CIENCIAS RELIGIOSAS N 12 El Cardenal Raúl Silva Henríquez...

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CIENCIAS RELIGIOSAS N 12

El Cardenal Raúl Silva Henríquez y el golpe militar: Memoria e historiografía

Mario I. Aguilar1

Resumen

A treinta años del golpe militar se explora la figura del Cardenal Silva Henríquez, para hacer la producción de la historia, en este sentido el Cardenal jugó un papel central en estos eventos.

El autor analiza la relación del cristianismo y la Unidad Popular para luego presentar una mirada a distintos momentos de la acción del Cardenal; durante la mañana del 11, con la junta militar, en el Te Deum, con los perseguidos. Todas estas acciones centradas en la caridad cristiana para con todos, se trató de una respuesta humanista que no discrimina a nadie.

Palabras clave: Evangelio - Socialismo - Cordura - Patriotismo – Violencia

Abstract

Thirty years after the military coup, the figure of the Cardinal Silva Henríquez is explored. To participate in the production of diese events of Chilean history, the Cardinal played a central role. The author analyzes the relationship of Christianity and the Unidad Popular to then present a look at different moments of the Cardinal's actions, such as during the morning of the 1 Ph, with the military Junta, while in the Te Deum, and with the persecuted. All diese actions centered in the Christian charity toward all; he was a sort of a humanist answer that did not discriminate anyone.

Key words: Gospel - Socialism - Good Judgment - Patriotism – Violence

Treinta años han transcurrido desde el golpe militar del 11 de septiembre de 1973. Mu-

chos de los actores principales de esa historia han escrito sus memorias y testimonios y una enorme cantidad de libros, películas y análisis de tipo histórico han sido publicados

1 Mario I. Aguilar es decano de la facultad de teología en la Universidad de St. Andrews, Escocia. Dirección postal: St. Mary's College, University of St. Andrews, St. Andrews, Fife, Scotland KY16 9JU, UK. E-mail: mia2Pst-

and.ac.uk

Véase entre muchos otros, Ascanio Cavallo, Manuel Solazar y Oscar Sepúlveda, La historia oculta del régimen

militar (Santiago: Grijalbo, 1989), Ignacio González Camus, El día que murió Allende (Santiago: CESOC, 1988), Mónica González, Chile: La conjura, los mil y un días del golpe (Santiago: Ediciones 8 Grupo Z, 2000), General Mario López Tobar, El 11 en la mira de un Hawker Hunter: Las operaciones y blancos aéreos de septiembre de

1973 (Santiago: Editorial Sudamericana, 1999), Rubí Maldonado, Laura Moya, Margarita Romero y Ana Vega, Porque fuimos médicos del pueblo (Santiago: LOM, 1999), Raimundo Paredes Ahlgren, Cuántas veces se puede matar a un hombre (Santiago: Ediciones B Grupo Z, 2002), Augusto Pinochet Ugarte, El día decisivo: 11 de septiembre de 1973 (Santiago: Andrés Bello, 1979), Patricio Quiroga Z., Compañeros, El GAP: la escolta de Allende (Santiago: Aguilar, 2001), Paz Rojas, Viviana Uribe, María Eugenia Rojas, Iris Largo, Isabel Ropert y Víctor Espinoza, Páginas en blanco: El 11 de septiembre en La Moneda (Santiago: Ediciones 8 Grupo Z, 2001), Patricia Verdugo, Interferencia secreta: 11 de septiembre de 1973 (Santiago: Editorial Sudamericana, 1998).

2 David William Cohen, The Combing of History (Chicago y Londres: University of Chicago Press, 1994).

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en Chile y en el extranjero.2 Mientras que esa

"producción de la historia"3 nos ha ayudado a

entender las causas, planificación y desarro-

llo del golpe militar, uno de los actores prin-

cipales de ese período de la historia de Chile,

el Cardenal, ha sido relegado a un papel más

secundario, relacionado fundamentalmente

con la reacción solidaria de la Iglesia chilena

hacia los perseguidos, exiliados, torturados,

asesinados, desaparecidos y sus familiares. Sin

embargo, es claro que una figura como la del

Cardenal Silva Henríquez debe ser continua-

mente explorada desde las fuentes primarias

y secundarias que nos ayudan a reconstituir

la historia y a crear una historiografía de la

memoria eclesial que se convierte en patri-

monio central de la historiografía de Chile

en el siglo XX.4

En mis escritos me he dedicado a explorar

las fuentes y los testimonios que se refieren

al Cardenal; consciente de que los historia-dores no han tenido acceso a muchos archi-

vos, correspondencia y documentos relacio-

nados con esa memoria que o no están clasi-

3 Entre las fuentes primarias se incluyen sus memo-rias y la colección editada por Ascanio Cavallo, Los Te Deum del Cardenal Silva Henríquez en el régimen militar (Santiago: Ediciones Copyright, 1988). Las fuentes secundarias incluyen los siguientes traba-jos: Simón Kuzmanich SDB, Presencia Salesiana 100 años en Chile: La consolidación 1921-1987 (Santia-go: Editorial Don Bosco, 1998); Reinaldo Sapag Chain, Mi amigo el Cardenal (Santiago: Ediciones Copygraph, 1996), Raúl amigo (Santiago: Ediciones Copygraph, 1997), y Ricardo Israel Zipper, ed. Recordando alCardenal (Santiago: Pehuén, 1999). Fuentes prima-rias sobre la Iglesia de Chile de ese período se en-cuentran en Secretariado General de la Conferen-cia Episcopal de Chile, Documentos del Episcopado Chile 1974-1980 (Santiago: Ediciones Mundo, 1982); fuentes secundarias sobre la historia de la Iglesia en Chile de ese período incluyen, Hugo Cansino Tron-coso, Chile: Iglesia y dictadura 1973-1989 - Un estu-dio sobre el rol político de la Iglesia Católica y el conflicto con el régimen militar (Odense: Odense University Press, 1997)y Brion H. Smith, The Church and Politics in Chile: Challenges to modern Catholi-cism (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1982).

ficados o que serán parte del patrimonio na-

cional a través de los Archivos Nacionales en

el futuro.5 Y en el presente trabajo me dedico

a crear una historiografía de la memoria que

emana de las propias memorias del Cardenal

Silva Henríquez a través de una interpreta-

ción social y comparada de los hechos.6 Mien-

tras que esta investigación de la memoria

cardenalicia requerirá de trabajos más exten-

sos a medida que las fuentes de la memoria

puedan ser consultadas, me remito en este

trabajo al período del golpe militar y a los

desafíos que Silva Henríquez debió afrontar

como arzobispo de Santiago y como Presidente

de la Conferencia Episcopal de Chile. Mis

conclusiones indican que Silva Henríquez jugó un papel central en estos eventos debido a su

espíritu de oración, discernimiento personal,

y solidaridad con los perseguidos y los que en

ese momento pueden considerarse "los pobres"

y "los desamparados". En cierto sentido ha-

bría sido más fácil no intervenir y disasociar

prácticas éticas y religiosas de la realidad poli-

4 Véase Mario I. Aguilar, "The disappeared: Ritual and memory in Chile", The Month: Review of Christian Thought and World Affairs 32 (1999), 472-475; "El muro de los nombres de Villa Grimaldi (Chile): Exploraciones sobre la memoria, el silencio y la voz de la historia", European Review of Latin American and Caribbean Studies 69 (2000), 81-88; "Evangelio y Paz: A dialogue between Church and State in 1970s Chile", The Month: Review of Christian Thought and World Affairs 34 (2001), 103-107; "The Vicaría de la Solidaridad and the Pinochet regime (1976-1980): Religion and politics in 20th Century Chile", Iberoamericana: Nordic Journal of Latin American and Caribbean Studies XXXI (2001), 101-115; "The Pinochet regime and the Catholic Church in Chile 1973- 1990" en Mario I. Aguilar, Current Issues on Theology and Religion in Latin America and Africa (Lewinston, Queenston, and Lampeter: Edwin Mellen Press, 2002); "La historiografía de los derechos humanos en Chile: Memorias y testimonios historiográficos del régimen militar" y "Los derechos humanos en las memorias del Cardenal Raúl Silva Henríquez: Primer período del régimen militar 1973-1980" [ponencias presentadas al 51 Congreso de Americanis-tas, Santiago, 14-18 de julio 2003, pronto a publicarsej. 5 Memorias Cardenal Silva Henríquez, 3 volúmenes, editados por Ascanio Cavallo (Santiago: Ediciones Copygraph, 1991). 6 Ibid

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tica de esos días, pero ése no fue el camino elegido por el Cardenal para la Iglesia chilena de esos años.

Cristianismo y Unidad Popular

El papel de los cristianos dentro de la realidad política del período de gobierno de la Unidad Popular (1970-1973) había sido ambiguo y contradictorio. Mientras grupos radicales de izquierda como los Cristianos por el Socialis-mo llevaban el apoyo de sacerdotes a los pro-

gramas de reforma de la izquierda,7 sectores

7 El sacerdote Gonzalo Arroyo fue uno de sus líderes, autor de Golpe de estado en Chile (Salamanca: Edi-ciones Sígueme, 1974); véase Mario!. Aguilar, "Cris-tianos por el socialismo", en Roy P Domenico y Mark Hanley, eds. Encyclopedia of Modern Christian Poli-tics (USA: Greenwood Press, 2004).

de la Democracia Cristiana apoyaban una di-sidencia política hacia cualquier reforma por miedo al caos que se estaba desencadenando, producto del embargo ecónomico de los Esta-dos Unidos y las políticas intervencionistas de la administración norteamericana, orquestadas

por Henry Kissinger y por la CIA 8

8 Véase contenido de los documentos desaclificados de la administración norteamericana en Mario I. Aguilar, "Charles Horman et alia v. Henry Kissinger: US Intervention in 1970s Chile and the Case for Pro-secutions", en Adam iones, ed. Genocide, War Cri-mes and the West: History and Complicity (Londres: Zed y US: Palgrave Macmillan, 2003) y el análisis de la influencia de Henry Kissinger en la política inter-vencionista de Estados Unidos en C. Hitchens, The Trial of Henry Kissinger (Londres y Nueva Yok: Verso, 2001) y D.R. Mares y F Rojas Aravena, The United States and Chile: Coming in from the cold (Londres y Nueva York: Routledge, 2001).

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Dentro de este panorama contradictorio el Cardenal era visto como un amigo del régimen del presidente Allende, que sin embargo fue muy claro en condenar cualquier ecuación de Evangelio y socialismo, para justificar políticas anti-capitalistas fundadas en valores evángelicos y cristianos. 9 Ya después del "tancazo" del 29 de junio de 1973, cuando tanques del regimiento Tacna se ubicaron frente al palacio de gobierno, La Moneda, el Cardenal trató de ayudar al entendimiento político a través de invitaciones a cenar en su casa, a las que acudieron políticos y militares de diferentes tendencias políticas. Si en ese día el Comandante en Jefe del Ejército Carlos Prats había defendido el order institucional, con un saldo de 22 muertos y 50 heridos y el arresto del líder del grupo militar disidente, el coronel Roberto Souper, el Cardenal intuía que si no había un entendimiento político otros militares seguirían el ejemplo del "tancazo".10

Ya en mayo de 1972 el presidente Salvador Allende había llamado dos veces al Cardenal para conversar de la difícil situación política y la posibilidad de un diálogo constructivo con alas de izquierda del Partido Demócrata Cristiano (PDC). En la primera conversación Allende "mencionó el peligro de una guerra civil"» En la segunda, Allende le pidió que conversara con el ex-presidente Eduardo Frei Montalva, en una ocasión en que los dos se dirigían a cenar en la casa del padre Baldo Santi.11 Durante la cena Frei explicó las contradicciones de una posición ambigua de Allende a las instituciones nacionales y el Cardenal le seria-

9 Ya el 27 de octubre de 1970 Silva Henriquez había visitado al presidente electo Salvador Allende y le había hecho entrega de una Biblia, Memorias II, 194-195. Sin embargo, el Cardenal tuvo que afrontar el problema de sacerdotes que eran miembros activos de partidos políticos de izquierda. Él escribe: "el temporalismo nos había invadido y no pocos sacerdotes confundían su deber de pastores con las opciones políticas del momento", Memorias II, 199.

10 Memorias II, 249-250. 11 Memorias II, 251-253.

ló que Allende quería conversar con él. Frei aceptó hacer los contactos no porque se lo pi-diera un político, él se habría negado, sino que porque se lo pedía el Cardenal como católico. Finalmente la reunión no se realizó debido a las declaraciones opuestas a la Democracia Cristiana por parte del gobierno de la Unidad Popular y las acusaciones aparecidas en el dia-rio La Nación en que se afirmaba que Eduar-do Frei Montalva había sido elegido con la ayuda de los dólares norteamericanos.

En julio y agosto las negociaciones continua-ron ya después de la declaración de los obis-pos del 16 de julio, que llamaba a evitar una guerra fratricida con el título "La paz de Chile tiene un precio". El 17 de agosto y a raíz del acuartelamiento de la Fuerza Aérea el Carde-nal recibió una llamada de Salvador Allende que le pidió que negociara una reunión con Patricio Aylwin a solas en su casa. El Cardenal convenció a Aylwin quien llegó a eso de las 9 de la noche seguido por Salvador Allende. Después del aperitivo cenaron los tres acom-pañados del secretario del Cardenal, el padre Luis Antonio Díaz. En una conversación fran-ca los políticos dialogaron sobre la difícil si-tuación y luego pasaron al escritorio a servirse el "agüita de cebada" que el Cardenal acos-tumbraba ofrecer a sus invitados. Allende co-mentó: "Esto es Chile: el Presidente de la Re-pública, masón y marxista, se reúne con el jefe de la oposición en la casa del Cardenal. Esto no ocurre en ningún otro país" 12

Al día siguiente tanto Aylwin como Allende se comunicaron con el cardenal para intercam-biar opiniones relacionadas con la reunión de la víspera. Mientras que el Cardenal no podía resolver ninguna coyuntura política, era claro que por lo menos Allende lo quería mantener como testigo de los acontecimientos.13

12 Memorias II, 271-272. 13 Memorias II , 274. 44

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La tensión política se multiplicaba y ya el 20 de agosto cuando Allende se disponía a ir a Chillán en avión se produjo un incidente en el avión en que personal de las fuerzas arma-das, los pilotos, pensaron secuestrarlo.14 El 8 de septiembre los socialistas, el MAPU y la Iz-quierda Cristiana se retiraron del gobierno en orden de preparar los "cordones industriales" para defender el proceso revolucionario.15

Durante la tarde del 10 de septiembre, en las vísperas del golpe militar y mientras la escua-dra naval chilena se retiraba de Valparaíso para tomar sus posiciones en alta mar, el Cardenal volvía a Santiago desde la casa de retiros de Punta de Tralca, en el litoral central. Allí el Cardenal acostumbraba recogerse durante el fin de semana, y en esa ocasión había visitado al poeta Pablo Neruda en su casa de Isla Ne-gra. En esas horas de conversación Neruda y Silva Henríquez conversaron sobre la relación del poeta con Dios y sus dificultades.16 Salva-dor Allende ya había decidido llamar a un re-feréndum para poder aprobar un plan que sa-cara al país de la crisis económica y política en que se encontraba y que debía anunciar al país al día siguiente. El Cardenal se preparaba para la reunión del Comité Permanente del Epis-copado (CPE) que se llevaría a cabo el 12 de septiembre y en la que se analizaría la dificil situación por la que atravesaba el país.17 La

14 Memorias II, 276. 15 Memorias II, 279; véase Mario I. Aguilar, "Izquierda

Cristiana", en Roy P Domenico y Mark Hanley, eds. Encyclopedia of Modern Christian Politics (USA: Greenwood Press, 2004).

16 Memorias II, 281.

17 Silva Henríquez era el presidente del Comité Per-manente, habiendo sido elegido en la reunión de Punta de Tralca en abril de 1972. Los otros miembros del CPE eran los obispos Carlos Oviedo Cavada (secretario), Manuel Sánchez Beguiristain (arzobispo de Concepción), José Manuel Santos Ascarza (Obispo de Valdivia) y Bernardino Pifiera Carvallo (Obispo de Temuco). Véase "Directivas de la Conferencia Episcopal de Chile entre los años 1972-1981", Documentos del Episcopado Chile 1974-1980 (Santiago: Ediciones Mundo, 1982), 528-531.

intervención militar del 11 de septiembre de 1973 interrumpió todas esas posibilidades de diálogo.

El "11" en la casa de Silva Henríquez

Esa mañana como todas las mañanas el Car-denal se encontraba rezando en su capilla cuando su secretario le avisó que llamaba el Obispo Santos con noticias de que se estaba produciendo un alzamiento militar. El Carde-nal recuerda que se arrodilló un momento y "pedí al Señor que nos ayudara a discernir en estos instantes terribles. Debo haber demora-do algunos minutos".18 El Obispo Santos lla-maba desde la sede de la Conferencia Episcopal en el centro de Santiago, donde se encontraba junto al obispo Sergio Contreras. Santos que-ría reunirse con el Cardenal y a pesar que Sil-va Henríquez decidió mandarles un auto a re-cogerlos se dio cuenta que esto ya no era posi-ble. Silva Henríquez y su secretario escucha-ron la radio con sus marchas militares, sus noticias y sus órdenes de rendición para los partidarios del gobierno de Salvador Allende, esperando que los obispos pudieran trasladarse a la casa del Cardenal.

Durante la mañana del 11 el padre Luis Anto-nio Díaz fue a dejar al chofer del Cardenal a su casa, y fue testigo de la ocupación militar de las calles y la ocupación por parte de los obreros de las fábricas y sitios industriales. El Cardenal escuchó con ansias estos relatos y recibió mu-chos llamados telefónicos que preguntaban si se encontraba bien. Entre esos llamados estuvo el del párroco de San Cayetano, en La Legua, que le informaba de los enfrentamientos entre pobladores y soldados y de los muchos heridos que esa refriega había dejado. El Padre Borremans, asesor de la Juventud Obrera Cató-

18 Memorias I I, 282. 45

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lica (JOC) había organizado equipos de prime-ros auxilios para atender a los heridos y los sol-dados los habían llevado detenidos pensando que eran elementos subversivos que operaban un policlínico clandestino. El mismo Padre Borremans fue detenido y liberado 24 horas después. La población La Legua había sido un lugar difícil durante el "11" ya que pobladores organizados por miembros del Movimiento de Izquierda Revolucionario habían combatido contra carabineros que trataron de ingresar a la población.

El Cardenal continuó preocupado de la posi-ble reunión con el obispo Santos y su secreta-rio se comunicó con su padre, el general de Sanidad Eduardo Díaz Carrasco, director del Hospital Militar. Aunque no consiguieron per-miso para salir y no se pudieron contactar con el obispo castrense Francisco Javier Gillmore, el general Díaz llamó con la noticia del suici-dio del presidente Allende y el caos generali-zado en el palacio de la Moneda.19

Es durante la tarde del "11" en la cual el Carde-nal asume la gravedad de los hechos y ora en su escritorio por los caídos y por los millares que en ese momento sufrían o iban a hacerlo. Silva Henríquez escribe en sus Memorias su propia pregunta existencial: "Sentía en esos momentos, como quizás nunca antes en mi vida, el peso in-menso que haría recaer sobre la Iglesia una si-

19 Despúes del suicido de Allende los prisioneros de la

Moneda fueron llevados al regimiento Tacna donde

fueron salvajemente torturados y luego asesinados;

véase Patricio Quiroga, Compañeros, el GAP: La es-colta de Allende (Santiago: Aguilar, 2001) y Paz Ro-

jas, Viviana Uribe, María Eugenia Rojas, Iris Largo,

Isabel Ropert y Víctor Espinoza, Páginas en blanco: El 11 de septiembre en La Moneda (Santiago: Edi-

ciones 8 Grupo Z, 2001). Muchos de ellos continúan

considerados como "desaparecidos", mientras ase-

sores del presidente Allende como el director de

investigaciones Eduardo Paredes, fueron quemados

vivos y permanecieron como NN en el patio 29 del

cementerio general de Santiago, véase Raymundo

Paredes Ahlgren, Cuántas veces se puede matar a un hombre (Santiago: Ediciones B Grupo Z, 2002).

tuación de la que no era responsable. Pensé en la dureza de las circunstancias: después de tantos ajetreos, al borde de mis 66 años, cuando me creía ya cansado y viejo, el Señor nos enviaba la más dura prueba: ¿no era agobiante?" 20.

Mientras que el 12 de septiembre transcurre sin novedades es necesario agregar que el Cardenal se mantenía informado de los hechos a través del teléfono que no cesaba de sonar. Es claro que en ese momento habría sido más fácil para el Cardenal el haberse quedado en su casa, sin embargo las horas de oración del "11" se con-vierten en un momento histórico. Ese momento puede entenderse como un momento de angus-tia y realismo en que Silva Henríquez asume su papel como figura pública, un rol que ya ha ju-gado en los gobiernos anteriores y que decide jugar dentro del nuevo marco autoritario del gobierno militar. Sin embargo, como religioso el Cardenal se hace preguntas teológicas acerca del golpe militar y en un momento de gracia decide leer el momento como un llamado de comunión con los que sufrían "los estragos de la violen-cia". 21 Es en ese momento que la historia de las relaciones entre la Iglesia de Santiago y el régi-men militar se definen y se actualizan dentro de un contexto nuevo, muy diferente al vivido du-rante el régimen de Salvador Allende. En este nuevo contexto el Cardenal siente la urgencia por parte de los obispos de dar una respuesta pública a los hechos de violencia y de guiar a los cátolicos y a los chilenos en general en un mo-mento difícil para el país.

El Cardenal y la Junta Militar

Los miembros del CPE pudieron finalmente comunicarse con el obispo castrense y fueron a la casa del Cardenal acompañados de una escolta militar. Asi fue como los obispos José

20 Memorias II, 285. 21 Memorias II, 285.

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Manuel Santos, Sergio Contreras, Orozimbo Fuenzalida y Bernardino Piñera prepararon una declaración que dio a conocer la opinión de los obispos chilenos acerca del acontecer nacional en general y el "11 de septiembre" en particular. La declaración es muy importante pues aúna los sentimientos democráticos de un país que sufría la violencia y marca un rum-bo de paz y esperanza. El texto íntegro nos ayuda a entender la posición de los obispos y al mismo tiempo marca el primer mal enten-dimiento entre la Iglesia y la Junta Militar. Los obispos escriben lo siguiente:

1. Consta al país que los obispos hicimos cuánto estuvo de nuestra parte porque se mantuviera Chile dentro de la Constitución y la ley, y se evitara cualquier desenlace vio-lento, como el que ha tenido nuestra crisis institucional. Desenlace que los miembros de la Junta de Gobierno han sido los pri-meros en lamentar.

2. Nos duele immensamente y nos oprime la sangre que ha enrojecido nuestras calles, nuestras poblaciones y nuestras fábricas,

sangre de civiles y sangre de soldados, y las lágrimas de tantas mujeres y niños.

4. Pedimos respeto por los caídos en la lucha y, en primer lugar, por el que hasta el mar-tes 11 de septiembre fue el Presidente de la República.

5. Pedimos moderación frente a los vencidos. Que no haya innecesarias represalias, y que se tome en cuenta el sincero idealismo que inspiró a muchos de los que han sido de-rrotados. Que se acabe el odio, que venga la hora de la reconciliación.

6. Confiamos que los adelantos logrados en gobiernos anteriores por la clase obrera y campesina no serán desconocidos y, por el contrario, se mantendrán y se acrecenta-rán hasta llegar a la plena igualdad y parti-cipación de todos en la vida nacional.

7. Confiando en el patriotismo y en el desin-terés que han expresado los que han asu-mido la difícil tarea de restaurar el orden institucional y la vida económica del país, tan gravemente alterados, pedimos a los chilenos que, dadas las actuales circunstan-cias, cooperen a llevar a cabo esta tarea, y sobre todo, con humildad y con fervor, pedimos a Dios que los ayude.

8. La cordura y el patriotismo de los chile-nos, unidos a la tradición de democracia y humanismo de nuestras Fuerzas Armadas, permitirán que Chile pueda volver muy luego a la normalidad institucional, como lo han prometido los mismos integrantes de la Junta de Gobierno, y reiniciar su ca-

mino de progreso en la paz.22

22 Memorias II, 285-285. El Cardenal considera necesario reproducirlo declaración en sus Memorias lo que nos da una pauta de lo importante que esta declaración fue para las relaciones Estado-Iglesia en el contexto de 1973. 47

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Los obispos se retiraron esa tarde, escoltados por un jeep militar mandado por el general Díaz ya que la escolta oficial no llegó. La de-claración fue entregada a la prensa el 13 de septiembre. Ya el 12 de septiembre el Padre Luis Antonio Díaz recibió un salvoconducto de parte del ministro del Interior, general Oscar Bonilla, que le permitió en la noche del 12 al 13 de septiembre visitar parroquias y llevar el aliento del Cardenal a los sacerdotes que vi-vían los efectos de las operaciones militares y trataban de acompañar a los pobladores. El Cardenal, por su parte, no tenía salvoconduc-to, y en sus propias palabras, "comenzaba a sentirme prisionero en mi propia casa". 23

El día 13 de septiembre el Cardenal recibió la primera visita oficial de un enviado de la Junta Militar, el contraalmirante Rodolfo Vio Valdivieso, hermano del vicario de la zona rural-costa, Padre René Vio Valdivieso. La vi-sita fue de un tono agradable y el marino le brindó el respeto y apoyo de la Junta Militar a la Iglesia, cuyos miembros se consideraban católicos. El Cardenal le agradeció estas pa-labras, pero sin embargo le pidió respeto por las personas, especialmente por los más po-bres, personas con las que vibraba el cora-zón de la Iglesia.

Sabemos por las fuentes históricas que ya en los días anteriores los militares habían desen-cadenado una violencia inusitada contra los ministros y colaboradores del presidente Allen-de en el regimiento Tacna y que los arrestos y amedrentamientos habían sido extremos en la Universidad Técnica, en el estadio Chile de Santiago y en las instalaciones navales y bu-ques de la Armada en Valparaíso. Dentro de esa primera semana después del golpe militar sacerdotes y religiosas extranjeros fueron intimidados, arrestados, torturados y expul-sados del país en una ola de xenofobia que se

23 Memorias II, 286.

extendió a los refugiados políticos de países vecinos, y que golpeó especialmente a los re-fugiados del Brasi1.24 Es por lo tanto sorpren-dente que la Junta Militar hubiera querido in-volucrar a la Iglesia en su labor de "recons-trucción nacional" que ya se había iniciado con un aparato propagandístico a través del con-trol total de los medios de comunicación.25 Conclusiones preliminares sugieren que la Jun-ta Militar necesitaba una legitimación nacio-nal e internacional y por lo tanto necesitaba el apoyo de la Iglesia para legitimar su labor au-toritaria de ordenamiento jurídico que ya ha-bía comenzado el mismo 11 de septiembre cuando a través del Decreto Ley No. 3 la Junta Militar había declarado el estado de sitio en todo el territorio nacional.26

Cuando el 14 de septiembre el Padre Luis Antonio Díaz le entregó la declaración de los obispos a Alvaro Puga, asesor de la Junta, Fuga sugirió omitir las referencias a la sangre, a Allende y al odio generalizado. El Padre Díaz se comunicó con el Cardenal ya que no tenía autoridad para cambiar la declaración. El Car-denal le dijo que se viniera a su casa, ya que los medios de comunicación ya habían publi-

24 Algunos de esos extranjeros perseguidos visitaron Chile por primera vez durante el 51 Congreso de Americanistas que se celebró en Santiago en julio del 2003. Sus testimonios hablan de grupos de torturadores del Brasil que llegaron a Chile después del golpe militar y que dirigieron las torturas de ciudadanos brasileños en el Estadio Nacional.

25 Según el gobierno militar los partidarios de Allende preparaban un plan de aniquilación de las fuerzas armadas y sus familias para las fiestas patrias, véase Secretaría General de Gobierno, Libro Blanco del cambio de gobierno en Chile: 11 de septiembre de 1973 (Santiago: Editorial Lord Cochrane, 1973). La existencia de ese plan de exterminación, llamado "plan Z", y la información acerca del paradero de miles de armas, fue la razón por la cual simpatizantes de Allende fueron arrestados y torturados. La existencia del "Plan Z" no ha sido conprobada y no ha sido corroborada por grupos armados de izquierda que apoyaban al gobierno de la Unidad Popular en Chile.

26 Carlos Huneeus, El régimen de Pinochet (Santiago: Editorial Sudamericana, 2002), 109.

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cado la declaración en su texto íntegro y origi-nal. La Junta Militar consideró la declaración como hostil a los nuevos gobernantes, una posición que el Cardenal no sostenía, y así se lo hizo saber más tarde al Nuncio Monseñor Sótero Sanz de Villalba.

El Cardenal y el Te Deum

Cuando finalmente el obispo Gillmore visitó al Cardenal; éste le reprochó el no haber sido de alguna ayuda durante los días anteriores, en que según el Cardenal ellos estaban como prisioneros mientras Gillmore "resultaba

inubicable".27 En todo caso Gillmore traía una petición de parte de la Junta Militar. Sus miem-bros querían que se celebrara un Te Deum en la Escuela Militar para el 18 de septiembre. Ya desde muchos años atrás era costumbre que el Arzobispo de Santiago junto a los líderes de las Iglesias Cristianas y la comunidad judía celebraran un Te Deum ecuménico por la pa-tria en la Catedral Metropolitana. Sin embar-go al Cardenal le sorprendió el pedido y res-pondió que él oficiaría en la Catedral y no en la Escuela Militar una "Oración por la Patria" y no un Te Deum ("acción de gracias"). Según el Cardenal "la Iglesia debía orar por todos, y no tomar partido por un bando. Cualquier cosa que saliera de esa línea podría ser presentada como una imposición del nuevo régimen" 28

Ante el silencio que siguió a esa conversación el Cardenal pidió una audiencia con los miem-bros de la Junta Militar. La reunión se llevó a cabo el domingo 16 de septiembre en el Minis-terio de Defensa. El Cardenal les reiteró la invi-tación a la Catedral y ellos explicaron que ha-bía habido muchos francotiradores en ese sec-tor para el "11", hecho que verificó el general Sergio Arellano, quien estimó que se necesita-

27 Memorias II, 288. 28 Memorias II, 289.

ría un contingente militar muy grande para ase-gurar la seguridad de los asistentes a un Te Deum en la Catedral. El Cardenal sugirió una ceremonia en el Templo Votivo de Maipú, lu-gar de culto dedicado por las Fuerzas Armadas a la Virgen María. Se le reiteró que Maipú sería aún más difícil de custodiar que la Catedral, ya que había explanadas abiertas a posibles ata-ques por fuerzas contrarias al gobierno militar. Finalmente el Cardenal sugirió la Iglesia de la Gratitud Nacional, dedicada a la Virgen des-pués de la guerra del Pacífico y ubicada en la Alameda Bernardo O'Higgins. Tanto los miem-bros de la Junta Militar como el general Arellano estuvieron de acuerdo con esta idea.

Ese mismo domingo 16 el Cardenal ofició una Misa con la presencia de los líderes de otras iglesias para pedir por la paz y por el cese de la violencia. En esos días el Congreso Nacio-nal fue clausurado y su presidente, el ex-pre-sidente Eduardo Frei Montalva, se comunicó con el Cardenal para expresar su preocupa-ción acerca de un Te Deum en esas circuns-tancias. El Cardenal no solo lo tranquilizó di-ciendo que se rezaría por los caídos y las vícti-mas de la violencia sino que le pidió personal-mente que lo acompañara en la ocasión.

La Oración por la Patria se llevó a cabo el 18 de septiembre en la Iglesia de la Gratitud Na-cional con la presencia de la Junta Militar y los ex-presidentes Gabriel González Videla, Jorge Alessandri Rodríguez y Eduardo Frei Montalva. La ocasión fue tensa y los miem-bros de la Junta Militar no se saludaron con el ex-presidente Frei. El Cardenal no usó sus ro-pajes cardenalicios sino que la capa púrpura de duelo, un hecho que no fue notado por los gobernantes pero sí por los sacerdotes que asis-tieron a la ceremonia. Ya en la víspera varios sacerdotes le habían pedido al Cardenal que no oficiara el día 18, pero el Cardenal los tran-quilizó explicando que se rezaría por la patria y por los caídos de ambos bandos. 49

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La homilía del Cardenal incorporó algunos párrafos de la homilía que había pronunciado en noviembre de 1970 cuando Salvador Allen-de asumió el oficio de presidente de la repú-blica. Dentro del tema general de la patria y su construcción en la justicia, el Cardenal dijo: "Nosotros todos, somos constructores de la obra más bella: la Patria. La Patria terrena que prefigura y prepara la Patria sin fronteras. Esta Patria no comienza hoy, con nosotros; pero no puede crecer y fructificar sin nosotros. Por eso es que la recibimos con respeto, con gratitud, como una tarea hace muchos arios comenza-da, como un legado que nos enorgullece y compromete a la vez. Nuestra mirada hacia el pasado, próximo o remoto, quisiera ser más inquisitiva que condenatoria, más detectora de experiencias que enjuiciadora de omisiones; más de discípulo que aprende, que de maes-tro que enseña. Recibimos la Patria como un depósito sagrado y una tarea inacabada". 29

Junto con orar por los caídos el Cardenal re-cordó a los presentes que venían a orar por el porvenir de Chile pidiendo "que no haya en-tre nosotros ni vencedores ni vencidos, y para esto, para reconstruir a Chile, quisiéramos ofre-cer a los que en horas tan difíciles han echado sobre sus hombros la pesadísima responsabi-lidad de guiar nuestros destinos, toda nuestra desinteresada colaboración". Ya les había re-cordado a los presentes que los que asistían a ese acto tenían un compromiso con "las mul-titudes hambrientas y sedientas de justicia" en la construcción de un mundo "más solidario,

más justo, más humano" .30

El Cardenal y los perseguidos

Mientras el Cardenal pedía orar por la Patria y la Junta Militar le aseguraba que su gobierno sería de corta duración, las violaciones a los

29 Memorias II, 291-292. 30 Memorias II, 292.

derechos humanos y la violencia generalizada consumían la vida privada de muchas perso-nas y muchas familias. Para el Cardenal y para los obispos chilenos fue claro que había que ayudar a las víctimas que no tenían acceso a ayuda legal y cuyos familiares acosaban el Ar-zobispado de Santiago con su clamor de ayu-da para saber dónde se encontraban sus fami-liares y para entender de qué se les acusaba.

La respuesta del Cardenal a los hechos dra-máticos que afectaban a Chile se expresa en su convicción de que los perseguidos son víc-timas de una violencia inusitada y en su pre-ocupación personal por los detenidos. Por ejemplo, el Cardenal escribe "Nosotros supi-mos desde el primer momento que debíamos estar al lado de las víctimas, sin que nos im-portara su color ni su ideología. Nuestra obli-gación era salvaguardar la vida humana, y para ello debíamos proteger intransigentemente los derechos de las personas. Yo diría que en esto no hubo nunca desacuerdos entre los obispos de Chile; cosa muy diversa es que algunos pre-firiesen una intervención militar prolongada, o incluso que expresaran con dureza su re-chazo al régimen depuesto". 31

Ya el 18 de septiembre el obispo auxiliar de Santiago, Fernando Ariztía, escribía al general Pinochet con denuncias acerca de cadávares que aparecían en las riberas del río Mapocho y que se decía eran de detenidos que habían estado en el Estadio Nacional. Entre ellos apa-reció el del sacerdote Joan Alsina, que había sido fusilado en el puente Bulnes después de haber sido detenido en el hospital San Juan de Dios. El obispo Ariztía junto a una religiosa también había atendido a un brasileño que estaba mal herido y que había sido encontra-do en Pudahuel. El obispo Ariztía vivía en una mediagua en la población Herminda de la Vic-toria en Pudahuel y junto a otros sacerdotes y

31 Memorias II, 292.

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religiosas jugó un papel importante en la pro-tección de los perseguidos, de los detenidos y torturados. 32

Uno de los recintos públicos de detención fue el Estadio Nacional de Santiago. El "elefante blanco" que había sido testigo de tantas jorna-das gloriosas de fútbol y atletismo, ciclismo y natación, se convirtió en un campo de prisio-neros donde los que eran llevados eran tortura-dos, maltratados y vejados por personal de la inteligencia del ejército y expertos brasileños y norteamericanos. Allí fueron violadas mujeres, quemados y vejados sus maridos, y ciudada-nos norteamericanos como Charles Horman y Frank Teruggi ajusticiados con el consentimien-to de las autoridades militares de la época. 33

El lunes 24 de septiembre el Cardenal visita el Estadio Nacional después de insistirle a su se-cretario de que debían ir a imponerse de lo que pasaba y a llevar una palabra de aliento a los prisioneros.34 Esta visita que fue narrada en los escritos del Cardenal fue filmada por los militares, en un video en que se ve al Car-denal hablando con los prisioneros, los que lo aplauden y le piden ayuda para llevar recados a sus familias.35 Es en ese momento que el Cardenal se da cuenta de las atrocidades per-petradas por los militares y visitando los ca-marines donde se amontonan los detenidos se quiebra y llora, sintiéndose enfermo. Durante

32 Durante el año 2003 el obispo Ariztia fue diagnosticado con un cáncer terminal y recibió la visita del presidente Ricardo Lagos en su residencia en Copiapó, diócesis de la que fue obispo después de servir en Santiago.

33 Michael E Buchwald, "An American wrongful death in Chile: Re-examining the Charles Horman case with documents declassified in 1999", tesis de pre-grado, Vale University, 2000; Thomas Hauser, The Execution of Charles Norman: An American sacrifice (Nueva York: Harcourt Brace Jovanovich, 1978) y Missing (Harmondsworth: Penguin, 1982).

34 Adolfo Cozzi, Estadio Nacional (Santiago: Editorial Sudamericana, 2000), 52.

35 Carmen Luz Parot, Documental Estadio Nacional, Santiago.

esta visita el Cardenal decide anotar cualquier recado, ayudado por su secretario, y comienza una tarea de recopilación y ayuda a los fa-miliares de los detenidos de muchos lugares de detención en Chile. Sus palabras a los de-tenidos a través del micrófono expresan ese sentimiento de solidaridad y de tristeza, ya que fue muy breve cuando dijo: "Quizás muchos de ustedes no me conocen —dije—. Me llamo Raúl Silva Henríquez; soy el cardenal de la Igle-sia Católica. Soy el representante de una Igle-sia que es servidora de todos, y especialmente de los que están sufriendo. Quiero servirlos y, como el Señor, no pregunto quiénes son ni cuáles son sus creencias o posiciones políti-cas. Me pongo a disposición de los detenidos. Cualquier cosa háganmela saber a través de las autoridades.....

La experiencia del Estadio Nacional significó que Silva Henríquez viera por sí mismo lo que estaba pasando en el país, y la violencia insti-tucionalizada contra ciudadanos a los que no se les había entablado un juicio y a los que se les acusaba de delitos que no habían sido in-vestigados dentro de los marcos legales exis-tentes. Esa legalidad ya había sido sobreseída a través del Decreto Ley No. 5 del 22 de sep-tiembre de 1973, que interpretando el artícu-lo 418 del Código de Justicia Militar, había dispuesto que el estado de sitio debía enten-derse como "estado o tiempo de guerra36, si-tuación que se prorrogaría cada seis meses hasta marzo de 1978.37 El Cardenal comenta "salí deshecho del recinto del Estadio Nacio-nal. Nada de lo que hubiera oído era compa-rable con esta visión tan concreta y directa del

dolor, la humillación, el miedo" 38

El Cardenal ya sabía que un grupo pequeño de sacerdotes y religiosas estaba ayudando a

36 Memorias II, 294. 37 Carlos Huneeus, El régimen de Pinochet, 109. 38 Memorias I I, 295.

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los perseguidos a esconderse y a asilarse. El obispo Fernando Ariztía coordinaba algunos de esos esfuerzos en la zona oeste de Santiago, mientras que diferentes grupos ayudaron a personas a asilarse en las embajadas y de esa forma les salvaron la vida. Se calcula que unas 200 personas realizaban estas tareas de pro-tección a personas en peligro de muerte. Entre ellas podemos mencionar a los padres Mariano Puga, Roberto Bolton, Jesús Rodríguez, Enr ique Moreno, Esteban Gumucio, Ronaldo Muñoz, Manuel Donoso, Rafael Maroto, y a las religiosas como la her-mana Odile, que pudieron haber sido detenidos por su labor de ayuda a los perseguidos.39 Esa era una tarea muy riesgosa y que la Iglesia no podía considerar como institucional, aunque ya después y a fines de 1975 condujo a una persecución generalizada por parte de los agentes del gobierno contra la Iglesia. Sin embargo, ya en septiembre de 1973 la Iglesia creó las estructuras necesarias para ayudar a los perseguidos y a sus familias cuando Silva Henríquez le pidió a su secretario que formara un equipo pequeño que dejara constancia de los casos que llegaran a saberse en el Arzo-bispado y viera la posibilidad de hacer algo positivo con respecto a esos casos.

Los primeros en escuchar a los familiares fueron una asistenta social, Jorge Murillo que actuó como secretario, y el abogado y profesor de la Universidad Católica Jaime Irarrázaval. La mayoría de los casos se relacionaban con dete-nidos por el régimen o exonerados políticos que habían sido despedidos en una reorganización completa de la administración pública y de las

39 Ricardo Iván Arando Rojas, "Las manos del carpintero, los rescates de la muerte: La labor de sacerdotes, religiosos y laicos durante la dictadura militar en la protección de perseguidos políticos en peligro de muerte", Tesis para la obtención del título de periodista, Universidad de Artes y Ciencias Sociales ARCIS, Santiago, diciembre 2002. Agradezco al profesor Elías Padilla por su ayuda en obtener esta tesis.

industrias. El Arzobispado anunció su ayuda en los periódicos y el Cardenal le escribió al jefe del servicio de detenidos, general de la Fuer-za Aérea, Francisco Herrera Latoja, ofreciendo ayuda. El general declinó la oferta y el Carde-nal prosiguió su tarea humanitaria y cristiana sabiendo que las autoridades de gobierno no estaban contentas con este trabajo.

Dentro de este marco político que antecede la creación del Comité por la Paz en Chile, en que las iglesias cristianas y la comunidad judía se unen para ayudar a los perseguidos, la Fuerza Aérea allana la casa del Cardenal con el pretex-to de buscar un objeto que había caído del cie-lo.40 La actitud de Silva Henríquez continúa siendo la de un pastor dedicado a proteger a los perseguidos, no por sus ideas políticas, sino que por su condición de seres humanos. Así es como la defensa de los derechos humanos se convierte en la preocupación principal de una Iglesia chilena que se ve enfrentada al poder total de los militares. El Cardenal se da cuenta de su destino y de las demandas del Evangelio a través de un mes de gobierno militar en que los signos de transición y esperanza política se convierten en signos definitivos de autoritaris-mo y violencia contra miles de chilenos.

El Papa Pablo VI había seguido con mucha atención los acontecimientos en Chile y se había preocupado por la violencia que afecta-ba a agentes pastorales, sacerdotes y religio-sas. Algunos sacerdotes habían informado de la violencia a sus superiores religiosos en Roma y el Papa había expresado su preocupación por la violencia generalizada, la tortura y los cadá-veres encontrados en las riberas del río Mapocho. Durante el rezo del Angelus en la plaza San Pedro del 7 de octubre de 1973, el Papa había hecho alocución a la situación en Chile con las siguientes palabras: "es cada día más evidente el carácter irracional e inhuma-

40 Memorias 1/, 296. 52

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no del recurso a la ceguera y a la crueldad de las armas homicidas para establecer el orden, o más exactamente, la dominación represiva de algunos hombres sobre otros" 41

Dos días después y durante una visitaprotocolar a la Junta de Gobierno sus miem-bros expresan su preocupación por la mala información que recibe Pablo VI. Esa "mala información" produce un efecto inesperado. El 12 de octubre el Papa manda una carta al Nuncio en Chile como documento de trabajo, que podría utilizarse en el futuro como carta dirigida a la Conferencia Episcopal, en que el Papa expresa su preocupación por la situación chilena. El 15 de octubre la Junta Militar le escribió una carta al Papa expresando su pre-ocupación por la campaña de desinformación creada por el Marxismo Internacional, sin sa-ber que la carta del Papa ya está en poder de la Conferencia Episcopal de Chile.

Unos días después, ya el 19 de octubre, los obispos conversan sobre la posibilidad de una condena pública a la Junta Militar y sus pro-pósitos, debido a la persecución generalizada a los Cristianos por el Socialismo (la mayoría de ellos sacerdotes) 42 y el asesinato de los sa-cerdotes Gerardo Poblete (Iquique) y Miguel Woodward (Valparaíso) 43 y la detención del ex-sacerdote Antonio Llidó (detenido-desapare-cido).44 Este fue un momento difícil para el Cardenal ya que teólogos famosos como el padre Gustavo Gutiérrez habían criticado el

41 Memorias III, 12-13. 42 El sacerdote Gonzalo Arroyo, una de sus líderes prin-

cipales, había salido de Chile con una invitación del Vaticano a una conferencia, lo que salvó su vida, ya que las órdenes de los militares eran fusilarlo dentro de las detenciones masivas de líderes poblacionotes y Marxistas dentro de la Iglesia.

43 Mario I. Aguilar, "Fr. Michael Woodward", en Roy Domenico y Mark Hanley, eds. Encyclopedia of Mo-dern Christian Politics (USA: Greenwood Press, 2004).

44 Miguel Jordó Sureda, Martirologio de la iglesia chi-lena: Juan Alsina y sacerdotes víctimas del terrorismo de Estado (Santiago: LOM, 2001).

hecho que los obispos chilenos hubieran ha-blado tanto sobre la realidad latinoamericana en general pero no fueran capaces de hablar en público sobre las atrocidades cometidas en Chile por los militares.

El Cardenal convenció a los obispos de que una declaración condenatoria no sería buena ya que la persecución a la Iglesia se acrecenta-ría y ellos no serían capaces de ayudar a los perseguidos que en ese momento necesitaban la ayuda moral, económica y legal por parte del Comité Pro Paz. El Cardenal comenta: "yo me opuse firmemente: estaba persuadido de que nuestras palabras podían ser usadas con propósitos políticos. E insistí tanto en esto, que logré incluso un acuerdo para que los obispos no emitiésemos más declaraciones públicas individuales, y nos sometiésemos a la disci-plina colegiada".45 Cuando el Cardenal visita el Vaticano el 3 de noviembre de 1973 le pide al Papa que no divulge su carta condenatoria. No sabemos por las fuentes históricas si esa carta hubiera tenido algún efecto en las actua-ciones de la Junta Militar, pero sí sabemos que a su regreso a Chile el Cardenal continuó su apoyo al Comité Pro Paz y a todos los que lo ayudaban a él a paliar el sufrimiento, a ayudar a los familiares de los perseguidos, y a conse-guir permisos de salida para los prisioneros que salían al exilio, labores que las Iglesias cris-tianas, coordinadas por el obispo luterano Helmut Frez, llevaban a cabo en pugna abierta con los servicios de inteligencia del ejército y los agentes del régimen militar.

Conclusiones

En este trabajo he examinado las fuentes his-tóricas que hoy se conocen y que versan sobre la actuación del Cardenal durante el golpe militar de 1973 y sus consecuencias para la vida

45 Memorias / I I , 15. 53

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y misión de la Iglesia chilena, especialmente para el Arzobispado de Santiago. Mientras que las líneas pastorales y las declaraciones del Epis-copado de Chile trabajaban por una reconcilia-ción y una paz que emanaba de la justicia so-cial, las autoridades militares continuaban su labor de "reconstrucción nacional" a través de una purga violenta de elementos partidarios del régimen de Salvador Allende.

Dentro de ese mes de septiembre el Cardenal se da cuenta de que los militares están come-tiendo abusos contra los derechos de las perso-nas en orden de consolidar un proceso político que excluye a los partidarios de la izquierda política. La respuesta del Cardenal a esos mo-mentos difíciles es una respuesta activa de or-ganización eclesial a través de la cual la Iglesia colabora con la defensa de la vida y ayuda a aliviar el sufrimiento y la incertidumbre de los familiares de los detenidos y de los torturados.

La respuesta del Cardenal a los hechos del "11 de septiembre" y a las consecuencias de la re-

presión a la oposición política que siguen al

golpe es evángelica, cristiana y humanista ya que está centrada en la caridad cristiana para con todos, especialmente con los más pobres y los perseguidos. Es una respuesta humanista pues no discrimina entre las personas sino que acentúa el valor de cada persona dentro de la sociedad y de cada persona como creatura de un Dios de la vida que busca a los perdidos y ayuda a los perseguidos.

La figura del Cardenal se alza como el líder de un poder paralelo en la sociedad chilena que asume una centralidad histórica en los arios siguientes pues crea una oposición cristiana, humanista y política a un poder político que se mantiene a través de valores económicos de progreso y que utiliza discursos naciona-listas de exclusión en que miles de chilenos son torturados, desaparecidos y expulsados de su propia patria. Dentro de esos valores de muerte el Cardenal se alza como el defensor de la vida en una memoria social que exalta a la Iglesia como la única institución que se opu-so a aceptar la violencia y la muerte como ci-miento institucional para Chile.

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