?

- Me ha cedido... Amablemente... La cama que quería - reímos.

- En fin... ¿Quieres un poco? - ofrecí a la chica lo que me quedaba de bebida.

- Sí, muchas gracias - respondió, llevándose la lata a los labios y dando unos suaves sorbos - Keitsuke...

- ¿Sí?

- Me alegra haberte conocido - dijo, poniéndome la mano en el hombro - Reiji tenía razón cuando decía que eras alguien especial.

- Y yo también me alegro de conocerte - tomé con suavidad su mano.

- Espero que seamos buenos amigos... - susurró con dulzura.

Los primeros copos de nieve comenzaron a caer con suavidad. Comencé a tocar una canción que casaba con la atmósfera blanquecina del día, de una forma lenta, aunque constante, como la caída de la nieve, que comenzaba a cuajar sobre el suelo. Sin pensar en nada más que en la música, continué tocando diversas canciones, sin articular palabra entre una y otra. La chica sólo escuchaba lo que la música decía, sin prestar atención a nada más. Con suavidad, dejó reposar su cabeza sobre mi hombro.

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