Cómo se pacifica una sociedad (Dra. María Elena Elmiger)

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II° Encuentro Internacional de la Red Interuniversitaria de Investigación en Psicoanálisis y Derecho ¿CÓMO SE PACIFICA UNA SOCIEDAD? Dra. María Elena Elmiger “Es posible que el antónimo de “el olvido” no sea “la memoria” sino la justicia?” Yosef Yerushalmi, historiador israelí contemporáneo (Del libro: Derechos humanos, justicia y reparación. Lorenzzeti-Kraut:2011:8) I. Introducción El trabajo consistirá en interrogar las dos posiciones que se sostuvieron en la Argentina, desde el año 1982 a la fecha, sobre las que tuvo que debatir y rebatir la Corte Suprema de Justicia de la Nación entre los años 2004 y 2007. Una de las posiciones fue que la sociedad se pacifica con el olvido, que se logra dando vuelta la página de la historia, cerrando los ojos al pasado, denegándolo, y “rearmando” las instituciones democráticas. Otra, impul sada por los Organismos de DDHH y la decisión política del gobierno nacional desde el año 2003, sostuvo que sólo los juicios a los crímenes de lesa humanidad pacificaría la sociedad. La jurisprudencia de la Suprema Corte marcó los fundamentos jurídicos que se impusieron finalmente para “investigar, instruir y eventualmente sancionar graves violaciones de los derechos humanos, cometidas en forma sistemática o masiva durante la última dictadura militar y susceptibles de ser calificadas como crímenes de lesa humanidad. Recordemos que se plantearon ante el máximo tribunal causas vinculadas con delitos atroces que, dada la

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¿CÓMO SE PACIFICA UNA SOCIEDAD?

Dra. María Elena Elmiger

“Es posible que el antónimo de “el olvido” no sea “la memoria” sino la justicia?”

Yosef Yerushalmi, historiador israelí contemporáneo

(Del libro: Derechos humanos, justicia y reparación. Lorenzzeti-Kraut:2011:8)

I. Introducción

El trabajo consistirá en interrogar las dos posiciones que se sostuvieron en la

Argentina, desde el año 1982 a la fecha, sobre las que tuvo que debatir y

rebatir la Corte Suprema de Justicia de la Nación entre los años 2004 y 2007.

Una de las posiciones fue que la sociedad se pacifica con el olvido, que se

logra dando vuelta la página de la historia, cerrando los ojos al pasado,

denegándolo, y “rearmando” las instituciones democráticas. Otra, impulsada

por los Organismos de DDHH y la decisión política del gobierno nacional desde

el año 2003, sostuvo que sólo los juicios a los crímenes de lesa humanidad

pacificaría la sociedad.

La jurisprudencia de la Suprema Corte marcó los fundamentos jurídicos que se

impusieron finalmente para “investigar, instruir y eventualmente sancionar

graves violaciones de los derechos humanos, cometidas en forma sistemática o

masiva durante la última dictadura militar y susceptibles de ser calificadas

como crímenes de lesa humanidad. Recordemos que se plantearon ante el

máximo tribunal causas vinculadas con delitos atroces que, dada la

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singularidad de los sucesos acaecidos en el país en esa época, implicaban

materias poco tratadas, que desafiaban las estructuras del derecho penal

tradicional y en las que era posible afectar garantías de base constitucional”i

La C. S. J. N. argumentaba en la fundamentación de algunos fallos que

sentaron jurisprudencia, las razones que afirmaban o negaban: las

prescripciones de las acciones penales, el principio de legalidad, la validez

constitucional de las llamadas leyes de impunidad (Punto Final, en 1986,

Obediencia Debida, en 1987, los indultos dictados por C. Menem, la cosa

juzgada, entre otros.

En los debates de los miembros de la Corte, se sostuvieron dos posiciones: la

mayoría fundamentaba la imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad,

fundamentándose en razones doctrinarias sobre el principio de legalidad (no

hay crimen ni pena sin ley que previamente los haya considerado como tales)

en el que la corte sostuvo finalmente pactos internacionales preexistentes (con

la “Convención sobre la imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de los

Crímenes de Lesa Humanidad”, con jerarquía constitucional por ley 25.778 y

del “Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional”, en 1998).

Sin embargo, la dificultad de juzgar si eran crímenes prescriptibles o no llevó a

interesantes debates donde lo ideológico y lo subjetivo de cada juez se

enlazaba con las dos posiciones enunciadas al comienzo de este texto.

El problema que subyace en el libro de los Dres. Lorenzetti y Krautt es cómo se

pacifica una sociedad. Difícil cuestión, pues lo real estalla siempre,

estructuralmente, en la humanidad. Pero sí plantearé como aporte, en todo

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caso, cuál de estas dos versiones: el juzgamiento de los crímenes, o el manto

del “olvido”, permitirían a los sujetos que han sido atravesados por esta cruel

historia la función del duelo que sí permite alguna pacificación subjetiva y

social, en tanto el duelo implica una operación de sujeción y separación con los

objetos de goce, metaforizándolos, transformándolos. Sólo así es posible una

reconstrucción del pasado, del presente y del futuro.

No es dable pensar la operación del duelo sin la posibilidad de un juicio al Otro

que permita una separación con el goce masoquista del ofrecimiento

sacrificialii, en tanto el duelo llama a la Castración, a la ley, al ahorro del

sacrificio y al lazo social, que no es sin significación de la pérdida.

II. Los duelos

Para sostener esta hipótesis, iré a la definición de duelo a la que arribé en mi

tesis doctoral, donde proponía hablar de su función subjetivante. Es decir, el

duelo tiene una función y es recomponer la subjetividad luego del encuentro

traumático con la muerte.

Propongo esto, porque es imprescindible pensar en esta función luego de

acontecimientos como los vividos en la Argentina desde el año 76 al 83, época

desde la que 30.000 argentinos están desaparecidos y otros 400 tienen aún

desaparecidos sus nombres y sus filiaciones.

No en vano, Freud trabaja su texto princeps sobre el duelo, en años en los que

ocurría una de las peores tragedias de la humanidad en estos siglos; 1914/15:

En esa época Freud escribía su trilogía: “Duelo y Melancolía”, “De guerra y

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muerte. Temas de actualidad” y “La Transitoriedad”. Acababa también de

publicar Tótem y Tabú, texto en el que dedica mucha tinta a la culpa, al duelo y

a los posibles contornos de los mismos. Algo que llama la atención, para los

que dicen que Freud no aborda lo social en sus textos, y más específicamente

en sus textos sobre los duelos… en TODOS estos textos el maestro aborda el

lazo social como parte de lo que él llama “el trabajo” del duelo.

Es así, que postulo como hipótesis, que la difícil pacificación de una sociedad

se lograría sólo si las subjetividades pueden recomponerse gracias a la función

subjetivante del duelo, concepto éste, aportado por Lacan que enriquece los

aportes freudianos sobre el trabajo del inconsciente y de los duelos. Lacan

propone, en el seminario VIII (1961) de La transferencia, que para que algo se

subjetive es preciso que el sujeto logre alguna significación al horror, para lo

que debe encontrar un lugar traducible en el Otro, por lo que la función

subjetivante del duelo precisa de formas discursivas: sociales, legales,

políticas, religiosas, míticas, culturales. Es decir, el duelo precisa que el logos

venga a significar algo de lo inhallable que, en el encuentro con lo traumático

de la muerte, ha quedado allí, desnudo. ¿Cómo significar cuando la catástrofe

traumática no es fruto del azar natural, sino está producida por la un poder

realmente perverso, que se propone exterminar parte de la población por

razones ideológicas: sean éstas políticas, religiosas, o puramente económicas?

¿Cómo sin la intervención del Otro Social? En el caso de Argentina comenzó la

condena social a los asesinatos desde un grupo pequeño de madres que

caminaban por el lugar tal vez más público de la Argentina -la plaza de mayo-

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pidiendo la intervención del Poder Judicial, cosa que luego de 30 años

consiguieron.

Por eso propuse en otro lugariii la intervención de lo público, que permita en lo

privado y en lo íntimo la función del duelo.

Entiendo que el duelo, más que un “trabajo” o “labor” o “tramitación”, que tantas

discusiones produjo en los psicoanalistas, es una operación que, luego de la

estocada en el fantasma que produce lo real de la muerte, lo traumático,

permite al deudo el reenmarcamiento fantasmático. Operación que implica

movimientos de asujetamiento y de separación al objeto causa que quedó

desencausado del fantasma. Esta operación no será sin restos. Siempre

quedará algo incontorneable. Pero “algo”, no es todo. Un duelo subjetivado

hace pasar lo real del trauma por el logos, la palabra. Y la culpa, en su

dimensión real (anudada a la angustia y a lo traumático) logra significarse,

contabilizarse. Allí recién se podría hablar de un deudo y de una deuda. El

deudo se reconoce tal.

En cambio, si el duelo no logra subjetivizarse, representarse en el logos, en los

sistemas simbólicos que contabilizan las faltas propias y las ajenas, el doliente

queda allí, sin poder realizar la operación de separación y el reenmarcamiento

de la escena fantasmática, sin recursos simbólico-imaginarios que sostienen su

escena en el mundo. Su vida pierde valor de intercambio en esa escena, por

eso son tan frecuentes en los márgenes de los duelos la muerte propia por

enfermedades, accidentes, suicidios, suicidios encubiertos, pasajes al acto con

sus diferentes ropajes, la coacción a la repetición, en fin, la deuda no se

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reconoce, pero la culpa, en su dimensión real o imaginaria-real, atormenta e

impele a lo peor. El sujeto no es un deudo: es un loco, un delincuente, está

enfermo, puede morir o matar. El duelo supone gran fragilidad. Ésta puede ser

reconocida –y acompañada desde lo simbólico- o denegada, repudiada. Es

aquí, como dije antes, que la culpa en su dimensión real, empuja al sujeto al

padecimiento, phátos, compulsa al ofrecimiento sacrificial de su propia vida o

de otros. Algo tiene que morir en lo real porque no puede morir en lo simbólico.

El sujeto no es un deudo. Es una víctima o un victimario.

La subjetivación implica una traducción posible, es decir, una significación

posible. Que la sociedad intercambie desde el logos la posibilidad de decir, de

significar algún saber sobre las muertes, sobre los muertos, sobre sus destinos

finales, lo que implica un saber sobre los asesinatos y los responsables de los

crímenes.

Si esto no ocurriera, la culpa, en su versión imaginaria-real, la culpa

sanguinaria, volvería sobre los deudos desubjetivizándolos, dejándolos a la

deriva de una crueldad infinita, sea contra otros o contra sí mismos.

III. La (posible) pacificación de la ciudad

¿Es posible, entonces, la pacificación de una sociedad luego del arrasamiento

totalitario de un sistema? ¿Es posible una construcción social luego de

matanzas, torturas, apropiación de identidades, y la peor de las muertes, que

es la desaparición de los cuerpos, de las huellas del homicidio?

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Una cosa es segura: siempre hay un antes y un después del acontecimiento

totalitario, que precisa no sólo de victimarios sino de víctimas y cómplices.

El después es, muchas veces, la desaparición de pueblos y de sujetos. La

instauración de sociedades anómicas y violentas, la pérdida de valor de leyes y

de la condición humana sujetadas a ellas, cosa que se ve claramente en todos

los lugares colonizados y convertidos en campos de concentración tales como

Haití, Argelia, Ex -Yugoslavia, Afganistán, y tantos otros… Sólo el dinero no

rearma una sociedad. Puede rearmar una ciudad, pero no la legalidad subjetiva

y social que sostienen los intercambios simbólicos. No se rearma el lazo social

ni el exogámico amor, pues éstos precisan de dar lo que no se tiene, la causa.

Esa que estalla con la muerte.

Después de todo, el padre Freud, habitante y víctima del siglo que mayor

destrucción produjo en este frágil mundo, se hizo mucho antes esta misma

pregunta, allá cuando la primera guerra destruía tantos preciados bienes

comunes a la Humanidad, trastornaba tantas inteligencias, entre las más

claras, rebajaba tan fundamentalmente las cosas más elevadas y hacía

pedazos la imparcialidad desapasionada de la ciencia.

Su manera doliente de soportar el horror era la de pensar y escribir posibles

respuestas sobre la crueldad humana que lo confrontaban permanentemente

al desamparo.

Y hoy, luego de dos guerras mundiales y una interminable secuencia de otras

que amenazan con destruir la condición humana, nuestro país fue el primero en

el mundo en llevar estos juicios en forma masiva y considerar lesa humanidad y

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genocidio como tipos de delitos a juzgar y condenar, juicios realizados en y por

el mismo Estado. En otros casos, estos juicios fueron realizados por el Estado

vencedor.

Porque el duelo requiere de la contabilización de las faltas, en tanto se hace

por la causa “desencausada” en el fantasma, la minuciosa contabilización de

las deudas del deudo, del muerto y de las deudas impagas, aprehendidas por

los juicios, dan una posible la cobertura agalmática que permite alguna tumba

a nuestros muertos.

Concluyo con una cita de Jacques Hassoun:

“Una sociedad que deniega la responsabilidad de su historia sólo sería una

horda feroz, melancólica, aún maquillada, trasvertida en “instituciones” vacías

que proclaman consenso” (Hassoun:1995:31)

Notas

i Lorenzetti-Kraut. Derechos humanos: justicia y reparación. 2011. Bs. As.

Sudamericana, 129

ii Sigo en esto a Gerez Ambertín, en su planteo acerca del sacrificio en los

duelos. Entre deudas y culpas, sacrificios, 2008. Bs. As., Letra Viva, 111.

iii Elmiger, M. E.: Tesis Doctoral “La subjetivación del duelo en Freud y Lacan”.

2010