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Colaboradores

Juan Álvarez Teresa Arnuncio Aizpún Hugo Calvo

Luis Cordero Patricia Cotillard Isam Diab Lozano

Arturo Escudero Laura Fernández Domínguez María Gregorio

Lorenzo Ko Loukas Konstantinidis Marta Lomba

Alejandra Martínez Carmen Mateu Julia Medina de Frutos

Mónica de Frutos Eva Ortiz Aguado I. Pani

Ernesto Rodríguez Paula Sanz Amor Juan Sanz Amor

Tejedora de sueños Ada Valdivieso Lúa Velasco Ausín

Alejandro Villacorta

Nubes Nuevas

nº 3 marzo 2020

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En tiempos de coronavirus…

Si hace unos meses nos llegan a decir que, porque una persona, en la otra punta del

mundo, había decidido innovar en cocina asiática y había añadido un murciélago a

su sopa de entrante, un virus hipercontagioso iba a propagarse por nuestros países y

nos iba a obligar a confinarnos en nuestros queridos hogares y que la policía nos iba

a multar si salíamos de casa sin un motivo justificado, no nos lo creeríamos. Hemos

visto demasiadas series como para llegarnos a creer que las distopías, o lo que sea esto,

podían ser algo más que veinte capítulos enlatados que una plataforma internacional

me servía cómodamente todas las noches después de cenar. Muchas veces nos hemos

parado a pensar: espera, ¿esto es real? Porque la ficción se ha entremezclado con la

realidad. Pero eso es otro tema. Hace ya unos días que la cuarentena ha sido, es y

parece ser que será (quién sabe cuándo, querido lector o querida lectora, estarás

leyendo esto en papel) nuestro día a día. El margen de nuestro mundo ha pasado a

ser las paredes de nuestra propia casa, lo que significa que las reglas de nuestra vida

se han estrechado, aunque, por otra parte, nuestro tiempo se ha estirado

indefinidamente, convirtiendo las semanas en océanos enteros de tiempo

desocupado. Ante este nuevo problema, el ocio, cada uno responde a su manera: con

series, con libros, con comida, con apps para grabarse bailando, con cientos de retuits,

con los cajones desordenados, con más comida… y con Nubes nuevas. Sí, amigos,

ha tenido que llegar una pandemia para que nos arranquemos con este tercer número

que llega a todos vosotros esquivando miles de contagios y surcando un desierto de

calles vacías para empapar vuestro tiempo libre. Y no todo tiene por qué ser malo.

Y nos explicamos: coronavirus es alerta, es cuarentena, es aburrimiento, es vacío

existencial, es angustia y es miedo por nuestros abuelos, es sacrificios grandes y

pequeños. Pero coronavirus significa también otras cosas: es repensar la vida, es

convivencia, es paciencia, es generosidad, es tomarse la molestia de salir a la ventana

a las ocho de la tarde para aplaudir por todos los colectivos de los servicios públicos

que se están dejando las palmas de las manos y las pupilas de los ojos para acabar

cuando antes con esta amenaza fantasma que nos acecha desde barras de bares,

asientos de autobuses y toses mal disimuladas, es decir, médicos y médicas y

enfermeras y enfermeros y hombres y mujeres de la limpieza y cajeras y cajeros y

policías y todas aquellas personas que deben seguir trabajando, al pie del cañón, en

condiciones y con unas medidas de seguridad que mejor nos callamos. Coronavirus

es imaginación y familia y mucho humor y, por supuesto, mucho arte, mucho, pero

que mucho arte. Y este es un pequeño, casi microscópico ejemplo: 28 páginas de

puro sentimiento joven protagonizado por chicos y chicas de Valladolid, pero

también de otras partes de España, que tienen algo que decirnos y que son valientes

para decirnos ese algo. Porque nosotros estamos obligados a habitar nuestras casas

estos días, pero el arte nos habita a nosotros para siempre.

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Me has enseñado

Marta Lomba

Estuve viviendo en Valparaíso (Chile) durante un cuatrimestre en 2018 gracias a un convenio de la universidad cursando mi último año de carrera. A través de estas líneas os comparto parte de lo que esta experiencia ha supuesto para mí y lo que he aprendido en este tiempo.

Solemos crearnos unas expectativas cuando llegas a un lugar nuevo a vivir, unas

ideas de cómo tu vida funcionará, en este caso, a 11000 km de distancia de tu

casa.

Admito que al principio me sentí desorientada. A pesar de los numerosos viajes

o experiencias, estaba en un país totalmente desconocido para mí.

Cuando tienes la oportunidad de vivir este tipo de experiencias sientes que te

van a gustar, al fin y al cabo, es una decisión que tú tomaste. Pues bien, en mis

primeras semanas sentía que ese no era mi sitio, no entendía por qué, e intentaba

encontrar las razones a lo largo de los días, excusándome en las personas que me

rodeaban, o simplemente lo que hacía. Hasta que comprendí que realmente lo

que estaba experimentando es lo que comúnmente llamamos hoy “salir de la

zona de confort”, personas totalmente diferentes a tu alrededor y una ciudad

caótica aún por descubrir.

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Fue una sensación abrumadora y difícil de gestionar, tenía sentimientos

encontrados, había muchas preguntas que no era capaz de responder, cuál era mi

esencia o cómo pensaba. ¿Estamos influenciados en nuestras actuaciones,

tenemos criterio propio? Parecen preguntas tan básicas que damos por hecho que

realmente en nuestro día a día tenemos autoridad para reaccionar de la manera

que queremos, o decir lo que pensamos.

Cuestionamos y nos preguntamos qué es la felicidad, coincidiendo en que es un

término inefable donde concurren un sinfín de criterios. Pero sí puedo decir que

no hay mayor gratitud que el crecimiento personal, el descubrirse a uno mismo,

el poder conformarse como realmente eres.

No quisiera desaprender lo que me has enseñado,

Valparaíso.

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Hugo Calvo

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Julia

Llegaste a mí en primavera

o fue que la trajiste contigo,

piel muy blanca

pelo negro

y ojazos llenos de colores

con los que pintas todo tu mundo

mientras compartes

libre.

Miras de frente al mundo

honesta hasta el dolor,

en tus trenzas llevas abrazadas

las mujeres que fuiste y las del futuro,

te inspirará su fuerza y su sabiduría

mientras compartes

libre.

Eres genio y mirada de artista

ternura de madre,

sientes con la naturaleza

mientras compartes

libre.

Un mundo entero en tu mirada,

llenas de música tu espacio,

vive intensamente

vuela

experimenta

mientras compartes

libre.

Mónica de Frutos Serna, madre, poema

Julia Medina de Frutos, hija, ilustración

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La sala de espera

Como si el lugar más propicio para hacer florecer

un soplo de aire fresco, fuese la consulta de un médico

en la urgencia de atender dolores y caprichos.

Quizá las circunstancias

condenaron nuestra pena al final más oportuno.

Estando allí, fría y sola,

rodeada de quejidos y lamentos, inoportunos e insignificantes

para mis oídos, compartimos por un instante

colores centelleantes que se fundían bajo los focos inquietos

de esa sala de espera inoportunamente abarrotada.

Llegamos a compartir miradas,

que fueron mías y también lo fueron tuyas,

algunos ratos.

Y antes de marchar, miré determinante una vez más,

sabiendo ya tu respuesta. Sabiendo ya,

que siendo otras las circunstancias, nada habría terminado

con una mirada, sino tal vez,

contigo.

Laura Fernández Domínguez

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Alunizando

Me lees rápido,

de pasada,

queriendo dejar mis palabras atrás,

queriéndome dejar atrás.

Me lees rápido,

de pasada,

como si hubieras contado las palabras

y oye ¡qué alivio! ya solo quedan cincuenta y nueve.

Me lees rápido,

de pasada,

sin darte cuenta de que te quiero,

sin darte cuenta de que te estoy escribiendo.

Me lees rápido,

de pasada,

sin haber leído bien el párrafo anterior,

por favor, léelo al menos dos veces.

Léeme otra vez,

sin pasarte una letra,

dándote cuenta de que te quiero,

dándote cuenta de que te estoy escribiendo.

Ada Valdivieso

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Versos discapacitados

Discapacidad. Hablan los silencios

que con carencia de vista

iluminan el tacto.

Enfrentando desafíos

batallando con el rechazo.

Coraje.

Semillas de valentía

sueños utópicos.

Fuerza atesorando

voluntad.

Héroes resistiendo

la dureza de esta

ingenua manera de vivir.

En la perseverancia

no soy discapacitada

poseo habilidades

diferentes a la sociedad.

Conociendo mis habilidades

disfrazando mis carencias

aceptando mis límites.

Logrando superación

asumiendo el dolor

cosechando optimismo

y discapacidad.

Edificando carácter

viajando en desventaja

y capacitada.

Acogiendo defectos

inspirando lo que soy.

Tejedora de sueños

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La primavera en invierno es su propia estación

Porque te quiero y no puedo beberte

como ginebra pasada y seca en vasos disecados

busco cada sonido muriendo en las calles

donde la gente mira otros ojos que no reflejan tu cuerpo.

me faltas y te culpo, guiado por la impaciencia de la saciedad

que no encuentra guía

evito cada espejo que no te mira y no oigo las voces

de los que te nombran como si acaso supieran quién eres

ellos no conocen la danza viva de tus labios ni la profundidad de tus dedos

¡ay, si te supieran!

los días suceden solos con la velocidad del mar parado

te quiero aún más en el amanecer cuando la inocencia se estremece,

pero sé que vuelve, siempre vuelves, más joven que la luz,

a arrebatarme el silencio y traerme la noche de sudores limpios

para hacerme el amor no usado: ¡qué temprano y qué tarde!

Isam Diab Lozano

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Árbol del alma al pavimento asido

Héroe terreo que las grietas abres

elevando pavimentos

con los dedos de tus pies nudosos,

con los largos dedos de tus manos

resquebraja igual el cielo:

la ciudad –el aire– líbranos de esmog.

Sonajero de los vientos,

de los frutos el sostén y de los pájaros,

en silencio te lo ruego:

rememora el verde más vulgar

al mirar cautivo de los grises. Haz

que recuerden lo que no se entiende

en la cerca de ladrillo edificado

las personas que nacieron sin tu sombra.

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Lúcido fototropismo y ciego

–amorosa y táctil búsqueda del sol–,

piedra viva, rascacielo honrado,

por favor: pacífico persiste

en tu desafío silencioso,

en tu crecimiento lento,

y si un día con sus hachas lastimaran

lo que herir su falsa vida no pudiera

–tu esqueleto que los niños trepan–

y te hacen sucumbir…

con tu copa en el asfalto

lograremos vernos de alma árbol

tanto como tú persona.

¡No sonrías!

Tu silencio, cotidiano, te hace humano

–cívico y domesticado, prójimo,

uno más entre los asesinos cómplices

que nada dirán sobre tu muerte–.

Convivir, al final, nos ha hecho iguales:

tengo un pájaro confuso sobre el hombro,

tatuajes tú de amor adolescente,

la palabra muda ambos,

alma

y hojas para así poder manifestarla.

Lorenzo Ko

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El día gusano

Un día gusano lo tiene cualquiera.

Te levantas vagamente de la cama.

Te arrastras por casa deambulando.

Te ves feo en el espejo del baño.

Arrugado.

Te ven feo cuando sales a la calle.

Se alejan de ti.

Vas a parar debajo de cualquier árbol.

En cualquier parque.

Te tumbas.

Inmóvil.

Sin nada que hacer.

Pasan las horas.

Pensando.

Estás en el mundo.

Pero nadie se fija en ti.

Eres gusano.

Estas triste.

Arrugado.

Te cuesta volver a levantarte.

No hay esperanza.

Hoy eres gusano.

Mañana podrás ser mariposa.

Hay esperanza.

Un día mariposa también lo tiene cualquiera.

Luis Cordero González

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Transfiguración de un alma y de un cuerpo Alejandro Villacorta Trigueros

Recorro las calles de una ciudad apagada, con el viento acariciando mi frente y el frío

entrando por mi nariz. Parece que todo está muerto, incluso yo, que vivo por inercia

y sin quererlo y pienso en nada; una nada repleta de vacío, como siempre ha sido y

será. Pero justo hoy, con cada paso de quejoso caminar, me grito que es el final, que

es hora de llenar, tiempo de llenarme. Y así lo hago.

Viajo a otrora. Más que viajar, evoco en mi mente lo que un día pude ser y no pasó.

Ese beso duro y ese calor compartido que se vuelven transparentes cuando el aliento

de Cronos lo envuelve todo. Contacto de pieles jóvenes sin años de vida aprendida,

disfrutando de un roce delicioso y de un salto ciego a las profundidades del placer. Se

quieren y desean, por primera y puede que por última vez. Y luego se sumen, juntas

o juntos, en la oscuridad de un remordimiento impuesto que envuelve la claridad, la

luz y el fuego del cariño común.

Y martillazos sordos retumban en mis sienes, anunciando la vuelta a la urbe desierta,

a mi soledad perpetua y al recuerdo de la imposibilidad.

Eso soy y de eso vivo, de recuerdos sin materializar, de imaginar y de pintar con

desvaríos las llanuras de sombras que claman cromía. Derrumbado deambulo y sin

saber cómo acabar, eternamente, empiezo de nuevo.

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Estoy sola. Sola me hago ínfima. Ínfima desaparezco en una nube de

recuerdos pasados que envuelven, seducen y atrapan, en la que no es bueno

detenerse mucho tiempo y resulta imposible hacerlo poco, una nube repleta

de vida en un cielo vacío, una nube que vuela y arde y conduce a un sueño

lejano que fue verdad y nunca podrá ser mentira, ni ilusión, ni invención, ni

nada, porque es todo. Recorro, recupero, revivo: respiro. Entro en conflicto.

Permanecer o avanzar. Permanecer sola. Avanzar sola. Estoy sola. Sola me

hago grande. Grande me reconcilio conmigo misma, me reconozco,

encuentro paz y vuelvo siempre la cabeza, para devolverme la mirada, y me

sumerjo otra vez y de nuevo ínfima y recurriendo a la nube de mi memoria.

Carmen Mateu

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Los ojos desnudos

El paraíso es un lugar donde nadie concluye impunemente, donde el pecado

está en la medida en la que uno se identifica con las cosas y cree que la

salvación existe solo por la relación que tiene con estas. El paraíso es en

principio un lugar incómodo, al menos para nosotros que fuimos expulsados,

aunque quizá más cierto sería decir que nos fuimos voluntariamente, por

miedo al fracaso, a nosotros mismos o tal vez a la forma en que imaginamos.

Al fin y al cabo un tigre arrancó los ojos de Adán o de Eva, o de quien fuera

que andara pululando, y el recuerdo de la sangre y el temor vividos engendró

a otro tigre, otro tan temible que nos basta con ver su sombra para tener la

certeza de que también nos arrancará los ojos. Ah, pero este segundo tigre,

esta bestia nacida de nuestro pasado, no existe realmente en el paraíso, porque

el paraíso es un lugar donde todo es ilusión por ser verdadero, donde lo que

se crea no se cree que es eterno y absoluto, sino que al mismo tiempo que

nace muere; y muere porque solo lo muerto vuelve a la tierra y solo desde

ahí puede brotar algo con más brío e inteligencia. El paraíso es, por tanto, un

purgatorio y una cuna donde se mecen los muertos en el goce intemporal de

ser sacrificados. Y es que es este sacrificio el único sentido que puede

otorgársele a nuestras vidas, porque solo allá donde uno reconoce su

inocencia y su debilidad, donde muere a su pasado, puede quedar prendido

por el fuego inmortal de lo que vive y hallar así el paraíso. No obstante,

aunque el paraíso es por doquier en este instante, bajo la lluvia escucho

farfullar a muchos hombres «¡Qué desgracia!», y siento impunemente y sin

privilegio alguno que la sombra del otro tigre les tiene acorralados. Pero lo

cierto es que ese tigre nunca les arrancará los ojos y que estos ojos, más allá

de toda conclusión, más allá de toda ideología, son el purgatorio, la salvación

y el único paraíso.

Ernesto

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Quinchón de expectativas

Confieso que aún albergo la esperanza de que este nuestro antipático pasillo en

L me conceda, al fin, la genuina experiencia sobrenatural que siempre parece

estarme esperando a la vuelta de esa esquina insondable que le confiere al espacio

su carácter manifiestamente alejandrino y que impone una evolución siempre

bifásica a quien viene a medirlo con pasos cautelosos.

Confío en la posibilidad de que, por una vez, no se trate de mi propio

sobrecogimiento, inmortalizado un solo segundo en el espejo (otrora posesión de

mis abuelos, desde hace años Judas inclemente de nuestro feng shui); ni de la

silueta de mi buena madre, netamente enmarcada por la puerta de su dormitorio,

los ojos descerrajados por mis egoístas flâneurismos nocturnos; ni ninguna de las

demás cosas probables que, hasta hoy, me han estado aguardando siempre en la

otra orilla de ese lago Leteo que, aquí más que nunca, deviene anagrama venido

a más de gotelé.

He tratado tantas veces de imaginar el momento en que vendrá a manifestárseme

esa quimera, tanto esfuerzo figurativo he consagrado a este ociosísimo

conjeturismo que parece que estuvieran impresos en mi mente los contornos

nebulosos de su cuerpo sin encarnar, como unos moldes, preñados hoy de brisa,

abrazando la vacante de las estatuas que mañana engendrarán.

Y, porque sé que, con todo lo que esperamos largamente, acabamos adquiriendo

el vínculo que nos une a lo consabido y nos hace afrontarlo sin miramientos; y

porque intuyo que, si tarda mucho más en revelarse, me va a encontrar plutócrata

en decepciones cuando tanto tiempo lo he sido en anhelos, temo no ir a ser capaz

de recibirlo con los debidos honores.

Quedar impasible ante el rayo, cuando tantas veces el trueno me ha quitado el

sueño, resultaría, cuando menos, paradójico, no siendo yo La hija del aire. No

obstante, yo me conozco lo suficiente para saber que, si se hubiera dignado

aparecer en ese dichoso recodo la primera vez que lo convocara la voz de mi

incertidumbre, mi reacción pudiera haber sido pertinente (visceral, histriónica; el

grito en el cielo, los pies en polvorosa)... Y, sin embargo, cuando lo vea esta

noche, tantos años después, es probable que me limite a estrechar su mano, como

Don Giovanni al Comendador.

Eva Ortiz Aguado

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Mejor no vuelvas

Si volvieras verías que nada y todo es diferente. Verías que los rojos edificios siguen igual, que los innumerables soportales siguen impolutos, intocables, incontables… Que nuestra pizzería, aquella a la que íbamos siempre que no nos apetecía cocinar, sigue igual. Que los timbres de las bicis, las voces de los paquis vendiendo cerveza, los estudiantes de una facultad a otra, los ruidos de la calle… siguen siendo los mismos.

Aquellos lugares donde todavía resuenan tus carcajadas, donde nos íbamos conociendo y donde al final todos formábamos parte de todo. Donde terminamos por reconocer una casa, una familia, siguen igual, pero no es lo mismo. Verías que ya no pertenecemos a ellos, que ya no reconoces los rostros, ni las voces, ni una casa a la que volver… que la pizzería ya no es NUESTRA, ya no se saben tu nombre, ya no te reconocen, ya no te sirven lo de siempre…

Y es que, aunque siempre formemos parte ya no pertenecemos a ella. Así que, si esperas sentir lo mismo, si esperas que todo siga igual e inerte, si lo que quieres es revivir los viejos recuerdos, si no estas dispuesta a verlo todo

bajo una nueva mirada dejando atrás la viejas imágenes, los viejos sonidos; si no estás dispuesta a descubrir sus nuevos olores y a crear nuevos recuerdos, mejor, no vuelvas. Teresa Arnuncio

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¡Quiero que me dejes en paz! Que dejes de despertarme por las noches. Que dejes de aparecer en mis recuerdos, como si te quisieses quedar. ¡Sal de mi cabeza!

Cuando me mandas un mensaje, y tú "Escribiendo..." acelera mi pulso, o cuando alguien me habla de ti, o cuando simplemente te veo. Y me vuelve a pasar. Que me quedo sonriendo con cara de bobo.

Con un beso me envenenaste. Lo sentí, sentí cómo se inyectaba en mis venas, y no hice nada. Ahora ese veneno se extiende por todo mi cuerpo con cada latido.

Sigo buscando la forma de evitarlo. Que el tenerte cerca deje de estremecerme, que se me quiten las ganas de volver a probar ese veneno, que desgraciadamente también es el antídoto. Y tú no me ayudas. Finges no saber lo que me has hecho.

Necesito parar esto, antes de que sea tarde. Te acabo de ver, pero no es suficiente. Te acabo de besar, pero no es suficiente. De tantas cosas que quiero decirte me quedo mudo. ¿Por qué me haces esto?

Puede sonar absurdo, querer detenerlo es querer dejar de sentirme vivo, es como desear la muerte. Lo prefiero a que me sigas enredando, y quedar sediento el día que necesite ese veneno, y no estés para dármelo.

Todo por culpa de ese puto beso. Ese puto beso era veneno.

Juan Álvarez

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Apretando los dientes Se levanta pronto con dolor de mandíbula después de haberse pasado la noche apretando los dientes, lo que le recuerda que aún tiene pendiente la llamada al dentista. Mientras busca en el armario de la cocina qué desayunar, aparece en su mente un pensamiento recurrente: -Otro día más en paro. No es que lleve muchísimo tiempo en esa situación (¿o quizá sí?), pero el torrente de preguntas angustiosas sobre su futuro con el que le aborda su entorno desde que decidió dejar aquel trabajo que hacía que le dieran ganas de no levantarse de la cama jamás, ha creado en su mente ese contador involuntario que se activa nada más levantarse: -Un día más en el calendario. Check A pesar de que respira mejor desde que no trabaja, se descubre pasando más tiempo del que le gustaría pensando en miedos que, a veces, siente impuestos: miedo por no encontrar empleo, y por encontrarlo y que sea una mierda; miedo por no conformarse, o por volverse conformista con un trabajo aburrido pero “bien pagado”.

Y mientras, en la televisión suena de fondo la típica tertulia de expertos en la que un señor de corbata le grita que qué hace que no acepta el primer trabajo precario que aparezca, que no puede cobrar un salario digno porque la economía no crece lo suficiente, que las cuentas no cuadran y es por su culpa y la de gente como ella. Y así de a poquitos, el miedo se ha ido instalando en su salón y comparte desayuno con ella cada mañana. Pero mientras saborea el último sorbo del café de la mañana, piensa que, aunque no sepa quitarse de encima esa mala compañía, quizás, lo mejor que puede hacer es continuar con su vida de la misma manera que empezó el día: apretando los dientes.

María Gregorio

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Cárceles emocionales

Emprender el camino del abandono no es la transición más correcta, ni

siquiera a veces es dejarse a la suerte. Tiene secuelas (y otro tanto de

prejuicios vacíos de contenido, sobre todo si nunca te has sumergido). Sin

embargo, hasta ahora siempre me ha mantenido a flote dentro de las celdas

de mi cárcel.

Mi paso temporal por ella es ineludible, pero dentro resulta quizá

paradójicamente remediable. Me voy desprendiendo de los miedos y las

inseguridades alimentados por los vestigios de egoísmo ajeno. Soltar. Y,

aunque no estoy segura de si en la misma medida, afloro más dosis de amor

sobre mi propio epicentro y las reparto entre la reciprocidad. Crecer.

Entretanto solo quiero bailar sobre los suburbios y mantenerme firme en los

actos del corazón: hacer lo que una siente con él, porque ser delincuente no

te hace no tener corazón.

Patricia Cotillard

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Más que fotógrafo podría decir que soy cotilla y si algún día salisteis a

dar un paseo, puede que estéis archivadas o archivados en una tarjeta

de memoria (o por mi página de Instagram @raweleka).

Loukas Konstantinidis Monge

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Más luces que sombras

Arturo Escudero

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SUBVENCIONA: Ayuntamiento de Valladolid. IMPRIME: Gráficas 81, s.l.

MARZO 2020

Diseño de portada y contraportada: I. Pani

Diseño de edición: Arturo Escudero Bustio

¡Con las calles

vacías ya no me

puedo cagar a gusto

en los humanos!

Es verdad, ¿dónde se

habrán metido…?

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