Carta Pastoral Del Superior General de Los CSV - Junio 2015
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Carta pastoral
Junio 2015
¿No sería mejor que hablásemos de misión?
Algunos piensan que desde hace algunos años nuestra reflexión se concentra
peligrosamente en la eventualidad de reajustar nuestras estructuras y en la comunidad
viatoriana, tema estrella de los últimos decenios. Sin afirmarlo explícitamente, se
sugiere que estamos viviendo un período de repliegue sobre nosotros mismos cuando
las llamadas de la misión son más importantes que nunca y además muy complejas. De
hecho, la realidad del mundo en el que viven y trabajan nuestras comunidades merece
toda nuestra atención y debiera seguir siendo nuestro punto focal.
¡Son tantos los acontecimientos difíciles que interpelan nuestro vivir cotidiano y tantas
las situaciones complejas que reclaman la presencia de hombres y mujeres
convencidos del Evangelio! Hay urgencia de ofrecer la Buena Nueva como vía de dicha
y realización personal. De modos diversos, nuestros contemporáneos nos piden que
estemos disponibles para escucharles y acompañarles en su vivir cotidiano, sin
juzgarlos, sin violentarlos, tratando simplemente de hablarles del gozo y la alegría de
vivir a partir de lo que nosotros mismos somos y vivimos. A este respecto, es verdad
que nuestra atención está cautiva por esta situación de reajuste interno de la que
tendríamos que liberarnos lo antes posible, pero que aún sigue siendo muy importante
para poder centrarnos en nuestra misión. Sin querer dramatizar, permitidme utilizar
esta imagen: cuando la casa resulta demasiado grande para los que la habitan, hasta el
punto de que resulta impersonal, se impone cuestionarse sobre el hogar deseable y
posible, un hogar que tenga, ante todo, una gran puerta a la calle y que invite a salir.
¡La condición para dar ese paso es sentirse a gusto¡
¿Y qué decir de esas dos prioridades que nos dimos en el Capítulo general del 2012: la
pastoral de las vocaciones y la justicia social? ¿Se habrán convertido en verdaderos
desafíos en cada una de nuestras inserciones, dejando de ser un mero ejercicio de
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prioridades de cada capítulo general, que pudiera convertirse en simple rutina y no
tener un impacto en la realidad?
Una pastoral de las vocaciones que tiene en cuenta las nuevas realidades que vive la
gente – y en especial el hecho de la migración, que lejos de ser un simple fenómeno
geográfico, afecta el vivir cotidiano de toda persona que lucha por sobrevivir en este
mundo. La persona humana no migra simplemente de un país a otro, o de un
continente a otro, sino que emigra en todas las dimensiones de su ser, ya que nuestro
mundo, sus valores, su funcionamiento y sus desafíos se han convertido al mismo
tiempo en algo muy pequeño (la aldea global), por más que abarque todo el mundo, y
en algo muy complejo imposible de abarcar.
¿Y qué decir de nuestra apertura a una justicia que nos toque realmente el corazón y
cambie radicalmente nuestro modo de pensar y de actual? Sí, una justicia entre
nosotros y con nuestro mundo que cuestione, no tanto el modo en que ofrecemos lo
que tenemos, cuando la mirada con que contemplamos a los otros, esa mirada que
marca los límites de la fraternidad. Esos temas y muchos otros tendrían que estar en el
primer plano de lo que debería retener nuestra atención, alimentar nuestra reflexión y
nuestros nutrir nuestros proyectos de vida. ¿No estaremos demasiado cautivos de
nuestra organización interna? ¡Pudiera ser! ¡Si es así, ajustemos lo antes posible lo
que haya que ajustar, para que nuestra morada tenga una identidad capaz de
relanzarnos vigorosamente por las rutas de la misión!
Y, sin embargo...
El consejo general extraordinario, que se reunió en Bogotá el último mes de mayo,
acaba de embarcar a la congregación y a toda la comunidad viatoriana en un esfuerzo
de reflexión sobre tres temas importantes: el estado de la comunidad viatoriana, la
adaptación de la estructura de la congregación y la buena gestión de los bienes
materiales. Ya desde ahora se han fijado como plazo para esa reflexión las fechas de
dos acontecimientos: la próxima asamblea de la comunidad viatoriana, (en 2016 cerca
de Madrid), y el Capítulo general de 2018, que tendrá lugar en el extrarradio de
Chicago en los Estados Unidos. He titulado “Y sin embargo” esta apartado, ya que, a
primera vista da la impresión de que volvemos a nuestras preocupaciones internas,
por legítimas que sean, y que nos alejamos de la vida y sus llamadas, razón de ser de
nuestros compromisos en el seguimiento de Jesús.
El lazo íntimo entre el carisma que encarnamos y la misión, que constituye el
fundamento de todo compromiso en nombre del evangelio, es la clave de
interpretación de ese proceso en el que nos embarcamos. Ese carisma, don del Espíritu,
tiene su fuente en una promesa de Jesús:
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Si me amáis, guardaréis mis mandatos. Y yo pediré al Padre, y os dará otro defensor,
para que esté con vosotros por siempre. El Espíritu de la verdad, que el mundo no
puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros lo conocéis, porque permanece con
vosotros y estará con vosotros. No os dejaré huérfanos: vengo a vosotros (...) El que
recibe mis mandatos y los guarda, ese es el que me ama. Y el que me ama será amado
por mi Padre; y yo lo amaré y me manifestaré a él.” (Jn 14 15-21)
Jesús ha prometido la presencia de su Espíritu, el mismo que mora dentro de nosotros.
Su conocimiento nos mantiene en la senda de la verdad, que es lo que en el fondo es
un mandato: una vía, un camino que nos lleva de Dios hacia los otros, con un corazón
transformado por lo que sabemos que el Padre desea para sus hijos.
Hablar de carisma es, ante todo y sobre todo, tener clara la promesa de Dios y su
permanente acción sobre nosotros por medio de su Espíritu. Un Espíritu siempre
atento a la realidad del mundo y que actúa para que el destino que se nos ofrece por la
nueva alianza se traduzca en Buena Noticia inteligible para las mujeres y hombres que
nos rodean. Por eso, hablar de fidelidad al carisma es, ante todo y sobre todo,
reconocer a un Dios presente, atento, que actúa a través de su Espíritu y que interpela
con palabras de nuestro tiempo. En esa coyuntura, la fidelidad se alía perfectamente
con el epíteto de creativa.
Dios actúa a través de su pueblo. Suele enviar a algunos de sus hijos a misiones
especiales. El Espíritu, muy presente en el corazón de la vocación fundamental del
bautismo que nos hace hijos e hijas de Dios, sabe tocar el corazón de algunas personas
para que hagan resplandecer alguna faceta especial del “todo amor” que define a Dios.
Lo que vivimos en la Iglesia y en el mundo invita al misterio de Dios a manifestarse en
facetas diversas que nos ofrecen de ese modo la gracia de una presencia necesaria,
esperada y legible. De esta forma, el Espíritu, que es el mismo corazón de Dios atento a
la realidad vital de sus hijos, interpela la fe de algunos en un proceso innovador que
mana del insaciable deseo de Dios de seguir creando junto con nosotros mismos. ¡En
su origen y a lo largo de toda la historia, “Dios vio que eso que hacía era bueno”¡
El carisma es pues, el mismo Dios atento, que interpela a través de su Espíritu, y que
actúa en la historia. Vuelvo a repetirlo: ¡Dios nos sigue mirando con atención; su
Espíritu nos sigue interpelando e interviniendo en nuestra historia! Esos elementos
debieran ser convicciones profundas en toda comunidad heredera y responsable de un
carisma, una intuición inspirada y reconocida.
El Evangelio lo recibimos para ofrecerlo. Lo mismo debe ser con el carisma de un
fundador, un momento de gracia, un don del Espíritu, que tenemos que acoger y
ofrecer con una actitud de apertura y confianza en el plan de Dios. El don de Espíritu
no se limita a un momento de la historia, sino que presupone continuidad, mediante
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una acción que supone una fidelidad atenta y creativa. Si no es así, lo que haríamos es
encerrar el carisma en nuestras manos y ahogar el movimiento creador que le anima.
Tenemos que cultivar una fidelidad que sepa discernir lo que necesita cada etapa de
nuestra historia. El Espíritu ilumina las situaciones nuevas que vivimos y nos da
seguridad para hacer visible el rostro amoroso de Dios que El mismo nos ha confiado
manifestar a través de un carisma particular.
Una comunidad está formada por personas que saben de discernimiento basado en
una vida de fe intensa, en una espiritualidad que se nutre de los elementos
fundamentales del carisma recibido de su fundador y que cree que el Espíritu actúa en
los momentos importantes de su historia. Dentro de la tradición de la vida religiosa, los
capítulos generales son los momentos cumbre de discernimiento y de decisión en la
fidelidad al Espíritu. La fidelidad a nuestra responsabilidad de herederos del carisma
del fundador nos pide una lectura sabia de nuestra realidad con compromiso, al mismo
tiempo, de indicarnos y trazarnos el camino. No es éste o aquel capítulo el que cuenta,
sino el camino trazado a lo largo del tiempo por todos ellos. Para nosotros, 1978, año
en que el Capítulo general aprobó el texto de la nueva constitución y lo presentó a las
autoridades del Vaticano, y su desarrollo posterior, especialmente con ocasión de los
capítulos generales de 1984, 1988, 1994, 2000. 2006 y 2012, deben constituir esta
“nuestra historia reciente” que nos invita en este momento a un discernimiento
profundo sobre nuestra fidelidad al carisma.
Como experiencia aún vigente de comunión de vocaciones diversas inspiradas en un
mismo carisma y comprometidas en una misma misión, la comunidad viatoriana se ha
ido dando también progresivamente organismos que pretenden esa misma fidelidad:
consejos, asambleas de provincia, asamblea general. También estos organismos deben
implicarse decididamente en este proceso de discernimiento.
37 años después del Capítulo general que se ponía de acuerdo sobre una nueva
constitución que habría que hacer aprobar por la Santa Sede, conviene considerar el
desarrollo que ha tenido el artículo 5 de la Constitución: “De acuerdo con una idea
entrañable a nuestra Fundador, la Congregación acepta asociar otras personas que
quieran participar de nuestra misión, de nuestra vida espiritual y de nuestra vida
comunitaria”. Esta apertura de la Congregación para asociar a otras personas se ha
convertido algunos años más tarde (1994) en “la comunidad viatoriana”, lugar de
encuentro de personas que se reconocen coherederas con pleno derecho del carisma
del Fundador y corresponsables de su desarrollo. La comunidad viatoriana, dice la Carta,
no es una simple agrupación de viatores asociados, sino algo nuevo, una nueva forma
de comunidad, que reagrupa vocaciones de religiosos y de seglares que reconocen en
la complementariedad de sus vocaciones elementos dinámicos y estimulantes para
cada una de ellas. Se trata de una comunidad que siempre se está haciendo y en la que
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la diversidad de sus miembros y la búsqueda de comunión se pone al servicio del
discernimiento del carisma común; un carisma cada vez mejor captado y que capacita
una mayor calidad en la realización de nuestra misión.
Con el transcurso de los años, las experiencias de comunidades viatorianas dinámicas y
comprometidas han ido abriendo nuevas vía y, sin duda alguna, han configurado el
rostro dinámico del carisma del que somos portadores. Por otra parte, aún persisten
incertidumbres y dudas entre algunos religiosos y se han dado algunos rechazos.
Algunos dudan de que hayamos fieles al carisma del fundador encarnado y reconocido
desde 1838 en una congregación religiosa de derecho pontificio y, en especial,
rechazan la idea de que todos los religiosos sean miembros de derecho de la
comunidad viatoriana. Tanto las convicciones de unos como las dudas de otros tienen
derecho de ciudadanía. Pero, no podemos seguir así y la situación actual nos convoca a
un proceso que nos ha de llevar a una reflexión profunda, a un verdadero
discernimiento. Este discernimiento dará luz a los grandes acontecimientos a los que
me refería antes: la próxima asamblea general y el capítulo general de 2018.
Actitudes que expresen nuestras convicciones
En esta etapa de nuestro avanzar, hay dos elementos que me parecen importantes y
que pueden ser determinantes para el éxito de nuestra tarea: la actitud de escucha y
de libertad de expresión, propias del discernimiento, y la referencia al carisma-misión
que debe continuar siendo el punto focal de nuestro caminar. Sin esos dos elementos,
corremos el riesgo de encerrarnos en la dinámica de convencer a los otros de nuestro
punto de vista, sin abrir un resquicio para cuestionarnos a nosotros mismos. Y, por otra
parte, si el carisma-misión no ocupa el centro de búsqueda, podemos olvidar lo que es
principal: hacer visible el misterio amoroso de Dios que Él nos ha confiado en un
carisma al servicio de la misión que tenemos que realizar: Anunciar a Jesucristo y su
Evangelio y suscitar comunidades en las que se viva, se profundice y se celebre la fe.
(C.8).
Ese discernimiento no será sano y fructuoso si no está profundamente sostenido por
una oración intensa tanto a nivel personal como comunitario, por una oración
motivada por la búsqueda de la verdad que habrá de expresarse en la relectura atenta
y comprensiva de nuestra historia reciente.
El conjunto de esas condiciones de escucha de la realidad, de manifestación abierta y
franca y el deseo de diálogo hará sitio a aquello que nos pueda interpelar, como signos
del Espíritu, sobre nuestro hoy comunitario. Mis hermanos del Consejo general
extraordinario y yo mismo creemos que este ejercicio nos va a comprometer durante
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los próximos meses a una reflexión exigente, ciertamente, pero que será en beneficio
de nuestra fidelidad a la intuición inspirada del padre Luis Querbes.
¿Y luego?
¿Qué pasará después? ¿Cuáles serán los frutos de un renovado consenso y de unas
decisiones que probablemente habrá que tomar? Yo estoy convencido de que
emergerán perspectivas nuevas y de que todo ese proceso aportará, si es preciso,
correcciones, de forma que las dos ramas que se alimentan del tronco común del
carisma viatoriano puedan seguir produciendo la sabia que nos renueva y nos envía
con fuerza a la misión. De esta forma, los imprescindibles confluencias entre las dos
entidades que son la Congregación y la Comunidad viatoriana se irán precisando y
adaptando, lo mismo que las condiciones y formas de pertenencia a la una y a la otra.
¿Habría que ir ya mismo a llamar a la puerta de la Congregación para los Institutos de
Vida Consagrada y las Sociedades de (ClIVCSVA)? Personalmente creo que no, y así lo
han estimado también los últimos capítulos generales. Si para algunos, la experiencia
ya ha durado bastante y se impone la consulta al Vaticano, a mí me parece más
urgente que se haga una evaluación entre nosotros y que previo un discernimiento,
reformulemos un consenso sobre nuestra experiencia. Ya llegará el día en que nos
parecerá importante que se reconozca lo que éste y otros sucesivos consensos hayan
establecido. Entonces estaremos prestos y preparados para dirigirnos al dicasterio
vaticano que corresponda. Un reconocimiento oficial no tendría sentido si no es la
respuesta a un gesto avalado por una larga comunión entre nosotros. ¡Y no me parece
que ésta sea la situación actual!
Volvamos a leer la historia en los dos sentidos...
Es evidente que para saber a dónde queremos llegar, es importante conocer de dónde
venimos. Por ello, se impone la lectura de una historia que parte de los orígenes y llega
hasta la realidad actual. ¿Basta con eso? ¡Ciertamente que no! Tenemos que
completarla mediante otra perspectiva histórica, que tiene tanto peso como la primera,
la que partiendo de la realidad actual, nos ofrece pistas de lectura del camino
recorrido y valora los jalones que se han ido plantando a lo largo de nuestra historia. Es
otra manera de volver a los orígenes. Pero esta lectura es, sin embargo, muy diferente,
ya que parte de la comprensión de las razones y las condiciones que lo motivaron. En
todo este está implicada la gracia a la que indudablemente se refiere el carisma: el
Espíritu siempre presente que da sentido a lo que vivimos y que continuamente nos
resitúa en una historia que nos sobrepasa.
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Hermanas y hermanos, entremos animosamente en este ejercicio de fe que implica la
búsqueda de la fidelidad. ¡Y hagámoslo con confianza y el orgullo, decisión y apertura!
La alegría, de la que se hace profeta el papa Francisco, tiene que apoderarse de
nuestro corazón ya que debe acompañarnos a lo largo de todo el proceso.
¡Que el padre Querbes vele sobre nosotros!
Alain Ambeaut, c.s.v.
Superior general