Carta de Jovellanos a su hermano Francisco de Paula ... · Estoy persuadido a que no tendríamos...

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SIGLO XVIII Arte poético y poesía neoclásica Gaspar Melchor de Jovellanos Carta de Jovellanos a su hermano Francisco de Paula, dedicándole sus poesías Gloria felicis olim viridisque juventae. Por fin, querido Frasquito, van a tus manos estos versos, que son el único fruto de mis ocios juveniles, y en ellos te envío una firme prueba de mi amor y confianza fraternal. Mil razones, que no se ocultarán a tu penetración, me han obligado siempre a esconderlos, no sólo de la vista del público, sino también de la mayor parte de mis amigos. Viéronlos solamente aquellos pocos a quienes una íntima y sensible amistad y una perfecta confrontación de sentimientos y de ideas tuvo siempre abiertas las puertas de mi corazón. Para los demás estos versos han sido siempre un misterio ignorado o escondido. Es verdad que, prescindiendo de la materia sobre que generalmente recaen estas composiciones, he creído que debía también ocultarlos por su poco mérito; porque siendo hechos rápida y descuidadamente en los ratos que se llaman perdidos, y no habiendo recibido aquella corrección y pulimento sin los cuales ninguna obra es acabada, no hay duda que serán muy defectuosos y que no merecerán aprecio alguno, por más que hayan tenido algún día el mérito respectivo a la ocasión y al tiempo en que se hicieron. Pero sobre todo, nada debió obligarme tanto a reservarlos y esconderlos, como la materia sobre que generalmente recaen. En medio de la inclinación que tengo a la poesía, siempre he mirado la parte lírica de ella como poco digna de un hombre serio, especialmente cuando no tiene más objeto que el amor. Sé muy bien que la juventud la prefiere en sus composiciones, y no lo repruebo. Es natural que un poeta joven busque el objeto de sus composiciones entre los que ocupan su corazón más dulcemente; lo primero, porque así sentirá mayor placer en hacer versos, y lo segundo, porque los hará mejores. Aun por eso vemos que los que nacieron para grandes poetas han hecho sus ensayos en las poesías amorosas y tiernas. Estoy persuadido a que no tendríamos los grandes poemas, cuya belleza nos encanta y sorprende después de tantos años, si sus autores no hubiesen desperdiciado muchos versos en objetos frívolos y pequeños. Cuando Virgilio dio principio a su Eneida, había ya admirado a Roma con sus Bucólicos y con los inimitables Geórgicos; de manera que primero cantó de amores, después de los placeres y ejercicios del campo, y al fin los hechos grandes y memorables que precedieron a la fundación de la soberbia Roma.

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SIGLO XVIII

Arte poético y poesía neoclásica

Gaspar Melchor de Jovellanos

Carta de Jovellanos a su hermano Francisco de

Paula, dedicándole sus poesías

Gloria felicis olim viridisque juventae.

Por fin, querido Frasquito, van a tus manos estos versos, que son el único fruto de

mis ocios juveniles, y en ellos te envío una firme prueba de mi amor y confianza

fraternal. Mil razones, que no se ocultarán a tu penetración, me han obligado siempre a

esconderlos, no sólo de la vista del público, sino también de la mayor parte de mis

amigos. Viéronlos solamente aquellos pocos a quienes una íntima y sensible amistad y

una perfecta confrontación de sentimientos y de ideas tuvo siempre abiertas las puertas de

mi corazón. Para los demás estos versos han sido siempre un misterio ignorado o

escondido.

Es verdad que, prescindiendo de la materia sobre que generalmente recaen estas

composiciones, he creído que debía también ocultarlos por su poco mérito; porque siendo

hechos rápida y descuidadamente en los ratos que se llaman perdidos, y no habiendo

recibido aquella corrección y pulimento sin los cuales ninguna obra es acabada, no hay

duda que serán muy defectuosos y que no merecerán aprecio alguno, por más que hayan

tenido algún día el mérito respectivo a la ocasión y al tiempo en que se hicieron.

Pero sobre todo, nada debió obligarme tanto a reservarlos y esconderlos, como la

materia sobre que generalmente recaen. En medio de la inclinación que tengo a la poesía,

siempre he mirado la parte lírica de ella como poco digna de un hombre serio,

especialmente cuando no tiene más objeto que el amor. Sé muy bien que la juventud la

prefiere en sus composiciones, y no lo repruebo. Es natural que un poeta joven busque el

objeto de sus composiciones entre los que ocupan su corazón más dulcemente; lo

primero, porque así sentirá mayor placer en hacer versos, y lo segundo, porque los hará

mejores. Aun por eso vemos que los que nacieron para grandes poetas han hecho sus

ensayos en las poesías amorosas y tiernas. Estoy persuadido a que no tendríamos los

grandes poemas, cuya belleza nos encanta y sorprende después de tantos años, si sus

autores no hubiesen desperdiciado muchos versos en objetos frívolos y pequeños. Cuando

Virgilio dio principio a su Eneida, había ya admirado a Roma con sus Bucólicos y con los

inimitables Geórgicos; de manera que primero cantó de amores, después de los placeres y

ejercicios del campo, y al fin los hechos grandes y memorables que precedieron a la

fundación de la soberbia Roma.

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Pero vuelvo a decir, sin embargo, que la poesía amorosa me parece poco digna de

un hombre serio; y aunque yo por mis años pudiera resistir todavía este título, no pudiera

por mi profesión, que me ha sujetado desde una edad temprana a las más graves y

delicadas obligaciones. Y ve aquí la razón que me ha obligado a ocultar cuidadosamente

mis versos, conociendo que pues al componerlos había seguido el impulso de los años y

las pasiones, no debía hacer una doble injuria a mi profesión con la flaqueza de

publicarlos.

Dirás acaso que en esto he pensado con demasiada delicadeza, y lo mismo que he

dicho en favor del uso de la poesía ligera en los primeros años, te inclinará tal vez a

desaprobarla. Pero debes considerar, que aunque las obligaciones del hombre en la vida

privada son iguales en todos los estados, su pública conducta debe variar según ellos. Los

hombres se revisten de tales personalidades hacia el público por su profesión y sus

destinos, que lo que es en unos una amable galantería, pasa justamente en otros por una

liviandad reprensible. Entre todos son los magistrados los que están más obligados a

guardar unas costumbres austeras, porque el público tiene un derecho a ser gobernado por

hombres buenos, y por lo mismo quiere que los que mandan lo parezcan; exige de

nosotros un porte juicioso y una conducta irreprensible; quiere que le dirijamos con

nuestra doctrina, y que le edifiquemos con nuestro ejemplo; y así como premia la

aplicación y la virtud de los buenos magistrados con un tributo de estimación y alabanza,

cuyo precio es inmenso, se venga, por decirlo así, de los malos, censurando sus errores y

extravíos con la mayor severidad, castigándolos con el odio y el desprecio. De este modo

se compensa la desigualdad de las condiciones, y se igualan las suertes de los que

obedecen y los que mandan.

Estas razones, que me obligaron a entregar al fuego la mayor parte de mis versos y

a sepultar en el olvido esos pocos, que por no sé qué casualidad se libraron de él, deben

obligarte a ti también a ser muy circunspecto en el uso de esta confianza. Mis versos

contienen una pequeña historia de mis amores y flaquezas: ¡mira tú, si estando yo

arrepentido de la causa, podré hacer vanidad de sus efectos! Por lo común a cualquiera de

estas composiciones sigue un pronto arrepentimiento de haberlas hecho. Y apenas se

desvanece el entusiasmo con que se escribieron, cuando empieza a mirarlas con desprecio

el mismo que las produjo. Por eso, si después de haberlos leído quisieres quemarlos,

podrás hacerlo a tu salvo, pues nunca estarán más secretos que cuando se hayan reducido

a ceniza.

Es verdad que entre estas composiciones hay algunas de que no pudiera

avergonzarse el hombre más austero, al menos por su materia. Pero, prescindiendo de su

poco mérito, es preciso ocultarlas sólo porque son versos. Vivimos en un siglo en que la

poesía está en descrédito, y en que se cree que el hacer versos es una ocupación

miserable. No faltan entre nosotros quienes conozcan el mérito de la buena poesía, pero

son muy pocos los que saben y menos los que se atrevan a premiarla y distinguirla. Y

aunque no sea yo de esta opinión, debo respetarla, porque cuando las preocupaciones son

generales, es perdido cualquiera que no se conforme con ellas.

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Bien sé que no pensaban así los antiguos. El inmortal Cicerón no se desdeñó de

hacer versos, sin embargo de que obtuvo las primeras magistraturas de Roma; Plinio el

Mozo, magistrado, orador y filósofo del tiempo de Trajano, se ocupaba muchos ratos en

hacer versos. Es muy notable lo que dice sobre esta materia, como se puede ver en la

carta 14 del libro IV, y en la cuarta del libro VII, que no copio por la brevedad con que

escribo.

Hubo también entre nosotros un tiempo en que la poesía era ocupación de los

hombres más doctos y más graves, y en el catálogo de nuestros poetas se leen gentes de

todas dignidades y profesiones: ni faltan en él obispos, sacerdotes, doctores, religiosos,

magistrados, y cuando no hubiese más ejemplos que los del célebre obispo Balbuena, del

sabio Arias Montano, del elocuente fray Luis de León, sin contar los Mendozas, los

Rebolledos, los Crespis, Vegas y Calderones, bastarían para probar cuánto y por cuán

grandes personajes fueron cultivadas las Musas entre nosotros otras veces.

Pero vuelvo a decir que es preciso respetar la preocupación al mismo tiempo que se

trabaje en deshacerla. Yo encuentro la causa del descrédito de la poesía en el mal uso que

hicieron de ella los poetas del siglo pasado, y ya que la casualidad me ha conducido hasta

este punto, discurramos un poco sobre esta decadencia, y para averiguar un punto tan

importante en nuestra historia literaria, acumulemos nuestras reflexiones sobre las que

han hecho anticipadamente otros eruditos.

En la restauración de los estudios se empezaron a cultivar cuidadosamente entre

nosotros las humanidades o bellas letras, y particularmente tuvo la poesía muchos y muy

distinguidos profesores. Empezaron éstos a imitar los grandes modelos que había

producido la Italia, así en tiempo de los Horacios y Virgilios, como en el de los Petrarcas

y los Tassos. Entre los primeros imitadores hubo muchos que se igualaron a sus modelos.

Cultiváronse todos los ramos de la poesía, y antes que se acabase el dorado siglo XVI

había ya producido España muchos épicos, líricos y dramáticos comparables a los más

célebres de la antigüedad.

Casi se puede decir que estos bellos días anochecieron con el siglo XVI. Los

Góngoras, los Vegas, los Palavicinos, siguiendo el impulso de su sola imaginación, se

extraviaron del buen sendero que habían seguido sus mayores. La novedad, y más que

todo la reputación de estos corrompedores del buen gusto, arrastró tras de sí a los demás

poetas de aquel tiempo, y poco a poco se fue subrogando en lugar de la grave, sencilla y

majestuosa poesía, una poesía hinchada y escabrosa, llena de artificio y extravagancias.

Cuando hablo generalmente de la poesía, no se crea que quiero calificar en

particular los poetas. Sé que el siglo XVII produjo muchos de gran mérito, y sé que

algunos de ellos, en medio de la corrupción y el mal gusto, han producido algunos

poemas excelentes. Pero esto debe mirarse como un argumento de lo que puede hacer un

grande ingenio por sí solo, mas no como una prueba en favor de la bondad de la poesía de

aquel tiempo en general. Seguramente Góngora, por no poner otro ejemplo, estimaba más

sus Soledades y sus sonetos que sus bellos romances. ¡Cuánta diferencia, sin embargo, se

halla entre una y otra poesía!

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Muchas veces he reflexionado que este mal gusto hizo más daño que utilidad había

causado el bueno a la poesía. Ningún siglo crió tan prodigioso número de poetas como el

pasado; en ninguno tuvo la poesía tan grande estimación. El reinado de Felipe IV era el

de Augusto y de Mecenas. El mismo rey se complacía en hacer versos, y a su imitación

no había persona que desdeñase un arte que hallaba estimación hasta en el trono. Pero

esto mismo acabó de arruinar la poesía. Todos quisieron ser poetas en un tiempo en que

se hacía granjería de los versos; y como para serlo al modo y gusto del tiempo no era

menester otra cosa que un poco de ingenio, eran pocos los que no podían ser poetas.

Creció ilimitadamente el número de los cultivadores de las Musas, y entre tantos era

preciso que hubiese muchos despreciables y extravagantes, y lo que es peor, muchos que

hicieron servir el lenguaje de los dioses a su ambición y a su codicia. ¡Qué inmenso

número de poesías pudiera recogerse entre las de aquel tiempo en que no se halla más

lenguaje que el de la lisonja, más calor que el del odio y la venganza, ni más moral que la

de los vicios y pasiones!

Con esto empezaron poco a poco a ser aborrecidos o despreciados los poetas, y al

fin el descrédito de los poetas se comunicó a la poesía.

Así entró el presente siglo, que debía formar una nueva época para nuestras Musas.

Los Candamos, los Lobos y los Silvestres mantuvieron por algún tiempo el crédito de la

mala poesía; pero poco a poco fue naciendo el buen gusto y ya en el día vemos con

grande complacencia amanecer de nuevo los bellos días en que las Musas españolas

deben recobrar su antigua gloria y esplendor.

Sin embargo, la preocupación dura todavía. Las gentes de juicio no se atreven a

divulgar un talento que no tiene seguros el aprecio y estimación del público. Entretanto es

preciso que las Musas anden como unas ninfas vergonzantes y que no se atreven todavía

a parecer en público por no recibir algún insulto de las personas ignorantes, austeras o

preocupadas.

En cuanto a mí, estoy muy lejos de creer que mis versos tengan un gran mérito;

pero sí aseguraré que no se parecen a los del mal tiempo. Si por otra parte no merecen ser

estimados, ésta no será falta de crítica, sino de ingenio. Sin éste nadie puede ser poeta, y

como dice el Horacio francés:

C'est en vain qu'au Parnasse un temeraire auteur

Prétend de l'art des vers atteindre la hauteur,

S'il ne sent point du ciel l'influence secrète,

Si son astre en naissant ne l'a formé poète.

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Algo quisiera añadir en abono de los versos libres o blancos; pero me insta el conductor

que debe llevar esta colección. Queda este asunto para otra carta, si acaso los negocios de

oficio me permitiesen dedicar a él algún rato.

Tomás de Iriarte

El burro flautista

Sin reglas del arte, el que en algo acierta, acierta por casualidad.

Esta fabulilla,

salga bien o mal,

me ha ocurrido ahora

por casualidad.

Cerca de unos prados 5

que hay en mi lugar,

pasaba un borrico

por casualidad.

Una flauta en ellos

halló, que un zagal 10

se dejó olvidada

por casualidad.

Acercóse a olerla

el dicho animal,

y dio un resoplido 15

por casualidad.

En la flauta el aire

se hubo de colar,

y sonó la flauta

por casualidad. 20

«¡Oh! -dijo el borrico-,

¡qué bien sé tocar!

¡Y dirán que es mala

la música asnal!»

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Sin reglas del arte, 25

borriquitos hay

que una vez aciertan

por casualidad.

Poesía rococó:

Juan Meldez Valdés

“De la paloma de Filis”

Filis, ingrata Filis,

tu paloma te enseña;

ejemplo en ella toma

de amor y de inocencia.

mira cómo a tu gusto

responde, cómo deja

gozosa, si la llamas,

por ti sus compañeras.

¿Tu seno y tus halagos

olvida, aunque severa

los arrojes de la falda,

negándote a sus quejas?

No, Fili; que aun entonces,

si intento detenerla,

mi mano fiel esquiva,

y a ti amorosa vuela.

¡Con cuánto suave arrullo

te ablanda!

¡Cómo emplea

solícita sus ruegos,

y en giros mil te cerca!

¡Ah crédula avecilla!

en vano, en vano anhelas;

que son para tu dueño

agravio las finezas.

Pues ¿qué cuando en la palma

el trigo le presentas,

y al punto de picarlo,

burlándote la cierras?

Cuán poco del engaño, incauta, se recela,

y pica, aunque vacía,

la mano que le muestras!

¡Qué fácil se entretiene!

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un beso le consuela;

siempre festiva arrulla,

siempre amorosa juega.

su ejemplo, Filis, toma,

pero conmigo empieza,

y repitamos juntos

lo que a su lado aprendas.

Poesía prerromántica

Nicolás Alvarez Cienfuegos

Mi paseo solitario de primavera

Mihi natura aliquid semper amare dedit

Dulce Ramón, en tanto que, dormido

a la voz maternal de primavera,

vagas errante entre el insano estruendo

del cortesano mar siempre agitado;

yo, siempre herido de amorosa llama, 5

busco la soledad y, en su silencio,

sin esperanza mi dolor exhalo.

Tendido allí sobre la verde alfombra

de grama y trébol, a la sombra dulce

de una nube feliz que marcha lenta 10

con menudo llover regando el suelo,

late mi corazón, cae y se clava

en el pecho mi lánguida cabeza,

y por mis ojos violento rompe

el fuego abrasador que me devora. 15

Todo despareció; ya nada veo

ni siento sino a mí, ni ya la mente

puede enfrenar la rápida carrera

de la imaginación que, en un momento,

de amores en amores va arrastrando 20

mi ardiente corazón, hasta que prueba

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en cuantas formas el amor recibe

toda su variedad y sentimientos.

Ya me finge la mente enamorado

de una hermosa virtud; ante mis ojos 25

está Clarisa; el corazón palpita

a su presencia; tímido no puede

el labio hablarla; ante sus pies me postro,

y con el llanto mi pasión descubro.

Ella suspira y, con silencio amante, 30

jura en su corazón mi amor eterno;

y llora y lloro, y en su faz hermosa

el labio imprimo, y donde toca ardiente

su encendido color blanquea en torno

Tente, tente, ilusión... Cayó la venda 35

que me hacía feliz; un cefirillo

de repente voló, y al son del ala

voló también mi error idolatrado.

Torno ¡mísero!, en mí, y hállome solo

llena el alma de amor y desamado 40

entre las flores que el Abril despliega,

y allá sobre un Amor lejos oyendo

del primer ruiseñor el nuevo canto.

¡Oh mil veces feliz, pájaro amante,

que naces, amas, y en amando mueres! 45

Esta es la ley que, para ser dichosos,

dictó a los seres maternal natura.

¡Vivificante ley! El hombre insano,

el hombre solo en su razón perdido

olvida tu dulzor, y es infelice. 50

El ignorante en su orgullosa mente

quiso regir el universo entero,

y acomodarle a sí. Soberbio reptil,

polvo invisible en el inmenso todo

debió dejar al general impulso 55

que le arrastrara, y en silencio humilde

obedecer las inmutables leyes.

¡Ay triste! Que a la luz cerró los ojos,

y en vano, en vano por doquier natura,

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con penetrante voz, quiso atraerle; 60

de sus acentos apartó el oído,

y en abismos de mal cae despeñado.

Nublada su razón, murió en su pecho

su corazón; en su obcecada mente,

ídolos nuevos se forjó que, impíos, 65

adora humilde, y su tormento adora.

En lugar del amor que hermana al hombre

con sus iguales, engranando a aquéstos

con los seres sin fin, rindió sus cultos

a la dominación que injusta rompe 70

la trabazón del universo entero,

y al hombre aísla, y a la especie humana.

Amó el hombre, sí, amó, mas no a su hermano,

sino a los monstruos que crió su idea:

al mortífero honor, al oro infame, 75

a la inicua ambición, al letargoso

indolente placer, y a ti, oh terrible

sed de la fama; el hierro y la impostura

son tus clarines, la anchurosa tierra

a tu nombre retiembla y brota sangre. 80

Vosotras sois, pasiones infelices,

los dioses del mortal, que eternamente

vuestra falsa ilusión sigue anhelante.

Busca, siempre infeliz, una ventura

que huye delante de él, hasta el sepulcro, 85

donde el remordimiento doloroso

de lo pasado, levantando el velo,

tanto mísero error al fin encierra.

¿Do en eterna inquietud vagáis perdidos,

hijos del hombre, por la senda oscura 90

do vuestros padres sin ventura erraron?

Desde sus tumbas, do en silencio vuelan

injusticias y crímenes comprados

con un siglo de afán y de amargura,

nos clama el desengaño arrepentido. 95

Escuchemos su voz; y, amaestrados

en la escuela fatal de su desgracia,

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por nueva senda nuestro bien busquemos,

por virtud, por amor. Ciegos humanos,

sed felices, amad; que el orbe entero 100

morada hermosa de hermanal familia

sobre el amor levante a las virtudes

un delicioso altar, augusto trono

de la felicidad de los mortales.

Lejos, lejos, honor, torpe codicia, 105

insaciable ambición; huid, pasiones

que regasteis con lágrimas la tierra;

vuestro reino expiró. La alma inocencia,

la activa compasión, la deliciosa

beneficencia, y el deseo noble 110

de ser feliz en la ventura ajena

han quebrantado vuestro duro cetro.

¡Salve, tierra de amor! ¡Mil veces salve,

madre de la virtud! Al fin mis ansias

en ti se saciarán, y el pecho mío 115

en tus amores hallará reposo.

El vivir será amar, y dondequiera

clarisas me dará tu amable suelo.

Eterno amante de una tierna esposa,

el universo reirá en el gozo 120

de nuestra dulce unión, y nuestros hijos

su gozo crecerán con sus virtudes.

¡Hijos queridos, delicioso fruto

de un virtuoso amor! Seréis dichosos

en la dicha común, y en cada humano 125

un padre encontraréis y un tierno amigo,

y allí... Pero mi faz mojó la lluvia.

¿Adónde está, qué fue mi imaginada

felicidad? De la encantada magia

de mi país de amor vuelvo a esta tierra 130

de soledad, de desamor y llanto.

Mi querido Ramón, vos mis amigos

cuantos partís mi corazón amante,

vosotros solos habitáis los yermos

de mi país de amor. Imagen santa 135

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de este mundo ideal de la inocencia,

¡y, ay!, fuera de vos no hay universo

para este amigo que por vos respira.

Tal vez un día la amistad augusta

por la ancha tierra estrechará las almas 140

con lazo fraternal. ¡Ay!, no; mis ojos

adormecidos en la eterna noche

no verán tanto bien. Pero, entre tanto,

amadme, oh amigos, que mi tierno pecho

pagará vuestro amor, y hasta el sepulcro 145

en vuestras almas buscaré mi dicha.

SIGLO XIX

Romanticismo

José de Espronceda

Canción del pirata

Con diez cañones por banda,

Viento en popa, a toda vela,

No corta el mar, sino vuela

Un velero bergantín:

Bajel pirata que llaman 5

Por su bravura el Temido,

En todo el mar conocido

Del uno al otro confín.

La luna en el mar rïela,

En la lona gime el viento, 10

Y alza en blando movimiento

Olas de plata y azul;

Y ve el capitán pirata,

Cantando alegre en la popa,

Asia a un lado, a otro Europa, 15

Y allá a su frente Estambul (3)

.

«Navega, velero mío,

Sin temor,

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Que ni enemigo navío,

Ni tormenta, ni bonanza 20

Tu rumbo a torcer alcanza,

Ni a sujetar tu valor.

»Veinte presas

Hemos hecho

A despecho 25

Del inglés,

Y han rendido

Sus pendones

Cien naciones

A mis pies. 30

»Que es mi barco mi tesoro,

Que es mi Dios la libertad,

Mi ley, la fuerza y el viento,

Mi única patria la mar.

»Allá muevan feroz guerra 35

Ciegos Reyes

Por un palmo más de tierra,

Que yo aquí tengo por mío

Cuanto abarca el mar bravío,

A quien nadie impuso leyes. 40

»Y no hay playa,

Sea cualquiera,

Ni bandera

De esplendor,

Que no sienta 45

Mi derecho

Y dé pecho

A mi valor.

»Que es mi barco mi tesoro,

Que es mi Dios la libertad, 50

Mi ley, la fuerza y el viento,

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Mi única patria la mar.

»A la voz de '¡barco viene!'

Es de ver

Cómo vira y se previene 55

A todo trapo a escapar:

Que yo soy el rey del mar,

Y mi furia es de temer.

»En las presas

Yo divido 60

Lo cogido

Por igual.

Sólo quiero

Por riqueza

La belleza 65

Sin rival.

»Que es mi barco mi tesoro,

Que es mi Dios la libertad,

Mi ley, la fuerza y el viento,

Mi única patria la mar. 70

»¡Sentenciado estoy a muerte!

Yo me río;

No me abandone la suerte,

Y al mismo que me condena

Colgaré de alguna entena 75

Quizá en su propio navío.

»Y si caigo,

¿Qué es la vida?

Por perdida ya la di,

Cuando el yugo 80

Del esclavo,

Como un bravo,

Sacudí.

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»Que es mi barco mi tesoro,

Que es mi Dios la libertad, 85

Mi ley, la fuerza y el viento,

Mi única patria la mar.

»Son mi música mejor

Aquilones,

El estrépito y temblor 90

De los cables sacudidos,

Del ronco mar los bramidos

Y el rugir de mis cañones.

»Y del trueno

Al son violento, 95

Y del viento

Al rebramar,

Yo me duermo

Sosegado,

Arrullado 100

Por el mar.»

»Que es mi barco mi tesoro,

Que es mi Dios la libertad,

Mi ley, la fuerza y el viento,

Mi única patria la mar.» 105

El canto del cosaco

Donde sienta mi caballo los pies

no vuelve a nacer yerba.

Palabras de Atila.

CORO

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!

La Europa os brinda espléndido botín;

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Sangrienta charca sus campiñas sean,

De los grajos su ejército festín.

¡Hurra! ¡A caballo, hijos de la niebla! 5

Suelta la rienda, a combatir volad;

¿Veis esas tierras fértiles? Las puebla

Gente opulenta, afeminada ya.

Casas, palacios, campos y jardines,

Todo es hermoso y refulgente allí; 10

Son sus hembras celestes serafines,

Su sol alumbra un cielo de zafir.

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!

La Europa os brinda espléndido botín;

Sangrienta charca sus campiñas sean, 15

De los grajos su ejército festín.

Nuestros sean su oro y sus placeres,

Gocemos de ese campo y ese sol;

Son sus soldados menos que mujeres.

Sus reyes viles mercaderes son. 20

Vedlos huir para esconder su oro,

Vedlos cobardes lágrimas verter...

¡Hurra! Volad, sus cuerpos, su tesoro

Huellen nuestros caballos con sus pies.

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! 25

La Europa os brinda espléndido botín;

Sangrienta charca sus campiñas sean,

De los grajos su ejército festín.

Dictará allí nuestro capricho leyes,

Nuestras casas alcázares serán, 30

Los cetros y coronas de los reyes

Cual juguetes de niños rodarán.

¡Hurra! ¡Volad a hartar nuestros deseos!

Las más hermosas nos darán su amor,

Y no hallarán nuestros semblantes feos, 35

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Que siempre brilla hermoso el vencedor.

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!

La Europa os brinda espléndido botín;

Sangrienta charca sus campiñas sean,

De los grajos su ejército festín. 40

Desgarraremos la vencida Europa

Cual tigres que devoran su ración;

En sangre empaparemos nuestra ropa,

Cual rojo manto de imperial señor.

Nuestros nobles caballos relinchando 45

Regias habitaciones morarán;

Cien esclavos, sus frentes inclinando,

Al mover nuestros ojos temblarán.

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!

La Europa os brinda espléndido botín; 50

Sangrienta charca sus campiñas sean,

De los grajos su ejército festín.

Venid, volad, guerreros del desierto,

Como nubes en negra confusión,

Todos suelto el bridón, el ojo incierto, 55

Todos atropellándoos en montón.

Id en la espesa niebla confundidos,

Cual tromba que arrebata el huracán,

Cual témpanos de hielo endurecidos

Por entre rocas despeñadas van. 60

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!

La Europa os brinda espléndido botín;

Sangrienta charca sus campiñas sean,

De los grajos su ejército festín.

Nuestros padres un tiempo caminaron 65

Hasta llegar a una imperial ciudad;

Un sol más puro es fama que encontraron,

Page 17: Carta de Jovellanos a su hermano Francisco de Paula ... · Estoy persuadido a que no tendríamos los grandes poemas, ... hicieron de ella los poetas del siglo pasado, y ya que la

Y palacios de oro de cristal.

Vadearon el Tibre sus bridones,

Yerta a sus pies la tierra enmudeció; 70

Su sueño con fantásticas canciones

La fada de los triunfos arrulló.

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!

La Europa os brinda espléndido botín;

Sangrienta charca sus campiñas sean, 75

De los grajos su ejército festín.

¡Qué! ¿No sentís la lanza estremecerse

Hambrienta en vuestras manos de matar?

¿No veis entre la niebla aparecerse

Visiones mil que el parabién nos dan? 80

Escudo de esas míseras naciones

Era ese muro que abatido fue;

La gloria de Polonia y sus blasones

En humo y sangre convertidos ved.

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! 85

La Europa os brinda espléndido botín;

Sangrienta charca sus campiñas sean,

De los grajos su ejército festín.

¿Quién en dolor trocó sus alegrías?

¿Quién sus hijos triunfante encadenó? 90

¿Quién puso fin a sus gloriosos días?

¿Quién en su propia sangre los ahogó?

¡Hurra, cosacos! ¡Gloria al más valiente!

Esos hombres de Europa nos verán:

¡Hurra! Nuestros caballos en su frente 95

Hondas sus herraduras marcarán.

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!

La Europa os brinda espléndido botín;

Sangrienta charca sus campiñas sean,

De los grajos su ejército festín. 100

Page 18: Carta de Jovellanos a su hermano Francisco de Paula ... · Estoy persuadido a que no tendríamos los grandes poemas, ... hicieron de ella los poetas del siglo pasado, y ya que la

A cada bote de la lanza ruda,

A cada escape en la abrasada lid,

La sangrienta ración de carne cruda

Bajo la silla sentiréis hervir.

Y allá después en templos suntüosos, 105

Sirviéndonos de mesa algún altar,

Nuestra sed calmarán vinos sabrosos,

Hartará nuestra hambre blanco pan.

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!

La Europa os brinda espléndido botín; 110

Sangrienta charca sus campiñas sean,

De los grajos su ejército festín.

Y nuestras madres nos verán triunfantes,

Y a esa caduca Europa a nuestros pies,

Y acudirán de gozo palpitantes, 115

En cada hijo a contemplar un rey.

Nuestros hijos sabrán nuestras acciones,

Las coronas de Europa heredarán,

Y a conquistar también otras regiones

El caballo y la lanza aprestarán. 120

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!

La Europa os brinda espléndido botín,

Sangrienta charca sus campiñas sean,

De los grajos su ejército festín.

A Jarifa en una orgía

Trae, Jarifa, trae tu mano,

Ven y pósala en mi frente,

Que en un mar de lava hirviente

Mi cabeza siento arder.

Ven y junta con mis labios 5

Esos labios que me irritan,

Donde aún los besos palpitan

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De tus amantes de ayer.

¿Qué la virtud, la pureza?

¿Qué la verdad y el cariño? 10

Mentida ilusión de niño

Que halagó mi juventud.

Dadme vino: en él se ahoguen

Mis recuerdos; aturdida,

Sin sentir, huya la vida; 15

Paz me traiga el ataúd.

El sudor mi rostro quema,

Y en ardiente sangre, rojos

Brillan inciertos mis ojos,

Se me salta el corazón. 20

Huye, mujer; te detesto,

Siento tu mano en la mía,

Y tu mano siento fría,

Y tus besos hielo son.

¡Siempre igual! Necias mujeres, 25

Inventad otras caricias,

otro mundo, otras delicias,

¡O maldito sea el placer!

Vuestros besos son mentira,

Mentira vuestra ternura, 30

Es fealdad vuestra hermosura,

Vuestro gozo es padecer.

Yo quiero amor, quiero gloria,

Quiero un deleite divino,

Como en mi mente imagino,

Como en el mundo no hay; 35

Y es la luz de aquel lucero

Que engañó mi fantasía,

Fuego fatuo, falso guía

Que errante y ciego me tray.

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¿Por qué murió para el placer mi

alma,

40

Y vive aún para el dolor impío?

¿Por qué, si yazgo en indolente calma,

Siento en lugar de paz árido hastío?

¿Por qué este inquieto abrasador deseo?

¿Por qué este sentimiento extraño y

vago

45

Que yo mismo conozco un devaneo,

Y busco aún su seductor halago?

¿Por qué aún fingirme amores y placeres

Que cierto estoy de que serán mentira?

¿Por qué en pos de fantásticas mujeres 50

Necio tal vez mi corazón delira,

Si luego en vez de prados y de flores

Halla desiertos áridos y abrojos,

Y en sus sandios o lúbricos amores

Fastidio sólo encontrará y enojos? 55

Yo me arrojé, cual rápido cometa,

En alas de mi ardiente fantasía,

Do quier mi arrebatada mente inquieta

Dichas y triunfos encontrar creía.

Yo me lancé con atrevido vuelo 60

Fuera del mundo en la región etérea,

Y hallé la duda, y el radiante cielo

Vi convertirse en ilusión aérea.

Luego en la tierra la virtud, la gloria

Busqué con ansia y delirante amor, 65

Y hediondo polvo y deleznable escoria

Mi fatigado espíritu encontró.

Mujeres vi de virginal limpieza

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Entre albas nubes de celeste lumbre;

Yo las toqué, y en humo su pureza 70

trocarse vi, y en lodo y podredumbre.

Y encontré mi ilusión desvanecida,

Y eterno e insaciable mi deseo;

Palpé la realidad y odié la vida:

Sólo en la paz de los sepulcros creo. 75

Y busco aún y busco codicioso,

Y aún deleites el alma finge y quiere;

Pregunto, y un acento pavoroso

«¡Ay! -me responde-, desespera y muere.

»Muere, infeliz: la vida es un

tormento,

80

Un engaño el placer; no hay en la tierra

Paz para ti, ni dicha, ni contento,

Sino eterna ambición y eterna guerra.

»Que así castiga Dios el alma osada,

Que aspira loca, en su delirio insano, 85

De la verdad para el mortal velada,

A descubrir el insondable arcano.»

¡Oh, cesa! No, yo no quiero

Ver más, ni saber ya nada;

Harta mi alma y postrada, 90

Sólo anhela el descansar.

En mí muera el sentimiento,

Pues ya murió mi ventura,

Ni el placer ni la tristura

Vuelvan mi pecho a turbar. 95

Pasad, pasad en óptica ilusoria,

Y otras jóvenes almas engañad;

Nacaradas imágenes de gloria,

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Coronas de oro y de laurel, pasad.

Pasad, pasad, mujeres voluptuosas, 100

Con danza y algazara en confusión;

Pasad como visiones vaporosas

Sin conmover ni herir mi corazón.

Y aturdan mi revuelta fantasía

Los brindis y el estruendo del festín, 105

Y huya la noche y me sorprenda el día

En un letargo estúpido y sin fin.

Ven, Jarifa; tú has sufrido

Como yo; tú nunca lloras;

mas, ¡ay triste!, que no ignoras 110

Cuán amarga es mi aflicción.

Una misma es nuestra pena,

En vano el llanto contienes...

Tú también, como yo tienes,

Desgarrado el corazón.

Posromanticismo

Gustavo Adolfo Bécquer: Rimas y leyendas

Leyendas: "El rayo de luna," "Los ojos verdes," and "La promesa"

Rimas (Roman numerals refer to the 187a editon of Rimas and most subsequent

editions; Arabic numerals to the order given the "Rimas" as included in Libro de los gorriones)

IV (39), "No digáis que agotado su tesoro..."

XVII (50), "Hoy la tierra y los cielos me sonríen..."

XXI (21), "¿Qué es poesía"

XLI (26), "Tú eras el huracán y yo..."

LII (35), "Olas gigantes que os rompéis bramando..."

LIII (38), "Volverán la oscuras golondrinas..."

LVI (20), "Hoy como ayer, mañana como hoy..."

LXVI (67), "¿De dónde vengo"...El más horrible..."

LXVIII (61), "No sé lo que he soñado..."

LXXIII (71), "Cerraron sus ojos..."

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Rosalía de Castro

De En las orillas del Sar:

XXIX ]

Camino blanco, viejo camino,

desigual, pedregoso y estrecho,

donde el eco apacible resuena

del arroyo que pasa bullendo,

y en donde detiene su vuelo inconstante, 5

o el paso ligero,

de la fruta que brota en las zarzas

buscando el sabroso y agreste alimento,

el gorrión adusto,

los niños hambrientos, 10

las cabras monteses

y el perro sin dueño...

Blanca senda, camino olvidado,

¡bullicioso y alegre otro tiempo!,

del que solo y a pie de la vida 15

va andando su larga jornada, más bello

y agradable a los ojos pareces

cuanto más solitario y más yermo.

Que al cruzar por la ruta espaciosa

donde lucen sus trenes soberbios 20

los dichosos del mundo, descalzo,

sudoroso y de polvo cubierto,

¡qué extrañeza y profundo desvío

infunde en las almas el pobre viajero!

[ L ]

I

En mi pequeño huerto

brilla la sonrosada margarita,

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tan fecunda y humilde,

como agreste y sencilla.

Ella borda primores en el césped, 5

y finge maravillas

entre el fresco verdor de las praderas

do proyectan sus sombras las encinas,

y a orillas de la fuente y del arroyo

que recorre en silencio las umbrías. 10

Y aun cuando el pie la huella, ella revive

y vuelve a levantarse siempre limpia,

a semejanza de las almas blancas

que en vano quiere ennegrecer la envidia.

II

Cuando llega diciembre y las lluvias abundan, 15

ellas con las acacias tornan a florecer,

tan puras y tan frescas y tan llenas de aroma

como aquellas que un tiempo con fervor adoré.

¡Loca ilusión la mía es en verdad, bien loca

cuando mi propia mano honda tumba les dio! 20

Y ya no son aquellas en cuyas hojas pálidas

deposité mis besos... ni yo la misma soy.

[ LVI ]

I

En los ecos del órgano o en el rumor del viento,

en el fulgor de un astro o en la gota de lluvia,

te adivinaba en todo y en todo te buscaba,

sin encontrarte nunca.

Quizás después te ha hallado, te ha hallado y te ha perdido 5

otra vez, de la vida en la batalla ruda,

ya que sigue buscándote y te adivina en todo,

sin encontrarte nunca.

Pero sabe que existes y no eres vano sueño,

hermosura sin nombre, pero perfecta y única; 10

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por eso vive triste, porque te busca siempre

sin encontrarte nunca.

II

Yo no sé lo que busco eternamente

en la tierra, en el aire y en el cielo;

yo no sé lo que busco, pero es algo 15

que perdí no sé cuándo y que no encuentro,

aun cuando sueñe que invisible habita

en todo cuanto toco y cuanto veo.

Felicidad, no he volver a hallarte

en la tierra, en el aire ni en el cielo, 20

¡aun cuando sé que existes

y no eres vano sueño!