Celos, Celos Patológicos y Delirio Celotípico

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14 Rev Psiquiatría Fac Med Barna 2005;32(1):14-22 Rev Psiquiatría Fac Med Barna 2005;32(1):14-22 Artículo Enrique González Monclús Facultad de Medicina Universidad de Barcelona Celos, celos patológicos y delirio celotípico Correspondencia: Enrique González Monclús Facultad de Medicina Casanova, 143 08036 Barcelona Resumen Los celos son un fenómeno universal, no exclusivos del ser humano; muchos animales son capaces de mostrar conductas incuestionablemente celosas. En un grado mínimo - celar en castellano significa cuidar con esme- ro- pueden estimular comportamientos positivos; cuan- do se desarrollan en exceso, son destructivos. Factores socioculturales influyen en la actualización del potencial celoso de cada individuo. Este potencial viene moldeado, muchas veces, por factores educativos que abonan, en su grado extremo, los sentimientos de pose- sión y pertinencia. Los celos se manifiestan en todas las edades, con carac- terísticas propias. Se dan en la infancia y, entre los adul- tos, abudan comportamientos, no sólo sexuales o amo- rosos, en cuya génesis es evidente la existencia de los celos. La prevención de lo que podrían ser celos psicológica- mente comprensibles, en el sentido de Jaspers, debe ini- ciarse en la infancia, mientras que los celos delirantes exigen tratamiento psiquiatrico, como cualquier otra psi- cosis. Palabras clave: Celos. Celos patológicos. Delirio celotípico. Summary Jealousy is an universal feeling related not only to human beings but also to animals; actually many animal species show jealous conducts. In an appropriate level, jealousy, may enhance positive behaviours, but when exessive it becomes destructive. Sociocultural factors have an impact on the devolopment of each person's jealous potential. This potential is often modelled by educational factors, which can sometimes enhance possession feelings. Jealousy can express in any age, with its own related features. It takes place in childhood and often adults show jealousy mediated jealousy mediated behavior. not only rekated to sex or love. Prevention of what could be named as psychologically understandable jealousy, according to Jaspers, must start up in childhood, whereas delusive jealousy needs psychiatric care, as any other psychosis. Key words: Jealousy. Morbid jealousy. Delusive jealousy. Prefacio A comienzos del año 2001 el malogrado Profesor Antonio Seva invitó al autor de este artículo a par- ticipar en la realización de un libro sobre compor- tamientos humanos patológicos o conflictivos. El libro no iba especificamente destinado a psicólo- gos o psiquiatras, sino a personas tales como co- operadores sociales, miembros de ONGs, misio- neros, educadores y, en general, todas aquellas que ejercieran una función de orientación o conse- jo sobre sectores de la población necesitados de esta ayuda. El tema encomendado, los celos, era apasionante y fué aceptado con entusiasmo. La- mentablemente, la enfermedad y su triste desen- lace truncaron el proyecto del Prof. Seva. Sirva la publicación de este trabajo como un sentido ho- menaje a su memoria. Introducción En una época en que la violencia doméstica es no- ticia cotidiana, en que el mobbing está al orden del dia, en que los profesionales y los políticos dedi- can gran parte de sus esfuerzos en descalificar no sólo a sus rivales sino a quienes teóricamente son sus compañeros, curiosamente se habla poco de los celos. En la búsqueda en dos fuentes de datos sobre el tema celos (Jealousy) se encontaron 63 referen- cias publicadas entre enero de 1986 y marzo de 2001, la mayor parte procedentes del campo de la sociología o de la psicología social. Llama tam- bién la atención que la mayor densidad de trabajos se acumula en el primer tercio del periodo señala- do, como si progresivamente se fuera extingiendo no sólo el interés por el tema sino también el pro- pio tema. Quizá los celos no existan, pero haberlos haylos.

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E. González Monclús

14Rev Psiquiatría Fac Med Barna 2005;32(1):14-22

Rev Psiquiatría Fac Med Barna 2005;32(1):14-22Artículo

Enrique González

Monclús

Facultad de Medicina

Universidad

de Barcelona

Celos, celos patológicos y delirio celotípico

Correspondencia:

Enrique González Monclús

Facultad de Medicina

Casanova, 143

08036 Barcelona

Resumen

Los celos son un fenómeno universal, no exclusivos del

ser humano; muchos animales son capaces de mostrar

conductas incuestionablemente celosas. En un grado

mínimo - celar en castellano significa cuidar con esme-

ro- pueden estimular comportamientos positivos; cuan-

do se desarrollan en exceso, son destructivos.

Factores socioculturales influyen en la actualización del

potencial celoso de cada individuo. Este potencial viene

moldeado, muchas veces, por factores educativos que

abonan, en su grado extremo, los sentimientos de pose-

sión y pertinencia.

Los celos se manifiestan en todas las edades, con carac-

terísticas propias. Se dan en la infancia y, entre los adul-

tos, abudan comportamientos, no sólo sexuales o amo-

rosos, en cuya génesis es evidente la existencia de los

celos.

La prevención de lo que podrían ser celos psicológica-

mente comprensibles, en el sentido de Jaspers, debe ini-

ciarse en la infancia, mientras que los celos delirantes

exigen tratamiento psiquiatrico, como cualquier otra psi-

cosis.

Palabras clave: Celos. Celos patológicos. Delirio

celotípico.

Summary

Jealousy is an universal feeling related not only to human

beings but also to animals; actually many animal species

show jealous conducts. In an appropriate level, jealousy,

may enhance positive behaviours, but when exessive it

becomes destructive.

Sociocultural factors have an impact on the devolopment

of each person's jealous potential. This potential is often

modelled by educational factors, which can sometimes

enhance possession feelings.

Jealousy can express in any age, with its own related

features. It takes place in childhood and often adults show

jealousy mediated jealousy mediated behavior. not only

rekated to sex or love.

Prevention of what could be named as psychologically

understandable jealousy, according to Jaspers, must start

up in childhood, whereas delusive jealousy needs

psychiatric care, as any other psychosis.

Key words: Jealousy. Morbid jealousy. Delusive jealousy.

Prefacio

A comienzos del año 2001 el malogrado Profesor

Antonio Seva invitó al autor de este artículo a par-

ticipar en la realización de un libro sobre compor-

tamientos humanos patológicos o conflictivos. El

libro no iba especificamente destinado a psicólo-

gos o psiquiatras, sino a personas tales como co-

operadores sociales, miembros de ONGs, misio-

neros, educadores y, en general, todas aquellas

que ejercieran una función de orientación o conse-

jo sobre sectores de la población necesitados de

esta ayuda. El tema encomendado, los celos, era

apasionante y fué aceptado con entusiasmo. La-

mentablemente, la enfermedad y su triste desen-

lace truncaron el proyecto del Prof. Seva. Sirva la

publicación de este trabajo como un sentido ho-

menaje a su memoria.

Introducción

En una época en que la violencia doméstica es no-

ticia cotidiana, en que el mobbing está al orden

del dia, en que los profesionales y los políticos dedi-

can gran parte de sus esfuerzos en descalificar no

sólo a sus rivales sino a quienes teóricamente son

sus compañeros, curiosamente se habla poco de

los celos.

En la búsqueda en dos fuentes de datos sobre el

tema celos (Jealousy) se encontaron 63 referen-

cias publicadas entre enero de 1986 y marzo de

2001, la mayor parte procedentes del campo de

la sociología o de la psicología social. Llama tam-

bién la atención que la mayor densidad de trabajos

se acumula en el primer tercio del periodo señala-

do, como si progresivamente se fuera extingiendo

no sólo el interés por el tema sino también el pro-

pio tema. Quizá los celos no existan, pero haberlos

haylos.

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Celos, celos patológicos y delirio celotípico

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Celos: concepto y generalidades

El término celos es de uso común. Todo el mundo

sabe a qué nos referimos cuando lo empleamos, aún

cuando nos sea difícil definirlo con precisión, tenien-

do en cuenta que con dicho término cualificamos un

sinfín de conductas generadas por distintos motivos

que tienen como denominador común la existencia

de tres elementos esenciales: el sujeto celoso, el

objeto - persona, animal, cosa, bien, prestigio- cela-

do y otro sujeto que posee o pretende poseer este

objeto.

La definición de celos que da la Academia de la Len-

gua es muy escueta; ni siquiera tiene entrada propia

en el Diccionario. Sí la tiene la palabra celo, cuya

primera acepción es impulso íntimo que promueve

las buenas obras y que en la cuarta acepción se

define como recelo que uno siente de que cual-

quier afecto o bien que disfrute o pretenda llegue

a ser alcanzado por otro. La quinta acepción la re-

fiere como apetito de la generación en los

irracionales y es en la sexta en que se define la sig-

nificación del plural como sospecha, inquietud y

recelo de que la persona amada haya mudado o

mude su cariño, poniéndolo en otra.

De hecho, el fenómeno de los celos es mucho mas

complejo que sus definiciones académicas, si bien

éstas, a través de su relación etimológica, desvelan

algunos aspectos positivos, cual puede ser velar con

esmero por la persona (u objeto) amada.

Si hacemos asociaciones libres alrededor de la pala-

bra celos aparecerán conceptos como envidia, posi-

ción, pertenencia, fidelidad, honor, egoismo, or-

gullo, susceptibilidad, desconfianza, obcecaión...

y, quizá, otros muchos más. No se nos ha ocurrido

la palabra amor de un modo inmediato, más tarde

procuraremos interpretar este olvido.

La envidia, que se define como deseo inmoderado

de tener los bienes -materiales o inmateriales- que

otro posée, se diferenciaría de los celos por ser un

fenómeno dual entre el sujeto envidioso y el bien

envidiado; solo de un modo secundario se puede odiar

a su poseedor o considerarlo indigno de tal posesión.

Por otro lado, el bien apetecido no se siente como

propio, como sucede en los celos, sinó vehemente-

mente deseado. Sin embargo, a veces se dan situa-

ciones en que envidia y celos pueden coexistir o,

mejor, ser una misma cosa: por ejemplo, cuando

Caín mata a Abel lo hace porque el Señor miró con

agrado a Abel y a sus ofrendas; pero de Caín y de

las ofrendas suyas no hizo caso, por lo que Caín se

irritó sobremanera y decayó su semblante...(Génesis,

4.5). En este pasaje hay envidia, pero también ce-

los; Caín consideraba que el agrado del Señor era

de su pertenencia, le correspondia a él.

La pertenencia del bien, poseído o apetecido, es

incuestionable para el celoso; este bien, material o

inmaterial, es suyo; quien aspire a él o, en su caso,

quien quiera seguir poseyéndolo es su enemisgo. Ni

la mas mínima parcela puede ser compartida con

nadie; así, por ejemplo, el celoso patológico no con-

siente que su esposa ame y sea amada por su propia

madre.

Se teme, sobre todo en el caso de los celos de pare-

ja, que ésta quiera ejercer la mas mínima opción de

libertad porque esto supondría para el celoso una

gravísima infidelidad que dañaría no su amor sino

su orgullo y su amor propio. La desconfianza que se

genera, la susceptibilidad del sujeto y su obceca-

ción configuran la conducta del celoso. Es bien sabi-

do que orgullo, desconfianza y rigidez de criterio

definen las conductas paranoides.

Naturaleza de los celos

Los celos se han definido como una emoción com-

pleja (van Sommers, 1988) y los celos patológicos

serían un tastorno de esta emoción. En ellos, par-

tiendo de una alteración afectiva -emoción anormal-

se ponen en marcha conductas moldeadas por este

estado afectivo en las que los pensamientos, los im-

pulsos, las percepciones y, en general, todas las fun-

ciones psíquicas se alteran profundamente, pero solo

en relación con la emoción perturbadora, es decir,

conservando plena normalidad de criterio para todos

aquellos temas que no se refieran a sus celos.

La disyuntiva entre naturaleza instintiva y naturaleza

social de los celos es estéril. Es absolutamente cier-

to que cualquier ser vivo capaz de un sentimiento

(no es preciso que se acompañe de una idea) de

propiedad es capaz de adoptar una conducta celo-

sa. Baste unos ejempos para ilustrarlo:

– Un periquito parlotea siempre que su dueña se

le acerca, especialmente cuando ésta le dirige

alguna frase. Junto a la jaula está el teléfono;

tan pronto como la señora hace una llamada, el

pájaro se enfurece y alborota y no para hasta

que se ha colgado el teléfono. Es evidente que

el periquito considera a la mujer, o por lo menos

su voz, de su propiedad, no puede consentir que

esta pertenencia se ofrezca a nadie más.

– Un perro llamado Tom se caracteriza por su pa-

sotismo, casi nunca acude a la primera llamada

del dueño, pero basta que éste susurre el nom-

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bre de un perro vecino para que Tom vaya raudo

a los piés de su dueño.

– Un matrimonio joven ha convivido con un perro

de presa que solía dormir a los piés de su cama

sin causar ninguna moledstia ni a ellos ni a las

personas que les visitaban, incluyendo niños. La

esposa da luz a su primogénito y al tercer dia de

su regraso a casa el perro destroza al recien

nacido en su cuna mientras la familia está en el

comedor. Estas y muchas otras conductas de

los animales domésticos y determinados com-

portamientos de animales en libertad pueden

calificarse, sin reserva, de celosas.

Los celos, pues, constituyen un fenómeno universal

del que no escapa la especie humana en ningún pe-

riodo ni en ninguna cultura. La Biblia, aparte del

pasaje transcrito referente a Caín, habla a menudo

de distintos aspectos de los celos: José, hijo menor

de Jacob, fué vendido por sus hermanos a los

ismaelitas porque amaba Israel a José más que a

todos sus hijos, por haberle engendrado en la ve-

jez, y le hizo una túnica bordada de varios

colores...(Génesis 37,68). En el Libro de los Núme-

ros (5,6) se habla de la limpieza, de la restitución y

de los celos en que se narra con detalle la liturgia a

que debe someterse la mujer a la que su marido

acusa de infidelidad.

Si bien de todo lo hasta aquí comentado puede de-

ducirse que el sentimiento de los celos es innato, no

cabe duda que determinadas conductas lo estimulan

y fomentan, mientras que otras tienden a minimizarlo;

en este sentido, pues, los celos obedecen, en su

desarrollo, a factores socio-culturales. Y con esta

adjetivación nos referimos tanto a la macrosociedad

en la que el sujeto está genéricamente inscrito como

la microsociedad próxima y familiar en que se desa-

rrolla; ambas esferas tienen sus valores, sus crite-

rios, sus tabús, que no siempre comparten. Los as-

pectos transculturales de los celos son evidentes y

aceptados por quienes los han estudiado (Bhugra,

1993; Buunk, Hupka, 1987).

A los condicionantes socioculturales hay que añadir

factores individuales tales como características de

la personalidad y nivel de autorealización del sujeto,

nivel que según Hawkins (1990) guardaría una rela-

ción inversa con la propensión a ser celoso.

Cuando los antropólogos han pretendido describir

alguna sociedad en la que los celos eran desconoci-

dos suelen referirse a los celos sexuales, en el con-

texto de estructuras sociales muy peculiares en las

cuales está ausente no solo el sentimiento de perte-

nencia mútua, característico de la monogamia, sino

también el de pertenencia al marido, propio de cul-

turas poligínicas en que la mujer es comprada a la

familia parental. Así, por ejemplo, cuando Linton

(1945) dice, refiriendose a la cultura de las islas

Marquesas, “muy pocas, o ninguna, eran las mani-

festaciones ostensibles de celos por parte del hom-

bre en el matriminio”, explica que esta cultura se

caracterizaba por un modelo en el que “el término

comunidad doméstica (household) es más apro-

piado que el de familia para designar la unidad

social básica en aquellas Islas”. Esta comunidad

estaba integrada por el marido principal, la esposa o

esposas y los maridos secundarios. En estas agrupa-

ciones el número de varores era prácticamente siem-

pre superior al de mujeres y, dice este autor, cual-

quier manifestación de celos se consideraba de muy

mala educación.

En oposición a esta sociedad permisiva, que consen-

tía los juegos sexuales en la infancia, la promiscui-

dad en la adolescencia y toleraba relaciones sexua-

les sin vínculo afectivo en las fiestas, hay otras so-

ciedades que fomentan los celos sexuales: las

fundamentalistas islámicas y, en determinadas épo-

cas, nuestra propia cultura, tan bien reflejadas por

los escritores del Siglo de Oro. Los movimientos fe-

ministas surgidos del mayo de 1968 plantearon la

posibilidad de que las relaciones abiertas, no

monogámicas suprimirian los celos mientras que

consideraban la monogamia el caldo de cultivo idó-

neo para el desarrollo de los celos sexuales (Robinson,

1977).

Pero no solo los celos sexuales sinó también los in-

fantiles, los familiares, los profesioinales, los artísti-

cos, los de status, etc., pueden venir condicionados

por pautas sociales. Es obvio, pues, como se ha di-

cho mas arriba, que los celos son un fenómeno uni-

versal -instintivos, al parecer de algunos autores- que

puede venir aminorado o acrecentado por el entor-

no. Es evidente también que, en sus formas meno-

res, cabe considerar no patológicas, pueden tener

ocasionalmente un cierto valor positivo, mientras que

en su vertiente patológica son causa de graves tras-

tornos, como muy bien comenta Mira (1954).

Celos infantiles

El niño, en sus primeros meses de vida, no distingue

entre su yo y el mundo que le rodea. Este sincretismo

va desapareciendo poco a poco dando paso a la per-

cepción -aunque no la idea- de que él es distinto de

lo que le envuelve, sean personas u objetos. Sin

embargo, todo esto que está fuera de él, que antes

había vivenciado como formando parte de sí mismo,

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Celos, celos patológicos y delirio celotípico

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de algún modo, es suyo; desarrolla un claro sentido

de la propiedad: los objetos que le rodean y, sobre

todo, la madre, le pertenecen. Es cierto que la con-

ducta celosa se manifiesta plenamente a la llegada

de un hermano, pero previo a este acontecimiento

el niño no suele tolerar que la madre acaricie otros

niños o, a veces, al propio marido; no consiente que

otra persona use sus juguetes a no ser que lo haga

para jugar con él. Aunque muchas veces no se tenga

en cuenta, estas actitudes del niño condicionan el

comportamiento de la madre, con consecuencias muy

variables, desde determinar imperceptibles cambios

hasta evitar toda manifesdtación de cariño hacia

otras personas. En este ultimo caso, si afectan a un

esposo susceptible, pueden -y esto ocurre con harta

frecuencia- deteriorar la relación conyugal o provo-

car los celos del esposo con respecto a su propio

hijo, al que ve como un competidor en relación al

cariño de su esposa.

El nacimiento de un hermano desencadena, muchas

veces, los celos de los hermanos que le preceden,

especialmente si solo había uno. La actitud de los

padres puede acentuar o atenuar este hecho. Si el

primogénito había sido considerado siempre como

el rey de la casa; el unico amor de mamá; el mas

hermoso de todos los niños o cualquier otra expre-

sión que revele una excesiva sobrevaloración del niño

- no el inmenso amor hacia él, que éste nunca es

excesivo-, los celos se reforzarán. Como ocurre muy

frecuentemente en el tema de los celos, los literatos

nos dan una visión mucho mas lúcida que los psicó-

logos: Miguel Delibes en El principe destronado des-

cribe magistralmente esta situación.

La respuesta del niño a su vivencia celosa es muy

variada. Frecuentemente y de un modo especial en

aquellos niños con experiencia de haber sido mas

mimados y atendidos en el transcurso de sus enfer-

medades, aparecen somatizaciones, es decir,

trasrornos corporales sin base orgánica, recabando

inconscientemente una mayor dedicación de sus pa-

dres. En otras ocasiones el niño celoso adopta con-

ductas regresivas que, como define Hernández Es-

pinosa (1977) son comportamientos, deseos y ne-

cesidad propios de una edad inferior a la que tiene

el niño, tales como no controlar esfínteres, chupar-

se el dedo o utilizar los chupetes del hermanito,

rechazar sus alimentos queriendo los mismos que

recibe el reciém nacido, biberón o pecho materno,

o volver a experimentar temores o ansiedades -en

la oscuridad del propio dormitorio, por ejemplo- que

ya había superado y que podrían suponer, como

ganancia secundaria, la vuelta al dormitorio de los

padres. Sin embargo, el hecho que los celos deter-

minen muy a menudo quejas de malaestar físico en

el niño no debe enmascarar la posibilidad de que

éste sufra un trastorno patológico, Recordamos el

caso de una niña de quince meses que, coincidien-

do con el nacimiento de su hermanita, empezó a

quejarse de dolores abdominales después de las

comidas y se aferraba a exigir el pecho materno o

el biberón; a esta niña se le diagnosticó una enfer-

medad celíaca y sus dolores, reales, obedecían a la

reciente incorporación de alimentos que contenían

gluten en su dieta. La negativa a ir a la guardería, a

la que hasta entonces había acudido sin proble-

mas, es también un comportamiento muy generali-

zado por parte del hermano mayor.

Atención aparte merece el comportamiento del niño

mayor con respeto a su hermanito: muchas veces,

tras una actitud aparentemente cariñosa y protecto-

ra, le inflige disimuladas agresiones físicas, por ejem-

plo, pellizcos o golpes.

Es evidente que hay una franca correlación entre el

comportamiento de quienes rodean al niño -los pa-

dres en primer lugar, pero también abuelos y tíos- y

su conducta celosa. Los adultos, como muy bien

señala Hernámdez Espinosa (1997), deben tener

presente que los celos son un sentimiento universal

de cuya influencia nadie ha podido evadirse. A

partir de esta convicción, los adultos deben prevenir

su exceso a través de un trato amoroso pero no ex-

cluyente respecto a otros sujetos amados y esta pre-

vención debe ejercerse desde un principio, no solo al

nacer el nuevo hermano, ni tan solo a partir del

embrazo de la madre, sino desde el mismo momen-

to en que nace el primogénito. Si así se procede, el

sentimiento celoso que el niño desarrolle será mode-

rado y tendrá las connotaciones positivas implícitas

en alguna de las acepciones de su definición, es de-

cir, serán el estímulo de conductas competitivas y

de emulación necesarias para que el individuo se

realice en el seno de una sociedad que, como la

nuestra, es competitivo-cooperativa.

Los celos fraternales, pero, no son exclusivos del

hermano mayor con respecto al que le sigue, sinó

también de éste hacia aquel, cuando su nivel de

desarrollo se lo permite. Así, al propio tiempo que

se admira y se quiere emular al hermano mayor, se

esta celoso de los “privilegios” de que éste goza: se

le permiten cosas que al menor se le prohiben, el

mayor goza de un nivel de autonomía que el menor

no disfruta, etc. Estos sentimientos pueden cristali-

zar en sentimientos de rivalidad y de confrontación

entre hermanos que perduran en la edad adulta.

La escuela psicoanalítica ha aportado una muy com-

pleta interpretación de los celos infantiles, concreta-

mente de los sentimientos de rivalidad recíproca entre

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E. González Monclús

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la criatura y su padre. Según Freud, este sentimiento

se inicia tan pronto el niño percibe que la madre es

una realidad externa a él y persiste invariable en el

varón, mientras que en la niña, alrededor de su ter-

cer año de vida, es el padre quien centra sus prefe-

rencias y la madre se convierte en rival. Este proce-

so, conocido como Complejo de Edipo, sería común

a todos los niños y niñas, aun cuando la intensidad

de los celos varía de uno a otro individuo. A partir de

este proceso, el sujeto desarrolla su capacidad de

amar y de competir y, en el futuro, ambas conductas

serán normales si la situación edípica se ha mante-

nido dentro de una normalidad, es decir, si los celos

hacia al progenitor “rival” se han simultaneado con

sentimientos positivos hacia él, mientras que los com-

portamientos celosos patológicos del adulto tendrían

su raíz en una situación edípica mal resuelta y con-

flictiva.

Es necesario que los padres acepten la existencia

de los celos infantiles y adopten actitudes de com-

prensión y atenuación: negarlos o prohibirlos es con-

traproducente. Deben, en primer lugar, plantearse

si ellos también tienen, en cierto grado, celos del

hijo y asumir que el amor y la dedicación maternal

es compatible con la conyugal. A partir de esta acep-

tación los adultos procuraran que en todas sus ma-

nifestaciones, juegos incluídos, se haga patente esta

compatibilidad. Así, por ejemplo, cuando jugando

el padre le dice al niño: la mamá es mía, no tuya,

o cuando la madre dice: eres solo mío. tesoro, es-

tamos marcando posesiones, pertenencias exclusi-

vas y excluyentes que, de algún modo, concitan los

celos.

Celos amorosos

Cuando nos referimos a adultos o a adolescentes la

palabra celos nos hace pensar de inmediato en un

sentimiento - y en una conducta- de un miembro de

la pareja respecto al otro. Sin embargo, la existen-

cia de otros referentes celosos (profesionales, so-

ciales, artísticos, etc,) obliga a adjetivar los celos

de pareja como amorosos, sexuales o, como hacen

algunos autores anglosajones, románticos. Ningu-

no de estos adjetivos abarca todas las posibilida-

des: unas veces los celos se tienen de una persona

que és la pareja de otra y que el celoso querría para

sí: otras veces, no es exactamente el amor, sino el

amor propio y el sentimiento de posesión el que los

provoca; también, en ciertas ocasiones, la posible

infidelidad sexual no se contempla, pero se tienen

celos de las atenciones que la pareja tiene para y

recibe de una tercera persona.

La persona celosa, hombre o mujer, se siente posee-

dor absoluto y exclusivo del otro miembro de la pare-

ja. Esta actitud no supone, por fuerza, reciprocidad;

el celoso puede permitirse -y de hecho, muchas ve-

ces se permite- para sí libertades de las que no tole-

raría al otro la milésima parte. Para el celoso, la

persona apetecida no debe ser apetecible a nadie

más, incluso cuando esta persona, legal o social-

mente está vinculada a un tercero y no a él.

Si bien lo común es que el individuo celoso lo esté

en función de creer en un acontecer actual, no es

rara la existencia de celos retrospectivos y, con me-

nor frecuencia, prospectivos. En el primer caso el

sujeto sufre porque su actual pareja ha amado y ha

sido amada, es decir, a su entender ha pertenecido

a otra persona. Basta, a veces, para desencadenar

una reacción celosa, la simple mención del nombre

o el casual encuentro con esta persona o con alguien

o algo relacionado con ella; en ocasiones, no impor-

ta que esta persona ya no exista. Los celos

prospectivos hacen referencia al temor que en un

futuro se produzcan situaciones que, a juicio del ce-

loso, los justifiquen; así, por ejemplo, una mujer pue-

de atormentarse y atormentar al marido prediciendo

que cuando ella sea mas vieja y menos atractiva, él

buscará otra.

Las conductas celosas se ponen en marcha muy a

menudo tras la ruptura de la pareja. El sujeto que se

siente abandonado tiende a pensar que esta situa-

ción viene determinada por la aparición de un tercer

personaje y revindica, a veces peligrosamente, “sus

derechos” a quien supuestamente ha motivado la

ruptura; varios estudios sociológicos lo confirman

(Daly y Wilson, 1982). Otros estudios de esta índole

coinciden en señalar que la infidelidad sexual del

compañero causa en la mujer menor alteración que

su infidelidad “emocional” mientras que, por el con-

trario, el varón se siente mucho mas afectado por

cualquier aproximación sexual de su pareja a otra

persona. En otros estudios sociológicos (Hawkins,

1990: Bringle, 1995) se analizan los celos en las

parejas homosexuales señalando su similitud con las

parejas heterosexuales, pero coinciden en que , en

varones homosexuales, aún cuandp no son

infrecuentes las reacciones violentas, las relaciones

transitorias fuera de la pareja son, a menudo, mejor

toleradas que en los heterosexuales.

El fenomeno de los celos es dimensional, no

categorial. Queremos decir con ello que, si bien po-

seen unos aspectos cualitativos comunes, su intensi-

dad varía no solo de un individuo a otro, sino tambien

en un mismo individuo, en este caso, por lo general,

acrecentandose con el paso del tiempo. En su forma

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Celos, celos patológicos y delirio celotípico

19Rev Psiquiatría Fac Med Barna 2005;32(1):14-22

menor no pueden considerarse patológicos -ya se ha

dicho que eran un fenómeno universal- e incluso pue-

den tener aspectos positivos: un mínimo temor a

perder lo que amamos puede inducirnos a cuidarlo

mejor, tenerle mas atenciones, procurar su bién,es

decir, celar en el sentido que tiene la primera acep-

ción de este término en el diccionario. Esta dedica-

ción celosa es agradecida por la pareja; en algunos

casos su inexistencia se vive como una señal de des-

amor: en el fondo, si mi pareja teme perderme es

que me ama y me valora.

Los celos amorosos han sido el tema de grandes

obras literarias. En muchas de ellas el análisis del

proceso celoso es psicologicamente magistral.

Shakespeare, por ejemplo, urde una trama suma-

mente coherente: Otelo parte de un doble handicap:

el color de su piuel y doblar en edad a Desdémona,

circunstancias que no cuentan al principio pero sí en

el desenlace. Brabantio, el padre de la joven, siem-

bra la semilla de una duda que florecerá más tarde;

le dice: Vigílala, moro; ha engañado a su padre,

también puede engañarte a tí. Pero seguramente

nada de esto hubiera influído en su ánimo si el envi-

dioso Yago, “celoso” de los favores que Otelo otorga

a Casio, no hubiese sembrado arteramente las du-

das. Vemos pues, paralelamente, dos conductas “ce-

losas”: los celos amorosos de Otelo y los celos de

status de Casio y vemos también como los celos

pueden ser inducidos por una tercera persona.

Calderón de la Barca, en su inmortal drama El ma-

yor monstruo los celos, plantea, entre otros, dos

aspectos dignos de atención. El primero de ellos, la

inevitabilidad de los hechos: una vez puesto en mar-

cha el proceso celoso evoluciona fatalmente, inde-

pendiente de la voluntad de quien lo sufre, aun cuan-

do el amor de la persona que los inspira indujera a

superarlos. Es, también, este inmenso amor que el

Tetrarca siente hacia su esposa Marien lo que le

impulsa a alcanzar la máxima gloria, a superar el

prestigio y el poder de Octavio que, en cierto senti-

do, son también el objeto de sus celos.

Cervantes - El celoso extremeño, El viejo celoso-,

Moliere -Le price jaloux- y muchísimos autores de

todos los tiempos - y esto corrobora la intemporalidad,

la transculturidad y la universalidad del fenómeno de

los celos- tratan con perspicacia el tema.

Resumiendo, pues, los celos amorosos son, cuando

su dimensión es muy moderada, una manifestación

de amor: a través de ellos, la persona celada se

siente valorada, distinguida de las demás y acepta

un nivel de pertenencia que, en grado de reciproci-

dad, exige al que ama. A medida que este senti-

miento celoso crece se establecen cambios cualita-

tivos: el sujeto pasivo deja de agradecer, se incomo-

da, se angustia y, finalmente, teme la agresión, ver-

bal o física, del sujeto celoso que, como veremos

mas adelante, puede llegar a comportamientos to-

talmente patológicos. En el desarrollo de este pro-

ceso hay que tener en cuenta no sólo la personalidad

del celoso sinó tambien la de su pareja, como señala

Vauhkonen (1968). El sufrimiento que esta situa-

ción produce, tanto al celoso como al celado, puede

alcanzar tal intensidad que desestructure por com-

pleto la relación de la pareja en la que cada uno de

sus miembros vive simultaneamente sentimientos

contradictorios: ama y odia; quiere confiar, pero des-

confía; pretende olvidar, pero no puede pensar en

otra cosa. El tormento de los celos puede inducir

auténticas tragedias.

Otras conductas celosas frecuentes

El individuo adulto, y también el adolescente, puede

no solo tener envidia, sinó aferrarse a la creéncia -a la

vez idea y sentimiento- de que es a él a quien

correspodería el trato, los privilegios, el premio, la

consideración que -en su opinión inmerecidamente-

se otorgan a otra persona. Así, se puede hablar de

celos profesionales, escolares, artísticos, sociales,

políticos, científicos, etc. Todos ellos comparten las

mismas características fundamentales: el convenci-

miento absoluto que alguien ocupa el lugar, en el es-

calafón o en la estimación, que en justicia le corres-

ponde a él. A alguna de estas formas de celos se le ha

dado denomoinación propia: así, por ejemplo, se lla-

ma Síndrome de Salieri al cuadro patológico que re-

produce la situación que se atribuye a este compositor

con respecto a Mozart (Duffy & Shaw, 200) y que

abarca, a la vez, aspectos profesionales y sociales.

Como en todas sus variedades, esta forma de celos

puede experimentarse según una amplia escala de

intensidad. Dependiendo de esta intensidad se mani-

fiestan conductas cualitativamnete distintas; como

habiamos señalado al hablar de los celos amorosos;

vivencias leves pueden estimular la competitividad

siendo, por tanto, en cierto modo positivas. Sin

embargo,fácilmente se transgrede este umbral y el

sujeto no solo se siente incómodo y desdichado sino

que inicia comportamientos dirigidos, a veces muy

taimadamente, a desprestigiar -y también, perjudi-

car- el presunto rival.

Celos patológicos y delirio celotípico

Es difícil, y muchas veces arbitrario, saber cuando

un sentimiento celoso empieza a merecer el califi-

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cativo de patológico. Estrictamente, debería consi-

derarse patológico tal sentimiento a partir del mo-

mento que hace sufrir al sujeto, pero todos conside-

ramos normal, por ejemplo, el sufrimiento de un

enamorado que se vé rechazado porque el objeto de

su amor ha preferido otra persona. Igualmente exis-

te análogo sufrimiento cuando un compañero de tra-

bajo, situado inicialmente al mismo nivel, ha obteni-

do un ascenso al que el sujeto tamién aspiraba. El

sufrimiento no es, por tanto, condición suficiente -

aunque sí necesaria- para otorgar el calificativo de

patológica a una vivencia de celos.

Cuando la situación que ha despertado los celos se

instala permanentemente en la mente del sujeto,

desplazando otros pensamientos o prevaleciendo so-

bre todos ellos y cuando, en consecuencia, su con-

ducta externa viene determinada por esta situación,

no para salirse de ella es, entonces, cuando cabe

hablar de celos patológicos.

El comportamiento inducido por los celos es muy

variable, dependiendo en parte de la personalidad

de quien los experimenta, de su nivel de autocrítica

y, como hemos señalado, de la intensidad del fenó-

meno. En ocasiones, el sujeto se da cuenta de lo

inapropiado de su preocupación, pero no puede

obviarla. Como le ocurre al obsesivo, el tema se

hace omnipresente, disminuyendo la capacidad de

concentrarse en pensamientos alternativos. En es-

tos casos, sobre todo en períodos iniciales del tras-

torno, el sujeto es capaz de controlar su conducta,

respetando el trato corecto tanto con el que consi-

dera rival como con la persona que goza u otorga el

favor que él cree merecer. El sufrimiento es interno

y las manifestaciones externas pueden ser paradóji-

cas, por ejemplo, loando las capacidades o las cua-

lidades de la persona envidiada e incluso cultivando

su amistad. Más adelante, o a veces ya desde el

principio, el celoso expresa claramente sus senti-

mientos, procurando desprestigiar al rival, sea éste

el presunto seductor de su amada, sea el receptor

del trato o de los beneficios que, a su juicio, sólo a

él corresponderían. A partir de este punto no sólo

sufre el celoso, sino también aquellos que son obje-

to de sus celos: el cónyuge, que es acusado y mu-

chas veces maltratado, o el rival -amoroso, profe-

sional, social, artístico- que es criticado, difamado

o acosado despiadadamente.

La vivencia celotípica puede hacerse plenamente

delirante. Esto ocurre cuando la convicción es in-

controvertible; cuando la seguridad absoluta de que

la realidad es tal como el sujeto la vive y ningún

razonamiento, ninguna evidencia objetiva, la modifi-

can en lo mas mínimo. En estos casos, que hay que

admitir que constituyen un trastorno psíquico grave.

Hechos tan banales y anodinos como, por ejemplo,

la recepción de una llamada telefónica equivocada,

canviarse de vestido para salir de casa, usar perfume

o consultar el reloj cuando se acerca la hora en que

el conyuge debe ir al trabajo, son interpretados como

pruebas fehacientes e indiscutibles de la infidelidad

del conyuge. En casos de celos profesionales, cual-

quier conversación del rival con un superior, cual-

quier referencia al buen trabajo realizado por otro,

un simple saludo amable a un tercero, prueban con

absoluta certeza la conspiración tramada para per-

judicarle.

Hasta aquí hemos contemplado los celos como un

desarrollo psicopatológico, en el sentido de Jaspers

(1977), pero debe constatarse la presencia de tras-

tornos celotípicos en sujetos con alteraciones cere-

brales, fundamentalmente de origen tóxico o

degenerativo, más raramente traumático.

En efecto, entre los alcoholicos crónicos son suma-

mente frecuentes las conductas celosas, muchas

veces francamente agresivas: Por lo general se tra-

ta de celos amorosos, aun cuando no son raros los

profesionales y sociales. En todos ellos cabe consi-

derar diversos factores que, al márgen de la predis-

posición ligada a la personalidad, pueden contribuir

a su génesis: la escasa autocrítica, el rechazo so-

cial y familiar -y, también, conyugal- que despierta

la conducta alcoholica y la disociación entre la

psicosexualidad exaltada y la a menudo disminuída

capacidad de realizarla. Todo ello se suma a las

alteraciones cognitivas y caracterológicas directa-

mente provocadas por el daño permanente que el

abuso alcoholico ocasiona en el cerebro del bebe-

dor que, por un lado, puede malinterpretar las acti-

tudes de su entorno, pero que, por otro, ocasiona

realmente actitudes de rechazo social y familiar.

Estos sujetos, incuestionablemente enfermos psí-

quicos, cometen frecuentemente actos de violen-

cia, no sólo cuando están ebrios, sino también en

periodos de abstinencia, durante los cuales saben

perfectament lo que hacen, aún cuando la motiva-

ción de sus actos sea delirante, es decir, obede-

ciendo a conviccioines que no tienen base real.

No es raro tampoco que enfermos seniles desarro-

llen ideas de celos centradas en la supuesta infideli-

dad de su pareja, a veces tan deteriorada física y

mentalmente como el propio cónyuge celoso. En

ocasiones, estas situaciones, si no fuera por el sufri-

miento que el sujeto experimenta y, a la vez, infringe

a su pareja, resultarían cómicas: un anciano acusan-

do de infidelidad a otro que, quizá, está inmovilizado

en cama o en su silla de ruedas. Este tipo de enfer-

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Celos, celos patológicos y delirio celotípico

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mos desarrollan a menudo ideas de expoliación: creen

que alguien de la familia les roba el dinero o los

objetos que, en realidad, elllos mismos han escondi-

do sin recordar, mas tarde, haberlo hecho. Algunas

veces estas ideas van acompañadas del convenci-

miento de que quien supuestamente les perjudica

los tiene envidia y comete estos hurtos con el fin de

indisponerle con las personas que deberían quererle,

por ejemplo creen que la nuera urde la trama para,

desprestigiandole, arrebatar el amor de su hijo.

Conductas análogas pueden presentarse consecuti-

vamente a daños cerebrales, tumorales, vasculares

o traumáticos y también por el abuso de drogas, el

alcohol entre ellas.

Prevención y tratamiento de los celos

Estrictamente, es inapropiado hablar de prevención

y tratamiento de los celos, precisamente por su con-

dición de fenómeno universal, como se ha señalado

al comienzo de este trabajo. Sin embargo, puesto

que hay factores culturales y educativos que los pro-

pician, cabría recomendar a los padres y a todos los

que rodean al niño que se abstuvieran de todo aque-

llo que le incite a creer que está por encima de los

demás, que sus derechos no implican ningún deber,

que por su especial situación de “rey de la casa”

todo, incluyendo las personas, le pertenece. Esto no

significa, en absoluto, no amarle, sinó hacerle com-

prender que el amor que se le dá, que debe ser mu-

cho, no se sustrae de nadie y que nadie le robará

este amor, aún cuando los padres, por ejemplo, se

amen entre sí y amen a los posibles hermanos del

niño en cuestión.

Es también conveniente no provocar celos directa-

mente, ni en el niño ni en el adulto. Algunos jovenes,

de uno u otro sexo, utilizan el coqueteo con terceras

personas para potenciar el interés de su pareja; en el

fondo, para advertir al compañero o compañera que

uno (o una) tiene otras opciones, que podrá ejercer

si no se le presta más atención. Este recurso, que en

ocasiones tiene éxito, es un arma de doble filo que

puede despertar la inseguridad latente y producir, a

veces a largo plazo, conductas celosas que, real-

mente, deterioren la relación de la pareja. Del mis-

mo modo, en el campo social o profesional es siem-

pre improcedente despertar celos para mejorar el

rendimiento o la relación.

En principio, en toda relación humana y muy espe-

cialmente en la relación conyugal, debe quedar muy

claro qué es y qué no es exclusivo de los dos miem-

bros de la pareja y saber que esta exclusividad obliga

por igual a ambos. Con frecuencia, el individuo que

mas tarde desarrollará una conducta celosa, ve con

desagrado que su pareja, por ejemplo, mantenga una

conversación con una persona de distinto sexo; ce-

der ante esta situación y evitar tales conversaciones

no siempre es conveniente, puede ser el punto de

partida para, despues, prohibir el saludo a esta ter-

cera persona.

Diversos trabajos (Wiederman y Kendall, 1999; Buunk

1966 y Cols), generalmente procedentes del campo

de la sociología, señalan que la mujer suele estar

mas celosa de la relación emocional que pueda man-

tener su pareja con otra persona, mientras que el

varon centra más su preocupación en la infidelidad

sexual. Esta circunstancia explica qué tipos de rela-

ción que el marido considera totalmente anodinas

puedan desecadenar celos a la esposa si es él quien

las mantiene. Una buena delimitación de lo que es

tolerable y de lo que no lo es, establecida al comien-

zo de la relación, puede evitar la aparición de celos.

Para que esto ocurra es necesario que entre ambos

miembros de la pareja haya una total transparencia,

que cualquier tipo de encuentro con otra persona se

comunique al cónyuge o, por lo menos, que no se

oculte. Siempre que se sienta la necesidad de ocul-

tar un encuentro con una tercera persona hay que

plantearse el porqué de esta necesidad; no basta

que lo justifica la susceptibilidad de la pareja, pues

la ocultación de hechos, tanto mas cuanto más

banales son, estimula la susceptibilidad.

La educación del individuo en los valores de toleran-

cia, respeto y reconocimiento de los derechos del

prójimo, sería la base remota para prevenir conduc-

tas celosas. En un nivel más próximo, la formación

adecuada de la pareja, propiciando un buen nivel de

comunicación entre sus miembros, puede ayudar en

esta prevención.

Una vez desarrollados los celos, si se consideran

patológicos por el sólo hecho de su intensidad, es

decir, si no hay un sustrato orgánico (alcoholismo,

lesión cerebral, etc.) que los justifique y no presen-

tan las connotaciones propias del delirio celotípico,

la intervención psicológica, fundamentalmente el

abordaje sistémico de ambos miembros de la pare-

ja, puede ser muy útil, sin excluir ocasionalmente el

uso de fármacos que disminuyan la ansiedad o nive-

len el estado de ánimo.

Finalmente, cuando hay una patología subyacente,

procede el tratamiento del trastorno determinante,

aunque sigue siendo necesasria la psicoterapia de la

pareja. En los casos realmente delirantes el enfoque

fundamental debe ser farmacológico, con

antipsicóticos, a sabiendas que .los resultados pue-

den ser mediocres. Se suele lograr una disminución

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E. González Monclús

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de la irritabilidad y de la agresividad, aunque rara-

mente se disuade al individuo de la falsedad de sus

ideas.

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