CONOCIMIENTO Y METÁFORA - cvc.cervantes.es · aserción científica de «metáfora» es, de buenas...

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__________cat strofe� CONOCIMIENTO Y METÁFO René om P lanteemos de entrada la cuestión: lpue- de existir para el hombre un conoci- miento que no sea metarico? lHay que darle la razón a Nietzsche cuando preguntaba si cualquier objeto de pensamiento, por el hecho de serlo, no era una ficción? Puede que cause extrañeza ver a un científico plan- teando estas interrogaciones... Porque quizá na- da exprese mejor el dualismo entre las dos cul- turas (la científica y la literaria) que su actitud con respecto a la metára. Parece claro que, en el mundo de las letras, la metára tiene rango de reina. Por más que du- rante mucho tiempo estuviera confinada, y sólo era una figura retórica, bajo la sucesiva in- fluencia del romanticismo, el simbolismo y el surrealismo, la metára se convirtió en el agen- te motor esencial de cualquier creación, de cual- quier imaginación poéticas. Si rehacemos el trayecto del romanticismo al surrealismo, nos daremos cuenta del carácter cada vez más inme- diato, cada vez más scinante, del contraste deslumbrante o misterioso entre los términos reunidos en la conjunción metarica. Por el contrario, en el mundo científico, la metára tiene mala prensa. Tratar a una hipótesis, a una aserción científica de «metára» es, de buenas a primeras, afirmar que es lsa y, en consecuen- cia, negarle cualquier validez. Todo lo más se le podrá reconocer cierta virtud pedagógica o heurística, aceptarla como auxiliar temporal de la intuición. Si no está de más, al contrario, en el «contexto de descubrimiento», es totalmente re- chazable en el «contexto de justificación». lDe dónde proviene esta desconfianza sistemática por parte de los sabios con respecto a la analo- gía? lCómo se puede explicar que, si practican de manera tan constante y sistemática la mode- lización, no tengan conciencia de que la analo- gía está· en la base de cualquier modelo? Quizá sólo Konrad Lorenz, en su conrencia del No- bel, tuvo la serena confianza de afirmar que, en cierto modo por definición, toda analogía es ver- dadera... lCómo es posible explicar que los científicos experimenten ente a la analogía una desconfianza tan sistemática? Me parece que hay que ver en ello una mani- stación de lo que un pensador contemporáneo acertó a denominar la «filosoa espontánea» del sabio. La analogía es un modo de pensamiento universal. Ahora bien, la ciencia moderna es co- sa de especialistas; y un especialista -lcómo nos atreveríamos a reprochárselo?- sólo puede creer en la realidad de los seres que manipula. Y, en 10 y sastres _________ _ virtud de una tendencia muy natural, se sentirá abocado a conrir al objeto de su estudio un es- tatuto ontológico prerencial... El sico espe- cialista en partículas elementales os dirá que cualquier cosa del universo ha surgido de las in- teracciones de partículas elementales; el biólogo «molecular» pretenderá haceros creer que nada, en la actividad de los seres vivos, escapa a la descripción en moléculas... No hay, incluido el matemático, quien no se deje tentar por la vi- sión platónica de Ideas matemáticas dotadas de existencia autónoma, independientes del espíri- tu que las piense... Es decir, cualquier modo de pensamiento universal no puede sino suscitar la duda y la sospecha en un sabio acostumbrado a la práctica de un campo operatorio o conceptual muy específico; sin duda, se aceptará la validez del razonamiento lógico, y -en campos cercanos a la sica- la validez de las matemáticas. Pero, al mismo tiempo, se les aceptará otorgándoles un carácter tautológico, negándoles por lo mis- mo cualquier alcance ontológico. El sabio no quiere saber nada con la problemática del Ser, porque, para él, sólo hay seres parciales, confi- nados en los únicos campos accesibles a la in- vestigación científica. Así e como se consumó el divorcio entre Ciencia y Filosoa: el sabio responde al filóso preocupado por la naturale- za del Ser que únicamente la práctica de un campo experimental es cunda. Ante la ontolo- gía ingenua y a la vista de los sabios, el metasi- co recuperará la condena emitida por Heidegger en 1927 -y no lta de razón, creo-: La Ciencia no piensa... Die ssensch denkt nicht. lHemos de creer que este divorcio perdurará eternamente? Por descontado, los filósos tie- nen su parte de responsabilidad en esta situa- ción: por pereza intelectual -me temo-, se han apresurado a abandonar a los sabios al mundo de la Physis, y a resguardarse en el vigor de la subjetividad. Pero hay razones -internas al mis- mo desarrollo de la ciencia contemporánea-que permiten esperar un cambio. No es posible creer que la ciencia siga conociendo el desarrollo ex- ponencial que ha tenido estos últimos decenios. No va a tardar en manistarse un aminoramien- to ineluctable en su marcha (la se logística de la curva de crecimiento, dirían los biólogos). Nuestras bibliotecas, nuestros archivos no po- drán seguir indefinidamente desplomándose ba- jo el peso de una masa creciente de publicacio- nes, cuyo interés no deja de decrecer, por culpa de la parcelización. En estas condiciones, el pro- blema de las elecciones necesarias, de la justifi- cación teórica se va a plantear cada vez más con mayor agudeza. A lta de petróleo, nos vere- mos obligados a volver a las ideas... Hay que decir, por lo demás, que el eserzo de unificación nunca ha dejado de estar presen- te en la Ciencia, por lo menos, en el interior de cada disciplina. lQué es la teorización de un campo experimental sino un eserzo por «re- ducir lo arbitrario» de su descripción? Y para

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CONOCIMIENTO Y METÁFORA

René Thom

Planteemos de entrada la cuestión: lpue­de existir para el hombre un conoci­miento que no sea metafórico? lHay que darle la razón a Nietzsche cuando

preguntaba si cualquier objeto de pensamiento, por el hecho de serlo, no era una ficción? Puede que cause extrañeza ver a un científico plan­teando estas interrogaciones ... Porque quizá na­da exprese mejor el dualismo entre las dos cul­turas (la científica y la literaria) que su actitud con respecto a la metáfora.

Parece claro que, en el mundo de las letras, la metáfora tiene rango de reina. Por más que du­rante mucho tiempo estuviera confinada, y sólo fuera una figura retórica, bajo la sucesiva in­fluencia del romanticismo, el simbolismo y el surrealismo, la metáfora se convirtió en el agen­te motor esencial de cualquier creación, de cual­quier imaginación poéticas. Si rehacemos el trayecto del romanticismo al surrealismo, nos daremos cuenta del carácter cada vez más inme­diato, cada vez más fascinante, del contraste deslumbrante o misterioso entre los términos reunidos en la conjunción metafórica. Por el contrario, en el mundo científico, la metáfora tiene mala prensa. Tratar a una hipótesis, a una aserción científica de «metáfora» es, de buenas a primeras, afirmar que es falsa y, en consecuen­cia, negarle cualquier validez. Todo lo más se le podrá reconocer cierta virtud pedagógica o heurística, aceptarla como auxiliar temporal de la intuición. Si no está de más, al contrario, en el «contexto de descubrimiento», es totalmente re­chazable en el «contexto de justificación». lDe dónde proviene esta desconfianza sistemática por parte de los sabios con respecto a la analo­gía? lCómo se puede explicar que, si practican de manera tan constante y sistemática la mode­lización, no tengan conciencia de que la analo­gía está· en la base de cualquier modelo? Quizá sólo Konrad Lorenz, en su conferencia del No­bel, tuvo la serena confianza de afirmar que, en cierto modo por definición, toda analogía es ver­dadera... lCómo es posible explicar que los científicos experimenten frente a la analogía una desconfianza tan sistemática?

Me parece que hay que ver en ello una mani­festación de lo que un pensador contemporáneo acertó a denominar la «filosofía espontánea» del sabio. La analogía es un modo de pensamiento universal. Ahora bien, la ciencia moderna es co­sa de especialistas; y un especialista -lcómo nos atreveríamos a reprochárselo?- sólo puede creer en la realidad de los seres que manipula. Y, en

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virtud de una tendencia muy natural, se sentirá abocado a conferir al objeto de su estudio un es­tatuto ontológico preferencial... El físico espe­cialista en partículas elementales os dirá que cualquier cosa del universo ha surgido de las in­teracciones de partículas elementales; el biólogo «molecular» pretenderá haceros creer que nada, en la actividad de los seres vivos, escapa a la descripción en moléculas ... No hay, incluido el matemático, quien no se deje tentar por la vi­sión platónica de Ideas matemáticas dotadas de existencia autónoma, independientes del espíri­tu que las piense ... Es decir, cualquier modo de pensamiento universal no puede sino suscitar la duda y la sospecha en un sabio acostumbrado a la práctica de un campo operatorio o conceptual muy específico; sin duda, se aceptará la validez del razonamiento lógico, y -en campos cercanos a la física- la validez de las matemáticas. Pero, al mismo tiempo, se les aceptará otorgándoles un carácter tautológico, negándoles por lo mis­mo cualquier alcance ontológico. El sabio no quiere saber nada con la problemática del Ser, porque, para él, sólo hay seres parciales, confi­nados en los únicos campos accesibles a la in­vestigación científica. Así fue como se consumó el divorcio entre Ciencia y Filosofía: el sabio responde al filósofo preocupado por la naturale­za del Ser que únicamente la práctica de un campo experimental es fecunda. Ante la ontolo­gía ingenua y a la vista de los sabios, el metafísi­co recuperará la condena emitida por Heidegger en 1927 -y no falta de razón, creo-: La Ciencia no piensa... Die Wissenschaft denkt nicht.

lHemos de creer que este divorcio perdurará eternamente? Por descontado, los filósofos tie­nen su parte de responsabilidad en esta situa­ción: por pereza intelectual -me temo-, se han apresurado a abandonar a los sabios al mundo de la Physis, y a resguardarse en el vigor de la subjetividad. Pero hay razones -internas al mis­mo desarrollo de la ciencia contemporánea-que permiten esperar un cambio. No es posible creer que la ciencia siga conociendo el desarrollo ex­ponencial que ha tenido estos últimos decenios. No va a tardar en manifestarse un aminoramien­to ineluctable en su marcha (la fase logística de la curva de crecimiento, dirían los biólogos). Nuestras bibliotecas, nuestros archivos no po­drán seguir indefinidamente desplomándose ba­jo el peso de una masa creciente de publicacio­nes, cuyo interés no deja de decrecer, por culpa de la parcelización. En estas condiciones, el pro­blema de las elecciones necesarias, de la justifi­cación teórica se va a plantear cada vez más con mayor agudeza. A falta de petróleo, nos vere­mos obligados a volver a las ideas ...

Hay que decir, por lo demás, que el esfuerzo de unificación nunca ha dejado de estar presen­te en la Ciencia, por lo menos, en el interior de cada disciplina. lQué es la teorización de un campo experimental sino un esfuerzo por «re­ducir lo arbitrario» de su descripción? Y para

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eso hay que disponer de mecanismos deducti­vos, de procedimientos generativos que permi­tan desplegar una parte de lo dado sobre otra mayor. Esto es particularmente cierto en los es­quemas predictivos de la Ciencia, dado que pre­decir es extraer de un conocimiento del pasado un conocimiento del futuro... Se había creído hallar en el paradigma de las grandes leyes fun­damentales de la física el procedimiento univer­sal que permitiría esta extensión. Así, el positi­vismo creyó que nos podíamos limitar a la des­cripción, al «Cómo» de los fenómenos, dejando el «Por qué» en manos de los metafísicos. Por

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desgracia, esta actitud sólo se puede sostener para aquellos fenómenos -como la Mecánica Celeste- para los que se conoce un formalismo cuantitativo determinístico preciso. En este ca­so, la casualidad tiende a reabsorberse dentro del concepto más general de «condiciones ini­ciales». Pero esas leyes preciosas sólo cubren un campo conceptual relativamente estrecho. Des­de el momento que pasamos de la Física a la Química, reaparece un indeterminismo cualitati­vo, que se expresa con frecuencia bajo forma de una causalidad expresada en lengua natural (ejemplo: Si emito una chispa en el interior de

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una mezcla de hidrógeno y oxígeno en la conve­niente proporción, habrá explosión). La necesi­dad absolutamente pragmática de predecir nos obliga a buscar la causa del fenómeno ( en nues­tro caso, la chispa) es decir, a encontrar para cualquier fenómeno uno (o varios) agente cau­sativo responsable sobre el que actuar. Ese era el fundamento del «método experimental de Claude Bernard en fisiología, el cual la funda­mentaba casi en su totalidad sobre este axioma tan sospechoso: «De/eta causa tol/itur ejfectus». De esta forma, por aparente paradoja, reaparecía dentro de la percepción más o menos inmediata

de la causalidad el sentimiento de un soporte ontológico. Y sobre ese sentimiento de un efec­to causativo inmediato va a fundar el sabio su ontología de especialista. Hasta los procedi­mientos generativos que se utilizan en cualquier teorización reposan -si es que son inteligibles­sobre una combinatoria de efectos causativos elementales (pensemos en el choque de los ató­mos en Mecánica Estadística) inmediatamente percibidos como tales.

Apenas provoca duda -al menos, a mis ojos­el que, si queremos devolver a los conceptos científicos un cierto espesor ontológico, sólo po-

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dremos llegar a hacerlo gracias a un análisis in­tuitivo de los mecanismos causativos elementa­les. En este caso, los convencionalistas a lo Ernst Macht podrán decir: carece de importan­cia la ausencia de ontología siempre que tenga­mos «modelos que funcionen». No comparto esta indiferencia; es importante que la ciencia nos haga el mundo inteligible. Por otra parte, no es cierto que los criterios de inteligibilidad sean permanentes para la humanidad. Aquí se plan­tea un problema antropológico fascinante: el de la relación entre Ciencia y Magia. Son conocidas las tesis opuestas que los nombres de Lévy­Bruhl y Durkheim simbolizan. En Lévy-Bruhl, la mentalidad «prelógica» se opone a la raciona­lidad de la Ciencia contemporánea; en Durk­heim, por el contrario, hallamos una transfor­mación continua de conceptos vagos e indefini­dos, mezcla de tabú, sagrado y violencia, como el Mana polinesio, o el orenda de los Siux, en el concepto moderno de energía. A favor de la te­sis durkheimiana de la continuidad, se podría pretender con alguna verosimilitud que existen esquemas causativos arquetipos que organizan nuestra percepción de los fenómenos. Lo más sorprendente sería esto: existirían en el mundo «cualidades activas», «virtudes eficaces» que irían unidas a determinados cuerpos y se propa­garían de cuerpo a cuerpo conforme a los dos modos simultáneos de la contigüidad y la seme­janza: así, un cuerpo activo (A), que viene de un contacto temporal con un cuerpo «pasivo» B, transferirá por contacto a (B) una parte de su «virtud eficaz», la cual hará de (B) un objeto ac­tivo. (Por ejemplo, en una colisión entre dos bo­las -(A) móvil, (B) inmóvil-hay transferencia de momento cinético de (A) hacia (B).).Los lingüis­tas y etnólogos de Saussure a Frazer nos han acostumbrado, desde hace mucho tiempo, a grandes categorías como metonimia y metáfora, eje sintagmático opuesto a eje paradigmático, magia por contigüidad o por semejanza. Ese es­quematismo de las virtudes eficaces está profun­damente implantado en los gramáticos de nues­tras lenguas, donde se expresa a través de la dis­tinción Nombre-Adjetivo (o Verbo). Quizá Mo­liere hiciera mal en reírse de la virtus dormitiva ...El pensamiento científico moderno apareció cuando se separó con toda claridad la propaga­ción por semejanza (que se consideraba «mági­ca») de la propagación por.contigüidad (la única que se consideraba científica); la Física puede ser caracterizada como la ciencia de las «virtu­des» que se propagan por contigüidad en el es­pacio según un esquema cuantitativo preciso (un operador diferencial, un propagador especí­fico). Se proscribe -en principio- la acción a distancia ... ; en Física, esas «virtudes eficaces» se llaman · campos. La propagación por semejanza hubo de restringirse al pensamiento conceptual -el de la lengua natural- y la lógica formal mar­có el esfuerzo último por «espacializar» el pen­samiento conceptual: el sueño hilbertiano

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era reducir la deducción a una combinatoria es­pacial de caracteres de imprenta ... La semejanza se expresa, entonces, en el carácter «mágico» del axioma, expresión formal sobre la que se puede actuar, sea cual fuere su lugar en el texto ...

De esta forma, se ha intentado geometrizar, espacializar las cualidades, a fin de realizar el sueño cartesiano de reducirlo todo a la figura y el movimiento. Se ha conseguido parcialmente, pero a un cierto precio: el de reducir la diversi­dad fenoménica a la diversidad endógena de las construcciones matemáticas (por ejemplo, la se­mejanza de la ley diferencial de propagación de dos campos). Pero no impide que incluso en Ciencia moderna, la lengua natural subsista y arrastre con ello todo el viejo fondo mágico de los esquematismos causativos originales. (Pen­semos, por ejemplo, en el empleo de la palabra información en Biología). lQuién ojeará todos los residuos mágicos que fatigan el discurso bio­lógico contemporáneo? lAcaso no es verdad que el dualismo Onda/Corpúsculo de la Mecá­nica Cuántica se debe a la necesidad estricta­mente gramatical de hallar, para un predicado (el campo no localizado), un sujeto (un indivi­duo localizado)?

Quizá cualquier conocimiento sea -por esen­cia- metafórico ... Pero, como un tomista hubie­ra dicho, es posible que la metáfora sea verdade­ra conforme a la ada-equatio rei et intellectus. La extraordinaria eficacia del lenguaje natural para describir el mundo nos obliga a pensar que esos mecanismos causati'vos elementales que rigen la organización sintáctica de nuestras frases no pueden carecer de referente en el mundo exte­rior. El pensador griego del siglo III a. C., imbui­do de la física de Aristóteles, vivía en un mundo para él inteligible, casi transparente. La ciencia moderna, explorando universos mucho más allá de nuestras capacidades biológicas, usuales, ha aumentado considerablemente nuestras posibi­lidades de acción. Pero la inteligibilidad no ha tenido continuación, y nuestra ciencia nos en­trega un mundo opaco, en el que nuestros es­quemas de comprensión de origen verbal libran un combate desesperado para seguir las posibili­dades de la descripción fenoménica. lPodremos algún día sutilizar tanto nuestros medios de in­teligibilidad que lleguemos a «comprender» esos mundos que la ciencia nos desvela? Si la humanidad se contenta con conquistar un poder sobre las cosas, sin duda podrá resignarse a la incomprensión, porque es posible actuar sin comprender las razones de la eficacia de nuestra acción; pero si aspira a la felicidad, entonces ha­brá de responder a esa necesidad de compren­der, esa necesidad de ver que será la � única que clarifique nuestro universo. \,

(Traducción: José Doval)

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1M"�L 416 66 00 ( 14 líneas)• 28002 MADRIDCUERPO Y VIDA Avda. Manuel Fernández, sin.• TeL (93) 3817311Traducción de ,1/anuel 0/asagasti San Adrián del Besós • Barcelona