Cuento

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Realizado por: Xitlalli Janet Ignacio cruz, Marcelo Smith Villaseca, Víctor Aldrin Navarrete Gómez, ivón Vargas bejarano. Los duendecillos Erase una vez, un hermoso bosque con grandes árboles unos tan altos que tapaban la luz del sol, otros tan pequeños que parecían de juguete. También había un río con agua cristalina donde todos los animalitos y criaturitas calmaban su sed. Había toda clase de plantas; las había verdes y brillantes y de grandes hojas, amarillas y pequeñas, otras eran rojas y despedían un aroma delicioso, como a frutillas; las había azules con morado otras eran de muchos colores; todo en perfecta armonía. En ese bosque habitaba una familia de leñadores, era humilde y numerosa. Vivían en una casa modesta, con solo lo necesario para vivir. Una mesa grande de madera, que el padre había hecho a mano y donde toda la familia se sentaba a comer. Las sillas también eran de madera, tenían hermosos decorados hechos por las hijas; eran expertas en transformar cualquier cosa de madera en la más hermosa pieza de arte. Los hijos eran diestros con las hachas y los cuchillos, sabían convertir cualquier trozo de madera en el más perfecto utensilio, ya fuera un cofrecito para que la madre guardara sus tesoros más preciados o un marco de una puerta fuerte y resistente. La madre también sabía trabajar la madera, pero le gustaba más hacer cosas pequeñas como cucharillas con inscripciones o peinetas para adornar la cabeza de las doncellas. Cada miembro de la familia se especializaba en algo; eran reconocidos por su destreza por lo que sus tallas eran muy cotizadas en los pueblos de los alrededores. ESCUELA NORMAL MANUEL C TELLO Materia: producción de textos escritos. Docente: María Dolores Ramírez Sánchez Alumna: Xitlalli Janet Ignacio cruz 5to semestre, educación primaria.

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Realizado por: Xitlalli Janet Ignacio cruz, Marcelo Smith Villaseca, Víctor Aldrin Navarrete Gómez, ivón Vargas bejarano.

Los duendecillos

Erase una vez, un hermoso bosque con grandes árboles unos tan altos que tapaban la luz del sol, otros tan pequeños que parecían de juguete. También había un río con agua cristalina donde todos los animalitos y criaturitas calmaban su sed. Había toda clase de plantas; las había verdes y brillantes y de grandes hojas, amarillas y pequeñas, otras eran rojas y despedían un aroma delicioso, como a frutillas;

las había azules con morado otras eran de muchos colores; todo en perfecta armonía.

En ese bosque habitaba una familia de leñadores, era humilde y numerosa. Vivían en una casa modesta, con solo lo necesario para vivir. Una mesa grande de madera, que el padre había hecho a mano y donde toda la familia se sentaba a comer. Las sillas también eran de madera, tenían hermosos decorados hechos por las hijas; eran expertas en transformar cualquier cosa de madera en la más hermosa pieza de arte. Los hijos eran diestros con las hachas y los cuchillos, sabían convertir cualquier trozo de madera en el más perfecto utensilio, ya fuera un cofrecito para que la madre guardara sus tesoros más preciados o un marco de una puerta fuerte y resistente. La madre también sabía trabajar la madera, pero le gustaba más hacer cosas pequeñas como cucharillas con inscripciones o peinetas para adornar la cabeza de las doncellas. Cada miembro de la familia se especializaba en algo; eran reconocidos por su destreza por lo que sus tallas eran muy cotizadas en los pueblos de los alrededores.

En el bosque también vivían toda clase de criaturas, animales grandes como venados y ciervos, otros pequeños como conejitos y ratones, medianos como tejones; incluso algunos lobos y osos que se paseaban cerca del río; pero las criaturitas más especiales que vivían ahí eran unos duendecitos, éstos eran pequeños y muy traviesos, extraños a la vista, unos tenían grandes sombreros que terminaban en punta y unos zapatos largos y delgados; otros tenían largas barbas blancas que llegaban hasta el piso y vestían con camisas blancas y chalecos y pantalones de colores café y verdes, que hacía juego con los colores del bosque aunque otros preferían vestir colores tan variados y brillantes como las flores del bosque; y nada los

hacía más felices que hacerles maldades a la gente que visitaba ese bosque y por supuesto

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que la familia de leñeros también eran blanco de sus bromas y travesuras. Dichas travesuras consistían en esconderles las herramientas, las cambiaban de lugar o simplemente les quitaban el filo por lo que luego se oían los gritos del hijo mayor preguntando que quién había tomado su serrucho, el padre gritaba ¡¿quién le quito el filo a mi hacha?!, las hijas llorando porque sus gubias estaban en lo alto del mueble que usaban para guardar la vajilla; en fin, en verdad que esos duendecitos, a veces, los hacían pasar muy malos ratos.

Un día la familia estaba haciendo sus labores diarias y los duendes decidieron ser más arriesgados y aventurarse en una de sus típicas travesuras mientras la familia estaba ocupada, estaban seguros que no los descubrirían: hasta ahora no lo habían hecho así que no se cuidaron mucho de no hacer ruido. Bajaron del árbol en donde estaban, se escurrieron por el borde del pasto, si la familia no hubiera estado tan ocupada habrían escuchado sus risitas mientras se escabullían hacia el cobertizo donde se guardaban las herramientas. Al entrar en el cobertizo, se encontraron con todo tipo de herramientas y después de una pequeña deliberación, se decidieron por secuestrar una cajita con clavos y un martillo. Los tomaron con mucho cuidado para no hacerse daño y comenzaron su huida, llegaron al huequito en la pared por el que habían entrado, sacaron la cajita con clavos y en seguida el martillo; estaban a punto de correr hacia el bosque cuando sintieron una mirada penetrante que lo paralizo en el acto. Miraron a su alrededor, escudriñando todos los rincones y no vieron nada sin embargo, seguían sintiendo que algo o alguien los vigilaba. Uno de ellos miro hacia arriba y ¡ahí estaban! Un par de ojitos curiosos y muy pendientes de cada movimiento que hacían los duendes. ¡Eran los hijos más pequeños que habían visto a los duendes y los habían seguido hasta el cobertizo, habían trepado al árbol y justamente ahí los estaban esperando. Dieron un salto ágil y aterrizaron a un lado de los duendes. Levantando los puños en señal de amenaza comenzaron a decir: ¡¡Así que ustedes son los que han estado haciendo maldades con nuestras herramientas!! Y entonces les gritaron ¡¡dejen eso, ladrones!!!

Los duendes dudaron por un segundo, no sabían qué hacer, disculparse y regresar la cajita con clavos y el martillo o negar todo diciendo que solo iban a limpiarlos o salir corriendo lo más rápido posible. Por supuesto que correr fue lo que decidieron hacer. Soltaron la cajita y el martillo y corrieron como si sus vidas dependieran de ello, cosa que en realidad así era.

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Corrieron rumbo al sendero que llevaba hacia el bosque: el plan era correr y correr y correr y no detenerse hasta llegar a su casa. Ahí podrían recuperarse del susto y reír a carcajadas por lo listos que había sido al escapar. Celebrarían con te de frambuesas recién cosechado y un rico pan tostado cubierto de las exquisita miel que nadie haya probado jamás. Les contarían a los demás duendes como enfrentaron y burlaron a un trío de niños mugrientos y ¡¡¡serían conocidos como héroes!!! Serían famosos y todo el mundo los alabaría y harían fiestas en su honor y los llenarían de regalos.

Justo eso estaban pensado cuando de repente notaron que los niños ya no los seguían, estaban parados a unos cuantos pasos -metros para los duendes- sin decir ni hacer nada, solo los miraban fijamente como esperando algo. Eso alentó a los duendes a detenerse y mirarlos valientemente y decir: ¡Ja! No pueden con nosotros, somos más listos y rápidos, ¡nunca nos atraparan!. Se dieron la media vuelta y comenzaron a correr de nuevo -pero ahora un poco más despacio- y justo cuando

voltearon para asegurarse de que realmente no los seguían desaparecieron.

Los niños observaron toda la acción y su reacción fue de risas y gritos y alboroto. ¡¡Bravo, bravo, bravo!! Gritaba uno; ¡¡¡lo logramos, lo logramos!! Decía otro; ¡¡ahora sí son nuestros, los tenemos!! Decía el último.

Efectivamente, los tenían, en su urgencia por burlarse de los niños, los duendes no notaron que el camino era un poquito diferente del resto, así que corrieron directo a una trampa. Habían caído en un hoyo que los niños habían hecho antes de perseguir a los duendes. Lo que sucedió, es que uno de ellos había visto algo raro que se movía por el pasto, así que con mucho cuidado se fue acercando y vio a los duendes, fue en busca de sus hermanos y les dijo lo que había visto; ya sabiendo que los duendes harían otra maldad: uno de los niños trepo al árbol y vigiló a los duendes mientras los otros dos preparaban la trampa. No era la gran cosa, el hoyo era del tamaño de un plato para sopa, pero era lo suficientemente grande y profundo para que cupieran los duendes y no pudieran salir.

Los niños se acercaron con cuidado al borde de la trampa, se tendieron en el suelo y observaron a los duendes. Lo pobrecitos temblaban del miedo, se abrazaban y lloraban y pedían perdón. Decían que no lo volverían a hacer, que jamás volverían a hacer maldades, ninguno de ellos ni ningún otro duende. Juraban ser buenos y hacer buenas obras.

Prometían que si los dejaban ir, les ayudarían con sus labores, los ayudarían a crear las más hermosas piezas de madera que el hombre haya visto jamás -

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todo el mundo sabe que los duendes, además de ser traviesos, son expertos artesanos capaces de crear las más hermosas cosas nunca antes creadas-, serian buenos maestros y obedecerían todo lo que les dijeran.

Los niños se miraron con una gran incredulidad, se levaron y haciendo grupo, se susurraron -para que los duendes no los oyeran- que qué les parecía la idea: pues yo digo que si, -dijo uno-, podríamos aprender mucho -dijo otro-, pero habría que preguntarle a los demás -dijo el tercero-. Se volvieron a agachar y les dijeron a los duendes que tenían que discutirlo con el resto de la familia, después de todo, las herramientas eran de todos y todos debían participar en el debate.

Entonces, los niños tomaron a los duendes y con mucho cuidado los colocaron dentro de una jaulita que habían hecho con ramas y varitas. Los llevaron con el resto de la familia. Entraron en la casa y se reunieron en la mesa. Al principio todos estaban muy enfadados, decían que por su culpa no habían podido entregar los trabajos a tiempo, que eso les había costado no solo dinero sino también mala reputación. Había gritos y reclamos. Los duendes estaban cada vez más asustados. En eso una de las hijas pidió silencio y dijo: debemos dejarlos ir, ellos no tienen la culpa, son duendes, y los duendes son traviesos, debemos darles otra oportunidad.

Todos se miraron entre sí y después de discutirlo un poco más, acordaron en dejarlos ir a cambio de sus servicios. Los duendes estaban muy agradecidos y prometieron solemnemente no volver a hacer travesuras: ¡Palabra de duende!

Y así fue, los duendes cumplieron su palabra, jamás volvieron a hacer travesuras -al menos no a la familia del bosque-, les enseñaron técnicas para trabajar la madera sólo conocidas por los duendes -no sin antes hacerlos prometer que no revelarían jamás esos secretos, promesa que cumplieron con gran honor-, y al final se hicieron muy buenos amigos, convivieron juntos por muchos años, los duendes eran invitados a las celebraciones y fiestas de cumpleaños y eran tratados como invitados de honor. Los duendes les preparaban ricos tés de frambuesa y el más delicioso pan con miel que hayan probado jamás.

Así pasaron los años y todos vivieron en paz, disfrutando de la compañía de sus amigos los duendes y compartiendo sus secretos y aventuras y una que otra travesura por ahí.

¿Quién? Xitlalli Janet si

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¿Para qué? Entretenimiento

¿A quién? Niños

Género: literatura infantil

Final: feliz

Correcciones de algunas palabras que empiezan en mayúsculas

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