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CAPITULO X Los colegios a fines del siglos xvm.—Primer colegio de mujeres.—Fundación de las escuelas populares.—Plan de estudios de la colonia.—El fiscal Moreno.—Reforma del plan de estudios.—Con.secuencias.—El arzobispo Compañón.—Colegio ameri- cano en Granada. Las historias que se han escrito sobre la Nueva Granada después de la época de la independencia, adolecen de un defecto grave, cual es el de ponderar el atraso en que estaba el Nuevo Reino en materia de estudios. Ha habido en estos historiadores no sólo parcialidad, sino abandono en examinar las causas de la revolución de 1810. Nos pre- sentan de repente una generación compuesta de sabios en todas las materias conocidas, desde la política y el arte de la guerra, hasta el arte de escribir con elegancia; y como antes han hecho notar el atra- so colonial, resulta que aquellos hombres venerables que hicieron la revolución, no eran simples mortales, sino semidioses que nacían lle- nos de ciencia. "El desierto de'Arabia mostrándose al amanecer de un bello día cubierto de bosques y de mieses a la vista del viajero que al anochecer levanta su tienda sobre arenas abrasadas, no ofrecería un fenómeno más inexplicable que un país poblado hasta ayer de hom- bres oscuros y casi idiotas, ostentando hoy con orgullo una población en que abundan los ingenios distinguidos y los caracteres recomenda- bles, y en que las artes nacen como por encanto, como en los tiempos en que los dioses las hacían florecer súbitamente en las comarcas del Egipto y de la Grecia." (1). Una obra, acaso la más filosófica que en nuestro siglo y en nues- tro país se ha publicado, la Memoria sobre el estudio de la Botánica en la Nueva Granada, por el doctor Florentino Vezga, empieza ya a hacer justicia a nuestros padres, examinando el desarrollo del espíri- (i) J. M. Marroquín. Biografía de don Francisco Antonio Moreno, El Mosai- co, tomo IV, número 7.

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CAPITULO X

Los colegios a fines del siglos xvm.—Primer colegio de mujeres.—Fundación de las escuelas populares.—Plan de estudios de la colonia.—El fiscal Moreno.—Reforma del plan de estudios.—Con.secuencias.—El arzobispo Compañón.—Colegio ameri­

cano en Granada.

Las historias que se han escrito sobre la Nueva Granada después de la época de la independencia, adolecen de un defecto grave, cual es el de ponderar el atraso en que estaba el Nuevo Reino en materia de estudios. Ha habido en estos historiadores no sólo parcialidad, sino abandono en examinar las causas de la revolución de 1810. Nos pre­sentan de repente una generación compuesta de sabios en todas las materias conocidas, desde la política y el arte de la guerra, hasta el arte de escribir con elegancia; y como antes han hecho notar el atra­so colonial, resulta que aquellos hombres venerables que hicieron la revolución, no eran simples mortales, sino semidioses que nacían lle­nos de ciencia. "El desierto de'Arabia mostrándose al amanecer de un bello día cubierto de bosques y de mieses a la vista del viajero que al anochecer levanta su tienda sobre arenas abrasadas, no ofrecería un fenómeno más inexplicable que un país poblado hasta ayer de hom­bres oscuros y casi idiotas, ostentando hoy con orgullo una población en que abundan los ingenios distinguidos y los caracteres recomenda­bles, y en que las artes nacen como por encanto, como en los tiempos en que los dioses las hacían florecer súbitamente en las comarcas del Egipto y de la Grecia." (1).

Una obra, acaso la más filosófica que en nuestro siglo y en nues­tro país se ha publicado, la Memoria sobre el estudio de la Botánica en la Nueva Granada, por el doctor Florentino Vezga, empieza ya a hacer justicia a nuestros padres, examinando el desarrollo del espíri-

(i) J. M. Marroquín. Biografía de don Francisco Antonio Moreno, El Mosai­co, tomo IV, número 7.

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tu en el siglo xviii, y aunque agrega a continuación una idea errada, en nuestro concepto, cual es la de que "el gobierno español tuvo em­peño en mantener al pueblo sumido en la más crasa ignorancia", no deja de ser justiciero y merecido el tributo que anteriormente rinde a la nación que fue dueña de nuestra suerte desde la conquista hasta la independencia. Que el gobierno español no tuvo empeño en mante­nernos en la más crasa ignorancia, es cosa que se prueba fácilmente leyendo las páginas que anteceden a ésta, y todo este capítulo com­plementario del capítulo 39 de esta obra, en que vamos a seguir exa­minando nuestros establecimientos de instrucción. Regía mal, es cier­to, el gobierno peninsular, no sólo los estudios sino todos los ramos relacionados con el adelantamiento de los pueblos pero esto era no sólo respecto de las colonias sino de la misma Península; ni fue siem­pre y como sistema, sino a intervalos, según que iban apareciendo re­yes ilustrados o de espíritu mezquino, y lo que era más importante, privados de tan poco valer como Lerma y Calderón, o tan progresis­tas como Calvez y Floridablanca.

El estado de los colegios en el Nuevo Reino era próspero y con­solador; y aunque había graves faltas en el plan de estudios que los regía, a éste se le iba poniendo remedio paulatinamente, ya por me­dio de los mismos catedráticos, ya por medio de las disposiciones gu­bernativas de los virreyes, o por reales cédulas, entre las cuales hay muchas muy notables y benéficas.

El Real Claustro y Universidad de Santafé en el edificio del con­vento dominicano, y a cargo de estos religiosos, estaba perfectamente organizado y disfrutaba de preponderancia excesiva, pues aquellos re­ligiosos se habían abrogado el derecho exclusivo de conferir grados y aun el de regir los estudios. Los lectores de esta obra recordarán que los jesuítas les movieron pleito sobre el privilegio de universidad, que ganaron los dominicanos. El tiempo vino a dar la razón a los je­suítas, pues el privilegio resultó ruinoso para los estudios, o por lo menos fue un obstáculo para que tomaran más elevado vuelo. En el colegio dominicano estaba incluido el de Santo Tomás, que tenía en 1.790 un capital de $ 9.300 (resto de la fundación de Gaspar de Núñez), con cuya renta se sostenían algunas cátedras y además un escuela gra­tuita de primeras letras, regida por un hermano lego, y que tenía por fundación la renta de $ 72 anuales. A esta escuela concurrían 140 ni­fios.

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El Colegio Real Mayor y Seminario de San Bartolomé, que estu­vo siglo y medio a cargo de los jesuítas, había sido entregado por la junta de temporalidades a los señores arzobispos, después de la ex­pulsión de aquellos religiosos. Los jesuítas habían trabajado mucho en él: de toda su labor no nos queda sino el edificio, fábrica muy be­lla y espaciosa, de piedra y ladrillo, que ocupa dos elegantes capillas (la Castrense y la de San Bartolomé), una manzana entera.

Los jesuítas habían sostenido las cátedras necesarias, desde escue­la gratuita de primeras letras, a la cual concurrían ordinariamente 150 niños, hasta clase de teología y jurisprudencia. Conservó la mis­ma organización cuando pasó al patronato de los señores arzobispos. Fue primer rector el doctor José Antonio de Isabella, cuñado del ilus­tre fiscal Moreno, a cuyo cuidado se debe que se hubiera conservado aquel establecimiento. Por real cédula de 14 de enero de 1779 fue igualado en privilegios y exenciones al del Rosario, e incorporado con aquél a los seis mayores que tenían las universidades de España. Bajo el magisterio del doctor Manuel de Andrade, su segundo rector, en 1790, tenían 75 colegiales y 120 pensionistas. El magisterio de las cátedras se conseguía por oposición; y la elección del rector, quedaba sujeta a la aprobación del virrey. Tenía 35 becas fundadas por los ar­zobispos, el rey, y por algunos particulares. Las rentas del colegio eran $ 5.000 que cobraba de un principal, y $ 1.630 con que le con­tribuía el ramo de temporalidades, que sostenía determinadas clases. Hasta 1790 se contaban 650 sujetos ilustres, funcionarios de alto ran­go en la iglesia y el estado, que se habían educado en aquel colegio.

El Colegio de Nuestra Señora del Rosario fue igualado en privi­legio a la universidad de Salamanca, por cédula de 31 de diciembre de 1651 y declarado de real patronato; y por otra el 3 de mayo de 1768 fue declarado de Estatuto para calificar nobleza, como los cole­gios mayores de España. Tan rico era este colegio, que desde media­dos del siglo xviii se había declarado pobre, y suprimido las asigna­ciones de sus catedráticos, quienes siguieron sirviendo de balde, por amor a aquella cuna de sus estudios; y a pesar de ser pobre desde entonces, han alcanzado sus rentas para muchos despilfarros poste­riores, teniendo hasta la fecha sus vaivenes de dichas y postración. En 1790 tenía abiertas las clases de teología en todos sus ramos, de dere­cho público, civil y canónico; de medicina, de matemáticas, de filo­sofía, de gramática y humanidades. El doctor Mutis había fundado

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las clases de medidna y de matemáticas: la primera había pasado al doctor Miguel de Isla, clérigo bogotano, y que se considera como el verdadero fundador de lo estudios médicos en la Nueva Granada; y en la segunda le había sucedido un discípulo suyo, el doctor Fernan­do de Vergara y Caycedo, uno de los mejores alumnos del colegio. Vergara, víctima de una misteriosa tristeza, abandonó dc repente el mundo y se retiró al monasterio de la Trapa, en Aragón; y la clase que regentaba, disfrutó pocos años después del insigne honor de que la sirviera el sabio Caldas.

Existía también en Bogotá el colegio de San Buenaventura, de que ya hidmos mención en el capítulo 39, y además el de San Agus­tín, y el de la Recoleta de la Candelaria. En estos tres colegios no se daba instrucción a seglares, es cierto; pero de sus bancas iban salien­do al pulpito sucesivamente frailes eminentes, que después figuraron en primera línea en la historia de su patria.

En los siete colegios citados se educaban al mismo tiempo de siete a ochocientos niños y jóvenes no sólo de Bogotá sino de las pro­vincias y aun de los reinos más distantes. La gran fama y los privile­gios de los dos colegios de Nuestra Señora del Rosario y de San Bar­tolomé atraían alumnos de Quito, de Caracas, y aun de Lima y del Plata.

El pueblo tenía escuelas gratuitas de primeras letras en los cole­gios de Santo Tomás de Aquino y de San Bartolomé, como lo hemos dicho; pero éstas no bastaban a la sed de instrucdón del pueblo bo­gotano, a quien por esta faz de su carácter, un ilustre viajero ha lla­mado el pueblo ateniense de Suramérica (1). El virrey Ezpeleta, en vista de esa honrosa necesidad, se dedicó a fundar escuelas populares, y fundó, en efecto, una en cada uno de los cinco barrios en que esta­ba entonces dividida la ciudad. El arzobispo Compañón señaló de sus rentas arzobispales las de estas cinco escuelas, base de las cuatro que hoy apenas subsisten.

En aquel notable movimiento social que tuvo efecto a mediados del último siglo, no podía quedar olvidada la que es reina en el ho­gar español, la mujer; y a costa de una de ellas se preparó un plan­tel de educadón para las señoritas de la aristocracia y para las hijas del pueblo, reuniéndolas así, hermanándolas en las lecciones, y fun-

(i) E. Redus. Revue de deux mondeí.—1864.

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dando en fin, esa llaneza cristiana que ha hecho del señorío de Bo­gotá una especialidad en su sexo. En aquel venerable colegio, cuyo inmérito fin hacer sangrar a todos los corazones liberales, había otra importante ventaja social: como era el único colegio de niñas en la Nueva Granada, venían algunas alumnas de las provincias raás dis­tantes; y en las fraternales relaciones que forraaban con sus compañe­ras de infancia, dejaban al volver a sus hogares, centros de afectos que hermanaban todas las familias del virreinato. Este venerable co­legio era el de La Enseñanza, y su fundadora, doña Clemencia Cay-cedo.

Doña María Clemencia Caicedo, hija legítima del sargento ma­yor, don José de Caycedo, y de doña Mariana Vélez Ladrón de Gue­vara, había nacido en Santafé en 1707. Casó en primeras nupcias con don Francisco Javier de Echeverri; y habiendo muerto su esposo y un hijo único que de él tenía, quedó sola, rica y hermosa en la flor de su edad, entregada únicamente al ejercicio de la caridad. Casó segun­da vez con don Joaquín de Aróstegui y Escoto, oidor decano de la real audiencia de Santafé; y hallándose sin hijos y con creddo caudal que uno y otro tenía determinó ella, con licencia y gusto de su esposo, fundar una casa de educación regida por mujeres consagradas con votos monásicos, para que con el poderoso estímulo de que estaban cumpliendo su obra "por amor de Dios", no desfalleciesen nunca en su empeño. Dirigió, al efecto, una representación al virrey Messía de la Cerda, comunicándole su pensamiento y pidiéndole que informara sobre él al rey: En esta petición expone su plan y los recursos que para llevarlo a buen término asigna, con su casa claustrada y espacio­sa, en el barrio de la Catedral, y un terreno adyacente bastante para la construcción de la iglesia y demás oficinas del convento que quie­re fundar a su costa, bajo la advocación de la virgen del Pilar, y con las reglas de las religiosas que llaman vulgarmente de La Enseñanza. Señala para manutención de diez religiosas que se necesitan, una mi­na de oro llamada Icurco, una hacienda de ganado vacuno y un ca­cahual, todo en el sitio de El Chaparral. "Las religiosas se ha­bían de ocupar en la enseñanza cristiana, política y labores propias de doncellas y colegialas que han de vivir en el convento por el tiem­po que sus padres determinen, y de las niñas que diariamente han de entrar y salir a las horas regulares."

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El virrey informó con vehementes térraínos la aprobadón, en 26 de agosto de 1796; y junto con su informe, fueron a la corte otros do­ce igualmente favorables, que elevaban espontáneamente los dos ca­bildos, la audiencia y los monasterios de la ciudad. El rey aprobó el pensamiento y autorizó la fundación, por medio de la real cédula fe­cha en el Pardo, a 8 de febrero de 1770, "concediendo a doña Clemen­cia el patronato de su monasterio y obra pía, durante su vida, y des­pués de su muerte a la persona que ella designare". El 12 de octubre de 1770 se puso la primera piedra de la iglesia y nueva fábrica. En agosto de 1779, estando ya arreglado el monasterio-colegio y casi ter­minada la obra, otorgó testamento adjudicándole lo restante de sus bienes y los de su difunto esposo, el de Aróstegui, de quien fue here­dera; y el 2 de octubre del mismo año murió dejando terminada su grande y benéfica obra. Delegó el patronato que ejercía a los arzobis­pos del reino y a las preladas del monasterio. Posteriormente y en vis­ta de graves razones, permitió el rey que aumentase el número de monjas, y se diese el velo a las sirvientas. Últimamente, un día apare­cieron en las puertas de las iglesias grandes carteles impresos que anunciaban a la pobladón que quedaba abierta la escuela externa de niñas pobres, a las cuales se daría enseñanza gratuita.

En 1783 se trasladaron a la iglesia con gran ceremonial y fiesta los restos de los dos fundadores que habían estado depositados en la de Santo Domingo. Se inhumaron al pie del presbiterio uno al lado del evangelio y otro al de la epístola, y se les pusieron los siguientes epita-tafios, cuya traducción libre insertamos aquí, porque nos llama la atención y nos enternece su contenido como debe suceder a todo cora­zón honrado, filántropo y cristiano.

"Aquí yace Joaquín de Aróstegui: su cuerpo se oculta, su obra se manifiesta. El y su esposa ofrecen en esta casa refugio a la inocencia. ¡Descanse en paz!"

"En esta bóveda yacen los huesos de M. Clemencia. Dejó la vida, adornada de puras costumbres. Edificó este asilo a la inocencia, en asocio de Joaquín, como lo pactaron en su matrimonio."

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¡Venerable mujer, que diste un asilo a la inocencia, y el pan del alma a las hijas del pueblo! ¡Que tu memoria sea eterna! ¡Que los po­bres y el pueblo te bendigan!

Hemos nombrado todos los establecimientos públicos; pero allí no concluía su lujosa lista: varios particulares sostenían escuelas pri­vadas de primeras letras. Entre aquellos institutores se contaba el que fue más tarde procer de la independencia, don José María Dávila, hijo de Bogotá. Seguía este joven con éxito brillante los estudios en San Bartolomé, cuando un valioso pleito que perdió su familia, lo arruinó en tal extremo, que no le quedó con qué vivir. Abrió, para sostenerse una escuela primaria, exigiendo una módica retribución de los padres de familia acomodados, y enseñando gratis a los pobres. Alternativamente maestro en su escuela, y discípulo en las aulas de San Bartolomé, logró concluir su carrera, que después fue tan nota­ble (1).

Fuera de estos centros de instrucción, existían otros en algunos puntos del virreinato. El antiguo convento de San Juan de Dios, en Cartagena, fue destinado a colegio, bajo la advocación de San Carlos, por real cédula de 14 de agosto de 1778, que le asigna rentas del ramo de temporalidades, porque los despojos de los jesuítas fueron enton­ces muy bien manejados y alcanzaron para muchas obras buenas. Eií 1786 se le aumentaron aquellas rentas con una contribución del esta­do eclesiástico; y en 1790 tenía 159 colegiales que aprendían desde' primeras letras hasta teología, bajo la dirección del rector don Am­brosio Vicente Py y Altamirano. En Popayán existía el colegio semi­nario, en donde se enseñaban iguales materias: este colegio represen­tó más tarde un papel importante en la historia de los estudios, como lo veremos al tratar de éstos. El cuarto seminario era el de San Agus­tín, en Panamá, fundado en 1715 y destruido por el pirata Morgan' en 1771; y aunque se reedificó posteriormente, quedó en tal decaden­cia, que no podía sostener sino cuatro becas para el servicio de la ca­tedral.

Al mismo tiempo que se crearon las escuelas populares de Santa­fé, el mismo virrey Ezpeleta, su fundador, las creó en algunos otros lugares del virreinato.

( I ) J . M . Salazar. Memoria biográfica de Cundinamarca, publicada en La Bagatela, periódico de Bcgotá. Número 7, de 7 de octubre de 1852.

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Hemos exarainado la parte histórica de nuestros establecimien­tos de instrucción; veámoslos ahora en su parte moral, contenida to­da en la de los estudios. El plan de ellos que regía en la colonia, era el mismo de España, con las diferencias que en él introducían las cir­cunstancias dependientes del modo de ser de uno y otro país. El plan, preciso es confesarlo, era absurdo y retrógado; y más preciso es aún confesar que los institutores de los conventos nada hacían por mejo­rarlo; por el contrario, lo agravaban con sus propias malísimas ideas. Para comprender bien esto, y disculparse el autor de estas páginas del cargo que se atreve a hacer a aquellos religiosos que por otros títulos venera, es preciso echar una ojeada con los ojos de la filosofía, sobre las órdenes religiosas en el Nuevo Reino, a fines del siglo xvm. Para ellas habían pasado los días de lucha y de conquista, y las labores de la fundación en todo sentido. En el solar y yermo que habían recibi­do de limosna, habían fabricado grandes y bellos edificios; y en segui­da los habían llenado de libros, de pinturas, de toda dase de obras de arte, fundando también por medio de este segundo trabajo, las artes en la colonia. Sus religiosos habían sido notables escritores, y al mis­mo tiempo los únicos maestros de los hijos de los primeros colonos.

Un pasado tan venerable les daba una posición social muy alta y muy merecida. Pero en el siglo xvm disfrutaban ya de un reposo y de una gloria que los perdió: las costumbres se relajaron, se entibió el espíritu religioso, al adelanto en los estudios sucedió la indolente rutina, y este es el mal de que tenemos que tratar en este capítulo. Creyendo que el magisterio que habían obtenido primero por su cien­cia, y luego por el respeto de que los rodeaba la gratitud social, había de ser eterna, dejaron de ser sabios; de seguir el impulso de la época; y los albores del siglo xix, que empezaron desde 1780, los sorprendie­ron parados en pleno siglo xvii, rehacios e incrédulos a la nueva luz. Aun aquellos trabajos históricos a que se entregaban con tanto prove­cho en la calma y el silencio de sus vastos conventos, habían cesado.' El último historiador que habían tenido los dominicanos fue Zamo­ra; el último de los franciscanos, Simón; el último de los agustinos, San Nicolás. El cetro del saber se les escapaba de entre las manos, y sin embargo se esforzaban no en retenerlo, sino en negarlo a los nuevos apóstoles de la ciencia. Así es que el sabio Mutis, que traía a la colonia la vida y la verdad, no les mereció sino un desafío literario para convencerlo de que Galileo se equivocaba al hacer andar la tie-

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Tra y pararse el sol. Los dominicanos querían a todo trance, física y moralmente, que la tierra, a lo menos la que pisaban, les hiciera el favor de estarse quieta; pero, ¡ay! la tierra, física y moralmente ca­minaba bajo sus pies, a despecho del ergo, concedo distinguo et negó de su peripato. Y aquí ocurre de paso observar que esta oposición de los frailes a lo que se llama nueva filosofía, oposición fundada en su pasado tan lleno de merecimientos científicos, fue la que ejercieron en Roma y la que les ha acarreado la nota de tiranía respecto de Ga­lleo, sin que haya habido, en realidad, tiranía de ninguna especie, si­no obsecación del sabio anciano que ya no estudia, y que no cree que un sabio joven pueda saber más que él. ¿Y es esto un crimen especial de los frailes? No; ellos lo cometían, no porque eran frailes, sino por­que eran hombres. Es en la historia de la huraanidad, y en la histo­ria de las órdenes religiosas, donde se debe hacer anotar este fenóme­no de decadencia que se repite hoy y se repetirá mañana y se repetirá siempre.

Veamos ahora lo que era el plan de estudios sostenido por aque­llos hombres en sus colegios. Cuatro años se gastaban en estudiar el latín, que era la lengua en que estudiaban posteriormente los textos de filosofía y ciencias profesionales. En éstas se gastaban siete y en aquélla tres. El latín se aprendía en latín y todas las ciencias en la­tín. El primer curso de la filosofía era el de lógica, según las más rí­gidas reglas del ergotismo, lo cual era llamado con orgullo por los estudiantes arte de pensar. Arte sería; ¡pero qué arte! El catedrático o el alumno contrincante discurría por medio de las uiversales, entes y categorías; y el contrario quería triunfar con un ente de razón, un universal a parte rei, y se desgañitaban en meras cuestiones de térmi­nos, signos y signados, concebido todo y "hablado en un latín que no conoció la edad de Cicerón, y que servía de risa a los sabios de Euro­pa", como decía Zea en su Hebephilo, publicado en aquella época (1). Los silogismos escolásticos se formulaban por medio de una cabalís­tica jerigonza: Bárbara, Celarem, Dari, Ferio, Baralipton. Quien su­piera de memoria aquel enredo, ya sabia pensar; ya era superior al vulgo que seguía discurriendo por las reglas del sentido común. En el segundo año se aprendía la metafísica en latín, y en el tercero la

( I ) Papel Periódico de Santafé de Bogotá. Número 9.

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íisica. sin initrumentos. El derecho edesiiitico se estudiaba por Mu­rillo y González; el civil, en Vinío y Itces: las matemáticas, por Eu­clides, Wolfio y el padre Tosca: y cn el estudio de leyes se hablan de aprender de niermoria las pandectas y la insliluia. tos fueros y orde­namientos, las leyes de partida, lis recupiladas áe Castilla y de Indias y e! inagotable y revuelto cedulario real, que venía a ser en la prácti­ca el texto legal. La teoiogla se estudiaba por Gonnei y los más ab-lurdos controversistas, y en la filosofía era considerado Goudin como un oráculo. E! mal era tan palpable y tan perjudicial para la repú­blica, (¡ue los hombres que no habían perdido la cabeza unieron todas sus tuerzas para combatirio, y triunfaron desde que vino en su auiti-lio cl virrey Guirior, Este comisionó al fiscal Moreno para que redac­tara un nuevo plan, lo que se hiio más urgente a consecuencia de que la dispula de los frailes dominicanos con Mutis, sobre si el sol andaba o no, iba lomando cuerpo, can notable perjuicio de los estu­dios. Tocó a Moreno ejercer una influencia tan considerable en la suene de su patria, que no podemos pasar en silencio las circunstan-tias de su vida, tan fecunda para el bien y tan llena de merecimientos.

Don Francisca Antonio Moreno y Escandón, hijo de dos nobles españoles avecindados en Mariquita, nació en esa dudad el 25 de oc­tubre dc 1736. Hizo aus estudios en Santafé, granjeándose fama desde esludíanle. Concluido el estudio de la filosofía, en ta cual obtuvo los grados de bachiller y maestro, cursó teología, derecho canónico y ju­risprudencia: y apenas se recibió de abogado, le confirió la universi­dad las cátedras de instituía y de prima en derecho canónica. Obtuvo y desempeñó con suma laboriosidad y provecho del público, los (ar­gos de asesor general del ayuntamiento y de la casa de moneda; pro­curador general, padre de menores, defensor dc ¡as rentas decimales, y de alcalde ordinario. En 1761, dos años después de haberse casa­do con una noble señorita espaflala, daña Maria Teresa Isabella, re­cibió de la cone el nombramiento de ab<^ada fiscal de la audiencia, a virtud de las espontáneas recomendaciones que de su mérito hicie­ron los virreyes Solis y Messía de la Cerda, el cabildo secular, la uni­versidad, el arzobispado del reino y la audiencia. En 1764 partió a la corte a pretender, como en aquellos tiempos se usaba, y en ella tue confirmada su fama de erudito, que le precedía. Regresó con el ti­tulo de tiscal protector de la real audiencia, deslino que deseinpc-fió un año. En el dc I7T0 fue fiscal inlcrino de la audiencia; y en

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los cuatro años siguientes desempeñó los destinos de juez conserva­dor de correos; juez de las rentas de tabaco y aguardiente, por desig­nación del virrey; y visitador de las provincias del distrito de la au­diencia de Santafé, por nombrabiento real. A él se debe la fundación" de la renta de la sal que antes de él nunca fue considerada como renta del gobierno. Verificada la expulsión de los jesuítas, en la cual no tu­vo Moreno la parte que le asigna su apreciable biógrafo. Moreno, rior de aplicaciones", que legislaba sobre los bienes de los expulsos/ que por su título de Protector de Indios pertenecía a la "junta supe-concibió y desarrolló vastos proyectos. De ellos fueron la fundación de un hospicio en la casa de novicios de los jesuítas, y el establed­miento de la biblioteca pública, de lo cual hemos hablado en el capí­tulo anterior. En marzo de 1776 fue promovido a la fiscalía del cri­men en la audiecia de Santafé, y en 1780 a la misma en la de Lima, donde estuvo también a su cargo la prefecturía de indígenas, como lo había estado en Santafé. Cinco años después fue nombrado oidor de la misma audiencia de Lima, y de allí pasó a la de Chile, con el cargo de regente. En Santiago terminó su laboriosa vida el 24 de fe­brero de 1792. No dejó hijos varones, por lo cual se perdió su apelli­do; pero se conserva su sangre en tres escritores que viven, los seño­res Ignacio Gutiérrez Vergara, José Manuel Marroquín y Ezequiel Uri­coechea, "que se precian de hallar su origen en tan noble tronco". Poseen su retrato la casa de refugio y la biblioteca, que le deben su fundación, y la iglesia de San Carlos, porque fue declarada propiedad de la parroquia a virtud de los esfuerzos de aquel distinguido grana­dino. Se sabe por Alcedo (1) que escribió una Historia del Nuevo Rei­no; pero no se tiene conocimiento de esta obra, que talvez y por des­gracia nuestra se ha perdido para siempre. Su vasto talento e ilustra­ción, sus destinos y viajes le ponían en aptitud de escribir una histo­ria excelente. A pesar del honor que nos resulta de que aquel ilustre compatriota hubiese ido a la audiencia de Chile, es de sentirse que no hubiera estado aquí para cuando vino el virrey Ezpeleta. ¡Qué de grandes cosas hubieran ideado y llevado a cabo aquellos dos grandes hombres! Una vez que el lector conoce ya al autor del nuevo plan dé estudios, dejaremos hablar a su biógrafo, porque nada más pudiéra--mos decir sobre el particular.

( I ) Diccionario Geográfico, etc., tomo »'>, p i g . m t . -

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36 JO!É M M H V I K O J L Y VEIl t« ,

"Desempeñó él su comisión con cl lucimiento que de su capaci­dad era de esperarse; y al leer aquella obra, apenas puede creerse que se deba a un hombre de la época en que se hizo. Ya en la introducción deja ver su recelo de que el 'escolasticismo y el apego A las escuelas, tan tenaz y tan autorizado' se oponga al logro de los fines que al em­prender su obra tiene presentes.

"Más adelante encarece la necesidad de vigilar para que 'no se infesten los colegios con los perniciosos espíritus de partido y de pe­ripato o escolasticismo que se intenta desterrar como origen del atra­so y desórdenes literarios; porque siempre que haya aligación á escue­ta o á determinado autor, ha de haltcr parcialidades y empeño en sostener cada uno su partido, preocupándose los entendimientos, no en descubrir ia verdad para conocerla y abrajarla, sino en sostener, aun contra la razón, su capricho.

"Expone cl autor del plan en la citada introducción cómo la re­ligión de predicadores, que por una concesión especial tenia la sim­ple facultad dc conferir grados, se habla arrobado las fueros de la univeisidad, lo que estaba dando lugar i numerosos abusos.

"Ya el inismo magistrado había comenzado á trabajar a fín de que aquel desorden se cortase de raíz. En 22 de diciembre de 1770 habia informado i ta corte sobre los abusos que so cometían en la co­lación de los )^dos y sobre la necesidad de crear una universidad. Habla expuesto la inconveniencia de que los regulares conEiricsen los grados y pedido se foimasen constituctanes para la universidad y re­glamento para colación de los grados; y illtimamenie, habia propues­to que se subviniese á los gastos que aquel establecimento demandaba con tas temporal idades de los jesuítas, con el noveno de los diezmos del ariabispado y de los obispados y con las derechas que hablan de pagar los graduados. Por entonces se le habia contestado pidiéndole más amplios informes sobre el asunto.

"El plan de estudios que iiatiajó el señor Moreno era provisio­nal, pues ya se había reconocido que el planteamiento de estudios públicos no era asequible si no se fundaba una universidad; el gobier­no había de nuevo solicitado del rey que se llevase i cabo tal funda­dón, y el señor Moreno na liabia dejado de hacer gestiones sobre esta

"Nos abstendremos de aftecet a los lectores una noticia analítica de lodo el plan de estudios: las ideas desenvueltas en él han sido cn

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SU mayor parte adoptadas en los planes que posteriormente han re­gido, y así, por muy buenas, parecen hoy triviales. Nos contentaremos con apuntar las especies que más nos han llamado la atención al leer aquel documento; las que, si acaso, carecen de interés, pueden consi­derarse a lo menos como datos para la historia de los estudios y de las letras en la Nueva Granada.

"Manifiesta el autor que la enseñanza que pudiera llamarse pú­blica estaba reducida a las cátedras del seminario de San Bartolomé y del Colegio del Rosario, únicos establecimientos en que debía regir el nuevo plan de estudios; pues a las comunidades religiosas se las de­jaba en libertad para reglamentar los suyos. Eran aquellas cátedras escasas, hallábanse mezquinamente dotadas, y no se abría curso de una facultad hasta que el anterior se hubiese concluido; no obstante que, por una corruptela de deplorables consecuencias, solía permitir­se a los que sólo habían ganado su primer año de filosofía pasairl a facultad mayor. Las materias que se cursaban eran latinidad, filoso­fía, teología y jurisprudencia. El estudio del derecho canónico esta­ba incluido en el de las dos últimas facultades. De medicina no se daban lecciones sino en una clase que en el Colegio del Rosario re­gentaba don Juan V. Vargas, que había sido graduado en aquella materia por los religiosos de Santo Domingo. El plan dispone que se cierre esta clase y que toda enseñanza de medicina quede suspendida hasta que el rey a quien ya la junta había representado sobre ese par­ticular, proveyese lo conducente a fin de que pudieran abrirse verda­deros cursos de aquella facultad.

"Era ahora há un siglo, como lo es hoy, permitido a los particu­lares abrir establecimientos de enseñanza. Suponiendo en los padres de familia el discernimiento y las luces indispensables para elegir maestros para sus hijos, puede esta libertad ser admitida en un país adelantado en civilización; mas en la Nueva Granada, y en la Nueva Granada del siglo xvm, era incontrovertiblemente monstruosa y ab­surda. El tener fama de haber sido buen latino en el colegio, el poder hacer un acróstico, era título suficiente para que el pedantuelo más adocenado fuese tenido por hombre de letras y de ingenio. Con este antecedente cualquiera puede discurrir cuan fácil era que los padres de familia fue.sen embaucados, y que la educación de gran parte de la juventud quedase a cargo de los sujetos menos dignos de desem­peñar tan delicado ministerio. Al remedio de este mal ocurre el plan.

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•ordenando que nadie establezca escuela sin ser previamente examina­do y aprobado.

"Fomenta del mismo modo la instrucción primaria gratuita, esta­bleciendo las reglas que deben observarse en la escuela pública de primeras letras que mantenían los padres jesuítas y que, merced al celo del señor Moreno, se había conservado después de la expulsión.

"En el capítulo destinado á reglamentar los cursos de filosofía, •deja ver el autor de un modo especial su tendencia a sustituir á las vanas especulaciones, á las sutilezas metafísicas y á las cuestiones sin sustancia, estudios sólidos y de aplicación práctica. "Manteniendo, dice, la filosofía de los siglos anteriores, se imposibilita a los jóvenes para cultivar su entendimiento." "Debe el maestro, añade, proceder por preceptos claros y metódicos, absteniéndose del mal método in­troducido en nuestras escuelas, en que se acostumbra á disputar de todas las materias con cavilaciones y sofisterías inútiles.. . Hasta ahora se ha tenido por útil la práctica de viciar los entendimientos

tde los principiantes obligándolos a silogizar antes de tener ideas y acostumbrándolos a interpretar fútilraente los textos de tener ideas y aplicarlos con irapropiedad en los sermones y en los discursos foren-

•ses, y á valerse de vanos sofismas hasta en el trato y sociedad común." "Previene juiciosamente el plan que en materias filosóficas se

'Siga el método ecléctico y se huya de los sistemas, no admitiendo co­mo principio sino las verdades comprobadas por la observación y la experiencia.

"He aquí como se expresa al tratar de la física: "Nada tiene de física lo que hasta aquí se ha enseñado en nuestras escuelas con ese nombre . . . Sin tratar de los fenómenos naturales único objeto de esta i'dencia, se han ventilado cuestiones abstractas."

"Recomienda muy especialmente, para los que han de seguir la carrera eclesiástica y han de ser curas, los buenos estudios que pue­dan hacerles hábiles para difundir en las poblaciones del campo los conocimientos útiles concernientes a la agricultura y a la minería.

"Pasando a tratar de los estudios teológicos, 'bien conocida es ya, dice, la inutilidad de las cuestiones reflejas e interminables que con el nombre de teología se han enseñado en las escuelas, sobre los supuestos de la filosofía peripatética, olvidando los lugares teológicos

. de donde deberían sacarse las pruebas de todas las conclusiones'. Pro­pone como fundamento de todo estudio sobre esta materia el cono-

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cimiento de la Sagrada Escritura; recomienda como importantísimo auxiliar el de la historia, el de la cronología y el de la geografía, sa­grada, y con la mira de que los cursantes adquieran el conocimiento de la Sagrada Escritura, distribuye todos los versículos del Salterio y de los libros del Nuevo Testamento en breves lecciones que todos los cursantes han de tomar de memoria diariamente.

"De lo que se señor Moreno expone en orden a la jurispruden­cia, se infiere que en su estudio no solían los profesores dejarse ir 4 las abstracciones, á las sutilezas, y á la pedantesca ostentación de una erudición estéril, menos que en el de las ciencias filosóficas y ecle­siásticas. Por la cuenta, el estudio del derecho canónico, pero un es­tudio desordenado, que adolecía de todos los defectos tan continua­mente combatidos por el doctor Moreno, absorbía todo el tiempo que se destinaba para la jurisprudencia, y el derecho civil era mirado como cosa accesoria. El plan introduce en esto todas las reformas compatibles con el espíritu de las reales órdenes a que tenían que ajustarse. Mas el estudio de los cánones, lejos de padecer detrimento con tales reformas, es regularizado en el plan, con manifiesto prove­cho para los que á él hayan de dedicarse.

"Hace el autor del plan la elección de textos de enseñanza con esmerada diligencia y demostrando tanto sus conocimientos bibliográ­ficos como su nunca desmentida atención a preferir a lo mejor lo más hacedero y practicable.

"Regía en los colegios la práctica de dictar las lecciones, siguién­dose de ella incalculable pérdida de tiempo y los demás inconvenien­tes que es fácil discurrir. Este sistema queda proscrito en el plan, y en él se dispone se pidan a Europa todos los libros señalados como textos, y que de los fondos de los colegios se anticipe su importe para que los estudiantes puedan adquirirlos.

"El abuso de multiplicar los días de vacaciones es también corre­gido, y no lo es menos, ni podía dejar de serlo, profesando el señor Moreno los principios que profesa, el de exigir a los graduandos ju­ramento de seguir las doctrinas de Santo Tomás.

"El plan obtuvo la aprobación de la junta, y su autor el nombra­miento de director real de estudios.

"¿A dónde hubiéramos llegado ya en punto a cultura intelectual, si desde que se dio este primer paso se hubiera seguido una marcha progresiva? Por desdicha, no solamente no se avanzó en la vía de las

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reformas, sino que se retrogradó desde el principio. Las mejoras in­troducidas por el autor del plan no hallaron apoyo en la corte, y la juventud no pudo aprovecharse sino por muy poco tiempo de las ventajas que ellas le prometían. Las cosas volvieron en breve a quedar como estaban; y hasta las pretensiones de los religiosos de la orden de predicadores continuaron; ni hubieran tenido término si en tiempo del virrey Ezpeleta no se hubiera hallado cierto documento que de­mostró lo infundado de ellas." (1).

La reforma que inmediatamente empezó a regir en los colegios, produjo una verdadera revolución, fomentada, fácil es de suponerlo, por Moreno, que estaba interesado en obtener un buen desarrollo de su idea, por el virrey, interesado también en el buen resultado de su obra, y por Mutis, que se había adelantado como catedrático, a ha­cer reformas por su cuenta. El sectario más notable de la nueva idea y de la nueva filosofía, el doctor Félix Restrepo, ilustre hijo de Antioquia, que como ya lo hemos dicho, gobernaba el seminario de Popayán, se dedicó especialmente a corregir los estudios en su cole­gio. El plan fue consultado a la corte, y el Consejo de Indias lo impro­bó. Debióse a muchas causas aquella disparatada improbación. Como era un solo plan el que regía en todos los colegios españoles, la apro­badón de éste hubiera hecho necesaria una variación en todos los estudios, aun en la misma Península; y aquella obra acobardó al con­sejo. Los dominicanos de Santafé, derrotados por la victoria que al­canzaban sus contrincantes a favor de la autoridad del virrey, informa­ron en contra, con vehementes aunque malas razones. Terció también el arzobispo Compañón con un informe sobre la Igelsia granadina, que aunque no habla precisamente del plan, vino a apoyar el antiguo-con las observaciones que hacía sobre el carácter de los colonos: los alaba por inteligentes y dados al estudio; pero "son, dice, muy pro­pensos a la herejía". El consejo, pues, sostuvo la integridad del plan antiguo con la misma severidad que si se tratara de las regalías de la corona, o del juramento de obediencia y vasallaje. Este retroceso era más notable, cuanto que los ministros de aquel reinado, y a quienes tocó juzgar el nuevo plan, eran hombres ilustrados: eran Grimaldi,

(i) J. M. Marroquín, Biografía citada, (a) . (a) El señor Marroquín al publicar la 2* edición de la biografía de Moreno

y Escandón en el Papel Periódico Ilustrado, año iv, expuso ideas absolutamente contrarias a las reproducidas aquí por Vergara. (Nota de G. O. M.)

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Moñino, que después fue conde de Floridablanca, Campomanes y Aranda. Mas por fortuna, la consulta tardó dos años en ir y volver con la improbación, y en dos años se hizo mucho en los colegios.

Cuando vino la improbación, Guirior ya se había separado del mando y entrado a sucederle el señor Flórez. Este tuvo su gobierno constantemente ocupado con las complicaciones del régimen finan­ciero que por orden de la corte estaba planteando en el nuevo reino el visitador Piñeres, y que dio por resultado la revolución de los co­muneros en 1781; y los defensores del nuevo plan pudieron a la som­bra de tales perturbaciones sostener algunas mejoras, aunque sigilo­samente. Poco tiempo después el torrente de la opinión concluyó por avasallar totalmente los estudios; y bajo el gobierno del conde de Ezpeleta se vieron cosas muy importantes y que hubieran merecido severas reprimendas del gabinete de Madrid, si el virrey no les hubie­ra hecho alto. Bajo la dominación de Flórez, la inquisición siguió una causa a don Fernando Bustillos, por liberal y hereje, a pesar de que era castellano viejo y cristiano rancio, juicio que fue ahogado por influencia del virrey; y bajo la administración Ezpeleta (julio de 1791) un alumno del colegio de San Bartolomé, don Pablo Plata, convidó a unas conclusiones que iba a sostener en jurísprudenda, ofreciendo atrevidamente en la esquela de convite que en todo el ac­to no se hablaría sino idioma castellano. Este ataque al latín, única lengua oficial de los colegios, era una evidente contravención del plan de estudios; y no fue esta la única demasía tolerada por el virrey, sino que el acto tuvo lugar sin las fórmulas del ergotismo, y lo que es más grave que, el redactor del periódico oficial, que sostenía y protegía el virrey, salió con un largo artículo elogiando el cambio de idioma, y añadiendo además: "Tuvimos el gusto de ver un certamen literario digno de la filosofía, porque en él triunfó la razón de las pesadas ca­denas del peripato. Lució la sabiduría en su verdadero aspecto, porque faltaron las vanas sutilezas de la metafísica, esos juegos del entendi­miento que han condenado a cárcel perpetua a la verdad." (1). Por lo que hace al cambio de idioma. Rodríguez daba una razón de mucho peso: decía que no quería que se proscribiera el estudio del latín; pe­ro que era muy razonable que así como los latinos no habían hecho sus estudios en griego sino en latín, a pesar de que el griego era en-

(i) Papel Periódico, número 22 .

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tonces la lengua de la sabiduría; de la misma manera los castellanos no debían estudiar en latín sino en castellano, aunque el latín fuera, como lo era en realidad, la lengua de los sabios. Zea, que había estu­diado filosofía en el seminario de Popayán, había robustecido su lu­minoso entendimiento con las lecciones del doctor Restrepo; y él y otros estudiantes de aquel seminario, que venían a cursar facultades mayores en los colegios de San Bartolomé y el Rosario, convirtieron a todos los rehacios y desterraron para sierapre, con esta última vic­toria, el peripato. El más notable de los convertidos fue el doctor Joaquín Camacho, el ilustre hijo de Pamplona (1), que después de haber sido furioso ergotista, vino a ser por sus claros talentos y su po­sidón de catedrático, el más fuerte apoyo de la nueva filosofía. Zea publicó en el Papel Periódico su Hebephilo, que era un razonado ar­tículo contra el antiguo régimen de estudios, y en el cual convida a todos los jóvenes a que se dirijan en pos de la verdadera ciencia a la naturaleza, para estudiar sus secretos y olvidar en su seno los ergos de las ciencias políticas que hasta entonces se habían cultivado de pre­ferencia en nuestros colegios.

En suma, y como resultado de tan multiplicados esfuerzos, los dominicanos dejaron caer de sus manos desalentadas el cetro de la instrucdón; y la corte sobreseyó para siempre en la dirección de los estudios, contentándose con guardar silencio sobre las atrevidas in­novaciones que se llevaban a efecto en una de sus colonias. Sin em­bargo, el ergotismo quedó protegido oficialmente, y subsistió en nues­tra escuela no sólo todo el tiempo de la colonia, sino en el de la re­pública, y no vino a terminar hasta que salió el plan de estudios co­lombiano. Esta insistencia prueba que no era sólo el rey de España fomentaba la ilustración de los americanos, al mismo tiempo que lla­maba otra vez a la Península el magisterio de la educadón. Habla­mos de la real cédula de 15 de enero de 1792, por la cual fundaba un Colegio de nobles americanos en la ciudad de Granada, para que la juventud de esos reinos pudiera instruirse fundadamente en las cuatro carreras eclesiásticas, togada, militar, y política "bajo la in­mediata inspección de su majestad", dice el ministro, marqués de Bajamar, en su nota remisoria; y aquellas palabras explican el fondo

(i) Conforme a la partida de nacimiento de don Joaquín Camacho, cuya copia está en uno de los volúmenes de nuestro archivo nacional, aquel ilustre procer vio la luz en Tunja el 17 de julio de 1766. (Nota de G. O. M.)

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del pensamiento y los temores del rey. La organización del colegio, que consta en la real cédula, es verdaderamente primorosa; y fue lás­tima y desgracia que no se hubiera llevado a efecto tan benéfico pen­samiento, que hubiera dado a España nuevos días de gloria, y a Amé­rica un principio de nacionalidad española y de confraternidad de in­tereses, que no tenía el día en que se despidió violentamente de la madre patria, para entrar en un nuevo camino en que su falta de educación política le ha hecho sufrir tantas desgracias y afrontar tan­tos y tan graves conflictos.

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APÉNDICE

Recogemos aquí algunas composiciones de los tiempos colonia­les que no se han reproducido hasta ahora, que sepamos, en ningún libro de literatura colombiana. Una de ellas es de un poeta de Tunja, de la escuela de Castellanos, con cuyos versos sueltos tienen mucha semejanza los del capitán Alonso de Carvajal: ambos escriben con claridad y sendllez, pero carecen del arte dificil de manejar con ga­llardía ese género de versificación. Los versos restantes pertenecen a Domíngez Camargo, a quien ya conocen los lectores de esta Historia por su poema gongorino sobre San Ignacio de Loyola. En nota que va en el cuerpo del volumen indicamos que estos versos dan mejor idea que el poema, del ingenio de Camargo; opinión que puede sor­prender a los que sigan el curso desbordado de sus extravagantes me­táforas. Pero de vez en cuando centellean en tales composiciones ras­gos aislados de ingenio, que demuestran lo que habría podido hacer Camargo, si hubiera naddo en tiempos menos infelices para las letras. Conservó estas muestras de la musa lírica de Camargo su discípulo el ecuatoriano Jadnto de Evia, quien las aprecia en tanto, que decía de ellas: "El dolor que tengo es que sean tan pocas, siendo tan buenas." El señor Rivas Groot, en el prólogo del Parnaso Colombiano analizó delicadamente algunos de los versos de Camargo, a propósito de los cuales observa que muchas composiciones gongorinas que pasan por serias son burlescas, y que las extravagancias que en ellas aparecen, se han empleado de propósito deliberado, para excitar la risa, con lo grotesco del contraste, y no por prevención del gusto; y agrega que suponer que tales composiciones son altisonantes y no festivas, es pro­ceder tan torpemente como si dentro de dos siglos se criticara la fal­ta de gusto de las Rocas de Suesca de Fallón, o la ignorancia histórica de Marroquín en sus Páginas de la historia romana. Esta observación es indudablemente aguda y podría hacer perdonar los versos al arro­yo de Chillo por ejemplo; pero no explicaría los atropellos contra el buen gusto del romance a la Pasión.

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Si hubiéramos de atenernos al mérito absoluto de los versos, no sería explicable que se conservaran en este apéndice los de Carvajal y Camargo. Pero como el valor relativo de la producción colonial no puede perderse de vista ni por un momento, si queremos ser equi­tativos con nuestros antecesores, nos parece justificada la inserción en estas páginas de esas raras manifestaciones de lirismo en siglos que fueron de la edad de oro de la literatura española.

A. G. R.

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EPÍSTOLA PERSUASORIA

DEL CAPITÁN ALONSO DE CARVAJAL, NATURAL DE LA CIUDAD DE TUNJA, EN EL NUEVO REINO DE GRANADA, AL SABIO Y PRUDENTE

LECTOR

Las armas belicosas donde el indio su imperio dilatar quiso arrogante, don Bernardo de Vargas y Machuca cual español excelso y belicoso las ha puesto en el punto más supremo, que jamás capitán le ha aventajado. Con gloria y triunfo de Castilla, y fama, de Dios ha celebrado eterno el nombre, rindiendo a fuerza al indio indomitable, que Julio César no tuvo más arte, Aníbal ni Escipión, ni otro guerrero que reinos conquistase con gran nombre. Testigo sea el cielo y los planetas que influyen en antípodas tan fieros, que soy testigo vero en esta historia, que el trabajo le ha sido compañero, sacando del ingenio y la experiencia re militar, que es nueva y necesaria. Cual Ptolomeo da de Indias alturas, derrotas de mar, tierras con distanda, es Esculapio en árboles y yerbas, animales y peces. Coronista de ritos y costumbres de los indios, mantenimientos, minas y riquezas. Cual natural que soy de Tunja, afirmo

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que es disciplina ésta que al imperio ] de nuestro rey católico le importa. i Cuando importó Catón a los romanos j para aplicar a su sagrado cetro ( minas, vasallos, reyes y provincias. Un español ha sido tan honrado, que ha conquistado mucho como a bueno, ' y de nuevo ha poblado otra Simancas, -a imitación de la que está en Castilla, que tiene Juan de Vargas su buen padre, a cargo, como alcaide, aquella fuerza. Quien quisiere saber cómo se doma el cacique arrogante o no rendido, qué fuerza, qué valor es necesaria, qué maña, qué destreza, qué prudenda, aquí tendrá del arte y disciplina lo más puro, mejor, más acertado. Las armas y las plumas toman vuelo, el ingenio y el brazo han hecho liga, el sabio que leyere, vaya a tiento, que el valor con prudencia vuelan alto, y el que repruebe en India este ejercicio mire que pierde el nombre de soldado.

Versos tomados de los preliminares de la obra titulada Milicia y descripción de las Indias, escrita por' el capitán D. Bernardo de Var­gas Machuca. Madrid. 1599.

II

A UN SALTO POR DONDE SE DESPEÑA EL ARROYO DE CHILLO

Corre arrogante un arroyo por entre peñas y riscos, que, enjaezado de perlas, es un potro cristalino. Es el pelo de su cuerpo de aljófar, tan claro y limpio, que por cogerle los pelos, le almohazan verdes mirtos.

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4 8 JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA

Cíñele el pecho un pretal de cascabeles tan ricos, que si no son cisnes de oro, son ruiseñores de vidrio. Bátenle el hijar sudante los acicates de espinos, y es él tan arrebatado, que da a cada paso brincos,

dalen sofrenadas peñas para mitigar sus bríos, y es hacer que labre espumas de mil esponjosos grifos. Estrellas suda de aljófar en que se suda a sí mismo, y atropeiiando sus olas, de cristalinos relinchos. Bufando cogollos de agua, desbocado corre el río, tan colérico que arroja a los jinetes alisos. Hace calle entre el espeso vulgo de árboles vecino, que irritan más sus varas al caballo a precipicio. Un corcovo dio soberbio, y a estrellarse ciego vino, en las crestas de un escollo, gallo de montes altivo. Dio con la frente en sus puntas, y de ancas en un abismo, vertiendo sesos de perlas, por entre adelfas y pinos. Escarmiento es de arroyuelos, que se alteran fugitivos, porque así amansan las peñas a los potros cristalinos.

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HISTORIA bE LA LITERATURA EN >ÍUEVA GRANADA 4 9

AL M E S M O ARROYO, EN METÁFORA DE UN TORO

De una elevada montaña un arroyo baja altivo, que agitado de sus ondas, es un toro cristalino. Al coso llega de un valle, donde en sonorosos silbos, le azora el Favonio alegre entre las hojas de alisos. Furioso cava el arena y envuelta en blanco rocío, al viento la esparce en nube, por segar al viento mismo. Festivo el vulgo de plantas, a trechos bien repartido, si provoca su furor, no menos burla sus bríos. Armado todo de púas se le atreve un verde espino. y al herirle con sus puntas, el valle llena a bramidos. Un alto sauce le llama de un ramo a los breves giros, y al embestirle furioso, hurta la rama advertido. Murado de sus puñales se azora un gallardo lirio, y cuando piensa le hiere, por mil partes sale herido. Hasta de menudas guijas así se mira oprimido, que tropezando con ellas, todo el campo mide a brincos. Mas de un peñón eminente le aguarda un hermoso mirto, que por ser galán del bosque

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caballo le sirve el risco. Con el rejón de un cogollo su cerviz hiere atrevido, : -y reventando cristales salpica el margen vecino, donde los claveles rojos logran sus colores finos, y aun salpicada la rosa a trechos mira el vestido. Los árboles que enrejados son barreras de este sitio, al azotarle sus ramos espuma labran sus vidrios. Esgrime su media luna contra un escollo, que quiso dar escarmiento a arroyuelos, que se envanecen altivos. Pues a embestirle furioso así deshace sus bríos, que esparcido todo en perlas cada perla es un aviso.

A LA MUERTE DE ADONIS

En desmayada beldad de una rosa, sol de flores, con crepúsculos de sangre se trasmonta oriente joven. Cortóla un dentoso arado que a no ser de ayal torpe, por la púrpura que viste, le juzgara marfil noble. '

^' Cerdoso Júpiter vibra rayos marfil sobre Adonis, ' y al alma que trae de Venus, hiere más, mientras más rompe. Espumoso coral vierte, que en verde esmeralda corre, mar de sangre, cn quien a Venus

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HISTORIA bfe LA LrrfiRATutiA EN NUEVA GRANADA 51

naufragio prepara Jove. Verdugo monstruo ejecuta de inflexible Dios rencores, y siendo amor el vendado, son cadahalsos los montes. ¡Ay fiera sangrienta! dice; si asegundarte dispones, advierte, que en la de Venus, no en mi vida has dado el golpe. Y matar una mujer con hazaña tan enorme, más para escupida es, que para esculpida en bronce. Con esto se vino a tierra esta hermosura Faetonte, y exhala beldad ceniza del sol que agoniza ardores. De la herida a la ventana el alraa al golpe asomóse, y aunque halló en la sangre escalas, saltó atrancando escalones. Cuando de cansar las fieras ciudadanos de los bosques, venía la diosa Venus, guisando a su amante amores. Perlas desata en la frente, y su cuerpo exhala olores, que en amorosa porfía mejillas y aire recogen. Juega la túnica al viento, y entre nube holanda expone, relámpagos de marfil, migajas de perfecciones. Arroyo de oro el cabello, libre por la espalda corre, de la cual pende un carcaj, vientre de dardos veloces.

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52 JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA

Duplica en la espalda flechas, rigores ostenta dobles, bruñido dardo a las fieras, sutil cabello a los hombres. Al pequeño pie el coturno, le pone ansina prisiones, blando muro a dura espina, que a tan beldad se opone. Fuentes le abrió de coral, quizá previniendo entonces, que tanto fuego tuviese por la sangre evacuaciones. Hilos de rubí desata, para que su nieve borden, con que en látex de las rosas lácteos purpureó candores. Ramos de sangre en tal cielo, fueron cometas atroces, que le escribieron desastres en tan sangrientos renglones. Espoleóle a su desgracia con la espina y arrojóle desde el risco del amor al zarzal de contusiones. Traginaria de distancias la vista escudriña el orbe, ve un atleta con la muerte luchando en rojas unciones. A Adonis vio jaspe yerto, por lo manchado y lo inmoble, y por dudar lo que ve, adrede le desconoce. i.-

Asómase toda el alma a los ojos, conocióle y por dudar y engañarse, con engaños se socorre.

' Beber la muerte en sus labios

cervatilla herida escoge,

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HISTORIA DE LA LITERATURA EN NUEVA GRANADA 53

muerte bebe en barro, y vida, en boca rubí propone. A voces le encaña el alma, y a la de Adonis sus voces, como se va por la herida, son a su prisa empellones. Mira al cielo de su rostro, qe alumbraban zarcos soles, y halla, que a eclipsarlos vino, la luna de su desorden. De las mejillas, que en rosas desabrocharon botones, si bordados, no alhelíes, cárdenas violetas coge. El panal dulce del labio, que entre ambrosía daba olores, si es ámbar flor maltratada, hiél al néctar corresponde. Mas las víboras de sangre, que se arrastran por las flores, nueva Eurídice la muerden, raiembros de mármol la ponen. Rabiosamente se arroja, y es el remedio que escoge, beberle en la boca el mismo veneno que la corrompe. La boca avecina el labio, a heredarle el alma, a donde como llegó Venus muerta, alterna muerte matóles. ¡Ay Píramo! ¡Ay Tisbe nueva! Riscos ablandáis que os lloren, pues caváis en una herida hoyo a dos vidas conforme. Con las palabras enjuaga, y dando nieve en sudores, con cansados huelgos dice estas quejas a los dioses:

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54 • JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA

¡ay Dios broncel ¡Ay Dios diamante! ¡Ay Júpiter, cuando adores : a Europa toro, oro a Dafne, tus amores se malogren. ¡Ay Apolo vengativo! Cuando con pies voladores, sigas a Dafne, de ingrato laurel tus sienes corones. ¡Ay náufraga vida mía! que un mar bermejo te sorbe, y en la roca de la muerte te estrellas ya sin tu norte. Dijo y por la herida misma, hasta el corazón entróse, que aun más allá de la vida un dulce amor se traspone.

AL AGASAJO CON QUE CARTAGENA RECIBE A LOS QUE VIENEN DE ESPAÑA

Esta, mal de la tierra descarnada, si con poca bisagra bien unida, ésta mal en las ondas embarcada si bien de sus impulsos repetida; Península Cartago, que ha que nada foca de arena, siglos mil de vida, a uno y otro Jonás, que el mar le induce, a Nínive de plata los traduce.

Esta, de nuestra América pupila, de salebrosas lágrimas bañada, que al mar las bebe, al mar se las destila de un párpado de piedra bien cerrada: digo de un Metro Real, que recopila en su niñeta breve dilatada. Babilonia de pueblos, tan sin cuento, .,

que les ignora el sol su nacimiento.

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HISTORIA DE LA LrrERATURA EN NUEVA GRANADA 5 5

Esta, sediento imán de inquietos mares, esta pina de excelsos edificios, consagra a la piedad cultos altares, para libar en todos sacrificios a los que Europa trasladó a sus lares, a los que en trechos recibió propicios, que sorbidos de hidrópicas marinas, a sus templos consagran sus ruinas.

Esta, blanco pequeño de ambos mundos, de veleras saetas asestado, que vencidos los mares iracundos, . a su puerto su proa han destinado; do de Europa, de Araérica, fecundos partos le expone aquel, este costado, que al Sur reraite, al Norte le desata la plata en ropas y la ropa en plata.

Esta en la selva de sus techos rica, uno y otro ciprés de piedra erige, en una y otra torre, que edifica, Norte, que mudo los abetos rige; Argos, ésta a sus cumbres se dedica, y linces ojos a la mar dirige, por albergarlos en sus ojos antes, aún en poder del mar, aun cuando errantes.

Esta, pues, Cartagena, esta varada nao de piedra, en la tierra, cuya popa templo a la Virgen se erigió sagrada timón dedica un cirio a errante tropa; que de argonauta mudó voz callada ecos oye de luz, en los que Europa faroles le responde, con que luego mudos se hablan con la voz de fuego

Esta, pues, monte verde Polifemo, que ilustran los espacios de su frente, de un ojo de un farol, así supremo, que es mucha llama su pupila ardiente:

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56 ' JOSÉ MARÍA VERGARA Y VÉRCARA '

su pie le da a besar a cuanto el remo "̂ desde las naos le aborta hesperia gente, en hormigas de pino, en las barquillas, que de españoles pueblan las orillas.

Estos, no extrañan de su patria el suelo (1) en esta, que es común patria del orbe, en tan pequeño sitio, en tanto cielo, que sin que inmenso número le estorbe multitudes alienta su desvelo, millones su piedad de pueblos sorbe, pues firmamento ya del suelo medra el que ciñe Zodiaco de piedra.

A LA PASIÓN DE CRISTO

/ En dos cruzados maderos -nudosos monstruos del bosque, que aun para leños son rudos, si para troncos disformes, con más heridas que mierabros vinculado miro a un hombre, víctima, que pensil muere, porque vivan Absalones.

Sierpes de rubí se arrastran por la Libia de aquel monte, Benjamines que, si nacen, es porque matan atroces. Matricidas que revientan, porque la piel los aborte, y en la vaina de las venas son palpitantes estoques.

Racimo de mostos bañado, blandido el vastago enorme, hueso a hueso, y nervio a nervio

(i) Así debe ser este verso; pues tal como está en lo impreso no consta ni (iene sentido:

Estos su patria no extrañan suelo.

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HISTORIA DE LA LITERATURA EN NUEVA GRANADA 57

descoyuntado lo expone. Insensible se estremece a tanto tormento el roble, no más que de afinidad que contrajo en los dolores.

Muchas blasfemias le vibran del vulgo las irrisiones, sin que su inocenda muda por sus agravios abogue. Oídos sus muchas llagas le vocean cuantos oyen, y él, hidrópico de injurias ecos las consagra dobles.

Bárbara impiedad estudia diademas, clavos y mote, que afrentado lo lastimen, que atormentado lo mofen. Rayo inmundo las salivas en sus hermosas facciones, vibra más en la más bella desgarrados deshonores.

En el campo de su carne los azotes, los cambrones, purpúrea vid se desatan, que mucha hermosura estorbe. Las que encadenó zafiro selladas gotas, se escogen, preñados racimos son, que vendimiaron sayones.

En las bien surcadas pieles, porque hondas orillas logren, por entre rocas de huesos, torrentes purpúreos corren. Feo hermosamente el rostro, a pesar de los rigores, derrotada beldad nada en náufragas perfecciones.

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58 .... JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA

¿Qué Sol vivió aquellos miembros, que, aun entre cenizas torpes, con ser tan grande el ocaso, le están latiendo candores? Mal se doctrinan los clavos, porque opriman y no corten, , manos, que trastornan cielos, pies que huellan esplendores.

Ejes de este cielo ceden, y es forzoso que se agobien; que manos que cargan mundos, doblan Atlantes de bronce. Cuatro rosas desanudan de los clavos los botones, para que en manos y pies caliente carmín deshojen.

El peso le da a las manos roturas que desabrochen, para que en los pies el clavo rugosos labios le doble, espinoso laberinto de cruda diadema impone duro yugo a la melena, Zodiaco de escorpiones. •

Nilo es dorado el cabello, porque en rojos raarañones las avenidas de sangre crecientes de oro arrebolen. Greñas en la espalda ondean, de oro y carmín chamelotes, crenchas en el rostro baten, de sangre y luz tornasoles.

Su descabellado enredo en dubias inundaciones, si hace al oro que se anegue, hace al carmín que se ahogue.

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HISTORIA DE LA LITERATURA EN NUEVA QRANAOA 59

anegados en su sangre de los ojos los faroles, '' 7 entre el golfo del cabello ya aparecen, ya se esconden.

Crece el piélago sus iras, y en sus últimos angores, en rocas de mermellón hace que su luz zozobre. Lirio destroncado el labio, que, clavel, ardió en rubores, nácar fue de blancos dientes, ayer perlas, hoy carbones.

Cuna arrulló de rubí, todo el Sur en netos orbes, ya sepulcro de ceniza, hace que en sombras reposen.' La barba partida enredan torzales de nácar, donde carámbanos de coral los cuajados nudos formen.

Al cadáver de la lengua entre cárdenos terrones, poca piel y mucha sangre el túmulo le componen. Elevado el paladar es escollo, donde topen en la canal del aliento en hilos, que se derroten.

Rosada mejilla estraga de acerada mano el golpe; menos crudo sea el arado cuando los claveles tronche. Como el piélago en la orilla, blancos lame caracoles, como al lirio en los vergeles le están peinando los nortes.

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60 JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERCAKA

Lágrimas y sangre inundan cruentamente salobres, en la nariz la eminencia de una descollada torre. Una mujer a su lado, a tanto mar roca inmoble, al piélago de tormentos yunque inflexible, se expone.

Madre la dice afligida, de aquel Hijo, que socorre con beberle esponja viva de sus ansias las mayores. En su vista arden las almas, en su dolor tan conformes, que se engarzan en sus penas yedras los dos corazones.

Ecos se alternan y rocas en quien quiera, en quien responde, una alma sola en dos pechos, mucho amor en pocas voces. En la vista bebe aquel de aquesta las aflicciones, y en los párpados se brindan de mucha hiél amargores.

Inorme el rigor jubile en su carcaj los arpones; pues linces dardos se tiran amorosamente atroces. El siniestro lado ocupa Ave Real, aquel Joven que peinó con sus pestañas átomos a sus fulgores.

Heliotropo es de aquel Sol, que aunque el carmín lo arreboce, legitima simpatías de sentimientos acordes.

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HISTORIA DE LA LrrERATunA EN NI«VA GRANADA $1

Este mira Sol de pluraa, o esta Águila de flores, que con hojas siguió luces que con ojos miró soles.

Ave, en la herida del pecho rayos de sangre conoce, flor del abierto costado rocío de agua recoge. Un delito a dos mancebos fija a dos troncos biformes, . . de quien en coros alternos \ glorias atiende y baldones.

Bebe tósigos el uno, si el otro antídotos coge; que tan nuevo centro hizo antípodas dos ladrones. Bastarda araña es aquel, si es abeja aqueste noble, que del jugo de una rosa miel y venenos componen.

Porosa imán una esponja quiere que su labio agote tanta hiél, cuanta ella atrajo de acibarosos licores. Liba hiél, quien ya la tuvo para vibrar el azote, no la bebe, que rehuye letargos a sus dolores.

Esto se ha acabado (dijo) en corpulentos clamores, y al período vital punto la muerte le pone. De los cielos las esferas ruedas son de ebrios relojes, que en sus ruedas desvanece cori'eo el primer moble, i;

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6 ¿ ' ' |0SÉ M Á R I A VERGAhA Y VERGAÍIA

Por despeñarse a su fin el freno curioso coge, pues la virtud, que lo impele dándole está remesones. A su volumen cerúleo un pavoroso desorden,

I violentamente arrancó

de sus dos ejes conformes.

De su encaje se desatan, y con excéntricos topes se descaminan sus vueltas- , • al precipicio discordes. Desanudados sus globos de sus diamantinos gonces, hacen que en giros opuestos unos en otros se rocen.

Al rubio fanal del Cielo que mariposa a Faetonte ardió golosa de luces, díóle un soplo y apagóle. Globo lleno el de la Luna descamado de arreboles, esqueleto es de los astros, en que se arguyen feroces.

Gotas de ese mar de luz les enjugó resplandores a las Estrellas, que son de lo que fueron borrones. Ciego al Cielo Polifemo le niega sustituciones, argos, que acedó sus ojos con nocturnos alcoholes.

Pavón de zafiro, el Cielo ' •> i , cerúleas ruedas depone, : '• que hace agitada la tierra, que Astros su polvo le borre.

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HISTORIA DE LA LITERATURA EN' NUEVA GRANADA G($

Caducos riscos se mueven, tan ágiles, tan veloces, como si arterias tuvieran con espíritu de azogue. - .

Golfo la tierra parece, que en confusos Horizontes los olajes de collados se están alternando choques. El velo que le oyó a Judas las mal pagadas traiciones, rotas, como él, las entrañas el aire puebla de horrores.

Tejido Jordán se rasga, y en las orillas que rompe, ' • '• .Ü; maretas de lino agita, que arca a Cristo reconoce. Absalón de lino pende roto el pecho, porque el bote de la lanza, que hirió a Cristo le está desgarrando broches.

En su caos los elementos confusos se desconocen, y en una pella se enredan leve y grave, luz y noche. - .;," Lenguada llama, ancho hierro en la muerta Antorcha entonces, pavesas de rubí apura, cenizas de agua descoge.

Ambiguos raudales bebe aquella luz de dos cortes, y embriagada de agua y sangre, derraraa lo que no sorbe. Intimándole a los clavos, que los huesos le perdonen, como a Cordero la ley, da regalías qu:^ goce.

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Ígi4 JOSÉ MARÍA VERGAÍU Y VERCAIIA

De sus carnes se revisten almas de muchos varones, que a sus sustancias, las umas

, químicos fueron crisoles. Pío afecto dio al cadáver porque tus Soles lo alojen, túmulo virgen, que anime plebeyo mármol, que informe.

(Del Ramillete de varias, flores poéticas. 1675.)

A GUATAVITA

Una iglesia con talle de mezquita, lagarto fabricado de terrones, un linaje fecundo de Garzones, que al mundo, al diablo y a la carne ahita.

Un mentir a lo pulpo, sin pepita, un médico que cura sabañones, un capitán jurista sin calzones, una trapaza convertida en dita.

El Ángel de ganados forasteros, fustes lampiños, botas en Verano; de un ¿cómo estáis? menudos aguaceros.

Nuevas corriendo, embustes de Zambrano, gente zurda de espuelas y de guantes, aquesto es Guatavita, caminantes.

(De las Genealogías, de Flórez de Ocáriz. T. n, pág. 350.)

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Una historia literaria es, y será siempre, el monumento más ap­to para interpretar y aquilatar la especial cultura del pueblo a que se refiere. Por ella, no sólo se revelan los orígenes y la índole de ca­da nacionalidad, determinándose desde su propia cuna las ideas ca­pitales y los sentimientos que en sucesivo desarrollo la alientan y for­tifican, sino que se ponen también de manifiesto las saludables y a veces contradictorias influencias que provocando a la continua la fecunda lucha de los espíritus, sirven como de espejo y crisol al ca­rácter general de cada pueblo en el transcurso de los siglos. Es, en tal concepto, la historia literaria de cada nación, la historia particular y privativa de la civilización por cada cual elaborada; y tanto más rica y original, tanto más pobre e imitadora será de suyo y se mos­trará a la contemplación del crítico cada literatura, cuanto más gran­des y de más difícil vencimiento, más insignificantes y menos arduos hayan sido los obstáculos opuestos al natural desarrollo de dicha ci­vilización, y más largo o breve haya sido también el camino recorri­do por los ingenios llamados a interpretarla o enaltecerla.

Tienen entera confirmación estos fundamentales principios de crítica en la Historia de la literatura en Nueva Granada, dada a la estampa en la capital de aquella antigua colonia española por don José María Vergara y Vergara, y hállanla no menos eficaz en la his­toria de la literatura ibérica. Es ésta fruto espontáneo y legítimo de una civilización que tiene su raíz en las más remotas edades, y que atraviesa, no sin grandes vicisitudes, los tiempos medios, reflejando viva y poderosamente el carácter del pueblo e ingenio español hasta llegar con él a nuestros días. Acaudálase en este largo camino con nuevos y multiplicados elementos; fecúndanla sucesivamente nuevas ideas, nuevas creencias y nuevas tradiciones que, modificando y aun infundiendo a veces inusitado espíritu a las costumbres, determinan

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66 JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA

en el campo de la inteligencia las grandes transformaciones operadas en las esferas políticas y sociales. Pero de esta múltiple lucha, sucesi­vamente realizada entre elementos tan varios y contradictorios, los cuales se funden al cabo en una misma turquesa, surge, animado siempre de un mismo aliento e impulsado siempre a igual fin, el ver­dadero genio literario de España, tan uno, constante y vigoroso en su esencia, corao vario, rico y fastuoso en sus manifestaciones, debiendo por tanto reflejarse todas estas virtudes superiores y estos caracterís­ticos accidentes en toda historia literaria que aspire al nombre y ga­lardón de tal en nuestro suelo.

No puede en verdad decirse otro tanto de la literatura neogra­nadlna, dado que sea hacedero el conceder este norabre, filosófica­mente hablando, al conjunto de producciones escritas en el suelo de la Nueva Granada desde el momento de su conquista realizada en 1538. Por efecto inmediato de aquel hecho, que cambia absolutamen­te en todas las comarcas americanas sometidas al dominio español las condiciones de la vida, erradicando la cultura indígena, cualquiera que fuese su estado de progreso o de rudeza, la lengua de los conquis­tadores doraina totalmente, con la religión y las costumbres, en el pais conquistado. A esta dominación de la lengua, como de único y legítimo intérprete de los sentimientos, creencias y necesidades so­ciales de los pobladores de Nueva Granada, siguióse allí, cual en to­das las regiones descubiertas por los españoles en el Nuevo Mundo, la iniciación e imperio de la literatura castellana, levantada a la sa­zón a uno de sus mayores grados de esplendor, realizada ya la obra del Renaciraiento. Por manera que ora pongamos la raira en el lapso transcurrido desde que ondeó la bandera de Carlos V en el país de Bogotá, período que no excede aun hoy de trescientos treinta y dos años; ya consideremos que, unido estrechamente a la madre patria aquel nuevo reino, sólo le fue dado vivir y alimentarse de la vida intelectual de la metrópoli; ya reparemos finalmente en que los pri­mitivos moradores indios carecieron tanto de la virilidad y fuerza de carácter personal como de la energía y atracción necesaria en toda cultura, para imponerse en algún modo a sus conquistadores, es lo cierto que la literatura, o mejor dicho, el cultivo de las letras en Nueva Granada ni ha tenido el tiempo suficiente para lograr un desarrollo propio, ni ha estado tampoco en situación de aspirar a ese desarrollo, que sería siempre secundario, hasta 1810, en que se procla­ma su independencia, separándose de la dominación ibérica.

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HISTORIA DE LA LITERATURA EN NUEVA GRANADA 67

Y no otra es la demostración histórica a que aspira el bogotano don José María Vergara y Vergara al dar a luz su Historia de la li­teratura en Nueva Granada. Por más que este título pudiera parecer a algunos sobradamente ambicioso, o ser tildado por otros de inexac­to, justo es ante todo convenir en que, al fijar el señor Vergara sus discretas miradas en el estado intelectual del antiguo reino de Nue­va Granada, para trazar el cuadro de la historia de las letras, no podía en modo alguno delinear en él una sola figura, sin reconocer y compro­bar debidamente su procedencia. Pero esta procedencia individual hallábase tan íntimamente enlazada con la derivación total de la cultura neogranadlna bajo todos conceptos, que investigar su origen era en suma investigar los de toda aquella civilización directa, inrae-diata e integralraente trasferida de la madre España. "El grande y funesto error de nuestros escritores de sesenta años a esta parte (dice con sano juicio a este propósito el señor Vergara), ha consistido en emanciparse de las letras españolas, mostrando al mundo una lite­ratura expósita, sin padres ni tradiciones, y tratando de romper el lazo de oro que a pesar de tan malos esfuerzos nos une aún a Es­paña: ese lazo es la lengua de Cervantes."

Quien de esta manera, tan hidalga como discreta, confiesa, al tomar plaza de historiador, la deuda inmensa que no ya la Nueva Granada mas tarabién toda la América, un día española, tiene con­traída con la antigua metrópoli, mostraba claramente hallarse ani­mado del verdadero espíritu de imparcialidad y de justicia que se había menester para dar ciraa a una erapresa ya virtualraente con­trariada por eruditas preocupaciones, las cuales son por cierto, en el carapo de las letras, las raás pertinaces e invencibles. ¿Ha respondido a esta generosa resolución y a este levantado concepto el desempeño de la Historia de la literatura en Nueva Granadal

II

Los hombres más caracterizados en el suelo de Colombia como cultivadores de los estudios históricos, no solamente habían concep­tuado estéril todo ensayo que tuviese por objeto la ilustración de la historia intelectual de aquella colonia, sino que se adelantaban a ne­gar por escrito que antes de 1810 hubiera existido allí "un sabio de quien pudieran gloriarse". Poca esperanza de colraado éxito po­día abrigar el autor de la Historia de la Uteratura en Nueva Granada,-

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6̂8 JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA

hechas no sin aire y tono magistrales estas declaraciones; y sin em­bargo, animado del vivo anhelo del bien, y convencido de que no era posible condenar a un embrutecimiento perpetuo la expresada colonia, consagróse a la difícil cuanto larga tarea de explorar y espi­gar por sí mismo un campo nunca antes reconocido ni cosechado. Improbo era el trabajo que enmarañaba de continuo, por una parte, la falta absoluta de guías y oscurecían, por otra, la raisraa negligen­cia de los doctos y el raenosprecio de los tesoros literarios que de-Ijían enriquecer las investigaciones, hundidos en el polvo del olvido o miseramente destruidos por la más dolorosa ignorancia. Necesitá­base fe invencible y no agotada perseverancia en la erapresa: talvez pedía ésta para su logro la cooperación de claras inteligendas, capa­ces de coraprender toda su profundidad y su alcance; y el señor "Vergara y Vergara no tan sólo hizo pruebas de poseer en alto grado aquellas virtudes, raas tuvo también la noble satisfacción de asociar a sus tareas otros dos jóvenes tan celosos cual entendidos, resueltos, como él, a desmentir con los hechos las osadas afirraaciones de los que habían condenado a perpetua esterilidad literaria el suelo de Nueva Granada.

Auxiliado de los señores Uricoechea y Quijano Otero, pudo en breve tiempo reconocer el señor Vergara que no era un soñador ca­lenturiento al presuponer "que antes de 1810 había existido en el antiguo reino granadino un movimiento literario digno de mención y de aplauso"; y dueño ya de copiosos materiales, pensó en organi­zarlos históricamente. Su análisis y concienzudo estudio habían la­brado en su ánimo el profundo convencimiento de que los ingenios bogotanos, cualquiera que fuese su condición literaria, obedecieron siempre la ley superior de la cultura española; su juicio compara­tivo le persuadía de que, aun dada aquella norma crítica, brillaban en ellos ciertas virtudes peculiares, reflejo en cierto modo de las par­ticulares circunstancias que los rodearon y del teatro especial en donde desplegaban sus dotes literarias. Tras este trabajo, que parecía estribar principalmente en el examen subjetivo de los ingenios de la antigua colonia, natural era ya pensar en la ordenación y exposición de los mismos, tarea meramente objetiva de que se daba cuenta el mismo señor Vergara escribiendo: "Al remontar en mis investiga­ciones la corriente de los tres siglos que contituyen nuestra historia, he visto el paisaje al revés, sin perspectiva y sin explicación. Los

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HlSTORL\ DE LA LrrERATURA EN NUEVA GRANADA 6 9

materiales que iba encontrando me servían de piedras miliarias pa­ra saber que ese, y no otro, era el camino. Pero una vez que estu­vieron arreglados metódicaraente y que descendí desde 1538 hasta 1820, encontré todo explicable: vi el paisaje al derecho. El espí­ritu no trae desde el principio de su desarrollo en Nueva Granada otra tendencia que la de buscar vida propia." Necesario era, por tanto, determinar históricamente el momento en que esta tendencia llega a convertirse en hecho, porque ese momento no solamente de­bia establecer una división fundaraental en la historia política, sino también en la literatura.

Tales son, pues, las razones que han movido al autor de la His­toria de la literatura de la Nueva Granada a dividirla en dos partes principales, comprensiva la priraera de cuantos ingenios florecieron en el suelo de Bogotá desde 1538 a 1820, y destinada la segunda a dar a conocer a los escritores que florecen a la sombra de la república desde aquella época en adelante. La primera parte, ya dada a luz, es pues, la que sirve de objeto a este breve estudio.

Establecida la división capital de la obra, conforme a la natu­raleza e índole de la raateria, surgía, naturalraente, la necesidad de adoptar un sistema expositivo para dar cabo a la historia. Tres eran los que se ofrecían a la contemplación del autor, con este intento: 1̂ ) El sistema puramente estético, en que se sujetara estrictamente a la división de géneros literarios. 2*?) El sistema rigurosaraente cro­nológico, donde deberían ocupar los escritores el puesto accidental que les daba el año de su nacimiento, cualesquiera que fuesen la ín­dole de su inspiración y los trabajos por ellos realizados. 3°) El sis­tema estético-histórico, único que podía permitirle armonizar y dar su valor propio y su importanda relativa a los desarrollos sucesivos de cada género, en períodos determinados, pues que le consentía llevar ordenada y progresivamente la exposición cronológica y la exposición estética. La escasez de cultivadores de determinados gé­neros, o mejor dicho, la imposibilidad de analizar convenientemen­te sus obras, dado que la mayor parte no habían llegado a sus ma­nos, movió al señor Vergara a decidirse por el segundo sistema, que corao menos filosófico y adecuado para una historia literaria, no ha dejado de producirle notables inconvenientes, dificultando por extremo la buena ejecución y aun la lectura de su libro.

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!fO JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA

N o es por cierto de poca monta , tras el disgusto que desde lue­

go ocasiona al lector, atento siempre a descubrir en una historia de esta naturaleza las leyes peculiares de cada manifestadón literaria, el obligarle a hacer tantos esfuerzos intelectuales cuantas sean las in­terrupciones fortuitas, y como tales, invencibles, que produzca el in­flexible orden cronológico. Armoniza éste y fecunda, poniéndolos a verdadera luz, los hechos de esta misma índole, que desposeídos de esta relación, formarían un verdadero caos; pero por lo mismo que es esta ley superior, aunque externa, de toda manifestación histórica, no consiente adulteración ninguna, ni mezcla incoherente en los suce­sos u objetos que hayan de someterse a una exposición clara, lumi­nosa y útil, produciendo, cuando esto se olvida, aquella misma oscu­ridad de que talvez se huía con el mayor esraero. Momentos hay en la Historia de la literatura en Nueva Granada, debida al señor Ver-gara y Vergara, en que libre éste de la indicada cadena, asocia con­venientemente los ingenios que se distinguieron en un cultivo deter­minado, y logra entonces animar su narración y sus juicios de aque­lla unidad de exposición y de miras, que son el alma de toda histo­ria literaria. Entre otros pasajes, pudiéramos citar todo el capítulo vi, .dedicado exclusivaraente a los escritores que con excelente sentido se dedicaron "al estudio de las lenguas indígenas".

Sensible es, por tanto, el que tomados en cuenta, como lo hace el señor Vergara, todos estos inconvenientes, le venderá el temor, apuntado arriba, de no poseer obras suficientes de ciertos géneros pa­ra presentar cuadros completos de sus respectivos desarrollos. No ad­virtió en su buen deseo que no el número de los escritores, sino sus -altas virtudes literarias, constituyen realmente la riqueza de cada raa­nifestación estética y aun de cada época; y avasallado por el patrió­tico anhelo de vindicar al suelo de Nueva Granada de la injuta no­ta de esterilidad que habían echado sobre el raismo en los últimos tiempos los más caracterizados cultivadores de su historia, prefirió al fin el mismo sistema que, científicamente y aun en la práctica, re-

^chazaba.

III

No ha sido, sin embargo, este procediraiento bastante a impedir 'Cl que la Historia de la literatura en Nueva Granada llene cumpli-tdamente los fines capitales a que aspiró su autor al concebirla. Con

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noble empeño, dado a conocer sumariamente el estado de las letras españolas al verificarse la maravillosa conquista del Nuevo Reino, procura el señor Vergara quilatar los elementos de cultura llevados allí por nuestros mayores, no olvidando el generoso anhelo mostrado por los primeros conquistadores de llamar a las nuevas aulas, creadas para la ilustración común, a los moradores indígenas. Colegios de filosofía y de teología, universidades, a que pareció transferirse talvez con excesiva vitalidad el antiguo espíritu escolástico, que recibía ma­yor fuerza de la rivalidad de jesuítas y dominicanos, fueron las escue­las de pública enseñanza instituidas en Nueva Granada por el mis­mo celo de caridad, que poblaba a la sazón de análogos estableci­mientos las antiguas ciudades de la madre España; y si la conquista de aquel suelo era un hecho esencialmente popular, llevado a cabo por sólo ciento sesenta y seis hombres a quienes alentaba la grandeza del hombre ibérico, nada o rauy poco hacía para ilustrarlo el gobierno central, mudo espectador de las inauditas proezas en todas partes rea­lizadas por el pueblo hispano. Los elementos de civilización impor­tados a Nueva Granada, fruto fueron, como la conquista, del levanta­do espíritu de cultura que derramaba por el Nuevo Mundo la re­ligón, la lengua y la gloria de la raza hispano-latina; prenda segu­ra de que no habían de carecer de la misma fuerza y energía, que en­trañaban en el suelo de la metrópoli.

Consociábanse desde los primeros instantes de la población, y aun antes de reflejar el impulso que les daban las citadas escuelas, en cuatro grandes grupos principales los ingenios que florecían en el Nuevo Reino; tales eran los poetas, los historiadores, los moralis­tas y ascéticos y los filólogos, no desdeñados los que en cualquier otro concepto se servían de la lengua castellana para expresar allí sus pen­samientos. Todos, partiendo del recuerdo y aun de la imitación de la gran literatura española que, llegaba felizmente a su apogeo, pa­recían seguir las huellas de sus hermanos de Iberia; los poetas y los historiadores, llamados a la contemplación de una naturaleza que les sorprendía y adrairaba al par con sus inusitadas creaciones y extra­ordinarios accidentes; dominados por el escpectáculo de una reli­gión extraña y de unas costumbres peregrinas, sintiéronse animados de más especial inspiración, logrando coraunicar a sus obras cierta originalidad e interés, que las hizo entonces y hará siempre estima-Jjles. El ejemplo de Ercilla, en Arauca tenía en el Nuevo Reino de

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Granada notable correspondencia, por lo que toca a la poesía, en un Juan de Castellanos, autor de las Elegías de varones ilustres; al gene­ral y nunca bien agradecido esfuerzo de un Gonzalo Fernández de Oviedo, primer cronista del Nuevo Mundo, respondían en las regio­nes de Tunja y de Bogotá, con el mismo deseo de transmitir a las eda­des futuras las grandes proezas de los conquistadores, que triunfaban al mismo tiempo de los hombres y de la naturaleza, ingenuos y vera­ces narradores, a cuyo frente figuraba, para mayor gloria de su nom­bre, el héroe de aquella conquista, Gonzalo Jiménez de Quesada, con su Compendio historial del Nuevo Reino.

No fue, en verdad, tan fecunda como acaso había motivo para esperar, la pléyade de ingenios que siguieron las huellas de Castella­nos para cantar, como poetas, las hazañas de sus padres y hermanos, fundiéndolas con las tradiciones locales, que tanta vida y color tan peregrino podían haber prestado a las inspiraciones de aquella nueva musa, triunfando el gusto de la literatura clásica en las nuevas regio­nes dominadas por la cultura ibérica, apartaban los poetas, así en Bogotá como en todos los centros de ilustración creados en las mis­mas, su vista y su admiración de aquella rica y fastuosa naturaleza y de aquellas inauditas hazañas en que talvez tenían parte; y raientras se dejaban llevar al estéril carapo de frivolas e insustanciales inspira­ciones, entregaban de lleno al dominio de los cronistas todo aquel mundo nuevo, que parecía cerrarse, desposeído de vida y de encanto, ante su vista.

Recibían de esta singular manera de negación, que no sin dolor pone de resalto el autor de la Historia de la literatura en Nueva Gra­nada, mayor precio e importancia los cultivadores de la historia. Sen­cilla, ingenua, amante de lo raaravilloso, rica y aun fastuosa en el acopiar y exhibir extraños y peregrinos pormenores, se había mos­trado ésta en brazos de los que aspiraron al raisrao galardón de Ovie­do y sus ayudadores, al trazar la grande Historia de las Indias, ínsulas y tierra firme del mar océano; y no otros debían ser los caracteres que ostentase en el Nuevo Reino. Apoderándose de todos los elementos de vida llevados allí por los españoles, reflejando en cierta manera los que sobreviven en los indios al fracaso de la conquista, e interpre­tando con extremada exactitud las muy pintorescas costumbres, na­cidas del nuevo orden de cosas, no menos que de la misma naturale­za, a cuyo influjo se habían sometido aquéllos, ofrecíanse los narra-

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dores de la historia cual los verdaderos intérpretes de aquella socie­dad, conservando el sello de la primitiva originalidad, que los había hermanado con los poetas de las conquista.

Larga es la nómina de los historiadores y cronistas que exhibe el señor Vergara, y acertado el juicio que de los mismos expone. Desde el citado Jiménez de Quesada, fray Pedro Simón y Rodríguez Fresle hasta los novísimos cultivadores de la historia nacional, reser­vados a la segunda parte de la Historia de la literatura, ni se in­terrumpe la serie de estos afortunados escritores, ni pierde su prin­cipal carácter, aun soraetidos a las diferentes innovaciones, que en el terreno del gusto se operaban. Y debía suceder así; porque ellos, más que todos los demás, inclusos los ascéticos, representaban el in­terés vivo y creciente de aquella progresiva cultura, ligados, por tan­to, más estrechamente a la vida real del pueblo neogranadino.

Vencían también, en este concepto, a los poetas, cuyo apoca­miento y olvido de todo sentimiento nacional lamenta el señor Ver-gara, los escritores ascéticos.

Aunque movidos éstos, lo raismo en el Nuevo Reino que en to­das las comarcas donde imperaba el catolicismo, por un sólo interés superior, lo cual contribuía a imponerles un carácter común, osten­tan cierta originalidad, hija de circunstancias especiales y privativas del estado intelectual de las colonias. Componíanse éstas en verdad de hombres que, si bien tenían ganada con sus proezas la palma de los héroes, hallábanse muy distantes de ser lo que hoy se llama espíritus fuertes.. . habíalos llevado a tan desconocidas regiones, con el infati­gable anhelo de grandeza que agitaba al pueblo español, el no menos ardiente afán de adquirir mayores triunfos para la religión de sus padres, vencedora al fin en una guerra de ocho siglos; y secundados en el suelo de América por las órdenes religiosas, llamadas a realizar la conquista moral del Nuevo Mundo, que abrieron a la cultura evangélica sus indomables espadas, guardaron viva y enérgicamente en sus corazones, transmitiéndolos con igual vigor a sus hijos, aque­llos sentimientos religiosos. Natural era, por tanto, que arraigara y floreciera en las colonias españolas de América, incluso el Nuevo Rei­no de Granada, aquel linaje de elocuencia que tan brillantes frutos había producido en Castilla desde el siglo xm y que se enriquecía a la sazón con las selectas producciones de fray Luis de Granada y sus numerosos discípulos.

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No podemos aqui seguir al señor Vergara en la enumeración de estos escritores que durante el siglo xvii y buena parte del siguiente forman el principal caudal de la literatura neogranadlna. Pero si la brevedad nos fuerza a omitir la circunstanciada mención de ellos, el deseo de que no carezcan nuestros lectores de alguna idea más exac­ta nos mueve a llamar su atención sobre el hecho harto notable de que hubo de gloriarse también la ciudad de Bogotá, cabeza del Nue­vo Reino, de poseer una escritora sagrada digna del lauro de Teresa. Tal fue, en efecto, doña Josefa del Castillo y Guevara, nacida en 1671, entrada en religión el año 1698, y pasada de esta vida en 1742. El autor de la Historia de la literatura en Nueva Granada, colocan do en el verdadero punto de vista de la crítica trascendental, exami­na y aquilata cuerdamente los Sentimientos espirituales de la madre Francisca Josefa de la Concepción, que tal advocación tomó aquélla en el claustro; y ponderadas las virtudes literarias que los avaloran, reflejándose al par en su Vida escrita por ella misma, no vacila en formular el siguiente juicio: "La madre Castillo —dice— es el escri­tor más notable que poseemos: su estilo y su lenguaje la colocan al lado de Santa Teresa de Jesús y hasta en las peripecias de la vida le fue parecida."

IV

Dejamos ya notado que al lado de estos grandes grupos de escri­tores, entre quienes brillan en primer término los cronistas y los his­toriadores, ha colocado el señor Vergara los que se consagraron desde el XVII al estudio e ilustración "de las lenguas indígenas". A la ver­dad, este trabajo, que honra por extremo al genio español, es más etnográfico que literario, y toma plaza difícilmente en una historia que tiene por sujeto una literatura formulada en lengua española. Reducido, por otra parte, a una esfera exclusivamente gramatical, aunque fuera temeridad reprensible negarle su iraportancia, justo es reconocer que no salieron todos aquellos ensayos de un círculo un tanto elemental y embrionario, como que sólo tuvieron un objeto de actualidad y docente. Otra cosa sería, si apoderados ya sus autores de aquellos multiplicados instrumentos de comunicación con las razas indígenas, los hubieran aplicado con igual celo a la investigación vi­va de su historia.

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Como quiera, parécenos loable el empeño puesto por el señor Vergara en el acopio de estos curiosísimos datos, que pueden y deben contribuir, hermanados con otros relativos a las demás lenguas habla­das en las Islas y Tierra Firme al verificarse el descubrimiento del Nuevo Mundo, a formar cabal concepto así de la multitud de nacio­nes que lo poblaban como de los respectivos orígenes de las mismas. Mucho hay que hacer en éste, como en el concepto arqueológico, para conocer en la extensión y con la profundidad que la ciencia histó­rica demanda, lo que había sido y era la América cuando, tras la in­mortal hazaña de Colón, se lanzaron sobre ella los primeros descu­bridores ibéricos; y los esfuerzos del señor Vergara no serán, por cier­to, perdidos en esta relación, determinado por él, con el examen de gramáticas y diccionarios, el número extraordinario de las lenguas y dialectos usados en el territorio de la Nueva Granada.

Con no menor esmero toma en cuenta y considera los diferentes elementos de cultura que, implantada ya en aquel territorio la civi­lización europea, van sucesivamente derivándose de la madre patria. La introducción de la imprenta, retardada sin duda por accidentes lo­cales hasta el segundo tercio del siglo xvm (1738); la expedición bo­tánica nacional (1760); la creación de la biblioteca de Bogotá con las temporalidades de los jesuítas (1777); la introducción del periodismo político por el español don Manuel del Socorro Rodríguez (1791 a 1810); la reforma de los establecimientos de enseñanza con la crea­ción de, las nuevas cátedras de ciencias y fundación de escuelas gra­tuitas de ambos sexos (1779); la publicación de la primera Guía de forasteros en el virreinato (1793), y la fundación del teatro, empresa a que se opuso el arzobispo y favoreció el virrey (1794); el estable­cimiento de círculos literarios (1790), y finalmente, la instalación for­mal de sociedades científicas y tertulias literarias, realizada en los últimos días del mismo siglo. . . beneficios fueron todos que el Nue­vo Reino obtuvo de la metrópoli o de sus delegados, y deudas que en vano intentan desconocer los que desearan borrar del suelo ameri­cano hasta el último recuerdo de la civilización hispano-latina. Al concurso de todos estos y otros afortunados elementos fue debida una actividad literaria que parecía sin duda precursora de más sazonado y fecundo moviraiento intelectual; y el señor Vergara, para quien na­da es indiferente, de cuanto pudo contribuir al progreso de la ilus­tración en su patria, recoge con extremada solicitud todos los datos y

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noticias personales que a dicho período se refieren. Su infatigable an­helo, y sobre todo el decidido empeño en que estaba de redimir el suelo neogranadino de la nota de esterilidad con que sus compatrio­tas le abrumaban, llevóle al extremo de dar plaza en su historia a nombres y obras que en realidad no tenían conquistada tan señalada honra.

Pénele término con un capítulo dedicado a la poesía popular, que no vacila en calificar de pobrísima, comparándola con la espa­ñola, si bien reconoce en ella fases interesantes, y no la conceptúa desprovista de toda riqueza. No tiene dicha poesía su raíz en los arcitos y mitotes, cantos primitivos que, hermanados con todo linaje de danzas, solemnizaban entre los raoradores de América así los gran­des triunfos guerreros como los regocijos de la paz, ya en las públicas solemnidades, ya en el seno de las familias. Erradicadas las lenguas indígenas, merced a los gobiernos centralizadores, que pusieron su pesada mano en la obra más espontánea del pueblo español, hasta ha­cer suya la conquista, desaparecieron infelizmente de la boca de la muchedumbre aquellos preciosos recuerdos de la vida de sus padres, mientras experimentaba la misma población cambios fundamentales, mezcladas ya en parte las tres razas que ocupaban el territorio. Es­to, que puede en general asegurarse de todas las repúblicas hispano­americanas, se ajusta grandemente a la neogranadlna, siendo inevita­ble su consecuencia respecto de las regiones intelectuales. "No te­niendo tradiciones comunes (observa el señor Vergara), la poesía no podía hacerse popular; ni la raza indígena ni la blanca podían te­ner simpatía por los cantos de los negros; ni éstos por las tradicio­nes españolas de sus amos, o por los vagos recuerdos de los indios."

Mas corao no es posible coraprender la existencia de pueblo ni agrupación alguna de hombres sin poesía, música y baile, cualquiera que sea su estado de cultura, las razas dominadas han recibido en el suelo de Nueva Granada cantares sencillos y verdaderamente popu­lares de la vencedora, cantares libres, espontáneos, fáciles, que inter­pretan ingenuamente los afectos; y mezclándolos con otros cantos africanos llevados allí por la raza negra, han comenzado a producir cierta poesía popular en la cual descubre el señor Vergara no pocos elementos de vida y de futura riqueza. "Tal como hoy existe la poe­sía popular en la república neogranadlna (añade el autor de la His­toria que examinamos), consta de tres partes: coplas españolas de pu-

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ro origen, adoptadas y popularizadas, que cantan tres razas creyén­dolas propias; coplas y romances españoles combinados, que cantan los llaneros, que es una población bastante pura en su sangre; coplas africanas, que se han popularizado con sus danzas y que han sido adoptadas por la raza española, y con mayor razón por la raza mesti­za." Las danzas africanas han alcanzado tal preponderancia, que no se concibe fiesta alguna popular sin ellas, reinando sobre todas, hasta redbir título y ser en todas las esferas sociales considerada como na­cional, la denominada el bambuco.

V

Tal es la extensión y tal la importancia de la Historia de la literatura en Nueva Granada, debida al bogotano don José María Vergara y Vergara. El objeto patriótico e ilustrado, que al concebirlo se propuso, se halla logrado del todo. Su lectura demuestra clara­mente que lejos de haber sido estéril el suelo que trajeron a la vida de la civilización aquellos ciento sesenta y seis héroes que capitanea el primer historiador del Nuevo Reino, ha sido fecundo en escrito­res, algunos de los cuales se hombrean dignamente con los ingenios españoles. De ella se deduce igualmente que aun encerrados en dolo-rosa incomunicación con la madre patria, no han olvidado los escri­tores neogranadinos de nuestros días, a cuya cabeza nos complacemos en contemplar al señor Vergara, cuánto debe aquella república a la gran literatura española. "La literatura granadina (exclama con no­ble ingenuidad el autor de la Historia literaria) no es nacional ni pro­pia, sino española: si alguna gloria literaria tuviésemos, ésta iría a enriquecer el florón de nuestra común lengua, así corao la decaden­cia de las letras en España no pasaría impúneraente para nosotros, por más que nos refugiáramos en la tarea ingrata de traducir los in­novadores franceses; que mientras más grandes sean ellos, más pe­queños aparecemos los que renegamos de nuestro origen para mendi­gar otra paternidad que la de Cervantes y Quintana."

Los que de esta manera sienten y discurren, libres se muestran ya de aquel fanatismo político que hace sesenta años levantó un va­lladar de odio y de olvido entre la patria de los Corteses y Pizarros, de los Balboas y Jiménez de Quesada, y las inmensas regiones por ellos descubiertas y conquistadas. Gloria es del señor Vergara el ha­ber tomado la iniciativa, para reprender el lamentable error de los

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que "en vez de declararse hijos, herederos e imitadores de Lope y Calderón, de Herrera y de Rioja, han ido a buscar padres en La­martine y Víctor Hugo, tradiciones en la literatura de la Enciclope­dia, y modelos en los novelistas franceses". No vacilemos, pues, nos­otros en reconocérsela y confesársela; y esperemos con entera confian­za que ha de ser mayor el lauro por él conquistado la publicación de la segunda parte de la Historia de la literatura en Nueva Granada. Desconocidos de nosotros en su mayoría los ingenios que deben figu­rar en sus páginas, y animados aquéllos de un nuevo espíritu na­cional, encerrarán sin duda el doble interés de la novedad y de la originalidad; y estas favorables circunstancias consentirán sin duda al historiador levantar su vuelo más holgadamente a las verdaderas regiones de la crítica.

Madrid, novierabre de 1870.

José Amador de los Rios