Celos, Celos Patológicos y Delirio Celotípico
Transcript of Celos, Celos Patológicos y Delirio Celotípico
E. González Monclús
14Rev Psiquiatría Fac Med Barna 2005;32(1):14-22
Rev Psiquiatría Fac Med Barna 2005;32(1):14-22Artículo
Enrique González
Monclús
Facultad de Medicina
Universidad
de Barcelona
Celos, celos patológicos y delirio celotípico
Correspondencia:
Enrique González Monclús
Facultad de Medicina
Casanova, 143
08036 Barcelona
Resumen
Los celos son un fenómeno universal, no exclusivos del
ser humano; muchos animales son capaces de mostrar
conductas incuestionablemente celosas. En un grado
mínimo - celar en castellano significa cuidar con esme-
ro- pueden estimular comportamientos positivos; cuan-
do se desarrollan en exceso, son destructivos.
Factores socioculturales influyen en la actualización del
potencial celoso de cada individuo. Este potencial viene
moldeado, muchas veces, por factores educativos que
abonan, en su grado extremo, los sentimientos de pose-
sión y pertinencia.
Los celos se manifiestan en todas las edades, con carac-
terísticas propias. Se dan en la infancia y, entre los adul-
tos, abudan comportamientos, no sólo sexuales o amo-
rosos, en cuya génesis es evidente la existencia de los
celos.
La prevención de lo que podrían ser celos psicológica-
mente comprensibles, en el sentido de Jaspers, debe ini-
ciarse en la infancia, mientras que los celos delirantes
exigen tratamiento psiquiatrico, como cualquier otra psi-
cosis.
Palabras clave: Celos. Celos patológicos. Delirio
celotípico.
Summary
Jealousy is an universal feeling related not only to human
beings but also to animals; actually many animal species
show jealous conducts. In an appropriate level, jealousy,
may enhance positive behaviours, but when exessive it
becomes destructive.
Sociocultural factors have an impact on the devolopment
of each person's jealous potential. This potential is often
modelled by educational factors, which can sometimes
enhance possession feelings.
Jealousy can express in any age, with its own related
features. It takes place in childhood and often adults show
jealousy mediated jealousy mediated behavior. not only
rekated to sex or love.
Prevention of what could be named as psychologically
understandable jealousy, according to Jaspers, must start
up in childhood, whereas delusive jealousy needs
psychiatric care, as any other psychosis.
Key words: Jealousy. Morbid jealousy. Delusive jealousy.
Prefacio
A comienzos del año 2001 el malogrado Profesor
Antonio Seva invitó al autor de este artículo a par-
ticipar en la realización de un libro sobre compor-
tamientos humanos patológicos o conflictivos. El
libro no iba especificamente destinado a psicólo-
gos o psiquiatras, sino a personas tales como co-
operadores sociales, miembros de ONGs, misio-
neros, educadores y, en general, todas aquellas
que ejercieran una función de orientación o conse-
jo sobre sectores de la población necesitados de
esta ayuda. El tema encomendado, los celos, era
apasionante y fué aceptado con entusiasmo. La-
mentablemente, la enfermedad y su triste desen-
lace truncaron el proyecto del Prof. Seva. Sirva la
publicación de este trabajo como un sentido ho-
menaje a su memoria.
Introducción
En una época en que la violencia doméstica es no-
ticia cotidiana, en que el mobbing está al orden
del dia, en que los profesionales y los políticos dedi-
can gran parte de sus esfuerzos en descalificar no
sólo a sus rivales sino a quienes teóricamente son
sus compañeros, curiosamente se habla poco de
los celos.
En la búsqueda en dos fuentes de datos sobre el
tema celos (Jealousy) se encontaron 63 referen-
cias publicadas entre enero de 1986 y marzo de
2001, la mayor parte procedentes del campo de
la sociología o de la psicología social. Llama tam-
bién la atención que la mayor densidad de trabajos
se acumula en el primer tercio del periodo señala-
do, como si progresivamente se fuera extingiendo
no sólo el interés por el tema sino también el pro-
pio tema. Quizá los celos no existan, pero haberlos
haylos.
Celos, celos patológicos y delirio celotípico
15Rev Psiquiatría Fac Med Barna 2005;32(1):14-22
Celos: concepto y generalidades
El término celos es de uso común. Todo el mundo
sabe a qué nos referimos cuando lo empleamos, aún
cuando nos sea difícil definirlo con precisión, tenien-
do en cuenta que con dicho término cualificamos un
sinfín de conductas generadas por distintos motivos
que tienen como denominador común la existencia
de tres elementos esenciales: el sujeto celoso, el
objeto - persona, animal, cosa, bien, prestigio- cela-
do y otro sujeto que posee o pretende poseer este
objeto.
La definición de celos que da la Academia de la Len-
gua es muy escueta; ni siquiera tiene entrada propia
en el Diccionario. Sí la tiene la palabra celo, cuya
primera acepción es impulso íntimo que promueve
las buenas obras y que en la cuarta acepción se
define como recelo que uno siente de que cual-
quier afecto o bien que disfrute o pretenda llegue
a ser alcanzado por otro. La quinta acepción la re-
fiere como apetito de la generación en los
irracionales y es en la sexta en que se define la sig-
nificación del plural como sospecha, inquietud y
recelo de que la persona amada haya mudado o
mude su cariño, poniéndolo en otra.
De hecho, el fenómeno de los celos es mucho mas
complejo que sus definiciones académicas, si bien
éstas, a través de su relación etimológica, desvelan
algunos aspectos positivos, cual puede ser velar con
esmero por la persona (u objeto) amada.
Si hacemos asociaciones libres alrededor de la pala-
bra celos aparecerán conceptos como envidia, posi-
ción, pertenencia, fidelidad, honor, egoismo, or-
gullo, susceptibilidad, desconfianza, obcecaión...
y, quizá, otros muchos más. No se nos ha ocurrido
la palabra amor de un modo inmediato, más tarde
procuraremos interpretar este olvido.
La envidia, que se define como deseo inmoderado
de tener los bienes -materiales o inmateriales- que
otro posée, se diferenciaría de los celos por ser un
fenómeno dual entre el sujeto envidioso y el bien
envidiado; solo de un modo secundario se puede odiar
a su poseedor o considerarlo indigno de tal posesión.
Por otro lado, el bien apetecido no se siente como
propio, como sucede en los celos, sinó vehemente-
mente deseado. Sin embargo, a veces se dan situa-
ciones en que envidia y celos pueden coexistir o,
mejor, ser una misma cosa: por ejemplo, cuando
Caín mata a Abel lo hace porque el Señor miró con
agrado a Abel y a sus ofrendas; pero de Caín y de
las ofrendas suyas no hizo caso, por lo que Caín se
irritó sobremanera y decayó su semblante...(Génesis,
4.5). En este pasaje hay envidia, pero también ce-
los; Caín consideraba que el agrado del Señor era
de su pertenencia, le correspondia a él.
La pertenencia del bien, poseído o apetecido, es
incuestionable para el celoso; este bien, material o
inmaterial, es suyo; quien aspire a él o, en su caso,
quien quiera seguir poseyéndolo es su enemisgo. Ni
la mas mínima parcela puede ser compartida con
nadie; así, por ejemplo, el celoso patológico no con-
siente que su esposa ame y sea amada por su propia
madre.
Se teme, sobre todo en el caso de los celos de pare-
ja, que ésta quiera ejercer la mas mínima opción de
libertad porque esto supondría para el celoso una
gravísima infidelidad que dañaría no su amor sino
su orgullo y su amor propio. La desconfianza que se
genera, la susceptibilidad del sujeto y su obceca-
ción configuran la conducta del celoso. Es bien sabi-
do que orgullo, desconfianza y rigidez de criterio
definen las conductas paranoides.
Naturaleza de los celos
Los celos se han definido como una emoción com-
pleja (van Sommers, 1988) y los celos patológicos
serían un tastorno de esta emoción. En ellos, par-
tiendo de una alteración afectiva -emoción anormal-
se ponen en marcha conductas moldeadas por este
estado afectivo en las que los pensamientos, los im-
pulsos, las percepciones y, en general, todas las fun-
ciones psíquicas se alteran profundamente, pero solo
en relación con la emoción perturbadora, es decir,
conservando plena normalidad de criterio para todos
aquellos temas que no se refieran a sus celos.
La disyuntiva entre naturaleza instintiva y naturaleza
social de los celos es estéril. Es absolutamente cier-
to que cualquier ser vivo capaz de un sentimiento
(no es preciso que se acompañe de una idea) de
propiedad es capaz de adoptar una conducta celo-
sa. Baste unos ejempos para ilustrarlo:
– Un periquito parlotea siempre que su dueña se
le acerca, especialmente cuando ésta le dirige
alguna frase. Junto a la jaula está el teléfono;
tan pronto como la señora hace una llamada, el
pájaro se enfurece y alborota y no para hasta
que se ha colgado el teléfono. Es evidente que
el periquito considera a la mujer, o por lo menos
su voz, de su propiedad, no puede consentir que
esta pertenencia se ofrezca a nadie más.
– Un perro llamado Tom se caracteriza por su pa-
sotismo, casi nunca acude a la primera llamada
del dueño, pero basta que éste susurre el nom-
E. González Monclús
16Rev Psiquiatría Fac Med Barna 2005;32(1):14-22
bre de un perro vecino para que Tom vaya raudo
a los piés de su dueño.
– Un matrimonio joven ha convivido con un perro
de presa que solía dormir a los piés de su cama
sin causar ninguna moledstia ni a ellos ni a las
personas que les visitaban, incluyendo niños. La
esposa da luz a su primogénito y al tercer dia de
su regraso a casa el perro destroza al recien
nacido en su cuna mientras la familia está en el
comedor. Estas y muchas otras conductas de
los animales domésticos y determinados com-
portamientos de animales en libertad pueden
calificarse, sin reserva, de celosas.
Los celos, pues, constituyen un fenómeno universal
del que no escapa la especie humana en ningún pe-
riodo ni en ninguna cultura. La Biblia, aparte del
pasaje transcrito referente a Caín, habla a menudo
de distintos aspectos de los celos: José, hijo menor
de Jacob, fué vendido por sus hermanos a los
ismaelitas porque amaba Israel a José más que a
todos sus hijos, por haberle engendrado en la ve-
jez, y le hizo una túnica bordada de varios
colores...(Génesis 37,68). En el Libro de los Núme-
ros (5,6) se habla de la limpieza, de la restitución y
de los celos en que se narra con detalle la liturgia a
que debe someterse la mujer a la que su marido
acusa de infidelidad.
Si bien de todo lo hasta aquí comentado puede de-
ducirse que el sentimiento de los celos es innato, no
cabe duda que determinadas conductas lo estimulan
y fomentan, mientras que otras tienden a minimizarlo;
en este sentido, pues, los celos obedecen, en su
desarrollo, a factores socio-culturales. Y con esta
adjetivación nos referimos tanto a la macrosociedad
en la que el sujeto está genéricamente inscrito como
la microsociedad próxima y familiar en que se desa-
rrolla; ambas esferas tienen sus valores, sus crite-
rios, sus tabús, que no siempre comparten. Los as-
pectos transculturales de los celos son evidentes y
aceptados por quienes los han estudiado (Bhugra,
1993; Buunk, Hupka, 1987).
A los condicionantes socioculturales hay que añadir
factores individuales tales como características de
la personalidad y nivel de autorealización del sujeto,
nivel que según Hawkins (1990) guardaría una rela-
ción inversa con la propensión a ser celoso.
Cuando los antropólogos han pretendido describir
alguna sociedad en la que los celos eran desconoci-
dos suelen referirse a los celos sexuales, en el con-
texto de estructuras sociales muy peculiares en las
cuales está ausente no solo el sentimiento de perte-
nencia mútua, característico de la monogamia, sino
también el de pertenencia al marido, propio de cul-
turas poligínicas en que la mujer es comprada a la
familia parental. Así, por ejemplo, cuando Linton
(1945) dice, refiriendose a la cultura de las islas
Marquesas, “muy pocas, o ninguna, eran las mani-
festaciones ostensibles de celos por parte del hom-
bre en el matriminio”, explica que esta cultura se
caracterizaba por un modelo en el que “el término
comunidad doméstica (household) es más apro-
piado que el de familia para designar la unidad
social básica en aquellas Islas”. Esta comunidad
estaba integrada por el marido principal, la esposa o
esposas y los maridos secundarios. En estas agrupa-
ciones el número de varores era prácticamente siem-
pre superior al de mujeres y, dice este autor, cual-
quier manifestación de celos se consideraba de muy
mala educación.
En oposición a esta sociedad permisiva, que consen-
tía los juegos sexuales en la infancia, la promiscui-
dad en la adolescencia y toleraba relaciones sexua-
les sin vínculo afectivo en las fiestas, hay otras so-
ciedades que fomentan los celos sexuales: las
fundamentalistas islámicas y, en determinadas épo-
cas, nuestra propia cultura, tan bien reflejadas por
los escritores del Siglo de Oro. Los movimientos fe-
ministas surgidos del mayo de 1968 plantearon la
posibilidad de que las relaciones abiertas, no
monogámicas suprimirian los celos mientras que
consideraban la monogamia el caldo de cultivo idó-
neo para el desarrollo de los celos sexuales (Robinson,
1977).
Pero no solo los celos sexuales sinó también los in-
fantiles, los familiares, los profesioinales, los artísti-
cos, los de status, etc., pueden venir condicionados
por pautas sociales. Es obvio, pues, como se ha di-
cho mas arriba, que los celos son un fenómeno uni-
versal -instintivos, al parecer de algunos autores- que
puede venir aminorado o acrecentado por el entor-
no. Es evidente también que, en sus formas meno-
res, cabe considerar no patológicas, pueden tener
ocasionalmente un cierto valor positivo, mientras que
en su vertiente patológica son causa de graves tras-
tornos, como muy bien comenta Mira (1954).
Celos infantiles
El niño, en sus primeros meses de vida, no distingue
entre su yo y el mundo que le rodea. Este sincretismo
va desapareciendo poco a poco dando paso a la per-
cepción -aunque no la idea- de que él es distinto de
lo que le envuelve, sean personas u objetos. Sin
embargo, todo esto que está fuera de él, que antes
había vivenciado como formando parte de sí mismo,
Celos, celos patológicos y delirio celotípico
17Rev Psiquiatría Fac Med Barna 2005;32(1):14-22
de algún modo, es suyo; desarrolla un claro sentido
de la propiedad: los objetos que le rodean y, sobre
todo, la madre, le pertenecen. Es cierto que la con-
ducta celosa se manifiesta plenamente a la llegada
de un hermano, pero previo a este acontecimiento
el niño no suele tolerar que la madre acaricie otros
niños o, a veces, al propio marido; no consiente que
otra persona use sus juguetes a no ser que lo haga
para jugar con él. Aunque muchas veces no se tenga
en cuenta, estas actitudes del niño condicionan el
comportamiento de la madre, con consecuencias muy
variables, desde determinar imperceptibles cambios
hasta evitar toda manifesdtación de cariño hacia
otras personas. En este ultimo caso, si afectan a un
esposo susceptible, pueden -y esto ocurre con harta
frecuencia- deteriorar la relación conyugal o provo-
car los celos del esposo con respecto a su propio
hijo, al que ve como un competidor en relación al
cariño de su esposa.
El nacimiento de un hermano desencadena, muchas
veces, los celos de los hermanos que le preceden,
especialmente si solo había uno. La actitud de los
padres puede acentuar o atenuar este hecho. Si el
primogénito había sido considerado siempre como
el rey de la casa; el unico amor de mamá; el mas
hermoso de todos los niños o cualquier otra expre-
sión que revele una excesiva sobrevaloración del niño
- no el inmenso amor hacia él, que éste nunca es
excesivo-, los celos se reforzarán. Como ocurre muy
frecuentemente en el tema de los celos, los literatos
nos dan una visión mucho mas lúcida que los psicó-
logos: Miguel Delibes en El principe destronado des-
cribe magistralmente esta situación.
La respuesta del niño a su vivencia celosa es muy
variada. Frecuentemente y de un modo especial en
aquellos niños con experiencia de haber sido mas
mimados y atendidos en el transcurso de sus enfer-
medades, aparecen somatizaciones, es decir,
trasrornos corporales sin base orgánica, recabando
inconscientemente una mayor dedicación de sus pa-
dres. En otras ocasiones el niño celoso adopta con-
ductas regresivas que, como define Hernández Es-
pinosa (1977) son comportamientos, deseos y ne-
cesidad propios de una edad inferior a la que tiene
el niño, tales como no controlar esfínteres, chupar-
se el dedo o utilizar los chupetes del hermanito,
rechazar sus alimentos queriendo los mismos que
recibe el reciém nacido, biberón o pecho materno,
o volver a experimentar temores o ansiedades -en
la oscuridad del propio dormitorio, por ejemplo- que
ya había superado y que podrían suponer, como
ganancia secundaria, la vuelta al dormitorio de los
padres. Sin embargo, el hecho que los celos deter-
minen muy a menudo quejas de malaestar físico en
el niño no debe enmascarar la posibilidad de que
éste sufra un trastorno patológico, Recordamos el
caso de una niña de quince meses que, coincidien-
do con el nacimiento de su hermanita, empezó a
quejarse de dolores abdominales después de las
comidas y se aferraba a exigir el pecho materno o
el biberón; a esta niña se le diagnosticó una enfer-
medad celíaca y sus dolores, reales, obedecían a la
reciente incorporación de alimentos que contenían
gluten en su dieta. La negativa a ir a la guardería, a
la que hasta entonces había acudido sin proble-
mas, es también un comportamiento muy generali-
zado por parte del hermano mayor.
Atención aparte merece el comportamiento del niño
mayor con respeto a su hermanito: muchas veces,
tras una actitud aparentemente cariñosa y protecto-
ra, le inflige disimuladas agresiones físicas, por ejem-
plo, pellizcos o golpes.
Es evidente que hay una franca correlación entre el
comportamiento de quienes rodean al niño -los pa-
dres en primer lugar, pero también abuelos y tíos- y
su conducta celosa. Los adultos, como muy bien
señala Hernámdez Espinosa (1997), deben tener
presente que los celos son un sentimiento universal
de cuya influencia nadie ha podido evadirse. A
partir de esta convicción, los adultos deben prevenir
su exceso a través de un trato amoroso pero no ex-
cluyente respecto a otros sujetos amados y esta pre-
vención debe ejercerse desde un principio, no solo al
nacer el nuevo hermano, ni tan solo a partir del
embrazo de la madre, sino desde el mismo momen-
to en que nace el primogénito. Si así se procede, el
sentimiento celoso que el niño desarrolle será mode-
rado y tendrá las connotaciones positivas implícitas
en alguna de las acepciones de su definición, es de-
cir, serán el estímulo de conductas competitivas y
de emulación necesarias para que el individuo se
realice en el seno de una sociedad que, como la
nuestra, es competitivo-cooperativa.
Los celos fraternales, pero, no son exclusivos del
hermano mayor con respecto al que le sigue, sinó
también de éste hacia aquel, cuando su nivel de
desarrollo se lo permite. Así, al propio tiempo que
se admira y se quiere emular al hermano mayor, se
esta celoso de los “privilegios” de que éste goza: se
le permiten cosas que al menor se le prohiben, el
mayor goza de un nivel de autonomía que el menor
no disfruta, etc. Estos sentimientos pueden cristali-
zar en sentimientos de rivalidad y de confrontación
entre hermanos que perduran en la edad adulta.
La escuela psicoanalítica ha aportado una muy com-
pleta interpretación de los celos infantiles, concreta-
mente de los sentimientos de rivalidad recíproca entre
E. González Monclús
18Rev Psiquiatría Fac Med Barna 2005;32(1):14-22
la criatura y su padre. Según Freud, este sentimiento
se inicia tan pronto el niño percibe que la madre es
una realidad externa a él y persiste invariable en el
varón, mientras que en la niña, alrededor de su ter-
cer año de vida, es el padre quien centra sus prefe-
rencias y la madre se convierte en rival. Este proce-
so, conocido como Complejo de Edipo, sería común
a todos los niños y niñas, aun cuando la intensidad
de los celos varía de uno a otro individuo. A partir de
este proceso, el sujeto desarrolla su capacidad de
amar y de competir y, en el futuro, ambas conductas
serán normales si la situación edípica se ha mante-
nido dentro de una normalidad, es decir, si los celos
hacia al progenitor “rival” se han simultaneado con
sentimientos positivos hacia él, mientras que los com-
portamientos celosos patológicos del adulto tendrían
su raíz en una situación edípica mal resuelta y con-
flictiva.
Es necesario que los padres acepten la existencia
de los celos infantiles y adopten actitudes de com-
prensión y atenuación: negarlos o prohibirlos es con-
traproducente. Deben, en primer lugar, plantearse
si ellos también tienen, en cierto grado, celos del
hijo y asumir que el amor y la dedicación maternal
es compatible con la conyugal. A partir de esta acep-
tación los adultos procuraran que en todas sus ma-
nifestaciones, juegos incluídos, se haga patente esta
compatibilidad. Así, por ejemplo, cuando jugando
el padre le dice al niño: la mamá es mía, no tuya,
o cuando la madre dice: eres solo mío. tesoro, es-
tamos marcando posesiones, pertenencias exclusi-
vas y excluyentes que, de algún modo, concitan los
celos.
Celos amorosos
Cuando nos referimos a adultos o a adolescentes la
palabra celos nos hace pensar de inmediato en un
sentimiento - y en una conducta- de un miembro de
la pareja respecto al otro. Sin embargo, la existen-
cia de otros referentes celosos (profesionales, so-
ciales, artísticos, etc,) obliga a adjetivar los celos
de pareja como amorosos, sexuales o, como hacen
algunos autores anglosajones, románticos. Ningu-
no de estos adjetivos abarca todas las posibilida-
des: unas veces los celos se tienen de una persona
que és la pareja de otra y que el celoso querría para
sí: otras veces, no es exactamente el amor, sino el
amor propio y el sentimiento de posesión el que los
provoca; también, en ciertas ocasiones, la posible
infidelidad sexual no se contempla, pero se tienen
celos de las atenciones que la pareja tiene para y
recibe de una tercera persona.
La persona celosa, hombre o mujer, se siente posee-
dor absoluto y exclusivo del otro miembro de la pare-
ja. Esta actitud no supone, por fuerza, reciprocidad;
el celoso puede permitirse -y de hecho, muchas ve-
ces se permite- para sí libertades de las que no tole-
raría al otro la milésima parte. Para el celoso, la
persona apetecida no debe ser apetecible a nadie
más, incluso cuando esta persona, legal o social-
mente está vinculada a un tercero y no a él.
Si bien lo común es que el individuo celoso lo esté
en función de creer en un acontecer actual, no es
rara la existencia de celos retrospectivos y, con me-
nor frecuencia, prospectivos. En el primer caso el
sujeto sufre porque su actual pareja ha amado y ha
sido amada, es decir, a su entender ha pertenecido
a otra persona. Basta, a veces, para desencadenar
una reacción celosa, la simple mención del nombre
o el casual encuentro con esta persona o con alguien
o algo relacionado con ella; en ocasiones, no impor-
ta que esta persona ya no exista. Los celos
prospectivos hacen referencia al temor que en un
futuro se produzcan situaciones que, a juicio del ce-
loso, los justifiquen; así, por ejemplo, una mujer pue-
de atormentarse y atormentar al marido prediciendo
que cuando ella sea mas vieja y menos atractiva, él
buscará otra.
Las conductas celosas se ponen en marcha muy a
menudo tras la ruptura de la pareja. El sujeto que se
siente abandonado tiende a pensar que esta situa-
ción viene determinada por la aparición de un tercer
personaje y revindica, a veces peligrosamente, “sus
derechos” a quien supuestamente ha motivado la
ruptura; varios estudios sociológicos lo confirman
(Daly y Wilson, 1982). Otros estudios de esta índole
coinciden en señalar que la infidelidad sexual del
compañero causa en la mujer menor alteración que
su infidelidad “emocional” mientras que, por el con-
trario, el varón se siente mucho mas afectado por
cualquier aproximación sexual de su pareja a otra
persona. En otros estudios sociológicos (Hawkins,
1990: Bringle, 1995) se analizan los celos en las
parejas homosexuales señalando su similitud con las
parejas heterosexuales, pero coinciden en que , en
varones homosexuales, aún cuandp no son
infrecuentes las reacciones violentas, las relaciones
transitorias fuera de la pareja son, a menudo, mejor
toleradas que en los heterosexuales.
El fenomeno de los celos es dimensional, no
categorial. Queremos decir con ello que, si bien po-
seen unos aspectos cualitativos comunes, su intensi-
dad varía no solo de un individuo a otro, sino tambien
en un mismo individuo, en este caso, por lo general,
acrecentandose con el paso del tiempo. En su forma
Celos, celos patológicos y delirio celotípico
19Rev Psiquiatría Fac Med Barna 2005;32(1):14-22
menor no pueden considerarse patológicos -ya se ha
dicho que eran un fenómeno universal- e incluso pue-
den tener aspectos positivos: un mínimo temor a
perder lo que amamos puede inducirnos a cuidarlo
mejor, tenerle mas atenciones, procurar su bién,es
decir, celar en el sentido que tiene la primera acep-
ción de este término en el diccionario. Esta dedica-
ción celosa es agradecida por la pareja; en algunos
casos su inexistencia se vive como una señal de des-
amor: en el fondo, si mi pareja teme perderme es
que me ama y me valora.
Los celos amorosos han sido el tema de grandes
obras literarias. En muchas de ellas el análisis del
proceso celoso es psicologicamente magistral.
Shakespeare, por ejemplo, urde una trama suma-
mente coherente: Otelo parte de un doble handicap:
el color de su piuel y doblar en edad a Desdémona,
circunstancias que no cuentan al principio pero sí en
el desenlace. Brabantio, el padre de la joven, siem-
bra la semilla de una duda que florecerá más tarde;
le dice: Vigílala, moro; ha engañado a su padre,
también puede engañarte a tí. Pero seguramente
nada de esto hubiera influído en su ánimo si el envi-
dioso Yago, “celoso” de los favores que Otelo otorga
a Casio, no hubiese sembrado arteramente las du-
das. Vemos pues, paralelamente, dos conductas “ce-
losas”: los celos amorosos de Otelo y los celos de
status de Casio y vemos también como los celos
pueden ser inducidos por una tercera persona.
Calderón de la Barca, en su inmortal drama El ma-
yor monstruo los celos, plantea, entre otros, dos
aspectos dignos de atención. El primero de ellos, la
inevitabilidad de los hechos: una vez puesto en mar-
cha el proceso celoso evoluciona fatalmente, inde-
pendiente de la voluntad de quien lo sufre, aun cuan-
do el amor de la persona que los inspira indujera a
superarlos. Es, también, este inmenso amor que el
Tetrarca siente hacia su esposa Marien lo que le
impulsa a alcanzar la máxima gloria, a superar el
prestigio y el poder de Octavio que, en cierto senti-
do, son también el objeto de sus celos.
Cervantes - El celoso extremeño, El viejo celoso-,
Moliere -Le price jaloux- y muchísimos autores de
todos los tiempos - y esto corrobora la intemporalidad,
la transculturidad y la universalidad del fenómeno de
los celos- tratan con perspicacia el tema.
Resumiendo, pues, los celos amorosos son, cuando
su dimensión es muy moderada, una manifestación
de amor: a través de ellos, la persona celada se
siente valorada, distinguida de las demás y acepta
un nivel de pertenencia que, en grado de reciproci-
dad, exige al que ama. A medida que este senti-
miento celoso crece se establecen cambios cualita-
tivos: el sujeto pasivo deja de agradecer, se incomo-
da, se angustia y, finalmente, teme la agresión, ver-
bal o física, del sujeto celoso que, como veremos
mas adelante, puede llegar a comportamientos to-
talmente patológicos. En el desarrollo de este pro-
ceso hay que tener en cuenta no sólo la personalidad
del celoso sinó tambien la de su pareja, como señala
Vauhkonen (1968). El sufrimiento que esta situa-
ción produce, tanto al celoso como al celado, puede
alcanzar tal intensidad que desestructure por com-
pleto la relación de la pareja en la que cada uno de
sus miembros vive simultaneamente sentimientos
contradictorios: ama y odia; quiere confiar, pero des-
confía; pretende olvidar, pero no puede pensar en
otra cosa. El tormento de los celos puede inducir
auténticas tragedias.
Otras conductas celosas frecuentes
El individuo adulto, y también el adolescente, puede
no solo tener envidia, sinó aferrarse a la creéncia -a la
vez idea y sentimiento- de que es a él a quien
correspodería el trato, los privilegios, el premio, la
consideración que -en su opinión inmerecidamente-
se otorgan a otra persona. Así, se puede hablar de
celos profesionales, escolares, artísticos, sociales,
políticos, científicos, etc. Todos ellos comparten las
mismas características fundamentales: el convenci-
miento absoluto que alguien ocupa el lugar, en el es-
calafón o en la estimación, que en justicia le corres-
ponde a él. A alguna de estas formas de celos se le ha
dado denomoinación propia: así, por ejemplo, se lla-
ma Síndrome de Salieri al cuadro patológico que re-
produce la situación que se atribuye a este compositor
con respecto a Mozart (Duffy & Shaw, 200) y que
abarca, a la vez, aspectos profesionales y sociales.
Como en todas sus variedades, esta forma de celos
puede experimentarse según una amplia escala de
intensidad. Dependiendo de esta intensidad se mani-
fiestan conductas cualitativamnete distintas; como
habiamos señalado al hablar de los celos amorosos;
vivencias leves pueden estimular la competitividad
siendo, por tanto, en cierto modo positivas. Sin
embargo,fácilmente se transgrede este umbral y el
sujeto no solo se siente incómodo y desdichado sino
que inicia comportamientos dirigidos, a veces muy
taimadamente, a desprestigiar -y también, perjudi-
car- el presunto rival.
Celos patológicos y delirio celotípico
Es difícil, y muchas veces arbitrario, saber cuando
un sentimiento celoso empieza a merecer el califi-
E. González Monclús
20Rev Psiquiatría Fac Med Barna 2005;32(1):14-22
cativo de patológico. Estrictamente, debería consi-
derarse patológico tal sentimiento a partir del mo-
mento que hace sufrir al sujeto, pero todos conside-
ramos normal, por ejemplo, el sufrimiento de un
enamorado que se vé rechazado porque el objeto de
su amor ha preferido otra persona. Igualmente exis-
te análogo sufrimiento cuando un compañero de tra-
bajo, situado inicialmente al mismo nivel, ha obteni-
do un ascenso al que el sujeto tamién aspiraba. El
sufrimiento no es, por tanto, condición suficiente -
aunque sí necesaria- para otorgar el calificativo de
patológica a una vivencia de celos.
Cuando la situación que ha despertado los celos se
instala permanentemente en la mente del sujeto,
desplazando otros pensamientos o prevaleciendo so-
bre todos ellos y cuando, en consecuencia, su con-
ducta externa viene determinada por esta situación,
no para salirse de ella es, entonces, cuando cabe
hablar de celos patológicos.
El comportamiento inducido por los celos es muy
variable, dependiendo en parte de la personalidad
de quien los experimenta, de su nivel de autocrítica
y, como hemos señalado, de la intensidad del fenó-
meno. En ocasiones, el sujeto se da cuenta de lo
inapropiado de su preocupación, pero no puede
obviarla. Como le ocurre al obsesivo, el tema se
hace omnipresente, disminuyendo la capacidad de
concentrarse en pensamientos alternativos. En es-
tos casos, sobre todo en períodos iniciales del tras-
torno, el sujeto es capaz de controlar su conducta,
respetando el trato corecto tanto con el que consi-
dera rival como con la persona que goza u otorga el
favor que él cree merecer. El sufrimiento es interno
y las manifestaciones externas pueden ser paradóji-
cas, por ejemplo, loando las capacidades o las cua-
lidades de la persona envidiada e incluso cultivando
su amistad. Más adelante, o a veces ya desde el
principio, el celoso expresa claramente sus senti-
mientos, procurando desprestigiar al rival, sea éste
el presunto seductor de su amada, sea el receptor
del trato o de los beneficios que, a su juicio, sólo a
él corresponderían. A partir de este punto no sólo
sufre el celoso, sino también aquellos que son obje-
to de sus celos: el cónyuge, que es acusado y mu-
chas veces maltratado, o el rival -amoroso, profe-
sional, social, artístico- que es criticado, difamado
o acosado despiadadamente.
La vivencia celotípica puede hacerse plenamente
delirante. Esto ocurre cuando la convicción es in-
controvertible; cuando la seguridad absoluta de que
la realidad es tal como el sujeto la vive y ningún
razonamiento, ninguna evidencia objetiva, la modifi-
can en lo mas mínimo. En estos casos, que hay que
admitir que constituyen un trastorno psíquico grave.
Hechos tan banales y anodinos como, por ejemplo,
la recepción de una llamada telefónica equivocada,
canviarse de vestido para salir de casa, usar perfume
o consultar el reloj cuando se acerca la hora en que
el conyuge debe ir al trabajo, son interpretados como
pruebas fehacientes e indiscutibles de la infidelidad
del conyuge. En casos de celos profesionales, cual-
quier conversación del rival con un superior, cual-
quier referencia al buen trabajo realizado por otro,
un simple saludo amable a un tercero, prueban con
absoluta certeza la conspiración tramada para per-
judicarle.
Hasta aquí hemos contemplado los celos como un
desarrollo psicopatológico, en el sentido de Jaspers
(1977), pero debe constatarse la presencia de tras-
tornos celotípicos en sujetos con alteraciones cere-
brales, fundamentalmente de origen tóxico o
degenerativo, más raramente traumático.
En efecto, entre los alcoholicos crónicos son suma-
mente frecuentes las conductas celosas, muchas
veces francamente agresivas: Por lo general se tra-
ta de celos amorosos, aun cuando no son raros los
profesionales y sociales. En todos ellos cabe consi-
derar diversos factores que, al márgen de la predis-
posición ligada a la personalidad, pueden contribuir
a su génesis: la escasa autocrítica, el rechazo so-
cial y familiar -y, también, conyugal- que despierta
la conducta alcoholica y la disociación entre la
psicosexualidad exaltada y la a menudo disminuída
capacidad de realizarla. Todo ello se suma a las
alteraciones cognitivas y caracterológicas directa-
mente provocadas por el daño permanente que el
abuso alcoholico ocasiona en el cerebro del bebe-
dor que, por un lado, puede malinterpretar las acti-
tudes de su entorno, pero que, por otro, ocasiona
realmente actitudes de rechazo social y familiar.
Estos sujetos, incuestionablemente enfermos psí-
quicos, cometen frecuentemente actos de violen-
cia, no sólo cuando están ebrios, sino también en
periodos de abstinencia, durante los cuales saben
perfectament lo que hacen, aún cuando la motiva-
ción de sus actos sea delirante, es decir, obede-
ciendo a conviccioines que no tienen base real.
No es raro tampoco que enfermos seniles desarro-
llen ideas de celos centradas en la supuesta infideli-
dad de su pareja, a veces tan deteriorada física y
mentalmente como el propio cónyuge celoso. En
ocasiones, estas situaciones, si no fuera por el sufri-
miento que el sujeto experimenta y, a la vez, infringe
a su pareja, resultarían cómicas: un anciano acusan-
do de infidelidad a otro que, quizá, está inmovilizado
en cama o en su silla de ruedas. Este tipo de enfer-
Celos, celos patológicos y delirio celotípico
21Rev Psiquiatría Fac Med Barna 2005;32(1):14-22
mos desarrollan a menudo ideas de expoliación: creen
que alguien de la familia les roba el dinero o los
objetos que, en realidad, elllos mismos han escondi-
do sin recordar, mas tarde, haberlo hecho. Algunas
veces estas ideas van acompañadas del convenci-
miento de que quien supuestamente les perjudica
los tiene envidia y comete estos hurtos con el fin de
indisponerle con las personas que deberían quererle,
por ejemplo creen que la nuera urde la trama para,
desprestigiandole, arrebatar el amor de su hijo.
Conductas análogas pueden presentarse consecuti-
vamente a daños cerebrales, tumorales, vasculares
o traumáticos y también por el abuso de drogas, el
alcohol entre ellas.
Prevención y tratamiento de los celos
Estrictamente, es inapropiado hablar de prevención
y tratamiento de los celos, precisamente por su con-
dición de fenómeno universal, como se ha señalado
al comienzo de este trabajo. Sin embargo, puesto
que hay factores culturales y educativos que los pro-
pician, cabría recomendar a los padres y a todos los
que rodean al niño que se abstuvieran de todo aque-
llo que le incite a creer que está por encima de los
demás, que sus derechos no implican ningún deber,
que por su especial situación de “rey de la casa”
todo, incluyendo las personas, le pertenece. Esto no
significa, en absoluto, no amarle, sinó hacerle com-
prender que el amor que se le dá, que debe ser mu-
cho, no se sustrae de nadie y que nadie le robará
este amor, aún cuando los padres, por ejemplo, se
amen entre sí y amen a los posibles hermanos del
niño en cuestión.
Es también conveniente no provocar celos directa-
mente, ni en el niño ni en el adulto. Algunos jovenes,
de uno u otro sexo, utilizan el coqueteo con terceras
personas para potenciar el interés de su pareja; en el
fondo, para advertir al compañero o compañera que
uno (o una) tiene otras opciones, que podrá ejercer
si no se le presta más atención. Este recurso, que en
ocasiones tiene éxito, es un arma de doble filo que
puede despertar la inseguridad latente y producir, a
veces a largo plazo, conductas celosas que, real-
mente, deterioren la relación de la pareja. Del mis-
mo modo, en el campo social o profesional es siem-
pre improcedente despertar celos para mejorar el
rendimiento o la relación.
En principio, en toda relación humana y muy espe-
cialmente en la relación conyugal, debe quedar muy
claro qué es y qué no es exclusivo de los dos miem-
bros de la pareja y saber que esta exclusividad obliga
por igual a ambos. Con frecuencia, el individuo que
mas tarde desarrollará una conducta celosa, ve con
desagrado que su pareja, por ejemplo, mantenga una
conversación con una persona de distinto sexo; ce-
der ante esta situación y evitar tales conversaciones
no siempre es conveniente, puede ser el punto de
partida para, despues, prohibir el saludo a esta ter-
cera persona.
Diversos trabajos (Wiederman y Kendall, 1999; Buunk
1966 y Cols), generalmente procedentes del campo
de la sociología, señalan que la mujer suele estar
mas celosa de la relación emocional que pueda man-
tener su pareja con otra persona, mientras que el
varon centra más su preocupación en la infidelidad
sexual. Esta circunstancia explica qué tipos de rela-
ción que el marido considera totalmente anodinas
puedan desecadenar celos a la esposa si es él quien
las mantiene. Una buena delimitación de lo que es
tolerable y de lo que no lo es, establecida al comien-
zo de la relación, puede evitar la aparición de celos.
Para que esto ocurra es necesario que entre ambos
miembros de la pareja haya una total transparencia,
que cualquier tipo de encuentro con otra persona se
comunique al cónyuge o, por lo menos, que no se
oculte. Siempre que se sienta la necesidad de ocul-
tar un encuentro con una tercera persona hay que
plantearse el porqué de esta necesidad; no basta
que lo justifica la susceptibilidad de la pareja, pues
la ocultación de hechos, tanto mas cuanto más
banales son, estimula la susceptibilidad.
La educación del individuo en los valores de toleran-
cia, respeto y reconocimiento de los derechos del
prójimo, sería la base remota para prevenir conduc-
tas celosas. En un nivel más próximo, la formación
adecuada de la pareja, propiciando un buen nivel de
comunicación entre sus miembros, puede ayudar en
esta prevención.
Una vez desarrollados los celos, si se consideran
patológicos por el sólo hecho de su intensidad, es
decir, si no hay un sustrato orgánico (alcoholismo,
lesión cerebral, etc.) que los justifique y no presen-
tan las connotaciones propias del delirio celotípico,
la intervención psicológica, fundamentalmente el
abordaje sistémico de ambos miembros de la pare-
ja, puede ser muy útil, sin excluir ocasionalmente el
uso de fármacos que disminuyan la ansiedad o nive-
len el estado de ánimo.
Finalmente, cuando hay una patología subyacente,
procede el tratamiento del trastorno determinante,
aunque sigue siendo necesasria la psicoterapia de la
pareja. En los casos realmente delirantes el enfoque
fundamental debe ser farmacológico, con
antipsicóticos, a sabiendas que .los resultados pue-
den ser mediocres. Se suele lograr una disminución
E. González Monclús
22Rev Psiquiatría Fac Med Barna 2005;32(1):14-22
de la irritabilidad y de la agresividad, aunque rara-
mente se disuade al individuo de la falsedad de sus
ideas.
Bibliografía recomendada
Alarcón R. El síndrome de Otelo. Acta Psiquiatrica y Psico-
lógica de América Latina 1980;26(4):318-26.
Bhugra D. Crosscultural Aspects of Jealousy. Inter-
national Review of Psychiatry 1993;5,2,3,271-80.
Bringle, R. G. Sexual Jealousy in the Relationships of Homo-
sexual and Heterosexual Men. Personal Relationships
1995;2(4):313-25.
Buunk Bram P, et al. Sex Differences in Jealousy in Evolutionary
and Cultural Perspective: test from the Netherlands,
Germany and United States. Psychological Science
1996;7,6:359-63.
Buunk BP, Hupka RB, Cross Cultural Differences in the
Elicitation of Sexual Jealousy. Journal of Sex Research
1987;23(1):12-22.
Cobb J. Morbid Jealousy. British Journal of Hospital Medicine
1979;21(5):511-8.
Daly M, Wilson M, Weghorst SJ. Men Sexual Jealousy. Ethology
and Sociobiology 1982;3(1):11-27.
Duffy MK, Shaw JD. The Salieri Syndrom: Consequences of
Envy in groups. Smsll-Group-Researche 2000;31:3-
23.
Ellestad J, Stets JE. Jealousy and Parenting: Predicting
Emotions from Identity Theorie. Sociological Perspectives
1948;41(3):639-68.
Freud S. Ensayo sobre la vida Sexual y la teoría de las
neurosis (Vol I, IX); Una teoría sexual (Vol II; VII).
Obras Completas. Ed. Biblioteca Nueva. Madrid,
1948.
Hawkins RO, Jr. The Relationship between Culture,
Personality and Sexual Jealousy in Men in Hetero-
sexual and Homosexual. Journal of Homosexuality
1990;(3):67-84.
Hernandez Espinosa, Victor. Qué son los celos. Biblioteca
Salud y Sociedad.Barcelona. Ed. la Gaya Ciencia,
1977.
Jaspers K. Delirio celotípico. Contribución al problema:
¿“desarrollo” de una personalidad o “proceso”? Escri-
tos Psicopatológicos Madrid, Ed. Gredos. 1977.
Mira, E. Cuatro Gigantes del Alma. El Ateneo. Bs As 1954.
Linton R. La cultura de las islas Marquesas, en Kardiner,
A: El individuo y su sociedad. México, Fondo de Cul-
tura Económico 1945.
Robinson V. My Baby Just Care for Me: Feminism,
Heterosexuality and Non-monogamy. Journal of
Gender Studies 1977;6(2):143-57.
Sommers P, van. Los celos. Conocerlos, comprenderlos y
asumirlos. Buenos Aires. Ed Paidos 1988.
Vauhkonen K. On the Pathogenesis of Morbid Jealousy
with Special Reference in the Personality trates of an
Interaction between Jealous Patients and their
Spouses. Acta Psychiatrica Scandinavica
1968;202(2)-261.
Wiederman M, Kendall, W, Evolution E. Sex anf Jealousy:
Invetigation with a Sample from Sweden. Evolution
andd Human Bahavior 1999;20(2):121-6.