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Charles André Bernard
INTRODUCCIÓN ALA
TEOLOGÍA ESPIRITUAL
Introducción
Entre las diversas disciplinas teológicas, la teología espiritual es aquella sobre cuya naturaleza más se está discutiendo en nuestros días. Se trata realmente de una disciplina que siempre ha estado presente en la vida de la Iglesia, pero que sólo está adquiriendo un estatuto científico en nuestros días.
En el pasado, el campo en el que se concentraba la atención de los autores de espiritualidad comprendía los problemas planteados por la contemplación y en particular por la mística: se preguntaba si era posible, y en qué medida, hablar de un verdadero conocimiento de Dios a través de la experiencia mística. Pero por lo que se refiere al conjunto del desarrollo de la vida espiritual, los teólogos no se ocupaban directamente de este asunto, sino que dejaban a los maestros espirituales la tarea de indicar a los fieles deseosos de progresar en la vida cristiana las actitudes necesarias para ello. De este modo, la espiritualidad se presentaba como una reflexión ,no sistemática y ordenada a la dirección éspiritual: era una disciplina sobre todo empírica.
Al contrario, recientf¡mente se hizo sentir la necesidad de una reflexión más sistemática, orientada hacia la comprensión de la vida espiritual en general. Los teólogos espi-
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7ª reimpresión (año 2019)
Título original: Introduzione alla teologia spirituale. Traducción: Alfonso Ortiz García
© Edizioni Piemme S.p.A., 1994.© Editorial Verbo Divino, 1997
Diseño de cubierta: Horixe DiseñoFotocomposición: Fonasa, Pamplona (Navarra)
Impresión: Gráficas Astarriaga, S.L., Abárzuza (Navarra)
Impreso en España - Printed in Spain
Depósito Legal: NA. 3458-2010
ISBN: 978-84-7151-972-6
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182 BIBLIOGRAFfA
Íd., Teologia ajfettiva, Ed. Paoline, Cinisello Balsamo 1985. R. Zavalloni, Le strutture umane della vita spirituale, Morcelliana,
Brescia 1971.
Tercera parte
T. GoFFI; Ascesis, en NDE, 92-106.
T. GoFFI, Mundo, en NDE, 990-1001.0. BERNASCONI, Penitente, en NDE, 1127-1142.E. ANCILLI (ed.), La Mística, 2 vols., Citta Nuova, Roma 1984.CH<A. BERNARD, Le Dieu des mystiques, Cerf, París 1994.
•·.
Índice
Introducción . . . . . .. ........ ... . . . . . . . . . . . . . .. . . . .. . . .. . . . . . .. . . . . . . . . . . . .. . ...... .. . ... . 5
l.
11.
PRIMERA PARTE
NATURALEZA DE LA TEOLOGíA ESPIRITUAL
UNA DISCIPLINA TEOLÓGICA ......................................... . 9
l. El carácter científico ............................................... 9
11. La transformación espiritual ................................... 14 1. La vocación a la santidad .. . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . ... . . . . . .. .. 14
a) La ética tomista ......... ,............................ .. ..... 16 b) La ética evangélica ........................................ 17
2. La participación en la vida divina . . . . . .. . . . . ..... .. . . .. . 17
111. Nuestra perspectiva ................................................ 20
EL OBJETO PROPIO DE LA TEOLOGfA ESPIRITUAL ..••......••. 23
l. La noción de experiencia ... ................... .......... ........ . 25
11. La experiencia religiosa . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . .. . . 26 J. Valoración histórica ............................................. 26 2. El problema crítico . ........... ............. ..................... 27 3. La percepción espiritual ...... ................................. 29
III. La experiencia cristiana ..... ............. ......... .. . ..... ....... 31 1. El fandamento propio . . . . . . .. . . . . . . . .. . .. . . . . . . . . . . ..... .. . . . . . 31 2. Las estructuras de la experiencia cristiana ........ ..... 34
184 ÍNDICE
IV Oración y vida mística ........... .. . . . . . . ........ ... ............. 36 l. Papel de la oración en la experiencia espiritual ..... 36 . 2. Importancia de la mística ... . . . . . ......... .. ........... ...... 38
V La conciencia espiritual .......................................... 39 Conclusión .... .. . . . . . . ............ .. .. ... . . . . . . .. . ........ ............. 41
III. TEOLOGfA ESPIRITUAL Y SAGRADA DOCTRINA ................. 43
I. Panorámica histórica y situación presente ............... 45
II. Teología espiritual y dogmática .. .. .. . . ... ... . . . . ............ 48 J. La dependencia ................................................... 48 2. La autonomía ..................................................... 50 3. justificación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 1
III. Teología espiritual y teología moral ........................ 53 l. La continuidad objetiva ...................................... 54 2. La diferenciación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 5 Conclusión: definición de teología espiritual .......... 56
IV. MÉTODO Y FUENTES ...................................................... 57
V
I. E n busca del método . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 8 1. El método deductivo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 8 2. El método descriptivo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60 3. La aproximación fenomenológica ...... .. .. . . .......... .. . 62 Conclusiones prácticas ............ '.................................. 63
II. Las fuentes de la teología espiritual ........................ 64 l. La sagrada Escritura............................................ 65 2. La historia de la espiritualidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66 3. La experiencia personal........................................ 67 4. Los textos doctrinales que se refieren directamente a
la teología espiritual ............ .. . . ........... ... . ........ .. .. . 68 5. El conocimiento del hombre . .... ... ........ .... .. ........ .. . 69
SEGUNDA PARTE LA ACTUACIÓN DE LA VIDA ESPIRITUAL
EL ORGANISMO SOBRENATURAL ..................................... . 75
I. La gracia santificante .............................................. 75 La gracia nos transforma interiormente..................... 75
ÍNDICE 185
II. Las virtudes teologales ............................................ 77 1. La unidad de la vida teologal . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . .. .. 77
a) Partiendo del dinamismo espiritual . .. ....... ..... 77 b) Partiendo de la estructura del alma ............... 78
2. La transformación espiritual . . . . .. .. . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . 79
III. La presencia del Espíritu . ..... .. . . ............ .. . . ........ .. .... 81 1. Los dones del Espíritu Santo . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . ... . . . . . . . . 82 2. Los carismas........................................................ 83 3. Los frutos del Espíritu ............ ........ .................... .. 84
VI. LAS ESTRUCTURAS NATURALES . . . .•. .. .. . ..... ...... ... ............. .. 87
l. Permanencia de las estructuras naturales ..... , . . . . . . .. . . 90 ·· 1. El problema de las intervenciones de Dios . . .. . . . . . . . .. 92 2. Las intervenciones extraordinarias ........................ 93 3. Gracias y dones naturales . .. .. . . . . .. . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . .. . . 95 4. ¿Predisposiciones a la vida mística? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . 96
II. El perfeccionamiento de la naturaleza ........ ....... ... .. 97 l. La vida «elevada» ............................................... 98 2. Vida espiritual y vida moral . . . .. . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . 99 3. Vida espiritual y vida psicológica . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . .. . . 99
VIL EL DIALOGO coN Dios .. . . .••••.....................••......•........ .. 1 o 1
l. La vida sacramental . ............................................. .. 102
II. La Palabra de Dios . . . . . . ... . . . ... . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . .. . . 104 J. La importancia de la Palabra de Dios .................. 105 2. El carácter dinámico de la Palabra de Dios . . . . . . . . . . 106 3. La oración contemplativa . . .. . . . . . .. . . . . . .. . . . . . . . . .. . . . . . . . . 109
La «lectio divina» . . ......... .. . . . . . .. ... . . . . ..... ... . ... . . . . .. . . 11 O La meditación .................................................... 111
4. La oración litúrgica ............................................. 112 Nota bibliográfica . ......... ... ... .... ............................ .. 113
VIII. LA RELACIÓN CON EL MUNDO ..•.................••................. 115
l. La noción de «mundo» . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . .. . . 1 16
II. La acción en el mundo . . . . . . ........... .. . . . . . . . . . . . . ............ 119
111. El apostolado . ... .. ...... ........ ................... .. . . . ....... .... .. 121
186 ÍNDICE
IV. Apostolado y vida de oración ................................. 124 1. De la acción a la oración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . 126 2. De la oración al apostolado . . .. . . . . . . .. . . ... . ........ ..... .. . 127
TERCERA PARTE EL DESARROLLO DE LA VIDA ESPIRITUAL
IX. LA TEMPORALIDAD......................................................... 133
l. Los principales momentos de la vida espiritual ....... 134 1. El comienzo de la vida espiritual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134 2. Los incipientes ..................................... ................ 135 3. Los proficientes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 136 4. El grado de los «perfectos» ... ................ ... .... .. . . . . . .. . 138
11. La doctrina de san Juan de la Cruz ....... .......... .. . . .. . 139 1. Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 140 2. "Va.lo ración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
X. EL CRECIMIENTO MORAL................................................ 145
l. Presencia del pecado en nosotros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146 1. La concupiscencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146 2. El estado personal del pecador . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148 3. Conclusión práctica ....... ..... .. ... . .. ........ .......... ....... 149
11. La ascesis cristiana .................................................. 149
111. La primacía de la caridad ....................................... 152 l. El momento de la conversión................................ 152 2. El momento de la autonomía............................... 153 3. El momento de la comunión ....... .'........................ 154 4. El amor al prójimo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 5 5. Algunas formas de caridad ............ ,...................... 156
XI. LA DIMENSIÓN MÍSTICA ................................................. 157
l. Precisando algunos conceptos ................................. 157
11. Tipología de la vida mística . .. .. . . ............... .. . ........ .. . 159 l. Las vías de la interioridad ................................... 159 2. La conformidad con Cristo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . 160 3. La mística apostólica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 162 4. Actitud mística fondamental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . 162
ÍNDICE 187
III. La oración mística . .. . . . . . . .. .. . . . .. . . . . . . . .. . . . .................... 163
IV. La psicología de los místicos .. ... . ......... .................... 165
XII. LA VIDA EN EL ESPÍRITU . . . . . .. •. . . . . • • . . . . . . .••.•..........• .••...... •• 1 71
l. El conocimiento espiritual ... .............. ..................... 172 1. La interioridad ... . . . .. . ... . . . . .. . . . . . . . ... . .. . .. . . . . . . .. .. . . . . .. . 172 2. La primacía del amor . . ..... ....... ... .. . . . ......... ........ ... 173
II. La libertad espiritual .............................................. 174 J. El sentido de la libertad....................................... 175 2. La interiorización de la ley .................................. 176
III. El comportamiento espiritual ................................. 176 1. La relación con Cristo . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . .. . . .. .. ... . . .. . . 1 77 2. ¼da trinitaria ........................................ .-....... .. . . 178
Bibliografla ., .................................................................. ,........ 181
Introducción
Entre las diversas disciplinas teológicas, la teología espiritual es aquella sobre cuya naturaleza más se está discutiendo en nuestros días. Se trata realmente de una disciplina que siempre ha estado presente en la vida de la Iglesia, pero que sólo está adquiriendo un estatuto científico en nuestros días.
En el pasado, el campo en el que se concentraba la atención de los autores de espiritualidad comprendía los problemas planteados por la contemplación y en particular por la mística: se preguntaba si era posible, y en qué medida, hablar de un verdadero conocimiento de Dios a través de la experiencia mística. Pero por lo que se refiere al conjunto del desarrollo de la vida espiritual, los teólogos no se ocupaban directamente de este asunto, sino que dejaban a los maestros espirituales la tarea de indicar a los fieles deseosos de progresar en la vida cristiana las actitudes necesarias para ello. De este modo, la espiritualidad se presentaba como una reflexión ,no sistemática y ordenada a la dirección éspiritual: era una disciplina sobre todo empírica.
Al contrario, recientf¡mente se hizo sentir la necesidad de una reflexión más sistemática, orientada hacia la comprensión de la vida espiritual en general. Los teólogos espi-
6 INTRODUCCIÓN
rituales se veían impulsados a ello por el progreso de las ciencias psicológicas, que plantean de forma más aguda el problema de la experiencia espiritual, así como de la reflexión filosófica y teológica que se esfuerza por tocar la vida concreta del hombre para dar un conocimiento crítico de ella.
En las páginas siguientes intentaremos por tanto resaltar los diversos problemas planteados por la investigación teológica sobre la vida concreta cristiana y trazar sus principios interpretativos. Podrán verse desarrollos más completos en nuestra Teología espiritual que sigue esquemas más complejos y presenta una doctrina más completa.
PRIMERA PARTE NATURALEZA DE LA TEOLOGÍA ESPIRITUAL
PRIMERA PARTE NATURALEZA DE LA TEOLOGÍA ESPIRITUAL
I Una disciplina teológica
Como enseña la historia, la literatura espiritual, especialmente bajo la forma de libros de piedad, ha encontrado siempre un lugar destacado en la vida de la Iglesia: se trataba siempre de invitar a los cristianos a vivir su fe de manera más consciente, más coherente y más plena. A través de sus escritos, los Padres de la Iglesia, los santos y los encargados de promover la vida cristiana se proponían trazar un camino de progreso espiritual. Incluso cuando contaban su historia personal, ordinariamente no lo hadan por complacerse a sí mismos; su finalidad era atestiguar lo que Dios había realizado en su vida; ésta se convertía entonces en ejemplo que podía ser útil a los demás.
l. El carácter científico
La existencia de esta literatura plantea un interrogante de fondo: ¿es posible reflexionar científicamente sobre la vida espiritual?
Para responder a este interrogante, hay que precisar primero la noción de ciencia y verificar cómo puede ser aplicada a la teología espiritual.
En el lenguaje contemporáneo, la noción más inmediata de ciencia se refiere a las ciencias exactas, como la
10 PRIMERA PARTE
matemática o la física. Las ciencias exactas consiguen un tipo de certeza que puede comunicarse y que es universal según un aspecto propio de las mismas. Sus limitaciones provienen de la capacidad de comprensión de cada uno, pero de suyo las ciencias exactas tienden a eliminar el coeficiente subjetivo: la evidencia de sus proposiciones es fruto de la coherencia racional y, por lo que se refiere a la física, remite a la verificación experimental que siempre está al alcance del físico; resulta posible entonces hablar de teoremas demostrables o de leyes verificables para todos.
Pero, cuando se trata de las ciencias humanas (psicología, sociología, historia), la forma científica cambia notablemente. Su objeto propio es el hombre en sus diversas condiciones de vida; y está claro que este objeto no puede circunscribirse con la misma precisión que el de las ciencias exactas. Además, el método empleado se muestra más complejo: se basa en la investigación positiva, que no es una experiencia repetible en el sentido estricto de la palabra, y que tiene que interpretarse según unos criterios que no pueden eliminar del todo las precomprensiones subjetivas. En consecuencia, las ciencias humanas alcanzan un tipo particular de certeza que se expresa bajo la forma de leyes estadísticas o cualitativas, que indican más bien una probabilidad de comportamiento que un verdadero determinismo, gracias al cual sería posible prever el futuro. Por lo que se refiere en particular a la psicología, hay que tener en cuenta el carácter imprevisible de la libertad humana.
Lo que es común a todas las formas de ciencia es el hecho de que el método que se sigue intenta alcanzar siempre el máximo rigor y la mayor objetividad posible. Por tanto, hay que tender a ampliar cada vez más la documentación e interpretarla cada vez más objetivamente. Es ésta la condición necesaria para que se pueda hablar del carácter científico de una disciplina.
l. UNA DISCIPLINA TEOLÓGICA 11
Sin embargo, a nadie se le escapa que la teología plantea un problema particular. En efecto, sus bases no están determinadas de forma que obtengan un consenso universal; al contrario, implica la aceptación, gracias a un acto libre de Íé, del hecho de que Dios se manifestó libremente en la historia de los hombres y entregó al pueblo elegido y luego a la Iglesia una revelación que abraza toda la realidad, revelando su último significado. La certeza teológica se sitúa, por tanto, en un doble nivel: el de la fe, por lo que se refiere a las proposiciones fundamentales, y el de la investigación racional y científica, cuando el teólogo llega a una cierta inteligencia de las proposiciones de fe, confrontando el dato revelado con las conclusiones a las que llega la reflexión filosófica y con los resultados de las ciencias exactas y de las ciencias humanas.
La índole compleja de la ciencia teológica aparece necesariamente en la teología espiritual. Más aún, su complejidad se ve reforzada por el hecho de que la vida espiritual es siempre la de unas personas que se insertan en un determinado ambiente social, cultural e histórico, y que reaccionan libremente a los diversos influjos tanto naturales como de la gracia de Dios, que está siempre presente en la Iglesia y en las conciencias individuales.
Así pues, en la medida en que la vida espiritual surge de la participación de la vida divina libremente comunicada, los principios de la teología espiritual se refieren a la revelación y a las elaboraciones teológicas que constituyen la doctrina común de la Iglesia: no ya las conclusiones de un teólogo particular (santo Tomás, o Karl Rahner, etc.), sino el conjunto de las proposiciones aceptadas por la Iglesia universal: el Catecismo de la Iglesia católica es el ejemplo más reciente de ello. Todos los católicos están de acuerdo: la teología espiritual es una parte de la «sacra doctrina» y, como tal, no puede ignorar ni la teología dogmática ni la teología moral. En efecto, trata de Dios, de cuya
l. UNA DISCIPLINA TEOLÓGICA 11
Sin embargo, a nadie se le escapa que la teología plantea un problema particular. En efecto, sus bases no están determinadas de forma que obtengan un consenso universal; al contrario, implica la aceptación, gracias a un acto libre de Íé, del hecho de que Dios se manifestó libremente en la historia de los hombres y entregó al pueblo elegido y luego a la Iglesia una revelación que abraza toda la realidad, revelando su último significado. La certeza teológica se sitúa, por tanto, en un doble nivel: el de la fe, por lo que se refiere a las proposiciones fundamentales, y el de la investigación racional y científica, cuando el teólogo llega a una cierta inteligencia de las proposiciones de fe, confrontando el dato revelado con las conclusiones a las que llega la reflexión filosófica y con los resultados de las ciencias exactas y de las ciencias humanas.
La índole compleja de la ciencia teológica aparece necesariamente en la teología espiritual. Más aún, su complejidad se ve reforzada por el hecho de que la vida espiritual es siempre la de unas personas que se insertan en un determinado ambiente social, cultural e histórico, y que reaccionan libremente a los diversos influjos tanto naturales como de la gracia de Dios, que está siempre presente en la Iglesia y en las conciencias individuales.
Así pues, en la medida en que la vida espiritual surge de la participación de la vida divina libremente comunicada, los principios de la teología espiritual se refieren a la revelación y a las elaboraciones teológicas que constituyen la doctrina común de la Iglesia: no ya las conclusiones de un teólogo particular (santo Tomás, o Karl Rahner, etc.), sino el conjunto de las proposiciones aceptadas por la Iglesia universal: el Catecismo de la Iglesia católica es el ejemplo más reciente de ello. Todos los católicos están de acuerdo: la teología espiritual es una parte de la «sacra doctrina» y, como tal, no puede ignorar ni la teología dogmática ni la teología moral. En efecto, trata de Dios, de cuya
12 PRIMERA PARTE
vida participa el ser humano, y del hombre, que mantiene una relación con Dios, principio de la vida sobrenatural y fin de la existencia.
Sin embargo, este carácter propiamente teológico no quita que la teología espiritual implique el conocimiento del hombre en su máxima extensión. Efectivamente, la perspectiva propia de la teología espiritual considera precisamente al hombre en cuanto que vive la vida divina que se le ha comunicado mediante los sacramentos y que se alimenta de la Palabra de Dios asimilada personalmente.
En este sentido, hay que conceder la mayor importancia al hecho de que la vida sobrenatural se inserta necesariamente en una conciencia humana personal, que mantiene profundas relaciones con el ambiente social, cultural e histórico en que se mueve toda persona que intente crecer según los diversos niveles de su existencia concreta.
La afirmación fundamental «gratia supponit naturam eamque perficit» encontrará por tanto en la teología espiritual su aplicación más constante: la vida espiritual es siempre vida de un hombre concreto, con su historia, sus capacidades, sus límites, y cuya formación depende de muchos factores. Por eso, todo conocimiento del hombre ayudará a la teología espiritual para que se edifique como una disciplina teológica propia y verdadera. Podemos afirmar entonces que, aunque las ciencias humanas no pueden considerarse como primer principio de la teología espiritual -ya que entonces se negaría la precedencia absoluta del don de Dios que nos ha hecho partícipes de su vida divina-, no por eso tienen que considerarse secundarias: el don es recibido siempre por un sujeto determinado.
En otras palabras, como la persona concreta es el receptáculo de la vida divina, así las ciencias humanas son, respecto a los principios teológicos recibidos de la revelación, el fundamento irrenunciable de la teología espiritual.
l. UNA DISCIPLINA TEOLÓGICA 13
Se trata, por tanto, de una antropología sobrenatural. En consecuencia, todo progreso de las ciencias humanas planteará nuevos problemas y ofrecerá mayores bases de comprensión a la teología espiritual; ésta, por ejemplo, al estudiar el crecimiento del hombre y su cooperación libre con la gracia divina, deberá tener en cuenta los descubrimientos y las enseñanzas de la psicología de lo profundo; o bien, al profundizar en el sentido de la relación religiosa de los hombres con Dios, acudirá a los conocimientos de la historia de las religiones.
Si es legítimo hablar de teología espiritual como ciencia, hay que tener en cuenta sin embargo nuestras observaciones sobre la noción de ciencia, en cuanto que se aplica ·a cada tipo de teología: toda elaboración teológica se refiere a los principios sacados de la revelación recibida en la fe. Pero esta condición se verifica con más fuerza cuando se trata de la teología espiritual, que implica no sólo la fe, sino una fe vivida. Es verdad que muchos de los elementos de la teología espiritual pertenecen a la antropología y se encuentran en contextos diversos en las otras religiones; pero sería ilegítimo ignorar la particularidad de la espiritualidad cristiana: la expresión de san Pablo, por · ejemplo, «para mí vivir es Cristo», no puede ser captada por el que no viva la fe cristiana. Solamente la fe vivida permite una precomprensión de las experiencias profundas de que nos hablan los santos y los místicos.
Por todas estas razones, la teología espiritual puede llamarse, más que una ciencia, una disciplina teológica.
Con el término «disciplina» intentamos significar que el estudio de la teología espiritual es ante todo un estudio científico que exige rigor de método y abundancia de información objetiva. Sin embargo, el recurso a este término sirve parea atenuar la idea de ciencia, si por ella se entiende una construcción doctrinal, cuyas conclusiones
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se imponen universalmente. Hablar de «disciplina» implica finalmente que los estudios espirituales comprometen a toda la persona en su actividad moral y en su esfuerzo por corresponder plenamente a la acción divina, mediante el don de la gracia; realmente, el contenido de la espiritualidad sólo puede percibirse a través de una experiencia personal.
Esta disciplina es además «teológica», ya que su objeto principal sigue siendo Dios, como protagonista de la vida espiritual y de su crecimiento. Además, la vida espiritual presupone un contacto constante con la Palabra de Dios, que la ilumina y la alimenta. Por eso tenemos que conocerlo tal como se reveló a nosotros y como obró y sigue obrando, tanto interiormente como mediante la participación sacramental y litúrgica.
11. La transformación espiritual
Pero no basta con decir que la teología espiritual estudia científicamente la vida del cristiano; esta perspectiva resulta demasiado estática y parece olvidar su aspecto esencialmente dinámico. Lo mismo que en el orden natural la biología estudia la anatomía y la fisiología del organismo del ser viviente, así también en el orden sobrenatural la teología espiritual no sólo se detiene en la descripción de las estructuras sobrenaturales (la gracia, las virtudes teologales, los dones del Espíritu), sino también en la transformación del sujeto que desarrolla su propia vida sobrenatural.
1. La vocación a la santidad
En realidad. este desarrollo responde a una voluntad general de Dios, que llama a cada uno a alcanzar la pleni-
I. UNA DISCIPLINA TEOLÓGICA 15
tud de vida de la que es capaz. Para el cnsuano que, mediante los sacramentos, ha recibido una participación en la vida divina y ha tomado conciencia de la voluntad de Dios por medio de una fe viva, esta llamada se presenta como vocación a la santidad.
Dios quiere que participemos en su vida santa: antes de la fundación del mundo, él «nos ha escogido en Cristo, para que fuésemos santos e inmaculados en su presencia» (Ef 1,4). Esta vocación universal a la santidad ha sido resaltada con fuerza por el concilio Vaticano II: «La Iglesia, cuyo misterio expone este sagrado Concilio, es indefectiblemente santa, ya que Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y el Espíritu llamamos "el solo santo", amó a la Iglesia como su esposa, entregándose a sí mismo por ella para santificarla (cf. Ef 5,25-26), la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu Santo para la gloria de Dios. Por eso en la Iglesia todos, ya pertenezcan a la jerarquía, ya sean apacentados por ella, son llamados a la santidad, según aquello del Apóstol: "Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación" (1 Tes 4,3)» (LG 39).
El primer aspecto de la santidad es el aspecto moral: Dios ha creado al hombre para que viva rectamente, procurando obedecer a sus disposiciones, bien sea mediante, los mandamientos de la Ley explicitada en el Antiguo Testamento, bien a través de la enseñanza contenida en el Nuevo Testamento que nos presenta la vida ejemplar de Jesús y su doctrina moral.
Destaquemos inmediatamente la importancia de la santidad moral. Para los Padres, el hombre creado a imagen de Dios alcanza la semejanza con él precisamente a través del incremento continuo de las virtudes y en particular de las virtudes teologales. Y es precisamente a partir de este profundo convencimiento como podemos comprender la
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se imponen universalmente. Hablar de «disciplina» implica finalmente que los estudios espirituales comprometen a toda la persona en su actividad moral y en su esfuerzo por corresponder plenamente a la acción divina, mediante el don de la gracia; realmente, el contenido de la espiritualidad sólo puede percibirse a través de una experiencia personal.
Esta disciplina es además «teológica», ya que su objeto principal sigue siendo Dios, como protagonista de la vida espiritual y de su crecimiento. Además, la vida espiritual presupone un contacto constante con la Palabra de Dios, que la ilumina y la alimenta. Por eso tenemos que conocerlo tal como se reveló a nosotros y como obró y sigue obrando, tanto interiormente como mediante la participación sacramental y litúrgica.
11. La transformación espiritual
Pero no basta con decir que la teología espiritual estudia científicamente la vida del cristiano; esta perspectiva resulta demasiado estática y parece olvidar su aspecto esencialmente dinámico. Lo mismo que en el orden natural la biología estudia la anatomía y la fisiología del organismo del ser viviente, así también en el orden sobrenatural la teología espiritual no sólo se detiene en la descripción de las estructuras sobrenaturales (la gracia, las virtudes teologales, los dones del Espíritu), sino también en la transformación del sujeto que desarrolla su propia vida sobrenatural.
1. La vocación a la santidad
En realidad. este desarrollo responde a una voluntad general de Dios, que llama a cada uno a alcanzar la pleni-
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tud de vida de la que es capaz. Para el cnsuano que, mediante los sacramentos, ha recibido una participación en la vida divina y ha tomado conciencia de la voluntad de Dios por medio de una fe viva, esta llamada se presenta como vocación a la santidad.
Dios quiere que participemos en su vida santa: antes de la fundación del mundo, él «nos ha escogido en Cristo, para que fuésemos santos e inmaculados en su presencia» (Ef 1,4). Esta vocación universal a la santidad ha sido resaltada con fuerza por el concilio Vaticano II: «La Iglesia, cuyo misterio expone este sagrado Concilio, es indefectiblemente santa, ya que Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y el Espíritu llamamos "el solo santo", amó a la Iglesia como su esposa, entregándose a sí mismo por ella para santificarla (cf. Ef 5,25-26), la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu Santo para la gloria de Dios. Por eso en la Iglesia todos, ya pertenezcan a la jerarquía, ya sean apacentados por ella, son llamados a la santidad, según aquello del Apóstol: "Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación" (1 Tes 4,3)» (LG 39).
El primer aspecto de la santidad es el aspecto moral: Dios ha creado al hombre para que viva rectamente, procurando obedecer a sus disposiciones, bien sea mediante, los mandamientos de la Ley explicitada en el Antiguo Testamento, bien a través de la enseñanza contenida en el Nuevo Testamento que nos presenta la vida ejemplar de Jesús y su doctrina moral.
Destaquemos inmediatamente la importancia de la santidad moral. Para los Padres, el hombre creado a imagen de Dios alcanza la semejanza con él precisamente a través del incremento continuo de las virtudes y en particular de las virtudes teologales. Y es precisamente a partir de este profundo convencimiento como podemos comprender la
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vinculación intrínseca entre la teología espiritual y la teología moral, de la que hablaremos más adelante.
El problema más delicado se refiere a la unidad de las diversas perspectivas morales, la natural y la sobrenatural. Es verdad que no puede haber contradicción entre ellas, ya que el mismo Dios es principio del orden natural y del sobrenatural. Por eso, como dice san Pablo, «todos los mandamientos se pueden resumir en el mandamiento del amor» (cf. Rom 13,8-10).
a) La ética tomista - En una perspectiva semejante, elpensamiento de santo Tomás se presenta como el intento más completo· de integrar el orden de la creación con el de la salvación mediante la asunción de una ética racional (inspirada en la filosofía de Aristótele.c y de los estoicos), según la doctrina revelada de las virtudes teologales y de la actividad del Espíritu Santo. Mediante esta integración, la vida ética asume una dimensión humana plena, llegando a un equilibrio de gran valor, y es capaz de hacer frente a todas las nuevas perspectivas de la vida social, política, económica, a las que reconoce, por otra parte, una verdadera autonomía.
Vemos cómo la autonomía de las realidades humanas ha sido reconocida claramente por el Vaticano II (particularmente, en la GS) y tiene que ser siempre preservada. Este reconocimiento teológico y práctico de la Iglesia subraya su carácter de «experta en humanidad».
Sin embargo, aun reconociendo que la plenitud de la vida ética supone la primacía de las virtudes teologales, la perspectiva tomista no siempre resalta debidamente ciertos aspectos profundamente evangélicos como la pobreza, la humildad, la pureza de corazón, el abandono en manos de la Providencia. Por consiguiente, resulta útil apelar a otra perspectiva que podemos llamar espiritual, como la ética evangélica, que está más presente en la tradición teológica agustiniana.
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b) La ética evangélica- En ella, el momento de la autonomía no se considera por sí mismo, sino que está subordinado a un momento de comunión, al que se le reconoce un mayor valor. Aunque sigue siendo válido, el momento de la autonomía de la vida ética tiene que integrarse en una dinámica más amplia que dimana de la caridad sobrenatural, fuente de las virtudes evangélicas. Pues bien, esto presupone una fe viva y la contemplación de la vida de Cristo modelo. Así, por ejemplo, la humildad o la pobreza de espíritu difícilmente podrá vivirlas el que no cree en Dios Padre y Providencia universal (cf. Mt 5-7).
Semejante perspectiva lleva consigo el reconocimiento de que la vida ética cristiana va evolucionando a medida que progresa la vida de unión con Dios y la familiaridad con Cristo. La caridad universal no es auténtica si no va acompañada de una transformación de la conciencia mediante la vida de gracia. Habrá que tomar entonces en consideración las actitudes evangélicas globales: disponibilidad, arrepentimiento, conocimiento de sí mismo, simplicidad, confianza, las diversas bienaventuranzas... Si se -;igue la regla clásica, la de santo Tomás por ejemplo, habrá que completar el estudio de las virtudes con las cuestiones que tratan de los dones y frutos del Espíritu Santo y de las bienaventuranzas.
2. La participación en la vida divina
Si el aspecto más inmediato de la santidad es el moral, no puede olvidarse que existe también un aspecto ontológico: la santidad es participación en la vida del Dios trascendente, por Cristo, en el Espíritu Santo.
Pero observamos que esta participación reviste múltiples aspectos, de manera que, según las respectivas tradiciones, los teólogos espirituales ponen de relieve unas
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b) La ética evangélica- En ella, el momento de la autonomía no se considera por sí mismo, sino que está subordinado a un momento de comunión, al que se le reconoce un mayor valor. Aunque sigue siendo válido, el momento de la autonomía de la vida ética tiene que integrarse en una dinámica más amplia que dimana de la caridad sobrenatural, fuente de las virtudes evangélicas. Pues bien, esto presupone una fe viva y la contemplación de la vida de Cristo modelo. Así, por ejemplo, la humildad o la pobreza de espíritu difícilmente podrá vivirlas el que no cree en Dios Padre y Providencia universal (cf. Mt 5-7).
Semejante perspectiva lleva consigo el reconocimiento de que la vida ética cristiana va evolucionando a medida que progresa la vida de unión con Dios y la familiaridad con Cristo. La caridad universal no es auténtica si no va acompañada de una transformación de la conciencia mediante la vida de gracia. Habrá que tomar entonces en consideración las actitudes evangélicas globales: disponibilidad, arrepentimiento, conocimiento de sí mismo, simplicidad, confianza, las diversas bienaventuranzas... Si se -;igue la regla clásica, la de santo Tomás por ejemplo, habrá que completar el estudio de las virtudes con las cuestiones que tratan de los dones y frutos del Espíritu Santo y de las bienaventuranzas.
2. La participación en la vida divina
Si el aspecto más inmediato de la santidad es el moral, no puede olvidarse que existe también un aspecto ontológico: la santidad es participación en la vida del Dios trascendente, por Cristo, en el Espíritu Santo.
Pero observamos que esta participación reviste múltiples aspectos, de manera que, según las respectivas tradiciones, los teólogos espirituales ponen de relieve unas
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veces un aspecto y otras otro. En realidad, la preferencia que se da a un aspecto teológico determinado no impide considerar a los demás; todos ellos se completan mutuamente.
Es posible, por ejemplo, partir de la fuente misma de la vida sobrenatural, es decir, del misterio trinitario considerado en sí mismo 1
• Al estudiar luego las misiones del Hijo y del Espíritu, se encuentran los temas clásicos de la vida espiritual. Y no se aparta mucho de este planteamiento el que considera el fin último del hombre, o sea, su divinización 2• Apenas se estudia el camino concreto que lleva hasta el fin, vuelven a encontrarse los temas habituales de la vida ética y de la oración.
La espiritualidad oriental se relaciona más bien con la perspectiva que acabamos de describir, aunque insiste en el tema antropológico-teológico del hombre hecho a imagen de Dios y en camino hacia una semejanza más perfecta 3• Nos encontramos entonces con la espiritualidad de los Padres de la Iglesia y nos topamos con la exigencia tan sentida en nuestros días de enriquecer la noción de antropología, volviendo a las perspectivas bíblicas.
Otra posibilidad es la de dirigir la atención a la condición histórica del cristiano unido a Cristo como miembro de su Cuerpo místico. Ésta es la aproximación de Feckes, por ejemplo, que construye la teología espiritual sobre el esquema bautismal; o bien la de Jürgensmeier, que presenta toda la espiritualidad bajo el aspecto eclesial 4• Al
' Cf. A. BENIGAR, Compendium Theologiae spiritualis, Roma 1959. 2 F. JUBERIAS, La divinización del hombre, Coculsa, Madrid 1972.3 Cf. J. KIRCHMEYER, Grecque (Eglise), en DSAM, VI, col. 808-872; Ch.
A. BERNARD (en col.), L'antropologia dei maestri spirituali, Ed. Paoline,Cinisello Balsamo 1991.
4 K. FECKES, Die Lehre vom christlichen Vollkommenheitsstreben, Herder,Friburgo de Brisgovia 1949; F. JüRGENSMEIER, 11 Corpo místico di Cristo, Morcelliana, Brescia 1945; H. DE LUBAC, Meditación sobre la Iglesia, Ed. Encuentro, Madrid 31988.
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obrar así, suscitan una reacción contra una perspectiva demasiado individualista, cuya tentación se hace sentir todavía.
Para los que estudian esta materia no debe ser fuente de desconcierto el hecho de que sean numerosas las aproximaciones a la teología espiritual. Aun suponiendo que el mundo divino sea estable, hay que reconocer que el mun_;-. do humano está en continua evolución: desde el punto d� vista social, histórico y cultural, la evolución crea nuevas
. configuraciones, que ejercen una fuerte presión sobre la persona que intenta vivir concretamente sus relaciones con Dios; y, por otra parte, toda persona vive una situación particular que depende de la formación del ambiente, de las determinaciones individuales (edad, sexo, carácter) y de la auto-formación (vida moral y vida de oración). Esta diversidad engendra necesidades diferentes y consiguientemente un cierto modo de considerar el mundo divino y de privilegiar ciertos aspectos particulares.
Sin embargo, la aceptación de la diversidad no lleva a un indiferentismo y a un subjetivismo total. En efecto, el mundo divino se ha manifestado históricamente y según unas estructuras transmitidas por la Iglesia; y el mismo mundo humano, aun a través de sus infinitas diversidades, se articula según unas estructuras bastante estables, como el crecimiento personal, las condiciones psicológicas generales y las formas relacionales con el ambiente educativo, particularmente la familia, la escuela y la Iglesia.
La permanencia de los condicionamientos naturales y sobrenaturales explica .cómo, a través de las múltiples perspectivas de la teología espiritual, el contenido de los diversos manuales es en gran parte el mismo. Todos quieren describir el proyecto espiritual cristiano e indicar los cammos concretos que llevan a la plenitud de la vida divina.
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111. Nuestra perspectiva
Una vez reconocida la legitimidad de seguir perspectivas diversas en el planteamiento de un tratado de teología espiritual, intentamos en esta introducción hacer que se comprenda sobre todo el porqué de esta diversidad. Ya se ha insinuado la respuesta: en vez de partir de un aspecto particular del dato revelado que pone de relieve la reflexión teológica o bien la consideración de la condición humana, partimos de la relación misma que existe entre el hombre y Dios, tal como se ha vivido concretamente en la Iglesia, es decir -como explicaremos más adelante-, la experiencia espiritual cristiana.
En un primer tiempo esto significa que, en conformidad con toda la tradición católica, pensamos que la teología espiritual tiene que apoyarse continuamente en la revelación y en la comunicación de la vida divina, tal como se verifica en la comunidad cristiana. Al obrar así, acentuamos necesariamente la índole específica de la espiritualidad cristiana, rechazando por tanto la posibilidad de considerarla como una más entre las muchas espiritualidades que alimentan la vida de la humanidad, como si la única diferencia entre ellas fuese la diversidad de las concepciones religiosas que está en la base de la vida espiritual. Por el mismo motivo destacamos de forma decisiva la vida espiritual que han realizado en particular los santos propuestos por la Iglesia a nuestra imitación y veneración.
Podría reprocharse a este planteamiento su rigidez y denunciar en ella un cierto desprecio por la vida espiritual que se propone en las otras religiones.
Pero no se trata de desprecio. Con el concilio Vaticano 11 reconocemos que en las otras religiones hay muchas propuestas y ejemplos válidos de vida ética, religiosa y espiritual. Pero pensamos, basándonos incluso en la expe-
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riencia, que la vida espiritual en la Iglesia es más completa, más rica y más pura: lo atestiguan muchos santos del pasado y de hoy.
Tampoco puede hablarse de rigidez. Como acabamos de señalar, la variedad de las vidas espirituales cristianas parece ilimitada. Además, la Iglesia sigue estando abierta a toda forma espiritual que esté de acuerdo con la revelación evangélica. Por tanto, no se puede excluir que el contacto con otras tradiciones espirituales lleve a un enriquecimiento y a una renovación, con tal que se distingan bien las formas espirituales (de oración, de ascesis, de contemplación, etc.), que siempre es posible plasmar, y el contenido teológico que por el contrario no siempre está en consonancia con el de la fe cristiana (la persona está hecha a imagen y semejanza de Dios y está llamada a una vida eterna en relación con su obrar moral).
Así pues, la teología espiritual no puede reducirse a una simple antropología, inspirada en una doctrina basada en el mensaje revelado. Aunque tiene en cuenta al sujeto humano en todas sus dimensiones, depende de la doctrina común de la Iglesia y de la comunicación concreta de la vida divina mediante la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.
Además de estos principios teológicos que le sirven de base, la teología espiritual debe tener en cuenta, como es debido, el desarrollo concreto de la vida cristiana. Esto significa que la consideración de la experiencia cristiana -es decir, la realización personal de la vida de fe propuesta a cada uno de los cristianos- constituye otro principio para la elaboración de la teología espiritual, principio que no puede reducirse a una simple deducción de las proposiciones de la teología dogmática, sino que exige una atenta observación de la vida de los cristianos según las diversas situaciones personales, sociales y culturales en que se mueven.
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Esta dimensión experiencia! hace que la teología espiritual contribuya al enriquecimiento del pensamiento teológico. Dicha teología entra como elemento constitutivo en la tradición de la Iglesia. Podemos considerarla, por tanto, como una fuente doctrinal, es decir, como un locus theologicus que contiene elementos específicos para una inteligencia más profunda de la vida cristiana.
11 . El objeto propio de la teología espiritual
Al describir la teología espiritual como disciplina científica, nos hemos tropezado continuamente con la expresión «vida concreta»; en efecto, está claro que la vida espiritual no puede consistir principalmente en la especulación, sino que debe implicar una actitud práctica e ir acompañada de una toma de conciencia de la situación personal ante Dios. En otras palabras, la vida espiritual se convierte en experiencia espiritual.
Esta noción no es de hoy; se utilizó ya en la primera Edad Media cuando san Bernardo y Guillermo de SaintThierry intentaron precisar su manera de buscar a Dios y de conocerlo.
En efecto, para ellos no se trataba de elaborar una doctrina especulativa sobre Dios, sino de realizar, mediante la oración y la contemplación, una cierta experiencia de su presencia, sobre todo interior.
Bástenos citar aquí a Guillermo de Saint-Thierry en su Comentario al Cantar de los cantares:
«Cuando sobreabunda la gracia hasta alcanzar una experiencia cierta y real de Dios, de forma imprevista y de una forma nueva se hace sensible al sentido del amor iluminando aquello que ningún sentido corporal puede espe-
11 . El objeto propio de la teología espiritual
Al describir la teología espiritual como disciplina científica, nos hemos tropezado continuamente con la expresión «vida concreta»; en efecto, está claro que la vida espiritual no puede consistir principalmente en la especulación, sino que debe implicar una actitud práctica e ir acompañada de una toma de conciencia de la situación personal ante Dios. En otras palabras, la vida espiritual se convierte en experiencia espiritual.
Esta noción no es de hoy; se utilizó ya en la primera Edad Media cuando san Bernardo y Guillermo de SaintThierry intentaron precisar su manera de buscar a Dios y de conocerlo.
En efecto, para ellos no se trataba de elaborar una doctrina especulativa sobre Dios, sino de realizar, mediante la oración y la contemplación, una cierta experiencia de su presencia, sobre todo interior.
Bástenos citar aquí a Guillermo de Saint-Thierry en su Comentario al Cantar de los cantares:
«Cuando sobreabunda la gracia hasta alcanzar una experiencia cierta y real de Dios, de forma imprevista y de una forma nueva se hace sensible al sentido del amor iluminando aquello que ningún sentido corporal puede espe-
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rar, que ninguna razón puede pensar y de lo que no es capaz ninguna inteligencia, más que la del amor iluminado» 1•
Esta misma noción aparece en santa Teresa de Ávila. También para ella, el conocimiento de Dios por experiencia se distingue del adquirido mediante el estudio doctrinal:
«Lo que tenemos por fe, allí lo entiende el alma -podemos decir- por vista, aunque no es vista con los ojosdel cuerpo ni del ánima, porque no es visión imaginaria.Aquí se le comunican todas tres Personas y la hablan ... » 2•
En realidad se puede decir que hoy se observa una gran convergencia entre los teólogos espirituales en el relieve que dan a la experiencia espiritual.
Se debe a un teólogo francés, Jean Mouroux 3, la distinción entre el término experimental, que se refiere a la experiencia científica inducida, y el neologismo experiencia! (en francés, expérientiel), que indica la experiencia personal vivida, no reiterable, y que se deriva de manera consciente de la vida espiritual. En este sentido se habla de experiencia de oración, de ejercicios espirituales o de apostolado.
Esta reflexión sobre la experiencia, contrapuesta a la doctrina y a la reflexión abstracta, se aplica también a la sagrada Escritura: en vez de estudiar la doctrina de un autor, se pueden poner de relieve las actitudes religiosas y espirituales vividas o enseñadas por él. Con todo derecho podemos hablar en este sentido de la experiencia de san Pablo 4.
1 GUILLERMO DE SAINT-THIERRY, In cant., n. 79. 2 TERESA DE ÁVILA, El castillo interior VII, 1, 7.3 J. MOUROUX, L'experience chrétienne, Aubier, París 1954.� Por ejemplo G. HELEWA, L'esperienza di Dio nell'Antico Testamento, en
E. ANCILLI, La mística, Citta Nuova, Roma 1984, I, 117-180; J. CORBON, Vida cristiana en la Biblia, DDB, Bilbao 1969.
II. EL OBJETO PROPIO DE LA TEOLOGfA ESPIRITUAL 25
l. La noción de experiencia
En su sentido más amplio� la palabra experiencia se refiere tanto a un contacto objetivo con la realidad, como al sujeto que, a través de este contacto, establece una relación de conocimiento; este conocimiento puede llevar a la formación de la persona o a la elaboración de una ciencia; por tanto, hablaremos de un hombre de experiencia o de ciencia experimental. Quede bien claro el nudo del problema: toda experiencia implica simultdneamente una cierta receptividad o pasividad� debida a la presencia de una realidad concreta, y una reacción de la conciencia que interpreta la impresión dejada por la realidad, la acepta o la rechaza, la sufre o la provoca y, si es necesario, la organiza.
Aunque es imposible aislar el elemento puramente pasivo del elemento interpretativo y organizativo, se habla de experiencia sólo donde se verifica una cierta receptividad, un dato irreductible a la construcción de la mente.
En el orden de las ciencias experimentales, la organización del saber se refiere necesariamente a principios más generales: así, la física aparece estrechamente ligada a la matemática. Por lo que atañe a la teología espiritual, ya hemos observado que se refiere a la revelación y determinaremos más adelante sus relaciones con las otras disciplinas teológicas. Pero sigue siendo esencial el hecho de que busca una cierta inteligencia de la vida cristiana vivida en concreto.
En esta perspectiva, la experiencia cristiana remite a una noción más amplia, la de experiencia religiosa: toda religión intenta establecer una relación viva con una realidad trascendente; la diversidad de religiones se basa en la diversidad de las representaciones de esa realidad.
II. EL OBJETO PROPIO DE LA TEOLOGfA ESPIRITUAL 25
l. La noción de experiencia
En su sentido más amplio� la palabra experiencia se refiere tanto a un contacto objetivo con la realidad, como al sujeto que, a través de este contacto, establece una relación de conocimiento; este conocimiento puede llevar a la formación de la persona o a la elaboración de una ciencia; por tanto, hablaremos de un hombre de experiencia o de ciencia experimental. Quede bien claro el nudo del problema: toda experiencia implica simultdneamente una cierta receptividad o pasividad� debida a la presencia de una realidad concreta, y una reacción de la conciencia que interpreta la impresión dejada por la realidad, la acepta o la rechaza, la sufre o la provoca y, si es necesario, la organiza.
Aunque es imposible aislar el elemento puramente pasivo del elemento interpretativo y organizativo, se habla de experiencia sólo donde se verifica una cierta receptividad, un dato irreductible a la construcción de la mente.
En el orden de las ciencias experimentales, la organización del saber se refiere necesariamente a principios más generales: así, la física aparece estrechamente ligada a la matemática. Por lo que atañe a la teología espiritual, ya hemos observado que se refiere a la revelación y determinaremos más adelante sus relaciones con las otras disciplinas teológicas. Pero sigue siendo esencial el hecho de que busca una cierta inteligencia de la vida cristiana vivida en concreto.
En esta perspectiva, la experiencia cristiana remite a una noción más amplia, la de experiencia religiosa: toda religión intenta establecer una relación viva con una realidad trascendente; la diversidad de religiones se basa en la diversidad de las representaciones de esa realidad.
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Después de presentar el problema de la experiencia religiosa en general, pasaremos a una breve descripción de las estructuras que caracterizan a la fe cristiana y, consiguientemente, a la experiencia que de allí se deriva.
Así pues, habrá que describir al sujeto que hace la experiencia, o sea, la conciencia espiritual cristiana que condiciona la percepción y la elaboración de lo vivido. Además, aludiremos a la experiencia mística, que se presenta como experiencia de una pasividad particular y representa para muchos la verificación por excelencia de la noción de experiencia.
11. La experiencia religiosa
El problema específico que plantea la noción de experiencia religiosa se refiere a la posibilidad de tener un contacto con la realidad trascendente.
1. Valoración histórica
Respecto a la noción de experiencia religiosa, los estudiosos de la religión han planteado el problema de su valor.
Algunos, como W James, han reducido la experiencia religiosa a la percepción afectiva, absteniéndose de todo juicio sobre el objetivo correspondiente del movimiento afectivo. La experiencia religiosa valía únicamente en el orden de la auto-construcción de la persona. Prosiguiendo en esta dirección, el psicoanálisis no sólo ha hecho caer sus propias sospechas sobre el contenido objetivo que acompaña al movimiento afectivo, sino que incluso ha negado la consist.;;:ncia propia del elemento afectivo. Éste no sería una instancia auténtica y válida, sino un producto derivado, al estar enteramente arraigado en unos condiciona-
II. EL OBJETO PROPIO DE LA TEOLOGfA ESPIRITUAL 27
mientos individuales; además, ya que el sentimiento religioso sería tan sólo la sublimación de pulsiones de trasfondo sexual, su intencionalidad no encontraría delante de sí más que el vacío.
Reaccionando contra esta doble reducción psicológica y sometiendo a una encuesta fenomenológica las nociones religiosas esenciales (oración, sacrificio, mística, adoración), Max Scheler y otros fenomenólogos han suscitado de nuevo el problema de su contenido objetivo. Para estos autores, no es legítimo reducir a una ilusión lo que viven tantas personas diversas, y en especial no tener en cuenta el testimonio de grandes figuras religiosas, provistas de sentido crítico y de gran equilibrio psicológico (pensemos en san Ignacio de Loyola y en santa Teresa de Ávila). Siguiendo las descripciones que nos han transmitido, hay que reconocer que la intencionalidad de la experiencia religiosa, y en particular de la experiencia mística, que representa su punto más elevado, se presenta como testigo de un doble movimiento de trascendencia: trascendencia de la conciencia respecto a su propia actividad intramundana de conocimiento y de transformación, y trascendencia de un mundo divino que se ofrece como absoluto respecto al sujeto finito. Y esta experiencia se encuentra de acuerdo con la reflexión metafísica que pone por encima de la mente no sólo la idea del ser, .,ino -::il Ser absoluto.
2. El problema crítico
La aceptación de la noción de trascendencia y, portanto, de valor objetivo de la experiencia religiosa, no elimina el problema de sus posibles límites: ¿puede haber un contacto con el absoluto?, ¿no estará condicionado siempre este contacto por la situación del sujeto que realiza la experiencia?
II. EL OBJETO PROPIO DE LA TEOLOGfA ESPIRITUAL 27
mientos individuales; además, ya que el sentimiento religioso sería tan sólo la sublimación de pulsiones de trasfondo sexual, su intencionalidad no encontraría delante de sí más que el vacío.
Reaccionando contra esta doble reducción psicológica y sometiendo a una encuesta fenomenológica las nociones religiosas esenciales (oración, sacrificio, mística, adoración), Max Scheler y otros fenomenólogos han suscitado de nuevo el problema de su contenido objetivo. Para estos autores, no es legítimo reducir a una ilusión lo que viven tantas personas diversas, y en especial no tener en cuenta el testimonio de grandes figuras religiosas, provistas de sentido crítico y de gran equilibrio psicológico (pensemos en san Ignacio de Loyola y en santa Teresa de Ávila). Siguiendo las descripciones que nos han transmitido, hay que reconocer que la intencionalidad de la experiencia religiosa, y en particular de la experiencia mística, que representa su punto más elevado, se presenta como testigo de un doble movimiento de trascendencia: trascendencia de la conciencia respecto a su propia actividad intramundana de conocimiento y de transformación, y trascendencia de un mundo divino que se ofrece como absoluto respecto al sujeto finito. Y esta experiencia se encuentra de acuerdo con la reflexión metafísica que pone por encima de la mente no sólo la idea del ser, .,ino -::il Ser absoluto.
2. El problema crítico
La aceptación de la noción de trascendencia y, portanto, de valor objetivo de la experiencia religiosa, no elimina el problema de sus posibles límites: ¿puede haber un contacto con el absoluto?, ¿no estará condicionado siempre este contacto por la situación del sujeto que realiza la experiencia?
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Este interrogante es más legítimo todavía por el hecho de que, incluso en su actividad cognoscitiva del mundo, la conciencia interviene activamente. Kant ha demostrado que, apenas se sale del conocimiento inmediato para pasar al conocimiento científico, entra en juego la organización categorial. Y en el propio campo de la experiencia religiosa, los fenomenólogos han puesto de manifiesto la presencia de muchas estructuras a priori que la condicionan. En efecto, está claro que el que realiza la experiencia religiosa posee una estructura mental, que depende en gran parte de su cultura, pero también de muchos factores más personales. Además, cuando se trata de tomar conciencia de ella, de describirla y de transmitirla, vuelven a aparecer los mismos condicionamientos culturales, lingüísticos y personales. ¿ Y entonces? ¿Cuál es el término que alcanza realmente la experiencia religiosa? ¿El absoluto en su ser objetivo?
Muchos están convencidos de ello. La experiencia religiosa difiere sin duda de la de los valores morales o estéticos. Éstos, aunque implican el sentido de la trascendencia del valor respecto a la conciencia individual, no alcanza al ser como tal, sino sólo a sus manifestaciones concretas, percibidas corno buenas y corno bellas. La experiencia religiosa, por el contrario, no percibe solamente un valor (lo sagrado o lo absoluto), sino que se presenta como un contacto con el ser divino.
Así pues, hay que distinguir bien: por una parte, el contenido y las representaciones de la experiencia religiosa, y por otra el sentido de la presencia del Ser.
Y es esta distinción la que nos consiente comprender mejor la originalidad de la experiencia religiosa.
En cuanto que es experiencia vital, se puede decir que está emparentada con la experiencia de la percepción común: lo mismo que la existencia del mundo, lejos de
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poder reducirse a una producción de la conciencia, se impone por sí misma mediante la percepción en su pura presencia, de manera semejante al hombre religioso se le impone la existencia de un mundo espiritual, percibido como existente, dotado de una realidad ontológica y no yauna proyección de sus deseos: el hecho de que la conciencia perceptiva esté también condicionada por estructuras preexistentes, no implica que haya que reducir la percepción del mundo al contenido cognoscitivo que aparece ante la mente. Ese mundo existe: esta afirmación realista es el soporte de todo conocimiento elaborado.
3. La percepción espiritual
Desarrollemos ahora la comparación que acabamos de insinuar entre la percepción común y la percepción propia de la experiencia espiritual. De esta manera estaremos en disposición de sacar a luz algu.oos de sus aspectos fundamentales.
Según la escuela fenomenológica, la percepción no es un mero espejo de la realidad, sino la relación global de la conciencia con el mundo. El hombre alcanza al mundo a través de su propio cuerpo, que define el espacio vivido: así, el niño que parte al descubrimiento del mundo no es el adolescente que lo interroga a partir de sus problemas, ni el adulto que lo considera selectivamente en función de las estructuras personales que ya han cristalizado. Más sl'.'cretamente todavía, la percepción de las cosas, y más aún la de las personas, está orientada por los intereses profundos y hasta inconscientes de la persona. La expresión orientación selectiva se aplica muy bien a la modalidad de la aprensión de la conciencia en relación con el mundo. La persona está siempre guiada por el deseo de realizar la con-
II. EL OBJETO PROPIO DE LA TEOLOGfA ESPIRITUAL 29
poder reducirse a una producción de la conciencia, se impone por sí misma mediante la percepción en su pura presencia, de manera semejante al hombre religioso se le impone la existencia de un mundo espiritual, percibido como existente, dotado de una realidad ontológica y no yauna proyección de sus deseos: el hecho de que la conciencia perceptiva esté también condicionada por estructuras preexistentes, no implica que haya que reducir la percepción del mundo al contenido cognoscitivo que aparece ante la mente. Ese mundo existe: esta afirmación realista es el soporte de todo conocimiento elaborado.
3. La percepción espiritual
Desarrollemos ahora la comparación que acabamos de insinuar entre la percepción común y la percepción propia de la experiencia espiritual. De esta manera estaremos en disposición de sacar a luz algu.oos de sus aspectos fundamentales.
Según la escuela fenomenológica, la percepción no es un mero espejo de la realidad, sino la relación global de la conciencia con el mundo. El hombre alcanza al mundo a través de su propio cuerpo, que define el espacio vivido: así, el niño que parte al descubrimiento del mundo no es el adolescente que lo interroga a partir de sus problemas, ni el adulto que lo considera selectivamente en función de las estructuras personales que ya han cristalizado. Más sl'.'cretamente todavía, la percepción de las cosas, y más aún la de las personas, está orientada por los intereses profundos y hasta inconscientes de la persona. La expresión orientación selectiva se aplica muy bien a la modalidad de la aprensión de la conciencia en relación con el mundo. La persona está siempre guiada por el deseo de realizar la con-
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junción y la identificación de su propia percepción del mundo y de su propio sentido de la vida.
Verifiquemos ahora las analogías entre la experiencia religiosa y la que acabamos de describir de la percepción del mundo.
Ante todo está sometida a los condicionamientos del sujeto y en particular al del lenguaje, dado que la experiencia religiosa se desarrolla en un terreno cultural que posee sus propias estructuras. Y aunque no siempre se da una continuidad entre la mentalidad del ambiente y la aparición de la experiencia-por ejemplo, en el caso de una conversión repentina-, esto no significa que la cultura no ejerza ya ninguna influencia en la experiencia como tal.
Además, hay que tener en cuenta la influencia de los factores que se derivan de la comprensión que adquiere la persona de su propia experiencia interior, la cual nace de un acontecimiento determinado que se va desarrollando luego en el tiempo. Del acontecimiento espiritual en cuanto tal hay realmente muy poco que decir, ya que constituye un choque irrepetible y substancialmente incomunicable. Pero en torno al mismo se va elaborando una propia y verdadera experiencia, en la que toman forma diversas representaciones, reflexiones y juicios, mediante los cuales el acontecimiento espiritual se convierte en inspirador de la acción y del comportamiento. Bajo el impulso de este desarrollo, el suceso espiritual se transforma en experiencia en el sentido común de la palabra.
Otro factor que influye en la experiencia interior es el estado afectivo del sujeto. De la misma manera que nuestra percepción del mundo exterior está regida por nuestros intereses profundos, así también la experiencia religiosa se resiente de los intereses de las diferentes épocas y de las preocupaciones sucesivas de una persona determinada. Como han señalado W James y Freud, es precisamente la
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influencia de los factores afectivos sobre la experiencia religiosa lo que plantea de forma aguda el problema de su valor objetivo.
111. La experiencia cristiana
1. El fundamento propio
Aun colocándose en el ámbito de la experiencia religiosa en general, la experiencia cristiana está basada en dos elementos decisivos que le permiten superar por un nuevo título la dimensión puramente subjetiva: la fe y la comunicación de la vida divina.
En efecto, la fe es un don de Dios: «Ninguno viene a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado» (Jn 6,44); «Nadie puede venir a mí más que por un don del Padre» (Jn 6,65). Gracias a esta fe, el cristiano se adhiere a la revelación divina y se inserta en el misterio de la salvación. Esta fe es una luz que está por encima de la razón y que permite darle a nuestra vida un sentido y una consistencia en la adhesión al designio de salvación realizado en Cristo.
En realidad, hay que considerar la luz de la fe como una participación de la luz divina que nos eleva por encima no sólo de nuestros razonamientos, sino también de nuestros sentimientos. No se trata propiamente de una luz que pueda reducirse al nivel psicológico, ya que el mismo Dios que ha concedido la fe produce también su crecimiento y su mantenimiento en nosotros.
Al estar luego articulada con la esperanza y la caridad, la fe crea en nosotros un nuevo nivel de conciencia que penetra hasta la esfera divina. Recordemos a este propósito la doctrina clásica de santo Tomás: «La fe y la esperanza alcanzan a Dios en cuanto que nos viene de él tanto el
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conocimiento de la verdad como la consecución del bien; pero la caridad alcanza a Dios mismo de tal manera que descansamos en él» 5• Al ejercitar estas virtudes teologales, la experiencia cristiana supera por tanto el simple nivel de la experiencia religiosa basada en la condición de la conciencia creada a imagen de Dios.
Hay que tener en cuenta el hecho de que esta superación no se verifica solamente en el orden de la operación espiritual, sino más profundamente todavía en el del ser espiritual. Como afirma el concilio de Trento, la gracia, al darnos un principio de vida, nos transforma interiormente. «La justificación misma no es sólo remisión de los pecados, sino también santificación y renovación del hombre interior, por la voluntaria recepción de la gracia y los dones, de donde el hombre se convierte de justo en injusto y de enemigo en amigo de Dios ... Dotados por su gracia, somos renovados en el espíritu de nuestra mente y no sólo somos reputados, sino que verdaderamente nos llamamos y somos justos, al recibir en nosotros cada uno su propia justici;-,, según la medida en que el Espíritu Santo la reparte a cada uno como quiere y según la propia disposición y cooperación de cada uno» (DS 1528-1529).
La transformación interior realizada por la gracia va acompañada de la presencia misma de las Personas divinas en nuestra alma. Bastará recordar aquí algunas citas de la sagrada Escritura para comprender hasta qué punto es importante este tema para la vida espiritual del cristiano:
«"El que acepta mis preceptos y los pone en práctica, ése me ama de verdad; y el que me arna será amado por mi Padre. También yo lo amaré y me manifestaré a él". Judas, no el Iscariote sino el otro, le preguntó: "Señor, ¿cuál es la
5 ToMAs DE AQUINO, Summa theologi.::a 11-11, q. 23, a. 5.