Cultura, Patrimonio, Preservación

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Alteridades ISSN: 0188-7017 [email protected] Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa México Ribeiro Durham, Eunice Cultura, patrimonio, preservación Alteridades, vol. 8, núm. 16, julio-diciembre, 1998, pp. 131-136 Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa Distrito Federal, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=74781611 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Alteridades

ISSN: 0188-7017

[email protected]

Universidad Autónoma Metropolitana Unidad

Iztapalapa

México

Ribeiro Durham, Eunice

Cultura, patrimonio, preservación

Alteridades, vol. 8, núm. 16, julio-diciembre, 1998, pp. 131-136

Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa

Distrito Federal, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=74781611

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ALTERIDADES, 19988 (16): Págs. 131-136

Cultura, patrimonio, preservación

EUNICE RIBEIRO DURHAM *

* Profesora de antropología de la Universidad de Sao Paulo (USP), miembro del CONDEHAAT.** El trabajo que aquí se presenta reproduce la intervención de la autora en el seminario “Cultura y patrimonio cultural”, por

lo que se incluyen en él intervenciones del público.

Cuando comencé mi vida académica y tuve que vencerel miedo a hablar frente a los alumnos, fui a buscar ami profesor de antropología para pedirle orientaciónsobre cómo planear una clase. “No tenga miedo dedecir lo obvio —me dijo él— comience con lo que ustedcree que todo el mundo ya sabe, así se pueden aclararmuchas cosas”. Siguiendo este consejo comenzaré porlo obvio.**

Como el tema que nos convoca es cultura y pa-trimonio cultural, el punto de partida puede ser lanoción misma de cultura, tal como se presenta en elsentido común. Siendo el CONDEPHAAT un órgano quepretende formular una política cultural, el conocimientodel sentido común constituye un elemento importan-te para una actuación que se proponga llegar a un pú-blico lo más amplio posible, pues es reconociendo elsentido común como podremos establecer una comu-nicación con la población.

Esto es relativamente fácil una vez que el sentidocomún no está presente tan sólo en los otros, en elpúblico externo; todos nosotros poseemos una ciertadosis de él, que adquirimos con nuestra vivencia social.Podemos comenzar por lo tanto con nuestro propio co-nocimiento de lo que sea la cultura en su acepcióncultural. Me gustaría que alguno de ustedes presenta-ra una definición de cultura de acuerdo con el sentidocomún.

Del público: La cultura, al nivel de la población, secoloca como algo intangible o muy por encima de lo

común y se refiere principalmente a las artes plás-ticas, a la pintura, a la música, al cine. Creo que, enla acepción realmente del sentido común, la culturase identifica con esas formas de representación.

Esa definición es bastante adecuada y contiene al-gunos elementos muy importantes que conviene ana-lizar. En primer lugar, hay en ella claramente unapostura elitista: la cultura es un producto superior,que exige cualidades superiores para poderse disfrutar.Pero en esa concepción elitista la cultura posee dos di-mensiones: una se refiere a la naturaleza misma delbien natural, en la medida que incorpora ciertas ca-racterísticas “espirituales”, concebida como de un ordenmás elevado; y la otra tiene relación con una capacidadespecial, restringida a ciertas personas, para disfru-tar de esos bienes. “Tener cultura”, por lo tanto, en elsentido común significa poseer un cierto conjunto deconocimientos o información que no se utiliza en lo co-tidiano de las personas comunes, y al mismo tiempo,estar dotado de una capacidad especial para apreciary usar ese patrimonio. Además, la cultura concebidade esa forma tiende a ser altamente valorada. No sola-mente los intelectuales valorizan la cultura. El puebloen general demuestra un cierto respeto y admiraciónpor las personas consideradas cultas, aunque esa ac-titud esté un tanto cargada de ambigüedad. Los inves-tigadores que trabajan con las clases populares tienenuna experiencia muy clara de esa realidad. La actituden relación con el propio investigador, normalmente

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reconocido como persona culta o instruida, por unlado acostumbra estar marcada con un cierto respetoy admiración por el reconocimiento de que él es su-puestamente portador; pero por otro hay una ciertadesconfianza o hasta hostilidad, como si la posesiónde ese saber volviera a la persona incapaz de entenderlos problemas comunes e importantes de la vida coti-diana. Permanece entonces una idea básica, la de quelas personas se dividen entre “las que saben” y “lasque no saben”, “las que tienen cultura” y “las que nola poseen”.

Del público: ¿Quiere decir que la propia política dela Secretaría se basa en este concepto?

Creo que sí. Además, como la Secretaría suele estarpoblada exactamente por personas que se incluyenentre aquellas que “tienen cultura”, tienden a consi-derarse capaces, por sí solas, de definir lo que debe ono ser objeto de una política cultural, y en el caso deCONDEPHAAT lo que debe o no debe ser incluido en elpatrimonio cultural.

Volviendo a los elementos básicos de la noción decultura en el sentido común, podemos concluir queella engloba diferentes aspectos. En primer lugar lavalorización de la cultura, que por eso mismo debepreservarse; en eso tenemos un puente entre el interésde CONDEPHAAT y los intereses de la población que puedelegitimar una política cultural. En segundo lugar esimportante reconocer la multiplicidad de referenciasdel término “cultura”, que engloba simultáneamenteobjetos y capacidades. Ese segundo aspecto es impor-tante porque constituye la base sobre la cual la antro-pología reformuló la noción presente en el sentidocomún, creando un nuevo concepto. La reformulaciónbásica constituyó la “deselitización”, que fue un mo-vimiento de definición que retiró del concepto esaconnotación de un saber especial superior producidopor ciertas personas, restringido a determinadas clasessociales. Todos los aspectos asociados a la noción decultura del sentido común permanecen en el concep-to antropológico pero fueron aplicados a todas lasproducciones humanas y a todos los comportamien-tos humanos.

Volviendo una vez más a la noción común de cul-tura, si indagamos en qué consiste el carácter particu-larmente “elevado” o “superior” atribuido a los bienesculturales, podríamos tal vez concluir que reside en elreconocimiento de una excelencia técnica, una riquezaformal o una complejidad simbólica de esos produc-tos que impregna a su producción y a su consumo. Loque el concepto antropológico de cultura presupone esexactamente que esas cualidades estén presentes en

todo comportamiento social humano: en el tratamientoceremonioso de las recepciones oficiales y en la etiquetaque reglamenta la relación del obrero con el patrón, enla pintura de un cuadro así como en la preparación deun pastel, en el entendimiento de un libro de geogra-fía como en la capacidad de movilizarse a través de laciudad.

Para clasificar todas esas acciones como igualmenteculturales, la antropología parte de una oposición bá-sica entre naturaleza y cultura. La idea central de con-cepto antropológico de cultura es la de que los hombresson animales de un tipo muy especial cuya particula-ridad deriva del hecho de poseer muy pocas orienta-ciones intrínsecas genéticamente transmitidas paraorganizar su comportamiento. No poseyendo esas orien-taciones genéticas, organizan su conducta colectiva através de sistemas simbólicos que crean y transmitenbajo la forma de reglas. Se produce, así, una forma es-pecífica de adaptación y utilización del ambiente queinvolucra tanto la producción de conocimientos comola de técnicas; esto es, comportamientos estandariza-dos que son aprendidos y transformados por cada ge-neración.

En este sentido, todo comportamiento humano es“artificial” y no “natural”. El hombre es un animal queconstruye a través de sistemas simbólicos un ambienteartificial en el cual vive, y el cual transforma continua-mente. La cultura es propiamente el movimiento decreación, transmisión y reformulación de ese ambienteartificial.

Hay un cierto aspecto “democrático” en ese conceptoantropológico, la presuposición de una inmensa capa-cidad de aprendizaje y creación, que es general a todoslos individuos de la especie. El lenguaje proporciona lademostración más clara de esta perspectiva antro-pológica; la lengua es, en efecto, una creación culturalextremadamente rica y compleja. A pesar de eso, todoslos hombres normales aprenden a hablar y son en esesentido plenamente “cultos”. La idea es la de que si soncapaces de aprender algo tan complejo como la lengua,son plenamente aptos para manipular sistemas sim-bólicos complejos y adquirir cualquier produccióncultural.

El reconocimiento de la importancia de la dimensiónsimbólica en el comportamiento humano permite reco-locar ciertos aspectos que habíamos encontrado en lanoción del sentido común e implica la existencia demúltiples referencias en el concepto de cultura. Unade ellas remite, básicamente, a los productos de la ac-tividad humana y se refiere más directamente a laproducción material: pinturas, monumentos, objetos.Pero hay también el reconocimiento de una produc-ción específicamente simbólica que resulta de la mani-

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pulación del lenguaje: obras literarias, teorías cientí-ficas, sistemas religiosos, códigos jurídicos. Esa nociónde una producción simbólica es fundamental, pues nospermite llegar al problema central de la concepción decultura, que es la cuestión de la significación.

Visto el problema desde el ángulo de la significación,la distinción entre producción material y producciónsimbólica se desvanece. Es fácilmente perceptible quelos bienes materiales traen consigo una carga simbóli-ca, y es exactamente la riqueza de esa carga la que pa-rece caracterizar a los productos privilegiados de lacultura en el sentido popular.

Esa primera noción de cultura enfatiza la obraproducida por la acción humana, y en la obra (tantomaterial como no material) privilegia la dimensiónsimbólica. Así, una obra de arte y por extensión todoproducto material es simultáneamente el sustrato ma-terial en el cual se realiza y la significación que cristali-za y expresa.

Hay, mientras tanto, otro aspecto que quiero en-fatizar en el concepto de cultura. Aun en el sentidocomún, la noción de cultura se relaciona no sólo conlas obras sino también con una cierta capacidad hu-mana de producirlas y disfrutarlas. Cuando se diceque una persona es culta queremos decir simultánea-mente que posee cierto tipo de informaciones y que escapaz de usarlas. Una persona culta es aquella queva a un concierto y siente placer al oír una sinfonía.No se trata por lo tanto de un concepto pasivo, pues nonos habla simplemente de las obras sino también delas acciones. En la antropología hubo desde el ini-cio una preocupación por ese aspecto dinámico de lacultura que se incorpora a los estudios de las cos-tumbres.

La idea de costumbres es un poco diferente de laidea de producto simbólico. No se trata tan sólo delproducto de la acción humana sino de la propia na-turaleza de esa acción. Una acción estandarizada yorganizada por las reglas, codificada simbólicamentey, como los bienes culturales, cargada de significación.

Es esa dimensión del concepto de cultura la quecreo que es fundamental: la que toma por referenciabásica la regularidad y el significado del comporta-miento creados por la manipulación de sistemas sim-bólicos.

Pensando la cultura desde esta perspectiva podemoscompararla con la noción de trabajo existente en lateoría marxista. Cuando Marx se refiere al trabajo setrata de la producción material propiamente dicha.Pero podemos pensar en la producción simbólica demodo análogo. Hay por ejemplo un aspecto importan-te en el trabajo que es su carácter acumulativo: através del trabajo los hombres no sólo establecen una

relación momentánea con la naturaleza extrayendo deella objetos de uso para ser consumidos inmediata-mente sino que producen también instrumentos detrabajo, conocimientos y técnicas y habilidades cor-porales adquiridas, que constituyen los medios deproducción y permiten una producción más elevada.La cultura es también así: una vez creada, constituyenuevas bases para creaciones posteriores. Pero hayotro elemento importante en la noción de trabajo y es-pecialmente en la de medios de producción: la de queel producto contiene un trabajo muerto que puede serretomado y vivificado por un nuevo trabajo que seejerce sobre él. Tomemos como ejemplo un bolígrafo:es producto de un trabajo; guardado en el cajón o enla tienda, el trabajo que contiene está, por así decirlo,muerto, pero usado para escribir un artículo, valori-zado con ese nuevo trabajo, gana vida y pasa a ser uninstrumento de producción. Podemos pensar la cultura,inclusive la producción simbólica, en términos seme-jantes. Los productos simbólicos también poseen unacierta exterioridad una vez producidos, pero si no seutiliza el trabajo de creación que contienen de ciertaforma están muertos. Así pasa, por ejemplo, con unartículo que no se publicó y que nadie lee, pero quecuando es publicado, leído, discutido, contestado—esto es, capitalizado con un nuevo trabajo cultural—,se convierte en parte integrante de la cultura. La ideabásica que estamos queriendo transmitir es la de quela cultura no se refiere tanto a los productos sino a suuso. Debemos pensar a la cultura como un proceso através del cual los hombres, para poder actuar en so-ciedad, tienen que producir y utilizar constantementebienes culturales; esa es la única forma por la cualpueden organizar la vida colectiva.

La célebre teoría de Mendel sobre la herencia es unbuen ejemplo de lo que estoy queriendo decir. Comotodos saben, Mendel elaboró esa teoría, misma que fueignorada por mucho tiempo, estaba, por llamrlo dealgún modo, muerta. Existía, estaba allí, estaba escritapero en realidad estaba muerta porque nadie la cono-cía y nadie la usaba. En el momento en que fue redes-cubierta y utilizada, cuando las personas comenzarona realizar experiencias genéticas y a interpretar elmundo en función de esa teoría, fue incorporándosey comenzó a ser un elemento de la cultura viva, uninstrumento de actuación del hombre sobre el mundo,un instrumento de relación de los hombres entre sí yhasta un bien de consumo. Tengo la impresión de quehay ciertas personas que tienen un placer estético alentender la teoría de Mendel, aunque no la utilicen demodo práctico.

Esa noción de cultura como una cosa que es cons-tantemente recreada y reutilizada, instrumento básico

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de toda la acción humana, nos da una perspectiva queme parece muy rica si no es interpretada de un mododemasiado utilitario.

La cultura es una elaboración humana que no sólosatisface las necesidades materiales sino tambiénotras. Quiero decir, más bien, que mucho de lo que lla-mamos cultura no tiene ninguna utilidad práctica yeso en todos los pueblos de la tierra. Buena parte deellos pasa una gran cantidad de tiempo produciendoobjetos económicamente inútiles pero estéticamentesatisfactorios, que son instrumentos para el estable-cimiento de relaciones entre las personas. Tomemoscomo ejemplo la pintura corporal. Hay pueblos indí-genas en Brasil donde las personas pasan muchotiempo pintando elaborados diseños en el rostro y enel cuerpo para embellecerse. Las personas dedicanmucho tiempo a eso y la pintura desaparece despuésde dos o tres baños. Obviamente no hay ninguna utili-dad práctica en este tipo de pintura, que por lo demásno sólo es fuente de placer estético sino instrumentode relaciones sociales: las personas se admiran mu-tuamente y rivalizan unas con otras. Pintar a un hijoo pintar al marido o a una amiga puede ser demostra-ción de afecto, usar uno u otro diseño puede identificaral portador como miembro de un clan o indicar su po-sición en la jerarquía social, la pintura puede inclusivetener significados rituales importantes. De aspectosaparentemente inútiles, de “niñerías”, las culturasestán llenas. Pensemos por ejemplo en el hábito tancomún en nuestra sociedad de adornar los pasteles,especialmente los de bodas y los de cumpleaños. Unaenorme cantidad de trabajo se invierte en esta pro-ducción que se destruye rápidamente en el consumo.En esas cosas reside parte del placer de la existen-cia, porque ellas hablan mucho de las personas a losdemás. Es verdad que las personas se preocupan, ymucho, en garantizar sus necesidades básicas de su-pervivencia. Pero aun ésas, siempre que es posible,son objeto de una elaboración “superflua”.

Veamos un ejemplo más. Los trobriand estudiadospor Malinowski son un pueblo agrícola de Melanesiaque posee extensos terrenos de labranzas muy biencuidados. Uno de los productos básicos de su alimen-tación es el iñame, cuya producción consume muchode su esfuerzo productivo. Se podría pensar que unavez terminada la cosecha las personas obtendrían sa-tisfacción simplemente al almacenar los iñames parasu consumo, pero no es así como proceden. Recolec-tados los iñames se limpian cuidadosamente, operaciónque incluye, inclusive, raspar o “rasurar” los filamen-tos de los tubérculos. Después se acomodan en grandespirámides, cuidadosamente construidas en orden de-creciente de tamaño, con los iñames más bonitos en la

parte exterior donde se pueden admirar más fácilmen-te. Una especie de cubierta se instala para proteger laspirámides y el resultado de todo este esfuerzo es objetode muchas visitas y comentarios. Después de algunosdías la pirámide se desmonta y buena parte de ella setransporta con mucha pompa y circunstancia a lacasa de la hermana del agricultor, donde nuevamentese construye, se exhibe y se le admira. Finalmente, losiñames se almacenan en grandes graneros que circun-dan la plaza central de la aldea, los cuales son elabo-radas construcciones en troncos superpuestos a travésde cuyas hendiduras continúan visibles los tubérculosmayores y más bonitos. De ese modo, la produccióndel alimento no es tan sólo un instrumento de satisfac-ción de una necesidad elemental sino también un vehícu-lo de relaciones sociales y de elaboraciones estéticas.

Mucho de eso ocurre en nuestra cultura, donde laexhibición de gran cantidad de alimentos ricamenteadornados y elaboradamente preparados constituye laverdadera alma de la mayoría de nuestras fiestas.

Los ejemplos sirven para mostrar que no podemosentender la cultura de una forma sumamente utilita-ria, sino que debemos siempre considerar que inclusivelos bienes materiales más útiles están inmersos enuna espesa capa de relaciones sociales, elaboracionesestéticas y formas rituales de la cual sacan mucho desu significado.

Retomando la noción de cultura como una acciónsignificante que depende de la manipulación de uninstrumental simbólico, podemos tratar de aplicarla ala noción de patrimonio cultural. En esa perspectivadebemos tratar de definir el patrimonio en función delsignificado que posee para la población, reconociendoque el elemento básico en la percepción del significa-do de un bien cultural reside en el uso que de él se hagapor parte de la sociedad. Debemos concebir al patri-monio cultural como cristalizaciones de un “trabajadormuerto” que se vuelven importantes exactamente enla medida en que se invierte en ellas un nuevo “trabajocultural”, a través del cual ese bien adquiere nuevosusos y nuevas significaciones. Esta es una de las ca-racterísticas de su proceso de construcción cultural,que reside exactamente en el hecho de que entre mayorsea la carga simbólica otorgada en el pasado a un biencultural, tanto más ricas serán las posibilidades desu utilización futura. De ese modo, podemos conce-bir que haya ciertos bienes privilegiados en virtud delos significados que acumularon durante su histo-ria, los cuales merecen un esfuerzo especial en el sen-tido de preservarlos y colocarlos a la disposición de lapoblación para usos futuros.

Si es relativamente fácil presentar la cuestión entérminos generales, el problema inmediatamente se

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complica cuando somos llevados a reflexionar sobre laconstitución del patrimonio en nuestra sociedad. Esaquí que debemos reintroducir un problema ya pre-sente en el inicio de esta reflexión y que tiene que vercon el carácter elitista del concepto de patrimonio cul-tural (como el de cultura, en el sentido común). Cuandose trabaja con un pueblo primitivo ese problema no sepresenta, porque la sociedad es homogénea y (por lomenos relativamente) igualitaria: todas las personassaben las mismas cosas, utilizan las mismas técnicas,manipulan los símbolos y tienen acceso igual a losrecursos materiales y espirituales de la cultura que es,plenamente, un patrimonio colectivo a disposición detodos. En una sociedad diferenciada como la nuestrala cuestión se presenta de otro modo. La cultura to-davía es, esencialmente, un patrimonio colectivo, pro-ducido por el conjunto de la sociedad. Pero el accesode grupos y clases sociales a ese patrimonio es dife-rencial, así como es diferente la contribución de losdiversos segmentos a la construcción de esa obra co-lectiva. En cierto modo eso es inevitable, dado que ladivisión social del trabajo ha producido una riqueza y

una complejidad tales en la producción cultural, quees imposible que cualquier individuo o grupo la abar-que en su totalidad. En una sociedad diferenciada, lasdiversas formas de trabajo, las diferencias regionales,la conjunción de etnias y tradiciones históricas con-tribuyen a aumentar la heterogeneidad que la divisióndel trabajo social constantemente produce. En el mismoproceso de formación nacional, grupos y clases se adue-ñan de elementos culturales diferenciales que con fre-cuencia se utilizan como instrumentos de identifica-ción colectiva en oposición a otros segmentos. Esas di-ferencias culturales a menudo son muy valoradas porlos grupos en relación unos con otros, e implican eldesarrollo de patrones estéticos y morales propios.

Sería entonces una ingenuidad imaginar que esefenómeno sea totalmente recíproco. El hecho de quelas relaciones sociales estén permeadas por el podersignifica que ciertos grupos logren, hasta cierto punto,imponer sus gustos y patrones, decidir lo que es mejorpara los otros o, inversamente, impedir a segmentosdominados tener acceso a bienes culturales altamenteprivilegiados. En cierto modo, las clases dominantesdirigen la producción material y cultural colectiva dela cual se adueñan privilegiadamente. Eso quiere decirque los bienes culturales a disposición de los sectoresdominantes son no solamente diferentes, sino con fre-cuencia mejores y más elaborados que los que estána disposición de los demás. Retomamos aquí aquellanoción de cultura propia del sentido común que im-plica “refinamiento”. Es necesaria una cierta cantidadde ocio y de recursos económicos para poseer y utili-zar una obra que demande mucho trabajo y un trabajode calidad superior. Y, efectivamente, existen produc-tos que son superiores en función de la calidad y de lacantidad de trabajo que en ellos se ha invertido. Esmuy diferente hacer una casa contando con mano deobra especializada, arquitectos, ingenieros y vastosrecursos materiales, que tener que construir una casaen la favela1 sin ninguno de esos elementos. Las per-sonas pueden ser muy creativas al hacer una casa enla favela, pero los recursos que manipulan son pobres.Hay que tener una inmensa dosis adicional de crea-tividad y de trabajo para producir alguna cosa que seaproxime a una solución técnicamente adecuada alproblema de la vivienda. Eso vale también para el con-junto de las obras culturales. Para disfrutar de esa obraes necesario haber tenido un entrenamiento específico,una educación adecuada, disponer de cierto ocio y derecursos económicos adecuados. Por eso, las diferen-cias de clase no son cualitativamente equivalentes.El componente elitista de la noción de cultura en el

1 Especie de barrios de lata en Brasil.

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sentido común también tiene una base de verdad enla medida en que las clases dominantes son privilegia-das en el sentido de que poseen los recursos, el tiempo,el ocio y el entrenamiento necesarios para poder apro-piarse de los bienes culturales más elaborados.

Las clases populares se ven privadas de esos recur-sos y tienen con frecuencia que producir ellas mismaslos bienes culturales para su consumo, de un modomucho más difícil, mucho más empobrecido y menosacumulativo. La producción cultural de las clasespobres no se archiva y por lo tanto, una vez producida,puede perderse rápidamente. La memoria popular esuna memoria corta, precisamente porque depende dela memoria de las personas. Pensemos por ejemploen la historia sindical brasileña. La inmensa mayoríade los obreros del Brasil no tienen la mínima idea de lahistoria sindical; quienes sí la tienen son los intelec-tuales de la universidad, que tienen el tiempo, los re-cursos y el adiestramiento para reproducirla. Ahorabien, ¿qué posibilidad tienen los obreros mismos de re-cuperar esa lucha, esas tradiciones? Sólo en la medidaen que en el propio medio sindical se conserve unamemoria que se transmita oralmente de uno a otro.Las personas no tienen el tiempo, ni el adiestramiento,ni el lugar para ponerse a aprender lo que fue la his-toria sindical. Entonces tienen que utilizar un mate-rial con una profundidad histórica mucho menor. Lasclases dominantes no. Nosotros lidiamos con materialque tiene una inmensa profundidad histórica, esto es,somos clases privilegiadas porque podemos crear ymanipular bienes culturales de ese tipo.

Pensando en la cuestión desde ese ángulo, quedaun poco más claro lo que debe ser una política oficialen relación con el patrimonio cultural en una sociedadque se quiere democrática: implica la idea de un patri-monio cultural que, siendo en verdad producido colec-tivamente, cada vez sea apropiado más colectivamente.Es necesario crear condiciones para que las personasde las más diferentes clases estén en condiciones deapropiarse de aquel patrimonio que está más cargadosimbólicamente, que es más rico y que normalmenteestá monopolizado por las clases dominantes. Cuandopienso en una política cultural, no pienso simplementeen términos de folklore o de populismo, en una simplevalorización de lo popular. Tiene que haber una valori-zación de lo popular, pero se debe tener, simultánea-mente, la idea de que los privilegios de clase tienen queser menos privilegios de clase. Y lo que es un patrimoniocolectivo debe estar a disposición de todos. Las grandesobras arquitectónicas son producidas por los albañiles,por los especialistas en mosaicos y azulejos, por losplomeros. Es esa mano de obra la que produce todaslas cosas, pero es una clase dominante la que se apro-pia de ellas, la que las utiliza, la que las inviste de

significados y la que las usa para enriquecer su exis-tencia cultural. Disminuir ese tipo de privilegio debeorientar una concepción más democrática de patrimo-nio cultural (y de patrimonio histórico también).

En el patrimonio histórico ocurrren dos cosas. Enprimer lugar, la historia que se conserva tiende a serla historia de las clases dominantes. Los monumentosque se conservan son aquellos que están asociadoscon los hechos y la producción cultural de las clasesdominantes. Raramente se preserva la historia delos dominados. Tomando nuevamente como ejemplo losmovimientos obreros, se puede verificar fácilmenteque toda la historia de las luchas pasadas no cuentacon marcos físicos (monumentos, museos, exposicio-nes, conmemoraciones) que faciliten su perpetuaciónen la memoria popular.

No entra en eso, necesariamente, una intencionadamitificación. Muchos de esos hechos, acontecimientoso productos culturales no son siquiera percibidos porlas clases dominantes que controlan el patrimonio yque son llevadas, a veces de manera inconsciente, aprivilegiar su propia historia y los bienes simbólicosque tienen que ver con ellos más de cerca. Como muchasveces, esa producción es efectivamente más rica, máselaborada, más “monumental”, eso, hasta cierto punto,se justifica. Pero la verdad es que en ese proceso sepierden innumerables creaciones culturales relevan-tes que no fueron asimiladas por las élites y se olvidanhechos históricos significativos e importantes paracomprender el país.

Aunque de manera resumida y esquemática, lavisión de los fenómenos culturales que traté de pre-sentar aquí va en el sentido de privilegiar algunos pun-tos que me parecen relevantes para los interesados enla formulación de una política de preservación delpatrimonio cultural. En primer lugar, la necesidad deprivilegiar el uso de ese patrimonio de tal forma que el“trabajo muerto” que en él se invirtió pueda transfor-marse en apoyo de nuevas inversiones simbólicas. Ensegundo lugar, la necesidad de democratización delpatrimonio cultural colectivo de dos maneras: por unlado, es necesario eliminar las barreras educacionalesy materiales que impiden a la gran mayoría de la po-blación tener acceso a los bienes culturales que sonmonopolizados por las clases dominantes; por otro, esimportante preservar y difundir la producción culturalque es propia de las clases populares, garantizando suacceso a instrumentos que faciliten esa producción ypermitan su comunicación y transmisión.

Son esas las ideas que yo quería exponer. Como dijeal principio, no veo en ellas una gran novedad. Pero,retomando y ordenando esos elementos que son deconocimiento de todos, es posible iniciar una discusiónque sea esclarecedora y productiva.