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COMO UN EJÉRCITOComentarios a la promesa legionaria P. DELFIN CASTAÑON, O.P. Director Espiritual de la Legión de María

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Comentarios a la promesa legionaria

P. DELFIN CASTAÑON, O.P. Director Espiritual de la Legión de María

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Censores: Fr. Bienvenido Turiel – Fr. Luis López. Puede imprimirse: Fr. Francisco Villacorta, vicario regional. Censor: Antonio Roweda. Imprímase: P. Mª. Zabalza, vicario general, Pamplona, 25 de febrero de 1973. Disponible en versión digital en www.legiondemaria.org

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CONTENIDO

Prólogo 4 Id y predicad 5 Promesa legionaria 13 1. El Espíritu Santo en el misterio de salvación 15 2. Regeneración 38 3. El misterio de María 43 4. La mediación de María 62 5. El estandarte de la legión 72 6. La pureza apostólica 89 7. Me atrevo a prometer 102 8. Disciplina legionaria 115

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PROLOGO

Como un ejército formado en batalla. Con estas palabras, los legionarios de todo el mundo aclaman diariamente, en el rezo de la catena, a la Reina y Capitana de la legión. Como un ejército formado en batalla ven ellos a la Reina de los apóstoles; pero también, como un ejército formado en batalla, debe verse la legión misma, que avanza en perfecta alineación con María. Todo legionario debe militar en este ejército debidamente adiestrado y equipado en pos de su Reina. La Legión de María toma sobre sí esa responsabilidad y por ello proporciona a sus socios el bagaje doctrinal necesario para poder luchar hasta la victoria final. Es la legión de las pocas asociaciones que descansa sobre unos principios básicos y firmes, que forma a sus miembros y los lanza, al propio tiempo, a una acción apostólica valiente y misionera. La legión no es fruto de una planificación humana, sino consecuencia lógica de unas verdades fundamentales del dogma católico, vistas desde una perspectiva dinámica. Ellas son: el Espíritu Santo, Jesucristo, María y el Cuerpo Místico. Aun cuando no sea fácil profundizar en tales verdades y proyectarlas hacia una acción apostólica, la legión de María ha sabido resumir toda esta doctrina y su dinámica en una oración breve, pero sólida, que encarna todo el ser de la legión y que nos presenta bajo el título de "Promesa legionaria". Para conocer la legión es imprescindible adentrarse en el contenido de esta promesa. Los legionarios hallarán en ella la respuesta de su razón

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de ser. Los deseosos de asomarse a la legión de María descubrirán que no se trata de una asociación más de apostolado seglar, sino de una muy distinta que se asienta sobre roca firme. El mismo contenido de la promesa, sin embargo, constituye frecuentemente un obstáculo para su fácil comprensión por parte de aquellos menos versados en cuestiones teológicas, como lo son la mayoría de los componentes de este ejército. Los directores espirituales tienen aquí una hermosa tarea a realizar y harán muy bien en exponer paulatinamente a sus legionarios los puntos más básicos para luego descender a desentrañar cada proposición en particular y hacerles así descubrir hasta las últimas consecuencias, que son, en definitiva, las que han de ser vividas, y las que conducen a dar un mayor sentido al apostolado legionario. Mas no todos los equipos de la legión cuentan con un director espiritual, ni todos los directores con el tiempo suficiente que un detenido examen de la promesa requiere; sin embargo, la experiencia viene demostrando la necesidad de que todos los legionarios profundicen en el contenido de la promesa y sepan dar respuesta a su vocación legionaria. A todos, pues, con sencillez, como si de un servicio legionario más se tratara, ofrecemos los presentes comentarios escritos pensando en los legionarios y para los legionarios, en los que tienen que vivir esa promesa, y también con el fin de facilitar el conocimiento de la legión a quienes, de algún modo, deseen acercarse a ella.

ID Y PREDICAD

Estas palabras, pronunciadas por Jesús ante sus discípulos, poco antes de su ascensión a los cielos, habrían de resonar con el tiempo por todo

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el ámbito de la tierra. "Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura". 1 "Ellos se fueron; predicando por todas partes". 2 La urgencia del mandato del Señor equivale a la de una siembra de la palabra para hacer germinar la fe cristiana en todos los corazones. Es un precepto que ha obsesionado al colegio apostólico y a todos los discípulos de Jesús, y que la Iglesia de todos los tiempos ha tratado de cumplir por todos los medios y en todas partes. Este mandamiento, dirigido en principio a los once, incumbe a todos los discípulos. El mismo Jesús había enviado con anterioridad a 72 de los suyos a anunciar a las ciudades de Israel la proximidad del reino de Dios. 3 No es lícito pensar que se dirija, en modo alguno, únicamente a los apóstoles, o a sus sucesores, los obispos, o a los sacerdotes. Siempre la Iglesia lo ha interpretado en un sentido mucho más amplio, como dirigido a todos los que participan de la vida cristiana por el bautismo. Obispos, sacerdotes y fieles hemos sido todos, en principio, objeto del mandamiento. Aparte la vocación especial y dignidad del sacerdocio ministerial de los primeros,

los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana, y, regenerados como hijos de Dios, tienen el deber de confesar delante de los hombres la fe que recibieron del Dios por medio de la Iglesia. Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con la fortaleza especial del Espíritu Santo, y de esa forma se obligan con mayor compromiso a difundir y defender la fe con su palabra y sus obras como verdaderos testigos de Cristo. 4

Sobre los fieles cristianos recae, pues, también la exigencia del apostolado, que

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se ordena, ante todo, al mensaje de Cristo, que hay que revelar al mundo con palabras y con las obras, y a comunicar su gracia. 5

Si bien todos los cristianos están llamados a ejercer el apostolado, las formas, sin embargo, de llevarlo a efecto son totalmente discrecionales. El apostolado se puede concebir como tarea individual, o bien como labor colectiva, comunitaria y organizada:

muchas son las formas de apostolado con que los seglares edifican la iglesia y santifican al mundo, animándolo en Cristo. 6

El solo hecho de vivir una vida auténticamente cristiana, que "fluye de la fe, de la esperanza y de la caridad", 7 constituye un verdadero testimonio y principal fundamento de todo apostolado. El apostolado del testimonio, siempre y en todas partes es fecundo y en determinadas circunstancias el único, 8 no es, sin embargo, la única forma de apostolado ni la mejor. El apostolado de la palabra, por ejemplo, añade al del simple testimonio un enriquecimiento innegable. Mas el mismo apostolado de la palabra se ve muchas veces limitado por circunstancias eventuales, como pudiera ser el estar como a la espera del surgimiento de una ocasión para ejercitarlo; muchos más interesante sería que el apóstol buscara siempre ocasión para anunciar a Cristo con la palabra, ya a los no creyentes para llevarlos a la fe; ya a los fieles, para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a mayor fervor de vida. 9 Esta tarea apostólica ejercida, sin embargo, a título personal, se encuentra con un cúmulo de dificultades, como la perseverancia, el ambiente adverso, la formación, la desilusión en muchos casos, y otras, que, por lo general, está abocada al desaliento y al fracaso.

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Por lo que, en cuanto al apostolado hacia fuera, siempre que sea posible, debiera abocarse por el asociado y organizado más que por el personal:

el apostolado organizado responde adecuadamente a las exigencias humanas y cristianas de los fieles y es al mismo tiempo signo de la comunión y de la unidad de la iglesia. 10

Por otra parte,

las asociaciones erigidas para la acción colectiva del apostolado apoyan a sus miembros y los forman para él, y organizan y dirigen convenientemente su obra apostólica, de forma que son de esperar frutos mucho más abundantes que si cada uno trabaja aisladamente. 11

Por lo que ya no es lícito pensar que cualquier reunión de seglares, bajo la dirección o supervisión de algún sacerdote, constituya por ello un grupo de apóstoles o un equipo de apostolado. Convendría no confundir tales grupos con los auténticos equipos de apostolados. Un equipo de apostolado no puede ser fin de sí mismo, y debe servir a la misión de la Iglesia. 12 Dentro de los grupos apostólicos los habrá sin fines concretos a perseguir, y cuyos resultados, si se produjesen, serán indefectiblemente indefinidos. Los habrá con fines determinados de acción, pero sin estructura básica alguna, y su supervivencia se verá seriamente comprometida. Los hay, en fin, que tienen bien definido y determinado su campo de acción y poseen, por otra parte, unas estructuras perfectamente reglamentadas, que harán, sin duda, que los frutos sean asimismo definidos y se garanticen eficacia, miembros y perseverancia. A pesar, no obstante, de que una asociación de apostolado ofrezca unos fines determinados, unas estructuras perfeccionadas, e incluso una

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disciplina apropiada, todo ello aún no se puede considerar motivo suficiente para sentirse plenamente seguros del éxito, al menos a largo plazo. La fuerza de una asociación apostólica, como de cualquier otra entidad, nunca se podrá cifrar en elementos extrínsecos a la misma; hay que buscar en ella algo que constituya su vida, esto es su alma, su espíritu, debidamente proporcionado a los fines que persigue, y salvaguardado por unas estructuras y una disciplina. Siendo esto así, ¿por qué en ciertos sectores no se quiere aceptar a la legión de María, que reúne todas y cada una de dichas características? Parece ser que sólo existe una respuesta fundamentalmente válida, porque se la desconoce, o porque alguna vez se ha tomado contacto con una legión insuficientemente formada. No se piense que, porque se haya leído algo acerca de la legión, o porque se haya asistido esporádicamente a alguna junta, uno está capacitado para juzgar de la legión de María. Nada más lejos de la verdad. Muchos años dedicados intensamente a la legión no son argumento suficiente para afirmar: yo ya conozco suficientemente la legión. No, porque las posibilidades de la legión son tan inmensas, que cada día aparecen nuevas modalidades. La Legión de María es simplemente un movimiento dinámico, esto es, que se mueve, que está en continuo progreso de adaptación, en renovación constante; por eso nunca se la puede conocer a la perfección. A la legión, diríamos en términos filosóficos, se la puede aprehender, pero no comprender. La legión de María es un movimiento de apostolado, o, para usar las propias palabras del Manual oficial de la legión:

es una asociación de católicos que, con autorización eclesiástica, han formado una legión para servir a la Iglesia en su perpetua lucha contra el mundo y sus malignas potestades, acaudillados por aquella que es bella como la luna, brillante como el sol, y - para Satanás y sus huestes - terribles como un ejército en orden de batalla. 13

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El puesto de la legión dentro de la pastoral de conjunto está perfectamente definido en el ministerio de la evangelización. Tiene, pues, un campo definido y concreto. Más no se piense que es concreto y definido únicamente por estar dentro de la evangelización, sino que afronta una evangelización muy concreta. Va al individuo, a la persona, y no a cualquier persona, sino a cada una en particular, a personas con sus nombres, apellidos y dirección, y por este camino pretende llegar a las masas. Objeto de su predilección son los no católicos, y, dentro de los católicos, los más alejados. Donde existan cuerpos de legión, cuyo trabajo apostólico no esté en esta línea, habrá más bien una auténtica parodia de lo que se supone debiera ser la legión. 14 Al reflexionar sobre esto, se llega a la conclusión de que en la legión son imprescindibles una disciplina severa y unas estructuras sólidas, ya que, si se desea conseguir unos fines muy determinados, se requiere inevitablemente adoptar medios proporcionales a tales fines. Lo que, sin embargo, le da el ser, la fuerza y hasta la define es su espíritu. Sin espíritu, la legión de María sería como un cuerpo sin alma. No es osado afirmar que la legión de María, antes que acción, es un sistema de espiritualidad claro, definido y concreto; es más, la acción en la legión es únicamente consecuencia lógica y necesaria de su espiritualidad:

la legión ofrece a sus miembros no tanto un programa de actividades cuanto una norma de vida. 18

La espiritualidad de la legión no contiene nada extravagante o exótico, está perfectamente centrada en la doctrina católica fundamental y busca cómo hacer dinámica esta doctrina. La legión constituye un verdadero sistema que, como tal, tiene su filosofía, esto es, su espiritualidad propia, que no se puede confundir con ninguna otra.

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Su espiritualidad peculiar, junto con su acción, su disciplina y sus estructuras, es la que ha hecho que, a pesar de las ingentes dificultades halladas a su paso, la legión haya venido progresando día a día, desde aquel 7 de septiembre de 1921, hasta hoy, casi de forma inverosímil. Limitándonos únicamente a España, sabemos que son 23 los años que lleva funcionando, y aún existen de aquellos primeros equipos, que fueron como el punto de arranque del florecimiento hoy existente en la mayoría de nuestra diócesis. A quienes aún sientan temor a un fracaso más en sus experiencias apostólicas, la legión les ofrece la realidad de su historia en el mundo y en España y garantizarles que sólo hay un camino posible para su fracaso, y éste ha de nacer necesariamente dentro de la propia legión; para evitar que esto suceda, existe un antídoto, que, por otra parte, lleva indefectiblemente al éxito: la lealtad. El legionario se compromete seriamente a ser leal a la legión desde el momento en que ha ingresado en ella por la puerta oficial de la promesa legionaria. Esta promesa es algo más que un compromiso de lealtad a la legión, es manantial de doctrina y fuerza, que ayudará al legionario a mantenerse fiel a su compromiso en todo momento.

Monseñor Montini, después papa Pablo VI, escribiendo en nombre del papa, dice: Esta promesa apostólica y mariana ha fortalecido a los legionarios en su lucha cristiana por todo el mundo, en particular a aquellos que están sufriendo persecución por la fe. 17

Varios son los pilares sobre los que descansa la doctrina contenida en la promesa legionaria y que de continuo se exponen a la consideración y estudio del legionario: el Espíritu Santo, Jesucristo, María y la propia legión; más no presentados independientemente, sino haciendo valer la relación íntima existente entre sí, lo que viene a constituir en esencia el

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espíritu de la legión. Esta consideración llevará a unas conclusiones de orden práctico que motivan ese compromiso de lealtad del legionario para con la legión, que le determina a ingresar voluntariamente en sus filas. El contenido doctrinal de la promesa, sin embargo, no es exhaustivo, de forma que en ella se encuentre explícitamente todo lo relativo al espíritu de la legión; pero sí que implícitamente se halla en ella, al menos, lo más fundamental. En el presente trabajo se abordarán los temas básicos de la promesa legionaria, distribuidos en varios capítulos de extensión variable, determinada por la materia a estudiar. En todo momento se ha pretendido que la teoría presentada en una primera parte se vea proyectada, mediante unas reflexiones, en la pastoral y vida legionarias. El estudio sobre el Espíritu Santo y el misterio de María constituirán, como es lógico, el elemento doctrinal básico, y por lo mismo el más árido, inevitablemente, de los presentes comentarios; pero, comprendida tal doctrina, la legión surgirá diáfana y pujante, y cautivará al legionario, de forma que lo llevará suavemente al compromiso de lealtad mediante la promesa legionaria. No se pretende, por otra parte, abordar directamente el estudio de los elementos constitutivos del espíritu de la legión de María, sino más bien exponer a los directores espirituales, a los propios legionarios y a todos aquellos que deseen conocer un poco más de cerca el secreto de la fuerza de la legión, cómo ésta se manifiesta de forma ostensible en la doctrina teológico-pastoral de la promesa legionaria. Pensando en ellos y para ellos, por si alguna utilidad pudieran reportar, se han escrito los presentes comentarios. 1 Mc 16, 15

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2 Mc 16, 20 3 Lc 10, 1ss 4 LG 2, 11 5 AA 2, 6 6 AA 4, 16 7 AA 4, 16 8 AA 4, 16 9 AA 2, 6 10 AA 4, 18 11 AA 4, 18 12 AA 4, 19 13 Manual oficial de la legión de María, 1. 14 Maria Legionis 19, n. 4 (1971) 22. 15 Manual oficial de la legión de María, 8, 2. 16 Ibíd., 38, 19 17 Ibíd., 10

PROMESA LEGIONARIA

Santísimo Espíritu, queriendo en este día ser alistado como legionario de María, y reconociendo que por mí mismo no puedo prestar un servicio digno, te ruego desciendas sobre mí y me llenes de Ti mismo, para que mis pobres actos los sostenga tu poder, y venga a ser instrumento de tus poderosos designios. Reconozco también que Tú, que viniste a regenerar el mundo en Jesucristo, no quisiste hacerlo sino por María; que sin Ella no podemos conocerte ni amarte, y que por Ella son concedidos tus dones, virtudes y gracias, a quienes Ella quiere, cuando Ella quiere, en la medida y de la manera que Ella quiere;

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y me doy cuenta de que el secreto de un perfecto servicio legionario consiste en la completa unión con Aquella que está tan íntimamente unida a Ti. Por tanto, tomando en mi mano el estandarte de la Legión, que trata de poner ante nuestros ojos estas verdades, me presento delante de Ti como soldado suyo e hijo suyo, y como tal me declaro totalmente dependiente de Ella. Ella es la Madre de mi alma. Su corazón y el mío son uno; y desde ese único corazón vuelve Ella a decir lo que dijo entonces: "He aquí la esclava del Señor". Y otra vez vienes Tú por medio de Ella para hacer grandes cosas. Cúbrame Tu poder, y ven a mi alma con fuego y amor, y hazla una con el amor de María y la voluntad de María de salvar al mundo; para que yo sea pura en Aquella que por Ti fue hecha inmaculada; para que por Ti crezca en mí también mi Señor Jesucristo; para que yo con Ella, su Madre, pueda ofrecerle al mundo y a las almas que le necesitan; para que, ganada la batalla, esas almas y yo podamos reinar con Ella eternamente en la gloria de la Santísima Trinidad. Confiado en que en este día quieras Tú recibirme por tal y servirte de mí y convertir mi debilidad en fortaleza, tomo mi puesto en las filas de la Legión y me atrevo a prometer ser fiel en mi servicio. Me someteré por completo a su disciplina, que me liga a mis hermanos legionarios y hace de nosotros un ejército, y mantiene nuestra alineación en nuestro avance con María, para ejecutar tu voluntad, para obrar tus milagros de gracia que renovarán la faz de la tierra, y establecerán, Santísimo Espíritu, tu reinado sobre los seres todos. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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EL ESPÍRITU SANTO EN EL MISTERIO DE SALVACIÓN

Es un hecho que la vida de los cristianos discurre, por lo general, bajo el signo de una conciencia más bien pasiva sobre la acción y presencia del Espíritu Santo en la Iglesia y en las almas. Con toda seguridad que la ignorancia acerca de la tercera persona de la Santísima Trinidad no llega a los extremos de aquellos cristianos de la primitiva comunidad de Éfeso 1 de los que nos habla San Pablo; pero sí que tales conocimientos se reducen a poco más que a unas cuantas fórmulas litúrgicas ya consagradas. No deja de sorprender, por lo mismo, el que al tomar contacto con la legión de María hallemos que todo en ella se centra, en definitiva, en la persona del Espíritu Santo. En efecto, el acto más trascendente para todo legionario, cual es la emisión de su promesa, gira todo él en torno al Espíritu Santo. El Espíritu Santo se destaca asimismo como rasgo predominante del vexillum o estandarte de la legión. El cuadro de la téssera nuestra al Espíritu Santo cerniéndose sobre toda la legión. La explicación la proporciona la propia legión al afirmar que:

Es el Espíritu Santo quien regenera al mundo; por él son concedidas las gracias, hasta la gracia más insignificante e individual; y las concede valiéndose de María cada vez y siempre. 2

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Por eso, cuando se compuso la promesa legionaria, era lógico - aunque al principio causaba alguna sorpresa - que fuera dirigida al Espíritu Santo y no a la Reina de la Legión. 3 Así, pues, los legionarios, en el momento más íntimo de su vida apostólica, se dirige al Espíritu Santo para ser lleno de él, asistido y sostenido por él y ser convertido en instrumento de sus poderosos designios. Al pronunciar las palabras: Santísimo Espíritu, que encabezan la promesa, se coloca ciertamente en línea con los apóstoles de todos los tiempos, con los de los Hechos, con los del cenáculo, con la Iglesia misma. En el fondo está pidiendo que esa acción santificante y vivificadora que el Espíritu Santo ha ejercido en todo momento en las almas, en la Iglesia y en el mundo, se prolongue en él, en su propia alma. Cabría preguntar sin embargo: ¿Qué conciencia puede tener el legionario acerca del Espíritu Santo? Si se revisa el Manual de la legión, y se examina su doctrina, no cabe duda de que el bagaje de conocimientos sobre la persona y acción del Espíritu Santo que el legionario puede adquirir en la legión es muy considerable; tal vez no de una teología acerca de la procesión del Espíritu Santo, pero sí de su presencia y misión en el mundo, en la iglesia y en el alma. Cierto que el origen más envuelto en el velo del misterio, como afirma San Agustín, es el origen del Espíritu Santo. Nos es mucho más conocida la persona del Hijo, que vivió entre nosotros, que la del Espíritu Santo. Sin embargo, estamos viviendo la época del Espíritu Santo. Jesús ha realizado la obra de gracia, de verdad, de salvación. El Espíritu Santo nos aplica esa obra. Cristo ha construido la casa. El Espíritu Santo la habita. Cristo anuncia el evangelio. El Espíritu Santo actualiza y guarda viva esa palabra y esa obra del evangelio.

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1. ¿Quién es el Espíritu Santo? El Espíritu Santo, tal como la fe nos lo enseña, es la tercera persona de la Santísima Trinidad, que, como tal, es eterna y consustancial al Padre y al Hijo, de quienes procede por vía de amor, que procede del Padre y del Hijo, rezamos en el credo. Los teólogos han intentado aclararnos de alguna forma la profundidad del misterio mediante una analogía. Todos, enseñan, podemos descubrir en nuestro interior una especie de trinidad o triada, que tiene lugar, al parecer, siempre que entran en funciones el entendimiento al conocer y la voluntad al amar. En cuyo caso, afirman, tendríamos tres elementos básicos: el entendimiento que conoce, el objeto conocido y la voluntad que ama ese objeto conocido por el entendimiento. Una persona, al conocer algo, agregan, se forma en su mente un reflejo o imagen más o menos perfecta del objeto conocido. Ocurre que si esa persona es sumamente inteligente, la imagen que se forma será muchísimo más perfecta y más próxima a la realidad que la que se puedan formar los de menor capacidad intelectual. Dios, desde toda la eternidad, prosigue, se conoció así mismo. Más Dios es infinitamente sabio y omnipotente. Dios, por consiguiente, al conocerse a sí mismo, ha engendrado en su interioridad otro ser exactamente igual a él. Este ser es el Verbo, la palabra, el Hijo engendrado por vía de conocimiento. Con lo que ya tenemos dos personas, el Padre y el Hijo, exactamente iguales en naturaleza, eternas las dos, perfecta las dos, omnipotentes las dos. Estas dos personas se conocen y, al conocerse, se aman con un amor infinito, con un amor consustancial y eterno que realiza la unión entre el Padre y el Hijo. Ese amor es llamado en la Sagrada Escritura Espíritu

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Santo. 4 Tenemos, así, la tercera persona de la Santísima Trinidad, que procede del Padre y del Hijo por vía de amor. 2. Manifestaciones del Espíritu Santo En sus relaciones intradivinas Dios vive toda su felicidad esencial precisamente en ese engendrar del Padre al Hijo por vía de amor; pero, desde la creación hasta el presente, desde que el tiempo existe, Dios Uno y Trino se ha manifestado al mundo creado, y al hombre, a quién llega a comunicar la vida divina y a entablar con él relaciones de amistad. Toda obra de Dios en el mundo, o en el hombre, es común a las tres personas de la Santísima Trinidad. El Padre no está nunca sin el Hijo, y ni uno ni otro pueden separarse del Espíritu Santo. Es el Evangelio el que nos dice:

En verdad, en verdad os digo que no puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque lo que éste hace lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará aún mayores obras que éstas, de suerte que vosotros quedéis maravillados. Como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo a los que quiere les da la vida. Aunque el Padre no juzga a nadie, sino que ha entregado al Hijo todo el poder de juzgar, para que todos honren al Hijo, como honran al Padre. 5

Las tres personas actúan siempre unidad, pues una es la esencia de Dios, y su acción debe tener siempre carácter unitario; sin embargo, en la historia de la teología se ha introducido la costumbre de atribuir a cada persona propiedades o actividades especiales que guardan un parentesco especial con la peculiaridad de la persona correspondiente, aunque no le pertenezca exclusivamente, 6 y así atribuimos las obras a una o a otra persona según el sello de dicha obra.

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Tenemos, por otra parte, que Dios se ha revelado a los hombres; pero también sabemos que sea revelación no fue total desde un principio, sino más bien progresiva. Dios se nos ha venido manifestando poco a poco, llegando a su cenit con la venida de Jesucristo y cerrándose toda revelación con la muerte del último apóstol. a) En el Antiguo Testamento El misterio de la Santísima Trinidad no fue revelado, ni mucho menos, desde un principio; pero la acción de las tres divinas personas estaba ya allí y podemos ir descubriendo la acción del Espíritu Santo, por ejemplo, a través de las Sagradas Escrituras, lo que, sin duda, arrojará luz par mejor comprender su acción en la Iglesia y en el alma y enriquecer al propio tiempo nuestro conocimiento acerca del Espíritu Santo. En la Sagrada Escritura se nos narran fenómenos atribuidos al Espíritu de Yavé; pero la tercera persona de las Santísima Trinidad no aparecerá hasta tanto no sea revelada en el evangelio. Muy diversas son las manifestaciones del espíritu en el Antiguo Testamento. La vida originaria, el viento, la fuerza, el don de gobierno y el de profecía denuncian, en ciertos casos, la presencia del espíritu de Dios. Ya en el primer capítulo del Génesis se nos muestra el espíritu dando origen a la vida, incubando la vida, algo así como la gallina incuba sus polluelos:

el espíritu de Dios estaba incubando sobre la superficie de las aguas. 7

Otra figura, la del viento, la del soplo, la de la respiración, es muy común en la Sagrada Escritura:

Oyeron a Yavé Dios, que paseaba por el jardín al fresco del día, y se escondieron de Yavé Dios Adán y su mujer. 8

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Moisés tendió su cayado sobre la tierra de Egipto, y Yavé hizo soplar sobre la tierra el viento solano durante todo el día y toda la noche. 9

Incluso en el Nuevo Testamento encontramos la figura del viento:

cuando llegó el día de pentecostés, estaban todos juntos en un lugar, se produjo de repente un ruido del cielo, como de viento impetuoso, que invadió toda la casa en que residían. 10

El hombre recibe el hálito de Yavé y con él la vida, y muere cuando ese hálito se apaga:

formó Yavé Dios al hombre del polvo de la tierra y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue así el hombre ser animado. 11 Voy a arrojar sobre la tierra un diluvio de aguas y exterminaré cuanto bajo el cielo tiene hálito de vida. 12

El espíritu de Yavé es, pues, vida, da vida y se manifiesta en la figura de viento, de hálito. No olvidemos que una señal clara de que un ser tiene vida es si respira:

manda tu espíritu, se recrían y así renuevas la faz de la tierra. 13 La presencia del espíritu de Yavé se irá revelando asimismo en otras manifestaciones de la vida humana, tales como en la autoridad, el poder y el gobierno:

Yo descenderé y contigo hablaré allí, y tomaré del espíritu que hay en ti y lo pondré sobre ellos, para que te ayuden a llevar la carga del pueblo y no la lleves tú solo. 14

O irá apareciendo su acción cada vez más clarividente en la inspiración de los profetas, y en el valor que les comunica para que puedan hablar

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las palabras que Yavé les mande, y mantenerse firmes con el testimonio de sus vidas, y en algunos casos hasta la muerte:

entonces me alzó el espíritu y me arrebató. Yo andaba amargado y malhumorado en mi alma; pero sobre mí la mano de Yavé, que me confortó. 15

El espíritu se va revelando como una fuerza divina que transforma a las personas humanas e inspira a los profetas; pero aún no se ha revelado como persona divina. La efusión del espíritu se extiende ya no solamente sobre reyes y profetas, sino incluso sobre todo el pueblo que regenerado, se vuelve hacia Dios:

y temerán desde el poniente el nombre de Yavé, y desde el nacimiento del sol su majestad; porque vendrá como torrente impetuoso, empujado por el soplo de Yavé. Mas para Sión vendrá como redentor, para los de Jacob que se convierten de sus pecados, dice Yavé. He aquí mi alianza con ellos, dice Yavé, el espíritu mío que está sobre ti; y las palabras que yo pongo en tu boca no faltarán de ella jamás, ni de la de tus hijos, ni la de la boca de los hijos de tus hijos, dice Yavé, desde ahora, para siempre. 16

La historia de Israel continuará, sin embargo, realizándose entre un acercarse y un alejarse periódicamente de Dios. Será preciso que Dios mismo en persona, que el Espíritu de Dios, la tercera persona de la Santísima Trinidad, se manifieste al mundo y a los hombres:

¡Oh si rasgaras los cielos y bajaras, haciendo estremecer los montes, como fuego abrasador que quema la leña seca, como fuego que hace hervir el agua! Para mostrar a los enemigos tu nombre y hacer temblar a los pueblos ante ti, haciendo nunca esperados prodigios, de que no se oyó hablar jamás. 17

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Esta efusión del espíritu del Señor tendrá lugar en la persona del mesías, y llegará la etapa del Espíritu Santo:

Y brotará una vara del tronco de Jesé y retoñará de sus raíces un vástago, sobre el que reposará el espíritu de Yavé. 18 He aquí a mi siervo a quien sostengo yo, mi elegido, en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él, y él dará la ley a las naciones. 19 El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres, me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista, para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar año de gracia del Señor. Y enrollando el libro, se lo devolvió al servidor y se sentó. Los ojos de cuantos había en la sinagoga estaban fijos en él. Comenzó a decirles: hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír. 20

b) En el Nuevo Testamento Con la llegada de la plenitud de los tiempos llega la manifestación total del Espíritu Santo, que aparece en la figura de paloma en la escena del bautismo de Jesús en el Jordán. Juan predica un bautismo de agua y predice el bautismo en el Espíritu Santo. 21 Las tres divinas personas aparecen en esta escena:

bautizado Jesús, salió luego del agua. Y he aquí que vio abrirse los cielos y al Espíritu de Dios descender como paloma y venir a posarse sobre él, mientras una voz del cielo decía: éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias. 22

Jesús tiene en sí el Espíritu y es empujado por él al desierto y comienza su ministerio lleno del Espíritu Santo:

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Jesús, lleno del Espíritu Santo, se volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu al desierto. 23

La venida de Jesús supone el centro de toda la historia del misterio de salvación, y en este punto central aparece otra gran figura, la de María, en la que el Espíritu Santo va a actuar de forma milagrosa:

Dijo María al ángel: ¿cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón? El ángel le contestó: el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del altísimo te cubrirá con su sombra, y por eso el hijo engendrado será santo, será Hijo de Dios. 24

María se somete a la acción del Espíritu Santo y es asociada al misterio de salvación desde el primer instante de la encarnación del Verbo en sus purísimas entrañas.

REFLEXIONES

Nuestro conocimiento acerca del Espíritu Santo se ha venido enriqueciendo, y hayamos cómo se ha manifestado de muy diversas maneras en el transcurso de los tiempos. El legionario habrá podido descubrir cómo algunas de estas manifestaciones guardan una relación íntima con lo que la legión espera de sus afiliados, que le urgirán a acercarse a él más y más. Así: La vida: la vida fue incubada por el espíritu. La idea de vida, de dinamismo, de movimiento, de crecimiento, está en línea con la naturaleza cristiana. Para la legión, que va por el mundo en son de grandes conquistas, la vida es elemento básico. No es una asociación estática, es un movimiento que, como tal, tiene vida, busca vida y desea traer a los

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demás a la vida. La legión "confiere un manantial de agua viva capaz de renovar toda nuestra vida interior". 25 Sabiendo que el punto de arranque de esta vida es una fe firme como una roca, pide a diario para sus legionarios una fe viva que, animada por la caridad, los habilite para hacer todas las cosas por puro amor, y trabaja incesantemente para que aquellos que, sobre todo, se hallan más alejados, suban por lo menos un peldaño hacia la posesión de la vida. 26 La meta de la acción legionaria es, en fin llevar a los demás la palabra que da la vida. La fuerza: Es ésta otra de las manifestaciones del espíritu y que lógicamente va unida a la idea de vida. La idea de fuerza, de valor, de entrega, de exigencia hasta el heroísmo está diseminada a todo lo largo y ancho del Manual, se revisa en todos los retiros y convivencias, se inculca en todas las reuniones de los consejos legionarios. Es de tal índole la naturaleza del apostolado legionario que se juzga indigno al legionario que no posea el valor necesario para emprenderlo, 27 y con la palabra vergüenza califica el manual al legionario sin arrojo. 28 ¡Estamos en guerra!, es el grito que se aconseja al legionario que tenga que arrostrar alguna dificultad extraordinaria o algún peligro especial. 29 "Comenzar y llevar a cabo sin vacilación grandes empresas por Dios y la Salvación de las almas", pensamiento oracional, dinámico, que el legionario repite postrado a los pies de María. En la misma antesala casi del Manual, para que el legionario se vaya haciendo a la idea de valor y fuerza, se le invita a que tenga "una

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voluntad indómita de vencer" y a "negarse en absoluta a condescender con cualquier derrota". 30 Podrá haber otros movimientos apostólicos en los que no sea tan necesario inculcar la virtud de la fortaleza, pero para el legionario que "ha de ir siempre a la vanguardia en las luchas de la iglesia", sería bochornosa la carencia de fuerza y de valor. 31 Profetismo: La acción del Espíritu Santo se ha dejado sentir cada vez con mayor claridad en la inspiración de los profetas. El profeta y su oficio se han ido perfeccionando a través del tiempo. En algunas épocas ha habido verdaderas legiones de profetas, unos falsos, otros verdaderos. Cuando la avalancha de profetas llega a suspenderse, sólo aparecen los verdaderos profetas llamados por Dios para una misión concreta, bajo la común de preparar al pueblo para la venida del mesías. El profeta es llamado y enviado. Aparte de esto, el verdadero profeta anuncia el mensaje recibido y vive la ley. Con la venida de Cristo, no se ha acabado el profetismo; pero como los apóstoles sobresalieron por encina de los profetas, la acción del profeta la llamamos apostolado. El apóstol es el que tiene como misión anunciar a Cristo, vivir la ley, en este caso la del amor, y edificar, exhortar, consolar, etc. El apostolado en una pastoral moderna es muy diverso; abarca la acción caritativa, la litúrgica y la profética propiamente dicha o de evangelización. La acción legionaria está en la línea de la evangelización, especialmente de los no católicos y alejados, incluyendo la preevangelización, si bien

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ésta únicamente en la medida en que sea necesaria y por el tiempo necesario. El legionario ha de pasar cuanto antes al campo de la evangelización, al del anuncio del mensaje. Su estilo es de cosas concretas y definidas, y su sistema de contacto directo con cada individuo, con cada familia, con cada caso. Los medios empleados, todos aquellos que faciliten la evangelización dentro de su estilo y sistema. La legión de María está situada en la más genuina línea de profetismo, de evangelización, por lo que nada debe tener de extraño que, en primer término, se vuelva hacia el Espíritu Santo, de quien espera recibir su acción por medio de María, y el legionario, al pretender ser alistado en las filas de la legión, pida humildemente su ayuda, ya que por sí mismo se declara incapaz de esa vida, de esa fuerza y valor, y del grado de apostolado que es exigencia de la legión. De pie, ante el vexillum, comienza diciendo:

SANTÍSIMO ESPÍRITU, QUERIENDO EN ESTE DIA SER ALISTADO COMO LEGIONARIO DE MARIA, Y RECONOCIENDO QUE POR MÍ MISMO NO PUEDO PRESTAR UN SERVICIO DIGNO, TE RUEGO DESCIENDAS SOBRE MÍ Y ME LLENES DE TI MISMO.

c) En la vida pública de Jesús Con la aparición de pública de Jesús se establece una lucha entre él y el espíritu del mal, el demonio; Jesús vence por el Espíritu de Dios que posee como Hijo:

si yo arrojo a los demonios con el espíritu de Dios, entonces es que ha llegado a vosotros el reino de Dios. 32

Todas las palabras, hechos y milagros de Jesús demuestran que en él está el Espíritu Santo:

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Aquel a quien Dios ha enviado habla palabras de Dios, pues Dios no le dio el espíritu con medida. 33

Todo lo que hay en Jesús manifiesta ciertamente la presencia del Espíritu Santo, pero es necesario que él vaya para enviarnos su Espíritu:

el que cree en mí, según dice la escritura, ríos de agua viva correrán de su seno. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él, pues aún no había sido dado el Espíritu, porque no había sido glorificado. 34 Os conviene que yo me vaya. Porque si no me fuere, el abogado no vendrá a vosotros, pero si me fuere, os lo enviaré. 35

Con Cristo viviendo en la tierra entre nosotros tendríamos una ayuda extrínseca y un consuelo humano; pero necesitábamos que esa ayuda fuera desde adentro; de ahí la insistencia:

cuando viniere aquel, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa, porque no hablará de sí mismo, sino que hablará de lo que oyere y os comunicará las cosas venideras. El me glorificará, porque tomará de los mío y os lo dará a conocer. 36

Cristo muere, resucita y transmite a la Iglesia su Espíritu. En Pentecostés, el Espíritu Santo es enviado a la Iglesia:

se produjo de repente un ruido del cielo, como el de un viento impetuoso, que invadió toda la casa en que residían. Aparecieron, como divididas, lenguas de fuego, que se posaron sobre cada uno de ellos, quedando todos llenos del Espíritu Santo; y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según que el Espíritu les daba. 37

Los que le reciben dan testimonios de Jesús, y el Espíritu Santo realiza en los hombres lo que Cristo ha obrado para los hombres.

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d) En la vida de la Iglesia La obra de salvación no termina, sin embargo, con el envío de Cristo, ni con su ascensión, sino con la misión del Espíritu Santo a la Iglesia. Al ausentarse Cristo en su ascensión, es retenido en el cielo hasta el día de la parusía, el jefe, fundador y cabeza de la Iglesia, su cuerpo místico, que aún se construye y edifica en la tierra. Para llevar a cabo esta edificación de su Iglesia hasta el fin de los tiempos, hasta que él venga a tomar posesión definitiva de su reino, Cristo envía dos elementos integrantes, básicos: a sus apóstoles, ligados a la vida de Jesús en la tierra, y al Espíritu Santo; ambos elementos están íntimamente unidos para llevar a feliz término la obra de Cristo, su Iglesia. 3. El Espíritu Santo y la Institución Apostólica Cristo instituyó la misión apostólica. Llama primero a cada apóstol individualmente y luego los constituye colectivamente en tales apóstoles, establece y funda la Iglesia. Los apóstoles, ligados a la vida de Jesús en la tierra, sienten la ida del Señor en el día de la ascensión y necesitan la venida del Espíritu Santo para que, fortalecidos en la fe, puedan realizar con su colaboración la obra de Cristo. La misión del Espíritu Santo se manifiesta en la institución apostólica, y de continuo en la iglesia, en todo su ministerio en general, en su autoridad y en su constitución:

recibid el Espíritu Santo, a quien perdonéis los pecados les serán perdonados, a quienes se los retenéis les serán retenidos. 38

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Y San Pedro en el primer concilio de la Iglesia en Jerusalén:

porque ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros ninguna otra carga más que éstas necesarias. 39

Se manifiesta asimismo en sus frutos:

por toda Judea, Galilea y Samaria, la Iglesia gozaba de paz y se fortalecía y andaba en el temor del Señor, llena de los consuelos del Espíritu Santo. 40

También se manifiesta en su predicación:

cuando venga el abogado, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí, y vosotros daréis también testimonio porque desde el principio estáis conmigo. 41 Recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra. 42

Se manifiesta, asimismo, la acción del Espíritu Santo en los sacramentos instituidos por Cristo, porque quien en nosotros produce la virtud santificadora es el Espíritu Santo:

habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios. 43

La fe en el Espíritu Santo es una característica de la primitiva iglesia. El libro de los Hechos de los Apóstoles es el evangelio del Espíritu Santo, pues pone de relieve la acción del Espíritu Santo en la Iglesia.

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Pentecostés realiza la promesa del Espíritu Santo y, a partir de entonces, hay un perpetuo Pentecostés en la Iglesia. La acción del Espíritu Santo reviste con frecuencia en la primitiva Iglesia caracteres extraordinarios y sensibles, tales como viento, lenguas de fuego, temblores de tierra; pero la acción del Espíritu Santo tiene manifestaciones más profundas: mueve a la santidad y opera la transformación del cuerpo místico de Cristo y la conservación de su homogeneidad; es fuente de unidad de toda la Iglesia de Cristo:

el Espíritu Santo que habita entre los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable unión de los fieles y tan estrechamente une a todos con Cristo, que es el principio de la unidad de la Iglesia. El es el que obra las distribuciones de gracias y misterios, enriqueciendo a la Iglesia de Jesucristo con variedad de dones para la perfección consumada de los santos en orden a la obra del ministerio, a la edificación de cuerpo de Cristo. 44

Alma de la Iglesia Cristo ha establecido una sociedad de salvación, la iglesia. La ha ido formando durante su vida en la tierra mediante la elección de los apóstoles, la institución de los sacramentos, etc. El Espíritu Santo viene a infundirle movimiento, vida y eficacia a los sacramentos, al ministerio apostólico y al cuerpo entero. En razón de las funciones que el Espíritu Santo ejerce en la Iglesia, se le llama alma, en sentido metafórico; alma de la Iglesia. En efecto, una de las funciones principales del alma en nuestro cuerpo es la de unir todos los miembros entre sí y con la cabeza. En el momento

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en que el alma se separa del cuerpo, éste comienza un proceso de descomposición. Función importantísima del alma es también dotar de movimiento a todo el ser, que es en lo que, en definitiva, consiste la vida. Es función suya dar vida. El cuerpo sin alma resultaría inerte y frío. Funciones semejantes ejerce el Espíritu Santo en la Iglesia. Cristo vivifica a la Iglesia como cabeza y, por tanto, desde fuera; la cabeza siempre está fuera de los miembros. El Espíritu Santo la vivifica desde dentro, como alma, y el alma siempre está dentro de los miembros y del cuerpo. La presencia del Espíritu Santo en un miembro y en otro realiza la unidad y la continuidad de la propia Iglesia. "La continuidad que hay en la Iglesia, afirma Santo Tomás, se debe al Espíritu Santo, que, siendo uno y el mismo, la llena y une a toda ella". 45 Los santos padres predicaban y enseñaban esta misma doctrina. Así, por ejemplo, San Juan Crisóstomo escribe:

¿Qué es la unidad del Espíritu? Aquí sucede lo que sucede en el cuerpo, en el que hay un espíritu que contiene todo, que está en todo. Para esto se dio el Espíritu. 46

El Espíritu Santo no sólo unifica, sino que mueve; en una palabra, da vida. Si la palabra de Dios crecía y se multiplicaba y la Iglesia se extendía por todas partes, y los cristianos vivían en íntima caridad y unidad era porque el Espíritu Santo era la fuente interior de ese ímpetu y de esa unidad:

la Palabra de Dios fructificaba, y se multiplicaba grandemente en número de los discípulos en Jerusalén y numerosa muchedumbre de sacerdotes se sometían a la fe. 47

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La Palabra de Dios más y más se extendía y difundía. 48 Mientras, los discípulos quedaban llenos de alegría y del Espíritu Santo. 49 La muchedumbre de los que creían tenían un corazón y un alma sola. 50

Así, pues, el Espíritu Santo actúa de continuo en la Iglesia. Nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra caridad, todas nuestras virtudes sobrenaturales se ejecutan bajo la acción del Espíritu Santo. En el Bautismo, en la adquisición y crecimiento de la gracia, en la eficacia de los sacramentos está presente la acción del Espíritu Santo. Si la acción del Espíritu Santo no se deja sentir en todos los miembros de la iglesia será porque éstos ponen obstáculos a esa acción divina: "vosotros, dice San Pedro, siempre resistís al Espíritu Santo". O porque esos miembros no cuentan con todos los medios a través de los cuales se hace presente la acción del Espíritu Santo, como acontece con las comunidades cristianas no en comunión con la Iglesia católica. El ideal de todas las comunidades cristianas sería la unidad plena en la única iglesia que Cristo fundó. Cuando todos, dispuestos los prejuicios humanos, se afanen por buscar la verdad, el Espíritu Santo se dejará sentir para que lleguemos a la ansiada unidad. ¿Cuándo será esto? No lo sabemos; pero la oración al Espíritu Santo es el llamamiento que podrá acelerar la unión de todos en Cristo y que Cristo viva y reine en todos. En el Apocalipsis leemos:

el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que escucha diga: Ven. Sí, ven, Señor Jesús. 51

REFLEXIONES

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Si bien los apóstoles han recibido la misión de realizar la obra de Cristo, de llevarla a feliz término, resulta por demás absurdo el pensar que ellos solos pudieran cumplir tan ingente misión sin la presencia del Espíritu Santo. Hombres, por lo general, rudos e ignorantes, nunca hubieran salido de la timidez del cenáculo, y la Iglesia habría muerto en su germen. El Espíritu Santo viene sobre aquella Iglesia naciente y de le da vida y dota de movimiento. Une a todos los miembros de la misma. En el transcurso de los tiempos la conserva en su homogeneidad, la asiste en su magisterio, al mantiene en la verdad. Realiza en ella hasta la consumación de los tiempos. Sin embargo, el desconocimiento de la acción del Espíritu Santo en la Iglesia es bastante general, y los creyentes no estiman conveniente la oración al Espíritu Santo. Pese a lo cual sí estamos viviendo su época. Suele decirse que la fase del Antiguo Testamento ha sido la época del Padre; desde la encarnación hasta la ascensión, la del Hijo; desde Pentecostés hasta la parusía, la del Espíritu Santo. La legión de María, arrancando de la verdad de la presencia y acción del Espíritu Santo en la Iglesia, enseña a los legionarios sobre la incapacidad de prestar un servicio apostólico digno, y los invita a acudir al Espíritu Santo para que les revista de su poder, para que los sostenga y los admita como instrumentos de sus poderosos designios. 52 Por eso el legionario comienza por pedir en su promesa:

TE RUEGO DESCIENDAS SOBRE MÍ Y ME LLENES DE TI MISMO, PARA QUE MIS POBRES ACTOS LOS SOSTENGA TU PODER, Y VENGA A SER INSTRUMENTO DE TUS PODEROSOS DESIGNIOS.

Ante las dificultades surgidas en el apostolado, ante los problemas agudos, la legión invita insistentemente a pensar en el Espíritu Santo y a recurrir a él:

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si desciende él en su plenitud, se remedia todo mal, y resuélvense en conformidad con el divino beneplácito los problemas más agudos. 53

El Espíritu Santo en el Alma Con el bautismo nos ha sido dado como una especie de pasaporte para la vida sobrenatural y para la eterna; pero el viaje tenemos que realizarlo nosotros en un constante caminar, adentrándonos más y más en la vida de Dios. La vida eterna, pues, se inicia ya aquí en la mediad en que vivamos la vida sobrenatural. Quien tenga inquietud de conseguir una perfección superior y participar más de esa vida tendrá que exigirse y esforzarse denodadamente para conseguirla. El esfuerzo por conseguir la perfección puede estar orientado, sin embargo, hacia una perfección natural, para la que sería suficiente el cultivo de las virtudes naturales y humanas; o hacia una perfección sobrenatural, en la que todo esfuerzo humano sería inútil sin una especial intervención de Dios, quien, al estar unidos a él por la gracia, reasume nuestros afanes de virtud y los eleva al orden sobrenatural. ¿Cómo? Por la acción del Espíritu Santo. El Espíritu Santo no sólo asiste a la Iglesia, sino que mora en toda alma en gracia produciendo su vida sobrenatural. Somos templos vivos del Espíritu Santo:

¿no sabéis que sois de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno profana el templo de Dios, Dios le destruirá. Porque el templo de Dios es Santo, y ese templo sois vosotros. 54

¿Cómo actúa en el alma? La iniciativa de salvación procede de Dios. Dios volcándose sobre el alma se hace generosidad:

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entiende que no por justicia te da Yavé, tu Dios, la posesión de esa buena tierra; que eres pueblo de dura cerviz. 55

El Espíritu Santo tiene su modo de obrar, de ponernos en contacto con Dios, de introducirnos dentro de la vida de Dios, y lo hace mediante los llamados siete dones, por los que las almas se hallan dispuestas a recibir con prontitud y docilidad las inspiraciones del propio Espíritu Santo. 56

REFLEXIONES

La acción del Espíritu Santo en el alma exige reciprocidad. Aparte de ser señal de ingratitud no corresponder a los dones del Espíritu Santo, la economía de la providencia divina lleva consigo una progresiva reducción de gracias a quien no corresponda a las mismas. Así, pues, el esfuerzo personal es indispensable para la eficacia de la acción del Espíritu Santo. La ley del esfuerzo es algo considerado como fundamental en la legión de María. Dios, se dice, nunca faltará; si existen fallos y deficiencias, será por falta de correspondencia a los dones del Espíritu Santo, a quien, sin embargo, el legionario, considerando la pobreza de sus actos y la natural debilidad de su buena voluntad de esfuerzo constante, le pide en su promesa:

PARA QUE MIS POBRES LOS SOSTENGA TU PODER, Y VENGA A SER INSTRUMENTO DE TUS PODEROSOS DESIGNIOS.

El Espíritu Santo, pues, inspira en nuestro interior; para detectarlo es necesario el silencio interior, el recogimiento, la atención y la fidelidad. La consagración al Espíritu Santo se torna más rica si se hace a través de María:

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el cristiano que se ha consagrado a María mediadora, por ejemplo según la fórmula de San Luis María Grignon de Montfort, y luego al sagrado Corazón, encontrará tesoros insospechados en la consagración renovada al Espíritu Santo. Toda la influencia de María nos conduce a la mayor intimidad con Cristo, y la humanidad del salvador nos lleva al Espíritu Santo, que nos introduce en el misterio de la adorable Trinidad. 57

En María tiene lugar la acción más maravillosa y milagrosa del Espíritu Santo. María se somete a esa acción y es asociada al misterio de la salvación desde el primer instante de la concepción del Verbo. El binomio constituido por María y el Espíritu Santo, sus relaciones, merecerán más adelante nuestra especial consideración; pero, si el legionario ha de vivir en estrecha unión con María, si la legión es María en acción, la actitud del legionario para con el Espíritu Santo ha de ser de plena disponibilidad. El Espíritu Santo y María son dos descubrimientos que tiene que hacer el que intente profundizar en el espíritu de la legión de María. 1 Hechos 19, 2 2 Manual oficial de la legión de María, 29. 3 Ibíd., 29. 4 M. Schmaus, El credo de la Iglesia Católica, 1. Rialp, Madrid 1970, 614s. 5 Jn 5, 19s 6 Cf. M. Schmaus, o. c., 620. 7 Gén 1, 2. 8 Gén 3, 8. 9 Ex 10, 13. 10 Hech 2, 1-2. 11 Gén 2, 7. 12 Gén 6, 17.

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13 Sal 103, 30. 14 Núm 11, 17. 15 Ez 3, 14. 16 Is 59, 19-21. 17 Is 64, 1-3. 18 Is 11, 1-2. 19 Is 42, 1 y Mt 12, 18. 20 Lc 4, 18-21. 21 Mt 3, 11. 22 Mt 3, 16-17. 23 Lc 4, 1. 24 Lc 1, 34-35. 25 Manual oficial de la legión, 9, 7. 26 Ibíd., 37, 3. 27 Ibíd., 28, 3. 28 Ibíd., 28, 3. 29 Ibíd., 37, 2. 30 Ibíd., 4, 5. 31 Ibíd., 38, 29. 32 Mt 12, 28. 33 Jn 3, 34. 34 Jn 7, 38-39. 35 Jn 16, 7. 36 Jn 16, 13-14. 37 Hechos 2, 2-5. 38 Jn 20, 22-23. 39 Hechos 15, 28. 40 Hechos 9, 31. 41 Jn 15, 26-27. 42 Hechos 1, 8. 43 1 Cor 6, 11. 44 Decreto de Ecumenismo 1, 2. 45 De Veritate, q. 29 a. cf. E. Sauras, El cuerpo místico, 887-888. 46 PG 62, 72.

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47 Hechos 6, 7. 48 Hechos 12, 14. 49 Hechos 13, 52. 50 Hechos 4, 32. 51 Apoc 22, 17-20. 52 Manual oficial de la legión, 11. 53 Ibíd., 29. 54 1 Cor 3, 16-17. 55 Dt 9, 6. 56 STh 1-2, q. 68, a. 1 y 2. 57 R. Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior, 2. Desclée, B. Aires 1945, c. 22.

2

REGENERACIÓN

El legionario en su promesa sigue discurriendo por las grandes verdades dogmáticas del catolicismo. El resultado será, no una promesa superficial, sino la conclusión, hecha espíritu y acción, de esas verdades, que, por las vías de la fe y del convencimiento, le llevarán a tomar un puesto en las filas de quienes se han propuesto la conquista del mundo. El Espíritu Santo es la fuerza que anima y sustenta las acciones del apóstol; y, puesta que la regeneración del mundo ha sido hecha en Jesucristo, éste es el único salvador. Toda vocación y misión apostólicas se habrán de centrar en la vida de Cristo y en esforzarse por incorporar a él a todos los hombres. De pie, ante el vexillum, invocando el Espíritu Santo, el legionario confiesa:

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RECONOZCO TAMBIÉN QUE TÚ, QUE VINISTE A REGENERAR AL MUNDO EN JESUCRISTO...

Es ésta la segunda gran verdad. La manifestación total del espíritu tiene lugar con la llegada de la plenitud de los tiempos en la venida de Jesucristo. Jesucristo, el Hijo de Dios, será el mediador único, el redentor, el salvador:

uno es Dios y uno también el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para la redención de todos. 1 Él es la propiciación por nuestros pecados. Y no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo. 2 Nosotros mismos hemos oído y conocido que éste es verdaderamente el salvador del mundo. 3

Al afirmar que Cristo es la única fuente de salvación posible, que es el único salvador, queremos afirmar en toda su realidad el significado de las palabras; queremos decir que todos los que se salvan, o se han salvado, o se salvarán en toda la historia de la salvación, ha sido por Cristo. Cristo es el centro de la historia misma de la salvación. En los tiempos antiguos, previos a la era cristiana, se salvaban los hombres en virtud de los méritos que Cristo habría de conseguir. Si ahora nos salvamos es por los méritos conseguidos por Cristo. Nosotros, pecadores, alejados de Dios por el pecado y por la limitación de la propia naturaleza, no podríamos arribar nunca al goce de la bienaventuranza si no nos fuera dado un mediador que, intercediendo por nosotros, consiguiera méritos suficientes para realizar tal obra. Este mediador no ha podido ser un hombre, ni un ángel, ni tan siquiera el Espíritu Santo, como enseña Santo Tomás, sino sólo Jesucristo.

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Es propio del mediador perfecto unir aquellas partes entre las que ejerce su mediación y estar, a ser posible, íntimamente relacionado con ambas. Los ángeles no gozan de manera perfecta de tales prerrogativas; y el Espíritu Santo no puede ser llamado mediador por ser en todo Dios. Sólo en Cristo es en quien se reúnen perfectamente todas las condiciones de mediador, pues es Dios y hombre a un tiempo, y media entre Dios y los hombres: 4

Cristo, el único mediador, instituyó y mantiene continuamente en la tierra a su iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y caridad, como un todo visible, comunicando mediante ella la verdad y la gracia a todos. 5 El único mediador y camino de salvación es Cristo, quien se hace presente a todos nosotros en su cuerpo, que es la Iglesia. 6

Mas Jesucristo no limita su función a mediar entre Dios y los hombres, sino que él mismo paga generosamente toda la deuda que acarreaba la humanidad desde un principio, y satisface de antemano la que en un futuro habría de contraer. Cristo, por consiguiente, es el único instrumento de nuestra salvación y en él se realizó la plenitud de nuestra regeneración y reconciliación.

REFLEXIONES

La salvación consumada la habremos obtenido cuando hayamos arribado a la patria del cielo, adonde, sin embargo, no podremos ir sino a través de Cristo. No sirve pensar que por el solo hecho de que Cristo haya nacido entre nosotros y nos haya redimido, ya por ello habremos de ser salvos. Debemos completar en nosotros aquello que, en frase de San Pablo, falta a la pasión de Cristo para ser regenerados. Y a la pasión de

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Cristo sólo le falta la aplicación de sus méritos a cada uno de nosotros. Tenemos que adherirnos a Cristo por la fe y las obras. La participación real de la vida íntima de Cristo en nosotros se efectúa al entrar en posesión de la gracia santificante. Sin esta gracia es imposible la consecución de la regeneración y la salvación. Los caminos de la gracia podrán ser muy diversos, pero su necesidad es absoluta en el misterio de la salvación, por ser el único medio de poder llegar a participar de los frutos conseguidos por Cristo en orden a esa misma salvación, sin él, único mediador, no hay regeneración ni salvación posible. Si, pues, el apostolado tiene por objeto

propagar el reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre, y hacer así a todos los hombres partícipes de la redención salvadora y por medio de ellos ordenar realmente todo el universo a Cristo, 7

el apóstol habrá de ser el primero en participar, por la gracia, de esa redención. No puede limitarse a predicar, sin que al propio tiempo intente vivir lo que predica. De siempre la legión lo ha entendido así, y por eso busca afanosamente que sus miembros no sean avallasados por el pecado, ni debilitados por el abandono, y considera que el corazón de cada legionario ha de ser el primer campo de batalla donde debe la legión movilizar sus fuerzas. Vivir la unión con Cristo, regenerados; en otros términos, vivir la vida de la gracia, debe constituir el punto de arranque de todo legionario:

la fecundidad del apostolado seglar depende de la unión vital de los seglares con Cristo. 8

Quienes piensen que, en la legión, a fuer de inculcar el espíritu de unión con María, se minimiza el de unión con Cristo, no están en los cierto. Todo el Manual de la legión es una constante invariable donde se

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enseña el camino más viable para la posesión vital de Cristo. Siendo, por otra parte, el fin primario de la legión la santificación de sus miembros, y ésta a su vez el medio fundamental de obrar de la legión, se exhorta constantemente al legionario a que tal santificación la ha de lograr por su unión con Cristo, ya que todas las gracias fluyen, sin exceptuar ni una sola, del sacrificio de Jesucristo. 9 Todos los meses se le recuerda asimismo al legionario que aquellas personas por quienes trabaja y en sus hermanos legionarios vea y sirva a Jesucristo: 10

ya en la primera junta de legionarios se puso de relieve el carácter netamente sobrenatural del servicio al cual se iban a entregar los socios. Su trato con los demás debería rebosar cordialidad, pero no por motivos meramente naturales; deberían ver en todos aquellos a quienes servían a la persona misma de Jesucristo, recordando que cuanto hiciesen a otros, aun a los más débiles y malvados, lo hacían a aquel mismo Señor que dijo: "En verdad os digo, siempre que lo hiciereis a alguno de estos mis hermanos, a mí lo hicisteis" (Mt 25, 40). Tal como en la primera junta, así después en las que han seguido". 11

Por eso, tras la invocación del Espíritu Santo, el legionario se solidariza de inmediato con la verdad regeneradora de Jesucristo al declarar:

RECONOZCO TAMBIÉN QUE TÚ, QUE VINISTE A REGENERAR AL MUNDO EN JESUCRISTO...

1 1 Tim 2, 5-6. 2 1 Jn 2, 2. 3 Jn 4, 42. 4 STh 3, q. 26, a. 1. 5 LG 8. 6 LG 14.

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7 AA 1, 2. 8 AA 1, 4. 9 Manual oficial de la legión de María, 30, 1. 10 Ibíd., 35, 7. 11 Ibíd., 31, 1.

3

EL MISTERIO DE MARIA

El legionario descorre el velo del secreto y prosigue en su promesa:

NO QUISISTE HACERLO SINO POR MARÍA. Esta expresión, de un contenido dogmático y teológico trascendental, nos lanza hacia el misterio de María. Se busca la unión con Cristo; pero ¿podrá hallarse algo más cristocéntrico que María? Entramos con ello en el corazón mismo del secreto de la legión de María. Cristo, en efecto, ha regenerado al mundo, como se confiesa en la promesa legionaria, pero la legión entiende, con San Luis María Grignon de Montfort, que:

siendo (María) el medio seguro y el camino recto e inmaculado para ir a Jesús y encontrarlo con toda certeza, por medio suyo deben encontrarlo también las almas santas llamadas a brillar de perfección y santidad. Quien encuentre a María, hallará la vida, es decir, a Jesucristo, que es camino y vía, verdad y vida. 1

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Lo que aparentemente parece una bella teoría, la legión lo ha hecho acción y vida. Al pronunciar el legionario el "no quisiste hacerlo sino por María", advierte que esta afirmación constituye por sí sola la médula de la promesa legionaria, y que se compromete a comenzar a vivir seriamente el gozoso misterio de María. “No quisiste hacerlo sino por María”. Un cúmulo de interrogantes se agolpan de inmediato en nuestra mente: ¿quién? ¿qué? ¿por qué?. ¿Quién quiso esto así? La respuesta nos lleva de nuevo al encabezamiento de la promesa, al Espíritu Santo, que vino a regenerar al mundo en Jesucristo y que se dispone a actuar por medio de María. ¿Qué no quiso hacer si no es por medio de María? La propia regeneración del mundo en Jesucristo, la redención, la salvación. Esta respuesta, sin embargo, arrastra en pos de sí nuevamente profundos interrogantes. ¿Qué redención no quiso hacer sino por María? ¿La que se refiere a la actividad redentora realizada por Jesucristo en virtud de su nacimiento, vida, muerte y resurrección, que los teólogos llaman redención objetiva; o más bien la aplicación de los frutos de la redención a los hombres, conocida por redención subjetiva? La expresión "no quisiste hacerlo sino por María" parece ser que incluye tanto a la redención llevada a cabo por el Hombre-Dios-Jesús, como a la aplicación a los hombres, a cada hombre en particular. María quedaría así situada, por voluntad de Dios, en el centro del programa de salvación. 1. María en el centro del plan de salvación La humanidad, desde un principio, ha estado destinada a la salvación. Un día habría de aparecer esa salvación personificada y realizada por el

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hombre-Jesús, quién, a su vez, es Dios. El hito más importante de la historia salvífica del mundo, el centro del mismo, lo ocupa ese hombre llamado Jesús. Todos los hombres que le precedieron y se salvaron, como hemos dicho en el capítulo anterior, fueron salvos en Jesucristo. Todos los que siguen en la historia del mundo habrán de obtener la salvación, asimismo, en Cristo Jesús; pero Cristo nace de una mujer y a través de ella entra en la historia del mundo para efectuar la obra de salvación:

al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley. 2

María queda de este modo lógicamente colocada junto a Jesús en el mismo centro del programa de salvación. Efectivamente así es; mas, si María sólo ha sido la mujer por la que Jesús entró al mundo, y no ha influido, por otra parte, positivamente en la obra de redención, su puesto sólo explicaría un encuentro material entre eternidad y el tiempo, Dios y los hombres, el redentor y los irredentos; insuficiente, a todas luces, para colocarla formalmente en ese corazón de la redención. Tal función supondría muy poco en María, no dejaría de ser considerada como una mujer excelente, pero con ello no se podrían explicar sus extraordinarias prerrogativas. 2. María en orden a Cristo Todas las prerrogativas de María en el misterio de la redención, al igual que el resto de los atributos marianos, giran en torno a su maternidad divina. Es ésta como el foco que arroja luz sobre todo el misterio de María; es la clave para la inteligencia de María. Para comprender, pues, el sentido de la expresión: "No quisiste hacerlo sino por María", habremos de comenzar por introducirnos en el misterio de su maternidad divina.

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a) María es verdadera Madre del hombre-Jesús Aun cuando no hayan faltado herejes que negasen la verdadera naturaleza humana de Jesús, para quienes, o bien era un cuerpo aparente (docetas), o un cuerpo celeste y etéreo (valentinianos), o un aparecido de repente (anabaptistas); sin embargo es un hecho, tanto de fe como histórico, que Jesús fue verdadero hombre: "nacido de la descendencia de David, según la carne" 3, dirá san Pablo; procedente de los patriarcas "según la carne; 4 "nacido de mujer". 5 Lo que, por otra parte, confesamos en el credo:

por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen, y se hizo hombre.

María es la madre de este Hombre-Jesús. Esto es un hecho histórico incuestionable:

concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. 6 Estando desposada María, su madre, con José, antes de que conviviesen, se halló haber concebido María del Espíritu Santo. José, su esposo, siendo justo, no quiso denunciarla, y resolvió repudiarla en secreto. Mientras reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados. 7

María, la madre del hombre-Jesús, está presente en ese centro histórico de la salvación y se convierte en protagonista por ser la mujer por quien el hombre-Jesús vino al mundo "a salvar a su pueblo de sus pecados".

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Esto, no obstante, explica muy poco, tal como antes hemos dicho. Seguimos con una presencia material, aunque excelente, de María en el misterio de salvación. El "no quisiste hacerlo sino por María" podría significar una presencia honorífica, pero sin influencia alguna positiva en la realidad del misterio. Afortunadamente, el que María sea la madre del Hombre-Jesús no es lo único, ni lo más relevante que podamos afirmar de María, sino que además, y aquí está la clave de la solución, María es verdadera madre de Dios. b) María, verdadera Madre de Dios El concilio de Éfeso (año 431) vino a definir esta verdad dogmática, de forma que desde aquella gloriosa fecha la doctrina de María Madre de Dios ha sido objeto de fe católica explícita:

sí alguno no profesa que el Emmanuel es verdaderamente Dios y que, por consiguiente, la Santa Virgen es la Madre de Dios (ella engendró según la carne al Verbo de Dios hecho carne), sea anatema. 8 El Hijo de Dios, engendrado desde toda la eternidad por el Padre, según la divinidad, fue también engendrado según la humanidad, por nosotros los hombres y para nuestra salvación, de la Virgen María, Madre de Dios. 9

La maternidad divina de María ha sido creída constantemente por el pueblo fiel, aun antes del citado concilio, como lo fue la concepción, inmaculada anteriormente a Pío IX, o la asunción antes de Pío XII. La tradición, que también es fuente de revelación, la venía enseñando constantemente. El concilio de Éfeso sólo significó el momento histórico en que la Iglesia la declaró verdad de fe explícita. La sagrada Escritura nos da a entender, aunque no con palabras expresamente definitorias, sí con sobrada claridad, cómo María es verdadera madre de Dios:

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aunque no se encuentre expresamente en la sagrada Escritura, dice santo Tomás, la afirmación de que la Virgen Santísima es Madre de Dios, encuéntrase, sin embargo, de una manera expresa en la misma que Jesucristo es verdadero Dios (1 Jn 5, 20), y que la Virgen Santísima es madre de Jesucristo, como es manifiesto por Mt 1, 16. Por lo que se sigue necesariamente de las palabras de la Escritura, que es madre de Dios.

Dícese también en la carta a los romanos (9, 5) que Cristo, que está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos, procede de los judíos según la carne. Ahora bien, no procede de los judíos sino mediante la Virgen Santísima. Por tanto, el que está sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos, ha nacido verdaderamente de la bienaventurada Virgen como de su madre. 10

Sabemos, por otra parte, porque la fe nos lo enseña, que en Cristo, si bien hay dos naturalezas, humana y divina, sólo existe una persona: el Verbo, la segunda persona de la Santísima Trinidad. Si, como es sabido, la relación de maternidad de una mujer en orden a su hijo termina en la persona del hijo, la de María habrá de terminar también, como es obvio, en la del suyo. Es, por consiguiente, madre de la persona de su Hijo. Es, pues, realmente Madre de Dios. No que sea madre de la divinidad o de la naturaleza divina en cuanto tal y referido al nacimiento eterno, sino de la persona divina, según la carne y según la humanidad y el nacimiento temporal. María, constituida Madre de Dios, posee una dignidad casi infinita, ya que su maternidad desemboca en el ser infinito de su Hijo, por lo que para comprender la grandeza de la Madre habría que comprender también la del Hijo, lo que no es posible. El don de su maternidad es superior a todos los demás dones y privilegios habidos en María y fuera de ella. Es esencialmente mayor y más perfecto que todas las gracias, incluida la santificante; es un don superior al de la visión beatífica de los santos en el cielo; es sólo superada por la unión hipostática del Hijo. Es,

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por otra parte, la raíz y fuente de todas sus prerrogativas. Es la que la coloca por encima de todas las criaturas. La relación de la maternidad divina es, desde muchos puntos de vista, la más profunda de las que pueden existir entre una persona humana y Dios. 11

María, exclama san Luis María Grignon de Montfort, es la obra maestra, por excelencia, del altísimo, y cuyo conocimiento y posesión él solo se reservó. María es la Madre admirable del Hijo... La divina María es el paraíso terrenal del nuevo Adán, en donde éste se encarnó, por obra del Espíritu Santo, para obrar en él maravillas incomprensibles e inenarrables... Es el magnífico palacio del altísimo, en donde tuvo, como en su seno a su unigénito Hijo, y con él cuanto más excelente y de valor existe... Después de todo esto, tenemos, por fuerza, que repetir con los santos de María numquam satis. María no ha sido hasta ahora suficientemente alabada, exaltada, honrada, amada y servida. Merece obsequios, alabanzas, amores y servicios todavía mayores. 12

María es, no sólo la Madre del hombre-Jesús, es la verdadera Madre de Dios. Es ya, no sólo una figura excelente en el misterio de redención, sino influyente en el mismo desde el instante en que se efectuó la encarnación del Verbo, desde el momento en que pronunció su fiat histórico, trascendente, salvífico. Esto no obstante, parece que aún no es suficiente para que quede satisfactoriamente esclarecido el "no quisiste hacerlo sino por María". En efecto; cabe preguntarse: ¿hasta qué punto interviene María en el misterio de redención, y cómo? Y, profundizando un poco más, previa a esta cuestión, se nos plantea otra sumamente importante y que encierra la clave para la explicación de la anterior: María, en efecto, a pesar de ser Madre de Dios y por serlo, ¿intervino en el misterio de la redención? Los protestantes alegan que María en la encarnación del Verbo fue el elemento físico por el que el Verbo se hizo hombre, mas no influyó

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positivamente para nada, se mantuvo como elemento pasivo y, en consecuencia, su participación activa en el misterio de redención no ha sido tal. Está claro que, si se comprueba que María participó activa y positivamente en la encarnación del Verbo, y que su consentimiento incondicionado recayó virtualmente sobre toda la obra de su Hijo, la redención y sus frutos están vinculados también, aunque no fuera más que por su fiat, a María. Afirmar que María es solamente un elemento pasivo en la encarnación del Verbo es tanto como ir contra la propia libertad del hombre y contra las formas de actuar de Dios. Dios ha dotado al hombre de inteligencia y voluntad, lo ha hecho libre y responsable para que libremente pueda responder a la vocación que en él ha sembrado. Dios asiste de continuo al hombre, pero éste es muy libre de aceptar, o no, la acción de Dios. Al hombre se le exige que actúe por su parte; debe, en consecuencia, colaborar positivamente con la acción de Dios. El hombre es, por tanto, responsable de sus actos. Dios no violenta nunca. María, la criatura más perfecta, ha sido consciente de sí misma en todo momento y ha actuado libremente en todos sus actos sin violencia alguna de parte de Dios. Dios respetó siempre la voluntad de la llena de gracia. María, consciente y libremente, pronunció su fiat. Hizo entrega generosa, libre y voluntaria, de su alma y de su cuerpo para la encarnación y para todas las consecuencias de la misma. El relato de la anunciación está muy claro al respecto:

en el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen, desposada con una varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Entrando a ella, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el

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Señor es contigo. Ella se turbó al oír estas palabras y discurría qué podría significar aquella salutación. El ángel le dijo: no temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús... Dijo María al ángel: ¿cómo podrá ser esto, pues que yo no conozco varón? El ángel le contestó y dijo: el Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios... Dijo María: He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y se fue de ella el ángel. 13

Consiguientemente, por el acto de su fiat, María no solamente es constituida Madre de Dios, sino que entra a formar una sociedad salvífica con su Hijo. La redención ha entrado en el mundo por María, que desde ahora estará siempre asociada a su Hijo.

Esta sociedad que María forma con su Hijo es una sociedad de salvación. María entra a formar y parte de ella; con conocimiento de causa. Consiente en hacerse Madre del mesías destinado a salvar a su pueblo del pecado, como lo significa el nombre de Jesús declarado por el ángel (Lc 1, 31; Mt 1, 21). El consentimiento total e incondicionado de la esclava del Señor (Lc 1, 38) recae virtualmente sobre toda la obra de redención, cuyo preludio es la anunciación. Desde este momento María ha podido pensar en la profecía en que Isaías (Is 53) anuncia tan claramente el doloroso sacrificio del mesías (Is 33, 1-5, 7 y 10) y su alcance redentor (Is 53, 5, 6, 10 y 12). Simeón, en todo caso, le precisa las contradicciones que su Hijo sufrirá para resurrección de un gran número (Lc 2, 34) y su participación en los sufrimientos de su Hijo, la espada que le traspasará el alma. 14

María queda así constituida en Madre y asociada del redentor. La redención conseguida por Cristo con su vida, muerte y resurrección

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(redención objetiva), ha sido llevada a cabo con la intervención activa de María. Todo había nacido con su fiat. La encontraremos más tarde asociada íntimamente a Jesús en su vida pública y, sobre todo, en el momento supremo del calvario ofreciendo a su Hijo y ofreciéndose; asociándose libremente, serenamente; mereciendo la proclamación universal y pública de su Hijo desde el pulpito de la cruz:

estaban junto a la cruz de Jesús, su Madre y la hermana de su Madre, María la de Cleofás y María Magdalena. Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a la Madre: mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: he ahí a tu Madre. Y desde aquella hora el discípulo la tuvo en su casa. 15

El fiat de María trasciende, pues, a toda la obra y actuación de Jesús. María sigue siendo Madre en roda la vida privada y pública de Jesús, y sobre todo a los pies de la cruz:

en la vida pública de Jesús aparece reveladoramente su Madre ya desde el principio, cuando en las bodas de Cana de Galilea, movida a misericordia, suscitó con su intercesión el comienzo de los milagro; de Jesús mesías. A lo largo de su predicación, acogió las palabras con que su Hijo, exaltando el reino por encima de las condiciones y lazos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados (cf. Mc 3, 35; Lc 11, 27-28) a los que escuchan y guardan la palabra de Dios, como ella lo hacía fielmente (Lc 2, 19 y 51). Así avanzó también la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (Jn 19, 25), sufriendo profundamente con su unigénito y asociándose con entrañas de Madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado; y, finalmente, fue dada

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por el mismo Cristo Jesús agonizante en la cruz como madre al discípulo con estas palabras: mujer, he ahí a tu hijo (Jn 19, 26-27). 16

“No quisiste hacerlo sino por María”: Está ya claro que la redención conquistada por Jesucristo (redención objetiva) para toda la humanidad el Espíritu Santo no quiso hacerla sino por María. Imposible ya separar a Jesucristo de María; imposible, porque Dios lo ha querido así, separar la obra redentora de Jesús de la presencia, colaboración y asociación de su Madre. Así, pues, podemos concluir que la expresión "no quisiste hacerlo sino por María" significa, al menos, que no quisiste hacer la redención objetiva sino por María. ¿Qué decir de la aplicación de esa redención a la humanidad, a cada uno de los hombres, de la redención subjetiva? Tengamos presente que Jesucristo se hizo hombre para salvar a los hombres: "que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo", y que en definitiva, representa a todo el género humano, a quien va a salvar haciéndose hombre, esto es, desde el hombre. María, por tanto, con su fiat consciente dio pleno consentimiento para constituirse en madre espiritual de rodos los hombres:

La Santísima Virgen, predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la encarnación del Verbo, por disposición de la divina providencia, fue en la tierra la Madre excelsa del divino redentor, compañera singularmente generosa entre todas las demás criaturas y humilde esclava del Señor.

Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó de forma enteramente impar a la obra del salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia. 17

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Podemos, sin embargo, corroborar aún más las prerrogativas de María en orden a la "aplicación de los méritos de la redención de los hombres, partiendo del supuesto de que también ella fue redimida. 3. La redimida Por el dogma de la inmaculada concepción sabemos que María fue concebida sin pecado original y que en ella jamás hubo lugar a pecado alguno. Esto no obstante, no implica el que no fuese redimida. María fue inmaculada, pero también redimida, en previsión de los méritos de su Hijo. La redención de María es una redención especial y sublime, es una redención por exención en, por medio de, y a causa de su maternidad. Ella fue redimida con una redención preservativa del pecado original para que pudiera cooperar a la redención de todos los hombres. Mas si todos los hombres deben colaborar a la aplicación de los méritos de Cristo en favor de su propia redención, es decir, en su redención subjetiva, hay que dar por sentado que María, la redimida, cooperó de forma especialísima a su propia redención, puesto que fue redimida de modo especial:

la cooperación de María en su propia redención fue incomparablemente mayor que nuestra cooperación en nuestra propia redención. Podemos, pues, pretender razonablemente que María es nuestro prototipo y modelo; y que, en la fe, podemos reconocer confiadamente a María como tal, en nuestra respuesta positiva a la redención. 18

María, sin embargo, no es sólo el prototipo y modelo de nuestra redención subjetiva, sino que, además, tenemos que ver en ella el principio receptor y cooperador de nuestra redención. Así, por su fiat, es constituida Madre de Dios, del Verbo hecho carne; pero también Madre del redentor, en cuanto que su aceptación fue plena, incluyendo todas

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las consecuencias que Dios le pudiera imponer en la vida del mesías. No está unida al redentor sólo por su maternidad física, sino como causa subordinada a la principal, de manera que forma con él un solo principio de redención, íntimamente asociada a él, nunca en paralelismo. 19

Así María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al aceptar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con él y bajo él, con la gracia de Dios omnipotente.

Con razón, pues, piensan los santos padres que María no fue instrumento pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres... Y comparándola con Eva, llaman a María madre de los vivientes, afirmando aún con mayor frecuencia que la muerte vino por Eva, la vida por María. 20

María, pues, es la madre de toda la humanidad redimida. Su función en el misterio de redención no se limitó a una redención objetiva en Cristo, sino que llega a todos los hombres:

esta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. 21

No es posible, por tanto, separar la obra de redención de Jesucristo de la presencia, colaboración y asociación de María, como tampoco es posible la comunicación de los bienes de la redención a la humanidad y su participación por parte de los hombres, sin María.

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Así, pues, el legionario, al declarar en su promesa: "No quisiste hacerlo sino por María", le da a la expresión todo el sentido real que contiene, ya se refiera a la redención objetiva, ya a la subjetiva. 4. ¿Por qué María? Es ésta una pregunta que surge por sí misma en este proceso de redención. ¿Por qué María?, ¿por qué no otra mujer u otros medios? La cuestión en sí no reviste un interés trascendente. Lo importante es que de hecho fue así, que el Espíritu Santo, que vino a regenerar al mundo en Jesucristo, no quiso hacerlo sino por María. Dios es quien la amó, la eligió y le encomendó un papel tan singular como sublime, y Dios es la razón de sí mismo. No podemos conocer las razones de Dios:

el Dios inefable eligió y ordenó desde el principio y antes de los siglos para su Hijo unigénito una madre, de la que, hecho carne, nacería en la plenitud bienaventurada de los tiempos, y a la que amó con un amor tan grande sobre todas hs criaturas, que se complació en ella con afectuosísima voluntad. 22

Dios la amó desde siempre, y desde toda la eternidad la eligió. La Iglesia en su liturgia aplica a María las palabras de la sagrada Escritura sobre la sabiduría:

túvome Yavé como principio de sus actos ya antes de sus obras. Desde la eternidad fui constituida, desde los orígenes, antes que la tierra fuera. Antes que los abismos, fui engendrada yo, antes que fuesen las fuentes de abundantes aguas; antes que los montes fuesen cimentados, antes que los collados fui yo concebida. Antes que hiciese la tierra ni los campos, ni el polvo primero de la tierra. Cuando fundó los cielos, allí estaba yo, cuando puso una bóveda sobre la faz del abismo. Cuando daba consistencia al cielo en lo alto,

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Cuando daba fuerza a las fuentes del abismo. Cuando fijó sus términos al mar, para que las aguas no traspasasen sus linderos. Cuando echó los cimientos de la tierra, estaba yo con él como arquitecto, siendo siempre su delicia, solazándome ante él en todo tiempo. Recreándome en el orbe de la tierra, siendo mis delicias los hijos de los hombres. 23

Dios, sin embargo, no hace las cosas al acaso. Es omnisciente y todas sus obras tienen su sentido y razón de ser. La razón principal, sin duda, por la que Dios eligió a María es la encarnación del Verbo. Todo el misterio de María está en función de la encarnación. María fue gratuitamente elegida para ser Madre de Dios. María no pudo haber merecido la elección para la maternidad, si bien Dios preveía la respuesta positiva de María y su colaboración plena al misterio de redención y de salvación:

la Santísima Virgen, dice santo Tomás, no mereció la encarnación; pero, propuesta ésta, mereció se realizara por medio de ella. 24 Se dice que la bienaventurada Virgen mereció llevar a Nuestro Señor Jesucristo, no en el sentido de que mereciese la encarnación, sino que mereció, en virtud ce la gracia que le había sido concedida, un grado de pureza y santidad tal que pudiera dignamente ser Madre de Dios. 25

Decretada, por tanto, la redención por la encarnación del Verbo, y prevista la respuesta, aceptación y Asociación de María, Dios la eligió libre y gratuitamente.

REFLEXIONES

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La llena de gracia fue asimismo la llena de virtudes. Las poseyó todas en sumo grado. ¿Qué podremos decir de su caridad? Su amor ha sido superior al de toda la creación. Al amor natural de una madre, que por otra parte era perfecta, para con su hijo, perfecto también, hay que añadir el amor sobrenatural fundado en la naturaleza del Hijo y en la plenitud de gracia de la Madre. María ha amado a Dios con todo su ser, y con todas sus fuerzas naturales y sobrenaturales. María toda amor, toda caridad. ¿Y la fe? Es la virtud bajo cuyo velo transcurre toda la vida terrena de María, tanto antes como después de la anunciación. Tan es así que los santos padres afirman que la fe es el principio de su maternidad. Por su fe se somete en todo a la voluntad de Dios; es la esclava, Dios puede hacer de ella lo que crea más conveniente. Muchas cosas no las comprenderá de momento; pero cree:

ellos no entendieron lo que les decía. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y les estaba sujeto, y su Madre conservaba todo esto en su corazón. 28

El fiat fue el más supremo acto de fe que ha habido en la historia del mundo. El fiat abrió las puertas a la maternidad divina y a la redención. "Por la fe concibió, por la fe nos dio al Hijo" (san Agustín). Su fe fue siempre pronta al mensaje, siempre atenta al misterio de Dios, acrisolada siempre por la prueba, siempre progresiva, siempre sencilla. Dios se fijó en la humildad de su esclava, en su fe; una fe proporcionada a la gran misión para la que Dios la había predestinado. La legión de María se propone la prosecución de la labor salvífica de María en el mundo. Misión ardua y erizada de dificultades. Acaso a veces sea necesario apelar hasta el heroísmo, por eso el legionario debe cerrar filas en torno a María, vivir constantemente "en espíritu de unión con María", 27 afianzarse en sus virtudes, sobre todo en su fe:

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el espíritu do la legión de María es el de María misma. Y de manera particular anhela la legión imitar... sobre todo su fe: esa virtud que en ella, y solamente en ella, llegó hasta su más alto grado, a una sublimidad sin par. Animada la legión con esta fe y este amor de María, no hay empresa, por ardua que sea, que le arredre; ni se queja ella de imposibles, porque cree que todo lo puede. 28

Si la fe de María fue el principio de su maternidad, la fe del legionario habrá de ser el principio de su filiación mariana. La gran verdad que la legión inculca a sus legionarios de forma insistente es precisamente que María es nuestra Madre:

la confianza que la legión pone en María traspasa todo límite. 29 Cuanto más madre de la legión sea María, tanto más se ensañará aquélla contra el imperio del mal, y tanto más completa será la victoria. 30

La legión, finalmente, condensa estas verdades en un pensamiento que desea sea objeto de reflexión continúa por parte de sus legionarios, y que viene a resumir la idea del "no quisiste hacerlo sino por María":

María, como madre nuestra, es una realidad que ha de meditar la legión día y noche. 31

María, madre nuestra, es una realidad. No es una entelequia, no es una metáfora; es una realidad. Es nuestra madre espiritual, madre de la vida sobrenatural, madre de la gracia:

es nuestra madre en el orden de la gracia. 32 Es una realidad de profundidad insondable. Una realidad digna de meditación continua: día y noche.

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En esta medicación irán descubriendo los legionarios poco a poco el papel de María en el misterio de redención y en el misterio de la Iglesia. Descubrirán que con su Hijo constituye un solo principio de redención, si bien subordinada a él; y que el Espíritu Santo, que vino a regenerar al mundo en Jesucristo, no quiso hacerlo sino por María; que el secreto de la salvación está en que el mundo descubra y viva dicha verdad; y, por vía de reflexión, hallará el legionario que su misión es manifestar a María al mundo, y que el rezo del santo rosario es de los métodos más idóneos para profundiza: en el misterio de María. La legión, como organización, tiene sus más hondos cimientos en una confianza filial sin límites en María, 33 y, por tanto,

ruega encarecidamente a cada uno de los socios que entre de lleno en este espíritu haciéndolo objeto de serias meditaciones y el alma de sus obras de celo. 34

La legión de María, como dinámica que es, ha profundizado en la doctrina del misterio de María e intenta, por todos los medios, hacerla viviente realidad. Se identifica con María y se pone a trabajar en unión con María; no en vano se la define: María en acción. 35 Así entiende la legión el:

NO QUISISTE HACERLO SINO POR MARÍA. 1 San Luis María Grignon de Montfort, Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen. Ed. Paulinas, n. 50. 2 Gál 4, 4-5. 3 Rom 1, 3. 4 Rom 9, 5. 5 Gál 4, 4. 6 Lc 1, 31. 7 Mt 1, 18-21. 8 Concilio de Éfeso (431) (DB 113).

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9 Concilio de Calcedonia (451). 10 STh 3, q. 35, 4. 11 Cf. B. U. Merkelbach, Mariología. Desclée 1954, 92-98; Iniciación teológica, 3. Herder, Barcelona 1961, 228; G. Roschini, Diccionario mariano. Edit. Litúrgica Española, Barcelona 1964, 372. 12 San Luis María Grignon de Montfort, o. c., n. 5, 6 y 10. 13 Lc 1, 26-38. 14 Iniciación teológica, 3, 234. 15 Jn 19, 25-27. 16 LG 58. 17 LG 61. 18 E. Schillebeeckx, María, madre de la redención. Fax, Madrid 1971, 126. 19 Cf. E. Schillebeeckx, o. c., 138; H. Merkelbach, o. c., 111. 20 LG 56. 21 LG 62. 22 Pío IX. Bula dogm. Ineffabilis Deus. 23 Prov 8, 22-31. 24 In 3 Sent., d. 4, q. 3, a. 1, ad 6. 25 STh 3, q. 2, a. 11, ad 3. 26 Lc 2, 50-51. 27 Manual oficial de la legión de María, 35, 7. 28 Ibíd., 3. 29 Ibíd., 5, 2. 30 Ibíd., 5, 3. 31 Ibíd., 5, 4. 32 LG 61. 33 Manual oficial de la legión de María, 5, 7. 34 Ibíd., 5, 5. 35 Ibíd., 39, 8, f.

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LA MEDIACIÓN DE MARÍA

El misterio de María desemboca en el ejercicio de su mediación universal, expresado en la promesa legionaria con las palabras:

QUE SIN ELLA NO PODEMOS CONOCERTE NI AMARTE, Y QUE POR ELLA SON CONCEDIDOS TODOS TUS DONES, VIRTUDES Y GRACIAS...

María viene así a convertirse en elemento imprescindible para conocer y amar a Dios, fin principal, por otra parte, de la vida cristiana. Asimismo todos los dones, virtudes y gracias provenientes de Dios, según dicha afirmación, son concedidos por María. En otros términos, María es mediadora universal de todas las gracias. Jesucristo es el único redentor, el único mediador; pero María, por su fiat incondicionado, por su maternidad divina, por la unión íntima con su Hijo en todo momento, especialmente junto a la cruz, entra a formar con él un único principio de redención, como consignamos en el capítulo anterior, si bien subordinada a Cristo. Cristo mediador, María mediadora; y así como la sublime y activa participación de María en el misterio de redención en nada empañó el oficio redentor de su Hijo, antes al contrario, así su mediación no oscurece ni disminuye en modo alguno la mediación de Cristo:

uno solo es nuestro mediador, según las palabras del apóstol: porque uno es Dios, y uno también el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos (1 Tim 2, 5-6). Sin embargo, la misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder. Pues todo el influjo salvífico de la santísima Virgen sobre los hombres

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no dimana de una necesidad ineludible, sino del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo: se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma saca su poder. Y, lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes, la fomenta. 1

María, si bien todo lo recibió de Dios, todo lo recibió por los hombres y para los hombres, e hizo pasar absolutamente todo a los hombres:

Que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre.

Ahora, desde el cielo, ya gloriosa. María continúa obteniéndonos los dones de salvación eterna e impartiéndolos a todos los redimidos. Su asunción equivale a una solemne entronización corno madre y a la consagración de su influencia universal como mediadora:

esta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmer.re en la anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. 2

Próxima a su Hijo resucitado y glorioso. Mana ejerce su maternidad espiritual para con nosotros por su mediación. Es ésta una doctrina de lo más apreciada por el pueblo cristiano, tan profundamente arraigada, tan convencido del valimiento del poder de intercesión de María, que apenas sabe pedir algo al cielo sin que, de hecho, apele a la omnipotencia suplicante.

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Siempre ha existido la fe en el poder de intercesión de la oración de los santos. Vemos ya en el Antiguo Testamento cómo Abrahán aboga en favor de Sodoma; Moisés, brazos extendidos, intercede por el pueblo; Judit, por los; habitantes de Betulia. San Pablo -exhorta, escribiendo a Timoteo:

ante todo te ruego que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres. 3

Si la oración de los santos y de los hombres es tan importante, ¿que no será el poder de intercesión de María, tan íntimamente unida a Cristo?

por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de abogada, auxiliadora, socorro, mediadora. Lo cual, sin embargo, ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada nada a la dignidad de Cristo, único mediador. Jamás podrá compararse criatura alguna con el Verbo encarnado y redentor; pero, as! como el sacerdocio de Cristo es participado tanto por los ministros sagrados como por el pueblo fiel de formas diversas, y como la bondad de Dios se difunde de distintas maneras sobre las criaturas, así también la mediación única del redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas diversas clases de cooperación, participada de la única fuente. 4

María, pues, en virtud de su fiat, de su maternidad divina, de su asociación a Cristo en el Calvario, está constituida por Dios en mediadora universal de todas las gracias. Esta mediación conviene entenderla en el sentido de que: 1) nos consigue y comunica todos los dones, virtudes y gracias a todos los hombres, y 2) que por ella vamos a Dios, le conocemos, le servimos, le amamos...

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Así, pues, cuando el legionario pronuncia las palabras: "que sin ella no podemos conocerte ni amarte, y que por ella son concedidos tus dones, virtudes y gracias", está confesando que María es la mediadora universal de todas las gracias.

REFLEXIONES

La mediación universal de María ha de ser concebida, no como una metáfora, sino como una realidad. Aun cuando dicha mediación no haya sido todavía declarada dogma de fe por la Iglesia, ello no es óbice para su autenticidad. El magisterio ordinario de la Iglesia, la tradición y la teología así nos lo enseñan. Del Concilio Vaticano II ya hemos citado suficientes textos en los que se declara e inculca la mediación universal de María; pero en todos los tiempos, a través de la historia, la Iglesia ha venido prestando fe y asentimiento a dicha verdad. Los últimos papas hablan muy reiteradamente de esta prerrogativa de María, y ya se han levantado voces, cada vez más numerosas, pidiendo una definición explícita al respecto. Desde el siglo I al IV, ya es enseñada la mediación, y a María se le atribuye un influjo no sólo material y físico, sino también moral, consciente y Ubre, en la reparación del género humano. A partir del siglo V, las afirmaciones se van esclareciendo más y más. A la Virgen se la llama

único puente entre Dios y los hombres; mediadora entre Dios y la humanidad: redentora del universo; madre de la misericordia;

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ayudadora y consorte del redentor; madre de la regeneración; abogada nuestra. 5

San Bernardino, de quien textualmente están tomadas algunas de las palabras de la promesa, afirma:

todos los dones, virtudes y gracias del propio Espíritu Santo, son administradas por su manos, a quienes ella quiere, cuando ella quiere, y en la medida que ella quiere. 6

Los últimos papas frecuentemente predican la doctrina de la mediación de María y exhortan al pueblo a su devoción:

poderosísima mediadora y reconciliadora de todo el mundo para con su HIJO Unigénito. 7

Según la célebre y verdaderísima sentencia del aquinatense, por medio de la anunciación se esperaba el consentimiento de la Virgen en nombre y representación de toda la naturaleza humana (Sth 3, q. 30, a. 1). Por consiguiente, podemos con toda verdad y con todo rigor afirmar que, por divina disposición, nada nos puede ser comunicado del inmenso tesoro de la gracia de Cristo, si no es por medio de María. 8 Por medio de esta comunidad de mérito y de voluntad entre María y Cristo, mereció ella convertirse en la reparadora del género humano perdido, y, por consiguiente, en la dispensadora de todos los dones que Jesús nos ha conquistado con una muerte cruenta. 9 Tenemos junto al trono del altísimo a la benignísima Madre de Dios y Madre nuestra, que, con su poderosa intercesión puede conseguirnos todo de él con seguridad. Confiemos, por consiguiente, a su patrocinio a nosotros mismos y a todas nuestras cosas. 10

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El culto de adoración a Jesús salvador está siempre en el centro de toda forma de elevación a su bendita Madre. Por María se va a Jesús. 11 Ni debe olvidarse una verdad evidente: yendo a ella se llega siempre a Jesús. 12 María es siempre camino que conduce a Cristo. Todo encuentro con ella no puede menos de terminar en un encuentro con Cristo mismo. ¿Y qué otra cosa significa el continuo recurso a María, sino buscar entre sus brazos, en ella, por ella, y con ella, a Cristo nuestro salvador? 13 Si queremos ser cristianos, debemos ser marianos; esto es debemos reconocer la relación esencial, vital, providencial, que une la Virgen a Jesús, y que nos abre el camino que conduce a él. 14

Las citas autorizadas sobre la mediación universal de María, son abundantísimas, casi interminables. No obstante, algunos pasajes de san Luis María G. de Montfort, el enamorado de María, sobre quien doctrinalmente descansa la legión, nos ayudarán a centrarnos más en la promesa:

Dios Padre no dio ni da ahora a su Hijo sino por medio de María, ni adquiere nuevos hijos ni comunica sus gracias sino por medio suyo; Dios Hijo no vino al mundo para todos, en general, sino por medio de la Virgen, ni viene ni se engendra todos les días sino por mediación de ella, unida al Espíritu Santo, ni comunica sus merecimientos y virtudes sino por medio suyo. 15 Siendo Jesucristo, hoy y siempre, fruto de María..., no hay duda de que Jesucristo es para cada hombre en particular que lo posee, tan verdadero fruto y obra de María como lo es para todos, en genera!; por consiguiente, si algún fiel cristiano tiene formado a Jesucristo en su propio corazón, puede decir con franqueza y sinceramente: gracias

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mil sean dadas a María; lo que poseo es fruto y efecto suyo; sin ella, no lo tendría... Dios Espíritu Santo quiere formar a sus elegidos en María y por medio de ella. 16

Todo esto tiene que llevar al legionario, como de la mano, a la práctica de la verdadera devoción a la Santísima Virgen. San Luis pondera esta devoción y nos habla de una práctica ordinaria de devoción y de otra perfecta. La práctica ordinaria se puede resumir de la siguiente forma: 1) venerarla como digna Madre de Dios; 2) meditar sobre sus virtudes, privilegios y acciones; 3) contemplar su grandeza; 4) dirigirle palabras de amor y de reconocimiento; 5) invocarla de corazón; 6) ofrecérsele y mirarse a ella en espíritu; 7) ejecutar las propias acciones, pensando en agradarla; 8) empezar, continuar y terminar todos las actos por ella, en ella, con ella y para ella, a fin de hacerlos también por Jesucristo, en Jesucristo, con Jesucristo y para Jesucristo, nuestro fin último. 17 La devoción perfecta es interior, arranca del convencimiento del papel que María desempeña en el misterio de redención y de su poder universal de mediación. María es el camino, el más fácil, el más corto, el más perfecto el más seguro, para llegar a Jesucristo. María es, por otra parte, la más cristocéntrica. María infaliblemente nos lleva a Jesús. La conclusión es obvia, ponerlo todo, incluso el corazón, la inteligencia, la voluntad, y aun los bienes externos, en manos de María, como esclavos voluntarios, absolutos suyos; al igual que ella, con su fiat, se declaró incondicional esclava del Señor:

esta devoción consiste, por tanto, en darse enteramente a la Santísima Virgen, con el fin de ser, por su mediación, enteramente de Jesucristo. Hay, pues, que entregarle: 1) nuestro cuerpo con todos los

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sentidos y elementos que lo forman; 2) nuestra alma con todas sus potencias y facultades; 3) nuestros bienes externos, llamados de fortuna, presentes y futuros; 4) nuestros bienes interiores y espirituales, es decir, nuestros merecimientos y virtudes, nuestras buenas obras, pasadas, presentes y futuras; en dos palabras, todo cuanto tenemos en orden de la naturaleza, de la gracia o de la gloria, y todo ello sin reserva alguna, aun de la cosa o partícula más insignificante como un solo céntimo, un cabello, la menor acción, y eso por toda la eternidad y sin pretender ni esperar otra recompensa por nuestra total entrega y por nuestro servicio, que el honor de pertenecer a Jesucristo por medio de la Santísima Virgen y en ella, aun cuando esta nuestra amabilísima reina y señora no fuese, como siempre lo es, la más generosa y reconocida de todas las criaturas. 18

La legión de María ha nacido, en su fundamento doctrinal, de esta devoción, a la que reconoce fuente de inspiración para la legión, 19 y desea de todos sus sucios que se esfuercen en vivir en espíritu de unión con María 20 hasta el extremo de poder poner por obra el ejercicio de la verdadera devoción. La legión jamás se satisface con consideraciones más o menos profundas, tiene que encarnarlas en una acción concreta, y ha logrado sincronizar a la perfección la acción apostólica y la verdadera devoción. Es más, los legionarios, a través deja legión, llegan inevitablemente a descubrir la verdadera devoción. Otros ha habido que, al contrario, por el camino de la verdadera devoción han descubierto la legión de María. Es normal, pues; que el legionario, tras haber proclamado en su promesa el papel de María en el misterio de redención y su mediación universal, descubra la importancia de la completa y generosa unión con María, según la mente de san Luis, y de ahí que, con voz emocionada, concluya la lectura de las anteriores palabras de la promesa con la siguiente rotunda convicción:

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Y ME DOY CUENTA QUE EL SECRETO DE UN PERFECTO SERVICIO LEGIONARIO CONSISTE EN LA COMPLETA UNÍÓN CON AQUELLA QUE ESTÁ TAN ÍNTIMAMENTE UNIDA A TI.

1 LG 60. 2 LG 62. 3 1 Tim 2, 1-3. 4 LG 62. 5 Theotocos. Studium, Madrid 1960, 296. 6 San Bernardino, Sermón sobre la natividad, cfr. Manual oficial de la legión, 35, 3. 7 Pío, Ineffabilis Deus. 8 León XIII, Octobri mense. 9 San Pío X, Ad diem illum. 10 Pío XII, Quamvis plene. 11 Juan XXIII: Ecclesia 28 de feb. (1959). 12 Juan XXIII, Ibídem, 21 de nov. (1962). 13 Pablo VI, Mense maio. 14 Pablo VI, Cerdeña, 24 de abr., 1970. 15 San Luis María Grignon de Montfort, o. c., n. 137. 16 Ibíd., n. 33 y 34. 17 Ibíd., n. 113. 18 Ibíd., n. 119. 19 Manual oficial de la legión de María, 5, 6. 20 Ibíd., 35, 7.

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EL ESTANDARTE DE LA LEGIÓN

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La legión es activa. Imposible que un equipo subsista sí no está comprometido en alguna acción evangelizadora. Gusta de sacar siempre todas las consecuencias viables de los principios sobre los que se establece. Entiende, consiguientemente, que la doctrina sobre el Espíritu Santo y María, que hemos venido considerando, no puede quedarse en sólo teorías, ha de ser dinámica, influyendo en la vida y en la acción. El legionario hará este descubrimiento paulatinamente conforme se vaya adentrando en la propia legión. Tres meses de prueba, previos a la promesa, pueden ser suficientes para que el legionario se aperciba de que la legión gira en torno a estas dos verdades: el Espíritu Santo y María; o, si se prefiere, una: el Espíritu Santo actuando por medio de María. Así, pues, el legionario toma en sus manos el estandarte de la legión, que trata de poner ante sus ojos estas verdades, y dice:

POR TANTO, TOMANDO EN MIS MANOS EL ESTANDARTE DE LA LEGIÓN, QUE TRATA DE PONER ANTE NUESTROS OJOS ESTAS VERDADES...

El estandarte es en sí un símbolo; quien pone ante sus ojos estas verdades es la legión. Sin embargo, el estandarte, o vexillum, es un símbolo de esos que definen aquello que significan. En él, y en su parte superior, por encima del rótulo LEGIO MARIAE, figura la paloma. Entre el rótulo y el asta hay un marco ovalado con la imagen de la inmaculada (medalla milagrosa). El asía empalma con un globo en el que se halla esculpido el mapa del mundo. El simbolismo es bien claro: la legión funda su razón de ser en que el Espíritu Santo cubre a María con su sombra, inundándola de luz y del

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fuego de su amor y valiéndose de ella como de canal para transmitir al mundo sus vítales influencias. 1 Cabe ahora concretar aún más. la temática que hemos venido exponiendo: ¿Qué significan, en definitiva, para la legión el Espíritu Santo y María? 1. El Espíritu Santo en la legión Absurdo, hasta herético, sería el solo pensar en una especie de monopolio del Espíritu Santo por parte de la legión de María. Hemos expuesto ya en el primer capítulo la acción del Espíritu Santo en el mundo, en la Iglesia y en el alma. Lo que sí pretende la legión es que sus socios sean conscientes de esa acción del Espíritu Santo, y de que la santificación, fin principal de la legión, y el apostolado arrancan del Espíritu Santo que actúa por medio de María. A los legionarios les exhorta la legión a unirse a la Santísima Trinidad a través de María, 2 y examina la relación de hija, la de madre y la de esposa. Hasta tal extremo quiere ver a los legionarios viviendo este misterio, que toda la legión está en unión con María colaborando con el Espíritu Santo:

María está tan compenetrada con él, hecha tan una con él, tan animada de él, que él, es como el alma de ella. No es ella un simple instrumento o cauce de su actividad; es una colaboradora inteligente, consciente, hasta tal grado que, cuando obra ella, es él quien obra también; y si no se acepta la intervención de ella, tampoco se acepta la de él. 3

La legión así lo entiende y ya desde sus comienzos figura en todas sus cosas el Espíritu Santo:

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es significativo que el primer acto colectivo de la legión de María fuera dirigirse al Espíritu Santo por su invocación y la oración. 4

En el diseño del vexillum ya queda dicho cómo destaca la figura del Espíritu Santo:

el Espíritu Santo se destacó como rasgo predominante de aquella ensena. Esto es sorprendente, porque aquel diseño fue fruto de una concepción artística y no teológica. Un emblema profanos o sea, e! estandarte de la legión romana, había sido utilizado y adoptado para los fines de la legión mariana. Entró la paloma para reemplazar al águila, y la imagen de Nuestra Señora ocupó el puesto del emperador o cónsul. Y, sin embargo, el resultado final fue una representación del Espíritu Santo valiéndose de María como de canal para transmitir al mundo sus vitales influencias y como habiendo tomado él posesión de la legión. 5

Lo mismo cabría decir de la téssera, el cuadro de la legión:

cuando se pintó el cuadro de la téssera, en él quedó ilustrado el mismo concepto de la espiritualidad: el Espíritu Santo cerniéndose sobre la legión. Por su poder, perpetuase la lucha: la Virgen aplasta la cabeza de la serpiente, sus batallones avanzan hacia la victoria profetizada sobre las fuerzas enemigas. 6

Otro detalle muy significativo es el relativo al color oficial de la legión, que no es el azul, como algunos pudieran pensar, sino el rojo, en honor al Espíritu Santo:

esto fue determinado al tratar de otro detalle menor, el color de la aureola de Nuestra Sebera en el vexillum y en el cuadro de la téssera. Se opinaba que el simbolismo legionario requería que Nuestra Señora fuera representada como llena del Espíritu Santo, y para ello se debería pintar su aureola del color del mismo Espíritu Santo, es decir,

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de rojo. Y se llegó a la conclusión de que el rojo había de ser el color de la legión. 7

Aparte los detalles simbólicos que denotan la manifestación de la devoción de la legión al Espíritu Santo, está el hecho más importante, ya de suyo sobradamente explicativo, que tiene lugar en el acto más solemne de la vida apostólica de todo legionario, el momento cumbre de la promesa:

cuando se compuso la promesa legionaria, era lógico —aunque al principio causaba alguna sorpresa— que fuera dirigida al Espíritu Santo y no a la reina de la legión. Otra vez resuena la nota dominante: es siempre el Espíritu Santo quien regenera al mundo, y por él son concedidas las gracias, hasta la gracia más insignificante e individual; y las concede valiéndose de María cada vez y siempre. 8

El legionario, por tanto, consciente, decidido, de pie ante el vexillum, se dirige al Espíritu Santo: "Santísimo Espíritu, yo..." El legionario sabe perfectísimamente que quien actúa por María es el Espíritu Santo:

el Espíritu Santo es amor, hermosura, poder, sabiduría, pureza, y todo cuanto es Dios. Si desciende él en su plenitud, se remedia todo mal, y resuélvanse en conformidad con el divino beneplácito los problemas más agudos. El hombre que así se cobija bajo el amparo del Espíritu Santo se sumerge en la pleamar de la omnipotencia. 9

REFLEXIONES

El Espíritu Santo será para el legionario como padre que ama, que le ha escogido a él, al legionario, para su obra apostólica. Será el maestro que

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enseña y desea el éxito más que el discípulo. Será la luz que le alumbre en todo momento. Será la voz que le hable en el secreto del corazón. Será el huésped de su alma a quien, con la Iglesia, le habrá de suplicar:

Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacio del hombre si tú le faltas por dentro: mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos. Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito: salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. 10

2. María en la legión

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Concebir la legión como un movimiento internacional y asociado de evangelizados; saber de ella por su organización, su perfecta sincronización, sus estructuras; hablar de su afamada disciplina; reconocer, incluso, sus actuaciones, muchas veces inverosímiles y siempre interesantes; todo eso que en definitiva, se puede ver, pulsar y comprobar, no nos da, sin embargo, la exacta medida de lo que es la legión de María. A la legión no se la conoce únicamente ir las cosas que se ven; su esencia está, más bien, en las que no se ven. Ni conferencias, ni estudios lograrán reflejar una visión acabada de lo que en realidad es. A la legión simplemente se la descubre, y esto paulatinamente. Este descubrimiento comienza cuando, al par que se van conociendo los elementos visibles, se advierte asimismo que toda la vida exterior de la legión fluye de una fuertísima corriente interior que impulsa a la acción apostólica. Tal corriente se concreta en la presencia vivificante del Espíritu Santo, que en todo momento quiere actuar en y por medio de María. La Legión se afana, por tanto, en que sus socios se identifiquen cada vez más con María, constituyéndose así en colaboradores más útiles, por mejor dispuestos a recibir el influjo del Espíritu. Si todos los hombres conociesen el misterio de María y la dejasen actuar libremente, el Espíritu Santo obraría sus prodigios de gracia en todos y la completa regeneración en Jesucristo sería un hecho. La legión, por consiguiente, se orienta, en primer término, a que sus socios descubran el gozoso misterio de María:

el corazón del legionario es el primer campo de batalla donde moviliza la legión sus fuerzas. 11

Para que, en segundo lugar, lo manifiesten a los demás. 12

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¿Cómo logra la legión que sus legionarios descubran el misterio de María? Sencillamente, exponiéndoselo en profundidad y en todas sus dinámicas consecuencias.

a) La legión me descubre el misterio de María Ya hemos visto cómo este misterio radica en la maternidad divina de María y gira en torno a la misma. Los dogmas, ciertamente, y las verdades todas sobre María dimanan y confluyen en la actitud positiva e inmensamente generosa de María en el gran momento histórico de su fiat. El fiat y la maternidad divina van a centrar también la doctrina y el espíritu legionarios. Lo demás serán consecuencias lógicas emanadas de esas, dos grandes realidades centrales; y de otras que, aunque en María fluyan de ellas, constituyen, sin embargo, hitos sumamente importantes en su misterio como para considerarlas y honrarías separadamente. b) El fiat de María Aun cuando frecuentísimamente, a través de su Manual, habla de la legión de la Santísima Virgen y de su influjo en la vida de cada uno, particularmente en la del apóstol, reserva, no obstante, un apartado especialmente dedicado a presentar el fiat de María. 13 La descripción, siguiendo en ello a algunos santos padres, es de lo más parecido a un cuadro literario que se remonta a la eternidad para desembocar en nuestros días. Antes de la creación del mundo, en la remotísima eternidad, desde un principio, aparece en la mente de Dios la idea de María con un destino único y sin par. En sus decretos eternos está ya el hombre-Jesús, y en el plan que a Dios plugo adoptar incluye a María para el oficio de Madre del redentor.

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Ya en el tiempo, las profecías, cuyos vaticinios se habrían de cumplir, la presentan aplastando la cabeza de la serpiente 14 y hablan de la “virgen”, la “virgen y el niño”, la “mujer y el niño”, la “reina sentada a la diestra del rey”. La profecía parece, pues, retratar la redención como obra de una mujer y de su hijo juntamente, aplastando la cabeza de Satanás. La mujer, por tanto, no puede quedar relegada a la oscuridad y siempre ha de ser hallada al lado de su Hijo en toda la obra salvadora. Llega el punto culminante de todas las profecías. Con suma sencillez, el Manual presenta el misterio de la anunciación como una especie de tratado, como uno de tantos tratados que hacen los hombres. De una parte, Dios. De otra, la humanidad. Dios está representado por uno de sus ángeles; la humanidad, por María. Se va a tratar de la salvación del mundo. El ángel propone a María el misterio de la encarnación del Verbo, para que ella, con toda libertad, decida dar o no su consentimiento. Era el anuncio de algo que, de suceder, no sería independientemente de su voluntad. Ella habría de tener, por consiguiente, parte muy activa en la trascendental proposición y en sus consecuencias. La humanidad, pretérita y futura, aparece como expectante ante el desenlace del acontecimiento. Hubo una pregunta: ¿cómo podrá ser esto? María es consciente de su responsabilidad, del giro que habría de tomar su vida, de su futuro. Al propio tiempo, María, la llena de gracia, nunca ha sabido decir no a la voluntad de Dios. Por eso, en un acto de amor, de fe, de generosidad sin límites, dijo sí, fiat. Hágase en mí según tu palabra. Un sí que atrajo a Dios a la tierra y selló el gran convenio de paz con los hombres. La generalidad de los católicos aún se forman una idea muy pobre de las consecuencias de ese sí.

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Ha sido del divino agrado que no se inaugurase el reinado de la gracia sin María, y fue su voluntad también que continuasen las cosas por el mismo camino. Los momentos más sobresalientes que rodean la vida, tanto privada como pública de su Hijo, su muerte misma, estarán acompañados de la presencia activa de María. En pentecostés, cuando la Iglesia fue lanzada a cumplir su misión, allí estaba María. María vuelve a ejercer en el cuerpo místico todos los oficios que ejerció respecto del cuerpo natural del mismo Cristo. En pentecostés, como siempre, María es elemento esencial. Y así en todas las cosas sobrenaturales hasta el fin de los tiempos. El divino beneplácito ha querido obrar siempre así respecto de María. 15 Esta doctrina fundamental en el cristianismo, tan llanamente expuesta por la legión, y simbolizada en su estandarte, lleva, entre otras, a las siguientes conclusiones prácticas:

1) Reconocer francamente y de todo corazón a María como su representante en el ofrecimiento de aquel sacrificio que, empezando en la anunciación y consumado sobre el ara de la cruz, redimió al mundo. 2) Ratificar lo que hizo María en su favor durante todo aquel tiempo. 3) María no debe ser excluida de ninguna cosa. Debes entregar a María absolutamente todo. 16

c) María nuestra madre Es ésta una realidad que invade coda la legión. La maternidad de María es la que une, vitaliza, y lanza a la conquista apostólica a los legionarios de todo el mundo.

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La legión presenta a sus socios la doctrina de María, madre nuestra, como una consecuencia de lo anteriormente dicho. Esto es, arrancando del fiat 17 y teniendo en cuenta la proclamación solemne de esta maternidad por parte de su Hijo desde la cruz. 18 Por lo demás, el Manual de la legión y la legión misma son una continua consecuencia del dogma mariano de la maternidad. Presenta con brevedad la doctrina básica para detenerse a considerar ampliamente sus aplicaciones prácticas. 3. ¿Qué es María para la legión? De cualquier legionario a quien se le hiciese semejante pregunta sólo se obtendría esta respuesta: para la legión, María lo es todo, y sin ella se derrumbaría toda la legión. Expuesta ya la doctrina sobre María, y conocido el papel de su mediación universal, la legión es algo que ha nacido espontáneamente, como una consecuencia lógica y normal de tales verdades. Existe un párrafo en el Manual de la legión, que parece ser suficientemente explicativo. Dice así:

sin corazón no circula la sangre, sin ojos no hay comunicación con el mundo de los colores; sin aire, de nada vale el aleteo del ave, no hay vuelo posible. Pero más imposible que todo esto, según disposición divina, es que el alma se eleve hasta Dios y cumpla los designios de Dios sin María. 19

No se trata de una alegoría, sino de una realidad. Luego el secreto para hallar la salvación está en hallar a María. ¿Qué sucedería si el mundo, los hombres todos, encontrasen a María? Habrían topado con los dones de salvación: "con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de salvación eterna", 20 lo que, "lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta". 21

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Es claro que la clave del éxito salvífico está en que María sea conocida y venerada por todos. Formemos, pues, un ejército de voluntarios que estén dispuestos a manifestar a María al mundo. Así nació la legión de María. Esto es la legión de María:

y ¿quién duda de que la legión, constituida como está por seglares —y, por ende, ilimitada en cuanto al número de socios, y capaz de abrirse camino en todas partes— , seglares apóstoles que aman a María con todas sus fuerzas y que quieren encender este amor en los demás corazones, utilizando, para conseguido, los múltiples recursos a su alcance, quién duda, decimos, que la legión es la organización llamada a realizar tan gran empresa? 22

El campo de la acción apostólica de la legión resulta ser así en el mundo entero; y la vida espiritual de la legión y del legionario, el espíritu mismo de María. El misterio de María debe ser vivido con toda la intensidad posible. En definitiva esto es lo que interesa. La legión lo reconoce así y no cesa de inculcarlo a sus socios exhortándolos a una reflexión constante y orientándolos en sus consecuencias. María es nuestra madre. Este es el punto de arranque:

María como madre nuestra es una realidad que ha de meditar la legión día y noche. 23

María como madre nuestra es una realidad. No es una entelequia, sino una realidad. La reflexión continua sobre esta realidad tiene que producir sus frutos:

para que se dilate en nosotros la fe en su oficio maternal, y nos apremie a poner por obra nuestra firme convicción y ardiente amor, haciéndonos hijos dignos de tan buena madre. 24

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La legión entiende que en esto se ha de cimentar el espíritu genuino del legionario. Por eso:

ruega encarecidamente a cada uno de estos que entre de lleno en este espíritu haciéndolo objeto de serias meditaciones y el alma de sus obras de celo. 25

Es necesario entrar de lleno en este espíritu, no a medias. Tal vez la diferencia, exteriormente ostensible, entre unos y otros equipos de legión radique aquí en gran parte. Los directores espirituales hallarán en esto, más que en cosa otra alguna, su razón de ser:

el deber fundamental de un director espiritual de la legión de María será infundir en los legionarios, súbditos suyos, un conocimiento esclarecido y un amor intensísimo hacia la Madre de Dios, y, en particular, hacia aquellos privilegios de María que más gusta de venerar la legión. 26

Paulatinamente el legionario se adherirá fielmente a la devoción profesada a María por la legión y descubrirá que:

meditar seriamente esta devoción y practicarla con celo, es un deber sagrado para con la legión, y constituye un factor esencial a la calidad de socio de la misma. 27

El espíritu del legionario se va fogueando y descubre (en la legión todo es un continuo descubrimiento) que trabaja con y por María, que es un colaborador de María, lo que le lleva a revestirse de valor 28 y a concluir:

es menester que ofrezcamos a ella lo más que podamos y lo mejor; es preciso que trabajemos con tesón, habilidad y delicadeza. 29

Al propio tiempo, el legionario llega a comprender la conjunción perfecta entre la acción y la oración. Es necesario actuar, pero lo es tanto orar:

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es menester orar, como si de la oración dependiera todo y de los propios esfuerzos absolutamente nada; y luego, hay que poner manos a la obra como nosotros tuviéramos que hacerlo todo con nuestros propios sudores. 30

Un poco más, y entra el legionario en el campo de la generosidad. Estar dispuesto a todo, como María; así se constituirá en elemento muy valioso para la legión y crecerá en su vida espiritual:

el legionario, por su negligencia, anula el contrato de comunidad de bienes con María que tantos tesoros encierra. El legionario tiene que contribuir con todo lo que tenga; a María no le corresponde suplir lo que uno se niega a darle. María desea dar a manos llenas; pero no puede hacerlo sino al alma generosa. 31

Allí donde los legionarios hayan llegado a captar la profundidad de esta espiritualidad, las dificultades son fácilmente superadas, los trabajos más resueltamente afrontados, los cargos de oficiales diligentemente cubiertos y desempeñados, la alegría el clima donde todo discurre suavemente. Todo es confianza sin límites en María:

la legión, como organización, tiene sus más hondos cimientos en una confianza filial sin límites en María, dando solidez a los mismos mediante la implantación de esta confianza en el corazón de cada uno de sus miembros, de los cuales se sirve luego como Instrumentos dotados de perfecta armonía, de lealtad y disciplina. Esta legión de María no lo considera presunción, sino justa medida de confianza, al creer que su organización constituye, por decirlo así, un mecanismo que sólo requiere la autoridad para avasallar al mundo entero y ser, en manos de María, un órgano destinado por ella a ejercer su oficio de madre en pro de las almas y perpetuar su eterna misión de aplastar la cabeza de la serpiente. 32

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4. En unión con María El descubrimiento del misterio de María efectuado por el legionario en su trayectoria apostólica le ha ido introduciendo poco a poco en el mismo hasta el punto de llegar a la conclusión de que lo importante es vivir en constante unión con María. María no debe constituir un elemento extrínseco a al legionario, sino que éste ha de pretender identificarse con ella y procurar que esta identificación rompa las fronteras de lo exclusivamente legionario para invadir toda su vida, adquiriendo sentido de autenticidad las palabras de la promesa:

veo que el secreto de un perfecto servicio legionario consiste en la completa unión con aquella que está tan íntimamente unida a ti. 33

Esta unión sobrenatural será incomparablemente más estrecha y verdadera que cualquier unión humana, y ayudará a progresar en el mundo espiritual y en la visión cristiana de la vida. Hasta este extremo pretende la legión empujar a sus legionarios y formar con ellos un baluarte inexpugnable. Lo contrario sería ruina y derrota. Está claro que toda la vida y labor legionarias han de aspirar a este espíritu de unión con María; y a fin de que todos lo tengan muy presente, en la primera reunión de cada mes se les recuerda:

el deber legionario exige de cada socio: 3) La ejecución de un trabajo legionario, activo y sólido, hecho con espíritu de fe y en unión con María... 34

Como de la mano lleva la legión a sus socios progresivamente al conocimiento de la práctica de la verdadera devoción a María, de la que ya anteriormente hemos hablado. El legionario ha topado con el misterio de María, y acaba, en sana lógica, por consagrarse a ella totalmente:

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esta devoción exige que hagamos con María un pacto formal por el que nos entregamos a ella con todo nuestro ser, nuestros pensamientos, obras; posesiones y bienes espirituales y temporales, pasados, presentes y venideros, sin reservarnos la menor cosa, la más mínima parte de ellos. En una palabra, que nos igualemos a un esclavo, no poseyendo nada propio, dependiendo en todo de María, y enteramente entregados a su servicio. 35

Pensarán tal vez, algunos, que la fuerza de la legión estriba en sus estructuras, en su disciplina, en su línea, y estilos evangélicos. Cierto que todas estas características son valiosísimas; pero la fuerza no está en ellas, la fuerza de la legión está en proporción directa a la unión de los legionarios con María. 5. Yo soy el apostolado El dinamismo de la legión arranca, pues, de María. Una devoción estática empobrece necesariamente el concepto que se pueda tener de Nuestra Señora. María, sin su maternidad, resulta inconcebible, y esa maternidad sabemos que no es pasiva, sino que la ha ejercido con su Hijo y continuamente la está actualizando en la Iglesia. La idea, pues, de María no puede ser disociada de la idea de apostolado: la verdadera devoción a María implica necesariamente el servicio de las almas. 36 El apostolado viene a ser como un suplemento a sus maternales desvelos. El apóstol se suma a las actividades de la madre. En este sentido la Santísima Virgen podría declarar: Yo soy el apostolado. Afirmar de María: Yo soy el apostolado, significa que ella está íntimamente unida al apóstol y a la suerte del apostolado. Si el apostolado, por otra parte, es la actividad del cuerpo místico de Cristo dirigida a

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propagar el reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre, y hacer así a rodos los hombres partícipes de la redención salvadora y por medio de ellos ordenar realmente todo el universo hacia Cristo. 37

María, que alumbró a Cristo al mundo, debe ser la más genuina representante del apostolado, es el apostolado mismo:

el modelo perfecto de esta espiritualidad apostólica es la santísima Virgen María, rema de los apóstoles, la cual, mientras vivió en este mundo una vida igual a los demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajos, estaba constantemente unida con su Hijo y cooperó de modo singularísimo a la obra del salvador; y ahora, asunta a los cielos, cuida con amor materno de los hermanos de su Hijo que peregrinan todavía y se ven envueltos en peligros y angustias hasta que lleguen a la patria feliz. 38

La legión pretende encarnar la idea de María hasta el punto de que todos los legionarios busquen afanosamente la unión con María, madre y apóstol, y se identifiquen de tal forma con ella, que ya no sean ellos, sino ella sirviéndose ce los legionarios, quienes realicen el apostolado, por lo que gusta la legión de definirse: María en acción. La legión, representada en el estandarte que ante sí nene el legionario al hacer su promesa, le ha presentado a éste el misterio de María. El legionario progresa en el conocimiento y amor de María y se declara soldado suyo e hijo suyo. María es la madre, y el corazón del legionario debe latir al unísono con el de ella. En este único corazón vuelven a resonar los ecos del fiat: "he aquí la esclava del Señor." El legionario ha tomado conciencia de que no puede ser un elemento pasivo en el misterio de la redención. Como María, y a su ejemplo, se propone colaborar positivamente en su propia redención y en la de los demás.

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Las gracias que Dios haya ligado a este acto sublime del legionario deben ser inmensas. Es un acto consciente, es un acto voluntario, es un acto de fe, es un acto de amor, es un acto positivo, que revive, aunque pálidamente, el de María en la anunciación. Las gracias, por tanto, serán generosamente proporcionadas a la sinceridad y trascendencia de la promesa, que empujarán al legionario a emprender grandes cosas con fe y amor en favor de la salvación del mundo en unión de amor y de voluntad con María. Esto es el estandarte de La legión. Esto es la legión de María.

POR TANTO, TOMANDO EN MI MANO EL ESTANDARTE DE LA LEGIÓN, QUE TRATA DE PONER ANTE NUESTROS OJOS ESTAS VERDADES, ME PRESENTO DELANTE DE TI COMO SOLDADO SUYO E HIJO SUYO, Y COMO TAL ME DECLARO TOTALMENTE DEPENDIENTE DE ELLA. ELLA ES LA MADRE DE MI ALMA. SU CORAZÓN Y EL MÍO SON UNO; Y DESDE ESE ÚNICO CORAZÓN VUELVE ELLA A DECIR LO QUE DIJO ENTONCES: “HE AQUÍ LA ESCLAVA DEL SEÑOR”. Y OTRA VEZ VIENES TU POR MEDIO DE ELLA PARA HACER GRANDES COSAS. CÚBRAME TU PODER Y VEN A MI ALMA CON FUEGO Y AMOR, Y HAZLA UNA CON EL AMOR DE MARÍA Y LA VOLUNTAD DE MARÍA DE SALVAR AL MUNDO.

1 Manual oficial de la legión de María, 14 y 29. 2 Ibíd., 29. 3 Ibíd., 29. 4 Ibíd., 29. 5 Ibíd., 29. 6 Ibíd., 29. 7 Ibíd., 29. 8 Ibíd., 29.

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9 Ibíd., 29. 10 Secuencia del día de pentecostés. 11 Manual oficial de la legión de María, 27, 4. 12 Ibíd. 4,7. 13 Ibíd. 39,7. 14 Gén. 3, 15. 15 Manual oficial de la legión de María, 39, 7. 16 Ibíd., 39, 7. 17 Ibíd., 5, 4. 18 Ibíd., 5, 4 y 14. 19 Ibíd., 27, 1. 20 LG 62. 21 LG 60. 22 Manual oficial de la legión de María, 5, 7 23 Ibíd., 5, 4. 24 Ibíd., 5, 4. 25 Ibíd., 5, 5. 26 Ibíd., 32. 1. 27 Ibíd., 27, 1. 28 Ibíd., 28, 3. 29 Ibíd., 27, 4. 30 Ibíd., 27, 4. 31 Ibíd., 27, 4. 32 Ibíd., 5, 7. 33 Ibíd., 11. 34 Ibíd., 35, 7. 35 Ibíd., 27, 5. 36 Ibíd., 27, 3. 37 AA 1, 2. 38 AA 1, 4.

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LA PUREZA APOSTÓLICA

La vivencia del misterio de María no puede dejar al alma en un estado de indiferencia. En la medida que se va descubriendo, se van despertando las exigencias que empujan al alma hacia la superación y perfección. Esta perfección puede desembocar o bien en la contemplación y adoración, o bien en la acción. El fenómeno, no infrecuente, de que legionarios muy entregados a la acción hayan abrazado el estado religioso y, en su mayoría, el de vida contemplativa, no debiera de tener nada de insólito ni sorprendente, pues la acción y la contemplación no son dos términos antagónicos, sino que arrancan de una raíz común que los sostiene y da vida, y cuanto más profundamente esté arraigada dicha raíz tanto más ubérrimamente crecerán una y otra. El misterio de María penetra en el mismo centro de los planes de Dios. Una vez descubierto, no puede por menos de dar origen a ese árbol frondoso de activos y contemplativos que tanto enriquecen a la Iglesia. Nada extraño, pues, que legionarios muy activos, pero profundamente imbuidos del espíritu de María, cambian la acción por la contemplación, o por la vida sacerdotal, o por la religiosa en sus diversas manifestaciones, en un afán de superior perfección y mejor servicio. Mas tanto unos como otros, los activos y los que abrazan un estado de vida superior, saben que han de ejercitarse en una vida de virtud a la luz de María, que la promesa legionaria presenta bajo el común denominador de pureza:

PARA QUE YO SEA PURO EN AQUELLA QUE POR TI FUE HECHA INMACULADA; PARA QUE POR TI CREZCA EN MÍ TAMBIÉN MI SEÑOR JESUCRISTO; PARA QUE YO CON ELLA, SU MADRE,

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PUEDA OFRECERLE AL MUNDO Y A LAS ALMAS QUE LE NECESITAN...

Invocado el Espíritu Santo y confesado el misterio de María, el legionario activo pide en su promesa la pureza apostólica que juzga básica para la acción a emprender. El contacto con las almas reclama una conducta moral irreprochable y un deseo de una cada vez mayo: perfección y unión con Cristo. Nadie, por otra parte, se puede considerar lo suficientemente purificado:

aunque me lavase con agua de nieve, y purificase mis manos con lejía, todavía me hundirías en el lodo, y mis vestidos me aborrecerían. 1

La fe, la caridad y el celo apostólico brotan de un corazón puro:

el fin del evangelio es la caridad de un corazón puro, de una conciencia buena v de una fe sincera, de las cuales algunos se desvían. 2

El cristiano, y especialmente el apóstol, deben estar limpios con una pureza de cuerpo y espíritu:

pues que tenemos estas promesas, purifiquémonos de toda mancha de nuestra carne y nuestro espíritu, acabando la obra de la santificación en el temor de Dios. 3

La exigencia de una pureza apostólica tiene ya antecedentes en el Antiguo Testamento. Baste recordar, a título de ejemplo indicativo, la purificación de Isaías, lo suficientemente gráfica para darnos a entender el tipo de pureza física y espiritual requerida en un apóstol:

uno de los serafines voló hacia mí, teniendo en sus manos un carbón encendido, que con las tenazas tomó del altar, y tocando con él mi

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boca, dijo: mira, esto ha tocado tus labios, tu culpa ha sido quitada y borrado tu pecado. Y oí la voz del Señor, que decía: ¿a quién enviaré, y quién irá de nuestra parte? Y yo le dije: Heme aquí, envíame a mí. 4

La pureza que se reclama ha de crear una disposición cada vez más apropiada para el desempeño de la labor apostólica a realizar y, al propio tiempo, una protección contra codo lo que pueda alejar de la santificación. En la ley antigua, la pureza tenía más bien un significado ritualista y cultural, es función de las ceremonias sagradas, si bien los profetas claman por una pureza interior:

lavaos, limpiaos, quitad de ante mis ojos la iniquidad de vuestras acciones. Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo. 5

En la nueva ley se aboga ya abiertamente por la pureza interior y todos los ricos sacrificiales con sentido purificatorio han sido superados por el sacrificio de la cruz:

sus preceptos eran carnales, sobre alimentos, bebidas y diferentes lavatorios, establecidos hasta el tiempo ce la sustitución. Pero Cristo, constituido pontífice de los bienes futuros, entró una vez para siempre en un tabernáculo mejor y más perfecto, no hecho por manos de hombres, esto es, no de esta creación; ni por la sangre de los machos cabríos y de los becerros, sino por su propia sangre, entró una vez en el santuario, realizada la redención eterna. 6

En realidad, la verdadera impureza digna de ser tenida en cuenta es el pecado:

lo que sale de la boca procede del corazón, y eso hace impuro al hombre. Porque del corazón provienen los malos pensamientos, los

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homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los TODOS, los falsos testimonios, las blasfemias. Esto es lo que hace impuro al hombre. 7

La expresión pecado de impureza solemos conectarla de inmediato con el pecado de la carne; mas el sentido de la expresión, "para que yo sea puro en aquella que por ti fue hecha inmaculada" es mucho más universal, reclama una purificación radical de toda clase de pecado. Sin embargo, el pecado carnal de los más incomparables con la pureza apostólica y con cualquier tipo de pureza:

entre los vicios de intemperancia son principalmente reprobables los pecados carnales. 8

Según santo Tomás, de este tipo de pecados asume precisamente su significado la palabra pureza:

la palabra pureza viene de pudor, que incluye la vergüenza. Por eso la pureza dice relación a aquellas cosas de las que el hombre más se avergüenza, esto es, a los pecados carnales. No sólo se avergüenza el hombre de la comisión del pecado carnal en sí, sino también de todas sus manifestaciones, como miradas, besos y tocamientos deshonestos. La pureza tiende más bien a regular estas manifestaciones externas. La virtud que se ordena al propio pecado carnal es la castidad. 9

Por supuesto que estos pecados son incompatibles con la pureza. El apóstol habrá de poseer siempre un afán de liberación de toda clase de pecados, pero, como es natural, buscará guardar una delicadeza suma en codo lo que sea campo de la castidad. Imposible de otro modo la pureza interior. La pureza apostólica, empero, exige algo más que la simple purificación de los pecados mortales. Se debe dar por sabido que quien intenta evangelizar a otros habrá de ser un testimonio vivo de la verdad que

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enseña. Por eso, aun cuando la gracia santificante es el punto de arranque de la pureza apostólica, dado que excluye el pecado grave, sin embargo es necesario proseguir con la ascesis de la purificación, pues el afán de superación y de perfección ha de ser constante y, por otra parte, siempre contamos con imperfecciones, defectos, inclinaciones malas, tentaciones y Otros imponderables que contribuyen a que la práctica de la virtud resulte difícil. Los tratadistas de temas ascético-místicos nos hablan de purificaciones activas de los sentidos, cuyo cometido sería contener las demasías de los mismos y someterlos plenamente al control de la razón iluminada por la fe. 10 No cabe duda de que el cuerpo humano puede ser un impedimento o un elemento excelente para nuestra santificación. Lógica, pues, la necesidad de purificar nuestros sentidos:

castigo mí cuerpo y lo esclavizo, no sea que, habiendo sido heraldo para los otros, resulte yo descalificado. 11

Los que son de Cristo, han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias. Si vivimos del espíritu, andemos también según el espíritu. 12

Esta purificación ría de ser extensiva a las propias pasiones: odio, deseo, aversión, gozo, tristeza. E incluso a las propias potencias del alma: entendimiento, memoria, voluntad. El alma, pues, debe esforzarse, con la ayuda de la gracia, en la purificación de todos sus defectos y miserias para poder acercarse más y más a la perfección. Dios, por su parte, se reserva para sí una labor purificadera, que los místicos llaman pasiva, en la que el alma tiene ocasión de demostrar su disponibilidad y su generosidad.

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El legionario se supone que ha descubierto el valor de la pureza al decir "para que yo sea puro"; pero su pureza, al igual que todas sus cosas, se halla iluminada por la pureza de María: "Para que yo sea puro en aquella que por ti fue hecha inmaculada." 1. La pureza de María Siempre María. Y ¿cómo no, y de forma especial, ahora que el legionario pide la pureza? La inmunidad de María de toda mancha original y su liberación de cualquier pecado o imperfección actuales durante su vida constituyen el punto de partida de su santidad. Tras esta pureza integral hallamos a María consagrada totalmente al ejercicio de su maternidad e inundada por el Espíritu Santo. Se puede decir que en María, supuesta su concepción inmaculada, la pureza es algo innato, intrínseco, connatural. María, partiendo de su pureza, escala las cimas más excelsas de la santidad, y se halla envuelta en la plenitud de la gracia. El Espíritu Santo se vuelca en María en la medida de su pureza. Por eso, si en los grandes santos semejante donación del Espíritu Santo ha obrado grandes prodigios de gracia, en María tuvo lugar lo insospechado, ¡tal era su pureza! Esa unión íntima dio origen, no ya a grandes prodigios, sino a algo infinitamente más sublime, a la encarnación del Verbo. El legionario que ha de aspirar a su propia santificación, pero siempre bajo la dirección y ejemplo de María, habrá de comenzar por librar la batalla de la pureza en su corazón y aprender con ella a purificarse íntegramente, hasta el desprendimiento del yo, conforme le sea posible. En esa medida actuará en él el Espíritu Santo, María no sólo va delante con el ejemplo, sino que su misma pureza ayuda a purificarse y a introducirse en la vida de la gracia:

el legionario, para volver los ojos a María, necesariamente tiene que apartarlos de sí mismo; este movimiento lo toma María en sus manos

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y le da un valor más alto: lo transforma en la muerte sobrenatural del yo, condición dura, pero fructuosa, de la vida cristiana. El calcañar de la humilde Virgen quebranta la serpiente del amor propio en sus múltiples cabezas que son: la vana exaltación, el buscarse a sí mismo, la propia suficiencia, la presunción, la propia satisfacción, el buscar los propios intereses, la propia voluntad. En el legionario realmente olvidado de sí mismo ya no habrá obstáculos a las maternales influencias de María, y así ella hará brotar nuevas energías y un espíritu de sacrificio en nosotros; hará de él un buen soldado de Cristo, bien pertrechado para el duro servicio a que tal profesión le llama. 13

La verdadera devoción a María impulsará, por su parte, a quien la practique, a la práctica de una autentica purificación:

la entrega en manos de María incluye la entrega total de pensamiento e impulsos interiores, con todo lo que ellos encierran de más preciado y más íntimo. 14

Así, pues, el legionario con ansias de santidad y deseos apostólicos de conversión, descubre e! camino a seguir en unión con María y pronuncia, desde lo profundo de su corazón, esa magnífica oración:

PARA QUE YO SEA PURO EN AQUELLA QUE POR TI FUE HECHA INMACULADA.

REFLEXIONES

Las cosas son puras en cuanto participan de la pureza de Dios. Toda perfección, belleza y bondad existentes en la creación son una emanación de la perfección, bondad y hermosura divinas.

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La pureza no produce por sí misma, sin embargo, un encuentro con Dios. La unión con Dios es sólo obra de la caridad; pero la caridad teologal no puede existir donde haya pecado, y se encuentra debilitada en proporción inversa al número o cualidad ce las imperfecciones. La pureza de todo pecado grave, e incluso la purificación de imperfecciones, se impone como una exigencia al alma que desea vivir la caridad, es decir, la unión con Dios. La pureza no produce la unión con Cristo; pero conduce a ella de forma que resulta insustituible:

para que sepáis discernir lo mejor y seáis puros e irreprensibles para el día de Cristo. 15

El legionario, por su parte, no posee una pureza intrínseca y connatural como María, pero en su afán de unión con ella comprende la imposibilidad de tal unión sin una pureza cultivada a la luz de María. El Espíritu Santo actuó en María de forma maravillosa y extraordinaria y sigue actuando en las almas en la proporción de su semejanza con María. Por eso, si su unión con la inmaculada tuvo por fruto la encarnación del Verbo, la unión con las almas puras dará por fruto un nuevo nacer y un crecer de Jesucristo en esas almas en la medida de su pureza y de su caridad. De ahí que el legionario, tras pedir la pureza apostólica de María, añada:

PARA QUE POR TI CREZCA EN MÍ TAMBIÉN MI SEÑOR JESUCRISTO.

Este crecimiento es obra del Espíritu Santo al encontrar un alma pura que desea colaborar con la acción divina. El alma purificada se presta a que el Espíritu Santo actúe en ella y la purifique aún más con su fuego y amor divinos. Los efectos serán siempre la gracia, es decir, que Cristo nazca y crezca en el alma.

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La posesión consciente de la gracia está reñida con el egoísmo. El egoísmo es contrario a la caridad y a la pureza. De ahí que la primera consecuencia del alma poseída por Jesucristo sea un intento constante de ofrecerlo a los demás, en otras palabras, el apostolado. El legionario ha descubierto el campo de la generosidad. Sin embargo, ya que ha llegado a esta vivencia de la mano de María y en unión con ella, no se atreve a afrontar ese apostolado en solitario. Está convencido de que la mejor forma, la única, es continuar en todo en unión con María:

PARA QUE YO CON ELLA. SU MADRE, PUEDA OFRECERLE AL MUNDO Y A LAS ALMAS QUE LE NECESITAN.

Este ofrecimiento que de Jesucristo hace al mundo el legionario, en unión con María, debe ser una realidad. La legión es siempre de realidades, no planifica lo que no puede cumplir. Desde el momento en que un nuevo socio ingresa en la legión comienza también su actividad. De modo que el legionario, al descubrir la exigencia del apostolado, la de llevar a Jesucristo a los demás, tiene que poner manos a la obra. El espíritu, pues, por la promesa está a punto; el campo de acción, bien definido; la necesaria fuerza proviene deja unión con María; la misión será evangelizar. El legionario será un combatiente de primera fila, o, de lo contrario, no pasará de ser una medianía. Entre los múltiples y loables apostolados ejercidos por los seglares en la Iglesia, la legión se alinea en la evangelización de los no católicos y de los católicos alejados primordialmente, formando para ello una asociación, que más se parece a un ejército dispuesto a combatir en primera línea, mediante el contacto directo y personal de alma a alma, sin exclusivismos de ningún género. Preguntado Frank Duff sí tuviera que elegir entre la evangelización de los alejados o la verdadera promoción de la comunidad, contesta:

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la legión de María no se ha dedicado primordialmente a los alejados católicos. Se ha dedicado al apostolado universal de la Iglesia Católica. Si yo tuviera que elegir entre los distintos objetivos, sin vacilación alguna diría que debemos dirigirnos a los no católicos. Estuve hablando recientemente a una delegación nutrida de norteamericanos —había 120 de ellos— y también a otra delegación de Inglaterra. El tema que tratamos era la cuestión de las conversiones, pues en esos dos países la mayoría de la población no es católica, y, sin embargo, la legión se dedica más a los alejados católicos. Pero eso no puede ser... Sería cosa terrible limitarnos a los católicos alejados. Naturalmente reconozco que en España hay gran número de no practicantes, y por tanto ésa es vuestra labor más grande. Pero hay un número, cada vez más creciente, de protestantes… También tendréis musulmanes, testigos de Jehová… Verdadera promoción de la comunidad: no se trata de elegir entre dos objetivos, pues la verdadera promoción de la comunidad es simplemente una extensión de nuestros trabajos existentes... La motivación de la verdadera promoción la comunidad tiene que ser espiritual. Hay sociedades de enfoque meramente humanista; pero nosotros no nos encuadramos en tales sociedades, pues sería un paso retrogresivo e incluso desastroso... Lo particular de la verdadera promoción de comunidad es que no es humanismo, y su objetivo debe ser el de ayudar a la gente espiritualmente. Vamos a suponer que se organicen proyectos para ayudar a la gente de diversas maneras, y por ello se entra en contacto con no-legionarios que quieran ayudar; bueno, pues ese contacto con no-legionarios debía ser usado para fines espirituales. Todo contacto debe ser orientado a fines espirituales... Todo el trabajo debe ser trabajo legionario. 16

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Esta acción apostólica, que constituye el campo de actividad de la legión, supone una lucha constante: primero contra uno mismo, es decir, una continua purificación; después, contra las fuerzas del mal. El servicio legionario: "debe revestirse de toda la armadura de Dios''. 17 "debe ser un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios y no conforme a este mundo". 18 "no debe rehuir trabajos y penas". 19 El legionario, por consiguiente, debe: poseer “una voluntad indómita de vencer", 20 "negarse en absoluto a condescender con cualquier derrota", 21 "proceder con resolución y vigor". 22 ¿Qué dirán?, ¿qué pensarán?, es una reflexión que produce escalofríos en almas que deberían regocijarse con los apóstoles de ser consideradas dignas de sufrir oprobios por el Nombre de Jesús. 23 Ideas similares se hallan diseminadas por todo el Manual de la legión, que es el libro del legionario. Hay algunos que, queriendo posiblemente concebir la legión como una asociación más, se quejan de que se den términos de significación militar, y de que el espíritu disciplinario se parezca algo al espíritu militar. Pues bien, así es. En la legión se habla de batallas, guerras y primeras líneas:

para que, ganada la batalla... 24 Siempre que surja una dificultad extraordinaria o tenga el legionario que arrostrar algún peligro, diga para sus adentros: ¡Estamos en guerra! Esta frase, que es capaz de llevar a toda una nación destrozada por la guerra a sacrificios heroicos, debería dar al legionario un temple de acero y mantenerlo en su puesto, aunque en

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parecidas circunstancias la generalidad de los hombres desertarían. 25 Decimos que, si alguna vez fuere preciso exigir a personas seglares que den la cara a algún peligro, ¿a quién habrá que acudir sino a aquellas que se esfuerzan por hacerse dignas del tirulo de legionarios de María? Si sacrificios fueren menester, su mayor dicha es mostrarse soldados valientes de la reina del Calvario. ¿Retroceder los legionarios, al exigírseles algún sacrificio? ¡Jamás! 26 La legión ha de ir siempre en vanguardia en las luchas de la Iglesia. 27

Finalmente, rodos los días en su oración el legionario pronuncia las siguientes palabras:

¿Quién es ésta que va subiendo cual aurora naciente, bella como la luna, brillante como el sol, terrible como un ejército formado en batalla? 28

Y termina el día pidiendo la fe necesaria para que:

Guíe nuestros pasos por el camino de la paz, para que, terminada la lucha de la vida... 29

Para todo esto, sin embargo, se necesita un espíritu, liberado de la esclavitud de las pasiones y de los sentidos, es decir, purificado, o al menos con voluntad y en vías de purificación. Un alma que lucha de esta forma y en unión con María será ordenada, conducida, regida, gobernada por María. María tendrá verdadera supremacía y dominio sobre ella y sobre sus cosas. María reina en ese alma y en todo lo que con ella esté unido, particularmente en sus obras de apostolado. Este reinado no acabará con la vida mortal, se prolongará por siempre en el seno de la beatísima Trinidad. La pureza apostólica,

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por tanto, empujará al legionario hasta el fin, cuando de verdad comenzará a vivir esas palabras que ahora pronuncia en esperanza:

PARA QUE, GANADA LA BATALLA, ESAS ALMAS Y YO PODAMOS REINAR CON ELLA ETERNAMENTE EN LA GLORIA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD.

1 Job 9, 30-31. 2 1 Tim 1, 5-6. 3 2 Cor 7, 1. 4 Is 6, 7-8. 5 Is 1, 16-17. 6 Heb 9, 10-12 7 Mt 15, 18-20. 8 STh 2-2, q. 151, a. 4, ad 3. 9 STh 2-2, q. 151, a. 4. 10 Cf. A. Royo Martín, Teología de la perfección cristiana. B.A.C. Madrid 1958, 347. 11 Cor 9, 27. 12 Gál 5, 24-25. 13 Manual oficial de la legión de María, 27, 2. 14 Ibíd., 27, 5. 15 Filip 1, 10. 16 Legio, Revista de la legión de María, n. 48, 9. 17 Manual oficial de la legión de María, 4, 1. 18 Ibíd., 4, 2. 19 Ibíd., 4, 3. 20 Ibíd., 4, 5. 21 Ibíd., 4, 5. 22 Ibíd., 4, 5. 23 Ibíd., 28, 3. 24 Ibíd., 11. 25 Ibíd., 37, 2. 26 Ibíd., 37, 2. 27 Ibíd., 38, 29.

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29 Catena Legionis. 30 Oración final de la téssera.

7

ME ATREVO A PROMETER

Durante la prueba, el legionario ha venido descubriendo la importancia trascendental de ser soldado de María. Cuando uno piensa en la acción positiva y generosa de María en el misterio de redención no puede limitarse a ser un elemento indiferente ante realidad tan sublime. Cuando se observa la general despreocupación de los hombres ante este misterio y, por otra parte, se conoce el poder de María en orden a la salvación de la humanidad, el alma generosa y desprendida, purificada ya, o en vías de purificación, siente vehementes deseos de gritar al mundo estas verdades, de hacer con María, de luchar con María, de unirse en todo e inseparablemente a María, y de ser, en definitiva, fiel a su servicio:

CONFIADO EN QUE EN ESTE DÍA QUIERAS TÚ RECIBIRME POR TAL Y SERVIRTE DE MÍ Y CONVERTIR MI DEBILIDAD EN FORTALEZA, TOMO MI PUESTO EN LAS FILAS DE LA LEGIÓN Y ME ATREVO A PROMETER SER FIEL EN MI SERVICIO.

AI topar con la legión se ha encontrado el futuro legionario con un ejército de hijos y soldados al servicio de María que luchan por manifestarla al mundo; por eso, cuanto más profundizaren el espíritu y esencia de la legión, crece en él el deseo de declararse soldado suyo e

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hijo suyo, entrando a formar parte de las filas legionarias. Esto es lo que pretende significar la palabra tal, que por dos veces repite en su promesa: "como tal me declaro dependiente de ella en absoluto". "Confiado en que en este día quieras tú recibirme por tal". Sin embargo, este deseo de ser hijo y soldado suyo, de ser tal, pudiera a veces parecer efecto de un lamentable espejismo. No son infrecuentes las desilusiones y los fallos de los que comienzan una orientación buena, pero nueva en su vida. La legión tiene suficiente experiencia a este respecto. Tres meses de prueba han podido despertar en el nuevo legionario un buen deseo de entrar en sus filas, pero deseos hay que, más bien que deseos, son simples veleidades. En un legionario así probablemente se acusarán deficiencias de conocimiento acerca de la legión, por lo que es muy posible que no haya aprovechado debidamente esos meses de prueba para el estudio del Manual y para los fines para los que han sido establecidos; o no supo valorar sus fuerzas para la tarea apostólica que le habrá de aguardar. Su voluntad en el momento de pedir ser admitido como tal no es una voluntad lo debidamente esclarecida y perfecta. La voluntad que ha de mover a dar ese paso al neo legionario ha de ser una voluntad lo más íntegra posible. Sabemos que en el hombre existen diversas fuerzas que presionan sobre la voluntad para inclinarlo a un lado o a otro. Tenemos, de una parte, el mundo de los sentidos, el de las pasiones, etc., que ofrece a la voluntad un panorama tentador; y, de otra, el entendimiento, que intenta presentar siempre a la voluntad el bien que debiera elegir. El legionario, al pedir ser recibido como tal, ya se ha encontrado con el tema de la purificación. Debe conocer si su purificación personal se adentra en las exigencias de la legión, o si, por el contrario, es deficitario a este respecto, en cuyo caso no debiera aún hacer su promesa, porque estaría abocado al fracaso.

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Pudiera acaecer que su purificación: sea estimable, pero la luz que arroja su entendimiento sobre el tema legión es muy pobre. No se ha preocupado de conocer aquellas cosas que, al hacer la promesa, ya debiera saber, lo que siempre constituirá un síntoma alarmante de posible fracaso. Pide, en efecto, ser recibido como tal: pero, en el fondo, no sabe muy bien lo que pide. En este desconocimiento podríamos incluir a no pocos directores espirituales, quienes por desconocimiento de la legión, lo que de suyo raya la irresponsabilidad, critican lo que desconocen, asumen funciones que no les corresponden, juegan a reformadores, clericalizan la legión y debilitan el praesidium. El deseo, pues, que el legionario expresa de ser recibido como tal, debiera de proceder de una voluntad íntegra, que conoce el alcance de sus posibilidades en orden a la purificación y tiene la suficiente claridad de conocimiento para poder afirmar que sabe lo que pide. 1. Un acto vocacional En el supuesto de que el alma se halle purificada, o en vías de purificación, y de que el legionario posea los conocimientos imprescindibles para hacer su promesa, tendríamos que sus actos humanos y su disposición intelectual estarían en una línea perfectamente válida para poder ingresar en las filas de la legión. Mas con todo, y con ser mucho y muy importante, no es aún suficiente. Se requiere además una disposición interior positiva de aceptar el compromiso de la legión y de someterse en todo a lo que la misma legión determine. Esto no obstante, aún no se puede considerar uno legionario. El ingreso en la legión no es producto de una actitud unilateral, es un contrato en el que, como en todos los contratos, han de existir, al menos,

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dos contractantes. De una parte tenemos al nuevo legionario; de la otra, María. María, a quien ya el legionario ha confesado mediadora de todas las gracias, ha venido moviendo los hilos del legionario hasta el momento presente. María es la causa principal que ha despertado en él la generosidad y llevado a dar ese paso decisivo en su vida apostólica. El legionario, por consiguiente, debe reconocer esta realidad y admitir que por sí mismo de nada sería capaz. Por eso en este momento sublime apela a la voluntad de la misma madre de la legión: "Confiado en que en este día quieras tú recibirme por tal". Ha mediado una llamada, una ayuda y una aceptación por parte de María. El legionario ha puesto su purificación, su conocimiento intelectual y su disposición interior. María ha actuado en esa alma así dispuesta. Ha sido todo, por tanto, un acto vocacional:

la vocación dice relación al auxilio de Dios que mueve desde adentro. 1 Una vez más tienen lugar las palabras del evangelio: no me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros. 2

2. La confianza en María A pesar de las garantías de purificación personal, conocimientos, disposición interior y actuación de María en el alma del legionario, el temor ante un posible fracaso hace que éste no confíe demasiado en sí mismo, ya que tendrá que vérselas con el mundo y sus malignas potestades, 3 para lo que habrá de buscar el apoyo conveniente a fin de no sucumbir. ¿En quién habrá de confiar?

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Si al legionario se le indujese a la promesa sin una prudente advertencia sobre las dificultades que habrá de encontrar en el futuro, y sin la debida indicación de dónde se halla el apoyo necesario para los momentos difíciles, se le engañaría absurdamente. No será, por supuesto, en el mundo ni en sus malignas potestades, a las que intenta dominar. Los meses de prueba le habrán servido para comprobar que, no en sí mismo, ni en los hombres, ni en las fuerzas naturales se debe confiar; sino que es necesario elevar el corazón más arriba, mucho más alto, hasta que se encuentre con María:

maldito el hombre que en el hombre pone su confianza, y de la carne hace su apoyo, y aleja su corazón de Yavé. 4

Será preciso que trabaje con tesón, habilidad y delicadeza, pero bajo María y confiando en ella. La legión sale al paso de cualquier malentendido en esta materia, pues bien pudiera ocurrir que el legionario confiase en sí y en las fuerzas naturales hasta el extremo de olvidarse de María; o que, por el contrario, so pretexto de confiar en María, descuidase totalmente su esfuerzo personal. Lo correcto es que se ejercite todo ese esfuerzo, habilidad y delicadeza, pero bajo María y contando con ella. Tal es la confianza de la legión en María, que todo legionario debiera tener presente. En el momento, pues, de hacer la promesa, el legionario es lo más parecido a un guerrero bien pertrechado de sus armas. De una parte, la indumentaria personal y propia, esto es: la purificación, conocimientos y disposición interior; de otra, la llamada vocacional de parte de María; y, por fin, la garantía de apoyo en el futuro. De ahí que se decida a dar el paso hacia adelante, invocando a la Señora con esperanza de victoria, y proclame:

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CONFIADO EN QUE EN ESTE DÍA QUIERAS TÚ RECIBIRME POR TAL.

María, a buen, seguro, nunca habrá de fallar. Si algo se resintiese en el futuro, habrá de ser achacado al debilitamiento del esfuerzo personal, más nunca a María. La confianza del legionario en María presupone, por tanto, una fe firme en ella y una esperanza cierta de apoyo generoso en todo momento que esto tiene la confianza que:

proviene de la fe y encierra la esperanza de una futura ayuda basada en las palabras de quien promete su ayuda, o en su dignidad. 6

El legionario, al pronunciar el "confiado en que en este día…", confiesa su fe inquebrantable en María y su esperanza de apoyo en el futuro, pese a las dificultades; es más, especialmente en los momentos difíciles y de crisis. Esta confianza en María le llevará a convertirse en testigo fiel, en soldado suyo e hijo suyo que habrá de anunciar sin temor la palabra de Dios:

confiados en nuestro Dios, os predicamos el evangelio de Dios en mucha contrariedad. 7

María, todo generosidad, al ver esa disposición interior, esa respuesta a su llamada, y, sobre todo, esa fe y esa esperanza en ella, recibe amorosamente al legionario en las filas de sus hijos y soldados. Una vez más el amor es la plenitud de la confianza:

la perfección del amor en nosotros se muestra en que tengamos confianza. 8

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Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos suyos, y lo seamos. 9

Entre el legionario de María, en el acto de ser aquél recibido, se efectúa una fusión de amor, que, en adelante lo impulsará a vivir siempre en su unión. Todo comenzó en el momento de formular las palabras: "Confiado en que en este día guíelas tú recibirme por tal." 3. Idea de servicio Esta unión del legionario con María no puede ser restringida a una unión pasiva, sino que en todo habrá de seguir en el futuro la voluntad de María. Toda la vida de María ha estado signada por la idea de servicio. Con su fiat se asoció íntimamente a la voluntad divina y colaboró positivamente a la obra de la redención. Así el legionario, desde su promesa, que es como el pronunciamiento de su fiat personal, se apresta a servir en unión con María. Es un servicio consciente y voluntario; es un servicio gozoso e incondicional, totalmente a disposición de María. Ciertamente que todo lo que pueda aportar a la obra de María será muy poca cosa; ella habrá ser esa gran causa que mueva a la conversión a los hombres; pero acepta la pequeña contribución del legionario, a quien constituye en colaborador de la empresa colosal empeñada en la salvación de las almas. La idea de servicio es consustancial a la vida cristiana. El estatismo está reñido con la misma:

la vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado. 10

Afloran razones de rodo género que impelen a este servicio. Las habrá de tipo objetivo, atendiendo

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a las circunstancias actuales que piden un apostolado seglar mucho más intenso, mucho más amplío, 11

tales como: campos abiertos solamente a los seglares; nuevos problemas originados por el progreso o el crecimiento, que exigen atención despierta y preocupación diligente por parte del seglar; la autonomía de muchos sectores de la vida; la escasez de sacerdotes, 12 e infinidad de otras razones que motivan la exigencia de servicio de los seglares en la Iglesia. Existen, asimismo, razones más bien de tipo subjetivo y personal, tales como la necesidad de este mismo servicio para el propio desarrollo de la vida cristiana. Nadie debe sentirse ajeno, por otra parte, a la acción apostólica implicada en la salvación y redención del mundo:

el hombre, única criatura terrestre a quien Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. 13

La generosidad con que el legionario se pone al servicio incondicional de María no se limitará únicamente a un apostolado general de ambiente, sino que en la legión va a encontrar un servicio de apostolado muy definido y concreto, 14 haciendo honor a lo que a este respecto enseña el concilio: este apostolado, sin embargo, no consiste sólo en el testimonio de vida. El verdadero apóstol busca ocasiones para anunciar a Cristo con la palabra, ya a los no creyentes, para llevarlos a la fe; ya a los fieles, para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a mayor fervor de vida. 15 El legionario habrá venido descubriendo durante su tiempo de prueba la vaguedad del apostolado indefinido, de resultados igualmente indefinidos, y la importancia de un apostolado concreto, con una espiritualidad determinada, con un trabajo semanal precisado, de

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resultados felices y asimismo definidos. Todo ello realizado en unión con María, como principio vital de toda la acción apostólica, 16 le hace solicitar apremiantemente el ingreso en las filas de la legión y ponerse a disposición de María y de la propia legión. Cierto que el servicio incondicional a un apostolado concreto y definido de evangelización, y particularmente con no católicos o con católicos alejados, cual es el de la legión, exigirá un valor especial.

Ir al encuentro de todos los hombres en rodas partes, a los más pequeñuelos, a los más sobresalientes, a lo; vecinos, a los alejados, a la gente sencilla, a los hombres más malvados, a la chozas más remota, a todos los afligidos, a los de tipo diabólico, al faro más solitario, a la mujer caída, al leproso, a los olvidados, a las víctimas del vicio y de la bebida, a las clases peligrosas, a los que viven en cuevas y caravanas, a los que se esconden, a sitios no frecuentados, a los despojos de la humanidad, al tugurio mas ínfimo, al desierto tostado por el sol, a la selva más densa, a la lúgubre marisma, a la isla ignorada, a la tribu ignorada, hasta lo más recóndito para ver si alguien existe allí, hasta los confines del mundo franjados por el arco iris, 17

realizar todos estos servicios, o algunos de ellos, no cabe duda que requiere gran valor de espíritu. Por ello la legión es de las pocas asociaciones que reclama para sus socios de forma insistente: la fortaleza apostólica, lo que se conoce con la típica expresión de valor legionario. 18 Este valor, como todo lo demás, lo ha de buscar el legionario de María. Con ello, a pesar de su debilidad, su confianza es plena y se atreve a comprometerse a tomar un puesto en las filas de la legión y a ser fiel en su servicio.

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Así, pues, con el estandarte de la legión aún en la mano, pronuncia resuelto y consciente la promesa de servicio a María en las filas de la legión.

REFLEXIONES

Todo lo dicho por el legionario en su promesa desemboca en esta expresión: "Me atrevo a prometer ser fiel en mi servicio". Como si dijera: doy mi palabra de ser fiel en mí servicio. Dar la palabra de forma tan solemne y en asunto tan trascendente, prometer ser fiel servidor de María en las filas de la legión, supone obviamente un conocimiento previo y un amor fuerte. Conocimiento y amor que serán como la garantía de seguridad en el futuro. El conocer el misterio de María y el amarla intensamente mueven, en efecto, al legionario a determinarse a hacer algo en favor de ella, que sabe le agrada; por eso promete serle fiel en las filas de la legión. Quien promete es el legionario; a quien profiere es a María; lo que promete es la fidelidad en el servicio legionario. Se establece, por tanto, una especie de contrato libre y espontáneo entre el legionario y María, lo que presupone de parte del legionario una deliberación previa, un propósito de su voluntad libre y una promesa hecha con ánimo de cumplirla. Por parte de María, una aceptación. Es de esperar que María acepte esa promesa; en su nombre lo hace la legión de María:

las personas deseosas de pertenecer a la legión deberán pedir incorporarse a un praesidium. La admisión de nuevos socios es oficio y privilegio exclusivo del praesidium. 19

El legionario por su promesa adquiere, por consiguiente, un compromiso serio con María a través de la legión. Compromiso de honor, si se quiere;

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pero que, así como le hace entrar de forma oficial a participar de los derechos del legítimo legionario, le exige la correspondiente responsabilidad:

la admisión formal consiste en hacer la promesa legionaria. 20 La prueba y la promesa son la puerta de entrada en la legión. 21

Es esta promesa lo suficientemente sería para ser tomada muy en consideración tanto por parte del legionario como por parte de la propia legión, por lo que a todos los presidia se les advierte que:

la prueba y la promesa son la puerta de entrada en la legión. Esa puerta debe ser custodiada con diligencia para que no entren elementos ineptos que rebajen las normas y empobrezcan el espíritu. 22

4. Obligatoriedad de la promesa Todos los legionarios desean tener previamente la conciencia clara del alcance y obligatoriedad de la promesa. Es éste, a no dudarlo, un tema para moralistas, entre los que, nos lo figuramos, habrá sus más y sus menos. Lo que sí es cierto es que la promesa tiene una traducción en la persona y en el tiempo. Alcanza a toda persona en todas sus manifestaciones. Esa promesa de fiel servicio tiene la extensión misma del servicio legionario, y éste se extiende a las veinticuatro horas del día, y no únicamente a la reunión de la junta semanal o a las dos horas de trabajo activo y sólido. El legionario ha de estar, en cierto modo, siempre de servicio. 23 Y, por supuesto, este servicio se llevará a cabo en espíritu de unión con María. Todo en el legionario queda, por tanto, potenciado por la promesa, como lo queda en aquella persona que hace sus votos a Dios.

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En cuanto al tiempo, no existen condicionamientos en la promesa legionaria; es por siempre y para siempre. Sin embargo, no se puede confundir la promesa legionaria con una profesión de signo religioso. La promesa es una especie de contrato privado de honor, aceptado por la legión, entre el legionario y María, sin condicionamientos de ningún género, sin la inclusión de votos o de otras obligaciones que vayan más allá de lo estrictamente expresado en la letra. De que lleve consigo cierta obligación moral, no cabe duda; si bien no bajo pecado grave, pues es como un compromiso de honor de cuyo incumplimiento no se siguen normalmente daños a terceros. No obstante, el hacer la promesa sin verdadero ánimo de cumplirla, o abandonar la legión, y por consiguiente quebrantar la promesa, por motivos ligeros, es francamente censurable y dice muy poco en favor del honor y fidelidad del legionario que tal hiciere. La promesa, empero, podría dejar de tener vigencia en el caso de que las condiciones básicas cambiasen, o se modificasen sustancialmente. Así, por ejemplo, si la legión se reformase ilegalmente, esto es, sin el beneplácito del máximo organismo, 24 el legionario quedaría automáticamente liberado de la promesa de fidelidad a esa seudolegión. O sí, por el contrario, un legionario, o un praesidium, o un consejo, fuesen los que provocasen tales modificaciones, la legión podría rescindir la promesa del legionario o legionarios implicados, puesto que las condiciones no son las mismas; en otros términos, la legión en estos casos es muy libre para dar de baja a un legionario, a un praesidium y hasta a un consejo entero. 25 El legionario en el futuro, tras su promesa, está en condiciones de exigir de la legión todo lo que ésta pueda y deba darle; pero la legión está, asimismo, en el derecho de exigir de sus legionarios hasta el máximo de su generosidad siempre y en conformidad con las propias leyes de la

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legión. No podrá haber equívocos. Sobreentendido esto, ya el legionario puede decir con ánimo y convicción: "Me atrevo a prometer ser fiel en mi servicio."

ME ATREVO A PROMETER SER FIEL EN MÍ SERVICIO. 1 STh 1-2, q. 113, a. 1, ad 3. 2 Jn 15, 16. 3 Manual oficial de la legión de María, 1 4 Jer 17, 5. 5 Manual oficial de la legión de María, 27, 4. 6 STh 2-2, q. 129, a. 6. 7 1 Tes 2, 2. 8 1 Jn 4, 17. 9 1 Jn 3, 1. 10 AA 1, 2. 11 AA 1. 12 AA 1, 1. 13 GS 2, 24. 14 Manual oficial de la legión de María, 7, 5. 15 AA 2, 6. 16 Manual oficial de la legión de María, 7, 5. 17 Ibid., 39, 1. 18 Ibid., 28, 3. 19 Ibid., 10. 20 Ibid., 10, 8. 21 Ibid., 10, 12. 22 Ibid., 28, 12. 23 Ibid., 20, 4. 24 Ibid., 19, 19 y 20.

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DISCIPLINA LEGIONARIA

Todo a punto. El legionario ya ha hecho su promesa. Se ha percatado de la acción del Espíritu Santo de la regeneración en Jesucristo, del misterio de María, de la naturaleza de la legión, de cómo todos los legionarios forman un ejército en orden de batalla, de la pureza apostólica, de su poquedad, en fin, y de la ineludible necesidad de confiar en María. Todo a punto, pues, para salir a combatir. Mas, salvo en sus luchas privadas, no se encontrará solo sino en unión con los demás legionarios. Conviene por consiguiente, que sepa que se compromete a guardar su alineación con María, la unidad con todos los legionarios y una lealtad inquebrantable para con la legión. En esto radica precisamente la fuerza cohesiva de la legión, que el nuevo legionario tratará de salvaguardar por todos los medios. La unidad de acción de este ejército legionario es uno de los principales pilares de su apostolado. Es una organización de voluntarios donde a nadie se le fuerza a entrar; pero en la que a nadie le es lícito quebrantar lo que prometió obedecer:

a los legionarios de María se les pedirán grandes sacrificios, y continuamente. No estarán llamados, tal vez, como los soldados de la tierra, a dejar destrocar sus cuerpos por las heridas y la muerte: han de subir gloriosamente más alto todavía a las regiones del espíritu y estar prontos a ofrecer sus sentimientos, su propio parecer, su independencia, su orgullo y su voluntad a los tiros de la contradicción, y a la muerte misma, con entera sumisión, cuando lo exija la autoridad. 1 Un ejército, y no es menos la legión, pone todo su empeño en unir a los soldados con su caudillo tan estrechamente, que ejecuten

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aquellos pronta y acertadamente los planes de éste, obrando todas las fuerzas como un solo hombre. 2

Esta unidad en las filas legionarias, la observancia del orden establecido, el método apostólico y hasta la propia constancia constituyen el objeto principal de la ya afamada disciplina legionaria, cuyo fin será siempre, por otra parte, impulsar y nunca retener. El legionario debe tomar conciencia de esta disciplina, por lo que explícitamente se la menciona en la última parte de la promesa:

ME SOMETERE POR COMPLETO A SU DISCIPLINA, QUE ME LIGA A MIS HERMANOS LEGIONARIOS Y HACE DE NOSOTROS UN EJÉRCITO, Y MANTIENE NUESTRA ALINEACIÓN EN NUESTRO AVANCE CON MARÍA. PARA EJECUTAR TU VOLUNTAD, PARA OBRAS TUS MILAGROS DE GRACIA QUE RENOVARÁN LA FAZ DE LA TIERRA, Y ESTABLECERÁN, SANTÍSIMO ESPÍRITU, TU REINADO SOBRE LOS SERES TODOS.

La legión parte del supuesto de que

la obra cristiana es irresistible cuando se realiza el esfuerzo y se mantienen los principios. 3

Téngase bien presente que la legión de María es un ejército —el ejército de la virgen humildísima— 4 que cifra su dinamismo en proceder con resolución y valor, con esfuerzos constantes, con fe, en vivir en un perpetuo adelante, en estar siempre en primera línea en la sumisión incondicional, en la sujeción estricta al reglamento, para lo que juzga imprescindible una disciplina férrea:

la legión se preocupa ante todo y sobre todo de proceder con resolución y vigor, y, sólo de un modo secundario, de trazar un determinado programa de actividades. A sus socios no se les exige... fuerzas de gigante, sino disciplina férrea. 5

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Tal vez se cometa alguna indiscreción. Hasta cierto punto las imprudencias son imponderables de todo lo que sea celo y vida. Ahora bien, ofrécense dos modos de guardarse contra ella: inercia vergonzosa o disciplina férrea. 6

Sobradamente conocido es de todos cómo la base fundamental de los ejércitos es la disciplina. Bastaría revisar sucintamente la historia de los ejércitos de la tierra para evidenciar esta innegable realidad. Los ejércitos disciplinados son los que han escrito las páginas más gloriosas; entre todos ellos destaca con luz propia la legión romana. Pues bien:

si la legión romana, de quien nuestra organización toma su nombre, todavía es considerada, después de tantos siglos, como dechado de lealtad, valor, disciplina, resistencia, y poder conquistador, a pesar de haber dirigido dichas cualidades a fines muchas veces rastreros y siempre mundanos, es evidente que la legión de María no podrá en manera alguna presentarse ante su capitana sin estar adornada de tan preciosas virtudes. Sería el engaste sin la joya. De modo que las cualidades mencionadas expresan el mínimum en el servicio legionario. 7

Sin disciplina podrá haber masas de hombres armados, pero no verdaderos ejércitos. Para un disciplinado legionario de María el deber es siempre el deber. 8 Desterrará toda distinción que no sea, fruto de trabajar más y mejor conforme al espíritu de la legión. 9 Jamás será un cristiano de semicírculo. 10 Deber y disciplina son, sin embargo, dos palabras que, dentro y fuera de la legión, han encontrado siempre generosos detractores que han intentado oponerlas, por ejemplo, a la palabra juventud. La historia de cincuenta años, por el contrario, está demostrando día a día todo lo opuesto. La juventud, es un hecho, inunda las filas de la legión:

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estas dos cosas (deber y disciplina) tan importantísimas, que por mal entendidas son tan antipáticas a la juventud, al ligarlas a los nombres de María y legión revestirán claridad y belleza. 11

Así, pues, la legión reclama un servicio un límites, sin restricciones, y esto no es solamente un consejo, es una necesidad. 12

La escuela donde se cursa esta disciplina es la junta semanal de la legión. La junta es el espejo donde se refleja lo que es la legión; es el vínculo de unión, es el centro y foco de la misma; es en definitiva, el corazón de la legión, donde en un ambiente saturado de espíritu sobrenatural por la abundante oración, las prácticas piadosas y la dulzura del amor, a cada legionario se le asigna cierto cometido y se recibe los informes sobre el trabajo hecho por cada cual. 13 Por lo general, es tan cuesta arriba el trabajo legionario que los socios necesitan sentirse espoleados por la junta y convencerse de que:

están en la legión para hacer todo el bien posible... Para vencer, pues, esas debilidades y para impulsar a los socios a que terminen lo comenzado, viene la disciplina de la legión, disciplina que se ejerce principalmente mediante la junta. 14 Sin espíritu de disciplina, la junta es como una cabeza inteligente sobre un cuerpo paralizado, incapaz de refrenar la indisciplina de los miembros, de estimularlos o de darles la menor formación. 15

Se supone que el legionario durante su prueba ha advertido claramente la existencia de la disciplina legionaria. No se le puede admitir a la promesa sin una aceptación explícita de que se somete a ella; lo que debe hacer movido por los puros ideales del cumplimiento del deber en las filas de la legión, por un mejor servicio a la reina de la misma. Esta, y no otra, debiera ser la razón por la que se atreve a prometer: "Me someteré por completo a su disciplina".

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En adelante el legionario tendrá conciencia de ser un elemento positivo en la edificación de la legión. Cualquier indisciplina contumaz será razón suficiente para apartarle de las filas legionarias, lo mismo al tratarse de un praesidium o de todo un consejo. Unidad Un ejército disciplinado debe marchar unido en todo momento, pero particularmente cuando se halla en plan de batalla. Cualquier división interna o simples desavenencias podrían suponer la derrota y la ruina. Serán necesarias ideas claras, unidad de mando, autoridad, obediencia, respeto a los superiores, valor, fe, decisión, abnegación, pundonor; en definitiva, un cúmulo de virilices humanas que pudieran quedar compendiadas en una sola palabra; disciplina. Esas mismas virtudes, elevadas a una categoría sobrenatural, hacen de la legión de María un verdadero ejército en plan de batalla: "terrible corno un ejército en orden de batalla". 16 Como tal ejército, además de la concordia y la unidad que deben reinar entre todos sus miembros a base de inteligencia mutua, comprensión y voluntad positiva de colaboración, aparte los motivos sobrenaturales, estará siempre en guardia para detectar y evitar los peligros que pudieran constituir una amenaza a la integridad de la unidad, tales como cualquier clase de perturbación, el mismo egoísmo y el individualismo. La palabra perturbación suena a discordia, más o menos profunda, a guerra interior. Aunque existan fallos humanos, nunca debieran ser motivos de perturbación. El individualismo viene a ser un aislamiento o retraimiento del grueso del ejército; un desconectarse del resto de la legión.

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La idea de unidad, de lealtad, de obediencia, nos lleva a enfrentarnos a temas altamente interesantes, como lo son, por ejemplo el futuro de la legión misma y el del control central o local. Mejor será escuchar al propio fundador de la legión, Frank Duff, pronunciarse en estas cuestiones:

se ha dicho: la legión de María está resultando un asunto muy importante. Dios quiera que no se repita la historia, es decir, el caso de otra semejante institución que salió de su camino. La característica especial de la legión es su carácter muy espiritual que tiende a la unidad. Inculca y genera lealtad y obediencia. Estas virtudes marcan un camino contrario a toda desviación. Pero, además, hay una consideración práctica. La legión no es una organización puramente centralizada. Contiene un principio central, pero desarrolla fuertemente, así mismo el principio local. Los miembros, los trabajos y administración son locales, engastados en el sistema eclesiástico local y bajo su control. El principio central se refiere a la observancia de la regla, mantenimiento del espíritu, promoción de los niveles, recomendación de métodos y cosas similares. Si una sección local marchara radical e incurablemente mal, el principio central se encargaría de suprimirla. Si el principio central funciona por completo torcido, los sistemas locales lo repudiarían bajo la dirección eclesiástica. Así, pues, es imposible imaginar que el principio central cometa errores y arrastre con él a todas las secciones. 17

Y prosigue Frank Duff planteándose y respondiendo a nuevos interrogantes:

También se ha dicho ¿para qué una dirección central?, o ¿por qué una dirección central tan firme?

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La separación de esa dirección central, en el caso de la legión, significaría su rápida destrucción en todo, menos el nombre, aun cuando la idea y el propósito de cada sección local fuera de mantener la legión como ella es, excepción hecha de la dirección central. ¿Por qué? Basta ponerse en el punto central para verlo. Antes aludimos a la dirección central y su influencia rectora; pero lo es mucho menos que la dirección local. Esta última, privada de su necesario contrapunto, perdería su equilibrio. Es una peculiaridad de cada lugar declararlo único y que debe ser de una manera particular; que no se puede conseguir que sus gentes hagan esto o lo otro: que no les gusta esta devoción exagerada a Nuestra Señora; y, aparte de esto, que es absurdo decir tantas oraciones en una junta de trabajo activo: que las juntas semanales son demasiado frecuentes; que la gente está demasiado ocupada, y, además, que no pueden hacer dos horas de trabajo a la semana, y así sucesivamente. ¡Está visto! Sin un fuerte control central, esta tendencia desintegradora hace naufragar la regla común de la legión, a la manera que el hielo y la dinamita hacen saltar las rocas. Por tanto, repito que con estos procedimientos la legión sólo sobreviviría de nombre. Lo seguirían llevando algunos cuerpos locales. Supongamos que lo hacen bien. Pero la historia de tales asociaciones locales no es muy alentadora. 18

La disciplina legionaria hace que sea realidad, aun hoy día, esa unidad de todos los legionarios, en virtud de la cual vienen a componer un ejército perfectamente alineado y que avanza constantemente tras su capitana y reina, la Virgen María. Consciente de ello, el legionario se compromete solemnemente con estas palabras:

ME SOMETO POR COMPLETO A SU DISCIPLINA, QUE ME LIGA A MIS HERMANOS LEGIONARIOS Y HACE DE NOSOTROS UN EJÉRCITO, Y MANTIENE NUESTRA ALINEACIÓN EN NUESTRO AVANCE CON MARÍA.

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REFLEXIONES

Muchos, muchísimos, por miles, por centenares de miles y hasta por millones se pueden contar los legionarios que hoy en todo el mundo se hallan comprometidos en la misma promesa. Tenemos formado el ejército, alineado tras María, en orden de batalla. Una contraseña electrizante sacude la conciencia de todos los cuerpos de ejército y de todos y de cada uno de los legionarios: ejecutar la voluntad del Espíritu Santo manifestada a través de María: "para ejecutar tu voluntad". Descubierto el misterio de María, todo resulta lógico, sólo un empeño común: vivir y pregonar la voluntad de María, una voluntad de salvación personal y universal. Todo lo ha puesto Dios en sus manos, y Dios, en frase de León XIII "ha implantado un germen de amor hacia ella en todos los corazones". 19 Ejecutar su voluntad sería tanto como manifestar a María a todos los hombres, como hacer que se desarrolle ese germen que aparece dormido en muchos corazones:

María habrá de ser bien conocida, y el Espíritu Santo la exhibirá para que, por su medio, sea conocido, amado y servido su divino Hijo. Dios quiere, por consiguiente, mostrar, exhibir bien patente en estos últimos tiempos a María, la obra maestra salida de sus manos. 20

No se trata ya de una idea-fuerza pregonada por una sola persona, aun cuando ella sea la de un san Luis María Grignon de Montfort. Se trata de una idea-fuerza: ejecutar la voluntad del Espíritu manifestada a través de María, que constituye el objetivo número uno de todo un ejército de más de diez millones de afiliados, que pretende, por otra parte, vivir el propio espíritu de María, no poniendo a la acción del Espíritu Santo más límites que los puestos por María, es decir, ninguno.

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La legión así concebida, esto es, tal y corno lo entiende la propia legión, viene a ser un fiat clamoroso y multitudinario que habrá de tener, y ya tiene, su repercusión, en la regeneración del mundo en Jesucristo. "Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura". 21 Este precepto final del Señor obsesiona a toda la legión que pretende predicar el evangelio mediante una manifestación universal de María. Si cada día que pasa, aquí y allá, un soldado más se une a las filas legionarias con el sublime ideal de ejecutar en todo la voluntad del Espíritu y de María, llegará uno en que, saltando de cada creyente una chispita de fuego, será testigo de una conflagración universal. 22 Efectos Quienquiera que fuere el desconocedor de la obra legionaria en el mundo, pensará que todo este afán de conquista universal para Dios no deja de ser una quimera, un sueño Y, sin embargo, estamos ante una grandiosa realidad que tan sólo los miopes de siempre no querrán ver ni comprender. Se puede bucear en las profundidades de la teología y de la doctrina de la Iglesia y se descubrirá, quiérase o no, que Dios, en su providencia, ha dispuesto que cada alma no se eleve hasta él ni cumpla sus designios sin María. 23 Esto presupuesto, y dejando ahora a un lado su estructura, estilo y métodos, tenemos que la legión de María se halla en el camino genuino, en el único, vale decir, de poder evangelizar al mundo. No pueden tener cabida los milagros de gracia sin María:

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aunque no reparemos en ella, esta nuestra dependencia de María subsiste, porque es cosa de Dios, no la creación del discurso o sentimiento humano. 24

Aun cuando desconociésemos su historia, si nos topásemos por vez primera con la doctrina expuesta por la legión, forzoso nos sería confesar que constituye un instrumento de lo más útil en las manos de Dios para obrar sus milagros de gracia. Ahí están, por otra parte, cincuenta años de historia, de historia viva, escrita en rodas las lenguas y en todos los dialectos del universo mundo, cuyas páginas han venido esculpiéndose una a una en las populosas ciudades, en los pueblos humildes, en la inmensidad de las selvas, en los ambientes más dispares; lo mismo entre ricos que entre pobres, entre grandes que entre pequeños, entre cultos que entre ignorantes. El frente de batalla de la legión ciñe al mundo. En todas partes ha estado y está presente la legión de María. En todas partes ejecutando la voluntad divina, manifestando a María, viendo nacer bajo sus propias pisadas milagros de gracia que ya están renovando, poco a poco, la faz de la tierra. Este ejército de María, que combate en todas las avanzadillas de la Iglesia, en realidad es un ejército que lucha por conseguir la paz; pero una paz que sólo se alcanzará con la victoria total, sin pactos ni alianzas con el enemigo. Una paz que tendrá lugar cuando el reino se establezca sobre los seres todos. No es menor el ideal de la legión. Un ejército tan disciplinado, con una fe valerosa, con una confianza en María que es unión, con misiones bien concretas y definidas, ¿no terminará por vencer? Hace ya más de 250 años un hombre, lleno de Dios, amante en extremo de María, que hoy veneramos en los altares, san Luis María Grignon de Montfort, escribía una especie de profecía sobre los apóstoles del futuro

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que tuviesen como fundamento de su tarea apostólica la verdadera devoción a la Santísima Virgen. Recordemos, aunque sólo sea de pasada, que la legión nace precisamente tras una lectura del Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen. Un grupo de personas se reunía periódicamente y un buen día cayó en sus manos este libro de san Luís María. Frank Duff nos cuenta que, una vez leído por todos, resolvieron no quedarse únicamente con la teoría, sino comprometerse a poner en práctica, en forma de apostolado, su doctrina. Así comenzó la legión de María. Hoy, la legión, extendida por todo el mundo, intenta seguir viviendo y predicando su doctrina. ¿Será de los legionarios de quienes, en profecía, escribió lo de los apóstoles de los últimos tiempos?

Sí, Dios quiere que en los tiempos actuales (san Luis murió en 1716) sea su santa Madre más conocida, más amada y más glorificada que en el pasado, y eso sucederá sin fallo alguno, si los predestinados se entregan con empeño, iluminados por el Espíritu Santo y ayudados por su gracia, A la práctica interior y perfecta de la devoción que voy a exponerles en seguida. Verán entonces, con la claridad que lo permite la fe, a esta hermosa estrella del mar, y, con su guía, llegarán a buen puerto, a pesar de las tempestades y de los piratas; entonces serán conocidas las excelencias de esta gran Señora y se consagrarán enteramente a su servicio muchedumbres de vasallos y esclavos de amor; entonces se saborearán sus dulzuras y bondades maternales y la querrán los hombres tiernamente como verdaderos y cariñosos hijos; entonces sabrán de su misericordia ilimitada y conocerán la necesidad que tienen de su constante auxilio, y a ella recurrirán en todo como a su insigne abogada y mediadora para con Jesucristo; entonces, por fin, comprenderán que María es el medio más seguro, fácil, breve y perfecto para llegar a Jesús, y se le entregarán en cuerpo y alma, sin

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reserva de ninguna clase, para pertenecer de igual manera a Jesucristo, Señor nuestro. Pero ¿qué serán estos vasallos e hijos de María? Serán hogueras ardientes, es decir, ministros del Señor que propagarán por rodas partes el fuego del amor divino; serán como saetas en manos de un poderoso, como agudas saetas en manos de la poderosa María para atravesar a sus enemigos: serán hijos de Leví bien purificados con el fuego de las grandes tribulaciones y bien unidos a Dios, portadores de su amor en el corazón, que mantendrán encendido con el incienso de la oración de su espíritu y con la mirra de la mortificación de su cuerpo, y por todas darán el buen olor de Cristo a los pobres y humildes, y serán olor de muerte para los poderosos, ricos y soberbios del mundo. Serán nubes tormentosas que volarán por los aires al menor soplo del Espíritu Santo y que sin comprometerse a nada, ni admirarse de nada, ni sufrir o entristecerse por nada, esparcirán la lluvia de la palabra de Dios y de la vida eterna. Tronarán contra el pecado, vocearán contra el mundo, atacarán frente al demonio y a sus secuaces, e irán de una parte a otra, en son de vida o muerte, con la espada de dos filos de la palabra de Dios para todos los que hayan de ir por orden del altísimo. Serán los verdaderos apósteles de los últimos tiempos, a quienes el Señor de las virtudes concederá voz y poder para obrar maravillas ante sus enemigos y conseguir gloriosos trofeos. Dormirán tranquilos sin plata ni oro y, lo que más importa, sin cuidado ame los demás sacerdotes, eclesiásticos y clérigos, y dispondrán de las argentadas alas de paloma para trasladarse en raudo vuelo, con la recta intención de la gloria de Dios y bien de las almas, a donde el Espíritu Santo los reclame; y dejarán tras de sí en donde hayan

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predicado, solamente el oro de la caridad, que es el cumplimiento de toda ley. Y sabemos, finalmente, que son verdaderos discípulos de Jesucristo, que irán caminando tras las huellas de su pobreza, humildad, desprecio del mundo y caridad, y así enseñarán el camino estrecho de Dios con la pura verdad, conforme al evangelio y no con arreglo a las máximas del mundo, y ello sin miramientos humanos, sin tenerse que guardar de nadie, sin haber de escuchar o temer a nadie, por poderoso que fuere. Esos discípulos de Cristo tendrán en su boca la espada de dos filos de la palabra de Dios, llevarán sobre su espalda la ensangrentada insignia de la cruz, el crucifijo en la diestra mano, la corona de espinas en la izquierda, los nombren sagrados de Jesús y María en el corazón, y la modestia y la mortificación de Jesucristo en todo su continente y tenor de vida. Así serán los hombres que hayan de venir y que María se irá formando por encargo del altísimo, con el fin de extender su dominio sobre el de los impíos idólatras y musulmanes. Pero ¿cuándo y cómo sucederá esto? Sólo Dios lo sabe: deber nuestro es rezar, desear y esperar en silencio: esperando esperé. 25

Como toda profecía, también la de san Luis está poseída de una verdad fundamental; pero envuelta, en parte, en la penumbra del misterio. Cuando uno repasa la historia de la legión, de María, cuando observa su vitalidad y extensión actual, cuando mira para el cuadro de la téssera y ve esos miles de legionarios con el crucifijo en la diestra mano, se percibe como un movimiento interior que impulsa a reflexionar sobre los apóstoles de los últimos tiempos de san Luis María Grignon de Montfort. La promesa legionaria, su contenido, es de una profundidad sublime que cautiva a quien, sin prejuicio alguno, intenta recalar en ella. Tal vez el legionario al hacer su promesa aún no haya podido apercibirse de toda la

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riqueza que encierra; pero sí que intuye insondables tesoros de gracia que le impulsan a lanzarse a la difícil batalla del apostolado legionario y que resume en sus últimas palabras, pronunciadas con fe y decisión y con el corazón henchido por la alegría de la esperanza:

ME SOMETERÉ POR COMPLETO A SU DISCIPLINA, QUE ME LIGA A MIS HERMANOS LEGIONARIOS Y HACE DE NOSOTROS UN EJÉRCITO, Y MANTIENE NUESTRA ALINEACIÓN EN NUESTRO AVANCE CON MARÍA, PARA EJECUTAR TU VOLUNTAD, PARA OBRAR TUS MILAGROS DE GRACIA, QUE RENOVARAN LA FAZ DE LA TIERRA, Y ESTABLECERÁN, SANTÍSIMO ESPÍRITU, TU REINADO SOBRE LOS SERES TODOS.

1 Ibíd., 21. 2 Ibíd., 27, 1. 3 Frank Duff, María Triunfará, Verbo Divino, Estella, 1963, 118. 4 Manual oficial de la legión de María, 4, 1; 21; 27, 1. 5 Ibíd., 4, 5. 6 Ibíd., 7, 11. 7 Ibíd., 4, 1. 8 Ibíd., 28, 2. 9 Ibíd., 40, 2. 10 Ibíd., 28, 12. 11 Ibíd., 25, 1. 12 Ibíd., 4, 5. 13 Ibíd., 8, 4 y 5. 14 Ibíd., 35, 9. 15 Ibíd., 36, 11. 16 Catena legionis. 17 Frank Duff, María Triunfará, 250. 18 Frank Duff, o. c., 251-252. 19 Manual oficial de la legión de María, 38, 31. 20 San Luis María Grignon de Montfort, o. c. n. 49 y 50. 21 Mc 16, 15.

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22 Manual oficial de la legión de María, 39, 1. 23 LG 8, 60-62. 24 Manual oficial de la legión de María, 27, 1. 25 San Luis María Grignon de Montfort, o. c., n. 55-59.

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