Cuento - María José Elizalde- Bachillerato

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María José Elizalde 3ro. Sociales ¿Todo acabó? No soy fotogénica ni atractiva. Mi mejor amiga es mi vecina, es la única que me aconseja y tiene los ojos tan grandes como los de las ranas. Habla poco, se enoja fácilmente y muchas veces es impaciente conmigo, pero así demostramos nuestro amor. No tengo familia, quizá está en algún lugar de este mundo, pero la verdad no tengo idea dónde y tampoco me interesa en lo absoluto. Vivo en mi casa, que de hecho era la casa de mis padres, pero al parecer desaparecieron, o como me dicen mis voces “te dejaron, hermana”. Vivo sola aquí, con las voces que me conversan a diario. A veces vienen psiquiatras a intentar ayudarme, mis voces me dicen que ellos creen que yo estoy loca y que necesito ayuda, pero yo sé que no, yo estoy muy bien; ignoro a los psiquiatras y ellos huyen asustados. Odio las visitas, prefiero estar sola escuchando lo que me dicen ellas: si debo comer, dormir, cepillarme los dientes… y me exigen que me lave las manos luego de saludar a cualquier idiota que se cruce en mi camino. ¿Quién se cree la gente para juzgarme? Siempre hacen lo mismo, me juzgan por mi manera de ser, por mi manera de vestir y cuando me escuchan hablando sola, me miran mal; mis voces me dicen que debo eliminarlos, pero prefiero no meterme en problemas. No sé qué se creen las personas, ¿acaso se creen perfectos? Pffff, sí claro, apuesto que tienen peores defectos que yo. Odio a la gente, agradezco a las hadas que me hicieron de esta manera, porque me repugnaría la idea de tener que socializar. Agradezco infinitamente a los que hacen la comida que compro, solo a ellos, el resto no vale la pena. Recuerdo una vez que un Testigo de Jehová tocó mi puerta, me llamó mucho la atención porque nadie se atreve a tocar mi puerta (mi mejor amiga tiene la llave). Mis voces me decían que no le abra, pero por alguna razón lo dejé pasar. El joven me miró muy detenidamente con una cara de suspenso al verme vestida con ropa sucia y vieja, despeinada y ojerosa. Me preguntó si creía en Dios y yo solté una carcajada, no recordaba haberme reído alguna vez de esta manera y, la verdad, me sentí bien. El joven no tardó en irse y al cerrar la puerta me sorprendió ver mi cara sonriente reflejada en el vidrio de la ventana. ¡Qué cambio! Corrí a bañarme, a ponerme un vestido azul marino que era de mi madre y un poco de maquillaje. ¡Vaya! Realmente yo podía ser hermosa, pero no aguanté verme así; me quité todo y empecé a llorar y gritar como loca. No tardó en llegar mi mejor amiga con una gran jeringuilla y una enorme aguja que clavó en mi antebrazo y entré en un sueño profundo. Luego de horas desperté y ahí estaba ella, dormida. La desperté para preguntarle qué había hecho, qué me había inyectado y ella me dijo “es tu cura”. ¿Es mi cura? No sé qué quiso decir con eso, pero si es mi cura, ella sabrá; ella es la que me cuida y habla con los médicos. Si esa es mi cura, extrañaré las voces y estar desgreñada. Si esa es mi cura, extrañaré odiar a la gente; si esa es mi cura… Espero curarme.

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María José Elizalde

3ro. Sociales

¿Todo acabó?

No soy fotogénica ni atractiva. Mi mejor amiga es mi vecina, es la única que me aconseja y tiene los ojos tan

grandes como los de las ranas. Habla poco, se enoja fácilmente y muchas veces es impaciente conmigo,

pero así demostramos nuestro amor. No tengo familia, quizá está en algún lugar de este mundo, pero la

verdad no tengo idea dónde y tampoco me interesa en lo absoluto.

Vivo en mi casa, que de hecho era la casa de mis padres, pero al parecer desaparecieron, o como me dicen

mis voces “te dejaron, hermana”. Vivo sola aquí, con las voces que me conversan a diario. A veces vienen

psiquiatras a intentar ayudarme, mis voces me dicen que ellos creen que yo estoy loca y que necesito ayuda,

pero yo sé que no, yo estoy muy bien; ignoro a los psiquiatras y ellos huyen asustados. Odio las visitas,

prefiero estar sola escuchando lo que me dicen ellas: si debo comer, dormir, cepillarme los dientes… y me

exigen que me lave las manos luego de saludar a cualquier idiota que se cruce en mi camino.

¿Quién se cree la gente para juzgarme? Siempre hacen lo mismo, me juzgan por mi manera de ser, por mi

manera de vestir y cuando me escuchan hablando sola, me miran mal; mis voces me dicen que debo

eliminarlos, pero prefiero no meterme en problemas. No sé qué se creen las personas, ¿acaso se creen

perfectos? Pffff, sí claro, apuesto que tienen peores defectos que yo. Odio a la gente, agradezco a las hadas

que me hicieron de esta manera, porque me repugnaría la idea de tener que socializar. Agradezco

infinitamente a los que hacen la comida que compro, solo a ellos, el resto no vale la pena.

Recuerdo una vez que un Testigo de Jehová tocó mi puerta, me llamó mucho la atención porque nadie se

atreve a tocar mi puerta (mi mejor amiga tiene la llave). Mis voces me decían que no le abra, pero por alguna

razón lo dejé pasar. El joven me miró muy detenidamente con una cara de suspenso al verme vestida con

ropa sucia y vieja, despeinada y ojerosa. Me preguntó si creía en Dios y yo solté una carcajada, no recordaba

haberme reído alguna vez de esta manera y, la verdad, me sentí bien. El joven no tardó en irse y al cerrar la

puerta me sorprendió ver mi cara sonriente reflejada en el vidrio de la ventana. ¡Qué cambio! Corrí a

bañarme, a ponerme un vestido azul marino que era de mi madre y un poco de maquillaje. ¡Vaya! Realmente

yo podía ser hermosa, pero no aguanté verme así; me quité todo y empecé a llorar y gritar como loca.

No tardó en llegar mi mejor amiga con una gran jeringuilla y una enorme aguja que clavó en mi antebrazo y

entré en un sueño profundo. Luego de horas desperté y ahí estaba ella, dormida. La desperté para

preguntarle qué había hecho, qué me había inyectado y ella me dijo “es tu cura”. ¿Es mi cura? No sé qué

quiso decir con eso, pero si es mi cura, ella sabrá; ella es la que me cuida y habla con los médicos. Si esa es

mi cura, extrañaré las voces y estar desgreñada. Si esa es mi cura, extrañaré odiar a la gente; si esa es mi

cura… Espero curarme.