Cátedra Manuel Mora...5 1. Introducción El 14 de junio de 1943, el Arzobispo de San José, Mons....

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1 Cátedra Manuel Mora Universidad Estatal a Distancia SECRETOS DE UN ACUERDO Monseñor Sanabria y Manuel Mora Junio de 1943 Miguel Picado Gatjens

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Cátedra Manuel Mora

Universidad Estatal a Distancia

SECRETOS DE UN ACUERDO

Monseñor Sanabria y Manuel Mora

Junio de 1943

Miguel Picado Gatjens

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Homenaje a quienes colocan la lucha por la justicia so-

cial por encima de sus motivos personales y diferencias

ideológicas.

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Siglas y abreviaturas

ACM Archivo de la Curia Metropolitana

Arz. M.S. Fondo documental Arzobispado Mons. Sanabria

c. caja

c.s.n. caja sin numerar

CCSS Caja Costarricense del Seguro Social

CECOR Conferencia Episcopal de Costa Rica

Dr. Doctor

ECR Editorial Costa Rica

EDUCA Editorial Universitaria Centroamérica

EEUU Estados Unidos de América

EUNA Editorial Universidad Nacional

EUNED Editorial Universidad Estatal a Distancia

EUCR Editorial Universidad de Costa Rica

DEI Departamento Ecuménico de Investigaciones

f. folio

Lib. libro

Lic. licenciado

Mons. Monseñor

P. Padre

Pbro. Presbítero

PVP Partido Vanguardia Popular

UCR Universidad de Costa Rica

UNED Universidad Estatal a Distancia

URSS Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas

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Agradecimientos

Agradezco en primer lugar al Dr. Miguel Mondol, director de la Cátedra Manuel Mo-

ra, de la UNED, pues acogió mi iniciativa de escudriñar en el Archivo de la Curia Metropoli-

tana la correspondencia entre Mons. Sanabria y el diputado Manuel Mora. La idea me surgió

porque, en el curso de otra investigación, había encontrado varias cartas dirigidas por Monse-

ñor a don Manuel, durante su exilio en México.

Mis principales colaboradores fueron José Aurelio Sandí Morales, máster en historia y

Elisa Trejos Montero, máster en literatura. El mérito de sus participaciones no cabe en una

página de agradecimientos. Por eso se describen en la Introducción, en los párrafos dedicados

al procedimiento seguido en la redacción de esta monografía.

Los Pbros. Álvaro Sáenz Zúñiga, Carlos Castro Calzada, Luis D. Sáenz y Edwin

Aguiluz Milla, así como el mismo Dr. Mondol, el Dr. Edgar Céspedes Ruiz y la Mag. María

Gabriela Marín, profesora de la UNED, tuvieron la gentileza de leer los borradores. De ellos

recibí sugerencias que mejoraron el trabajo, en particular del P. Aguiluz. La M.Sc. Ana María

Botey Sobrado y el Lic. Gerardo Contreras Álvarez, ambos catedráticos de la UCR, me su-

ministraron fuentes y bibliografía. Víctor Valembois me indicó obras sobre la señora Ivonne

Clays. La atención en la Biblioteca Nacional fue excelente. El profesor Oscar Lobo facilitó el

acceso a la biblioteca de la Universidad Católica Anselmo Llorente y Lafuente. El personal

del Archivo de la Curia Metropolitana (ACM) y su jefe por entonces, el Lic. Marvin Vega,

merecen también un reconocimiento especial.

Miguel Picado Gatjens, Pbro.

Instituto Arquidiocesano de Investigación Histórica

Director

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1. Introducción

El 14 de junio de 1943, el Arzobispo de San José, Mons. Dr. Víctor Sa-

nabria Martínez, y el Lic. Manuel Mora Valverde, líder del Partido Comunista y

diputado ante el Congreso Constitucional (hoy Asamblea Legislativa), firmaron

un Acuerdo sin antecedentes en la historia nacional, ni paralelos en la latinoa-

mericana1. Por un lado se disolvía el partido mencionado y nacía el Partido

Vanguardia Popular, que incluyó en su programa una referencia explícita a la

Doctrina social de la Iglesia. Por el otro lado, la Iglesia permitía la militancia de

los católicos en el nuevo partido y en los sindicatos adscritos a él, pero quedaba

en libertad de continuar impulsando un sindicalismo propio, inspirado en sus

principios doctrinales, aunque no confesional.

En esta monografía se sustenta la tesis de que el mencionado Acuerdo fue

un factor determinante para librar al Presidente Rafael Á. Calderón Guardia de

las presiones golpistas que lo amenazaban y –consolidando su permanencia en

el poder– asegurar la aprobación definitiva de las Garantías Sociales y el Códi-

go de Trabajo. Por ese motivo tendremos que debatir acerca de la veracidad, tan

puesta en entredicho, de lo que dijo Manuel Mora en una entrevista concedida a

Óscar Aguilar Bulgarelli sobre el intento golpista.

Así pues, la meta de este estudio consiste en revelar los entresijos de este

crucial acontecimiento que dio una nueva identidad a la dinámica de la relacio-

nes sociales en Costa Rica.

1 La palabra Acuerdo con mayúscula se usará para referirse al acontecimiento ocurrido el 14 junio de 43, documentado en sendas cartas cruzadas entre el Arzobispo y el dirigente político, publicadas en esa es fe-cha en la prensa nacional. En ocasiones se empleará Negociación o Arreglo. Los números entre corchetes dentro del texto remiten a los documentos incluidos en esta obra provenientes del ACM.

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La influencia de las leyes sociales de 1943 en el logro de mayores niveles

de justicia confiere al Acuerdo que aquí se estudia, el carácter de evento de pri-

mera magnitud en la historia patria; de ahí el interés por conocerlo con todo el

detalle posible.

Unas palabras sobre el procedimiento que se ha seguido. Se encargó al más-

ter en historia José Aurelio Sandí Morales de explorar a conciencia el ACM en

lo relativo a la correspondencia entre Mons. Sanabria y Manuel Mora. Sandí

Morales escaneó de modo cuidadoso más de trescientos folios, sin dejar de ano-

tar la debida referencia. Gracias a su concienzuda labor, pronto me percaté de

que era necesario desechar la idea original, que consistía en escribir un pequeño

artículo de presentación del intercambio postal. Se vio necesario estudiar la ne-

gociación entre Mons. Sanabria y Manuel Mora, con sus antecedentes y conse-

cuencias. Comencé entonces a trabajar con ese material.

Cualquier persona que haya escudriñado un archivo histórico sabe que la do-

cumentación se encuentra más o menos desordenada. El orden que se dé a los

documentos y la selección que se haga depende, evidentemente, de los objetivos

de la investigación. Desde luego, no descarté ningún documento de interés,

aunque pudiera servir para refutar la interpretación que iba formulando paso a

paso. Así pues, tenía en mi computadora cientos de fotografías de documentos.

Fue necesario imprimirlos, para manipularlos con facilidad, lo mismo que con-

tar con un respaldo. En esto, y en la revisión del borrador, la asistencia de la ML

Elisa Trejos resultó de especial importancia.

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Cada sección de la monografía surgió para satisfacer necesidades que el

mismo proceso investigativo iba presentando conforme se avanzaba. Para com-

prender mejor la documentación, se hizo necesario establecer las líneas genera-

les de los contextos nacional e internacional, que comienzan a formarse a partir

de la crisis capitalista de 1929. La sección 3 Contexto nacional: el decenio de

los cuarenta se elaboró con la colaboración del Dr. Miguel Mondol. La sección

4 Diversas interpretaciones del Acuerdo, contiene extractos de lo escrito por los

investigadores que se han ocupado del asunto, unos veinte. Se incluyen porque

escribir historia es al fin de cuentas una labor de equipo; hasta de los posibles

yerros de los colegas se aprende, cuánto más de sus aciertos. La inclusión de

esos textos se justifica porque la mayoría de los lectores no tiene fácil acceso a

esa bibliografía. También me pareció oportuno conocer lo que informaba y opi-

naba la prensa sobre el proceso de aprobación de Código de Trabajo y las Ga-

rantías Sociales, así como de la campaña electoral previa a las elecciones de

1944, en las que fue elegido presidente Teodoro Picado. Una vez publicado el

Acuerdo, se suscitó una interesante polémica periodística, que también se rese-

ña.

La monografía siguió avanzando con la inclusión y comentario de documen-

tos de cierta extensión, pero de lectura indispensable: el primero contiene el

primer programa del Partido Vanguardia Popular como partido nuevo; el segun-

do son las “Palabras al Venerable Clero de la Arquidiócesis de San José”, donde

Mons. Sanabria expone las razones que lo llevaron a suscribir el Acuerdo. Tam-

bién se inserta la interpretación de Arnoldo Ferreto. Le sigue la reacción del

Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales y una interpelación pre-

sentada al Arzobispo por el Partido Social Demócrata. Esta última documenta-

ción la encontré personalmente en el ACM.

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Continúo enseguida con mi apreciación histórico-crítica acerca de la veraci-

dad del discutido relato sobre un golpe de Estado, del que informa Manuel Mo-

ra, incidente que considero uno de los factores causales del Acuerdo. Después

hago inventario y valoración de los acercamientos ideológicos que se dieron

entre algunos católicos y ciertos comunistas Hacia el final procuro comprender

el Acuerdo dentro de la historia del comunismo costarricense y, por último, me

interrogo sobre qué fue de esa Negociación.

Siempre he pensado que los lectores y lectoras de obras historiográficas tie-

nen el derecho de conocer lo más relevante de las fuentes, de modo que si lo

desean, puedan formular su criterio interpretativo. A eso lo llamo historia abier-

ta. Cuando el historiador esconde sus fuentes escribe una historia cerrada, que

solo podrá abrir otro estudioso. Por esa razón, se han reproducido numerosos

documentos del ACM, la mayoría inéditos.

Me satisface no haber trabajado ni en contra ni a favor de ninguna tendencia

ideológica o política. Solamente he querido satisfacer mi anhelo de verdad. Una

verdad inacabada, como que se ha ido construyendo paso a paso en la investiga-

ción y, por lo tanto, abierta al debate.

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2. Mínimo contexto histórico internacional

Para comprender a cabalidad el Acuerdo y la documentación que generó,

conviene conceder la debida importancia a dos factores decisivos del contexto

internacional de aquel tiempo, que facilitaron las reformas sociales del decenio

de los cuarenta.

1. Los Estados Unidos de América, como el mundo capitalista en general,

sufría las consecuencias de la crisis económica de 1929. A partir de 1932

gobierna en los EEUU Franklin D. Roosevelt quien propuso, el 2 de julio

de ese año, un Nuevo Trato (New Deal) con la finalidad de superar la cri-

sis. Planteó “cierto grado de intervencionismo estatal, a fin de corregir los efectos

y distorsiones del automatismo del mercado” 2. A la vez aplicó sistemas de

ayuda estatal para los desocupados, programas de obras públicas, cons-

trucción de infraestructura, creación de puestos de trabajo, alzas salaria-

les, sistemas de protección social, elevación de los precios agrícolas y

aumento de la demanda de los consumidores. “De esta manera se logró rever-

tir la crisis y reactivar la economía norteamericana y se incorporó a la tradición gu-

bernativa estadunidense un importante grado de intervención del Estado en el pro-

ceso económico de la sociedad”3. En cierto grado, las reformas sociales de

Rafael Á. Calderón Guardia y, más aún, las estatales de José Figueres Fe-

rrer, fueron posibles gracias a la cobertura ideológica que proporcionó el

New Deal. De ahí en adelante y hasta fechas recientes, hubo cierta permi-

sividad norteamericana, eficaz principalmente cuando gobernaba el Parti-

do Demócrata. Para justipreciar este factor, basta contrastarlo con la ex-

2 Rodrigo Borja. Enciclopedia de la política. México, Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 688. 3 Ibíd.

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portación –imposición por mejor decir– del Consenso de Washington, ta-

rea implementada por los instrumentos financieros de la política interna-

cional de los Estados Unidos.

2. Se sufría también la Segunda Guerra Mundial; los Estados Unidos de

América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas luchaban como

aliados contra el Eje formado por Alemania, Italia y Japón. Los comunis-

tas, enemigos del nazismo, realizaron esfuerzos para presentarse como ta-

les y, por ende, guardianes de la democracia y del país. Así se explica su

insistencia en obtener de Mons. Sanabria una condena al Eje Totalitario.

3. No por casualidad las Garantías Sociales (2 de julio de 1943) y el Código

de Trabajo (15 de setiembre de ese mismo año) se dieron en este período

que para Costa Rica representó una especie de pausa o distensión del con-

trol político que ejercen los EEUU sobre los países centroamericanos y

caribeños. Nuestros pueblos disponían de mayor independencia. Acabada

la Segunda Guerra Mundial, comienza la Guerra Fría. Dentro de la lógica

de estos acontecimientos, la Guerra Civil del 48 se entiende como un con-

flicto típico de la Guerra Fría.

4. Con anterioridad a la Segunda Guerra Mundial, los partidos comunistas,

guiados por Moscú, habían dado un giro desde posiciones confrontativas,

de clase contra clase, a posiciones más amplias, con flexibilidad suficien-

te para “concertar acuerdos o pactos con partidos burgueses democráticos que tu-

vieran, en un momento determinado, afinidades con nosotros”. Habría sido mé-

rito de Arnoldo Ferreto “imprimir al partido un cambio de pensamiento que de-

terminó la política de su grupo en los años 40, cuando los comunistas construyeron

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una importante alianza con Rafael Ángel Calderón Guardia para aplicar reformas

sociales4.

5. En cierto modo, la política e frentes amplios se puede considerar un ante-

cedente de la disolución de la Tercera Internacional, también conocida

como la Internacional Comunista, así como por su abreviatura en ruso

Komintern o Comintern (abreviatura del inglés). Fue una organización

comunista internacional fundada en marzo de 1919 por iniciativa de Le-

nin y el Partido Comunista de Rusia (Bolchevique). Agrupaba treinta y

nueve partidos comunistas de distintos países. Su objetivo era suprimir el

capitalismo, establecer la dictadura del proletariado y de la República In-

ternacional de los Soviets, la completa abolición de las clases y la realiza-

ción del socialismo, como primer paso a la sociedad comunista. Durante

la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de la URSS perdió contacto con

numerosos partidos comunistas del resto del mundo. Además, los países

capitalistas recelaban del gobierno soviético después del Pacto Ribben-

trop-Mólotov, celebrado con los nazis en agosto de 1939. Cuando la

URSS fue invadida por el Tercer Reich en junio de 1941, el régimen so-

viético se vio repentinamente aliado de Gran Bretaña, y desde diciembre

de 1941, tuvo como aliado a los EEUU. Esa imprevista pero necesaria

alianza con dos potencias capitalistas provocó la disolución de la Interna-

cional Comunista el 15 de mayo de 1943. La decisión la tomó el Presi-

dium de su Comité Ejecutivo bajo la influencia de Stalin u se justificó pa-

ra tener “en cuenta la madurez de los partidos comunistas" nacionales, y

evitar los recelos de los países capitalistas aliados5.

4 Pablo Morales Rivera. “Frente Popular a la tica”. http://www.nacion.com/2011-

110/Ancora/NotasSecundarias/Ancora2980327.aspx. Agradezco al P. Edwin Aguiluz Milla esta referencia. 5 Cf. “Internacional comunista”. Rodrigo Borja. Enciclopedia de la política. pp. 540-541.

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3. Contexto nacional: el decenio de los cuarenta

El decenio que corre de 1940 a 1949 es el período más estudiado de la histo-

ria nacional. No sería propio de esta investigación intentar un balance de los re-

sultados consolidados, pero sí ofrecer al menos un esquema de los factores so-

cioeconómicos y políticos que incidieron en la consecución de las leyes socia-

les, la gestación del Acuerdo, objeto de este estudio, e incluso en la Guerra Ci-

vil.

La crisis económica mundial de 1929 tuvo efectos fuertemente negativos so-

bre la economía del país. Un ejemplo principal fue la drástica caída en el precio

del café, en la práctica el único producto de exportación cultivado en el Valle

Central. El banano corría por cuenta del enclave constituido por la “Mamita

Yunai6”. Hay cifras elocuentes: Hacia 1927 el precio promedio del kilo de café

en el mercado internacional giraba alrededor de 70 centavos de dólar, pero cinco

años después, se vendía a 32 centavos de dólar, es decir, menos de la mitad7.

La mayor parte de las consecuencias de la crisis se trasladaron a los trabaja-

dores:

“Asimismo, la crisis originada a nivel del comercio exterior se expandió al agro, ya que

muchos propietarios no pudieron hacerle frente a las deudas contraídas con anterioridad,

por lo que tuvieron que vender sus propiedades a precios por debajo de su valor. La crisis

comercial se hizo presente debido al deterioro en la capacidad adquisitiva de la mayoría de

la población. En 1931, los comerciantes consideraban que las ventas habían disminuido en

un 60%, con relación al año anterior, lo que produjo el despido de empleados y la quiebra

de algunos negocios. (…) Las dimensiones sociales de la crisis económica se reflejaron en el

6 Nombre dado por los trabajadores a la empresa United Fruit Co., popularizado por Carlos Luis Fallas (Ca-lufa) en la novela homónima.

7 José Luis VEGA CARBALLO. Hacia una interpretación del desarrollo costarricense. Ensayo sociológico. San

José: Porvenir, 1982, p. 231.

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desempleo, especialmente en las regiones orientadas a la economía de la exportación, en la

agudización de los problemas de la vivienda, salud, y en el deterioro de las condiciones de

vida de amplios sectores de la población…”8.

La crisis del 29 afectó directamente la calidad de las viviendas de los obreros

y campesinos. En 1931 se estimaba que el 70% de las casas de habitación en

San José eran alquiladas. Gran parte de la población malvivía en “chinchorros”.

En 1933, basado en fuentes oficiales, Trabajo, el semanario comunista, infor-

maba:

“Se han empadronado 82 chinchorros o patios de vecindad en los cuales habitan 532

familias con un total de 2256 habitantes: entre ellos hay 333 padres con varios hijos que se

encuentran sin trabajo, o sea, sin entradas de ninguna especie. (…) En cada chinchorro se

hacinan, como bestias o tal vez en peores condiciones que estas, 3, 10 o más familias en

piezas faltas de toda luz o ventilación, de techos bajos y paredes ruinosas, sin servicio sani-

tario y sin baño la mayor parte de las veces, y muchas de ellas con excusados nauseabundos

que sirven de amenaza constante…”9.

¿Qué hizo el Estado ante la agudización de la crisis y su consecuencia en el

incremento sustantivo de los niveles de pobreza? Recuérdese que era un Estado

liberal, que por definición prefiere no intervenir en aquellos problemas sociales

que pueden perturbar el funcionamiento de las leyes del mercado. Su respuesta

siempre será delimitada a ámbitos específicos. En nuestro caso consistió en

continuar aplicando –y hasta el inicio de la década de los 40– lo que se conoce

como el régimen de bienestar liberal. Bajo este régimen, la pobreza se entendía

como una “enfermedad” que atacaba a una sociedad sana. Por lo tanto, había

que atenderla, so pena de que la “infección” se extendiese por todo el cuerpo 8 Ana María BOTEY SOBRADO. “Las representaciones sociales de la pobreza en la Costa Rica de la década de 1930", pp. 279. En: Ronny VIALES HURTADO (editor). Pobreza e historia en Costa Rica. Determinantes estructurales y representaciones sociales del siglo XVII a 1950. San José: EUCR, 2005.

9 Ana María BOTEY SOBRADO. “Las representaciones sociales de la pobreza en la Costa Rica de la década de 1930", pp. 287-288. Manuel ROJAS. “El desarrollo del movimiento obrero en Costa Rica: un intento de periodización". En: Daniel CAMACHO. El desarrollo del movimiento sindical en Costa Rica. EUCR, San José: 1985.

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social. Se comprende, entonces, que los liberales dejaran de lado sus repugnan-

cias hacia lo católico y se diera “una vinculación entre la beneficencia eclesiástica, la

caridad pública, la filantropía oligárquica (…) y medidas concretas orientadas a la atención

de la invalidez física, y la pobreza; la ancianidad y la pobreza; la protección de la niñez pa-

ra contener el desarrollo de la pobreza; el otorgamiento de pensiones de gracia” 10.

Hacia mediados del decenio de los treinta fue innegable que esa suerte de

alianza filantrópica no resultaba eficaz para combatir o, al menos, paliar el cre-

cimiento de la pobreza. Se hizo inevitable el surgimiento de nuevas formas de

protesta popular para expresar el anhelo de mejorar las condiciones de vida. In-

capaz de brindar una respuesta creativa, el Estado liberal –particularmente du-

rante la administración de León Cortés (1936-1940) – se volvió represivo e into-

lerante.

“Era evidente que el credo liberal no calaba ya tan hondo en esa clase (la pequeña bur-

guesía), como cuando había bonanza económica, y el edificio de la república oligárquica

amenazaba ahora con derrumbarse. (…) La huelga de los trabajadores bananeros de 1934

dirigidos por el partido comunista, las innumerables otras huelgas y protestas… pusieron

todavía más en entredicho la capacidad del régimen para atenuar los efectos deprimentes

de la crisis y para justificar la necesidad de mantener el status quo. Fue así como el paterna-

lismo oligárquico se tornó cada vez más represivo…”11.

Tal el contexto en que nace el Partido Comunista, fundado por Manuel Mora

Valverde, el 16 de junio de 1931. La historiografía reciente obliga a mencionar

entre los fundadores a María Isabel Carvajal (Carmen Lyra), confirmando lo

que la tradición oral daba por un hecho. Un informe preparado por la Embajada

de EEUU indica que esta destacada intelectual habría sido la principal fundado-

10 Ronny VIALES HURTADO. Pobreza e historia en Costa Rica, p. 93.

11 José Luis VEGA CARBALLO. Hacia una interpretación del desarrollo costarricense. Ensayo sociológico. San

José: Porvenir, 1982, p. 192.

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ra e ideóloga12. Año y medio antes de la fundación, Mora Valverde, a la par de

Ricardo Coto Conde, se esforzaban por conmover la conciencia obrera mediante

el periódico La Revolución. Un nuevo actor sociopolítico había surgido en la

vida nacional.

La importancia sociopolítica del nacimiento del Partido Comunista debe me-

dirse en términos que superan lo estadístico y lo electoral, pues introdujo nuevas

formas de organización obrera y nuevas formas de representación popular en el

seno del Estado costarricense. Así, la huelga de los trabajadores bananeros (9 de

agosto-28 de agosto de 1934, condujo a nuevas formas de lucha laboral contra

la United Fruit Co., no sólo en Costa Rica sino, posteriormente, en las planta-

ciones de esa transnacional en la cuenca del Caribe. El surgimiento del Partido

Comunista acarreó una transformación en las organizaciones de los trabajado-

res:

“La presencia del Partido significó un cambio importante en el carácter de las luchas

obreras y populares, pues empezaron a ser canalizadas orgánicamente lo cual obligó a la

burguesía a buscar respuestas concretas a las demandas planteadas…En julio de 1933 se

estableció la jornada de trabajo en las panaderías; en noviembre de ese mismo año se creó

el consejo de Obreros y Patronos, organismo encargado de fijar salario mínimo a los traba-

jadores; en diciembre de 1934 se crearon las comisiones de salario en cada cantón del país,

con la función de estudiar y recomendar la fijación de salarios mínimos a la Secretaría de

Trabajo y de velar por el cumplimiento de leyes y acuerdos tomados en ese respecto; en

agosto de 1935 se establecieron los salarios mínimos para los trabajadores del campo, así

como los límites de la jornada de trabajo; en agosto de 1936 se regularizaron las condicio-

nes de traslado de desocupados hacia zonas del país donde había escasez de mano de obra;

en julio de 1937 se estableció el registro de agrupaciones obreras y gremiales, lo cual en

cierta medida significaba su legalización; en octubre de ese mismo año se emitió el Regla-

12 Iván MOLINA. Un pasado comunista por recuperar: Carmen Lyra y Carlos Luis Fallas en la década de 1930. http://www. Redcultura.com/editorial/2006/artículos/carmen_lyra_carlosluis_fallas… 06/06/2012

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mento sobre Higiene Industrial, el cual obligaba a crear condiciones salubres de trabajo en

los establecimientos fabriles, etc.”13.

En relación con las nuevas formas de representación, ha de tomarse en cuen-

ta que en las elecciones de medio periodo de 1934. (Las elecciones de medio

período fungían como una especie de evaluación política dispuesta por las leyes

electorales entonces en vigor). El Partido Comunista, con el nombre de “Bloque

de Obreros y Campesinos” obtuvo el 5% de los votos, logrando elegir dos dipu-

tados al Congreso de la República. La proporción aumentó a un 10% en 1940 y

a un 16% en 1942.

Este auge electoral del Partido Comunista, en alguna medida se explica por

un inteligente cambio en su estrategia de acercamiento a la clase trabajadora,

pues a partir de 1935 abandonó sus posiciones ultraizquierdistas. En efecto:

“(…) después de 1935 las consignas ultraizquierdistas desaparecieron. La dictadura del

proletariado pasó a ser una meta a alcanzar a largo plazo en vista de que se consideraba

que el país atravesaba por la etapa de revolución democrática-burguesa. Todos los esfuer-

zos se dirigieron entonces, hacia la formación de un frente amplio con partidos políticos y

grupos burgueses y pequeño-burgueses, interesados en la democratización del país y en la

lucha contra el fascismo”14. La inteligente comprensión de la realidad nacional,

demostrada varias veces por los dirigentes comunistas –elemento consustancial

de lo que se ha dado en llamar “comunismo criollo” o “a la tica”– permite com-

prender el Acuerdo al que llegaron con el Arzobispo Sanabria, asunto que se

desarrolla en la sección 8 Propuestas historiográficas.

Ya se ha visto, de modo inevitablemente esquemático, cómo los sectores tra-

bajadores recibieron el impacto de la crisis económica de 1929 y la nueva pro-

13 Manuel ROJAS BOLAÑOS. Desarrollo del Movimiento Sindical en Costa Rica, p. 17. 14 Manuel ROJAS BOLAÑOS. Desarrollo del Movimiento Sindical en Costa Rica, p. 19.

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puesta política que significó el Partido Comunista, relevante sobre todo en dos

aspectos: la combatividad organizativa, articulada en el brazo sindical, y el ali-

ciente –por entonces esperanzador– de la mera existencia de la Unión de Repú-

blicas Socialistas Soviéticas.

Corresponde ahora examinar, siempre de modo abreviado, el desempeño del

Gobierno de Calderón Guardia (1940-1944), pero antes hay que decir que la

gestión del primer presidente abiertamente católico del siglo XX culmina un

largo proceso de catolicismo social costarricense, anterior al comunismo costa-

rricense, puesto en marcha por Bernardo Thiel, segundo Obispo de San José. No

es el objeto de esta monografía estudiar nuestro catolicismo social, pero en al-

gunas oportunidades será necesario hacer breves referencias.

Rafael Á. Calderón Guardia fue católico no solo por sus convicciones ínti-

mas sino primordialmente por su afán de poner en práctica la doctrina social de

la Iglesia15. Aguilar Bulgarelli, en una obra que sigue siendo una buena puerta

de entrada para el estudio del decenio de los cuarenta16, sintetiza la coyuntura

política en la que se encontraba el gobierno del Doctor al finalizar el primer

bienio de su administración y afrontar las elecciones de medio período. Según

Aguilar B., Calderón Guardia había fracasado en la construcción de las tres co-

lumnas que ideó para mantenerse en el gobierno:

• Congraciarse con los capitalistas dándole contrataciones al capital ex-

tranjero perjudiciales para el país (en distribución de la gasolina y

producción de electricidad).

15 La vivencia de la fe católica de Calderón le permitía coordinar la caridad personal con la visión social, cf. Fernando SOTO HARRISON. Qué pasó en los años 40, San José: EUNED, 1991, pp. 36-38. 16 Oscar AGUILAR BULGARELLI. Costa Rica y sus hechos políticos de 1948. San José: EDUCA, 1974, pp. 30ss.

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18

• Ganar el beneplácito del pueblo mediante la creación de la Caja Costa-

rricense del Seguro Social.

• Obtener el apoyo de la Iglesia Católica derogando de modo parcial las

leyes anticlericales de 1884, en especial lo referente a la educación en

centros de primaria y secundaria y el ingreso y libre funcionamiento

de órdenes y congregaciones religiosas.

Solo obtuvo el soporte de la jerarquía católica. Los sectores del capital resin-

tieron la creación de la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS) y también

se molestaron por la práctica de otorgar contratos sin licitación, enjuiciada como

arbitrio para favorecer a los amigos de la familia del Presidente. Los trabajado-

res no pudieron recibir los beneficios de la CCSS, entidad por entonces inci-

piente, pero los obreros organizados por el Partido Comunista arremetieron, a

coro con los medios publicitarios del capital (periódicos y radioemisoras), de-

nunciando los errores de la administración Calderón Guardia. Entre las personas

adineradas hubo quienes temieron la aprobación de nuevas leyes de contenido

social que desbordaba el liberalismo, ideología que era su marco de pensamien-

to y que había prevalecido desde 1870 (cuando el general Tomás Guardia asume

el poder) hasta precisamente el gobierno calderonista. En contra del liberalismo

se había escuchado la voz del Partido Reformista de Jorge Volio, durante los

años veinte, ya debilitada en el siguiente decenio, durante el cual tomó el relevo

el Partido Comunista.

La creación de la CCSS se sustentó en dos columnas: Calderón Guardia y

Mons. Sanabria. Si bien el Partido Comunista la apoyó, no había desempeñado

un papel significativo en su redacción17, ni fue decisiva su labor para conseguir

17 Mark ROSENBERG. Las luchas por el Seguro Social en Costa Rica. San José: ECR, 1991, p. 76.

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la aprobación parlamentaria, ni acudió tampoco a la movilización de masas.

Hasta poco antes de su envío al Congreso Nacional el proyecto de creación de la

CCSS permaneció en el secreto del gabinete de Calderón Guardia, “por temor,

fundamentalmente, a que la oligarquía fuera a montar una oposición concertada”18. Pero

sería indebido omitir que el Programa Mínimo del Partido Comunista, de 1932,

en su artículo 2º, mencionaba la necesidad de establecer seguros sociales a car-

go de Estado para la desocupación, accidentes de trabajo, enfermedades en ge-

neral, vejez y maternidad. De igual forma, hay que mencionar algunas impor-

tantes modificaciones propuestas por Manuel Mora, finalmente aprobadas19.

Así pues, el 1 de noviembre de 1942, se crea la C.C.S.S. como una Institu-

ción Semiautónoma del Estado, lo que inhabilitaba en gran parte la idea original

del redactor del proyecto, el Dr. Guillermo Padilla Castro. Afortunadamente, el

22 de octubre de 1943 la Ley de la creación de la Caja fue reformada, constitu-

yéndose en una Institución Autónoma del Estado, destinada a la atención del

sector de la población obrera y mediante un sistema tripartito de financiamiento.

Para la fecha de esta reforma estaba en vigencia el Acuerdo, pero no hay cons-

tancia de que haya influido en aprobarla.

Volvamos al análisis de la situación política del Presidente Calderón Guardia

antes de Acuerdo. No disponía de la simpatía unánime de los intelectuales que

favorecían el progreso social. Divididos profundamente entre marxistas y socia-

listas democráticos, estos últimos agrupados en torno al Centro para el Estudio

de los Problemas Nacionales, ambos sectores coincidieron hasta mediados de

1943 en atacar al calderonismo. Un buen conocedor del período señala que los

jóvenes del Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales mostraron un 18 Mark ROSENBERG. Las luchas por el Seguro Social en Costa Rica, p. 75. 19 Mark ROSENBERG. Las luchas por el Seguro Social en Costa Rica, p. 75.

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afán sistemático por deslegitimar al gobierno calderonista, ignorando las coinci-

dencias evidentes ideológicas, pues prevaleció el afán de los incipientes líderes

por hacerse un lugar en el escenario político20. Una vez anudada la alianza entre

Calderón Guardia y los comunistas, los socialdemócratas, provenientes de la

clase media en su mayoría, recorrieron los caminos que conducen al poder. En

sus filas se encontraban líderes de la capacidad de José Figueres, Francisco J.

Orlich, Alberto Martén, Rodrigo Facio, Daniel Oduber, Jorge Rossi, entre otros.

¿Y la oligarquía cafetalera? Nadie debería extrañarse del designio de una

parte de tan influyente sector de impedir las reformas sociales. Para alcanzar su

cometido se valieron de políticos del arrastre de León Cortés y Otilio Ulate.

Disponían de suficientes periódicos y radioemisoras para provocar un clima de

inestabilidad. Es legítimo preguntarse hasta qué punto los errores de la adminis-

tración calderonista fueron sobredimensionados por una campaña publicitaria

negativa e interesada en provocar el caos.

Hubo, sin embargo, una irregularidad no cometida por ninguna administra-

ción anterior. La declaración de guerra por parte de Costa Rica a Alemania e

Italia, y luego, a Japón, acto un tanto folklórico y otro tanto servil (nuestro país

se adelantó a los Estados Unidos), sirvió de pretexto para intervenir los bienes

de ciudadanos alemanes residentes en Costa Rica, algunos de ellos importantes

productores y exportadores de café; otros dueños de intereses bancarios. Con

este proceder el calderonismo se hizo de enemigos que sabían tomar venganza.

Empeoró la animadversión el encarcelamiento de ciudadanos alemanes en un

campo de concentración que funcionó cerca de la sede actual de la Municipali-

dad de San José.

20 Víctor H. ACUÑA. Conflicto y reforma en Costa Rica: 1940-1949. San José, 1992, p. 31.

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En síntesis, unos dos años después de haber asumido el poder gracias a una

mayoría de votantes inusitada, el gobierno de las reformas sociales estaba aisla-

do y amenazaba con desplomarse. Se sostenía sobre un trípode inestable: el

prestigio personal del Doctor, uno de los pocos políticos carismáticos nacidos

en nuestro país, la Iglesia Católica y el Partido Comunista (aliado del gobierno

desde que Manuel Mora denunciara la intriga para derrocar a Calderón Guar-

dia). En aquel momento, la Iglesia y el comunismo eran enemigos doctrinarios,

aunque convergentes en su apoyo a las reformas sociales. No obstante, como se

comprende sin dificultad, a la Iglesia le perjudicaba aparecer como aliada del

comunismo. Del mismo modo, al gobierno de Calderón el apoyo comunista po-

dría resultarle más perjudicial que beneficioso.

Tal la coyuntura en la que era preciso asegurar la aprobación en el Congreso

de las Garantías Sociales, del Código de Trabajo y la reforma de la ley de crea-

ción de la CCSS. Los máximos líderes del Ejecutivo, de la Iglesia Católica y del

Partido Comunista comprendieron las circunstancias perfectamente y decidieron

encontrar una solución. Así se gestó el Acuerdo dado a la prensa los días 13 y

14 de junio de 1943.

La rápida descripción del período quedaría trunca si se olvidasen ciertas

irregularidades electorales cometidas por el gobierno calderonista, las primeras

en las elecciones de mitad de período en 1942. Las anomalías se repitieron en

las siguientes elecciones presidenciales (1944), en las que resultó victorioso

Teodoro Picado, en cuyo gobierno hubo numerosos actos de represión policial,

enfrentamientos callejeros de sus partidarios con miembros de la oposición y

entre estos y los vanguardias. Todo eso fue parte del clima preparatorio de la

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Guerra Civil del 48. La anulación del sufragio presidencial de 1948, favorable a

Otilio Ulate, desencadenó el conflicto armado.

Un sino trágico acompañó como su sombra al Doctor Calderón Guardia. Na-

die podrá dudar de su benéfica labor presidencial, que no se reduce a las leyes

sociales. Es innecesario mencionar aquí todas sus iniciativas de peso histórico,

pero entre ellas destaca la creación de la Universidad de Costa Rica. La Univer-

sidad de Santo Tomás había sido cerrada ¡oh ironía! por el icono exaltado por

los liberales, como eximio reformador de la educación nacional, Mauro Fernán-

dez.

Calderón Guardia marca una nueva etapa en la historia del Estado costarri-

cense y por consecuencia en la historia nacional. Su mérito principal es haber

puesto fin al Estado Liberal, que prefiere no intervenir en los asuntos sociales,

para no interferir en el funcionamiento de la economía, que se regula a sí misma

mediante la dinámica del mercado. Estado liberal que cuando recrudecen los

problemas sociales opta por el asistencialismo, con el fin primordial de asegurar

su propia estabilidad. El doctor Calderón Guardia, inspirado la doctrina social

católica, supera las concepciones liberales e inaugura el Estado Social de Dere-

cho. Es decir, piensa y actúa para que el Estado garantice a los ciudadanos la

protección y asistencia sociales. En este sentido, José Figueres, su archienemi-

go, le debe más de lo que se suele admitir; en ciertas tareas es su continuador.

Sin embargo, junto con las iniciativas por el bien común, en la administración

Calderón Guardia y en la de su sucesor, Teodoro Picado, hubo repetidas mani-

pulaciones electorales. De poco vale alegar que los vicios electorales eran prác-

tica habitual desde la fundación de la República, pues amanecía una conciencia

ciudadana más exigente.

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Por otra parte, nadie ha podido impugnar el cúmulo de información sobre los

atropellos policiacos perpetrados contra de los ciudadanos que adversaban al

calderonismo, de las que da cuenta Alberto Cañas21. Sin que lo anterior deje de

ser cierto, también lo es que hasta la fecha nadie ha podido desmentir que “a

partir de 1945 Figueres organizó un grupo terrorista: la casa y el auto de Manuel Mora

fueron dinamitados, distintas instalaciones públicas fueron atacadas y en 1947 el Diario La

Tribuna y su director Manuel Formoso también fueron objeto de atentados. Calderón Guar-

dia sufrió dos atentados en 1947. No solo hubo grupos clandestinos, sino que también apa-

recieron brigadas callejeras socialdemócratas, similares a las brigadas de choque comunis-

tas y que adoptaban el pintoresco nombre de la resistencia”22.

Ese clima de violencia, propiciado por ambas partes, engendró la Guerra Ci-

vil de 1948. Así se comprende, aunque no se justifica que en años posteriores,

con la complacencia Calderón Guardia, sus partidarios invadieran dos veces el

territorio nacional, desde Nicaragua, con el respaldo de Anastasio Somoza Gar-

cía, en diciembre de 1948 y enero de 195523. Tales ofuscaciones, ¿nacieron de

su propia iniciativa o por la de sus allegados?

Rafael Á. Calderón Guardia fue el presidente con toda justicia condecorado

por Pío XII en reconocimiento a su reforma social. Mons. Sanabria intuyó que

no habría otro presidente dispuesto a cargar con los riesgos inherentes a su pro-

mulgación. Era Rafael Á. Calderón Guardia o nadie. Mucha perplejidad debió

causar en nuestro Arzobispo el desempeño político tan contradictorio de su

amigo el Presidente. Más de una vez meditaría aquello de que Dios escribe recto

con líneas torcidas.

21 Alberto CAÑAS ESCALANTE. Los ocho años. San José: EUNED, 1998, 137 pp. Primera edición: Editorial Liberación Nacional, 1955. 22 Víctor H. ACUÑA. Conflicto y reforma en Costa Rica: 1940-1949, p. 54. 23 Sobre las invasiones de 1948 Y 1955, cf. Armando VARGAS ARAYA. El siglo de Figueres y otros textos po-líticos. San José: Juricentro, 1993, p. 122 y 140-143.

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4. Diversas explicaciones del Acuerdo

Pocos episodios de la historia nacional han recibido tantas y tan variadas interpretaciones. Vale la pena leerlas

con detenimiento.

1955 Alberto CAÑAS

ESCALANTE. Los

ocho. San José: EU-

NED, 1998, p. 55.

1962 Ricardo BLANCO

SEGURA. Monseñor

Sanabria (Apuntes bio-

gráficos). San José:

ECR, pp. 86-87; 92-94.

“El Gobierno y los suyos se empeñan en que cuanto está sucediendo gire en torno a la Legislación So-cial que está en vías de promulgación; esto, hecho con la mira electoral de justificar el apoyo que reci-ben de los comunistas, contribuye –porque se sale de las manos de sus creadores– a plantear la lucha en otro terreno. La participación comunista se hace más fácil cuando Rusia decide disolver la Tercera Internacional, en un gesto de buena voluntad hacia sus aliados. Los líderes comunistas costarricenses aprovechan de inmediato la coyuntura, y se reúnen un domingo, declaran disuelto el Partido Comunis-ta, y fundan pocos minutos después un nuevo partido, al que bautizan “Vanguardia Popular”, y que tiene exactamente el mismo comité director (con el mismo nombre: Buró Político) e igual distribución de posiciones y responsabilidades que el partido disuelto; su programa –que en líneas generales es también el mismo programa político del Partido Comunista– comprende una serie de generalidades sobre mejoramiento social, afirmación democrática y lucha contra Hitler, tan vagas, que la Iglesia Cató-lica no logra encontrar en ellas nada censurable”. “Enrolados como estaban (los camaradas) en la cuestión electoral próxima a dilucidarse, una desave-nencia con la Iglesia hubiera podido traerles muy malas consecuencias, y es casi seguro que esa consi-deración formó parte vital de los planes de seguir adelante. Con el partido oficial estaban muy zalame-ros; su condición de comunistas no podía hacerlos bienquistos del clero y de las fuerzas conservado-ras. ¿Por qué no cambiar de nombre y de programas, hasta ocasionalmente de ideas (…)? Esa posibili-dad y su cada vez mayor intervención en la política del país, provocó el nacimiento del partido Van-guardia Popular”. “La conversión (sic) de los comunistas no fue sincera; siguieron pensando y actuando como tales, se-gún se comprueba por sus propias publicaciones. Sanabria actuó guiado por la explícita declaración de

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Vanguardia Popular, en cuyo programa se asumía una política basada en las encíclicas papales. El Ar-zobispo no podía condenar a priori al nuevo partido. “Fue casi seguro que Mons. Sanabria dudara de aquel cambio, pero su posición episcopal le hizo asumir la actitud que adoptó por razones lógicas y morales y debió imponerse a sí mismo la obligación de creer en la sinceridad intencional de los dirigen-tes del Vanguardia Popular”. El Arzobispo hubo de sufrir fuertes críticas por el acuerdo que dio lugar a la creación del Partido Van-guardia Popular.

1974 Oscar AGUILAR

BULGARELLI. Costa Rica

y sus hechos políticos de

1948. (Problemática de una

década). San José: EDU-

CA, 55-56.

Fueron dos las causas que movieron al Arzobispo: 1. evitar la Guerra Civil; 2. colocar a la Iglesia al

servicio de las clases necesitadas. Don Oscar anota como característica distintiva del Prelado “su determinación de realizar una obra

social de importancia”. En otro sitio afirma refiriéndose al Acuerdo: “No creemos que Monseñor Sana-bria fuera engañado”.

1974 Manuel MORA V.

“Anexo 1. Fundación del

Partido Vanguardia Popu-

lar”. En: 1970 Oscar

AGUILAR B., Costa Rica

y sus hechos, pp. 395-411.

Un grupo de capitalistas y de políticos había decidido sacar del poder a Calderón Guardia, para lo cual buscan el concurso del Partido Comunista, pero Manuel Mora decide informar de la intriga al Pre-sidente y ofrecerle su apoyo a cambio de una política social. “El Doctor Calderón no habría podido dar ni leyes de Seguro Social ni de ninguna otra clase si no se hubiera producido este viraje”.

Años después, en el contexto del apoyo comunista a la candidatura de Teodoro Picado (no para la aprobación a las leyes sociales –promulgadas en 1942- sino para defenderlas) “había que resolver de previo un problema: el de la Iglesia. Si nosotros hacíamos la alianza con donTeodoro, había la posibili-dad de que Monseñor Sanabria, por ser nosotros el Partido Comunista, no lo apoyara y a nosotros nos preocupaba porque eso debilitaría un poco lo de las garantías sociales. Esto me llevó a mí, de acuerdo con mi Partido, a buscar un contacto con Monseñor Sanabria y el propio Doctor Calderón Guardia me ayudó”.

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1974 Oscar AGUILAR

BULGARELLI. La Consti-

tución de 1949 (Anteceden-

tes y proyecciones). San

José: ECR, p. 26.

“En Costa Rica, isla de paz del tumultuoso mar americano, donde las cosas más insólitas a veces se convierten en realidad, sucede algo extraordinario, pues se produce una simbiosis milagrosa entre dos filosofías radicalmente opuestas, la marxista y la cristiana; a través de las figuras de Monseñor Sana-bria, el licenciado Manuel Mora y el Dr. Calderón Guardia”.

1974 James BACKER. La

Iglesia y el sindicalismo en

Costa Rica. San José:

ECR, pp. 94-95.

El Presidente Calderón Guardia envió al Congreso un nuevo capítulo de la Constitución que se lla-maría Garantías Sociales el 1 de mayo de 1942, el cual se aprobó el 2 de junio de 1943. Por su parte, la Iglesia Católica le había dado su apoyo público el 22 de mayo mediante una circular conjunta de todos los obispos. Después de tales acontecimientos, “Manuel Mora se resolvió a tratar de acercarse al Ar-zobispo Sanabria. El dirigente comunista sabía que el apoyo de la Iglesia para la administración del Presidente Calderón y para su programa era crucial. También sería crucial para el candidato caldero-nista, Teodoro Picado Michalski, en las elecciones presidenciales de 1944. Pero, se veía la posibilidad de que la alianza creciente entre los comunistas y los calderonistas costaría la pérdida de aquel apoyo. Por eso, Mora buscó un entendimiento con Mons. Sanabria”.

“En una serie de reuniones secretas, el jefe del Partido Comunista y el jefe de la Iglesia se recono-cieron como inteligentes y sinceros. Este respeto mutuo de pronto se convirtió en una amistad intelec-tual y personal. Los dos reconocieron, respetaron y guardaron sus diferencias doctrinales, pero deci-dieron buscar un método de actuar juntos para lograr una meta común, el mejoramiento de la clase obrera. La solución que encontraron fue la disolución del Partido Comunista y la creación de otra agrupación política que no atacaría a la Iglesia y que aceptaría la doctrina social católica como base de solución para los problemas socio-económicos nacionales”

1976 John Patrick BELL.

Guerra Civil en Costa Rica.

Los sucesos políticos de

El Bloque de Obreros y Campesinos y su sucesor, Vanguardia Popular, abogaban por programas

realistas de reformas, realizables dentro del procedimiento democrático. En 1943, el arzobispo Sana-bria manifestó públicamente no encontrar nada en el programa de Vanguardia Popular que pudiera

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1948. San José: EDUCA p.

65. excluir a un católico practicante de participar en ese partido o de pertenecer a él. De hecho, dijo, era el único partido del país que ofrecía a los trabajadores una oportunidad de ventilar injusticias que recla-maban una participación. La posición asumida por el arzobispo indicaba, por lo demás, la medida en que los comunistas se habían hecho respetables en el momento de su alianza con los republicanos.

La aparente incongruencia en la aceptación, por parte de Calderón Guardia, de apoyo de los co-munistas para su programa tendiente a combatir el comunismo, fue resuelta, por lo menos en parte, por la disolución del Bloque por Mora, en 1943. No obstante, Mora formó inmediatamente el Partido Vanguardia Popular, que aceptaba aparentemente el programa social-cristiano de Calderón Guardia. Parece ser que Mora siguió la línea de la internacional comunista a lo largo del período, pero dentro del contexto de los años cuarenta ello podía hacerse sin poner en cuestión la cualidad autónoma del Partido.

1980 Eugenio RODRÍ-

GUEZ VEGA. De Calde-

rón a Figueres. San José:

EUNED, pp. 74-78.

“La extensa y cuidadosa contestación de Monseñor Sanabria se produce el mismo día, lo que indica que antes se habían realizado varias reuniones entre él y el jefe comunista, para tratar en detalle un asunto tan importante; es imposible que en forma inmediata se consultara la opinión de los obispos y de otros miembros destacados del clero nacional. Años después el Lic. Mora explicó que, ayudado por el presidente Calderón Guardia había buscado a Monseñor Sanabria para conversar con él sobre asun-tos ideológicos y aun de estrategia política, ante el panorama electoral que se presentaba muy som-brío. (Entrevista a Manuel Mora 1970, en AGUILAR B. Costa Rica y sus hechos políticos…).

No hay duda de que la intervención de Monseñor Sanabria en un asunto político tan importante,

en plena campaña electoral y a ocho meses de las elecciones de febrero de 1944, es un triunfo muy claro de las fuerzas gobiernistas que lo aprovecharán decisivamente. La contestación de Monseñor es muy cuidadosa en el fondo y en la forma pero, dentro de sus esfuerzos de objetividad, es el hecho fundamental en la estrategia política de los partidos de gobierno, el Republicano Nacional y el Comu-nista. El jefe de la Iglesia ha decidido asumir un papel político, y lo hace consciente de los riesgos que corre. No ha sido sorprendido, pues es hombre inteligente sin nada de ingenuidad política; ha medido las circunstancias, y con clara decisión toma un camino intuyendo muchos de los problemas que debe-

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rá afrontar en el futuro. A pesar de las circunstancias, del tono subidamente apasionado de las campa-ña y de la forma en que las palabras de Monseñor favorecen las tesis electorales gobiernistas, públi-camente no se ataca al jefe de la Iglesia; hay críticas fuertes al Partido Comunista por parte del corte-cismo y de otros grupos, que consideran la disolución como una maniobra, y algunas respetuosas alu-siones –como la del Lic. Emilio Valverde señalando que ‘el Señor Arzobispo ha cometido el error de no considerar sino el aspecto político del comunismo tico`.

Es justo decir, sin embargo, que en las conversaciones privadas de los enemigos del gobierno sí se hacen comentarios desfavorables sobre la contestación de Monseñor Sanabria al jefe comunista, aun sin conocer las próximas derivaciones de estos acontecimientos”.

El Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales no creyó en la transformación del partido

Comunista al que acusó de manipular la situación a su favor. Sin embargo, Eugenio Rodríguez observa que el Prelado “cree de verdad, sinceramente, que el partido Comunista va a desaparecer en Costa Rica y que se abre la posibilidad de un movimiento socialista costarricense, compatible con las tesis fundamentales de la Iglesia; en esta forma, se extermina una doctrina que los católicos no pueden aceptar, y podría organizarse un movimiento de la Iglesia de muy beligerante acción social”. (…) “No hay duda de que el Partido Comunista se fortalece con el implícito respaldo arzobispal al cambio de nombre y de programa”.

El respaldo permite al gobierno (calderonista) estrechar lazos con el movimiento que dirige Manuel Mora. En la campaña electoral contra el partido de León Cortés se explotará la condenatoria que el Arzobispo hace del nazismo (p. 78).

1981 María de los Ángeles

AGUILAR HERNÁNDEZ.

Carlos Luis Fallas y el Par-

tido Comunista de Costa

Rica. UCR. Tesis de Licen-

Opina que el apoyo de la Iglesia a las reformas sociales se debe en parte fundamental a la deroga-

ción de las leyes anticlericales de 1884 y 1894 (p. 208). Marielos Aguilar menciona el anticomunismo acérrimo de Mons. Sanabria constatado en docu-

mentos oficiales de su autoría de 1938, pero que en 1941, en Carta Pastoral sobre el Justo Salario se nota “un viraje importante” (p. 209). Afirma también que el Acuerdo fue un fenómeno coyuntural (p. 213).

El Partido Comunista “había conseguido que la Iglesia jefeada por Monseñor Sanabria, compren-diera la coyuntura histórica y valorara la importancia del triunfo de las fuerzas democráticas en el

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ciatura en Historia, pp.

207-226.

mundo. Además, Monseñor Sanabria había entendido las repercusiones de la guerra en la situación de la clase trabajadora” (p. 221).

Enfatiza la continuidad en el contenido del programa del Partido Comunista del 14 de diciembre del 41, el Plan de Emergencia del 15 de agosto de 1942, el Programa que acompaña la fundación del Partido Vanguardia Popular del 18 de junio del 43. Afirma que la única diferencia estriba en lo que se refiere a política internacional y el imperialismo (p. 226).

1981 Jacobo SCHIFTER

SIKORA. La fase oculta de

la Guerra Civil en Costa

Rica. San José: EDUCA, pp. 64-65.

La alianza republicano-comunista-eclesiástica. En el contexto del complot de los capitalistas para derribar a Calderón Guardia del poder, informa-

ción proveniente de la entrevista concedida por Manuel Mora a Aguilar Bulgarelli (cf. supra), escribe Schifter:

“Debido a la personalidad de Monseñor Sanabria, un obispo muy progresista, y con el trasfondo de la abolición de las prohibiciones liberales contra la intervención católica en el sistema escolar, la Iglesia Católica declaró que apoyaría a una coalición de las fuerzas que protegieran la legislación social. La Iglesia permitiría que los católicos fueran miembros de tal coalición en tanto ésta no siguiera ningún dogma específico, sino que únicamente suministrara una plataforma social para el gobierno. El Partido comunista, consciente de la importancia del apoyo eclesiástico, decidió disolverse y formar un nuevo partido – Vanguardia Popular – que no seguiría una ideología marxista sino una política de reformas sociales. La coalición republicano-vanguardista se presentó a las elecciones de 1944 y de1948 como un solo partido”.

1985 Gustavo A. SOTO

VALVERDE. La Iglesia

costarricense y la cuestión

social. Antecedentes, análi-

sis y proyecciones de la

reforma social costarricen-

se de 1940-43. San José:

EUNED, p. 325.

“No es la Iglesia quien busca el acercamiento, es el Lic. Mora Valverde quien entra en contacto con Mons. Sanabria con el fin de romper todas esas manifiestas contradicciones que hacían ya imposible o sumamente difícil su permanencia junto al proceso de reforma social. A la vez, recuérdese que tampo-co fue el Dr. Calderón Guardia quien llamó a los comunistas en busca de apoyo, fueron ellos quienes lo hicieron. Si hubiese sido el gobierno y la Iglesia quienes necesitaban del apoyo del comunismo, cabe preguntar, ¿quién hubiera buscado el acercamiento?”.

“Por otra parte, se ha sostenido que el Partido Comunista entró en contacto con el Arzobispo para que este comprendiera y valorara la importancia de todo cuanto estaba sucediendo (…) Es decir, prác-

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ticamente -- según esta absurda versión—hubo que convencer a Mons. Sanabria para que, junto con toda la Iglesia costarricense, defendiera la doctrina social expuesta por los Romanos Pontífices (!)”.

1986 Manuel ROJAS BO-

LAÑOS. Lucha social y

Guerra Civil en Costa Rica.

1940-1948. San José: Alma

Mater, p. 92-93.

“Era necesario neutralizar el efecto de la intensa campaña anticomunista en las masas campesinas y en la pequeña burguesía urbana, y la única posibilidad de hacerlo era logrando el apoyo de la jerar-quía eclesiástica para la alianza que se pretendía realizar. Era indudable que el Arzobispo Sanabria y muchos sacerdotes simpatizaban con el gobierno de Calderón Guardia y las reformas que se estaba realizando. Aquél también había correspondido generosamente a esa actitud. Pero otra cosa eran los comunistas, a quienes el propio Sanabria había combatido desde que fue nombrado Arzobispo. Pero desde entonces habían pasado tres años y la situación era otra. Mora y Sanabria iniciaron entonces conversaciones para tratar de llegar a un acuerdo que favoreciera por igual los intereses del partido oficial, de la Iglesia y de los comunistas”. “El camino estaba abierto para realizar una alianza entre el Partido oficial y los comunistas, como ocurrió poco después”.

1987 María de los Ángeles

AGUILAR HERNÁNDEZ.

Clase trabajadora y organi-

zación sindical en Costa

Rica. UCR. Tesis de Maes-

tría en Historia, pp. 26-28.

“La actitud tradicionalista de la jerarquía eclesiástica, que la divorciaba de las masas trabajadoras,

fue superada por Sanabria cuando éste comenzó a integrar dentro de la práctica de la Iglesia las posi-ciones papales sobre la cuestión social”.

“… la participación de la Iglesia en la organización sindical se facilitó aún más con las conversacio-nes entre Manuel Mora y Monseñor Sanabria, por medio de las cuales el Partido Comunista se com-prometió, entre otras cosas, a no fomentar un espíritu antirreligioso en el seno de la clase trabajadora, a cambiar su nombre (…), y a modificar su programa para convertirlo en un conjunto de reformas que no atentaban contra el sistema, a cambio el Obispo aceptó públicamente que los trabajadores católi-cos podían militar en el PVP”.

“Si bien es cierto que la iglesia (sic) no necesitaba la aprobación del Partido Comunista para poner en práctica su programa de acción sindical, las buenas relaciones entre Mora y Sanabria hicieron que las contradicciones que engendraba la división ideológica del movimiento sindical, no parecieran en aquel momento a los ojos de los trabajadores, como un problema serio para sus objetivos de clase”.

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31

1988 Gerardo CONTRE-

RAS y José M. CERDAS.

Los años cuarenta. Historia

de una política de alianzas.

San José: Porvenir, pp.

100-101.

“El cambio de nombre del Partido Comunista tiene mucha importancia en el aspecto de sus alian-zas, pues se hizo en función de ampliar las posibilidades de aliarse con los sectores progresistas de ese momento, los sectores anti-oligárquicos y anti-imperialistas y especialmente en ese momento, con los sectores anti-fascistas y democráticos. (…) El Arzobispo, francamente anticomunista en escritos y acti-tudes hasta hacía poco, era un preocupado desde su perspectiva pastoral por la suerte de los trabaja-dores. Sobra decir el prestigio e influencia que posee entre los costarricenses la Iglesia Católica y en particular el jefe jerárquico nacional y la importancia que su actitud tuvo para el PVP. El cambio de nombre fue una actitud táctica para romper los prejuicios cultivados por la ideología do-minante, para ampliar la imagen partidaria y concretar la alianza con el Republicano Nacional. (…) El cambio de nombre no tiene mayor trascendencia si este cambio no lleva aparejado un cambio estraté-gico. Este último no se dio. El Congreso aprobó mantenerse sobre los mismos principios del anterior programa, confeccionado y aprobado pocos meses antes. (…) Los sectores oposicionistas van a reac-cionar negativamente contra el Partido Vanguardia Popular, acusándolo de maniobrista, pero a Mon-señor Sanabria se le va a marginar de los ataques para no perjudicarse ellos mismos.

1989 Miguel PICADO

GATJENS. La Iglesia cos-

tarricense entre Dios y el

César. San José: DEI,

pp. 123; 127-137; 143.

El pacto calderonista/comunista fue reforzado con el pacto entre el Arzobispo y el jefe del Partido Comunista.

“Ningún gobierno puede sustentarse por largo tiempo en aliados que se han lanzado con anteriori-dad el anatema mutuo. La Iglesia Católica y el Partido Comunista no podían apoyar conjuntamente al gobierno sin que los enemigos de las reformas se aprovecharan de las consabidas discrepancias ideo-lógicas. Además, la posición del Arzobispo sería cada vez más endeble si continuaba ofreciendo el peso de su autoridad a un gobierno respaldado por el Partido Comunista. (…) Los jefes comunistas percibían la ambivalencia de su contribución al gobierno. Los enemigos de Calderón obtenían el mayor provecho de la alianza de éste con los comunistas. Por consiguiente, era necesario llegar a un acuerdo”.

… “la voluntad de no dividir al movimiento popular se nota en la autorización concedida a los cató-licos para militar en los sindicatos de Vanguardia Popular. En contrapartida, Vanguardia Popular admi-tiría la formación de una alternativa sindical. Este parece haber sido el finiquito del acuerdo entre Mons. Sanabria y Manuel Mora” (p. 143).

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32

Lo de mayor relevancia del arreglo, lo que queda para el futuro, son los elementos para una teolo-gía del movimiento popular elaborados a partir de los escritos y hechos de Mons. Sanabria.

1989 Arnoldo MORA. Las

fuentes del cristianismo

social en Costa Rica. San

José: DEI, pp. 103-104.

“La alianza entre Mora y el arzobispo era de otra índole. En primer lugar nunca fue doctrinal, ni nunca se propuso que lo fuera. No hay en Sanabria indicios de un acercamiento o simpatía hacia las concepciones filosóficas del marxismo, ni hacia las teorías económicas del comunismo. Quizás en pri-vado estudió los clásicos de la teoría marxista, aunque en sus escritos no se denota una huella real de esas lecturas.

Por otro lado, Sanabria nunca ocultó su admiración por la sed de justicia y la sinceridad de las lu-chas sociales emprendidas por los comunistas. Compartió con ellos sus denuncias de las injusticias sociales imperantes, su rechazo de los abusos del sistema capitalista, su repudio a la hegemonía bur-guesa, a la que atribuía la mayor responsabilidad de la pobreza de las grandes masas populares.

O sea, que si entre ellos había distanciamiento en lo teórico, había una notoria afinidad en cuanto a la actitud política se refería. Y fue esto lo que acercó a los dos líderes. Las exigencias de una práctica política consecuente llevó a esa ´alianza inverosímil` de que hablan algunos historiadores. Alianza que se concretó en la lucha por un programa político común, basado en la introducción de hondas refor-mas sociales en nuestro medio. Sin embargo, el talento político, tanto de Sanabria como de Mora, les hizo ver que no se podía dar una alianza en lo social sin que esto implicara un acercamiento en lo polí-tico. La razón para ello era clara: el enemigo de las reformas sociales era el mismo para uno como para el otro.

No era el hecho de tener distintas concepciones filosóficas lo que haría que la clase dominante, la gran perdedora por primera vez en nuestra historia, estableciera una diferencia entre uno y otro. En la práctica, tan enemigo era Sanabria como Mora, aunque uno fuera Arzobispo de la Iglesia Católica y otro Secretario General de un Partido Comunista en tiempos de Stalin. El enemigo común los unió. No obstante, esta unión significó un cambio cualitativo en uno y otro. No podían unirse permaneciendo iguales, porque eso no sería una unión sino una yuxtaposición. Una alianza que sea tal, debe significar el surgimiento de una realdad cualitativamente nueva y una transformación sustancial en los compo-nentes primitivos de esa alianza.

(…) Mora debe aceptar el sistema político vigente, entiéndase democracia liberal, representativa,

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la alternabilidad en el poder, el juego de partidos, etc. Y que la Iglesia Católica siga siendo la religión oficial del Estado, es decir, que éste sea confesional y que las reformas sociales y económicas que se impulsen, se enmarquen dentro de una concepción acorde con la doctrina social de la Iglesia.

Casi cincuenta años antes de la Perestroika, el Partido Comunista, jefeado por Manuel Mora, hace una revisión interna de iguales proporciones. El Partido Comunista de Costa Rica se des-estaliniza y con ello recibe su legitimidad política de manos del Jefe de la Iglesia Católica. Este cumple así su fun-ción tradicional en nuestro medio de definir el bien y el mal, de ratificar como tribunal último la escala de valores por los que ha de regirse la sociedad costarricense como un todo”.

1991 Fernando SOTO

HARRISON. Qué pasó en

los años 40. San José: EU-

NED.

(Después de reproducir las cartas cruzadas del 14 de junio de 1943) escribe: “Es importante, para juzgar con conocimiento de causa el momento comentado, tomar en cuenta que en aquel tiempo el movimiento político que iniciaron varios jóvenes en 1931 bajo el liderato de Manuel Mora, era por excelencia idealista, novedoso, muy costarricense, aunque alimentado por conceptos que les inspiraba la Revolución Rusa. Además, la Unión Soviética llegó a ser igual que el resto de Europa, víctima de la amenaza de la Alemania Nazi y de la Italia fachista”.

1992 Víctor H. ACUÑA

ORTEGA. Conflicto y Re-

forma en Costa Rica: 1940-

1949. San José: EUNED,

PP. 39-39.

“… es interesante indicar que (el Partido Comunista) intentó resucitar su viejo proyecto de un mo-vimiento de unidad nacional. Pero al fracasar la ‘concentración nacional’ definitivamente se enrumbo hacia un acuerdo electoral con el partido del gobierno. Para facilitar la tarea, el 13 de junio de 1943 el Partido Comunista cambia de nombre y se convierte en el Partido Vanguardia Popular, con el fin ex-preso de establecer alianzas electorales. Parece ser que el cambio de etiqueta no es suficiente pues, al día siguiente, Mora solicita al Arzobispo Sanabria un pronunciamiento sobre si los católicos pueden militar en el nuevo partido y el Arzobispo contesta que no ve obstáculo alguno en tal sentido. Así, el nuevo bautizo de los comunistas recibió la bendición de la Iglesia, bendición que no solo buscaba dar-les una nueva legitimidad, sino que, principalmente, dio pie para que el Partido Republicano Nacional pudiese proponerles formar una coalición.

Con esta decisión Monseñor Sanabria actuó n consecuencia con sus convicciones de justicia social,

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ya demostradas previamente; también con las relaciones estrechas Iglesia-gobierno que habían carac-terizado a la administración Calderón y, finalmente, con sus convicciones anticomunistas pues espera-ba que con el cambio de nombre y con el eventual pacto, el comunismo en Costa Rica se iría diluyen-do”.

1997 Ana María BOTEY

SOBRADO y otros. Histo-

ria de Costa Rica. Volumen

III. San José: EIDOS, pp.

384-385.

El desfile del 1° de mayo de 1943 reunió a Manuel Mora y a Calderón Guardia (…) tuvo como ora-dor de fondo al presidente, quien se pronunció a favor de llevar adelante las reformas sociales y por el objetivo de gobernar con y para el pueblo. Hablaron también: Manuel Mora, Rodolfo Guzmán, dirigen-te de la Confederación de Trabajadores de Costa Rica y otros miembros destacados del partido y de los sindicatos.

En medio de estos hechos se produjo la disolución de la III Internacional Comunista o Comintern, en Moscú. (…) El partido comunista consideró que esta nueva situación le facilitaba la concreción de la alianza y le permitía atraerse, en forma positiva, a la Iglesia, un aliado vital para la legitimidad ante el pueblo de esa alianza política. Durante ese tiempo también influyó, notablemente, en la política del movimiento comunista internacional, la posición sostenida por el Partido Comunista de los Estados Unidos y de Earl Browder, su secretario general. Sostenían que la lucha de clases estaba superada y que lo que el momento exigía era la colaboración de clases. El Partido Comunista de Costa Rica abrazó con entusiasmo estas posiciones, renunció a la lucha de clases, llamó al colaboracionismo y fortaleció su estrategia de alianza con el gobierno y preparó un acercamiento con la Iglesia Católica Costarricen-se.

2006 Gerardo CONTRE-

RAS. La historia no es co-

lor de rosa. A propósito de

los setenta y cinco años del

Partido Comunista en Cos-

ta Rica. San José: Perro

Azul, p. 46.

“En el marco de ese vínculo estrecho, que vivió el Partido Comunista con las Jerarquía de la Iglesia

Católica; Monseñor Sanabria le propuso a los comunistas, que era conveniente cambiar de nombre al Partido, en razón de que el mismo era un tanto repelente para diversos sectores de la población, mas en cambio, si se le ponía otro nombre, la percepción de los costarricenses podría ser otra; y además, que para forjar una alianza electoral con el Partido Republicano Nacional, este mismo se sentiría más anuente si se daba el cambio de nombre”.

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35

2007 Iván MOLINA. Anti-

comunismo reformista.

Competencia electoral y

cuestión social en Costa

Rica (1931-1948). San Jo-

sé: ECR, pp. 138-139.

“El paso previo para lograr un acuerdo entre el Bloque de Obreros y Campesinos y los calderonistas era la disolución del primero, la cual se verificó el 13 de junio de 1943 (dispuesta luego de que en ma-yo Moscú procediera de manera similar con el Comintern), y fue la base para la fundación del partido Vanguardia Popular (PVP), una agrupación que se declaró no comunista. El líder del ‘nuevo’ partido, Mora Valverde, se apresuró a consultarle a Sanabria por escrito si era posible que los católicos milita-sen en sus filas sin problemas de conciencia, a lo que el arzobispo contestó, el día 14, que podían ha-cerlo. La inmediata respuesta del eclesiástico en un asunto tan delicado insinúa fuertemente que la verdadera negociación se había efectuado antes de ese episodio epistolar (…).

Para diversos sectores de oposición fue obvio que el Prelado apoyaba al Bloque de la Victoria, coa-lición calderonista que impulsaba la candidatura de Teodoro Picado. El embajador estadounidense Fay A. Des Portes informó en octubre de 1943 que “hay un extendido temor al comunismo entre las per-sonas acomodadas aquí; esas personas no consideran que la reciente transformación del Partido Co-munista en Vanguardia Popular haya alterado en lo más mínimo los objetivos fundamentalmente revo-lucionarios de Mora y sus seguidores”.

En noviembre de 1943, Des Portes informa que Mons. Sanabria parece “tener gran fe en que el movimiento izquierdista en Costa Rica, el cual corresponde esencialmente al Partido Vanguardia Popu-lar, puede ser mantenido en un plano seguro y moderado”, juicio que validaba el Presidente Calderón Guardia.

Dos años más tarde, ante otro embajador de los Estados Unidos, Mons. Sanabria opinó que “Mora ha aceptado principios no comunistas tales como la propiedad privada, la familia y la ‘justicia social cristiana`. Si tales principios forman ahora parte de la ‘línea del partido`, una reconsideración de toda la cuestión del ‘comunismo` está a la orden del día. El arzobispo describió a Manuel Mora como un hombre tanto inteligente como sincero y dijo que de todos los políticos que conocía, pensaba que Ma-nuel Mora era el más honesto en su deseo de ayudar a los pobres”.

2010 David DÍAZ ARIAS.

Reforma sin alianza: la

nueva interpretación histó-

La reforma social de Calderón Guardia tuvo como norte las encíclicas papales y el Código Social de

Malinas, desde el mensaje inaugural del 8 de mayo de 1940. En 1941 restablece la enseñanza religiosa en educación primaria y en julio de 1942 se deroga parte de las leyes anticlericales de 1884.

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rica de la década de 1940.

San José: EUCR, pp. 17-

19.

“La Iglesia Católica (…) se constituyó en la autoridad superior que supervisó y legitimó la alianza política entre el Partido Republicano y el nuevo partido, el Vanguardia Popular. Lo que usualmente se ha visto como un giro social progresista de la Iglesia fue un arriesgado movimiento para frenar a los comunistas, marcándolos desde la cercanía y para avanzar en un terreno que las reformas liberales habían demarcado como laico. En 1943 la Iglesia estaba en posición de mediar, con poder, en las alian-zas políticas en las que participaban los comunistas. La reforma social con la cual estos se comprome-tieron transcurrió bajo la tutela de la Iglesia, dentro de una atmósfera ideológica conservadora, pa-triarcal y restauradora, aunque con una dimensión social que implicaba un cambio innegable. Esta contradicción es característica de la sociedad costarricense”.

Pese a sus éxitos electorales, la izquierda estaba preocupada porque el gobierno impulsaba un

proyecto social que los dejaba sin legitimación alguna para su causa electoral inmediata. Además, en 1942, dividido el Partido Republicano y cuando ya la legislación social había sido enviada al Congreso, Calderón Guardia y Manuel Mora comienzan a negociar una unión que cuaja en 1943.

La jefatura de la Iglesia por su parte, también emprendía un camino de acercamiento, cuya base se justificaba en el interés por deshacerse del comunismo aunque se tratara de uno cosechado “a la ti-ca”. La estrategia eclesiástica radicaba en acercar los sindicatos de trabajadores a su organización la-boral, la Rerum Novarum.

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5. El santo sindicalista y el Arzobispo reformador

La historia de Latinoamérica sabe de algunos obispos proféticos que por

obediencia al Evangelio se colocaron decididamente al lado de los pobres. So-

lamente en Centroamérica se cuenta con tres obispos mártires por la causa de la

justicia social: Antonio de Valdivieso, obispo de Nicaragua y Costa Rica (+

1550), de la Orden de Predicadores; Oscar A. Romero, gloria de El Salvador y

de la humanidad (+ 1980); Juan Gerardi (+ 1998), guatemalteco, gestor del pro-

yecto REHMI (Recuperación de la Memoria Histórica), asesinado por evitar

que miles de víctimas de la guerra civil que comenzó en 1960 y finalizó en

1996, cayeran en el olvido histórico, que es una segunda muerte.

La diferencia entre Mons. Sanabria y sus mencionados hermanos obispos es

que no solo fue profeta, sino también realizador; parte de sus anhelos de refor-

ma social se materializaron. Por eso le viene bien el título de obispo reformador.

En su tiempo, Sanabria era bastante conocido en Latinoamérica. Algunos lo til-

daban de obispo rojo y un dictador guatemalteco interpuso obstáculos para im-

pedir que visitara ese hermano país. Pero también se le admiraba y algunos

eclesiásticos lo consideraban modelo a imitar. Un jesuita chileno, el único santo

sindicalista del que se tiene noticia, viajó a nuestro país con el exclusivo propó-

sito de conocer a Monseñor. Afortunadamente, dejó por escrito sus impresiones.

Se llamaba Alberto Hurtado y fue canonizado por Benedicto XVI en el 2005. El

interés de su relato es triple: trasmite una vívida imagen de nuestro Arzobispo;

informa lo que le comunicó acerca de su participación en el origen de la reforma

social; contiene opiniones sobre el Partido Comunista de Costa Rica.

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Las palabras de Alberto Hurtado sobre Mons. Sanabria, que se transcriben a

continuación, se toman de Magnet, un biógrafo del jesuita chileno. En el texto

vienen intercaladas palabras de Hurtado con palabras de Sanabria. Con el fin de

facilitar la lectura, va en cursiva lo que refiriera Monseñor. Como se podrá ob-

servar, el relato de San Alberto engloba dos conversaciones: la mantenida entre

Mons. Sanabria y el Presidente Calderón, y la mantenida entre Sanabria y el

propio Hurtado.

“En Costa Rica solo había un partido organizado: Vanguardia Popular, un nom-bre que no lograba disfrazar al verdadero: Comunismo.

- El peligro de los comunistas en Costa Rica es que son sinceros e inteligentes. Si fueran mentirosos tendrían menos veneno, pero son sinceros e inteligentes…

No era corriente oírle cosas semejantes a un arzobispo en América Latina, pero Monseñor Sanabria no era un arzobispo cualquiera. Había querido pasar a Costa Ri-ca para verlo a él y al Padre Núñez, el que había organizado ya 75 sindicatos cris-tianos en el movimiento de Rerum Novarum, que seguía creciendo porque el pueblo le otorgaba su confianza. Monseñor Sanabria lo había recibido en su oficina del “palacio” arzobispal; era ‘un hombre de unos 45 años, fuerte, moreno, costarrique-ño auténtico, muy fino, ponderado, nada de exaltaciones’. Lo que él dijera le pareció tan interesante que al volver a su alojamiento lo transcribió todo en una libreta que había llevado para sus anotaciones de viaje y en la cual nada ocupó un lugar seme-jante al dedicado al sorprendente arzobispo que repensaba cristianamente todos los problemas de su tiempo y su país. ¡Cómo no iba a entenderse con Alberto Hurtado! Y en varias cosas el autorizado ejemplo del arzobispo iría a servirle de inspiración, aunque a Monseñor Sanabria en Costa Rica muchos lo consideraban comunista, u otros, un iluso.

-“Era muy amigo del presidente anterior (Calderón Guardia). Venía a verme con frecuencia, fumábamos largo y conversábamos de todo. Un día me dijo: -Le ten-go una gran noticia: voy a enviar al Congreso un proyecto que colocará fuera de la Ley al Partido Comunista. Y como me viese la cara: -Pero, ¡Qué! ¿No le alegra la no-ticia?

-No señor, no me alegra. Por dos razones: Primera, que va a ser muy difícil que la ley pase; segunda ¿Por qué no atacar al comunismo superándolo? ¿Por qué no lanza una inteligente y justa legislación social? El presidente lanzó su legislación, y el arzobispo su movimiento de Rerum Novarum, respaldando al Padre Núñez.

-La Iglesia, desde México a la Argentina- le dijo al Padre Hurtado- no da la im-presión de tomar el partido de las clases trabajadoras y ése debe ser su lado prefe-rente, si preferencia cabe: Evangelizare pauperibus. (Evangelizar a los pobres). No hay que llevar a la Iglesia al terreno de las influencias políticas. Hay quienes creen defenderla por este medio y obtienen un resultado efímero y puramente de fachada. El Reino de Dios tiene que avanzar por sus medios propios. Por otra parte –agregó el Arzobispo- hay falta de perspicacia en los queridos hermanos en el Episcopado para mirar la realidad, y la hay aun en Roma.

El trabajo social –seguía Monseñor Sanabria– debe hacerse sobre la base de la difusión de las encíclicas, de sus ideas teológicas, sociales, políticas, de su cuadro

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histórico. Son verdaderas bombas atómicas. Yo pervertí a un sacerdote con los círculos sobre encíclicas (…) Cada época plantea su pregunta decisiva a la Iglesia: la de nuestro siglo es el problema social. Millones de hombres quieren tener la res-puesta de la Iglesia. ¿Qué creerán si no la damos por cobardía, por pereza? ¡Nos han hecho doctores!”24

¿Cuándo se encontraron estas dos almas gemelas? Magnet no indica en su li-

bro ni la fecha del paso de Hurtado por Costa Rica, ni tampoco la de la conver-

sación habida entre el Presidente y el Arzobispo. Se puede suponer que Hurtado

se entrevistó con Monseñor en setiembre de 1945, pues según un dato tomado

del prólogo de una edición de escritos espirituales del santo sindicalista, en esa

fecha viaja a los EEUU y a otros países de Centro América25. Por entonces era

Presidente Teodoro Picado (1944-1948). Es más complicado aún proponer una

fecha para la conversación –referida por Hurtado– entre Sanabria y Calderón

Guardia. Partiendo de lo que dice el santo sindicalista, se puede suponer que

ocurrió antes de que el Doctor Calderón Guardia enviara por primera vez el

proyecto de las Garantías Sociales al Congreso, es decir, antes del 1 de mayo de

1942.

Dataciones aparte, lo cierto es que el escrito de Hurtado abunda en observa-

ciones perspicaces, propias de un profesional en pedagogía, graduado en la

Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, y activo en las cuestiones sociales.

Sus notas, casi telegrafiadas, algo natural en apuntes de viaje, contienen infor-

maciones valiosas que encajan sin problema, como se verá, dentro de los acon-

tecimientos de entonces.

24 Alejandro MAGNET, El Padre Hurtado, Santiago de Chile: Editorial Los Andes, 1954, p. 195-196. 25 Centro de Estudios y Documentación “Padre Hurtado”. Escritos de San Alberto Hurtado, Santiago, 2004, p. 19.

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Aparece con nitidez la deformación que se hacía, principalmente por la pren-

sa, de las verdaderas intenciones de Mons. Sanabria, tachado de comunista o de

iluso, negándosele su verdadera calidad: la de reformador social. Se comprende

con facilidad lo que eso conlleva de sufrimiento para un auténtico pastor. Asi-

mismo, es útil su opinión –trasmitida por Hurtado– de los comunistas, a quienes

considera sinceros e inteligentes, juicio que se halla en otros escritos suyos. Por

eso “su veneno” (las doctrinas comunistas) es más peligroso. Con base en las

impresiones de Hurtado, parece lícito afirmar que Sanabria mismo no estaría

muy convencido de que el cambio de nombre de Partido Comunista a Vanguar-

dia Popular hubiese inducido un cambio de fondo, y no meramente nominal,

algo lógico y razonable, pues Monseñor no era tan ingenuo como para dar por

sentado que se había producido de la noche a la mañana una transformación en

la conciencia e ideología de los comunistas.

Mons. Sanabria veía la solución socio-política del país en un cuerpo de leyes

sociales crecientemente progresivo y en la acción de fuerzas sindicales que,

aunque de distinta fuente doctrinal, fueran afines en procurar la justicia: la Con-

federación de Trabajadores de Costa Rica (CTCR). Por cierto, en su acto inau-

gural (el 4 de octubre de 1943) participaron como invitados el Presidente Calde-

rón Guardia, el Prelado y la Central Sindical Rerum Novarum, fundada por él y

encomendada al Pbro. Benjamín Núñez26. Mons. Sanabria quiso que la Iglesia

organizara sus propios sindicatos, paras no depender de los del Partido Van-

guardia Popular. Así pues, el cambio de nombre, que pasó de denominarse Par-

tido Comunista o también Bloque de Obreros y Campesinos a tomar el de Van-

guardia Popular, era para el Prelado una medida transitoria, circunstancial, no

una meta en sí misma. Es probable que Sanabria confiara en que con el tiempo,

al menos una parte de los vanguardistas llegaría a apreciar la riqueza de la Doc-

26 María de los Á. AGUILAR HERNÁNDEZ. Clase trabajadora y organización sindical en Costa 1948-1971,

UCR. Tesis de Maestría en Historia, 1987, p. 15.

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trina Social Católica, a la que sabía capaz incluso de “pervertir” a un sacerdote,

según su irónica expresión.

No se hacía el Arzobispo muchas ilusiones sobre el episcopado latinoameri-

cano y las autoridades vaticanas. Hurtado recoge expresiones de Monseñor en el

sentido de que la jerarquía carece de visión de futuro y de información correcta

para analizar la realidad. Los obispos latinoamericanos no percibían con clari-

dad la situación de la clase trabajadora. Dice mucho de la singular capacidad de

Mons. Sanabria que el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), reunido

en Medellín en 1968, al igual que la siguiente asamblea de Puebla (1979), haya

utilizado la fórmula “opción preferencial por el pobre”. Sanabria empleó veinti-

cinco años antes unas palabras similares: “opción preferente”. Pero se muestra

más preciso: su opción es ¡por las clases trabajadoras!, con la carga sociopolíti-

ca inherente.

Hurtado trasmite el recuerdo de Monseñor acerca de una conversación que

mantuvo –una entre muchas– con Rafael Á. Calderón Guardia, que habría ocu-

rrido entre 1940 y principios de 1942. Ante la iniciativa del Presidente por ile-

galizar el Partido Comunista, el Arzobispo se mostró en desacuerdo y propuso

como alternativa llevar adelante una “reforma social”. Muy pocos jerarcas cató-

licos se habrían opuesto a propuesta de ilegalizar la organización comunista,

servida en bandeja de plata, como la cabeza de San Juan Bautista, por el Presi-

dente de la República. Pero, como bien opina Hurtado, Monseñor era “un sor-

prendente arzobispo que repensaba cristianamente todos los problemas de su

tiempo y su país”27. El asunto adquiere mayor interés si se cae en la cuenta de

27 El círculo político de donde provenía Rafael Á. Calderón Guardia acariciaba, desde 1931, el propósito de poner fuera de ley al comunismo. Algo similar puede decirse de publicaciones eclesiales como Eco Católi-co y La Época. Cf. Iván MOLINA, Anticomunismo reformista. San José: ECR, 2007, pp. 55-68. En fechas tan cercanas al Acuerdo, como 1942, Eco Católico editorializó de nuevo sobre la ilegalización de los comunis-

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que en sus escritos oficiales se había pronunciado contra el comunismo28, algo

normal en un jerarca que se guiaba por criterios inspirados en la fe cristiana,

expresados con toda nitidez en su carta pastoral “Sobre el justo salario”, del 29

de junio de 194129. El propósito de ilegalizar al Partido Comunista había estado

en la mente de ciertos eclesiásticos desde 1938 y fue retomada al año siguien-

te30.

Un funcionario de la embajada de los Estados Unidos, en un informe del 20

de noviembre de 1943, coincidió con la información que da Alberto Hurtado

sobre el origen de las reformas sociales: “… el elemento conservador aquí debería

estar agradecido de que su gobierno había sido capaz de remover las garras del movimiento

izquierdista y convertirlo en un instrumento político que no se aparta fundamentalmente

de las tradicionales normas costarricenses. Este punto de vista podría parecer que ha evolu-

cionado de la influencia del Arzobispo, la cual puede ser resumida brevemente como sigue:

esforzarse por hacer a los grupos izquierdistas más moderados y menos extremistas, al sa-

tisfacer algunas de sus legítimas aspiraciones (lo cual el presidente ha hecho aquí con las

Garantías Sociales, el Código de Trabajo, etcétera)” 31.

Según Iván Molina32, John P. Bell dio un giro completo al debate sobre las

reformas sociales al afirmar que la legislación social, en vez de ser el resultado

de una alianza previa con los comunistas, era “un programa tendiente a combatir el

comunismo”. Si bien esa tesis se ajusta con la información que Alberto Hurtado

trasmite de su conversación con Mons. Sanabria, peca por cuanto omite que en-

tas. Cf. Iván MOLINA, Los pasados de la memoria. El origen de la reforma social en Costa Rica (1938-43). Heredia: EUNA, 2008, p. 298. 28 Cf. “Presentación del Programa Pastoral de Mons. Sanabria como Obispo de la Diócesis de Alajuela”, en Miguel PICADO y otros (compiladores). La Palabra Social de los obispos costarricenses (1893-2006). San José: CECOR, 2007, p. 11; “Carta Pastoral con motivo de la toma de posesión de la Sede Metropolitana”, ibíd., p. 14-15. 29 Texto en ibíd., pp. 17-30. 30 Iván MOLINA. Anticomunismo reformista, p. 112. 31 Texto en Iván MOLINA. Anticomunismo reformista. p. 147. 32 Iván MOLINA, Los pasados de la memoria, p. 93.

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tre los católicos el esfuerzo por la reforma había nacido con anterioridad al na-

cimiento en nuestro medio del Partido Comunista, y poseía propuestas propias,

tomadas del pensamiento católico, para solucionar las cuestiones sociales. Sobre

este asunto se abundará más adelante.

¿Cuánta importancia corresponde otorgar a la sugerencia presentada por

Monseñor a Calderón Guardia, mencionada por Hurtado? Recuérdese que le

dijo: ¿Por qué no atacar al comunismo superándolo? ¿Por qué no lanza una

inteligente y justa legislación social? Sería impropio decir que Sanabria sea “el

padre de las garantías sociales”, como lo indicó erróneamente el Eco Católico

en el subtítulo de un artículo de mi autoría (excepto el subtítulo)33. Hay cons-

tancia de que Calderón Guardia dio a conocer su intención reformadora incluso

antes de llegar a la presidencia, si bien siempre enmarcado en el pensamiento

católico. En la víspera de las elecciones, el Doctor “pronunció un discurso por

radio en la noche del 10 de febrero de 1940 en el que afirmó su fe en el ‘cristia-

nismo social’ y la creencia de que el Estado debía ser un instrumento de justi-

cia”34. No es de extrañar, pues, que desde sus primeros días como Presidente

acariciara la idea de establecer alguna clase de seguridad social35.

Lo anterior no disminuye la importancia de la exhortación de Monseñor. Fue

la voz de aliento que necesitaba escuchar el Presidente en su difícil camino ha-

cia el logro de un poco más de justicia social. El amparo y protección de la Igle-

sia costarricense y, posteriormente, el aplauso de la Santa Sede hacia la política

reformadora del Presidente resultaron decisivos. Sería miope ignorarlo. Se le

debe a Gustavo A. Soto no solo haber aportado información concluyente sobre

33 Eco Católico 24 oct. 2007. 34 Iván MOLINA. Anticomunismo reformista, p.126. 35 Theodore S. CREEDMAN. El gran cambio. De León Cortés a Calderón Guardia. San José: ECR, 1994, p. 127.

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el origen católico de las reformas sociales, sino también subrayar la decisiva

importancia del beneplácito de la Santa Sede en el proceso de la promulga-

ción36. Sin apoyo papal –inestimable por su fuerza ética y simbólica– Calderón

Guardia no hubiera alcanzado la estatura de reformador social. La población

costarricense era católica casi en su totalidad y la Iglesia contaba con un presti-

gio solo cuestionado en estrechos círculos: El primero, el de los liberales here-

deros de quienes realizaron las reformas anticlericales de finales del siglo XIX –

por entonces ya añejos–; el segundo, una fracción de los comunistas y el terce-

ro, alguno que otro socialdemócrata poco o nada creyente.

Si bien la creación de la CCSS, de las Garantías Sociales y del Código de

Trabajo culmina un esfuerzo de varios decenios, sostenido por personas que

profesaban pensamientos disímiles, nadie podrá negar al Presidente Rafael Á.

Calderón Guardia su visión y determinación para lograr las reformas sociales.

Solo él poseía el poder político para instaurarlas. Pero su poder de no era sufi-

ciente. Hubo de buscar aliados. Los encontró en la Iglesia de Mons. Sanabria y

en los jerarcas católicos de aquellos años, quienes dieron un apoyo decisivo.

Aún así necesitó el de Manuel Mora y el Partido Comunista. Estos fueron los

tres actores fundamentales y deberían mencionarse siempre juntos. Algunos

otros –como Jorge Volio– habían anunciado la reforma social con anterioridad y

lucharon por conseguirla, y otros prestaron valioso aporte redaccional, como el

Lic. Oscar Barahona Streber. Hubo coautores de las leyes sociales hasta ahora

poco estudiados. Se trata de los laicos y clérigos católicos que acompañaron al

Doctor Calderón Guardia en sus afanes reformadores. Liderados por su padre el

Doctor Calderón Muñoz, están vinculados con aquel partido que se llamó la

Unión Católica, de finales del siglo XIX. Son la simiente del obispo Bernardo

A. Thiel, el fundador del catolicismo social en Costa Rica, mediante su carta

Cf. Gustavo A. SOTO. La Iglesia costarricense y la cuestión social. Antecedentes, análisis y proyecciones de la reforma social costarricense de 1940-43. San José: EUNED, 1985, pp. 310-334.

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pastoral “Sobre el justo salario de los jornaleros y artesanos, y otros puntos de

actualidad que se relacionan con la situación de los destituidos de bienes de for-

tuna37”, del 5 de setiembre de 1893. Más adelante se tratará de completar, aun-

que de modo resumido pues no el tema de esta monografía, lo referente a los

esfuerzos preparatorios que culminaron en la aprobación de las leyes sociales.

6. El Acuerdo en el Archivo de la Cudria Metropolitana y en la prensa

Se publican a continuación los documentos de mayor interés encontrados

en el Archivo de la Curia Metropolitana (ACM) y, con el propósito de delinear

el contexto en el que se produjeron, se reseñan las informaciones y los debates,

tan abundantes en aquellos días, publicados en el Diario de Costa Rica, La Tri-

buna, el semanario Trabajo, órgano del Partido Comunista, La Hora, La Prensa

Libre y en el Eco Católico. Se añade un documento de Mons. Sanabria que con-

tiene la explicación de su proceder en el Acuerdo, y otros originados en el Par-

tido Vanguardia Popular.

Es de esperar que con la información documental ahora disponible, alguna

antes inédita, se avance en el esclarecimiento de un episodio tan significativo de

la historia patria. Los documentos del Archivo de la Curia Metropolitana se pre-

sentan en un orden cronológico inexistente en los legajos y se enumeran conse-

cutivamente para efectos de referencia. En aquellos que carecen de fecha, ésta

se deduce tentativamente mediante el cotejo con otros documentos. Con respec-

to a la autoría, cuando no aparece ni firma ni sello, se hacen estimaciones con

fundamento en el estilo y los caracteres de la escritura. Hubo oportunidad de

comprobar la validez del procedimiento, pues varios documentos que supusimos

37 Texto en Miguel PICADO y otros (compiladores). La Palabra Social de los obispos costarricenses, pp. 1-9.

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escritos por Mons. Sanabria, se encontraron luego como suyos en publicaciones

oficiales.

También se publican materiales del ACM elaborados por ciudadanos de

cualquier tendencia ideológica, testimonios todos del ambiente político de en-

tonces, repleto de miedos, odios y esperanzas. No faltan cartas de laicos –

hombres y mujeres– que se dirigen al Arzobispo para externarle voces de alien-

to, opiniones y también amenazas veladas.

Los escritos ahora editados conciernen al Acuerdo que llevó a la disolución

del Partido Comunista, la creación del Vanguardia Popular, a la aceptación al

menos mínima de la Doctrina social de la Iglesia y a la autorización para que los

católicos pudieran ingresar en el nuevo partido, es decir, los pasos previos, el

Acuerdo mismo, las reacciones inmediatas y las de los años siguientes. En un

futuro trabajo habrá que historiar los esfuerzos de Monseñor por evitar la Gue-

rra Civil y alcanzar la paz una vez iniciado el conflicto bélico del 48. Quedan

asimismo para otra publicación las cartas de los vanguardistas derrotados en la

Guerra Civil, unas redactadas desde el exilio y otras en la cárcel, escritas a un

Arzobispo que se sabía algo prisionero en su casa y que tenía la certeza de que

su correspondencia era violada, como lo expresó en notas a Manuel Mora, por

entonces exiliado en México. En el período inmediatamente posterior a la Gue-

rra Civil, Monseñor asumió como pastor el cuidado de algunos parientes de los

desterrados e interpuso su autoridad ante la Junta de Gobierno –presidida por

José Figueres Ferrer– para proteger a calderonistas y vanguardistas.

La recopilación la forman materiales de trabajo: cartas, ayudas de memoria,

borradores para preparar alguna publicación periodística y actas de reuniones, a

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veces con correcciones y tachaduras, todo lo cual incrementa el interés historio-

gráfico y la sana curiosidad. Los documentos se acompañan con comentarios

que procuran facilitar el comprenderlos pero, si a alguien le resultaren innecesa-

rios, o peor aún, contraproducentes y distorsionadores, los podrá saltar sin ofen-

sa para nadie, que en eso también ayuda la disposición tipográfica.

Surge la idea del Acuerdo

El escrito del P. Alberto Hurtado corrobora otras informaciones acerca de la

confianza entre los máximos dignatarios de lo civil y de lo religioso en aquel

momento, hija de una amistad nacida cuando eran compañeros de estudio en el

Seminario38. Tan afianzada cercanía les permitió emprender juntos la reforma

social y, como parte de ese esfuerzo, analizar las cuestiones políticas para bus-

car soluciones prácticas mutuamente beneficiosas.

Fue normal, entonces, que durante una de tantas visitas del Presidente Calde-

rón a la casa del Arzobispo, el 1 de junio del 43, conversaran sobre la recién

acaecida disolución de la Tercera Internacional y vieran en dicha disolución

una oportunidad “para terminar con esa agrupación en lo que tenía de moles-

to para el país y sobre todo para la conciencia católica” [2]. Desligado de sus

vínculos internacionales –opinaron– el comunismo autóctono podría adaptarse

mejor a las realidades costarricenses.

38 El Seminario era un colegio de secundaria donde concurrían jóvenes que aspiraban al sacerdocio junto con otros que únicamente deseaban seguir el programa de estudios. Era regido por presbíteros alemanes de la Congregación de la Misión, también denominados vicentinos. El Estado no autorizaba al Seminario ni a otros colegios privados otorgar títulos oficiales, por lo que los estudiantes –para graduarse– debían ren-dir un examen ante los profesores del Liceo de Costa Rica.

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“El opio de las Garantías Sociales”

¿Cómo se recibió la iniciativa de reforma social entre los empresarios?

No sabemos mucho, pues se carece de una monografía que tipifique las res-

puestas. Quien emprenda tal investigación sabrá distinguir entre los diversos

sectores de empresarios costarricenses: los beneficiadores y exportadores de

café, los grandes ganaderos, los comerciantes importadores; los pocos indus-

triales de entonces; los medianos y pequeños propietarios agropecuarios; los

extranjeros dueños de fuertes inversiones (alemanes e italianos principalmen-

te); los financistas y, por último, las transnacionales bananeras (sin duda los

mayores empleadores).

Se sabe de la acendrada oposición levantada por Otilio Ulate y es célebre

su editorial en el DIARIO DE COSTA RICA: “El opio de las Garantías Socia-

les” del 27 de mayo de 194239. Su línea argumentativa comienza afirmando

que la noble preocupación del Presidente Calderón Guardia merece todo

aplauso. Aunque los principios son loables –continúa– hay pecado de improvi-

sación. Y la mayoría de los costarricenses no la respalda. El país carece de ba-

se económica para sustentar la reforma, por lo que será ineficaz. Costa Rica, a

raíz de la guerra, vio debilitarse las fuentes agrícolas de su producción. Haría

falta primero “reorganizar la economía sobre la base de un gran desarrollo industrial y de

la distribución de la tierra y de su cultivo” y mejorar las condiciones de vida de los

trabajadores. Ulate –lo dice él mismo– coincide con la opinión de los jóvenes

39 “El opio de las garantías sociales”. Revista Nacional de Cultura. 13 (1991) pp. 19-24. Publicado también

como separata en mayo de 1942 por la Imprenta Trejos Hnos.

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del Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales, pues “más que subien-

do los salarios, es bajando los precios como se pueden resolver los problemas económicos

de las clases humildes”.

Son muy significativas para comprender lo que ocurrirá entre la Iglesia y el

Partido Comunista en junio de 1943, las siguientes palabras del señor Ulate,

tomadas del editorial que venimos comentando: “Dos sectores importantes se han

solidarizado, desde diversos ángulos, con la iniciativa del poder ejecutivo: el partido co-

munista y los jefes de la iglesia. Encontramos justificada la actitud del partido comunista.

Por las conquistas sociales que han librado ellos una lucha incesante, han padecido la per-

secución, el ostracismo y la cárcel, han sufrido el desdén y la injuria de los mismos dipu-

tados del círculo oligárquico que ahora se ponen detrás de ellos y firman el proyecto de

las garantías sociales contra las cuales tronaban hace poco; y ahora si bien no van a lograr

las conquistas, se quedan, al menos con la quimera constitucional. Del lobo un pelo, se

habrán dicho. Es justo aplaudirlos. No así encontramos explicable la intervención del se-

ñor arzobispo y de los señores obispos. Con toda la consideración que les debemos por su

elevada jerarquía eclesiástica y por el sentimiento de respetuoso afecto que individual-

mente nos merecen, tenemos que disentir, del criterio que han expuesto sobre el proyecto

de garantías sociales, suponiéndolo acomodado a las doctrinas de la iglesia conforme a las

conocidas encíclicas de León XIII y Pío XI. Nosotros, por el contrario, pensamos que en lo

que se refiere al derecho de propiedad entre el proyecto del ejecutivo de Costa Rica y la

doctrina fundamental de la iglesia expuesta por León XIII, hay un gran abismo. La propia

encíclica que cita la exposición presidencial dice: El derecho de propiedad individual

emana no de las leyes humanas sino de la misma naturaleza; la autoridad pública no

puede, por tanto abolirla, sólo puede atemperar su uso y conciliarlo con el bien común”.

No es este el lugar para demostrar lo mal que entendía don Otilio el pensa-

miento social católico, aunque cabe mencionar la arrogancia con que pretende

corregir a los tres obispos costarricenses en el ejercicio de su magisterio doc-

trinal. En la perspectiva de Ulate, los católicos y los comunistas empezaban a

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formar parte de los adversarios por combatir. El Partido comunista y la Iglesia,

al coincidir en la misma meta, objetivamente eran ya aliados, al menos ante los

sectores empresariales que él representaba.

El “Opio de las Garantías Sociales” marca la estrategia publicitaria que

utilizó la oposición a las reformas. Nunca difundió ataques frontales (nunca

una abierta negación), sino oblicuos, indirectos. No en el citado editorial, pero

sí en otras innumerables ocasiones, de modo reiterado se le achacó al caldero-

nismo que, al utilizar las leyes sociales como arma política, pretendió cubrir

las irregularidades electorales y las corruptelas contra el tesoro público40.

Tanto el Presidente Calderón Guardia como Mons. Sanabria, principales

impulsores de la reforma social, debieron percibir muy a lo vivo las dificulta-

des que enfrentaban las leyes reformadoras. De ahí que les interesara la disolu-

ción del Partido Comunista, para aliviar la presión proveniente de los adversa-

rios de la reforma, siempre deseosos de obstaculizarla tildándola de comunista.

El debate sobre las Garantías Sociales y el Código de Trabajo, anteceden-

te inmediato

Se han hallado en la prensa varias intervenciones de empresarios y dipu-

tados, miembros del Partido Republicano (calderonista) apoyando la nueva le-

40 Oscar AGUILAR B. Costa Rica y sus hechos políticos de 1948 (Problemática de una década). San José,

EDUCA, 1974, p. 62.

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gislación. La de mayor interés es la de Tomás Guardia Tinoco, por entonces

diputado. Guardia Tinoco publicó un artículo extenso que vale la pena leer,

porque representa en alguna medida la mentalidad de ciertos empresarios cos-

tarricenses “de antes”, cuando funcionaba –según se dice– un pacto no escrito

entre hacendados y peones, establecido sobre el respeto de la mutua digni-

dad41.

DE ACUERDO CON LAS GARANTÍAS SOCIALES Y CON EL CÓDIGO DE TRABA-

JO. “Esta sabia política social que de manera tan valiente está impulsando el señor Presi-

dente de la República es una garantía de seguridad para los capitalistas en vez de un peli-

gro. (…) Las más grandes fincas de Turrialba y Juan Viñas o las formé yo o las impulsé

con mi esfuerzo (…) Tengo, pues, suficiente experiencia para hablar de estas materias. Yo

no les temo a mis trabajadores porque les trato bien. Actualmente les pago salarios racio-

nales y les doy médicos y medicinas; les suministro gratuitamente los productos de la fin-

ca, tales como leña y plátanos; les doy tierra paras que siembren y les doy potrero gratui-

tamente, les tengo luz eléctrica en sus casas y les proporciono todas las comodidades a mi

alcance. Con esos procedimientos puedo afirmar que gano en vez de perder (…) ¿por qué

he de temerle a la reforma social que se está discutiendo? Que venga esa reforma. Yo

mismo llevé mi voz de aliento al señor Presidente en aquellos días en que las fuerzas de

una reacción absurda hacían campaña feroz contra las garantías sociales. No puede haber

democracia sin justicia social” (La Tribuna 14 de mar. 43). (Énfasis agregado). Este

diputado calderonista no se oponía a transitar del paternalismo patronal al re-

conocimiento de derechos laborales codificados en leyes de la República.

Es evidente que la oposición argumentaba cada vez más contra la reforma

valiéndose del miedo al comunismo. En un campo pagado, el Partido Demócra-

ta, que impulsaba la candidatura de León Cortés adujo: DON TEODORO PICADO,

41 El título del artículo se pone en letra mayúscula y lo que se considera de interés para esta investigación, entrecomillado.

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EL COMUNISMO Y LAS GARANTÍAS SOCIALES. “Lo que en consecuencia, persigue el

Comunismo con el establecimiento de sus Sindicatos –como puede constarse con absoluta

claridad– no es el mejoramiento de las condiciones de trabajo de los asalariados ni un más

alto nivel de vida para la clase obrera, sino la “TRANSFORMACIÓN DE LA ESTRUCTURA

POLÍTICA DE COSTA RICA”, dicho en romance llano, la conquista del poder por don Ma-

nuel Mora y sus parciales, para realizar desde allí su soñada dictadura, estimulada y vigori-

zada por el odio que es la razón de ser y, al mismo tiempo el clima moral del Comunismo”

(La Tribuna 1 abr. 43).

El señor Fernán González en un campo pagado, aparentemente del Partido

Demócrata, atribuía al Partido Republicano “derramar el veneno de la desavenencia

en la familia costarricense”. Titulaba su contribución con estas palabras: ES UNA

AUDAZ IMPOSTURA AQUELLO DE QUE HAY “UNA LUCHA TITÁNICA EN QUE

EL PRESIDENTE ESTA DE UN LADO Y LOS RICOS INCOMPRENSIVOS DEL

OTRO”. Fernán se valía del mito tan costarricense de la paz social imperturba-

ble. Decía: “En Costa Rica el capital no repudia la idea de las garantías sociales en

cuanto ellas significan protección al trabajador y medio de superación moral, social y eco-

nómica del mismo”. Y más adelante: “No existen por fortuna en nuestro suelo las castas de

opresores capitalistas que maliciosamente se dibujan para producir entre las gentes senci-

llas la desconfianza en el tradicional sentido de hermandad que siempre nos ha señalado

como nación ordenada y laboriosas (…) No ha fructificado en nuestros hogares de labrie-

gos la simiente de la inquina que distancia a los pudientes, porque gracias a nuestra índole

cristiana unos y otros han sabido convivir y ayudarse evitando las consecuencias de un ale-

jamiento que los malvados se desvelan en producir” (La Tribuna 11 abr. 43).

Desde los tiempos de Maquiavelo se sabe qué bien funciona el miedo como

arma política eficaz. El propio Rafael Á. Calderón Guardia tuvo que salir a la

palestra para contrarrestarlo. “Porque deseo superar al comunismo dándole contenido

económico a nuestra democracia política es que he propiciado las Garantías Sociales y to-

das aquellas leyes que desenvuelven y apliquen los principios cristianos en que se inspira la

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mencionada reforma constitucional. Creo oportuno recordar que no es mi gobierno un inno-

vador en este terreno. Durante los primeros días del mes de julio de 1928 el congreso aprobó

por iniciativa del diputado Carlos María Jiménez, la ley que creó la secretaría de Trabajo y

Protección Social. En agosto de 1937, el propio Carlos María preparó el primer proyecto de

ley general del trabajo que conoció la cámara”. De nuevo se aprecia cierto ingredien-

te anticomunista en la gestión de las reformas que, sin embargo, sería despro-

porcionado elevar a la categoría de factor primordial. Obsérvese también el cu-

rioso argumento de disminuir la novedad, tal vez para agradar al conservadu-

rismo inscrito en el alma nacional. Agregaba el Presidente: “Cada una de sus dis-

posiciones ha sido armonizada y confrontada con la doctrina social de la Iglesia católica”

(La Tribuna 14 abr. 43).

Estas defensas eran necesarias pues, en ese mismo diario y el mismo día hu-

bo que rechazar la paternidad comunista de las Garantías Sociales, lo que se ca-

lificó de burda maniobra electorera (La Tribuna 14 abr. 43).

El diputado gobiernista, Antonio Riggioni también quiso echar su cuarto a

espadas. Escribió: DEFIENDO EL CÓDIGO DE TRABAJO Y LAS GARANTÍAS SO-

CIALES. “Si solo este hecho hubiese realizado la gestión administrativa del doctor Calde-

rón Guardia, le habría valido renombre en los tiempos venideros. Ya es hora de que la Cons-

titución de la República le garantice derechos a los trabajadores” (La Tribuna 16 abr. 43).

La disputa en torno a las leyes sociales se confundió y entremezcló con la

contienda electoral. Quizás fue una táctica premeditada desvirtuar el proyecto

asociándolo con actores políticos indeseables. El más indeseable todos, el co-

munismo. En un campo pagado del Partido Demócrata se podía leer: LAS DOS

CARAS DE LAS GARANTÍAS SOCIALES: REALIDAD Y FICCIÓN. “Tal es la escueta

realidad que se esconde tras el espejismo de las Garantías Sociales”. (…) “En forma inequí-

voca y realista, hemos planteado siempre la DUALIDAD que existe actualmente en esta

cuestión: un ASPECTO JURÍDICO-SOCIAL y otro puramente POLÍTICO Y OPORTUNIS-

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TA. Hemos dicho que las Garantías Sociales presentan, como el dios Jano, dos caras: una

que puede mirar de frente y enunciar principios sociales de progreso; y otra cara que sólo se

atreve a mirar de soslayo, y que exhibe una sonrisa de fingido amor hacia el pueblo trabaja-

dor (…) Hemos rechazado con energía y honradez el uso demagógico de las Garantías So-

ciales con que, comunistas y picadistas, tratan de cubrir maniobras políticas, hoy reunidas

por la natural y lógica alianza” (La Tribuna 17 abr. 43). Otros, entre ellos Alberto Ca-

ñas, opinaban que el gobierno calderonista pretendía tapar diversos atropellos al

orden legal con la cobija de las leyes sociales.

Tal era el contexto que la fuerza de las circunstancias imponía a Mons. Sa-

nabria para lograr que las Garantías Sociales y el Código de Trabajo se convir-

tieran en leyes. Al igual que en otras ocasiones, prefirió aceptar los riesgos de la

acción en lugar de esconderse ante los riegos. Con ese estado de ánimo, conce-

dió unas declaraciones que el periodista tituló NI UNA SOLA OBJECIÓN HA

FORMULADO MONSEÑOR SANABRIA AL CÓDIGO DE TRABAJO, en la cual se

recalcó una vez más la convergencia de intereses entre el Gobierno de Calderón

Guardia y la Iglesia que él presidía: “… no formuló objeciones que pudieran prestarse

a crear una divergencia de criterios entre el poder eclesiástico y el temporal” (La Tribuna

18 abr. 43).

El juego de las alianzas para defender la reforma social

Dada la oposición a la reforma social, se comprende que el doctor Calderón

Guardia y Mons. Sanabria tenían sus buenos motivos al querer aprovechar la

disolución de la Tercera Internacional, con miras a modificar la manera de ser y

actuar del comunismo en Costa Rica, pues lo necesitaban como aliado. Prueba

de ello es que el 29 de abril de 1943 La Tribuna destaca en primera página: EL

SEÑOR PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DR. CALDERÓN GUARDIA HA ACEPTA-

DO LA INVITACIÓN DE LAS ORGANIZACIONES OBRERAS Y CAMPESINAS PARA

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ASISTIR A LA GIGANTESCA MANIFESTACIÓN POPULAR EN APOYO DE SU PO-

LÍTICA SOCIAL EL PRÓXIMO PRIMERO DE MAYO. Agrega que el orden y direc-

ción estará a cargo de brigadas especiales y que no se tolerará que la manifesta-

ción adquiera carácter político-electoral, algo imposible de conseguir. Pero lo

más significativo es la lista de oradores: el diputado Mariano Cortés, “figura

destacada del sector más progresista del capitalismo nacional”; el diputado Ma-

nuel Mora, Jefe del Partido Comunista y, desde luego, el Sr. Presidente de la

República. En un tono algo populista el Doctor manifestó en esa oportunidad:

MI SITIO HA ESTADO Y ESTARÁ SIEMPRE EN LA VANGUARDIA. “Tengo la con-

vicción de que de esta forma afianzo el progreso y la cultura de los costarricenses y garanti-

zo a los desheredados de la fortuna el disfrute de sus legítimos derechos” (La Tribuna 2

may. 43). Un día antes, el propio 1 de mayo, Mariano Tovar había escrito EL DR.

RAFAEL ÁNGEL CALDERÓN GUARDIA, PRIMER GRAN CAUDILLO DE LA CLASE

PROLETARIA DE LA REPÚBLICA (La Tribuna 1 may. 43).

En sincronía perfecta, el mismo día de los discursos, el simbólico 1 de mayo,

se había informado: SU SANTIDAD EL PAPA APRUEBA LAS GARANTÍAS SOCIA-

LES, resultado de una presunta gestión de Mons. Sanabria (La Tribuna 1 may. 43).

1943 fue un año de aumento de la organización sindical. Se sindicalizaban

las empleadas domésticas (La Hora 26 abr. 43); los limpiabotas (La Hora 26 abr. 43);

los empleados bancarios (La Hora 27 may. 43); los trabajadores de la carretera in-

teramericana (La Hora 8 jul. 43). El 1 de mayo desfilaron unidos los trabajadores

del calzado; del vestido; de la harina; de la madera; de las artes gráficas; los

obreros pasteleros; los trabajadores de la construcción; los ferrocarrileros del

Pacífico; los del correo; los de la industria textil; los obreros pintores; los de la

cerveza; los metalúrgicos; los electricistas (La Hora 29 abr. 43). El malestar de la

oligarquía no se produjo solo por las leyes sociales sino también por la creciente

organización de quienes habían estado siempre desorganizados. El patriotismo

cultivado por los liberales, inofensivo para las clases dominantes, se estaba tor-

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nando en algo peligroso. Lo muestra un espacio publicitario: TRES FECHAS

GLORIOSAS PARA NUESTRO PUEBLO. “Obreros, campesinos, empleados, intelectua-

les, pueblo en general, todos a la calle el primero de mayo”. Las tres fechas gloriosas

eran el 15 de setiembre (la independencia); el 11 de abril (la victoria sobre los

invasores); el 1 de mayo (la consolidación de las garantías sociales). Un escudo

nacional, y las efigies de Juan Santamaría y Calderón Guardia, encabezaban el

llamado (La Hora 27 abr. 43). Se conjuntaban los sentimientos patrióticos y de so-

beranía; los trabajadores organizados; el Partido Comunista; la Iglesia Católica

y, a la cabeza de todo, en la Presidencia de la República, un hombre de enorme

arrastre popular e impulsor de reformas sociales. Nunca en la historia nacional

se había producido al servicio de los intereses de los trabajadores un vínculo de

tal magnitud. Los dueños y voceros del capital tenían de qué preocuparse. Había

que desintegrar esa conjunción a cualquier precio, sin excluir el de una guerra

civil.

La invitación al Jefe comunista para que ocupara un sitio en la tarima de

oradores, lo legitimaba ante amplios sectores nacionales y lo afianzaba como

figura pública de primer nivel. Tal obsequio solo se entiende porque el Dr. Cal-

derón Guardia necesitaba sumar fuerza política. Sin embargo, para Mons. Sana-

bria significaba un riesgo, pues ya por entonces se respiraba una atmósfera en la

cual se esperaba de la Iglesia los consabidos servicios anticomunistas. Así lo

muestra una carta dirigida por Manuel Freer, de Santo Domingo de Heredia, al

Arzobispo, con fecha de 5 de octubre de 1942 (ACM. Fondo Arzobispado de Mons.

Sanabria, caja. 43, folder CH, folio 6). Coincidentemente, ese mismo día, Néstor Bo-

laños y Fernando Trejos manifiestan su adhesión a las declaraciones de Monse-

ñor, y para el efecto se declaran “anticomunistas, antinazistas y costarricenses demó-

cratas (…) y soldados de Cristo aún a costa de (sus) propias vidas” (ACM Arz. M.S. c. 43,

folder CH, folio 7). El Arzobispo incursionaba en terreno minado, al decepcionar a

personas de esa mentalidad. Arriesgaba que se le culpara no solo de acercarse a

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los comunistas, sino además de favorecer la candidatura de Teodoro Picado.

Alguna imprudente adherencia abonaba tan molesta asociación de ideas, como

la que dio el padre Salomón Valenciano, divulgada por La Tribuna el 4 de mayo

de 1943, al lado y en el mismo sentido de otras adhesiones de laicos publicadas

ahí mismo, pero destacando su carácter clerical. Pocos días después aparecía

esta nota de tipo más publicitario que informativo: LA HISTORIA GLORIFICARÁ

A TEODORO PICADO POR SU VALIENTE ACTITUD EN DEFENSA DE LAS CLASES

TRABAJADORAS Y DE LAS CONQUISTAS SOCIALES DEL GOBIERNO DEL DOC-

TOR CALDERÓN GUARDIA (La Tribuna 20 may. 43). Era un manifiesto firmado por

centenares de trabajadores de San José.

Pese a la cercanía entre el calderonismo y la Iglesia, esta no le prestaba una

cobertura en todas las situaciones. Miembros distinguidos del clero nacional se

pronunciaron contra una antidemocrática intentona de reforma electoral, por

medio del Eco Católico, de lo cual informó con amplitud el Diario de Costa Ri-

ca del 14 de mayo del 43.

Tanto el Código de Trabajo como las Garantías Sociales constituían una in-

novación no solo jurídica, sino también estatal. Se rompía con el Estado liberal,

ausente por definición de los asuntos sociales, que espera que el mercado los

resuelva por su propio dinamismo, y se daban los primeros pasos para la instau-

ración del Estado Benefactor, hoy denominado con más propiedad Estado So-

cial de Derecho. Semejante cambio no podía darse sin oposición. Se llegó pron-

to a un clima de violencia verbal que preparó la violencia armada de 1948. Ma-

nuel Mora supo prever y anunciar la tragedia, aunque no evitarla. Unos cinco

años antes de la Guerra Civil escribió: ESTA LUCHA, DESGRACIADAMENTE,

PARECE QUE NO SE VA A DECIDIR EN LAS URNAS SINO EN LAS CALLES. “Pero

nosotros tenemos el firme propósito de impedir a costa de cualquier sacrificio nuestro que

Costa Rica caiga en las manos de la reacción. Ahora las cosas vuelven a su antigua situa-

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ción. Tenemos por delante diez meses de injurias, de calumnias y de maniobras que, con

toda seguridad, nos conducirá a una tragedia. Cuando ese momento llegue, tendrán opor-

tunidad nuestros adversarios de conocer nuestra capacidad de lucha” (La Tribuna 21 may.

43). En el tono de ese pronunciamiento no hay ni por asomo el ánimo de buscar

la paz y la concordia. Igual actitud beligerante se percibe en una agria disputa

que mantuvo por la prensa con Jorge Volio, a quien espetó: EN CUESTIONES

SOCIALES, JORGE VOLIO ES UN PERFECTO IGNORANTE. Sin embargo, de se-

guido se contradecía: “Ya estoy enterado de que los verdaderos autores del movimiento

social que en estos momentos comienza a cristalizar en realidades en nuestro país son Ru-

bén Hernández y el Gral. Volio. Fueron ellos los que en su oportunidad levantaron los es-

tandartes de la justicia social. Lo que hoy está haciendo el doctor Calderón Guardia con el

apoyo de la clase trabajadora no es otra cosa que una usurpación de los esfuerzos de tan

esclarecidos paladines” (La Tribuna 2 jun. 43). Lo acusaba también de ignorar por

completo el marxismo. En medio de su contradicción, motivada por el calor de

la polémica, debe reconocerse en Mora su apego a la verdad histórica al recono-

cer, sin cortapisas, los méritos históricos del Partido Reformista.

El General Volio respondió con algo de ironía y mucho de certera visión de

la realidad social costarricense. CUANDO ESTOY PEINANDO CANAS A LOS 61

AÑOS, VOY A TENER QUE ENTRAR EN LA ESCUELITA DEL CASI-SABIO MARX-

MORA. “Los postulados de Justicia Social que el doctor Calderón Guardia está llevando a la

práctica sin ser comunista sino un ferviente católico, habrán liquidado para siempre la pus-

tulilla comunista que quiso convertirse en llaga nacional” (La Tribuna 3 jun. 43). La répli-

ca de Volio vaticinó el rumbo general del devenir de la historia de las luchas

sociales del país de 1950 a 1985, durante el auge del Estado Social de Derecho,

que entra en declive con los Programas de Ajuste Estructural. (El primero se

firmó durante la Administración de Luis A. Monge, precisamente en 1985).

También en el agitado año de 1943, se debatía sobre la posibilidad de que las

mujeres participaran con su voto en las elecciones. El criterio del Arzobispo fue

abiertamente conservador. “…expresó su simpatía y tuvo elogiosos conceptos para la

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mujer costarricense. Pero sostuvo que deben mantenerse los atributos que la adornan y las

idealidades y que por tales razones no conviene el voto femenino” (La Tribuna 5 jun. 43).

En este asunto fue simplemente hijo de su tiempo y de su Iglesia, no el profeta

esclarecido que admiramos. Mons. Sanabria seguía con mucha atención los mo-

vimientos sociales sociopolíticos, no así la aparición y evolución del feminismo

en nuestro país, pese a que en ese movimiento habían tomado parte el Partido

Reformista e intelectuales católicos como Luis Felipe González Flores42.

Del lado comunista hubo cierta preparación para que sus seguidores pudieran

recibir el Acuerdo con el menor sobresalto posible. Unos pocos días antes de

que se firmara, se anunció que el Partido preparaba una ALIANZA DE CARÁC-

TER POLÍTICO ELECTORAL. “Procurará formalizar la alianza que sea necesaria para

solucionar el problema de la próxima elección presidencial. Sabemos que en otras naciones

americanas y europeas los partidos comunistas han realizado esta clase de alianzas demo-

cráticas a base, en toda ocasión, de un programa progresista de gobierno. (…) No solamen-

te contribuiría a asegurar a la alianza que así se formará una gran fortaleza popular y elec-

toral sino que daría contenido ideológico (…) a las masas trabajadoras del país” (La Tribu-

na 6 jun. 43). Y el semanario comunista informó que EL DOMINGO PRÓXIMO

TENDRA LUGAR EL ACONTECIMIENTO MÁS TRASCENDENTAL EN LA VIDA DE

NUESTRO PARTIDO DESDE SU FUNDACIÓN HASTA HOY. “La Conferencia Nacional

extraordinaria del Partido conocerá el cambio de nombre del Partido” (Trabajo 12 jun. 43).

En esa misma edición de Trabajo, como para afianzar la alianza con el Partido

Republicano, se leía: LA CONFEDERACIÓN DE TRABAJADORES DE AMÉRICA

LATINA ORGANIZA UN HOMENAJE CONTINENTAL AL DR. CALDERÓN GUAR-

DIA POR SU OBRA DE POLÍTICA SOCIAL RESUMIDA EN LAS GARANTÍAS SO-

CIALES. La noticia apareció adornada con una fotografía de Calderón Guardia.

La misma información la había brindado La Prensa Libre el 10 de junio ante-

rior.

42 Eugenia RODRÍGUEZ. “La lucha por el sufragio femenino en Costa Rica (1890-1949). http://www.inamu.go.cr/index2.php?option=com_content&do_pdf=1&id=449.

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Continúa la defensa de las leyes sociales

Como una muestra de lo bien que se entendían las esferas estatal y eclesiás-

tica, en una fecha cercana a la divulgación del Acuerdo, se pidió la movilización

del clero con la finalidad de aumentar la producción agrícola de autoabasteci-

miento y apoyar una iniciativa conjunta de las Secretarías de Hacienda y Agri-

cultura (hoy denominadas ministerios). Antecediendo a la fundación del Conse-

jo Nacional de Producción, el proyecto procuraba la fijación de precios mínimos

y máximos (La Prensa Libre 3 jun. 43). Días después, Mons. Sanabria ofrecía la co-

laboración del clero al Secretario de Agricultura Mariano Montealegre, intere-

sado en aliviar la crisis alimentaria, pues “los señores curas párrocos se han

sumado siempre cumpliendo con sus deberes de cristianos y costarricenses a

toda obra de bien público” (La Tribuna 12 jun. 43).

Las siguientes declaraciones de Mons. Sanabria se dieron cuando ya se había

iniciado la negociación con el diputado Manuel Mora. En la primera parte, el

Arzobispo se escuda en el plácet del Papa Pío XII. DOY MI PLENO APOYO A

LAS GARANTÍAS SOCIALES, TAL COMO ESTÁN. “Aún para muchos católicos ha pa-

sado desapercibido la importancia que tiene el pronunciamiento de la Secretaría de Estado

de la Santa Sede sobre el Proyecto de Garantías Sociales. Este documento tiene un valor ca-

tólico, es decir universal. Puede decirse que ha venido a subrayar en forma concreta la acti-

tud que mantiene la Iglesia frente a los problemas sociales, políticos y económicos de los

hombres. El pronunciamiento de la Secretaría de Estado del Vaticano es una pauta para

todas las naciones del mundo. Para un obispo, la palabra del Vaticano es definitiva”.

En la segunda parte, comenta el artículo del proyecto referente a la sindicali-

zación, la cual “no debe despertar recelos si se lee en contexto con atención y se le inter-

preta claramente. La sindicalización es un derecho del que podrán hacer uso los trabajado-

res y patrones cuando sus conveniencias les indiquen la necesidad de gozarlo. No todos los

derechos son obligados. Se mantiene la libertad sindical en el sentido de que no es una obli-

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gación, ni para patrones ni para trabajadores, el derecho de sindicalizarse”. (La Tribuna 10

jun. 43). Obviamente, esa declaración no aquietaría los ánimos de los sempiter-

nos enemigos de las organizaciones de trabajadores.

En la tercera parte, defiende la oportunidad histórica y socioeconómica de la

nueva legislación. “Se ha dicho que las garantías sociales son utópicas en Costa Rica por-

que no tiene el país base económica en qué sustentarlas. Precisamente, al establecerse los

principios de una mayor justicia, se establecen las primeras bases para crear el fundamento

que el país necesita. Para crearlo se requiere previamente un ordenamiento justo en las re-

laciones de quienes lo harán surgir: patrones y trabajadores”. Era una aplicación del

criterio de la Doctrina social católica: si se reparte la riqueza de modo adecuado,

alcanza para que la población cubra sus necesidades básicas de alimento, salud

y vivienda; así promovida, estará en condiciones de producir y competir. Lo

contrario es abrazar el subdesarrollo de modo permanente. El Arzobispo expuso

un criterio incompatible con el que había emitido Tomás Soley Güell el 2 de

abril de 1942, en un informe donde responde a una solicitud del Dr. Rafael Á.

Calderón Guardia43.

El ex-presidente Julio Acosta se desempeñaba a la sazón como Gerente de la

CCSS. Era un hombre público lleno de prestigio gracias a su liderazgo en la

caída de la dictadura de los hermanos Tinoco. En varias ocasiones intervino en

la prensa a favor de las leyes sociales. Primero escribió: NADA LE QUITA AL

CAPITAL LA REFORMA PROPUESTA POR CALDERÓN GUARDIA. “La reforma so-

cial del Doctor Calderón Guardia trata únicamente de darle al mayor número posible de

costarricenses el derecho a luchar” (La Tribuna 2 abr. 43). Luego elogió al Prelado por

su apoyo a la reforma social. CELEBREMOS QUE EN MANOS DE MONS. SANA-

BRIA ESTÉ LA CONDUCCIÓN DE NUESTRA IGLESIA. “Es una actitud de gran eleva-

ción moral que está robusteciendo a la Iglesia y que le ha granjeado el respeto de las masas

laboriosas y conscientes del país. La tolerancia democrática y la flexibilidad espiritual de

43 Cf. Mark ROSEMBERG. Las luchas por el seguro social en Costa Rica. San José: ECR, 1991?, pp. 216-228.

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que hace gala Monseñor Sanabria no son sino el resultado de su vasta preparación filosófi-

ca y del claro talento natural que todos le reconocemos” (La Tribuna 11 jun. 43). Don Ju-

lio, liberal de la vieja guardia, familiar en los círculos teosóficos y masónicos, al

declarar sus criterios sobre el Arzobispo, reconocía también las posibilidades de

bien social inscritas en el pensamiento católico e, indirectamente, los deseos de

una renovación eclesial.

A lo largo de abril de 1943, el Comité Nacional Sindical de Enlace (organi-

zación creada por los comunistas)44 llevó a cabo en La Tribuna una divulgación

mediante varias entregas. Titulaba sus contribuciones LAS GARANTÍAS SOCIA-

LES NO SON “ATOLILLO CON EL DEDO”. Era una labor educativa y movilizado-

ra, que culminó con un llamado a participar en el desfile del 1º de mayo.

Lo que revela el Archivo de la Curia Metropolitana

En las páginas anteriores se ha reseñado el ambiente socio-político de los

primeros meses de 1943 –según aparece en la prensa– dentro del cual se dieron

las negociaciones para llegar al Acuerdo. Ya por entonces la radio era el princi-

pal medio de difusión, por lo que sería preciso consultar archivos radiofónicos

para comprender mejor el proceso histórico. Ignoro si existen esos archivos. De

lo que sí dispone es de los documentos del ACM. Se presentan los que conside-

ramos más relevantes. Comenzamos con una misiva de Juan Odendahl, Vicario

Apostólico de Limón, dirigida a Mons. Sanabria el 4 de agosto de 1942, casi un

año antes del comienzo de las negociaciones. Su inclusión se justifica pues ex-

hibe cierta unidad de actitud y criterios entre ambos obispos, que resultará deci-

siva en los acontecimientos por venir. 44 Vladimir DE LA CRUZ. “La fundación de la CTCR”

http://www.semanario.ucr.ac.cr/index.php/component/content/article/1302-

Opini%C3%B3n/4244-80-del-pccr-la-fundacion-de-la-ctcr.html

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De Mons. Juan Odendahl a Mons. Sanabria

[1] (ACM Arz. M. S. c. 40 f. 28-28v) Mons. Odendahl se complace en comentar–

da la impresión de que gustosamente y adrede– el escándalo que provocó con

una plática donde habló de la necesidad de un catolicismo verdadero y no a me-

dias, en contraste con el comunismo y, más aún, con “el liberalismo fanático y los

católicos que pasan por ilustrados y no conocen su religión”. En otro párrafo, indica

que su correspondencia ha sido violada, probablemente –opinamos– porque pa-

ra el Gobierno su origen alemán lo hacía sospechoso durante la II Guerra Mun-

dial. El tono de la misiva revela una comunicación fluida y afectuosa entre am-

bos obispos.

Las condiciones de Mons. Sanabria para comenzar la Negociación

[2] (ACM c.s.n). Curiosamente, el documento, de 1943, tiene dos fechas: una

del 4 de mayo (a máquina y errónea) y otra manuscrita y correcta: 4 de junio.

Ya ha comenzado el camino que conducirá al Acuerdo. Mons. Sanabria adelan-

ta cuatro requisitos que considera indispensables para emprender la Negocia-

ción: sinceridad absoluta de una y otra parte; disolución del Partido Comunista

y fundación de una agrupación de contenido y nombre nuevos; renuncia de las

doctrinas opuestas a las encíclicas sociales; renuncia a la violencia para lograr

los fines propuestos. Conforme se avance en presentar la documentación produ-

cida por el Acuerdo, se podrá valorar en qué medida se cumplieron. Nótese que

el primer requisito es nada menos que la disolución del Partido Comunista. Tan-

to urgía la gestación de un entendimiento que, al día siguiente de que el Dr.

Calderón Guardia y Monseñor Sanabria conversaran sobre la necesidad de mo-

dificar el estilo de ser y estar del comunismo en Costa Rica, el Presidente visitó

de nuevo al Arzobispo. Le informó que el diputado Manuel Mora ¡deseaba una

conciliación con la Iglesia Católica! Se puede conjeturar que Calderón Guardia,

deseoso de apuntalar su tambaleante poder político, habría convenido con Mora

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Valverde lo oportuno de algún arreglo con el catolicismo, como lo demuestra su

disposición de comunicarle ciertas condiciones previas interpuestas por Monse-

ñor, presentadas después de haber deliberado con “las personas que debían ser

consultadas”, según se expresa en el documento [2].

Mons. Sanabria deja constancia escrita de las conversaciones con Manuel Mora

[3] (ACM Arz. M. S. caja sin numerar c.s.n.). MEMORÁDUM SOBRE GESTIONES

PARA DISOLUCIÓN DEL PARTIDO COMUNISTA. Es el más importante de los do-

cumentos aquí publicados por primera vez. El Arzobispo lo escribió para tener

disponibles las incidencias del proceso de la Negociación. Se trata de una espe-

cie de bitácora redactada en fechas sucesivas, conforme avanzaba el proceso. El

mismo Sanabria remite a otros documentos, que se entregan en este trabajo si-

guiendo el orden en que él los menciona, pues poseen información complemen-

taria. Es una dicha para quienes estudiamos el evento contar con un escrito re-

dactado por un historiador como lo fue el Arzobispo, pues nos permite conocer

los entresijos del Acuerdo.

La existencia de este documento y de los enumerados del [4] al [14] obliga a

desechar como fantasiosa y carente de todo fundamento la suposición ideada

por Ricardo Blanco y acogida por Gustavo Soto, según la cual Mons. Sanabria

fue víctima de un “engaño”, de una treta maliciosa y bien urdida por el jefe co-

munista que “lo obligó a clavarse una corona de espinas”45. Queda descalificada

la apreciación de que el líder comunista le tendió a Monseñor una habilidosa

engañifa, que no pudo evadir. Según esa novelesca concepción de los aconteci-

mientos, el Arzobispo “se atuvo a la letra” (…) no a sus convicciones personales ni a sus

recelos íntimos (...) Como hombre podía dudar, como sacerdote y obispo no tenía derecho a

45 Ricardo Blanco Segura. Monseñor Sanabria. Apuntes biográficos. San José: ECR, 1962, p. 94.

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hacerlo (...) por mucho que recelara de la sinceridad del contenido”46. La evidencia in-

dica –por el contrario– que se trató de un proceso transparente para alcanzar un

convenio en el que Mons. Sanabria puso condiciones que nunca retiró. El clima

de la negociación no fue ni de trampa ni de artimaña, sino de progresivo enten-

dimiento y confianza47. De modo complementario, debe agregarse que ni siquie-

ra una sola frase del escrito dirigido “Al Venerable Clero de la Arquidiócesis de

San José” [33] autoriza la sospecha de que el Arzobispo percibiera una pérfida

intención en Manuel Mora al negociar el Acuerdo; en todo momento encuadra

su extensa y sabia reflexión desde el supuesto de un arreglo libremente concer-

tado por ambas partes.

Una de las primeras consideraciones del MEMORÁNDUM, expresada a pro-

pósito del proyecto de Garantías Sociales que le presentara el Presidente Calde-

rón Guardia, se refiere a garantizar la libertad de sindicalización, en lo que

Mons. Sanabria mostró siempre interés. Posteriormente, mediante el Acuerdo,

se aseguró de que los vanguardistas no obstaculizarían el funcionamiento de

sindicatos católicos. La organización de los trabajadores en sindicatos es una

propuesta de la Doctrina social de la Iglesia, desde 1891 con la encíclica Rerum

Novarum, aunque pocas veces puesta en práctica por la jerarquía católica nacio-

nal.

Del MEMORÁNDUM se infiere que Calderón Guardia y Mons. Sanabria, en

su conversación del 1 de junio, trazaron las líneas generales de una propuesta

para un futuro entendimiento entre la Iglesia y el Partido Comunista, sobre la

base que abrió la disolución de la III Internacional. Monseñor advirtió que ello

no impediría que desde Moscú, de modo solapado, se continuara dirigiendo a

46 Ricardo Blanco Segura. Monseñor Sanabria, p. 93 47 Gustavo SOTO en La Iglesia costarricense y la cuestión social, pp. 330-331 reproduce el parecer de Ri-cardo Blanco sin asomo de crítica.

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los partidos comunistas del mundo48, pero su mirada suspicaz vio en esa disolu-

ción la oportunidad para que el Partido Comunista de Costa Rica se emancipara,

es decir, se declarara mayor de edad. El trasfondo de su propuesta parece ser la

unión de fuerzas “en bien del pueblo”. Influyó en la actitud del Arzobispo la

reiterada insistencia de los comunistas de que ellos no emprenderían nada con-

tra la religión ni la Iglesia. La última parte del primer párrafo del MEMORÁN-

DUM contiene las ideas principales que guiaron al Señor Arzobispo en la Nego-

ciación, expresadas con tal concisión y precisión que no puede omitirse su lec-

tura. Pasados algunos años, Sanabria explicó con mayor amplitud las ideas mo-

trices de la propuesta en su escrito “Al Venerable Clero de la Arquidiócesis de

San José”, del 12 de setiembre de 1945, documento que el lector encontrará en

esta obra [33].

En el MEMORÁNDUM se aprecia que el Presidente Calderón Guardia estuvo

directamente interesado en crear las condiciones para anudar un convenio entre

los comunistas y el Arzobispo. En su pensamiento, tal convenio era un medio

para disgregar la organización comunista. Por eso escribe Monseñor: “Me decía el

Doctor que yo podía hacerle un gran bien al país procurando que desapareciera el Partido

Comunista, en una forma que no implicaría violencia, y con beneficio positivo para la polí-

tica social cristiana del Gobierno”. No era la primera vez, si le creemos a Alberto

Hurtado, que Calderón Guardia quiso valerse de su amistad con Mons. Sanabria

para disminuir o anular la participación del Partido Comunista de la escena polí-

tica.

El primer encuentro de los máximos responsables del catolicismo y del co-

munismo, promovido por Calderón Guardia, tuvo lugar en el Palacio Arzobis- 48 Esta y otras apreciaciones de Sanabria sobre la situación internacional, que se pueden leer en sus diálo-gos con Manuel Mora, invalidan el parecer de María de los Á. AGUILAR, Carlos Luis Fallas, p. 221, de que el Prelado tuviera necesidad de que el Partido Comunista le instruyera sobre la importancia del triunfo de las fuerzas democráticas en el mundo y las consecuencias de la guerra para la clase trabajadora.

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pal, el 3 de junio. El Arzobispo escribió: “El Sr. Mora me pareció, sobre todo, muy

sincero, muy sagaz y muy realista”. El diputado Manuel Mora expresó al Arzobispo

su temor de que un triunfo electoral de León Cortés diera al traste con las re-

formas sociales del gobierno del Doctor Calderón. Mons. Sanabria omitió decir

si compartía o no ese temor, pero dejó por escrito su opinión: “A mí me agradaría

que se consolidaran las reformas sociales del Dr. Calderón. Estoy convencido de su bondad

(…) sin el apoyo que el año pasado dio la Iglesia a esa legislación quizá la oposición habría

sido más abierta, en lo que está de acuerdo el Sr. Mora”.

Interesan también las observaciones del Prelado sobre el sentido religioso de

Manuel pues, con comprensión de pastor, quiso auscultar su espíritu. Lo encon-

tró “religioso a su modo”. “Conoce a fondo las encíclicas”, anota en otro sitio.

En los escritos de Mora se aprecia que tenía alguna noticia de las Escrituras Sa-

gradas y que las interpretaba relacionándolas con la historia. Un ejemplo: según

Manuel Mora, las mujeres del Evangelio que fueron a buscar a Cristo al sepul-

cro son comparables a las actuales generaciones que siguen buscando a Cristo

donde no está. Lo buscan en el frío silencio de los templos y no saben que a

Cristo hay que buscarlo en la justicia y en la libertad. Cristo está donde quiera

que se rompa la cadena de un oprimido y se cumplan la justicia y la verdad. Es-

tá en la espada de Bolívar que alumbró con sus reflejos a los pueblos el camino

de la independencia; y está en las nuevas tendencias sociales que pugnan por

establecer sobre la tierra una era de auténtica justicia y de auténtica libertad49.

En una disputa con Mons. Claudio Volio (hermano de Jorge Volio) a propósito

de la violencia inherente al régimen de Francisco Franco, Manuel Mora muestra

haber captado el sentido de la no violencia cristiana50.

49 Manuel MORA. Discursos 1934-1979, p. 59. 50 Manuel MORA. Discursos 1934-1979., p. 49-51.

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En otro lugar don Manuel cita la Carta de Santiago (5, 1-6) en el conocido

pasaje donde Dios jura venganza de quienes se han enriquecido defraudando el

salario justo a los trabajadores. Comenta: “Aquí vemos cómo un Santo de la

Iglesia vislumbró en aquella época remota un problema que luego analizó un

hombre que no era Santo: Carlos Marx; me refiero a la explotación del traba-

jador mediante el salario. Si ese concepto hubiera sido dicho en la actualidad,

Santiago estaría corriendo el peligro de ser declarado comunista y apóstata por

la moderna inquisición”51.

En uno de sus discursos afirma don Manuel que “Mons. Sanabria, apoyándose en

la encíclica Rerum Novarum ayudó a promulgar el Código de Trabajo”52, lo que tiene su

importancia sobre su origen doctrinal. De hecho, no se ha encontrado ninguna

frase en la que los comunistas de entonces reivindiquen la inspiración doctrinal

de las leyes sociales.

Volvamos al proceso del Acuerdo. Al día siguiente, es decir, el 5 de junio

1943, el Arzobispo informa al Cabildo53 de las negociaciones. Obtuvo una res-

puesta “en principio del todo favorable a la reconciliación”, aunque los capitula-

res mostraron inquietud por las “derivaciones políticas y de las dificultades que

podría entrañar para la Iglesia”. En el acta del Cabildo correspondiente a esa

reunión se lee que el Arzobispo les pidió absoluto secreto. Ese mismo día viaja

a Alajuela y se entrevista con el Obispo de esa Diócesis, Mons. Solís, quien ha-

51 Manuel MORA. Discursos 1934-1979, p. 55. 52 Manuel MORA. Discursos 1934-1979., p. 231. Para sus conceptos sobre la religión, la Iglesia y las encí-clicas sociales cf. pp. 24; 43; 51; 230; 232; 412; 447. Cf. Addy SALAS. Con Manuel. Devolver al pueblo su fuerza. San José: ECR, 1998, p. 48. 53 En el Derecho Canónico vigente en tiempos de Mons. Sanabria, el Cabildo lo constituían un grupo de sa-cerdotes cuya principal obligación es asesor al obispo en asuntos importantes y designar a quien debía su-plirlo cuando en sede vacante. Era una especie de senado del obispo. Los miembros del cabildo se deno-minan capitulares o canónigos. En la actualidad el cabildo desempeña básicamente funciones litúrgicas. Los padres capitulares que estudiaron la propuesta que condujo al Acuerdo fueron: Alfredo Hidalgo, Deán; Enrique Kern, Secretario (salvó su voto); Enrique Bolaños: Miguel Chaverri: Carlos Borge y Rosendo de J. Valenciano.

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bía sido diputado al Congreso al tiempo que se desempeñaba como párroco de

San Ramón. “El Obispo de Alajuela –escribe Sanabria– estaba perplejo, con voluntad po-

sitiva y negativa al mismo tiempo, pero en fin convino que no había más remedio que pro-

ceder”. También ese mismo día invitó a Mons. Odendahl a que lo visitara en San

José. Posteriormente visita la Nunciatura Apostólica. Escribe que el Nuncio,

Mons. Taffi, “sin hacer ninguna reserva fue de opinión que había que dar fin a

los procedimientos”. En ese día de tan intensa actividad, recibió a Manuel Mo-

ra, hablaron hasta las diez de la noche e intercambiaron borradores de documen-

tos. Mons. Sanabria le dijo que había que indicar en el programa el apoyo del

nuevo Partido a la política de orientación cristiana del Doctor Calderón. Manuel

Mora le insistió en que tomara en cuenta sus dificultades, que tenía que luchar

duro con los suyos para que comprendieran y que más adelante podría proceder

de forma más explícita con las encíclicas54.

El Arzobispo informa al Cabildo

[4] (ACM Arz. M. S. c. 68 libro 3 ff. 39-40) El 4 de junio el Arzobispo expuso a

los miembros del Cabildo los resultados de su conversación con el Presidente

Calderón sobre la disolución del Partido Comunista, en el marco de la disolu-

ción del Comintern. De manera respetuosa y en un espíritu de colegialidad, el

Arzobispo expone el tema, resume las promesas de Manuel Mora sobre el nue-

vo contenido programático del nuevo partido y sintetiza la reacción positiva de

los capitulares. Obtiene su beneplácito, así como sugerencias acertadas para

conducir el proceso. Adviértase que no redacta Mons. Sanabria, quien nunca se

trata a sí mismo de Excmo. Arzobispo ni de S.E. (Su Excelencia), sino algún

secretario designado ad hoc. Según este documento, el Arzobispo manifestó a

los señores capitulares haber dicho al Sr. Presidente “que esta sería una ocasión que

54 “… cuando decidimos la alianza con el doctor Calderón Guardia se había producido una discusión muy seria y prolongada, y a propósito de la alianza con Monseñor Sanabria y con la Iglesia católica, en debates arduos y prolongados, ¡asuntos difíciles!”. Addy SALAS. Con Manuel, p. 88.

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si Mora quisiera proceder con inteligencia podría desprenderse de la porquería (sic) del

comunismo, redactando un programa adaptado a la realidad costarricense”. Debe adver-

tirse que se trata de una cita indirecta, hecha por quien escribe la minuta de la

reunión. Refleja una interpretación del redactor del documento, pues en los

abundantes escritos de Mons. Sanabria no se ha encontrado ninguna expresión

peyorativa de ese tipo. El Arzobispo refiere al Cabildo la reunión celebrada con

Manuel Mora el día anterior, registrada en el documento [3]. Tenemos entonces

dos versiones escritas de esa reunión.

El documento [4] repite lo relativo a la gestión del Sr. Presidente ante Ma-

nuel Mora. Indica que Rafael Á. Calderón Guardia obtuvo la anuencia del líder

comunista para entrevistarse con el Arzobispo y quizás –en palabras del Doctor

Calderón Guardia– “reconciliarse con la Iglesia”. La entrevista tuvo lugar al día

siguiente, por espacio de dos horas y media. Mons. Sanabria indica que expuso

con claridad los puntos doctrinales católicos y Manuel Mora expresó que redac-

taría un programa para el nuevo partido que se formaría, con “postulados que

podrían ser aceptados por todos sin conflictos de conciencia”. Sanabria anotó

las opiniones de los señores canónigos.

Los padres capitulares presentan sus observaciones

[5] (ACM Arz. M.S. c. 68 libro 3 f. 38) Esta es una minuta de la Sesión Extraor-

dinaria del Venerable Cabildo Metropolitano. Lleva fecha de 5 de junio. Infor-

ma que ese cuerpo colegiado escuchó la lectura de un posible texto del Mani-

fiesto y del Programa del nuevo partido. A esos documentos, los padres capitu-

lares hacen varias observaciones.

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Como ya se indicó, el Cabildo en pleno admitió la necesidad de un arreglo

sin hacer mucho caso de las consecuencias políticas, dato importante porque

señala unanimidad de pareceres en un asunto delicado sobre el que cabía esperar

graves discrepancias. Que no haya sido así es prueba del liderazgo que ejercía el

Arzobispo y, también, del compromiso de algunos prominentes presbíteros ar-

quidiocesanos en pro de la justicia social. En esa ocasión Mons. Sanabria quiso

asumir la responsabilidad de que su firma fuera la única que calzara el docu-

mento eclesiástico, con el objeto de no comprometer a los restantes obispos. El

domingo 6 de junio, Sanabria comunica lo tratado hasta entonces a Mons.

Odendhal, quien mostró anuencia.

Acta de una reunión de los obispos de Costa Rica

[6] (ACM Arz. M. S. c. 68 lib. 3 f. 43) Del mayor interés es el acta levantada con

motivo de la reunión de los obispos de la Provincia Eclesiástica de Costa Rica,

celebrada el 7 de junio, pues en ella todos los obispos aprueban el desarrollo de

las conversaciones y el contenido del Programa de Vanguardia Popular. “… pri-

vó la impresión de que no contiene nada contra la conciencia católica”. En pocos días

ya se tenía un borrador para leerlo a los obispos, lo cual corrobora la urgencia

de lograr un arreglo, señal a nuestro juicio, de la grave crisis que se cernía sobre

el gobierno del Doctor. Reafirma lo anterior el que el 8 de junio, es decir, al día

siguiente, Sanabria convoca de nuevo al Venerable Cabildo.

Mons. Sanabria obtiene el visto bueno del Nuncio

[7] (ACM Arz. M.S. c. 68 lib. 3 f. 44) En reunión del Cabildo Metropolitano, del

8 de junio, según encabezado escrito a mano, se indica que, acompañado de

Mons. Hidalgo, el Arzobispo visitó la Nunciatura Apostólica y obtuvo el placet

de Mons. Taffi. En esa acta se aclara que “no se trata de un pacto con el partido, sino

de una orientación de la Autoridad Eclesiástica para los católicos”. Es importante que se

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rehúsa la palabra “pacto”, quizás por la connotación política del término, mien-

tras que se prioriza la intencionalidad pastoral bajo el concepto de “orienta-

ción”. Esto tiene cierta relevancia, pues al Acuerdo se le ha llamado incluso

“alianza inverosímil”. En aquella reunión del Cabildo, “… hizo ver el Señor Arzo-

bispo que daba por descontado los ataques y alusiones malévolas de que sería objeto de par-

te de muchos elementos políticos”.

El intercambio de documentos preliminares

Se avanzaba en firme hacia el Acuerdo mediante el intercambio de borrado-

res entre Monseñor y el Lic. Manuel Mora que, al ser leídos por la contraparte,

podían incorporar modificaciones para eliminar de antemano disconformidades

de otro modo insalvables.

Retomamos el MEMORÁNDUM [3]. Véase la prosecución de las negociacio-

nes con las autoridades eclesiásticas, así como resúmenes de nuevas conversa-

ciones de Mons. Sanabria con el diputado Manuel Mora, siempre jugosas e in-

dispensables para una biografía crítica del líder comunista. Contiene igualmente

el germen de reflexiones de Monseñor para justificar sus actuaciones, las que

desarrollará en escritos posteriores, y el pedido de Manuel Mora para que se

incluya una declaración de la Iglesia condenatoria al nazismo, aceptado de in-

mediato. Ese sábado 12 de junio por la noche, Manuel Mora le informó que

“Carlos Luis Fallas, por romanticismo no acuerpaba el arreglo, pero que en todo caso no

asistiría a la convención para no entorpecer el arreglo”. En apariencia, Calufa fue el

único miembro del Buró Político que no compartió el Acuerdo.

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Detalles de la Negociación

[8] [ACM c.s.n] Otro borrador de la carta que posteriormente Manuel Mora

envió al Prelado acerca de la disolución del Partido Comunista. No tiene fecha

ni firma. En ella parece que Monseñor hace dos sugerencias a Manuel Mora pa-

ra que las incluya en el Programa del Partido Vanguardia Popular. En la primera

pide se suprima una frase del Programa de inspiración netamente marxista. En

la segunda solicita se agregue un artículo nuevo, que efectivamente se incluyó.

Se encontró una nota autógrafa de Manuel Mora que contiene el texto sugerido,

escrita en papel con el membrete de Monseñor Sanabria, que se reproduce en la

contraportada del presente estudio. Opinamos que este agregado prueba una vez

más la intención de Monseñor de apoyar la política social del gobierno caldero-

nista. Sin este agregado, el Arzobispo no hubiera podido justificar el Acuerdo

ante las otras autoridades eclesiásticas. El intercambio de borradores y la acep-

tación de sugerencias indican una intensa labor conjunta, cordialidad y disposi-

ción al logro de una meta política considerada indispensable por ambos.

[9] [ACM c.s.n.] Un borrador sin fecha en papel con membrete del Partido

Comunista titulado con letra de Mons. Sanabria “Proyecto de carta del Sr. Mo-

ra”. Su contenido es la base de la carta definitiva que lleva el numeral [10].

[10] (ACM c.s.n. doc. 5) Carta de Manuel Mora remitida al Arzobispo con fe-

cha 14 de junio. Esta interpelación y la respuesta arzobispal han sido reproduci-

das varias veces en estudios historiográficos. La carta informa de la disolución

del Partido Comunista y del nacimiento del Partido Vanguardia Popular y ad-

junta el programa del nuevo partido, junto con un manifiesto en el que se expre-

san las razones por las cuales se ha tomado tal decisión. El objetivo central, sin

lugar a dudas, es solicitar del Señor Arzobispo un veredicto acerca de la partici-

pación de los católicos en Partido Vanguardia Popular. Aunque fechado el día

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14, en nota al pie de página, Monseñor escribe que fue recibido el 13 de junio a

las 8.30 AM “de manos de un joven obrero”. En un borrador de tal documento

se lee “que se imponen grandes sacrificios para poder salvar a Costa Rica”, frase omitida

en el texto definitivo.

Los borradores de la respuesta de Mons. Sanabria al dirigente Mora

[11] (ACM c.s.n.). Respuesta de Monseñor Sanabria a la interpelación que le

hace Manuel Mora en la carta anterior. A continuación se anotan variantes de

interés encontradas al comparar un borrador con el texto definitivo Una nueva

variante se halla al final del párrafo 7. En el borrador aparecen tachados los úl-

timos cuatro renglones que, como es natural, no figuran en el texto final, que

dicen: “… no digo que se entre en la nueva agrupación, pero… en atención a

esa misma forma negativa, no digo que no se entre en ella”. A la vez, en ese

mismo párrafo del documento final se agrega una frase que no estaba en el bo-

rrador: “… sin gravamen de conciencia pueden los católicos que así lo deseen suscribirlo e

ingresar en la nueva agrupación”. Esta misma afirmación en el borrador aparece así

“… pueden los católicos que así lo deseen, suscribirlos”. Las variantes consignadas pa-

recen indicar una actitud de progresiva mayor confianza de Monseñor en la ca-

pacidad de los fieles de juzgar y actuar de acuerdo con su propia conciencia.

Los comunistas interrogan al Arzobispo sobre el Eje totalitario

[12] (ACM c.s.n. doc.9) El 12 de junio, los comunistas costarricenses expresan

el peligro que ocasiona al país el Eje Totalitario, y requieren la opinión de la

Iglesia Católica. La insistencia en solicitar una opinión sobre el nazismo tenía

varias finalidades, además de justificarse plenamente por motivos éticos. Podría

ser utilizada en la campaña electoral contra León Cortés y sus partidarios. Re-

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cuérdese que Eugenio Rodríguez55, informa que del Acuerdo se obtuvo prove-

cho politiquero en contra de León Cortés acusándolo de pro nazi. Sin embargo,

Mons. Sanabria opinaba que el ex presidente no era “nazi ni mucho menos” [3,

n. 20]. Puede ser tema de una futura investigación las presiones de la embajada

de los Estados Unidos para impedir que León Cortés alcanzara la presidencia

por segunda vez. Ivonne Clays, primera esposa de Rafael Ángel Calderón

Guardia, lo indica en sus declaraciones que citamos en la sección 8. Propuestas

historiográficas. Asimismo, la condena al nazismo pudo ser también un guiño a

los admiradores de la URSS, entre quienes por supuesto abundaban los comu-

nistas, pues la URSS había transformado su lema de “Revolución Mundial” por

el de “Lucha contra el nazismo” (cf. La Hora 22 may. 43).

Mons. Sanabria se refiere al nazismo

[13] (ACM c.s.n. doc. 6 ff.01-3) El Arzobispo había preparado con anterioridad

dos documentos como posible respuesta a la interpelación sobre la coyuntura

internacional. El primero, del 11 de junio, reproduce literalmente un artículo

tomado de la Revista Javeriana, donde el P. Juan M. Restrepo Jaramillo S.I.

opina acerca del “criterio de la Iglesia respecto a las doctrinas y tendencias del

nazismo”. En definitiva, Monseñor prefirió reproducir solo lo que le pareció

pertinente del artículo del P. Restrepo y colocarlo al final del segundo documen-

to.

Mons. Sanabria responde a la consulta que le presenta Manuel Mora

[14] (ACM c.s.n. doc. 7 f. 5) También este documento se ha reproducido en va-

rios estudios sobre el decenio de 1940. Tiene la fecha errónea del 14 de mayo de

1943; en realidad debió datarse el 14 de junio y así se consignó en el Mensajero

55 Eugenio RODRÍGUEZ, De Calderón a Figueres, San José: EUNED, 1980, pp. 74-78.

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del Clero56. Monseñor reflexiona sobre el Manifiesto y el Programa del Partido

Vanguardia Popular. Da por sentado que, como Arzobispo, su postura se en-

marca en las encíclicas Rerum Novarum, Quadragesimo Anno y en su Carta

Pastoral del 28 de abril de 1940. Reitera que sus palabras quedan sometidas al

criterio de la Santa Sede. Asimismo, declara que los cambios sociales impulsa-

dos por Calderón Guardia se fundamentan en las encíclicas de los papas y men-

ciona que hubo ciertas similitudes entre algunos personeros de la Iglesia y los

del disuelto partido. Manifiesta que, en el Programa de Vanguardia Popular, no

encuentra conflicto con los principios católicos, por lo cual los miembros de la

Iglesia podrían suscribirlo e incluso ingresar en la nueva agrupación. Sin con-

tradicción con lo anterior, exhorta formar agrupaciones obreras de signo católi-

co. Hace la salvedad de que si en el futuro el Partido Vanguardia Popular, sea

en pensamiento o en acciones, entrase en conflicto con las posturas católicas,

cambiaría de criterio. Añade que los católicos que militen en el nuevo partido

deben procurar imprimir un sello católico a sus actuaciones.

[15] Primer Manifiesto del Partido Vanguardia Popular

[16] Primer Programa Partido Vanguardia Popular

¿Hubo un gestor principal?

56 El primero en transcribir estas cartas cruzadas fue Ricardo BLANCO en su libro pionero Monseñor Sana-bria. Apuntes biográficos, tan rico en referencias. Suprime algunos párrafos de la respuesta arzobispal, aparentemente por motivos de espacio e incurre en gazapos de poca monta. En La Palabra Social de los Obispos Costarricenses (1893-2006), San José, CECOR, 2007, se encuentran ambas cartas, tomadas de El Mensajero del Clero.

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Es difícil saberlo. Se constata un progresivo entendimiento entre el Presiden-

te, el Arzobispo y el líder comunista para negociarlo y materializarlo. No se ex-

cluye que, por iniciativa propia, el Partido Comunista gestionara un acercamien-

to con la Iglesia, ni que para el primer contacto se valiera del Presidente de la

República, cuya amistad con Mons. Sanabria era bien conocida. Pero también

los documentos permiten suponer que todo surgió de una conversación entre el

Doctor y el Prelado. El Arzobispo y el jefe comunista atestiguan que el Presi-

dente consintió servir de intermediario. Cada quien tenía su propio interés. El

Doctor vio en la circunstancia un beneficio político para él y su partido; Manuel

Mora comprendió la oportunidad de que la agrupación que lideraba participara

en la aprobación de las leyes más importantes del siglo; Mons. Sanabria quiso

garantizar una transformación social inspirada en las tesis católicas. Y los tres la

ocasión para impulsar la justicia social.

Algunos autores opinan, basados en la entrevista que ofreció Manuel Mora a

Aguilar B.57, que la iniciativa procedió del lado comunista. Sin embargo, Gerar-

do Contreras la atribuye al Arzobispo58; aunque no consigna la fuente de su in-

formación, puede suponerse que es una tradición oral en Vanguardia Popular.

En el MEMORÁNDUM [3] Mons. Sanabria indica que en la reunión del 2 de ju-

nio, a las 10.30 de la mañana: “...Manuel Mora, en síntesis le manifestó (a Calderón

Guardia) que querría buscar una conciliación con la Iglesia, poco más o menos para los

fines y en el sentido que yo (escribe Sanabria) había expuesto al Señor Presidente el día an-

terior. El Doctor sin decirle que había hablado conmigo, le repitió mis argumentos de la

víspera”.

Analizada la documentación disponible, planteamos que fue iniciativa del

Arzobispo proponer que el Partido cambiara de nombre y que insertara una fra-

57 Oscar AGUILAR BULGARELLI. Costa Rica y sus hechos políticos de 1948, pp. 55-56 58 Gerardo CONTRERAS. La historia no es color de rosa, San José: PERRO AZUL, 2006, p. 46

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se acerca de la Doctrina social de la Iglesia en programa [2]. Lo anterior varía

un tanto la versión dada por el dirigente Manuel Mora años más tarde59. Lo del

cambio de nombre no era una petición onerosa, pues el Partido Comunista años

atrás había recurrido a ese expediente para esquivar prohibiciones legales que le

impedían participar en sufragios electorales, derivadas de la palabra “comunis-

ta”. Por años se denominó Bloque de Obreros y Campesinos. Más espinoso re-

sultaba para Manuel Mora incluir en el programa del Partido Vanguardia Popu-

lar una aceptación, al menos básica, de las encíclicas sociales.

La publicación del Acuerdo

Así se llegó al 13 de junio, cuando salió a la luz pública el primer resultado

del Acuerdo. La Tribuna encabezó la noticia con este título: DISUELTO EL PAR-

TIDO COMUNISTA. Luego destacó: “La conferencia nacional del PC también examina-

rá la situación del nuevo partido frente al problema electoral. Se tratará de la política de

alianzas que el nuevo partido puede formar con otros sectores de la política”. Este perió-

dico se esmeró en resaltar que para obtener el cambio se favoreció una amplia

participación de los dirigentes regionales, más de trescientos. La discusión fue

ardua, duró seis horas y Manuel Mora –que presidió la asamblea– pronunció un

discurso de dos horas.

El diario de la tarde, en primera plana pero no como la noticia principal, titu-

ló: VANGUARDIA POPULAR LLÁMASE DESDE AYER EL PARTIDO QUE PROPÓ-

NESE UNIFICAR TODA LA ORIENTACIÓN IZQUIERDISTA (La Prensa Libre 14 jun.

43).

59 Manuel MORA. Discursos 1934-1979. p. 679. En las pp. 675-684, relata los recuerdos de sus conversa-ciones con el Arzobispo Sanabria.

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El 15 de junio La Tribuna también publicó la respuesta de Mons. Sanabria a

la interpelación de Manuel Mora, que tituló PUEDEN LOS CATÓLICOS INGRE-

SAR A VANGUARDIA POPULAR. La noticia está enmarcada con una fotografía

de Mons. Sanabria a la izquierda y una de Manuel Mora a la derecha. Del co-

municado del Arzobispo, destacó: “Juzgo que en el programa del nuevo partido, que-

dan a saldo las doctrinas fundamentales que informan la conciencia católica. Y positiva-

mente nada hay que desnaturalice y desmejore aquellas doctrinas fundamentales”. En esa

edición reprodujo íntegras las cartas cruzadas entre el diputado Manuel Mora y

Mons. Sanabria.

En el mismo diario, en primera página, también encontró espacio el MANI-

FIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA AL CREARSE EL PARTIDO VANGUARDIA

POPULAR. “El Partido Vanguardia Popular es un partido auténticamente costarricense.

Respeta profundamente los sentimientos religiosos del pueblo; y su único propósito es aca-

bar con la miseria y la ignorancia en Costa Rica. Al extinto Partido Comunista se le calum-

nió como enemigo y perseguidor de la religión católica; como enemigo jurado de la familia;

como partidario del crimen como método de lucha social; como enemigo de la pequeña

propiedad que es producto del trabajo y no del robo. Por eso creemos que la disolución del

Partido Comunista y la creación del partido pueden contribuir a darle a nuestro movimien-

to la fisonomía que realmente le corresponde, dice en el Manifiesto al país, el Secretario

General del nuevo partido licenciado y diputado don Manuel Mora” (La Tribuna 15 jun.

43). La Tribuna ve el surgimiento de Vanguardia Popular como algo promisorio

para del país, algo muy distinto de la sensibilidad y perspectiva del Diario de

Costa Rica.

Ese diario también publicó el 15 de junio dos informaciones relativas al

Acuerdo, ambas en la portada. La primera, que contiene las famosas cartas cru-

zadas, da relieve a la respuesta de Mons. Sanabria a la interpelación que le hi-

ciera el líder comunista. LA AUTORIDAD ECLESIÁSTICA ESTÁ Y ESTARÁ EM-

PEÑADA EN QUE SE FORMEN AGRUPACIONES OBRERAS CATÓLICAS. (…) “en

que se amplíen las existentes, no precisamente para debilitar el movimiento de cohesión de

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las clases trabajadoras, sino para encauzar ese movimiento en la forma que más convenga,

dentro de los amplísimos derroteros de las enseñanzas pontificias”.

De modo hábil se cultivaba el germen de división en el sindicalismo nacio-

nal, peligro hecho realidad a pesar de las palabras preventivas del Prelado ex-

presadas en su discurso ante la Confederación Costarricense de Trabajo Rerum

Novarum del 10 de mayo de 194560. El derrotero de la Central Sindical Rerum

Novarum, en cierto modo nacida del Acuerdo y alternativa a las organizaciones

afiliadas a Vanguardia Popular, avala la sagacidad de la redacción del Diario de

Costa Rica. Como se sabe, algunos miembros de la Rerum Novarum lucharon

contra integrantes del sindicalismo de Vanguardia Popular en la Guerra Civil

del 48. Y el Pbro. Benjamín Núñez, quien por encargo de Mons. Sanabria fuera

el principal promotor de la Rerum Novarum, fungió como capellán del Ejército

de Liberación Nacional, la tropa de José Figueres. Así las cosas, cobra valor el

documento de Arnoldo Ferreto, dirigente del Partido Vanguardia Popular, inser-

to en la sección 7a de esta monografía. El Diario de Costa Rica realza del pro-

nunciamiento arzobispal las frases de cautela y prevención, quizá con la inten-

cionalidad de sembrar desconfianza desde el primer día: “Sin gravámenes de con-

ciencia pueden los católicos que así lo deseen, ingresar en la nueva agrupación. Estimo que

habría de variar o modificar el juicio solamente en el caso de que la nueva agrupación, en

el desarrollo de sus actividades, adoptara o siguiera métodos que estén en contradicción con

los principios católicos”.

En la segunda información, el Diario de Costa Rica titula en la portada: AL

DISOLVERSE Y CAMBIAR DE NOMBRE, EL PARTIDO COMUNISTA LANZA UN

MANIFIESTO AL PAÍS. Luego lo reproduce.

La querella

60 Texto en Miguel PICADO y otros. La Palabra Social de los obispos costarricenses…, pp. 52-61.

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Se consignan a continuación algunas incidencias de la disputa subsiguiente a

la publicación del Acuerdo.

Don Julio Acosta, si bien alabó el cambio de rumbo, tildaba al comunismo

de superado por la historia. TALENTO HAN DEMOSTRADO LOS MIEMBROS DEL

COMUNISMO AL SUPRIMIR SU DENOMINACIÓN ANTERIOR. “El comunismo, como

tal, hizo ya su carrera desde hace años; lo nuevo y útil que aportó a la causa del derecho

humano, ya está incorporado al sentimiento universal y contribuirá sin duda a la felicidad

de los hombres; pero estaba sobrecargado con fardos que entorpecían su marcha, como la

lucha anti-religiosa” (La Tribuna 15 jun. 43). Talento demostró don Julio en esa cer-

tera visión, opinamos nosotros.

Don Manuel Mora explicaba así el giro de su agrupación política: QUERE-

MOS ASEGURAR PLENAMENTE, DENTRO DE UN COSTARRIQUEÑISMO AUTÉN-

TICO, NUESTRA POSICIÓN DE AVANZADA DE LAS FUERZAS TRABAJADORAS

NACIONALES. “Y afianzar para el pueblo y el trabajador costarricenses las conquistas

sociales que hasta el momento se han logrado, y darle a la evolución iniciada un impulso

más amplio que habrá de hacer mejor la situación de todos los hombres en este país” (La

Tribuna 16 jun. 43). El Programa del nuevo partido, Vanguardia Popular, lo publi-

có ese diario el 17 de junio [16].

Pronto comenzó una campaña publicitaria para desacreditar el Acuerdo, de

la cual ofrecemos tres piezas ilustrativas:

• PROTESTA MRS. ROOSEVELT CONTRA LA INSINCERIDAD DE LA COLA-

BORACIÓN COMUNISTA EN LA LUCHA POR LA DEMOCRACIA (Diario de

Costa Rica 17 jun. 43).

• A PROPÓSITO DE UN SIMPLE CAMBIO DE NOMBRE. LA TÁCTICA COMU-

NISTA ES EMBAUCAR A LOS DEFENSORES DE LA DEMOCRACIA PARA

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QUE AYUDEN A ACABAR CON ELLA. “Guiados por esa táctica artera, aparecen

trabajando con denuedo y entusiasmo por varias causas nobles. Eso es lo que hace

tan peligrosa su labor de zapa. No conocen ni profesan más lealtad que la debida a

su partido y, a través de este, a la Unión de los Soviets” (Diario de Costa Rica 17 jun.

43).

• QUIEN SE PASA LA VIDA HILANDO FRASES Y FENECE HACIENDO FRA-

SES SOLO TIENE DERECHO A UN EPITAFIO: ‘CHARLATÁN’. “¿Cuál es el co-

lor del nuevo comunismo criollo: rojo de fuego o azucena eucarística? ¿Cuál es su

emblema: la hoz y el martillo o el velo de las Hijas de María?” (Diario de Costa Rica

19 jun. 43).

Debajo del chaparrón, el General Jorge Volio abrió un paraguas para prote-

ger al Arzobispo y a Manuel Mora: BIEN HA HECHO MONS. SANABRIA DE NO

MOSTRAR TEMOR POR EL FANTASMA QUE SE ALEJA. “Y bien ha hecho al darle a

Vanguardia Popular su benevolente y apostólica bienvenida, si como dicen, los vanguardis-

tas vienen en son de paz y no de guerra. Sin embargo, me parece que Monseñor, a solas con

su pensamiento, debe tener sus dudas de que se puedan formar agrupaciones católicas si

todos los fieles cristianos viene a engrosar y fortalecer las brigadas de Vanguardia Popular,

ya tan fuertes con los Sindicatos y su Comité Nacional de enlace. No tengo ningún motivo

actual para poner en tela de duda la buena fe y la honradez de las declaraciones del buró

político del comunismo de ayer y de la Vanguardia de hogaño. Tampoco pongo en tela de

duda la superior capacidad, preparación y exclusiva consagración a una sola idea de su

Jefe, el ilustrísimo señor Mora Valverde. Hace 20 años, el Reformismo era la víctima propi-

ciatoria. Entonces no hubo benevolencia alguna. Un obispo hasta hizo circular una carta

entre sus párrocos amenazándolos con la suspensión si siquiera me recibían en sus casas.

Pero las ideas se impusieron al cabo de los años” (La Tribuna 19 jun. 43).

El fundador del Partido Reformista, Quijote cristiano, mostró una vez más su

altura espiritual e innegable generosidad, al dejar de lado los acres ataques que

había padecido de parte de los comunistas. No pudo olvidar, sin embargo, los

maltratos que sufrió en sus años de mayor protagonismo político, de parte de

algunos eclesiásticos incapaces de valorar su persona y su obra. Ahora bien, esta

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intervención de Volio demuestra la continuidad existente entre los máximos re-

presentantes del catolicismo social. Él mismo y Mons. Sanabria, inspirados am-

bos en Mons. Bernardo Thiel, el fundador del catolicismo social en Costa Rica.

Sanabria porque aprendió a ser obispo escribiendo la biografía de Thiel. el se-

gundo Obispo de San José y le cupo realizar en el ámbito y social las metas que

aquél enunció; Volio porque participó en aquella revista que se llamó La Justi-

cia Social, donde escribieron también Rafael Á. Calderón Muñoz y Rafael Otón

Castro Jiménez, con el tiempo primer Arzobispo de San José y, principalmente

por haber creado el Partido Reformista.

Lo inusitado y sin precedentes del Acuerdo quizá favoreció la absurda idea

de que Mons. Sanabria había sido embaucado, muy conveniente para desvirtuar

el Acuerdo. Manuel Mora salió a la prensa para declarar: NI EL ARZOBISPO NOS

ENGAÑÓ A NOSOTROS, NI NOSOTROS ENGAÑAMOS AL ARZOBISPO. “En el curso

de nuestras conversaciones Monseñor Sanabria previó claramente lo que iba a ocurrir y me

decía: ahora dirán que yo me volví comunista, o que usted se volvió conservador. Dos cir-

cunstancias propicias se presentaron para disolver el comunismo: el que se declarara

inexistente la Internacional y el estar frente a la iglesia costarricense un hombre de tanta

flexibilidad como Monseñor Sanabria” (La Tribuna 19 jun. 43). Tan sorprendentes eran

algunas de las acciones del Prelado que se le ha supuesto víctima de una treta

¡otra vez!, cuando subió a un jeep y desfiló el 15 de setiembre de 1943 –junto

con Calderón Guardia, Teodoro Picado y Manuel Mora– para celebrar la pro-

mulgación del Código de Trabajo.

Tanto arreciaron los ataques que Mons. Sanabria se vio en la necesidad de

defenderse. MIENTRAS VANGUARDIA POPULAR SEA LO QUE DICEN LOS PRO-

GRAMAS Y LOS DIRIGENTES QUE ES, NO PODRÉ COMBATIRLA. “Solo la mala fe o

la ignorancia maliciosa pueden atribuirle otras interpretaciones a aquellas que naturalmen-

te se derivan del texto y contexto de mi carta enviada al señor Mora. Hoy en una caricatura

se me condecora con la insignia tradicional comunista, la hoz y el martillo, y al señor Mora

se le pone lo que vulgarmente se llama, la camúndula. Pues bien, ni yo me avergüenzo de lo

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que he hecho ni tengo por qué avergonzarme; ni el señor Mora se ha avergonzado ni tiene

que avergonzarse por el paso que ha dado. La caricatura muchas veces es el fallo de la es-

tulticia. Y con caricaturas nunca se ha escrito la historia” (La Tribuna 20 jun. 43). La

caricatura en cuestión se reproduce en esta monografía y salió en la primera pá-

gina del Diario de Costa Rica el 19 de junio. Un caricaturista, el señor Noé Solano,

desde La Hora (22 jun. 43) quebró lanzas a favor de su colega del Diario de Costa

Rica, Jean Pepin Donat, autor de la caricatura en cuestión. Argüía Solano dos

pretendidas razones: que una caricatura puede dejar constancia de una crítica

sana; y que él mismo había criticado en anteriores ocasiones a sacerdotes aman-

tes del totalitarismo. Opinamos que era injusto usar este argumento contra Mon-

señor Sanabria, de cuya sinceridad democrática nadie ha dudado. Además, el

caricaturista del Diario de Costa Rica demostró no entender el sentido del inter-

cambio epistolar entre el Arzobispo y el diputado Mora Valverde.

Ciertamente, alguna publicidad del Partido Vanguardia Popular hacía el jue-

go a sus enemigos. Es el caso de la invitación a un gran homenaje tributado a la

Unión Soviética, decorada con una fotografía de José Stalin. Ahí mismo se pe-

día establecer relaciones diplomáticas con la Unión Soviética (La Prensa Libre 21

jun. 43). Por merecido que fuera el reconocimiento al pueblo ruso, que contribu-

yó con decenas de millones de muertos para derrotar al nazismo, la iniciativa

perjudicaba los propósitos que originaron el nacimiento de Vanguardia Popular.

DIVIDIDOS LOS CATÓLICOS DEL PAÍS. Ese fue el título escogido La Hora pa-

ra un artículo del que oculta las fuentes, si las hubo. En el cuerpo del artículo se

lee: “Dos fuertes corrientes de opinión sobre el criterio del Sr. Arzobispo respecto a que si

pueden entrar los católicos en el Partido Vanguardia Popular. Mientras un sector cree que

los católicos deben aceptar sin discusión el criterio del Señor Arzobispo, otro sector sostiene

que el PVP es el comunismo con otro nombre. Estos últimos opinan que los católicos sólo

deben ingresar en partidos de filiación estrictamente católica. Probablemente se pedirá a los

señores Obispos que dirijan una consulta a la Santa Sede”. Según este diario, por lo ge-

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neral los hombres creen que los católicos pueden ingresar en el Partido Van-

guardia Popular, pero en cambio todas las mujeres piensan lo contrario (La Hora

17 jun. 43).

Se ensambló toda una campaña publicitaria para confundir y manipular la

opinión ciudadana, en la que estaba del todo ausente el esfuerzo por descubrir y

difundir la verdad. Desconociendo el contenido de la anterior intervención del

Arzobispo y el contenido del Acuerdo, se publicó HAY QUE PRECAVERSE CON-

TRA LAS INSIDIAS DEL COMUNISMO. Se citaron extractos de la Encíclica de Pío

XI, Divini Redentoris de 1937 donde se condenan determinadas tesis incompa-

tibles con la ortodoxia católica en materia social (Diario de Costa Rica 22 jun. 43 y

La Prensa Libre 22 jun. 43). La jerarquía católica consideró abusiva la utilización

que se hizo de dicha encíclica. El Pbro. Alfredo Hidalgo, Vicario del Arzobispo,

el segundo en la dirección de la Arquidiócesis, solicitó a La Prensa Libre le to-

mara las siguientes declaraciones: REPROBABLE ES QUERER DIVORCIAR A

COSTA RICA DE LAS NACIONES UNIDAS, INTRODUCIR LA DIVISIÓN RELIGIOSA

EN EL PAÍS Y ATIZAR LA REVUELTA DE LA GREY CATÓLICA EN CONTRA DE

SUS LEGÍTIMOS PASTORES. Continuaba haciendo ver la unidad del clero en

torno al Arzobispo, de quien elogió su capacidad intelectual y sentido de la res-

ponsabilidad. Añadía que Mons. Sanabria había dado las aclaraciones necesa-

rias y que “mientras el Partido Vanguardia Popular demuestre ser lo que promete, colabo-

rar con él no es colaborar con el comunismo ateo. Se dirá que muchos de los dirigentes no

son católicos, y quizás estén tocados de ideas heterodoxas (…) En ese mismo caso están los

dirigentes de los demás partidos” (La Prensa Libre 25 jun. 43).

La pugna por el control de esa entelequia que llaman “opinión pública” se

dirimía en el campo del miedo. La victoria en la contienda electoral de 1944

pertenecería a quien mejor supiera atemorizar con los horrores que acarrearía la

victoria del contrario. El calderonismo y la candidatura de Teodoro Picado, jun-

to con Vanguardia Popular, levantaron contra León Cortés el fantasma del na-

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zismo y de la abrogación de las leyes sociales recién aprobadas. Unos ejemplos

entre decenas de espacios publicitarios:

• LEÓN CORTÉS CONTRA LAS GARANTIAS SOCIALES Y LAS GARAN-

TÍAS SOCIALES CONTRALEÓN CORTÉS en que se le acusaba de que las

reformaría para desnaturalizarlas en contra de las clases trabajadoras

(La Tribuna 20 abr. 43).

• LEÓN CORTÉS ES EL MÁS GRANDE PELIGRO PARA LA SEGURIDAD

DEL PAÍS POR SU MARIDAJE CON LOS NAZIS (La Prensa Libre 22 jun. 43).

• DESBANDE DEL NAZI-CORTESISMO (La Tribuna 29 abr. 43).

La oposición al calderonismo, que apoyaba la candidatura de León Cortés,

levantó con “mejores” resultados el espantajo comunista. Etiquetó a sus adver-

sarios de “caldero-comunistas”, calificativo que tuvo fortuna. La importancia

política del Acuerdo consistía en eliminar el veneno del aguijón propagandístico

de la oposición, por lo que ésta se empeñó en negar cualquier transformación en

los comunistas. Insistieron en que el Partido Vanguardia Popular seguía agru-

pando a los comunistas y al comunismo de siempre, ahora disfrazado y, por eso

más peligroso.

El miedo al nazismo era menos corrosivo. Perdería toda vigencia en cuanto

cayera la Alemania nazi, lo que ya era previsible por las noticias que llegaban

de la guerra. En cambio, el miedo al comunismo tendrá por delante los decenios

de la guerra fría. Además, aparentemente no tocaba valores como la propiedad y

la religión. Elementos de la teoría del marxismo-leninismo como la propuesta

de estatizar los medios de producción, la doctrina del partido único y la promo-

ción del ateísmo se explotaron con toda eficacia.

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Saliéndonos un tanto del propósito de este trabajo, señalamos que no existe

una investigación que analice la estrategia de las fracciones por dominar la opi-

nión pública, ya fuera por medios orales a través de la radio, o escritos en la

prensa. Mientras falte este estudio, solo se puede concluir que existió un enfren-

tamiento donde se desataron los odios, donde al contrario se le trató de infrahu-

mano. Este fue el caldo de cultivo de la Guerra Civil del 48.

El Comité de Prensa de La Tribuna salió en defensa del Prelado con un fuer-

te artículo. MONSEÑOR SANABRIA Y LAS MARGARITAS DE SU PALABRA. “(…)

a pretexto de los recientes pronunciamientos del dignísimo prelado arquidiocesano, esos

plumarios del mal llamado Partido Demócrata se atreven como los puercos bíblicos, tratan-

do de enlodarlas, a pisotear las margaritas que –como estrellas de luz– son la austera y se-

dante palabra de Monseñor” (La Tribuna 22 jun. 43). El dicho de Jesucristo de que no

hay que echar perlas a los cerdos para que no las pisoteen servía de telón de

fondo (cf. Mt. 7,6).

Pese a ese tipo de esfuerzos, la campaña publicitaria de la oposición iba al-

canzando su meta. Empeoraba las cosas para Monseñor el asociarle con la can-

didatura de Picado, como si el Prelado la favoreciera. En ese sentido resulta im-

prudente la adhesión partidaria del Pbro. Fernando Sarratea, quien había publi-

cado que: “El licenciado Picado ha llevado con sus palabras mucha luz a las cavernas de

muchas mentes que han negado con calumniosas frases que la iglesia sea madre solícita

también del obrero” (La Hora 24 may. 43). Un mes después, el P. Sarratea insistió en

sus alabanzas al candidato Picado: EXISTEN HOMBRES COMO D. TEODORO PI-

CADO. ESTÁN DIPUESTOS A SACRIFICARLO TODO EN ARAS DE LA PATRIA (La

Tribuna 21jun. 43). Con igual carencia de sentido de la oportunidad, Mons. Clau-

dio Volio escribió que EL PUEBLO NO OYE A QUIENES CON VANAS PROMESAS

GRITAN EL MEA CULPA DE SU PASADO. “El escudo de Teodoro Picado lo constituyen

el cristianismo, el trabajo y la producción” (La Tribuna 8 jul. 43). El catolicismo había

sido metido dentro de la refriega politiquera, algo que seguramente disgustaba

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al Arzobispo y con toda seguridad le perjudicaba. Por ejemplo, se publicó en un

campo pagado del Partido Demócrata: BUSCAN EL REFUGIO DE LA SANTA

IGLESIA CATÓLICA, PARA IZAR EN ELLA EL PABELLÓN DEL FRACASADO PAR-

TIDO REPUBLICANO NACIONAL (Diario de Costa Rica 24 jun. 43).

Dos clérigos acudieron a la autoridad y prestigio del Obispo de Roma para

defender al Prelado. El Pbro. José Vicente Salazar, fundador en Costa Rica de la

Juventud Obrera Católica (JOC) señaló que EL PAPA JUSTIFICA LAS REIVINDI-

CACIONES JUSTAS QUE TAN HONDAS LLEVAN LOS TRABAJADORES EN SUS

CORAZONES. “Salario familiar; vivienda digna; instrucción suficiente; seguridad en la

enfermedad y la vejez” (La Tribuna 29 jun. 43). Sin embargo, no defendió directa-

mente la actuación de su Arzobispo. De manera directa lo hizo Mons. Alfredo

Hidalgo, Vicario General y Deán del Cabildo Metropolitano. NADIE COMO PIO

XII HA BAJADO TAN CERCA DE LA MISERIA DEL PUEBLO PARA PALPAR SUS

NECESIDADES. “Así vemos cómo las Garantías Sociales del Presidente de Costa Rica, en-

contraron cálida acogida en la Santa Sede y se las declaró conformes con las enseñanzas de

las Encíclicas papales” (La Tribuna 30 jun. 43).

Regresemos a la documentación del ACM. Mons. Sanabria agregó unas pá-

ginas a esa especie de bitácora que es el MEMORÁNDUM [3], con el propósito de

anotar reacciones del clero y de la prensa. Le disgustó el editorial del Eco Cató-

lico y la forma como informó el Diario de Costa Rica del que sospecha intente

fomentar una división entre los obispos. Indica que el editorial de Trabajo, del

sábado 12 de junio, refleja perfectamente el pensamiento de Manuel Mora que

ha desembocado en el Acuerdo. Toma nota de que el P. Cascante, del partido de

León Cortés, se siente perjudicado por la Negociación. Registra la hablilla de

Otilio Ulate quien reprueba “el gravísimo error”. El Diario de Costa Rica del 17

de junio juzga que el Partido Comunista había cambiado de nombre pero no de

sustancia. Ese mismo día recibió a un señor llamado Rubén Hernández, que tra-

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bajaba al servicio de la Legación Americana, quien le informó que el Departa-

mento de Estado pedirá a Mons. Spellman, de Nueva York, que se pronuncie

sobre la Negociación61. Todo lo anterior indica quiénes y cómo iban preparando

la fractura intraeclesial.

El Arzobispo quiso conocer “con toda reserva” la opinión de Joaquín Vargas

Coto, seglar bien comunicado con los centros sociales y políticos del país, sobre

el proceso del Acuerdo y su resultado. La opinión de Vargas Coto fue muy fa-

vorable62. También solicitó el parecer de María del Rosario Quirós, Directora

del Colegio Superior de Señoritas, persona discreta y de mucho juicio, quien

acogió la noticia con indecible entusiasmo.

Hacia el final del MEMORÁNDUM [3] refiere Mons. Sanabria: “En cierto mo-

mento, el Sr. Mora, al comentar nuestras conversaciones y arreglos me dijo: Verdad, Mon-

señor, que en Costa Rica suceden cosas que no suceden en ninguna parte. Estuve de acuer-

do con él”. También consigna unas palabras de Manuel Mora una vez finiquitado

el Arreglo. “Dice que casi todos los partidarios suyos están contentos y mucho, pues son

católicos”. Así las cosas, ¿quién podrá dudar de que la fe de muchos comunistas

fuera un factor de suma importancia para arribar al Acuerdo?

El Eco Católico editorializó dos veces con la finalidad de brindar a sus lecto-

res una interpretación correcta del Acuerdo y sus alcances. Ambos escritos se

deben a Pío Latino, seudónimo del Pbro. Carlos Borge63. El primero lleva por

título VANGUARDIA POPULAR y apareció el 20 de junio del 43. En sustancia

dice que el Partido Comunista ha acomodado sus doctrinas y actuaciones a la

61 Francis J. Spellman (1889-1967), cardenal de Nueva York. 62 Distinguido periodista costarricense. Autor de ensayos históricos entre ellos una biografía de Ricardo Jiménez Oreamuno y de relatos costumbristas. Vivió de 1895 a 1959. 63 Mons. Borge y Castrillo, nicaragüense, se desempeñó por muchos años como director del Eco Católico y párroco de La Soledad, San José. El 25 de abril de 1945 se le nombró obispo auxiliar de Granada. Falleció el 9 de agosto de 1953.

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realidad costarricense y a la política internacional de las naciones unidas contra

el Eje. Considera razonable el escepticismo con que algunos han recibido tal

decisión y duda de la sinceridad con que se haya hecho el cambio. No obstante,

el nuevo partido ha tenido muy en cuenta que su ideario político y social “no

esté en pugna con las doctrinas sociales de la Iglesia Católica (…). El Arzobispo

ha tratado el asunto con profunda reflexión y estudio y ha consultado con

quienes debía hacerlo”. (Se sabe que el propio Pbro. Borge estuvo entre los

consultados). “No solo por disciplina de unión con el Jefe de la Iglesia, sino por

propia convicción y estudio del asunto, hemos llegado a estas conclusiones”.

Según el editorialista, “no hay por ahora ninguna razón poderosa para desconfiar de la

actuación del nuevo partido, respecto al punto en cuestión (…). Se alegra sinceramente de

que haya desaparecido el Partido Comunista como tal y desea que los hechos le confirmen

la sinceridad sustancial del nuevo partido en su intentos de bienestar social”.

Una vez más, el Presidente Rafael Á. Calderón Guardia salió a la prensa para

defender el Acuerdo, señal de la importancia que le concedía. La Tribuna puso

como título de su contribución: HEMOS LOGRADO COLOCAR BASES SOLIDAS

PARA LA EVOLUCIÓN QUE PREPARASE EN EL MUNDO ENTERO PARA LA POS-

GUERRA. “A mi juicio, que no tengo reparo en hacer público, la sustitución del Partido

Comunista por Vanguardia Popular, constituye en suceso de magna importancia. Por coin-

cidencia feliz, la disolución del Comintern ha facilitado la transformación que anhelaban

millares de costarricenses. Para bien de Costa Rica, los delegados todos del extinto Partido

Comunista aunaron sus voluntades para la afirmación de un Programa realista y patriótico,

Programa que ha merecido ya la valiosísima aprobación del Ilustrísimo Señor Arzobispo de

Costa Rica Dr.Víctor M. Sanabria, porque en él se sustentan postulados que riman a perfec-

ción con los principios de la Iglesia Católica, como lo son el respeto a la propiedad, a la jus-

ticia, a la religión, a las clases adineradas y a la familia. Que ese programa involucre, por

asociación ineludible de principios, aplauso y apoyo para mi política de justicia social, pue-

de haber provocado los enojos de ciertos enemigos gratuitos y los de quienes ven alejarse,

cada día más, las posibilidades de un régimen reaccionario y esclavista. Pero no puede con-

fundirse ese paso con una vulgar maniobra de oportunismo, ni tales enojos pueden signifi-

car, ni significan nada, en el desenvolvimiento progresivo de las grandes fuerzas espiritua-

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les de la nación” (La Tribuna 23 jun. 43). Sobre todo lo de “las clases adineradas”

debió ser duro de digerir para muchos vanguardistas. El Doctor finaliza su in-

tervención con comentarios elogiosos sobre el Arzobispo y el diputado Manuel

Mora.

Pío Latino editorializó en el Eco Católico de nuevo el 4 de julio de 1943,

motivado sin duda por el calor de la polémica. Con precisión y contundencia

escribe:

“La Iglesia Católica costarricense no ha dicho que el nuevo partido es un partido católi-

co. Ni ha incitado a nadie a entrar en dicho partido.

No ha pedido a los católicos que colaboren con él o en él.

Ni ha declarado al Comunismo como tal absuelto de toda culpa y pena en sus actuacio-

nes pasadas en Costa Rica.

Ni ha sido su intento dar su visto bueno a la fundación de un nuevo partido político,

pues no le corresponde esa misión.

Ni ha dicho que los que forman el mencionado partido son todos católicos.

Ni ha asegurado que en Costa Rica los comunistas enemigos de la Iglesia se han conver-

tido en masa al catolicismo.

Ni ha garantizado que el nuevo partido cumplirá todo lo que promete.

Única y exclusivamente se ha concretado la Iglesia, por medio de su Jefe (…) a declarar

que el programa del nuevo partido político Vanguardia Popular, tal y como se le ha presen-

tado, no contiene positivamente ninguna cosa contraria a los principios sociales del catoli-

cismo”.

Interviene el Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales

En julio de 1943 vio la luz el N° 37 de la revista Surco. Contiene un extenso

ensayo donde se analiza la historia del Partido Comunista, al que procura des-

creditar con base en lo que considera mutaciones ideológicas zigzagueantes y

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acomodaticias64. Posee el interés de mostrar una cara del Centro para el Estudio

de los Problemas Nacionales, mucho menos progresista de lo que ha circulado

en la historiografía, pues comparte los argumentos del Partido Demócrata contra

las Garantías Sociales. Veamos lo que se puntualiza del Acuerdo.

EL PARTIDO COMUNISTA DE COSTA RICA ENJUICIADO POR SUS HECHOS.

1° de mayo de 1942.65 “El doctor Calderón Guardia presenta las Garantías Sociales. Se

inspiran en las encíclicas papales; traen la recomendación episcopal; se les va a estatuir en

momentos en que la producción está más anarquizada y raquítica que nunca; el Tesoro

Público exhausto; la moneda desvalorizada; la presión política oficial alcanzando los extre-

mos. Pero el Comunismo apoya las Garantías, y no sólo las apoya, (cosa natural en toda

agrupación progresista), sino que con base en ellas, amortigua sus críticas ante las barbari-

dades del Gobierno, hasta el punto de convertirlas en mera literatura. (…) Pero le soplan

malos vientos al candidato oficial: sus únicas esperanzas están puestas en el Comunismo y

el clero, (los grandes especuladores y los contratistas sin licitación se encargan del dinero);

algunos sacerdotes expresan descontento por hallarse en un partido que también cobija a

los camaradas. (…) Pero de manera automática, dialéctica tal vez, desempolvando la pelota

que antaño rodó del radicalismo al frente-populismo, del rooseveltianismo al anti-

imperialismo y de éste a aquél, a través de la trayectoria constelada de rectificaciones del

partido, la doctrina comunista, cimentada a través de doce años, se esfuma de la conciencia

de los ideólogos dirigentes y de la dócil masa popular, y rueda hacia lo “progresista” y lo

“auténticamente costarricense” bajo el asombro de los más y el aplauso de alguno que otro

caballero insomne. Ante la visión clara de las circunstancias, y ese profundo aproximarse a

la realidad nacional, se acabó la lucha de clases y el materialismo, y entonces fue la hora de

recibir la bendición arzobispal. Ahora respetan el “opio del pueblo”.

13 de junio de 1943. Cesa de existir el Partido Comunista de Costa Rica, y en su lu-

gar se levanta el Partido Vanguardia Popular. Así transfigurado, el nuevo partido procede a

organizarse. La comedia, no obstante, se resiente por falta de aparejo: no hay dimisiones,

aunque sean formales, ni unos días de intervalo entre el fénix y sus cenizas. El buró político

en masa alza el vuelo, y, un instante después, el buró político en masa toma tierra en el

nuevo campo.

64 También publicado en Diario de Costa Rica 8 jul. 43. 65 Surco antecede sus comentarios con una fecha indicativa del momento en que ocurrieron los aconteci-

mientos a que se refiere.

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En la sección 8. Propuestas historiográficas se analizará someramente la políti-

ca de alianzas del Partido Comunista, que sin duda enmarca los cambios aludi-

dos. Hay, empero, una grave e injustificable omisión del articulista de Surco: no

mencionar en ningún sitio del extenso ensayo la huelga bananera de 1934. Se-

mejante laguna es indicio de una opción ideológica, mucho más que un gazapo

historiográfico. El ensayista fue incapaz de comprender el alma del grupo de

intelectuales y obreros que se agruparon bajo los lemas del marxismo: su com-

promiso (en el sentido de obligación voluntariamente contraída) con las clases

trabajadoras. Sin comprender su espíritu, sin compartir su sensibilidad humana,

era imposible interpretar con acierto la agitada historia ideológica de los comu-

nistas costarricenses, siempre debatiéndose entre las tesis del manual y las exi-

gencias de la realidad política costarricense. No se niega que algunos profesaran

ideas marxistas químicamente puras, divulgadas en el semanario Trabajo. Se

transcriben unas cuantas, porque fueron utilizadas para combatir el Acuerdo,

pretendiendo que era imposible la transición del Partido Comunista al Partido

Vanguardia Popular. También interesan para comprender mejor el asunto del

Programa Mínimo del Partido Comunista, que se trata en la sección 8. Las si-

guientes citas se toman de la edición de Surco correspondiente a julio de 1943,

que indica provienen de Trabajo. Advertimos que no ha sido posible verificarlas

en el semanario comunista.

• ... su único fin (de la Encíclica Rerum Novarum de León XIII) era atraerse la buena

voluntad de las clases trabajadoras haciéndoles creer que Dios y la Iglesia Católica

se ocupan de su suerte. (Trabajo set. 1931).

• La Iglesia es un instrumento del Estado capitalista para asegurarse la servidumbre

moral de la clase trabajadora (Nº 7, 1931).

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• Quien venga a hablar a los trabajadores de posibles conciliaciones con sus enemigos

irreconciliables, o es un ingenuo o un demagogo oportunista (Trabajo 1º ene.1932).

• El Partido Comunista tiene un programa máximo común, cuya base fundamental es

la abolición de la propiedad privada, la socialización absoluta de los medios de pro-

ducción. Al lado de este programa común a todos los partidos de Internacional Co-

munista, existen los llamados programas nacionales o también programas mínimos.

(Trabajo abr. 1932).

• Los comunistas somos partidarios de la violencia revolucionaria como arma de los

trabajadores para sacudirse el yugo de la explotación. Los comunistas exigimos todo

el poder para los trabajadores. No aceptamos piltrafas de posiciones oficiales en

ningún régimen capitalista (Trabajo ene. 1933).

• … mientras ellos (la Iglesia) predican a los trabajadores sumisión, nosotros los lla-

mamos a la rebelión; porque mientras ellos claman hipócritamente contra el capita-

lismo, pero, en realidad son sus sirvientes, nosotros marchamos de frente contra el

capitalismo; porque mientras ellos agitan en sus manos de farsantes una bandera

blanca de conciliación con los ladrones y pillos del capitalismo, nosotros incitamos a

las masas a que marchen hacia la conquista de su derecho (Trabajo mar. 1933).

• Los comunistas de Costa Rica no apoyaremos a ningún partido de filiación burgués

terrateniente, ni siendo el más fuerte, ni siendo el más débil. (Trabajo 4 ago. 1935).

• Estamos frene al Partido de la Plutocracia y de la Reacción y tenemos que hacer

nuestra campaña con nuestros recursos, con los recursos del pueblo (Trabajo jul.

1939).

Crece la tensión

En los documentos del Archivo de la Curia Metropolitana se aprecia cómo

crece la tensión.

Un laico percibe un acercamiento de la Iglesia al comunismo

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[17] (ACM Arz. M.S. c. 45 fól. E f.25) En setiembre 12 del 43, Víctor Hidalgo, de

modo respetuoso, se queja de lo que percibe como acercamiento de la Iglesia al

comunismo. En anotación manuscrita, se lee el deseo del Arzobispo de invitarlo

a su despacho para intercambiar opiniones.

Mons. Sanabria escribe al Arzobispo salvadoreño

[18] (ACM Arz. M.S. c. 45 fól. E f.38). Mons. Sanabria se dirige a Mons. Luis

Chaves y González, Arzobispo de San Salvador. Agradece una carta del Prelado

salvadoreño (que no se ha encontrado en el ACM) quien, según Sanabria, “se ha

formado una idea justa de nuestra legislación social”. Se excusa de no poder

enviarle copia de los documentos pertinentes, pues supo –por la prensa costarri-

cense– de interferencias en El Salvador para impedir que arribase esa corres-

pondencia.

Las dudas de un laico

[19] (ACM Arz. M.S. c. 45 fól. F ff. 9-9.4).Raúl Morales Moya expresa en una

carta de cuatro folios fechada el 8 de octubre del 43 y dirigida al canónigo Mi-

guel Chaverrri, una mezcla de felicitaciones y dudas sobre las recientes actua-

ciones de la jerarquía eclesiástica.

Los sindicatos de Vanguardia Popular solidarios con Monseñor

[20] (ACM Arz. M.S. c. 45 fól. H f.16). En diciembre del 43, sin indicación pre-

cisa de día, Rodolfo Guzmán, Secretario General de la Confederación de Traba-

jadores de Costa Rica (CTCR), se solidariza con Mons. Sanabria por el agravio

que se le ocasionó al interponer el gobierno de Guatemala obstáculos para que

visitase aquel país. Imperaba por entonces el dictador militar Jorge Ubico.

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Un regalo navideño de Monseñor a Calderón Guardia

[21] (ACM Arz. M.S. c. 45 fól. H f.50). Como regalo de Navidad, el 24 de di-

ciembre de 1943, Mons. Sanabria se dirige al Presidente Calderón. Menciona su

inagotable bondad e indica que sus sentimientos cristianos lo han llevado al via

crucis de emprender las reformas sociales.

Solidaridad entre obispos

[22] (ACM Arz. M.S. c. 40 fól. 6 f.2). Con fecha de 21 de febrero de 1944, Mons.

Juan V. Solís, Obispo de Alajuela, escribe a Mons. Sanabria. En un gesto frater-

nal, reconoce en el Arzobispo al promotor principal de la disolución del Partido

Comunista, único punto al que se refiere del Acuerdo (del que se considera par-

tícipe) y lo felicita por la aprobación recibida de la Santa Sede.

Sindicalistas a favor de Monseñor

[23] (ACM Arz. M.S. c. 41fól 1 f.112) [24] (ACM Arz. M.S. c. 41 fól. 2 f.9) y [25]

(ACM Arz. M.S. c. 41 fól. 2 f 20). Tres telegramas de apoyo a Mons. Sanabria. El

primero proviene de Naranjo y lo firman más de cincuenta personas. El segundo

lo firma la Secretaria de Vanguardia Popular de Barrio México, Alicia Astorga;

su finalidad es inculpar al Diario de Costa Rica de servirse de la religión para

hacer política. El tercero, firmado en Tres Ríos, lo suscribe el Secretario Gene-

ral del Sindicato Agrícola y se queja de que el párroco del lugar desobedece la

orientación episcopal en asuntos sindicales.

El cura de San Isidro es llamado a cuentas

[26] (ACM Arz. M.S. c. 38 fól. 2 f.123). El 5 de julio de 1943, el Vicario General

Mons. Alfredo Hidalgo se dirige al P. Maximiliano Rodríguez, cura de San Isi-

dro de Heredia, para pedir cuenta sobre desacuerdos manifestados desde el púl-

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pito acerca de la actuación de Mons. Sanabria con respecto a Vanguardia Popu-

lar.

El P. Rodríguez y un sindicato agrario

[27] (ACM Arz. M.S. c. 38 fól. 2 f.124-125). El 6 de julio del 43, en respuesta a la

interpelación del Vicario General, el P. Rodríguez menciona sus actuaciones a

favor de la paz social. Nótese que la actividad sindical impulsada por la Iglesia

comprendía también zonas rurales cafetaleras.

El P. Núñez informa

[28] (ACM Arz. M.S. c. 38 fól. 2 f.124-125). En nota fechada el 21 setiembre de

1943, el Pbro. Benjamín Núñez informa sobre su labor al frente de la Central de

Sindicatos Costarricenses Rerum Novarum.

El Arzobispo da indicaciones sobre la formación sindical

[29] (ACM Arz. M.S. c. 38 fól. 2 f.45). El 25 de setiembre de 1943, en su res-

puesta y felicitación al P. Núñez, el Arzobispo opina sobre la falsa disyuntiva de

que antes de formar sindicatos católicos, habría que formar obreros católicos

para que militaran en ellos. Piensa que ambas faenas deben realizarse conjunta-

mente.

Se pide a Monseñor que defienda a un presbítero partidario de León Cortés

[30] (ACM c.s.n.). El 20 de enero de 1944, Claudia Calderón Durán escribe a

Mons. Sanabria para solicitarle intervenga a favor de un sacerdote seguidor de

León Cortés, el P. Chacón. Ella misma está amenazada de muerte.

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Una laica enfurecida por el Acuerdo

[31] (ACM Arz. M.S. c. 46 fól. D ff. 61 61v 61.2). El 28 enero de 1944, la Sra.

Blanca viuda de Castro, quien mediante el oficio de costurera gana su pan y el

de sus hijos, reclama de modo airado a Mons. Sanabria la firma del Acuerdo

con el Partido Vanguardia Popular.

La felicitación de un diplomático

[32] (ACM Arz. M.S. c. 45 fól. D ff.15-1 15-2). El 19 de agosto de 1944, el Dr.

Andrés Vesalio Guzmán, Cónsul de Costa Rica en Quebec, felicita al Arzobispo

por sus logros en lo social, a la vez que le ofrece sus servicios en cuanto regrese

al país.

Mons. Sanabria explana las razones teológicas y pastorales del Acuerdo

[33] (ACM Arz. M.S. c. 39 fól. 6 doc.16). El 12 de setiembre de 1945 publicó

Mons. Sanabria su carta dirigida “Al Venerable Clero de la Arquidiócesis de

San José”, con la finalidad de explicar los motivos teológicos y pastorales de la

negociación del 14 de junio de 1943, un escrito que amerita una atenta y repo-

sada lectura.

Al Venerable Clero de la Arquidiócesis de San José Mons. Víctor Sanabria M.

I De los asuntos y problemas de suyo delicados, que voy a tratar en la presente ocasión,

bien podría decirse lo mismo que Su Santidad Pío XII, gloriosamente reinante, escribía en su primera Encíclica “Summi Pontificatus” (20 de Octubre de 1939), a propósito de los que a su solicitud de Padre Común de la Cristiandad había presentado la guerra: “Para una afirma-ción completa de las verdades contra los errores de los tiempos presentes, si hay necesidad de hacerla, se pueden escoger circunstancias menos perturbadas por los infortunios de acontecimientos exteriores”.

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Entonces la guerra mundial apenas había entrado en su primera fase, y los hijos de la Iglesia, y aún los que viven alejados de Ella, esperaban de labios del Pontífice una declara-ción formal que analizara y calificara hasta en sus últimos detalles, los múltiples problemas teológicos que estaban en la entraña de los conflictos políticos, económicos y sociales, que habían desatado la guerra.

Bien comprendió el Pontífice que en muchos, ya que no en todos, aquellas ansias por

escuchar su autorizada palabra estaban confundidas y entremezcladas con no pocos intere-ses egoístas y de partido, que hubiesen deseado emplear la palabra del Papa, el cual habla siempre fuera y por encima de todo egoísmo y de todo interés de partido, como arma de guerra contra sus adversarios, y que habrían querido proclamar que la Teología y su más augusto representante estaban con su causa y adversaban la que sustentaban los contra-rios.

El Papa, muy prudentemente, se abstuvo entonces de afirmar, en forma cabal y comple-

ta, las verdades contra los errores de los tiempos que le había tocado en suerte vivir, y se contentó con señalar la causa íntima de los males que lamentaba, a saber, el rechazo siste-mático de las normas de la moralidad universal, el olvido de la ley natural y la apostasía en que el Occidente había incurrido al divorciarse de los elementos espirituales básicos de la civilización que le había dado vida, esto es, los que manan de la fuente perenne del Evange-lio.

II

Valgan las consideraciones anteriores para introducir el tema, mejor diría los temas, que

voy a exponer en esta oportunidad ante vosotros, y en forma indirecta, ante los fieles en-comendados a vuestra solicitud pastoral. Respetadas las proporciones y salvadas las distan-cias, dichos temas, que desde hace tiempo son objeto de estudio y meditación para mi con-ciencia episcopal, guardan no poca semejanza, por lo que se refiere a las circunstancias per-turbadas de los tiempos en que hablo, con los que el Pontífice comentaba, movido por la conciencia de su oficio, en la ya citada Encíclica. Por tanto no será extraño que estas mani-festaciones y declaraciones, aunque las dirijo en primer término a vosotros, que por vuestro oficio estáis adornados de singulares prendas de prudencia y sobrenatural sagacidad, deban sujetarse, aún contra mi voluntad, a las limitaciones y reticencias impuestas por los infortu-nios de las circunstancias exteriores perturbadas por los odios y pasiones.

De mis labios esperan quizá mis diocesanos, y en particular los sacerdotes, una o mu-

chas palabras que vengan a analizar y calificar los problemas teológicos que están en la en-traña de muy complejos asuntos políticos, económicos y sociales, que desde hace ya algún tiempo son objeto de apasionada y no siempre ponderada discusión. Es posible que algu-nos, ya que todos, de los que desean oír esta palabra, palabra de autoridad no por lo que el Arzobispo signifique personalmente sino por la naturaleza de las funciones que aunque in-dignamente tiene encomendadas, la esperen no precisamente para orientar su conciencia, sino para usar de ella como arma de guerra contra sus adversarios en los planos políticos y sociales, y para proclamar que la Teología y el representante inmediato de ella en la Arqui-diócesis, están con su causa y en contra de la que los de demás sustentan.

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Aquella palabra del Papa, como es bien notorio, no satisfizo a ninguna de las partes en discordia, pero satisfizo a la justicia y a los principios de ella, y esto bastó a la conciencia del Pontífice el cual, con sobrenatural ecuanimidad sobrellevó las penas y fatigas que su amor por la justicia le deparó en el transcurso de la guerra. No pretendo ser de mejor condición que mi Jefe Supremo. Muy probable es que mi palabra no satisfaga las interesadas miras de éstos o de aquéllos; mas para el descargo de mi conciencia episcopal bastará que con ella queden satisfechos los intereses superiores de la justicia y salvaguardados así mismo los de la caridad.

En el número de los incomprensivos no cuento desde luego a ninguno de los señores sa-

cerdotes, que bien conozco los quilates de su responsabilidad ministerial y buenas pruebas tienen dadas de su inquebrantable disciplina.

Las circunstancias perturbadas de los tiempos no consienten el uso de una mayor liber-

tad en la exposición de mi pensamiento, y sobre todo impiden señalar en sus detalles las causas de los males que me han decidido a hablar. Séame, sin embargo, lícito enumerarlas desde ahora, en forma genérica cuando menos. Ellas se reducen, como en los casos ya refe-ridos, contemplados por el Papa en su primera Encíclica, a las siguientes: el rechazo de las normas de moralidad fundamental en la solución de los problemas políticos, sociales y eco-nómicos que nos agobian, el olvido de la ley natural, substituida más de una vez por el im-perio del egoísmo desenfrenado, y la apostasía en que nuestra comunidad ha incurrido al divorciarse de muchos de los elementos espirituales básicos que otrora dieron calor y vida a la legítima tradición costarricense.

Por intuición, más que por arraigada convicción, el mundo esperaba del Papa, en la oca-

sión referida, una palabra de autoridad, y con ello confesaba lo que tantas veces había pre-tendido negar; esto es, que todo problema humano, de cualquier orden que éste sea, es al mismo tiempo un problema teológico, y que la Iglesia es la auténtica fuente de interpreta-ción de la Teología y tiene, por ende, autoridad plena para hablar de los problemas huma-nos por las conexiones que éstos tienen o pueden tener con las enseñanzas de la Teología.

Y porque las citas vienen al caso, recuerdo que los Papas, es decir, la Iglesia, en sus encí-

clicas y discursos, han tratado más de una vez y exprofeso de cuestiones políticas y econó-micas, sociales, y educacionales, a las cuales pueden reducirse en sustancia todos o casi to-dos los problemas que confrontan el hombre y la sociedad.

Bástenos citar entre otros muchos documentos Pontificios, por lo que respecta a los

problemas políticos, las Encíclicas “Apostolici Muneris” (28 de Diciembre de 1878), “Diutur-num” (19 de junio de 1881), “Inmortale Dei” (1 de Noviembre de 1885) y “Libertas” (20 de junio de 1888), todas de León XIII, en las cuales quedó definida lo que se ha llamado la doc-trina política de la Iglesia, o, para decirlo con más propiedad, la doctrina teológica que está involucrada en los problemas de orden político. En la primera de aquellas encíclicas el Papa opuso la doctrina de la Iglesia a las del socialismo, el nihilismo, el comunismo y el raciona-lismo, habló de los frutos desgraciados de estas doctrinas, defendió el derecho de propiedad y vindicó la solicitud de la Iglesia por el bien de los pobres. En la segunda León XIII describió cuáles son los deberes y derechos de los gobernantes y de los súbditos, expuso cuáles son las características del uso legítimo del Poder y habló de la fuente última de la autoridad,

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Dios. En la “Inmortale Dei” cuyo tema es el siguiente: “La constitución cristiana de los esta-dos, enseñó al Pontífice cuáles son las obligaciones de gobernantes y gobernados, y cuáles son los deberes de la sociedad civil para con Dios”. En la última de las citadas Encíclicas León XIII vindicó los derechos de la libertad humana, expuso los errores en que suele incurrirse en el ejercicio de ella y estableció los principios que deben regular el uso legítimo de los dere-chos de la libertad y de los de la autoridad.

Entre los documentos pontificios que contienen la doctrina social de la Iglesia Católica y

en los que se vindican los derechos inalienables de la persona humana, baste citar las tan conocidas Encíclicas “Rerum Novarum” (15 de Mayo de 1891) y “Quadragesimo Anno” (15 de Mayo de 1931), de León XIII la primera, y de Pío XI la segunda. De la familia, del matri-monio cristiano y de la educación de la juventud, y de todo cuanto en el orden teológico puede tener relación con todos estos temas, tratan, sobre todo, las encíclicas “Casti Connu-bii” (31 de Diciembre de 1930) y “Divini illius Magistri” (21 de Diciembre de 1929), ambas de Pío XI.

Hay ciertos sistemas sociales, o mejor dicho político-sociales, de estructura tan comple-

ja, que en ellos queda del todo comprometida la doctrina política, social y económica, fami-liar y educacional de la Iglesia, sistemas que en su presentación de conjunto son de apari-ción organizada relativamente reciente. Esos sistemas son el socialismo y el comunismo y el llamado nacional-socialismo, y en general los regímenes totalitarios. Acerca de ellos la Igle-sia ha dicho lo que juzgó de su deber declarar, en las encíclicas llamadas sociales y en la “Mit Brenenden Sorgen” (14 de Marzo de 1937) y “Divini Redemptoris” (19 de Marzo de 1937).

Todos esos sistemas y doctrinas contemplados por los Pontífices en los documentos ci-

tados, presentaban a la conciencia cristiana muy serias complicaciones de orden teológico, y así se explica que la Iglesia, sin invadir los dominios del César ni comprometer la dignidad del Reino de Dios, pudiera analizarlos y aún condenarlos, en la convicción de que con ello hacía honor a sus propios deberes. Sin embargo la Iglesia, que condena los principios y doc-trinas contrarios a los preceptos de Cristo, en general se abstiene de condenar a los hom-bres o agrupaciones concretas de hombres que los profesan, y esto, no porque carezca de autoridad para hacerlo, sino porque suele preferir a sus funciones de juez las de madre y maestra. Y si alguna vez llega a condenar a esos hombres y a esas agrupaciones, lo hace no por los hombres mismos ni por las mismas agrupaciones, sino por los principios y doctrinas que unos y otros sustentan, protestando al mismo tiempo que si bien rechaza las doctrinas erróneas, tiene abiertos sus brazos para todos los hombres, también para los que yerran.

A este propósito permítaseme hacer la siguiente observación. Hoy día, en las diversas

naciones, los varios sistemas políticos, económicos y sociales, suelen distinguirse entre sí por determinadas posiciones especiales, que diríamos, que así como pueden significar mu-cho, puede que no signifiquen tanto como parece. La Iglesia, cuya doctrina es trascendente, rehúsa vincular sus principios a las estrecheces de espacios ideológicos inventados por los hombres para diferenciar no tanto las ideas mismas cuanto los matices y tonalidades pasio-nales con que los hombres suelen consagrarse a la defensa de sus propios criterios. De aquí que siempre será cierto aquello que hace poco decíamos en discurso que pronunciáramos ante la Convención de la Central Sindical “Rerum Novarum”: “La Iglesia está fuera y por en-

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cima del centro, de la izquierda, de la derecha, de la izquierda de la derecha y de la derecha de la izquierda”.

Dicho sea lo anterior para explicar cómo sería inútil esperar que la Iglesia a cada paso condenara a todos y a cada uno de los hombres representativos de un determinado sistema erróneo, ya sea tal por sus ideas políticas, económicas y sociales, y para observar, además, que la condenación de un sistema de doctrina no significa ni puede significar la aprobación explícita y de conjunto de los sistemas contrarios. Y para citar un ejemplo. La condenación que la Iglesia ha hecho del comunismo y del nacional-socialismo, o sea de los regímenes totalitarios, no implica que reconozca como necesarios y perfectos los sistemas políticos, sociales y económicos que les sean contrarios.

IV

Dirigiéndome, como me dirijo, en primer término a sacerdotes, bien hubiera podido ex-cusar las reflexiones anteriores sin perjuicio de la claridad en la exposición. Sin embargo preferí consignarlas en gracia de la concatenación lógica de las ideas que voy a exponer, por cierto, como se ha visto ya, no con aquella flexibilidad mental que bien hubiese querido po-der emplear.

Dos premisas han quedado asentadas en los párrafos anteriores. Todo problema hu-

mano suele ser al mismo tiempo un problema teológico. La Iglesia representa la Teología, y tiene el derecho, y algunas veces el deber, de hablar sobre los aspectos teológicos de los problemas humanos. Y hablando de la Iglesia me refiero en primer término al Papa, que con suma autoridad enseña en toda la Iglesia, y en segundo lugar a los Obispos, que con relativa autoridad enseña en sus respectivas diócesis. Se ha de suponer, desde luego, que la Iglesia al ejercer ese derecho o al cumplir dicha obligación, no traspone los límites de la doctrina ni compromete su dignidad con las facciones o partidos a quienes toquen de cerca tales decla-raciones.

Era mi deber legítimo dejar esclarecidos estos principios, con la mayor evidencia posible,

para prevenir todo juicio menos justo que acerca de mis palabras pudiera formularse. Ade-más, y por si acaso las explicaciones anteriores no hubiesen sido suficientes para el efecto intentado, quiero subrayar que cuando empleo o he empleado la palabra política en mi di-sertación, lo que he hecho y lo hago únicamente en su significación que llamaría científica, y no en el sentido que el vulgo suele dar a tal expresión. Y ya con esto creo que puedo tratar los asuntos de que me propuse hablar, con absoluta seguridad interior, por delicados que ellos sean.

V

Nuestra comunidad y nación tiene, como es natural, muchos problemas humanos que

resolver, ya que en el orden político, ya en el económico y social, ya en el familiar y educa-cional. De acuerdo con los principios que acabo de exponer, estos problemas suponen a su vez no pocos problemas teológicos, y acerca de ellos la Iglesia y sus representantes tienen alguna palabra que decir, y la dirán cuando la prudencia así se lo sugiera. No es la primera vez que nuestros Prelados han dicho su palabra de pastores en relación con uno u otro de

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los referidos problemas. Así como tampoco es la primera vez que nuestros Prelados hayan guardado silencio por todo el tiempo que las circunstancias así lo hayan requerido.

También en mi episcopado se han presentado muchos y variados problemas humanos

con derivaciones de orden teológico, y he hablado cuando creía que debía hablar, así como también he callado cuando la discreción me aconsejaba callar. A algunos de ellos me voy a referir en esta oportunidad.

Antes quiero hacer algunas observaciones de conjunto. En más de una ocasión ha suce-

dido entre nosotros que, con motivo de las contiendas políticas, las personas interesadas en ellas, hayan sacado a relucir para ciertos y determinados fines particulares, no pocos pro-blemas teológicos, como si dijéramos de conciencia, conexos con las susodichas cuestiones políticas. El procedimiento, como tal, no parece laudable. Y explico. Un gran pensador fran-cés de cuya catolicidad no nos es licito dudar, Jacques Maritain, ha escrito que una de las peores culpas de que pueden hacerse responsables los católicos en política, consiste en comprometer a Cristo en las cuestiones políticas y en declararlo adherido formalmente a un partido determinado y opuesto a otro o a otros partidos igualmente determinados. A tal procedimiento yo lo llamaría no sólo equivocado sino blasfemo. Cristo no tiene más com-promisos personales, por decirlo así, que con la Iglesia a la que por mística forma escogió como místico cuerpo suyo. A este afán de vincular y enfeudar la Iglesia y su causa, a un de-terminado grupo humano, se la ha llegado a llamar “clericalismo”, y si la palabra significara sólo eso —ya sabemos que se le quiere dar otras significaciones nosotros seríamos los pri-meros en rechazarla. También a esto se le ha llamado intervención de la Iglesia en cosas políticas, y, si fuera cierto que en alguna parte los católicos hubiesen comprometido a la Iglesia en tales cuestiones, no podríamos excusar el lamentarlo. El ideal sería, y en esto to-dos estamos de acuerdo, que Cristo, respectivamente su doctrina, fuera sustentada por to-dos los grupos y sectores humanos, pero irreverencia es el que se le quiera considerar como partidario, de una facción en contra de otra facción.

Cité un hecho, y comento su significación. En general nuestros partidos políticos no han

solido ser positivamente partidarios de la doctrina de Cristo, que es la de la Iglesia. Pero también, justicia es confesarlo, no han solido ser anticristianos ni anticatólicos, por lo menos en principio. Lo que equivale a decir, por una parte, que ninguno de ellos ha tenido derecho a exigir a la conciencia católica que se adhiriera a él en forma exclusiva, y, por otra, que nin-guno de ellos ha tenido derecho a impedir a la conciencia católica que favoreciera con su adhesión a otro o a otros partidos políticos de su personal preferencia.

VI

Ahora bien, hace algunos años apareció una agrupación política, que era al mismo tiem-po una agrupación de las que suelen llamar ideológicas, y una agrupación de contenido so-cial, que con diversos nombres se empeñó en despertar el interés de los trabajadores por la vindicación de sus derechos y por el mejoramiento de sus condiciones de vida. Dicha agru-pación adoptó finalmente, como nombre oficial, una palabra que en sí contiene y expresa todo un sistema de doctrina muchas veces condenado por la Iglesia. Se presentaba, pues, por primera vez, y con caracteres graves, un problema teológico a la conciencia católica, en relación con una cuestión de orden social y político. Adherirse a la agrupación equivalía vir-

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tualmente a apostatar de la fe. Ni podían aceptarse como valederas las excusas de quienes, habiéndose adherido al partido, declaraban que no era su intención adherirse a la doctrina condenada en el nombre, sino simplemente al partido con independencia de la doctrina.

La Iglesia comenzó, y con todos los recursos legítimos a su alcance, a ilustrar el problema

teológico que se había presentado con los caracteres ya mencionados, y en apariencia cuando menos, con escasos resultados. Muchas razones podrían aducirse para explicar este fracaso relativo. Por ahora citamos una que nos parece algo probable. Como era la primera vez que se llevaba al púlpito una cuestión política, aunque también teológica, es posible que no pocos feligreses creyeran entender que la Iglesia pretendía con ello mejorar simplemen-te las posibilidades políticas de otras agrupaciones, sobre todo si les era conocida la filiación política del sacerdote, y no pudieron o no quisieron entender el desinterés teológico de ta-les campañas. No había a la mano, ni tampoco las hay ahora, otras agrupaciones políticas de estricto contenido social, definido, absoluto, franco y desinteresado al cual pudieran adhe-rirse los trabajadores que quisieran mejorar sus condiciones de vida mediante los recursos ordinarios de la política, y así no habrán faltado quienes, ilusionados con las perspectivas sociales y económicas predicadas por el nuevo partido, creyeran que el fin santificaría los medios, y dieran su adhesión a una agrupación que tremolaba como bandera un nombre, símbolo de un sistema doctrinal que en forma alguna puede aceptar la conciencia católica.

A pesar de ello, ninguno de nuestros Prelados, que recordemos, condenó específica y

nominalmente aquella agrupación, por razones de prudencia muy atendibles, esto es, para que no se dijera que intervenían en la política, pero no dejaron de hacer hincapié, ya en las conferencias eclesiásticas, ya en los documentos oficiales, sobre todo en la declaración con-junta suscrita en Julio de 1935 por los Prelados que asistieron a la Conferencia Episcopal, en la incompatibilidad irreducible que hay entre catolicismo y comunismo. Lo mismo hicieron, con loable afán, los sacerdotes en la cátedra sagrada.

Tropezaban los sacerdotes con una grave dificultad en su campaña de ilustración de

conceptos católicos opuestos a los del comunismo. El fondo y la esencia de éste y lo que en última instancia lo hace condenable, como es sabido, es el materialismo histórico absoluto, como si dijéramos, el ateísmo científico, ya que no pocos de sus postulados sociales son justos de toda justicia. Pero el pueblo sabía como lo sabe ahora que entre las clases llama-das dirigentes y en las acomodadas, abundaban los que bajo diversos nombres, pero sobre todo bajo el del liberalismo, ocultaban un positivismo radical tan redondeado, que en subs-tancias corre parejas con el materialismo profesado por el comunismo, y no le era fácil en-tender por qué se emprendía una campaña tan sistemática contra los representantes de una forma de ateísmo o materialismo histórico, y no se hacía lo mismo, o no parecía hacerse lo mismo con los representantes del otro materialismo. Y no faltaron quienes se esforzaran por convencerse de que todo era simple cuestión de oportunismo político, o bien, fruto de una presunta alianza tradicional de la Iglesia con el capitalismo para esclavizar al trabajador. Las conclusiones aumentaron hasta el extremo cuando se pudo ver a no pocos representan-tes del positivismo radical atacando las doctrinas sociales del comunismo, apelando para ello, inclusive, a la conciencia católica del país. Peor aún, cuando desde diversos reductos se atacaron esas doctrinas en nombre de los mal disimulados egoísmos contrarios en todo sen-tido a los postulados elementales de la justicia.

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Poco a poco se hizo evidente, aún para los ciegos, que la cuestión no era simplemente teológica, sino también de economía social y política. Entonces se dijo: Hay que acabar con el comunismo. Ahora bien, nadie parecía querer acertar los medios que habían de emplear-se para alcanzar el fin intentado.

Según el ya citado pensador francés, Maritain, tres son los únicos medios o métodos po-

sibles de acabar con el comunismo. Por la violencia, encarcelando a todos los comunistas. Por la convicción ilustrando las mentes y engendrando en ellas el conocimiento apodíctico de las verdades opuestas a los errores que sustenta el comunismo. Por la superación, ha-ciendo imposibles los conflictos sociales y económicos originados en la injusticia, que son el medio en que ordinariamente incuban las ideas comunistas que, analizadas psicológicamen-te son en muchos casos hijas de la desesperación. Lo primero no es humano. Lo segundo no es posible, por lo menos corrientemente. Queda sólo el tercer camino, que para muchos, por cierto, resulta el más incómodo, pues que para entrar por él es necesaria una valoración tan alta de los principios de la justicia social, por parte de los diferentes sectores del cuerpo social, que son pocos que se deciden a hacerlo sin titubeos ni vacilaciones.

Entre nosotros se descubrió un cuarto sistema. Se creyó, que la política y sólo la política,

podría acabar con el comunismo. Se pensó inclusive, que con decretar que la existencia del partido fuera ilegal, se habría terminado con el comunismo. Y es que no se quería entender que en muchos casos el comunismo no es causa sino efecto, y que suprimiendo el efecto no ha desaparecido con ello la causa. Un partido político comunista puede ser derrotado mu-chas veces, pero mientras no lo sean las ideas que lleva en su entraña, la derrota más bien es estímulo que lo vivifica. Decía Pío XI que el comunismo es un sistema sumamente peli-groso, precisamente por la gran cantidad de verdad, es decir, de justicia, que alienta en su alma. A esa cantidad de verdad y de justicia no se la vencerá sino con una mayor y más pura cantidad de verdad y de justicia. Pierden el tiempo los que pretenden combatir de otra ma-nera las doctrinas del comunismo.

VII En este punto introducimos otro de los temas teológicos que nos propusimos tratar en

esta ocasión. Que en Costa Rica exista como en todo el mundo, una cuestión social, es inne-gable. Y existe por las mismas razones y factores que existe en todas partes. No ha faltado voluntad ideológica, llamémosla así, para comenzar a resolverla, pero si faltó durante mu-chos años la decisión práctica. Digámoslo con franqueza, durante muchos años la doctrina social de la Iglesia permaneció ignorada por los más, y hasta causó no poco escándalo mejor dicho desilusión, cuando recientemente llegaron a conocerse los grandes alcances de esa doctrina. Se pensó que la misión única de la Iglesia en estas materias era predicar la con-formidad a los pobres, o bien recomendar tan solo el cumplimiento de los deberes de la caridad, a los que buenamente quisieran cumplirlos. La doctrina católica, sin embargo, ha enseñado siempre, que en la solución de la cuestión social han de entrar la justicia y la cari-dad, y precisamente en el orden enunciado, y que justicia sin caridad es injusticia y caridad sin justicia es egoísmo.

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Esta cuestión social, que ya existía entre nosotros, se hizo más evidente con la aparición del nuevo Partido. No se la podía ignorar por más largo tiempo. Siempre hemos sostenido aquello que afirma el dicho popular. Dios escribe recto con líneas torcidas. De aquellos ma-les resultaron estos bienes. Se puso mano a la obra de legislar, en forma integral, sobre ma-terias sociales. Aquello fue, si la palabra no fuera excesiva, una verdadera revolución. Y en todo ello privaban, como fundamentos ideológicos, los principios de la doctrina católica contenidos en las Encíclicas. Por ello merecieron los legisladores el aplauso no sólo de los Prelados, sino aún de la misma Santa Sede. Era la primera vez en nuestro continente, que se iniciara tan amplia obra social, sustentada en criterios doctrinales absolutamente ortodoxos. De apoyar aquellos proyectos no se seguía ningún conflicto para la conciencia católica, por más que fuera lícito a todos los católicos juzgar de esta o de aquella manera acerca de las circunstancias ocasionales en que se presentaba la nueva legislación, así como acerca de la mayor o menor perfección o imperfección técnica de las nuevas leyes sociales.

De estas bases ideológicas de la nueva legislación hemos visto hacer mofa. A todo ello se

le ha llamado socialismo cristiano, punto menos que comunismo cristiano. Comprendemos que para quienes por intereses que no nos importa calificar aquí, sean enemigos de toda evolución social, haya sido una contrariedad el hecho de que la nueva legislación no pudiera combatirse con argumentos entresacados de los artículos de la fe.

Acaeció entonces un fenómeno de singular relieve. Muchos de los que se llamaban cató-

licos abominaban de una legislación medularmente católica, y otros que se decían comunis-tas apoyaban sin reserva alguna aquella legislación. No quiero decir con esto que los prime-ros estaban obligados por deber de conciencia a aceptar en todos sus términos la legislación social, ni que tuvieran que aprobar las circunstancias políticas en que aparecía la nueva le-gislación. Esas no eran cuestiones teológicas ni mucho menos. Sólo quisimos subrayar el contraste, antes de continuar el desarrollo del tema que veníamos proponiendo.

VIII Por aquellos mismos días se disolvía la Tercera Internacional si en realidad o sólo en apa-

riencia lo dirán los hechos, el partido comunista acordaba su propia disolución y la creación inmediata con los mismos elementos del anterior, de otro partido bautizado con otro nom-bre, dispuesto, decía, a continuar luchando por el mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores. Publicó un programa y declaró con todo énfasis, que quería proceder a “lo costarricense”. El Arzobispo fue interpelado oficialmente acerca del problema teológico que pudiera sobrevenir como resultado de aquellas variaciones, y previa consulta a los Se-ñores Canónigos, a los demás Prelados de la Provincia Eclesiástica y aún al mismo Represen-tante de la Santa Sede, contestó en los términos en que lo hizo, y que son o deben ser bien conocidos de todos. Como es natural, en el curso de aquellas consultas se pulsaron diversas opiniones, se analizaron todas las circunstancias, y se llegó a la conclusión de que la consulta debía ser resuelta, desde luego y como era de regla, puesta la mirada en la Teología y con prescindencia absoluta de la política. Así se hizo. Al Arzobispo no le era dable ignorar que asumía una responsabilidad gravísima y que más cómodo hubiera sido no asumirla, o bien contestar con ambigüedades o finalmente dar la callada por respuesta. Antes de dar aquel paso pedí que en todas las parroquias se hicieran rogativas por mis intenciones, que por

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entonces no podía indicar cuáles fueran y armado hasta donde me fuera dado captarlas, de las prudencias del espíritu, y puesta la mente en Dios que me ha de juzgar, redacté la con-testación. Muchas veces la he leído y releído. Mi carne débil y flaca muchas veces se ha arrepentido de haberla suscrito, cuando ha sentido que “circumdederunt eam dolores mor-tis et torrentes iniquitatis conturbaverunt eam”66, pero nunca dejaron de infundir alientos a mi espíritu aquellas palabras de mi escudo episcopal: “Sperans in Domino sanabitur67”.

La pregunta que muchas veces se habrán formulado los fieles, y aún los sacerdotes en

aquellos días y en los que les siguieron, habrá sido ésta: ¿se habrá equivocado el Arzobispo, o, en otros términos, se habrá equivocado la Teología? Y para contestarla no voy a recurrir al argumento ad hominem de que la Secretaría de Estado, a quien el Representante de la Santa Sede elevó en consulta todos los documentos de aquellos días, emitió su parecer y opinión en la forma que es de todos bien conocida, y cuyos alcances no debo ingenuamente exagerar.

La Teología si merece el nombre de tal, no suele equivocarse, aún cuando las cuestiones

que haya de resolver estén involucradas en problemas de orden político, con tal de que se mantenga dentro de sus propios límites. Cierto es, así mismo, que la política, a la inversa de la Teología, fácilmente puede equivocarse, ya sea porque sus intenciones al formular una pregunta teológica no fueran muy puras, ya sea por cuanto no supiera o no quisiera inter-pretar una respuesta teológica redactada en idioma igualmente teológico. En tal supuesto no será la Teología la equivocada sino la política.

Aquella contestación del Arzobispo fue teológica desde el principio hasta el fin. En ella,

inclusive contra lo que suele acostumbrarse en semejantes documentos se describieron y detallaron las condiciones, circunstancias y limitaciones a que quedaba sujeta la aplicación del criterio teológico allí expresado, de manera que en otras condiciones y circunstancias que no fuera las ahí previstas, la contestación carecería de valor y fuerza.

La Teología, dije si merece el nombre de tal, no suele equivocarse. No obstante sí pue-

den incurrir en error los teólogos que interpretan la Teología con excepción del Papa que como maestro infalible está garantizado por la asistencia divina contra toda posibilidad de error en materias teológicas.

En nuestro caso el teólogo era el Arzobispo, sujeto, desde luego, a muchos errores. Con

plena conciencia de ella el Arzobispo protestó, en la introducción no más de su respuesta, que todo cuanto dijera habría de quedar, entonces y en todo tiempo, sometido en todas sus partes a la suprema resolución de la Santa Sede. Y esta misma protesta, con la misma since-ridad y convicción, la ha reiterado hace poco, en el informe acerca del estado de la diócesis que ha dirigido a la S. Congregación Consistorial, según está mandado por derecho.

IX

66 “Le rodeaban dolores de muerte, lo perturbaban torrentes de injusticia” (Cf. Salmo 18,4). 67 “El que espera en el Señor será salvo”.

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Está en lo humano que todos deseemos justificar nuestros actos sobre todo aquellos que hemos ejecutado puesta la mira en el cielo y no en el suelo. Se podría, por tanto, pen-sar, que estoy justificando aquellos mis actos. No tengo interés en contrariar ese pensa-miento. Baste advertir que estas mis palabras no tienen ningún fin apologético sino tan solo expositivo.

En Junio de 1943 dije que había procedido en aquel entonces con la conciencia tranqui-

la, y que más adelante, según los casos procedería con igual tranquilidad de conciencia. Es probable que estas palabras tampoco fueran entendidas. Inclusive se ha llegado a suponer que el Arzobispo ataba las manos a los sacerdotes para que no atacaran al comunismo. Esto en parte es verdad. Si bajo el nombre de comunismo queremos entender, no un conjunto de doctrinas erróneas sino simplemente un grupo de hombres equivocados la suposición es verdadera. Nuestra misión no es atacar hombres sino combatir doctrinas e ilustrar debida-mente los principios de la doctrina católica. Los sacerdotes estaban obligados antes, lo estu-vieron después y lo están todavía, por oficio de conciencia, a combatir el comunismo ateo y marxista. Es posible, lo apuntamos como simple hipótesis, que un sacerdote creyera que su misión en la cátedra sagrada fuese atacar a los comunistas, que es precisamente la táctica que se sigue en el mundo profano en casos similares. Yo diría que, en tal supuesto, aquel sacerdote con su proceder desmejoraba las posibilidades de su misión, sobre todo si en ello entraran, en cualquier proporción móviles de orden político. En otras palabras, si el sacerdo-te dejara de ser teólogo para convertirse en político, se colocaría fuera de su propia jurisdic-ción y su palabra carecería de autoridad.

Séanos lícito intercalar en este lugar aquella palabra de San Pablo: Como quiera que ca-

minando en carne, no militamos según la carne. El predicador camina, es verdad, en carne, pero no debe militar en carne.

Así, pues, los sacerdotes estaban obligados en todo tiempo a combatir el comunismo y

también el socialismo. Y por nuestra fortuna la Divina Providencia, sobre todo desde hace dos años, ha suministrado a los sacerdotes nuevos y muy eficaces medios y oportunidades para combatir el comunismo por los senderos de la superación. “Vincere in bono malum”68, que diría San Pablo. Hasta entonces, por una y tantas razones, nuestra lucha, en apariencia, tenía más aspectos de “anticomunismo” que de “pro justicia”. Ahora los campos están más despejados, y por ellos pueden espaciarse todas nuestras legítimas ansias de procurar el mejoramiento de los pobres, mediante recursos no sólo justos sino también legales.

X

Fueron muchos lo digo de nuevo, los que no entendieron mis palabras de junio de 1943.

Es posible que en ese número puedan contarse las mismas personas a quienes iba dirigida la respuesta. Se nos ha asegurado que la agrupación tantas veces mencionada mantiene como esencia de su ideología —no hablo ahora de su estructura exterior— y por tanto de la de sus adherentes, el materialismo ateo y marxista tal como lo describió y condenó el Papa Pío XI en la Encíclica “Divini Redemptoris”. De ser cierta esta afirmación, habríamos de concluir que, o no se nos entendió o no se nos quiso entender, y estaríamos en la obligación, en uno

68 Vence al mal con el bien”.

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y en otro caso, de disipar el mal entendimiento no sólo porque a ello nos obliga nuestra res-ponsabilidad episcopal sino aún por simples motivos de lealtad legítima para con las perso-nas que, precisamente porque se las creía sinceras, fueron merecedoras de aquella respues-ta. Es evidente que si la agrupación sustentara principios y doctrinas contrarios a la doctrina católica sobre todo a una tan fundamental como es la creencia en Dios, autor del Universo, ningún católico podría adherirse a ella, ni militar en cualquier forma en ella, sin compromiso gravísimo de conciencia. Y en tal supuesto, el católico que hubiese dado su adhesión a la agrupación, antes o después de la contestación teológica del Arzobispo, estaría en la obliga-ción, igualmente gravísima, de retirarse de ella.

Si por el contrario, lo que se ha afirmado no fuera cierto, y por tanto si la agrupación no

profesara los principios del comunismo ateo y marxista, no habría conflicto teológico, en los términos que se hicieron constar en aquella respuesta de Junio de 1943. En tal supuesto los católicos podrían adherirse a ella, en la misma forma que puede hacerlo a los demás grupos políticos, ya que esta sería una simple cuestión de preferencias políticas no subordinadas de suyo a determinadas exigencias de la conciencia.

La Teología trabaja con la verdad. La verdad tiene todas las ventajas sobre lo que no lo

sea o que lo sea solamente en parte. La verdad ni engaña ni puede ser engañada. Hemos referido uno de los supuestos. Es necesario que mencionemos el otro. Otros

afirman que la agrupación entendió la respuesta teológica, y para demostrarlo aducen los siguientes argumentos. En el programa oficial de la agrupación se leen estas palabras: “El Partido Vanguardia Popular declara que apoya la política social del Presidente, basada en encíclicas papales, y declara que esa política encuadra sin contradicciones en los planes del partido para la organización económico-social del país”. El partido apoyó de hecho y con todo entusiasmo una legislación social cuyos textos tanto los de las Garantías Sociales como los del Código de Trabajo, declaran reconocer como su base filosófica o ideológica la justicia social, no cualquiera sino precisamente la justicia social cristiana. No podemos negar que ambas afirmaciones, tanto la del programa, como la del contenido de esta actitud que aca-bamos de comentar, tienen algún valor en Teología. Por lo demás, agregan los partidarios de esta segunda opinión hay en el Código de Trabajo, apoyado por la agrupación, una serie de tesis, algunas de ellas muy importantes, que están en contradicción con muy elementales principios de la técnica científica marxista. Quieren agregar además, los que tal afirman, que de todas maneras, así como es preciso analizar los postulados y actitudes de la agrupación referida a la luz de la Teología, convendría hacerlo con las demás agrupaciones políticas y con los programas que hayan publicado, las que lo hayan hecho ya que el error es error, cualquiera que sea el símbolo bajo el cual se ampare.

XI

Hemos querido exponer los criterios de unos y otros, sin pasión ni ira y sin otro interés

que no sea el legítimamente teológico. En Junio de 1943 no éramos jueces de intenciones, tampoco lo somos ahora. De las intenciones juzga la Teología, es verdad, pero la Teología Moral, puesta en acción en el tribunal de la Penitencia, y acerca de ellas fallan los hechos, y el juzgar de estos, es cometido de la historia.

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Condensamos el juicio nuestro acerca de la citada agrupación, en estos términos. En manos de los dirigentes y adherentes de ella, está el dar la razón a quienes afirman que pro-fesan doctrinas condenadas por Pío XI en la Encíclica “Divini Redemptoris”, y en su mano está dar la razón a quienes quieren afirmar lo contrario. Si los primeros tuvieran la razón, lo lamentaríamos, entre otras razones porque son muchas las tesis de bien social que puede adelantar legítimamente una agrupación política de contenido social, sincero y verdadero. Por los caminos del comunismo ni podrá adelantarse en forma definitiva el mejoramiento social de los trabajadores, ni podrá consolidarse, también definitivamente, la legislación social.

Bien comprendemos que en Costa Rica, como en todas partes, la legislación social es hija

de una acción política —nos referimos a la política entendida esta palabra en su significación técnica— sincera, verdadera y constante. No hay en Costa Rica ningún partido político de contenido eminentemente social, fuera del grupo a que nos referimos. Por tanto los traba-jadores que quisieran hacer uso de la acción política, tanto para sostener la legislación so-cial, como para que ésta arraigue en la conciencia nacional, carecerían de los medios ordina-rios para ejercer en forma constante la acción política justa y legítima en los campos de la acción social.

Pero dirán los que afirman la primera de las hipótesis más arriba mencionadas. Hay que

formar un nuevo partido político de contenido eminentemente social. Está bien o no está bien. Pero en su formación no entran ni deben entrar en forma alguna la Iglesia ni la Teolo-gía como tales. La Iglesia y la Teología están fuera y por encima de todos los grupos políti-cos, como tales grupos políticos.

Aduciremos un ejemplo para que mejor se comprenda qué es lo que la Iglesia puede ha-

cer en estas materias, y qué es lo que no puede hacer. En uso de la libertad sindical, consa-grada en nuestra legislación en términos expresos, la Iglesia ha patrocinado la formación de una Central Sindical, la “Rerum Novarum”. Entendámonos. La ha patrocinado doctrinalmen-te. No entro en detalles por ser bien conocidas las declaraciones del Arzobispo a este res-pecto. Pero nada más. Y lo ha hecho, entre otras razones, por ésta fundamental. Si no que-remos que haya monopolio sindical de hecho, es preciso que haya por lo menos dos centra-les sindicales. Séame lícito preguntar: ¿quién de los muchos que podrían haberlo hecho, se ha dedicado a la formación de sindicatos, fuera de la Iglesia y el ya referido grupo? Vamos a suponer que los partidarios de la primera hipótesis estuvieran en lo cierto, esto es, que el partido de que nos ocupamos es comunista, en el estricto sentido de la palabra, y por tanto que la sindical obrera patrocinada por él está en la misma línea y entra en la misma califica-ción teológica aplicable al partido. Este mal no se habría corregido con cruzarse de brazos y el trabajador que quisiera sindicalizarse no podría quedar satisfecho con que se le dijera simplemente: No puede sindicalizarse en esa central, porque se lo impide la conciencia. Ha-bría que ofrecerle una alternativa.

En una palabra, nuestra tesis es que las ideas se combaten con ideas, los hechos con he-

chos. Esta ha sido la gran fuerza de las ideas comunistas en muchas partes. El comunismo sabe lo que todos sabemos, que existe una cuestión social, y buena o mala, nosotros cree-mos que no es buena, pero presenta una solución. Al paso que en general los demás que también saben que existe una cuestión social, no presentan ninguna solución, y creen que

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ella se resuelve con no resolverla, y que el comunismo puede combatirse eficazmente con sólo palabras.

XII

Volvamos, finalmente, al otro problema teológico de que estábamos tratando. En la

cuestión social y en su solución, entran muchos y muy complejos problemas de orden teoló-gico para la conciencia católica. En lo que llamamos la legislación social, que es un plantea-miento en esquema de la solución del problema, entran así mismo varios problemas teoló-gicos.

Por el simple hecho de que quienes no sean católicos apoyen la legislación social, no

vamos a incurrir en el error de afirmar que es fundamentalmente mala. Estas personas se-rán malas pero hacen bien. Por el simple hecho de que personas buenas combatan la legis-lación social en su conjunto, no vamos a decir tampoco que ésta sea mala. Esas personas serán buenas pero hacen mal.

El bien es bien, cualquiera que sea la persona que lo practique, y el mal es mal, quien-

quiera que sea el que lo practica. No son las personas la causa del bien de las cosas, sino el bien la causa de la bondad de las personas.

La legislación social tiene muchos aspectos. Los fundamentales y de tesis. Esto es, cuál

es su ideología y en segundo lugar, si el fin es bueno. Tiene además los aspectos técnicos, que en sus detalles son independientes de los fundamentos y de la tesis. En buena hora in-trodúzcanse en nuestra legislación social todas las reformas que sean pertinentes, no para desfigurarla, es decir, no para combatir la tesis, sino para perfeccionarla. Corríjanse los erro-res técnicos, donde quiera que se encuentren. Pero atentar contra los fundamentos de ella y contra la tesis misma es, en los planos teológicos, un verdadero pecado, y un crimen en los planos sociales, porque es atentar contra el grito de la justicia y exponer a la sociedad a que se le arranque por fuerza lo que no quiere reconocer por convicción.

Hay también en la legislación social ciertos aspectos políticos. Como políticos a la Iglesia

no le interesan. Pero si en nombre de esos aspectos, se quisiera desmejorar la tesis y desvir-tuar los fundamentos de la legislación social, estaríamos frente a un problema teológico en el cual la conciencia cristiana tiene una palabra que decir.

Es cierto que nuestros trabajadores no han podido todavía desarrollar suficientemente

la conciencia de sus derechos, porque no han podido todavía desarrollar en forma suficiente la conciencia de sus deberes. Eduquémoslos, esa es nuestra misión como sacerdotes. Tam-bién comprendemos que los patronos y en general las clases adineradas no han podido desarrollar todavía en forma suficiente la conciencia de sus deberes, porque tampoco han podido desarrollar en forma suficiente la conciencia de sus derechos. Deber y derecho, no lo olvidemos, son cosas correlativas. Eduquémoslos también, esa es nuestra misión.

Coloquémonos en un plano superior, en el plano nuestro, en el de la Iglesia. Ni del lado

de los pobres, ni del lado de los ricos. Siempre del lado de la justicia y del lado de la caridad. Y como la justicia suele estar con más frecuencia del lado de los pobres, no rehusemos es-

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tar, con esa misma frecuencia, del lado de los mismos pobres. Esa es nuestra misión. “Evan-gelizare pauperibus69. Esurientes implevit bonis et divites dimisit inanes”70.

¡Muy estimados cohermanos! Os he hablado con el corazón, y aliento la esperanza, más

aún, la seguridad, de haber sido comprendido por vosotros en esta ocasión, como presumo haberlo sido siempre, según lo demostraron los conceptos de aquel Mensaje de Navidad que en el año 1943 me dirigisteis, mensaje que si honraba al Arzobispo por venir de quienes venía, honraba igualmente a los señores sacerdotes que en forma tan elevada supieron ex-presar sentimientos de tan noble y puro linaje.

Un ruego antes de terminar. Si acaso en mis palabras hubiese habido algún exceso, al-

guna extralimitación, de cualquier género que ella fuera, vuestra sagacidad pastoral sabrá temperarla y vuestra nunca desmentida caridad sacerdotal sabrá disimularla.

Los tiempos en los designios de Dios han correspondido a mi Episcopado, que es, desde

luego, Episcopado vuestro, son bien difíciles. Pero el Señor nos asistirá con su gracia si en todos nuestros trabajos y en medio de las fatigas y congojas que la malicia de cada día trae consigo, seguimos como norte aquellas palabras del Nuevo Testamento: “VERITAS LIBERA-BIT VOS71” “VINCERE IN BONO MALUM”.

San José, 12 de Setiembre de 1945.

VÍCTOR SANABRIA M. Arzobispo de San José

El Partido Social Demócrata interpela a Mons. Sanabria

[34] (ACM c.s.n.). El documento de Mons. Sanabria supra transcrito, provocó una

reacción de los integrantes del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Social

69 “Evangelizar a los pobres”. Cf. Lc. 4,14-30. Divisa del escudo episcopal de Mons. Thiel, tomada de Lc. 4,18. 70 “A los hambrientos llenó de bienes y despidió a los ricos sin nada”. Palabras de la Virgen María (Lc. 1,53). 71 “La verdad los hará libres” (Jn. 8, 32). “Vence al mal con el bien” (Rom. 12,21).

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Demócrata: Antonio Peña Chavarría, Rafael A. Chavarría Flores, Carlos F. Ji-

ménez Luthmer, Mario Leiva Quirós, José F. Carballo Quirós, Rodrigo Facio

Brenes, Carlos L. Valverde Vega, Rafael A. Zúñiga Tristán, Arnoldo Jiménez

Zavaleta, y Manuel A. Quesada Chacón. Con las debidas consideraciones ex-

presaron a Monseñor Sanabria, el 1 de octubre de 1945, que deseaban conocer

su opinión acerca de si las bases ideológicas de su partido constituían una ex-

cepción en referencia a los conceptos contenidos en el documento dirigido “Al

Venerable Clero” del 12 de setiembre de 1945. En específico, cuestionaban la

afirmación de Monseñor de que “no había a la mano, ni tampoco las hay ahora, otras

agrupaciones políticas de estricto contenido social, definido, absoluto, franco y desinteresa-

do, al cual pudieran adherirse los trabajadores que quisieran mejorar sus condiciones de

vida mediante los recursos ordinarios de la política”.

La respuesta de Mons. Sanabria a los socialdemócratas

[35] (ACM c.s.n). El 11 de octubre del 45 Mons. Sanabria contesta al Comité

Ejecutivo del partido Social Demócrata. Manifiesta, en primer lugar, no tener

inconveniente en que su respuesta se publique. De seguido recuerda que había

expresado el 14 de junio del 43 que no podía hacerse cargo de las derivaciones

de carácter político que podría tener el nuevo partido (Vanguardia Popular) y

que, con la misma libertad, estaría dispuesto a contestar cualquier interpelación

que los partidos políticos tuvieran a bien hacerle en relación con los principios

de doctrina y conciencia católicos. En otras palabras, que sus declaraciones no

son ni pueden ser en provecho ni en perjuicio para nadie.

En referencia a la exclusión del Partido Social Demócrata como un partido

con base eminentemente social, el Arzobispo aclara que se refiere a “los parti-

dos obreros o de trabajadores, cualquiera que sea el nombre”. Sostiene que “ni

estaba anhelando que todos los partidos políticos lo fueran de los trabajadores, ni estaba

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afirmando que sólo de partidos políticos de trabajadores tiene necesidad la fisiología políti-

ca de una nación grande o pequeña”. Agrega que, después de estudiar los documen-

tos del Partido Social Demócrata, no se ve en la necesidad de cambiar de crite-

rio.

La respuesta tiene especial interés porque demuestra el concepto de demo-

cracia de Mons. Sanabria. Lo había explicado antes en un discurso del 10 de

junio de 1945:

“Del movimiento sindical ‘Rerum Novarum’ bien cabe decir que es del pueblo, por el

pueblo y para el pueblo, con lo que dicho está que es un movimiento de legítima extracción

demócrata en el sentido en que un ilustre Presidente de los Estados Unidos, Abraham Lin-

coln, definió el contenido esencial de la palabra democracia, en su significación más pura y

tal como la analizara no hace mucho ese gran filósofo de la democracia, humana porque

cristiana, y cristiana porque humana, Su Santidad el Papa Pío XII, gloriosamente reinan-

te”72.

Mons. Sanabria se vale de la conocida expresión de Lincoln para marcar la

diferencia entre su concepción de la democracia y la de los socialdemócratas

que le consultan. Según el parecer del Arzobispo, estos podrían estar con el

pueblo y algunos provenir del pueblo, pero su acción sociopolítica no era reali-

zada por el pueblo. En otros términos, Sanabria considera que los trabajadores

tienen derecho a crear y regir sus propias organizaciones para actuar en el cam-

po sociopolítico, sin paternalismos ni caudillismos. Así tomaba distancia de los

caudillismos calderonista y figuerista, tan nefastos en la historia reciente, que

arrebataron a las organizaciones populares la iniciativa en lo social, para trasla-

darla a dirigentes salidos de las capas medias. Instalar a estos burócratas en en-

72 “Discurso en la Convención de la Rerum Novarum, 10 de mayo 1945. Texto en Miguel PICADO y otros. La Palabra Social, p. 52.

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tidades estatales fue, si no parte de la agenda oculta de la Guerra Civil del 48, sí

uno de sus resultados.

Mons. Sanabria presenta su renuncia a Pío XII, quien no la acepta

En la siguiente documentación del ACM, se notará cómo aumentaba un am-

biente tenso, gestación de la Guerra Civil.

Mons. Interviene para desvirtuar una intriga

[36] (ACM Arz. M.S. c. 51 fól. D f 14). El 6 de mayo del 46, el Arzobispo le exi-

ge al P. Elías Valenciano, Canónigo, párroco de La Merced y Director Técnico

de Religión en las escuelas primarias, que informe sobre las aseveraciones de

infiltración comunista en las escuelas públicas, noticiadas por el periódico El

Luchador, órgano de la Juventud Obrera Católica.

Un cartaginés defiende al Arzobispo

[37] (ACM Arz. M.S. c. 55 fól. Ch f.38v). El 21de abril 1947, Jaime Troyo, domi-

ciliado en Cartago, escribe al señor director de La Tribuna, con copia al Arzo-

bispo, para solicitarle publique una intervención suya en respuesta a las críticas

que Santiago Escalante ha dirigido al Prelado.

Problemas con los ulatistas

[38] (ACM Arz. M.S. c. 56 fól. Ch f.25). El 10 de octubre de 1947, una madre ca-

tólica se dirige a la Superiora del Hospicio de Huérfanos. Reclama que ella y las

demás religiosas desprecian a las maestras que no son ulatistas, en contra de lo

que se espera de su misión.

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Una intriga para malquistar al Arzobispo con los vanguardistas.

[39] (ACM Arz. M.S. c. 56 fól. Ch f 24). El 12 de octubre de 1947, el Sr. Heriber-

to Vargas escribe a Mons. Sanabria para decirle que los vanguardistas se burlan

de él y lo tratan de calculador por haber repartido a los sacerdotes en diferentes

bandos políticos. Lo insta a pronunciarse si está con o en contra del comunismo.

Afirma que fue un error de Mons. Sanabria haber convenido en dar la absolu-

ción al comunismo criollo cambiándole de nombre.

Desde Tilarán le acusan de comunista

[40] (ACM Arz. M.S. c. 56 fól. D ff. 6-6v). El 6 de noviembre de 1947 un grupo

de ciudadanos de Tilarán acusa al Arzobispo de ser “el más grande defensor po-

lítico de Calderón Guardia” y también de ser “comunista”.

Mons. Sanabria presenta su renuncia Pío XII

[41] (ACM Arz. M.S. c.s.n.). 1 de junio de 1947. Los ataques de la prensa y, en

general, de la oposición al calderonismo y al comunismo tocaban de continuo al

Arzobispo. Tanta presión le hizo pensar que estaba incapacitado para desempe-

ñar adecuadamente su función episcopal. Además, temía por su salud psicológi-

ca. Por esos motivos, presentó la renuncia a su cargo en una nota dirigida a S.S.

Pío XII, por medio del Encargado de Negocios de la Santa Sede, Mons. Taffi.

Destacaremos dos párrafos. El primero se refiere a sus actuaciones “en materias

sociales, y muy especialmente de la actitud que en 1943 (asumió) recta o equivocadamente,

pero en todo caso con la mayor buena fe, en relación con la supresión del Partido Comunista

de Costa Rica y la formación de un nuevo partido llamado Vanguardia Popular”. En el se-

gundo expresa al Papa que ha llegado a la conclusión de que no puede “neutrali-

zar tales desfavorables impresiones en forma satisfactoria para el desempeño adecuado del

cargo episcopal”, así como despertar de nuevo la confianza de los feligreses en su

gestión. Para entonces el Arzobispo sentía también que había perdido “la con-

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fianza del Venerable Clero” pese a que, según indica, “de los sacerdotes en general sólo

palabras de encomio (podría) pronunciar ante Vuestra Santidad”. Creemos que la última

es la razón de más peso.

Pío XII no acepta la renuncia de Mons. Sanabria

[42] (ACM c.s.n.). El 9 de julio de 1947, la Secretaría de Estado del Vaticano

(oficio N. 4243/47), por medio del cardenal Domenico Tardini, afirma que no

existen motivos suficientes que justifiquen la renuncia. Sin duda Pío XII, al no

aceptarla, daba su beneplácito a la pastoral social del Arzobispo. Con una nota

del 18 julio de 1947 dirigida al cardenal Tardini, Mons. Sanabria acusa recibo

de que su renuncia no fue aceptada.

A lo largo de la monografía se ha comprobado cuántas veces el Papa Pío XII

apoyó la reforma social. Dictaminó su sustancia católica, permitió que su auto-

ridad de Pontífice fuera invocada a favor de la nueva legislación social, felicitó

y premió a Calderón Guardia, en todo momento tuvo fe en Monseñor Sanabria.

Costa Rica tiene una deuda con el Papa Eugenio Pacelli.

Un laico se permite “absolver” al Arzobispo

[43] (ACM c.s.n.). El señor Carlos Martínez dirige una carta al Arzobispo. El

tono y contenido de la misiva permiten comprender por qué Mons. Sanabria se

sintió imposibilitado para continuar desempeñando su puesto.

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7. La versión de don Arnoldo Ferreto

Del lado comunista solo se ha analizado por ahora la versión de Manuel

Mora, pero existe también la del dirigente Arnoldo Ferreto, quien fungió como

jefe del Partido Vanguardia Popular cuando este se encontraba proscrito y exi-

lados algunos de sus dirigentes, entre ellos Manuel Mora y Carmen Lyra. Se

trata del Informe sobre la situación política nacional; antecedentes y perspecti-

vas. No se incluyó entre la sección 4 Interpretaciones del Acuerdo por no ser un

escrito de corte académico ni tampoco el producto de una entrevista concedida a

un investigador, sino el análisis de un político que se dirige a su partido. Ferreto

presentó el mencionado Informe en la Asamblea clandestina de junio de 195073.

A continuación se transcribe lo contenido bajo el acápite El Pacto con la Igle-

sia.

“Uno de los capítulos de la historia de nuestro Partido que nunca hemos sometido a un severo análisis crítico, es sin duda el que se refiere al acuerdo con Monseñor Sanabria y, que coincidió y, en cierta forma, fue parte, del compromiso con el Partido Republicano Na-cional.

Como se recordará, nuestro pacto con Monseñor Sanabria está contenido en dos docu-mentos uno dirigido por el jefe de nuestro Partido c. Mora, al jefe de la Iglesia Monseñor Sanabria; y otro dirigido por este último a nuestro compañero.

La carta del camarada Mora es una especie de emplazamiento al jefe de la Iglesia Cató-lica Costarricense para que diga si los católicos están autorizados o no por la Iglesia a per-tenecer a Vanguardia Popular.

Reproduzcamos textualmente algunos de los conceptos de la respuesta de Monseñor Sa-nabria.

«No es del caso exponer en este lugar las razones que en el pasado movieron a la auto-ridad eclesiástica, a asumir la actitud, bien conocida que asumió, con respecto al Partido ya disuelto (se refiere al Partido Comunista), a pesar de que los anhelos y tendencias de aque-lla agrupación y de los personeros de la Iglesia coincidían, parcialmente cuando menos, en más de un aspecto, DIFERENCIAS POSITIVAS DE PRINCIPIOS, SOBRE TODO, y, en parte diferencias de métodos mantenían inconciliables las posiciones fundamentales de los unos y de los otros» (las mayúsculas son mías).

Más adelante Monseñor agrega: «Pienso pues, que en la nueva situación creada por aquel acto de la Conferencia Nacional del Partido disuelto, quedan solucionados siquiera en

73 El texto, la autoría y fecha fueron brindados por el historiador Gerardo Contreras, cuya generosidad se

agradece. Se trata de un documento escrito en la clandestinidad.

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su forma mínima, los conflictos de conciencia que para los católicos resultaban de la situa-ción anterior. Juzgo que en programa del nuevo partido o agrupación, tal como consta en el texto que he recibido, de una parte quedan a salvo, aunque de forma meramente negativa, las doctrinas fundamentales que informan la conciencia católica y positivamente nada hay que desnaturalice o desmejore, aquellas doctrinas fundamentales, y por consiguiente, sin gravamen de conciencia pueden los católicos que así lo deseen, suscribir e ingresar en la nueva agrupación»

Como se ve, el jefe de la Iglesia deja consignado en un documento cuyos términos no fueron objetados por nosotros, que en el pasado existieron conflictos de conciencia que mantenían inconciliables al Partido Comunista disuelto y a la Iglesia Católica Costarricense. Ahora bien, según él y también según nosotros, pues tácitamente aceptamos como bueno ese documento y lo difundimos en nuestra propia prensa, antes existieron diferencias posi-tivas de principios, sobre todo, que luego no existen al fundarse el nuevo Partido. En conse-cuencia, nosotros aceptamos que habíamos cambiado de principios o, cuando menos, que habíamos abandonado ciertos principios.

El jefe de la Iglesia deja además constancia clara de que basa su actitud en el análisis del nuevo Programa, el cual, a su entender, deja a salvo, aunque de forma meramente negativa, las doctrinas fundamentales que informan la conciencia católica.

¿Es esto efectivamente cierto? Sí lo es. El nuevo programa sometido entonces a Monse-ñor Sanabria, y que mereció su absolución, no consigna como los principios que informan nuestra conciencia, los del Marxismo-leninismo.

Sin embargo, el mero compromiso de nuestra parte, consiste en no difundir dentro de nuestros afiliados los principios de nuestro partido, hubiera sido una falta leve, si en la práctica hubiéramos hecho otra cosa. Pero no fue así. Como es su costumbre, nuestro Parti-do cumplió fielmente su compromiso implícito negativamente en el pacto con la Iglesia, no obstante que la Iglesia, desde casi todos sus púlpitos, no perdió oportunidad de atacarnos. Como se comprende, Monseñor Sanabria no se comprometió a nada, simplemente “autori-zó” a los católicos que lo desearan a ingresar a nuestro Partido. Autorización por cierto casi absolutamente innecesaria pues los católicos siempre que lo han querido han ingresado a nuestro Partido, con autorización de la alta jerarquía o sin ella.

Nosotros sí nos comprometimos en cambio, a no combatir a la Iglesia, así, la Iglesia se dejó libres las manos para atacarnos, como en efecto lo hizo, mientras nosotros no podía-mos incumplir el Pacto, defendernos o, de lo contrario, este dejaba de tener efecto. Era una situación de “tigre suelto contra burro amarrado”, y desgraciadamente esta vez el burro fuimos nosotros.

Nuestro principal pecado con ese Pacto consistió en fomentar ilusiones entre los traba-jadores costarricenses en el sentido de que la Jerarquía Católica como tal podía observar una línea “progresista” respecto al problema social, dificultando así la comprensión del papel de la Iglesia como uno de los baluartes del capitalismo hoy en día.

Eventualmente el jefe de la Iglesia Católica podía tener una “posición progresista”. Pero nosotros estábamos en la obligación de comprender que al formar parte de la alta jerarquía católica y estar sujeto a Roma, era muy probable que llegaría a enfilarse, tarde o temprano, con los mandatos de esta. Y, en todo caso, nuestros compromisos con él no podían invadir el terreno de los principios, de la misma manera que él no asumió compromisos que contradi-jeran sus creencias religiosas.

Nosotros pasamos años antes de denunciar el rol de farsante y de demagogo dentro del movimiento obrero del cura Núñez y en cierta medida lo reconocimos como un auténtico dirigente obrero. Las consecuencias no han podido ser más desastrosas. Como un azar del destino correspondió a este cura poner fuera de ley al auténtico movimiento obrero costa-rricense y hacer de intermediario en uno de los engaños más vergonzosos de la historia política de Costa Rica llegando al extremo de negar su propia firma.

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Hoy, a propósito de las excomuniones que reparte el Vaticano a diestra y siniestra, re-memorando los días más oscuros de la edad media, no tenemos más remedio que explicar a las masas la verdad del papel de agente incondicional del capitalismo que juega la Iglesia y que tales excomuniones son un esfuerzo de intimidación moral de los pueblos para que acepten sin resistencia el dominio del mundo por los imperialistas yanquis. Ejemplo no me-nos elocuente de lo que la Iglesia en verdad representa lo constituye el papel del nuncio apostólico monseñor Centoz, en las negociaciones que sirvieron de base a la capitulación de Teodoro Picado y en el engaño que entrañó el pacto que vino como consecuencia.

El Partido estaba en la obligación de saber, como vanguardia consciente del proletaria-do, que la Rerum Novarum, no había sido creada para servir los intereses de la clase traba-jadora, sino para luchar contra ellos; debimos alertar desde el primer momento a los traba-jadores sobre el hecho de que al tratar de dividirlos, la Rerum Novarum estaba ya sirviendo a la clase patronal. Debimos comprender que esa era una agrupación creada por la Iglesia, no para combatir al capitalismo sino para defenderlo; jamás la Iglesia Católica ha dicho que sus organizaciones sociales tengan por mira destruir el capitalismo y sí ha dicho en cambio que deben defender la propiedad privada de los medios de producción.

La trayectoria que ha seguido la Rerum Novarum no debe sorprender a nadie. Lo que sí debe ser motivo de sorpresa, es que nosotros no previéramos que esa iba a ser su trayectoria inevitable. Hoy está ya abiertamente en el campo del imperialismo, en el campo de la gue-rra, en el campo de la antidemocracia. No debemos olvidar nunca que bajo el reinado de los 18 meses de la Junta la dirección de esta pseudo central sindical presionó innecesariamente para que se reprimiera al auténtico movimiento obrero y a nuestro Partido. Inclusive llegó al extremo de lanzarse como un buitre sobre los despojos de los bienes de los sindicatos de la C.T.C.R. Sin embargo, aún ahora debemos hacer una gran diferencia entre los dirigentes corrompidos y reaccionarios de la Rerum Novarum y sus miembros de base.

Tres comentarios:

1. Arnoldo Ferreto omite las circunstancias históricas concretas que conduje-

ron al Acuerdo, lo cual inevitablemente demerita el análisis. Argumenta desde

el marxismo-leninismo puro y duro. No obstante, contiene observaciones pene-

trantes.

2. Sería injusto descartar de modo ligero las aseveraciones de Arnoldo Ferre-

to relativas al Pbro. Benjamín Núñez y la dirigencia de la Central Sindical

Rerum Novarum. Parece necesaria una investigación específica.

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3. En contra del razonamiento de Arnoldo Ferreto, más teorético que prácti-

co, se puede traer a colación lo que observa Gerardo Contreras, según el cual

“(…) a raíz de esta nueva situación, el Partido Vanguardia Popular da un salto cuantitativo

y cualitativo. El Partido Vanguardia Popular va a tener un gran incremento en las organiza-

ciones de masas, especialmente sindicales, y se crean las condiciones para fundar la Confe-

deración de Trabajadores de Costa Rica, que desempeña un activo y enorme papel en la

consolidación de estas Reformas. En ese entonces el Partido Vanguardia Popular pasó de

cuatrocientos militantes a más de tres mil; el Partido flexibilizó la estructura orgánica, pues

ésta había venido siendo muy sectaria, las exigencias que entonces había para ingresar al

Partido eran extremas, realmente era un sistema disciplinario excesivamente rígido. El Par-

tido evoluciona y aunque mantiene en vigencia los principios Leninistas en la vida partida-

ria; por esa flexibilidad de ingreso va a dar acogida a miles de miembros más”74.

74 Gerardo CONTRERAS. Vivencias del Partido Vanguardia Popular. San José: Perro Azul, 2008, p. 183. Sin duda la observación de Contreras abre un tema que amerita estudios ulteriores.

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8. Propuestas historiográficas

Se entiende por historiografía el estudio bibliográfico y crítico de los escritos

sobre historia y sus fuentes, y de los autores que han tratado de un asunto de-

terminado. Ya los lectores conocen los documentos del ACM, la mayoría inédi-

tos, amén de extractos de autores que se han ocupado del tema y otros materia-

les de interés para el asunto y de los informes y debates periodísticos. Ahora se

les invita a compartir unas reflexiones finales. Con esto se desea facilitar una

comprensión íntegra del acontecimiento estudiado y abrir futuras investigacio-

nes. Escribir historia es, en el fondo, una labor de equipo, en la cual los autores

se complementan. La diversidad de opiniones, en principio, enriquece. No ca-

ben, entonces, las actitudes ásperas y descalificadoras, pero sí el esfuerzo –

inacabable– por extraer la verdad de los documentos y los hechos.

En adelante haré una reflexión sobre los siguientes puntos, de especial impor-

tancia para comprender el espesor histórico de los hechos, pues ante un evento

tan insólito como el Acuerdo, se hace necesario aclarar los motivos de fuerza

política que lo hicieron necesario, capaces de explicar la conjunción de tres líde-

res de entidades tan disímiles. Aquí se defiende que la amenaza de golpe de Es-

tado contra Calderón Guardia, que refirió Manuel Mora, fungió como causa in-

mediata. Solo un peligro tan grave pudo unir fuerzas tan diversas. Ahora bien,

para demostrarlo es preciso dar unos pasos previos que despejen confusiones

divulgadas por algunos autores que se han ocupado del episodio.

• Un primer paso, de orden metodológico, será distinguir entre el origen

doctrinal católico de las leyes sociales y la conjunción de fuerzas para

aprobarlas, compuesta por católicos y comunistas. Mientras no se separen

estos dos elementos, será imposible hacer luz sobre la cuestión.

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• El segundo paso, consistirá en examinar la veracidad del líder comunista

en la entrevista que le concediera a Oscar Aguilar Bulgarelli, primera no-

ticia, pero no única, que se tiene del intento de complot.

• Una vez dados los pasos previos, se podrá apreciar la importancia política

que tuvo el Acuerdo para la aprobación final de las Garantías Sociales y

del Código de Trabajo y se valorará mejor el desempeño de los principa-

les protagonistas y las consecuencias que la Negociación implicó para

ellos.

• También podremos estimar con más propiedad si hubo intercambios en el

orden de las ideas entre los católicos y los comunistas.

• Siguiendo con el análisis, para comprender mejor por qué los comunistas

costarricenses llegaron al Acuerdo será preciso interpretar algunos aspec-

tos de su historia, en especial los Programas Mínimos.

• Se expondrán algunas reflexiones sobre el liderazgo de Mons. Sanabria

entre el clero y de teología del sacerdocio que iba conformándose por

aquellos años.

• Por último, se expondrán algunas consideraciones sobre qué fue del

Acuerdo, política y pastoralmente hablando.

1. Una distinción indispensable

¿Cuál fue el aporte de los comunistas en el logro de las Garantías Sociales y

el Código de Trabajo? Para responder a esta pregunta, es imprescindible distin-

guir con nitidez entre:

• La concepción doctrinal y la redacción (ambas netamente católicas).

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• El esfuerzo político conjunto de laicos católicos del Partido Republicano

Nacional, por un lado, y por el otro, de los obispos y ciertos clérigos in-

fluyentes, a los que hay que agregar, en honor a la verdad, un sector de

los comunistas.

• La presión política de los ciudadanos organizados, unos en el Partido

Comunista y otros en el Partido Republicano.

Recordemos alguna valiosa información aportada por distinguidos estudio-

sos. Gustavo Soto (La Iglesia costarricense y la cuestión social) e Iván Molina

(Anticomunismo reformista) y (Los pasados de la memoria) ofrecen suficientes

pruebas para dar por sentado que las innovaciones –la creación de la CCSS, las

Garantías Sociales y el Código de Trabajo– las envió Calderón Guardia al

Congreso con anterioridad a la alianza entre el calderonismo y el comunismo.

Por su parte, Ricardo Blanco (Monseñor Sanabria) y el mismo Gustavo Soto en

su obra citada contribuyen con información incontrovertible acerca del origen

católico de las reformas, demostrando que su fuente primordial fueron las encí-

clicas sociales de León XIII y Pío XI.

Sobre los promotores de las reformas sociales, concluye Theodore Creedman

de modo convergente con los autores supra citados: “En general, el gobierno de

Calderón Guardia estaba compuesto por hombres que habían sido marginados por admi-

nistraciones anteriores. Eran pro católicos, conservadores en asuntos eclesiásticos, pero

bastante progresistas en materias económicas y sociales. Esto representó un cambio con

respecto a administraciones anteriores, que habían sido liberales en las relaciones de la

Iglesia con el Estado, pero conservadores en el aspecto social”75. Por su parte otro histo-

riador estadounidense, Mark Rosenberg, ofrece una lista del grupo de reformis-

tas de orientación católica: el Dr. Mario Luján, Jorge Volio, Carlos María Ji-

75 Cf. Theodore CREEDMAN. El gran cambio, pp. 115-116.

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ménez, José Albertazzi Avendaño, Guillermo Padilla Castro y, por supuesto, su

padre, el Dr. Rafael Calderón Muñoz76. (Urgen nuevas investigaciones sobre la

labor lenta, silenciosa y tenaz de un grupo católico actuando desde lo interno

de los partidos liberales, a lo largo de los cuatro primeros decenios del siglo

XX, que culminó con el arribo de Calderón Guardia a la Presidencia). En re-

sumidas cuentas, todo indica de modo fehaciente que el Partido Comunista no

participó en la redacción de las reformas sociales y, también, que se le invitó a

colaborar en la aprobación de las leyes sociales después de que éstas fueron

presentadas al Congreso Nacional.

A los comunistas les era funesto permanecer al margen. En el plazo inmedia-

to, de no hacer suya la lucha por las leyes sociales, se habrían quedado sin ban-

dera para las elecciones próximas. Apunta Luis Carballo, a la sazón miembro

del Buró Político comunista, lo siguiente: “La propuesta de Calderón nos encontró

con la guardia baja y nos vimos obligados a apoyarlo para conservar nuestra influencia”77.

En el largo plazo, las consecuencias eran de mayor trascendencia, pues la razón

de ser del Partido habría quedado menoscabada. Por este motivo, el Acuerdo

con la Iglesia Católica (y la alianza con el calderonismo) le favorecía sobrema-

nera pues los colocaba entre los gestores de la reforma.

2. Premisas para dilucidar la verdad

Ha sido objeto de controversia la historicidad de un complot por parte de

destacados capitalistas para destituir al Doctor Calderón Guardia. Quienes la

76 Mark ROSEMBERG. Las luchas por el Seguro Social en Costa Rica, p. 62. 77 Luis Carballo, ex miembro del Buró Político de Vanguardia Popular, en entrevista concedida a CREED-MAN, El gran cambio, p. 205.

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niegan, principalmente Gustavo Soto e Iván Molina78, aducen que la única in-

formación disponible proviene de una entrevista que ofreciera Manuel Mora al

historiador Aguilar B., concedida unos veinticinco años después de los aconte-

cimientos, ya referida en la sección 4. Por tal motivo, Soto y Molina, se sienten

autorizados para aplicar al asunto el adagio testis unus testis nullus (un testigo

único es como ningún testigo).

Para esclarecer el asunto, comencemos por anotar que no era inusual que

al líder comunista se le invitase con alguna frecuencia a reuniones de políticos

de alto nivel para discutir cuestiones de fondo. Ofrecemos dos casos: VISITA A

RICARDO JIMÉNEZ. “La harán Teodoro Picado, Jorge Hine y Manuel Mora para instarlo

a que acepte la candidatura” (La Hora 29 jun. 43); REUNIÓN POLÍTICA ENTRE EL

LIC.TEODORO PICADO, MANUEL MORA YARTURO VOLIO (La Hora 9 jul. 43). Así

pues, la invitación a la que se refiere Manuel Mora, en la que se le pidió partici-

par en una conspiración, se enmarca dentro de cierta usanza, lo que aumenta la

credibilidad que se puede depositar en la tan discutida entrevista.

También debe tenerse presente en esta cuestión que, para los intereses

electorales de Rafael Á. Calderón Guardia y de sus herederos y seguidores polí-

ticos, convenía de modo superlativo alejar a los comunistas-vanguardistas de las

reformas. Había que borrar su memoria a fin de que aquellas reformas aparecie-

sen como obra exclusiva del Doctor. Era imperativo ahuyentar el espantajo del

caldero-comunismo, de pésimas consecuencias electorales. Siendo así, la tarea

de menoscabar la participación de Manuel Mora y los suyos, comenzada por

Guillermo Malavassi y desarrollada por Gustavo Soto –ni carecía ni carece– de

intenciones y finalidades político-partidarias.

78 Gustavo SOTO. La Iglesia Costarricense y la Cuestión Social, p. 289. Iván MOLINA. Los pasados de la me-moria, p. 102.

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3. El aporte comunista fue político, no ideológico

Para llegar a la verdad del asunto hay que caminar despacio y con buena

letra, disponiendo de las páginas que sea menester. Debe dejarse en claro como

primer paso que no consta en ningún lugar que Manuel Mora expresara que la

reforma social haya sido de inspiración marxista. Aclara, eso sí, que el apoyo de

los comunistas, que considera decisivo, se dio en el terreno político, es decir,

con el impulso de la fuerza ciudadana79. No niega que Calderón Guardia viniera

promoviendo esa reforma desde antes del Acuerdo del 14 de junio de 1943 y

también admite que el Doctor tenía intenciones de poner en marcha cierta trans-

formación social en beneficio de las clases trabajadoras aunque, según el diri-

gente comunista, sus posibilidades efectivas eran muy limitadas debido a las

fuerzas en que se apoyaba: el clericalismo y la derecha capitalista, según sus

palabras80. En aquella ocasión, Calderón Guardia le había manifestado que para

realizar las reformas sociales primero tenía que alcanzar el poder, ante lo cual

Mora Valverde se habría mostrado escéptico. (En dicha entrevista el jefe comu-

nista parece reconocer –entre líneas y a regañadientes– la visión y habilidad po-

lítica del Doctor).

Por su parte, Rafael Á. Calderón Guardia tampoco niega el aporte comu-

nista a su reforma social, si bien lo reduce a la mínima expresión y rehúsa acep-

tar que el cambio de nombre del Partido Comunista deba ser relacionado con la

política interna, pues según su criterio, se originó únicamente en la disolución

79 Manuel MORA. “Fundación del Partido Vanguardia Popular” En: Oscar Aguilar B. Costa Rica y sus hechos políticos de 1948, p. 406-407. 80 Manuel MORA. “Fundación del Partido Vanguardia Popular” En: Oscar Aguilar B. Costa Rica y sus hechos políticos de 1948, p. 401.

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de la Tercera Internacional81. No menciona, por supuesto, que se tramara una

conjura para quitarlo de la silla presidencial, ni que salió bien librado de ella

gracias, al menos en parte, a Manuel Mora. Hubiera sido un suicidio político.

¿Fue decisivo el aporte político de los comunistas? Parece que sí, puesto que los

principales promotores de las Garantías Sociales y del Código de Trabajo pidie-

ron su colaboración.

4. ¿Testigo único?

El testimonio de Manuel Mora no es un testimonio único. Se cuenta con

otro testimonio independiente y particularmente calificado: el de Ivonne Clays

Spoelder82, a la sazón esposa del Doctor. Belga de nacimiento, proveniente de

una familia de abundantes recursos, elegante y culta, se desenvolvió con facili-

dad en ambientes de la Costa Rica de entonces, en la que no era común la parti-

cipación de mujeres. Dominaba cuatro idiomas, lo que le permitió colaborar con

el gobierno en actos protocolarios y en relaciones internacionales: “La situación

era aquí muy tensa, por la cercanía del Canal de Panamá, y realmente en toda la parte in-

ternacional Rafael Ángel descansaba en mí por la cuestión de idiomas” 83. Amó a su país

adoptivo, en el que se quedó a vivir luego del divorcio, hasta morir casi abando-

nada.

81 Rafael Á. CALDERÓN GUARDIA. “Anexo 3”. En: Oscar Aguilar B. Costa Rica y sus hechos políticos de 1948, p. 422-423. 82 Guillermo VILLEGAS HOFFMEISTER. El otro Calderón Guardia. San José: Casa Gráfica, 1985, p. 34. 83 Guillermo VILLEGAS. El otro Calderón Guardia, p. 28. Véase también Miguel ACUÑA. Ivonne Clays. Testi-go de la Neurosis de una Administración. San José, Sin editorial ni imprenta, 1995, pp. 33-43.

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En la entrevista que le hizo Guillermo Villegas H., publicada en 1985, la

señora Clays hace gala de tacto, buena memoria e imparcialidad, pues de su

marido señala virtudes y defectos, aciertos y errores, tanto en lo personal como

en lo público. Asimismo, despliega criterio a la hora de analizar situaciones

humanas. Una muestra: en varias oportunidades Clays indica que no se llevaba

bien con los comunistas y llegó a enterarse de que Carmen Lyra la trataba de

“burguesa” (calificativo común en las izquierdas, desdeñoso y con cierto con-

tenido de rencor clasista). Eso no le impidió referir a su entrevistador la si-

guiente reveladora anécdota que ratifica su objetividad:

“Un día yo le reclamé (al Doctor Calderón Guardia) que Manuel Mora tenía vía li-

bre en la Casa Presidencial, y que pasaba a verlo antes que muchos amigos que ya estaban

molestos por su amistad con Manuel Mora (…) le sucedía a personas digamos de sociedad,

del Club Unión, como Juan Dent. (…) Pero entonces me volvió a ver, pensó un ratito lo

que iba a decir y por fin se decidió: ¿Sabe por qué soy así con Manuel?, porque es el único

que yo no puedo comprar”84.

Abundan las opiniones de personas notables acerca de la inteligencia de

Ivonne Clays y de su colaboración con las labores gubernamentales. Se indica

una entre tantas. Fernando Soto Harrison85, en entrevista concedida al distin-

guido profesor Miguel Acuña, hace memoria: “Antes de doña Ivonne ninguna Pri-

mera Dama tuvo relevancia política interna y externa. Aquellas señoras tuvieron la impor-

tancia de ser las esposas del Presidente, pero nada más. En cambio, doña Ivonne sirvió de

puente entre la Administración Calderón Guardia y el Presidente Roosevelt. Cumplió con

84 Guillermo VILLEGAS. El otro Calderón Guardia, p. 46. 85 Ministro de Gobernación de Calderón Guardia y de Teodoro Picado. Secretario General del Partido Re-publicano. Uno de los principales autores intelectuales del Tribunal Supremo de Elecciones. Escribió obras de derecho e historia; también sirvió al país en la diplomacia. Su nombre llena un capítulo en la historia de la pintura costarricense. El pertenecer a una familia de alcurnia no le impidió apoyar las reformas sociales, como para decirnos que la realidad histórica no siempre transcurre por donde indica cierta sociología.

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tal brillantez la función de servir de símbolo amistoso, que Rafael Ángel le confió misiones

sutiles, entre otras, captar e interpretar los vientos que soplaban en Washington”86.

Una vez bien acreditada la testigo, reproducimos a continuación la parte

de la entrevista que trata del complot:

“VILLEGAS: –Doña Ivonne, antes hablamos de dos personas que son importantes en esto.

Uno, don Jorge Hine Saborío y el otro don Alfredo Volio Mata. Jorge fue designado en la

Presidencia con el Doctor y más tarde rompió con él. Incluso según unas declaraciones que

en una oportunidad dio don Manuel Mora, don Jorge fue una de las personas que estuvo

tratando de fomentar un golpe de estado en contra del Doctor.

DOÑA IVONNE: – Como no, pero don Jorge Hine era una bella persona, no se puede ne-

gar. Era un caballero. Pero era un poquito superficial. Era un señor de sociedad, del Club

Unión, de todas esas cosas superficiales de la sociedad que nosotros conocemos, que en to-

das partes del mundo son iguales. Quería mucho a Rafael Ángel y se puede decir que las

relaciones entre Rafael Ángel y Jorge Hine fueron más que todo sociales, no afines en ma-

neras de pensar. Eran amigos, eran hidalgos, eran gentes que se veían mucho, que se fre-

cuentaban mucho y por eso Rafael Ángel lo cogió para representar al gran capital dentro

de su gobierno. Cuando el gran capital se le tiró encima a Rafael Ángel, Jorge Hine no tuvo

la estabilidad, ni la madurez para darle el apoyo, que tanto necesitaba, sino que se le hizo a

un lado, a pesar de ser el Designado a la Presidencia.

VILLEGAS: – Ese es uno, el otro fue don Alfredo Volio Mata. Don Alfredo Volio fue Secreta-

rio de Fomento y se retiró del Gabinete.

DOÑA IVONNE: – Ahí lo que intervino fueron las ambiciones presidenciales. Rafael Ángel

y Alfredo fueron grandes amigos, pero nunca con la intensidad con que lo fueron los Esca-

lante Durán (…) En cambio, la amistad con Alfredo Volio fue una amistad que comenzó a

través de la política. …87”.

Iván Molina se deshace del testimonio de Ivonne Clays con demasiada rapidez,

como si le quemara las manos, con el recurso inaceptable de suponerla fácil de

86 Miguel ACUÑA. Ivonne Clays, p. 129. 87 Guillermo VILLEGAS. El otro Calderón Guardia, p. 34-35.

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influir por Villegas Hoffmeister. Según Molina: “El tipo de preguntas formuladas

por el entrevistador favoreció, sin duda, respuestas confirmatorias. El resultado, al parecer,

dejó satisfecho a Villegas…”88. Opinamos que el testimonio de doña Ivonne es in-

dependiente y está lejos de ser simplista. Ivonne Clays analiza como conocedo-

ra de la historia nacional su tiempo y de la mentalidad de ciertos sectores del

capital. Como dama de sociedad defiende a Jorge Hine, alguien de su misma

condición, lo que no le impide responsabilizarlo de no haber defendido al Doc-

tor. Sin que el entrevistador haya mencionado en su pregunta “al gran capital”,

doña Ivonne nos informa que este “se le tiró encima a Rafael Ángel”.

La señora Clays alude al complot repetidas veces en la entrevista conce-

dida a Villegas Hoffmeister: “Es verdad, Rafael Ángel se quedó solo porque las garan-

tías sociales fueron de impacto un poquito fuerte para la gente de derecha de aquí. Tanto

dominio habíamos tenido de ellos durante el tiempo del liberalismo, que había acaparado a

grandes hombres, como a Ricardo Jiménez y a otros muchos más, gente muy capacitada.

Entonces el capital, que había sido partidario de Rafael Ángel, se le fue quitando como

amigos, pues pensaban que Rafael Ángel había sido conquistado por el comunismo y que

hasta era comunista. No podían entender muy bien lo que en verdad sucedía. Fue muy mal

aceptada en el principio esta reforma social, porque no podían verdaderamente entender-

la. Era algo novísimo en este país y temían que les iba a causar la ruina, cuando, como se

ha visto con el paso de los años, los salvó”89.

Según Clays, no hubo uno sino varios intentos de conjura contra el go-

bierno de Rafael Á. Calderón Guardia. Veamos:

“VILLEGAS: – ¿Supieron ustedes de las conspiraciones que se hicieron contra el Doctor,

aparte de la que denunció don Manuel Mora, de la que hablamos atrás?

88 Iván MOLINA. Los pasados de la memoria, p. 97. 89 Guillermo VILLEGAS. El otro Calderón Guardia, p. 9.

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DOÑA IVONNE: – Pues sí, siempre se sabía de las conspiraciones que se urdían contra Ra-

fael Ángel, muchas cosas eran falsas y algunas muy en serio. Siempre se sabía hasta el úl-

timo detalle. Se decía de los hijos de Claudio Cortés que lo querían asesinar. …”90. Nótese

la capacidad discriminatoria de doña Ivonne entre intentos peligrosos y las

simples murmuraciones de levantamientos.

En otra entrevista y ante otro investigador, la señora Clays reafirmó su posi-

ción: “… es cierto que hubo violencia y amenazas de golpe de estado, pero esas amenazas

vinieron de la colonia alemana que deseaba recuperar sus bienes de los políticos ambicio-

sos que no querían la consolidación de la dinastía calderonista”91.

La comprobación de un clima marcado por sucesivas conspiraciones –en

lugar de una sola– complica la labor de quienes, como Gustavo Soto e Iván

Molina, se empeñan en demostrar la falsedad de Manuel Mora en la entrevista

conferida a Aguilar Bulgarelli. Por lo demás, nadie debería extrañarse de que

un gobierno reformador en lo social sufra conjuras por parte de sectores que se

sienten perjudicados en sus intereses. Es casi una ley sociológica. Lo contrario

sería excepcional.

Hay otros datos que respaldan indirectamente que hubo intentos de com-

plot, además del inapreciable testimonio de doña Ivonne Clays. El primero es

el disgusto que causaron las leyes sociales entre algunos sectores opulentos.

Fernando Soto Harrison, quien sirviera de Ministro de Gobernación de Rafael

Á. Calderón Guardia y de Teodoro Picado Michalski (por lo tanto muy bien in-

formado) dejó escrito para la posteridad: “El estrato social dominante no pudo acep-

tar de ningún modo la Reforma Social de Calderón y se sintió amenazado por el pacto fir-

mado en 1943 por los partidos Republicano Nacional y Vanguardia Popular. No pudo en-

90 Guillermo VILLEGAS. El otro Calderón Guardia, p. 53. 91 Miguel ACUÑA. Ivonne Clays, p. 87.

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tender cómo de un momento a otro se le deshacía su poder absoluto, su condición de due-

ño del país”92. Fernando Soto Harrison describe la animadversión que crecía en

el grupo dominante, tanto contra el calderonismo como contra el comunismo.

A José Figueres Ferrer le fue útil que parte de la clase oligárquica hubiera

recibido las leyes sociales con tanto malestar. Se valió de ello para financiar la

Guerra Civil –al menos en alguna proporción– logrando contribuciones de ca-

pitalistas nacionales. Al menos eso informa Rosendo Argüello, una de las pri-

meras personas que colaboraron desde el exilio con sus tareas conspiradoras.

Según Argüello, tal gestión llegó tarde, pero se sabe que posteriormente Figue-

res recibió ayuda de finqueros adinerados93, aunque nunca quiso hablar de ello.

Don Pepe se llevó a la tumba el secreto de quienes financiaron su aventura mi-

litar. Llama la atención que, de manera solapada, Figueres habría advertido

que, en caso de triunfar, esas reformas serían impulsadas aún más94.

Un segundo incidente, del que sí quiso dejar constancia don Pepe, fue

protagonizado por representantes del periódico La Nación, quienes le prometie-

ron el apoyo del gran capital y de la prensa (que es casi lo mismo) para que se

quedara con la Presidencia de la República (desconociendo a Otilio Ulate), a

cambio de eliminar las Garantías Sociales, el Código de Trabajo y el Seguro

Social95.

92 Fernando SOTO HARRISON. Qué pasó en los años 40, p. 91. 93 “Con las armas y una revolución había que cambiar al país. Testimonio del Coronel don Guillermo Mar-tí”. En: Guillermo VILLEGAS HOFFMAISTER. Testimonios del 48, San José, EUCR: 2001, vol. 3, pp. 73-84. 94 Oscar AGUILAR B. Costa Rica y sus hechos políticos de 1948, p. 247. 95 José FIGUERES FERRER. El Espíritu del 48. San José: ECR, 1987, p. 288.

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En conclusión, se constata que durante la administración de Calderón

Guardia, al menos en algunos círculos de capitalistas hubo intentos de deponer

al Presidente mediante un golpe de fuerza.

5. Refutación de las refutaciones

Examinemos las pretendidas inconsistencias de Manuel Mora. Gustavo

Soto se esfuerza por desacreditarlo mediante el procedimiento de comparar su

declaración con determinadas situaciones sociopolíticas de aquellos años, faena

harto arriesgada como se podrá comprobar. Ahora bien, antes de entrar en el

tema conviene establecer ciertas premisas.

Cualquier conspiración para dar un golpe de Estado es por su propia natu-

raleza un asunto encubierto. Se maneja con la mayor discreción y sin dejar hue-

llas o indicios que eventualmente puedan poner en evidencia a los culpables.

Así se explica que los conjurados no llamaran a varios miembros del Partido

Comunista. Llamaron a una sola persona, al jefe, para resguardar el secreto,

pues preservarlo es elemento clave para el éxito de cualquier complot. Quizás

la decisión de Manuel Mora de rehusar participar en el golpe y avisar del peli-

gro al Presidente Calderón Guardia desarticuló la conjura. Así pues, del lado

izquierdo solo hubo un testigo directo de la intentona. Las versiones de otros

miembros del Comité Central del Partido Comunista dependen todas de la vali-

dez del testimonio de Manuel Mora, por lo que no tiene mucho sentido compa-

rar entre sí las posteriores versiones de los vanguardistas.

Del lado derecho participaron varias personas e incluso se conocen algu-

nos nombres, pero el asunto aquí se complica más. Ningún miembro del sector

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político-empresarial querrá admitir que en el pasado tomó parte en una conspi-

ración contra un gobierno legítimo, contra un presidente amado por multitudes

y para impedir la renovación social del país. Por si fuera poco, entre los conju-

rados hubo amigos del Doctor y hasta compañeros de gobierno. De modo que

es inútil entrevistar a los presuntos conspiradores porque se sabe de antemano

que van a negar todo.

La existencia de la conjura vincula al Presidente Calderón Guardia con el

diputado Manuel Mora. Por eso se comprende con facilidad que ninguno de los

conspiradores quiera prestarse para perjudicar su memoria. En efecto, una vez

finalizada la Guerra Civil, el legado político del Doctor comenzó a utilizarse

para entorpecer los afanes socialdemócratas de Liberación Nacional.

Vayamos en seguida al fondo del asunto. Se comprobará la inconsistencia

de los argumentos que niegan la intentona golpista.

Los presuntos golpistas eran amigos del Presidente. Se dice que los pre-

suntos golpistas eran tan amigos del Dr. Calderón Guardia que no podrían, por

ese motivo, conspirar contra él. Aunque Iván Molina, siguiendo a Gustavo So-

to, conceden importancia a ese supuesto96, la argumentación se deshace con so-

lo recordar –por poner un caso de la historia patria– que Federico Tinoco era

tan amigo de Alfredo González Flores que, cuando se le enteró del complot que

lo sacaría del poder, lo primero que hizo fue pedir se avisara de inmediato al

hombre de su confianza, ¡a Federico, su Secretario de Guerra y Marina! Es que

a la hora de conservar o arrebatar el poder, no valen consideraciones de amis-

tad ni de subordinación administrativa.

96 Iván MOLINA, Los pasados de la memoria, pp. 84 y 164.

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Los ricos progresistas no adversaron las leyes sociales. Tampoco funcio-

na como prueba válida para negar la participación del gran capital en la conju-

ra, el hecho de que algunos capitalistas hayan dado impulso a ciertas medidas

tendientes a disminuir el problema social, como distribuir calzado a los escola-

res, congelar los precios de los alquileres de las viviendas y crear cooperativas

de viviendas a bajo costo. Incluso hubo iniciativas similares desde los años

treinta97. Contra tal argumentación se puede decir que no se necesita ninguna

unanimidad de capitalistas para que un sector de ellos intente un golpe de Esta-

do. Que el Doctor Calderón Guardia hubiera favorecido en lo económico a al-

gunos de ellos no garantizaba el beneplácito de toda esa clase social a la nueva

legislación. Téngase en cuenta que entre aquellas resoluciones de índole asis-

tencial y las reformas sociales calderonistas, media un salto cualitativo innega-

ble, sobradamente capaz de inquietar a uno o varios sectores de adinerados. Es-

cuchemos el testimonio del propio Rafael Á. Calderón Guardia: “Los grupos eco-

nómicamente fuertes, que no pagaban salarios mínimos; en tiempos en que no había jor-

nadas de trabajo ni vacaciones, se sintieron lesionados y no solamente le quitaron su apoyo

al Doctor Calderón Guardia (así se refiere el Doctor a sí mismo) sino que también comen-

zaron a combatirlo y preparar al país para la Tragedia de 1948; intentos de huelga de

grupos organizados y de gran influencia en la sociedad” 98.

El Doctor había hecho unas declaraciones en el mismo sentido en los

años en que materializaba la reforma social. NO HAN FALTADO MAGNATES

QUE HAN VENIDO A ECHARME A LA CARA QUE SOY COMUNISTA. “Mi contesta-

ción a semejante cargo (fue) sacar de mis gavetas la condecoración que me otorgó no hace

mucho, el Sumo pontífice, el Papa Pío XII. Soy pues, por ancestro y por convicción, católi-

97 John P. BELL, Guerra civil en Costa Rica, San José: EDUCA, 1976, p. 43. Iván MOLINA, Los pasados de la memoria, pp. 235-236. 98 Rafael Á. CALDERÓN GUARDIA. “Anexo 3”. En: Oscar Aguilar B. Costa Rica y sus hechos políticos de 1948, p. 421.

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co. Y mi pecado ha sido el poner en práctica aquí, bajo mi gobierno, las encíclicas de León

XIII y Pío XI” (La Hora 15 jul. 43).

Los capitalistas aceptaron las reformas sociales. Este argumento es una

variante del anterior. Se incurre en una falacia al hacer una generalización para

todos los capitalistas a partir de lo que quizás haya opinado una fracción de un

grupo social en sí mismo diverso. Afirma Gustavo Soto: “... si fuese cierto que hu-

bo temor por las leyes sociales, entonces éstas ya estaban en el tapete de la política nacio-

nal, con lo que no tendría sentido la conclusión de Manuel Mora”99. Cabe otro punto

de vista: precisamente porque las Garantías Sociales y el Código de Trabajo es-

taban a la orden del día, con tan buenas posibilidades de aprobación que final-

mente fueron aprobadas, tiene sentido que algunos sectores del capital sintieran

la urgencia de oponerse. Que determinados políticos adinerados hayan apoyado

verbalmente las leyes reformadoras, tiene el cuestionable valor de la palabra de

ciertos políticos de ayer y de hoy. Pudo tratarse de una maniobra de distrac-

ción. Por fortuna, se dispone de un dato sobre lo que se pensaba en esos círcu-

los acerca de la administración Calderón Guardia. Una encuesta efectuada por

el periódico La Tribuna, en febrero de 1942, entre los miembros del Club

Unión, arrojó como resultado que solo un miembro de este grupo iba a votar

por el calderonismo, y que los demás preferían el cortecismo100. Aunque la en-

cuesta no versó directamente sobre la reforma social, su fecha de realización,

febrero de 1942, indica que dicho proceso ya estaba en marcha. Por lo tanto, el

juicio de los socios del célebre Club difícilmente pudo ignorarla.

Se dispone además del testimonio del coronel Enrique “Pencho” Alvara-

do Jiménez, de quien Guillermo Villegas Hoffmeister informa que sirvió como

militar, sin interrupción, desde el gobierno de León Cortés hasta la caída del de

99 Gustavo SOTO. La Iglesia Costarricense y la cuestión social, p. 291. 100 Oscar AGUILAR B. Costa Rica y sus hechos políticos de 1948, pp. 45-46.

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Teodoro Picado y que luchó al lado de Calderón Guardia durante la invasión

desde Nicaragua en 1955. Refiere el coronel Alvarado que Otilio Ulate, apoya-

do por el gran capital costarricense, trató por todos los medios a su alcance de

terminar con las conquistas que en el campo social se habían logrado en la ad-

ministración Calderón Guardia101. Víctor H. Acuña indica que “la legislación so-

cial se tornó una cuestión irreversible sólo después de las actuaciones de la Junta de Go-

bierno de José Figueres”102.

¿Cuándo ocurrió la entrevista? Está igualmente el asunto de la fecha de

la entrevista. Algunos autores siguiendo a Gustavo Soto Valverde103 la datan en

1942, con base en una frase que Manuel Mora dijera al Presidente Calderón

Guardia: “Usted ha gobernado dos años para el capital y se ha apoyado en él y si desea en

los dos años que le faltan puede imprimir un cambo radical a su política104”. Según Soto

Valverde, esto ubica cronológicamente la entrevista en 1942, medio año antes

de que –siempre según este autor– se diera el intento golpista. ¿Es sólida la ar-

gumentación? Nótese que el dirigente Mora no precisa el mes y que estaba uti-

lizando un lenguaje coloquial, en el que no se pretende ser preciso. Así pues,

no parece aconsejable intentar aritméticas historiográficas con la fecha de la tan

traída y llevada conversación.

Por su debilidad política, los comunistas no podían aportar gran cosa. Se

ha señalado, para negar la veracidad de Manuel Mora en el asunto que veni-

mos tratando, que el Partido Comunista carecía de suficiente capacidad de mo-

vilización popular como para apoyar a Calderón Guardia de modo fehacien-

101 “Las damas de compañía”. Guillermo VILLEGAS HOFFMAISTER, Testimonios del 48, tomo IV, p. 143. 102 Víctor H. ACUÑA. Conflicto y reforma en Costa Rica: 1940-1949, p. 50.

103 Gustavo SOTO. La Iglesia Costarricense y la cuestión social, p. 290. 104 Manuel MORA. “Fundación del Partido Vanguardia Popular” En: Oscar Aguilar B. Costa Rica y sus he-chos políticos de 1948, p. 406.

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te105. Pero no se debería pasar por alto la participación del Partido Comunista

en la gigantesca manifestación del 1 de mayo de 1943 a favor de las Garantías

Sociales, clara muestra de su potencial organizativo106. Por algo el 6 de julio de

1943 La Hora publicó a tres columnas: YA EXISTE LA ALIANZA ENTRE EL PI-

CADISMO EN EL COMUNISMO, y agregaba: “En el discurso que el licenciado Picado

pronunciara el domingo pasado en Alajuela, llamó a los dos grupos La conjunción de fuer-

zas democráticas. Después del banquete, algunos partidarios salieron a la calle gritando

vivas a Manuel Mora y a Teodoro Picado”. Sin duda, de modo progresivo, ambos

presidentes del Partido Republicano Nacional (Calderón Guardia y Picado Mi-

chalski) se apoyaron en el Partido Vanguardia Popular para sostenerse en el

poder. Fue una alianza ratificada con sangre, pues en el 48 muchos vanguardis-

tas lucharon y murieron en la Guerra Civil defendiendo al gobierno estableci-

do107. No por nada la deposición de las armas se negoció tanto con Manuel Mo-

ra como con el presidente Teodoro Picado. Bien decía Ivonne Clays, “a Rafael

Ángel muchos amigos lo dejaron solo, cada día más solo y dependiendo del comunismo”

108.

La situación económica no favorecía un golpe de Estado. Gustavo Soto ar-

guye que la situación económica comenzó a agudizarse contra los asalariados a

partir de julio de 1942, cuando ya estaba en marcha la legislación social y que

por ende no pudo tener incidencia en la aprobación de las leyes reformado-

ras109. El argumento le resulta un búmeran, pues el Código de Trabajo fue

aprobado definitivamente el 15 de setiembre del 43. De modo que las organiza-

ciones obreras –en especial las comunistas, tan activas– dispusieron de catorce

105 Gustavo SOTO. La Iglesia Costarricense y la cuestión social, pp. 291. 106 Víctor H. ACUÑA. Conflicto y reforma en Costa Rica: 1940-1949, p. 39. 107 Arnoldo FERRETO. “Los comunistas pusimos los muertos”. En Guillermo VILLEGAS HOFFMEISTGER. . Testimonios del 48, vol. 4, pp. 193-208. 108 Guillermo VILLEGAS. El otro Calderón Guardia, p. 78. 109 Gustavo SOTO. La Iglesia Costarricense y la cuestión social, pp. 291-292.

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meses para levantar a la clase trabajadora, tiempo sobrado cuando se opera a

favor del viento de una crisis salarial.

Los militares apoyaban al Doctor. Discurre asimismo Gustavo Soto que los

militares apoyaban al Dr. Calderón Guardia y que, por consiguiente, no le pro-

pinarían un golpe de Estado110. Sin embargo, el procedimiento golpista consis-

tía en el estrangulamiento económico. Puntualiza Jacobo Schifter: “Frente a la

legislación futura (…) el boicot capitalista comenzó con el despido inmediato de trabaja-

dores rurales y urbanos par predisponer a éstos contra la legislación social. A esto siguió la

manipulación de los precios, y el almacenamiento de artículos para aumentar las tenden-

cias inflacionistas durante la guerra”111, datos convergentes con los recuerdos del

Calderón Guardia112. Siendo así, el papel de los militares era secundario. Bien

podrían velar por sus intereses y esperar el decurso de los acontecimientos, pa-

ra optar por el vencedor, según se acostumbra en los cuarteles de muchas lati-

tudes y épocas. A juzgar por la literatura disponible sobre los hechos bélicos de

la Guerra Civil del 48, los militares del ejército costarricense pelaron a favor

del gobierno lo menos que les fue posible113.

En una ocasión el Doctor trasladó el poder al señor Hine, lo que no hubiera

hecho sin tenerle confianza. En efecto, Rafael Á. Calderón Guardia trasladó el

poder de manera provisional a Jorge Hine, Segundo Designado a la Presidencia,

uno de los conjurados, si no el principal, en marzo de 1943. Aduce Gustavo So-

to que Calderón Guardia, de haber sospechado del señor Hine como conspirador

en su contra, hubiera traslado el poder a su padre, el Doctor Calderón Muñoz,

110 Gustavo SOTO. La Iglesia Costarricense y la cuestión social, p. 292. 111 Jacobo SCHIFTER. La fase oculta de la guerra civil. San José: EDUCA, 1981, p. 63. 112 Rafael Á. CALDERÓN GUARDIA. “Anexo 3”. En: Oscar Aguilar B. Costa Rica y sus hechos políticos de 1948, p. 421. 113 Tal la impresión que se obtiene de la lectura de obras sobre los eventos militares. Cf. Guillermo VILLE-GAS HOFFMAISTER. Testimonios del 48, y Juan Diego LOPEZ. Los 40 días del 48. La Guerra Civil en Costa Rica. San José: ECR, 2000.

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Primer Designado114. Tal argumento contra la existencia de la conjura, ¿es con-

sistente?, ¿concuerda con las otras informaciones disponibles? Un análisis me-

jor informado indica que no. El doctor Calderón Muñoz no estaba en condicio-

nes de asumir la Presidencia. Si bien había sustituido a su hijo por dos veces, a

finales de enero y principios de febrero de 1943, su deceso ocurrido el 15 de

junio de 1943 sugiere que probablemente ya en marzo su salud se habría dete-

riorado, impidiéndole asumir de nuevo tan grave responsabilidad. Por cierto Su

Santidad Pío XII envió una manifestación de condolencia al Presidente Calde-

rón Guardia, indicio del aprecio que gozaba en el Vaticano (La Prensa Libre 17 jun.

43). La Presidencia solo podía recaer en uno de los designados (hoy diríamos

vicepresidentes) por lo que, estando imposibilitado Calderón Muñoz, la inevita-

ble alternativa era Jorge Hine.

Además, gracias a Ivonne Clays se sabe –como ya se ha señalado– que Jorge

Hine participó en la conjura115. No hace falta pensar que tal información y el

hecho del traslado del poder presidencial al señor Hine sean datos incompati-

bles y excluyentes. La aparente contradicción se descarta al considerar que se

refieren a fechas distintas. En marzo de 1943, fecha del traslado del poder, aún

no se había dado la intentona golpista, que se habría producido en días cerca-

nos a las primeras conversaciones conducentes al Acuerdo, necesariamente an-

tes de junio 14 de ese año. En política las cosas pueden cambiar con rapidez.

6. Una prisa necesaria

114 Gustavo SOTO. La Iglesia Costarricense y la cuestión social, p. 292 115 Guillermo VILLEGAS H. El otro Calderón Guardia, p. 34-35.

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El MEMORÁNDUM [3] arroja alguna luz sobre la historicidad de la entre-

vista donde Manuel Mora informa sobre la conjura. Los conceptos que Mon-

señor consigna como expresados por Manuel Mora, referentes a la amenaza de

golpe de Estado, indican que ese era el pensamiento del líder comunista en una

fecha muy cercana a los días en que se fraguaba la fallida conjura. Escribe el

Arzobispo: “El Sr. Mora me dijo que en verdad a él le movía en buena parte este paso que

daba, el deseo de ayudar al Dr. Calderón. El gobierno estaba caído”. El hecho de que

una persona tan sagaz como Mons. Sanabria, buen conocedor de la política de

su tiempo, consigne tal información en lugar de contradecirla, otorga validez a

lo que expresara Mora en la mencionada entrevista.

Pero el anterior no es el principal argumento a favor de la veracidad del

líder comunista. La prisa con que se dieron las negociaciones que culminaron

con un Acuerdo tan difícil e inusitado, indica que verdaderamente el gobierno

de Calderón Guardia se desplomaba por aquellos días. Asimismo, el hecho de

que los tres dirigentes asumieran los riesgos que correspondían a cada cual,

avala la sinceridad de Manuel. Sin la intentona golpista de por medio, ¿qué

necesidad tenía el Doctor Calderón Guardia de establecer una alianza con los

comunistas? ¿Para qué convertirse en blanco de una maquinaria anticomunista

que venía trabajando la opinión pública desde que triunfó la revolución bolche-

vique? Se tiene información acerca de que a raíz de la huelga bananera de

1934, por iniciativa del Ministerio de Relaciones Exteriores, se formó una liga

anti-comunista con la intención de borrar todo lo que pudiera producir algún

tipo de comunismo, así tuviera que usar la fuerza de las armas116. Por su parte,

Calderón Guardia, según informe de Leslie E. Reed, Encargado de Negocios

interino de Estados Unidos en San José en abril del 1943, era un político nada

inclinado a acercarse a los comunistas. “Su ardiente catolicismo tiende a hacerlo ti-

116 Arturo FOURNIER FACIO. La United Fruit Company y las huelgas bananeras. Tesis en derecho, Managua, Universidad Católica, 1974, p. 178.

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bio, si no realmente hostil, a asociarse y aliarse políticamente con un comunista”, escribió

Reed.117 El conjunto de la información indica que el Doctor consintió la cerca-

nía política del comunismo –no solo para el Acuerdo de junio del 1943 sino

también en los años siguientes– porque no disponía de otra alternativa. ¿Era

acaso tan incauto como para no percibir el coste político, que quizás restaba

más de lo que sumaba? Había que estar al borde de la desesperación para aliar-

se con un partido tan combatido y controversial.

Y en cuanto al Arzobispo, ¿qué necesidad tenía para trabajar con tanto

ahínco y prisa en pos de un Acuerdo que, como se le advirtió en el Cabildo Me-

tropolitano, suscitaría “ataques y alusiones malévolas (…) de parte de muchos elemen-

tos políticos”? [7] Ataques y alusiones malévolas por las que se sintió en la nece-

sidad de dimitir como Arzobispo ante el Papa Pío XII [38].

¡La existencia misma del Acuerdo prueba que se dio un intento de golpe

de Estado! El Acuerdo tuvo el propósito de lograr la aprobación de las Garan-

tías Sociales y del Código de Trabajo, para lo cual era conditio sine qua non

sostener en el gobierno a Calderón Guardia y asegurar su continuidad en el fu-

turo gobierno de Teodoro Picado.

7. El Acuerdo logró la aprobación de las Garantías Sociales y el Código de

Trabajo

La negociación contenida en el intercambio epistolar entre el líder comu-

nista y el Arzobispo, del 14 de junio de 1943 [10 y 11] tuvo como resultado

117 Texto en Iván MOLINA, Los pasados de la memoria, p. 217.

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principal, como se indicó, mantener en el gobierno a Calderón Guardia, requi-

sito obvio para conseguir la aprobación de las Garantías Sociales y el Código

de Trabajo.

El examen de la documentación consultada en el ACM respalda a quienes

han visto en las cartas cruzadas el resultado de una cuidadosa transacción. No

hubo una trampa maliciosa como opinara Ricardo Blanco. Se fortalece, tam-

bién, el criterio de quienes, como Eugenio Rodríguez Vega118, observan que

Mons. Sanabria dio un apoyo indirecto al calderonismo (y por ende a las aspi-

raciones presidenciales de Teodoro Picado) y al recién creado Vanguardia Po-

pular, con lo cual incursionó en un campo minado, todo con la finalidad ya

atestiguada de conseguir la aprobación de las leyes sociales. James Backer119

se aproximó bastante al meollo del asunto al relacionar el Acuerdo con la con-

solidación de la reforma social y la elección de Teodoro Picado a la Presiden-

cia.

¿Tuvo el Acuerdo la intención de evitar la Guerra Civil según opina Os-

car Aguilar Bulgarelli?120 Es dudoso. Sin embargo, cabe proponer lo siguiente:

Para ese conflicto faltaban cinco años y por entonces era evitable. Posiblemen-

te, solo don Pepe lo estaba preparando desde el exilio mexicano. Si las fuerzas

que se oponían al calderonismo hubieran aceptado la validez del Acuerdo, es

decir, que hubo honestidad y lucidez al suscribirlo, la Guerra Civil no hubiera

acaecido. Negarle toda validez, suponerlo un engaño de Mora a Monseñor, era

requisito indispensable para dividir al pueblo. En efecto, el anticomunismo ha-

bría perdido mucho de su capacidad de infundir odios. Porque para que se to-

maran las armas fue preciso antes envenenar los ánimos; lograr que cada ciu-

118 Eugenio RODRÍGUEZ V. De Calderón a Figueres, pp. 77-78. 119 James BACKER. La Iglesia y el sindicalismo en Costa Rica, pp. 94-95. 120 Oscar AGUILAR BULGARELLI. Costa Rica y sus hechos políticos de 1948, pp. 55-56.

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dadano viera en el adversario político a alguien merecedor del oprobio, del cas-

tigo, del destierro. Se atribuye a Otilio Ulate esta terrible frase: “Si es calderonis-

ta, no le compre, no le venda, no le hable, no lo salude” . Fernando Soto Harrison,

además de reproducir esa frase, escribe que la acometida de Ulate “no tiene pa-

rangón con lo que haya lanzado nadie nunca”121. Para que ese clima exacerbado se

produjera, había que eliminar o al menos disminuir los efectos prácticos del

Acuerdo.

Un efecto inmediato del Acuerdo fue posibilitar la firma de un Pacto en-

tre los partidos Republicano Nacional y Vanguardia Popular, firmado respecti-

vamente por Teodoro Picado y Manuel Mora. Nos interesa en particular el pun-

to sexto de dicho Pacto: “El Partido Vanguardia Popular ratifica, en referencia a la Re-

ligión Católica, la familia y la propiedad, su posición ya definida en documentos que dieron

origen a las notas cruzadas entre el Excmo. Sr. Arzobispo y el Jefe de dicho partido Lic.

Manuel Mora Valverde, las cuales fueron debidamente publicadas”122.

El Acuerdo hizo posible que un grupo político nacido para defender los

intereses de la clase trabajadora ratificara una alianza, ahora sin problemas

ideológicos insalvables, con el partido gobernante. Y además, que se aliara con

la Iglesia Católica, que por entonces regía las conciencias de la gran mayoría

de los nacionales. Impedir que tal constelación de fuerzas continuara avanzan-

do, fue una de las principales causas de la Guerra Civil.

Diversos autores, entre ellos Gustavo Soto, restan importancia al aporte

de los comunistas. Si bien es cierto que el Partido Comunista-Vanguardia Po-

pular tenía un solo voto en el Congreso, su importancia se origina de la conjun-

121 Fernando SOTO HARRISON. Qué pasó en los años 40, p. 336. 122 Fernando SOTO HARRISON. Qué pasó en los años 40, p. 69.

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ción de otros factores: la capacidad de movilización popular en las zonas bana-

neras y en las ciudades; sus cuadros de intelectuales; la aureola de grupo que

luchaba por las mejores causas nacionales; su creciente caudal electoral; la

fuerza de sus organizaciones de trabajadores. Contaba con cierto prestigio ético

entre determinados sectores laborales e intelectuales que, sumado al de la Igle-

sia Católica, confería a las reformas calderonistas una fuerza imparable. Es lo

que se manifiesta en los impresionantes desfiles de apoyo a las reformas y el

gesto valiente de Mons. Sanabria de desfilar montado en jeep con Calderón

Guardia y Manuel Mora el 15 de setiembre de 1943, para celebrar la aproba-

ción del Código de Trabajo. En resumen, si bien el Partido Comunista no parti-

cipó en redactar las leyes sociales ni su aporte en el Congreso pesaba gran cosa,

su apoyo combativo fue fundamental para aprobarlas.

Desde luego la apreciación anterior se restringe necesariamente a los años

que estudiamos en este trabajo. Desde una retrospectiva que cubre más años,

vale reafirmar lo que se expone en nuestro estudio de 1989, La Iglesia costarri-

cense entre Dios y el César: La aprobación de las reformas sociales culmina un

proceso histórico que comienza a finales del siglo XIX, al que contribuyeron

movimientos, partidos y personas de disímiles y hasta contrapuestas orienta-

ciones doctrinales. Es una perspectiva integral que no satisface tendencias ideo-

lógicas ni partidarias, pero respeta la complejidad del proceso histórico. Expu-

simos, de modo condensado, que es un proceso sostenido por la columna cató-

lica y la columna comunista. La primera la conforman principalmente Mons.

Thiel, el Dr. Calderón Muñoz, Jorge Volio, el Dr. Calderón Guardia y Mons.

Sanabria. Del lado comunista habría que mencionar a sus líderes y militantes,

no pocos de ellos de origen católico. Por otra parte, nadie sensato querrá igno-

rar la huelga bananera de 1934, en tanto elemento de concientización favorable

a las reformas sociales. En vez de disputar quien obtuvo mayores méritos, in-

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teresa destacar que supieron unirse. El estado actual de las investigaciones no

permite informar acerca de la aportación de Carmen Lyra, la costarricense más

notable del siglo XX. No faltan razones para situarla como la principal entre

los ideólogos del Partido Comunista. Carmen Lyra promovió iniciativas legales

e institucionales en el campo de la enseñanza preescolar, la salud infantil, la

educación de adultos, el voto femenino, la nacionalización de la producción y

distribución de la electricidad. Este conjunto de iniciativas, por su ingrediente

de sensibilización de la conciencia nacional y afirmación de la soberanía, pre-

pararon la reforma social de los años cuarenta.

8. El Acuerdo, antídoto contra la guerra ideológica

Retomamos el hilo de la exposición. El Acuerdo, además de producir las

consecuencias político-partidarias señaladas, debilitó uno de los principales

ejes de la lucha ideológica de la oposición a las reformas sociales: el asociarlas

con el comunismo ateo. Fue también parte del combate propagandístico e inci-

dió en la campaña en la que triunfó Teodoro Picado, en lo que coincidimos con

la opinión de Manuel Rojas123.

Desde el punto de vista pastoral, el esfuerzo del Arzobispo se encaminó a

restar todo halo sagrado a la oposición a las reformas sociales. Pagó un precio

muy alto por no permitir que estas –elogiadas por Pío XII— fueran tachadas de

comunistas y de ateas y por lo tanto repudiables. En esto encontramos mejor

fundado el parecer de Ricardo Blanco124, quien documenta agresiones periodís-

123 Manuel ROJAS. Lucha social y Guerra Civil en Costa Rica. San José: ALMA MATER, 1986, pp. 92-

93.

124 Ricardo BLANCO. Monseñor Sanabria. Apuntes biográficos, 1962, p. 94.

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ticas contra el Arzobispo y dice que le llovieron palos y piedras, sobre la apre-

ciación de Eugenio Rodríguez Vega125 quien considera que “públicamente no

se ataca al jefe de la Iglesia”.

9. El singular liderazgo de Mons. Sanabria

El Acuerdo denota el prestigio moral e intelectual del Arzobispo entre las

autoridades eclesiásticas. Muestra también un estilo de ejercer la autoridad. Lo

hace de manera dialogal, pero asumiendo en persona las consecuencias de de-

cisiones tomadas de modo colegiado. También resalta la cohesión mostrada por

los funcionarios de la Iglesia a quienes se consultó, pues apoyaron al Arzobis-

po, tal como se aprecia entre los miembros del Cabildo Metropolitano [4]. Al

menos al principio, la unanimidad eclesiástica comprendió obispos, sacerdotes

destacados y al Nuncio Apostólico. El Acuerdo fue, incluso, aprobado por la

Santa Sede. Tan amplia confluencia se explica porque, desde el punto de vista

católico, lo que ocurrió fue que el Partido Comunista abandonaba los principios

marxistas más discrepantes con el cristianismo para adoptar, al menos en su

forma mínima, las tesis católicas de la política social de Calderón Guardia, ins-

piradas en las encíclicas papales. Esta orientación doctrinal específica del

Acuerdo ha sido invisibilizada por varios investigadores entre ellos, María de

los Á. Aguilar126 y Jacobo Schifter127, lo que induce a confusión.

125 Eugenio RODRÍGUEZ VEGA. De Calderón a Figueres, 1980, p.74.

126 María de los Á. AGUILAR H. Carlos Luis Fallas y el Partido Comunista, UCR, tesis licenciatura en histo-

ria, 1981 p. 213. 127 Jacobo SCHIFTER. La fase oculta de la Guerra Civil, p. 65.

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10. Una teología netamente costarricense del sacerdocio

[44] El Prelado recibió un MENSAJE DE SALUDO Y ADHESIÓN DEL VE-

NERABLE CLERO SECULAR DE LA ARQUIDIÓCESIS DE SAN JOSÉ, fechado el

29 de diciembre de 1943, del que vale la pena destacar este pensamiento sacer-

dotal: “Somos hijos del pueblo. Vivimos entre el pueblo, sirviéndole. Conocemos sus

grandes angustias, compadeciéndolas. Por tales motivos no podemos menos de saludar con

alegría y apoyar con todo empeño el programa social que Vuestra Excelencia ha definido

(…) Es inaplazable y necesaria una reforma social que, conforme a las enseñanzas de la

Iglesias (…) restablezca el concepto cristiano del trabajo y asegure su justa remunera-

ción”128. Mons. Sanabria respondió emocionado y no ocultó cuánto había sufri-

do: “Con sobrenatural emoción he leído y gustado vuestro histórico, católico y sacerdotal

mensaje de Navidad (…) Hijos del pueblo y enviados a evangelizar a los pobres, habéis

querido hacer sacerdotal ostentación de la gravísima responsabilidad que sobre vosotros

pesa (…) Bienaventurados vosotros que no habéis sido escandalizados por mí (Lc. 7, 23).

Grandemente me he consolado junto con vosotros, por aquella fe que tenemos los unos y

los otros, vuestra y mía. (…) Abundaron las aflicciones de Cristo en nosotros, pero así

también por Cristo abunda ahora nuestra consolación (2 Cor. 1,5)”129.

Conforme se avanzó hacia la contienda fratricida, el Arzobispo fue per-

diendo apoyo entre un clero que se dividía por esa causa. Monseñor se vio en la

necesidad emocional y práctica de presentar su renuncia ante Pío XII, quien no

la aceptó [41 y 42]. La situación continuó empeorando para él después del 48.

Demostrar que la cohesión de las altas autoridades eclesiásticas se mantuvo

firme hasta el fallecimiento de Mons. Sanabria, mientras que la división se dio

entre clérigos de menor rango, sería tema de otro estudio.

11. Recíprocos acercamientos intelectuales

128 Texto en Miguel PICADO y otros. La Palabra Social de los obispos costarricenses (1893-2006), p. 47. 129 Ibíd., pp. 50-51.

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Se puede coincidir con Arnoldo Mora130 en cuanto a que el Arzobispo y

el líder comunista no acordaron una alianza doctrinal, con tal de que se entien-

da que eso no impidió influencias intelectuales recíprocas. No parece apropiado

mencionar una “simbiosis milagrosa entre el marxismo y a fe cristiana”, como hace

Oscar Aguilar Bulgarelli 131.

El Arzobispo practicó un discernimiento crítico del marxismo. Se lo faci-

litaba el haber seguido un programa completo de filosofía al tiempo que se doc-

toraba en Derecho canónico en la prestigiosa Universidad Gregoriana y su vo-

racidad como lector. Manuel Mora refiere que distinguía entre diversos aspec-

tos del marxismo. Señala que en varias ocasiones, y estando presente el Pbro.

Benjamín Núñez, el Prelado le expresó:

“Yo no estoy de acuerdo con sus principios filosóficos [los de Manuel Mora], que rechazo.

Pero estoy de acuerdo con su lucha y con la lucha de su Partido. Estoy de acuerdo con las

tesis económicas de Marx, expuestas en El Capital. Pero estoy contra la filosofía de Marx.

Estoy de acuerdo con la lucha de ustedes contra los grandes monopolios extranjeros por-

que soy antiimperialista. No estoy de acuerdo con la violencia en la lucha social y me doy

cuenta de que usted y su Partido han hecho mucho por evitarla en Costa Rica. Pero no le

niego a la clase trabajadora el derecho de reaccionar cuando es atacada y vejada. Estoy de

acuerdo con las leyes sociales que ustedes y el Dr. Calderón Guardia quieren promulgar,

porque es mi criterio que ha llegado la hora de que la Iglesia se salga de los templos para

ayudarle al pueblo a conseguir justicia. No haremos mucho con rezar y leer los Evangelios

si nos cruzamos de brazos ante la injusticia social” 132.

130 Arnoldo MORA. Las fuentes del cristianismo social, San José: DEI, 1989, pp. 103-104. 131 Oscar AGUILAR B. La Constitución de 1949. San José: ECR, 1974, p. 26. 132 Manuel Mora, Discursos, pp. 680-681.

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¿Y del lado de los comunistas? En ellos se observa cierta apertura hacia

las tesis católicas, quizás porque desde su nacimiento a la vida sociopolítica

conocían ciertos conceptos sociales católicos, como tendremos oportunidad de

estudiar. Gracias al Acuerdo, experimentaron un proceso de clarificación de

sus propias raíces, de lo que eran y representaban en el acontecer político de su

tiempo. Desde su fundación, el Partido Comunista siempre estuvo en búsqueda

de su propia identidad, de su razón de ser. Esto lo dignifica. No se consideraba

la representación de una potencia extranjera (la URSS), ni constreñido a la

aplicación ortodoxa y mecanicista de una ideología por entonces prestigiada133.

Al menos esto puede atribuirse a la tendencia menos partidaria de la ortodoxia

marxista y más atenta a las realidades nacionales.

En un discurso de 1938, reafirmado al año siguiente, Manuel Mora había

expresado: “El partido a que yo pertenezco lleva un nombre que no es el que conviene al

papel que debe desempeñar en la vida de nuestro país en el presente momento histórico”.

En ese mismo discurso, Mora ofrece el contexto de su pensamiento: “No estoy

contra la democracia costarricense. Por el contrario, quiero que nuestra democracia crezca

y cubra cada día mejor a todas capas de nuestra sociedad. Creo que nuestra democracia es

nuestro mejor régimen de vida política (…) Costa Rica no es un país de economía técnica-

mente capitalista. Costa Rica no está, pues, en el caso de ir directamente a la revolución

contra el capitalismo (…) Yo tengo la esperanza de que dentro del marco de nuestras pro-

pias características, podremos los costarricenses ir modificando todos los vicios de nuestro

sistema económico hasta llegar a una vida más justa, sin necesidad de grandes convulsiones

sociales” 134. Tales declaraciones, que con toda probabilidad conocía Mons. Sa-

nabria, anteceden y preparan el Acuerdo, incluido el cambio de nombre del

partido. Una de las peculiaridades del comunismo costarricense radica en que

133 Una situación diametralmente opuesta a la de no pocos comunistas de los decenios sesenta y setenta,

tan influidos por sus estudios en academias de países pertenecientes a la órbita soviética.

134 Manuel MORA. Discursos, p. 140-141.

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no pocos militantes del Partido Comunista permanecieron dentro del catolicis-

mo135 y vivieron su militancia como una consecuencia práctica de su fe.

12. Sobre algunas dificultades teóricas del marxismo en Costa Rica

En la perspectiva de la historia del Partido Comunista de Costa Rica, el Acuer-

do se puede entender como un episodio de las sempiternas disputas por encon-

trar el rumbo. Supuso una derrota para los militantes afines al estalinismo y la

estrategia de clase contra clase. No tanto, cabe pensar, porque se cediera a fa-

vor del ya mencionado browderismo, que habría sido a lo más un elemento se-

cundario, ni por una renuncia fáctica de la utopía socialista de la sociedad sin

clases. Lo que hubo de parte de Manuel Mora y de quienes lo apoyaron fue

una escucha atenta de las exigencias de la realidad nacional, de lo que exigía

aquel momento histórico decisivo. Por cierto, mientras no se puedan consultar

las actas del Comité Central, será muy limitado lo que se conozca de la partici-

pación de otros integrantes del Partido Comunista en el Acuerdo, además de

Manuel Mora y Arnoldo Ferreto.

No ha de suponerse que los comunistas nacionales tuvieron que hacer un gran

esfuerzo ideológico para transformar su manera de entender la realidad nacio-

nal y lo que dentro de ella pudiera ser el desempeño de su agrupación para

asumir las consecuencias prácticas del Acuerdo. Recuérdese que en su corta

historia habían producido sucesivos programas adaptados a las circunstancias

típicas de un país agroexportador (café, banano y cacao por aquel tiempo), los

135 Cf. Francisco Díaz Zúñiga “La raíz cristiana de los fundadores del comunismo costarricense”, en Miguel PICADO. La Iglesia costarricense entre Dios y el César. San José: DEI, 1989, pp. 102-104. Este tema amerita investigaciones que amplíen la información disponible.

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programas mínimos, con una incipiente industria poco más que artesanal. El

nuestro era un país rodeado de repúblicas manejadas por tiranos apadrinados

por los Estados Unidos, situado entre dos canales interoceánicos, uno construi-

do y otro en espera interminable, pero siempre en la mira geopolítica imperial.

Los comunistas demostraron inteligencia sociológica y política. Habían perci-

bido con lucidez las dificultades que encontraba un partido inspirado en el

marxismo soviético para prosperar en un país donde las grandes propiedades

cafetaleras coexistían con la pequeña y mediana propiedad de explotación fa-

miliar, dedicada al autoabastecimiento. Este último sector campesino colocaba

excedentes en el mercado nacional, y solo unos pocos gozaban del privilegio de

exportar café, interpósita mano del beneficio vecino. Las relaciones de coope-

ración –que coexistían con las de explotación– bajaban y subían de los grandes

a los medianos y pequeños productores, pues todos se necesitaban. Era un

complejo conjunto agrario que embrollaba y disimulaba la división entre explo-

tados y explotadores, terratenientes y peones; complicación aumentada porque

en el país existían por entonces fronteras agrícolas, capaces de absorber parte

de la mano de obra campesina y de crear nuevos propietarios. La democracia

liberal costarricense había otorgado el voto directo en los procesos electorales;

no utilizaba la fuerza para reprimir a las protestas ciudadanas, salvo durante la

dictadura de los hermanos Tinoco y la huelga bananera de 1934136; financiaba

escuelas de primeras letras, unos cuantos colegios de secundaria e invertía en

salud pública; construyó un ferrocarril al Pacífico y algunas carreteras. ¿Poca

cosa? No si se la sitúa en el contexto centroamericano, donde todavía resuenan

los nombres de tenebrosos dictadores: Manuel Estrada Cabrera y Jorge Ubico

136 “Aunque el presidente Ricardo Jiménez no declaro la ley marcial y aconsejó la moderación, desplazó a

la policía para proteger a los esquiroles (rompehuelgas) y detener a los huelguistas. En algunos casos la policía hizo uso de las armas de fuego y causó bajas entre los trabajadores. Se hicieron gestiones para despojar de su inmunidad parlamentaria al diputado comunista Manuel Mora y se deportó a algunos de los trabajadores nicaragüenses” Charles D. KEPNER y Jay H. SOOTHILL. El Imperio del banano. Las compañías bananeras contra la soberanía de las naciones del Caribe. México, D.F.: Ediciones del Caribe, 1949, p. 323.

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(Guatemala); Tiburcio Carías (Honduras); Maximiliano Hernández Martínez

(El Salvador); Anastasio Somoza García (Nicaragua).

Quienes acogieron las ideas marxistas en el país, fundadores del Partido Co-

munista, las emplearon para comprender a los proletarios urbano y bananero –

de condiciones laborales tan distintas– lo mismo que al peonaje. Pero esas

ideas no resultaron tan fructíferas para entender el complicado mundo rural del

valle intermontano, marcado por las relaciones entre latifundios y propiedades

medianas y pequeñas. Quizás por tales motivos tuvieron más dificultades para

aceptar el Acuerdo aquellos miembros del Partido Comunista directamente li-

gados a las fincas bananeras (el caso de Carlos Luis Fallas) y al mundo de los

asalariados, trátese de peones, de empleados citadinos o de burócratas distri-

buidos por el territorio nacional. No fue casualidad que durante la guerra civil

de 1948, los obreros bananeros y cierto proletariado urbano se unieron para lu-

char contra integrantes de la burguesía citadina y pequeños propietarios agríco-

las.

Era difícil comprender a Costa Rica desde el marxismo de manual. Tal vez por

eso los intelectuales nacidos en el Partido hayan encontrado en la literatura su

vía de expresión preferida. Así se originaron escritores tan valiosos como Car-

los Luis Fallas (Calufa), Fabián Dobles, Adolfo Herrera García, Carlos Luis

Sáenz, Carmen Lyra, Luisa González, Francisco Zúñiga Díaz y Joaquín Gutié-

rrez Mangel, tal vez inspirados por el idealismo romántico que palpita en el

marxismo. Todos, salvo Calufa, provenientes de la clase media. En cambio el

Partido no produjo en aquellos años sociólogos ni economistas, aunque sí ana-

listas políticos que escribieron en Trabajo ensayos de alcance limitado y de in-

tención más proselitista que científica. Los científicos sociales de entonces, de

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similar extracción social que los intelectuales marxistas, prefirieron agruparse

en el Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales, una de las raíces del

Partido Liberación Nacional.

13. Acerca de los Programas Mínimos

En el acápite Debate sobre el Acuerdo se reprodujo un párrafo de Trabajo en el

cual se indica que los comunistas de muchos países tenían un Programa Máxi-

mo y un Programa Mínimo. Sobre tal antecedente y proceder, de modo sensato

los comunistas costarricenses habían relegado una y otra vez, a la espera de

tiempos propicios, la enunciación en sus programas de las tesis “duras” de su

ideología, tales como la dictadura del proletariado, la implantación de un parti-

do único, el control completo de la producción cultural, la estatización de los

medios de producción. Mientras llegaban esos tiempos, elaboraron y divulga-

ron “programas mínimos” no como medidas paliativas, sino como recursos di-

rigidos a la conciencia popular, a fin de que el pueblo creyera en sus propias

fortalezas y posibilidades. El Partido nunca aceptó la estrategia de agudizar las

contradicciones socioeconómicas para favorecer el advenimiento de la revolu-

ción, que dicho sea de paso, es lo que desaprueba la ética social católica. Ésta

no condena ni puede condenar un fenómeno sociopolítico, como es la lucha de

clases, pero sí advierte los peligros de un método que bordea la espiral de la

violencia137. Volviendo a nuestro tema, es significativo el cambio de nombre

del órgano impreso del Partido Comunista, que pasó de llamarse Revolución a

denominarse Trabajo, desde julio de 1931.

137 Sobre el problema ético de la lucha de clases, cf. Miguel PICADO. Señor, muéstranos el camino. Docu-mentos y reflexiones sobre la crisis de la Iglesia Católica Costarricense. Heredia: Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión, Universidad Bíblica Latinoamericana, 2011, pp. 74-80.

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Aparentemente, las dificultades con que tropezaron los miembros del Par-

tido para utilizar la ideología marxista de un modo político productivo, es de-

cir, trasformador, fue un factor para comprender por qué aparece el primer

Programa Mínimo en una fecha tan temprana como 1932138 y por qué se escri-

ben los siguientes. Su adopción definía o redefinía la estrategia partidaria e in-

clusive el carácter de la revolución que propugnaba139. Esa búsqueda y la nece-

sidad de no quedar como un grupo minoritario sin incidencia efectiva (una sec-

ta), podría explicar la política de alianzas tan característica de los comunistas

nacionales, perspectiva desde la cual se puede escribir la historia del Partido,

como lo han hecho Gerardo Contreras y José M. Cerdas en su obra citada. El

Acuerdo de los comunistas con el Arzobispo de San José, que supone la aso-

ciación previa con el calderonismo, y que es asimismo una de sus consecuen-

cias, se enmarca dentro de aquella política de alianzas.

Leídos sin malignidad, se debe aceptar que los programas mínimos eran

programas democrático-progresistas y patrióticos. Ya se indicó que el primer

Programa Mínimo fue dado a conocer poco después de haber sido fundado el

Partido Comunista, una vez superada una primera fase que, a juzgar por lo que

se lee en el semanario La Revolución140 sería incorrecto calificar de ultraiz-

quierdista. Dicho programa se inspirada en buena medida en el Programa del

Partido Reformista de Jorge Volio, como se comprueba poniéndolos en colum-

nas paralelas141. Ambos programas, junto con otros que propuso el Partido

138 El texto del Programa Mínimo en Ana M. BOTEY y Rodolfo CISNEROS. La crisis de 1929 y la fundación del partido comunista de Costa Rica. San José: ECR, 1984, pp. 119-122. 139 Cf. Gerardo CONTRERAS y José M. CERDAS. Los años cuarenta. Historia de una política de alian-zas. Historia de una política de alianzas. San José: Porvenir, 1988, p. 14. 140 Cf. la edición publicada por la CÁTEDRA MANUEL MORA, San José: EUNED, 2009, 72 pp.

141 Cf. Miguel PICADO. La Iglesia costarricense entre Dios y el César, pp. 98-99. Dado que el Programa Mí-nimo de los comunistas depende en buena parte de las ideas del reformismo de Jorge Volio, carece de fundamento la aseveración de Iván MOLINA en Anticomunismo reformista, p. 123, de que el ala católica

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Comunista en sucesivas ocasiones, lo mismo que el presentado por Vanguardia

Popular en junio de 1943, son programas reformadores –en el sentido de no re-

volucionarios– en sus contenidos prácticos, con una reserva escatológica –para

usar el lenguaje teológico– colocada en el texto, con el fin de atestiguar que no

se ha perdido el rumbo hacia un Estado controlado por los trabajadores. Cual-

quier ciudadano con un pequeño sentido de justicia podía haber suscrito buena

parte del articulado “práctico” de esos programas, donde abundan sugerencias

sensatas y postulados sociales, “justos de toda justicia”, según escribiera Mons.

Sanabria [30, VI], al estilo de establecer seguros sociales a cargo del Estado;

seguros de accidentes de trabajo y de enfermedades en general, vejez, materni-

dad; abolición del trabajo para menores de quince años; reglamentación para el

trabajo femenino; jornada laboral de ocho horas; ley de salario mínimo; dere-

cho de huelga; revisión de contratos y convenios con las transnacionales; na-

cionalización del subsuelo; reducción del aparato burocrático; ley de servicio

civil….

Se comprenden mejor los programas mínimos del Partido Comunista ins-

cribiéndolos en ese género literario tan costarricense de programas del movi-

miento popular142, con sus antecedentes, paralelos y consecuentes. Pongamos

un ejemplo de la facilidad y frecuencia con que el Partido Comunista producía

programas. En 1940 hubo un intento, frustrado por cierto, de lanzar a la candi-

datura presidencial a Ricardo Jiménez Oreamuno, dentro de una alianza del

Partido Democrático Ricardista y el Partido Comunista de Costa Rica, de la

cual surgió el Partido Alianza Democrática Nacional. Tal alianza no tuvo nin-

gún futuro, pero aquí interesa recordar que se le escribió un programa, uno de

del Partido Republicano Nacional se apropió de varios de los puntos básicos del Programa Mínimo de los comunistas. Si copió de alguien, fue de Jorge Volio. 142 Sería importante que se hiciera el trabajo de cotejar los contenidos de los diversos programas reforma-dores que circularon en Costa Rica durante el siglo pasado, sin excluir ninguna tendencia, pues podría de-mostrar la profunda unidad ideológica del movimiento popular de nuestro país.

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los varios programas comunistas143. El de Vanguardia Popular de junio de

1943, surgido del Acuerdo, no ofrece ninguna novedad fundamental con res-

pecto a los anteriores144. Excepto, claro está, de la frase donde se menciona la

Doctrina social católica. Algunos han querido ver en dicha continuidad que los

comunistas seguían pensando lo mismo de antes y que, por consiguiente, al

cambiarle de nombre al Partido (ahora Vanguardia Popular) habían hecho un

mero cambio acomodaticio. No hubo necesidad de ninguna acomodación, pues

lo cierto es que no necesitaban cambiar gran cosa de sus propuestas prácticas,

las que estaban a la orden del día, para enmarcarse dentro de los planteamien-

tos reformadores a que da lugar la Doctrina social de la Iglesia. Había coinci-

dencias de fondo, relacionadas con la cuna reformista (el partido de Jorge Vo-

lio) donde nacieron a la política algunos de los fundadores del Partido Comu-

nista.

El siguiente párrafo de los editores de los discursos de Manuel Mora re-

afirma lo que se viene diciendo: “Vanguardia Popular es heredero legítimo de los

ideales y combates de la primera Confederación General de Trabajadores, fundada en 1913

y luego transformada por el General Jorge Volio en el Partido Reformista, en 1923; del

‘Centro Germinal’ dirigido por Omar Dengo; del primer Partido Socialista fundado en

1920 por el Dr. Aniceto Montero; de la Liga Cívica presidida por el Dr. Ricardo Moreno

Cañas; de la Alianza de Obreros, Campesinos e Intelectuales fundada por don Joaquín

García Monge y de la propia Asociación Revolucionaria de Cultura Obrera (ARCO), ante-

cedente inmediato de la fundación del Partido Comunista”145.

Don Manuel Mora sabía mirar más allá del entorno inmediato. Conocía

las limitaciones propias de su partido. Se entiende entonces que haya valorado

el Acuerdo como un medio para conseguir que respirara aire fresco: “Esta es la 143 El texto del programa, comentado por Manuel Mora, se lee en Addy SALAS, Con Manuel, pp. 386-397. 144 Cf. María de los Á. AGUILAR. Carlos Luis Fallas y el Partido Comunista de Costa Rica p. 226. 145 Gilberto CALVO y Francisco ZÚÑIGA DÍAZ, “Prólogo”. Manuel MORA, Discursos.

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oportunidad de que los últimos resabios de sectarismo desaparezcan de nuestro movimien-

to 146”.

Así las cosas, la siguiente declaración, en la que tanto insistió Mons. Sa-

nabria se insertase en el Programa del Partido Vanguardia Popular de junio de

1943, no era un elemento extraño en el cuerpo de este programa ni en el de los

anteriores; ni siquiera en los que vendrían después: “El Partido apoya la política so-

cial del Presidente Calderón Guardia, basada en las encíclicas papales y declara que esa

política enmarca sin contradicciones en sus planes para la organización económico-social

del país”. De algún modo, era algo que hacía falta en los programas mínimos

considerando:

• El origen y la práctica católica de muchos miembros del Partido Comu-

nista. Al respecto vale la pena leer la última frase de “Nuestros Propósitos”,

editorial del primer número de La Revolución. Semanario Demócrata147: ¡Obre-

ros de Costa Rica: Ayudaos vosotros mismos ayudándonos a nosotros, y podéis estar segu-

ros de que todos seremos ayudados por Dios”. Algunos llegaron al Partido impelidos

por una fe ávida de justicia social, sin duda una fe auténtica. Los “camaradas”

ateos eran por aquellos años notables excepciones.

• El contenido práctico de las propuestas concretas de los programas del

Partido Comunista compatibles, en lo sustantivo, con la Doctrina social de la

Iglesia.

• El hecho de que ese partido cosechaba el fruto de movimientos sociales

y partidos políticos anteriores, incluido el Reformista de Jorge Volio. Las dia-

tribas de Manuel Mora contra el General Volio pueden considerarse ejercicios

146 Trabajo, 12 de junio de 43. 147 Año 1, N. 1, Sábado 15 de marzo de 1930.

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necesarios para diferenciar el propio partido de su predecesor y así fortificar la

propia identidad.

• El suicidio político que hubiera significado un partido anti-religioso, en

un país donde los no católicos eran una minoría exigua.

• La acogida matizada y circunstanciada que algunos clérigos habían dado

al Partido Comunista. Un caso notorio lo representa el Pbro. Rosendo de J. Va-

lenciano “…el Comunismo, cuando reclama justicia social para los proletarios (…) no es

ni puede ser condenado por la moral cristiana (…) Quién podrá desconocer que el líder

Mora en el Congreso, levantó en más de una ocasión su voz justiciera (…) cuando otros

representantes no se han atrevido a hacerlo, respetando su propia conveniencia quizá por

intereses creados.”148.

Hoy se avala de los comunistas de entonces su aguzado sentido de la

realidad, que les permitió ganarse en la historia patria un sitio entre los refor-

madores149.

14. ¿Qué fue del Acuerdo de junio de 1943?

Esta obra de virtuosos de la política fue combatida duramente por los

propagandistas pagados por la oligarquía, con Otilio Ulate al frente. Su táctica

fue sencilla: negar que el comunismo costarricense había abandonado las tesis

incompatibles con la doctrina social católica, el marxismo-leninismo puro y du-

148 Iván MOLINA. Anticomunismo reformista, p. 111. Se requiere un estudio específico sobre la diversidad de las posiciones del clero de los primeros cuarenta años del siglo XX, con relación a los problemas sociales, la dictadura de Tinoco, el Partido Reformista y el comunismo. El tema ocupa unas pocas páginas en los trabajos citados de Gustavo Soto e Iván Molina. 149 Desde luego, en el 2012, más de veinte años después del colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas So-viéticas, carece de interés, salvo el “arqueológico”, por así decir, la discusión acerca de si los comunistas cos-tarricenses cayeron en el reformismo y abandonaron las miras revolucionarias.

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ro, y afirmar que todo fue un burdo engaño contra el ingenuo Mons. Sanabria.

Por la fuerza del Acuerdo, los voceros de la oligarquía habían perdido la lucha

en el campo de las ideas y de la valoración ética de los costarricenses. Los

principales resultados: la aprobación de las Garantías Sociales y el Código de

Trabajo; el beneficio electoral de Vanguardia Popular, que logró elegir 11

diputados al Congreso en las elecciones de 1948.

Conforme el país avanzaba hacia el precipicio de la Guerra Civil, se

ahondó la división en la Iglesia, tanto entre clérigos como en laicos, que llevó a

Mons. Sanabria a presentar su renuncia como arzobispo.

La Guerra Civil de 1948 y la impremeditada participación en ella de los

vanguardistas, que violaba uno de los requisitos bajo los cuales se comenzó el

Acuerdo, cual era renunciar a la violencia [2]150, ayudaron a desmantelarlo. Po-

dría ser tema de otra investigación lo que hizo Monseñor para evitar el fratrici-

dio y luego para restablecer la paz; su valiente relación con la Junta de Go-

bierno presidida por José Figueres (en la cual su discípulo preferido, el Pbro.

Benjamín Núñez ocupaba la silla de Ministro de Trabajo); sus esfuerzos por

sacar de la cárcel a calderonistas y vanguardistas, por restituirles los bienes

confiscados injustamente; su preocupación por los exiliados en México y Ve-

nezuela; sus atenciones a los familiares de los desterrados. Y también la conde-

na inequívoca que le merecieron las invasiones que desde Nicaragua auspició

su amigo Rafael Á. Calderón Guardia.

150 “Debo decir que el compañero Manuel Mora estuvo en contra de que nos orientáramos hacia la anu-lación de las elecciones, previendo que nos íbamos a ver arrastrados a la guerra civil, en apoyo de un go-bierno débil y en condiciones internacionales indudablemente adversas”. Declaración de Arnoldo Ferreto en: Guillermo VILLEGAS H. Testimonios del 48, vol. 4, p. 208. En el mismo sentido Addy SALAS. Con Ma-nuel pp. 69-92.

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Por su parte, la organización eclesiástica ha venido distanciándose del le-

gado de su gran Arzobispo, con las notables excepciones de Mons. Ignacio

Trejos Picado, Obispo de San Isidro del General (1975-2003) y de Mons. Al-

fonso Coto Monge, Obispo de Limón (1980-1994), y de un numeroso grupo de

presbíteros a quienes no se les ha permitido desplegar su vocación y talento so-

ciales.

Epílogo

El Acuerdo que hemos estudiado puede considerarse un episodio del pa-

sado, llamativo por la disparidad doctrinal de quienes lo realizaron, relevante

en su momento, fructífero porque robusteció la justicia social y crucial por

cuanto delineó cierta identidad de Costa Rica ante el mundo, hoy sin duda des-

dibujada. Historia transcurrida. Pero propongo se le aprecie con mayor profun-

didad: como historia preñada de futuro. La transformación social más grande

en toda la historia de Costa Rica fue posible gracias a la convergencia de un

sector de la Iglesia, laicos y clérigos, con un sector de la izquierda. Para termi-

nar, tomo prestadas unas palabras evangélicas: “El que tenga oídos para oír, que oi-

ga” (Mc. 4:23).

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Índice

Siglas y abreviaturas

Agradecimientos

1. Introducción

2. Mínimo contexto histórico internacional

3. Contexto nacional: el decenio de los cuarenta

4. Diversas explicaciones del Acuerdo

5. Un santo sindicalista y un Arzobispo reformador

6. El Acuerdo en el ACM y en la prensa

Surge la idea del Acuerdo

“El opio de las Garantías Sociales”

El debate sobre las Garantías Sociales y el Código de Trabajo, anteceden-

te inmediato

El juego de las alianzas para defender la reforma social

Continúa la defensa de las leyes sociales

Lo que revela el Archivo de la Curia Metropolitana

El intercambio de documentos preliminares

¿Hubo un gestor principal?

La publicación del Acuerdo

La querella

Interviene el Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales

Al Venerable Clero de la Arquidiócesis de San José

Una interpelación del Partido Social Demócrata

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167

Mons. Sanabria presenta su renuncia a Pío XII, quien no la acepta

7. La versión de Arnoldo Ferreto

8. Propuestas historiográficas

1. Una distinción indispensable

2. Premisas para dilucidar la verdad

3. El aporte comunista fue político, no ideológico

4. ¿Testigo único?

5. Refutación de las refutaciones

6. Una prisa necesaria

7. El Acuerdo logró la aprobación de las Garantías Sociales y el Código

de Trabajo

8. El Acuerdo, antídoto contra la guerra ideológica

9. El singular liderazgo de Mons. Sanabria

10. Una teología netamente costarricense del sacerdocio

11. Recíprocos acercamientos intelectuales

12. Sobre algunas dificultades teóricas del marxismo en Costa Rica

13. Acerca de los Programas Mínimos

14. ¿Qué fue del Acuerdo de junio de 1943?

Epílogo

Bibliografía