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CRITICA DE LIBROS Penser la guerre, Clausewitz RAYMOND ARON (Ed. Gallimard, 2 tomos, 457 y 338 págs. París, 1976) El general Cari von Clausewitz fue, al igual que Maquiavelo y otros gran- des pensadores, una de las escasas per- sonalidades que perteneció a esa espe- cial categoría de hombres públicos formada por aquellos que, habiendo tenido una limitada experiencia de mando activo y cualificado en el te- rreno de las relaciones de poder social en las áreas donde éstas se hallan en mayor medida concentradas, y por la imposibilidad de proseguir su obra de hombres de acción, pretenden con su esfuerzo de reflexión continuar ejer- ciendo una influencia sobre los acon- tecimientos por caminos indirectos. Creando al mismo tiempo, y por me- dio de la conceptualización de un gran número de observaciones, un trabajo teórico de altura tanto por su valor intrínseco como por su estructuración interna, que, en consecuencias, tras- ciende los lugares y las épocas en los que fueron escritos, alcanzando así alguna suerte de inmortalidad. En el caso del pensamiento clau- sewitziano, la modernidad reside en que su análisis de los fenómenos mi- litares, al centrarse en período de prin- cipios del xix, contempla el enorme cambio que supone el despertar de la conciencia nacional de algunos pue- blos europeos y, relacionada con ello, la paralela puesta en cuestión del or- den tradicional que los ejércitos na- poleónicos van a expandir por toda Europa. Con lo que se reúnen dos de los caracteres mayores de aquélla: el cuadro del Estado-Nación como mar- co privilegiado de la afirmación po- lítica de los pueblos y la irrupción en el plano operativo desde presupues- tos ideológicos de la crisis de legiti- midad respecto a determinados actos del Poder, si no del Poder mismo. Curiosamente, al decir de Aron, Clausewitz participa de manera des- igual en ambos momentos históricos, pues si, por una parte, pasa a comba- tir junto a las tropas zaristas y en contra de la momentánea alianza pru- siana con Napoleón (tal como hicie- ron muchos nobles franceses en rela- ción a Francia), pues pensaba que esta última era una traición a su patria, por otra dudaba de que fuera posible la realización de la unidad ale- mana por la diversidad de sus gentes y sus costumbres. Modo, pues, ambi- valente y complejo de relaciones en- 4/78 pp. 199-219

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CRITICA DE LIBROS

Penser la guerre, Clausewitz

RAYMOND ARON

(Ed. Gallimard, 2 tomos, 457 y 338 págs. París, 1976)

El general Cari von Clausewitz fue,al igual que Maquiavelo y otros gran-des pensadores, una de las escasas per-sonalidades que perteneció a esa espe-cial categoría de hombres públicosformada por aquellos que, habiendotenido una limitada experiencia demando activo y cualificado en el te-rreno de las relaciones de poder socialen las áreas donde éstas se hallan enmayor medida concentradas, y por laimposibilidad de proseguir su obra dehombres de acción, pretenden con suesfuerzo de reflexión continuar ejer-ciendo una influencia sobre los acon-tecimientos por caminos indirectos.Creando al mismo tiempo, y por me-dio de la conceptualización de un grannúmero de observaciones, un trabajoteórico de altura tanto por su valorintrínseco como por su estructuracióninterna, que, en consecuencias, tras-ciende los lugares y las épocas en losque fueron escritos, alcanzando asíalguna suerte de inmortalidad.

En el caso del pensamiento clau-sewitziano, la modernidad reside enque su análisis de los fenómenos mi-litares, al centrarse en período de prin-cipios del xix, contempla el enorme

cambio que supone el despertar dela conciencia nacional de algunos pue-blos europeos y, relacionada con ello,la paralela puesta en cuestión del or-den tradicional que los ejércitos na-poleónicos van a expandir por todaEuropa. Con lo que se reúnen dos delos caracteres mayores de aquélla: elcuadro del Estado-Nación como mar-co privilegiado de la afirmación po-lítica de los pueblos y la irrupción enel plano operativo desde presupues-tos ideológicos de la crisis de legiti-midad respecto a determinados actosdel Poder, si no del Poder mismo.

Curiosamente, al decir de Aron,Clausewitz participa de manera des-igual en ambos momentos históricos,pues si, por una parte, pasa a comba-tir junto a las tropas zaristas y encontra de la momentánea alianza pru-siana con Napoleón (tal como hicie-ron muchos nobles franceses en rela-ción a Francia), pues pensaba queesta última era una traición a supatria, por otra dudaba de que fueraposible la realización de la unidad ale-mana por la diversidad de sus gentesy sus costumbres. Modo, pues, ambi-valente y complejo de relaciones en-

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tre su vida y la teoría que a los finalesde ésta construyó, pero que, a lo quenos pueda importar (en cuanto per-dura), no tiene mayor relevancia quela de recordarnos lo paradójicos y dis-tanciados que pueden ser los caminosde una y de otra.

Partiendo de que existen multitudde intenciones (descriptiva, crítica, po-lémica, comparativo-histórica, etc.) enel discurso de Aron sobre Clausewitz,es de resaltar, sin embargo, el carác-ter unitario que logra darle; unidadque gira en torno a las profundas im-bricaciones de la guerra con la polí-tica. En realidad, Clausewitz no se vie-ne a plantear nunca consideracionesmorales o las fundamentaciones legi-mitadoras que se dan a la guerra: éstees un fenómeno natural, inscrito, porasí decir, en el curso de la evoluciónhumana, lo cual no quiere significarel que le conceda el calificativo de or-dinario (determinado fatalmente por ladinámica de la convivencia social), sinoque, genéticamente, responde o se ha-lla enraizada en una pulsión que seproyecta en violencia ante determi-nados estímulos. La violencia es, pues,el primero de los componentes, y elsustrato, de su definición trinitariade la guerra; violencia en cualquiercaso física y, en consecuencia, cualita-tivamente diferente a todas las vio-lencias simbólicas y morales (la ma-yoría de las veces más míticas que rea-les); componente que llena su primi-genia definición: «un acto de fuerzapara imponer nuestra voluntad al ad-versario» !; violencia que impulsa,dada la polaridad de la acción recí-proca que supone el enfrentamiento,a utilizar simultáneamente todas lasfuerzas disponibles para abatir al opo-nente; violencia que, en razón a ello,

1 De la guerra, Barcelona, 1972, pá-gina 38.

es lo que informa la dialéctica abso-luta de la ascensión a los extremos.

Vemos ya, así, cómo es utilizadala figura del duelo para ejemplificarlo que constituye el acto irreductiblede la guerra: la confrontación de dosvoluntades que buscan someterse unaa la otra. Pues bien, para vencer esnecesario adecuar nuestro esfuerzo ala capacidad de resistencia del adver-sario (independientemente de quiénsea el atacante o el defensor), capa-cidad que siempre será el resultadode la suma de dos elementos ( y enel sentido de la adecuada articulaciónconcreta que se haga de ellos): la mag-nitud de los medios que se encuen-tren a su disposición y la fuerza desu voluntad. La dificultad de conocerlos primeros y de apreciar la segunda(pues esa «voluntad» es algo sustan-tivamente complejo al estar compues-ta de la firmeza en la dirección, delgrado de pasión popular, de la iden-tificación del pueblo con el régimen,etcétera) funda la importancia del artede la guerra, que es, en el fondo, elarte de la estrategia (entendida éstaen un sentido amplio).

Segundo componente de la formu-lación clausewitziana de la guerra,asentada sobre un sentimiento y unaintención hostiles en los que tomacuerpo la violencia, la estrategia pre-senta su racionalidad específica, quees la dialéctica del enfrentamiento, yque conduce siempre a la realizacióndel objetivo militar: la victoria (ellogro de echar por tierra al adversa-rio); responde así a la dinámica in-trínseca del enfrentamiento. Este esel nivel del planteamiento estratégicode Clausewitz, apoyatura sobre la queelabora el concepto de «guerra abso-luta», que es aquel tipo de guerra quese da porque uno al menos de losparticipantes tiende a la destrucción

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del oponente, lo cual implica necesa-riamente la ascensión a los extremospor ambas partes contendientes. Esteproceso es designado por Aron comoun «lugar teórico», es decir, como unareferencia puramente típico-ideal, ylo es si pensamos que en el tiempohistórico de Clausewitz los medios ca-paces de infringir esa destrucción com-pleta no existían; pero no es posiblemantener hoy ese movimiento dialéc-tico de ascensión a los extremos comopuramente abstracto, como no tenien-do nada que ver con las guerras reales.

La guerra absoluta tiende a impo-nerse desde un punto de vista lógicoy filosófico, según Clausewitz, si hayvoluntad de incapacitar al otro paraproseguir la lucha, y entonces habríaque plantearse a qué tipo de incapaci-tación nos referimos, pues si se tratade la armada la referencia de la as-censión mecánica a los extremos varia-ría enormemente según fueran los «da-tos» morales y políticos.

En oposición a esta primera clasede guerra, el teórico militar define lasegunda, aquella que tiende hacia elequilibrio, en la cual la estrategia do-minante ya no persigue la mayor con-centración de medios posible para re-solver favorablemente el antagonismoen batallas decisivas, imponiéndose laestrategia en maniobras que está re-gida por el principio de la economíade fuerzas y donde la parte más dé-bil ha de intentar siempre el fatigaral enemigo hasta que éste perciba queel coste de su operación es superioral beneficio que le reportaría su con-secución.

La preeminencia que da Clausewitza la guerra de equilibrio frente a lade aniquilamiento proviene de susobservaciones de las guerras que co-noce en su tiempo, y se refleja en

los siguientes factores explicativos:1) no es posible conocer con ciertaexactitud la relación de fuerzas; 2) loinevitable de que exista una cierta de-bilidad en las fuerzas morales propiaspasado un primer impulso; 3) lo cam-biante de las circunstancias políticas(y principalmente las externas en unsistema interestatal cuyo objetivo pri-mordial era el equilibrio).

Pero el factor central que imposi-bilitaría la ascensión a los extremos yque impondría el movimiento descen-dente, desde la tendencia originariahacia la guerra absoluta hasta la gue-rra de equilibrio o de «observaciónarmada», es el político, es decir, lafinalidad política que en todo momen-to predomina en la «inteligencia delEstado personificada» (el monarca),finalidad por la que se hace la guerray que determina la conducción de lamisma. Los ejércitos son así el ins-trumento de la voluntad política; lopolítico siempre viene a imponerse so-bre los aspectos puramente militares:«la guerra es un acto político»2.Por tanto, la finalidad política ha decorresponderse en cualquier caso conla potencialidad del instrumento deque se dispone, aquel en quien sepersonifica el entendimiento políticohabrá de saber con qué tipo de gue-rra se enfrenta.

Tal es el nivel superior de la es-trategia: donde los fines de la guerradelimitan y controlan los fines en laguerra o, lo que es lo mismo, los fi-nes políticos determinan los fines mi-litares; en este sentido, la estrategiaes vista como la «utilización de loscombates con miras al objetivo finalde la campaña» 3; incluyendo en ellatanto'los movimientos de los ejérci-tos como la elección del terreno de

2 Op. cit., pág. 57.3 Cit. por R. Aron, pág. 211.

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combate y el reparto proporcionadode fuerzas. Con lo que se introduceun motivo de confusión (y ésta esuna crítica que cabe dirigir tanto alteórico como a su exégeta), pues, aun-que subyace la distinción, nunca seexplicita la necesaria división entre«estrategia-táctica» (en la que habríaque incluir el primer elemento de losseñalados), que pertenece estrictamen-te al mando militar, y «estrategia-estrategia», que lo es del mando po-lítico. Otro tipo de análisis que Aronno lleva a cabo respecto a la obra deClausewitz (y que sí había tomado encuenta en trabajos anteriores)4 esel de la naturaleza relativa de estostérminos según el cuadro de análisisque se elija (sistema mundial, esta-tal, etc.), pues en cada uno de ellospodrá distinguirse un nivel táctico yotro estratégico que serán diferentesen relación a otros posibles contextos.

Pero es que, además, las conexio-nes entre lo militar y lo político nopresentan el carácter simplificador aque las reduce R. Aron por ajustarsedemasiado a la forma didáctica de laque usa a menudo Clausewitz: pues alcontraponer fines en la guerra (el má-ximo: la victoria) y fines de la gue-rra (el máximo: la paz) se pasa a iden-tificar la violencia como el elementoconstitutivo de lo militar y a la pazcomo al de lo político, y así piensaque la primacía de lo político intro-duce un juego lógico, un cálculo deprobabilidades entre los contendien-tes que hace prácticamente imposiblela guerra absoluta; ésta sólo queda co-mo tipo ideal. En efecto, si no hayautonomía de lo primero respecto alo segundo es porque, al menos apartir de los datos con los que con-taba Clausewitz, los resultados de la

4 Como, por ejemplo, en Guerra y pazentre las naciones, Madrid, 1963.

guerra se remiten a los políticos, y fa-talmente: las condiciones de espacioy tiempo hacían «nulo» el resultadofinal, la necesidad del equilibrio entreunidades políticas similares neutrali-zaba cualquier aspiración a la «des-trucción total».

Pero ello no quiere decir: 1.°, quelos fines en el «interior» de la gue-rra (los militares) estén simplementesubordinados a los fines «exteriores»de la guerra (los políticos); y 2.°, ysobre todo, que la dicotomía del me-dio con la guerra y de la finalidadcon la paz se plantea en términos on-tológicos, lo cual llevaría a la conclu-sión de que toda guerra se lleva a ca-bo con una finalidad política que nopuede ser otra que la paz (de igualmodo podría decirse que toda paz seestablece con el fin de lograr una gue-rra); por el contrario, el fin políticopuede consistir en el reforzamientomilitar y la guerra (y sin sustituir losque son específicos objetivos milita-res), pues lo político no introduce (do-minando el conjunto) inevitablementeun sentido de racionalidad a un fenó-meno social irracional (la guerra). Sila función teórica de la guerra abso-luta 5 es hacer comprender a losparticipantes adonde llegarían fuerade condicionamientos políticos y si sufunción práctica es recordar a cadauno de ellos el peligro que corren siel otro le impone la mecánica de la as-censión a los extremos, es en razónde que el riesgo es real: precisamenteClausewitz utiliza como primer argu-mento para fundamentar por qué nohay una «ciencia de la guerra» (aun-que tampoco su lado artístico sea enexceso sobresaliente) la imprevisibili-dad de las reacciones del oponente.

Ello concuerda con la prioridad con-5 Penser la guerre, Clausewitz, to-

mo II, pág. 58.

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cedida por Clausewitz a los aspectosmorales sobre los del número de com-batientes. Aquéllos (las cualidades delmando y del ejército, el estado de es-píritu de las poblaciones donde seproducen los enfrentamientos, las re-percusiones morales de las victoriasy las derrotas) son siempre a la pos-tre superiores al peso de los efectivosmovilizados, pues únicamente en elcaso hipotético de la existencia deestrategias similares, una parecida or-ganización (composición, entrenamien-to) y un armamento relativamenteigual, el simple número haría desequi-librar el combate en favor de unode los contendientes.

Junto a esto, la tercera contrapo-sición conceptual (defensa / ataque),dentro de la cual mantiene la supe-rioridad de la defensa en el nivel es-tratégico (ya que las dos ventajas delataque, la sorpresa y golpear en di-versos puntos a un tiempo, son de ca-rácter táctico) debido a que el factortemporal es positivo para el defensoral poseer el resto del teatro de ope-raciones, el apoyo popular y la vir-tualidad de relanzar la moral de re-sistencia, han inducido a algunos teó-ricos 6 a la conclusión de que Clau-sewitz era el antecedente directo delpensamiento militar de Mao.

Si desde el punto de vista de laslíneas maestras de la elaboración clau-sewitziana (primacía de lo políticosobre el medio militar, de las fuerzasmorales sobre el número, en fin, dela defensa sobre el ataque) podría afir-marse una concordancia con Mao-Tse-Tung, el análisis concreto que reali-za aquél difiere radicalmente del deéste, tanto porque concibe a las gue-rrillas bajo dos formas (bien hombressueltos, bien tropas ligeras en función

6 Así, A. GLUCKMANN en El discursode la guerra.

guerrillera) como porque la actuaciónde éstas ha de situarse siempre enconexión con la estrategia de un ejér-cito regular estatal; y ello deriva deque Clausewitz reflexiona a partir delos ejemplos de su época: la luchacontra Napoleón en Rusia y en Es-paña de fuerzas irregulares que encasi nada se parecen, como bien apun-ta Aron 7, a las fuerzas de una gu'e-rra revolucionaria; fuerzas que, porotro lado, tienen un fin completa-mente diverso al señalado por Clau-sewitz como característico de las gue-rras entre Estados: el fin político enuna guerra civil (la conquista del Po-der) supone la guerra absoluta contrael enemigo, la ascensión a los extre-mos está exigida por él e inscrita ensu mismo desarrollo. Los objetivosmilitares y políticos dejan de oponer-se entre ellos gracias al cambio denaturaleza de la finalidad política.Y menos aún se puede establecer unainfluencia de Clausewitz sobre Maosi consideramos las concepciones fi-losóficas de uno y otro: para el pri-mero, el sujeto histórico sin discu-sión es el Estado, mientras que parael segundo lo sigue siendo la clase 8.

La aplicación hecha por Aron delos esquemas de Clausewitz a la eranuclear dejan, sin embargo, muchospuntos oscuros; en principio se con-tinúa pensando que las alteracionesenormes de los medios de destrucciónno permiten un análisis diferente; quela rapidez en la invención de nuevosartefactos no implica una ruptura delequilibrio (puesto que el nivel de sa-turación en la destrucción recíprocaya estaría alcanzado); que aspectostécnicos como la precisión de tiro o

7 Penser la guerre..., tomo II, pági-nas 97 y sigs.

8 Ver La guerra revolucionaria, pági-nas 11 y sigs., Barcelona, 1974.

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la rapidez de las comunicaciones per-mitirían un uso controlado del arma-mento nuclear, etc. Pero con ello, pro-bablemente, se olvidan algunos mati-ces importantes, como es el que unaescalada gradual (fuerzas clásicas ynuclear-táctico) implicaría el hacerproporcional el riesgo a la apuesta (¿yacaso puede serlo?) y, por otro lado,el estar comunicado continuamente

con el adversario (exigencia que puederevelarse complicada para ponerla enpráctica). Estos y otros puntos defi-cientes hacen que la parte dedicada aestos temas en la obra presente deAron esté comparativamente menoslograda que la anterior.

Luis ARRILLAGA ALDAMA

Estado, burocracia y sociedad civil

VÍCTOR PÉREZ DÍAZ

(Ediciones Alfaguara —Col. Tesis—. Madrid, 1978, 149 págs.)

¿Cómo es posible que una doctri-na ya prácticamente centenaria pue-da continuar suscitando un númerotan considerable de estudios y comen-tarios como los que se dedican a en-fatizar, plagiar, condenar y alabar elmarxismo? No siendo, en lo funda-mental, ninguno de éstos el caso dela obra trabajada por el autor, el pri-mer elogio que puede hacerse de ellarecae sobre lo mesurado de su tono,acierto que, con grandes probabilida-des, responde a la precisión ejercidaen el tratamiento del tema.

En efecto, privilegiando, casi conexclusividad, del conglomerado de teo-rías, ideologías y visiones miríficasque se vienen escudando bajo la de-nominación marxismo, lo que debieraser la apoyatura esencial de las mis-mas, es decir, la obra de carácter teó-rico-político elaborada por Marx yesparcida en distintos textos, y al li-garla a sus antecedentes filosófico-po-líticos inmediatos (básicamente He-gel), V. Pérez Díaz realiza una opciónque atiende a la búsqueda del mayor

rigor posible, tan difícil de encontrarpor nuestros pagos (teóricos y geográ-ficos); mostrando tal vez un excesivocelo, al no considerar otras influen-cias importantes en la formulación delpensamiento político marxiano.

En tal sentido, en el itinerario se-guido en el análisis crítico y sus pos-teriores comentarios, se manifiesta unaacusada tendencia a ceñirse al textoen su evolución histórica lineal, conlo que quedan parcelados algunos te-mas y marginados otros. Echándoseen falta, en determinados momentos,el hilo interpretativo que une y reúneen la concepción marxiana los varioselementos y las diferentes partes quela componen, el nexo por el que sepuede decir que hay en ella una in-terpretación global de la realidad so-cio-histórica, elemento que lo cons-tituye en discurso totalizador organi-zado de forma jerarquizada y dotadode una apreciable coherencia interna;discurso ajeno, en último término, atoda idea de aceptación de la existen-cia de una vertebración unívoca de la

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realidad, pero, sin embargo, muy cer-cano a la de representación dramáticay dramatizada de la evolución delmundo conforme a pautas culturalesde carácter finalista y la descripciónde una serie de etapas predestinadasa cumplirse consecutivamente unas aotras.

Quizá sea en la fidelidad mantenidaa una lectura gradual de Marx donderesida la causa de que la interpreta-ción del «corpus hegeliano» afecteúnicamente a unos pocos temas delmismo, temas escogidos, al parecer, enbase a una mayor proximidad genea-lógica de aquél, incluso por lo querespecta al punto más oscuro de to-dos: el de la llamada «producción» delEstado. Conocida es, por una parte,lo mínimamente originales que resul-tan las reflexiones de Marx (así comolas acotaciones posteriores de En-gels) acerca de unas originarias comu-nidades primitivas donde la ausenciade una estructura política se halla fun-damentada en una sorpresiva falta derelaciones de poder a nivel social;por otra, lo poco relativamente elabo-radas que están las dedicadas al na-cimiento del Estado contemporáneo(dentro de la óptica de que éste es elque surge durante la baja Edad Me-dia por medio de una alianza sui ge-neris entre clases sociales «ascenden-tes» y los poderes reales, enfeudadoshasta entonces a los nobles; modeloexplicativo en el que ya se introducede manera implícita la existencia deuna racionalidad universal portadorade progreso y encarnada en los «prín-cipes modernos»).

Más directamente conectados con lodicho parecen los temas de la estruc-tura y funciones del Estado, pues esaquí donde Marx va a dirigir sus dar-dos más acerados contra las implica-ciones del pensamiento de Hegel;

pero precisamente con ello se deja delado una parte importante de lo ex-presado por éste: la sociedad se com-pone de varios sistemas interactuan-tes y conflictivos, conflictividad de laque nace el sistema de los sistemas,la síntesis de los órdenes inferiores,el sistema político (es decir, el Es-tado); ¿y por qué es el Estado la ma-yor de «las abstracciones concretas»,el «círculo de los círculos»?; puesporque puede (y debe) poner en cues-tión todos los sistemas que le estánorgánicamente supeditados, de los queemana y a los que protege y engloba,mediante el hecho social que afecta ala propia existencia de todos ellos, laguerra. (Cfr. la reciente obra deH. Lefebvre, De L'Etat. 2. Théoriemarxiste de l'Etat de Hegel a Mao.)Mas sin acudir a tan definitivo mo-mento, en general el Estado se man-tiene gracias a la conjunción del sabery el poder, el primero resultante de laformación de la «clase universal»( = élite política), la cual se proyectasobre las restantes clases (la «produc-tiva» y la intermedia o «pensante»)actuando en nombre de ellas y des-pués de haber absorbido a los mejoresespécimenes de la segunda, quedandoasí compuesta por la «inteligenciacultivada y la conciencia jurídica de lamasa del pueblo».

Tal es la concepción que sirve eneste caso de cobertura a las más con-cretas referencias que hay en la obraacerca de la estructura y funcionesestatales, terreno en el que son acer-tadamente contrastadas las opinionesde Marx y Hegel. Por ello sólo dosobservaciones: 1) en cuanto Hegelconsidera que la burocracia viene aexpresar el universalismo latente enla sociedad civil y, sin embargo, sos-tiene la necesidad de que al mismotiempo sea controlada por aquélla, ¿no

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implica el que sea desde un punto devista exterior, el de otros Estados-naciones, como haya que apreciar la«identidad» completa entre ambostérminos; y, por el contrario, sea enel plano interior donde se da el re-conocimiento de Hegel a posibles con-flictos, cuya solución reside en la do-minación del Estado sobre la sociedadcivil, dada la prioridad de la existen-cia de la nación en cuanto tal, y 2) dela contundente crítica hecha por Marxal Estado concebido como un ente convisión, voluntad y, sobre todo, praxisuniversalistas, ¿no sería acaso másatractivo e innovador el entresacar laslíneas de ruptura interna, los puntosde debilidad que persisten en la mis-ma, más que el exponer acumulativa-mente la totalidad de tales afirmacio-nes críticas?; por poner algunos ejem-plos: ¿es que no existe tal vez unapequeña contradicción al mantener aun tiempo el que el Estado es, «pornaturaleza», en una sociedad dividi-da en clases, un instrumento al servi-cio de los intereses de la clase domi-nante, y el que la burocracia poseeintereses específicos (y de ahí los jui-cios negativos: las relaciones entre susmiembros son conflictivas, el uso delos medios públicos para sus propiosfines, etc.); pero, entonces, ¿cuálesson estos fines?, ¿solamente el de lapropia permanencia? Por otro lado, elfuncionamiento de las burocracias sedescribe como tendente a dar en elcaos, al predominar una separaciónantifuncional de cuerpos profesionalesque se constituyen en castas y mani-festándose en la incompetencia gene-ralizada; ¿cómo puede todo ello serconciliado con la realización de ta-reas tan importantes y exigentes co-mo las que se supone lleva a cabo unEstado en manos de una clase social

(mantener la disciplina laboral, favo-recer la concentración de capital, etc.)?

En resumen, parece que en unasocasiones se invoca el parasitismo delEstado y en otras su papel de agenteactivo diferenciado en la respectivaformación social. Esta situación, másque ambigua (al menos para las pre-tensiones de la concepción marxiana),¿de dónde procede, de qué lugar dela concepción estratégica de su pen-samiento?, pues si se argumenta queexiste una analogía entre las relacio-nes de explotación capital-trabajo ylas de Estado-sociedad civil, es decir,que el Estado «se produce y reprodu-ce» a causa de su simbiosis perma-nente con la sociedad civil (y todaotra visión implicaría «fetichismo deEstado»), ello supone que la crítica ne-gativa que se hace al Estado se en-cuentra sustentada en el paso subsi-guiente a una sociedad sin clases, des:

tino final del modo de producción ca-pitalista; o, en otras palabras, seríaconveniente el intentar explicar porqué hay un lugar teórico en Marx enel que el Estado desaparece y qué ca-mino es el que recorre para llegar aese final.

Pues probablemente nos encontra-mos con algún tipo de «esencialidad»:al hacer depender el análisis del Es-tado del sistema (dinámico) de las re-laciones entre las clases se está con-cluyendo implícitamente que regíme-nes políticos diversos por su estruc-tura, su funcionamiento y sus valorespertenecen a un mismo tipo o parti-cipan de una misma sustancia que loshace pasar a ser regímenes que sóloformalmente se distinguen. Tal es elsentido del «contenido de clase» deun Estado; «contenido» que es defini-do por Marx sólo en lo referente alos medios de producción, pero quemás tarde será ampliado a tipos de

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pensamiento, estilos artísticos, etc.,por poderes políticos ya en ejercicio.Y tal facilidad de uso y abuso, ¿nodependerá, en última instancia, delmediano status de elaboración que tie-ne el concepto de clases en tal teo-ría? Pues, a pesar de su riqueza y plu-ralidad (las tres que recoge el autor:en El 18 Brumario, El Capital y El

Manifiesto), todas ofrecen un denomi-nador común, un dualismo interpreta-do finalistamente que secundariamen-te será completado con otros aspectos,culturales y políticos, según las cir-cunstancias y los objetivos políticospropios.

Luis ARRILLAGA ALDAMA

Les marxistes et la question nationale

G. HAUPT, M. LOWY, C. W E I L L

(París, Ed. Masperó, 1974)

Es difícil, al comentar este libro,adoptar un enfoque adecuado y cohe-rente en un escrito de estas caracte-rísticas. Su propia estructuración pre-senta indudables dificultades, que hande ser evitadas para no caer en unmétodo de exposición que se pierdaen polémicas marginales y en disqui-siciones abstractas. He aquí el plan-teamiento material de la obra: al prin-cipio hay un interesante escrito deG. Haupt titulado «Les marxistes facea la question nationale: l'histoire duprobléme» (pp. 10-61), y al final otrode M. Lowy que trata sobre «Leprobléme de lihistoire: remarques dela théorie et méthode» (pp. 370-391).El cuerpo del libro lo constituye unanutrida antología de textos que reco-gen las aportaciones de los teóricosmarxistas que se han ocupado de estetema: Marx, Engels, Kautsky, Luxem-burg, Renner, Bauer, Pannekoek,Strasser, Stalin, Lenin y Connolly.Esta parte ha corrido a cargo deC. Weill.

Como se ve, la edición representa

una significativa aportación al estudiode la configuración de la teoría mar-xista sobre la cuestión nacional en-tre 1848-1914. Esta estructuración tie-ne indudables ventajas, por cuanto su-pone un esfuerzo por recopilar la his-toria del problema y por enmarcar elproblema de la historia en las coorde-nadas espacio-temporales que explicanla evolución teórico-práctica de losmarxistas en este terreno.

Dada la complejidad y la amplitudde la obra, se plantea un dilema: paraabordar este análisis, ¿se ha de partirde las aportaciones de los diferentesautores o de los interrogantes plantea-dos al marxismo? La respuesta es cla-ra si se tienen en cuenta estos tresaspectos:

1. No hay una teoría marxista so-bre la cuestión nacional, definida entérminos abstractos y universales.

2. Las tomas de posición progresi-vas de los marxistas han estado moti-vadas por problemas concretos (el im-perio austro-húngaro, la situación ir-landesa...), ante los cuales los autores

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daban respuestas coyunturales en con-sonancia con las necesidades específi-cas de la política internacional de lospartidos obreros.

3. Las divergencias y las polémi-cas entre posturas distintas son lasque han hecho avanzar la teoría eneste imbrincado campo de la cuestiónnacional.

Es decir, lo interesante es combinarlos dos enfoques en un mismo hilodiscursivo, dadas las características es-pecíficas del enfoque marxista.

En el fondo, el problema que sedebate a lo largo de todo el libro esel intento de poner en relación la na-ción y la clase social, toda vez que elmarxismo se basa en los ya clásicosy consabidos enunciados del Manifies-to Comunista «la lucha de clases esel motor de la historia» y «los obre-ros no tienen patria. No se les puedeprivar de lo que no tienen». Esto es,se trata de analizar la cuestión nacio-nal a partir de los presupuestos de losintereses de clase, para ver cómo la na-ción se puede convertir en un instru-mento favorable a la hegemonía delmovimiento obrero.

Las respuestas a este planteamientohan sido varias, contradictorias y dis-pares. Marx y Engels plantean lacuestión, pero no la resuelven. Kaut-sky y Luxemburg están enfrentadosante el dilema de cómo abordar elproblema y cómo dar respuesta a losinterrogantes suscitados al movimien-to obrero por el Imperio austro-hún-garo y la relación entre Polonia y laRusia zarista. Renner y Bauer «despo-litizan» el problema, dándole un enfo-que culturalista. Pannekoek y Stras-ser niegan la importancia de la na-ción en función del internacionalismoproletario. Lenin defiende el «derechoa la autodeterminación de los pue-blos», en unos momentos en los que

se prevé la necesidad de dar una sa-lida progresista a los movimientosnacionales, encorsetados en los estre-chos márgenes de los Estados centra-listas. Stalin cosifica el concepto denación y complejiza innecesariamentesu definición. Connolly intenta com-paginar en un mismo discurso el so-cialismo y el nacionalismo.

Pero ¿a qué se debe tanta dispari-dad y tanta diversidad de posturas?¿Cuáles han sido las dificultades quehan influido decisivamente en la con-figuración marxista de la cuestión na-cional?

Los orígenes del pensamiento mar-xista sobre la cuestión nacional, comoen muchos otros campos, está enMarx y Engels. Tanto Haupt comoLowy señalan que aquellos autorestuvieron una preocupación permanen-te sobre este tema, pero que lo abor-daron desde una perspectiva coyuntu-ral. Es, por ello, que desde un princi-pio la cuestión nacional no tuvo unestatuto teórico, sino pragmático.

Este enfoque, sin embargo, se ba-saba en la convicción de que la naciónera una categoría histórica, transitoriay perecedera. Ahora bien, como seña-la Lowy, tras esta toma de posturahay una posición econornicista, ya que«creían que las diferencias nacionaleseran reductibles a heterogeneidades enel proceso de producción» (p. 371).Esto es así porque «Marx y Engels ha-cen entrar sistemáticamente el proble-ma nacional en la evolución social ge-neral», ya que «el marco del progresosocial es para él la gran unidad eco-nómica» l. Siendo la nación una cons-trucción de la burguesía, correspondeal proletariado asumir su superación.De esta forma, Marx adopta una pos-

1 H. CARRERE D'ENCAUSSE, Comunismoy nacionalismo (Barcelona, CuadernosAnagrama, 1977), pág. 11.

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tura más internacionalista que cosmo-polita» 2. Esta definición básica se sus-tenta en la creencia de que las nacio-nes más avanzadas (Inglaterra, Fran-cia, Alemania) son las que marcan lapauta en el desarrollo de los otros pue-blos. De ahí la distinción engelsianade naciones históricas y naciones sinhistoria de clara inspiración hegeliana,centrada en la viabilidad de la forma-ción del Estado. Es por esto por loque M. Rodinson afirma que «Marxconstruyó una teoría del Estado, nouna teoría de la nación» 3. Sin dudaalguna, ésta fue la razón por la que«Marx y Engels preconizaban unida-des políticas a gran escala, inclusomultinacionales, pues sólo ellas podíanofrecer un marco adecuado para unaproducción capitalista industrial efec-tiva y así generar un proletariado conconciencia de clase. Los pueblos pe-queños y subdesarrollados eran unabarrera al progreso económico» 4.

Con este telón de fondo, deben aña-dirse aspectos de índole teórico, al es-tar escasamente elaborado un esquemametodológico y conceptual apropiadopara aprehender las diversas manifes-taciones del nacionalismo. Este es unobstáculo que se superpone a la am-bigüedad que se observa en los fun-dadores. Términos como Estado, na-ción, pueblo, nacionalidad tienen unsignificado casi empírico, lo que haceque «el concepto de cuestión nacional,tal como se incrusta en el vocabulariodel movimiento obrero, recibió un sen-tido restrictivo: se aplica al enredo delos Estados multinacionales, rindecuentas de sus componentes específi-

2 M. RODINSON, Sobre la cuestión na-cional (Barcelona, Cuadernos Anagra-ma, 1975), pág. 10.

3 M. RODINSON, op. cit., pág. 10.4 A. D. SMITH, Las teorías del nacio-

nalismo (Barcelona, Ed. Península, col.Homo Sociologicus, 1976), pág. 116.

eos que los diferencian, englobandosin separarlos el problema de la libe-ración de las naciones dominadas y lasolución de la cuestión espinosa de lasminorías nacionales» (p. 24). Del mis-mo modo, «los conceptos incompletos,paradójicos, empíricos revelados por elvocabulario de los marxistas traducenla dificultad de aprehender el fenó-meno de manera analítica al igual quela elección de categorías es ante todola consecuencia de una visión históricay de un paisaje mental» (p. 24).

Sin duda, influyó también la nece-sidad de tipificar la naturaleza de clasede cada movimiento nacional y la con-veniencia de ser apoyado por la claseobrera, lo que conlleva una reflexiónespecífica sobre cada una de sus ma-nifestaciones históricas en unas condi-ciones dadas. En este sentido, es re-veladora la distinta postura adoptadaante las reivindicaciones nacionales deIrlanda frente a Inglaterra, de Poloniafrente a la Rusia zarista y del Impe-rio otomano frente a Turquía. Cadauna de estas situaciones marcan defi-niciones distintas en función de los in-terlocutores que intervienen y de losintereses que entran en juego.

En definitiva, corjjo se observa a lolargo de la exposición de los diferen-tes autores, los paradigmas básicos alos que se enfrentaban los pensadoresmarxistas consistían en poner en rela-ción el nacionalismo y el internaciona-lismo; la clase social, el Estado y lanación; el socialismo y la cultura. To-dos ellos de indudable importancia,pero ante los cuales se dieron respues-tas distintas ante situaciones distintas.El resultado fue la progresiva madura-ción de las aportaciones que, aunqueno eran incompatibles, sí que eran di-vergentes.

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Observaciones finales

No cabe duda que este libro de laeditorial Masperó sirve para centrarmuchos de los temas que, hoy comoayer, están planteados, pero no re-sueltos, en lo que concierne a la cues-tión nacional desde una óptica marxis-ta. En el texto se expresan la diver-sidad de posturas que, en el períodoanalizado, jugaron un papel destacadoy tuvieron una influencia decisiva enel movimiento marxista.

De todas formas, pueden detectarsealgunas ausencias, como la de no in-troducir a Trotsky en la antología,mientras se inserta a Connolly, sin queLowy y Haupt pongan un especial in-terés en su comentario. Por otra par-te, queda muy diluida la aportación deStalin y, como critica P. Vilar5, nose introduce su artículo de 1904 sobre«¿Cómo entiende la socialdemocraciala cuestión nacional?».

Por otra parte, parece claro que lacuestión nacional no puede ser abor-dada en términos de generalidad, sinoque debe adoptarse una óptica concre-ta y específica. De lo contrario, comoseñala Lowy, la mor ale de Vhistoireenseña que la problemática nacionalpuede convertirse^en un arma de do-ble filo, pues «M. Lyndon Johnson,

presidente de los EUA, proclamabasolemnemente en 1966: 'Nosotrosluchamos por el principio de la auto-determinación, para que el pueblo deVietnam del Sur pueda ser capaz deescoger su propio destino.' Nosotrosvemos, pues, cómo la política de lasgrandes potencias hacia las pequeñasnaciones ha cambiado desde el si-glo xix» (p. 391).

Como punto final, se puede decirque uno de los mayores aciertos deeste libro consiste en recoger los tex-tos básicos y de resituarlos histórica-mente mediante los comentarios deHaupt y Lowy. Sólo el destino o laconveniencia han querido que las ver-siones hechas de esta obra en nuestropaís tengan una manifestación frag-mentaria 6, con lo que se despoja allibro de uno de sus más inteligentese interesantes logros perseguidos porlos autores. Sería deseable que se rea-lizara una versión completa de la obra,con la intención de facilitar a los lec-tores un fiel reflejo de los que se pre-tende exponer en el libro.

FRANCISCO HERNÁNDEZ

s P. VILAR, "Sobre los fundamentos delas estructuras nacionales", en Autono-mías: un siglo de lucha (Historia 16, Ex-tra V, abril 1978), págs. 14 y 16.

6 Una versión muy similar, que sólorecoge textos antológicos de autores, esEl marxismo y la cuestión nacional(Barcelona, Ed. Avance, 1976). TambiénG. HAUPT y M. LOWY, Els marxistes i laquestió nacional (Barcelona, Ed. la Ma-grana, 1978), que sólo recoge los comen-tarios del principio y del final de laversión francesa.

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JEAN REMY, LILIANE VOYÉ, EMILE SERVÁIS

Produire ou reproduire? Une sociologie de la vie quotidienne (Tome I)

(Bruxelles, Editions Vie Ouvriére, 1978, 383 p.)

Muy de cuando en cuando la apari-ción de un libro de sociología —y má-xime tratándose de una obra de teoríasociológica— renueva en el lector sus,por la fuerza de la costumbre, debili-tadas esperanzas. Las más de las ve-ces, en efecto, los trabajos de teoríasociológica no son sino una de estasdos cosas: o bien mero ensayismo, me-jor o peor camuflado merced al soco-rrido recurso a la esoteria del lenguajeutilizado, o bien mera reelaboraciónde la teoría de los grandes clásicos(asombra comprobar la vacuna capaci-dad de los sociólogos de comportarnosen este sentido como auténticos ru-miantes). El libro de Remy, Voyé yServáis no es, sin embargo, ningunade las dos cosas. Y no lo es, entreotras razones, porque la obra es el fru-to de un paciente trabajo de años, rea-lizado en equipo, con una tenacidady una perseverancia poco habituales.Hablo en este caso por experiencia:bastantes de los capítulos del libroconstituían, hace diez o doce años, elnúcleo de los cursos de sociología ru-ral y urbana y sociología de la religiónque Remy impartía en la Universidadde Lovaina, y a los que yo asistíaentonces. Convertido luego en ayudan-te de Remy, y en benjamín compañerode trabajo de los coautores del libro,los seminarios, las discusiones, los pro-yectos de investigación, de tesis y detesinas giraban en torno a los mismostemas que hoy forman el esqueleto de

la obra. Todo un modelo de lo quedebiera ser (y entre nosotros no es)la tarea de investigación universitaria.Para cuantos a lo largo de estos añoshan estudiado con Remy, Voyé y Ser-vais (y bien numerosos han sido entreellos los españoles) ha de resultar apa-sionante reencontrar al cabo del tiem-po el mismo discurso, pero reelabo-rado, afinado, como pasado por untamiz tupido y una criba sumamenterigurosa. Para todos los demás, la obrase les revelará como un producto aca-bado, maduro, depurado.

La tesis central de los autores partede la afirmación según la cual los he-chos y los gestos de la vida cotidianano revisten el carácter anodino queuna «sociología espontánea» tenderíaa atribuirles, sino que intervienen tan-to en el proceso de reproducción deun determinado tipo de sociedad comoen el proceso de producción de unasociedad distinta. De ahí el título dela obra, en la medida en que estoshechos y gestos, fundamentalmenteambiguos, son a la vez factores de es-tabilización y de transformación. In-terdependencia y contradicción son lascaracterísticas esenciales de toda diná-mica (personal, social y cultural) conlo cual la lectura que hacen los auto-res es eminentemente dialéctica, a lapar que se niega toda interpretaciónmecanicista. Al análisis de los movi-mientos sociales situados dentro deuna perspectiva histórica y examina-

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dos en las sucesivas etapas de su des-arrollo le sigue un intento de aplica-ción de esta problemática al contextoactual, caracterizado, según los auto-res, por la tensión identidad/crisis deidentidad y por la multiplicación delas identidades mediante el auge de unsistema de solidaridades parciales enuna sociedad culturalmente pluralis-ta. Los conflictos de poder inherentesa la distribución social de la legitimi-dad de los distintos campos de acti-vidad (político, económico, científico,escolar, religioso, literario) conducen aotorgar en el análisis un lugar primor-dial a la noción de transacción social,a la luz de la cual será reexaminada,en la cuarta y última parte del libro,la teoría de las clases sociales. Con ellose cierra el primer volumen de estaobra, subtitulado precisamente «Con-flictos y transacción social», y se anun-cia el segundo (cuya aparición se prevépara 1979), centrado en torno a lacuestión del contenido mismo de losmodelos culturales.

La influencia de los grandes clásicoseuropeos de la teoría sociológica sehace patente en la obra, pese a queno abunden las referencias explícitas aellos. Remy, Voyé y Serváis declaransituarse, en cambio, en la encrucijadade tres autores contemporáneos: Pe-ter Berger, Alain Touraine y PierreBourdieu. Con Berger coinciden bási-camente en su perspectiva genética yen su forma de establecer la vincu-lación entre persona y cultura; diver-gen de él, por el contrario, en lamayor atención que ellos prestan a lanoción de estructura social y al pro-blema del poder y las desigualdadessociales. Frente a Touraine, su posi-ción es prácticamente la inversa: con-cordancia en lo que respecta a supreocupación por la dialéctica entredominación social y orientación cultu-

ral, y discrepancia ante su escaso inte-rés por la secuencia genética. Elloconduce a nuestros autores a sentirsemás próximos de Bourdieu en su vo-luntad de integración de ambas ins-tancias, para separarse de él por suexcesiva insistencia en los fenómenosde reproducción, en detrimento de unaperspectiva que tome más en conside-ración una transformación global de lasociedad.

Remy sabe de sobra que la línearecta es la distancia más corta entredos puntos. Lo que sucede es que nole gustan las líneas rectas ni las dis-tancias cortas. En su itinerario intelec-tual es de aquellos viajeros que prefie-ren los pequeños desvíos y los altosfrecuentes. No nos lleva a lo largo desu obra por la vía rápida de la auto-pista, sino que prefiere dar rodeos porpequeñas carreteras comarcales. Ellono significa que no haya en Produireou reproduire? un esquema claro y ri-guroso; significa simplemente que, unavez decidida la meta y fijado el rum-bo, el dis-cursus alterna constantemen-te con el ex-cursus: la obra está salpi-cada de ejemplos, y a medida que dis-curre se nos van proponiendo sugeren-tes ex-cursiones por los campos de lamedicina, la educación, los medios decomunicación, la sociología urbana y,principalmente, de la sociología de lareligión, terreno en el que tanto Remycomo sus colaboradores destacan entrelos mejores especialistas. Teniendo encuenta esto, hubiera sido de gran uti-lidad, no para la lectura del libro, perosí para su manejo como obra de con-sulta, la inclusión de un índice analí-tico; es un defecto que muy bien pu-diera subsanarse introduciéndolo alfinal del segundo volumen, y en el queasimismo merecería la pena incurriren una deseable traducción de la obraen nuestro país. Con ello ganaría pro-

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bablemente en accesibilidad para elestudioso y el estudiante, a la vezque conservaría, para quien la lee decorrido, todo lo que de por sí tienede rico y sugestivo. Produire ou re-produire? es como aquellas novelaspolicíacas (si Remy, Voyé y Serváisme permiten la comparación) en lasque la intriga no se monta sobre el«suspense» del desenlace, sino queéste se produce en el primer capítulo,mientras que el resto de la obra es

un lento perfilar y recrearse en los ca-racteres de los personajes. Es decir,como un Simenon; Simenon y Remytienen objetivamente, por lo demás,algo muy importante en común: la ciu-dad de Lieja. Y, a fin de cuentas,acaso no fuera descabellado definir aRemy, por temperamento y por estilo,como un Maigret de la sociología...

JUAN ESTRUCH

MAURICE-PIERRE ROY

Les régimes politiques du tiers monde

(París, 1977. Librairie Genérale de Droit et Jurisprudence. 615 p.)

El subdesarrollo constituye una lí-nea que separa a la humanidad en dos.Por una parte, una treintena de nacio-nes desarrolladas —21 países capita-listas y ocho socialistas—; de otra, elresto de las naciones del mundo, de-pendientes y subordinadas a las ten-siones internacionales del área desarro-llada. Pese a que este fenómeno noes reciente, la conciencia del subdes-arrollo sí se manifiesta muy próximaa nuestros días. Sólo al final de la Se-gunda Guerra Mundial, y mediante laconjunción de tres factores, se llega atomar conciencia exacta de este fenó-meno. Los tres factores aludidos pue-den sintetizarse, de acuerdo con elautor, en: la generalización del recha-zo de la dependencia colonial, la cer-tidumbre del retraso y de la inferiori-dad económica y la confrontación conlos profundos cambios que afectan atoda la sociedad internacional.

Roy divide en dos las escuelas quehan producido diferentes formas de

pensamiento y que conducen a inte-ligencias contradictorias de la esenciadel fenómeno:

— Por una parte, aquellos queasimilan el subdesarrollo a una situa-ción de retraso o de no compromisocon el desarrollo. Al decir de Kunz-nets, se define como «el retraso dela actividad económica comparada conla de los países que poseen superio-ridad económica en la misma época».Aquí, el subdesarrollo se interpretacomo una etapa de un proceso de des-arrollo común a todas las economías.Se trata de un estancamiento momen-táneo que, en uno u otro momento,puede ser superado por la simple es-pera; sin otras complicaciones, los paí-ses del tercer mundo saldrán un díade la zona de pobreza.

— Por otra parte, se rechaza estaargumentación por mecanicista y fútil.Para los mantenedores del segundogrupo, las tesis antes aludidas dejanescapar lo que es esencial al fenóme-

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no, centrándose en el estudio de lasmanifestaciones aparentes. Lo que esesencial es —según éstos— atender ala idea de que el subdesarrollo es unproducto del desarrollo que ciertospaíses más dinámicos imponen al dic-tar sus normas al resto del mundo. Elsubdesarrollo, como producto de talproceso, viene determinado por las es-peciales circunstancias que rodearon larevolución industrial. Como señala elautor, siguiendo a P. Bairoch, «la re-volución industrial no sólo es la basedel desarrollo de los gigantes, sinotambién el factor de depauperizacióndel tercer mundo». Otros, comoO. Sunkel, mantienen que el subdes-arrollo no es un momento ni una eta-pa en la evolución de una sociedadaislada, sino que, por el contrario,forma parte del proceso histórico glo-bal del desarrollo capitalista.

El autor, sin comprometerse direc-tamente con ninguna escuela, adviertede la parcialidad que existe en talesargumentaciones, por cuanto que sóloinciden en los fenómenos de desarro-llo económico y, centrados en aclararlas relaciones de producción que lasáreas subdesarrolladas mantienen, tan-to en cada uno de los países que lascomponen como entre ellas y entre elárea y los países desarrollados, olvidanfactores estructurales de gran impor-tancia y verdaderamente significativosque pueden esclarecer mejor el proble-ma. Se hace referencia aquí a las di-versas estructuras políticas que se ge-neran en las zonas subdesarrolladas,así como los diferentes grados en queesta situación afecta a diversos países.Consiguientemente, como dice Roy,sea cual fuere la terminología emplea-da, la noción «tercer mundo» incluyeuna gran diversidad de países y de si-tuaciones. Y esta diversidad es pro-porcionalmente mayor a la que existe

entre los países desarrollados de lassociedades industriales.

El autor manifiesta cómo a travésde esta diversidad se encuentran rápi-damente los factores de unidad —o,mejor, de convergencia— que son tí-picos del área, ya que todas estas na-ciones, incluso si están situadas en di-ferentes estadios de evolución, debenenfrentar problemas políticos, econó-micos y sociales similares. Por ello,de acuerdo con Roy, los cambios enel sistema del poder, primer paso paratender hacia soluciones plausibles desolventar este problema global, supo-ne la solución, que no tiene por quéser necesariamente simultánea, de tresproblemas principales:

— Ampliación de la participaciónpopular en la vida política nacional,en el proceso de la toma de decisio-nes. Es decir, la politización de la po-blación. En efecto, el desarrollo sóloes posible si se apoya en una voluntadpopular creadora, unido a una con-ciencia clara de los cambios y de losesfuerzos que se imponen al país.

— Construcción de una nación in-tegrada, sustituyendo el conglomera-do de individuos divididos en castas,clanes, tribus, comunidades religiosasy lingüísticas.

— Edificación de un Estado mo-derno capaz efectivamente de promo-ver la evolución de la sociedad en lavía de un desarrollo nacional.

Incluso los economistas, sin distin-ción de escuelas, son unánimes en afir-mar que la función del Estado es esen-cial en materia de desarrollo; segúnestos especialistas, la edificación de unaparato de estado consistente es con-dición primaria del desarrollo porcuanto que éste, al decir de Kuznets,es el agente principal que realiza lascondiciones del crecimiento. Siguiendoesta línea, el autor piensa interesante

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el dedicarse a verificar la existenciade un tal Estado ya que, su ausencia,su debilidad o su delicuescencia arries-gan reducir a la nada los esfuerzos ylos proyectos de desarrollo nacionalmejor elaborados. Según esto, en tan-to que la organización estatal de unpaís se muestre deficiente, poco sepuede esperar de su aparato econó-mico. Este desarrollo teórico puede ca-lificarse de idealista por cuanto queconvierte el proceso de construccióndel Estado —que fue largamente ma-durado en los países industriales— enuna mutación radical para los paísessubdesarrollados.

Conviene recordar aquí los caracte-res más relevantes que definen la rea-lización del Estado en los países des-arrollados:

— La institucionalización del po-der se realizó mediante un largo pro-ceso histórico —a menudo durantesiglos— complicado y conflictivo.

— La modernización política cami-na a la par y a menudo precede aldesarrollo económico. Está compro-bado que la expansión regular delconstitucionalismo fue prácticamenteparalela al desarrollo de la industria-lización.

— Las sociedades occidentales en-gendraron al Estado llevadas por lanecesidad interna de asegurar la per-petuación de su poder nacional y he-gemonía externa. De este proceso elmundo exterior, aún lejano, pudieraafectar profundamente a esta trans-formación.

Por el contrario, el Estado típicode los países de las áreas tercermun-distas no se constituye como resulta-do espontáneo de la historia y del me-dio sociopolítico donde se insertanestas naciones. La independencia delas colonias significó la toma del po-der por parte de unas élites locales,

urbanas y abiertas a los modelos po-líticos y culturales europeos y norte-americanos. Por esto, los dirigentes delos países subdesarrollados —libera-dos de la dominación colonial— pen-saron poder utilizar la institución es-tatal moderna imponiéndola a una rea-lidad que no era la europea.

Así, pues, en los años siguientes a1945, los nuevos estados que se in-sertan en el tercer mundo toman lafigura de los estados de corte europeo,intentando inducir un desarrollo ace-lerado a las viejas estructuras nacio-nales y sustituyendo mecánicamenteél sistema de instituciones políticas.Las bases de los futuros estados seimportan del exterior, no son produc-to de la dinámica misma del sistema,sino antes híbridos, adaptados a todaprisa a un entorno y a una base hu-mana que no les corresponde.

Roy se propone, sin ocultar quecualquier intento de sistematizaciónresulta muy difícil cuando se analizaeste área, dar una información generalde los regímenes políticos del tercermundo enfocándolos desde tres puntosde análisis: los regímenes constitucio-nales democráticos; las fuerzas contra-dictorias del desarrollo y las dictadu-ras desarrolladas.

En la primera parte de la obra, de-dicada al primer punto aludido antes,se analiza, tras haber dibujado los pro-blemas generales del desarrollo delconstitucionalismo, el desarrollo deuna sociedad nacional y democrática yse estudian los problemas generalescreados por el creciente influjo del eje-cutivo.

La segunda parte se centra en el es-tudio de la dinámica política —dondeaparecen las fuerzas contradictorias deldesarrollo —método, al decir de Roy,idóneo para comprender las vicisitu-des de los regímenes constitucionales

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democráticos en el tercer mundo. Notrata de emprender un estudio exhaus-tivo de fuerzas tan diversas, sino deintentar comprender su situación deconjunto, el juego de su acción y desus interferencias con el proceso dedesarrollo.

La tercera y última parte, que seorienta hacia el tercer punto aludido,las dictaduras desarrolladas, enfocaésta, por su frecuencia y duración, co-mo una forma normal de gobierno enlos países del área. Roy distingue, se-gún que las dictaduras se presenten

por sus instauradores como una nece-sidad permanente o transitoria, entrereaccionarias o conservadoras y refor-mistas o revolucionarias. Así, dadoque los países subdesarrollados hanconocido a partir de 1945 práctica-mente todos los tipos de dictadura dedesarrollo, esta parte final del libroanaliza los tres tipos que, según elautor, resultan más significativas: ladictadura partidista, la militar y ladictadura del jefe.

JUAN CARLOS GONZÁLEZ HERNÁNDEZ

Las bases sociales del consumo y del ahorro en España

FRANCISCO ANDRÉS ORIZO

(Publicaciones para la Investigación Económica y Social. ConfederaciónEspañola de las Cajas de Ahorros. Madrid, 1977)

El autor trata en este libro de haceruna Sociología del comportamientoeconómico de los españoles, enfocadahacia el área del consumo-ahorro. Ad-vierte que en ningún caso es una in-vestigación de teoría económica. Esun trabajo de investigación empírica,de análisis de encuestas, que aporta lanovedad de moverse en un plano in-terdisciplinario, ya que entiende quesi alguna conclusión se ha hecho evi-dente a lo largo de todo el estudio esprecisamente el carácter plural del fe-nómeno, difícilmente aprehensible sise le enfoca como autónomo y acaba-do en sí mismo.

Parte de la base de que el rol delconsumidor-ahorrador se inserta en va-rios subsistemas de la sociedad y quepara estudiarlo es necesario introducir

en el análisis elementos procedentesde la Psicología y de la Sociología.Se identifica así con la línea iniciadapor Katona en la búsqueda de un mar-co común interdisciplinario, aunque sudiferencia con él estriba en que ésteasigna siempre un papel central a losingresos como determinantes de laconducta económica, mientras queFrancisco Andrés Orizo, aun tomandola variable renta como «condición po-sibilitadora», la sitúa dentro de unadeterminada estructura social y deuna cultura.

La metodología utilizada es eminen-temente empírica y se beneficia tantode las técnicas psicológicas como delas de encuesta; recoge las motivacio-nes individuales, analiza cómo soncompartidas por las masas, afectando

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a las normas y pautas de comporta-miento de la sociedad.

La teoría económica tradicional pre-supone al consumidor como un sujetoracional de compra, pero FranciscoAndrés Orizo afirma que la conductadel consumidor está lejos de ajustarsea esos esquemas racionales y que esemodelo es más bien un modelo ideal.A estos esquemas de racionalidad, quepueden servir como hipótesis de baseútiles, hay que añadir el modelo psico-sociológico en que se señala la in-fluencia en el comportamiento econó-mico de los distintos niveles de la so-ciedad: el cultural, el de clase, el delos grupos de referencia, la familia,etcétera...

Este es precisamente el marco teó-rico que ha estado en la base de losplanteamientos de esta investigación,junto con una filosofía existencial delhombre, que se va realizando en lamedida en que va ejerciendo su liber-tad de elegir, no quiere ser un sujetopasivo, es un sujeto activo que tratade decidir de acuerdo con la imagenque se ha formado de sí mismo y quese expresa a través de un determinadoestilo de vida.

En cuanto consumidor-ahorrador,su comportamiento se halla dirigido asolucionar problemas.

El presente modelo se ofrece, portanto, como un modelo ausente de de-terminismos, que pide libertad, querepugna la manipulación del esquemaestímulo-respuesta y que se adecúa pieñámente a los niveles de desarrollo, desensibilidad de las poblaciones en lasactuales sociedades occidentales.

En el campo de la aplicación prác-tica, en el marketing de los producto-res, esta filosofía se está traduciendoen un cambio de estrategias: de lasorientadas a un consumo de masas se

está pasando a las dirigidas a segmen-tos y grupos particularizados.

El autor, partiendo de estas bases,pasa revista a una serie de elementosy factores psicológicos y sociológicosque influyen en los comportamientoseconómicos y que configuran un mo-delo diferente de consumidor-ahorra-dor. Entre estos factores destacan:

a) La autoimagen como determinan-te psicológico de la conducta eco-nómica.

Extrae el concepto de autoimagende la estructura de la personalidad delindividuo; se ve a sí mismo en rela-ción con su entorno. Un análisis esta-dístico factorial posterior (en la en-cuesta según la población de profesio-nales) hace que los divida en tres gran-des grupos con una serie de factoresdeterminantes:

1. El que implica el control de símismo, mentalidad afectiva y racio-nalidad; con él se sienten identifica-dos el 80 por 100 de los casos (ra-cional, equilibrado, previsor, e t c . ) .

2. El que implica orientación ha-cia los demás. Agrupa a un 60 por 100de los casos (progresistas, emotivos,idealistas).

3. El factor que significa confian-za en sí mismo, orientación al poder.Agrupa al 50 por 100 de los casos(dominante, agresivo, dogmático).

Analizando estos atributos se iden-tifican claramente dos tipos: los «acu-muladores», ahorradores clásicos, sonlos que valoran las reservas en Bancoso Cajas, o en bienes físicos tangibles.Se caracterizan por la posesión de vi-vienda principal. El otro tipo son los«disfrutadores», orientados al gasto,prefieren las acciones y se caracterizanpor la posesión de vivienda secun-daria.

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Los factores psicológicos que llevanal éxito económico individual se en-cuentran indudablemente conexiona-dos con los que colectivamente llevanal éxito económico de una sociedad.Pero es indudable que a medida queesos valores vayan perdiendo vigencia,se relajarán los motores psicológicosde nuestra sociedad.

b) La influencia familiar.

Las decisiones de consumo y aho-rro son tomadas dentro de la familia.

En esa investigación se ha obser-vado que el «status social» y la edadinfluyen en los roles que asumen. Hayuna tendencia «igualitaria» en el sen-tido de una participación de los doscónyuges en la toma de decisiones,pero esto se ve muy modificado por elstatus. La ideología y valores de lasclases medias y altas son más igualita-rios que los de las clases bajas, peroejercen una mayor autoridad de hecho,dada la complejidad de la decisión atomar por estar el marido más pre-parado.

c) Diferencias determinadas por lacíase social.

La variable que ha mostrado la má-xima capacidad explicativa: cuantomás arriba se autoclasifican sus com-ponentes, más elevados son sus ingre-sos y sus activos monetarios, prescin-diendo en este caso de su ubicaciónocupacional.

Dentro de la carrera hacia el con-sumo (obra inicialmente de los gruposde status superior, aunque se han idoincorporando en proporción crecientelas clases bajas) se mantiene un cier-to orden, roto excepcionalmente porla preferencia que dan las clases ba-

jas a algún bien, como el televisor,considerado incluso como superfluopor parte de las poblaciones educadas.

La clase social, pues, condiciona li-neal y directamente el rol del consu-midor: la correlación encontrada a lolargo de la investigación entre evalua-ciones subjetivas de clase e indicado-res objetivos de nivel de vida y consu-mo, evidencia que para una mayoríade la población, las diferencias de cla-se social y las diferencias de nivel devida y consumo son la misma cosa.

Por otro lado, hay que tener encuenta, dice, no sólo la carrera delconsumo, sino también la carrera delahorro o acumulación patrimonial. Lastasas de ahorro se han ido elevando ala vez que las del consumo, aunquecon mucha mayor desigualdad social.

En su investigación comprueba có-mo las tasas de ahorro se elevan amedida que se elevan los niveles derenta, por encima de las propias ideo-logías y de las percepciones que semantengan sobre el consumismo en lasociedad.

Los profesionales encuestados, porejemplo, ahorran la cuarta parte delo que ingresan; mantienen el estereo-tipo de que ahora la gente ahorra me-nos y gasta más, pero ellos se perci-ben a sí mismos como ahorradores,desviados de la pauta general.

Por otro lado, las expectativas pe-simistas llevan a empleos del dineromás convencionales (inmuebles agra-rios, urbanos, cuentas o depósitos aplazo, etc.). El conflicto surge en lospequeños ahorradores que se habíanlanzado a la colocación de sus activosen valores y que no pueden acceder ainversiones de mayor entidad. De ahíque hoy puede hablarse de un estadode insatisfacción del ahorrador, nosólo del consumidor. Esto lleva a unacreciente conciencia social del consu-

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mo, a la exigencia de unos derechosdel consumidor, a la exigencia de unapublicidad más informativa y menossugestionadora, a la instauración deuna representación de los intereses delos consumidores en las instancias ofi-ciales y en las empresas, etc.

Teniendo en cuenta que los com-portamientos económicos tienen estasindudables bases sociales que el autoranaliza a lo largo de todo el libro, lle-ga a una serie de conclusiones que lellevan a señalar estas tendencias haciael futuro:

1. Una situación de crisis econó-mica.

2. Un cambio lento de valores yde normas socioculturales, que afecta-tará al comportamiento económico desectores importantes de la población.

Francisco Andrés Orizo piensa quelas corrientes socioculturales que Alainde Vulpian identifica y establece parala sociedad francesa, sobre todo en lapoblación joven («cuadros» de 35 a45 años), puede servir también paraidentificar a la sociedad española. Lasque más directamente podrían afec-tar al comportamiento económico sonéstas:

1.a Crecimiento y declive en labúsqueda de «standing».

2.a Expresar su propia personali-dad.

3.a Rechazo de la autoridad.4.a Declive de la motivación de

acumulación.Se valora el presente, el disfrute.

La idea del sacrificio para el futurocada vez es menos compartida.

5.a Hedonismo.Rechazo de la resignación, del sa-

crificio, del deber. Búsqueda del pla-cer por sí mismo.

6.a Reacción contra la manipula-ción.

Contra la publicidad, la promocióny la política. Valoración de los men-sajes informativos que presten un ser-vicio real.

7.a Simplificación de la vida y re-torno a la naturaleza.

El resultado final apunta a un des-arrollo del sentido de responsabilidady autonomía del consumidor, a un con-sumo más libre, menos impuesto, aldesarrollo de una cierta moral de con-sumo.

CRISTINA VILA CARRO

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ENCUESTAS Y SONDEOS DEL C.I.S