Capítulo V. Operación masacre: ¿Grado cero de...

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Capítulo V. Operación masacre: ¿Grado cero de ficción? En una entrevista que realiza Ricardo Piglia a Rodolfo Walsh en 1970, el escritor de Operación masacre deja saber que él concebía la posibilidad de crear una literatura que se apegara más a lo documental y que fuera mucho más atenida a lo demostrable, de manera que con su propuesta de escritura promovía una nueva forma de arte que no tuviera que ficcionalizar la denuncia y que, por lo tanto, ésta no se neutralizara y se volviera inofensiva al sacralizarla como arte. De acuerdo con Piglia, esta fue la mayor enseñanza de Walsh: La obra Operación masacre es una respuesta al viejo debate sobre el compromiso del escritor y la eficiencia de la literatura. Frente a la buena conciencia progresista de las novelas ‘sociales’ que reflejan la realidad y ficcionalizan las efemérides políticas, Walsh levanta la verdad cruda de los hechos, la denuncia directa, el relato documental. Un uso político de la literatura debe prescindir de la ficción. Esa es la gran enseñanza de Walsh. (13) Pero a pesar de que Walsh insiste en dejar la ficción de lado, analiza Demaría en uno de sus artículos de literatura argentina, él mismo no sabe cómo dejarla, pues para conseguir que Operación masacre sea recibida como una obra de carácter periodístico, político y testimonial forzosamente se tiene que recurrir a un proceso de ficcionalización que logre obnubilar la propia ficcionalidad. Es mediante este proceso que la producción de Walsh: Se inserta en un proyecto mucho más amplio que el estrictamente literario de construir una clase de novela como respuesta alternativa a un realismo ya desgastado; compromete planos tan abarcadores como es el de la función del intelectual en los países latinoamericanos, la relación que une la práctica literaria con la política, el compromiso a través de una producción específica que no quede reducida a un ejercicio brillante de inteligencia ni un panfleto político. (Amar Sánchez El relato 29)

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Capítulo V. Operación masacre: ¿Grado cero de ficción?

En una entrevista que realiza Ricardo Piglia a Rodolfo Walsh en 1970, el escritor de

Operación masacre deja saber que él concebía la posibilidad de crear una literatura que se

apegara más a lo documental y que fuera mucho más atenida a lo demostrable, de manera que

con su propuesta de escritura promovía una nueva forma de arte que no tuviera que

ficcionalizar la denuncia y que, por lo tanto, ésta no se neutralizara y se volviera inofensiva al

sacralizarla como arte. De acuerdo con Piglia, esta fue la mayor enseñanza de Walsh:

La obra Operación masacre es una respuesta al viejo debate sobre el

compromiso del escritor y la eficiencia de la literatura. Frente a la buena

conciencia progresista de las novelas ‘sociales’ que reflejan la realidad y

ficcionalizan las efemérides políticas, Walsh levanta la verdad cruda de los

hechos, la denuncia directa, el relato documental. Un uso político de la

literatura debe prescindir de la ficción. Esa es la gran enseñanza de Walsh. (13)

Pero a pesar de que Walsh insiste en dejar la ficción de lado, analiza Demaría en uno

de sus artículos de literatura argentina, él mismo no sabe cómo dejarla, pues para conseguir

que Operación masacre sea recibida como una obra de carácter periodístico, político y

testimonial forzosamente se tiene que recurrir a un proceso de ficcionalización que logre

obnubilar la propia ficcionalidad. Es mediante este proceso que la producción de Walsh:

Se inserta en un proyecto mucho más amplio que el estrictamente literario de

construir una clase de novela como respuesta alternativa a un realismo ya

desgastado; compromete planos tan abarcadores como es el de la función del

intelectual en los países latinoamericanos, la relación que une la práctica

literaria con la política, el compromiso a través de una producción específica

que no quede reducida a un ejercicio brillante de inteligencia ni un panfleto

político. (Amar Sánchez El relato 29)

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De acuerdo con este análisis de Sánchez, el testimonio prescinde de lo ficticio y

trabaja con material de la realidad sin ser por ello realista, ya que poner el acento en el

montaje y el modo de organización del material implica un rechazo al concepto de

verosimilitud como ilusión referencial. Para la estudiosa, las obras de Walsh se distancian de

este verosímil y renuncian a parecer realistas al optar por los hechos verdaderos y no los

posibles. Sin embargo, se ha visto que también para la representación de los hechos

verdaderos es imprescindible el uso de la ficción (la construcción de mundos posibles), la

diferencia se encuentra entonces, en la propuesta de una renovación formal y una

reorientación que consigan la desautomatización del lector.

Si se ha analizado hasta aquí que el testimonio hispanoamericano, en cualquiera de sus

variedades y/o modalidades, surge en un contexto de crisis específico, es de suponer que la

respuesta que se espera obtener del lector no es la mera aceptación de la situación, sino una

asimilación y reinterpretación de los hechos históricos. A diferencia del realismo, la narrativa

testimonial logra persuadir al lector acerca de la verdad y la objetividad de los hechos y lo

hace mediante los mismos mecanismos.

En Operación Masacre, Walsh narra el suceso acaecido en Argentina el 9 de junio de

1956 cuando el teniente coronel en turno manda fusilar a un grupo de civiles acusados de

intervenir en los planes revolucionarios contra el gobierno de Aramburu. El caso es omitido

por la prensa oficial que se encarga de maquillar los eventos para beneficiar a la oligarquía,

sin embargo tras escuchar que uno de los fusilados de esa noche seguía con vida, Rodolfo

Walsh se demuestra interesado por descubrir qué es lo que verdaderamente sucedió en aquel

momento. Después de un exhaustivo proceso de investigación, recopilación de entrevistas y

análisis de documentos oficiales, el escritor argentino da a conocer la historia primeramente

en notas periodísticas y luego de encontrar una editorial dispuesta a publicar esta información

las notas son transcritas en forma de libro, o como algunos lo tildan, de novela policial.

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Las condiciones sociopolíticas de Argentina en la década de los cincuenta se

caracterizan por ser complejas e inestables, en 1952 cuando Juan Domingo Perón asume la

presidencia por segunda ocasión esta inestabilidad parece golpearle con dureza: la economía

del país empeora debido a las medidas emprendidas por su ministro de asuntos económicos,

los precios de ciertos productos, entre ellos la carne, aumenta exponencialmente por lo que a

su oposición se suman cada vez más ciudadanos. Estos conflictos desencadenan

enfrentamientos entre los partidos políticos causando la muerte de miles de inocentes y la

destrucción de plazas e instituciones públicas. Argentina se sume en un período de terror y

violencia que parecía no tener escapatoria.

En mayo de 1955, por su fuera poco, Perón sufre un nuevo enfrentamiento contra la

iglesia católica; un grupo de legisladores oficialistas presenta un proyecto para convocar a una

nueva Convención Constituyente que llevara a cabo la acción de separar a la Iglesia del

Estado. Alentado por esta nueva noticia -aunada a una serie de disconformidades sociales- un

sector rebelde de las Fuerzas Armadas bombardea la Plaza Mayo con la deliberada intención

de asesinar a Perón, pero sus deseos se frustran y en respuesta a este atentado, los

simpatizantes del gobierno peronista incendian la Curia y varios templos como el San Ignacio,

Santo Domingo y San Francisco.

Luego de estos sucesos, Perón intentar ejercer desesperadamente una política de

conciliación pero su decisión no termina de acarrear buenos resultados, ya que en septiembre

de 1955 tras nuevos y más violentos enfrentamientos, el general Eduardo Lonardi pone en

marcha una acción revolucionaria denominada Revolución Libertadora que consistía

precisamente en derrocar a Perón a toda costa. Pero, a pesar de que Lonardi es respaldado por

ultracatólicos y nacionalistas, sus medidas redentoras son tachadas de insuficientes, y después

de un golpe de estado el General Pedro Eugenio Aramburu toma las riendas del poder

argentino. El nuevo dictador establece medidas mucho más drásticas y para nada

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conciliadoras; una de tantas consistía en emprender un juicio por traición a la patria contra el

general Perón y sus figuras de gobierno, de manera que la mayor parte de las fundaciones

creadas por el general y su esposa son liquidadas y/o clausuradas. Aramburu se da a la tarea

de desperonizar a la nación, así cualquier emblema, canción, nombre o plan revolucionario

asociado al peronismo es prohibido y castigado legalmente:

El atropello y el hostigamiento no era tan sólo la expresión de una cruzada

‘libertadora’ o la manifestación de una ideología autoritaria; eran, además,

sustancialmente necesarios para llevar a cabo la instrumentación de una

política económica -el plan Prebisch- que suponía la redistribución del ingreso

nacional en detrimento de los sectores populares beneficiados en los años del

régimen peronista. Maniatar al peronismo era la exigencia prioritaria para

desmembrar todo intento de oposición a un nuevo diseño de país; pues muy

pronto fue notorio que muchos sectores, que se habían alineado contra Perón,

serían igualmente perseguidos. (Ferro “Investigación y escritura” 140)

En 1956 bajo el comando del general peronista Juan José Valle se dirige una acción

revolucionaria dispuesta a derrocar el ahora gobierno represivo del general Aramburu, este

movimiento estalla los días 7 y 8 de junio y su pretensión máxima era devolver el poder a

manos de Domingo Perón, obviamente este intento revolucionario es sometido por la Fuerza

Armada y la catástrofe culmina con el fusilamiento de un grupo de civiles y del mismo Valle.

Esa noche en que estalla el movimiento de Valle, Walsh se encontraba en un café de

La Plata jugando ajedrez, cuando es sorprendido por el tiroteo con el que da inicio el asalto al

comando de la segunda división y al departamento de policía. Cuenta el argentino que tras

escuchar los ruidos, los jugadores de ajedrez salen del café y se dirigen hacia el lugar de los

hechos -la plaza San Martín- pero a medida que se iban acercando, un mayor número de

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personas se quedaban atrás. Cuando por fin consigue llegar a su casa -dos horas más tarde-

escucha desde la persiana el grito de un civil moribundo: “No me dejen solo, hijos de puta”.

Después de ese grito, Walsh decide que no quiere recordar más los hechos y se aleja

de ellos durante un tiempo, no es sino hasta el 18 de diciembre de 1956, tras escuchar

casualmente la noticia de que uno de los fusilados de ese día -Juan Carlos Livraga- aún vive,

que vuelve a mostrarse interesado por el caso e inicia su proceso de investigación. El

periodista, con la ayuda de su compañera Enriqueta Muñiz, pasa un año analizando los

hechos, indagando en los diarios locales de la época y entrevistando a las víctimas y sus

allegados. Los resultados de este proceso son los siguientes descubrimientos:

• Alrededor de 14 civiles son detenidos el nueve de junio de 1956, antes de

medianoche, por lo tanto antes de decretarse la Ley Marcial que permitía al

teniente coronel Fernández Suárez tomar la decisión que toma: mandar

fusilar a los civiles.

• No existe solamente un sobreviviente de los fusilamientos clandestinos,

sino siete: Livraga, Horacio Di Chiano, Rogelio Díaz, Miguel Ángel

Giunta, Julio Troxler, Norberto Gavino y Reinaldo Benavídez.

• Los civiles capturados se encontraban reunidos en el departamento de un

hombre llamado Torres, viendo la pelea de box del campeón Lausse contra

el chileno Loayza.

• Se sabe que Torres y Gavino estaban implicados en el motín dirigido por

Valle. Carranza y Lizaso solamente estaban enterados. Los que no sabían

absolutamente nada y sólo acuden al departamento de Torres a presenciar

la pelea o jugar cartas, son: Brión, Giunta, Di Chiano, Livraga y Garibotti.

La actitud de Rodríguez y Díaz, a falta de datos concretos queda a la

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sombra. En cuanto a Troxler y Benavídez, ellos son detenidos únicamente

por entrar al departamento, poco importa si estaban o no comprometidos.

• Los detenidos son trasladados a la Unidad Regional de San Martín, se les

hacen unas cuantas preguntas sin importancia, que en sí no constituyen una

declaración -como estipula Fernández Suárez en el juicio que

posteriormente se lleva a cabo-.

• La orden de los fusilamientos se da apenas unos minutos después de que la

Ley Marcial entra en rigor, por lo tanto, aun dado el caso de que los civiles

estuvieran conspirando contra el gobierno, no existía en el momento de su

detención una ley que permitiera al teniente coronel mandarlos fusilar. Los

fusilamientos se convierten entonces en un acto de homicidio.

• Algunos sobrevivientes son encarcelados y maltratados sin que el gobierno

tenga pruebas, evidencias o razones para hacerlo.

En el proceso de investigación y recopilación de información, Walsh y Muñiz

consultaron las siguientes declaraciones legales y entrevistaron a los respectivos familiares de

las víctimas:

• Fernández Suárez en su informe ante la Consultiva provincial el 18 de

diciembre de 1956.

• Declaración de Miguel Ángel Giunta

• Testimonio oral de Horacio di Chiano

• Declaración firmada por Norberto Gavino

• Declaración conjunta firmada por Julio Troxler y Reinaldo Benavídez

• Testimonio de la viuda de Vicente Rodríguez

• Testimonio de los familiares de Mario Brión

• Testimonio de la viuda de Nicolás Carranza

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• Testimonio de la viuda de Francisco Garibotti

• Testimonio de los familiares de Carlos Lizaso

• Testimonio de Juan Carlos Torres

• Testimonio de los familiares de Giunta

• Testimonio de los familiares de Livraga

• Testimonio de los familiares de Di Chiano

Además de estos testimonios y declaraciones, se recuperan datos a partir de la prensa

local, de las fichas judiciales y del cuaderno de transmisiones de la Radio del Estado. Los

resultados que se obtienen se van dando a conocer en el transcurso de la investigación y de

manera independiente, el primer artículo que aparece es la denuncia de uno de los civiles

implicados, éste se publica el 25 de diciembre de 1956 en el periódico Propósitos y se titula

“Castigo a los culpables”. Más adelante, y ante nuevas averiguaciones, aparecen cinco

artículos con fechas distintas en el periódico Revolución Nacional, los títulos son los que

siguen:

1. “Yo también fui fusilado” (enero 15 de ‘57)

2. “Habla la mujer del fusilado” (enero 29 de ‘57)

3. “La verdad sobre los fusilados” (febrero 19 de ‘57)

4. “Nuevas informaciones sobre la masacre” (febrero 26 de ‘57)

5. “¿Fue una operación clandestina la masacre de José León Suárez?” (marzo 26 de

’57)

Posteriormente, en el período que va del 27 de mayo al 31 de julio de 1957 estos

artículos junto con el resto de la información se montan en un total de nueve notas

periodísticas que aparecen por entregas en la revista Mayoría. Hacia finales de julio de ese

mismo año las notas son transcritas en forma de libro y éste es publicado por Ediciones Sigla

con el nombre Operación masacre y el subtítulo Un proceso que no ha sido clausurado.

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Para muchos críticos y estudiosos del testimonio, OM es un texto fundacional del

género, pues en él se concentran los rasgos característicos del modelo institucionalizado y su

proceso de ficcionalización: “Escritura de la urgencia y escritura revolucionaria son dos de las

marcas identitarias más importantes en la constitución del género; Walsh aporta las reglas del

género y la voluntad de supresión de la obligación antropológica del lugar de enunciación del

testimonio” (Nofal 118). La aportación de Walsh, gracias a su ficcionalización testimonial,

reivindica la idea de un arte vinculado directamente a la política, su testimonio nace de la

necesidad de percibir experiencias ajenas, conocerlas, asimilarlas y reconstruirlas como

experiencias próximas.

El metatestimonio

En Operación masacre se muestra que los soportes textuales hacen posible la presencia de

dos historias paralelas, por un lado en el conjunto de paratextos Rodolfo Walsh da a conocer

su relación con los hechos narrados, cuenta la historia de cómo es que llegó a ellos y por qué

siente un enorme interés por relatarlos. Esta parte de la narración evidencia los dos ejes

compositivos de la obra (factual-literario) y además alerta al lector acerca de las capacidades

del mediador para llevar a cabo tal empresa. La otra historia es la de los sucesos en sí, la de

los civiles mandados fusilar clandestinamente por el gobierno argentino, esta historia es

guiada por el mediador que se sabe ya, tiene el poder suficiente para poner los hechos por

escrito.

La cadena de transmisión en este caso es mucho más evidente que en otros

testimonios, razón por la cual este texto de Walsh podría develar los más recónditos y

confusos secretos del género testimonial. Es del conocimiento general que el mediador recoge

el relato oral de su testigo, por lo tanto es el segundo en descifrar la realidad. En el caso de

Burgos por ejemplo, Rigoberta Menchú es la primera en mediar la realidad, después transmite

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este conocimiento a Burgos y luego la venezolana lo transmite a su lector, sin embargo

cuando se lee el libro lo que se observa es únicamente el testimonio directo de Menchú, sin la

intervención de Burgos. Aunque como lectores se reconoce lo que sucede con esta cadena de

transmisión, la ficcionalización consigue simular bien este proceso testimonial. Pero aquí, en

OM resulta fundamental la intervención constante del mediador en el relato de los hechos, por

lo que, más que parecer el testimonio de las víctimas implicadas en el caso, parece el

testimonio o relato de vida del mediador.

En los diversos paratextos de la obra, Rodolfo Walsh se presenta como un periodista

que está por investigar un acontecimiento histórico que la prensa oficial ha ocultado durante

algunos meses, pero a diferencia de otros textos testimoniales, el escritor aquí se transforma

en un personaje más que va descifrando los hechos junto con las víctimas del caso. En el

prólogo a la tercera edición del libro, que es el que hasta la fecha permanece, Walsh empieza

contando cómo escucha la noticia sobre los fusilamientos clandestinos de junio de 1956, su

relato deja saber que él se encuentra, de alguna manera, relacionado con los hechos pues

casualmente ese día del impacto del movimiento armado, jugaba ajedrez en un café cercano y

tiene la oportunidad de presenciar el tumulto. Este señalamiento es en gran parte estratégico

por dos motivos, a saber:

a) Hacer evidente su presencia puede llevar al lector a pensar que el periodista es a su

vez testigo directo de los hechos, por lo tanto, se cumple con el propósito de ofertar una

imagen del orador que sea convincente y confiable para su audiencia, se debe entender que

nadie conoce mejor los eventos que él, porque él no sólo tuvo la oportunidad de investigarlos

sino también de ser parte de ellos.

b) La mención funciona también para apelar a las emociones del lector, para conseguir

la empatía con las víctimas y con la situación de Argentina en las sucesivas décadas de sus

dictadores: “La violencia me ha salpicado las paredes, en las ventanas hay agujeros de balas,

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he visto un coche agujereado y adentro un hombre con los sesos al aire, pero es solamente el

azar lo que me ha puesto eso ante los ojos. Pudo ocurrir a cien kilómetros, pudo ocurrir

cuando yo no estaba” (Walsh Operación 20)

En este mismo prólogo, pareciera ser que Walsh explica el proceso testimonial,

presenta primeramente una situación de emergencia, una irrupción de violencia, después sigue

con los testigos, él elige entrevistar a aquella persona que ha sobrevivido a los fusilamientos,

de esta persona se pasa al resto de las víctimas, y después traslada los hechos a la escritura o

al relato. Además, todo el tiempo indica que las víctimas han sido silenciadas por el gobierno

y la prensa oficial, pues su historia jamás fue contada sino más bien eliminada del acontecer

del país. Por lo tanto, Walsh se exhibe como el héroe redentor cuya misión ética es descubrir

esa noticia ante los ojos de un lector que tiene que saber la verdad y sumarse a un proyecto.

En este sentido, el escritor también anuncia los cruces genéricos de la obra, señala que él es

periodista y escritor de cuentos policiales: “¿Puedo volver al ajedrez? Puedo. Al ajedrez y a la

literatura fantástica que leo, a los cuentos policiales que escribo, a la novela ‘seria’ que planeo

para dentro de algunos años, y a otras cosas que hago para ganarme la vida y que llamo

periodismo, aunque no es periodismo” (20). Su imagen se desdobla de diversas maneras, es

periodista pero no es periodista, tiene planeado escribir una novela seria pero no la ha escrito,

lo único que asienta es que es escritor de cuentos policiales. Así, el lector puede debatir la

obra entre el reportaje periodístico, el cuento policial y la novela seria, sin embargo Walsh no

deja de advertir que el texto se basa en entrevistas a las víctimas e información de documentos

oficiales, lo cual pone el acento sobre la veracidad de los hechos.

Ahora bien, para brindar una imagen preponderante como mediador, el escritor inicia

su transformación en un personaje más de la obra, es decir va desde el periodista (que no es

periodista), al escritor de cuentos policiales, al novelista frustrado, a detective que está por

investigar los hechos acaecidos aquel 9 de junio de 1956:

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Walsh en Operación masacre está revistiendo máscaras aún más diversas: es

narrador autorial y testigo, editor que introduce subtítulos y diversifica al pie

de la imprenta, periodista con temperamento de detective, perseguidor y

perseguido, protagonista heroico quien en varias ocasiones tiene que asumir

otras identidades. (Sklodowska Testimonio 164)

La ficcionalización de Walsh como detective capacitado para el descubrimiento de los

hechos se sustenta en varios factores, a) como escritor de cuentos policiales, él conoce el

proceso de investigación y búsqueda de pistas y respuestas, es decir la descripción de sí

mismo como detective tendrá validez y será legitimado por su experiencia como escritor de

este tipo de cuentos, b) como periodista se valida su capacidad para buscar en los lugares

precisos las respuestas correctas acerca del acontecer, además como tal se le permite acceder

más fácilmente a la información, ya sea de medios impresos o de las víctimas.

En su transformación a detective, Walsh cambia también de nombre: “Ahora, durante

casi un año no pensaré en otra cosa, abandonaré mi casa y mi trabajo, me llamaré Francisco

Freyre, tendré una cédula falsa con ese nombre, un amigo me prestará una casa en el Tigre,

durante dos meses viviré en un helado rancho de Merlo, llevaré conmigo un revólver, y a cada

momento las figuras del drama volverán obsesivamente” (Operación 20). Como detective,

Walsh conduce la narración testimonial, de manera que empleando las mismas estrategias de

sus cuentos policiales y otros procesos jurídicos, va inmiscuyendo al lector en un juego de

complicidad que consiste en ir avanzando en conjunto durante todo el proceso de

investigación y descubrimiento. Podría decirse que al convertirse él mismo en detective,

convierte a su vez al lector que al firmar los contratos de lectura (novela policial, reportaje

periodístico, panfleto, etc.) va avanzando junto con él para conocer los hechos como si

también fuera testigo directo u otro personaje más de la obra.

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Tal como sugería Beverley, ambas historias, tanto la del detective que investiga como

la de los hechos en sí, permanecen inconclusas. La del detective porque a través de los

paratextos se puede notar que éste sigue viviendo después de los hechos, e incluso lo

evidencia la constante modificación de su obra. Y por otro lado, la historia de las víctimas

tampoco tiene un final preciso porque la situación no termina de resolverse, la injusticia sigue,

las víctimas no obtienen lo que buscaban, el gobierno continúa cometiendo atropellos, etc.

De acuerdo con Sklodowska “a la inversa de lo que se ha visto en el trabajo editorial

de Burgos y Barnet, Operación masacre no borra las huellas de su propia producción

discursiva ni los indicadores de interacción entre el narrador y sus testigos” (Testimonio 166).

Esta aportación de Sklodowska permite sugerir que OM es un ejemplo de la cualidad

metatestimonial del testimonio por dos razones fundamentales:

1. Primero que nada, al no borrar las huellas de su propia producción, el texto de

Walsh (con todo y soportes textuales) aporta una explicación acerca del proceso

testimonial, es decir se trata de un testimonio dentro del testimonio que muestra

cómo realizar un testimonio: “Operación masacre is arguably the only Latin

American mediated testimonial recognized as ‘canonical’ that does not attempt to

gloss over its own contradictions. Rather, it incorporates its own critique into the

creative process, unmasks its own status as a second-order re-telling of events, and

signals that ‘facts’ may always be refuted and airbushed” (Sklodowska “On the

web…” 204). El proceso creativo en OM es trascendente porque revela su propia

ficcionalización, es como si realmente la obra de Walsh asentara las reglas y diera

instrucciones al respecto, como si en ella se concentrara la especificidad del

género.

2. El desdoblamiento de la personalidad del escritor como detective, traslada a la

persona real (periodista y creador de cuentos policiales) a un personaje literario

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(detective) que se inmiscuye en el relato de los hechos. Este desdoblamiento alerta

sobre la composición dual de la obra (real-imaginario) y también sobre el proceso

que se lleva a cabo para la representación textual de los hechos verdaderos

(creación de mundos posibles o efecto de realidad). Así como Walsh atraviesa una

ficcionalización o subjetivización como personaje, las víctimas también tendrán

que pasar por lo mismo, sin embargo por una relación de analogía, si el lector sabe

que Walsh es una persona de carne y hueso, asume que las víctimas también lo

son. Lo que se ha analizado hasta este momento de los textos testimoniales permite

inferir que el resultado final de un testimonio no es la exposición de los hechos

según la víctima sino la exposición (inmediata o directa) del mediador. Lo

decíamos ya, que la narración testimonial se compone por dos historias paralelas,

aquella del mediador y aquella del testigo, por lo tanto se podría concluir que

gracias a esta cadena de transmisión y mediación, el testimonio como tal, siempre

tendrá una cualidad metatestimonial. Al leer un texto testimonial se encontrarán

dos testimonios, uno dentro del otro, un testimonio del mediador que envuelve el

testimonio del testigo, pero se vuelve a lo mismo, la ficcionalización maquilla el

proceso para ofrecer al lector un texto aparentemente no mediado, puro y directo.

Lo interesante de OM es que también revela este secreto del testimonio gracias a la

intervención constante del mediador en la obra y a su transformación como

personaje: “Despite the usual misgivings in relation to testimonial mediation -as

occurring at the intersection of unequal power, knowledge, and authority- it does

not seem essential to elaborate here on the pitfalls of the account given through the

filter of investigative reporting, mainly because the writer himself begins by

setting forth two intertwined modes of reading -the testimonial and the self-critical

(meta-testimonial)” (204). Gracias a la ficcionalización, el mediador letrado se

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coloca al nivel del resto de las víctimas para vivir junto con ellas la historia que

relata, simula que les da la voz para poner por escrito sus experiencias, pero sus

intervenciones dejan saber al lector que detrás del testigo se encuentra un aparato

legitimador que va guiando la verdad del relato.

En otro de sus estudios Sklodowska plantea que Operación masacre aborda

abiertamente las preguntas que en otros testimonios tenían que leerse entre renglones: “no

existe una verdad absoluta y el efecto de la verdad se deriva del arte de la persuasión. Al

reforzar su argumentación con todo tipo de juegos retóricos, el editor admite que su verdad

también está construida y no simplemente revelada” (Testimonio 168). Walsh admite que

desconoce mucha información y que ante el silencio de las víctimas él tiene que formular

conjeturas y suposiciones que den sentido al relato de los sucesos. En OM, Walsh marca la

pauta para lograr, mediante la ficcionalización, que un testimonio sea reconocido como no-

ficcional.

La operación paratextual

Uno de los rasgos más característicos de la obra de Walsh es su denominación como work in

progress o su cualidad inconclusa. Como ya se mencionó, las primeras publicaciones del

suceso fueron en periódicos izquierdistas como Propósitos y Revolución nacional, después de

las notas, viene el libro o los libros porque a cada edición se le van sumando, recortando o

cambiando los soportes textuales y por ende el contenido completo del texto. Después de las

notas y el libro (o libros) viene la película, con lo que vuelve a reformularse el contenido de la

obra.

Con el nombre Operación masacre la información se publica primeramente en la

revista Mayoría, en un total de nueve notas con el subtítulo “Un libro que no encuentra

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editor” en cada una de ellas, con una “Introducción”, un “Obligado apéndice” y una carta de

Rodolfo Walsh en la séptima nota.

En julio de 1957 se publica en forma de libro por Ediciones Sigla y se le agrega un

prólogo, un provisorio epílogo y un epígrafe de T.S. Elliot: “A rain of blood has blinded my

eyes… And I wander in a land of barren boughs”. En 1964 se produce una nueva edición por

parte de la editorial Continental Service de Buenos Aires, se omiten algunos capítulos y se le

agrega un epílogo.

A partir de la tercera edición en 1969 y en manos de la editorial Jorge Álvarez, se

omite el capítulo 23, se cambia el epígrafe de T.S. Elliot, por una frase del comisario

inspector del caso de los fusilamientos, Rodolfo Rodríguez Moreno: “Agrega el declarante

que la comisión encomendada era terriblemente ingrata para el que habla, pues salía de todas

las funciones específicas de la policía” y se le suma el epílogo titulado “Retrato de la

oligarquía dominante”.

En la cuarta edición en 1972 por Ediciones de la Flor, se omite el epílogo de la tercera

edición y se incluye un fragmento del guión de cine “Operación en cine” escrito en 1972 por

Jorge Cedrón, ese mismo año la película se da a conocer clandestinamente.

En 1984 de manera póstuma, se publica una quinta edición del libro incluyendo en ella

una carta escrita por Rodolfo Walsh “Carta abierta de un escritor a la junta militar”. De 1984

en adelante han concurrido algunas ediciones, en la edición del 2000 por Ediciones de la Flor

aparecen todos los cambios editoriales como apéndices y una introducción de Osvaldo Bayer

“Rodolfo Walsh: Tabú y mito”. La edición que ahora analizo es la del 2009 que incluye una

versión crítica de Roberto Ferro y la campaña periodística que precede al libro, se anexan

además las omisiones de las anteriores ediciones y las fotografías de las transcripciones de los

testimonios de las víctimas.

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Este aspecto inconcluso del texto de Walsh devela también, así como la intervención

del mediador, otro de los secretos testimoniales que ya se ha explorado aquí, su carácter

transicional:

En esta trama de variaciones que evidencian las sucesivas ediciones aparecen

como indicios de la evaluación que Rodolfo Walsh realizó, en cada ocasión, de

los cambios que tanto la situación histórica como su propia trayectoria personal

significaban al rol que asumía en el texto y a la relación que entablaba con el

auditorio. Cada edición planteaba distintas exigencias de apropiación y de

legitimidad al autor; cada publicación respondió a ellas con sus variantes.

(Pampillo-Urtasun 167)

El testimonio no logra definirse concretamente porque a medida que aparecen nuevos

estudios se presta a la formulación de nuevas clasificaciones y nuevas interpretaciones al

respecto, OM acierta también entonces, en postular que el testimonio no tiene una estructura

permanente pues con el surgimiento de nuevos contextos se requieren otras estrategias de

expresión y de legitimación discursiva. Estas variantes en los soportes textuales y en las

continuas ediciones, revelan la fuerza constitutiva del testimonio: “its resistance to

establishing closure and its ability to contest silence from new perspectives and with new

evidence” (Sklodowska “On the web…” 205).

Es de esta manera como el testimonio plantea la cadena de transmisión que le

distingue, la obra representa los hechos de acuerdo con la agenda política del mediador en

distintas etapas del proceso político de argentina, al mismo tiempo que su agenda modifica la

exposición de los hechos por parte de las víctimas, lo cual trae como consecuencia una

hibridez de pactos de lectura, de interpretaciones, de perspectivas, de personajes, de géneros,

etc.

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Cuando los hechos se narran en notas periodísticas en periódicos izquierdistas, la

información toma un carácter objetivo, veraz y contundente, por la simple razón de que el

discurso periodístico obedece a sus propias leyes de veridicción, por otro lado, publicar la

información en este tipo de revistas implica de por sí una inclinación política que va

orientando o prefigurando la interpretación del lector sobre lo narrado.

En este sentido, las notas siguen normas de redacción periodística que van guiando la

lectura de los sucesos, por ejemplo la primera nota publicada en marzo en Mayoría se titula

“Operación” con minúsculas, sólo la inicial con mayúscula, y “MASACRE” todas sus letras

con mayúscula, de tal forma que se descarga la mayor fuerza visual y semántica sobre la

palabra masacre y sus connotaciones negativas (galicismo usual que sentimos como más

contundente que ‘matanza’). Esta acción orienta la interpretación del hecho, subjetivizando a

priori a las víctimas desde las posibles implicaciones del título de la nota, podría suponerse

que este título surge de una norma periodística que exige que éste llame la atención, ya que es

lo primero que el lector ve y si logra interesarle e impactarle será más factible su lectura.

Siguiendo con la misma idea, el subtítulo de las notas: “Un libro que no encuentra

editor” es manejado hábilmente por Walsh para evidenciar, por un lado, la censura a la que se

enfrenta su obra por parte de los medios oficiales o las grandes casas editoriales controladas

por el gobierno en turno, es decir el subtítulo denuncia de forma encubierta el silencio que

enfrenta la verdad. Por otro lado, el subtítulo también contribuye a anunciar dos pactos de

lectura, el libro que no encuentra editor, esto es, la información no debe sólo leerse como

noticias de última hora sino también como una narración cuidada que lleva implícito un fin

ético y estético.

Cuando las notas se trasladan al libro por Ediciones Sigla, la información sufre ciertas

modificaciones, según Ángel Rama:

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Cuando llegan al libro, el autor no se limita a juntar sus notas periodísticas. Las

reelabora para que la campaña de denuncia devenga la materia del libro, como

uno de sus temas, de modo que en ellos se describe el proceso de una

investigación policial cumplida por un periodista-detective al mismo tiempo

que se dan a conocer los sucesos y los personajes-actores, manejando los

recursos del género. (“Rodolfo Walsh” 228)

El libro se divide en tres partes Las personas, Los hechos y La evidencia, esta división

marca también una diferencia sustancial con las notas periodísticas; en primera instancia el

libro adquiere un orden cronológico, los sucesos por fin se hilvanan en conjunto, ya no se

brinda la información por entregas lo cual permite al lector a tener una perspectiva completa

de los hechos, sin interrupciones. La extensión del libro permite que las descripciones de las

víctimas y de sus vivencias sea mucho más detallada, los mecanismos narrativos dotan al

texto de viveza, gracias al efecto de realidad consecuencia del proceso de ficcionalización, el

lector puede sentirse más cerca y más empático con los hechos.

También debe recalcarse que cuando la información aparecía en forma de notas

periodísticas, el escritor se veía obligado a modificar algunos detalles, como los nombres de

las víctimas para protegerles:

En Mayoría, Walsh se impone la exigencia de controlar la información de

modo que sus afirmaciones no perjudiquen a quienes son aún perseguidos. Así,

Gavino es nombrado como ‘F’ y Torres como ‘Ríos’, puesto que al momento

de la publicación, Walsh no tenía aún certeza de que ya se hubieran exiliado en

Bolivia. Esa precaución ya no tiene sentido cuando Operación masacre

aparece como libro, puesto que la protección de los sobrevivientes está ya

asegurada. (Ferro en Walsh Operación 161)

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Esta modificación es trascendente porque imprime mayor verismo a la obra, al

conocer los nombres verdaderos de las personas involucradas en el suceso. El lector puede

confiar más en la verdad de los eventos y en la verdad del mediador que se los presenta. Si

por el contrario el lector observa solamente abreviaciones o pseudónimos esto podría darle la

idea de que el mediador no conoce con certeza lo que narra. Por otra parte, la decisión de

Walsh de hacer evidente estos cambios en sus apéndices contribuye a dirigir la lectura y su

interpretación, ya que muestra sin mostrar que si antes se silenciaron los nombres fue

solamente para proteger a las víctimas, lo cual implica dos cosas:

1. Que existía la necesidad de protegerlos porque corrían peligro, es decir alerta

implícitamente sobre los peligros que corre la población con el gobierno en turno, y

argumenta que si las víctimas corrían riesgos era porque los hechos en verdad sucedieron y él

no los estaba inventando.

2. Que él está llevado a cabo un proceso de investigación y conoce la verdad, y que en

todo caso, él como héroe capacitado, sólo cuida la verdad para proteger a sus víctimas pero no

esconde o falsea los hechos como sí lo hace el gobierno.

La inclusión del epígrafe de T.S. Elliot contribuye a encaminar la obra de su origen

periodístico a un tratamiento mucho más literario. Esta resolución al igual que la acción de

Burgos de incluir epígrafes de Miguel Ángel Asturias, aporta al texto un código nuevo de

lectura, resemantiza la información y provoca la hibridez que mencionamos. Aunque para la

tercera edición de 1969, el epígrafe de Elliot es reemplazado por un enunciado del comisario

inspector del caso, Rodolfo Rodríguez Moreno, de acuerdo con Víctor Pesce: “Tal vez, el

haber sacado por parte de Walsh esta cita de Elliot se corresponde con un respetable prurito

militante, comprensible frente al progresivo y ascético sendero revolucionario que estaba

tomando Operación masacre” (40). Sea la razón que sea, estos desplazamientos de un

epígrafe literario a un judicial, o de un género periodístico a uno literario, y viceversa,

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despliega “un uso transgresivo de la herencia cultural” (Ferro “La literatura” 138). Con sus

modificaciones Walsh refuncionaliza los procedimientos y combina registros heterogéneos,

acciones que sin duda alguna caracterizan al proyecto testimonial como parodia de la ficción

convencional.

Lo más relevante de OM, entre otros detalles, es que permite visualizar la importancia

del testimonio como discurso transicional y heterogéneo. Gracias a sus soportes textuales la

obra walshiana puede dialogar con otros contextos, otros géneros, aportando nuevos caminos

para la narración literaria hispanoamericana y sentando las bases del modelo testimonial.

En el conjunto de agregados que incluye prólogos, epílogos, introducciones y cartas,

Walsh da a conocer el transcurrir de la historia, la literatura y las condiciones sociales y

políticas de Argentina, otorga al lector la posibilidad de reinterpretar el suceso de 1957 de

acuerdo con nuevos patrones de lectura, diversos contextos y bajo nuevos enfoques genéricos.

Un ejemplo clave de estas transformaciones y de la vida perenne que puede poseer el

testimonio, es cuando en 1972 se transmite la película de Jorge Cedrón basada en el texto de

Operación masacre. Cuando Walsh habla al respecto del film expone que:

Al discutir el libro con él [Julio Troxler, víctima de los fusilamientos y

narrador del film] y con Cedrón, llegamos a la conclusión de que el film no

debía limitarse a los hechos allí narrados. Una militancia de casi 20 años

autorizaba a Troxler a resumir la experiencia colectiva del peronismo en los

años duros de la resistencia, la proscripción y la lucha armada. […] La película

tiene pues un texto que no figura en el libro original. (Walsh 315)

El texto original es vuelto a configurar ahora mediante un lenguaje o código

cinematográfico, tanto las víctimas como la situación se resemantizan. La imagen visual y con

movimiento provoca en el receptor una mayor empatía, sin mencionar que, a pesar de que es

censurada, el film cuenta con una proyección más amplia de la información. Para transformar

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los sucesos en diálogos cinematográficos es necesario un nuevo montaje que implica nuevos

recortes y sumas y modificaciones al texto en su primera versión. Resumir en un film de

aproximadamente cuarenta minutos un texto de por sí cambiante, trae como consecuencia la

reducción de una compleja situación a imágenes contundentes que logren comunicar un

mismo mensaje. Para la construcción de estas escenas es necesario nuevamente jerarquizar la

información, traducir las descripciones textuales en descripciones visuales, y sobre todo

reinterpretar o re-representar los hechos de acuerdo con un nuevo contexto y esquema de

comunicación.

El lenguaje periodístico y literario de la obra se comunica ahora con el

cinematográfico, presentándose así un conjunto de cruces genéricos que enriquece la

especificidad del testimonio. El hecho de que una de las víctimas, Julio Troxler, narre el film

imprime otro valor a la información, le concede originalidad, la modulación en la voz

simboliza algo más allá de lo físico, los intereses de la víctima se hacen latentes en su

representación visual de los hechos, etc. Naturalmente, el film le da un nuevo significado a la

cadena de transmisión, con cada nueva forma que asume la obra, ésta adquiere nuevos

sentidos que modifican la perspectiva de enunciación y a su vez la recepción del texto.

Con cada nueva versión de los paratextos se transforma el contenido total de la obra. A

cada nueva forma corresponde un tiempo-espacio disímil, una distinta conciencia histórica,

social, literaria y política que va configurando la recepción del texto:

Los textos [refiriéndose a los testimonios de Walsh] se despliegan extendiendo

el territorio de la escritura hacia múltiples escenas de lectura; la incidencia de

los contextos es puntual, la variedad de los campos de legibilidad construye en

torno de la letra la memoria del palimpsesto. La propia interpretación de Walsh

de finales de los sesenta y principios de los setenta, ceñida a las exigencias

sociopolíticas de privilegiar la dimensión ejemplar de Operación masacre,

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manifiesta tanto la legitimidad de su intervención como sus propios límites,

desbordados por el espesor de la escritura. (Ferro “La literatura” 140)

Un dato curioso más de OM es que tras la muerte o desaparición de Rodolfo Walsh en

1977, el editor de la reimpresión de 1984 agrega la Carta abierta de Rodolfo Walsh a la junta

militar, misma que se encontraba repartiendo el escritor al momento de su captura por una

patrulla militar. Con la inclusión de esta carta en las posteriores ediciones, se le vuelve a dar

un giro ahora no sólo al texto original, sino también a ambas historias paralelas (mediador y

testigos), al film y al conjunto de paratextos que rodean a la obra.

La etiqueta de work in progress le viene bien a la obra de Walsh, ya que con las

sucesivas modificaciones que enfrenta, evidencia que el testimonio es un género cuya

vigencia excede la denuncia al proponer una pluralidad de sentidos y lecturas, la cual a su vez

permite que los textos no se cierren, brindándole al lector la posibilidad de concluirlos con su

propia intervención.

De lo periodístico a lo policial

Dentro de los cruces genéricos más representativos de OM se encuentran dos que van dando

las principales pautas de lectura al receptor, lo periodístico por un lado, y el relato policial por

otro. Como ya se dijo, los soportes textuales dejan saber que Rodolfo Walsh se especializa en

ambos géneros, por lo que él mismo legitima sus capacidades para llevar a cabo la narración

desde ambas perspectivas o códigos.

El hecho de que el recuento de los sucesos del 9 de junio de 1956 haya aparecido

primeramente en notas, pone el acento sobre los rasgos periodísticos de la narración. Según

Tomás Eloy Martínez, de todas las vocaciones del hombre, el periodismo es aquella en la que

hay menos lugar para las verdades absolutas:

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La llama sagrada del periodismo es la duda, la verificación de los datos, la

interrogación constante. Allí donde los documentos parecen instalar una

certeza, el periodismo instala siempre una pregunta. Preguntar, indagar,

conocer, dudar, confirmar cien veces antes de informar: esos son los verbos

capitales de la profesión más arriesgada y más apasionante del mundo. (2)

Cuando Walsh indica que su profesión es el periodismo invita al lector a colocarse

dentro de los márgenes de interpretación de la materia en cuestión, de tal forma que el lector

reconoce que en OM no se ofrecen verdades absolutas sino un conjunto de preguntas que

poco a poco conducen a la resolución de los eventos. Los códigos del periodismo le permiten

a Walsh ordenar cronológicamente los sucesos siguiendo los patrones de preguntas y

respuestas, causa y efecto que distinguen a los reportajes y/o noticias (¿Qué? ¿Quiénes?

¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Por qué?). Así, la obra inicia con una mención superficial del evento,

posteriormente se describe con mayor detalle quiénes son los implicados, dónde se llevaron a

cabo los hechos, en qué momento. Ya hacia el final del texto el escritor va dando respuesta a

cada una de las preguntas que se plantea en el transcurso de la narración. Para obtener estas

respuestas se asestan las pruebas y evidencias que terminan por corroborar los hechos.

Otra de las estrategias periodísticas en OM es la descripción de las personas

implicadas en los hechos partiendo de lo particular a lo general para culminar con un buen

ejemplo o enseñanza, de nuevo según Eloy Martínez:

Cuando leemos que hubo cien mil víctimas en un maremoto de Bangladesh, el

dato nos asombra pero no nos conmueve. Si leyéramos, en cambio, la tragedia

de una mujer que ha quedado sola en el mundo después del maremoto y

siguiéramos paso a paso la historia de sus pérdidas, sabríamos todo lo que hay

que saber sobre ese maremoto y todo lo que hay que saber sobre el azar y sobre

las desgracias involuntarias y repentinas. Hegel primero, y después Borges,

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escribieron que la suerte de un hombre resume, en ciertos momentos

esenciales, la suerte de todos los hombres. (1)

Para lograr que el receptor se muestre interesado y se sienta identificado con los

hechos o la causa, el periodista debe conseguir primero que la atracción por las víctimas esté

asegurada. En OM, Walsh eleva a sus testigos a una altura casi mítica: “Les da carnatura

existencial, serán los mártires de la clase obrera. Está creando un héroe distinto, que

representa al pueblo peronista como sujeto colectivo” (Pérez 134). Una vez que el lector

siente empatía con las víctimas es más sencillo mantenerlo interesado por los sucesos, pues

éste querrá saber qué sucede finalmente con las personas.

Se dijo ya que de acuerdo con Greimas, para enunciar la verdad en el texto ésta debe

aparecer como un enigma o un misterio. Si bien el periodismo le ofrece estrategias a Walsh

para encubrir la verdad e irla develando poco a poco como si se tratara de un misterio, serán

sus habilidades en la redacción de cuentos policiales lo que detone finalmente la fuerte carga

enigmática de la obra.

En su estudio Una máquina de leer: la novela policial, T. Narcejac propone que estos

relatos “equivalen a rompecabezas: aunque han sido pensados como relatos científicos que

ponen en acción la capacidad lógica y deductiva del lector, en realidad se trata de acertijos”

(En Amar Sánchez El relato 131). Para construir el acertijo en OM, Walsh echa mano de sus

conocimientos en los mecanismos narrativos de los cuentos policiales, primero que nada,

como ya se mencionó, el escritor se ficcionaliza para transformarse en un detective que irá

junto con el lector descubriendo las pistas y atando cabos hasta llegar a la resolución del

conflicto. A continuación se señalan sólo algunos de los elementos empleados por Walsh:

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1. Presencia de un detective, un culpable y una víctima

Según S.S. Van Dine, escritor de novelas policiales, el primer requisito indispensable para

redactar una novela perteneciente a este género es tener como máximo un detective y un

culpable, y como mínimo una víctima. Se reconoce, gracias a los soportes textuales, que en la

elaboración de OM participan dos periodistas Walsh y Enriqueta Muñiz, sin embargo es

únicamente él quien se ficcionaliza para convertirse en Francisco Freyre, figura del detective

que se encargará de investigar los hechos. Los motivos de la ausencia de Muñiz en el proceso

de ficcionalización pueden ser dos, a saber: a) como expone Van Dine, el género policial sólo

admite la presencia de un detective, o b) de acuerdo con K. Newman, el género policial es

una versión masculina del mundo, por lo que las mujeres nunca pueden ser agentes de

denuncia social.

Volviendo a los requisitos enunciados por Van Dine, la obra da pie para suponer que

existe más de un culpable; no obstante la denuncia de Walsh se concentra mayormente en la

persona que transgrede las leyes y ordena asesinar al grupo de civiles: Fernández Suárez. A

pesar de que los ejecutores son Rodríguez Moreno y otros oficiales, el que ordena

estrictamente el fusilamiento es uno solo, el teniente coronel.

En cuanto a las víctimas (se establece una como mínimo) en Operación masacre

encontramos: a) doce civiles a quienes se ordena fusilar (Carranza, Garibotti, Horacio di

Chiano, Miguel Ángel Giunta, Rogelio Díaz, Carlos Lisazo, Gavino, Mario Brión, Juan

Carlos Livraga, Vicente Rodríguez, Julio Troxler, Reinaldo Benavídez); b) seis hijos de

Carranza, seis de Garibotti, tres de Rodríguez, uno de Brión; c) las mujeres y familiares de

esos hombres.

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2. La creación del suspenso

Según Ana María Amar Sánchez, el suspenso en la obra no se crea de manera convencional:

No se trata entonces de una forma convencional de suspenso, como expectativa

ante el desarrollo de los acontecimientos, sino que depende de la construcción

hábil de la secuencia. En este sentido, el canon policial contribuye a

ficcionalizar el relato, a autonomizarlo, produciendo el olvido momentáneo en

el lector de su saber sobre los episodios. (El relato 153)

La creación del suspenso se da, primeramente, desde la estructura de la obra, ya que

ésta se divide en tres apartados diferentes que suspenden la acción para provocar el olvido

momentáneo del lector:

a) En el primer cuadro se presenta a las personas, se describe lo que sucede

cotidianamente en la vida de las víctimas antes del conflicto que está por suscitarse.

La última escena de este cuadro se interrumpe con la feroz llegada del teniente

Fernández Suárez al departamento donde las víctimas se encontraban reunidas.

b) El segundo cuadro narra los hechos desde que los civiles son apresados hasta que los

mandan fusilar y los llevan al basural donde arremeten contra ellos; la narración se

suspende, queda con un final abierto e incierto.

c) En el tercer cuadro, el escritor aporta las evidencias del caso para que el lector pueda

ponerle punto final al enigma con la asimilación e interpretación de los hechos. La

evidencia permite que el misterio se resuelva y los culpables salgan a flote para recibir

el castigo que merecen por sus crímenes.

Cada uno de los apartados es interrumpido en un momento crucial de la narración,

dejando al lector intrigado y con la curiosidad -quizás necesidad- de leer las siguientes

secciones para conocer el desarrollo y resolución del conflicto. Para interrumpir la narración,

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el escritor emplea las omisiones o silencios, espacios vacíos, los puntos suspensivos y los

presentimientos de los personajes consiguen suspender la lectura para darle al lector un

respiro y un tiempo para elucubrar sus propias deducciones: “lo que está subrayado por el

silencio debe ser reconstruido y decodificado por el lector” (Amar Sánchez El relato 108).

Los títulos de cada apartado funcionan también para crear el aura de suspenso que

caracteriza a la obra, el lector tiene la oportunidad de suponer lo que implica cada título y

posteriormente comprobar si la suposición fue cierta o falsa, este rasgo contribuye a obtener

una lectura activa del texto, pues el receptor no deja de participar en la reelaboración de los

hechos.

Algunos ejemplos que marcan el suspenso en el texto son los siguientes:

a) “-Te piden de la Unidad -y agrega-: Che, a ver si todavía te fusilan… Hace un

momentito pasaron la ley marcial” (El subrayado es mío 58)

b) “Matar no lo van a matar, por unos panfletos y unas conversaciones…” (59)

c) “Le daba pecado…” (Título del capítulo 21 de la sección “Los hechos” Pág. 66, el

lector no sabe con exactitud a quién se refiere)

d) “Ha llegado el momento…” (72)

e) “En el carro de asalto Troxler está sentado con las manos apoyadas en las rodillas

y el cuerpo echado hacia delante. Mira de soslayo a los dos vigilantes que

custodian la puerta más cercana. Va a saltar…” (72)

f) “Parece fábula, le dieron un boleto capicúa…” (83)

g) “-Tengo que hacer. A lo mejor vuelvo mañana.” (Carranza se despide de su mujer

en el capítulo uno del primer apartado, Pág.29)

h) “¿Es una mentira inocente para encubrir una salida más? ¿Oculta algo más serio,

es decir su propósito de intervenir en el movimiento? ¿O realmente va a trabajar?”

(Palabras del autor 45)

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Otra técnica para crear suspenso es la mención reiterativa del tiempo a través de las

transmisiones de la Radio del Estado. Desde las primeras páginas el mediador indica que la

Ley Marcial, como toda ley, debe ser promulgada públicamente antes de entrar en vigencia.

Es bien sabido, que las marcas en el tiempo constituyen una herramienta frecuentemente

utilizada en los géneros policiales. En este caso, cada hora que va anunciando el mediador, le

permite al lector armar los hechos cronológicamente para constatar que la detención de los

civiles se lleva a cabo antes de que la Ley Marcial sea promulgada.

a) “La primera etapa de la ‘Operación masacre’ [detención y envío de civiles a la

Unidad Regional] ha sido rápida. Son apenas las 23:30. En ese preciso momento,

Radio del Estado, la voz oficial de la Nación, cesa de transmitir música de Ravel y

comienza a pasar el disco 6489/94 de Igor Stravinsky”. (El subrayado es mío, 52)

b) “A las 23:56 Radio del Estado, la voz oficial de la Nación, deja de ofrecer música

de Stravinsky y pone en el aire la marcha con que cierra habitualmente sus

programas. La voz del ‘speaker’ se despide hasta el día siguiente a la hora de

costumbre.” (El subrayado es mío, 55)

c) “A las 0.11 del 10 de junio de 1956, Radio del Estado reanuda sorpresivamente su

transmisión, con la cadena oficial. Por espacio de veintiún minutos propala una

selección de música ligera. Ese es el primer indicio oficial de que algo ocurre en el

país” (El subrayado es mío, 56)

d) “A las 0:32 en punto, Radio del Estado interrumpe la música de cámara y

transmitiendo en cadena nacional anuncia que se va a dar lectura a un comunicado

de la Secretaría de Prensa y la Presidencia de la Nación, promulgando los dos

decretos [la Ley Marcial]” (El subrayado es mío, 57)

La mención reiterativa del tiempo es lo que logra conectar linealmente todos los

apartados de la obra, y lo que termina por comprobar el crimen cometido por Fernández

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Suárez. Aunque, de acuerdo con Donald Pizer, el tiempo es también lo que caracteriza

mayormente a los géneros documentales:

Toda narrativa depende hasta cierto punto del recurso estructural de paso del

tiempo. Pero en la narrativa documental el escritor –de manera insistente y

explícita- quiere ser exacto particularmente con respecto a la relación entre los

eventos y el tiempo… Al yuxtaponer dos aspectos aparentemente más

verificables de la experiencia –los hechos y el movimiento del reloj-, el escritor

trata de convencernos de que su recuento es preciso y auténtico, puesto que sus

ingredientes principales son verificables. (106)

Convenientemente, quizás los patrones del género policial en OM refuerzan esta

característica de los textos testimoniales, junto con algunas otras, como por ejemplo la

subjetivización de las víctimas, la denuncia del asesino, el descubrimiento de un crimen, el

señalamiento de un compromiso ético con la causa, la complicidad con el lector, etc.

Esta heterogeneidad o hibridez de géneros implicada en la obra produce distintos

pactos de lectura que al conjuntarse conducen u orientan la recepción del texto. Así

Operación masacre es concebido como libro periodístico de denuncia, testimonio, panfleto, y

también como un parte aguas en la literatura hispanoamericana: “[OM] Lejos de estar

desposeído de un aparato fictivo construye el acontecimiento con los procedimientos retóricos

del discurso de la historia que van a confluir con los de la crónica periodística dentro de la

estética realista en transformación permanente y en consonancia con la tradición histórico-

literaria argentina” (De Grandis 201).

La autoparodia

Lo que resulta paródico del testimonio, ya se analizaba, es que a través de la ficcionalización

se pueda llegar a constituir la no-ficcionalidad de una obra. Empleando las mismas estrategias

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del periodismo, la literatura u otros géneros, el testimonio es capaz de re-orientar la

interpretación y/o recepción de un texto. Esta orientación disímil cumple con desautomatizar

al lector. De manera que, el testimonio surge como estrategia o artefacto literario que remarca

las capacidades y los alcances sociopolíticos de la literatura, despierta al lector de la

ensoñación ante la cual la ficción es sinónimo de lo no útil, lo falso, la invención y la

imaginación, características que la alejan tajantemente del mundo real.

Lo que demuestra Operación masacre es que los géneros ficcionales no son tan

inútiles después de todo, ya que a través de ellos, Walsh consigue conciliar la política, el

periodismo y la literatura para transmitir un mensaje o una denuncia que no desea sacralizar

únicamente como arte. Al evidenciar su proceso creativo, y junto con él un proyecto

testimonial de fondo, el escritor argentino apunta las bases de una nueva forma de representar

la realidad que no cae en el error de sumergir al lector en la ensoñación o en el mero

entretenimiento.

De acuerdo con Sklodowska, el texto de Walsh no es tan susceptible de críticas

desmitificadoras como otros testimonios, porque aquí el mediador entreteje textualmente la

autorreflexión, lo cual inmuniza su propio discurso contra todo tipo de lecturas

paródicas/deconstructivas: “Dicho de otro modo: Operación masacre deriva hacia una

autoparodia y gracias a ello puede resistir una parodización externa” (Testimonio 169).

Llama la atención la aseveración de Sklodowska porque si bien el texto de Walsh es

una parodia, no lo es precisamente porque cocine su autorreflexión y se inmunice gracias a

ella. En todo caso, es esta autorreflexión la que aporta las leyes del juego. Walsh cumple con

evidenciar procesos, y su evidencia sólo corrobora que el testimonio puede entenderse como

una parodia literaria, al menos en el sentido bajtiniano del término. Que Sklodowska señale

que Operación masacre es una autoparodia únicamente fortalece la teoría acerca de la

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cualidad paródica del testimonio, pues como se ha estudiando ya, la obra de Walsh evidencia

el proyecto testimonial.

Hasta aquí, se ha visto de qué forma Walsh hace uso de los discursos periodísticos y

literarios (cuentos policiales) para darles un nuevo giro, para orientar los discursos ficcionales

hacia la no-ficcionalidad, pero se ha dejado de lado en este análisis un punto muy importante

que resulta oportuno rescatar aquí. Comúnmente se cuestiona si la obra OM puede leerse

como una apropiación paródica del discurso legal; la respuesta de Ángel Rama a este

planteamiento puede revelar qué tan pertinente sería seguir creyendo que el testimonio es una

parodia de otros discursos:

El resorte de la obra no es meramente la investigación de un hecho de sangre

hasta descubrir al asesino sino que buena parte trata de la lucha contra la

venalidad judicial, las triquiñuelas abogadiles que enredan la verdad, las

palancas que maneja el poder político para deformar la acción de la justicia. Si

estos volúmenes restablecen una verdad, es en oposición a los tribunales que

instauran silencio o injusticia. Estamos, como pensaba Gramsci, ante una de las

aspiraciones vehementes de las culturas sometidas, para las cuales el aparato

judicial fue un instrumento para aplastarlas y para justificar a los grupos

sociales superiores. (“Rodolfo Walsh” 229)

Operación masacre toma el aparato judicial como instrumento para presentar su caso,

quizás el procedimiento y los mecanismos se asemejen en gran parte al discurso legal

(personas, hechos, evidencias) sin embargo, Rodolfo Walsh reorienta éste hacia la verdad a

diferencia de los discursos legales del Estado, quienes se han encargado de oscurecer la

justicia y perpetuar la desigualdad. Este discurso legal que iba en función y beneficio

solamente de un grupo privilegiado y que había sumido a los ciudadanos en una ensoñación

ante la cual no se les permitía luchar, necesita de una reorientación y refuncionalización que

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logre desautomatizar al sistema, al pueblo, al otro. Mediante sus mismos mecanismos, para

que sea fácil reconocerle, Walsh reconduce sus funciones, sus objetivos, su interpretación. De

manera análoga, en la literatura, el testimonio aparece para reconducir sus funciones, sus

objetivos…