Cromomagazine naranja
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CROMOMAGAZINE
de Escuela de Color
julio / 2013
2
C R O M O M A G A Z I N Ede Escuela de Color
# 7 / Naranja
C R O M O M A G A Z I N Ede Escuela de Color
# 7 / Naranja
4
Intro: Mara Lobser
Pilar del Río + José Alberto López
Juan José Iglesias + Stefan Turk
Eduardo Flores + Luciana Crepaldi
Pepe Petenghi + Juan Costus
Rosa Mª Estremera + José Luis López Moral
Rosa de la Corte + Gabriel Kielling
Rosario Pérez Cabaña + Orlando Korzo
Sara Castelar Lorca + Lola Herrero
Pablo Juliá + Kiki
Antonio Martínez Ares + Carmen Romero
Javier Warleta + Víctor Castillo
Eduardo Formanti + Paula Garrido
Carmen Valladolid + Darío Enríquez
Santiago Moreno + Jaime Domínguez
Lucía Benítez Eyzaguirre + Blanca Gortari
José Antonio Villero + Capacero
Daniel López García + María Gómez
Israel Santamaría + Lucía Romero
Toto Cano + Manolo Cáceres
Santiago Pérez + Tim Biskup
Inmaculada Jiménez Gamero + Isabel Fernández
Claudio Celestino + Tony Simón
Miguel Albandoz + Chencho Zocar
ÍNDICE
Intro: Mara Lobser
Pilar del Río + José Alberto López
Juan José Iglesias + Stefan Turk
Eduardo Flores + Luciana Crepaldi
Pepe Petenghi + Juan Costus
Rosa Mª Estremera + José Luis López Moral
Rosa de la Corte + Gabriel Kielling
Rosario Pérez Cabaña + Orlando Korzo
Sara Castelar Lorca + Lola Herrero
Pablo Juliá + Kiki
Antonio Martínez Ares + Carmen Romero
Javier Warleta + Víctor Castillo
Eduardo Formanti + Paula Garrido
Carmen Valladolid + Darío Enríquez
Santiago Moreno + Jaime Domínguez
Lucía Benítez Eyzaguirre + Blanca Gortari
José Antonio Villero + Capacero
Daniel López García + María Gómez
Israel Santamaría + Lucía Romero
Toto Cano + Manolo Cáceres
Santiago Pérez + Tim Biskup
Inmaculada Jiménez Gamero + Isabel Fernández
Claudio Celestino + Tony Simón
Miguel Albandoz + Chencho Zocar
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El naranja es el color de la alimentación y
de la transformación. Es un color cálido
y estimulante. El color de las puestas de sol
en la playa, de las calabazas, las zanahorias,
las naranjas... de los chalecos salvavidas en
el mar, del fuego que se hace de leña, de los
presos en distintas cárceles, del Budismo y el
Dalai Lama. Un color optimista que estimula la
creatividad y anima a la actividad.
Un color no muy utilizado en nuestra cultura
a excepción de la publicidad, que lo utiliza
para persuadirnos de que aquello que nos
venden es garantía de diversión, brillantez,
felicidad, sociabilidad, expansión, juventud,
entretenimiento o comunicación. En altas
dosis puede resultar estridente, por lo cuál se
suele utilizar combinado con colores como el
negro o el blanco que le otorgan fuerza sin
caer en lo chirriante.
En un sentido más energético y fisiológico,
el naranja es el color que se corresponde con
el Segundo Chackra, situado entre el pubis
y el ombligo, encargado de los fluidos y de
la alimentación; si se desequilibra produce
dificultades en los procesos digestivos de
nuestro organismo y también respecto a
la asimilación de las situaciones no muy
agradables de nuestra vida. Es el color de
la transformación, aquella que procesa los
alimentos ingeridos y los transforma en fuente
de energía y alimento para el cuerpo; la misma
que procesa los sucesos que nos ocurren en
la vida y los transforma en experiencias de
aprendizaje y mejora. Un segundo chakra sano
resuena con el naranja y nos permite digerir
saludablemente el alimento de la vida, tomar
lo que obtenemos, digerirlo y transformarlo
en experiencia saludable, en crecimiento,
en expansión, en creación de algo mejor.
En el Budismo, el color naranja simboliza la
iluminación, lo supremo, la perfección. Pero a
nada de esto se llega sin digerir verdaderamente
las propias experiencias, aprovechando lo que
nos es útil y enriquecedor, y dejando ir aquello
que ya no contiene alimento sino toxinas que
nos pudrirían el corazón, la razón y de paso
también las entrañas.
El naranja es un color terciario. Se consigue
a través de la combinación de dos colores
primarios: el magenta y el amarillo, que dan
lugar al rojo; y una segunda combinación de
rojo (un color que irradia fuerza) con amarillo
(color asociado a la alegría por excelencia)
dando así lugar entre los dos a la bondad del
naranja. De manera que en la gama cromática
encontramos su complementario en la línea
del azul verdoso. Cuando leí esto por primera
vez de que el naranja y el azul verdoso se
complementan no pude evitar cerrar los ojos
I N T R O
alimentos ingeridos y los transforma en fuente
de energía y alimento para el cuerpo; la misma
que procesa los sucesos que nos ocurren en
la vida y los transforma en experiencias de
aprendizaje y mejora. Un segundo chakra sano
resuena con el naranja y nos permite digerir
saludablemente el alimento de la vida, tomar
lo que obtenemos, digerirlo y transformarlo
en experiencia saludable, en crecimiento,
en expansión, en creación de algo mejor.
En el Budismo, el color naranja simboliza la
iluminación, lo supremo, la perfección. Pero a
nada de esto se llega sin digerir verdaderamente
las propias experiencias, aprovechando lo que
nos es útil y enriquecedor, y dejando ir aquello
que ya no contiene alimento sino toxinas que
nos pudrirían el corazón, la razón y de paso
también las entrañas.
El naranja es un color terciario. Se consigue
a través de la combinación de dos colores
primarios: el magenta y el amarillo, que dan
lugar al rojo; y una segunda combinación de
rojo (un color que irradia fuerza) con amarillo
(color asociado a la alegría por excelencia)
dando así lugar entre los dos a la bondad del
naranja. De manera que en la gama cromática
encontramos su complementario en la línea
del azul verdoso. Cuando leí esto por primera
vez de que el naranja y el azul verdoso se
complementan no pude evitar cerrar los ojos
y ver una puesta de sol sobre el mar... Para
mí, que no nací en Asia, la máxima expresión
de belleza que poseo del naranja es la de un
atardecer en la playa con el Sol bajando hacia
el mar mientras el cielo se tiñe de naranjas,
rojos, amarillos, volviendo la arena dorada
y cálida. Un momento de transformación
donde los haya. Un tiempo intermedio,
propio, exquisito, que marca que el día acaba.
Si puedes pararte a contemplar la puesta
de sol, entonces puedes respirar profundo y
sentir que todo lo que haya pasado ése día,
por intenso, amargo, ácido, soso, duro, crudo,
dulce, glorioso, pesado, aburrido, pegajoso,
seco, triste, alegre, doloroso...sea lo que sea,
puede ser suavizado, puede ser integrado.
En ése momento un cielo que se baña en el
océano te enseña sus mil matices anaranjados,
como el durazno, como el azafrán, como las
espigas del cereal tostado... te envuelve y le
dice a tu alma “Mira, así como el día y su luz
todo pasa...esto también, ahora descansa...”.
Y algo en nosotros ha sido abrazado, un
poco curado. No hay mayor muestra de
transformación, de lo cíclico, de la vida- ‐
muerte- ‐vida que experimentamos cada día
que contemplar humildemente un atardecer y
dejarse conmover.
Y todo ello está por naturaleza teñido de
naranja...
Mara Lobser
8
Texto: Pilar del Río / Imagen: José Alberto López
Para quienes de los colores solo sabemos lo que se ve, el naranja es el color de una fruta
y también, dicen, de un afán de compartir.
Hay alegría en ese color, algo que podría ser
un intento de alborozo que nace en el interior
del pigmento y se manifiesta y expande en
partículas aromáticas. El naranja es un color
perfumado e intimo, pese a su aparente
imposición. Es un color tímido, que no aparece
en el paisaje como el azul o el negro, ni como
el verde, solo lo hace en contadas ocasiones,
cuando el espíritu alcanza un grado de libertad
que no necesita justificación. Tal vez el naranja
sea el color de estar vivos cuando la vida no
es una evidencia sino una conquista sobre
el tiempo. No es un color fácil el naranja, sin
embargo expresa la eclosión que los seres
humanos desean que ocurra en sus vidas, una
vez, varias veces, las suficientes para saber que
se ha vivido y mereció la pena.
El color naranja
El naranja está asociado a fachadas de casas
que nacieron para acoger por dentro y por
fuera, al sol y a la fruta más redonda. No es
un color innecesario o fortuito aunque quizá
necesite ser aprendido, como la música o la
pintura. El naranja, pese a otorgarse, requiere de
espíritu y de voluntad: esa es su grandeza y su
limitación.
10
Texto: Juan José Iglesias / Imagen: Stefan Turk
Me asalta tu cálido recuerdo en las formas que atrapan la nostalgia de tu cuerpo luminoso. Eres superficie, insinuados volúmenes, color vivo que despierta en mi retina el dibujo lejano del tejido de tu ropa y del sol que alumbró nuestros últimos estíos. Todo se vuelve anaranjado en mi recuerdo abstracto de ti, en la evocación de la fruta carnosa y casi olvidada de tus labios, de tus breves sandalias hundiéndose en las playas de los insólitos veranos soñados. Un meteoro naranja ha surcado súbitamente el cielo plomizo que se cierne sobre los cuchillos del tiempo y me ha traído el fugaz espejismo de tu rostro naranja, de tus ojos naranja, de tu pelo naranja, de tus uñas naranja sobre el paisaje naranja de la juventud perdida. Y ahora eres sólo a mis ojos un esquema clavado en la memoria, hiriendo la mirada con las líneas naranjas que te envuelven y te hacen nada, siempre y todo en un único momento. Un todo naranja que excita mis pupilas rendidas al color naranja de tu cálido recuerdo sobre el que amanece la esperanza promisoria e improbable de un rotundo y cálido sol anaranjado.
12
Texto: Eduardo Flores / Imagen: Luciana Crepaldi
Esta vez te pediré que lo hagas despacio. ¿Has encendido la luz? No, ya veo que no y que tiemblas. Despacio te he dicho. Por favor. Sí, mírame de ese modo o como quieras, pero hazlo como te digo, despacio, tus dedos sostienen la mitad de este mundo en estos momentos. No me digas que tienes frío, no vuelvas a hacerlo. Sin supieras cuán necesario es tu cuerpo desnudo junto al mío, estos cuerpos blancos sobre blanco lecho y en lo alto esa estrella suspendida por tu brazo erizado. No lo hagas todavía, no. Lo sé todo, así que no digas nada. Es doloroso, sí, pero observa este momento vivido y detén todo aquello que ahora es remoto y que no escuchamos. Quiero saber que estás preparada. No, no es ninguna otra cosa que imagines. Es justamente lo que ves, y créeme, nada es más necesario. Ahora yo siento lo que la palma de tu mano sujeta y sólo ahora puedes ver su lento latido. No sé si lo estamos haciendo bien, como tampoco entiendo la lágrima que se escapa de tu ojo. ¿Acaso creías que iba a ser fácil? Nadie más que tú ha pedido esto y ahora, por favor, ha llegado el momento, aprieta despacio, poco a poco, y no cierres tus entrañas. Llevaré mi mano tras la tuya y juntos será más fácil. Ves, ya puedo sentirlo en mi garganta, y sé que tus labios se humedecen brillantes. Y aprietas cada vez con más fuerza y es el dolor del mundo lo que se escurre entre tus finos dedos de suaves falanges ahora coloreadas. Verás que nunca termina, ten paciencia y cierra los ojos y dime si no es maravilloso que nuestras manos fundidas se bañen de toda vida y toda muerte. Todas estas gotas presurosas nada dicen que no sea que tú y yo somos esas gotas como somos el fruto alzado como somos tú y yo, la misma cosa. Aprieta más fuerte y ya casi hemos
terminado. Ves, no ha sido más que un abrir y cerrar de ojos. Ya nada es como antes, lo sé por tu sonrisa abierta, por tu agitación y la firmeza de tu brazo que no siente ya frío alguno. Eres feliz y yo lo soy contigo, pero no hemos terminado. No la sueltes. Eres preciosa, más que antes; estás llena, inundada de pronto, eres algo más que vida y te necesito. Ya casi estamos, son necesarios cada uno de estos segundos de contemplación. Veo que no puedes dejar de apretar. Ha llegado el momento entonces. Hagamos el amor.
14
Texto: Pepe Petenghi / Imagen: Juan Costus
Hacer las cosas porque sí, porque te salen así, es donde reside el arte. Juan Costus pintó ese perritoro
de naranja. ¿Y qué?
El naranja no es un color, es un estado de salud y de
fuerza, en el que el amarillo alivia la fiebre del rojo.
En el naranja no se confía demasiado, es un color
poco seguro. Y ahí reside su éxito. Hace falta mucho
valor para el naranja: con el naranja ni se viste, ni
se suplica, ni se ama, ni se sufre. Pero eso sí, con el
naranja no es preciso dar explicaciones.
El color naranja es también un lugar en el que el rojo
pierde la vergüenza.
El naranja nunca ha estado de moda, pero queda el
consuelo de que tampoco ha servido para la guerra.
El naranja es insensato y un poquito perverso.
El naranja no es un asunto de longitudes de onda,
ni de espectros ni nada de eso, el naranja es vigor y
desprecio, dos por el precio de uno. El naranja es, en
fin, una zanahoria budista.
Ahí nos queda ese perritoro naranja fluorescente: se
apagan las luces y se encienden los Costus.
16
Texto: Rosa María Estremera / Imagen: José Luis López Moral
Arrastrándome, llegué hasta el ámbar de tus fi nes,para encontrarte entre las huellas de tu ausencia
que sobre las secas y olvidadas mieses,
recostaba el cuerpo inexistente de tu vida y tu simiente.
El ángelus naranja de tu ocaso
impregnó la soledad tosca de mis ojos,
que buscaba cómo fundirse
entre tú campo y las infi nitas luces…
Aquél rezo obró el milagro
y mi cuerpo, casi inerte, te encontró
escondido por brisas de espigas
entre naranjas de verbos y versos candentes.
Exhausta, llegué a las paces de tus destierros.
Y me transforme en tu tierra y en tu aire,
y me mezcle con lo eterno de tus campos
para beber de los sueños naranjas de tu paisaje.
Los sueños naranja de tu paisaje
18
Texto: Rosa de la Corte / Imagen: Gabriel Kielling
La vida es una superficie grande, coloreada de infinitas tonalidades. Cada color representa las emociones sentidas durante un tiempo determinado, durante ese recuerdo guardado por alguna razón. Esta forma de clasificar los sentimientos se entiende cuando sabemos que la mayor y mejor parte de la vida se desarrolla en nuestro interior. El mundo exterior es un lugar de experiencias inevitables, donde todo queda registrado, ordenado y codificado con total subjetividad. A través del filtro de la sensibilidad, las vivencias atraviesan esa delgada línea algo indefinida que separa el universo interno del mundo real.
Entre precipitadas y vagas formas surge su imagen. Imposible recordar su nombre. Pero sí recuerdo que aquella tarde de junio él se convirtió en el color naranja dentro del panel grande y colorido que conformaba mi alma. No lo dudé. Su pelo como la candela y su olor agridulce me ayudaron a concederle este color. Pero no fueron solo sus cabellos de cobre, también colaboró la belleza del crepúsculo vespertino. Me acuerdo que estábamos frente a la bahía en el mirador de madera pintado de blanco. A los dos nos gustaba aquel mirador desde el que se contempla el mar y, sobre él, las pequeñas embarcaciones de recreo y el horizonte hermosísimo, lleno de luz rojiza, en cuya línea desaparecía el globo redondo, voluptuoso, dejando resplandores anaranjados y pequeñas nubes suspendidas en el cielo turquesa. La puesta de sol estaba teñida de una gama cromática espectacular, destacaba el naranja que se reflejaba en sus cabellos y en sus ojos pardos. Ese día, el mundo existía únicamente de esa perfecta tonalidad viva, impetuosa...
Prólogo
Recuerdos en naranja
También, mi falda naranja se balanceaba al capricho del viento del sur.
Todo sucedió en un instante, en aquellos eternos segundos su mirada y su voz se impregnaron de oscuros matices para decir que lo nuestro había acabado y ese momento único, claro, mágico se desvaneció y se tornó de repente negro, en un líquido lamento de sombras. Él fue mi primer amor y mi primera decepción. Mientras persistió mi duelo estuvo habitando sin color en un mundo caído… Hasta hoy, que nuevamente lo he descubierto henchido de luz y su recuerdo llega nítido e irrumpe fuertemente en la misma pieza del panel grande, colorido, que da forma a mi ser; y él vuelve a surgir naranja, espléndidamente naranja.
20
Texto: Rosario Pérez Cabaña / Imagen: Orlando Korzo
Un río de raíces atraviesa el manto de la tierratiñendo de tigres el subsuelo.
Lejos de las mareas busco manos a las que agarrarme,
garras que se muevan en el humus
enredando los cabellos de los muertos.
Con ellos tejo redes para pescar duraznos
en las corrientes subterráneas
donde los ojos no están.
A la hora inexacta donde el sol es devorado
sudan las lombrices sus brillos yeminales.
Entonces los tigres tocan los tambores
y anuncian cada tarde mi llegada.
Yo me siento en la luz y me alimento
de palabras como dientes:
Y cuando al fin florecieron espigas en mis dedos,
tú ya no estabas
para calmar tu hambre.
Donde los ojos no están
22
Texto: Sara Castelar Lorca / Imagen: Lola Herrero
Pasajero del zinc, ave furiosa del atardecer,
idioma de la herrumbre donde se desgaja el incendio.
Habitas en el óxido y en la melancolía,
sueñas con la voz tostada del desierto
y crujes
como crujen los lobos en la soledad del precipicio.
Ven a mí, roza la blancura y vuélvela azafrán,
ven a la fruta, a la gravedad del ojo,
al púbico temblor de los alambres
o al árbol que en la huida reconstruye su selva.
Hay una guarida calándose de lumbre
y metales que lloran su memoria
bajo la mordedura cítrica del cobre.
La propia morada
24
Texto: Pablo Juliá / Imagen: Kiki
En el centro de la imagen, dos profundas manchas
negras nos miran rompiendo el color apastelado y
naranja de la túnica que esconde el cuerpo de una
mujer. Nos inquieta esa mirada que rompe la calma.
Profundo erotismo en la saharaui que destapa con la
mano derecha la túnica y que la izquierda, paralela al
pliegue levantado, permite con una leve insinuación,
mostrar el contorno ceñido de una pierna. Pero nada
de eso podríamos ver sin la intensa mirada de esos
ojos almendrados, única ventana real de esa mujer
que, más que enseñarnos su interior nos interroga,
nos aborda y fotografía desde lo más recóndito, nos
denuncia.
Es un búnker, como los que hay en las playas
costeras, de defensa. En vez de cemento, es un
grácil cuerpo en sutil movimiento, como una danza
en las arenas que no son de playa sino del desierto
y en vez de casetas viscontianas, nos encontramos
con dos jaimas que nos hablan de una mujer en un
poblado excluido de su tierra. Belleza ficción de una
realidad cruda que los tonos, el lugar, la suavidad
de un color naranja, nos roba el contexto y nos
hace disfrutar de la plasticidad de una imagen. Kiki
ese buen fotógrafo gaditano sabe escoger la luz, el
atardecer, el color y, nos da el reflejo de la tarde en
la hammada, y ese color melancólico, triste y que
esconden un reproche, en el centro de la fotografía,
en forma de dulce pastel color naranja con dos
manchas negras
26
Texto: Antonio Martínez Ares / Imagen: Carmen Romero
Como te lo digo te lo cuento. ¡Fitetú cómo me he quedao! Abdica I se va.
Camilo Sexto se enfada con Felipe;
normal. Mariano sigue creyendo en las
encuestas que él mismo paga. Alfredo
no sabe cómo Rubalcaba esto. Rosa
de España se sigue haciendo un lío con
su marca blanca agaviotada. Se lleva la
coleta. Botín no sabe qué es una coleta
pero intuye que es malo para el negocio
y llama a Alfredo y Nonianoniano: al fin
y al cabo el Monopoly es suyo. Rosa de
España no es convocada. Del Bosque
apuesta de nuevo al falso 9. Willy cree
haber encandilado a Maya. Maya no
necesita a Meyer para llevarse el pastel al
fondo a la izquierda. La calle de Soraya
está más alegre…
Pendemos de un hilo.
Menos mal que la música nos salva.
28
Texto: Javier Warleta / Imagen: Víctor Castillo
Morirás una tarde naranja de la próxima primavera. El lugar no lo conoces aún, el claro
del bosque a la entrada de la cueva, el rumor casi
imperceptible del riachuelo que camina entre los
álamos, insuficiente para acallar tus gritos, para
diluir tu sangre derramada. El bosque entero será
perturbado por tu sacrificio. Pero sólo el bosque.
Su silencio será también sacrificado, roto en mil
pedazos, en mil bandadas de murciélagos ciegos
y espantados batiendo las alas contra las paredes
de la gruta y contra el cielo naranja del atardecer
de la próxima primavera. No encontrarás rostros
familiares, sólo siluetas que te golpearán con palos
y piedras, absurdas máscaras que sólo hablarán
para nombrarte, para que entiendas que no hay
error posible, que eres tú, y no otro, el elegido.
Morirás sin prisa y sin motivo, piedra a piedra y
palo a palo, y cuando todo haya acabado, cuando
tú hayas acabado, nos quitaremos las máscaras y
nos sentaremos en la hierba a esperar a que los
murciélagos, apaciguados, retornen a la cueva,
y el rumor del arroyo al silencio del bosque, y el
sol naranja desaparecerá en el horizonte, como
prueba irrefutable de que el mundo sigue girando,
impertérrito, sin ti, y de que tu sacrificio, como todos
los sacrificios, habrá sido en vano.
Sacrificio
Imagen cortesía de Galería Blokker (Madrid)
30
Texto: Eduardo Formanti / Imagen: Paula Garrido
Hoy te he vuelto a ver. Ha sido de repente cuando buscaba entre las cosas inútiles que guardo en mi desván
y me topé con mi viejo radiocasete. He cerrado los ojos
y te he vuelto a ver bailar frente a mí como entonces,
cuando las aceras de las alamedas de esta ciudad
estaban salpicadas de mustias naranjas agrias como
nuestro destino. Corrían los años ochenta y el tiempo
parecía una roca de sal, un absurdo abalorio perecedero
y sin trascendencia. Tú bailabas y bailabas, y yo te miraba
embelesado, mientras introducía cintas de Queen y The
Police con mis dedos temblorosos en mi radiocasete. Tú
te multiplicabas en torno a mí, duplicabas tu belleza, tu
cuerpo, tu hambre de carne, mi carne. Bajo una enorme
luna preñada de zumo prohibido, danzabas para mi,
ausente, ensimismada, elucubrando, quizás, la manera
menos cruel de anunciarme que aquella hermosa noche
sería la última que estaríamos juntos. La última noche
que nos amaríamos como dos posesos, antes de que,
definitivamente, regresaras con él y me olvidaras para
siempre.
Ya no quedan naranjos en las alamedas de esta ciudad,
sólo farolas de metal de mortecina luz anaranjada. Ni
siquiera la enorme luna de sangre que pende del cielo
es la misma. Ya no queda música, solamente tu recuerdo
danzando sobre la eterna herida del desgarro que me
produjo verte partir de mi vida, sin mirar atrás, con un
adúltero beso mío prendido en tus labios.
El implacable paso de los años cambió el mundo, cambió
mi sino y resquebrajó mi piel hasta borrar la última huella
de mi juventud, mas nunca pudo deshacer la imagen de
la mujer que bailó para mí durante toda una noche de
primavera, la única primavera que he vivido jamás. No, ya
no puedo sentir el olor amargo de las naranjas al abrir los
párpados de mi balcón. Ya no queda nada a mi alrededor,
sólo la abrumadora nostalgia de otra época, de otra vida
que, tal vez, no existió; que, tal vez, simplemente soñé.
Sin embargo, hoy he cerrado los ojos y mi memoria se
ha poblado de ti y, por unos instantes, te he vuelto a
ver danzando a mi alrededor, presagiando una infinita e
irrepetible noche de amor, lujuria y deseo.
32
Texto: Carmen Valladolid / Imagen: Darío Enríquez
A veces urge un puente un Golden GateNaranja de la ChinaNO apresurar el vueloSí rodear nuestro refugio de pétalos giratorios Salir bien envueltosno sea queen un repique de cabezael trampolín se nos presente relamiendose los labios A veces urgecomerA veces urgegarrote en manouna necesidad sin nombre Para cuando llegan los pájaros era tardeel truco retrocedía a su manga con urgencia de quiróptero A vecessólo trozos de ceros y unos por el suelo nos dan la clave para no saltary sin tregua el viaductose camufla de animal tiernode orejas corazón A veces urge morirporque la muerte sin trance ya nos custodia Nos habla en sánscrito con palabras azafránque ayudan a la renuncia por su alto precio Las Naranjas de la China se mudaron bajo el puente y a vecesurge recordarlo
Nanay
34
Andaba ajetreada buscando un camino, una dirección hacia donde dirigirse. Caminaba rápidamente por un gran pueblo, una urbe solamente imaginada, que sólo existía en la cabeza de un amigo loco. Había intentado hacer tiempo para coger el bus 14 hacia el centro, pero las puertas se cerraron en sus narices y decidió darle una puñalada al bolsillo y hacer uso del claustrofóbico Tubo. Y decidió perderse. Por primera vez, podía elegir desorientarse alegremente, ya que no había lugar al que llegar; únicamente existía el zarandeo de una máquina pestilente y decenas de zombies con expresión circunspecta. La estación de Victoria estaba en obras, lo cual ayudó a dar tensión al momento, y hacer la desorientación más real. ¿Qué era aquello?, ¿qué hacía allí?, ¿qué buscaba realmente?... nada, todo era nada, nada por lo menos esperado, ni nada de lo que buscaba se hallaba en aquel lugar asfixiante. El frío empezó a hacer mella dentro del pantalón vaquero insuficiente que vestía, y recordó la sensación del calor en la piel tras un largo día de playa sin factor solar. En el río se había formado una pequeña playa, y al percatarse de la instantánea, ella quiso guardar el momento para intentar buscar la belleza en el primer paisaje. Al darse cuenta de lo forzado de la situación, siguió caminado. No llegaba a ningún lado, de repente todo era un bucle gris de túneles, pasajes, construcciones a medio terminar y gente ajetreada que parecía estar muy ocupada, lo cual la hizo reírse sola al imaginar que quizás, a todos les ocurría lo mismo que a ella. No iba a encontrar lo que buscaba, no por lo menos hoy, su primer día. Mañana lo intentaría de nuevo, así que decidió volver. Desanimada, tonteaba con un juego
La señal
Texto: Santiago Moreno / Imagen: Jaime Domínguez
mental en el camino hacia la parada del bus a King Cross, esperando una señal de la ciudad que le dijera que mañana sería mejor, que todo iría bien y que ya no necesitaría perderse. Fue entonces cuando la vio y supo que era ella... El color surgió en el gris ceniza de aquel día de invierno. Allí estaba. El sol naranja de los atardeceres de otoño que tanto le gustaban; justo ese momento en el que todo se vuelve irrealidad en el ocaso. Eso era, ¡era la señal!... Estaba en casa. Aquella chaqueta naranja le había dado esperanza.
36
Texto: Lucía Benítez Eyzaguirre / Imagen: Blanca Gortari
Cromofobia: así se conoce el miedo irracionaly enfermizo al color. El miedo, lo morboso y lo absurdo
se acercan a menudo a la enfermedad. El puritanismo
dieciochesco y la austeridad europea nos contagiaron
uno de los prejuicios más absurdos del planeta. La
cromofobia negaba lo bueno y lo bello, nos alejó de los
sentimientos cuando nadie sabía que el pensamiento
es también emocional. Los colores, por su resistencia a
entrar en el mundo de la palabra, se vieron aociados con
lo vulgar, lo aniñado, lo femenino o lo étnico.
Se instauró así lo siniestro y lo superficial, en la vaga
esperanza de controlar el miedo al color. El espíritu
burgués lo impuso a arquitectos y artistas, y la cultura
fue depurando su estética hasta que, poco a poco, se
instaló la vida cotidiana, en el trabajo, en los uniformes
laborales, en la simpleza de la oposición del blanco y
negro, a veces matizado de azuloscurocasinegro o de
gris marengo o carbón. La vista ciega y obtusa desviaba
así el desorden y la libertad.
Pero los aires cálidos del sur no han olvidado su estilo
pasional y nos siguen invitando a pensar, a imaginar el
color negado.
Cromofobia
38
Texto: José Antonio Villero / Imagen: Capacero
Si de mirar tu mirada se encajara
en la silueta escasa de palabras
donde se despeja el horizonte,
perezosa estancia malhablada,
entre burbujas de luz y mil destellos
plaff, puff estallan perezosas
como buscando una razón
al círculo eficaz de su presencia,
glup, glup se ahogan cobardes en la arena
y así indefensas se embadurnan
convertidas en croquetas de verano,
finalizan más pronto que tarde su aventura
dibujando en el color naranja, de piel varada
la figura amable del pensador eterno,
anónimo vigía que nada aguarda,
acaso tu atención, mi poema inocente
y un viaje tal vez hacia ninguna parte.
Si de mirar tu mirada se encajara…
40
Texto: Daniel López García / Imagen: María Gómez
En el ocaso las mujeres van a morir. Cada día cuando el sol se traspone al horizonte, el único género vivo observa cómo toda la tierra se inunda de una luz agria y amarga. En el momento en que el crepúsculo es madurez en su piel, abandonan el poblado y dejan en sus tiendas velas iluminadas que confunden con sus manos. Se dirigen hacia el bosque que rodea la aldea para elegir un árbol por el que deslizan sus cuerpos cítricos, trepadoras por sus troncos hasta alcanzar la copa, donde al instante se acomodan en el centro. Tras ellas han corrido sus hijas, una por cada madre, que buscan sus miradas ya separadas para siempre. La mujer, ahora amante, celosa de los frutos los alcanza con deseo de propiedad desconocido y los tira hacia abajo por necesidad de soledad entre el follaje. Desde el suelo, las niñas los reúnen uno tras otro, fruta de color acibarado, hasta que no queda ninguno, y vuelven al poblado con el penúltimo rayo de sol que se une a las incipientes lámparas que las otras encendieron, esbozando el camino de regreso a casa. Cuando el penúltimo rayo no existe, las mujeres-amantes conocen su dicha que es breve, ya que el vespertino definitivo emerge para irradiarlas con una última fuerza, convirtiendo sus figuras ahora en luz tenue que las acoge y aleja más allá de la noche que se impone: mortal metamorfosis. Al alba, la antigua niña es mujer nueva que extrae el jugo elemental de la fruta coloreada, y llegado el nuevo día salen al unísono todas de sus tiendas, y se dirigen al bosque donde bajo su árbol descubren en el suelo flores blancas, restos de nocturnos amores, que han sido simiente de una nueva niña, hija-hermana sobre la tierra, a la que recogen y dan de mamar en las chozas, lactancia color naranja, que les da vida en pleno día y las convierte en resplandor moribundo al llegar la siguiente noche.
42
Texto: Israel Santamaría / Imagen: Lucía Romero
— ¿Crees que tu hija y tus nietos se seguirán
acordando de ti?
Abelardo encajó aquella pregunta con toda la
deportividad del mundo, pese al escalofrío inicial
que había experimentado al oírla. Los ojos se le
humedecieron mientras contemplaba ese muro
anaranjado que una vez llamó hogar, ese bastión
infranqueable al otro lado del río que, envuelto
en una niebla entintada por el crepúsculo estival,
componía una estampa de lo más hermosa
en la que solo hallaba amargura. Esa era su
antigua ciudad, un paraíso perdido que el astro
rey tornaba en una visión idílica con su fulgor
agonizante. Un lugar de ensueño al que nunca
podría regresar.
— No —le respondió—. Los hombres como tú y
como yo solo merecemos morir sin formar parte
del recuerdo de nadie. Menos aún de nuestros
seres queridos.
Sus iris debían estar teñidos de ese naranja
incandescente que lo imbuía todo. Naranjas
debían ser también las lágrimas que recorrieron
sus arrugadas mejillas.
Distopía vespertina
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Texto: Tono Cano / Imagen: Manolo Cáceres
Los caminos de un naranja propio del atardecer, ese
momento que comienza cuando la luz deja de quemar
ofreciendo iluminar cálidamente ciertos puntos de
partida para una felicidad efímera que suele acabar en
noche, aunque raras veces florezca.
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Texto: Santiago Pérez / Imagen: Tim Biskup
Nunca pensé que tuvieras freesias en el pelo, pero ¿quién iba a creerte si lo decías? Nadie.
Había que verlo y ya está. No me culpes, no te
culpes por ello. No son tiempos de fe, ésta es una
época táctil, tiempos de piel, días de cristal.
La tuya conserva las marcas del obangje,
¿también su traviesa maldad? No me atrevo a
tocarte para saberlo, me basta mirar tus ojos
ciegos.
Tu alma poblada de hibiscos azulea en la
negritud iluminada de soles naranjas. Enraizada
en el infierno, la oscuridad seca tus lágrimas y
las convierte en té de amapolas, añoranza de
libertad.
Regaste Africa con ellas. Con ellas crecen bajo
el sol sanguino tus palabras, niña perdida de la
madrugada, demonio errante en busca de luz.
Llora si quieres, llora una lluvia que limpie tu
soledad, que aclare tu destino. Y cuando nazcas
de nuevo, libre de tu condena, entra de nuevo en
esta casa, hija mía.
Flores de té
Imagen cortesía de Galería Blokker (Madrid)
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Texto: Inmaculada Jiménez Gamero / Imagen: Isabel Fernández
El acorde cromático del color naranja se asocia instintivamente a los colores del
amanecer, donde la vida recién estrenada
se expone con otros dos colores que son
los causantes de su existencia. Rojo y
amarillo se amalgaman en un horizonte
de juventud y se contraponen para dar
lugar al color de la esperanza y la alegría.
Isabel Fernández crea ese estímulo con su
obra, nos ofrece con un simbolismo floral
de colores brillantes, una gran impresión
de sensaciones de calor y equilibrio.
Con su visión artística consigue de modo
automático que en el cerebro se produzca
un efecto vigorizante y de estimulación
mental de placer.
Cuando el naranja es creado mediante
su fusión indiscutiblemente, en nuestro
interior se armonizan las emociones a
través de aquello que miramos, porque
el color va mucho más allá de la mera
complacencia estética. Después de
rodearnos de colores anaranjados, nos
impregnamos de sabiduría, claridad de
ideas, bienestar, placidez, y al mismo
tiempo de vitalidad.
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Texto: Tony Simón / Imagen: Claudio Celestino
Érase una vez una sabana con un bello atardecer,
la monocromía reinaba en los lares. Una calidez
nirvana de la perfección donde los sentidos corrían
a flor de piel. Los vellos erizados al probar el jugo
que lamía el suelo incesante.
Érase una vez un paraíso de tierra árida, las aves
recorrían el cielo con el sol asomado a su balcón,
los leones rugían en armonía celestial con la bella
obra del Dios templado.
Érase una vez un jugo de cornalinas y de diamantes
que se concentraban tras una corteza áspera.
Brillantes ámbar en un paraje bañado por la
recogida del carruaje de Apolo.
Érase una vez una obra destruida por hombres de
pieles solares, conquistada y exprimida hasta la
saciedad. Fue una vez hermosa y madura, ahora
absorta en recuerdos intermitentes.
Naranja
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Texto: Miguel Albandoz / Imagen: Chencho Zocar
¡Ay, qué jartura de campaña! Hastiado de tanto
falserío, de tantas sonrisas sujetadas con gota y
media de pegamento sobre rostros pétreos, de
tantas promesas huecas surgidas de corazones
de trapo, de tanto mensaje aprendido, repetido,
masticado, deglutido, regurgitado y desprovisto
de sentido, de tanta cerveza sin y tanta foto con,
tanto servidor que se sirve y para nada sirve, tanto
embuste correcto, tanto engaño dogmático, tanta
mentira oficial, me asomo al abismo y, en busca de
una certeza, le grito al eco: ¡¿De qué color es una
naranja?!
¿Me pone una certeza, por favor?
Mara Lobser / Pilar del Río / José Alberto López / Juan José Iglesias
Stefan Turk / Eduardo Flores / Luciana Crepaldi
Pepe Petenghi / Juan Costus / Rosa Mª Estremera / José L. López Moral
Rosa de la Corte / Gabriel Kielling / Rosario Pérez Cabaña
Orlando Korzo / Sara Castelar Lorca / Lola Herrero / Pablo Juliá
Kiki / Antonio Martínez Ares / Carmen Romero / Javier Warleta
Víctor Castillo / Eduardo Formanti / Paula Garrido / Carmen Valladolid
Darío Enríquez / Jaime Domínguez / Santiago Moreno
Lucía Benítez Eyzaguirre / Blanca Gortari / José Antonio Villero
Capacero / Daniel López García / María Gómez / Lucía Romero
Israel Santamaría / Toto Cano / Manolo Cáceres / Santiago Pérez
Tim Biskup / Inmaculada Jiménez Gamero / Isabel Fernández
Claudio Celestino / Tony Simón / Miguel Albandoz / Chencho Zocar
Galería Blokker (Madrid)
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de Escuela de Color
DirecciónJosé Alberto López
Diseño y maquetaciónPaco Mármol
www.escueladecolor.com