Cuestión Criminal 19

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Eugenio Raúl Zaffaroni DECANO DE LA PRENSA NACIONAL 19

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Eugenio Raúl Zaffaroni

DECANO DE LA PRENSA NACIONAL

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Dos miércoles / 6 / junio / 2012

44. El fin de la criminología ne-gacionista: ¿Qué, cómo y dónde?

Vimos que la criminología aca-démica no siempre anduvo porcaminos recomendables; el resul-tado es aún más desalentador en lacriminología mediática. Cabe pre-guntarse si no será posible acer-carse a la realidad o incluso si éstaexiste. ¿Hay algo a lo que aferrarseen la cuestión criminal? ¿Existealgún dato fuerte que nos saque dela confusión? Mi abuela me mi-raría sorprendida y me haría notarque el único dato cierto en lacuestión criminal son los muertos.Y tendría toda la razón: si la únicaverdad es la realidad, en crimi-nología la única realidad son losca d áve res .

Sabemos que los cadáveres nosdicen que están muertos. Pero lacriminología no los escuchó. Em-pecemos, pues, a escuchar a losmuertos donde los hay en masa,que es en los asesinatos cometidospor los estados. Lo cierto es que nisiquiera tenemos precisionesacerca del número de cadáveresproducidos por los estados en elcurso del siglo pasado, porque haymuchas tablas macabras y todasson aproximativas.

La de Wayne Morrison indica: enel Congo (1885-1908): 8.000.000;en Sudáfrica –h e re ros – (1904):80.000; en Armenia (1915-1922):1.500.000; en Ucrania –j u d í os –(1918-1922): entre 100.000 y250.000; en Ucrania –por ham-b re – (1932-1933): su número cau-sa las mayores dificultades de cál-culo (para algunos autores superalos treinta millones); en la UniónSoviética –disidencia política–(1936-1939): 500.000; en Europa–j u d í os – (1933-1945): 6.000.000,más 5.000.000 de gitanos, gays,discapacitados y otros; en Indo-nesia –d i s i d e n tes – (1965):

600.000; en Burundi –h u tu s –(1965-1972): entre 100.000 y300.000; en Bangladesh (1971):2.000.000; en Camboya(1975-1979): 2.000.000; en Timor(1975-2000): 200.000; en Ruan-da –tu ts i s – (1994): 800.000. Aéstos debemos sumar cifras noestimadas de budistas en el Tibet(1950-1959), indios en Guatemala(1965-1992), el pueblo Iho en Ni-geria (1966), religiosos Baha’i enIrán (1980-1994), los kurdos enIrak (1991-1994) y los islámicos enBosnia (1992-1998).

Las cifras contabilizadas porMorrison suman alrededor de se-senta y cinco millones de cadá-veres. Hay otros cálculos más ma-cabros, como el de Rudolph J.Rummel que lo eleva a ciento se-senta y cinco millones, pues in-cluye otros casos, dado que lasmuertes por hambre provocadadistorsionan los cálculos.

Admitiendo que la lista de Rum-mel sea exagerada y la de Morrisonestrecha, podemos calcular que enel siglo pasado los estados pro-dujeron unos cien millones de ca-dáveres fuera de las guerras. Elnúmero de muertos en las guerrastampoco es unánimemente acep-tado, pues varía según la inclusiónde más o menos víctimas no eu-ropeas y de daños colaterales comoel hambre y las pestes, pero locierto es que su número nuncaalcanza al de muertos por ma-sa c res .

Esto significa que más de uno decada cincuenta habitantes del pla-neta fue muerto por los estados enel curso del siglo pasado, sin con-tar los de guerra. Este cálculo del2% de la población mundial ase-sinada fue recientemente ratifi-cado por el profesor de HarvardDaniel Jonah Goldhagen, quientampoco descarta las estimacionesmás altas, que llegan al 4% de la

población mundial. Este cálculopesimista indicaría que casi unhabitante por cada veinticinco fueeliminado por los estados fuera delas situaciones de guerra real.

Manteniéndonos con el másprudente del 2%, no podemos de-jar de alarmarnos por escasa quesea nuestra sensibilidad frente alas matanzas, y no menos alar-mante es que la criminología lohaya ignorado casi por completo yno los registren las estadísticas deh o m i c i d i os .

Siempre los genocidas temierona los cadáveres, por lo que losredujeron a cenizas, los ocultaronen lagos o fosas comunes o losarrojaron desde aviones en vuelo;sin embargo, que la criminologíacomparta ese temor es demasiadofuerte. No podemos seguir hacien-do una criminología que mire defrente sin hacernos cargo de loscadáveres: mi abuela se enojaríamuchísimo. La criminología ne-gacionista llega a su fin. Una cri-minología en serio debe empezarpor escuchar que estos muertosestán muertos.

Para adentrarnos en el tema,recurrimos al camino de las sietepreguntas de oro de la crimina-lística: ¿Qué? ¿Cómo? ¿Dónde?¿Cuándo? ¿Con qué? ¿Por qué?¿Q u i é n ?

Comencemos por las tres pri-meras (¿Qué? ¿Cómo? y ¿Dón-de?).

Para comenzar a recorrer estecamino no nos sirve la definiciónlegal, que en este caso sería la degenocidio del derecho internacio-nal, acuñada a partir de la pro-puesta de Raphael Lemkin y es-tablecida en la fórmula de la Con-vención para la prevención y san-ción del delito de genocidio de lasNaciones Unidas de 1948.

No nos sirve porque fue ela-borada a la medida de las grandes

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potencias al comienzo de la guerrafría y, por ende, no abarca el ani-quilamiento de los grupos políticosporque no le convenía a Stalin, paradejar fuera las matanzas neoco-lonialistas de los europeos y –tam -bién– para evitar que entrasen en ladefinición las bombas de Hiroshimay Nagasaki.

Si bien la consagración inter-nacional del crimen de genocidiologró sacar a luz unos cuantosmillones de cadáveres –lo que fuemuy positivo–, lo cierto es quehubo otros muchos millones máscuyos gritos se intentaron acallaren el curso de las negociaciones.

Como consecuencia de este re-corte microquirúrgico del concep-to, en todas las masacres pos-teriores se plantearon dudas ju-rídicas. Aunque parezca mentira,se dudó si eran genocidios las ma-sacres de los japoneses en China,Corea y otras regiones; de los chi-nos desde que en 1950 ocuparon elTibet (se calculan 500.000 víc-timas); la destrucción de la ciudadde Hama en Siria en 1982; las denuestro Cono Sur americano; losdesplazamientos convertidos enmarchas de la muerte (la de losarmenios, las de la URSS stali-nista, las de Etiopía en el régimende Mengistu Hailé Mariam y lareciente de Darfur hacia Chad); lamasacre de los tutsi en Ruanda (de1.250.000 quedaron reducidos a300.000); la eliminación de2.200.000 personas por el régi-men de Pol-Pot en Camboya; la delos pakistaníes en Balgladesh (ma-taron por lo menos a 1.000.000); yun muy largo etcétera.

Lo curioso es que en casi todosestos casos la indiferencia del res-to del mundo fue la que permitió lamasacre. Veamos en caso de Ruan-da, que tiene una población tutsiminoritaria y Burundi (el país ve-cino) mayoritaria. La mayoría de

los ruandeses son hutus. Los tutsisruandeses fueron privilegiados porlos colonialistas belgas, de modoque cuando Ruanda se indepen-dizó los hutus mataron unos14.000 tutsis y expulsaron mediomillón. En Burundi, por su parte,mataron unos 100.000 hutus ydesplazaron a otros 200.000. Lostutsis expulsados de Ruanda or-ganizaron en Burundi una guerrillaque entró en territorio ruandés. Elgobierno ruandés generó pánico enla población hutu, manipulada porla mujer del presidente, en es-pecial por medio de la Radio Te-levisión Libre de las Mil Colinas(RTLM) que consideraba a los tut-sis subhumanos, llamándolos cu-carachas y serpientes.

Cuando los franceses lograronun acuerdo en que se compro-metían hutus y tutsis a resolversus conflictos mediante un sis-tema con pluralidad de partidos, labanda hutu del presidente Ha-byarimana temió por sus privi-legios y comenzó a preparar fuer-zas paramilitares, hasta que unmisterioso misil derribó el aviónpresidencial y a partir de ese mo-mento se desencadenó la matanzade tutsis, instigada por la men-cionada radio de las Mil Colinas y acargo de cada jefe municipal, eje-cutada por lo general a mache-tazos. No intervino el ejército ni lapolicía, pero tampoco hicieron na-da por impedirlo.

Los homicidios de masa siemprese cometieron y se siguen come-tiendo porque la política de unestado lo decide, su poder punitivolo ejecuta y el resto de los estadoslo mira con indiferencia o com-placencia. Sus condiciones indis-pensables son, pues, la decisiónpolítica interna y el espacio po-lítico internacional. Sin ellas nohay masacre.

En cada masacre no son sólo

responsables los estados que lacometen, sino también los que noactúan, los que omiten y que do-minan la política internacionalp l a n eta r i a .

Por cierto que fue vergonzoso eideológicamente un disparate elapoyo de Carter y Reagan al ré-gimen genocida de Pol-Pot, con talde no reconocer la importancia dela intervención vietnamita. Estambién innegable su apoyo in-condicional al régimen de Suhartoy a la masacre perpetrada por ésteentre 1965 y 1966. A partir de 1975Indonesia se apoderó de TimorOriental iniciando una masacreque sigue hasta el presente, porsupuesto ante el silencio cómplicede todos.

Más atrás en el siglo, lo mismovale respecto del genocidio arme-nio por los turcos en 1915 y 1923.Lo decidió Turquía, pero lo po-sibilitó la indiferencia internacio-nal: a las potencias centrales lesconvenía el silencio, pues aunqueel Imperio Austrohúngaro se habíadisuelto y el Imperio Alemán habíasido reemplazado por la Repúblicade Weimar, los sucesores de estossistemas sabían que sus prede-cesores habían sido aliados com-placientes del Imperio Otomano;Rusia había acordado la paz porseparado y tenía interés sobradoen no tener conflictos con Turquía,con la que celebró en 1920 untratado de amistad y cooperación.En Estados Unidos los republi-canos se desentendieron de Eu-ropa y no ratificaron el Tratado deVersalles. Francia y Gran Bretañase dedicaron a asegurar el resul-tado que hasta entonces habíanobtenido del desmembramientodel viejo Imperio Otomano. Así, losarmenios se quedaron solos.

Hubo muchísimos testigos ca-lificados entre ciudadanos, fun-cionarios y diplomáticos de las

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grandes potencias del momento yalgunos de ellos tuvieron reaccionesmuy valientes, pero sus gobiernos sellamaron al silencio: James Brycecon la colaboración de Arnold Toyn-bee publicó un libro en Gran Bre-taña; el pastor Johannes Lepsiushizo lo mismo en Alemania; el em-bajador estadounidense en el im-perio otomano, Henry Morgenthau,tuvo una actuación destacada en lapublicidad del caso. Pero nadie losesc u c h ó.

En 1939, pocos días antes de lainvasión a Polonia y en un discursodirigido a sus generales, Hitlerpreguntó: Wer redet noch von derVernichtung der Armenier?(¿Quién habla aún del aniquila-miento de los armenios?).

Conforme a la filigrana que re-corta el concepto legal de geno-cidio, tal como lo acabamos deexpresar, tampoco hablarían loscadáveres producto de todos losdesplazamientos forzados de po-blación, incluyendo los de laex-Yugoslavia en la guerra de1991-1995, que comenzó con laindependencia de Croacia y Es-lovenia y terminó con el esta-blecimiento de las fronteras in-ternas y externas de Bosnia.

El argumento se toma de lasjustificaciones de los desplaza-mientos stalinistas: Stalin no seproponía aniquilar a los kulaks ylas purgas de los años treinta,tampoco querían aniquilar a nin-gún grupo étnico ni religioso. En elcaso de la ex-Yugoslavia, los ju-ristas se esfuerzan por distinguirentre la limpieza étnica y el ge-n o c i d i o.

En cuanto a prevención del ge-nocidio, la convención de 1948 fuecasi una manifestación de buenavoluntad, porque las masacres delsiglo pasado han cesado sólo por-que obtuvieron sus objetivos (porejemplo en el caso armenio o in-

donesio), porque intervino algúnestado extranjero (como en Cam-boya y Bangladesh) o porque losmasacradores perdieron una gue-rra (como los nazis).

Como todo esto demuestra quela definición legal de genocidio esproducto de un ejercicio de poder(de una decisión política de cri-minalización primaria) que nopierde su carácter selectivo porprovenir del campo internacional,se nos hace necesario reemplazarlapor un concepto criminológico.

A ese efecto –y siguiendo concorrecciones a Semelin, que es unestudioso del tema– usaremos elmás amplio: el de masacre, en-tendiendo por tal toda práctica dehomicidio de un número consi-derable de personas por parte deagentes de un estado o de un grupoorganizado con control territorial,en forma directa o con clara com-placencia de éstos, llevada a caboen forma conjunta o continuada,fuera de situaciones reales de gue-rra que importen fuerzas más omenos simétricas.

Cabe advertir un riesgo graví-simo al conceptuar las masacres:aunque parezca absurdo, se lastrata de jerarquizar (mi masacrefue peor que la tuya) y esto con-funde muchísimo y hace perder devista los cadáveres. Si se afirmaque los crímenes del stalinismoson tan graves como los del na-zismo, pareciera que hay ciertogrado de condescendencia respec-to de los últimos. Si se afirma quehay crímenes del colonialismo ydel neocolonialismo que son másgraves que los del nazismo y delstalinismo juntos porque mataronmás millones de personas, puedeconcluirse que Europa habría te-nido su merecido.

Estos razonamientos son abe-rrantes y peligrosísimos, porqueencierran gérmenes de mitos de

alto riesgo que pueden habilitarnuevos discursos masacradores,dado que ofrecen elementos paranuevas técnicas de neutralización.Así, podría decirse que se justificala muerte de 600.000 personas porSuharto ante la amenaza comunistaproveniente de la Revolución Cul-tural de la China de Mao; a su vez sepodría justificar la muerte de losdos millones de camboyanos porPol-Pot, ante el temor provocadopor la masacre de Suharto y elsometimiento de la población cam-pesina camboyana; y, el asesinato amachetazos de 800.000 tutsis enRuanda se justificaría por el temor

producido por la muerte de100.000 hutus en Burundi. Esta esla inadmisible consecuencia de lajerarquización de las masacres.

Por un lado, las potencias se pe-lean para hacer que sólo la otra seacriminalizada, pero por otro las víc-timas se pelean para ver quién esmás víctima. En medio quedan unoscuantos millones de cadáveres delos que ni la criminología se acuer-da. Esto debe alertarnos sobre losriesgos de la trampa de la jerar-quización.

Por regla general la cuestión de lajerarquización se plantea frente a laShoah, y a la pregunta acerca de si

fue única o si no se diferencia deotras masacres. En rigor, toda ma-sacre tiene caracteres particulares.Además, toda masacre es únicapara las víctimas. El problema esque si la consideramos sustan-cialmente diferente, estamos a unpaso de estimar que es irrepetibley producto de un camino especial–el Sonderweg alemán de los añostreinta del siglo pasado–. Creemosque considerarla irrepetible esmuy peligroso y atribuirla al Son-derweg es en algún sentido unaforma de negacionismo (no delhecho, pero sí de la responsa-bilidad).

Es indudable que la Shoah per-tenece a los judíos –porque deellos es su justo dolor– sin per-juicio de que se inserte en unprograma de exterminio organi-zado que también masacró a variosmillones de no judíos, respondien-do a motivaciones profanas abo-minables que no pueden pasarsepor alto, so pena de confiar gra-tuita e ingenuamente en la im-posibilidad de su reiteración.

Lo que otorga más particula-ridad a la Shoah es que se cometiócontra europeos y por europeos,liderado por una potencia con-siderada una de las cúspides de lacultura universal (o universaliza-da). La flecha de la historia he-geliana se clavó en pleno corazóndel estado sintético. Los perpe-tradores no fueron asiáticos teo-cráticos, africanos difícilmente re-conocibles como humanos ni la-tinoamericanos degenerados porel mestizaje, sino quienes estabanen la punta misma de la flechahegeliana. Y no vale exaltar na-cionalismos para imputar todo alos alemanes, cuando no puedenegarse la participación del ré-gimen de Vichy, de los otros alia-dos del eje y de los colabora-cionistas de los países ocupados,

que por cierto los hubo y mu-c h os .

Esta es la característica más di-ferencial: la orgullosa civilizaciónno puede negar la masacre in-calificable. Se encubrieron discur-sivamente los peores crímenes delcolonialismo: la criminología, de lamano de la antropología colonia-lista los naturalizó, sostuvo que lasmasacres eran inevitables. Peroésta ya no pudo encubrirla.

La característica de la crimi-nalidad nazista –y la más dolorosay que se niega a asumir la ci-vilización– es que sintetiza –co m onadie lo había hecho– todo lo quehabían inventado otros y lo llevó ala práctica de un modo tan ine-xorable, aplicando la máxima ra-cionalidad funcional moderna enla fabricación de cadáveres (hastael extremo de producir jabón ycinturones y recoger las piezas deoro dentales). Presenta juntas to-das las características que las otrasmasacres suelen ofrecer por se-pa ra d o.

El nazismo careció de la másmínima creatividad, su origina-lidad radicó sólo en su brutal ex-tremismo asesino: el racismo y elreduccionismo biologista eran elparadigma dominante en toda Eu-ropa y en los Estados Unidos; laeugenesia negativa estaba legali-zada en los Estados Unidos desde1907; el odio nacionalista lo habíaalimentado la primera GuerraMundial; la mezcla de todo esohabía sido sostenida por Cham-berlain en el libro de cabecera delKaiser; el culto natural a la leyinexorable del más fuerte era deSpencer; el antisemitismo era eu-ropeo y los reyes católicos habíanexpulsado a los judíos cuatro siglosantes; los otros europeos los es-tigmatizaban como deicidas y co-medores de niños, por lo que loscondenaban a vivir en los ghettos

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y les prohibían el acceso a la pro-piedad inmueble; los gitanos eranperseguidos por toda Europa; laestigmatización y punición de losgays se pierde en los tiempos me-dievales; los franceses antidrey-fusianos avivaron el antisemitis-mo hasta el extremo; el trabajoesclavo hasta el agotamiento y lamuerte se practicaba en todo elcolonialismo; el exterminio se ha-bía practicado con los hereros; lastécnicas de exterminio proveníande la industria.

Nada, el nazismo no inventó ab-solutamente nada, su creatividadfue nula, todo lo recibió de lacivilización, lo único que puso fueuna brutalidad tan incalificableque el lenguaje no alcanza paraseñalarla, incluso apelando a losvocablos más inadecuados para elámbito académico y que me excusode reproducir aquí (en el café loexpresan con mayor claridad).

Esa brutalidad se explica porquecreyó que se ponía a la vanguardiade la civilización, y la vanguardiade la criminalidad no puede sersino una mayor criminalidad. Estoes lo que la civilización plane-tarizada no puede disimular y tra-ta de negar con el Sonderweg, queno es más que otra forma de ne-gacionismo de su responsabili-dad.

4 5. Las masacres y las guerras

Numerosas masacres quisieronconfundirse con guerras. Si bien laguerra también es un crimen (meremito a Juan Bautista Alberdi), laguerra exige que haya dos fuerzasarmadas regulares o irregularespero más o menos simétricas. Sibien a veces hay masacres coe-táneas, decididas y ejecutadasaprovechando la guerra, nada tie-nen que ver con ella misma. Losturcos aprovecharon la primera

guerra para masacrar a los ar-menios, los nazis hicieron lo mis-mo con los judíos, gitanos, gays,disidentes y enfermos. Ni unos niotros eran vencidos, combatienteso prisioneros de guerra, como tam-poco lo era la población civil ja-ponesa de Hiroshima y Nagasaki.

Estas masacres para-bélicas sevieron favorecidas porque desde laprimera guerra (1914-1918), éstadejó de ser protagonizada sólo con-tra ejércitos para pasar a invo-lucrar a la población, apelando a susustanciación como enemigo y co-mo inferior, por lo que los muertosno sólo eran efectos colateralessino que también comenzaron aser producto de represalias sobrela población civil.

Con la guerra total de Ludendorfse sustancializó a los enemigos,que pasaron a ser los franceses, losalemanes, etc., o sea que dejaronde ser individuos para convertirseen una manifestación de esa sus-tancia a la que usualmente se agre-ga algún genitivo excrementicio.

La radicalización sustancialistade la guerra es lo que se trata deprovocar artificialmente fuera dela hipótesis bélica, por lo cual todamasacre se disfraza de guerra, co-mo ya había sucedido con la in-vención de las pretendidas guerrascoloniales, disfrazando como talesa las ocupaciones territoriales po-liciales, de las que las guerrassucias del siglo pasado no seríanmás que una subcategoría rela-tivamente tardía.

Nuestros territorios latinoame-ricanos fueron enormes campos deconcentración y trabajos forzadosbajo control territorial policial delos colonizadores: no hubo gue-rras, no hubo fuerzas enfrentadassimétricamente armadas. Las úni-cas guerras fueron las de inde-pendencia, pero no la conquista.Algo análogo se puede decir del

neocolonialismo, cuando se arrojóEuropa sobre África después delcongreso de Berlín de 1885, comoantes lo había hecho sobre el nortede África, la India y Oceanía (tam-poco hubo guerras, sino ocupacio-nes policiales).

En 1918 el dominio imperial eu-ropeo se extendía a unos 75 mi-llones de Km2 y a unos 600 mi-llones de personas. Desde 1895, añoen que aparecieron las ametralla-doras, se hizo aún más claro que nohubo guerras, pues en la batalla deOmdurman, en Sudán, los britá-nicos masacraron con ellas a losderviches causándoles 11.000 bajascontra sólo 49 propias. Es obvio queesto no puede llamarse guerra.

Las consecuencias de estas ocu-paciones policiales de territoriofueron desastrosas. Entre 1825 y1830 los holandeses mataron unos200.000 habitantes en Java, losportugueses unos 100.000 en Mo-zambique y los alemanes 145.000en África oriental. Argelia redujo un15% su población entre 1830 y1870; en toda el África francesa lapoblación descendió entre un tercioy la mitad; en el Congo belga en uncincuenta por ciento (10.000.000);en el Sudán inglés pasó de 3 a 9millones; y, algo análogo pasó enO cea n í a .

La carestía cerealera provocadapor el mercado libre sumada a lasequía provocó más de treinta mi-llones de muertes en el SudesteAsiático, la India y África entre1870 y 1890. El 2 de octubre de1904 el Imperio Alemán declaróque los hereros del África sudoc-cidental dejaban de ser ciudadanosalemanes –igual que treinta añosmás tarde hizo con los judíos– yentre esa fecha y 1906 fueron ex-te r m i n a d os .

Hanna Arendt dijo con razón quelos europeos practicaron sus bru-tales métodos colonialistas y aca-

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baron trasladándolos al propio co-razón europeo, pero –quizá porquedarse tomando el té con Hei-deg ger– llegó tarde al cine: anteslos romanos lo habían practicadosobre casi toda Europa, los cas-tellanos habían colonizado a losislámicos del sur (aunque hablande reconquista) y habían expulsadoa los judíos, etc.

Si nos instalamos en el cine antesque Hanna y miramos la películacompleta, veremos que existe unasuerte de pulsión masacradora quese extendió por Europa, que luegoésta expulsó hacia otras sociedadesindefensas a las que sometió a sucontrol y explotación policial y quea la larga rebotó y volvió a suterritorio. Esto indicaría que latendencia a expandirse, someter yhegemonizar a costa de masacresestatales forma parte de la civi-lización que Europa planetarizó.

Tan es esto cierto que la pla-netarización masacradora siguiófuncionando entre nosotros des-pués de nuestras independencias:las masacres de pueblos originariostambién fueron practicadas por go-biernos patrios, como la llamadacampaña al desierto argentina, lacontención de las movilizacionesdel Altiplano contra la tentativa dereposición de un Wilka alrededorde 1900, Canudos en el nordestedel Brasil, quizá incluso nuestrasinsensatas guerras civiles y contravecinos, etc.

Esta herencia europea se con-cretó más cercanamente en formade autocolonialismo. Tal vez por suproximidad no hemos percibido suverdadera naturaleza, pues en al-guna medida hemos asimilado alcolonizador, demasiado parecido ycercano a nosotros. La expresiónautocolonialismo no debe descar-tarse por el hecho de que hayahabido una clara injerencia de in-tereses foráneos en su estableci-

miento, porque si bien esto esincuestionable, sin los condicio-namientos endógenos favorables elfenómeno no hubiese sido posi-b l e.

Cuando Francia luchaba pormantener su poder colonial sobreIndochina primero, y sobre Argeliamás tarde, se encontró con quedebía luchar contra pueblos, puesla mayor parte de la población lesprestaba un considerable apoyo y,en particular, los ocultaba al per-mitir que se mimetizasen conella.

En esas circunstancias los mi-litares franceses inventaron la te-sis de que no se trataba de unaguerra clásica, sino de combatien-tes irregulares que no respetabanlas leyes de la guerra y, por ende,ellos se consideraban liberados dela obligación de respetarlas, asícomo habilitados para sembrar elterror en la población y detectar alos combatientes valiéndose decualquier medio, en particular dela tortura, la toma y ejecución derehenes, las ejecuciones sin pro-ceso, la desaparición forzada depersonas, etc., lo que mereció ladurísima crítica de Jean-Paul Sar-tre en el famoso prólogo a FranzFa n o n .

A tal efecto calentaron la guerrafría alucinando una guerra entreoriente y occidente de la cual sugenocidio colonialista no era másque una batalla. Dejando de ladoque Marx era bien occidental –loque para los teóricos de la guerrafría no pasaba de ser un detallemenor–, en esa guerra sucia, comoera guerra, no cabía apelar al de-recho penal, pero como era suciatampoco correspondía respetar lasleyes de guerra, reservadas para laslimpias, por lo cual las dejaban enun limbo de no derecho.

La más completa síntesis de estallamada doctrina fue expuesta por

Carl Schmitt, el viejo teórico na-zista del estado absoluto, que laenunció en la España franquistamientras Francia juzgaba al ge-neral Raoul Salan, jefe de la OAS,organización terrorista de extremaderecha colonialista que había in-tentado varias veces dar muerte aCharles De Gaulle, por conside-rarlo un traidor a su causa.

Esta versión del colonialismofue difundida desde la Escuela delas Américas en Panamá. Desde allíenvenenaron la mente de nuestraoficialidad militar, divulgando es-tas atrocidades con el nombre dedoctrina de la seguridad nacional.

En el Cono Sur, tomando comopretexto la violencia política, losgobiernos antipáticos a los ada-lides del occidente cristiano y li-beral estructuraron fuerzas arma-das que se rodearon de los ideó-logos de los movimientos de re-gresión de la ciudadanía real (enotros casos las masacres no pro-vinieron de las fuerzas armadassino de la policía), verdaderos de-fensores de los privilegios lesio-nados por los movimientos po-pulistas de ampliación de ciuda-danía real, que les ayudaron aalucinar una guerra y se degra-daron a fuerzas policiales de ocu-pación del propio territorio, apli-cando todas las técnicas del co-lonialismo francés contra sus pro-pias poblaciones.

El resultado fueron las masacresde los años setenta del siglo pa-sado, con miles de muertos, tor-turados, presos, exiliados y de-saparecidos, y una notoria regre-sión de la ciudadanía real, des-tructora de los proyectos de es-tados de bienestar.

Equipo de trabajo:Romina Zárate, Alejandro Slokar, MatíasBailone y Jorge Vicente Paladines

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