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    60  Mente y cerebro 22/2007

    Daniel Strüber, Monika Lücky Gerhard Roth

    or qué se mata a la caje-

      ra, si apenas ha ingre-

      sado un par de cientos

      de euros? ¿Qué impul-

    sa el maltrato paterno? ¿Por qué un joven compromete su futuro propi-

    nando una brutal paliza a otro más

    débil hasta dejarlo inválido por una

    discusión nimia?

    Ante el continuo flujo de noticias

    sobre asesinatos, homicidios, maltra-

    tos y abusos sexuales, muchos no pue-

    den evitar plantearse estas cuestiones

    y similares. Si, además, el delito lo

    comete un reincidente ya condenado

    por el mismo tipo de crimen, la opi-

    nión pública se queda desconcertada.

    Parece evidente que fracasan todas

    las medidas, por drásticas que sean,

    para hacer entrar en razón a talessujetos.

    ¿No pueden evitarlo aunque quie-

    ran? ¿Qué les convierte en delin-

    cuentes? ¿Sufrieron en su niñez un

    trato cruel en vez de recibir cariño?

    ¿Llevan la agresividad grabada en sus

    genes?

    A lo largo de los últimos años se

    han venido realizando numerosas in-

    vestigaciones sobre el tema. Entre

    ellas, algunas a largo plazo: psicólo-

    gos, médicos y neurólogos observan

    una cohorte de sujetos desde su ni-

    ñez o adolescencia hasta determina-

    da edad madura. En nuestra propiainvestigación panorámica, publicada

    en el año 2005, abordamos las raí-

    ces psicobiológicas de la violencia

    física, clasificando y valorando con

    esta finalidad resultados generales

    procedentes de los cuatro puntos

    cardinales. El espectro considerado

    El cerebro agresivoSe sospecha que las alteraciones neurofi siológicas favorecen las tendencias agresivas.Pero hay implicados varios factores más

    ¿P

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    abarcaba desde travesuras y peleas

    hasta homicidios y asesinatos, pa-

    sando por formas leves y severas de

    lesiones corporales.

    Nuestra principal conclusión fue

    la siguiente: el comportamiento

    violento no podía reducirse a una

    sola “causa”, sea ésta la propensión

    genética, un hogar paterno adverso

    u otra experiencia negativa. Antes

    bien, se trata de una combinación de

    factores de riesgo que se refuerzan

    unos a otros en sus efectos. Esta

    conclusión lleva aparejada una buena

    noticia: entra dentro de lo posible

    que las tendencias a la conducta vio-

    lenta de un individuo, intensificadas

    por algún tipo de influencia, puedan

    compensarse mediante mecanismos

    positivos.

    Uno de los estudios a largo plazomás ambiciosos comenzó en 1972 en

    Nueva Zelanda. Un equipo interna-

    cional de psicólogos siguió, duran-

    te 33 años, el desenvolvimiento de

    unas mil personas que nacieron por

    entonces en la ciudad de Dunedin.

    Terrie Morffitt y Avshalom Caspi,

    del King’s College de Londres, in-

    vestigaron sobre esa cohorte, de ma-

    nera particular, las distintas formas

    de comportamiento antisocial que

    acostumbran acompañarse del ejer-

    cicio de la violencia física.

    Apogeo en la pubertadSegún sus observaciones, pueden di-

    ferenciarse dos grupos. En el más

    numeroso, las formas de comporta-

    miento antisocial alcanzan un cúmu-

    lo mayor entre los trece y los quin-

    ce años. Posteriormente se pierden

    en la mayoría de los jóvenes estas

    tendencias, de forma muy rápida.

    Una minoría, sin embargo, muestra

    ya en la niñez —algunos incluso a

    los cinco años de edad— compor-

    tamientos antisociales que persisten

    hasta la edad adulta. Este grupo estáconstituido casi exclusivamente por

    varones.

    De hecho, el sexo masculino es el

    único factor de riesgo para la violen-

    cia. Como corroboran las estadísticas

    de criminalidad, los adolescentes y

    adultos jóvenes cometen, en todas

    partes, la mayoría de las agresiones

    físicas. Los actos violentos de par-

    ticular gravedad —asesinatos, ho-

    micidios, heridas corporales severas

    o violaciones— son cometidos casi

    exclusivamente por varones.

    De ello no se infiere que las adoles-

    centes y mujeres jóvenes sean menos

    agresivas, según era tesis todavía acep-

    tada en los años noventa. Los varones

    se inclinan hacia la violencia física

    directa y extravertida, mientras que las

    mujeres se decantan por la agresión

    solapada e indirecta. En la tela de

    araña de las intrigas y las estrategias

    de guerra psicológica, las muchachas

    aventajan de lejos a los chicos. Los

    trastornos del comportamiento social

    aparecen en ellas típicamente en una

    determinada fase de la pubertad: entre

    los 14 y los 15 años. Y con 17 y 18años disminuyen en la mayoría de

    los casos.

    Las causas de esta diferencia en-

    tre varones y mujeres son múltiples.

    Los roles sexuales aprendidos tienen

    mucha importancia (“¡Las niñas no se

    pegan!” En cambio, “¡Un chico tiene

    que saber defenderse!”). Además, las

    técnicas de agresión indirectas requie-

    ren un valor bastante alto de “inteli-

    gencia social”, la cual se desarrolla

    antes y más deprisa en las niñas. Pero

    las diferencias neurofisiológicas ejer-cen también, con absoluta seguridad,

    cierta influencia.

    El grupo, restringido, que comete

    actos violentos de una manera cró-

    nica, integrado por varones y cuyas

    tendencias se muestran a una edad

    temprana, se caracteriza por un ma-

    nojo de rasgos; entre ellos: bajo nivel

    de tolerancia frente a la frustración,

    déficit en el aprendizaje de las reglas

    ¿ FALSAS ETIQUETAS? A simplevista, el criminal no evidenciasus inclinaciones violentas. Perouna ojeada en el cerebro ofrecepistas para conocer por qué darienda suelta a su agresividad.No obstante, conviene ser cauto.Las alteraciones cerebralespueden llevar a la realización deacciones violentas, pero eso noimplica que tenga que ser siemprenecesariamente así.

       G   I   N   A

       G   O   R   N   Y

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    sociales, problemas de atención, limi-

    tada capacidad de empatía y escasa

    inteligencia.

    Pero lo que resulta llamativo en

    ellos es su comportamiento extraor-

    dinariamente impulsivo. Una y otra

    vez, se muestran presa de sus sen-

    timientos y de impulsos agresivos alos que tales sentimientos se hallan

    vinculados. Basta una provocación

    nimia para que les invada la ira y

    dejen de pensar en las consecuencias

    de sus actos. Si alguien les mira con

    insistencia, se sienten amenazados

    y, de inmediato se ponen en guar-

    dia, a la defensiva. A menudo, se

    arrepienten luego. Los delincuentes

    crónicos conforman el “núcleo duro”

    y cometen la mayoría de los actos

    violentos registrados.

    En particular los reincidentes, con

    largos historiales penitenciarios, tienen

    problemas para reprimir sus impulsos

    agresivos. Como muestran las encues-

    tas realizadas en 1999 por un equipo

    de investigación dirigido por Ernest

    S. Barrat con internos de los penales

    del estado federal de Texas, estos suje-tos se dejan enredar una y otra vez en

    trifulcas, pese a que ello conlleve un

    endurecimiento de su régimen carcela-

    rio. A la pregunta de por qué persisten

    en esta conducta tan perjudicial para

    ellos mismos, los afectados responden

    a menudo que no lo saben. Ven sus

    desventajas y hacen propósitos de ac-

    tuar de una forma más controlada en

    las ocasiones siguientes, aunque no

    terminan de confiar en su capacidad

    para poder reprimir sus impulsos.

    La impulsividad de los delin-

    cuentes violentos crónicos parece

    descansar en una “predisposición”

    de su fisiología cerebral. En este

    sentido, la neurología ha descubierto

    que, en tales sujetos, a diferencia

    del ciudadano medio, se observan

    frecuentes alteraciones anatómicaso fisiológicas en determinadas áreas

    de la corteza cerebral, en particu-

    lar de la corteza prefrontal, aunque

    también del sistema límbico.

    Todos estos campos cerebrales se

    asocian a la aparición y el control

    de las emociones. A determinadas

    áreas de la corteza prefrontal se les

    atribuye una acción inhibidora de zo-

    nas del sistema límbico, especialmente

    del hipotálamo y de la amígdala, de

    donde parten, entre otros, los impul-

    La tendencia a la violencia impulsiva  parece deberse, almenos en el caso de los varones, a alteraciones de la cortezaprefrontal. En condiciones normales, esa zona inhibe losimpulsos agresivos que surgen en el sistema límbico ( fl echa

    azul  ). La “hipótesis del cerebro frontal” ve, por tanto, lacausa de la disposición violenta en una actividad reducida oen un daño precoz de la corteza prefrontal, especialmenteen la parte orbitofrontal.

    Pero también concurren alteraciones del sistema límbicoen los delincuentes violentos. Los daños en el hipocampo endelincuentes violentos impulsivos pueden afectar el procesa-miento y la valoración de la información emocional. Por eso,algunos investigadores presumen que la causa de la actuaciónviolenta reside en la actuación defi ciente de la amígdala. Estopodría explicar la impavidez, la escasa empatía y la ausenciade sentimientos de culpa, rasgos que caracterizan a losdelincuentes violentos “de sangre fría”.

    Cambios en el control de los neurotransmisores  bastana veces para desbaratar el gobierno de los impulsos y delos sentimientos. Un papel importante correspondería a laserotonina, neurotransmisor que se sintetiza en los núcleosdel rafe dorsales. Desde allí alcanza a numerosas estructurascerebrales ( fl echa roja  ); opera en la transmisión sinápticade los estímulos.

    Como medida de la concentración de serotonina en elcerebro se considera válida la concentración de uno de susmetabolitos, el ácido 5 hidroxiindol acético, en el líquidocefalorraquídeo. Un nivel bajo de ácido 5 hidroxiindol acé-tico se corresponde en el terreno del comportamiento contendencias antisociales. Cabe, sin embargo, la posibilidad de

    que se tratara de efecto indirecto, ya que a la serotoninacompete atemperar y reducir el estado de angustia. Quien,

    debido a un défi cit de serotonina, padezca intensos senti-mientos de miedo, angustia y amenaza, es posible que tiendaa una “agresión reactiva” bajo el lema de “me siento atacado ytengo que defenderme como sea”. Al mismo tiempo, niveles

    bajos de serotonina se asocian al riesgo de suicidio, que, porotra parte, constituye una secuela frecuente de los “com-portamientos de cortocircuito”. Esta circunstancia subrayala relación entre serotonina y control de los impulsos.

    Defi ciencias en el control de la serotonina  pueden serla consecuencia de infl uencias negativas ambientales; porejemplo, estrés crónico o consumo de drogas durante elembarazo, aunque también abandono, violencia y abusosdurante las etapas tempranas de la niñez. Por otro lado,la dotación genética de una persona determina en buenamedida la correcta actividad del sistema serotonínico: paragran parte de sus componentes, los biólogos moleculareshan descubierto distintas variantes genéticas, los llamadospolimorfi smos, que, mediante la conjunción con los factoresde riesgo sociales, aumentan el peligro de un comportamien-to impulsivo, antisocial y violento.

    En el caso del aumento de agresividad aparece como espe-cialmente responsable una variante del gen de la triptófanohidroxilasa, necesario para la síntesis de la serotonina. Ahorabien, la concentración, actividad y efi ciencia de los trans-portadores y receptores de la serotonina, así como de lasenzimas que intervienen en el catabolismo de los mensajeros,varían, asimismo, en función de la carga genética e infl uyen,por ende, en las funciones cerebrales gobernadas por laserotonina. Además, las defi ciencias en el metabolismo dela serotonina que acontecen antes del nacimiento o durante

    la primera infancia afectan al desarrollo cerebral y puedenocasionar las alteraciones anatómicas observadas.

    El cerebro en el banquillo de los acusados

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    sos agresivos. Sobre esta presunción

    se fundamenta la “hipótesis del cere-

    bro frontal”, según la cual las raíces

    psicobiológicas del comportamiento

    antisocial residirían en un defecto del

    circuito de regulación entre la corteza

    prefontal y el sistema límbico.

    Varios estudios recientes apoyan lahipótesis. Así, el equipo dirigido por

    Jordan Grafman, del Instituto Nacio-

    nal de Salud de Bethesda, investigó

    a veteranos de la guerra de Vietnam

    que habían sufrido daños en la corteza

    prefrontal. Observaron que todos evi-

    denciaban un incremento de la agre-

    sividad. Al propio tiempo, estudiaron

    a pacientes adultos con lesiones del

    cerebro frontal y comprobaron que

    se comportaban de forma desinhibi-

    da, inadecuada e impulsiva, amén de

    manifestar síntomas de un trastorno de

    la personalidad antisocial. Pero, por lo

    demás, no encontraron en ninguno de

    los casos pruebas directas de violencia

    física acusada.

    Sombras del pasado

    Otra cosa parece acontecer si el cere-bro frontal sufre algún tipo de altera-

    ción en la infancia. El grupo dirigido

    por Antonio Damasio, de la Univer-

    sidad de Iowa, observó que en estos

    casos podían derivarse consecuencias

    dramáticas. En uno muy ilustrativo a

    este respecto, los cirujanos extirparon

    a un lactante de tres meses un tumor

    localizado en el cerebro frontal dere-

    cho. Los problemas empezaron cuan-

    do el niño cumplió nueve años: en el

    colegio no había nada que lo motivara,

    permanecía aislado socialmente y pa-

    saba su tiempo libre ante el televisor

    o escuchando música. Ocasionalmente

    perdía los estribos con ataques de ira,

    amenazaba a los demás y se convirtió

    en un pendenciero. Conviene mencio-

    nar que el niño creció en un entorno

    normal y con unos padres solícitos.De hecho, su hermano creció en plena

    normalidad.

    Se desconoce si la hipótesis del

    cerebro frontal es válida también en

    el caso de las mujeres. El número

    de delincuentes violentas es harto

    inferior, razón por la cual han sido

    investigadas en mucha menor cuantía.

    Al menos no parece haber, en el caso

    del sexo femenino, ninguna relación

    entre un volumen reducido del cerebro

    frontal y las tendencias psicopáticas,

    Hipocampo

    Núcleos del rafe

    Cuerpo calloso

    Corte cerebral transparente

    Cortezaprefrontal

    HipotálamoSistemalímbico

    Amígdala

    Cortezaorbitofrontal(COF)

    In h i b ic ión

       S   I   G   A   N   I   M

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    el riesgo de ser apresados mayor que

    con el potencial de violencia.

    La corteza prefrontal es uno más de

    los muchos centros que conforman la

    red compleja que controla el gobierno

    de nuestros sentimientos, incluidos los

    impulsos agresivos. De la participa-

    ción de las estructuras límbicas, como

    el hipocampo, ofrecen información las

    investigaciones posteriores realizadas

    por Raine en el mismo grupo de delin-cuentes violentos: en los “fracasados”,

    los hipocampos de ambos hemisferios

    cerebrales alcanzaban un tamaño di-

    ferente; una asimetría que los investi-

    gadores relacionaban con alteraciones

    aparecidas en épocas tempranas del

    desarrollo cerebral.

    Entra dentro de lo posible que tales

    alteraciones debiliten la colaboración

    entre el hipocampo y la amígdala y

    que ello dé lugar a que la información

    emocional no se procese en su debida

    forma. Si ello coincide con el fracaso

    de la corteza prefrontal como instan-

    cia controladora, la conjunción podría

    explicar las reacciones inadecuadas,

    lo mismo verbales que corporales,

    frecuentes en los delincuentes vio-

    lentos con trastornos de personalidad

    antisociales.

    Si estos hallazgos se confirman,

    tendremos entonces que encontrar

    un modelo explicativo de la conductadelictiva violenta totalmente distinto

    para el tipo de “psicópata exitoso”.

    Estos sujetos cometen los delitos cons-

    cientemente; al mantener íntegro el

    sistema de control de los impulsos,

    perpetran sus crímenes de forma cal-

    culada. No está probado todavía, por

    supuesto, que estos criminales “fríos

    como el hielo” no padezcan algún otro

    tipo de alteraciones cerebrales.

    Para averiguarlo, Raine ha inves-

    tigado el papel de la amígdala y la

    parte del sistema límbico que hace

    las veces de “sistema de gratifica-

    ción”. A las deficiencias funcionales

    de tales estructuras Richard Blair, del

    Instituto Nacional de Salud Mental

    de Bethesda, les ha atribuido la con-

    ducta psicopática. En cualquier caso,

    se trata de una cuestión que merece

    mayor estudio.

    Serotonina,la destructora de la angustiaLas alteraciones en el cerebro de los

    criminales pueden alcanzar también el

    plano bioquímico. En ese dominio se

    hallaría la serotonina, una hormona

    con efectos tranquilizantes y mitigan-

    tes de la angustia. En algunos trabajos

    se ha ratificado que una concentración

    baja de serotonina guarda relación

    con la conducta antisocial e impul-

    siva. Aparece una relación similar no

    sólo entre criminales, sino también en

    ¿Por qué tienden los hombres a la agresividad física? Siempre que se hace esta pregunta se trae a colaciónel papel de la testosterona. Esta hormona sexual supe-ra la barrera hematoencefálica y se une, entre otros, a

    receptores presentes en el hipotálamo y la amígdala. Dehecho, en muchas especies animales, la agresividadde los machos guarda relación directa con los niveles detestosterona. Sin embargo, en el caso de los hombres larelación es más débil. Sea como fuere, los investigadoreshan constatado unos niveles de esta hormona sexualelevados en los delincuentes violentos, en comparacióncon los no agresivos.

    Pero, ¿cómo aparece ese nivel anormal de testosterona?La concentración de la hormona experimenta oscilacionesmanifi estas. En los hombres sube al comienzo de una com-petición deportiva. Tras su fi nalización, permanece elevadaen los ganadores por algún tiempo, mientras que disminu-ye pronto en los perdedores. Resulta factible, por tanto,que la constante competencia y los confl ictos persistentesmantengan elevados los niveles de testosterona.

    En el caso de las mujeres, en cambio, el conjunto de losdatos sobre la testosterona es contradictorio. Lo que nodebe sorprendernos, pues a fi n de cuentas las mujeres lasintetizan en una pequeña porción, en comparación conlos varones. En cambio, en ellas son los estrógenos los queinhiben la conducta competitiva. Dado que esta hormonasexual femenina interviene, como puede comprobarse,en el gobierno de la serotonina, su infl uencia sobre ladisposición a la violencia es bastante probable.

    La importancia de la testosterona

       G   I   N   A

       G   O   R   N   Y

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    el seno de la población en general,

    si bien exclusiva, una vez más, de

    los varones.

    La hormona sexual masculina, la

    testosterona, adquiere aquí importan-

    cia también. Varias investigaciones

    realizadas por James Dabbs, de la Uni-

    versidad estatal de Georgia, han de-

     mostrado la existencia de niveles más

    elevados de testosterona entre los de-

    lincuentes violentos que entre los

    criminales no violentos. Tales diver-

    gencias en el gobierno hormonal y

    de los transmisores pueden tener cau-

    sas genéticas o deberse a influencias

    ambientales. A éstas pertenecen las

    experiencias adversas en la edad

    infantil, del tipo de abandonos o

    abusos, que producen una reducción

    perdurable en los niveles de sero-

    tonina.Al menos en el caso de los varo-

    nes, por tanto, los factores biológicos

    mencionados (disposición genética,

    deficiencias orgánicas cerebrales y

    neuroquímicas) aumentan el riesgo

    de comportamiento violento. Pero

    conviene no olvidar que, salvo los

    daños más severos y tempranos, estos

    factores no conducen  forzosamente  a

    la violencia. Por regla general, resulta

    más explosiva su combinación con

    los factores de riesgo psicosociales,

    tal y como se ha puesto de mani-fiesto en distintos estudios. A estos

    factores de riesgo psicosociales per-

    tenecen: los trastornos masivos de la

    relación madre-hijo, las experiencias

    infantiles de maltratos o abusos, el

    abandono por parte de los padres y

    la educación inconsecuente, así como

    los conflictos paternos duraderos, la

    dispersión familiar o la pérdida de la

    familia, la criminalidad de los padres,

    la pobreza y el paro laboral de larga

    duración.

    La investigación de todos estos fac-tores se muestra compleja y ardua.

    Algunos de ellos no pueden abordar-

    se por separado de las alteraciones

    anatomofisiológicas: cuando en el

    niño existe un trastorno previo de

    la autorregulación emocional o de la

    capacidad de empatía, la competencia

    formativa de los padres se enfrenta a

    una dura prueba.

    Al poco del alumbramiento se es-

    tablece una comunicación emocional

    íntima entre el lactante y su perso-

    na de referencia, según ha demos-

    trado Mechthild Papoušek. A través

    de ella se intensifica la interrelación

    entre el lactante y la madre, tanto

    en sentido positivo como negativo.

    Las características de la relación la

    determinan las propias capacidades

    del niño; determinan, asimismo, la

    constitución psíquica de la persona

    de referencia.

    Una relación precozmente proble-

    mática entre el bebé y su persona

    de referencia puede ocasionar, con

    el tiempo, trastornos relacionales

    graves; entre ellos, problemas en el

    control de los impulsos, deficiencias

    de empatía y una capacidad para la

    resolución de problemas reducida. Se

    entra entonces en un auténtico círculo

    vicioso. Además, sobre la competen-

    cia educativa de los padres repercutenlas experiencias de su propia niñez.

    En el mejor de los casos, el padre y

    la madre pueden compensar deficien-

    cias existentes en su descendencia y

    romper así el círculo vicioso. Y, a la

    inversa, una “robusta” dotación bá-

    sica cognitiva y emocional del niño

    puede compensar, al menos en parte,

    las influencias negativas recibidas del

    entorno social.

    Ignoramos por qué muchas per-

    sonas consiguen superar adecuada-

    mente las peores experiencias infan-tiles o compensar las alteraciones

    cerebrales mediante una suerte de

    proceso de autorreparación, mientras

    que muchos delincuentes violentos

    no lo consiguen. De ello se deri-

    van consecuencias importantes. Si

    a nadie se le ocurre responsabili-

    zar a una persona de su dotación

    genética, su desarrollo cerebral, su

    infancia traumática o su negativo

    entorno social, ¿no debería aplicarse

    el mismo criterio para las tendencias

    violentas, que son el resultado deesos mismos factores?

    El razonamiento anterior desembo-

    ca en una cuestión crucial: ¿cuánta

    responsabilidad puede imputarse a

    una persona por sus acciones? ¿Es

    razonable suponer que un delincuen-

    te hubiera podido decidirse contra la

    violencia y a favor del derecho si lo

    hubiera querido? La suposición de

    que el delincuente, a pesar de todos

    los condicionantes psicobiológicos y

    sociales, se hallaría capacitado para

    decidir libremente es tema que de-

    baten los penalistas.

    También sería válido el razona-

    miento contrario. Bajo la óptica del

    principio de culpabilidad no se pue-

    de contemplar al delincuente como

    si fuera totalmente abúlico. ¿No bas-

    taría, basándose en el motivo de la

    necesidad de proteger a la generali-

    dad, con recurrir a terapias disuaso-

    rias y algún tipo de “aislamiento”?

    Cuestiones como éstas son materia

    de controversia e investigación entre

    penalistas, neurocientíficos, psiquia-

    tras y filósofos.

    Existe un clamor general para pro-

    teger de los delincuentes violentos

    potenciales a la sociedad. No resulta

    ético proponer la exclusión social o

    el confinamiento de determinadas

    personas por el mero hecho de re-flejar algunos rasgos de conducta

    peculiares, ya que, desde el punto

    de vista estadístico, la mayoría de

    estos sujetos no  se convertirá en

    delincuente.

    Queda la posibilidad de un cono-

    cimiento precoz de los factores de

    riesgo. Se podría hacer bastante en

    ese terreno. Importa diferenciar, de

    forma fiable, entre pillos normales

    y niños con tendencias violentas ge-

    nuinas. No está a nuestro alcance

    todavía. Cuando llegue el día en quese pueda, será el momento de aportar

    un tratamiento adecuado a los delin-

    cuentes violentos precoces y a los

     jóvenes con tendencias antisociales.

    Un diagnóstico afinado permitiría

    adecuar la terapia y la prevención

    más certeramente a la historia vital

    de los afectados.

    MONICA LÜCK y DANIEL STRÜBERtrabajan en el Colegio Científico Hanseáti-

    co de Delmenhorst. Su rector, GERHARDROTH, es además profesor del Institutode Investigación Cerebral de la Universi-dad de Bremen.

    PSYCHOBIOLOGISCHE GRUNDLAGEN AGGRES -SIVEN  UND  GEWALTTÄTIGEN  VERHAL-TENS. Dirigido por M. Lück, D. Strübery G. Roth en Hanse Studien, vol. 5. HanseWissenschaftskolleg Dalmenhorst. Bis-Verlag; Oldenburg, 2005.

    Bibliografía complementaria