"Cuéntanos: Narrativas de la Memoria" - Semilleros de la Memoria

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Cuéntanos Narrativas de la Memoria 2009-2010

Narrativas de la Memoria

centros municipales de memoria

Cuéntanos

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Cuéntanos Narrativas de la Memoria 2009-2010

CuéntanosNarrativas de la Memoria

2009 - 2010

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Cuéntanos Narrativas de la Memoria 2009-2010

CONTENIDO

Presentación .......................................................... 5

La quebrada encantada ......................................... 13

Pruebas de resistencia ........................................... 19

Honda afectada por el Volcán Nevado del Ruiz .............................. 25

La historia de mi abuelo ....................................... 31

Sin rumbo .............................................................. 37

El silvador del Río Gualí ....................................... 47

La sal de nuestros antepasados ............................ 55

Locos cuerdos ........................................................ 63

Manolo Díaz, el pintor .......................................... 71

La historia del Canastao ....................................... 77

La Paz de Calamoima por fin tuvo un acueducto ..................................... 83

El agua bendita de mi pueblo ............................... 91

Aquí vivían los Burilas, y los españoles les quemaron todo ................................................ 99

Paula Marcela Moreno Ministra de Cultura

María Claudia López Viceministra

Enzo Rafael Ariza Secretario General

Germán Mejía Asesor Oficina Bicentenario de las Independencias

Luisa AcostaAdriana Molano RojasJuanita Alford AlfordDiego Jaramillo MutisNatalia RamírezLucía Otero Equipo Asesor Centros Municipales de Memoria

Rocío Parra ParraLaura Guana Romero Daniella Riaño SánchezJavier Danilo Castro Ilustraciones

Rocío Parra Parra Diseño

Hernán Vargascarreño Corrección de Estilo

Luisa Acosta Coordinación Editorial

www.mincultura.gov.co

ISBN 978-958-753-011-7

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Cuéntanos Narrativas de la Memoria 2009-2010

PRESENTACIÓN

El programa Centros Municipales de Memoria se complace en publicar el resultado de las primeras convocatorias “Cuéntanos: Narrativas de la Memoria” realizadas durante los años 2009 y 2010. Estos textos son fruto de un trabajo conjunto entre las comunidades y las Comisiones de Historia Local de los diferentes Centros que desde el año pasado han premiado los mejores relatos.

Los procesos de identidad y construcción social ocurren en las comunidades a partir de las vivencias que a nivel individual y colectivo experimentan sus habitantes; la recolección y valoración del acervo escrito, documental y bibliográfico que recoge di-chas vivencias se convierte en fuente inagotable de trasmisión e interpretación del contexto municipal. En esta perspectiva, los textos que integran esta selección muestran una enorme riqueza en la ela-boración de los mundos de la vida municipal y evi-dencian su gran valor como parte de la memoria local y nacional.

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El trabajo que hemos logrado se constituye en el comienzo de un proceso en el que, tanto jóvenes como adultos, se han sensibilizado sobre la responsabilidad de la recuperación de su memoria local. Así, esta etapa nos ha llevado a una reflexión de carácter familiar, social e institucional en torno a las necesidades de cada región. Adicionalmente se ha fomentado la par-ticipación de la comunidad en torno a la definición de unos ejes temáticos representativos de su identidad local.

En la actualidad, el alcance de estas comisiones de Historia Local es aún mayor. Las convocatorias de Narrativas de la Memoria siguen vigentes y para darles mayor proyección hemos desarrollado una propuesta para la población infantil y juvenil.

Es por ello que hemos creado los Semilleros de la Memoria con el propósito de constituir una ruta que permita a la comunidad construir agendas per-manentes a través de talleres de historia, cátedras en instituciones educativas, procesos de multiplicación de los saberes y estrategias de difusión.

Estos colectivos conformados por jóvenes entre los 14 y 20 años, liderados por los Centros Municipales de Memoria, dan vida al sueño, individual y colectivo, de contar historias sobre saberes tradicionales, gas-tronomía, folklor, oficios, moda; casas, calles, plazas, parques; abuelos, padres, tíos, hermanos, primos;

miedos, sueños, vida cotidiana y, en general, la vida municipal que el país desconoce.

Finalmente, queremos agradecer a todos los soña-dores que hicieron su aporte en este viaje que apenas comienza. Un sueño que narra las memorias, la his-toria y la cultura de una Nación.

Oficina para la Conmemoración

del Bicentenario de las Independencias

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Trabajos ganadores de la Convocatoria

Narrativas de la Memoria

Centros Municipales de MemoriaPrograma BicentenarioMinisterio de Cultura

2009 - 2010

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Categoría Infantil

Angie Camila Cadena Ramos

Juliana Alexandra Hernández Sierra

María Alejandra Bocanegra Devia

Brayner Orlat Ortiz López

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La quebrada encantada

Por Angie Camila Cadena Ramos

n una tarde de esas frías y opacas en las que en nuestro bello municipio de Guaduas acostumbran dejarnos sin luz eléctrica, y por

lo tanto, no podemos disfrutar de la televisión y a todos nos da sueño del aburrimiento, a mi abuelita se ocurrió contarnos historias de su niñez.

Ella recuerda que en aquella época vivía en la fin-ca de Bayón, en compañía de sus padres y de sus hermanos, y a medida que nos relata sus historias a su memoria van llegando lindos momentos que disfrutó pero también los grandes sustos que la acompañaron en algunos años de su niñez.

Recuerda especialmente que en la casa de la finca no había agua, y por lo tanto tenían que traerla de la quebrada; pero para lavar la ropa, las mujeres tenían que desplazarse hasta la quebrada.

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Ilustración: Daniella Riaño Sánchez

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La quebrada era un lugar encantador y por lo tanto muy amañador, solo que para llegar allí tenían que atravesar una especie de bosque tenebroso, del cual los abuelos les contaban cosas aterradoras. Por ejemplo, afirmaban que ese lugar era custodiado por brujas, las que vivían en constante enfrentamiento con el rey de la quebrada, llamado el Mohán, quien aparecía después de las seis de la tarde. Antes de esa hora todas las mujeres que iban a lavar, acompañadas a veces de sus niños, podían jugar y aprovechar el baño en las cristalinas aguas. Dicen que las brujas solo perseguían a los hombres borrachos que engañaban o golpeaban a sus esposas. Los golpeaban y les hacían chupones. Y el Mohán se encargaba de llevarse a las señoritas para hacerlas sus esposas; se las llevaba tan lejos que nunca las podían encontrar.

Pues bien, cierto día mi abuela y mis tías fueron a la quebrada todas juntas porque sentían temor de las historias que contaba la abuela. Ellas sabían que tenían que lavar la ropa rapidito, sin detenerse en los árboles frutales y mucho menos desperdiciar el tiempo jugando con el agua; que tenían que dejar el lugar limpio y que no podían hacer quemas y mucho menos quitarle ramas a los árboles. Algo bien difícil para ellas que tenían entre diez y catorce años. Así que cierto día se olvidaron de todas las recomendaciones y se encontraban felices jugando entre ellas, cuando de pronto notaron que empezaba a oscurecer. In-mediatamente cada una agarró su bojote de ropa y

salieron a correr, sin fijarse que una de ellas, Sandra -niña monita de ojos azules- se quedó atraída por un delicioso olor a caramelo, similar al que olemos cuan-do quemamos azúcar. Sandra empezó a correr pero en sentido contrario a las demás, profundizándose hacia la quebrada.

En ese momento apareció el abuelo y él dice que entre los árboles se veía correr a un pequeño hombrecito, narizón y de cabello largo y blanco, con orejas alargadas y puntiagudas, a quien mi abuelo em-pezó a tirarle piedras para alejarlo de la tía Sandra, quien afirma que solo olfateaba el olor a caramelo, olor que de un momento a otro desapareció.

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El abuelo llegó con mi tía a la casa y les volvió a recordar la historia para que la tuvieran muy pre-sente, y para que recordaran que las quebradas eran lugares sagrados, y que sus aguas solo se pueden disfrutar moderadamente y durante cierto tiempo del día, para que en la noche estas puedan descansar, y en presencia del Mohán los árboles las puedan purificar.

Ahora yo me pregunto si realmente esto sucedió o simplemente era la manera que tenían mis bisabuelos para que sus lindas hijas estuvieran temprano en casa y evitaran los peligros. O tal vez era la forma de inculcarles el cuidado y el respeto por la naturaleza; en fin, yo no sé.

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Para mí solo queda un misterio: el extraño olor a caramelo. Supongo que cerca al lugar tenía que existir alguna hacienda panelera. Por otra parte, pienso que si la estrategia era cuidar la quebrada, quizás les funcionó el cuento en esa época, porque actualmente los adolescentes la visitan, y cuando lo hacen, no se quieren ir de allí por más lejos que quede. Tampoco les importa arrojar basuras y mucho menos creer en la leyenda del Mohán y de las brujas.

Niña Angie Camila Cadena Ramos,

nacida en Bogotá en 1998, y residente

en Guaduas. Estudiante del grado quinto

de primaria en el Liceo Académico

Jean Piaget.

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Pruebas de resistencia

Por Juliana Alexandra Hernández Sierra

i papá, Enrique Hernández Saldaña, es un hombre muy interesado en la historia de nuestro municipio, Honda, y me ha contado

muchas historias y leyendas de la tradición oral que él ha conocido, las cuales no aparecen en ningún libro. De todas esas historias, he decidido contarles dos: la del Puente Navarro y la de la estampida de ganado en la plaza de mercado.

Más o menos hacia el año de 1896, o sea en el siglo XIX, fue construido en Honda el Puente Navarro, obra diseñada y dirigida por ingenieros norteameri-canos. Y para cuando el puente estuvo terminado, te-nían que hacer una prueba de resistencia. Acudieron entonces a los ganaderos de la región para que les prestaran ganado para poder hacer dicha prueba, pero nadie quería arriesgar su ganado por temor a que el puente se cayera y los animales se mataran. Hasta que convencieron a un ganadero llamado don

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Ilustración: Javier Danilo Castro

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Zenón Ferro, dueño de una hacienda muy grande y rica llamada La Palmera. El señor Ferro aceptó prestar cien novillos grandes, pesados y bien gordos para probar la estructura y estabilidad del puente. La ocasión se convirtió en una noticia que rápidamente se regó por todo el pueblo y sus alrededores, así que nadie quería perderse la oportunidad de presenciar semejante espectáculo.

Los novillos fueron llevados al puente por vaque-ros expertos hasta que los metieron uno a uno sobre todo lo largo del puente. Multitudes de personas se aglomeraron a los dos lados del río para no perderse ese momento histórico. Sin embargo, algunos de los animales eran cimarrones, es decir, ariscos y sin domar, y por lo tanto esos cimarrones se asustaron y se echaron a correr desordenadamente saltando el pasamanos y fueron a dar al río.

Pero la gran mayoría de reses se quedaron paradas sobre todo lo largo del puente, lo que permitió probar

satisfactoriamente su resistencia. Una vez alcanzado el éxito por parte de los ingenieros, hicieron la entrega oficial del puente a las autoridades locales, lo que ha permitido el paso de personas y bestias de carga, incluso hasta nuestros días, pues el puente nunca se cayó y sigue siendo un puente peatonal con un gran valor histórico.

La otra historia tiene que ver con una estampida de ganado que hubo dentro de la plaza de mercado de Honda. Resulta que mi bisabuelo, don Evaristo Hernández Hincapié, necesitó trasladar ciento cin-cuenta reses de la Hacienda El Espino, en Cundi-namarca, hasta la Hacienda Padilla, en la vía hacia Mariquita. El ganado estaba conformado por vacas, novillas, terneros, y algunos novillos cerreros, es decir, sin domar.

La jornada se inició y todo transcurría normalmen-te hasta la llegada a la plaza de mercado de Honda,

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donde los vaqueros perdieron el control, y un novillo que iba en la parte delantera se metió por un portón de la plaza de mercado, situación que hizo que todos los demás animales lo siguieran en estampida.

Lo que se produjo dentro de la plaza fue una catástrofe, pues vendedores y compradores entraron en pánico ante la sorpresiva estampida del ganado bravo y arisco, lo que ocasionó grandes daños ante la destrucción de negocios, y lo que fue más grave, la cornada y pisada de personas que resultaron heridas ante la desesperación de correr y buscar protección.

La situación fue realmente difícil, pues volver a controlar el ganado les llevó más de dos horas. Y cuando la calma regresó, mi bisabuelo tuvo que pagar todos los daños materiales y los gastos médicos de quienes salieron heridos, que afortunadamente, no hubo muertos de puro milagro.

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Debido a este grave incidente, las autoridades de Honda tomaron precauciones cuando se trasladaba ganado por su municipio, y nunca más se volvieron a presentar este tipo de accidentes. Más adelante apa-recieron los camiones con estacas para el transporte de animales y las cosas mejoraron en este aspecto.

Como se puede ver en las dos historias anteriores, ambas fueron una especie de pruebas de resistencia con ganado, la una de peso y la otra de control.

Niña Juliana Alexandra Hernández Sierra,

nacida en el año 2003, en Ibagué, y residente en

Honda. Es estudiante del grado primero

de primaria en el Colegio Jardín de María,

de Honda.

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Honda, afectada por el Volcán Nevado del Ruiz

Por María Alejandra Bocanegra Devia

ste es un relato que voy a narrar a través de diálogos que sostuve con personas mayores, que vivieron en carne propia este episodio tan

amargo ocurrido en la población de Armero, en nuestro departamento del Tolima, y que afectó grandemente a esta bella ciudad de Honda. Todo esto me lo contó mi madre, quien junto con toda mi familia vivieron estas angustias.

Cuentan que desde el año de 1985, por el mes de septiembre, empezaron a llamar al Volcán Nevado del Ruiz, el León dormido, y esto sucedió porque los campesinos sembradores de papa y los vaqueros que conocían la región, relataban que había aparecido una fumarola en la cima del volcán, y también que se habían sentido unos temblores.

En diciembre del mismo año, más exactamente el día 22, hacia las 5:30 de la tarde, ocurrió un temblor muy fuerte que se sintió aquí, en Honda.

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Ilustración: Laura Guana Romero

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Los periódicos nacionales El Espectador y El Tiempo informaban sobre el peligro de un alud en el Nevado del Ruiz, a causa del deshielo que bajaba por los cauces de varios ríos, como El Gualí, por el que fluía agua contaminada con azufre y cenizas. El río se convirtió en una fuente de aguas amarillentas y espesas que tapaban el acueducto. Lo mismo sucedía con otros ríos que desembocaban al río Magdalena, el que también se estaba contaminando. Por ese motivo, todos los habitantes de Honda vivían en alerta y muy preocupados porque tanto el río Gualí como el Magdalena atraviesan nuestro pueblo.

El día 13 de noviembre de 1985, cerca de las cuatro de la tarde, empezó a caer ceniza aquí en Honda, por lo que todos los habitantes se preocuparon, pero lejos de imaginarse que ocurriría una tragedia tan grande solo unas horas más tarde. Durante toda la noche el olor a azufre fue penetrante, y a eso de las 11 de la noche ocurrió una tragedia de magnitud mundial. Hizo erupción el cráter Arenas del Volcán Nevado del Ruiz, y desapareció la población de Armero.

Armero tenía una población aproximada de 30.776 habitantes, y en solo unos momentos se había borrado del mapa en su totalidad. Los habitantes de Honda entraron en pánico y zozobra, ya que la avalancha pasaba por el Río Magdalena. El río bajaba con árboles, escombros, reses y hasta cadáveres humanos. El fluido eléctrico se suspendió, y los bomberos y la

Defensa Civil, anunciaban alertando a la gente sobre una posible avalancha por el río Gualí, que pasa exactamente por el centro de Honda.

Apenas se iniciaron esos momentos trágicos las autoridades señalaban los diferentes sitios en las lomas cercanas para que la gente acudiera en bús-queda de refugio si se recibía una alarma en ese sentido. Los habitantes de Honda no podían dormir y permanecían alertas ante cualquier aviso, con sus morrales listos con agua, alimentos, fósforos y velas, para salir corriendo ante cualquier emergencia.

Mucha gente de Honda abandonó sus casas, se cerraron gran cantidad de negocios, y todos los habitantes de las riberas del Río Magdalena y del Río Gualí, tuvieron que abandonar sus viviendas y buscar

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refugios en las lomas vecinas, por lo que la economía y el comercio de Honda cayó inmediatamente, hecho que nunca se ha podido restablecer del todo. Tampoco la tranquilidad de la gente volvió a ser la misma de antes de la tragedia.

Por ejemplo, mis abuelos, personas de edad avan-zada, no pudieron subir a las lomas y desde entonces siempre han vivido emocionalmente afectados.

A los siguientes días de la gran tragedia, ocurrieron varios temblores algo leves, pero todos los habitantes de Honda los sentían como si fuera a ocurrir el fin del mundo. La gente seguía viviendo con zozobra y mucho temor, pues tanto el río Gualí como El Magdalena, se habían llevado varias casas de las riberas cercanas a Honda.

Por estos motivos, muchos pobladores abandona-ron definitivamente a Honda, y otros dejaron sus casas solas, con todos sus enseres, y cuando volvieron no encontraron nada de lo que habían dejado.

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Ahora se recuerda este suceso con mucha nostal-gia por los inmensos estragos que causó este volcán cuando hizo erupción. Destruyó la naturaleza, acabó con comercios y se llevó a mucha gente y a muchos animales.

Hoy Armero es solo un inmenso camposanto visi-tado cada año por los familiares y sobrevivientes regados por todo el país. Noviembre se convierte así en una romería en la que mucha gente va a orar por el alma de sus familiares, muertos en esa tragedia de magnitud mundial, que uno quisiera que no se repitiera en ningún lugar del mundo.

Niña María Alejandra Bocanegra Devia,

nacida en el año 2001 en Bogotá,

y residente en la ciudad de Honda.

Estudiante de grado tercero

en el Colegio Luis Carlos

Galán Sarmiento.

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La historia de mi abuelo

Por Brayner Orlat Ortiz López

i abuelo era un hombre al cual le gustaba salir a beber en las noches. Un día cualquiera salió como de costumbre y de repente se encontró

con una mujer muy hermosa, a la cual invitó a tomarse algo. Luego le ofreció compañía hasta su casa, y ella agradecida aceptó. De aquella hermosa mujer se podía decir que era atrevida y salvaje con los hombres que intentaran pasarse de listos con ella, pero como mi abuelo en ese aspecto era un hombre muy correcto y respetuoso, pues no tuvo problemas con ella.

Así fue como mi abuelo la acompañó hasta su casa, especie de palacete donde vivía la mujer, quien lo invitó a que se quedara a dormir esa noche para que evitara los peligros de la noche. Pero al despertar a la mañana siguiente, mi abuelo se dio cuenta que no

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Ilustración: Rocío Parra Parra

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por los pasillos, y a pesar del miedo, no tuvieron más opción que irse a dormir. Cuando le comentó a los propietarios lo sucedido, estos no creyeron su historia. Por lo tanto nunca más se volvió a prestar para cuidar dicha propiedad.

En otra ocasión mi abuelo se encontraba en su casa, en un día normal, disfrutando de su familia. Estaba programando salir de pesca esa noche, por el sector de Panchigua. Una vez llegada la noche y listos todos los aparejos para la pesca, mi abuelo emprendió camino hacia el río, pero apenas llegó a su sitio asignado se encontró con tres bolas de candela que se movían en el aire, y cada vez que se unían producían más resplandor. Cuando mi abuelo intentó alumbrar el camino con la linterna, y lo que se encontró fue un esqueleto. Regresó de inmediato a casa y mi abuela lo interrogó al verlo llegar y de una vez le preguntó por qué se había regresado de su jornada de pesca, ante lo cual mi abuelo le contó que se le había atravesado la Candileja. Mi abuela entendió y le sugirió que había hecho bien en dejar la pesca para otro día. Ante la calma y el entendimiento de mi abuela, desde ese día empecé a prestarle más atención a las historias que narraba mi abuelito.

Niño Brayner Orlat Ortiz López,

nacido en Honda en 1997.

Es estudiante del grado sexto en el

Colegio Alfonso López Pumarejo, de Honda.

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había dormido en una cama sino en una especie de tumba. Él amaneció muy

bien, sin un rasguño ni nada que lamentar, pues para nada había intentado

sobrepasarse con esta extraña mujer que se había encontrado en su camino. Pero resulta que la extraña dama en realidad era un alma en

pena que quería seguir disfrutando de la vida aún después de muerta. Cuando

el abuelo llegó a casa, nos contó su increíble his- toria a todos, pero yo no le creí nada y no le presté mucha atención creyendo que era algo inventado por su fantasía.

Otro día mi abuelo empezó a contarme otras his-torias que le habían ocurrido cuando él era joven. Me dijo que una madrugada él venía subiendo la cuesta de la Popa y de repente vio a un fraile por el otro lado del camino. Ante la visión, mi abuelo echó a correr y una vez ya en casa escuchó pasar el trote de unos caballos que arrastraban un sonido como de pesadas cadenas; a pesar del susto, tuvo el valor de abrir la puerta para mirar, pero no vio nada. Al amanecer un amigo le pidió el favor de que lo acompañara a cuidar una hacienda. Durante el día todo parecía tranquilo, pero por la noche un desfile de sombras correteaba

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Categoría Juvenil:

Diego Alexander Urrea Torres

José Ángel Martínez Castro

J. Andrés González Moreno

Andrea Carolina Nocove Marín

María Fernanda López Rivera

Gina Liseth Barragán

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Sin rumbo

Por Diego Alexander Urrea Torres

os hombres inquietos siempre han sido vistos de diferentes maneras por la sociedad. Esos bichos raros que piensan y hacen cosas diferentes

al común de los mortales, han sido estigmatizados como locos, raros, inadaptados, y no pocas veces como peligrosos. En realidad son personas con una mente abierta e inquieta por el saber; son personajes, que, vaya paradoja, transitan entre el misticismo o entre la vida bohemia, errante y desorganizada. En Charalá, Santander, hay un caso particular muy típico y llamativo. Se trata del Loco Miguel Galán, quien en 1964 tuvo la descabellada idea de volar sobre estas hermosas tierras, pero en un aeroplano construido por él mismo. La versión popular dice que finalmente no lo pudo volar porque lo construyó dentro de su propia casa, y naturalmente, no lo pudo sacar.

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Ilustración: LFA

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Cuéntanos Narrativas de la Memoria 2009-2010

El Loco Galán nació en un corregimiento de Charalá, llamado Virolín, cuando los bebés eran recibidos por parteras. Se crió entre vacas, burros y animales de campo, en un ambiente totalmente silvestre, como podría serlo por allá en la década del cuarenta del siglo veinte. Luego la violencia partidista hizo que saliera expulsado junto con muchas otras personas, pues esta región se caracterizaba por ser habitada por gente culta, por liberales y por ricas y pudientes familias. Luego de vivir huyendo de monte en monte, finalmente se instaló en Charalá, en donde también sufrió la persecución política.

Después de cursar la primaria y el primero de bachillerato en el Colegio José Antonio Galán, de Charalá, siguió sus estudios con los salesianos en la ciudad de Tunja, y luego en el Colegio León XIII de Bogotá; finalmente cursó sus dos últimos años de bachillerato en el Colegio Universitario del Socorro.

Lo que le fue despertando su curiosidad por la ciencia y por lo desconocido, fueron los viajes que durante sus vacaciones realizaba hacia los Llanos del Casanare, a donde pudo ir por primera vez en 1953, cuando el General Rojas Pinilla ya se había tomado el poder. Los Llanos representaron para el Loco Galán sus primeras grandes aventuras por los ríos, los caños, los esteros y los diversos pueblos por donde anduvo. Fue precisamente por los viajes hacia los Llanos que conoció y se interesó por los aviones, pues para llegar hasta el Casanare lo hacía en pequeñas avionetas tipo taxi.

Era maravilloso para un rústico muchacho ver y sentir lo emocionante de desplazarse por el Llano en esas pequeñas avionetas, como la Cesna, que era la que más se utilizaba, aunque también las había de otras marcas alemanas. Así que durante cada período de vacaciones el Loco Galán viajaba a diversos sitios del Llano, a los festivales de muchos pueblos, como Trinidad, San Luis de Palenque, Maní, e incluso hasta Venezuela, pues don Abelardo Toledo, el señor que hacía de tutor y padre del Loco Galán, era un hombre adinerado de múltiples negocios en ganadería, y siempre lo llevaba, con el ánimo de que él también participara de sus devociones al recorrer el Llano, ha-cer negocios, aventurarse en viajes por tierras exóticas y navegar por ríos casi vírgenes, en fin, un ajetreo sin par en emociones, rayos, truenos, borrascas, noches de hamaca, de cuentería, de aventuras y de vela.

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Los amores de la juventud del Loco Galán fueron en realidad sus viajes en avionetas al Llano, sus tem-poradas encerrando ganado, sus vaquerías a caballo, las que solían durar a veces hasta quince días, y la contemplación de la extensa y hermosa llanura que admiraba desde los aviones. Cómo no se le iba a despertar la pasión por los aviones en medio de tantas aventuras. Cuando Galán estaba terminando el bachillerato, un profesor le preguntó qué pretendía hacer una vez graduado, a lo que inmediatamente contestó que estudiaría aviación. El profesor quedó totalmente decepcionado con su respuesta, pues se trataba del profesor de Sociales, quien lo conocía como buen alumno en Filosofía e Historia.

Lo cierto es que lo más cercano que tenía para estudiar una carrera profesional, era en Bucaraman-ga, en la Universidad Industrial de Santander –UIS. Allí pasó a Ingeniería Mecánica, carrera que inició en 1960, siendo rector de la universidad el doctor alemán Rodolfo Louu Maus, gran hombre culto, quien junto con otro profesor español le hicieron una entrevista al Loco Galán para indagar el porqué de las pretensiones de estudiar esa clase de ingeniería.

Miguel Galán recuerda haber manifestado que fin-caba grandes expectativas y esperanzas en la carrera porque en Colombia ya existían las Acerías Paz del Río y el mineral necesario para la creación de una posible y futura industria pesada nacional. Con las minas de

hierro, con la empresa francesa Tissot que existía en Boyacá, y otras que se perfilaban en Santander, como Forjas de Colombia, Trans Ejes y Trefilco, sumadas a otras pequeñas factorías, podría formarse el ger-men de una metalmecánica dominante en tecnología en América del Sur, contando claro está con una universidad industrial como la UIS, que vendría a ser el centro científico de toda esa implementación tecnológica.

Cómo no iba a tener una mente abierta e inquie-ta don Miguel Galán cuando tuvo una serie de pro-fesores extranjeros de altas calidades científicas y humanísticas, como Savater, Dieter y Günter Trapp; Wilheim Spachowsky, los hermanos Cerón, españoles ellos, y Federico Memitza, quien además de músico, matemático y humanista había sido alto oficial ale-mán y había combatido en la Segunda Guerra Mundial.

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Hacia los años sesenta se creó en la UIS la Buda -Brigada Universitaria de Alfabetización- que tenía sus oficinas en la misma universidad bajo la tolerancia de sus directivas. En los años 61 y 62 llegó la agitación universitaria, la inquietud social de la juventud, los movimientos de estudiantes contra el sistema de gobierno, y la UIS, con muchos profesores extranjeros entre alemanes, austriacos, españoles y hasta japo-neses, parecieron ser permisivos y simpatizantes de esa juventud latina y rebelde que se gestó en aquellos momentos. Esto trajo como consecuencia la salida del rector de la UIS, el doctor Rodolfo Louu Maus, quien fue sindicado como partidario y simpatizante de esas revueltas estudiantiles.

Después de 1963 se aplicó en Colombia el llamado Plan Básico, implementado por Norteamérica para ahogar los movimientos estudiantiles. Los pensums

académicos se ajustaron y se recortaron al máximo, y el Loco Galán decidió emigrar hacia Cali. Allí se presentó a la Base de Aviación Marco Fidel Suárez, con el ánimo de cursar la carrera de piloto en la Fuerza Aérea. Pero pronto se aburrió de la disciplina castrense, lo que sumado a su miopía, le impidieron continuar con el sueño de la aviación. Y como no había solucionado el problema del servicio militar obligatorio, decidió terminar su carrera de Ingeniería Mecánica en la Universidad del Valle.

Luego de terminar su carrera hizo una especia-lización en la Universidad Tecnológica de Pereira. En el departamento del Quindío trabajó con la multi-nacional Siemens y con algunos alemanes. Luego regresó a su pueblo natal, Charalá, donde continuó con su principal afición, los motores, pues siempre fue motociclista y recuerda haber tenido motos AJS, Royal Enfil, Northon, Harley Davidson y BMW, lo que finalmente lo llevó a intentar la locura de volar en un modelo construido por él mismo. Luego de estudiar cuidadosamente los modelos de Da Vinci, de revisar las experiencias de Otto Liliental, del peruano Cheo Chávez, del brasilero Santos Dumont, y de muchos otros, el problema teórico parecía resuelto, pues eran conocimientos científicos, firmes y seguros. Faltaba afinar la cuestión práctica: ¿Cómo reproducir a mayor escala los aeromodelos que con un pequeño motor Diesel deleitaban y estimulaban su sueño de construir el avión?

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Lo primero que se procuró junto a su colega Odilio, fue un motor Wolkswagen de cuarenta caballos de fuerza, a gasolina y refrigerado con aire. El fuselaje o cuerpo del avión sería construido de madera resistente; las cuadernas o estructura de las alas, serían de madera liviana, recubiertas con láminas de aluminio, y con una envergadura de tres metros y medio cada una. Era una especie de monoplano, con hélice de madera resistente y tallada a mano; los controles de los alerones y de profundidad fueron diseñados en varilla y guayas. El tren de aterrizaje era una especie de triciclo, una llanta pequeña en la cola y las otras dos de mayor tamaño adelante. Se utilizaron llantas neumáticas de carretilla y una batería de carro para darle arranque al motor.

Cuando el avión estuvo terminado no pudo volarlo porque toda la familia se le opuso y porque no tuvo apoyo alguno. Además, porque se consideró una lo-cura y un peligro, y porque el terreno circundante donde se construyó no era apto para despegues. En fin, después de cumplido su sueño de fabricarlo, lo dejó abandonado en el patio de su casa para irse a administrar una finca en el departamento del Cesar.

El modelo semi-desarmable del aeroplano, espe-cialmente las alas, contradice la ficción cómico-compasiva de la gente con la empresa Aviónica Chalalá, pues las gentes decían que había que tumbar parte de la casa para poder sacar el aeroplano. Don

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Miguel Galán afirma lo anterior con cierta indiferencia por los comentarios, y agrega: “Fue un sueño, un proyecto quijotesco, como el del Caballero Andante, de un individuo que llegó cincuenta o sesenta años tarde de los tiempos heroicos de la aviación, y en un entorno que tampoco respondía por la devoción o el estímulo a esta clase de empresas. Esto no era Francia o Estados Unidos, con sus altas tecnologías, países que revolucionaron este capítulo de la humanidad en sus ansias de volar como las aves”.

Rosalbita Motta, profesora del Colegio Galán, re-cuerda que cuando era estudiante del Colegio La Normal, dirigido por las monjas de la Presentación, se les tenía totalmente prohibido acercarse al grupo de bichos raros, mechudos y barbados, encabezados por Miguel Galán, entre ellos: Totín Santander (q.e.p.d.), el Sapo Isnardo Ardila (q.e.p.d.), Manolo Sierra, Eduardo Gualdrón… entre otros. Y agrega Rosalbita: “De todas formas, cuando ninguno de los bichos raros se encontraba en la esquina de la calle 24 con carrera 15, nosotras aprovechábamos si la contrapuerta estaba abierta y entrábamos con mucha emoción a conocer un avión de verdad. Era el avión de Miguel Galán”.

Diego Alexander Urrea Torres,

nació en Charalá, Santander, en 1989.

Es bachiller del Colegio Nacional

José Antonio Galán.

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El silbador del Río Gualí

Por Gina Liseth Barragán

uentan los moradores de las riberas del río Gaulí, que en las noches de luna llena, deambulaba por el río un personaje mítico, a quien llamaban

el Silbador, y aquel que lo llegara a mirar a los ojos, sufriría de amnesia. Los que tuvieron el infortunio de verlo lo describían así: era una especie de engendro con figura humana, ojos rojos y saltones, nariz gan-chuda, orejas largas y puntiagudas, boca en forma de flauta, de piernas y brazos musculosos, unidos por membranas, como las alas de los murciélagos, y en sus cuatro extremidades solo cuatro dedos en cada una de ellas, de piel verdosa, cabezón y de cabellos largos, lacios y anaranjados que le caían hasta la cintura.

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Ilustración: Rocío Parra Parra

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Luisito y Lusita eran dos hermanos gemelos que vivían en una casita junto al bosque del río Gualí. Debido a su pobreza, sus padres los enviaban a pescar para vender en el mercado los peces que capturaban a punta de anzuelo. Ellos eran conscientes de que el Silbador era una amenaza para su bienestar, por eso tenían ciertas precauciones para que no fueran a ser atacados por este malvado personaje. Era fácil saber cuándo rondaba por ahí, pues se anunciaba con un olor nauseabundo y con un sonido como de flauta destemplada, sonido que para todos era señal del terror. Sus víctimas eran las personas descuidadas que solían ir de pesca al río.

Luisita y Lusito eran además dos niños labriegos obedientes con sus padres, y siempre llevaban al cuello sus escapularios como conjuro contra el Silbador.

Cierta noche, después de ocurrida la tragedia del Volcán Nevado del Ruiz, o sea, para un 13 de no-viembre, la pareja de niños fueron a pescar como de costumbre, pero en esa ocasión a Luisita se le olvidó ponerse su escapulario, lo que cambiaría su vida a partir de ese momento. Llegaron a la playa y se dis-pusieron a pescar con sus anzuelos esperando que los peces picaran sus carnadas. Ya hacia la medianoche tenían suficientes peces para vender en el mercado a la mañana siguiente, por lo que decidieron emprender el regreso a casa llenos de alegría por su numerosa pesca. Se adentraron en el bosque y de pronto se encontraron

frente a frente con el Silbador, que reposaba colgado de un árbol tal como lo hacen los murciélagos. Luisita fue la primera que lo vio y de inmediato le tapó los ojos a su hermano para que no fuera a sufrir el trauma de la amnesia.

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El Silbador, al ver la presencia de los niños, levan-tó vuelo pasando por encima de ellos y dejando a su paso un olor nauseabundo. Los chicos quedaron completamente consternados cuando volvieron a la realidad, pero Luisita no se acordaba absolutamente de nada, ni de su nombre, ni de su familia, y dirigién-dose a su hermano, le pregunta:-¿Quién eres tú?-Tu hermano gemelo-¿Y yo, quién soy?-Luisita, mi hermana-¿Qué hacemos en la espesura de este bosque?-Vamos a casa a llevar los peces que acabamos de pescar, hermanita.

Cuando llegaron a casa sus padres los recibieron con un gran abrazo pero Luisita les respondió con una pregunta:

-Y ustedes, ¿quiénes son?-¡Cómo así que quienes somos -le dice asustada la mamá- ¿Acaso fue que perdiste la memoria? Luisito, ¿qué ha pasado con tu hermana?-Nos encontramos con el Silbador, mamá.-Cuéntame todo, Luisito…

El niño le relató a sus padres todos los pormenores de su jornada de pesca y el encuentro con el Silbador. De pronto ven que una inmensa luz muy brillante se acerca a la ventana de la choza. Todos se asustaron,

pues creyeron que era el Silbador que venía por Luisita. Pero de la luz se fue formando la figura de un anciano, que les dice:

-Tranquilos, no se asusten. Vengo para ayudarlos.-Siga, le dice la señora. ¿Pero qué hace un anciano a estas horas por aquí?-Ya le dije que vengo a ayudarlos. Yo tengo la cura para la niña pero su hijo tiene que ayudarme.-¿Qué tengo que hacer? Haré lo que sea –respondió Luisito.-¿No será muy peligroso? Sería mejor que lo hiciera tu papá –dice la señora.-No, el que lo debe hacer es el niño –responde el anciano- Debes ser muy ágil para que sigas todas las instrucciones que le voy a dar:

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“Cuando llegue la medianoche, debes estar escon-dido al otro lado del río Gualí para que esperes la llegado del Silbador. Antes de que llegue, tienes que hacer una fogata para iluminar la noche, y no se te olvide el escapulario. Cuando la fogata esté bien encendida, te escondes detrás de un árbol grande que hay junto al santuario. Solo tendrás treinta segundos para salir de detrás del árbol, ir al santuario, sacar la flecha y el arco que dejé allí escondidos y esconderse entre los matorrales mientras llega el Silbador. Cuando lo escuches, te acercarás lentamente hasta la fogata, y pondrás la punta de la flecha en el fuego, y cuando esté bien caliente, dispararás la flecha directo al pecho del Silbador, liberándolo así del hechizo que alguna vez una malvada bruja le hizo.

El niño hizo todo lo que el anciano le dijo, y cuando llegó la hora de disparar, le dio exactamente en el pecho. El niño cayó inconsciente y al despertarse veía todo borroso, y no podía ver bien a un joven apuesto que le brindaba ayuda. Luisito le preguntó su nombre y él le respondió que se llamaba Felipe. Entonces Luisito le preguntó que por qué le decían el Silbador, a lo que el joven le respondió que hace mucho tiempo una bruja le hizo un hechizo, el cual había cesado con la acción de Luisito, por lo cual le estaba agradecido para toda la vida, y por lo tanto le ofreció cualquier tipo de ayuda que necesitara, ante lo cual el niño le contó lo que le había pasado a su hermana por haberse encontrado con la antigua figura que tenía de Silbador.

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Los dos se dirigieron a la casita y encontraron a la niña sentada en un banquito. Y cuando el joven Felipe le dio de beber unas goticas de una medicina que llevaba en su mochila, la niña se recuperó in-mediatamente de su amnesia y todos le dieron las gracias a Felipe. Al mismo tiempo, el anciano que había llegado a ayudar se despidió con su intensa luz y Felipe regresó en busca de su familia. Los her-manos gemelos quedaron completamente felices con sus padres y sus preocupaciones por el Silbador se acabaron ya que toda esa pesadilla había llegado a su fin. De esta manera su vida se transformó para bien por el resto de sus días.

Gina Liseth Barragán,

nacida en 1995, en Honda.

Estudiante de grado octavo

en la Institución Educativa

Técnico Comercial

Alfonso López Pumarejo.

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La sal de nuestros antepasados

Por José Ángel Martínez Castro

on las ansias de saber cómo nuestros abuelos adquirían los productos que comúnmente lla-mamos “de tienda”, y atendiendo a la oportunidad

de tener a mi abuelo cerca, me dediqué a consultarle, para comunicarle a usted, desprevenido lector, sobre cómo por los años de 1930 los santandereanos, espe-cialmente los de la Provincia Guanentina, tenían que conseguir la sal. De todos los alimentos necesarios para la subsistencia, ellos solamente bregaban para conseguir la sal, ya que los otros productos necesarios para su nutrición los cultivaban en sus parcelas, como lo era el maíz, la yuca y la carne.

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Ilustración: Daniella Riaño Sánchez

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Para la consecución de la sal era necesario viajar hasta la ciudad de Zipaquirá, en Cundinamarca, a una mina de sal que aún existe allí.

Entonces para ir por la sal se programaba una reunión con todas las personas de la vereda para planear el viaje hasta Zipaquirá. Allí se decidía quiénes irían a viajar; los elegidos eran hombres, pues era un sitio muy lejano y solamente se podía ir caminando.

También se decidía cuántas bestias -como se les sigue diciendo a las mulas en la región- tenían que llevar, y lógicamente también se elegía la fecha, que casi siempre era a los quince días después de la reunión, pues tenían que dejar adelantadas todas las labores pendientes. Cuando llegaba la esperada fecha del viaje, se reunían en el sitio indicado y cada persona llevaba su bestia cargada con lo estrictamente necesario, como lo era la comida preparada por sus esposas y un poco de ropa para clima frío.

También llevaban panela, plátanos y yuca, que eran los alimentos con los que podían hacer el trueque por la sal, pues la compra con dinero aún no se había implantado en la región.

Después de despedirse de toda la familia, empe-zaban el recorrido, el cual duraba siete días en la ida, uno para la estadía en Zipaquirá y otros siete días para el regreso. En total, durarían quince días fuera de casa.

Salían de su vereda aproximadamente a las cuatro de la madrugada y partían con rumbo a Zipaquirá siguiendo un recorrido que les traía muchas expe-riencias y dificultades.

El primer día almorzaban lo que sus familiares le hubiesen echado preparado para tal fin, y compartían entre todo el grupo, el cual casi siempre era de unas quince personas. Después seguían su camino aspirando llegar hasta la población de El Socorro, donde podían dormir y comer como cristianos a cambio del trueque con los productos de la tierra que llevaban, y sus bestias también podían descan- sar de la larga jornada.

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Al siguiente día madrugaban a preparar de nuevo el joto o carga de sus bestias, desayunaban y se iban alrededor de las cinco de la mañana. En el camino tenían que sortear muchas dificultades, como el can-sancio, el hambre, y la mayor de todas, el cansancio de los animales debido a la carga, a los caminos tan malos y al recorrido tan largo.

Ese día se ponían como meta llegar hasta algún sitio donde pudieran descansar y alimentarse. En el camino encontraban caseríos donde podían almorzar y descansar por poco tiempo. Luego llegaban a la población de Oiba, en Santander, donde hacían lo mismo que el día anterior.

Cuando llegaban temprano alcanzaban a salir a dar una vuelta por ahí, ocasiones en las que podían conocer mujeres agradables para divertirse un rato.

Al tercer día volvían a preparar su equipaje y a tomar un buen desayuno para tener buenas energías para enfrentar el camino. Algunas personas echaban algunos alimentos y bebidas como guarapo, el que ser-vía para mitigar la fatiga de los que más se cansaban.

Ese día los más flojos empezaban a cansarse, igual que las bestias, y en consecuencia el paso se tornaba más lento para poder reponer energías; aunque varias veces tenían que hacer descansos obligados para que las bestias no sufrieran tanto.

Una manera de ayudarle a los animales eran aflo-jándoles la cincha algunos minutos, por ahí cada cuatro horas. Y entre charla y charla durante estas largas jornadas, los hombres iban consumiendo la carne y la yuca que llevaban, alimentos que pasaban a punta de guarapo. Ese día llegaban a Barbosa, en límites con Boyacá, pueblo en el que descansaban y se alimentaban.

Para la cuarta jornada echaban más comida y más bebida, pues iban a estar más cansados por el camino debido a las duras jornadas de los días anteriores.

Ese día llegaban a Chiquinquirá, y trataban de lle-gar temprano para ir a la Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá a ofrecer sus oraciones y a dar las gracias por todos los favores recibidos.

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La siguiente jornada tenía que llevarlos hasta la población de Fúquene; era un día de camino lento tanto para las bestias como para los hombres, pero con el aliciente de que si alargaban el paso podían llegar hasta Zipaquirá y tener más tiempo para descansar allí; si no les rendía lo suficiente, tenían que dormir en alguna casa de campo, pues no había pueblos entre Fúquene y Zipaquirá. Como casi siempre llegaban al sexto día, tenían suficiente tiempo para que to-dos, bestias y hombres, descansaran bien antes de emprender la travesía del regreso.

El día de la negociación de la sal, en las propias minas de sal de Zipaquirá, era toda una jornada de alegría. La panela que habían traído en sus bestias era la mercancía que utilizaban como trueque a cambio de la sal, la cual recibían en grandes bloques que acomodaban a lado y lado en la carga de las bestias. En el trueque adquirían dos tipos de sal, una para el consumo humano y otra que utilizaban para el ganado.

Después de la negociación dejaban todo listo pa-ra el viaje de regreso, pero antes se regocijaban en alguna guarapería en la que alegremente compartían todos los pormenores de su viaje.

Llegado el noveno día madrugaban y emprendían su largo viaje hacia las tierras de Santander, enfrentando los consabidos cambios climáticos, ciertos peligros y muchas veces el mal estado de los caminos.

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Cuando llegaban a Charalá el recibimiento era to-da una fiesta entre sus amigos y familiares. La sal era repartida o cambiada a trueque, y el momento era aprovechado para relatar todos los pormenores de semejante travesía. Como la sal venía en bloques, era necesario molerla, utilizando para ello ciertas piedras a manera de molino manual. Después de conocer lo difícil del viaje a pie para conseguir a trueque la sal, se podrá deducir lo tanto que nuestros abuelos apreciaban la sal, la sal de la vida.

José Ángel Martínez Castro,

nacido en Charalá, Santander, en 1993.

Bachiller del Colegio Integrado

Helena Santos Rosillo.

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Locos cuerdos

Por J. Andrés González Moreno

Hay locos que nacen locos, hay locos que locos son, hay locos que vuelven locos a los que locos no son.Hay locos de nacimiento, hay locos de corazón, hay locos que siendo locos, viven la vida mejor.

Anónimo

n mi pueblo, Sevilla, desde que tengo conoci-miento, hay personajes que disfrutan su vida en un mundo mágico, particular y único. Desde un

maestro de ceremonia de entierros que acompaña a cualquier difunto sin importarle cuál sea su credo, ideal político o estrato social, a todos los acompaña y respeta por igual Capetusa, y con su fuete y su silbato hace respetar el paso del cadáver mandando a callar al que fuere necesario. Y todos acatan de inmediato su orden de silencio.

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Ilustración: Daniella Riaño Sánchez

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Está también el que llaman Malicia; se hace el loco para pedir dinero, y en caso de que no lo consiga, suelta su sarta de madrazos tan bien elaborada, que se ganaría con honores el premio que otorga el diccionario de la mala lengua colombiana.

Hay otro que se excita y se relaja como cualquier ser humano, solo que lo hace en público. Lo llaman Repollo, y cuando hace sus gracias, la sensualidad que tiene hasta el más mugre de la humanidad toma censura. Y deambula también por mi pueblo uno que utiliza perfumes extranjeros de una marca reconocidísima –Chuche Agravada-. Y uno con exce-lente físico, a quien le dicen Cien Pesitos, que se ejer-cita a diario en las calles a cambio de cien pesos.

Y por supuesto no podemos olvidar al galán, -Te-tas, le decían por sus grandes pectorales- ese que le enseñaba a las mujeres su mejor arma de seducción masculina, aunque casi siempre salía golpeado por los novios o amigos de las mujeres a las que asaltaba mostrándoles lo que tenía entre sus piernas. Está también Mellizo, guardián de los perros callejeros e indefensos, quien un día perdió a su hermano por la puta violencia sin sentido que alardea en nuestro país.

Claro que también hay locos profesionales; des-de un prodigio matemático hasta una abogada reco-nocida en el Valle del Cauca, La Negra, la reina de la belleza de la clase no cuerda, la que para mí era la reina de la calle y de la simpatía, la reina de la gente que no está loca, solo que piensa diferente; Orfelina Cuero Nieves, como se llamaba, fue asesinada hace algunos años como han sido asesinados muchos de los locos de nuestro pueblo. Estos son solo algunos de los personajes locos que han pisado nuestro terruño, quienes casi siempre eran objeto de burla y a quienes difícilmente se les aceptaba su locura. Pero del loco que les voy a hablar ahora, es otro cuento.

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Yo salía a la calle a hacer recocha con los amigos después de hacer las tareas y organizar el cuarto, y todos los días nos encontrábamos con este personaje, un hombre muy pintoresco que siempre mantenía con una estopita, una camisa a cuadros, pantalones vinotinto, muy serio él, de botas negras, y armado, para hacerle honor a su bigotito hitleriano… Sí, muy armado hasta los dientes con esos revólveres que usaba todos los días para hacer estragos en el municipio, dando disparos de fulminante al aire con sus pistolas, pistolas de madera que él mismo fabricaba… Solía enverracarse siempre que escuchaba dos palabras: ¡Quémalo, Salamero!, seguidas por un ¡Corra hijuemadre, que nos alcanza! Estas palabras eran como las espinacas para Popeye, pues le daban una energía brutal que podía correr cuadras y cuadras persiguiéndonos; y uno cansado y él aún con suficientes fuerzas persiguiéndonos armado, no con sus pistolas, eso vaya y venga, sino con piedras, las que siempre acertaba a dejar caer justo al pie de nosotros, lo que nos hacía temer más cualquier pedrada sobre nuestras cabezas.

Así era todos los días; lo buscábamos, le gritábamos y a correr y correr hasta que uno llegaba a su casa, o en su defecto, cuando él se cansara, cosa que era muy rara.

Un día yo iba solo por la calle y de pronto me lo encuentro. No sabía qué hacer, si salir corriendo

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porque quizá me había reconocido o simplemente pasar de largo con aparente tranquilidad. Opté por lo segundo, y seguí derecho, con unos nervios y los verracos. Cuando me iba acercando a él, que estaba junto a un supermercado, mi corazón se me quería salir del susto, sin embargo pasé. Pero apenas logro pasarlo, siento que me agarran del brazo –¡Juemadre, me reconoció!- pensé en voz alta. ¿Qué podía hacer?, pues gritar, pero la voz no me salía, simplemente me salían unas lágrimas de pavor que resbalaban por mis mejillas.

De pronto, con su gruesa voz me dijo: Niño, cóm-prame una pistola. Yo saco de una vez los quinientos pesos que tenía en mi bolsillo, se los doy de prisa y él me da una pistola, de madera, de esas que él mismo fabricaba. Desde ese día cada vez que me lo encontraba lo saludaba, y ya sin miedo le compraba las municiones para mi propia pistola.

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Salamero, de quien tiempo después supe su nombre de pila: Apolinar Arrubla Martínez. Lo único que sé es que se encuentra en algún lado correteando ángeles, obsequiando sus pistolas de madera a los querubines.

Y estoy seguro que desde el día en que murió, los truenos ya no son provocados por Zeus ni por los roces entre las nubes. Simplemente son los disparos con sus pistolas de madera cuando algún angelito, por provocarlo, le despierta su ira ante los gritos de ¡Quémalo, Salamero!

J. Andrés González Moreno,

nació en 1989, en Sevilla, Valle del Cauca.

Es estudiante de Comunicación Social-Periodismo

en la Universidad del Quindío.

Desde hace algunos años ejerce la cuentería.

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Cuando iba con mis amigos y ellos le gritaban ¡Quémalo, Salamero!, todos salían corriendo menos yo, y ellos me gritaban ¡Oiga, Javer, corra!, pero yo seguía caminando normal, me le acercaba, lo saludaba y mis amigos quedaban boquiabiertos, pues yo estaba hablando con uno de los locos más peligrosos del pueblo.

Pasó mucho tiempo sin que lo volviera a ver por las calles. Los gritos que provocaban su ira ya no se escuchaban por parte alguna; tampoco los disparos de los fulminantes de sus pistolas de madera. Cierto día mi padre me dijo que había fallecido. Mis sentimientos por su muerte se confundían entre la tristeza, pues el que había muerto era un amigo mío; para otros tal vez un loco menos en las calles; se había ido el fabricante de pistolas tan buenas como las que hacía

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Manolo Díaz, el pintor

Por Andrea Carolina Nocove Marín

e tomado la decisión de elaborar una biografía de un personaje local para la convocatoria que hizo el Ministerio de Cultura a través del Centro

Municipal de Memoria de mi pueblo, Charalá, en el departamento de Santander.

Este es mi personaje:

Manuel José Solano Marín es un pintor de estilo primitivista. Nació el 14 de marzo de 1954, en Charalá, hijo de Ambrosio Solano y Amelia Marín, familia que está conformada por 11 hermanos. El pintor es más conocido como Manolo Díaz. Estudió hasta cuarto de primaria en una escuelita de la vereda Colacote. Desde pequeño se interesó por el dibujo y sus compañeros de estudio lo buscaban para que les hiciera los trabajos de dibujo, lo que lo fue entrenando en la búsqueda de su profesión. Con esos trabajitos se ganaba las meriendas en especie o en dinero, y también el privilegio de tratar a las niñas más lindas y esquivas del colegio.

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Ilustración: Javier Danilo Castro

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Como no pudo estudiar más, todo lo que sabe lo aprendió por sí mismo a través de la lectura, y por eso es poseedor de una gran cultura que lo caracteriza como un autodidacta. Las primeras clases de pintura que recibió fueron cuando el dueño de un almacén le sugirió que comprara los colores básicos, con los que empezó a practicar mezclas y matices. Su primera obra de arte fue un cuadrito pintado sobre cartulina, con témperas, el que tituló Un gato en la oscuridad.

A medida que pasaba el tiempo fue mejorando sus técnicas y aumentando la colección de sus obras, hasta que tuvo las necesarias para hacer su primera exposición, abierta al público en la Casa Cural de Charalá. Recuerda con cierta nostalgia que la entrada se cobró a tres pesos para los adultos, y a uno con cincuenta para los estudiantes. Los dineros recolectados serían utilizados para financiar los gastos de una exposición que haría en la capital del departamento, en Bucaramanga.

Cierto día, un padre de familia le propuso a Manolo que le diera clases de pintura a su hija; él aceptó haciendo la claridad que no sabría si podría ser un buen profesor, pues no había estudiado para eso. Sin embargo, todo fue un éxito y pronto tuvo una gran cantidad de alumnos en su curso, el que fue tomando fama entre todo el pueblo.

La escuela donde Manolo dictaba sus clases de pintura quedaba en el campo, y en 1999 varios niños del pueblo empezaron a viajar hasta allí para poder recibir las clases de Manolo, pues él hace mucho vivía en una casita de campo. En ese entonces la subida era algo difícil porque la carretera estaba sin pavimentar, pero una vez pavimentada el asunto mejoró y el número de alumnos también. En el año 2006 la alcaldía decidió trasladar la escuela a Charalá. Las clases de Manolo eran muy particulares. Organizaba paseos por el campo para que los niños observaran toda la naturaleza, se inspiraran en ella y luego plasmaran en los lienzos sus primeras obras de arte. Muchas veces los padres de familia acompañaban a sus hijos en estos paseos didácticos.

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Manolo Díaz tuvo su temporada de cuatro años en Bogotá trabajando con una gran empresa de plásticos. También vivió en Bucaramanga durante cuatro meses trabajando independientemente, pero fracasó y eso lo hizo volver a Charalá.

En alguna ocasión unos amigos le propusieron que se fuera a vivir con ellos a Suiza, incluso con todo pago, pero el apego a su tierra lo hizo desistir de tan tentadora oferta. Los cuadros de Manolo han salido a muchos países del mundo, especialmente para Suiza, donde tiene buenos amigos.

Manolo tiene una frase que le gusta compartir con sus alumnos: “Hay que luchar por nuestros sueños y hacer siempre lo que nos gusta”. Su vida en su casa de campo, artísticamente diseñada, es el marco perfecto

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para dedicarse por completo a sus pinturas, de estilo costumbrista y primitivista. Ha habido cuadros de Manolo que al ser exportados se han vendido hasta en la suma de veinte millones de pesos. Y lo que Manolo exporta son más que pinturas, exporta sobre todo la naturaleza que lo rodea y que tan bien sabe recrear en sus cuadros.

Niña Andrea Carolina Nocove Marín,nacida en 1996, en Bucaramanga,

y residente en Charalá. Estudiante del grado octavo

en el Colegio Nacional José Antonio Galán.

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Cuéntanos Narrativas de la Memoria 2009-2010La historia del Canastao

Por María Fernanda López Rivera

ace muchos años, en un lugar de Colombia, más exactamente en el municipio de Sevilla, en el departamento del Valle del Cauca, se desarrolló

esta interesante historia gastronómica. Se dice que en Medellín el plato típico es la Bandeja paisa; en Bogotá, el ajiaco; en Barranquilla el arroz de liza y el arroz de coco, y en Pasto el Cuy. Así como en Colombia todas las regiones tienen su propio plato típico, un grupo de personas de Sevilla, en su afán por tener un plato que nos caracterizara, decidieron ingeniárselo poco a poco.

Al comienzo, nadie tenía la más remota idea de cuál alimento elegir para apropiárselo como plato típico, ya que Sevilla, aunque pertenece al departamento del Valle, tiene costumbres muy paisas. Entonces como en el Valle el patacón es muy popular, se decidió elegir este alimento para darle inicio a lo que ahora llamamos como Canastao. Lo primero que se le añadió al patacón fue una tortilla de huevo, para darle un sabor bien particular. Pero aún así era muy poco llamativo como para llamarlo un plato típico. Entonces a alguien se le ocurrió agregarle unas cucharadas de arroz, lo que fue aumentando no solo los ingredientes, sino su forma

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Ilustración: Laura Guana Romero

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nentemente sin que pudiera haber un consenso entre los habitantes.

Cuentan que cierta mañana, una abuela sevillana que se encontraba en una platanera, ocupaba su pensamiento en la forma como debían llamar al plato. Cuando de repente se le vino a la cabeza que la mejor forma de servir este alimento sería en una hoja de plátano, puesta dentro de una canasta artesanal elaborada a base de junco o bejuco, planta que se da fácilmente en todos los campos aledaños. Y para que el plato no perdiera su sabor de hogar, la abuela se dijo: Como esta receta se va a servir sobre una hoja de plátano dentro de una canasta artesanal, el plato típico se llamará el Canastao. Y desde esos días, algo lejanos, el Canastao es el plato típico de Sevilla, Valle, y se acompaña de una taza de agua de panela o de un delicioso café cultivado en estas tierras. Es así como nació la interesante historia del Canastao.

María Fernanda López Rivera,

nació en Cali en 1993, y reside en Sevilla,

Valle del Cauca. Es bachiller del Colegio

General Santander.

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particular. Y así, con el paso del tiempo este plato fue cogiendo más popularidad.

Y fueron los campesinos, quienes generalmente trabajan durante largas y agotadoras jornadas, los que comenzaron a adicionarle varios tipos de carne, entre ellos la costilla, el chicharrón, la morcilla y el chorizo. A estas alturas el patacón original ya estaba bastante cambiado, y cada día tenía un sabor más colombiano, con más sabor a nuestra tierra. Y como la papa también era un alimento habitual de la comida sevillana, así esta no fuera la base de la economía de este municipio, también le fue agregada al ya famoso Canastao.

Pero algo le faltaba aún a este plato para que real-mente se sintiera como un plato típicamente local. Y como muchas de las costumbres de Sevilla provienen de la cultura paisa, pues se le agregaron los fríjoles. Todos estos ingredientes ya casi completaban el plato que nuestras gentes estaban buscando; solo le faltaba el toque especial que hace que una comida sea reconocida como de una región de Colombia; por eso es que empezó a acompañarse de una arepa y un aguacate. Y ahí radica la fama del Canastao en la región valluna, el cual es muy apetecido no solo por su sabor sino también como alimento reparador de grandes hambres. Pero quedaba un pequeño problema por solucionar, pues no se ponían de acuerdo en el nombre que debía recibir, y muchas personas lo llamaban de forma distinta, bautizándolo y rebautizándolo perma-

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Cuéntanos Narrativas de la Memoria 2009-2010

Categoría Adultos:

Zulima Ortiz Morera

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La Paz de Calamoima por fin tuvo un acueducto

Por Zulima Ortiz Morera

na ceiba en el centro de la plaza, sombreando una pila rodeada de niños y de señoras que llenan sus vasijas de agua, aún se conserva en el

recuerdo de las abuelas del pueblo de La Paz.

Esta población no fue fundada como tradicional-mente sucedía con los demás pueblos, que se fundaban al lado o cerca de un río, quebrada o fuentes de agua que garantizaran el suministro del líquido a sus habitantes. El pueblo de La Paz fue levantado lejos de cualquier río, y las fuentes de agua que lo alimentaban fueron pequeños aljibes abiertos por sus pioneros de donde sus gentes tomaban las aguas para llevarla hasta sus casas.

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Ilustración: LFA

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A medida que el pueblo fue creciendo la necesidad de más agua se hizo apremiante y sus habitantes se vieron obligados a buscar la manera de mejorar el suministro. En su búsqueda, lograron ubicar un na-cimiento de agua en la parte alta del pueblo y así se inició la construcción del primer acueducto que se recuerde, al cual le dieron el nombre de Agua Blanca. El acueducto era una simple alberca de gran tamaño desde donde tendieron tuberías hasta una calle del pueblo; en ese punto, una única llave era la fuente a donde la gente podía tomar agua para llevarla a sus casas. Como es de suponerse, esta situación causaba grandes enfrentamientos entre los lugareños, pues era el único lugar a donde todos tenían que ir por el agua.

Con el fin de mejorar tan precarias condiciones, las autoridades consideraron conveniente hacer un depósito mucho más grande para hacer más efectiva y equitativa la distribución del agua, y con la colaboración de todos los habitantes construyeron una gran pila en el centro de la plaza, esta vez con cuatro llaves. Así el asunto iba mejorando un poco. En este lugar solo se podía recoger agua para el consumo humano, pues el lavado de la ropa y el aseo humano debía hacerse en los pequeños aljibes que aún seguían existiendo, entre los que se recuerdan nombres como Lajitas, Boquerón, Lavapatas, Quitasol…

Las abuelas todavía hablan de las largas jornadas que tenían que pasar junto a los pozos; grupos de

mujeres, entre amenas conversaciones y entonando canciones, preparaban sus alimentos mientras el viento y el sol se encargaban de secar las ropas para hacer su carga más liviana cuando regresaban al atardecer a sus hogares.

Solo hasta el año 1969 la Junta de Acción Comunal diligenció recursos con el gobierno para adquirir una fuente de agua un poco más productiva, en el sitio denominado El Reposo, ubicada en la finca de Peñaranda, propiedad de la señora Brígida Sánchez, distante seis kilómetros de la población. Desde allí el agua era conducida por manguera hasta un depósito construido en la parte alta del poblado, desde donde por primera vez empezó a ser distribuida a todos los hogares también con el sistema de mangueras, lo que mejoró en algo la distribución en todos los hogares.

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Pero el paso del tiempo trajo consigo el crecimiento de la población, y con ello el problema de la escasez de agua, especialmente en épocas de verano; entonces el alcalde del municipio, por sugerencia de los habitantes, compró para el pueblo un nuevo manantial, esta vez uno ubicado en la finca del señor Eduardo Bejarano. Este nuevo manantial fue conectado al anterior y vino a solucionar, aunque no definitivamente, el suministro de agua.

Ante la urgente necesidad de solucionar definiti-vamente la escasez del precioso líquido, en el mes de abril de 1997 los usuarios del acueducto decidieron constituirse en una asociación legal e independiente que se ocupara única y exclusivamente del problema del servicio de agua para toda la comunidad. Fue así que se nombró una comisión que se encargó de elaborar los estatutos y gestionar ante la Cámara de Comercio de Honda la constitución legal de la asociación, lo que se logró en el mes de agosto del mismo año.

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Con más esfuerzos que recursos, un pequeño grupo conformado por Miguel Trujillo, Simón Hernández, Zulima Ortiz, Liliana Trujillo, Roumaldo Vera, Marco Antonio Jiménez, Yoleth Vera y Joselín López, lideraron las 120 familias que conformaban la población de La Paz para lograr la solución definitiva de un acueducto que respondiera a las necesidades de sus habitantes.

Entre muchas citaciones, avisos y reuniones, fi-nalmente se fundó la Asociación de usuarios del acueducto colectivo de La Paz -ASUACOP-, lo que ha permitido solucionar un problema que persistía desde el primer asentamiento del pueblo, ocurrido a finales del siglo XIX.

Zulima Ortiz Morera,

nacida en Guaduas en 1956.

Se desempeña como docente

en la Institución Educativa

Miguel Samper, de Guaduas.

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Categoría Adultos Mayores:

Daxy Silva de Torres

Rafael Duque Naranjo

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El agua benditade mi pueblo

Por Daxy Silva de Torres

uentan los abuelos, que hacia 1927, el agua de Guaduas se traía al pueblo utilizando unas cañas que perforaban y limpiaban por dentro para

dejarlas como tubos. La tomaban del nacimiento del río San Francisco, en su parte de la bocatoma, bajaba por canales de guadua y luego se conectaban a estos tubos elaborados con cañas hasta llegar a la Plaza de la Constitución, en donde había una gran pila que aún se conserva hasta nuestros días, debidamente restaurada. La pileta estaba adornada por un gran mono, del que salían varios tubos donde la gente se abastecía de agua de acuerdo a sus necesidades. Era el lugar preciso para ventilar toda clase de comentarios, disgustos, amores y hasta peleas a trompada limpia, y de ese lugar nació el famoso dicho de nuestro pueblo que sigue diciendo así: A quejarse al Mono de la pila.

Para el transporte del agua la gente utilizaba múcu-ras de barro, ollas, barriles, y muchos la cargaban en un palo largo con una vasija en cada extremo. Había mujeres que trabajaban transportando agua para casas grandes de familias que podían pagar; bobos encargados de llevar el agua en burros o a lomo propio.

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Ilustración: LFA

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Además del curioso ajetreo de cargar agua, pelear-se, enamorar, hacer malos comentarios, exagerar e inventarle cuentos a la gente, la actividad de lavar la ropa significaba también una odisea con paseo al río. Había familias que podían pagar el lavado de ropa, y para ello estaban destinadas las mañanas de los días lunes, martes y miércoles. La romería de lavanderas con sus inmensos cestos de ropa hacia el río era impresionante. Cada una se ubicaba en su propio lavadero, que era una piedra grande soportada en cuatro palos cruzados, generalmente construida por cada una de ellas, lo que les daba sentido de pertenencia, pero también lo que les ocasionaba peleas en las que incluso se pegaban creando enemistades perdurables.

Y era a partir del miércoles en la tarde cuando se recibían las demandas producto de las peleas que estallaban entre las lavanderas, peleas que podían ir desde una agresión verbal hasta una física. Un ejemplo de una demanda podría decir: “Señor ispetor, yo demando a esta vieja greñuda porque le vide la intención de pegame, y yo, como soy decente, no le contesté. Solo la demando, paque usté, señor ispetor, la arregle”.

Las lavanderas solían llevarse sus niños consigo, hacían almuerzo en el río, tendían la ropa sobre los prados para asolearla mejor, descansaban, y qué ma-ravilla la frescura y olor a limpio. En nada se parecía

a nuestra moderna lavada, con aromas artificiales que dañan la ropa y con seguridad afectan la piel.

Las orillas de los ríos San Francisco, Guadual y Limonar, fueron escenarios de los sancochos familia-res, el chocolate y el café, e igualmente de los agarrones y escándalos de las lavanderas, y por qué no decirlo, de sus cantares, tonadas, alegrías y camaraderías propias del oficio de lavar en comunidad.

Hacia 1935, más o menos, le llegaron tiempos me-jores al servicio de acueducto, y en las casas antiguas y adineradas se dio inicio a la instalación de tuberías, sin que el Mono de la pila dejara de seguir prestando sus servicios a quienes no podían pagar las instalacio-nes hasta sus casas. Por ese entonces todos desea-ban poder tener agua en sus casas, y algunos lo ha-cían improvisando sus propios acueductos, tomando el agua de las casas que ya la tenían instalada. Para ello utilizaban los canales de guadua, que siempre ha sido nuestra gran compañera; pegaban los canales a la llave y pasaban el agua de una casa a otra. Esto

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causaba muchos problemas porque los dueños del agua abusaban de sus vecinos compradores, y surgían peleas por los daños de los canales o de las vasijas.

Sin embargo, para estas fechas aún se utilizaban los lavaderos de los ríos, y sus consecuentes romerías para lavar la ropa o para bañarse. Mientras tanto, la situación de los precarios acueductos seguía mejorando, y cada día eran más las casas que instalaban sus tuberías, aunque con sistemas imperfectos y costosos, pero el mecanismo se iba ampliando y la población en general veía cercano el día de tener agua en su propia casa.

Hacia 1950 se hacían paseos a los pozos cercanos, como Agua azul, ubicado en la vereda de Paramillo, pozo de aguas reconfortantes que parecían de cristal. Era una verdadera delicia ir a baño con almuerzo incluido junto al pozo, y luego el delicioso chocolate. En el mes de diciembre los paseos eran para buscar el arbolito de navidad y la greda con que se hacían las velitas del 7 en la noche. El Pozo de la Canoa era otra delicia un poco más distante del pueblo. Había que llevar mucha limonada y guarapito, pues hacía mucho calor. El pozo era muy hermoso y los padres tenían que estar muy pendientes de sus hijos porque su profundidad lo hacía peligroso. Los adultos hacían pequeñas hogueras para ahuyentar las serpientes, y así como cuidaban con esmero a los niños, también cuidaban al perro, porque este si se le enfrentaba y toreaba a cualquier serpiente que se asomara por ahí.

¡Qué dolor! ¿Saben? Eso ha cambiado mucho, los po-zos se fueron contaminando y se fueron perdiendo para el baño; las talas constantes acabaron con sus nacimientos, y casi todos son solo un recuerdo lejano de nuestros mayores.

Hay aún en el río San Francisco un pozo cercano; se llama La Moya; es muy bonito y tiene chorros de agua bien fría, pero está contaminado por las polleras y también por el deteriorado orden público, lo que aleja a los bañistas. Pero últimamente esto está cambiando, pues ahora tenemos a la CAR, una entidad que cuida del medio ambiente; y están también los cuidapalos y ambientalistas, y tanto la administración municipal como la departamental, han escuchado el llamado de la comunidad para cumplir con su función de proteger nuestros bosques. Cualquier talador que sea sorprendido haciéndole daño a la naturaleza puede caer fácilmente ante las autoridades si es descubierto y denunciado por algún vecino. Quiero relatar también el recuerdo que tengo de cuando éramos niños e íbamos al Chorro Guabinero, lleno de peces diminutos que

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solíamos pescar por juego. Los llevábamos a casa, los freíamos así, sin más, y jugábamos a comer pasabocas acompañados de plátanos fritos. Ahora me pregunto al ver el Chorro Guabinero completamente acabado, con sus aguas como una masa espesa, si serían pescaditos lo que nos comíamos o si en nuestra ansiedad de niños lo que comíamos eran renacuajos. Lo que sí tengo muy claro, es que eran deliciosos.

En la década del 90 cambiaron en nuestro pue-blo gran parte de la red del acueducto, que se en-contraba en muy mal estado provocando grandes desperdicios de agua. Ahora poseemos una moderna planta de tratamiento, algo deficiente para el número de habitantes, que se ha aumentado mucho en los últimos años. Para solucionar la escasez de agua se han perforado pozos para poder ofrecer agua con calidad a todos los habitantes, pero aún nos hace falta mucho por hacer. Ante todo, se necesita más conciencia ciudadana para medir con lógica el consumo razonable del agua, para preservar nuestras fuentes y ríos, y para tomar conciencia de que el deterioro de la naturaleza es obra nuestra.

El agua es el líquido más preciado para la subsis-tencia de los seres vivos. La tierra misma, sin el ansiado tesoro, no sería nada valedero. El agua genera vida, salud, tranquilidad, calma… nada más saludable que el contacto con el agua. Incluso antes de nacer, el hombre necesita haber estado en la humedad del

vientre materno, y hemos vuelto a descubrir que los mejores partos se pueden dar dentro del agua, y todas las circunstancias nos muestran que sin el agua sería imposible vivir. La fauna y la flora son más bellas a las orillas de los ríos, los coquetos helechos se adhieren a las piedras húmedas con más facilidad, y las pequeñas aves más delicadas, insectos, gusanos, serpientes, ranas y sapos, se muestran saludables y coloridos en la humedad de los pantanos no contaminados.

Las bellezas naturales circundantes de Guaduas, el Salto de Versalles y la piscina municipal, no han perdido su esencia de ser agua corriente, y poseen un hermoso panorama al que solo le falta un mantenimiento adecuado. Con ello soñamos los guadueros que amamos los sitios naturales, el agua fresca y pura, la naturaleza exuberante con su gama de verdes y sus flores sencillas, así como los animales que sus riberas nos ofrecen. Este mensaje de amor a la naturaleza es para nuestros hijos y para nuestros nietos, quienes tienen la gran misión de preservar lo que no se ha perdido y de revivir lo que se pueda rescatar para la naturaleza.

Daxy Silva de Torres,

señora de la tercera edad, nacida

y residente en Guaduas, Cundinamarca.

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Aquí vivían los Burilas, y los españolesles quemaron todo

Por Rafael Duque Naranjo

a historia del municipio de Sevilla, en el nor-oriente del departamento del Valle del Cauca, arranca desde la tribu de los Burilas, sus an-

teriores pobladores, y según las crónicas de la época, la última población indígena al Norte del Valle en las barrancas del río Bugalagrande. Sevilla está situada a 4 grados, 16 minutos de Latitud Norte y 75 grados, 57 minutos de Longitud Oeste del meridiano de Greenwich. Por razones geográficas y culturales su territorio pertenece a la región del eje cafetero del Quindío; aunque administrativa y políticamente, corresponde al Departamento del Valle. Su cabecera municipal tiene 1627 metros sobre el nivel del mar y su clima es templado (18º centígrados).

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9998Ilustración: Rocío Parra

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Los primeros habitantes de estas tierras de Sevilla y Caicedonia pertenecían a la tribu Burila, descendían de los Pijaos y llevaban el nombre de Burila -o Bulira- porque era la denominación que se le daba a la existencia de una fuente salada en la vereda de Cumbarco. Durante la conquista española estas tribus fueron exterminadas por la ambición sangrienta de los conquistadores españoles que buscaban el oro. Hacia 1541, subordinados del Mariscal Jorge Robledo, fueron los primeros en arribar a estas tierras. El Capitán Miguel Muñoz pasó por aquí con su gente; venía procedente de la recién fundada ciudad de Cali y alcanzó a llegar hasta un río al norte de estas tierras donde encontraron, según Fray Pedro Simón, en sus Noticias Historiales, “una vieja de más de cien años tan adornada de oro fino que parecía querer suplir con la hermosura de aquel metal lo que sus años le habían quitado”. Desde entonces aquel río se viene llamando Río La Vieja.

En 1603 incursionó en la región el Capitán Bocanegra, un experto conquistador que reclutó cien hombres en Popayán, Cali y Buga; y desde el río La Paila y con el Capitán Diego de Medina la emprendió contra los Burilas.

Tulio Enrique Tascón nos cuenta en su Historia de Buga que Bocanegra y Medina “quemaron todas las rancherías de los Burilas, cortándoles todos sus

árboles, plátanos, frutas, palos de bija, arrancándoles todas las comidas, raíces y legumbres, sin dejarles ningún género de mantenimiento”.

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Extinguidos los Burilas, hasta el bello nombre de Burila fue robado por una sociedad de latifundistas que el 24 de noviembre de 1884 se constituyó ante el notario de Manizales con el nombre de Compañía Burila, cuyo gerente Daniel Gutiérrez Arango, hace de las suyas y se establece en los llanos de Cuba, paraje situado entre Sevilla y Caicedonia; desde allí la compañía emprende el negocio de la venta de tierras mientras llegaban oleadas de colonos antioqueños estimulados inicialmente por la producción aurífera y después por las extensiones de los baldíos para sembrar cultivos de pan coger y de café sobre los que recaerían las ambiciones de los empresarios de tierras, como los accionistas de Burila, que la emprendieron contra los colonos para despojarlos de sus tierras mediante acciones violentas, contratos leoninos y toda clase de artimañas jurídicas, hasta que, 55 años después, en 1939, un juez de Tuluá dictó auto invalidando los derechos de la oprobiosa sociedad.

Sevilla es un producto de la colonización antioqueña que se inicia desde finales del Siglo XVIII cuando se produce una baja en la producción de oro en Antioquia y las tierras disponibles no son suficientes para satisfacer las necesidades de la población.

Comienza entonces la diáspora paisa a fundar pueblos, así: Titiribí (1775), Sonsón (1797), Abejorral (1808), Aguadas (1814), Salamina (1825), Fredonia (1829), Pacora (1830), Neira (1843), Santa Rosa de Cabal (1844), Concordia (1848), Manizales (1848), El Fresno (1856), El Líbano (1860), Pereira (1863), Valparaíso, Támesis, Bolívar, Jericó, y Jardín (1865), Quinchía (1866), Armenia y Circasia (1889), Montenegro (1892), Sevilla (1903), Tebaida (1905) y Caicedonia (1910).

La Fundación de Sevilla (Valle) La iniciativa fue de Don Juan Manuel Galvis. Enton-ces, sus amigos, Zenón García, Eliseo Muñoz y Jesús Correa, le hicieron saber a Don Heraclio Uribe Uribe la intención de fundar una población que reuniera los escasos colonos pobladores dispersos. Inicialmente la empresa se inició con la apertura de un claro en el Alto de Carangal, sitio que fue aban-donado por falta de aguas. Después Don Zenón y los vecinos encontraron el sitio adecuado donde hoy se

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encuentra el parque de La Concordia y le avisaron a Uribe Uribe, quien con gusto vino y dirigió el trazado de la plaza. El día anterior a la fundación de Sevilla, Don Heraclio Uribe durmió en la casa de Manuel García, situada en las cercanías del actual cementerio católico. Francisco Eladio Hoyos y Francisco Alvarado, fueron a dormir en Totoró, a la casa de los García, y allí die-ron el mensaje a Don Zenón de que al día siguiente los esperaba Don Heraclio para el trazado de la plaza principal.

Tan pronto amaneció se trasladaron hasta donde hoy se encuentra la Iglesia Parroquial, y seleccionado ya el terreno, entre sorbos de aguardiente de con-trabando, Don Heraclio plantó su brújula y dirigió el trazado mientras los demás se encargaban de labrar estacas de madera y zocolar el monte.

Ese día, un domingo 3 de Mayo de 1903, surgió San Luis de Sevilla, gracias a los presentes: Heraclio Uribe Uribe, Zenón García, Emiliano García, Antonio Carmona, Francisco Eladio Hoyos y Francisco Alvarado, quienes convinieron en reunirse cada ocho o quince días con el fin de continuar la labor de desmonte y apertura de calles. Don Heraclio regresó a Paujil, dejándole determinada suma de dinero a Don Zenón para que continuara la labor de descuajar montaña. Si retrocedemos en el tiempo y vislumbramos el paisaje sevillano mucho antes de su fundación, observamos que: Heraclio Uribe Uribe, natural de Fredonia (Antioquia), empezó a explorar las montañas de Sevilla un poco antes de la Guerra Civil de 1885, año en que hizo la primera rocería a orilla del río San Marcos, por donde actualmente cruza el camino que de Sevilla conduce a Ceilán.

En años sucesivos ensanchó su finca El Paujil, nombre alusivo a unas aves hermosas de la región, de color azul tornasolado el macho y amarillo ceniciento la hembra. Luego hizo unas rocerías por los lados de lo que hoy es Cominales, San Antonio, El Canadá, y su otra finca, Los Alpes, donde vivió por algún tiempo.

Don Heraclio, nacido en 1852, tenía 51 años de edad cuando fundó a Sevilla. Hijo de Tomás Uribe Toro y María Luisa Uribe. Su hermano, el general Rafael Uribe Uribe, ya pertenece a la historia de Colombia.

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Don Zenón García era natural de Salamina y se instaló en Totoró con su esposa y sus hijos Zenón,Manuel, Jesús María y Emiliano, y su yerno Antonio Carmona. Emiliano García Osorio, hijo de Don Zenón, había nacido en Pereira en 1877 y murió en Sevilla en 1943. Fue el último de los fundadores que al igual que Don Heraclio alcanzó a disfrutar del reconocimiento y gratitud de su pueblo.

Francisco Eladio Hoyos nació en Manizales en 1875, recorrió la zona más montañosa de La Suiza, abrió caminos y bautizó regiones y riachuelos; a él se le deben los nombres de Aures y La Camelia, en Caicedonia; y el nombre de la quebrada San José, descubierta el día de la fiesta del santo. También fue fundador de Samaria en 1928. Francisco Alvarado aparece establecido con su her-mano Antonio en Palomino.

El Cronista Fundador

Antonio María Gómez, esposo de Margarita Villa y padre de Julio y Horacio Gómez Villa, llegado a principios del siglo, había asistido como colaborador de las fundaciones de Amaime en el Tolima, Armenia y Manzanares. Más adelante y en varias oportunidades

fue Secretario del Corregidor en Pijao y en San Luis (Sevilla). Fue el primer cronista del terruño, nos dejó su Diario, manuscrito en clara y fina caligrafía; allí lo encontramos redactando y suscribiendo el acta de instalación de la primera Junta Pobladora, llevada a efecto el 12 de julio de 1903, donde fue elegido presidente Eliseo Muñoz, vicepresidente, Heliodoro Ceballos y secretario, Antonio María Gómez.

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El 22 de julio de 1903 se observa el alto sentido humanista de Don Heraclio y los primeros pobladores; Don Antonio María anota en su Diario: “Mi familia sigue lo mismo de enferma. Varios vecinos me regalaron cuarenta y cinco pesos y Don Heraclio Uribe tuvo la fineza de mandarme una carta que conservaré con grato recuerdo, más cincuenta pesos”.

El 18 de Octubre de 1903 suspende el Diario y abandona la naciente población; regresa el 19 de Mayo de 1908 y se queda definitivamente para continuar su Diario y manifestar que encuentra: “La población completamente transformada. Donde dejé la selva enmarañada, tupida de guaduales, hoy se ven plazas, manzanas cubiertas de casas y calles bien delineadas. Una gran capilla para concluir; dos escuelas públicas de ambos sexos y lo que es más halagador, la llegada de un sacerdote, D. Lisímaco Lareu, que según se cree, viene a permanecer por mucho tiempo.”

Antonio María muere el 22 de Abril de 1914. Don Carlos Ossa Tobón, a la postre Corregidor, afirma que el pueblo “conmovido y agradecido por los inmensos favores que este filántropo había prestado a la po-blación, lo acompañó hasta su última morada”. Don Carlos Ossa es abuelo del Doctor Carlos Ossa Escobar, Excontralor general de la República; y Don Antonio María es abuelo del doctor Aldemar Gómez Ocampo, abogado, exalcalde de Sevilla e inquieto cultor de la historia sevillana.

Nace el Corregimiento de San Luis Al año y medio de fundado, el 4 de septiembre de 1904, el caserío de San Luis se convirtió en Corregimiento mediante Acuerdo del Concejo de Bugalagrande. Dicho Acuerdo contó con la aprobación de la Gobernación del Estado Soberano del Cauca y fue debidamente registrado en la ciudad de Popayán. Aquí se hace necesario aclarar que cuando se fundó San Luis, estas tierras pertenecían al Cauca Grande, pues aún no había sido creado el departamento del Valle del Cauca, hecho que solo ocurrió en 1910. Ya notificados los vecinos de la creación del Corregimiento, Don Jesús María Correa fue nombrado Comisario de Policía y Don Antonio María Gómez, secretario; quedando así estos convertidos en los primeros funcionarios públicos de la localidad.

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Los Pobladores Jesús María Correa, haciendo también las veces de comunicador de la época, dio a conocer un mensaje redactado por él en el cual se invitaba a los moradores de las vecinas poblaciones para que vinieran a poblar las tierras vírgenes de San Luis, haciendo, además, alabanza meritoria de las mismas. Dicho mensaje produce los deseados efectos y comenzaron a llegar colonos provenientes de toda la hoya del Quindío. Don Carlos Ceballos, hermano de Pompilio, co-merciante y practicante empírico de la medicina, llegó en 1904, y ya eran numerosas las familias que se encontraban radicadas en el corregimiento. Don Carlos es abuelo del controvertido artista, el Topo Ceballos, autor de La Ponzoña y de cuanta hoja contestataria y clandestina que les amargó la vida a todos los personajes del pueblo en la mitad del siglo pasado.

Según Jesús María García, hijo y hermano de fundadores: “Todos los domingos se reunían las gentes en esta pequeña callecita a charlar y tomar aguardiente de contrabando, el cual ya era muy abundante, porque lo traían de los lados de Cuba y hasta de Montenegro, por cargas…” En Noviembre del año de 1904 vino a esta Don Pompilio Ceballos a conocer, y trajo negocio de mercancías, y las tendió en un pequeño limpio que había en la plaza y fue el primer comerciante que vino

a este pueblo. También vino Don Luis Henao y puso una tienda de abarrotes……En 1905 concluyó Don Heraclio una casa en el Alto de la Cruz, que había sido construida por los señores Ezequiel Cortés y sus hermanos, quienes fueron los primeros aserradores y carpinteros que vinieron a estos lugares. A esta casa se trajo su familia que vivía en El Paujil, pero desgraciadamente el día que cambió de residencia le cayó una fiebre a Rita, su hija, y aunque vino el doctor Tomás Uribe, no le valió nada, muriendo a los cinco días de estar enferma. Don Pompilio Ceballos fue el padre del conocido animador radial de La Media Torta de Bogotá: Tocayo Ceballos.

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Por la misma época, 1904, hizo su arribo procedente de Finlandia, Don Rafael Naranjo Cadavid, con su mujer Julia Rosa López y sus hijos Helena, Pastora, Julia, Elisa, Carlos, Jesús María, Aquileo, Alicia y Soledad. Posteriormente nacerían ya en Sevilla: Inés, Leonisa, Delio y Belisa. Don Rafael se ubicó en el Alto de la Cruz para después fundarse en el Alto de Carangal. Don Rafael es abuelo del conocido director de cine Lisandro Duque Naranjo. En 1905 llegó Don Antonio Naranjo, hermano de Don Rafael y esposo de Matilde Hurtado, la Matadora de Tigres, quien según el Diario de Don Antonio María Gómez:

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“En una finca llamada La Selva, en el año de 1910, el señor Antonio Naranjo encontró su pareja con las dotes de mujer que muy contadas le igualan. Es bella, hacendosa, heroína y de corazón sin miedo… A consecuencia del daño que un tigre hacía en la finca de La Selva, que el señor Naranjo está montando de compañía con un señor Jaramillo, puso una trampa de jaula con un marranito adentro para ver si en ella caía la fiera…resultó que el tigre cayó en la trampa, se lamía y relamía de coraje, dando colazos y rugiendo atrozmente mientras el señor Naranjo se había venido para este pueblo a negocios de la empresa y la señora se quedó en la finca en compañía de una hijita y una hermana…Entonces la señora en vez de asustarse, gritar o hacer algún movimiento de cobardía, coge un rifle, lo calza y llevando más pertrecho le dice a la hermana que va a matar el tigre que está en la trampa. Plum. La fiera pataleó y rodó pero la heroína se cebó en el animal y le disparó dos tiros más hasta que lo mató…. Cuando el señor Naranjo vuelve a la finca le cuentan el caso… Una sonrisa es el pago que le da a ella y una caricia es el retorno de ella… El nombre de la heroína es Matilde Hurtado de Naranjo”.

Distribución de Predios Los colonos que llegaron a estas tierras vivieron en parcelas de desmonte y tenían que establecer su sustento con base en una agricultura de subsisten-

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cia de donde se saca la leña suficiente para cocinar los alimentos y para construir sus casas. La base demográfica empieza a subir y se rompe esta economía doméstica para dar paso a la siembra del café con destino a la exportación; y a la búsqueda de un punto de encuentro para fundar una población, donde los colonos puedan ubicar las familias para su educación y crear una élite local que genere movilidad social a través del ejercicio de la política y las relaciones a nivel departamental y nacional. Los primeros pobladores dejaron un amplio lote en la parte sur del marco de la plaza central para construir inicialmente la capilla y luego dar inicio a la construcción de la iglesia en el sitio que hoy se encuentra. También asignaron en el mismo lugar otro lote para un señor Arbeláez; y el de la esquina, donde hoy se encuentra el edificio del banco Davivienda, fue adjudicado a Don Antonio María Gómez. Hacia la parte oriental del marco de la plaza fueron adjudicados tres lotes así: el primero, donde hoy se encuentra la Casa Los Alpes y el Café Vesubio, a Don Virgilio Hoyos.

El segundo, donde hoy se encuentra el edificio de los Juzgados, a Don Emilio Buitrago. El tercer lote de la esquina donde se encuentra la Discoteca Moon Rose, fue cedido a Don Manuel Lozano. Hacia la parte norte de la plaza principal en el lugar que hoy ocupa el Palacio Municipal, el lote fue otorgado a Antonina, una negociante activa de la época.

El lote del centro fue entregado a uno de los fun-dadores: Don Antonio Alvarán o Alvarado; y el de la esquina donde se encuentra el edificio de Mario Granada, a Servando Rincón. Los adjudicatarios de los tres lotes restantes del marco occidental de la plaza fueron Silverio Torres, Jacinto Ramírez y Vicente Sánchez. Consta en el Libro de Registros de la Notaría Primera de Sevilla que hacia el año de 1916, según Escritura No. 74, siendo notario don Benigno Gómez, la Junta Pobladora adjudicaba lotes que tenían una dimensión de 20 metros de frente por 40 de fondo, lo que implica que cada manzana de la naciente población constaba de ocho solares y cada solar con un área de 800 metros cuadrados para ser adjudicados por familia.

Rafael Duque Naranjo

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