Cristina Rivera Garza - El dia en que murio Juan Rulfo-2

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Poco a poco 10 obvio de 10s acontecimientos la obligo a cerrar 10s ojos y taparse la cara con la almohada. Tenia un vado en el estomago. Tenia ganas de vomitar. En ese momento se percato finalmente de que habia vivido 10s ultimos 16 anos de su vida con un inmigrante, un hom- bre que, en sentido estricto, habia vivido esos mismos 16 anos en otro lado. EI dia en que muri6 Juan Rulfo. ~Lailusi6n? Eso cuesta caro. A mi me cost6 vivir mas de 10 debido. Encontre a Blanca en el cafe del centro, alas seis de la tarde, tal como habiamos quedado. Como siempre, ella ya me estaba esperando en una de las mesas de la esquina, lejos de las ventanas, los trajines de los meseros y los merolicos. Nos besamos ambas mejillas a manera de saludo y nos sonreimos. Un cigarrillo a medio con- sumir humeaba desde el cenicero y, a su derecha, su viejo cuaderno de tapas negras estaba abierto. Dijo que ya ha- bia ordenado mi cafe expreso. -Deje de tomar cafe hace exactamente cuatro meses, Blanca -Ie informe. La noticia no la sorprendio. Estaba distraida, garaba- teando una ultima linea en las hojas cuadriculadas de su libreta. Cuando termino, guardo a toda prisa su pluma fuente en una cajita de madera y, todavia sin verme, en- trelazo las manos y se dedico a tronarse 10s nudillos uno a uno, empezando por los del dedo menique. El sonido me enervo, como siempre 10 habia hecho, pero me abs- tuve de hacer cualquier comentario para evitar ironias innecesarias 0 una rina a destiempo. Teniamos poco mas de medio ano sin vernos, y ya mas de tres de no vi- vir juntos, pero por una razon 0 par otra nunca habia- mos dejado de estar en contacto. Primero fue el arreglo

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Poco a poco 10 obvio de 10s acontecimientos la obligoa cerrar 10s ojos y taparse la cara con la almohada. Teniaun vado en el estomago. Tenia ganas de vomitar. En esemomento se percato finalmente de que habia vivido 10sultimos 16 anos de su vida con un inmigrante, un hom-bre que, en sentido estricto, habia vivido esos mismos16 anos en otro lado.

EI dia en que muri6 Juan Rulfo.

~Lailusi6n? Eso cuesta caro.A mi me cost6 vivir mas de 10 debido.

Encontre a Blanca en el cafe del centro, alas seis dela tarde, tal como habiamos quedado. Como siempre,ella ya me estaba esperando en una de las mesas de laesquina, lejos de las ventanas, los trajines de los meserosy los merolicos. Nos besamos ambas mejillas a manerade saludo y nos sonreimos. Un cigarrillo a medio con-sumir humeaba desde el cenicero y, a su derecha, su viejocuaderno de tapas negras estaba abierto. Dijo que ya ha-bia ordenado mi cafe expreso.

-Deje de tomar cafe hace exactamente cuatro meses,Blanca -Ie informe.

La noticia no la sorprendio. Estaba distraida, garaba-teando una ultima linea en las hojas cuadriculadas de sulibreta. Cuando termino, guardo a toda prisa su plumafuente en una cajita de madera y, todavia sin verme, en-trelazo las manos y se dedico a tronarse 10snudillos unoa uno, empezando por los del dedo menique. El sonidome enervo, como siempre 10 habia hecho, pero me abs-tuve de hacer cualquier comentario para evitar ironiasinnecesarias 0 una rina a destiempo. Teniamos pocomas de medio ano sin vernos, y ya mas de tres de no vi-vir juntos, pero por una razon 0 par otra nunca habia-mos dejado de estar en contacto. Primero fue el arreglo

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sobre el carro con el que ella se qued6 a final de cuentas,despues los prestamos de libros y discos que habiamosco~pra~o a la par sin definir a ciencia cierta el propie-tano. Mas tarde, nos empezamos aver s610 para criticara nuestros respectivos amantes de paso. Dnos eran de-masiado irresponsables, otros muy aburridos, la mayo-ria demasiado j6venes y desprevenidos pero todos, sinlugar a dudas, bellisimos. No habia afan alguno de co-queteria 0 seducci6n en nuestros acidos comentarios.~lanca y yo sabiamos que nunca volveriamos a compar-tu una casa y mucho menos una vida juntos.

-Estoy embarazada -me anunci6 con los ojos clava-dos en su tarro de cafe descolorido.

Sus cabellos lacios estaban resecos y sus ufias lle-nas de mordiscos. No supe si tenia que felicitarla u ofre-cerl; ayuda ~ara contactar a un medico. Blanca siemprehabla sostellldo que nunca tendria hijos pero, de la mis-ma forma voraz y firme, yo habia jurado en mas de unaocasi6n que jamas dejaria de tomar mi cafe expreso.Cuando el mesero se aproxim6 a la mesa, pedi una bo-tella de agua mineral con mucho hielo. Ella sigui6 fu-man do. Sonri6 sin ganas.

-~Te imaginas? -dijo.-No -Ie conteste de inmediato.Luego tome sus manos. La piel del dorso estaba ru-

gosa y las palmas llenas de sudor. Blanca no queria unafelicitaci6n.-~Qye vas a hacer?-No 10 se todavia, pero el suicidio esta descartado

-mencion6 en tone de broma.La sonrisa se Ie congel6 en el rostro. A traves de los

labios abiertos, resecos, pude observar sus dientes des-

postillados. Era dificil creer que alguna vez la hubieraamado; que alguna vez su algarabia y sus risotadas mehubieran mantenido pegado a sus faldas, manse comoun cordero a la espera de sus delirantes dictados. Pordos arros. Era dificil creer que, alguna vez, s610 la men-ci6n de su nombre, su nombre entero, Blanca FlorenciaMadrigal, me hubiera hecho pensar que podia poseer elmundo s610 para tener la oportunidad de regalarselo.

-~Y tu c6mo estas? -pregunt6.Pense en el ensayo que tenia a medio terminar, en la

llanta ponchada de mi coche y en las piemas esculturalesde una de las alumnas que se sentaba en las primeras fi-las del sal6n de clase, pero no me decidi a hablar de nadade eso. Iba a empezar a contarle de mi ultima aventuracon una muchacha que tenia la costumbre de afeitarse elvello publico pero no supe por d6nde empezar la his-toria. Intente esbozar algunas imagenes de los cambiosmas recientes que habia hecho en mi apartamento perotodas me parecieron insulsas. Podia describirle en tododetalle las incontables horas que pasaba calificando exa-menes incorregibles 0 descubriendo nuevas grietas en lasparedes blancas de mi cubiculo pero supe que se aburri-ria. Sin Blanca, mi vida se habia vuelto pacifica y regular.Me levantaba temprano, asistia puntualmente a mi tra-bajo, me barraba todos los dias y hasta habia dejado defumar. Ya sin su tumultuosa presencia a mi lado, los miem-bros del departamento de filosofia habian empezado atomarme en serio y, en menos de tres afios, recibi dos as-censos. Tenia mucho tiempo de no pensar en suicidios.

-Bien -Ie dije-, pasandola.Blanca no me estaba poniendo atenci6n de cual-

quier manera pero yo, secretamente satisfecho, compa-

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raba su rostro marchito y sus movimientos torpes conmi nueva seguridad y autonomia. Ya no Ie perteneda.

Un hombre de cabellos largos y anteojos quevedia-nos se aproxim6 a nuestra mesa. Le roz6 el hombro y lue-go la bes6 en los labios. Debia ser al menos 10 anos masjoven que Blanca y era, sin lugar a dudas, mucho mas her-moso. Supuse que ese era «el padre» y no me equivoque.Blanca nos present6 y el ja16 una silla para estar cercade ella. Despues, placido, pas6 uno de sus brazos sobrelos hombros de ella: su mana cubierta de anillos de platay puIseras de cuero casi tocaba uno de sas senos. Vien-dolo, no pude evitar pensar que Blanca todavia teniaque ser muy buena y llena de inventiva en la cama, deotra manera era muy diflcil dilucidar que encontraba enella un jovencito a todas luces bien educado y, tal vez,hasta codiciado en su drculo de amigos.

-Blanca me ha platicado mucho de ti -dijo con unavoz modulada y sin dobleces.

Puse cara de no saber a que se referia y cambie detema. Mencione algunas huelgas derrotadas, la rampantecrisis econ6mica y el tipo de cosas con las que todomundo esta irremediablemente de acuerdo: este pais estalleno de mierda. Con el paso de los anos el que me aso-ciaran con Blanca Florencia me iba incomodando cadavez mas y mas. Cuando aceptaba verla, 10 hada con lacondici6n de que 10 hicieramos a solas y, cuando algundespistado me preguntaba por ella, mi respuesta usualconsistia en alzarme de hombros. ~Por que tendria yoque saber algo de ella? Durante nuestros anos juntos mifidelidad y sus constantes adulterios se convirtieron casien una leyenda. Bastaba que yo encontrara a un nuevoamigo para que Blanca se interesara en el y este termi-

nara pasando las mananas en nuestra cama, ocupandoun lugar que era el mio. Y 10mismo sucedia con las ami-gas. Yo, en cambio, no encontraba a nadie 10 suficiente-mente interesante como para dejar de ponerle mi incon-dicional atenci6n a Blanca. Sus locuras, sus intentos desuicidio, sus incomparables artes sexuales, consumiantodo mi tiempo y mi energia. Al final, aduciendo que yome estaba volviendo viejo y aburrido, Blanca me dej6por otro hombre, sin discreci6n alguna, casi con bomboy platillo. En menos de dos meses 10 cambi6 por otro ya ese otro por otro, mientras yo opte por volver con re-novados esfuerzos a mis estudios, menos por sincerointeres y mas para demostrarle que no me estaba vol-viendo viejo. Al inicio, recien acontecida la separaci6n,mi devota dedicaci6n a escribir ensayos y dar clases notenia otra intenci6n que hacerla volver. Qyeria poseer elmundo, el mundo entero, s6lo para tener la oportuni-dad de envolverlo en papel celofan y colocarlo luego so-bre su regazo. A Blanca, sin embargo, nunca Ie interes6el mundo. Conforme ella se fue alejando sin posibilidadalguna de regresar, s6lo me qued6 el trabajo. Supuse queel jovencito estaba al tanto de todo eso y, compungido,avergonzado casi, evite seguir hablando. ~Qye Ie habiapodido contar ella a fin de cuentas?

- Tu columna semanal es fantastica -dijo-, nuncame la pierdo.

Sus dedos ensortijados descansaban sobre la clavi-cula derecha de Blanca. Yo tenia mis manos alrededordel frio vasa de vidrio. Baje la vista, quise sonreir concondescendencia 0 al menos ironia, pero no pude. Suspalabras, como las de mis estudiantes, no eran belige-rantes sino inocentes. No tenia caso luchar. Los murmu-

Mariana Fuentes Roca
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llos del cafe me distrajeron: el sonido de cucharas cho-cando contra platos 0 de tenedores cayendo sobre elpiso tenia un ritmo sincopado, casi alegre. Volvi a ver aBlanca y, una vez mas, no pude creer que alguna vez lahabia amado. Con sus ropas gastad as y sus rostros aja-dos por incontables noches de desvelo, los dos paredanir a toda velocidad cuesta abajo. Cubiertos por el humogris de los cigarrillos, tenian el aura satumina de los per-dedores y los viciosos.

Despues de un incomodo silencio, Blanca y su ami-go me invitaron a acompafiarlos al cine.

-Conseguimos boletos gratis -me informaron conuna expectante actitud de triunfo.

Su inocencia me dio risa. Aduje compromisos inexis-tentes y la carga de trabajo para no ir. Pague la cuenta yles estreche las manos antes de retirarme.

-Felicidades -les dije.Estaba seguro de que Blanca no interrumpiria su

embarazo.Afuera, el vientecillo noctumo de enero me obligo

a levantar el cuello de mi chamarra. Carnine sin rumbopensando en Blanca Florencia. El recuerdo de nuestrasapasionadas peleas seguidas por las horas de sexo oHm-pico me deja impavido. Me fue imposible recordar lasrazones que alguna vez activaron los golpes y los gritos,los gemidos, la saliva y el semen blanquecino. El frio meforzo a apurar el paso y, conforme cruzaba calles y dabavueltas en las esquinas, note que me faltaba el aire. Lasensacion de asflxia se hizo tan grande que tuve que de-tenerme. Me recargue bajo el portal de una vecindad os-cura, sobandome las manos, tratando desesperadamentede recuperar la respiracion. Intente inhalar y exhalar con

fuerza un par de veces pero sin resultado alguno. El airese hada cad a vez mas exiguo, cada vez mas escaso. Elaire pasaba a mi lado como si yo no existiera, negan-dose a ser introducido en mi nariz y mis pulmones. Mesente sobre un escalon, resollando. Las rodillas me tem-blaban. Pense que estaba a punto de morir, que nada yatenia remedio ni salida y, en ese momento, como unadaga bien afllada, la violenta imagen de Blanca rasgopor completo la pantalla de la realidad. Una luz morte-cina se trasminaba a traves de la hendidura desde el otrolado. Subyugado por el deseo de tenerla cerca una vezmas, baje los parpados, cern~ los ojos.

-No se preocupe, todo esta bien, s6lo se Ie fue el aire-dijo un hombrecillo de largos cabellos enmarafiadosque sostenia una botellita de alcohol frente a mi nariz.

-Pasa mucho por aqui -afiadio.Todavia con la cabeza sobre las baldosas, sin poder

moverme, supuse que me habia desmayado, pero en rea-lidad no tenia conciencia alguna de 10 que habia pa-sado. Me incorpore con lentitud, temiendo un nuevoataque de asflxia. Abri la boca de par en par y, despuesde contener el aire por un momento, 10expeH con gusto.Todo habia vuelto a la normalidad.

El hombre cillo me ofrecio un trago de licor con susmanos temblorosas y sucias. Lo acepte sin pensarlo dosveces. El latigazo del mezcal en la boca del estomagotermino de despertarme.

-Yo he visto a muchos caer asi, pero usted tuvosuerte -murmuro.

Se sento ami lado. Al hablar, de su boca saHa un va-porcillo rancio y blancuzco que Ie cubria la cara porcompleto. Cuando ca1l6, me di cuenta de que era un

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enano. Tenia un lunar oscuro sobre ellabio superior yprofundas marcas de acne por toda la cara. Una barbarala, descuidada, Ie caia hasta la punta del estemon. Apesar de que no era tan tarde no habia nadie caminan-do en la calle. Esd.bamos los dos solos, ahi, el enano yel filosofo bajo el portal de una vecindad derruida, aoscuras. El mezcal no solo me protegio del frio sinotambien del miedo. Lo vi a los ojos. El me miro sin ex-presion.-~Qpe Ie trajeron los reyes? -me pregunto con voz

gangosa.Cruce los brazos alrededor de las rodillas tratando

de encontrar algo de tibieza en mi propio cuerpo.-Una mujer -Ie dije.El se arrebujo dentro de su sueter de lana, Ie dio otro

trago a su botella, alzo los hombros.- Y que, ~se la llevaron de regreso?-Hace muchos anos -Ie conteste.El deseo de tener a Blanca cerca volvio a invadirme

por completo. Un mudo dentro de mi alzaba los bra-zos, abria la boca, hada gestos desesperados hacia elmundo y, despues, derrotado, volvia a su inmovilidadde piedra.

-Hubiera dado la vida por ella -murmure.El enano me paso la botella.-La diste -aseguro.Blanca Florencia Madrigal. Su nombre caia dentro

de mi cabeza con la cadencia de las gotas que salen deun grifo descompuesto. Ahi estaba ella, en cada gota,correteando catarinas alrededor de los arboles, guiandomis manos temblorosas sobre sus senos, desnudandosefrente a los espejos. Qperia colgarme de sus hombros,

esconderme bajo su falda, aspirar el olor de sus ca-bellos. El deseo crecio; el deseo de abarcarla y de nodejarla ir; el deseo de besar sus muslos y de ser una vezmas el adolescente enamorado, tonto, a la total mercedde una mujer enloquecida; el deseo de caminar sinrumbo en las tardes lluviosas de verano y de hacer elamor tras los altares de iglesias concurridas; el deseo deverla seducir amigos comunes con los ademanes masarteros y de oir, despues, el detallado recuento de loshechos; el deseo de caer de bruces y rogar y suplicarcon toda el alma, Blanca.

De repente me vino a la memoria la ultima escenade nuestra despedida. Estabamos recostados sobre elpasto oloroso de un parque y Blanca me acababa de de-cir que ya nada tenia caso.

-Pero si tu eres mi vida, Blanca, mi vida entera -Iehabia dicho cuando ya no tenia nada mas que decir.

Blanca se incorporo, empezo a dar de vueltas sobresu propio eje, su falda de flores extendida como un pa-racaidas.

-Pero si la vida es muy poca cosa, corazon, ~no tehabias dado cuenta? -yo tenia el mundo ahi, en mi bol-sillo, guardado como un regalo, y ahi se quedo.

Cuando volvi aver al enano nada me parecio ex-trano.

-Pero la vida es tan poca cosa -Ie dije, viendolo alos ojos, sintiendo las palabras de Blanca como alfileresbajo las unas.

-Eso es cierto -contesto con desenfado.El enano arrojo la botella vada al terreno baldio de

al lado. El ruido del cristal chocando contra las piedrasse extendio por la calle negra hasta que, rata despues,

Mariana Fuentes Roca
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desapareci6 por completo. En silencio, con dificultad,el se incorpor6. Luego me tendi6 una de sus manos re-gordetas para ayudarme a hacer 10mismo. Me pregunt6si me senti a bien y, sin esperar mi respuesta, dijo que 10mejor era que me fuera.

-Es peligroso caminar de noche por aqui -me ad-virti6-. Cuidese de la contaminaci6n. Y guarde bien elaire -me aconsej6 mientras juntaba las dos palmas desus manos y las colocaba, c6ncavas, sobre la boca, indi-dndome la manera en que se hada.

No tenia la menor idea de d6nde estaba. Carninepor horas tratando de leer los letreros de las calles 0 detoparme con algun edificio conocido, pero todo fue envano. Tenia mucho tiempo de no venir al centro, el cen-tro donde habia vivido con Blanca, el centro que no eramio sino de ella. Eso, al men os, no 10 habia olvidado.Casi al amanecer me encontre frente al palacio de la In-quisici6n. Avance rapido por la plaza de Santo Domingotratando de sacarle la vuelta a los cuerpos de los perroscallejeros y los borrachos tendidos sobre el suelo. El si-lencio era absoluto. Con el sol a sus espaldas, detenidotodavia en algun lugar atras del horizonte, el cielo ad-quiri6 una claridad desmesurada y violenta. Luego, casisin transici6n, pas6 a su acostumbrado azul plomizo. Ibacaminando despacio, sin prisa, tratando de contrarres-tar la cadencia del viento matutino. Mientras 10 hada, elmudo de piedra que vivia dentro de mi se desmoron6poco a poco frente a mis ojos estaticos hasta que no que-d6 sino un suspiro de polvo seco. Dentro de mi cabeza,Blanca Florencia tambien 10 estaba viendo. Ella cay6 derodillas y jug6 con los terrones entre sus dedos mien-tras alzaba la cara intentando verme. Sus ojos apagados,

llenos de pesar, se incrustaron como alfileres dentro deml cuerpo.

Sin nada dentro, liso y desolado como la explanadapor la que iba caminando, comprendi con terror todasy cada una de las razones por las que la habia amado.Luego, casi en el acto, las olvide de nuevo. Ya en miapartamento, tome un bano a toda prisa y me lave losdientes. Acomode una serie de papeles dentro de mi por-tafolio y, con el en la mano, saH corriendo para llegar atiempo ami primera clase. No tenia la menor idea de 10que tratada en el sa16n ese dia. Los alumnos me recibie-ron con la noticia de que Juan Rulfo habia muerto. Erael 7 de enero de 1986 y yo, detenido tras el escritorio, in-m6vil como una estatua, viendo hacia los ventanales,observe c6mo la vida se iba corriendo despavorida porlas calles, la vida entera; la vida que es siempre tan pocacosa, que nunca alcanza, Blanca.

Mariana Fuentes Roca
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