Cuatro décadas de poesía en el Perú[1]

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ReflexiónReflexión

58Páginas 218. Junio, 2010.

Cuatro décadas depoesía en el PerúSonia Luz Carrillo

Hace algunos años, en estas mismas páginas, en un recuento y home-naje a la poesía escrita en el Perú, señalaba los riesgos de hablar de la poesía escrita en un país en el que no cesan de publicarse nuevos poemarios y multitud de revistas. Fenómeno que se ve incrementado por las facilidades que hoy brindan las redes electrónicas. Invitada ahora a presentar, a grandes rasgos, lo acontecido con la creación poética durante las últimas cuatro décadas –especialmente, a partir de 1968–, lo primero que debo señalar es el desafío que significa dar cuenta de una actividad tan fecunda en un país extenso y diverso. En consecuencia, estas líneas constituyen apenas una observación panorámica, el intento de un rastreo, a algunas obras, autores y movi-mientos surgidos en este largo y muchas veces convulso período.

Los inmediatos antecedentes

Al presentar la creación poética de un determinado espacio y época, imposible soslayar la relación sociedad y cultura y la forma como esta relación deja sus señas en los textos, ya sea recogiendo, apropián-dose o reelaborando imaginarios. La poesía emerge de una realidad condicionada por el absoluto de una etapa y también por anteriores textos, constituidos en un cuerpo de creación –líneas y tradiciones simbólicas– con el que los creadores dialogan. Así, habría que recor-dar que, al ingresar a la década del 60, la sociedad y la cultura están marcadas por el restablecimiento de la democracia formal en el país y el retorno de deportados –entre ellos algunos escritores– y por algu-nas circunstancias como el triunfo de la revolución cubana, la desco-

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lonización de parte de África y, en el ámbito nacional, las demandas de los sectores campesino y laboral urbano. Los escritores, en mayor contacto con las creaciones de otras latitudes, leen a Sartre, Kafka, Joyce, T. S. Eliot y Proust, entre otros autores; reelaboran la heren-cia de las vanguardias y también el legado de la poesía española, especialmente la del 27. La huella existencialista está presente en W. Delgado, Días del corazón,1957; Blanca Varela, Ese puerto existe, 1957; Carlos Germán Belli, Dentro y fuera, 1960; Manuel Velásquez, La voz del tiempo, 1960, y Sarina Helgott, Libro de los muertos, 1962. El realismo artístico se expresa en Edición extraordinaria (1958), de Alejandro Romualdo, que contiene su “Canto coral a Túpac Amaru”. Tendremos también la poesía de tono íntimo de Pablo Guevara, Retor-no a la creatura, 1957, y Juan Gonzalo Rose, Simple canción, 1960,

entre Las promesas de modernización yeL caos estructuraL

La escritura que se produce en los años 60 nace de un contexto de agitación social y política. El primer gobierno de Fernando Belaúnde (1963) había significado una promesa de modernización; la expan-sión de los medios de comunicación, pese a sus limitaciones, permitió una apreciación más cosmopolita de los fenómenos. En un panorama complejo de modernización incumplida, de confrontaciones no sólo de un mundo bipolar sino también al interior del mundo socialista y en el marco de la guerra fría, se producen los primeros brotes guerrilleros y, en 1963, en Puerto Maldonado, muere el poeta Javier Heraud. La ciudad y sus conflictos se harán cada vez más evidentes tanto en la esfera temática como de experimentación formal.

Nuevos sujetos sociales y nuevas sensibilidades quedan registrados en textos que muestran un amplio despliegue de tendencias y estilos. Tenemos así que en 1963 se publican Luz de día, de Blanca Varela. Y al año siguiente Comentarios reales, de Cisneros; El tacto de la araña, de Sebastián Salazar Bondy; Los encuentros, de Naranjo; La zarza ardiendo, de Gladys Basagoitia; Cantos de Nazca, Parque, de W. Del-gado; En la lejanía más honda, de Pedro Gori; Tinieblas elegidas, de Santiago Aguilar; Varia IV, de Javier Sologuren. Durante el año 1965 aparecen Consejero del lobo, de Rodolfo Hinostroza; Antigua canción, de Omar Aramayo; Casa nuestra, de Marco Martos; Nuevos poemas y audiencias, de Cecilia Bustamante; Travesía tenaz, de W. Orrillo; Pedro Palana y La masa, de Mario Florián; Pido la palabra, de G. Valcárcel; En busca del tema poético, de Francisco Carrillo, entre otros muchos textos y en revistas de poesía tanto limeñas como del interior del país. En este punto debo recordar que, en 1965, Gleba Literaria –revista

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nacida en la Universidad Villarreal e integrada por poetas de distinta procedencia geográfica- inició una etapa de gran efervescencia con la actividad de Manuel Morales (Iquitos), Ricardo Falla Barreda, Jor-ge Ovidio Vega, Jorge Pimentel, Eduardo Ibarra y Eduardo Valdizán (Lima), Abdón Cabanillas (Ayacucho) y Carlos Bravo (Cusco).

En el año 1966 se publican, entre otros, y Sendas del bosque, de Rosina Valcárcel; El cetro de los jóvenes, de César Calvo; Al pie del yunque, de Leoncio Bueno; Los días abolidos, Miguel Carrillo Natteri; Aracanto, de Carmen Luz Bejarano, y la primera edición de Noé deli-rante, de Arturo Corcuera. 1967 será el año de Como Dios manda, de A. Romualdo; Contrapunto a la patria, de Juan Gonzalo Rose; Mutatis mutandis, de Jorge Eduardo Eielson; Crónica contra los bribones, de P. Guevara; Las sirenas y las estaciones, de Corcuera; Verso vulgar, de Antonio Cillóniz; Símbolos y farsas, de Ana María Portugal; Poesía extremista, de G. Valcárcel; Ausencia, de Jesús Cabel, entre otros títu-los. Finalmente, en 1968 se editarán Ciudad de Lima, de Mirko Lauer; Júbilos, de Naranjo; Hallazgos y extravíos, de Rose; Fraternidades y contiendas, de Livio Gómez. En el 67 había aparecido Los nuevos, an-tología que reunió a Henderson, Lauer, Martos, Hinostroza, Cisneros, entre otros. En cuanto a revistas, debo mencionar a Harawi, dirigida por Francisco Carrillo, Piélago (Hildebrando Pérez) y Haravec, poesía en castellano e inglés, bajo la dirección de David Tipton y Mauren Ahern y la participación de Alita Lomellini.

poesía entre eL 68 y La década deL 70Octubre de 1968 trajo una situación nueva para el país. Un gobierno militar desconcierta con sus primeras medidas de recuperación de los pozos petroleros, aplicación de la reforma agraria, inicio de relacio-nes con los países –en aquel entonces– socialistas; ingreso del Perú al Movimiento de Países No Alineados; reforma de la educación, etc. Paradójicamente, junto a la represión a los opositores del régimen, se amplía la difusión de diversas corrientes de pensamiento, como la antes censurada marxista. Es el momento en el que surge con perfi-les definidos la primera promoción (Falla 1990) de la Generación del 70. Los referentes poéticos expresan nuevas facetas de ‘lo nacional’; efectos de los medios de comunicación; profundos cambios culturales (mayor presencia de las mujeres), a la vez que se hace evidente la influencia de variadas literaturas extranjeras. Libros, plaquetas y revis-tas compiten por nuevos lectores y dan cuenta de una briosa actividad. Entre otros muchos textos, en 1969 aparecen Vigilia de la paz, de Mar-tín Fierro (Jauja); Otra vez el hombre, de Félix Cortez (Trujillo); Poemas a Pasco, de Genaro Vega; Cuaderno de quejas y contentamientos, de M. Martos; Siembra, de Jesús Cabel; y, entre los autores más jóvenes,

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Poemas de entrecasa, de Manuel Morales y Poemas y ventanas cerra-das, de Abelardo Sánchez León. Entre los mayores, no puedo dejar de citar a Alejandro Romualdo: Cuarto mundo, 1972, En la extensión de la palabra, 1974; W. Orrillo, A la altura del hombre, 1973, 40 poemas de años, 1982; Leoncio Bueno, Rebuzno propio, 1976; Cecilia Busta-mante, El nombre de las cosas 1970, y Amor en Lima, 1977.

Mención aparte merecen las revistas literarias. En 1968, al calor de nuestra insatisfacción por un presente imperfecto y el deseo de crear una nueva expresión poética, un grupo de estudiantes de la Univer-sidad Nacional Federico Villarreal publicamos Páramo, revista de li-teratura que dirigí en compañía de Walter Chávez. La “Presentación” proclamaba nuestra pasión por “la literatura, el porvenir de la cultu-ra en el Perú” y estaba seguida del poema “Perseguido por buenas razones”, de Bertold Brech. En ella, Manuel Morales, Juan Paredes Castro, José Carlos Rodríguez Nájar, César Hildebrandt, Ricardo Falla Barreda, Nora Fataccioli, Jorge Vega, Walter Chávez y quien suscribe, Sonia Luz Carrillo, vimos impresos nuestros trabajos. Interrogaciones, ironía, imprecaciones, el asomo de múltiples lecturas, pero también la iconoclasia en el lenguaje, emergen de los textos publicados. Entre los años 68 y 69 también se difundió la revista Nueva Humanidad, que, dirigida por Ricardo Falla Barreda, reunió a Jorge Pimentel, Jor-ge Nájar, Sonia Luz Carrillo, Cyntia Pimentel, Juan Ramírez Ruiz, José Carlos Rodríguez Nájar, César Hildebrandt, Walter Montoya y Eduardo Valdizán. Otra revista del 68 fue Antara, con Mario Luna (Chimbote), Juan Ramírez Ruiz (Chiclayo), Francisco Mariátegui y Edwin Sarmiento (Ayacucho). Como puede apreciarse, el Movimiento Hora Zero, de fina-les de 1970, coronó un proceso poético iniciado años antes y que se expresó en un conjunto de revistas literarias de corta vida y también a través de tumultuosos recitales.

Frecuentemente se asocia la poesía de los años 70 con la disconfor-midad, las arengas y la proclamación de que se cambiaría el mundo. Hay todo esto pero también mucho más: es la poesía de sujetos que conceptúan la ciudad en tanto un tipo de civilización, que registran con irreverencia –y muchas veces provocadoramente– nuevas interac-ciones sociales, étnicas, de género, etc. Hoy existe consenso de que, ya se trate de íntimas confesiones o exaltadas proclamas sociales, la constante fue el uso del “lenguaje de todos los días”. A los elementos de la cultura mediática se une la actualización de la poesía visual a la manera de la vanguardia. De otro lado, citas, epígrafes, paráfrasis y préstamos lingüísticos manifiestan a sujetos con sentido de perte-nencia a una cultura a la vez global y local. El lenguaje desenfadado, la ironía o el sarcasmo corrosivo es el vehículo de la contestación y la ruptura con “lo establecido”.

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La década de los 70 se inicia con Canciones para mis vecinos, de Car-los Henderson; Árbol de lluvia, de Guido Fernández (Tacna); Kenna-cort y Valium 10, de Jorge Pimentel; y entre los poetas ya conocidos, Oh hada cibernética, de Belli. El 71 trae Pedestal para nadie, de Cal-vo; Destierro por vida, de W. Delgado, y Contranatura de Hinostroza. También Pequeña historia de conciencia, de Ricardo Falla B.; Árbol de familia, de José Watanabe; Un par de vueltas por la realidad, de Juan Ramírez Ruiz; Después de caminar cierto tiempo hacia el Este, de Antonio Cilloniz; En los extramuros del mundo, de Enrique Veráste-gui. A lo largo de 1972: Valses y otras falsas confesiones, de Blanca Varela; Signo de los vientos, de Luis La Hoz; Avisos y señales, de An-tonio Claros. Durante 1973: Bosques, de Armando Rojas; Sin nombre propio, de Sonia Luz Carrillo; Malas maneras, de Jorge Nájar; Contra viento y marea, de Ricardo Falla Barreda; Scorpius, de Danilo Sánchez Lihon; Palabras para iniciar una despedida, de Aidee Romero; Llego hacia ti, de Ricardo González Vigil, y Ave soul, de Jorge Pimentel. Al año siguiente, 1974, Cazador de espejismos, de Elqui Burgos, y Mate de cedrón, de Vladimir Herrera; en el 75, Cruzando el infierno de Je-sús Cabel; Navíos, de Rosina Valcárcel; Memorias desde un otoño, de Roger Rumrrill; Prohibido pisar el grass, de Omar Aramayo, y Cantos extraviados, de Alberto Valcárcel.

De la producción del 76 recordamos: Orígenes y finalidades, de Edgar O’Hara; Penetrándote, de Nicolás Yerovi; Leguisamo solo, de Patrick Rosas; Poemas, de Sonia Luz Carrillo. El 77 traerá Salamandra de hojalata, de Manuel Pantigoso; Primer incendio, de Luis La Hoz, Mito-logía, de Tulio Mora, e Inaucis, de Juan Alberto Osorio. Al siguiente año se publica Canto villano, de B. Varela, Silencio inverso, de R. González Vigil; ...y el corazón ardiendo, de Sonia Luz Carrillo; Perro negro, de Mario Montalvetti; Sílaba de palabra humana, de Ricardo Silva San-tisteban; Choza, de Efraín Miranda; Contra tiempo y distancia, de Ana María Gazzollo; Vida perpetua, de Juan Ramírez Ruiz, y Poemas al estilo de una pintura ingenua, de Enriqueta Beleván. Cerrando la dé-cada, 1979, aparecen En alabanza al bolo alimenticio, de Belli; Carpe Diem, de M. Martos; Mi capital, de Ricardo Falla Barreda, y Antes de la muerte, de Roger Santibáñez.

Los 80 y parte de Los 90, Los años deL terror

El mismo año, 1980, en el que se realizaron elecciones, se produjo el inicio de las acciones terroristas de Sendero Luminoso y el Movimien-to Revolucionario Túpac Amaru. La violencia se apoderó de todos los ámbitos. Mario Vargas Llosa (2003) resume lo acontecido en estos términos:

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“Más de 69 mil personas murieron o desaparecieron a conse-cuencia de la guerra subversiva –el doble de lo que se creía–, tres cuartas partes de las cuales eran campesinos quechua-hablantes de la región andina, muchas de ellas víctimas ino-centes sacrificadas en exterminios colectivos perpetrados por Sendero Luminoso o por las fuerzas del orden para sentar un ejemplo, escarmentar a una comunidad o, simplemente, para que no quedaran testigos de exacciones y crímenes… quien se sumerge en ese lodo de crueldad y degradación debe cerrar los ojos y respirar hondo, para contener el llanto y la náusea”.

En medio de la profunda crisis, los poetas siguen con su trabajo. Se inician los 80 con Oficio de sobreviviente, de A. Sánchez León; Poema para mis treinta años, de Mario Luna. Al siguiente año: Crío una mos-ca, de Danilo Sánchez L.; Las claves ocultas, de Patrick Rosas; Como escribir a cualquier amante, de Marcela Robles; Noches de adrenali-na, de Carmen Ollé; La realidad en cámara oscura, de Sonia Luz Ca-rrillo; Cuadernos de Horacio Morell, de Eduardo Urdanivia; Poemas no recogidos en libro, de J.A. Mazzotti; Las predilecciones, de L. La Hoz. En el 82, Círculo de fuego, Feliciano Mejía; Poesía abierta, Ricardo Falla Barreda; Sol sin Dios, N. Yerovi. En el 83, Jorge Pimentel publica Palomino y en el 85 Gloria Mendoza Borda entrega su Lugares que tus ojos ignoran; Eduardo Urdanivia, Al encendido fuego, 1986. Poe-tas que iniciaron su labor en décadas pasadas continuaron publican-do: B. Varela: Camino a Babel, 1986, Ejercicios materiales y El libro de barro, 1993; Alejandro Romualdo, Poesía íntegra, 1986; Francisco Bendezú, El piano del deseo, 1982; Arturo Corchera, Puente de los suspiros, 1982; A. Cisneros, Monólogo de la casta Susana, 1986, Las inmensa preguntas celestes, 1992.

Caracterizando la década, escribe la poeta Cecilia Bustamante (1985):

“En la década de los 80 se combinan, lamentablemente, la ne-fasta época de guerrillas con el creciente poder mundial del tráfico de drogas; la violencia se va transformado, prácticamen-te, en una guerra civil. (…) La mujer escritora… internaliza con valentía el significado y características de la crisis en un afán trascendente de autoconocimiento”.

Efectivamente, en la poesía peruana a partir de la década de los 80, con diversas temáticas y variadas opciones discursivas, destaca la presencia de mujeres. Creadoras de obra valiosa son Otilia Navarrete, Inés Cook, Ana Luisa Soriano, Patricia Matuk y Marita Troiano. Auto-ras y libros de esta etapa son: Mariela Dreyfus, Memorias de Electra, 1984; Rocío Silva Santisteban, Asuntos circunstanciales, 1984, Ese

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oficio no me gusta, 1987, y Mariposa negra, 1993. En el 87, Pollarolo publica Huerto de los olivos. De 1988 son, Continuidad de los cuadros de Rosella di Paolo; Todo orgullo humea la noche, de C. Ollé; Un cuchi-llo esperándome, de Patricia Alba, y Morada donde la luna perdió su palidez, de Doris Moromisato. Al año siguiente publiqué mi libro Tierra de todos, 1989.

Lo que queda de la década de los 80 e inicios de los 90 es un país desangrándose. Mientras tanto, en otras latitudes se hablaba de Perestroika y Glasnost y del sindicato Solidaridad. El mundo vivía los estertores del siglo XX, sus avances y sus enseñanzas. Respecto a la violencia en el discurso poético, Hildebrando Pérez responde en una entrevista: “En los 80… todo ese lenguaje de la calle, esa violen-cia verbal, de alguna forma ya estaba en Luis Hernández… Lo que ha cambiado es el estilo, el ritmo, sutilezas nada más”1. Acerca de los múltiples registros, el poeta Sandro Chiri entrega su testimonio (2009):

“No es gratuito que la representación artística de aquellos años encuentre en las formas expresionistas su canal natural de emi-sión, sea en el rock callejero de Eructo Maldonado, la colorida y chillona pintura de Enrique Polanco, las conmovedoras y bellas fotografías de Herman Scharwz, en los grupos de ‘chicha’ ur-bana de El Agustino, en las páginas del suplemento El Caballo Rojo o en la poesía del Movimiento Kloaka”.

El mismo autor, aparte de destacar la presencia de las mujeres, en-cuentra en la poesía, de un lado, “un discurso respetuoso de la tradi-ción formal”, donde ubica a Eduardo Chirinos, Di Paolo, Pollarollo, A. Ruiz Rosas, O. Chanove y J. Mazzotti; y de otro, una línea “de claro ma-tiz popular” con poetas como Domingo de Ramos, Róger Santiváñez, Mariela Dreyfus, Guillermo Gutiérrez, Mary Soto, José Alberto Velarde, Edián Novoa, Julio Heredia, Lelis Rebolledo, Dalmacia Ruiz Rosas y Bruno Mendizábal.

La transición aL nuevo sigLo. poesía en Los 90¿Cómo caracterizar la poesía que se produce en los 90? Manuel Pan-tigoso (2005) incide en la presencia de ‘lo popular’, en el “tema su-burbano o en la llamada contracultura”. Distingue textos en los que halla el compromiso con la realidad social y advierte algunos casos de calidad poética y en otros “sensación de cansancio, desgaste, hastío,

1 Entrevista de Pedro Cateriano. diario La República, en: http://triplov.com/letras/Hilde-brando-Perez-Grande/Entrevistas/Pedro-Escribano.html

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frustración… frente al derrumbe de las ideologías y al disloque político y social provocado por el autogolpe del 5 de abril de 1992”.

Es cierto, hay de esto y también mucho más en la escritura de etapa de transición al nuevo siglo, que en el Perú tiene la marca de la dic-tadura que violó derechos fundamentales y apeló a modernas téc-nicas para confiscar la conciencia moral del país. La ciudad letrada, la actividad en las universidades y el antiacademicismo; los recitales ‘clásicos’ y las reuniones a veces tumultuosas en el centro de Lima (calle Quilca, El Averno, etc.); el tono intimista y el reclamo a voces con fuerte influencia del rock subterráneo, todo confluye para dar cuen-ta de una realidad fundamentalmente urbana y agresiva. Algunos de los autores y libros de esta etapa son: Ricardo Falla Barreda, Poesía abierta, 1990; Montserrat Álvarez, Zona dark., 1991; Violeta Barrien-tos, El innombrable cuerpo del deseo, 1992; G. Polarollo, Entre muje-res solas, 1992, y Ceremonia del adiós, 1998; Sandro Chiri, Y si des-pués de tantas palabras, 1993; José María Gahona, Transparencias, 1995; Sonia Luz Carrillo, Las frutas sobre la mesa, 1998; Gloria Men-doza, La danza de las balsas, 1998; R. Valcárcel, Una mujer canta en medio del caos, 1991, y Loca como las aves, 1995; Santiago Risso, Peldaño, 1999; Esther Castañeda, Carnet, 1997. El espacio no per-mite detenernos, sin embargo no puedo dejar de mencionar a Óscar Limache, Selenco Vega, Víctor Coral, Luis Fernando Chueca, Rodolfo Ybarra, Jhonny Barbieri, Antonio Sarmiento, Jorge Ita, Leo Zelada; sin olvidar a un grupo importante de poetas del norte del país como Car-los Bayona, Efraín Rojas, Raúl Saldarriaga o Gabriel Garay, entre otros muchos creadores.

Revistas, talleres y grupos surgen en todo el territorio nacional. Aquí algunos nombres que tomo del trabajo de Manuel Pantigoso:

Noble Katerva, Neón, Centro Cultural Mammalia, Anunciación, Estación 32 y Aedosmil, en Lima. En Chimbote, Frente artístico Literario Trincheras y Universalismo; en Cerro de Pasco, Grupo Cultural Veta Andina, y en Abancay Grupo Parhua. En Tacna, Grupo José María Arguedas, y Grupo cultural Asco literario, en Ica, entre otros.

eL nuevo sigLo en poesía

Una realidad global, sujetos y discursos nómades, sujetos desterri-torializados, a la vez que herederos de dos décadas de violencia po-lítica y dictadura infame, quedan registrados en una poesía profusa, extraordinariamente diversa; textos en los que la erudición alcanzada parece a veces ahogar al hablante, mientras en otros juegan aún ele-

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mentos de la vanguardia del pasado siglo. El poeta Luis Fermando Chueca (2006) señala con precisión:

“Se nos impuso el vacío. El mundo se volvió maniqueo: nosotros o los otros/ los buenos o los malos/ los que quieren la paz en el país y los que no… Nosotros mismos reprimimos nuestra capa-cidad de movilización porque ya éramos incapaces de unirnos con el otro, porque no teníamos más referentes, y porque la vio-lencia de las pantallas de televisión nos había vuelto inocuos a ella. Pertenecíamos, aunque no quisiéramos, a un movimiento global. Había que sobrevivir como se pudiera, el silencio era una de esas formas. La otra era el su plasmación: un lenguaje difuso y diverso”.

En lo que va del siglo, voces múltiples corresponden a creadores que desbordan los ámbitos clásicos. Provienen de casi todo el país, cuen-tan con facilidades técnicas de reproducción de textos como nunca antes existieron. Se multiplican los proyectos editoriales y las redes electrónicas impulsan –en innumerables blogs– la difusión. Abundan las antologías, entre ellas quiero destacar Poesía Perú S.XXI, 60 poe-tas peruanos contemporáneos, selección de Willy Gómez y Dalmacia Ruiz Rosas (2007). En ella encuentro una sugerente aproximación a la poesía del XXI realizada por el poeta Miguel Ildelfonso (Las ciudades fantasmas, Premio Copé de Poesía 2002), que advierte la consolida-ción de la tradición poética peruana; las resignificaciones de la poesía de M. Adán o Belli son señaladas en un conjunto de jóvenes poetas; la “poesía experimental, con golpes de antipoesía, flashes oníricos”, se halla presente en otro conjunto de creadores; al igual que el liris-mo “impulsado por Eros y la memoria de los ámbitos cercanos”. La urbe y la modernidad deshumanizada deja huella en los textos de la mayoría de los escritores, mientras otros “hurgan en los discursos de la Historia”.

Algunos nombres y libros demostrativos de la vitalidad y calidad de la poesía peruana reciente: Roxana Crisólogo, Animal del camino (2001) y Ludy D (2006); Dalmacia Ruiz Rosas, Secuestro en el jardín de las rosas, 1998, y Conjuntos de objetos encontrados, 2006; Ericka Ghersi, Contra la ausencia, 2002; Victoria Guerrero, Ya nadie incen-dia el mundo, 2005; Augusto Rubio C., Inventarios de iras y sueños, 2005; Stanley Vega, Danza ominosa, 2005; Víctor Coral, Luz de limbo, 2001; Martín Zuñiga, Pequeño estudio sobre la muerte, 2005; José María Gahona, Cuaderno de pájaros, 2008; Paul Guillén, La muerte del hombre amarillo, 2004; Willy Gómez M., Etérea, Nada como los campos y La breve eternidad de Raymundo Novak; Salomón Valde-rrama, Amorfor, 2006; Alessandra Tenorio, Casa de zurdos, 2009, y

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Juan Pablo Mejía, Balada de la piedra que canta, 2009, entre otros valiosos escritores.

Este apretado recuento no permite el registro de las obras que du-rante la primera década del XXI publicaron los poetas que iniciaron su labor en anteriores etapas. Queda también pendiente la tarea de reseñar las experiencias de hibridismo textual; la multitud de revistas, talleres, grupos, así como las diversas maneras de difusión como son las performances, instalaciones urbanas, etc.

Como señalé al inicio, es tarea ardua tratar de brindar una visión dete-nida de cuarenta años de poesía escrita en nuestro territorio. Estas lí-neas no pretenden ser exhaustivas. No podrían serlo. Sí, una vez más, un homenaje a la tarea de poetizar en una realidad tan desafiante.

Fuentes

Cecilia Bustamante, “Poesía y crisis de los 80: el caso del Perú”, diario La República, Lima, julio 25, 1985.

Jesús Cabel, La fiesta prohibida. Apuntes para una interpretación de la nueva poesía peruana 60/80. Lima, Ediciones Sagsa, 1986.

Sandro Chiri, “Notas sobre la poesía peruana de los 80”, en Nido de palabras, junio 2009http://nidodepalabras.blogspot.com/2009/06/notas-sobre-la- poesia-peruana-de-los-80.html

Luis Fernando Chueca, “Violencia y poesía de los noventa”, Ómnibus Nº 12 Año III, diciembre 2006, en http://www.omni-bus.com/n12/ violencia.html

Ricardo Falla y Sonia Luz Carrillo, Curso de realidad. Proceso poético 1945-1980, Lima, Ediciones Poesía/ Concytec, 1988.

Ricardo Falla Barreda, Fondo de fuego. La generación del 70, Lima, Ediciones Poesía, 1990.

Willy Gómez y Dalmacia Ruiz Rosas, Poesía Perú S. XXI. Lima, La Es-cuela de Lima de Yacana Arte & Rock Editores, 2007.

Manuel Pantigoso, 21 poetas del XXI. Generación del 90, Lima, Hozlo, 2005.

Mario Vargas Llosa, “La verdad sospechosa de la guerra”, diario El País, 21 de septiembre, 2003, en http://archivo.laprensa.com.ni/ archivo/2003/septiembre/21/opinion/