Constelación Conceptual

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Constelación conceptual: Ideal de sinceridad (Sartre y Valéry): en la conspicua obra el ser y la nada, Sartre arguye que el ideal de sinceridad es una trampa, un proyecto contradictorio e incoherente; la sinceridad es siempre una mentira para con uno mismo, pues la relación hacia lo otro y hacia uno mismo no son nunca correlativas. A esta duplicidad hacia uno mismo, la mala fe, remite el ideal de sinceridad. En la mala fe uno se contempla como si fuese una cosa y no el ser consciente que es, bien como facticidad se sobrepuja la permanencia de la ipsebien como trascendencia la imagen fáctica trasciende y se distingue de cualquier rol; en la mala fe la duplicidad constitutiva es unidimensional. A parte de mala fe, el ideal de sinceridad es incoherente, pues, en su negación de dicha escisión de nuestro ser, cosifica el yo, lo da por acabado. No obstante, en la medida en que se quiere llegar a ser algo, es evidente que no se es, porque no tendría sentido alcanzarlo. Autenticidad (Sartre): es la reasunción del ser asido por la mala fe, clave de bóveda de la ontología ética que evoca; ser auténtico no será ser aquello que se es (sincero). Autenticidad (Pasión): en Stendhal lo naturalidad es lo irreflexivo, por ello en los arreboles del amor, profundamente íntimos, se concreta con la autonomía de los sentimientos propios que en la pasión amorosa no conocen orden impuesto. Autenticidad (Relación práctica): cuando uno se compromete con una creencia que uno no puede llevar a cabo en su lugar, también uno llega a ser plenamente uno mismo. Autenticidad (Girard): la concepción de autenticidad fermenta en la época democrática; es el precipitado de la tentativa de huir del conflicto con el tradicionalismo represivo, es el supuesto espacio abierto a la expresión individual que trata de negar el mimetismo, el convencionalismo. Autenticidad (originalidad): se puede llegar a ser auténtico sin ser original; donde la originalidad es la acción irreductible que no coincide con otras. Autenticidad: en las acciones en las que el mimetismo no se hace con el propósito de seguir otros modelos. Fermenta en la naturalidad irreflexiva de Stendhal y la reflexión práctica. En general, se puede hacer valer la noción de autenticidad tras la siguiente poda: (i) ésta no es llegar a ser idéntico con el propio yo; (ii) se puede llegar a ser auténtico sin ser original. Reflexión práctica: en la reflexión práctica se constituye el yo como auténtico. El compromiso consciente, reflexivo, con una línea de conducta; uno es uno mismo, malgré la convención ineludible. Sitúa lo oculto de la reflexión teórica siempre sobre uno mismo. La reflexión práctica no constituye en sí misma la relación primordial que se tiene consigo mismo en el compromiso, relación práctica, sin embargo constituye su expresión privilegiada. Reflexión teórica: se produce una abstracción sobre el valor de la creencia en la que se reconoce en qué consisten los compromisos de uno, pero no se compromete con el objeto; solo lo conoce. Naturalidad: la naturalidad se opone por esencia a la reflexión, a la conciencia misma del propio ser; en ella fermenta la autenticidad. Girard, autenticidad y época democrática. En su base de la crítica a la autenticidad, Girard señala las condiciones en las que opera su ilusión en la sociedad democrática. Para ello se sirve del mimetismo como supuesto fetiche de lo auténtico, como constitución de la identidad. El mimetismo opera en la mediación externa el modelo a imitar es ideal e inaccesible; y la mediación interna el modelo es cercano y alcanzable. Vanidad. . En la mediación el hombre moderno se persuade de la autenticidad de sus deseos, de su no dependencia de los modelos; la sobrepujada libertad individual no parece armonizar con la imitación, inestabilidad. Con la idea de autenticidad al alcance de todo hombre se supera la disonancia vital. i. Dicha ilusión encuentra su germen en el conflicto fundamental de la democracia moderna:

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Constelación conceptual (Antropología filosófica) No pierdan el tiempo con ello, es un mero trámite para descargar desde Scribd otro documento.

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Constelación conceptual:

Ideal de sinceridad (Sartre y Valéry): en la conspicua obra el ser y la nada, Sartre arguye que

el ideal de sinceridad es una trampa, un proyecto contradictorio e incoherente; la sinceridad es siempre

una mentira para con uno mismo, pues la relación hacia lo otro y hacia uno mismo no son nunca

correlativas. A esta duplicidad hacia uno mismo, la mala fe, remite el ideal de sinceridad.

En la mala fe uno se contempla como si fuese una cosa y no el ser consciente que es, bien como

facticidad —se sobrepuja la permanencia de la ipse— bien como trascendencia —la imagen fáctica

trasciende y se distingue de cualquier rol—; en la mala fe la duplicidad constitutiva es unidimensional.

A parte de mala fe, el ideal de sinceridad es incoherente, pues, en su negación de dicha escisión

de nuestro ser, cosifica el yo, lo da por acabado. No obstante, en la medida en que se quiere llegar a ser

algo, es evidente que no se es, porque no tendría sentido alcanzarlo.

Autenticidad (Sartre): es la reasunción del ser asido por la mala fe, clave de bóveda de la

ontología ética que evoca; ser auténtico no será ser aquello que se es (sincero).

Autenticidad (Pasión): en Stendhal lo naturalidad es lo irreflexivo, por ello en los arreboles del

amor, profundamente íntimos, se concreta con la autonomía de los sentimientos propios que en la pasión

amorosa no conocen orden impuesto.

Autenticidad (Relación práctica): cuando uno se compromete con una creencia que uno no

puede llevar a cabo en su lugar, también uno llega a ser plenamente uno mismo.

Autenticidad (Girard): la concepción de autenticidad fermenta en la época democrática; es el

precipitado de la tentativa de huir del conflicto con el tradicionalismo represivo, es el supuesto espacio

abierto a la expresión individual que trata de negar el mimetismo, el convencionalismo.

Autenticidad (originalidad): se puede llegar a ser auténtico sin ser original; donde la

originalidad es la acción irreductible que no coincide con otras.

Autenticidad: en las acciones en las que el mimetismo no se hace con el propósito de seguir

otros modelos. Fermenta en la naturalidad irreflexiva de Stendhal y la reflexión práctica.

En general, se puede hacer valer la noción de autenticidad tras la siguiente poda: (i) ésta no es

llegar a ser idéntico con el propio yo; (ii) se puede llegar a ser auténtico sin ser original.

Reflexión práctica: en la reflexión práctica se constituye el yo como auténtico. El compromiso

consciente, reflexivo, con una línea de conducta; uno es uno mismo, malgré la convención ineludible.

Sitúa lo oculto de la reflexión teórica siempre sobre uno mismo.

La reflexión práctica no constituye en sí misma la relación primordial que se tiene consigo

mismo en el compromiso, relación práctica, sin embargo constituye su expresión privilegiada.

Reflexión teórica: se produce una abstracción sobre el valor de la creencia en la que se reconoce

en qué consisten los compromisos de uno, pero no se compromete con el objeto; solo lo conoce.

Naturalidad: la naturalidad se opone por esencia a la reflexión, a la conciencia misma del

propio ser; en ella fermenta la autenticidad.

Girard, autenticidad y época democrática.

En su base de la crítica a la autenticidad, Girard señala las condiciones en las que opera su

ilusión en la sociedad democrática. Para ello se sirve del mimetismo como supuesto fetiche de lo

auténtico, como constitución de la identidad.

El mimetismo opera en la mediación externa —el modelo a imitar es ideal e inaccesible—; y la

mediación interna —el modelo es cercano y alcanzable. Vanidad. —.

En la mediación el hombre moderno se persuade de la autenticidad de sus deseos, de su no

dependencia de los modelos; la sobrepujada libertad individual no parece armonizar con la

imitación, inestabilidad. Con la idea de autenticidad al alcance de todo hombre se supera la

disonancia vital.

i. Dicha ilusión encuentra su germen en el conflicto fundamental de la democracia

moderna:

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La colisión entre los valores constitutivos de la vida democrática, —igualdad,

libertad, fraternidad—, y la realidad efectiva de la condición humana, que es

mimética —jerárquica y dependiente—.

No se trata, pensando en contra de Tocqueville, de una patología contingente del espíritu democrático,

para Girard es permanente.

ii. El ideal de autenticidad pertenece naturalmente a la sociedad democrática; pese a no

hacerse efectivo en esta.

Con la retirada de las tradiciones, la espontaneidad de la sociedad igualitaria da

paso al amor-pasión, al sobrepujamiento de la intimidad más profunda.

No obstante, tanto el amor-pasión como la espontaneidad resultan convencionalismos;

se vive la dependencia con respecto al otro como una espontaneidad a disposición

de cada uno, lo que es ilusorio.

Bergson, Sartre, reflexión cognitiva-imposibilidad de un yo.

La reflexión sobre sí precisa de un distanciamiento en el que el sujeto —conciencia reflexiva—

trueca en objeto —conciencia reflexa— al ser examinado por sí mismo; lo que implica separación de

ser. Lo reflexivo es y no es a la vez lo reflexo.

Si la conciencia reflexiva formula lo reflexo con la perspectiva de otro, admitiremos que en ella

no estará el verdadero yo, y que nos proporciona lo que queremos que se nos dé.

Tanto Sartre como Bergson mantienen que la conciencia reflexiva está destinada a producir

una imagen del yo, le moi, deformada tan profunda que la idea de llegar a un conocimiento de sí es

ilusoria.

En la escisión del sujeto a favor de una inteligibilidad universal, le moi trueca en una mera

interpretación psicológica.

Le soi, el yo activo, se presenta como el yo universalmente inteligible. Así, la reflexión cognitiva no se

aviene bien para expresar la autenticidad.

Para Sartre, el ser del sujeto es un ser que tiene que ser y que aún no es, lo que implica la

idea de una escisión y un compromiso; la reflexión cognitiva lleva a cabo la primera, pero no la

segunda. La reflexión práctica sí.

Modos de relación del yo en la reflexión cognitiva y en la reflexión práctica.

En la reflexión uno medita cuando irrumpe la duda que rompe el automatismo de la costumbre,

el oropel de lo mediocre. La reflexión surge cuando se rompe la continuidad, aparece así como un

momento en la historia del deseo constitutivo de nuestro ser.

En la reflexión práctica, emerge la seguridad y rotundidad con que uno estaría dispuesto a

suscribir las propias convicciones. Por el contrario, la reflexión cognitiva surge de una duda referida

a las propias convicciones y que conviene resolver para una mejor comprensión de estas.

La reflexión restablece la continuidad, la tentativa de orden, de recuperar el ser propio.

La reflexión práctica es un esfuerzo por reapropiarse, en la reflexión práctica uno vuelve sobre

sí para ocuparse de la relación consigo. En cambio, en la reflexión cognitiva uno se vuelve sobre sí

cuando se intriga a sí mismo, y nunca suscribe el compromiso.

En la reflexión práctica el compromiso hace a las creencias indiscutibles; mientras que en la

reflexión cognitiva lo indiscutible es el conocimiento acerca de esas creencias.

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El plan de vida.

La vida misma no es objeto legítimo de un plan; sin embargo, tradicionalmente se ha visto

intensificada bajo el plan de vivir según la razón y una acotada pluralidad de fuentes morales.

Una vida que no es examinada, que no es objeto de un plan racional, no parece digna en vista de los

antiguos. De estos rezuma que:

i. La vida en su conjunto puede ser objeto de una evaluación ética —cómo moramos en el

mundo—, y si se salva su inestabilidad:

ii. La vida puede adquirir una consideración atemporal.

No obstante, cuando la vida se circunscribe a la dificultad, toda fijación a un relato preciso que la

equilibre se desploma. Dicha inestabilidad vital resulta insalvable, ni siquiera sometiéndose al más

exquisito oropel de lo mediocre, por mucho que la banalidad acostumbre a ser objeto de contemplación, y

no de acción.

A dicha inestabilidad insalvable, se une la contingencia del bien, que no está ni decidido ni

acabado. ¿No es incluso la vida un bien contingente? Nuestro bien, tallado a nuestra medida, muta y

permuta en el decurso de la inestabilidad vital.

Además:

i. No hay un yo sustrato con el que uno aspiraría a llegar a ser una unidad.

ii. No hay conocimiento íntimo mediante el cual pueda constituir el yo como el yo que es.

El plan de vida debe reconocer la fragilidad que conforma a su objeto de evaluación y actuar con

la sabiduría de no arrostrar lo contingente, los bienes imprevistos, de forma totalizante, sino abierto y

dúctil a lo inesperado —a la ocurrencia sobrevenida—. Tal cosa es la tonalidad afectiva fundamental.