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D0CUMENTACIO NSOCIAL

REVISTA DE ESTUDIOS SOCIALES Y DE SOCIOLOGIA APLICADA

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DOCUMENTACIONSOCIAL

REVISTA DE ESTUDIOS SOCIALES Y DE SOCIOLOGIA APLICADA

N.5 94 Enero-Marzo 1994

Consejero Delegado:

Fernando Carrasco del Río

Director:

Francisco Salinas Ramos

Consejo de Redacción:

Javier Alonso Enrique del Río Carlos Giner Miguel Roiz José Sánchez Jiménez Colectivo lOE

EDITACARITAS ESPAÑOLA

San Bernardo, 99 bis, 7° 28015 MADRID

CONDICIONES DE SUSCRIPCION Y VENTA 1994

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Extranjero: Suscripción 80 dólares.Número suelto: 25 dólares.

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DOCUMENTACION SOCIAL no se identifica necesa­riamente con los juicios expresados en los trabajos firmados.

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MUNDO ASOCIATIVO

DOCUMENTACIONSOCIAL

REVISTA DE ESTUDIOS SOCIALES Y DE SOCIOLOGIA APLICADA

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FE DE ERRATAS

El artículo «Estado y Sociedad. El futuro de un dilema», del número anterior (93) dedicado al «Futuro que nos aguarda», está escrito por Joaquín García Roca y no por José Antonio Caride Gómez, como erróneamente aparece en el sumario.

Depósito legal: M. 4.389-1971

Gráficas Arias Montano, S. A. - Móstoles (Madrid) Diseño portada: MA Jesús Sanguino Gutiérrez

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SUMARIO

Presentación.

1 Los retos del asociacionismo.Tomás R. Villasante

2 El asociacionismo en Europa. Su pluralidad.Daniele Mezzana

3 Los nuevos movimientos sociales en Chile.Carlos Guerra Rodríguez

4 Aspectos cuantitativos del asociacionismo en España.

Tomás Alberich Nistral

5 Hacer redes desde la atomización asociativa.Martí Olivella

6 Los movimientos ciudadanos e iniciativas lo­cales.

Francisco Mengod Bonet

7 Mujeres en movimiento: ¿muchas... pero dis­persas?

María Jesús Izquierdo

8 La evolución de la afiliación sindical en Es­paña y la cultura histórica de los sindicatos.

Obdulia Taboadela Fermín Bouza

n.^94 Enero-Marzo 1994

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9 Nuevas asociaciones por el medio ambiente. Solidaridad internacional e intergeneracional.

Ladislao Martínez López

10 Voluntariado social, incorporación social y solidaridad: independencia, interdependen­cia y ambigüedades.

Víctor Renes Ayala

11 ¿Por dónde anda hoy el asociacionismo en Andalucía?

Manuel Collado Broncano José Carmona Gallego

12 La tradición asociativa en la sociedad catalana.Pep Martínez i Barceló

13 La Galicia desconocida de las asociaciones.Xan Bouzada Fernández

14 Madrid: ¿una utopía asociativa?Varios autores

15 El asociacionismo en el País Valenciano.Antonio Ariño Villarroya

16 Cultura asociativa y cambio social en el País Vasco.

Víctor Urrutia

17 El asociacionismo en España y Europa: pro­puesta metodológica para la realización de una investigación participativa.

M. Montañés T. R. Villasante

T. Alberich

18 Bibliografía.

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Presentación

En una sociedad donde e l «sálvese quien pueda» es una realidad co­tidiana, son muchas las personas que se asocian voluntariamente para encontrar en los otros algo que no encuentran en cada individuo aislada­mente, En una sociedad tan fragmentada como la nuestra, se constata que aparecen y desaparecen «asociaciones» de todo tipo, permaneciendo el fenóm eno del asociacionismo como un elemento intermediario «entre lo micro y lo macro de la sociedad, como intercambio de una serie de acti­vidades que no son ni del Estado ni del Mercado».

El mundo asociativo es muy diverso. Casi todas las actividades so­ciales, culturales, económicas, políticas, etc., se realizan desde la perspec­tiva asociativa. Todos lo hacen con una fina lidad específica, con tenden­cia a crecer y buscando la pertenencia y la complementarle dad. Indivi­duos, grupos, asociaciones, buscan más allá de sí mismos otros elementos que les perm itan enriquecerse.

En e l número 90 de esta misma revista, dedicado a los «Movimien­tos sociales», se hacían algunas precisiones conceptuales entre «movi­miento social» y «asociaciones». El prim ero se entendía como «un grupo de personas que realiza una acción colectiva fren te al aparato institucio­nal». Las asociaciones son «agrupaciones de personas constituidas para realizar una actividad colectiva, de una form a estable, sin ánimo de lu­cro e independientes, a l menos formalmente, d el Estado y de los partidos políticos».

Aunque muchas asociaciones se pueden considerar como cristaliza­ción de un movimiento social, se puede decir que existen «asociaciones y asociacionismo sin que exista movimiento social», y, a la inversa, «puede existir movimiento social sin que existan asociaciones». El mismo autor (T. Alberich) señala dos factores, entre muchos, que han influido en el

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incremento d el número de asociaciones en los años ochenta!noventa: la política de subvenciones de las administraciones y la desconfianza hacia las grandes organizaciones.

En e l presente númeroy DOCUMENTACION SOCIAL trata de analizar el complejo mundo asociativo, con la fina lidad de contribuir a la reflc' xión y a la construcción de redes de solidaridad. El conjunto de diecisiete artículos quiere ser provocador de una teoría d el asociacionismoy a la vez que sugerente de procesos de nuevas y viejas realidades asociativas y de metodologías para adentrarse en e l espeso bosque d el mundo asociativo.

T. R. Villasantey con acertado magísterioy nos introduce en «los retos del asociacionismo» y lo hace desde «una posición compleja pero muy creativay globalizante pero no relativistUy reflexiva pero no especulativa. Desde dentro — “em ic '*— desde fuera — ''etic”—; hacia dentro — 'refle' xiva” y hacia fu era — fr o y ec tiva”—».

El fenóm eno asociativo es universal; p or elloy se ha querido analizar desde dos realidades. Unay europea: D. Mezzana dice que «en e l interior de las sociedades civiles de toda Europa se están experimentando hoy for^ mas de auto organización de los ciudadanoSy que hasta hace poco tiempo no existían o no tenían capacidad de accióny de movilización de recursos y de producción simbólica que muestran tener actualmente». El autor analiza la pluralidad d el asociacionismo en Europa. Otray latinoamerE cana: no ha sido posible dar una visión de conjunto; sí se ofrece la acción colectiva que está presente en los sectores populares chilenos durante las dos últimas décadas.

C. Guerra Rodríguez pretende mostrar cómo es posible y necesario comprender los «nuevos movimientos sociales en Chile» sin caer en e l re- duccionismo de la Razón Instrumental

T. Alberich hace una prim era aproximación a las grandes cifras de afiliación a asociaciones. Las variables que intervienen son múltiples; e l autor lo hace desde tres aspectos: tipologías de las organizaciones sociales; evolución en la creación de asociaciones y federacionesy y las grandes cE fia s y llegando a la suma: «10.193.000 españoles están afiliados a una o varias asociaciones; e l 33y 1% de la población mayor de dieciocho años».

M. Olivellay de form a sencillay reflexiona sobre un experimento so­cia l quCy aunque reciente en su form a actual está enraizado en «locuras» que ha vivido en las últimas dos décadas. Habla de un proceso. «Un pro­

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ceso intergeneracional que perm ite interactuar a jóvenes, adultos y mayo­res. Un proceso abierto a las distintas corrientes... Un proceso que se hace a medida que cada uno se implica y que nos implicamos en la historia.»

F. M engod intenta explicar una parte d el conjunto d el entramado so­cial que conforma el movimiento ciudadano. En el artículo habla de lo que ha sido y es e l movimiento vecinal. Dice que «la estructuración de abajo hacia arriba ha sido un proceso lento que, después de veinticinco años, aún no ha culminado». Con una gran dosis de utopía, presenta al­gunas perspectivas de fu turo que pasan p o r recuperar la ciudad y la po lí­tica, potenciar nuevos valores y estructurar la sociedad.

M. J. Izquierdo intenta dar respuesta a cuestiones tales como: dónde están las mujeres, qué quieren, p o r qué y cómo se organizan, con quién se alian las mujeres.

O. Taboadela y F. Bouza analizan «la evolución de la afiliación sin­dica l en España y la cultura histórica de los sindicatos».

L. Martínez habla, desde e l movimiento ecologista, sobre los movi­mientos de solidaridad internacional y de las organizaciones intemacio­nalistas.

El artículo de V Renes tiene como sujeto a l voluntariado como ma­nifestación de una organización voluntaria de carácter social, expresión de la ciudadanía social en e l proceso de construcción de una sociedad ci­v il solidaria.

Siete artículos analizan la realidad d el asociacionismo de otras tan­tas Comunidades Autónomas. Collado y Carmona hacen un recorrido del asociacionismo en Andalucía, intentando «aportar pistas para la ac­ción cotidiana»; P. Martínez describe la tradición asociativa en Catalu­ña, llegando a la conclusión de que ésta «es tan considerable, que la dia­léctica entre esta tradición y las perspectivas futuras de la sociedad puede perm itir trasladar algunos elementos tan importantes como los valores so­ciales de fraternidad, solidaridad y convivencia...».

Bouzada habla de «la Galicia desconocida de las asociaciones». Tan­to desde un marco técnico como desde una tipología de las entidades aso­ciativas gallegas. Varios autores analizan el estado del asociacionismo en Madrid, llegando a la conclusión de que «aunque existe una crisis del movimiento asociativo tradicional, se aprecia una revitalización del aso-

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ciacionismo en tanto que la aparición de asociaciones alternativas que re­cogen la nueva problemática supone la posibilidad de nuevas vías de participación». Ariño estudia el asociacionismo en e l País ValencianOy concluyendo «cómo la plurifuncionalidady sin desaparecery da paso a una pluriafiliación; cómo la desmovilización política de las asociaciones pue~ de correr paralela con su colonización económica (mediante las subven- dones); cómo la burocratización también permeabiliza a l asociacionismo jy finalmentCy cómo e l crecim iento d el Estado y la expansión d el mercado no conllevan necesariamente una reducción d el Tercer sectory sino una re­definición de la naturaleza de sus relaciones». Urrutia habla de la cultu­ra asociativa y del cambio social en e l País Vasco.

Cierra e l conjunto de artículos una «Propuesta metodológica» para que se conozca mejor e l «Tercer sector» y se potenciey pues «para que la Europa de los ciudadanos se haga realidady con una sociedad más justay libre y solidariay es necesario que la propia comunidad europea esté verte­brada en asociaciones y agrupaciones del más diverso signo. Es una tarea de todos».

El número termina con una selección bibliográfica proporcionada por T. Alberich. El lector encontrará más referencias bibliográficas en va­rios artículos.

Desde estas páginas quiero agradecer a T. R. Villasante y a T. Albe­rich la colaboración que han prestadoy tanto en la estructuración d el nú­mero como en los contactos con los autores. Se hace extensivo este agrade­cim iento a todos los autores.

DOCUMENTACION SOCIAL deja constancia que no se identifica ne­cesariamente con las opiniones que se expresan en los artículos firmados por los autores.

Fr a n c isc o Salin as Ra m o s

D irec to r de DOCUMENTACION SOCIAL

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Los retos del asocíacionísmoTomás R. Villasante

Las asociaciones parecen organizaciones simples, cuyos estatutos, organigrama, boletines, declaraciones de dirigentes, actividades, etc., permitirían meterlas en una ficha que esquematizase sus principales características. Y esto se puede hacer, pero realmente son un micro­cosmos donde se encierran todas las complejidades de nuestras socie­dades. Precisamente por eso, nos parecen interesantes, como elemen­tos intermediarios entre lo micro y lo macro de la sociedad, como in­tercambio de una serie de actividades que no son ni del Estado ni del mercado, como proceso cotidiano entre el voluntariado, los profesio­nales y los usuarios, etc. Aquí vamos a desgranar algunas de sus prin­cipales complejidades, pero no por el morbo de recrearnos en sus di­ficultades, sino para apuntar algunas líneas de superación. En estos años las relaciones entre mercado y Estado vienen cambiando, y están reclamando al voluntariado y al asociacionismo nuevos y distintos pa­peles. Es precisa una nueva reflexión que vaya más allá de la simple utilidad inmediata del voluntariado para parchear las crisis económi­cas y sociales que podamos vivir.

ASOCIACIONES Y MOVIMIENTOS

Desde que TONNIES hablara de comunidad y sociedad, de lo co­munitario y lo asociativo, parece que tuviéramos que reducirnos a este dilema que veremos también repetido en otras dicotomías influyentes como la solidaridad orgánica y la mecánica de DURKHEIM, y otras. La penúltima moda del individualismo metodológico y de la elección ra­cional también nos han tratado de reducir la complejidad a unos es­quemas relativamente simples sobre los comportamientos asociativos.

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¿Cómo saber si la gente se asocia por un afán individualista de utilita­rismo dominante o por un deseo comunitarista preconsciente, o in­cluso por algún corporativismo de pertenencia más o menos ideologi- zada, o por otras causas, o por una suma de varias a la vez?

Estamos constatando que, hoy por hoy, están creciendo las pe­queñas organizaciones más que las grandes asociaciones unitarias de otras épocas. Aparecen también redes de las pequeñas y medianas asociaciones en distintos ámbitos (regionales, internacionales), pero todos son muy celosos de sus autonomías. Y en cada una de estas ex­periencias encontramos elementos de cierto pragmatismo inmediatis- ta, elementos de deseos no aclarados, ideologizaciones dominantes o en construcción, etc.; tanto en las asociaciones como en las propias contradicciones de las personas con las que entablamos contacto y conversación. ¿Es falta de coherencia de esas personas y sus asociacio­nes o que nosotros no alcanzamos a comprender toda la complejidad del fenómeno? Más bien nos inclinamos por este segundo aspecto como reto a descrifrar.

Sean unas, otras o varias las motivaciones, lo cierto es que algunas personas se asocian voluntariamente para encontrar en los otros algo que no encuentran en cada individuo considerado aisladamente. Y los propios grupos y asociaciones buscan también en actividades que van más allá de sí mismas otros elementos (comunitarios, festivos, servicios, etc.) que les permiten enriquecerse con los otros con que se encuentran. La persona supera así al individuo reconociendo en lo otro, en los otros, unos procesos constituyentes que le pueden abrir grandes perspectivas. Es el reconocimiento de la pertenencia a diver­sas redes que se superponen e interactúan moviendo nuestro ecosis­tema biológico y social. La investigación cualitativa de todo ello pue­de introducirnos hasta ver cuáles son las densidades y tipos de relacio­nes que se establecen, y algunos porqués básicos de las conductas aso­ciativas.

Si hacemos cuentas de las asociaciones a las que pertenecemos, resultan ser más de las que podemos considerar por nuestra presencia activa, ya que en muchas somos poco más que un miembro numera­rio (APAS, laborables, culturales, peñas deportivas, festivas, etc.). Evi­dentemente, no se puede estar en todo a la vez y hemos de seleccio­nar nuestras dedicaciones. De esto se sacan algunas consecuencias in­mediatas: que los números tan abultados de asociados en diversos

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tipos de asociaciones en nuestros países no son de extrañar; pero que su repercusión pública no suele guardar relación directa con estas ci­fras. Es la diferencia fundamental entre asociaciones y movimientos sociales. Aquí nos vamos a centrar en las asociaciones, en su amplio abanico y no tanto en los movimientos, aunque, paradójicamente, lo uno sin lo otro no se pueda entender.

Paradójicamente porque los movimientos necesitan los soportes de las asociaciones como formas organizativas que les den continuidad, pero, al tiempo, cuanto más intenso sea el movimiento, la asociación puede quedar desbordada por la propia participación popular. Los mo­vimientos necesitan de las asociaciones, pero éstas tienden a cristalizar­se en estatutos, y pueden frenar los movimientos. Y además las asocia­ciones se justifican por las actividades dentro de cada movimiento, pero si los movimientos se mueven, las identidades de las asociaciones tienen que estar en renovación continua. Asociaciones y movimientos se necesitan paradójicamente y ahí está su gran riqueza, el reto que las debe hacer vivas y creativas.

Hay movimientos de onda corta (movilizaciones), de onda media (populares) y de onda larga (históricos), como hemos apuntado en otros textos, pero para pasar de unos a otros son necesarias las asocia­ciones con determinados comportamientos o estilos de actuación. So­bre los conceptos de Jesús IbaÑEZ apunto ir más allá de los dilemas simples (bueno/malo, reformista/revolucionario, progresista/conserva- dor, etc.) y podemos plantear un cuadrado interpretativo más comple­jo y más creativo: 1) conducta conversa, por ejemplo una asociación que acepta los tabúes dictados del sistema dominante y se adapta a ellos sin pretensiones de cambio; 2) perversa, cuando la conducta cam­bia a protestar contra quien representa tales tabúes, pero dentro de aceptar sus normas y pretendiendo sólo un cambio de sujetos; 3) sub­versiva sería la conducta que cuestiona los tabúes normativos y su legi­timidad y plantea que sea la asociación su propia norma, instaurando una legitimidad alternativa al margen de lo establecido; 4) reversiva, cuando se pasa por aceptar formalmente las declaraciones de principios del sistema, pero sólo para poner en evidencia que no se realizan y para desbordarlas en la práctica con alternativas concretas.

El reto está en ser capaces de no quedarnos encerrados en estre­chas calificaciones ideológicas y sectarias que descalifiquen a tal o cual asociación. Y tampoco en justificar que todo vale, en un relati­

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vismo sin principios. Se trata de captar los cambios posibles de las conductas en las asociaciones, los procesos más que las identidades. Tales estilos de actuación pueden estar más o menos orientados en una dirección u otra y esto no tiene por qué tener relación con ideo­logías declaradas. La transversalidad de unas conductas y estilos a otras es posible en casi todos los casos. Por eso no nos parece acertado poner fronteras a priori a los diferentes tipos de asociaciones. El aná­lisis cuantitativo por tipologías nos abre un amplio mundo de posibi­lidades a partir de la voluntariedad del buscar a otro para asociarse, en las distintas prácticas cotidianas.

CAMPO DE POTENCIALIDADES

Ante las crisis de algunos movimientos y asociaciones que parecían muy emancipadores y luego resultaron más problemáticos, el campo se abre a otras posibilidades más complejas. Se ha definido por diversos autores con varias expresiones que vienen haciendo fortuna como «so­ciedad civil», «tercer sistema», «voluntariado», «usuarios», lo «popular», «ciudadanos», etc. En general, son expresiones polisémicas que, gracias a sus varios sentidos, cada cual usa como mejor le acomoda. Pero cuan­do el río suena algo lleva, y conviene aclararlo algo. Algunas de ellas hacen referencia negativa o por contraposición a otros conceptos muy usados, por ejemplo, frente a Estado o planificación, o frente a merca­do y capital (asociaciones sin ánimo de lucro, no gubernamentales, ter­cer sector, etc.). Veamos los retos que se nos plantean.

El Foro Global de Río de Janeiro, paralelo a la cumbre sobre el Medio Ambiente, quizá ha marcado un referente internacional de lo que estamos hablando (al margen de sus contenidos concretos) por la variedad y complementariedad de los grupos allí reunidos. En cada país y en cada ciudad podemos encontrar un «campo» o un «área», donde se mueven estas asociaciones, aunque no estén federadas ni tengan una red de contactos tan siquiera. Nosotros en la Red CIMS, que surgió del Congreso Internacional de Movimientos Sociales, he­mos tratado de definir en positivo algunas de las características a las que debería tender este «campo de potencialidades». Entendido, pues, como potencialidad, no como realidad inmóvil, y sí como con­junto de dinámicas posibles y con probabilidades de ser construido.

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¿Estamos en dinámicas de complementación o de confrontación, o ninguna, o ambas cosas a la vez respecto al sistema Estado-mercado?

Potencialmente entendemos que son «otros valores» contrapuestos al poder y a la acumulación, los que dice defender el mundo asociati­vo. En este sentido, el asociacionismo es amplio y potente, pero en la práctica sabemos que estos valores «otros», «contrahegemónicos», «al­ternativos», sólo los encontramos en prácticas aisladas. Aspiramos a va­lores positivos de cambio y transformación social como sujetos activos en lo cotidiano. Apostando por la democracia participativa, tanto como modelo interno como para la sociedad. Asociaciones defensoras de su autonomía e independencia con su propio proyecto. Encuadra­das dentro de los ámbitos de la economía social y no de los sistemas de acumulación dominantes. Los estudios de «proyección» deben darnos cuenta de este otro reto que surge en las asociaciones, que por un lado en sus objetivos abren sus horizontes haciendo un campo muy amplio, pero que por otro lado en la práctica tropiezan con las dificultades de un sistema que funciona bajo otros valores, reiterada y cotidianamente.

Así planteadas las cosas el reto parece ser ante todo de método. No tanto de teorización general sobre los programas, sino más bien cómo se podría enfocar el quehacer cotidiano, dónde colocarse o cómo tomar postura. En pocas ocasiones desde partidos autoprocla- mados «intelectuales orgánicos», o desde la sociedad de consumo, o desde técnicos y académicos llamados «expertos», se ha tratado de de­cir qué debían o no hacer cada tipo de asociaciones. Por suerte, el mundo ha ido evolucionando y hoy se cuenta dentro de los sectores asociativos con personas capaces de anteponer a estos elitismos la construcción de nuevos valores desde las propias prácticas cotidianas de las asociaciones. Y en todo caso, a través de las redes de asociacio­nes que se van tejiendo cada vez más amplias, esto siempre es posible. Los debates de colectivos ecologistas en todo el mundo es uno de los muchos ejemplos que se pueden poner en este sentido.

Lo interesante es que cada vez más se están haciendo estudios «práxicos» desde la perspectiva de profundizar en las propias prácticas y objetivos. Reflexionamos sobre nosotros mismos y nuestras activi­dades. El planteamiento reflexivo, cuando se da en profundidad, pasa a ser el eje de todo este cambio de enfoques que se está produciendo en las asociaciones y en sus redes. No se trata tanto de inventar nue­vos enfoques, sino de utilizar los existentes articuladamente. Conju­

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gar, por tanto, enfoques desde dentro («emic» y cualitativos) con otros desde fuera («etic» y cuantitativos) y también combinados con otros estudios hacia fuera («proyectivos» y operativos), así como hacia dentro (reflexivos y «práxicos»). La tarea es ambiciosa y de cierta complejidad, pero no imposible.

Hay ya bases de datos de cierta estabilidad en países vecinos (Ita­lia, Francia, etc.) con una importante significación cuantitativa, aun­que falten estudios comparativos. Y en España en algunas ciudades y regiones también hemos avanzado en esto. Los estudios cualitativos han apuntado más hacia los movimientos sociales sectoriales y a casos locales, buscando identidades instrumentales o expresivas. Los estu­dios proyectivos poco a poco tratan de conectar las políticas micro con las macroalternativas, en un mundo tan globalizado. Y los estu­dios reflexivos se han encerrado demasiado en los propios grupos, con un carácter más autodestructivo que constructivo. Por eso cabe aquí señalar el reto de una articulación de estos diferentes tipos de es­tudios, precisamente desde lo reflexivo, pero no para encerrarse en al­gún tipo de asociaciones, sino para reflexionar con amplias redes en el «campo de potencialidades» propuesto.

«Pensando globalmente» no puede ni debe ser algo separado del «actuando localmente», incluso debe ser una fase reflexiva sobre la propia actuación. Si esta reflexión, 1.— se abre especialmente en redes de distintos tipos de asociaciones, 2.— abarca temporalmente tan­to los acontecimientos y actuaciones vividos y como los proyectados y 3.— como sistema combina visiones desde dentro y desde fuera, ha­cia dentro y hacia fuera, entonces estamos adoptando una posición compleja, pero muy creativa, globalizante pero no relativista, reflexi­va, pero no especulativa. Veamos ahora qué pasa con los retos de cada una de estas visiones posibles en sus problemáticas particulares. Des­de dentro («emic») y desde fuera («etic»), hacia dentro («reflexiva») y hacia fuera («proyectiva»).

DESDE DENTRO Y DESDE FUERA

Buena parte de la literatura se sigue centrando en los estudios de los movimientos sociales más que de las asociaciones. En general, cuando se pretenden enfoques «emic» con técnicas cualitativas se aca­

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ba descendiendo a estudios de casos muy concretos, y así se preten­den explicar en profundidad causas desconocidas de los cambios que se están produciendo más ampliamente en los movimientos. Por ejemplo, la aparición de los llamados «anti-movimientos» (racistas, fundamentalistas, etc.) han dejado descolocados a los analistas que veían identidades claras y tipologías seguras en los casos estudiados para los movimientos que habían elegido. Los nuevos estudios de ca­sos están teniendo la virtud de mostrar las ambivalencias de las diná­micas internas de cada movimiento y de cada asociación y aun de cada sujeto que nos informa en toda su complejidad.

El problema se plantea entonces en cómo pasar de las compleji­dades que descubrimos en lo micro a los mucho más complejos siste­mas de redes de asociaciones, y a la construcción de ondas largas de movimientos de cierto alcance popular e histórico. Desde dentro de las asociaciones encontramos relaciones de comunicación y poder, que según como se den internamente tienen una u otra proyección externa. Se generan «habitus» y estilos de funcionamiento en las rela­ciones internas que actúan como escuelas de democracia o como prácticas personalistas y autoritarias. El fin ya no justifica los medios, sino que los medios son los que construyen el fin, haciéndolo degene­rar o perfeccionándolo. Por eso entendemos que debernos centrarnos en cómo las redes sociales se reproducen tanto en lo micro como en lo macro. Los estudios realizados en los últimos años en nuestro Esta­do y en Latinoamérica así nos lo confirman.

Desde fuera las asociaciones están sometidas a diversos tipos de registros, que poco tienen que ver con las visiones desde dentro. Se trata de una serie de registros estadísticos de tipo oficial (Delegacio­nes de Gobierno en las Comunidades Autónomas, Registro de Aso­ciaciones en los Ayuntamientos y algunos registros sectoriales estata­les o regionales para determinadas tipologías asociativas). También algunas Federaciones de Asociaciones llevan algún tipo de recuento de cuántas asociaciones están afiliadas. En el mejor de los casos se trata de fichas donde constan algunas características de cada asocia­ción y en otros muchos casos de listados con nombres y direcciones simplemente. En estos registros se reflejan bastantes de las nuevas asociaciones como altas, pero apenas se refleja alguna baja, pues cuando se deja de actuar tampoco se comunica. Y tampoco apare­cen todas las que son en los registros municipales o sectoriales, pues

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su inscripción depende en general de las subvenciones que se espe­ran recibir del correspondiente organismo y no todas reciben o es­peran recibir tal trato.

Las propias federaciones de asociaciones que se mueven en los dis­tintos ámbitos tampoco tienen capacidad para mantener actualizado un listado de todo lo que está asociado o actúa en sus campos. Suelen disponer de las afiliadas a su organización y cuando éstas se cuentan por decenas o cientos, tampoco el conocimiento es muy exacto. Es cu­rioso contrastar cómo internamente se quejan de la poca presencia de las asociaciones y externamente proclaman que tienen más afiliados que nadie. Y esto es también un reto importante. El problema de las cantidades tan grandes de afiliados y de asociaciones y la queja de la escasa repercusión pública, pasa a ser una provocación sobre el funcio­namiento de nuestra sociedad. Simplemente, mostrar las cifras ya de­bería provocar un debate que obligase a salir de los círculos cerrados y endogámicos en que se mueven tanto a los estudiosos como a los polí­ticos, o como muchos de los propios dirigentes sociales.

Desde fuera, desde la Administración y los expertos, no se debe­ría entender bien que se puedan plantear análisis o políticas sin saber los datos básicos del mundo asociativo. Sobre todo cuando se les llena la boca de hablar de participación a todos, y aún más cuando distri­buyen subvenciones (¿con qué criterios?) y programan actividades descentralizadas. Quizá por contar con algunas asociaciones más afi­nes a sus intereses ya crean que cubren las apariencias, y quizá tampo­co se pretenda mucho más. Pero, ¿dónde queda la potencialidad de todo ese mundo de iniciativas voluntarias que tanto trata de enrique­cer nuestra sociedad? En la era de la informática ya no es posible ig­norar que ha de haber bases de datos sobre asociaciones y actividades continuamente actualizadas, tanto para mejorar las actuaciones desde lo público como para que entre unas u otras asociaciones se pongan en contacto directo, horizontalmente, y ellas mismas desarrollen sus actividades y redes independientes.

HACIA FUERA Y HACIA DENTRO

Lo proyectivo, los horizontes, tienen más fuerza de lo que parece. Los dirigentes de una asociación representan y actúan en nombre de

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un colectivo, que tiene aspiraciones manifestas y concretas, pero tam­bién cada una de esas actividades puestas en marcha se encuadra en visiones del mundo, en valores, en modelos territoriales, económicos, sociales o políticos, que parecen dar más sentido a cada acción del que tiene por sí misma. La prueba es que cuando faltan estos hori­zontes, estas referencias proyectivas de la acción cotidiana, las asocia­ciones se fragmentan, se debilitan los movimientos y cunde el desáni­mo. La crisis de paradigmas y el llamado «fin de la historia» han veni­do a contribuir a esta confusión que algunos llaman postmodernidad. Si casi todo vale, ¿para qué comprometernos con alguans causas? Y si no hay compromisos y experimentaciones prácticas también es difícil que surjan nuevos valores. El ambiente general creado es como un círculo vicioso que no ha sido favorable en estos años para entender otras motivaciones y proyecciones en las asociaciones que fuesen más allá de lo inmediato.

En este «río revuelto» que se ha generado ha surgido «desde lo mejor hasta lo peor de cada casa», desde las asociaciones nacidas para obtener una subvención hasta aquellos colectivos que pretenden una autogestión completa. Ya no hay referentes u horizontes globales co­múnmente aceptados, pero al menos sí hay áreas y campos comunes que se construyen entre unas y otras asociaciones. El proceso va poco a poco, y más fiándose del estilo de las actividades, de las prácticas demostradas, que de los programas proclamados. Localmente (se ha denunciado el excesivo localismo en estos años) y globalmente tam­bién (la importancia que está tomando la cooperación al desarrollo) están construyéndose nuevas redes de asociaciones. Los retos de estas actividades de proyección están en la capacidad de ser creativas abriendo nuevos horizontes, primero experimentales luego más gene­ralizados, asumidos por esas redes de cooperación y actividades que van confluyendo.

La reflexión hacia dentro de esta proyección hacia fuera es tanto más necesaria precisamente porque no hay un modelo de referencia al que podamos decir que nos dirigimos. Algunas asociaciones han per­dido todo afán reflexivo, han perdido también buena parte de sus téc­nicos, y vegetan añorando tiempos pasados. En cambio otras mantie­nen una gran efervescencia en torno a problemas medioambientales, alternativas de desarrollo, etc., y concitan la participación de nuevos sectores, quizá no siempre numerosos, pero muy activos. Incluso la fi­

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gura del experto descomprometido también cambia, pues algunos de estos colectivos precisamente se basan en una alta capacitación en los temas que abordan. Porque lo que está en juego no es tanto pedir más a un Estado que no da de sí, ni consumir más en el mercado de la degradación ambiental, sino autogestionarse y consumir mejor con otros valores en otros modelos alternativos a experimentar.

Por ejemplo, se trata de experimentar espacios donde se impli­quen los recursos humanos en dinámicas participativas, de voluntaria­do. Y para eso hay que estar convencidos: o porque hay un sistema de decisiones en donde una persona se siente democráticamente implica­da o porque uno se implica míticamente con alguna teoría o ideolo­gía, o alguna mezcla así. En todo caso, las asociaciones de voluntarios tienen mucho que decir y lógicamente nos parecen más acertadas aquéllas capaces de ganar la implicación de los miembros con procedi­mientos de democracia participativa. La reflexión hacia dentro cobra así todo su valor, como escuela de democracia responsable, como ejer­cicio y ejemplo para propios y extraños.

Quizá todos estos procedimientos no vayan a dar unos frutos a corto plazo, sino que debamos contar con procesos generacionales de autoeducación por estas prácticas. La reflexividad y los hábitos parti- cipativos requieren unos tiempos para ser aprendidos y puestos en práctica. Frente a educaciones paternalistas y/o patriarcales que las fa­milias siguen inculcando a los niños, la potencia de las asociaciones está en ser experiencias grupales de autoemancipación, de reflexión sobre las propias prácticas cotidianas limitadas y de ampliación de los horizontes personales y grupales. Frente a los tabúes y miedos a inter­venir y a tener iniciativas personales y sociales, que la escuela o el tra­bajo siguen inculcando, la experiencias de las asociaciones permiten formas creativas y más liberadoras. La reflexión vivenciada, y no sólo teórica, sobre estos aspectos, es una de las claves fundamentales de las asociaciones, cuando realmente se sabe aprovechar así.

Una sociedad que cuente con abundantes experiencias en el senti­do de las que venimos señalando será una sociedad de ciudadanos creativos, y no sólo de individuos que votan cada cierto tiempo para que otros sean los que decidan. La ciudadanía es algo más que delegar en unos especialistas de la política, o en unos gestores económicos. La ciudadanía es algo más que unos individuos que forman una masa in­diferenciada («un hombre, un voto»). La ciudadanía es el ejercicio

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del juego libre de las iniciativas de distintos grupos que se sienten res­ponsables y aportan sus propias soluciones (económicas, políticas, so­ciales, ecológicas, de género, etc.) generando una sociedad dinámica y creativa. Y todo eso no se improvisa, es necesario que las asociaciones de distintos tipos se sientan implicadas en tales tareas colectivas.

Estas reflexiones se vienen haciendo sólo a escala personal o en contadas asociaciones y así va de despacio el proceso. Si queremos que se conviertan en efectos multiplicadores es preciso saltar a siste­mas de redes que congreguen a dirigentes de distintas especialidades, territorios y tendencias, y a expertos que aporten distintos posiciona- mientos para ir configurando campos cada vez más amplios de nue­vas potencialidades. El reto de la reflexión es no encerrarse en los pro­pios grupos, porque a veces también se convierte en un factor de au­to] ustificación y de distanciamiento de otras experiencias. La perspectiva reflexiva debe entender a su asociación como parte de la red de relaciones en que actúa (con el sistema, con otras asociaciones, con los diversos sectores de base) y usar las otras perspectivas («emic», «etic» y «proyectiva») para tomar distancia de sus propios plantea­mientos y así poder adecuarse a los nuevos requerimientos de los pro­cesos en marcha.

PROBLEMATICAS A DESARROLLAR

1. En estos momentos se está asistiendo a un cambio generacio­nal semejante al que se produjo hace veintitantos años y, por lo mis­mo, hay que estar atentos a las nuevas formas que van surgiendo, más que reiterar los mecanismos asociativos heredados. Los retos aquí pre­sentados y los métodos apuntados tienen que ver con la superación de este salto generacional necesario e imprescindible para el futuro de las asociaciones. Este problema afecta a toda la sociedad, pero depen­de de cómo se enfoque en las instancias intermedias, en las asociacio­nes, podemos contribuir a soluciones solidarias o insolidarias, con re­percusiones a medio y largo plazo y para todos.

2. Algunas asociaciones asustan más que animan a la incorpora­ción de nuevos miembros activos. Con la mejor voluntad nos cuen­tan el comportamiento sacrificado y casi heroico de los que hacen algo voluntariamente por los demás. Las campañas para asociar a

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nuevos miembros son exigencias de responsabilidad, incluso llama­mientos morales. Mejor sería estudiar con los métodos apuntados el ofrecer frutos tangibles y atractivos, de acuerdo con las necesidades sensibles de los sectores de base, y sacar las consecuencias pertinentes de cada caso.

3. Las conductas «reversivas» hacia fuera de la asociación pare­cen dar buenos resultados, tanto cuando se trata de temas de tipo musical-juvenil, como de alguna reivindicación más adulta. O sea, aprovechar tanto modas como contradicciones del sistema para ejer­citar prácticas solidarias desde las bases y mostrar algunas soluciones creativas y participadas, que animen a los sectores implicados a perder el miedo a las nuevas iniciativas y a las prácticas asociativas.

4. Para lanzarse a estas conductas y estilos participativos es bue­no reflexionar sobre las propias experiencias, o sea, lo que llamamos «praxis». No es una reflexión por la reflexión, ni una práctica por la práctica, sino unas prácticas que incluyen formas colectivas de auto- rreflexión. En esto incluimos los métodos que hemos esbozado aquí, por ejemplo, siempre que se vinculen con situaciones concretas y pro­blemas a resolver de las asociaciones.

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£1 asociacionismo en Europa. Su pluralidad ^

Daniele MezzanaCERFE, Roma

Una considerable cantidad de Centros de estudio universitarios, privados y no gubernamentales, ha puesto de manifiesto, en los últi­mos años, que en el interior de las sociedades civiles de toda Europa (y de todo el mundo) se están experimentando hoy formas —aunque muy diversas entre sí— de autoorganización de los ciudadanos, que hasta hace poco tiempo no existían o no tenían la capacidad de ac­ción, de movilización de recursos y de producción simbólica que muestran tener actualmente.

Uno de los factores que se considera con frecuencia como origen de estas nuevas realidades es la crisis de legitimación y de aprobación, que afecta hoy, en todas las sociedades, a las formas de representación y de pertenencia política tradicional (partidos, sindicatos, asociacio­nismo de carácter nacional, etc.). Además de esto, se tiende ahora a tomar en consideración los profundos fenómenos de crisis que atra­viesan las estructuras estatales, que ya no parecen ser capaces de ga­rantizar una adecuada calidad de los servicios públicos, ni de asegurar —allí donde estén previstos— los servicios característicos del Estado de Bienestar.

En este marco, junto a las experiencias de voluntariado y de aso­ciacionismo tradicionales (que por otra parte están en continua evo­lución en cuanto a estructuración, campos de interés y formas de ac­ción), se asiste a la proliferación, precisamente, de formas de organi­zación autónoma de los ciudadanos, que tienen como objetivo proteger sus propios derechos y mantener o crear condiciones de vida aceptables, contribuyendo así a la creación de una sociedad más justa

Traducción del italiano: Carlos de Juan Díaz.

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y solidaria. Esto tiene lugar a través de la producción o la gestión di­recta de servicios, que el Estado no asegura. Pero existe también el caso del nacimiento de formas de «autoprotección salvaje» por parte de sectores inquietantes, cuyo ejemplo son las expresiones de rechazo de las comunidades de inmigrantes extracomunitarios.

Se trata de fenómenos inéditos y de signo diverso, que son de to­das formas importantes en su conjunto, tanto como para exigir la máxima atención por parte de quien estudia, de quien decide y de quien actúa. Parece difícil sostener que tales fenómenos sean «la mis­ma cosa» y es asimismo difícil, en su conjunto, encuadrarlos en la ca­tegoría del «asociacionismo» tradicional, que, sin embargo, puede co­rresponder a su entorno. Se trata de realidades de difícil interpreta­ción, raramente estudiadas directamente y en su conjunto por los investigadores, sobre las que sin embargo existe una gran cantidad de estudios y de interpretaciones muy diferentes entre sí, como atestigua la documentación — producida por centros de estudio de todo el mundo— que desde hace años es recogida por el Archivo Internacio­nal sobre la Ciudadanía Activa para el Desarrollo (AICAS), promovi­do por el CERFE en Roma (I).

En cualquier caso, nuestra sospecha es que estos fenómenos son manifestaciones de un mismo ámbito de hechos sociales, que se refie­ren a la reconfiguración de la relación entre ciudadanos, sociedad y Esta­dos. Vale entonces quizá la pena detenerse en algunos aspectos de esta realidad, tomando en consideración — aunque sea de manera panorá­mica— algunos aspectos significativos: la pluralidad de articulación; los elementos de novedad que presenta, y el peso y los tipos de poder que la caracterizan. Y si mostramos más detenidamente los aspectos «positivos», lo haremos teniendo siempre en cuenta que esta fragmen­tación social puede comportar también graves riesgos e incógnitas, que hay que prever y resolver.

(1) El CERFE dirige desde hace algunos años el proyecto de un Archivo Internacio­nal sobre la Ciudadanía Activa para el Desarrollo (AICAS), con el objetivo de hacer acce­sible, de difundir y de interpretar la información ya recogida y elaborada por investigado­res, entes y organismos a nivel local, nacional e internacional, relativa a los fenómenos de autoorganización de los ciudadanos.

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LAS MIL CARAS DE LA AUTOORGANIZACION DE LOS CIUDADANOS EN EUROPA

Está muy difundida entre los investigadores la imagen, acuñada por Albert H ir sc h m a n , de un ciudadano que puede asumir, ante la Administración pública, tres caras: la de quien «protesta», la de quien es «leal» y la de quien «abandona», dirigiéndose a otros entes para sa­tisfacer sus exigencias (por ejemplo, pasando del sector público al pri­vado). Pero existen otras opciones posibles, con miles de soluciones intermedias, por ejemplo, la de quien lo hace por sí mismo o la de quien (en cuanto «externo») interviene directamente en el interior de las estructuras para hacer que funcionen mejor. Se trata de opciones que, en diversa medida, se encuentran difundidas en una amplia gama de organizaciones de ciudadanos, que pueden comprender las asociaciones formalmente reconocidas, los llamados «nuevos» movi­mientos sociales, las organizaciones de voluntariado, y los grupos de base más o menos informales que se forman a continuación en las áreas urbanas y rurales de todo el mundo. Gama de organizaciones cuya amplitud puede ser ilustrada, a título de ejemplo, tanto sobre la sencilla base de las denominaciones producidas en los últimos años para indicar esta realidad, como sobre la base de datos estadísticos re­cientemente elaborados, relativos a países europeos.

El asociacionismo es mostrado, según los casos, por medio de ex­presiones que indican con frecuencia su naturaleza y las modalidades de acción, como asociacionismo social (especialmente en Italia), mo­vimiento asociativo (en Francia), sector asociativo, asociaciones al­truistas, asociaciones de gestión, asociaciones de reivindicación, aso­ciaciones de self'help y otras más.

Por lo que respecta a la amplísima área del voluntariado la aten­ción de investigadores y operadores en este campo se concentra cada vez más, en formas asociativas denominadas, según la sensibilidad y los pasos usados, agencias voluntarias, bénévolat (en el caso de los franceses), charities (las tradicionales asociaciones inglesas), grupos lo­cales de voluntariado, organizaciones de servicio voluntario, organiza­ciones voluntarias non-profity organizaciones voluntarias privadas, pri­vado social, realidades «ternarias», sector independiente, tercer sector, voluntariado asistencial, voluntariado social, etc. Todo esto sin contar la existencia de los grupos de mutua ayuda o de autoayuda (self-help)y

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que sociólogos y economistas colocan, según los casos, dentro o fuera de la realidad del voluntariado, subrayando la difusión creciente de realidades super o extraasociativas de servicio, las llamadas organiza­ciones paraguas, o los intermediary bodies, organizaciones con funcio­nes de mediación, por ejemplo, entre las asociaciones de base y posi­bles entes fmanciadores y sostenedores.

Es sabido que, por lo que concierne a la llamada acción colectiva, los «movimientos-personajes» de los años 60 — como sostiene Alber­to M e lu c c i— han desaparecido ya, dejando espacio a realidades me­nos burocratizadas y rígidas, con una estructuración «en red». A los denominados «nuevos movimientos sociales» (pacifistas, verdes, mu­jeres) y a las tradicionales organizaciones por los derechos civiles de grupos particulares de ciudadanos se les unen, por otra parte, ulterio­res asociaciones más o menos amplias, conocidas, según los casos, como acción colectiva popular, grass'wots organizations (organizacio­nes de base, «en las raíces de la hierba»), ciudadanía militante, contra­movimientos, grupos de acción política, movimientos de contra-po­der urbanos, organizaciones de vecinos, neo-populismo, populismo progresivo, sexto poder, tercer sistema, tribus urbanas, etc.

Pero un censo de las diferentes denominaciones y representacio­nes de las formas de autoorganización de los ciudadanos, no podría omitir las organizaciones no gubernamentales que trabajan en el cam­po de la cooperación al desarrollo, las cooperativas de productores o consumidores, los comités (de padres o de madres con frecuencia do­lorosamente famosos) o los playgroups ingleses, que se ocupan del cui­dado y de la educación de los niños menores de cinco años (en Ingla­terra, según la Playgroups Association de Londres, hay más de 15.000).

Todas ellas son realidades que, en su conjunto, se pueden definir provisionalmente — y en espera de determinaciones teóricas y meto­dológicas más precisas— , con una expresión en uso en el contexto in­glés: «ciudadanía activa».

¿Pero cuáles son sus dimensiones? Sólo algunos ejemplos:

En lo referente al sector sin fines de lucro, en Suecia eran en 1987 unas 200.000 las «asociaciones» oficialmente registradas. En Francia, en 1989, las «asociaciones» (en su mayoría de carácter voluntario)

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eran unas 600.000. En Italia se calcula que el «asociacionismo pro-so­cial» reúne hoy a más de 11 millones de ciudadanos entre los diecio­cho y los setenta y cuatro años (esta noción comprende, sin embargo, un amplio arco de asociaciones: asociaciones profesionales, cooperati­vas, asociaciones sociales de diverso tipo y también partidos y sindica­tos). El sector voluntario, en particular, ha sido estimado en 350.000 grupos en Gran Bretaña, 60.000 en Alemania y 15.000 en Italia.

ALGUNOS ELEMENTOS DE NOVEDAD

Se puede ciertamente observar que siempre han existido asocia­ciones, comunidades y grupos. Y no sería difícil encontrar, en tantas organizaciones actuales, raíces que llegan hasta las actividades de las corporaciones y de los gremios medievales (en Gran Bretaña y Alema­nia, por ejemplo), de las «misericordias» italianas y de las diversas for­mas de cooperativismo de los siglos pasados. Sin embargo, el hecho es que hoy la proliferación de asociaciones de base está particular­mente acentuada, incluso respecto a la que, por ejemplo, en el Norte del planeta, ha acompañado a los procesos de industrialización, y de las que han hablado M a r x , Pa r k , W eber y tantos otros autores. Asi­mismo, en su conjunto, presenta características inéditas en su vertien­te cualitativa.

¿Qué es, por ejemplo, lo que hace «nuevos» a los denominados «nuevos movimientos sociales», es decir, al movimiento de los estu­diantes, al de las mujeres, al ecologista, al pacifista y a tantos otros?

Según algunos autores, la diferencia reside en la base social (antes la clase obrera, hoy la clase media). Otros autores subrayan los diver­sos modelos de estructuración y de interacción en su interior, consi­derando el paso de una organización jerárquica y compacta a una configuración «en red», más flexible, que permite pertenencias múlti­ples y no rígidas (como ocurre en el caso del «archipiélago verde»). El carácter «cultural» y no ideológico de los nuevos movimientos socia­les es otro elemento puesto muchas veces en evidencia. La aparición de un liderazgo ligado a la gestión de los servicios, el paso a la adhe­sión a valores postmaterialistas, el desplazamiento del eje del conflicto del trabajo/capital a otros (por ejemplo, los servicios y los derechos) y la acentuación del tema de la producción de nuevos «códigos cultura­

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les», son, entre otros, ulteriores aspectos puestos a la luz por quien analiza estas asociaciones.

Existe también quien pone en evidencia las diferencias entre mo­vimientos de los años 80 y movimientos de los dos decenios prece­dentes. Según Zsuzsa H e g e d u s , por encima de una similitud de práctica y de orientaciones entre tales movimientos, se puede obser­var una mayor acentuación, hoy, de los aspectos éticos respecto a los culturales; una disposición a la «transnacionalidad» de temas y de for­mas de intervención; y una actitud no ideológica y «alternativa», pero orientada a concretas transformaciones en el plano social. Pero no existen, repetimos, sólo los nuevos movimientos, ni sólo el mundo de las asociaciones y del voluntariado. Numerosos autores — señalan los sudamericanos CALDERON y PiSTiCELLl— han comenzado a analizar una creciente variedad de formas sociales, que van desde los comités de las madres o las cooperativas de consumidores en el ambiente ur­bano, a los movimientos de los agricultores en el ambiente rural. Plu­ralismo, identidad, autonomía, solidaridad, participación y sincretis­mo (de formas de acción, de símbolos) son los conceptos a los que se acude en este sector de estudios, también en el ámbito europeo.

En resumen, si hace un siglo (o antes de la Segunda Guerra Mun­dial) los ciudadanos se autoorganizaban «en grandes entidades» orga­nizativas o sociales (el partido, la clase, etc.), que exigían a los indivi­duos estrictos vínculos de pertenencia, hoy en día somos testigos de realidades más fluidas, que responden a demandas más complejas y sofisticadas.

¿Cuáles pueden ser los factores que estén en la base de este cam­bio? Uno de los principales puede ser identificado en los procesos de modernización, ampliamente analizados por autores como Eisen s- TADT, G erm an i y B erger , no sólo en sus elementos extrínsecos (eco­nómicos y estructurales), sino también, y sobre todo, en sus elemen­tos sociales y culturales. Por encima de evaluaciones exclusivamente ideológicas y morales, que con frecuencia han impedido un serio aná­lisis de cuanto ha sucedido, los procesos de modernización no siem­pre, o no sólo, han producido efectos desculturizantes o formas de colonización económica, que sin embargo se han verificado o se veri­fican. Desde el punto de vista específico que nos interesa, éstos han favorecido también — sobre todo en el Norte del planeta, pero tam­bién en el Sur— algunos fenómenos que probablemente estén en la

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base de la formación de las realidades asociativas que estamos exami­nando: la difusión de la alfabetización; el aumento de la información disponible (a través de los medios de comunicación y la reproducción a escala industrial de obras literarias, musicales y figurativas); una cre­ciente movilidad social; un mayor grado de libertad de acción de los individuos; una especie de legitimación del cambio (cambiar no es «pecado»); una profunda diferenciación de las centrales de produc­ción simbólica, moral y política (Estado, Iglesias, partidos, sindica­tos, etc.,); una difusión de bienes y de competencias tecnológicas en amplios estratos de población. No es aventurado pensar que la mo­dernización haya favorecido, en cualquier caso, la puesta a disposi­ción de recursos materiales, informativos y simbólicos, que han sido después —dirían algunos autores estadounidenses— efectivamente «movilizados» y utilizados con fines de cambio progresivo por grupos de ciudadanos, como los que estamos examinando.

Otro factor, ligado a esto, es probablemente el pleno advenimien­to de la sociedad de masas, que hay que entenderla no tanto en el sen­tido de sociedad uniforme y homologada, cuanto en el sentido de so­ciedad que «pertenece» a la mayoría. Sociedad en la que ya no se pue­de marginar impunemente a grandes cantidades de individuos; donde el «centro» se ha ensanchado, tanto que comprende vastas zonas de lo que una vez era la periferia social, o tanto que permite una progresiva pérdida de hegemonía ideológica y simbólica del centro mismo res­pecto a una sociedad cada vez más diferenciada y autónoma.

. Autonomía que aparece ligada, por lo demás, tanto a la innova­ción tecnológica (considérense no sólo los potenciales de manipula­ción, sino también las posibilidades de emancipación ligada, por ejemplo, a las nuevas tecnologías de la información), como al aumen­to demográfico estable, es decir, a la supervivencia y a la permanencia en la escena de la historia de grandes cantidades de individuos, que antes morían en edades jóvenes. Masas, precisamente, que hoy —no siempre, ciertamente, pero hoy más que hace unas decenas de años— tienen mayores posibilidades, literalmente, de librarse de tradiciona­les vínculos materiales, espirituales y culturales, de procurarse bienes e informaciones, de apropiarse de derechos y prerrogativas, que antes estaban a disposición de restringidas élites.

Algunos hablan de una verdadera y propia «libertad social de masas». Fenómeno al que, sin duda, han contribuido a su tiempo los

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tradicionales partidos y movimientos populares, los cuales han de­sempeñado un papel «modernizante», proporcionando integración social, distribuyendo identidad y garantizando cohesión social. Pero hoy su función parece que ha venido a menos. Las ideologías, las «grandes narraciones» que daban a la asociación un sentido unitario (quizá demasiado rígido y excluyente), ya no sirven. La identidad, por ejemplo — como afirman autores como Thomas LuCKMANN o Marino Livolsi— , ya no es distribuida desde lo alto y ya no es un dato, por así decirlo, garantizado. Hecho que genera ansia y turba­ción, pero que también impulsa a los individuos a proyectar y, en al­guna medida, a construir su propia identidad. No es que haya llega­do menos la realidad social, o que los individuos se hayan convertido en entidades desvinculadas de cualquier vínculo intersubjetivo (debe rechazarse decididamente el enfoque individualista-metodológico): más bien, la realidad social está cambiando; están cambiando los ti­pos de vínculos que tienen unidos a individuos, comunidades y reali­dades más amplias.

En síntesis: quizá un elemento de novedad, que caracteriza a las organizaciones de base de los ciudadanos, se puede encontrar en la nueva relación existente entre instituciones (en el sentido de modelos de comportamiento internos, vinculantes y válidos intersubjetiva­mente) e individuos, o al menos entre instituciones procedentes de las tradicionales centrales estatales, administrativas, políticas, religio­sas y morales, y una gran cantidad de seres humanos que parecen hoy progresivamente desligarse de tales instituciones, creando otras por cuenta propia. No sólo esto, sino creando nuevas formas de participa­ción. Según algunos autores, estos grupos son, en efecto, testimonio de una «novodiversidad progresiva»y es decir, de una diferenciación y autonomización en el plano de los valores, de las informaciones y de las representaciones de la realidad, tales que inciden en las relaciones de poder entre Estados y ciudadanos.

LAS FORMAS DE LA ACCION Y DEL PODER DE BASE. ALGUNOS CASOS EN PAISES EUROPEOS

El tema del poder es muy controvertido, sobre todo cuando se habla de organismos sociales que no hacen referencia directa a parti­dos, sindicatos y organizaciones del Estado.

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Un autor como Michel M affe so li, refiriéndose a la realidad «tri­bal» de nuestras sociedades, prefiere no hablar de poder sino de una «potencia» social en expansión. En numerosos casos se tiende, sin embargo a colocar el poder «en otra parte», respecto a organizaciones como las del asociacionismo o de los grupos de base, en las que se ejercería, por el contrario, un «contra-poder» o un «poder alternati­vo». En otros casos, sobre todo en exponentes del mundo de los par­tidos y del de las organizaciones estatales, se considera que los ciu­dadanos —solos o juntos— son capaces simplemente de expresar ge­néricas e inarticuladas «necesidades», o de ejercer «presiones» que solamente una restringida élite de agentes políticos o de técnicos está en condiciones de interpretar, codificar y traducir en elecciones ope­rativas válidas. Visión en la que, usando la terminología de Niklas L uffm ann , los ciudadanos son considerados casi como «el ambiente» respecto a un «sistema» que, en todo caso, está representado como el elemento más estable y fuerte de una sociedad.

Falta aún un estudio sistemático del tema del poder, al menos re­lativo a la que hemos llamado «ciudadanía activa». Pero quizá el as­pecto del poder presente problemas, al menos para comprender en qué medida las realidades de base, por las que nos estamos interesan­do, representan algo.

Hablando de poder, no lo entendemos como mera capacidad de dominio y de coerción, o bien como mecanicista relación orden/obe- diencia. Observando más en profundidad la concreta acción de los grupos de ciudadanos organizados (europeos y no europeos), de este nuevo asociacionismo de base, hay que preguntarse más bien si el po­der no es una dimensión constitutiva e inelim inable de la experiencia humana. Una dimensión de la que —desde el punto de vista científi­co— se puede hacer un análisis crítico, pero que antes necesita de un estudio fenomenológico (como ha hecho, por ejemplo, POPITZ), que examine su naturaleza y sus diversas formas de manifestación, conso­lidación y transformación.

En este marco, una contribución interesante proviene de Solange Pa ssa r is y Guy R affi, investigadores franceses de la realidad asociati­va (por ellos definida como «movimiento asociativo»). Se está modifi­cando la concepción de las relaciones entre Estado y sociedad civil, afirman los dos autores. El ciudadano (el «militante-ciudadano», se­

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gún su expresión) ya no acepta estar encerrado en la abstracción del contrato social y en una legitimidad reconocida desde lo alto, desde la autoridad estatal. Y crea ulteriores espacios de vida en la dimensión local, por una parte elaborando nuevas formas de participación y de democracia (una «democracia local»), y por otra proponiendo inédi­tas reglas de comunicación y de interacción entre administradores y ciudadanos. Las asociaciones no apuntan a un contrapoder, sostienen los dos autores, pero sin embargo ejercen poder en tres formas: un poder de convocatoria, de innovación y de experimentación social.

No es, pues, un poder «alternativo»; más bien un poder que los ciudadanos parecen ejercer, manteniendo una doble actitud: una esencial lealtad al sistema democrático, pero también una profunda desconfianza respecto a la posibilidad de que el Estado resuelva por sí sólo sus problemas. Actitud que les lleva —en el contexto de una es­pecie de «anarquía lealista»— a actuar por cuenta propia, como ocu­rre, por ejemplo, en una amplia gama de organizaciones que van des­de las de carácter vernacular (es el caso de Muintir na Tire, en Irlan­da) a las encuadrables en la categoría de la «economía social» (a la que se pueden referir las agrupaciones del Reíais en Francia, del grupo Emmaus de Bilbao, de la asociación La Poudriére en Bélgica, y otras más), que desarrollan iniciativas en el campo de la protección de la vida familiar, del apoyo a la vida democrática local, de la acción edu­cativa y en el campo sanitario, de la lucha contra la exclusión social, de la ayuda al Tercer Mundo, del desarrollo económico, etc.

Pero la tipología de las formas de poder en este ámbito de la vida social puede ir más lejos. Giancarlo QUARANTA, por ejemplo, ha identificado cuatro formas principales, a través de las cuales es posible ejercer poder, con particular referencia a las asociaciones de base de los ciudadanos. Las dos primeras se sitúan en la vertiente que se po­dría definir como «operacional», mientras que las otras dos en la ver­tiente definible como «cognitiva» en sentido amplio. Se trata, en par­ticular, de: poder material, poder institucional, poder simbólico y po­der interpretativo.

El pod er material en síntesis, se define como la capacidad de in­tervenir directa y concretamente para producir una serie de cambios considerados como necesarios. Este poder se ejerce a través de la mo­vilización de energías y de recursos humanos, financieros y técnicos ya disponibles en los ciudadanos, ó (en el caso de los recursos finan­

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cieros) obtenibles en los entes públicos o privados. Los casos que se podrían citar son numerosos, y van desde los grupos de simples ciu­dadanos de Cantabria, que organizan centros de iniciativa contra el paro y ponen en funcionamiento un supermercado autogestionado, a los que se nutren solamente de campos deportivos (ha ocurrido no hace mucho tiempo en Roma, en el barrio periférico de Tor Bellamo- naca), que realizan proyectos de reestructuración de edificios vacíos y abandonados (como ha sucedido en Holanda, con el apoyo de la or­ganización LOBH), o que crean asilos o formas de asistencia a los ni­ños (véase los playgroups ingleses) y se preocupan de garantizar nume­rosos servicios que las autoridades locales no aseguran.

El pod er institucional es aquel en virtud del cual se llega a domi­nar o dirimir los numerosos conflictos institucionales y normativos, a los que se enfrentan continuamente los ciudadanos. Para citar un caso, una organización, como el Tribunal para los derechos del enfer­mo, desarrolla una acción dirigida a llevar racionalidad y derecho a las salas hospitalarias y a permitir el diálogo entre las partes (enfer­mos, agentes sanitarios, administrativos), en contextos en los que irracionalidades burocráticas, conflictos de competencia y mala ges­tión generan sufrimientos inútiles e intolerables a los ciudadanos. Esta acción ha producido, entre sus numerosos efectos, el que se ac­túe de forma que un ente local, como la Región de Lazio, apruebe una ley especial sobre la protección de los derechos del ciudadano en los hospitales. Este es un caso en el que —citando la terminología de POPITZ—, partiendo de las denuncias de ciudadanos individuales y de las concretas actividades de protección de los derechos en los dife­rentes servicios sanitarios, se llega a producir una progresiva «desper­sonalización» y «formalización» de derechos, que pueden llegar a ser colectivamente reconocidos, legitimados y aplicables. También la ac­ción del Citizen Advice Burean inglés puede entrar en este orden de consideraciones.

Otro tipo de poder es el que consiste en el empleo de símbolos, con el fin de implicar, asociar y convencer a los interlocutores o directa­mente a los adversarios. Poder que muchos grupos denominados «in­formales» de los países del Este, durante el período que ha precedido inmediatamente al año 1989, han ejercido, haciendo lo único que po­dían hacer en un contexto en el que los medios de comunicación y los recursos técnicos y financieros estaban en manos del Estado: orga­

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nizar ceremonias, vigilias de oración y manifestaciones musicales y teatrales, que han tenido una fundamental función asociativa y movi­lizante.

Finalmente, existe el poder que se ejerce cuando se producen iri' terpretaciones o se suministran informaciones capaces de incidir en las representaciones que los interlocutores tienen de la realidad social, contribuyendo a hacer visible lo que no lo es, a «poner en la agenda» de los que toman decisiones temas ligados a los derechos de los ciuda­danos y a desmitificar el carácter «inútil» de los sufrimientos a los que los ciudadanos están obligados muchas veces a padecer a causa de conflictos y paradojas institucionales; o a dinámicas profesionales y organizativas. Son numerosos los casos de grupos, cooperativas y aso­ciaciones que hacen de la producción y elaboración de información (en sentido amplio: noticias, know-how tecnológico, datos y conoci­mientos sobre el territorio) su objetivo o uno de sus objetivos princi­pales. Y un análisis en profundidad de lo que hacen estos grupos mostraría probablemente la rica cantidad y calidad de dosieres, folle­tos y revistas por ellos elaborados y destinados, no sólo a otros ciuda­danos comunes y a las redes de organizaciones de base, sino también a administraciones locales y centrales.

Ciertamente, un análisis de la acción y del poder de los ciudada­nos no puede detenerse en esta sintética panorámica. Y estaría bien proseguir los estudios en este sentido, intentando comprobar si, y en qué medida, este nuevo asociacionismo europeo (admitido que la expresión «asociación» pueda ser todavía utilizada en estos casos) pue­de ser considerado bien como índice, o bien como elemento activo de amplios y profundos procesos de desarrollo en curso (o de «desa­rrollo humano», según la perspectiva del PNUD) (2), que hay que gestionar y orientar en la dirección de una sociedad más justa y de­mocrática.

(2) PNUD = Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

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Los nuevos movimientos sociales en Chile

Carlos Guerra RodríguezDoctor en Sociología.

Universidad de Salamanca

LA PERSPECTIVA DEONTOLOGICA

Hay una tendencia en las Ciencias Sociales chilenas que HOPEN- HAYN (1989) ha denominado humanismo crítico. Esta tendencia se ca­racteriza por asentarse en distintas fuentes de análisis de lo social (al­gunas incluso contradictorias entre sí): el Humanismo Socialista, la Teoría Crítica frankfurtiana, las filosofías del Crecimiento Personal, la Teología de la Liberación, la Contracultura, el pensamiento postmo­derno, el ecologismo, la educación popular, etc. El hilo común que uniría estas diferentes tradiciones sería el de la primacía que se otorga a la dimensión cultural y ética (no sólo en el cambio social, sino tam­bién en el análisis de los fenómenos sociales): la apuesta por «pensar globalmente y actuar localmente», y la afirmación hacia el futuro de la necesidad (y posibilidad) de un proceso de emancipación respecto de las múltiples formas de alienación vigentes, esto es, la construc­ción de sujetos libres y conscientes o, si se quiere, de sujetos autóno­mos (emancipados) (1). En definitiva, la apuesta por la democratiza­ción exhaustiva de la sociedad, una democracia como un proceso abierto, con un orden por crear, donde se privilegia:

— La participación directa, multidireccional, no jerarquizada y permanente.

(1) Sin embargo, a pesar de que hay un elemento común con esa raíz, esta termino­logía propia del humanismo moderno no es compartida por el conjunto de las tendencias que aquí se enmarcan, algunas de las cuales mantienen posiciones antiesencialistas y re­chazan, por tanto, la idea de una esencia humana que permanece reprimida y que es pre­ciso liberar; otras se sitúan en el extremo contrario, arrastrando la matriz romántica de un paraíso perdido o de una unidad en la totalidad.

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— El pluralismo como oposición al etnocentrismo, el patriarca- lismo y el iluminismo, o sea, todas aquellas expresiones fragmentarias irreductibles a la racionalidad occidental moderna.

— El fortalecimiento de los espacios locales, de la participación comunitaria.

— El valor de la vida cotidiana y el de las estrategias de supervi­vencia en la constitución de los sujetos.

— La afirmación de la diferencia, la resistencia de las identidades locales, de la mujer, de los excluidos, etc., frente a las racionalidades dominantes y a los discursos omnicomprensivos del poder.

— El desarrollo personal y el desarrollo integral.

— La interdisciplinariedad en el campo epistemológico y meto­dológico.

De alguna forma, recuperan el proyecto original del iluminismo:

«Promover una actitud generalizada de sospecha frente a las racionalidades dominantes y de conciencia de la propia aliena­ción, a fin de iniciar una suerte de movimiento “microsocietal” en pequeñas unidades, pero mutiplicándose cada vez más, que apun­te hacia la emancipación “de toda la persona y de todas las perso­nas”» (H openhayn , 1989).

Esto viene a significar una resistencia a producir conocimientos destinados al uso por el Estado o para el control del Estado, a la polí­tica como campo de acción restringido a la articulación entre la socie­dad, los partidos políticos, la tecnocracia y el Estado; y una reproba­ción al mundo de la competencia y del mercado, en beneficio del fo­mento y expansión de la conciencia crítica y de la promoción de la creación-autocreación de sujetos y prácticas alterativas (2). Un ejem­plo de ello es el Desarrollo a escala humana (M a x -N eef y otros, 1986), que se concentra y sustenta en la satisfacción de las necesidades huma-

(2) Como bien dice H openhayn (1989) sigue tratándose de un uso iluminista, al fin y al cabo, aunque no sea más que para desenmascarar la voluntad de dominio del pro­yecto ilustrado. Una vez más la eterna contradicción que implica «promover la autocrea- ción en otros», ese peligro de hacer entrar por la ventana el autoritarismo o el dirigismo que se ha querido expulsar por la puerta.

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ñas fundamentales (las cuales van más allá de la mera subsistencia físi­ca, incluyendo además la superación de las diferentes patologías que se generan en los individuos cuando no son adecuadamente cubiertas di­chas necesidades), en la generación de niveles crecientes de autode- pendencia y en la articulación orgánica de los seres humanos con la naturaleza y la tecnología, de los procesos globales con los comporta­mientos locales, de lo personal con lo social, de la planificación con la autonomía y de la sociedad civil con el Estado; para ello se parte del protagonismo real de las personas, ya que lo que se intenta lograr es la transformación de la persona-objeto en persona-sujeto del desarrollo. Con lo que la realización de las necesidades no es una meta, sino el motor del desarrollo mismo, ya que pueden comenzar a realizarse des­de un principio y durante todo el proceso de desarrollo.

Tal visión se separa claramente de los paradigmas clásicos del fun­cionalismo y el estructuralismo y de sus expresiones más recientes en el neoliberalismo político y económico. Encarna una visión crítica pero no totalizante de la realidad, pues el rescate que realiza de los movimientos sociales muestra una preocupación por la constitución de identidades colectivas que no caigan en el estigma de la cosifica- ción de los actores sociales, lo que les proporciona una nueva orienta­ción simbólico-expresiva; la preferencia por los movimientos sociales frente a los partidos políticos tradicionales privilegia lógicas más au­tónomas de dinámica social, y formas menos instrumentales de prác­ticas políticas; y la revalorización de la democracia en un sentido am­plio y profundo implica también el intento por plasmar una cultura democrática y no sólo un gobierno electo por las mayorías, vale decir, un ideal de ciudadanía inscrito en el discurso hegemónico del ilumi- nismo. Así, se rechaza:

— La pura personalización por conducir a corrientes misticistas o psicologistas (esoterismos, crecimiento personal, religiosidades indi­viduales, etc.) al populismo, o a una visión de la sociedad como com­petencia y mercado.

— La pura concepción grupalista por conducir al comunitaris- mo (sectarista, culturalista, etc.) cuando es centrípeta, y al corporati- vismo cuando es centrífuga.

— La pura concepción social-estatal por conducir a la ideología, a la política entendida como administración y manipulación, al tec-

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nocratismo basado en la modernización como valor sustantivo y ex- cluyente, o al sistema representativo como único medio de realización histórica.

En consecuencia, se defiende una visión de la sociedad dominada por la tensión (la dinámica del conflicto y la concertación) entre lo in­dividual, lo grupal y lo estatal, y no por la concepción del desarrollo lineal de la conciencia o de la historia. Lo que significa la destrucción de la omnipotencia de la conciencia individual junto con la «razón de Estado», así como de la aspiración de hegemonía, no compartida de los movimientos sociales. La interpretación que de éstos se hace estará determinada por las supuestas tensiones que los cruzan: lo microsocial de la acción diaria frente a los planteamientos macro de las estrategias, la autonomía frente a la conducción, y la autogestión frente a la inte­gración conflictiva (bien sea reformista o revolucionaria).

Desde estas posiciones se habla de la aparición de nuevos sujetos sociales en los últimos años, nuevas relaciones asociativas que plan­tean estos temas de la autodefensa de la sociedad c iv il ante el Estado, y ante la economía de mercado, en una lucha por una sociedad democrá­tica y no patriarcal. No se buscarían reformas estructurales con carác­ter totalizador (como la llamada Nueva Izquierda de los años sesenta defendiera partiendo de estos mismos valores), sino una defensa de la sociedad civil dentro del marco dado por el funcionamiento autóno­mo de los sistemas políticos y económicos. Tendrían, por tanto, un sentido que COHEN (1985) califica de autolimitante, pues:

— No buscan una sociedad indiferenciada, libre de todo poder y de toda forma de desigualdad, sino la defensa y extensión de los espa­cios de autonomía social.

— Las nuevas formas democráticas de participación son vistas como dependientes de las instituciones estatales.

— Los actores están dispuestos a relativizar en cierto grado sus valores personales, por medio de una discusión de objetivos y conse­cuencias.

— Las asociaciones y los espacios públicos estructurados demo­cráticamente son vistos como fines en sí, no como recursos para lo­grar la movilización de confrontaciones a gran escala en busca del po­der estatal.

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Realizan actividades expresivas, afianzan sus identidades, pero su característica más notable es que involucran a actores que se han he­cho conscientes tanto de su capacidad para crear identidades, como de las relaciones de poder involucradas en su construcción social.

R azeto (1984b) representa en esta línea uno de los intentos más claros en Chile por salir de la lógica de la razón instrumental, impul­sando desde la argumentación teórica y desde la praxis social el desa­rrollo de las Organizaciones Económicas Populares (OEP). Ve en ellas el protagonista de futuros cambios sociales que apuntan al forta­lecimiento de la sociedad civil, de la ética solidaria, de la participa­ción social democrática y de la mayor autonomía de los actores socia­les de escasos recursos. Son la señal de una nueva forma de conviven­cia, de relación social y de organización de la vida cotidiana fundada en la calidad de vida, en la diversidad, en la autonomía y en la parti­cipación, y que surge como contraposición a la acumulación de capi­tal, al estímulo de la competencia y al paternalismo estatal. Rescatan la cotidianidad en la constitución de los sujetos y de las identidades, enfatizan la participación social directa más que la participación polí­tica representativa, y la construcción de una cultura democrática, y no sólo de una democracia política formal. Forman parte de un pre­sunto «sector solidario» donde lo que interesa es el desarrollo social o colectivo, pues el desarrollo propio estaría en función del desarrollo común.

Según R a z e t o , las personas que participan en o con estas organi­zaciones (a través de las organizaciones de apoyo) intuyen que lo que están haciendo tiene un valor intrínseco, consecuente además con sus aspiraciones y su voluntad hacia el cambio social. Lo específicamente económico ocupa un lugar y una importancia fundamental, pero es entendido en términos muy amplios, no sólo como la producción, distribución y consumo de los bienes materiales, sino como una ma­nera de hacer las cosas y de satisfacer las necesidades humanas en su integralidad. Un eje de los grupos es la supervivencia material, pero existiría otro eje que sería el de la supervivencia moral, de índole sim­bólica y expresiva, más que una manifestación de respuestas políticas o reivindicativas. La respuesta instrumental se asocia a prácticas de tipo moral y axiológico (relaciones de autoestima, participativas, compensadoras de la desintegración), que se convierten en los facto­res de sustentación de los grupos, permitiendo que ellos permanezcan

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aún cuando la satisfacción de las urgencias materiales sufran reveses o sean insuficientes. En estas organizaciones los objetivos y los medios aparecerían completamente entrelazados: su objetivo directo es la sa­tisfacción de necesidades, que se obtiene mediante los mismos bienes y servicios producidos y a través de las mismas actividades producti­vas, organizativas y creativas. Los «valores de cambio» son sustituidos por los «valores de uso». Por todo ello, la implantación, las caracterís­ticas particulares y la expansión de estas organizaciones están deter­minadas por:

«La estructura de necesidades prevaleciente en una sociedad determinada, o en los grupos sociales donde se desenvuelve la eco­nomía solidaria; el grado de desarrollo económico-social alcanza­do por la sociedad y el nivel de vida de las personas y grupos que actúan en el sector; el sistema económico-político imperante, y la concreta combinación entre los sectores de intercambio, regulado y solidario en el mercado determinado, y las identidades ideales y valóricas predominantes en la cultura, junto al grado de identifi­cación de los integrantes del sector con los ideales, valores y racio­nalidad que lo caracterizan, constituyen todos factores decisivos en el funcionamiento que la economía solidaria manifiesta en cada sociedad determinada, en su composición interna respecto al tipo de relaciones (comensalidad, cooperación, donaciones) más extendidas, en el grado de crecimiento relativo de los distintos su­jetos económicos particulares, en la cualidad y estabilidad de sus relaciones internas, en el tipo de actividades y flujos que expanden con mayor facilidad y alcanzan más importancia, y — en gene­ral— en el grado de coherencia que manifieste el sector y sus uni­dades integrantes, con la racionalidad específica de la economía solidaria y la lógica operacional particular de sus “economías” componentes» (Ra zeto , 1984 b, pág. 190).

Martín H open h ayn (1988), desde la asunción de los plantea­mientos de la Escuela de Frankfurt (pero intentando ser crítico con la propia Teoría Crítica), reflexiona sobre las motivaciones que llevan a los pobladores a la participación social, entendiendo que existe una motivación última y fundamental que compromete la existencia hu­mana como tal, a saber: la voluntad de cada cual de ser menos objeto y más sujeto. La participación toma sentido cuando redunda en huma­nización, es decir, cuando la población involucrada en el proceso en cuestión libera potencialidades previamente inhibidas, deja de ser un

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mero instrumento u objeto de otros, y se convierte en «protagonista de sí mismo en tanto ser social». La participación es un medio y un f in al mismo tiempo. Por un lado, constituye un instrumento que permite ser más sujeto, y por otro apunta a mejorar el mismo poten­cial de participación. La participación es, por lo tanto, el reverso de la alienación, de la cosificación o despersonalización de las relaciones sociales. Existen otras motivaciones que llevan a la participación, pero todas remitirían en última instancia a ésta, y se avanza en su consecu­ción en la medida en que tales motivaciones derivadas operan sinérgi- camente (simultánea e interactivamente):

— Ganar control sobre la propia situación y el propio proyecto de vida mediante la intervención en decisiones que afectan el entorno vital en que dicha situación y proyecto se desenvuelve.

— Acceder a mejores y mayores bienes y/o servicios que la socie­dad está en condiciones de suministrar, pero que por algún mecanis­mo institucional o estructural no suministra.

— Integrarse en procesos de desarrollo en los cuales los sectores excluidos se constituyen en el chivo expiatorio de sistemas que mu­chas veces producen más marginalidad de la que disuelven, a través de una integración humanizadora y no alienante.

— Aumentar el grado de autoestima mediante un mayor reco­nocimiento por parte de los demás de los derechos, las necesidades y las capacidades propias.

Ahora bien, tales motivaciones tienen sus reversos de carácter ne­gativo, no emancipadores. Habría, en consecuencia, cuatro tipos de participación negativa; a saber: la que promueve mayor control o po­der sobre los otros, la que alienta la concentración desigual de recur­sos, la que integra a procesos excluyentes y disolventes, y la que esti­mula el egocentrismo. De esta forma, la participación queda caracte­rizada por ser un proceso donde el óptimo sinérgico de participación a alcanzar tiene un carácter utópico, es un horizonte de referencia para los sujetos.

Esto significa que no se trata de una propuesta que se quede en experiencias particulares y concretas que supongan un simple palia­tivo a los graves problemas sociales existentes en un intento de solu­cionar una situación coyuntural; su objetivo es participar en un pro­

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ceso de conjunto, en un proyecto más amplio orientado en un senti­do transformador, de manera que otorgue a esas experiencias signifi­cado, perspectiva y proyección (3) (construir una identidad). R a z e - TO (1984a) reconoce que las OEP son una realidad experimental, heterogénea, oscilante y precaria en sus manifestaciones, constituida a través de múltiples y dispares iniciativas y actividades. Sin embar­go configurarían, en su conjunto, un proceso organizativo provisto de un sentido relativamente unitario y coherente, que se mantiene a lo largo de las sucesivas fases y momentos que va teniendo. Reali­zando una perspectiva de futuro, señala que llegarán a configurar entre todas ellas (junto a otras formas de empresas alternativas) un sector de economía solidaria dinámico y expansivo que se insertará activamente en la economía nacional. Aporta diez elementos para caracterizar a estas organizaciones, los cuales definirían en conjunto una racionalidad especial, una lógica interna sustentada en un tipo de comportamientos o de prácticas sociales transformadoras, distin­to de otro tipo de organizaciones (sindicales, reivindicativas, peque­ñas empresas del sector informal, etc.), al menos en forma germinal o embrionaria:

— Son iniciativas que se desarrollan en los sectores populares: en situaciones de pobreza y en un vecindario con condiciones similares de vida.

— Son iniciativas asociativas que involucran a pequeños grupos de personas o de familias.

— Son iniciativas organizativas (dan lugar a organizaciones): se plantean objetivos, tienen una estructura organizativa para la toma de decisiones y realización de tareas, programan sus actividades, mane­jan algunos recursos, etc.

— Son iniciativas creadas para enfrentar un conjunto de caren­cias y necesidades concretas que se presentan como apremiantes, so­bre la base de contar con unos recursos escasos para satisfacerlas: ali­mentación, vivienda, salud, educación, trabajo, ingresos, ahorro, etc.

(3) De este modo Razeto intenta salir al paso de las críticas provenientes desde la izquierda revolucionaria, que tiende a ver a estas organizaciones como amortiguadores de conflictos que relajan tensiones sociales, que de otro modo podrían acumularse hasta emerger revolucionariamente.

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— Enfrentan estos problemas y necesidades mediante el propio esfuerzo, y con la utilización de los recursos que para tal propósito lo­gran juntar.

— Son iniciativas que implican relaciones y valores solidarios, así como una conciencia social: en sus actividades las personas estable­cen lazos de ayuda mutua, cooperación, comunidad o solidaridad, no como algo accesorio o secundario, sino como inherente al modo en que se busca enfrentar los problemas, satisfacer las necesidades, o des­plegar las actividades propias de la organización. Si bien estos valores están generalmente presentes, lo están en grados y niveles diferentes.

— Son organizaciones que quieren ser participativas, democráti­cas, autogestionarias y autónomas.

— Son iniciativas que no se limitan a un solo tipo de actividad, sino que tienden a ser integrales, buscan satisfacer una amplia gama de necesidades y aspiraciones humanas: económicas, sociales, educati­vas, de desarrollo personal y grupal, de solidaridad, y a menudo tam­bién de acción política y pastoral.

— Son iniciativas en las que se pretende ser distintos y alternati­vos respecto del sistema imperante (definido como capitalista, indivi­dualista, consumista, autoritario, etc.) y contribuir en la pequeña es­cala al cambio social, en una perspectiva de una sociedad mejor y más justa.

— Son experiencias que habitualmente son apoyadas por activida­des de promoción, capacitación, asesoría, donación de recursos, etc., que realizan instituciones religiosas u ONG interesadas en el desarrollo social, político, económico, espiritual o humano integral de los secto­res populares.

Es importante insistir en este último punto, ya que los agentes externos cuentan con una gran influencia sobre un cuantioso número de organizaciones de pobladores, que mantienen frecuentemente, con aquéllos, una relación de dependencia (traducida en recursos moneta­rios, materiales, alimenticios, etc.); la base articuladora de la existen­cia y el desarrollo de muchas experiencias organizacionales de pobla­dores, argumentan los críticos de esta teorización, residiría no tanto en una cultura propia que las identifica como en la presencia de tales agentes. Pa l m a (1985) llega a decir que en estos casos, en vez de par­

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ticipación, habría que hablar de «movilización social», en el sentido de que ésta es una acción colectiva que resulta inducida por agentes externos movilizadores, los cuales han planteado explícitamente la motivación y los propósitos de esa acción colectiva que proponen y han conseguido que el grupo movilizado los haga suyos. A diferencia de la participación, este tipo de acción colectiva no tendría carácter permanente, obedecería a propósitos determinados o se insertaría, como instrumento de lucha, en un proceso de confrontación social. La relación resultante es, en consecuencia, instrumentalizadora, gene­rando un proceso de falsa participación.

R a z e t o (1983) reconoce que, en la mayoría de los casos, la ayu­da que prestan estas Instituciones de Apoyo es indispensable para la puesta en marcha e implementación de la OEP, así como en los mo­mentos de crisis; pero entiende, por una parte, que la meta de la ac­ción de las Instituciones de Apoyo es la autonomización progresiva de las organizaciones y, por otra, que ellas mismas son parte del fenóme­no de las OEP, al haber nacido y haberse desarrollado en el mismo contexto y ser una misma respuesta y reacción a ese contexto. Su fun­ción sería la elaboración teórica, la búsqueda de alternativas de acción transformadora, el desarrollo de un sistema de ideas, un método, un proyecto alternativo.

Parte importante del personal que está al frente de estas Institu­ciones se formó en un contexto en el que confluyeron la búsqueda de la transformación social (años sesenta y setenta) siguiendo el ejemplo de la revolución cubana, el ideario de la Teoría de la Dependencia propuesta por la CEPAL, el dogmatismo de M a r x , L e n in , M a o , etc., las experiencias de desarrollo social que impulsaron los gobiernos de la Democracia Cristiana y de la Unidad Popular, el trabajo y las ideas en educación popular desarrolladas por Paulo FREIRE, el impulso de la metodología y las técnicas de investigación provenientes de la antro­pología, la Teología de la Liberación, etc. Esto llevó a plantear a C AM ­PERO (1987) que las Instituciones de Apoyo y los dirigentes poblacio- nales son, en buena parte, el resultado de la «inversión social» de los sesenta, al haberse creado una infraestructura humana, técnica, inte­lectual e ideológica capaz de edificar, en condiciones adversas, una red de apoyo a la organización poblacional, y de captar la financiación de la cooperación internacional. R a c z y n s k i (1989) recurre al principio de conservación y transformación de la energía social formulado por

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H ir sc h m a n (1986), para decir que las personas más activas en pro­yectos de desarrollo desde la base, en su mayoría ha participado pre­viamente en otras experiencias de acción colectiva, por lo general más radicales; su aspiración anterior al cambio social no los abandona, aunque los movimientos en los cuales participaron puedan haber des­aparecido; con el tiempo, esta «energía social» vuelve a activarse nor­malmente en una forma diferente. Se trataría de una forma especial de secuencia, de una renovación de energía en vez de un brote totalmente nuevo, con lo que se cuestionaría el principio según el cual la reacción «normal» frente al fracaso de una acción colectiva sea el desaliento, la desesperación y la búsqueda activa de la felicidad privada, al menos de una forma definitiva.

O sea, las energías sociales despertadas en el curso de los movi­mientos no desaparecen, aunque los propios movimientos sí desapa­rezcan: estas energías quedarían en «reserva» durante un tiempo, pero podrán servir de combustible después para movimientos muy distin­tos. Ello ha permitido la supervivencia de buena parte de aquellas teorías del desarrollo social en un estado bastante puro pero con evo­luciones; un ejemplo de ello sería R a z e t o , aunque con el tiempo las imágenes positivas del mundo poblacional y la esencialización de la comunidad y del pueblo, que tenían sus raíces en esas teorías, han ido perdiendo fuerza y han sido abandonadas por muchos; es el caso de los postulados más radicales de la investigación-acción-participativa. Se trata, desde un punto de vista ideológico, según sus críticos, de:

«Una generación que, paradójicamente, aunque rechazaba el populismo, fue de alguna manera populista a través de ese sustrato ético-moral con que se aproximan al medio popular. Su populis­mo consistía en ver en el pueblo sólo la contraparte positiva de una sociedad negativa y, por tanto, en definirlo como fuente de los valores del cambio social a que se aspiraba y como espejo críti­co de sus propias limitaciones» (C A M P E R O , 1987, pág. 223).

Pues al igual que los tradicionales nacionalismos populistas, par­ten de que la integración sólo es posible a través de la afirmación del ethos cultural y nacional reprimido por la penetración cultural exóge- na. La participación se exalta en el discurso y se centra en la acción local y sindical (está por tanto descentralizada), pero en tanto posibi­lidad que todos tienen de identificarse con la voluntad nacional y po­

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pular, la fundan, por tanto, en la plena identidad con ese ethos cultu­ral y nacional (esté o no encarnado por un líder). Ello impediría la realización de cualquier iniciativa que pretenda salir de ese patrón, pues sería una integración homogeneizadora que se materializa en al­gún tipo de paternalismo, en la asignación de recursos o en un etno- centrismo cultural.

Estas críticas serían de difícil aplicación en los años ochenta, pues las personas que se sitúan al frente de las organizaciones sociales o de las Instituciones de Apoyo ya han desmitificado el saber popular. Ahora se habla de la recuperación de lo que éste tiene de valioso, de la necesidad de pedagogías y relaciones dialógicas entre los intelectua­les y los sectores populares, que permitan realizar un trabajo conjunto encaminado a la aprehensión integral de la realidad y de los métodos para conocerla. Lo «popular» está referido, no a su valoración en sí, sino a la defensa y al servicio de los sectores populares.

LA «MISTICA» DE LA CULTURA POPULAR

En un principio, tras la insurrección militar que se produce en Chile en 1973, puede entenderse que las nuevas organizaciones po- blacionales nacieron como un intento de preservar capacidades y lide­razgos acogiendo en sus acciones a obreros expulsados o perseguidos políticamente. Pero con el tiempo parece que toman conciencia de que con el nuevo régimen la vía del sindicalismo estaba cerrada, así que perdió sentido esta labor de repliegue de cara a acciones más o menos próximas. Al mismo tiempo, se percibió que el carácter exclu- yente del sistema sociopolítico autoritario iba a marcar la contradic­ción principal de las relaciones sociales, con lo que tomó fuerza la hi­pótesis de que la exclusión socioeconómica y política, y la desarticula­ción de los mecanismos de participación y movilidad social podrían generar actores sociales nuevos. Las Ollas Comunes, como ejemplo prototipo de las nuevas organizaciones sociales, piensa GALLARDO (1985) que surgen en momentos en que no funcionan los mecanis­mos culturalmente consagrados a través de los cuales los sectores po­pulares acceden al consumo de los bienes necesarios para subsistir, vale decir, el salario como forma de pago del trabajo mercantilizado. Esto implica que las familias ya no tienen la posibilidad real de actuar

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de acuerdo a dichas pautas culturales, y asumir en consecuencia la ta­rea de abastecer y alimentar a sus miembros; pero además muestra la incapacidad del sistema social para garantizar la vida del conjunto de la comunidad nacional. Con la formación de las Ollas Comunes es la comunidad popular la que pasa a asumir la responsabilidad de la so­brevivencia individual y familiar de los sectores excluidos social y eco­nómicamente. Pero esto solamente puede ser posible si existe una identidad colectiva (entre iguales) que sustente la voluntad de acción conjunta y solidaria. Dice al respecto CAMPERO (1987):

«El crecimiento acelerado de la marginación urbana y el surgi­miento en ella de estrategias de sobrevivencia, de luchas reivindica- tivas y de iniciativas de organización, lleva a concebir la idea de que será en este campo donde podría surgir una respuesta social a la crisis. En consecuencia, las poblaciones, que aparecen como el lugar donde se concentran los efectos del proceso excluyente, pa­san a ser objeto de preocupación preferencial» (pág. 224).

Las organizaciones de apoyo pasan a buscar la constitución de un movimiento social sobre esta nueva base:

— La visión moral del pueblo (4).— La perspectiva culturalista de constitución de actores sociales.— La búsqueda de nuevas prácticas sociales ante la crisis de los

actores clásicos.Esto es, un desarrollo alternativo entendido como autodesarrollo

de los sectores sociales subordinados y basado en el uso de recursos locales y en la creatividad social, en vistas de la recuperación a nivel local y comunitario del control sobre las propias condiciones de vida. El propio R a z e TO (1983) da un paso en este sentido, que le acerca e

(4) Se la puede sintetizar como sigue:— Mística: la presencia de la convicción en ideales comunes, y de la voluntad de pro­

yectarlos «hacia afuera», individual y colectivamente. Sus raíces pueden ser religiosas, polí­ticas, provenientes de la experiencia o la cultura, etc.

— Dignidad: la capacidad de autoestima grupal, de autovaloración del trabajo colec­tivo y de su sentido.

— Creatividad: la voluntad de innovación a nivel de producción, comercialización, organización, tecnología, relaciones sociales, etc.

— Autonomía: la valoración de tener y mantener la iniciativa y el poder de decisión en manos del grupo. Lo cual supone la capacidad de coordinar los factores productivos.

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introduce dentro de las visiones netamente culturalistas de las organi­zaciones sociales, pues reconoce que el surgimiento y permanencia de las OEP ha sido posible gracias a los valores de la organización y de la solidaridad fuertemente radicados en la cultura popular, y a la vasta, extendida y prolongada tradición organizativa del pueblo. La cultura popular chilena no se habría construido a partir de una matriz indivi- dual-liberal, que ve su destino ligado exclusivamente al esfuerzo per­sonal. Aunque en la mayoría de los casos el agrupamiento no tenga objetivos claros y funcionales, sería percibido en sí mismo como posi­tivo. Lo mismo sucedería en la referencia al Estado (B e n g o a , 1987), que iría desde el simple intento de los individuos por ser reconocidos en su ciudadanía, hasta la lucha por la obtención de beneficios socia­les y grupales de la sociedad representada en el Estado. De este modo, los mencionados recursos de las Instituciones de Apoyo tienen sólo por objeto potenciar los recursos y medios que las personas afectadas ya utilizan normalmente, pero entendiendo que los elementos básicos que componen la estructura central de la conciencia (lo personal, lo grupal y lo societal) se encuentran entrelazados y determinados por la cultura y la historia, pues en ellas se socializa la persona.

Para encontrar las bases de este planteamiento cultural se suele tomar como referencia el trabajo de Larissa LOMNITZ (1978), quien ha realizado estudios sobre la familia latinoamericana, observando que generalmente se producen redes de intercambio (de alimentos, vestuario, servicios, etc.) con fines económicos entre los grupos que se encuentran en similares condiciones de pobreza, como una forma de subsistencia. Afirma que la marginalidad asegura su supervivencia mediante el uso de la reciprocidad social. Sobre su precaria base eco­nómica se ha levantado una estructura social específica, que tiene la característica de garantizar una subsistencia mínima durante los pe­ríodos más o menos largos de inactividad económica. En Chile, De LA C r u z - M o l in a y CAÑETE (1981) muestran cómo el intercambio de favores entre amigos, parientes y vecinos es utilizado como una es­trategia de supervivencia por personas de escasos recursos; de su in­vestigación se desprende que alrededor del 70 por ciento de los jefes de hogar en situación de extrema pobreza recurre a estas personas en caso de necesidad. Ello ha llevado a plantear que la solidaridad entre familiares y amigos predomina en los sectores populares. La raíz pro­funda de donde parte esta hipótesis hay que buscarla en otras vertien­

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tes teóricas próximas; por ejemplo, aquélla que sostiene que la masiva migración del campo a la ciudad ha traído formas de organización colectiva de acuerdo a vínculos familiares extensos que constituyen adaptaciones al medio urbano de las estrategias, normas y costumbres del ámbito rural, muchas de las cuales responderían a aportaciones culturales de origen indígena; o aquélla que, desde una perspectiva histórica, afirma que los movimientos sociales han jugado un papel básico, ya que, además de estar presentes en todos los momentos de crisis y definición social, han ido forjando una suerte de memoria co­lectiva de la sociedad (Sa l a z a r , 1986). Esta teoría, que señala el uso de las redes de parentesco y los lazos comunales tradicionales como raíces de una nueva organización comunal que sustenta la vida de los pobladores es, por tanto, tributaria de una tradición idealizadora del mundo rural, poblacional e indígena.

Se supone, en consecuencia, la existencia en el mundo poblacio­nal de rasgos y formas organizativas no convencionales de administra­ción y manejo de recursos, junto a motivaciones complementarias de orden social, político o cultural, como pueden ser la recomposición de las solidaridades tradicionales, la cooperación, la autonomía, la dignificación del trabajo, etc., que se suman a la actividad grupal y se oponen a la racionalidad económica y a la sociedad dominante. De esta forma habría que hablar de una emergente estructura paralela y de la aparición en escena de una nueva identidad basada en el peso que han llegado a tener los migrantes y la cultura que portan. Las in­terpretaciones sobre las organizaciones sociales que se insertan dentro del paradigma emancipador añadirían además otra característica, el carácter democratizador e igualitario de las nuevas relaciones presen­tes en el movimiento social, lo que le haría protagonista de una lucha por la ciudadanía social y política, en oposición al autoritarismo y a la institucionalidad que viene desde «arriba», ya que estaría intentan­do construir una cultura y una simbología colectiva autónoma, que va transformando de manera lenta la cultura política. La garantía de tal rumbo es la identidad territorial existente en las poblaciones, puesto que la noción de territorio remite a la solidaridad y ésta a la democracia.

Efectivamente, en general, los pobladores viven su vida y tratan de gestionarla con elementos y valores propios. Su cultura no se agota en las carencias, o en la negación de la cultura de otros sectores. Por

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el contrario, tienen su propia cultura, pero ésta no es sólo un ejemplo de bondades como a veces parece pretenderse; se suele en consecuen­cia tomar menos en consideración la actitud pragmática (de aceptar lo que conviene) de los pobladores, su tendencia al clientelismo, al populismo, al paternalismo, al compadrazgo, etc. En las encuestas realizadas por SUR en 1988 y 1990 se puede constatar que para los pobladores la justicia distributiva y la protección estatal aparecen so­bre la libertad política y la validación de los derechos ciudadanos; la legitimidad de las instituciones parece que va en relación directa con el grado de autoridad protectora de las mismas; así, en primer lugar, aparece la Iglesia católica, luego la presidencia de la República, y des­taca después el grado de aprobación de las Fuerzas Armadas, lo que muestra que las denuncias por violaciones de Derechos Humanos no han mellado su legitimidad como garantes de la seguridad colectiva; ello muestra también que los derechos ciudadanos como derechos constituidos al margen del Estado no parecen configurar un eje de la identidad de los pobladores. De ahí que algunos investigadores de SUR afirmen que los pobladores no están preconstituidos como ciu­dadanos frente al Estado, no tratarían nunca de validar derechos o in­tereses previamente dados, sino ante todo satisfacer una necesidad de reconocimiento y de protección. Además, los pobladores, dicen, no validarían sus pretensiones de integración social a través de los meca­nismos institucionales correspondientes: el mercado se vería sobrepa­sado por la demanda estatal, y el sistema político por la preferencia mostrada hacia los líderes plebiscitarios (5). Sus aspiraciones de inte­gración social no se realizarían como ciudadanos con intereses indivi­duales o colectivos en busca de una representación, ni como clases que apuntan a una confrontación revolucionaria.

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(5) En el caso chileno el mecanismo plebiscitario no funciona enteramente fuera de las instituciones políticas; el sistema de partidos provee normalmente de líderes con audiencia popular.

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Aspectos cuantitativos del asociacionismo en España

Tomás Alberich NistralSociólogo

En un artículo anterior de esta misma revista se señalaba la escasez de estudios, tanto cuantitativos como cualitativos, sobre el conjunto del fenómeno asociativo (1). Asimismo, se realizaba una primera aproxima­ción a las grandes cifras de afiliación a asociaciones. Ahora abordamos el tema de nuevo, mediante una revisión y ampliación de esas cifras, y su contraste con otras fuentes, aunque las dificultades siguen existiendo (falta de datos, variabilidad, amplitud y complejidad del objeto de estu­dio). El resultado final se debe tomar con las debidas precauciones (2).

El análisis cuantitativo del asociacionismo puede ser realizado mediante diferentes técnicas y en base a múltiples variables: tasas de asociatividad y participación, multiafiliación, tipologías asociativas, presencia de las asociaciones, peso económico y de empleo, afiliación (número, participantes activos, voluntarios, cotizantes...), evolución de estos factores, diferenciación territorial y por estratos sociales, etc.

En el presente artículo, como introducción a estos análisis, vamos a abordar sólo tres de estos aspectos:

1. Tipologías y clasificaciones de las organizaciones sociales.2. Evolución en la creación de asociaciones y federaciones.3. Las grandes cifras del asociacionismo en España y principales

organizaciones asociativas.

(1) T. A lbericH: «La crisis de los movimientos sociales y el asociacionismo de los años noventa», Documentación Social, núm. 90, enero 1993.

(2) Mayor detalle de los aspectos analizados se encuentran en la Tesis Doctoral de T. A lberich : Política local, participación y asociacionismo, UCM, 1993.

Precisamente el conjunto de los artículos aquí presentados esperamos que sirva de punto de partida y de estímulo para nuevas investigaciones, como la que se propone desde el Area de Investigación del CIMS al final de la obra.

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1. TIPOLOGIAS Y CLASIFICACIONES DE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES

En toda sociedad existen organizaciones de muy diferente tipo, al igual que diversas entidades «sin ánimo de lucro». Los conceptos uti­lizados los resumimos en el siguiente esquema:

A ccióncolectiva

A cciónconflictiva

A ccióncolectiva puntual

A cción de un grupo de personas que se enfrenta al sistem a de fo rm a esporádica.

M ovim ien tosocial

G ru p o de personas que realiza una acción colectiva transform adora frente al sistem a o el aparato institucional.

A dm in istración del Estado, C om unidades

D el Estado

O rganizaciones C o n ánim o de lucro

Sociales- Religiosas - Iglesias.

(Sin ánim o de lucro)

- Políticas

- D ependientes

A u tónom as y A yuntam ien tos. O rganism os autónom os: instituciones públicas, universidades, cajas de ahorro...

- Empresas mixtas.- Empresas, organism os financieros privados...- E conom ía social (cooperativas...).

- Entidades sociales dependientes de otra organización (del Estado, fundaciones de empresas, instituciones...).

- C orporativas

I - Asociación

- Partidos, coaliciones y agrupaciones políticas.

- D e adscripción obligatoria: Colegios p ro f , com unidades de vecinos, cámarasde com ercio...

- A grupación independiente de personas constitu ida para realizar una actividad colectiva estable.(Asociaciones de vecinos, consum idores, juveniles, A P A S , deportivas, de m ujeres, sindicatos, O N G , etc.)

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Nos vamos a centrar sólo en el último tipo de las organizaciones citadas, las propiamente llamadas asociaciones (independientes y constituidas por voluntarios).

Aun así también hay asociaciones muy diferentes. Para realizar una investigación o seguimiento del fenómeno asociativo tenemos que poder distinguirlas y diferenciarlas, y utilizar una tipología que sea comparable con otras existentes (especialmente en los estudios realizados en otros países). De poco nos sirve una clasificación tan original que no tenga nada que ver con la de otras investigaciones.

Existen diversas tipologías asociativas. Normalmente se realizan a partir de una diferenciación por actividades de las entidades, pero también pueden ser por sus objetivos, formas de actuación, grupos de población a los que se dirigen, contenidos... En definitiva, las diferen­tes tipologías dependen del objetivo para el cual han sido creadas (análisis social, construcción de imágenes del mundo asociativo, regis­tro público...). Veamos algunas formas de clasificación que podemos utilizar:

1. Por e l contenido de las actividades (tantas como tipos de acti­vidad). Asociaciones de: entretenimiento, deportes, cultural, educati­va, solidaridad, ayuda...

2. Orientación sociopolítica de las actividades. Tendríamos aso­ciaciones de carácter:

— Reivindicativo, Asociaciones de protesta y propuesta (realizan actividades que «solicitan» algo mediante denuncia, protesta, movili­zación, manifestación...).

— De servicios. Asociaciones que crean/realizan determinados servicios sociales, culturales..., conformándose como apéndices de la Administración o como «empresas» sin reparto de beneficios.

— Alternativa. Asociaciones que realizan actividades alternativas en la producción (de economía social, cooperación informal...); en la habitación (okupas, experiencias ecológicas...), o en la socialización (cultura alternativa, comunas, educación liberadora...).

— Sociales y de entretenimiento: de encuentro, amistad, diversión, grupos de ayuda mutua..., realizan fundamentalmente actividades in­ternas y dirigidas a sus socios.

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Con arreglo a esta orientación podemos analizar, por ejemplo, cómo las asociaciones de «servicios» han crecido en los años ochenta en detrimento de las de carácter reivindicativo, o cómo éstas también han creado servicios internos y externos, o las nuevas formas de las al­ternativas.

Más que una clasificación podemos utilizar la orientación socio- política como características a definir entre las diversas asociaciones y movimientos sociales.

3. Por e l grupo poblacional o sector social a l que se dirige. Asocia­ciones para:

— Mujer, juventud, tercera edad...— Vecinos, estudiantes, padres, trabajadores...4. Por los objetivos: Cambio social, inmovilismo (no cambio, no

modernidad...), libertad, justicia, igualdad, salud...5. Por la orientación política o ideológica: izquierda, derecha,

conservadora...6. Por e l ámbito de actuación:— Territorial: local, estatal, internacional...— Sectorial, corporativo, general.Uno de los problemas de las clasificaciones al uso es que incluyen

a entidades que no son asociaciones según nuestro criterio (aunque sean entidades sin ánimo de lucro), como los partidos políticos, los colegios profesionales, las instituciones culturales y científicas...

Citemos, por ejemplo, la tipología de la Dirección General de Asociaciones y Fundaciones de la Generalitat de Cataluña, con 78 entradas diferentes, por orden alfabético, aparentemente sin criterio. Así, las primeras entidades incluidas de la tipología son: Aficionados, alcohólicos, amigos de, alumnos..., bastante inútil desde el punto de vista sociológico.

El Servicio de Estadística del Ayuntamiento de Barcelona plantea nueve grupos, que son:

— Instituciones culturales y científicas.— Recreativo-culturales.

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— De defensa de..., reivindicativas.

— Movimientos asociativos vecinales.

— Partido político, sindicatos y patronales.

— Clubs de opinión, ateneos libertarios, tertulias.

— A. profesionales de comercio, empresarios...— Tercera edad.

— Religiosas, nobleza, fundaciones protectoras.

Crítica: incluye partidos, mezcla tipos muy diferentes. Puede ser­vir sólo como tipología básica.

La Tipología de Dervelle, muy completa, considera no sólo la acti­vidad principal, sino los ámbitos de la vida colectiva en que se inser­ta, en tres funciones. Ejemplo:

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Función Sub-función Agrupaciones elementales

0. Vida pública 01. Política

02. Cívica

03. Religiosas1. Enseñanza2. Cultura vida3. Cultura vida social (cont.)3. Salud4. Intervenciones sociales

0 11 . De carácter general012. Regionalistas013. Acción política local014 . Clubs de debate015. Movimientos feministas016. Movimientos pacifistas021. Clubs022. Filantrópicas

Crítica: muy compleja y poco operativa, a pesar de utilizar de uno a tres dígitos. Mezcla e incluye organizaciones como: Partidos políticos. Protección Civil, «Obras sociales». Museos, Centros Cívi­cos, Correos, Telecomunicaciones..., así hasta el epígrafe 990.

También he analizado las utilizadas por otros autores, llegando a la conclusión de la conveniencia de crear una nueva tipología, de

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acuerdo a los conceptos y objetivos definidos. Realizando una clasifi­cación doble, en un dígito y en dos, que permita tanto las compara­ciones básicas (en 10 tipos) como las más pormenorizadas (en un má­ximo de 100).

Tomamos como referencia la suma de dos factores principales: el tipo de actividad característica-sector al que se dirige la actividad y el fin principal de cada asociación. El objetivo también nos indica la cau' sa de p o r qué han nacido^ derivado de la necesidad de anulan reducir o cambiar alguna de las contradicciones sociales existentes.

Sin más, pasamos a exponer las dos tipologías propuestas:

TIPOLOGIA ASOCIATIVA BASICA

Contradicción principal ASOCIACIONES (causante de su aparición)

0. Educación.................................................................. Cultural1. Sociocultura y arte .................................................. Cultural2. Medio am biente...................................................... Ecológica3. Paz, solidaridad int., Derechos Humanos ... Espacial, cultural

económica, racial4. Asistenciales y salud ....................................... Económica, vital5. Vecinal y consumo ......................................... Económica, ecológ.,

espacial6. Sector poblacional/edad ................................ Generacional7. Sectorial poblacional/sexo ....................................... Sexual8. Deporte, ocio y tiempo libre ........................ Cultural, vital9. Sindical, profesional, ideológicas ................. Económica, cult.

C u a d r o 1

Clave Tipo de asociación Ejemplos/Observaciones

0 0 . Educación0 1 . F o rm ad ón social, escuelas populares, educac. de adultos.... Form ación para el em pleo0 2 . A sociaciones de Padres de A lum nos ( A P A S ) . . . . . . . . . . . . . . . . . . CE APA, C O N C A P A0 3 . E s tu d ia n tile s . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . S indicato Estudiantes, C A N A E ,

SILE0 4 . P ro fe s o ra d o . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . R enovación pedagógica(09 . T erm inación en 9 : O tros, no clasificados)

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Clave Tipo de asociación Ejemplos/Observaciones

10 . Socioculturay arte1 1 . Fundaciones, centros de estudios, asociaciones c ie n tífic a s .. Institucionalizadas pero

form alm ente independientes12 . C ulturales, ateneos (culturales en sentido e s tr ic to ) . . . . . . . . . . A teneo de M adrid , Facm um13 . A n im ación sociocultural, dinam ización c o m u n ita r ia . . . . . . . C oácum , C olectivos de

A cción So lidaria14 . Artísticas: M úsica, teatro, fo lclore, artes plásticas, im agen,

literatura...15 . Casas regionales16 . Coleccionistas, costum bres y trad. diversas, g astronóm icas. A A . m adrileñistas17 . C om unicación. Radios libres/com unitarias, radioaficiona­

dos, re v is ta s . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . N o revistas/Boletines deasociaciones

20. Medio ambiente2 1 . E c o lo g is ta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . AED EN AT, Greenpeace, FAT

(Ecologism o social)2 2 . C o n se rva c io n is ta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . A dena (diferenciación

ideológica con la anterior)3 0 . Paz, solidaridad internacional y Derechos Humanos3 1 . P acifistas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . M P D L (M ovim ien to por la Paz,

D esarrollo y Libertad)3 2 . O b jeción de conciencia, a n tim ilita r is ta s . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . M O C (M ovim ien to O bjeción

de C onciencia)3 3 . C ooperación , solidaridad in te rn a c io n a l. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . A I, S O D E P A Z , M édicos sin

Fronteras, C oord . O N G ’s3 4 . D erechos H um anos, defensa de las lib e rta d e s . . . . . . . . . . . . . . . . A D P H3 5 . D efensa de m inorías, inm igrantes, e tn ia s . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pueblo G itano , Asociación

de inm igrantes...4 0 . Asistencialy salud4 1 . Socioasistencial, in tervención social, ayuda a m arginados .. C ruz Roja, Cáritas4 2 . A fectados por m inusvalías o e n fe rm e d a d e s. . . . . . . . . . . . . . . . . . . A yud a a m inusválidos,

deficientes. C om ités A n ti-S ID A4 3 . Prevención y acción contra d ro g o d e p e n d e n cia s. . . . . . . . . . . . . FAD4 4 . Salud y s a n id a d . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . D efensa de la Sanidad Pública,

Pro-vida4 5 . N aturistas4 6 . Esotéricas50 . Vecinal y consumo (M. ciudadano)5 1 . A sociaciones de v e c in o s . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . C A V E52. Consum idores y u s u a r io s . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . C E C U , ECE, O C U ...53 . V ivienda: Inquilinos, propietarios, okupas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . A IM54. D esarrollo local, urbano y rural

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Clave Tipo de Asociación Ejemplos/Observaciones

6 0 . Sectorial pohkcionalledad6 1 . In fantil y a d o le sc e n tes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . A sociación de juegos de rol,

clubs de fans6 2 . J u v e n i l . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . A . C ristiana jóven es Y M C A6 3 . Pensionista, Tercera e d a d . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . A SISPA , U D P7 0 . Sectorial poblacionallsexo y familia7 1 . M u je r . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . A m as de casa7 2 . F e m in is ta s . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . F M Separadas y divorciadas,

F O R U M , FMP...7 3 . H om osexuales (gay, lesbianas)7 4 . Familiares. Protección del m e n o r . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . U N A F8 0 . Deporte, ocio y tiempo libre8 1 . D e p o r t iv a s . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . C lubs deportivos, fú tbol

(N o S A )8 2 . Excursionistas, clubs de m o n ta ñ a . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . B oy Scouts8 3 . Festivas y de o c io . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . A . de las fallas8 4 . Caza, pesca, t a u r in a s . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Peñas taurinas90 . Sindical, profesional, ideológicas9 1 . Sindicatos9 2 . Asociaciones de cooperativistas y de la econom ía s o c ia l ... A sociación de Cooperativas de

C onsum o, V ivienda, Trab.9 3 . Asociaciones em presariales (de PY M E S, com erciantes, au tó­

nom os, a g ric u lto res ...) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . C E O E9 4 . Asociaciones de p ro fe s io n a le s . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . N o los colegios profesionales9 5 . R e lig io sa s . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . H O A C , cofradías...

N o las iglesias9 6 . N acionalistas, regionalistas, in d ep e n d e n tis ta s . . . . . . . . . . . . . . . . N o político-electoral

2. EVOLUCION EN LA CREACION DE ASOCIACIONES Y FEDERACIONES

Antes de ver las grandes cifras del asociacionismo actual, según la tipología descrita, vamos a detenernos brevemente en la evolución del total de asociaciones creadas en nuestro Estado, desde la promulga­ción de la Ley de Asociaciones de 1964.

El gráfico 1 nos muestra las cifras del número anual de asociacio­nes inscritas en el Registro Nacional, acogidas a la Ley de 1964. Nú­mero total estatal que incluye la de los registros provinciales, con aso­ciaciones de todos los ámbitos territoriales.

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G ráfico 1

EVOLUCION ANUAL DE LA CREACION DE ASOCIACIONES (REGISTRO NACIONAL)

19 6 5 -19 9 0(Nota: Incluye todas las asociaciones creadas acogidas a la Ley de 1964)

N.° Asociaciones creadas (Miles)

N.° Asociaciones

Fuen te : Elaboración a partir de datos del Registro Nacional de Asociaciones, recopilados por R. Prieto La c a c i.

De las asociaciones creadas siempre son mayoría las de ámbito lo­cal, aunque en los últimos años han subido algo las regionales. Por ejemplo, en 1990 las asociaciones creadas fueron:

— 7,5 por ciento de ámbito nacional.

— 8,7 por ciento, regional.

— 22,9 por ciento, provincial.— 55,9 por ciento, local.

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A partir de 1977 habría que sumarle, a las cifras del gráfico 1, las asociaciones que se crean no acogiéndose a la citada ley: los sindicatos fundamentalmente y algunas de otro tipo, asociaciones que sólo se inscriben en registros especiales, de las que carecemos de datos, aun­que muchas de las inscritas en estos registros específicos posterior­mente se han visto obligadas a hacerlo en el Registro General de Aso­ciaciones, perteneciente al Ministerio del Interior (Delegación del Gobierno o Gobierno Civil).

El año 1966 nos indica la gran cantidad de asociaciones que se registran con arreglo a la nueva Ley aprobada, más las Asociaciones (pertenecientes a organismos del Movimiento) que consideran conve­niente inscribirse en el nuevo Registro. La curva desciende en años posteriores hasta el año 1975, a partir del cual vuelve a subir con los nuevos aires de libertad.

De la época democrática, aparece el año 85 como el «suelo» del asociacionismo y, con gran contundencia, la tendencia alcista ininte­rrumpida desde ese año hasta el último considerado. Así, frente a 2.573 asociaciones creadas en 1985, tenemos casi 7.000 en 1990, 2,7 veces más.

Esta abultada cifra (7.000 asociaciones nuevas cada año, reflejo de la vitalidad colectiva) queda relativizada si la comparamos con los datos de otros países. Las fuentes son escasas, pero podemos citar el caso de Francia, donde el incremento anual de asociaciones ha sido enorme. Aunque el concepto de asociaciones sea algo más amplio que el aquí utilizado, es interesante tenerlo en cuenta:

CREACION ANUAL DE ASOCIACIONES EN FRANCIA

1960 ..................................... 12.6331970 ..................................... 18.7221980 .................................... 30.5431983 .................................... 46.857

Fuente: Solange Passaris, Guy Raffi: Les asso- ciations, París, 1984.

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Para no quedarnos en el «minifundismo» asociativo, veamos los datos de creación anual de federaciones en España:

PERIODO Número Media anual Indices

1977-79 ................... 122 41 1001980-82 ................... 146 49 119,51983-85 ................... 170 57 139,01986-88 ................... 208 69 168,31989-90 ................... 220 110 268,3

Fuente: Registro Nacional. Elaboración a partir de los datos de PRIETO Lacaci (3).

El gráfico 2 está realizado con índices, tomando como base el año 1977 = 100, e incluye la evolución porcentual de la creación de aso­ciaciones y federaciones. Así vemos que, aunque en números absolu­tos la creación de federaciones es mínima comparada con la de aso­ciaciones, el incremento anual de nuevas federaciones es comparativa­mente mayor que el de asociaciones. La «explosión» del minifun­dismo asociativo se ve compensada con la aceleración en la creación de nuevas federaciones.

Este proceso nos llevaría a pensar en si no se debe a una cierta evolución en ciclos: en una primera fase tenemos la creación de nu­merosas asociaciones pequeñas, como respuesta a la crisis de confian­za en las grandes instituciones sociales (burocratizadas) y también de las estructuras asociativas (procesos de institucionalización). Este mi­nifundismo asociativo también ha sido fomentado desde las adminis­traciones con su política sectorializada de subvenciones.

En una segunda fase tenemos la creación de federaciones y coor­dinadoras, como respuesta a la disgregación y atomización creada, y para poder abordar las nuevas problemáticas comunes. Esto conlleva la aparición de nuevas estructuras más complejas. Esta compleji­dad puede acarrear burocratización y comienzo de un nuevo proceso: crisis, tendencia a la creación de asociaciones pequeñas «indepen­dientes»...

(3) Utilizo artículos y análisis de Rafael PRIETO La CACI, por gentileza del autor (pen­diente de publicación).

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G ráfico 2

EVOLUCION ANUAL DE LA CREACION DE ASOCIACIONES Y FEDERACIONES

1977-1992

Indice Base 1977 = 100

Fuente : Datos del Registro Nacional de Asociaciones, recopilados por R. PRIETO La c a c i . Nota: Los datos de Federaciones son la media de cada trienio.

3. LAS GRANDES CIFRAS DEL ASOCIACIONISMO EN ESPAÑA Y PRINCIPALES ORGANIZACIONES ASOCIATIVAS

La brevedad que impone este espacio obliga a pasar directamente a una exposición de síntesis de la investigación. Insistimos que, dada las dificultades, las cifras se deben tomar siempre con las debidas cautelas.

Sobre el tamaño de las asociaciones, un problema añadido es la disparidad en las formas de afiliación para poder comparar o cuantifi- car. Hay organizaciones que consideran asociados a todos los suscrip-

iOíndice

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tores de su publicación, que no tienen mayor relación con la entidad que el suscribirse y, por lo tanto, no toman parte en las decisiones. Trataremos por ello de considerar el término de «afiliado a asocia­ción» en su vertiente más conocida: el socio que tiene derechos y de­beres según los estatutos de la entidad, entre ellos la capacidad de ele­gir periódicamente la dirección de la asociación, aprobar el programa general, presupuestos... (sin investigar otros datos, como cuántos afi­liados activos existen).

Hemos realizado un análisis comparativo entre los datos prove­nientes de la prensa y de fuentes directas (entrevistas y declaraciones de las propias asociaciones sobre su número de afiliados). Posterior­mente, estas cifras las hemos comparado con el porcentaje de afilia­dos a asociaciones según encuestas del CIS. Veamos primero algunos datos de nuestras fuentes:

00. Educación

Una de las características de las asociaciones del mundo educativo es su constante cambio. De un curso escolar a otro aparecen y desapa­recen muchas de ellas.

01. FORMACION

De las asociaciones dedicadas a formación social y educación de adultos no he obtenido datos directos, aunque las asociaciones hablan de «varias decenas de miles». No se debe confundir el número de ins­critos en cursos de formación con el de asociados. Sí las denominadas «Escuelas populares» y las de «Educación de adultos», que están agru­padas en la Federación de Asociaciones de Educación de Adultos (FAEA) que cuenta con más de 50 entidades participantes. En este epígrafe también están las asociaciones de formación para el empleo.

02. APAS

7.100 asociaciones, con 6.000.000 de afiliados, datos de la Con­federación Española de Asociaciones de Padres de Alumnos (CEAPA,

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1992), faltan datos de la Confederación Católica de Asociaciones de Padres de Alumnos (CONCAPA). Esta abultada cifra exige algunas explicaciones. En primer lugar, la afiliación «casi» obligatoria que se da en numerosos centros de enseñanza, especialmente en los privados y en los institutos. Es imprescindible esta afiliación para, por ejem­plo, asistir a clases extraescolares. Además es también habitual que la afiliación sea del tipo «familiar», del padre y la madre a la vez, por una misma cuota.

Utilizando otras fuentes diferentes de datos llegamos a una con­clusión menor. A partir de una extrapolación de la población en la re­gión de Madrid y su afiliación podemos considerar como más ade­cuada una banda entre 3,7 y 4 millones de afiliados.

03. A so c ia c io n e s estu d ian tile s

Su afiliación es especialmente cambiante. El suplemento «El Campus», del diario «El Mundo» (10 de febrero de 1993), realizaba un estudio sobre el tema, que aportaba las siguientes cifras:

— Estudiantes Progresistas (EP), 10.000 afiliados.— Sindicato de Estudiantes (SE), 60.000 afiliados.— Unión de Estudiantes (UDE), 80.000.— Sindicato Independiente Libre Estudiantes (SILES), 15.000.— Confederación Autónoma Nacional de A. Est. (CANAE),

180.000.— IkasleAbertzaeleak (LA), 2.000.— Consellos Abertos de Facultade (CAE), 250.— Asociació de Joves Estudiants de Catalunya (AJEC), sin datos.— Bloc d’Estudiants Agermanats (BEA), sin datos.— Asociación Balear de Estudiantes Universitarios (ABEU), 250.Nos da un total de 347.500 afiliados. Más los de las asociaciones

que no aportan datos y otras asociaciones no citadas. Podemos conside­rar un mínimo de 355.000 afiliados. Con una diversidad de asociacio­nes más implantadas en enseñanzas medias y otras en la universidad.

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10 . Sociocultura y artes

No hay datos directos ni indirectos mínimamente fiables.

20. Medio ambiente

Ecologistas: Greenpeace, 65.000 afiliados. Coordinadora de Or­ganizaciones de Defensa Ambiental (CODA), entre las que se en­cuentra AEDENAT, 40.000. Federación de Amigos de la Tierra (FAT), 14.000. Otros, 13.000. Total, 132.000

Conservacionistas: ADENA-WWF-España, 30.000.

Hay datos publicados en varios medios que coinciden básicamen­te con los citados (dominical de «El País», abril 1993), indicando que estas organizaciones agrupan por sí solas al 90 por ciento de los afilia­dos a asociaciones ecologistas.

30. Paz, solidaridad internacional y Derechos Humanos

El movimiento por la paz es el que mayores movilizaciones ha realizado en nuestro país, pero también es el que menos afiliados tie­ne. Esto se explica porque las movilizaciones han sido realizadas por plataformas unitarias donde se sumaban sindicatos, asociaciones veci­nales, etc., siendo muy escasas las organizaciones pacifistas estables, como, por ejemplo, el Movimiento por la Paz, el Desarme y la Liber­tad (MPDL) o «Paz Ahora».

Actualmente tiene una actividad estable en el País Vasco, en tor­no a la Coordinadora Gesto por la Paz de Euskal Herria, por su pro­blemática concreta.

Aspecto algo diferente es el sector de las asociaciones de objeción de conciencia, antimilitaristas y de insumisos que, aunque minorita­rias, cuentan con grandes simpatías entre la juventud y actividades es­tables.

La Coordinadora estatal de ONG para el Desarrollo cuenta con más de setenta organizaciones de cooperación y solidaridad internacio­

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nal. Utilizamos las cifras del informe «Las cuentas de las ONG» (Re­vista Integraly núm. 161, 1993).

Uno de los movimientos pujantes de los años noventa es el Sin- fronterismo. La solidaridad sin fronteras crece día a día, apareciendo nuevas asociaciones por ramas profesionales: Arquitectos Sin Fronte­ras, Bomberos S/F, Educación, Farmacéuticas, Ingenieros, Médicos, Mujeres, Reporteros...

40. Asistencial y salud

Es un sector con pocos datos, excepto el de asociaciones asisten- ciales más institucionalizadas:

— Voluntariado y asistenciales: Sólo la Cruz Roja cuenta con600.000 afiliados (Revista Cruz Roja, noviembre 1991). En Cáritas participan 30.000 voluntarios. No tenemos cifras del amplio abanico de asociaciones de ayuda a minusválidos físicos y psíquicos, grupos de autoayuda, etc., como, por ejemplo, la UNA, Unión de Asociacio­nes y Entidades de Minusválidos.

El sector de asociaciones contra la droga tuvo gran crecimiento a finales de los ochenta (a partir de 1987) encauzándose hacia la crea­ción de asociaciones de prevención de las toxicomanías y ayuda a drogodependientes. A principios de los noventa la problemática de las toxicomanías parece haberse estancado dentro de una cierta esta­bilidad e institucionalización. Junto a este sector está el crecimiento de las asociaciones anti-SIDA.

50. Vecinal y consumo

5 1 . A so c ia c io n e s de v e c in o s

Asociaciones de vecinos en la CAVE (Boletín de la CAVE, abril 1992): está formada por siete confederaciones autónomas y 77 fede­raciones, que agrupan a cerca de 2.000 asociaciones de vecinos (exac­tamente 1.890), con una afiliación de 1.500.000 ciudadanos.

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Hay que tener en cuenta que hay asociaciones de vecinos no afi­liadas a ninguna federación de la CAVE. Especialmente las asociacio­nes conservadoras.

El número de asociaciones de vecinos y de federaciones de AA. W . se incrementa de forma constante, especialmente desde 1985. Orientán­dose desde hace bastantes años a la creación de asociaciones pequeñas (por barrio-comunidad) e incluso por urbanización y por calle.

52. A so c ia c io n e s de c o n su m id o r e s y u su a r io s

1.100.000 afiliados, datos citados por Ignacio DE DiEGO, del Ins­tituto Nacional de Consumo (en «El País», 23 de octubre de 1990). En el cuadro final los equiparo a los de la encuesta del GIS, por la forma de afiliación de algunas de estas asociaciones. En una referen­cia más reciente de «El País» (3 de septiembre de 1993) se dan los si­guientes datos: CECU, 90.000 asociados; OCU, 240.000; UCE, 200.000. Suman 530.000. También se cita a la Confederación Espa­ñola de Asociaciones de Amas de Casa, Consumidores y Usuarios (FEAACCU), con unas 350.000 afiliadas, pero es una «asociación de mujeres» desde el punto de vista de mi clasificación.

60. Sector población/edad

Juveniles: 83 asociaciones en el Consejo de la Juventud de Espa­ña. 900.000 afiliados a asociaciones juveniles en 1987, según estudio del Consejo de la Juventud de España. Pero este dato no lo hemos considerado porque la mayoría se refiere a las secciones juveniles de sindicatos y de otras asociaciones o partidos políticos, por lo que se repetiría al considerar a éstas.

Pensionista, Tercera edad: 800.000 afiliados a asociaciones de la Unión Democrática de Pensionistas («El Independiente», 3 de sep­tiembre de 1991). Este sector es un gran desconocido y cada vez tiene mayor importancia y actividad. Como dato curioso citemos que la Fe­deración Internacional de Asociaciones de Mayores (FIAPA), organis­mo consultivo de la ONU, agrupa a asociaciones con 110 millones de jubilados de 39 países, («El País», 22 de enero de 1993, pág. 32).

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70. Sector población/sexo y familia. Asociaciones de mujeres

Las asociaciones de mujeres son numerosas (varios miles, desde las de ámbito estatal hasta el local), pero se carece de datos directos sobre su afiliación total. Están constituidas como una multiplicidad de redes, formales e informales, que suman a coordinadoras, federaciones, plata­formas..., según temas, sectores y comunidades autónomas.

En cuanto a las organizaciones familiares citar a la Unión de Aso­ciaciones Familiares (UNAF), confederación que agrupa a doce asocia­ciones de muy diferente tipo (sexológicas, de mujeres, de madres solte­ras, de prevención de los malos tratos...). No hay datos sobre afiliados.

80. Deporte, ocio y tiempo libre.

Sin datos.

90. Sindical, profesional, ideológicas

Afiliación a sindicatos: datos de «El País», 2 de marzo de 1993 y 11 de mayo de 1993. En este último artículo, Juan B l a n c o , sociólo­go de CC.OO., afirma que los motivos ideológicos pesan menos: «la ideología ha retrocedido a la hora de afiliarse». Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en España la afiliación sindical su­pone un 12 por ciento de la población activa, en 1989. Según estas fuentes con la crisis económica actual ha aumentado la afiliación (ver cifras en el cuadro general).

Asociaciones religiosas. El diario «ABC» (26 de junio de 1993) ci­tando fuentes de la Conferencia Episcopal Española, señala 70 asocia­ciones y movimientos del «apostolado seglar» que agrupan a «un mi­llón de fieles». Pero incluye a asociaciones que, según nuestra clasifi­cación, están en otros epígrafes: Padres de Aumnos (CONCAPA), Movimiento Scout Católico, etc. Es interesante tener en cuenta algu­nas cifras: Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), con70.000 integrantes; Juventudes Marianas, 38.000; Federación de Asociaciones de Viudas, 300.000; Adoración Nocturna, 120.000; Orden Franciscana Seglar, 18.000. Suman 546.000.

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Afiliación a partidos políticos. Un total aproximado de 900.000 afiliados, datos de «El País» (20 de mayo de 1993).

La afiliación sindical, o la vecinal, dobla el número de afiliados a todos los partidos políticos.

La s en cu estas del GIS

Nos indica R. P rieto La c a c i que «la tasa de afiliación ha evolu­cionado positivamente a lo largo de los últimos diez años, sobre todo desde 1985, y se sitúa actualmente en torno al 35 por ciento de la po­blación mayor de dieciocho años». Más adelante matiza esta cifra in­dicando que en la actualidad se sitúa entre el 30 y el 35 por ciento, ya que una encuesta de la Comunidad Europea, realizada en 1989, «mostraba que España se encuentra entre los países de la Comunidad con una tasa más baja de asociatividad, el 31 por ciento, por delante tan sólo de Portugal, con el 24 por ciento, y de Grecia, con el 25 por ciento (CE, 1991).»

Los porcentajes de población afiliados a cada tipo de asociación, según diversos estudios del CIS, son:

TIPO DE ASOCIACION 1980 1985 1989

Partido político ......................... . 6,6 2,6 3,4Sindicato .................................... . 8,7 6,4 7,5Profesional ................................. . 3,5 5,0 3,6Deportiva o recreativa .............. . 8,9 14,1 13,6Cultural ..................................... . 5,2 9,2 8,5Religiosa o benéfica .................. . 5,2 5,0 6,6De vecinos ................................. — — 10,4De m ujeres................................. . --- — 1,7Pro Derechos Humanos .......... — — 1,4Ecologistas y pacifistas.............. . --- — 1,4De consumidores ...................... — — 1,4O tra s ........................................... . 2,0 2,9

Total N ........................... . 3 .457 2.498 3.346

Fuente: Banco de Datos del GIS, estudios realizados en los años que se citan a una muestra nacional de N entrevistados mayores de dieciocho años, respectivamente: núm. 1.237 Cultura política (1); núm. 1.461 Ciudadanos y partidos políticos en el Sur de Europa (España), y núm. 1.788 Cultura Política (2). Elaboración de R. PRIETO Lacaci.

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Estas encuestas del CIS nos dejan con muchos interrogantes so­bre el tema que nos ocupa. Es de destacar que sólo en la realizada en 1989 se incluyen los epígrafes de vecinos, mujeres, etc., dando en este año tasas elevadas (un total de 19,2 por ciento de los españoles). Sin embargo, el epígrafe «otras» sólo da un resultado: el dos por ciento en 1980 y cero por ciento (no lo considera) en 1985, cuando en estos años ya existían esas asociaciones y, especialmente las de vecinos, te­nían gran implantación.

Así, el total de población afiliada a asociaciones en estos años se­ría (suma de los porcentajes citados, incluyendo a partidos políticos): 1980: 40,1 por ciento, 1985: 42,3 por ciento, 1989: 62,4 por ciento.

Si consideramos que las encuestas sobre afiliación nos indican, como citábamos, un máximo del 35 por ciento de la población espa­ñola afiliada a asociaciones voluntarias, y que la multiafiliación es de 1,5, también como máximo (un 15 por ciento de los afiliados a aso­ciaciones está en dos o más entidades), nos da un resultado del total de afiliados: 35 X 1,5 = 52,5 por ciento, aún inferior al 62,4 citado para el año 1989.

Por ello los porcentajes del CIS sólo los considero como máxi­mos, corrigiéndolos a la baja en todos los casos en que hay fuentes más directas. Las cifras definitivas se establecen en el cuadro 2, como conclusión (4).

Sobre las cifras finales hay que tener en cuenta que no aparecen las de asociaciones juveniles que habrán sido absorbidas (autoclasifi-

(4) Respecto a las contradicciones de las cifras del CIS cabrían varias explicaciones. En primer lugar, los afiliados a asociaciones «deportivas o recreativas» suben del 80 al 85 y disminuyen inexplicablemente en 1989. Otras fuentes nos indican que este tipo de enti­dades tiene un incremento reciente notable, especialmente los estudios de afiliación juve­nil. La explicación vendría, por un lado, en cuanto que afiliados a asociaciones vecinales se autoincluyen en esta categoría en 1980 y 85. Pasando a «De Vecinos» en 1989, con lo que la disminución de las deportivas en este año no es real. Por otro lado, en el epígrafe «De Vecinos» (que supondría 3.494.000 afiliados) es bastante probable que se hayan autoincluido personas que participan de comunidades y mancomunidades de vecinos (por ejemplo de nuevas urbanizaciones) que yo considero de afiliación obligatoria o corporati­vas (no de asociaciones de vecinos como tales), y personas que son afiliadas de cooperati­vas de viviendas. Incluso el hecho notable de que en la encuesta no se plantee las asocia­ciones de Educación ha podido derivar su numerosa afiliación hacia las de tipo «Cultural» pero también en parte a la «De Vecinos», que se convierte así en verdadero «saco sin fon­do» (toda asociación de carácter territorial local se puede considerar «De Vecinos», como ocurre con las asociaciones de padres de alumnos).

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cadas) según el tipo de actividad de cada asociación juvenil, normal­mente en «Educación y Cultura» o en «Deporte, Ocio y Tiempo Li­bre».

El total resultante, algo más de quince millones de afiliados, nos indica el número total de inscripciones en asociaciones, número de «carnets» existentes, no el número de personas afiliadas, que debe ser aminorado por la multiafiliación. Si consideramos a ésta con la media de 1,5 asociaciones por cada persona afiliada, supone que10.193.000 españoles están afiliados a una o varias asociaciones, e l 33,1 p or ciento de la población mayor de dieciocho años.

C u ad ro 2

AFILIACION A ASOCIACIONES EN EL ESTADO ESPAÑOL SEGUN EL TIPO DE ASOCIACION. CONCLUSION

T IP O D E A S O C IA C IO NM ile s de a f iliad o s % % Pob . *

00 + 10: Educación y cultura..................... 4 .415 28,9 14,320. Medio ambiente .................................... 172 U 0,630. Paz, SI, Derechos Humanos ................ 348 2,3 U40. Asistencial y salud ................................. 800 5,2 2,650. Vecinal y consumo ................................51. Asociaciones de vecinos . 1.500 9,8%52. Consumidores y usuarios .4 1 5 2,7%

1.915 12,5 6,2(4,9)(1,3)

60. Sectorial poblacional «Tercera edad» ... 800 5,2 2,670. Sectorial poblacional «mujer» .............. 423 2,8 1,480. Deporte, ocio y tiempo libre ............... 3 .387 22,2 11,090. Sindical, profesional, ideológicas ........91. Sindicatos .................... 1.823 11,9%93. Empresarial, profesional . 897 5,9% 95. Religiosas .........................310 2,0%

3.030 19,8 9,8(5.9)(2.9) (1,0)

S u m a t o t a l d e a f i l i a d o s a a s o c i a c i o n e s 15.290 100 [49,6]

P a r t i d o s p o l í t i c o s ................................................................ 847 2,7

To t a l .................................................... 16 .137 [52,3]

Porcentaje de afiliados respecto al total de población mayor de dieciocho años (censo electo­ral de 1993: 30.834.000 habitantes).Los porcentajes no son acumulables, dada la multiafiliación (totales en corchetes).

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1993. CONCLUSION

AFILIACION A ASOCIACIONES EN ESPAÑA (Porcentaje según tipo)

REPARTO DE LA «TARTA ASOCIATIVA»

PERTENENCIA A ASOCIACIONES EN ESPAÑA (Porcentaje según tipo)

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H acer redesdesde la atomización asociativa

Martí OlivellaDirector de EcoConcern,

Associació per a la Innovado Social

El tema me ha dado la oportunidad de realizar una reflexión per­sonal, hasta ahora pendiente, sobre un experimento social que, aun­que reciente en su forma actual, está enraizado en «locuras» vividas en las dos últimas décadas. En la exposición se entremezcla vivencia y teoría.

PRIMERA LOCURA

El próximo verano hará diecinueve años que cinco jóvenes nos reuníamos en Montserrat para diseñar la Campaña para el Reconoci­miento de la Objeción de Conciencia al Servicio Militar. Pepe B e u n - ZA había importado —inventado en las Españas— el concepto «obje­ción de conciencia». Esta extraña expresión permitía convertir en un proyecto colectivo lo que había sido hasta aquel momento el rechazo individual al Servicio Militar que algunos jóvenes intentaban resolver huyendo al extranjero o haciéndose pasar por «inútiles». Pero con la objecióny con e l rechazOy no había suficiente. Había que ofirecer una al­ternativa realizable personalmente en el momento y reivindicable so­cialmente: el Servicio Civil Alternativo cumplía esta doble función. Mostraba que había otra salida y que realizarla era de una gran rique­za humana y organizativa (puesto que al mismo tiempo reforzaba la campaña: vivir en común, compartir gastos..., daba una gran libertad de acción y de riesgo).

Habíamos encontrado la manera de concretar un deseo y una ne­cesidad, al definir la objeción a una ley injusta y al proponer una al­ternativa personal (¿y socialmente?) viable. Esta concreción de un ideal en una lucha concreta perm itió que un pequeño grupo se arriesgara a lu­

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char por estos objetivos que, en parte, en la lucha, ya eran vividos: la propia acción era medio y fin. Cuando empezamos la campaña la vi­víamos como un proceso abierto que podía llevar a resultados bien distintos: o doce años de prisión o el reconocimiento del derecho a la objeción.

Habíamos vertebrado tres elementos: 1, una objeción concreta, 2, una alternativa y 3, un equipo dispuesto a arriesgarse. Pero para conseguir los objetivos hacia fa lta algo más: una situación de crisis, ¿Qué podían hacer cinco jóvenes enfrentados al Ejército y al régimen franquista? ¿No era una locura, una utopía, un despropósito, un sui­cidio? En otoño moría Franco. En diciembre, once objetores hacía­mos pública nuestra situación ilegal. En febrero éramos detenidos... Salíamos con la amnistía. Al siguiente año un nuevo grupo forzába­mos la detención..., redactábamos propuestas de artículo para la Constitución y de Ley de Objeción desde la cárcel... y salíamos con la segunda amnistía... Han pasado dieciocho años de aquella locura au- togestionada: en 1993 cerca de 70.000 jóvenes se han declarado obje­tores y hay varios miles de insumisos... El mundo ha cambiado, pero hemos intervenido en este cambio.

Reflexionando sobre esta experiencia he retenido un modelo de acción: cuando definimos una objeción y elaboramos una alternativa viabky es más fá c i l form ar y ampliar un equipo que se arriesgue para aprovechar la crisis que nos aguarda —o para ponerla de manifiesto—. La independencia de la iniciativa y su originalidad pueden generar un amplio apoyo, una red, en todo el arco de organizaciones favorables al cambio.

SEGUNDA LOCURA

Hace diez años me reencontré con Lluis M.^ Xirinacs (maestro en la loca estrategia no-violenta: denuncia, desobediencia, riesgo auto- asumido y proyecto constructivo). Me presentó a Agustí Chalaux, un desconocido inventor social que ha dedicado toda su vida a buscar medios operativos para concretar ideales, harto de los fracasos de los movimientos que, cargados de utopía, son reconducidos por los po­deres de siempre que aplican aquello de «cambiarlo todo para que todo siga igual». Con un grupo de amigos creamos el Centre d’Estu-

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dis Joan Bardina (el nombre del cual era un homenaje a un innova­dor pedagogo catalán, también desconocido por su no afiliación a ninguna corriente organizada).

El Centre d’Estudis Joan Bardina ha sido una aventura muy espe­cial. Los primeros siete años ocupaba una antigua fábrica del Poblé Nou (hasta que fue expropiada para hacer un parque olímpico). Allí se cocieron muchas y diversas iniciativas: el diseño y publicación de nuevos modelos sociales, políticos y económicos se combinaba con tertulias sobre todo tipo de temas, fiestas africanas y latinoamericanas organizadas por los propios colectivos, exposiciones, acogida de ra­dios libres, de colectivos alternativos y ecologistas, organización de viajes... Recuperábamos la tradición de los ateneos populares, con participación, compartiendo ideas, proyectos, acciones, fiestas... y con las lógicas dificultades para compaginar los distintos ritmos, esti­los, prioridades y necesidades.

Aprovechando el cambio —forzado— de local, un pequeño gru­po decidimos emprender una nueva iniciativa. En enero de 1992, después de unos meses de reflexión, iniciamos la singladura de Eco- Concern, Asociación para la Innovación Social en Economía, Ecología y Ecumene.

TERCERA LOCURA

El propio nombre de la asociación EcoConcern define el proyecto. Nos asociamos personas concerriyhiS en que las propuestas socialmen­te innovadoras en economÍ2i, é’cdogía y ecum tn t (relaciones intercul­turales) tengan socialmente eco.

Empezamos por un método muy sencillo, que continúa después de dos años. Cada mes publicamos un «Paper d’Innovació Social» en el cual, en 20 páginas, presentamos una versión resumida de la crítica y las propuestas elaboradas por una persona que nos ha llamado la atención por su original inventiva social. Este «Paper» se envía quince días antes de su discusión pública a todos los socios. De momento llevamos más de veinte publicados sobre múltiples temas, enfoques y autores. La mayoría de los autores son poco conocidos y no tienen casi nada publicado o, en caso contrario, son personas disidentes con

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enfoques innovadores. Disidentes que, en general, no tienen voz pú­blica (no encuentran editoriales para sus libros, la prensa no les pu­blica, no son comentaristas habituales de radio y televisión...). La lista (1) que se adjunta da una idea de la variedad de las personas (y de los temas).

Buscamos personas que no sólo ofrezcan análisis (hay muchas) y crí' ticas (habla muchas), sino que también se arriesguen a hacer propuestas (hay pocas). Propuestas operativas, para el medio plazo. Propuestas imaginativas que vayan más allá de las distintas escuelas constituidas. Personas abiertas, dispuestas a contrastar con otras, a buscar conjun­tamente nuevos enfoques...

Johan Galtung explica muy bien el enfoque, poco usual, del constructivismo:

Datos

Para una transformación de la realidad no es suficiente ni el Em­pirismo (Datos/Teoría), ni el Criticismo (Datos/Valores). Hay que apostar por el Constructivismo (Teoría/Valores).

(1) Joan N. Casals (economía y democracia), Emil Herbolzheimer (modelos para el Este), Martí Olivella (tecnología y cambio social), Rafael Martín Molina (socialización en la empresa), Francesc Arbolí (clase obrera y revolución), Lluís M.^ Xirinacs (modelos glo­bales), Maurice Aliáis (moneda y mercados), Oscar Colom (transformación social), Rai- mon Panikkar (diálogo intercultural), Joan Martínez Alier (economía ecológica), Alfons Barceló (revisión de la economía), Mariá Corbí (religión y sociedad postindustrial), Marie Louise Duboin (economía distributiva), Arcadio Rojo (invención ingeniera y social), Lluís Botinas (invención intercultural), Johan Galtung (ciencia y constructivismo), Antoni Ri- cart (economía del bienestar), Viceng Pisas (reforma de Naciones Unidas), Cristina Ca­rrasco (el trabajo de las mujeres), Dolores Juliano (marginalidad y creatividad social)...

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En la primavera de 1992 se celebraron elecciones al Parlament de Catalunya. Hubo 30.000 votos en blanco. Era la primera vez que el voto en blanco era significativo. Una parte de la población dejaba cla­ra constancia que no apoyaba ninguna de las opciones disponibles en el mercado político. ¿No habría 30.000 abstencionistas conscientes e incluso una cifra parecida de votos útiles poco convencidos? ¿Podía­mos suponer que, sumando estos tres sectores, había 100.000 votan­tes en Catalunya que conscientemente no se sentían representados por ninguno de los proyectos políticos presentados? ¿De entre estos 100.000 discrepantes no podríamos encontrar a 1.000 objetores a l siste­ma que quisieran apostar p o r elaborar proyectos alternativos^. Habíamos empezado cinco. En un mes éramos 30. En un año 100. En dos años 300. Y vamos a por los 1.000...

En el Centre d’Estudis Joan Bardina habíamos conocido a Agustí Chalaux, un «innovador» difícil de entender con su elaboración de un lenguaje propio. Habíamos ordenado y sistematizado sus «locas» ideas. Habíamos conseguido escribir un libro entendible que incluso fue premiado por el Ateneu Barcelonés. También habíamos conocido a diversas personas y grupos que estaban desde hacía años elaborando nuevos enfoques. La mayoría de ellos tenían los mismos problemas que habíamos enfrentado con Agustí Chalaux: ideas no escritas, escri­tos no comprensibles, textos inéditos, poco apoyo institucional, poco impacto social... Había una capacidad creativa enorme, pero muy atomizada, sin impacto público, sin presencia social ni tan sólo para las minorías potencialmente «concernidas» en estos temas.

Había, también, otro tema a resolver. Una parte importante de estos «innovadores» eran personas crecidas en años. Las reflexiones más originales provenían de gente con experiencia, con años de estu­dio, de (relativa) marginación. Así, al enfrentar cómo potenciar so­cialmente sus aportaciones antes de que nos dejaran, diseñamos un proceso que nos permitía integrar en un mismo proceso a jóvenes (ansiosos de modelos nuevos), a mayores (con modelos desconocidos) y a la generación perdida de la transición (con modelos confusos y sin proyecto).

¿Cómo relacionar todos estos elementos?, ¿cómo desplegar estas potencialidades?, ¿cómo hacerlo para que la dinámica incidiera en una sociedad cada vez más consciente de la falta de modelos para ha­

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cer frente a problemas insolubles?, ¿cómo hacerlo en una sociedad también cada vez más convencida de que no hay —ni puede haber— nuevas ideas?

En tres meses pusimos en marcha SinergiUy proceso de innovación social La carta de presentación del primer programa empezaba así:

«Durante los últimos diez años he ido conociendo o reencon­trando unas cuantas personas excepcionales por haber dedicado una gran parte de su vida a la apasionante tarea de intentar cono­cer la realidad, hacer un mundo más habitable y la vida más digna y equilibrada. De cada una he aprendido alguna cosa distinta y esencial: la necesidad de una mentalidad global para abarcar la realidad; la importancia del diálogo intercultural para intentar su­perar el estilo de vida depredador occidental; la certidumbre que hay que diseñar instrumentos que permitan concretar los ideales; el reto de construir un modelo social que evite el divorcio entre economía real, economía financiera y economía ecológica... Un grupo de amigos que participábamos en estos encuentros hemos visto que era necesario favorecer el conocimiento mutuo entre unos y otros con la esperanza de que el diálogo y la cooperación tengan efectos sinérgicos — resultados más enriquecedores que si cada uno va por su lado— . Así ha surgido Sinergia: el proceso se intensifica cuando se coopera mutuamente.»

No creamos una coordinadora, sino que funcionam os como una promotora. Desde EcoConcern conectamos con las personas y los grupos interesados y les proponemos participar en las actividades que organizamos y si quieren anunciamos los actos que ellos ya realizan.

Se distribuyen 6.000 programas con las actividades del curso 92-93: un martes al mes celebramos les «Converses dlnnovació So­cial» en las que se contrastan los temas presentados en los «Papers d’Innovació Social» con su autor respectivo. Cada mes también se presenta a una «Revista Innovadora a Catalunya» (Via Pora!, Cruílla, Integral, Arguments i propostes, Mientras tanto. Ecología Política, Archipiélago...). También se realizan cursos en distintas entidades (Agustí Chalaux en el Centre d’Estudis Joan Sardina, Lluís M.^ Xiri- nacs en Estudi General-Fundació Tercera Via, Joan Martínez Alier en Ecología Política, Joan N. Casals en Empresa i Societat, Raimon Pa- nikkar en Fundació Vivarium y Mariá Corbí en Projecte Q). Y por

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último se anuncian las diversas tertulias: Ecoforum, Aula Ronda, Glaciar, Interculturales en el Colibrí...

Se consigue que una decena de pequeñas entidades vean potenciadas su propia dinámica y actividades, sin coordinaciones, sin fusiones, sin re­presentantes, ni supercúpulas directivas... Se ofrece un servicio, cuya contrapartida es la propia participación en el proceso. Participación que le da calidad (por reunir personas con credibilidad) y diversidad (donde se puede escoger entre temas y enfoques en un ambiente abierto y no dogmático). Cuidamos la presentación del programa (di­seño gráfico sencillo, pero bello y funcional) y que sea práctico (una agenda donde las actividades no se solapan, con las direcciones, con contestador de información actualizada semanalmente).

Ponemos una especial atención en la comunicación a públicos potencialmente interesados. Hemos repartido unas 40.000 octavillas en los recitales de Raimon y de Lluís LLach en el Palau Sant Jordi con frases como: «Si aún estás buscando quizá nos hemos encontra­do», «Buscamos mil voces desentonadas», «Las voces discordantes ya tienen Eco»...

La red se ha formado por la confianza mutua, por el respeto a cada dinámica grupal, p o r el intercambio de aportaciones y servicios. Los par­ticipantes en las actividades son indistintamente de una u otra enti­dad. En algunos actos, la mayoría de asistentes son personas no vin­culadas a ninguna de las entidades convocantes. Han recibido el pro­grama, lo han leído en la agenda de un periódico, se lo ha comentado un amigo. Se está consiguiendo uno de los objetivos: ampliar e l círcu­lo de participantes más allá de los incondicionales de siempre.

El presente curso 93-94, la dinámica es básicamente la misma, aunque un poco más integrada. Cada primer martes se experimentan las posibilidades de la «Democracia participada» (toma de decisiones, movimientos y partidos, asambleísmo, sistemas electorales, financia­ción, redes, comunicación social). Cada segundo martes se presentan aspectos de «Models socioeconómics» (finanza destructiva, moneda electrónica, economía ecológica, paro, trabajo y salario social, auto­gestión, modelos...). Cada tercero continúan les «Converses Inno­vadores» con los «Papers». Y cada cuarto las «Trobades Intercultu­ráis» permiten iniciar un diálogo con senegambianos, mohawks, in­dios amazónicos, palestinos, gitanos, judíos, marroquíes... También

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se anuncian diversos cursos y tertulias que se hacen en Barcelona (se incorporan las del CIEMEN, TAula Provenga...) y se empiezan a dar a conocer algunos de los que se realizan en distintas poblaciones (Sa- badell y Vic).

Un servicio complementario que se lleva a cabo es la grabación en cassette y en vídeo (que se pueden comprar o alquilar) de cursos y conferencias, facilitando el seguimiento a distancia de las actividades.

Uno de los retos que nos hemos planteado es cómo evitar que el proceso no pueda ser fácilmente «adquirióle» por terceros. Demasiadas experiencias indican el peligro de absorción o control partidista o insti­tucional que tienen las iniciativas ciudadanas. Ante esto, hemos desarro­llado una triple «protección» de la asociación con: 1. Un especial peso del equipo hindador. 2. Un estricto criterio de admisión de socios. 3. La autofinanciación conseguida con las aportaciones personales.

1. El equipo fundador no sólo ha definido las líneas generales del proyecto, sino que ha buscado los medios mínimos para asegurar su fase de arranque. Se ha apostado básicamente por financiar un coordi­nador con mucha autonomía y que, con un alto grado de dedicación, genere dinámicas de participación voluntaria. No se ha podido invertir en alquilar un local (durante el primer año los actos se hacían en un restaurante). En la actualidad estamos a precario en un local prestado.

2. Hay dos tipos de socios. Todos tienen voz en la asamblea, pero sólo tienen voz y voto los socios activos, que son admitidos por el Consejo Directivo después que han demostrado una clara apuesta por la dinámica abierta de la asociación. La asociación no tiene nin­guna declaración ideológica a la que atenerse que pueda ser exigida como criterio de aceptación de los socios activos. Los estatutos indi­can actitudes:

a) Facilitar el conocimiento, el debate y la crítica de nuevas pro­puestas sociales.

b) Favorecer la sensibilización sobre la necesidad de diseñar y ensayar otros caminos y otros modelos sociales.

c) Promover equipos de investigación sobre temas de innova­ción social con enfoques críticos y con el deseo de elaborar alternati­vas con visión de conjunto.

d) Relacionarse con entidades que tengan objetivos parecidos.

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3. A medida que aumenta el número de socios y el pago de cuotas (domiciliación informatizada de 1.000 pesetas al mes), esta­mos consiguiendo la autofmanciación de los gastos fijos. Como filo­sofía básica nos hemos propuesto no pedir subvenciones públicas ni aceptar esponsorizaciones de empresas. Nos parece contradictorio de­pender del dinero de las instituciones a las que buscamos alternativas. El proceso de innovación sólo merece continuar si genera suficiente apoyo por parte de los que en él se impliquen. Depender de subven­ciones es demasiado arriesgado. Aunque no se quiera, siempre se esta­blecen sutiles (o bastas) dependencias de los partidos o las institucio­nes que las tramitan. Y, aunque así no fuera, cuando hay crisis en las finanzas públicas, los primeros recortes van a las asociaciones..., justo en el momento en que éstas deberían ser más fuertes para aprovechar las posibilidades que ofrece la crisis para avanzar en transformaciones sociales. Cada uno aporta lo que quiere en función de sus posibilida­des y del entusiasmo que el proyecto le suscita: ideas, acción, habili­dades, dinero, relaciones...

LA LOCURA PENDIENTE

¿A dónde lleva todo esto? No somos una escuela, ni un ateneo, ni un grupo de presión, ni un partido, ni un movimiento, ni un centro de estudios, ni buscamos construir «el modelo»... Somos un proceso. El modelo es e l proceso. Un proceso intergeneracional que permite inter­actuar a jóvenes, adultos y mayores. Un proceso abierto a las distintas corrientes, pero sobretodo a las nuevas que podamos ir generando. Un proceso que se hace día a día. Un proceso que se hace a medida que cada uno se implica y que nos implicamos en la historia.

Un proceso que quiere contribuir a elaborar y articular los ele­mentos de una multitud de objeciones concretas, ejercitables por los ciudadanos y por sus asociaciones. Objeciones al sistema electoral, al sistema fiscal, al sistema financiero, al sistema productivista, al siste­ma mediático, al sistema sexista, al sistema sanitario, al sistema edu­cativo, al sistema militar..., que vayan constituyendo una objeción global al sistema.

Un proceso que quiere contribuir a elaborar y articular los ele­mentos de una multitud de alternativas concretas al sistema electoral.

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fiscal, financiero, productivista, mediático, sexista, sanitario, educati­vo, militar..., que vayan constituyendo modelos alternativos globales. Modelos —en plural— que muestren que hay posibilidades distintas a la dictadura del omnipresente único modelo actual.

Un proceso que favorece objeciones y propuestas alternativas y que, en desarrollarse, genera la creación de equipos humanos apasionadamen­te resueltos a objetar a lo indeseable y a apostar por las alternativas.

Un proceso que permita estar a la altura de las crisis que se están produciendo en el conjunto del Planeta. Crisis en las que intervienen potentes grupos muy bien organizados y que cuentan con la colabo­ración de mayorías satisfechas. Crisis que ocurren ante el desconcier­to y la pasividad de los sectores «conscientes» que están más tentados por la cultura de la satisfacción que por facilitar la voz de los sin voz inventando modelos de recambio. El desencanto nos ha vacunado con­tra el sueño de un modelo universal y universalizahle. Pero esto no debe impedirnos elaborar modelos^ provisionales y parciales, articulables, que aseguren la diversidad y la innovación. Mientras no dispongamos de estos modelos no tendremos más remedio que aceptar el dominio de los que continúan trabajando por imponer su modelo: el final de la historia, con la perpetuación de la explotación como orden natural en nombre de la democracia, de la mercantilización de la existencia y de los occidentales derechos humanos.

En definitiva, apostamos por potenciar una red de objeciones y al­ternativas concretas —bien elaboradas, credibles— que puedan verte­brarse en propuestas globales. Elaborar y proponer objeciones y alter­nativas viables genera el entusiasmo de las personas y los grupos para arriesgarse en el intento de una transformación social a la altura de la profundidad de la crisis. Una objeción de esta envergadura no puede prepararse en poco tiempo, ni con poca gente. Sus resultados son im­previsibles. Pero nada nos impide intentarlo. E intentarlo es ya un placer.

En este proceso cualquier grupo pu ede participar. No se precisa nin­gún recurso especial. Encontrarse, dar la palabra a los «locos» del lugar (¡los «cuerdos» ya los oímos cada día..., y así estamos!). Empezar por compartir la palabra, el sentimiento y la mesa. Con profundo respe­to, sin certidumbres, en revisión permanente, favoreciendo la imagi­nación..., lo demás ya vendrá.

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Siempre hay cosas urgentes, pero algunas son importantes. Reservar un tiempo de nuestras vidas, de las reuniones, para las cosas impor­tantes, para revisar nuestros modelos mentales, para ejercitarnos en las visiones de conjunto,..

Un sugerente sistema de participación es que e l grupo simule ser un gobierno o un equipo responsable (de un barrio, de una ciudad, de una comunidad, del Estado..., de una organización mundial..., de una escuela, de una empresa...). Cada miembro escribe en una hoja cuál es el problema que considera más importante, qué objetivos de cambio propondría y qué medios concretos sugeriría para resolverlo. Se ponen en común (va muy bien escribirlas en una pizarra) las dis­tintas respuestas, se busca la coherencia entre problemas, objetivos y medios concretos para resolverlos. Normalmente observaremos la poca imaginación que tenemos para concretar medios e instrumen­tos. ¡Estamos tan acostumbrados a que siempre haya algún «papá», experto, político... que nos «resuelva» los problemas! El grupo puede escoger uno de los problemas como tema común para profundizar. Se trabaja entre todos. Se busca información (periódicos, libros, consul­tas, entrevistas...). Cuando el grupo tiene una propuesta concreta, con­trastada, «viable» para realizar o para proponer como debate social, la puede presentar públicam ente o puede luchar p or ella...

Otra manera de encauzar la dinámica creativa es que cada uno (solo o en grupo) se haga unas sencillas preguntas. En relación al mundo en que vive (o a algún tema concreto):

— Qué me gusta,

— qué no me gusta,

— qué me gustaría,

— qué puedo hacer para conseguirlo,

— qué propongo para que socialmente se pueda conseguir,

— cómo organizarme para intentarlo.

No estamos acostumbrados a hacernos esta batería de preguntas. Nos son incómodas. Nos convencemos de que no sirven para nada. Que las cosas son como son. Que nadie puede hacer nada para influir en el monstruo que gobierna el mundo. Pero quizá este monstruo no

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sea más que la Gran Pasividad provocada por la creencia de que nada se puede hacer. Nadie puede impedir e l hacernos y respondernos estas preguntas. Para ello, tampoco se necesita dineroy ni sofisticados recursos. Sólo voluntad y e l tiempo necesario y la paciencia —bastante— para d e­sarrollarlas. Y cuando las respuestas estén provisionalmente claras.,., un poco de riesgo para apostar por ellas.

Es un proceso que estamos planteando conjuntamente con dis­tintos movimientos de jóvenes, de educación y de comunidades po­pulares.

Es un proceso que, por e l solo hecho de realizarsey ya produce parte de los efectos buscados. El ejemplo más claro es si tomamos el tema «cómo desarrollar la democracia participativa»: no sólo elaboramos lo que querríamos sino que, ya, en parte, lo estamos viviendo.

El desarrollo y la puesta en común de este proceso tiene efectos imprevistos. Pasamos de ser objetos a sujetos, de ser pasivos a activos, de ser receptores a ser productores... De vivir aisladamente los proble­mas a elaborar colectivamente propuestas... Cada uno, cada grupo, desarrolla su tema a fondo, creativamente, lo contrasta, lo vertebra con los otros, se buscan reglas de juego conjuntas... Esta es la simple locura sinérgica. Es la fuerza de las redes. No se pueden decapitar.

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Los movimientos ciudadanos e iniciativas locales

Francisco Mengod BonetPresidente de Vei'ns,

Confederación de Asociaciones de Vecinos de Baleares

Cuando me pidieron una colaboración para el presente número de DOCUMENTACION SociA L dedicado al «Mundo asociativo hoy», y en torno al tema de los movimientos ciudadanos e iniciativas locales, pensé en generalizar y explicar mi visión de los diferentes movimien­tos asociativos que se desarrollan en numerosos pueblos y ciudadades de nuestro país, unos al lado de los otros, a veces con mayores volun­tades de colaboración y en otras ocasiones ignorándose mutuamente. Pero una vez repasado el conjunto de artículos que componen este número, creo que es más propio que intente explicar sólo una parte del conjunto del entramado social que conforma el movimiento ciu­dadano. Básicamente limitaré mi exposición a lo que ha sido y es mo­vimiento vecinal y cuáles son sus perspectivas de futuro desde mi punto de vista.

1. PRINCIPALES CARACTERISTICAS DEL MOVIMIENTO VECINAL

1.1. Vinculación al movimiento político y sindical desde su orígenes

Se dan en la mayor parte de las asociaciones de vecinos unas ca­racterísticas especiales que las distinguen del resto de entidades que conforman el movimiento ciudadano y que se manifiestan de forma clara en la etapa de transición y construcción de la joven democracia de nuestro país.

«Venim d’un silenci...» (venimos de un silencio...) cantaba Rai- mon a principios de los 70. Efectivamente, la dictadura no sólo no

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permitía la disidencia, sino que impedía cualquier forma organizativa que pudiera favorecer la disidencia.

Prácticamente sólo los movimientos tradicionales —partidos y sindicatos— tuvieron capacidad de organizarse en la clandestinidad para promover un cambio en el sistema político del país y organizar a diferentes sectores sociales.

Muy ligados a éstos surgen en algunas ciudades más industrializadas como Bilbao, Barcelona, Madrid, Valencia, las asociaciones de vecinos que consiguieron ya una importante implantación a finales de los 60.

Los Planes de Desarrollo, el «boom» turístico y la salida de aisla­miento provocan enormes movimientos migratorios en el interior del Estado español, entre campo y ciudad, entre regiones del Sur y regio­nes del Norte. Las grandes ciudades vieron incluso duplicado el nú­mero de sus habitantes en pocos años.

Si la explotación de la clase obrera se había dado hasta aquel mo­mento básicamente en las fábricas y empresas, es a partir de la espe­culación del suelo, la construcción de viviendas, de barrios enteros con bajos niveles de calidad y carencia total de infraestructuras y ser­vicios, donde el capital empieza a amasar enormes plusvalías.

En general vivían en estos barrios trabajadores de las nuevas em­presas que en breve espacio de tiempo tuvieron que cambiar forma de vida, entorno social, familiar y cultural, provocando, por una parte, un profundo desarraigo, pero generando al mismo tiempo una nueva conciencia política y social que inducía hacia la creación de unas con­diciones de vida democráticas y más acordes con la realidad de los países «desarrollados» de nuestro entorno.

La conciencia adquirida en la fábrica o empresa pronto se traduce en una actitud crítica y reivindicativa de problemas referentes al en­torno urbano y social que se vivía fuera de los lugares de trabajo. Existen los problemas, se produce una toma de conciencia, surge una forma organizativa: la asociación de vecinos.

1.2. Ser vecino y ciudadano

Generalmente la asociación de vecinos desarrolla su actividad en un ámbito de actuación limitado: el barrio o el pueblo, en constante

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relación a los problemas más cotidianos y es precisamente este ámbito su razón de ser. Independientemente de ideologías, edad o sexo, lo único necesario para poder pertenecer a una asociación de vecinos era y es este hecho tan simple de ser vecino.

Si el territorio ha sido limitado desde el principio, no se puede decir lo mismo de sus objetivos y actividades. La lucha por las libertades y por su propia legalización, la reivindicación de todo tipo de equipa­mientos e infraestructuras y la programación de los más diversos tipos de actividades son el exponente de lo amplio de su campo de actuación.

Esta identificación con el barrio como espacio vital de desarrollo de la vida social y personal dio paso a una concepción más global y a un espacio más amplio: la ciudad.

Las federaciones de asociaciones que agrupan los diferentes ba­rrios de la ciudad han posibilitado ese paso de vecino a ciudadano. Esto, en pricipio, orienta hacia una posición política alternativa, pro­poniendo un modelo propio de ciudad.

En este sentido es preciso valorar la influencia positiva que supu­so la dedicación y trabajo de gran número de militantes de diversos colectivos de izquierda y de independientes próximos a grupos cris­tianos de base, así como de importantes sectores de profesionales, que permitieron estructurar, al menos a nivel de ciudad, redes ciudadanas con una visión más global que la del propio barrio y capaz de colocar contra las cuerdas a más de un Ayuntamiento franquista.

1.3. Voluntariado social autoorganizado

Cuando surgen las asociaciones de vecinos no se hablaba de vo­luntariado ni de Estado del Bienestar. Tampoco había en las institu­ciones receptividad a las peticiones de los vecinos. Desde la autoorga- nización se ponen en marcha las más diversas actuaciones: aulas de educación de adultos, guarderías infantiles, asesorías, boletines infor­mativos, actividades culturales y asistenciales en base al voluntariado social autoorganizado, no dependiente ni de instituciones ni de técni­cos ni de profesionales.

Los primeros Ayuntamientos democráticos que tienen necesidad de ocupar no sólo un espacio político, sino también social para mar­

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car las diferencias con los antiguos Ayuntamientos no democráticos, no apoyan este voluntariado social organizado, lo ignoran o lo susti­tuyen por servicios montados desde la institución.

Tendrá que surgir la crisis económica para que desde las Adminis­traciones se vuelva a hablar del papel del voluntariado social, al ser in­capaces de mantener muchos de estos servicios desde los presupuestos públicos.

1.4. Metodología de trabajo

Otra de las características fundamentales de las asociaciones de vecinos ha sido sus «métodos de trabajo».

La conciencia de que sólo el apoyo masivo y la participación de los vecinos podía suponer conseguir muchas de las reinvidicaciones, obliga a desarrollar un trabajo educativo y organizativo ingente.

El esquema seguido es muy simple: en primer lugar se detecta y analiza el problema; después hay que divulgarlo entre los propios veci­nos y la opinión pública; posteriormente se convoca a los vecinos en asamblea para buscar soluciones y planificar la actividad a través de co­misiones de trabajo, buscando el máximo de solidaridad y participación.

La escasez o inexistencia de recursos económicos, locales y de in­fraestructuras y contar sólo con el propio voluntariado no ha impedi­do que las asociaciones de vecinos se hayan convertido en verdaderas escuelas de democracia y participación.

¿Cuántos cientos de millones de octavillas, hojas informativas, re­vistas, carteles se han repartido en los buzones de miles de pueblos y ciudades de todo el Estado español, explicando los problemas, de­nunciando todo tipo de carencias y llamando a la solidaridad y a la participación?

¿Cuántos miles de asambleas de barrio se han convocado para tratar estos mismos problemas y buscar soluciones? Asambleas de ve­cinos no dirigidas a los socios, sino a todos los vecinos, donde se ha planteado, entre otros objetivos, la necesidad de la participación acti­va de los afectados en la resolución de sus propias necesidades.

¿Cuántos miles, cientos de miles de debates, mesas redondas, co­loquios, etc., han sido durante muchos años el único alimento políti­

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co directo que han recibido los vecinos en relación a su propia reali­dad concreta y en relación a otras realidades más globales de todo el país e incluso de ámbito internacional?

Este inmenso trabajo educativo se ha basado en dos pilares fun­damentales: la formación a través de la acción y la participación en la propia autoorganización y ante las instituciones. Por ejemplo, la pro­pia necesidad de actuar con eficacia ha obligado a miles de vecinos con unos conocimientos nulos o mínimos de urbanismo, a informar­se de los instrumentos básicos de ordenación, planes de rehabilita­ción, etc., para poder colaborar junto con políticos y técnicos apor­tando soluciones viables. Esto es aplicable a otros campos como la salud, la cultura, la educación, la marginación social, etc.

Vecinos sin pretensión de convertirse en políticos profesionales, se han empapado de cómo funcionan las diferentes Administraciones, las competencias de cada una de ellas y de cómo plantear las reivindi­caciones a quien verdaderamente tiene capacidad de resolverlas.

Son sólo algunos ejemplos de formación, no sólo por el placer de saber, sino sobre todo por la necesidad de actuar con eficacia.

Si alguna característica hubiésemos tenido que destacar de los métodos de trabajo de las asociaciones de vecinos es la búsqueda del compromiso personal a través de la participación y asunción de res­ponsabilidades para realizar cualquiera de las múltiples actividades y para mantener la propia organización e infraestructura.

La lucha por la participación ha tenido la vertiente interna de convertir la propia asociación en escuela de participación, pero ha sido fundamental la idea del derecho a participar en las instituciones y de una forma especial en la municipal.

Aun valorando debidamente la democracia representativa formal, se ha luchado por la democracia participativa que no consiste sólo en votar cada cuatro años para elegir a los gestores, sino en aportar y re­cibir en todo momento información, ideas, sugerencias que permitan la participación activa de los vecinos en diferentes áreas de gestión de las instituciones.

En algunos casos este ejercicio de la participación ha sido el em­brión de toda una cultura participativa que ha planteado no pocos re­

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tos, tanto a la Administración como al resto de entidades ciudadanas, proponiendo la CONCERTACION como instrumento de relación de los vecinos con la institución, apoyándose en los objetivos y actua­ciones afines, pero, al mismo tiempo, manteniendo cada una de las partes su autonomía para la discrepancia.

1.5. Creación y/o recuperación de tradiciones y señas propias de identidad

Espero que algún día se analice el papel jugado por las asociacio­nes y federaciones de asociaciones de vecinos en su empeño por con­seguir un mayor arraigo social y cultural de tantos millones de espa­ñoles que estos últimos veinticinco años han tenido que abandonar sus pueblos y regiones de origen para instalarse en otras ciudades y re­giones con otras costumbres y formas de vida e incluso en la mayoría de los casos con lenguas diferentes.

De un conjunto de calles y bloques de viviendas habitados por gente de la más diversa procedencia y con la única característica co­mún del desarraigo de su entorno social, familiar, cultural, natural, se han tenido que construir comunidades con nuevas señas de identidad propias que pudieran reeemplazar las que cada uno había tenido que dejar en el momento de abandonar su pueblo o ciudad de origen.

Esta «reinserción» social sólo ha sido posible en base a la acepta­ción del nuevo entorno y a la creación de condiciones de convivencia, conocimiento mutuo, intercambio, celebración de fiestas propias, im­plantación de tradiciones y, en la medida de lo posible, de formas de organización propias.

Aún hoy es posible analizar y comparar el resultado tan diferente entre barrios donde ha existido una asociación de vecinos u otras en­tidades que han trabajado en esta línea y barrios que no han conse­guido estructurarse y crear estas condiciones de arraigo e integración, porque parece evidente que las condiciones para el desarraigo tanto personal como colectivo vienen dadas por todo el proceso, mientras que las condiciones de integración hay que crearlas. En este campo han trabajado mucho miles de asociaciones de vecinos de todo el país.

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1.6. La estructuración del movimiento vecinal y ciudadano

El propio proceso de estructuración organizativa y de coordina­ción de las asociaciones de vecinos entre sí, y con el resto de entida­des que conjuntamente forman el movimiento ciudadano, es otra de sus características importantes.

Por la propia dinámica que he expuesto antes, no se concibe una asociación de vecinos como una tarea realizada por un pequeño gru­po: la junta directiva o por el presidente y unos pocos más.

Han sido y son de vital importancia las diferentes comisiones de trabajo que, de forma permanente o para trabajar un tema puntual, han estructurado la participación de cientos de miles de ciudadanos, y que han sido el banderín de enganche para asumir compromisos más amplios y permanentes, no sólo con la propia asociación, sino con el conjunto de la sociedad.

Si analizamos el proceso de coordinación entre las diferentes aso­ciaciones de vecinos de una misma ciudad, comarca o de todo el Es­tado, nos encontraremos con la enorme dificultad que ha supuesto y de hecho sigue suponiendo, la construcción de un movimiento tan global, tanto en su entorno conocido de barrio como en el ámbito de todo el Estado.

La estructuración de abajo hacia arriba, ciudad a ciudad, ha sido un proceso lento que después de veinticinco años aún no ha culmina­do. Cada asociación de vecinos tiene su personalidad jurídica propia, lo cual le permite una existencia autónoma sin depender de otros es­labones del movimiento vecinal. Descubrir la necesidad de un pro­yecto global de ciudad, del cual forma parte cada barrio, y las ventajas de actuar conjuntamente y solidariamente, da paso en primer lugar a las coordinadoras, que más tarde se convertirán en federaciones. Es­tas, a través de los encuentros estatales de asociaciones, actuaron como coordinadora estatal y tardaron casi quince años en crear la CONFEDERACION DE ASOCIACIONES DE VECINOS DEL ESTADO ESPAÑOL (CAVE), que en estos momentos está consoli­dando su estructuración territorial y organizando las confederaciones autonómicas para mejor responder a las necesidades del movimiento vecinal de cada región o nacionalidad.

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El proceso de integración europea de España ha obligado tam­bién a salir de nuestras fronteras y buscar el máximo de coordinación con otras organizaciones lo más similares posible. Fruto de este es­fuerzo de coordinación es la pertenencia de la CAVE a las redes euro­peas: ECA(Euro-Citizen-Action Service) y a CEDAG (Comité Euro­peo de Asociaciones de Interés General). La organización del I Con­greso Universal de Movimientos Vecinales el año 92 en Sevilla pretende también crear un marco de debate e intercambio al máximo nivel posible.

Si lento y complicado ha sido el proceso de estructuración inter­na del movimiento vecinal, más difícil ha sido la estructuración o más bien la simple coordinación de todo el conjunto del movimiento ciudadano.

El surgimiento de todo tipo de movimientos organizativos secto­riales, en función de la edad, el sexo o el interés concreto — jóvenes, tercera edad, mujeres, consumidores, ecologistas— supone un avance importante en la vertebración de una democracia participativa, pero tiene una parte muy negativa que afecta a la posibilidad de coordina­ción y actuación conjunta, al plantearse las peculiaridades de cada en­tidad como excluyentes más que como complementarias.

No es ajena a esta realidad la política que se ha desarrollado por parte de las distintas administraciones que han optado por mantener al movimiento ciudadano lo más fragmentado posible, evitando una verdadera estructuración del mismo y que en un momento dado pu­diera convertirse en punto de referencia alternativo para el conjunto de ciudadanos.

En este campo, no obstante, son muchas las asociaciones de veci­nos y federaciones que se han implicado en un sinfín de actuaciones unitarias y en muchos intentos de crear un mínimo de coordinación estable entre las diferentes entidades, aunque no siempre hayan cuaja­do como hubiera sido de desear.

También a nivel de todo el Estado se están abriendo vías de cola­boración y coordinación entre las asociaciones de consumidores, sin­dicatos, ONG, etc., que tal vez confluyan en un futuro próximo en un movimiento ciudadano amplio que, desde la profundización de su razón de ser sectorial, se compromete y da paso a una sociedad verte­brada y solidaria.

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2. LA EXPERIENCIA DE PALMA DE MALLORCA

Desaría ilustrar el análisis anterior con unas pinceladas concretas de lo que ha sido y sigue siendo la experiencia del movimiento veci­nal de Palma de Mallorca, por ser la realidad que más conozco, pues­to que la he vivido directamente.

Tal vez pueda ser Palma de Mallorca el prototipo ideal de ciudad para que se desarrolle en ella un movimiento vecinal y ciudadano ca­paz de incidir en la configuración urbanística, cultural, política y so­cial de la ciudad.

Como tantas ciudades del litoral, Palma ha visto duplicada su po­blación en los últimos treinta años. Atraídos por el «boom» turístico de miles de personas procedentes de todas las regiones del Estado es­pañol y de los propios pueblos del interior de la isla, se instalan en los nuevos barrios dormitorio, en muchas ocasiones sin los mínimos ser­vicios de transporte, escuelas, centros de salud, culturales, instalacio­nes deportivas, etc.

Al impacto desintegrador del turismo hemos de añadir el desem­barco, en pocos años, de un 40 por ciento de la población con lengua y culturas diferentes, sumergidos todos en una nueva cultura basada en el consumismo y la especulación producida por el desarrollo turís­tico y económico.

Con la perspectiva de veinte años de trabajo vecinal en Palma, creo que es posible ya extraer algunas conclusiones de lo que éste ha significado para sí mismo y para el conjunto del movimiento ciuda­dano.

Este análisis ha sido objeto de trabajos más extensos que es muy difícil resumir en este corto espacio, tan sólo voy a enumerar algunos de los aspectos más interesantes.

2.1. Los orígenes

No podríamos explicar lo que ha sido la experiencia de Palma sin tener en cuenta cómo surge el movimiento vecinal y las primeras ac­tuaciones que marcan el desarrollo futuro.

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Los antecedentes más inmediatos son las comisiones de barrio que se desarrollaron en la clandestinidad.

Cuando surgen las asociaciones de vecinos, años 75-76, éstas se forman a partir de núcleos plurales unitarios de distintas fuerzas polí­ticas de izquierda: PCE, MC, OIC e independientes.

Desde el principio se insiste en el concepto de ciudad y en la importancia del urbanismo como instrumento para organizaría. Junto a la reinvindicación urbanística y al debate global de ciudad se lucha por las libertades, la autonomía, el derecho a una cultura y lengua propias, un nuevo concepto de salud y se crean las bases de convivencia, diálogo, señas de identidad propias a través de recupe­ración o creación de fiestas y actividades culturales, deportivas, artís­ticas.

2.2. La participación

Partimos de la idea que la ciudad es la casa común y los vecinos los propietarios —la ciudad es de los ciudadanos—, siendo los políti­cos sus administradores, a través de las instituciones. Desde esta con­cepción es más lógico limitar la representatividad de los administra­dores, que la capacidad de participar de los verdaderos propietarios.

Este principio guía la lucha por la participación en el nuevo Ayuntamiento democrático y tras vencer no pocas incomprensiones y actitudes políticas contrarias, desemboca en la elaboración de un Re­glamento de participación ciudadana, con amplia participación de las asociaciones de vecinos y del resto de entidades ciudadanas y con el consenso de todos los grupos políticos.

Este Reglamento es ejercido de forma consciente y eficaz por las asociaciones y entidades y permite importantes niveles de informa­ción, participación en órganos de gestión municipal y expresión de las opiniones y alternativas ciudadanas.

Este proceso tiene su culminación en el desarrollo de una política de concertación, sobre todo entre los años 89-91, que en buena parte se ve truncada al producirse el relevo en el equipo de gobierno muni­cipal en las elecciones locales del 91.

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2.3. Un proyecto de ciudad

La larga tradición de trabajo unitario sobre temas puntuales de diferentes organizaciones sociales de Palma culmina con la elabora­ción conjunta de un proyecto de ciudad, «La ciudad que queremos», con unas condiciones generales y 160 puntos concretos que abarcan todos los ámbitos de actuación municipal.

La elaboración de este proyecto, máximo exponente del trabajo conjunto del movimiento ciudadano de Palma, pretende ser un ins­trumento de concienciación de los ciudadanos y de compromiso de los políticos a través de sus actuaciones municipales.

Viene a ser la plataforma común, el programa alternativo de las diferentes entidades ciudadanas y de su desarrollo depende en gran parte la estructuración estable del movimiento ciudadano de Palma.

2.4. El trabajo educativo y cultural

No se ha limitado únicamente al proceso necesario para provocar la participación de los vecinos ante problemas concretos. Ha intenta­do ser un despliegue sistemático para desarrollar unas capacidades, descubrir unas inquietudes y crear un estado de opinión crítica, soli­daria y participativa.

Como actuaciones en este campo deberíamos destacar la creación de más de quince aulas de educación de adultos en diferentes barriadas, tres bandas de música, grupos de baile y música tradicional, grupos de teatro, actividades y clubs deportivos, once revistas de barrio, programas propios de radio y televisión en un canal de ámbito local, etc.

Hay que destacar por su importancia especial la recuperación de numerosas fiestas tradicionales: hogueras de San Antonio, Carnava­les, fiestas de verano, la Romería del Domingo del Angel y la Noche de San Juan, para citar las más arraigadas.

2.5. A modo de conclusión

Tal vez sirva como dato el que, después de veinte años de práctica organizativa y de quince instituciones democráticas, en Palma actúan

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más de 700 entidades —vecinales, deportivas, de la tercera edad, de padres de alumnos, juveniles, de mujeres, de consumidores, ecolo­gistas, pacifistas— , que agrupan a miles de ciudadanos organizados sectorialmente y que, aun sin tener asumida una estructura estable conjunta, son, sin lugar a dudas, el activo más importante de la so­ciedad palmesana y embrión cierto de una futura ciudad donde los que en ella vivimos no nos sintamos como extraños ni como meros invitados.

3. DIFICULTADES Y CARENCIAS DEL MOVIMIENTO VECINAL DEL ESTADO ESPAÑOL

Podría parecer un cuento de hadas e incluso una irresponsabili­dad sólo mostrar la cara positiva del movimiento vecinal sin exponer, al mismo tiempo, sus carencias y vicios ocultos, ya que solamente aceptándolos y reconociéndolos será posible poner en marcha proce­sos de rectificación y superación de la situación actual.

3.1. Crisis del movimiento vecinal

Desde la legalización de los partidos políticos y muy en concreto desde las primeras elecciones municipales, se habla de crisis en el mo­vimiento vecinal, crisis de identidad, crisis organizativa, crisis de es­pacio político.

No es mi pretensión negar ni mucho menos minimizar esta crisis, pero sí al menos me gustaría manifestar que se ha vivido de una for­ma diferente desde dentro que desde fuera.

Tal vez pensaban algunos de los padres de la criatura que po­dían dirigir las actuaciones vecinales según sus intereses políticos e, incluso, personales. Y los intentos de manipulación política prolife- ran y son constantes a lo largo de toda su existencia, promovidos por las más diversas fuerzas políticas, según se estuviera en el go­bierno o en la oposición. Estos intentos de cara al exterior han da­ñado la imagen de la autonomía política de muchas organizaciones vecinales.

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Visto desde el interior, muchos de estos intentos no han funcio­nado y se ha impuesto el consenso y los intereses vecinales por enci­ma de cualquier otro.

No es ninguna casualidad que la mayor parte de críticas y faltas de apoyo proceda de los propios partidos que en un momento dado las impulsaron y que, al no poderlas controlar ni poner al servicio de sus intereses, les han negado el pan y la sal.

Bastaría analizar los niveles de participación en los diferentes Ayuntamientos y otras administraciones y los recursos aportados por éstas a las asociaciones de vecinos para comprender esta realidad.

Son excluidas del texto constitucional, solamente tenidas en cuenta de forma parcial en la Ley Reguladora de Bases de Régimen Local y han sido precisos más de veinticinco años de trabajo en todo el Estado para que llegaran a ser declaradas entidades de interés pú­blico por el Consejo de Ministros.

3.2. Localismo y falta de estructuración

Lo que es una de sus virtudes, paradójicamente, se convierte tam­bién en una de sus carencias principales.

A pesar de los pasos que se han dado en la estructuración del mo­vimiento vecinal que se concreta en más de cien federaciones de ciu­dad o provincia y catorce confederaciones autonómicas agrupadas en una confederación de todo el Estado, sigue dominando en muchos casos una visión demasiado localista, tanto de la problemática como de las alternativas.

Esta visión, y la falta de un apoyo institucional mínimo, impiden una estructura organizativa adecuada y capaz de plantear iniciativas y debates amplios en correlación a la base organizativa que representan.

La práctica ausencia de liberados en todas las estructuras del mo­vimiento vecinal puede dejar de ser una virtud para convertirse en un grave defecto.

Lo mismo cabría decir del déficit de profesionales y técnicos de todo tipo que son necesarios para que las diferentes comisiones de trabajo no sean un mero voluntarismo y sean más eficaces.

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3.3. Formación y reciclaje de los dirigentes vecinales

Tal vez sea ésta una de las deficiencias más graves del movimiento vecinal en todas sus estructuras organizativas.

En veinticinco años, la sociedad española ha sufrido profundos cambios, como la mayoría de ciudades y pueblos, y aunque sería in­justo acusar de inmovilismo a los dirigentes vecinales, tampoco sería objetivo no reconocer que en bastantes casos va más rápido la socie­dad que algunos planteamientos de ciertos líderes históricos.

Del mismo modo, también sería un error no reconocer el déficit de formación que arrastran numerosos nuevos dirigentes, tal vez más inclinados hacia el activismo continuo, que hacia la programación y la evaluación permanente.

Es preciso superar la etapa actual de hiper-activismo y de «recon­versión» de muchas asociaciones de vecinos en entidades de servicios, y buscar un espacio propio y de equilibrio entre reivindicación-ges­tión, espontaneidad-planificación.

Para conseguir esto es necesario que las personas que ocupan car­gos de responsabilidad en el seno del movimiento vecinal estén sufi­cientemente preparadas para elaborar el proyecto propio y contrastar­lo con los técnicos y los políticos. Tal vez en resolver bien este aspecto esté una de las claves para consolidar un movimiento autónomo, re- presentantivo y democrático.

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4. PERSPECTIVAS DE FUTURO

Desde la situación de crisis estructural que vive nuestra sociedad en casi todos sus aspectos —económico, político incluso de la propia concepción del sistema democrático—, no creo que sean posibles so­luciones milagrosos que resuelvan de forma inmediata las carencias antes enumeradas.

No obstante, es en estas situaciones cuando se tiene que echar mano de fuertes dosis de utopía para empujar en una orientación que nos permita salir de la crisis.

Cuando incluso la imagen de los sindicatos sufre un fuerte dete­rioro en nuestro país, no es el momento de echarnos piedras unos a

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otros y replegarnos en nuestros reductos, esperando tiempos mejores. Puede que sea el momento de dar un gran salto adelante, donde la sociedad civil sea capaz de ofrecer suficientes puntos de referencia para construir una sociedad democrática que responda mejor a las ex­pectativas que se abrieron con la transición política después de cua­renta años de dictadura.

4.1. Recuperar la ciudad

Tenemos que redefinir la ciudad como el lugar donde vivimos, trabajamos, amamos, sufrimos y nos divertimos. En demasiados casos domina la hostilidad, la especulación y las diversas marginaciones de­jan de ser una excepción y se convierten en un hecho natural. Parece preocupar poco que un tercio de ciudadanos queden excluidos de to­dos los beneficios sociales: vivienda, cultura, trabajo, salud, ocio.

¿Se tiene que detener el crecimiento de las ciudades? ¿Debemos continuar creciendo geográficamente, a fuerza de expoliar la naturale­za como si los recursos fueran ilimitados o crecer en calidad de vida cambiando hábitos de consumo y de formas de vida?

Es preciso trabajar por la tolerancia y desde la tolerancia, la inte­gración y la implicación de todos en definir el modelo de ciudad que queremos. Este es uno de los retos más inmediatos que se nos presenta.

4.2. Recuperar la política

Tras un breve espacio de tiempo en el que se intentó recuperar el carácter positivo de la política, después del desprestigio en que había quedado sumida por cuarenta años de dictadura, la corrupción, el in­cumplimiento de programas electorales, el amiguismo, la no resolu­ción de los problemas básicos, han vuelto a colocarla en uno de sus momentos más bajos. Se vuelve a utilizar en tono peyorativo: «Están haciendo política.»

El recuperar el concepto positivo de política se convierte en una de las tareas prioritarias, siempre teniendo muy en cuenta que es pre­ciso desligar este interés por la cosa pública de los intereses y compro­

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misos políticos partidistas. Necesitamos elaborar proyectos alternati­vos globales desde una óptica ciudadana.

4.3. Potenciar ios nuevos valores

Después de la crisis de la cultura del pelotazo, del consumismo y del enriquecimiento fácil, desde las asociaciones de vecinos y de gran parte de entidades ciudadanas estamos legitimados y capacitados para impulsar los nuevos-viejos valores que vuelven a emerger en nuestra sociedad: la solidaridad, el respeto a la naturaleza y el medio ambien­te, el diálogo, la paz... son algunos de estos valores. Debemos darles un contenido concreto que sea capaz de condicionar las actuaciones de los poderes públicos y de transformar la tremenda situación de in­justicia en que está sumida la sociedad.

4.4. Estructurar la sociedad

Es preciso desde lo concreto y limitado de cara al barrio o pueblo abordar lo global y sentirnos parte de un mundo donde el poder de decisión está cada vez más concentrado en manos de unos pocos, y que camina totalmente interrelacionado.

Abrirnos a lo global sin renunciar a lo concreto, promover la creación de auténticas redes que estructuren la sociedad civil desde el conjunto de entidades ciudadanas, es uno de los retos para impedir que en un futuro próximo se produzca una total separación entre ciu­dadanos y políticos.

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M ujeres en movimiento: M uchas..., pero, ¿dispersas? *

María Jesús IzquierdoUniversidad Autónoma de Barcelona

Cuando se hace balance de la situación de los movimientos socia­les es frecuente oír que las mujeres están muy dispersas e, incluso, contrapuestas. No se dice que sean pocas, pero sí que están mal ave­nidas. Tal vez sea más útil reflexionar sobre lo que significa esta idea tan generalizada sobre el movimiento de mujeres que hablar sobre el propio movimiento de mujeres. Será precisamente a esto a lo que se dedicará más atención en las siguientes páginas.

Los motivos que pueden conducir a opiniones de este tipo son de muy diversa índole. Cada uno de ellos está asociado a su vez a plantea­mientos políticos y vitales distintos, ya que el cristal a través del que vemos las cosas tiene mucho que ver con quiénes creemos ser y en qué condiciones se desarrollan nuestras vidas. Decir que las mujeres están dispersas, o que lo están los hombres, les gitana, les jóvenes, es tanto como practicar un reduccionismo de raíz biológica. Intentaré explicar­me. seres humana están dotada de una identidad construida so­cialmente, lo cual quiere decir que la respuesta que se dé a preguntas como ¿quién soy y o ¿quién es nosotre¿, depende del carácter de las in­terrelaciones sociales que hayamos experimentado/producido desde nuestras primeras relaciones familiares, hasta las que tienen lugar al tra­bajar, en el desarrollo de las actividades intelectuales, deportivas, re­

* Dado que el movimiento de mujeres tiene como fundamento la desigualdad que se establece en base al sexo, por tanto el sexismo, resultaría incongruente que utilizara un lenguaje sexista. Con el fm de señalar el sexismo en el lenguaje he optado por usar la letra «e» en lugar de la «a» y de la «o» como terminación de los substantivos, pronombres, adje­tivos o artículos, en los casos en que me refiera a persona de ambos sexos o de ambos gé­neros. A modo de recordatorio quedará señalada esta irregularidad mediante un subraya­do. Lamento las dificultades que tendrán 1^ lectores en la misma medida en que lamento el sexismo de nuestra sociedad, una de cuyas expresiones se halla en el lenguaje.

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creativas, etc. No existe una identidad esencial, en el sentido de algo que «verdaderamente seamos» no importa cuál sea nuestro origen o las circunstancias biográficas que vivamos, ya que nuestra identidad, más que un atributo es un proceso que consiste en identificarnos con otr^ persona y ser identificad^ por ést^, y ese proceso no se acaba sino con la muerte. Sin embargo, nuestro origen y circunstancias biográfi­cas se desenvuelven en un entramado que nos precede y condiciona. En lo que somos, se amalgaman condicionantes estructurales de carác­ter social y también estados de conciencia. Lo que somos se mueve en los límites de la especie a la que pertenecemos, el medio físico y el me­dio social en que vivimos, la conciencia de sí y del entorno que desa­rrollamos y la capacidad de transformar o conservar nuestro entorno y nosotr^ mism^, dadas nuestras limitaciones y los límites que nos marca el entorno en que vivimos.

Cuando decimos «las mujeres» hacen o deshacen, se organizan o desorganizan, estamos indicando que el atributo de sexo es un ele­mento tan básico en la construcción de la propia identidad y en el proceso de identificar a 1^ demás que configura un colectivo sufi­cientemente homogéneo para hacer generalizaciones en relación a les individua que lo componen. En el contexto de este artículo que es el del estudio de los movimientos sociales, esa identidad «mujer» puede ser relevante por motivos diversos. Por una parte, en tanto se suponga que tod^ 1^ persona de sexo hembra comparten una situación que les desfavorece e incluso daña, y desean incidir socialmente o se pien­sa que deberían desearlo, con el fin de superar esa desigualdad que las especifica. O porque las mujeres, sea debido a que son esencialmente distintas, o bien porque su posición social les hace desarrollar una forma de ver y sentir el mundo distinta, aportan una crítica al carác­ter actual de las relaciones sociales, no necesaria o solamente en aque­llos aspectos que afectan a su situación sino en general, y esa crítica es su punto de partida para actuar como colectivo con plateamientos, aspiraciones, y/o formas de lucha propias.

Sobre todas estas cuestiones y sus implicaciones en términos de movimientos sociales insistiremos más adelante, pero antes queremos subrayar el reduccionismo que necesariamente supone la construc­ción de un nosotresy de cualquiera de los nosotres posibles. El punto de partida que propongo es la constatación de la diversidad humana que se expresa en cuatro formas fundamentales.

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1. Las diferencias de individué a individué. Las diferencias ana­tómicas y fisiológicas, base de un amplio abanico de potencialidades heredadas genéticamente.

2. La capacidad de es^ individúes de adaptarse a medios natu­rales y sociales diversos. Las instituciones sociales juegan un papel de primer orden en la adaptación de les individúes al medio natural y sobre todo social.

3. Las modificaciones, desarrollo, atrofia de capacidades que pueden aumentar la diversidad o contribuir a anularla en función del medio natural y social. Esas modificaciones de las capacidades indivi­duales tiene lugar socialmente, en función del significado que se les atribuye a las diferencias, por ejemplo la edad, el sexo, la raza, etc.

4. La capacidad de modificar el medio natural y social. El papel de los movimientos sociales es fundamental en este punto tanto por sus acciones colectivas como por su resignificación de las diferencias individuales, que favorecen la adquisición de nuevas identidades indi­viduales y colectivas.

Cuando a pesar de esa diversidad agrupamos individua conci­biéndola como formando parte de un colectivo homogéneo, les esta­mos confiriendo una identidad necesariamente reduccionista y pro­bablemente precaria. Reduccionista porque supone que de entre las múltiples cualidades humanas, se toma una, o unas pocas, como pun­to de partida para agrupar a aquella persona que la comparten. Al mismo tiempo el grupo se disuelve por su falta de homogeneidad si tomamos en cuenta otras características, y a su vez emergen nuevos grupos en función de cada una de ellas. A los nuevos grupos se su­man 1^ persona que participan del rasgo que ahora se toma en cuen­ta o elles mism^ consideran significativo. Si se forma un grupo a par­tir de las diferencias sexuales, en él aparecerán persona de diferentes edades, países, niveles educativos, formas de participación en el traba­jo, origen social, etc., pero el común denominador, aquello que per­mite identificar el grupo, es el hecho de que sus miembros son ma­chos o hembras, uno de los dos sexos. Pero si se toma como lo más relevante la clase social, o la edad, el grupo original se disuelve o pier­de elementos y aparecen nuevos grupos sociales formados por 1^ in­dividua que componían los anteriores grupos que han sentido como más significativas esos rasgos. Si no existe una distinta significación

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de persones en función del sexo, o si bien deja de existir, o si des­aparecen las desigualdades de clase, por poner un par de ejemplos, deja de tener sentido concebir un colectivo de «mujeres» o un colecti­vo de «trabajadores». Así pues la identificación de una pluralidad de individua como miembros de un colectivo es tan precaria como irre­levante se considere la característica que ha permitido agregarles, y tan estable como relevante y fija sea esa característica. Son condicio­nes históricas las que marcan la relevancia o irrelevancia de un cierto rasgo, así como la importancia que al mismo le confiera cuando se trata de ordenar significativamente la realidad. Pero no sólo eso, la conciencia tiene un papel fundamental en el proceso asociarse.

Cuando identificamos o construimos el colectivo «mujeres», la identidad que le conferimos a ese grupo o el elemento a partir del cual lo construimos mentalmente, es la relativa a las diferencias sexuales. Aquella persona que incluimos en el grupo «mujer» no tienen otra cosa en común que las diferencias sexuales, ello permite poner en un mismo saco a persona de diferentes ideologías, con distinta identidad subjetiva, y en bien diversa posición social. Tod^ al mismo saco, la cla­ve para entenderlo no es tanto qué pasa con es^ persona, que se orga­nizan en movimientos políticos y sociales, por qué se hallan tan disper­sas, sino ver qué es lo que pasa con 1^ persona que señalan su disper­sión, qué punto de vista adoptan para expresarse del modo en que lo hacen. Otra clave para entenderlo que complementa la anterior es es­tudiar la identidad que se confieren 1^ miembro de un colectivo y aquella que no forman parte del mismo. Como ya hemos venido se­ñalando, si se destaca la dispersión de las mujeres, es porque se supone que entre 1^ persona de sexo hembra esa diferencia biológica o/y las consecuencias sociales que tiene la misma, es la única base posible para organizarse en forma de movimiento social, y se considera además que sólo debe haber una forma de analizar la desigualdad social de las mu­jeres e intervenir políticamente. A lo que un^ llaman dispersión otr^ denominan pluralismo. ¿Qué pasa con le gente que construye su iden­tidad «nosotr^» a partir de la posición que ocupa en la división social del trabajo, o su color de piel, o su edad, o la posición que atribuye a le ser humane en el planeta? ¿Deben ser entendidas esas identidades como signos de dispersión o desavenencia?

Une persone no es sólo hembra, o sólo trabajadore, o sólo ho­mosexual, o sólo joven... Es todas esas cosas a la vez y el resultado es­

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pecífico que es cada individué, hace de elle un ser único hasta tal punto distinto de 1^ demás, que la única identidad común que per­mite agruparla en un «nosotr^» es el de ser únicos, cada uno se pue­de identificar con los demás por el hecho de tener en común ser pare- cides a 1^ demás y al mismo tiempo d is tin ta Su parecido es lo que permite agruparlos como seres humana, especie que se caracteriza por ser el ser vivo dotado de mayor diversidad, en cuanto a las dife­rencias de individué a individué y en cuanto a la variedad de medios en lo que puede habitar y que puede construir. La acción colectiva, tal como hasta hoy la conocemos, no se emprende a partir de la con­ciencia de la diversidad, configurando un colectivo «nosotr^» a partir de la conciencia de cada une de tener algo en común con 1^ demás, y a la vez ser distinto a todes elfe, y que esa identificación/diferencia- ción es móvil, cambiante, sino que por el momento se toma alguna de las características como punto de partida para construir la identi­dad «nosotr^». La característica que se toma depende por una parte de las características estructurales de la sociedad, en donde tal caracte­rística puede ser la relevante o una de las relevantes, por ser la base de desigualdades. Pero la característica que se tome también depende del estado de conciencia de fe individúes que se asocian.

En el caso de las mujeres lo que se ve es bien claro, un cuerpo de hembra. Lo que no es tan evidente es que las hembras tengan una identidad común, y mucho menos un movimiento reivindicativo unitario. En definitiva cabe decir que se está practicando un reduc- cionismo de carácter biologista, pues se ignora la importancia que tie­nen las posiciones sociales, o distintas visiones del mundo que se pue­den desarrollar, al margen del grupo de sexo al que se pertenezca. Así pues, en las siguientes páginas se establecerá una relación entre las características de los distintos tipos de asociación de mujeres, la iden­tidad que sus componentes se confieren, y la cosmovisión que mani­fiestan a través de las reivindicaciones que plantean, a través de su presencia social.

Dónde están las mujeres, qué quieren las mujeres, por qué o cómo se organizan las mujeres, con quién se alian las mujeres, son preguntas que no se pueden responder directamente. Requieren una previa, ¿cuando decimos «mujeres» a qué nos estamos refiriendo? ¿A un estado de conciencia, a una posición social, a un lugar en la divi­sión del trabajo, a unas características esenciales propias...?

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DONDE ESTAN «LAS MUJERES»

Si cuando decimos «mujeres» nos referimos al atributo sexual, y no a la conciencia que se tenga de las implicaciones de ese atributo por la manera en que se significa en nuestra sociedad, las podemos encontrar en prácticamente cualquier lugar. Todo depende de la identidad que se confieran, el lugar que tengan conciencia de ocupar en la sociedad, las valoraciones que hagan sobre el lugar que ocupan, y el modo en que crean que se debe intervenir en la sociedad. Dada su conciencia participarán o no políticamente, militarán en un parti­do o un movimiento, o bien sentirán que su forma de contribuir a que la sociedad mejore es haciendo bien aquello que hacen: madres, trabajadoras, etc.

En unas pesa por encima de cualquier otra consideración, en cuanto a su identidad, la tierra en que han nacido, en otras, el hecho de ser trabajadoras asalariadas y sentir que no tienen capacidad de de­cisión sobre el modo en que utilizan sus energías en la jornada labo­ral, en otras pesa el hecho de ser amas de casa. Hay otras mujeres, que por encima de cualquier otra cosa sienten las consecuencias sociales de su opción sexual, y desean cambiar ese estado de cosas que hace del lesbianismo algo rechazado socialmente.

La lista de identidades a las que nos podríamos referir es muy lar­ga, cada una de estas identidades, el modo en que cada una construye sus «nosotr^» se pone de manifiesto en toda la diversidad de formas de asociación, y en todo el pluralismo político.

Desde el punto de vista de su presencia en las organizaciones so­ciales, podemos decir que las mujeres están presentes en organizacio­nes de todo tipo: sindicatos, partidos políticos, movimientos vecina­les, ecologistas, pacifistas, asociaciones de consumidores, de amas de casa, lesbianas, de madres, de prostitutas, de solteras, de divorciadas. Y esta abundancia puede tomarse como signo de pluralismo o como dispersión. Es más, esa abundancia no caracteriza a las mujeres, más bien es un rasgo general, propio de nuestra especie, y por tanto apre­ciable también en los hombres. Si de las mujeres se dice que son mu­chas pero dispersas, eso también se puede aplicar a los hombres aun­que con un matiz, a nadie se le ocurriría decir que los hombres sean muchos pero dispersos. Así pues, el reduccionismo anatómico o so­

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cial —el primero si nos referimos al sexo, el segundo si nos referimos al género— no siempre se practica, o por lo menos no se practica en el caso de los hombres.

QUE QUIEREN «LAS MUJERES»

Esa es una pregunta que no se puede contestar, como no se puede contestar qué quieren los hombres. Cada cual querrá lo que quiera, y no siempre lo mismo ya que sus aspiraciones se modifican a lo largo del tiempo. Si admitimos que para realizar las aspiraciones es necesa­rio tenerlas presentes, hacerlas conscientes, y si además admitimos que la conciencia es algo móvil, es el proceso de hacer consciente, y ese proceso dura toda la vida, lo que cada persone de sexo mujer quiere, depende de las circunstancias que vive, de les persona con las que se relaciona, de las cosas que hace, y eso se va modificando a lo largo de toda su vida. .

Une persone en cuya identidad pese mucho el hecho de ser ma­dre y a la vez considere que sus problemas tienen un carácter predo­minantemente social, es muy posible que participe en la Asociación de «Padres» de la escuela a la que acuden sus hij^. Si en e^ persone hay conciencia de la relación existente entre su bienestar y el bienes­tar de su vecindad, es muy posible a su vez que participe en el movi­miento vecinal. Si se siente identificade a partir del hecho de obtener sus medios de vida mediante el trabajo asalariado, de que las condi­ciones de trabajo son un aspecto fundamental de sus condiciones de vida, es muy probable que participe en el movimiento sindical. Con­sideraciones similares se pueden hacer en relación a los productos que adquiere, que le pueden llevar a organizarse y definirse como consu- midore. Y evidentemente, si entiende que su situación social, su mal­estar, procede en buena medida de las consecuencias sociales que tie­ne el hecho de ser hembra, se asociará a otres persones e intervendrá socialmente en base a ese criterio.

Hasta aquí hemos señalado las circunstancias que pueden condu­cir a une persone a participar en la vida asociativa, no hemos dado sin embargo respuesta al hecho de la diversidad de opiniones que pode­mos hallar en cada asociación, tema sobre el que no nos extendere­

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mos. Nos limitaremos a señalar que en la definición del problema, de las soluciones posibles y de los medios para resolverlo se amalgaman cuestiones que tienen que ver con una voluntad de objetivación, una búsqueda necesariamente fallida de qué es el problema en sí mismo, junto el hecho de que la definición de lo «problemático» se hace des­de cada subjetividad, uniéndose la idea que cada cual se hace de lo que las cosas son, a la posición ética y/o política que frente a las mis­mas mantiene.

No nos pensamos detener a otra cosa que a constatar la diversi­dad de opciones asociativas y la de posiciones que se mantienen en cada asociación. Esta constatación, aunque por otro camino, nos vuelve a llevar a un hecho que a nuestro entender se define como «dispersión» sólo en la medida en que se problematice y rechace. Pero llamarle «dispersión» a ese hecho no procede de cómo es en sí mismo, sino de cómo es vivido por quien lo observa, y de la dificultad tan ge­neralizada que se tiene para tolerar la diferencia en una sociedad pre­tendidamente abierta como la nuestra, más todavía, la dificultad que tienen incluso quienes critican la falta de pluralismo de nuestra socie­dad para aceptar otra diversidad de la suya propia.

QUE PLANTEAN LAS MUJERES

Las mujeres han estado y están presentes en el movimiento obre­ro, en la solidaridad internacional, en los partidos políticos, en el mo­vimiento vecinal, en el ecologismo, en el pacifismo, y una larga lista que no pretendo agotar. En cada uno de esos movimientos ha habi­do, simplificándolo mucho, dos formas de estar: algunas consideran que su militancia nada tiene que ver con el hecho de ser mujer, otras en cambio se reconocen al menos una doble identidad, que es la que ha llevado a la doble o triple militancia. Ni más ni menos como le ocurre al hombre que es muy sensible al hecho de ser trabajador, pero a la vez está preocupado por el equilibrio ecológico, y por las condi­ciones de vida y relación en el barrio que habita.

Hay mujeres que han ordenado y ordenan su experiencia y su compromiso político a partir del hecho de ser hembras de la especie, y de las consecuencias sociales que tiene esa diferencia sexual. Pero este colectivo no es ni tiene por qué ser homogéneo desde el punto de

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vista del análisis que realiza y los objetivos que se marca. Encontra­mos diversos modos de participar a partir de preocupaciones distintas y visiones distintas del mundo. Unas consideran que la sociedad las excluye y aspiran a ser incluidas en igualdad de condiciones respecto de «los hombres». Se trata de un planteamiento que sigue el ideario liberal de la «igualdad de oportunidades». En la práctica comporta to­mar como modelo de ser humane al hombre, y tomar como modelo de derechos de le ser humane, los derechos de que goza el hombre. Pero no un hombre genérico, sino un hombre adulto-blanco-habitan­te de los países occidentales-en posición de poder. Esa reivindicación de igualdad para la mujer nacida y crecida en relación a hombres de la burguesía, representa aspirar a ocupar la posición social de los hombres de esa clase, pero..., ¿qué representa para las mujeres que proceden de origen obrero y están aparejadas con un obrero? Las mu­jeres que viven en Europa no se plantean la igualdad respecto de los hombres genéricamente considerados, sino respecto de los hombres históricamente determinados, en el sentido de que en modo alguno tienen en mente cualquier hombre, los de Chiapas, por ejemplo, y se identifican con cualquier mujer, las de Chiapas por ejemplo. Aunque adopto una posición crítica respecto de estos planteamientos, que sólo son una parte de los posibles, no olvido por ello que el fondo de los mismos también se sostiene por parte de los sindicalistas, por to­mar un ejemplo, cuando aceptan propuestas de aumentar la competi- tividad de nuestro país frente a los países del sudeste asiático, acep­tando implícitamente una alianza con los dueños de capital, frente a la competencia que suponen los trabajadores de esos países. En este tipo de análisis, que en el caso de las mujeres presentan unos perfiles específicos, se olvida, o se censura para no verse obligade a dar una respuesta al problema, que riqueza y pobreza, dominación y someti­miento, reconocimiento y ostracismo, son dos caras indisociables de la realidad, y las actitudes corporativas no ponen necesariamente en cuestión el sistema al poner en cuestión el lugar que se ocupa en el mismo.

Otra forma de abordar la desigualdad social de las mujeres, el fe­minismo de la diferencia, suele tener tintes de carácter esencialista, parecidos a los que justamente estoy criticando en este artículo. Des­de esta posición se considera que la supremacía de los hombres proce­de de que tienen el poder, a pesar de que los valores positivos corres­ponden a las mujeres. Siguiendo este modelo la neutralización del

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poder de los hombres por parte de las mujeres traería como conse­cuencia que el mundo se construyera a la imagen y semejanza de las mujeres, desde sus propios valores, los valores femeninos. Correspon­den a esta óptica afirmaciones según las cuales si las mujeres goberna­ran el mundo no habría guerras. Esta perspectiva supone la existencia de una esencia femenina, que no ha sido dañada a pesar de las condi­ciones objetivas de sometimiento de la mujer, esencia a la que se le asigna un valor positivo, y que todavía es posible rescatar potencian­do que se manifieste socialmente. Supone adicionalmente que las re­laciones sociales, tal como hoy tienen lugar, son el producto única­mente de los hombres, que las mujeres no han tenido participación en la construcción del mundo en que vivimos. En todo caso significa que los hombres son responsables de la desigualdad, el sufrimiento, la destrucción, y si se les supone responsables se está suponiendo con ello que han tenido libertad de elección, entre hacer cosas «buenas» y hacer cosas «malas» han optado por hacer cosas «malas».

Lo que es más difícil de entender en este modelo es la relación que se establece entre ese papel activo de los hombres, productores de desigualdad y opresión, y el papel pasivo de las mujeres, sometidas por los hombres a la desigualdad y la opresión. Si las mujeres no han tenido capacidad de respuesta, si no han participado en la produc­ción del mundo en que vivimos, qué es lo que las convertirá en acti­vas, constructoras del mundo. Por otra parte, si los hombres son quienes han tenido el poder de hacer... el mal, qué nos permite supo­ner que no han hecho también a las propias mujeres y siendo las mu­jeres fruto de la desigualdad y la opresión ejercida por los hombres, ¿cómo pueden ser «buenas»? Para salir de este pantano, volvemos nuevamente al terreno de las esencias, de una esencia «buena» de la mujer y una esencia «mala» del hombre.

Reconociendo la necesaria abstracción que no simplificación de los análisis globales hay un tercer modo de acercarse a la desigualdad social de las mujeres y a estrategias para superar la misma. Desde una perspectiva estructural la cuestión que cobra centralidad es la división sexual del trabajo. La división del trabajo propicia que a 1^ ser^ hu­man^ se les adscriba posición en sociedad en función del sexo, y aplasta/niega la característica más relevante de 1^ seres humana, pre­cisamente la diversidad, el hecho de que no hay dos individua les. Desde esta perspectiva se supone que no es posible prejuzgar las

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capacidades y cualidades de les persona en base a su aspecto externo, sino que cómo es cada ser humane es algo que se descubre en las rela­ciones que unos seres hum ana establecen con otr^. Adicionalmente este modelo aborda la desigualdad social entre las mujeres y los hom­bres básicamente como un producto no deseado, es decir, producida por las propias mujeres y hombres sin que el objetivo de sus acciones sea precisamente ése, porque si bien es cierto que les seres humana hacemos nuestra historia, la hacemos sin saberlo, cuando operamos de modo espontáneo tenemos una vaga idea de las consecuencias so­ciales de nuestros actos, por no decir que carecemos de control sobre las consecuencias sociales de nuestros actos individuales. Desde este planteamiento se formula una crítica al creciente subjetivismo mani­fiesto en algunas corrientes del movimiento feminista, según las cua­les se olvida que la subjetividad es una construcción social y lo priva­do también es público.

Es cierto que estos planteamientos no se hallan en la práctica en estado puro, sino que he acentuado las diferencias para hacerlos más comprensibles. Dado que quien escribe el artículo también tiene su propia posición política, tal vez sea justo «destaparse» en relación al tema que nos ocupa.

CON QUIEN SE ALIAN LAS MUJERES:CRISIS ECONOMICA, PATRIARCADO Y CAPITALISMO

Los planteamientos que defiendo proceden de una cuestión pre­via que los condiciona: la necesidad de construir un modelo de análi­sis que permita aglutinar a otros colectivos sociales y no sólo a las mujeres, y al mismo tiempo ponga en el centro de la cuestión la des­igualdad social de las mujeres. Si tuviera que calificar nuestra socie­dad de algún modo, diría que es capitalista y patriarcal. El modo en que se producen los medios de vida es capitalista, el modo en que se producen nuestras propias vidas, tanto las energías consumidas en el proceso productivo como las nuevas vidas, es patriarcal. Podemos en­tender el patriarcado, tal como se manifiesta en nuestra sociedad, como un modo de producción de nuestras vidas en que quien ejerce el control de la producción es ie persone que recibe el nombre de pa- dre/cabeza de familia —generalmente un varón adulto—, y su posi­

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ción de poder procede de ser le persone que aporta la parte más im­portante de los ingresos monetarios a la familia, y por tanto los me­dios que permiten poner a la familia en contacto con la sociedad. Dado el nivel de mercantilización de nuestra sociedad, en la actuali­dad es prácticamente imposible establecer relaciones sociales si no se dispone de ingresos, por eso la base del poder del patriarca procede de su control sobre el dinero, o de la posibilidad que tiene de contro­larlo puesto que es quien lo ha obtenido.

La unidad básica de la sociedad no es le individué, sino el patriar­ca, aquel ser humane poseedore de una familia. poseída son la madre/ama de casa y 1^ h ij^ . Los derechos y los deberes no tienen un carácter individual sino patriarcal, o si se prefiere sólo tienen esta­tuto de individua los patriarcas, porque en la práctica, quien los ejer­cen son 1^ persona que ocupan en la familia el lugar de cabeza de la misma. Si examinamos las estadísticas de ocupación, contrataciones laborales no temporales, empleo a tiempo completo, propietaria de viviendas, titulares de cuentas corrientes y de ahorro, propietaria de turismos, y prácticamente cualquiera de los derechos que dice consa­grar la Constitución vigente, nos encontraremos con una amplísima mayoría de hombres adultos, quedando excluid^ una mayoría de mujeres, jóvenes y viej^. En la práctica, en nuestra sociedad, los pa­triarcas son los auténticos titulares de derechos. Son patriarcas los va­rones adultos.

Pero nuestra sociedad también es capitalista porque el modo do­minante de producir nuestros medios de vida, en cuanto a su exten­sión y poder, da lugar a una división entre 1^ que controlan la pro­ducción al controlar los medios de producción, y 1^ que no tienen otra cosa que les permita sobrevivir que su propio trabajo. L^ primer^ compran a 1^ segunda su única posesión, su fuerza de tra­bajo, y les venden lo que previamente han decidido que serán los me­dios de vida (coches en lugar de transporte público, ciertos tipos de vivienda y no otros, ciertas pautas de vestir, de divertirse, de alimen­tarse, de intoxicarse, ciertas concepciones de la salud y la forma de restaurarla de acuerdo con las mismas, etc.). Las decisiones sobre qué producir, no responden a las necesidades que le gente manifiesta, sino a las actividades que permitan maximizar los beneficios. Esas activi­dades, dirigidas por 1^ dueñ^ efectivos del capital, son las que gene­ran las necesidades humanas, no a la inversa. La decisión de producir

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coches genera su necesidad, como la de producir electrodomésticos para uso familiar, genera la necesidad de los mismos y de que el tra­bajo doméstico se realice separadamente en cada familia, por citar al­gunos ejemplos.

El capitalismo que da lugar a la división internacional del trabajo, en un tiempo se manifestó en forma de colonialismo y esclavitud y hoy se manifiesta con el imperialismo. La división internacional del trabajo es antigua, en su origen generaba la explotación masiva de los países colonizados por los países colonialistas, lo que en la actualidad se ha modificado es el hecho de que los beneficios del imperialismo ya no revierten de un modo tan generalizado al primer mundo, al lla­mado mundo desarrollado que en realidad es subdesarrollante, sino a una minoría en ese mundo: las grandes empresas multinacionales. Las pequeñas empresas, y las empresas de tamaño medio, junto con la mayor parte de 1^ trabajadores del primer mundo se están empo­breciendo a marchas forzadas, como resultado de la competencia que suponen algunos países del sudeste asiático y los países del este de Eu­ropa. Lo que es crisis en ciertos lugares es prosperidad en otros, lo que es crisis para alguna persona es acumulación de riqueza para otr^. Lo que se llama crisis no afecta del mismo modo a tod^. No afecta por igual a todo tipo de empresas ni a todo tipo de trabajado­res. Es desempleo en el primer mundo y empleo en algunos países del tercer mundo, es cierre de algunas empresas y expansión e internacio­nalización de otras. En el primer mundo es desempleo o en el mejor de los casos empleo precario o a tiempo parcial para 1^ jóvenes, las mujeres y 1^ viej^, y empleo a tiempo completo e incluso horas extra con salario completo para los hombres adultos, los que en nuestra so­ciedad ocupan el lugar de cabezas de familia: los modernos patriarcas.

La dinámica de las relaciones sociales se hace particularmente transparente en situaciones de crisis económica. Ante la crisis econó­mica, a las mujeres, a 1^ jóvenes y a fe viej^ se nos imponen medi­das que tienen ciertas similitudes. Contratos de aprendizaje, con un nivel salarial insuficiente para adquirir autonomía respecto de la fa­milia de origen, para fe jóvenes, trabajo a tiempo parcial para las mujeres, jubilaciones anticipadas para fe de mayor edad. De un modo u otro, la propuesta para salir de la crisis es que fe que no son patriarcas estén entretenida, y tengan dinero para los gastos del bol­sillo, pero no se puedan independizar respecto del cabeza de familia.

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Y es que cuando la desigualdad es más intensa la dominación/sumi- sión se hace más necesaria, y una familia patriarcal es un instrumento extraordinariamente eficaz para producir relaciones de domina- ción/sumisión. Otras medidas, como el reparto del trabajo o la reduc­ción de jornada laboral e ingresos son propuestas que se califican de utópicas, o sólo viables en algunas empresas que se enfrenten a la ne­cesidad de una reducción de plantilla. Si nos fijamos en quién emite estas opiniones, se trata de varones adultos. Porque son varones adultos quienes dictan las medidas que van a afectar con particular intensidad a las mujeres, 1^ jóvenes y fe viej^.

Se nos propone como salida de la crisis que compitamos, en otras palabras, que entremos en combate económico y que tomemos las medidas necesarias para ganar. La guerra económica que se nos pro­pone consiste principalmente en reducciones salariales, disminución de las cargas sociales, flexibilización de las condiciones de contrata­ción y despido libre. Estas son las armas que se nos ofrecen a fe tra­bajadores de este país para que aliada a fe empresarfe de este mismo país, en muchos casos empresas multinacionales, entremos en guerra contra fe trabajadores y fe empresarfe de otros países. El objetivo es aumentar nuestras exportaciones y disminuir nuestras importaciones, sin embargo es evidente que no podemos exportar mucho e importar poco, si también se marcan este objetivo los demás países, alguien se ha de quedar sin conseguir lo que quiere, alguien ha de perder. El arma principal que se nos propone es la austeridad: producir mucho y consumir poco. En este punto la pregunta es ¿quién es k verdadere enemigue? ¿contra quién hay que luchar?

Las alianzas que las mujeres establezcamos no dependen única­mente de nuestra voluntad sino también del tipo de conciencia que desarrollen el resto de colectivos sociales. L^ jóvenes pueden oponer­se al patriarcado, o esperar a que les llegue el turno de ser patriarcas, los patriarcas pueden defender su degradante parcela de poder o lu­char por convertirse en padres. L^ trabajadores ocupad^, pueden defender su puesto de trabajo y nivel de ingresos y con él su depen­dencia de las mercancías, o repartir solidariamente su trabajo con los que no lo tienen, y al mismo tiempo cambiar sus formas de vida, no dependiendo tanto como hasta ahora del mercado. Andar más e ir en transporte público en lugar de tener coche. Hacer teatro o cantar en una coral en lugar de alquilar películas en el videoclub. Estar descan-

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sades para hacer el amor en lugar de acudir a la industria pornográfi­ca para conseguir excitar un cuerpo extenuado por el trabajo. Jugar con 1^ h ij^ en lugar de comprarles el último grito en juguetes... O hacer uso de todos esos productos y servicios de que disponemos en el mercado pero no depender únicamente del mercado para satisfacer nuestras necesidades, sino de nuestra vecina, nuestra amigues, nuestra familia. Hay cosas peores que no poder comprar todo lo que se desea: verse convertide une misme en mercancía.

La lucha contra le duene del capital y contra el patriarca, com­porta liberar a les seres hum ana del yugo que representan posiciones sociales no elegidas sino impuestas, la liberación de le ser humane del yugo del salario es también liberación de ¡e ser humane del yugo de la lógica del beneficio que domina al que ocupa la posición del capita­lista, la liberación de las mujeres y fe h ij^ de los vínculos de depen­dencia de los patriarcas es también liberación de los hombres adultos que ocupan esas posiciones. Tal como he ido subrayando en las pá­ginas precedentes, el reduccionismo puede ser el resultado del prejui­cio, y eso precisamente es lo más habitual, pero practicar una actitud reduccionista puede ser también una opción, resultado de determi­nar la identidad o identidades fundamentales, cuando no se confunde diversidad con desigualdad social, y se aspira a hacer posible la diver­sidad suprimiendo la desigualdad y adoptando una actitud perma­nentemente vigilante a la posible emergencia de nuevas relaciones de poder.

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La eyolución de la afiliación sindical en España y la cultura

histórica de los sindicatosObdulia Taboadela

Profesora de Sociología de la Universidad de La Coruña Fermín Bouza

Profesor de Sociología de la Universidad Complutense

INTRODUCCION

Dividimos este artículo en dos partes, en la primera de ellas Ob­dulia T a b o a d e la resume sus investigaciones sobre la evolución de la afiliación sindical en España y en la segunda resumo yo algunos as­pectos de mis investigaciones sobre UGT, realizadas por la Fundación Largo Caballero. La cuestión sindical tiene una particular actualidad en este país porque los sindicatos han estado en el centro del debate sobre cosas tan relevantes como el futuro del socialismo, la actual po­lítica económica, la unidad europea y, sobre todo, sobre sí mismos. Este último autodebate aparece con frecuencia sesgado por intereses inmediatos de unos y otros, y el análisis científico es escaso en unos medios de comunicación cada vez más «periodísticos», en el mal sen­tido del término, y menos rigurosos, sustituido por soflamas de diver­so estilo y escaso interés. Disculpen por ello los lectores esta cierta distancia o frialdad en el tratamiento de un tema del que siempre se habla a gritos, incluso desde las tribunas más sesudas.

LA EVOLUCION DE LA AFILIACION SINDICAL EN ESPAÑA

Varias razones explican la dificultad para la aproximación y cono­cimiento de las cifras de afiliación sindical en nuestro país: no hay un organismo oficial que elabore ficheros de afiliados, razones políticas (derivadas de los bajos índices afiliativos del movimiento sindical es­

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pañol) han provocado por parte de las centrales sindicales una exage­ración sistemática de las cifras de afiliación, además de la dificultad añadida, hasta fechas recientes, de la escasez de medios y recursos de las organizaciones sindicales para controlar a sus miembros.

Nuestro propósito, contando con las limitaciones señaladas, es presentar una descripción y análisis general de la evolución de las ci­fras de afiliación a los sindicatos en nuestro país. La metodología uti­lizada combina datos obtenidos a través de estimaciones, cifras apor­tadas por las fuentes sindicales así como reexplotación de informa­ción procedente de investigaciones y encuestas sociales.

El siguiente cuadro señala la evolución por años y centrales sindi­cales de la tasa de afiliación o densidad sindical, esto es, el cociente entre los afiliados reales y los asalariados ocupados:

DENSIDAD SINDICAL POR AÑOS Y SINDICATOS

AÑOS cc.oo. UGT Resto Total

1978 ...... .. 31,1 13,6 11,7 *56,31980 ...... .. 16,3 10,3 7,2 *33,81982 ...... .. 5,2 3,5 — **8,71986 ...... .. 5.1 4,4 3,5 13,01988 ...... .. 5,9 6,2 4,1 16,21989 ...... .. 4,9 5,0 **4,0 13,91990 ...... .. 4,8 5,5 **4,0 14,31991 ...... .. 5,0 5,5 4,2 14,7Bajo el epígrafe «resto» se agrupan las demás opciones sindicales.* 1978 y 1980 dan la tasa de afiliación de obreros industriales.

** Según estimación.

Estos quince años de sindicalismo libre muestran un mapa sindi­cal caracterizado por dos variaciones significativas. La primera resulta del brusco descenso de las tasas de afiliación a partir de 1979, des­pués del llamado «boom» afiliativo de los primeros años de la transi­ción democrática. Si bien el descenso del número de afiliados co­mienza alrededor de 1979, éste se prolonga hasta 1982 aproximada­mente.

El cambio de signo comienza a partir de este año, cuando la tasa de afiliación general comienza un ligero repunte (fundamentalmente

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debido al crecimiento de la UGT). A partir de 1986 se produce una ligera recuperación de la tasa: 13 por ciento, alcanza el techo máximo en 1988 con un 16 por ciento aproximadamente, para situarse a par­tir de 1989 en torno a una tasa de afiliación del 14 por ciento de los asalariados ocupados.

Si analizamos la evolución por centrales sindicales, CC.OO. ha perdido más afiliación que el resto de los sindicatos, pues comenzó con la tasa de implantación sindical más alta. Por otra parte, la recu­peración general de la tasa a partir de 1986 no se ha traducido en CC.OO. en un crecimiento notable de su afiliación, ya que termina en 1991 aproximadamente con la misma afiliación que en 1986. UGT, por el contrario, mantiene a partir de 1982 una tendencia len­ta pero constante al alza.

El epígrafe «resto» ha mantenido a lo largo de la serie (salvo du­rante los primeros años de la transición) una tasa de afiliación similar a la de cada una de las dos centrales sindicales mayoritarias.

Puede afirmarse, sin embargo, un cambio de signo en los sindica­tos minoritarios: mientras que al comienzo de la transición éstos eran sobre todo sindicatos de clase (SU, CSUT, etc.), a raíz de las segun­das elecciones sindicales (1980) prácticamente desaparecen, para ser sustituidos —a partir de medidados de los ochenta— por el creci­miento de los sindicatos independientes y profesionales. Junto a ellos, el epígrafe «resto» incluye sindicatos de clase (USO y CNT-CGT) que han sufrido una pérdida significativa de afiliados, y los sindicatos de nacionalidad (ELA y CIG) que, por el contrario, han visto au­mentar sus miembros a lo largo del período considerado.

Desde 1988 la densidad sindical se ha mantenido, con muy pe­queñas oscilaciones, entre el 14 y el 15 por ciento de la población asalariada ocupada. En relación a los países de la OCDE, nos situa­mos, con Francia (12 por ciento), en las tasas de afiliación sindical más bajas de Europa, a más de diez puntos porcentuales de distancia con respecto al resto de los países mediterráneos: Grecia y Portugal (25 por ciento), Italia (40 por ciento).

Una cuestión interesante es analizar, de forma comparativa, cómo se distribuye la afiliación de las dos centrales sindicales mayoritarias por sectores de actividad. Tal análisis refleja, en cierta medida, la exis­

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tencia o no de distintos «mercados sindicales». En un sistema como el español —de competencia intersindical por los mismos espacios de representación— interesa comprobar si existe cierta diferenciación funcional entre los espacios ocupados por los dos sindicatos.

AFILIADOS Y ASALARIADOS (%)POR SECTOR DE ACTIVIDAD, 1989

El gráfico da cuenta de cierta especialización en la distribución interna de la afiliación en los dos sindicatos mayoritarios. CC.OO. presenta índices más altos de participación en el sector industrial, mientras que UGT alcanza tasas más elevadas de afiliación en el sec­tor servicios. Estos datos confirman una evolución diferente de los perfiles afiliativos en las dos centrales mayoritarias: mientras que CC.OO. mantiene su fuerza en los sectores tradicionales de la indus­tria, UGT ha ido evolucionando, más en consonancia con la compo­sición de la población activa, hacia una mayor presencia en el sector

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terciario. Las imágenes, estrategias sindicales y coyuntura política de ambos sindicatos ayudan a explicar la diferencia en la trayectoria de los dos sindicatos de clase. De alguna forma, han encontrado parcelas de representación diferenciadas.

Ahora bien, UGT ha de competir su ampliación en este campo con los sindicatos independientes y profesionales, con implantación casi exclusiva en el sector servicios. CC.OO., por su parte, se enfrenta a otro tipo de competencia: por un lado la derivada del «efecto satu­ración», propio de las áreas donde se ha alcanzado un techo afiliativo, caso de los sectores industriales más tradicionales (metal, madera, construcción...) y por otro la competencia del mercado de trabajo, ya que los sectores tradicionales son precisamente los más sujetos a la re­estructuración industrial, ajuste de plantillas, desempleo...

AJiora bien, si atendemos a la distribución de la afiliación y la po­blación activa por sectores de actividad, se observan entre ambas dife­rencias significativas: la concentración de la población activa en el sector terciario o de servicios supera a la afiliación sindical en ese sec­tor. En cambio, en el sector industrial la relación se invierte: el por­centaje de afiliación sindical supera al de población activa en la in­dustria. Quiere esto decir que, mientras que la distribución de la po­blación activa se corresponde con la pauta de las llamadas sociedades avanzadas o postindustriales, la distribución de la afiliación sindical sigue un patrón tradicional y de cierto desfase con respecto a la es­tructura productiva de nuestra economía.

Estos quince años de sindicalismo democrático, en lo que a afilia­ción se refiere, dan una de las tasas más bajas de afiliación sindical de los países europeos. Tal situación puede ser explicada por la combina­ción de factores relativos al desarrollo de las economías complejas, junto a otros condicionantes relacionados con el desarrollo concreto de nuestro país.

La crisis y los procesos de reestructuración económica han provo­cado, como es sabido, transformaciones fundamentales en las sociedades desarrolladas. Tales cambios han erosionado los recursos para la acción sindical: la reestructuración de la producción, el cam­bio tecnológico, la segmentación del mercado de trabajo o el desem­pleo dificultan las salidas de tipo colectivo. La representación de los trabajadores a través de la acción sindical se vuelve tarea extremada­

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mente complicada en una sociedad dividida y caracterizada por la dispersión y multiplicación de los intereses.

Este contexto puede ser trasladado a España, pues como econo­mía inmersa en el entorno capitalista, ha seguido el mismo tipo de transformaciones productivas y ocupacionales. Ahora bien, quedan por analizar los efectos del peculiar proceso y contexto de desarrollo del movimiento sindical en la democracia. En concreto, la coinciden­cia en el tiempo de la crisis económica, la herencia del pasado y la inestabilidad política han actuado conjuntamente en el período de la transición como factores de importantes consecuencias para la acción sindical.

El sindicalismo clandestino se construyó durante el franquismo como un movimiento básicamente de oposición al régimen. El com­promiso con el movimiento sindical, cuando existía, era un compro­miso de tipo ideológico y político, imposible de articular sobre una base instrumental o de defensa de intereses colectivos en el ámbito la­boral. En este contexto de identificación entre movimiento sindical y oposición al franquismo se llega a la transición democrática. Los sin­dicatos de clase, en la inercia de años anteriores, subordinaron los in­tereses propios a favor de los políticos. Tal elección, coherente y lógi­ca con su nacimiento y objetivos, se distorsionó al someterse, más allá de la defensa y legitimación del sistema democrático, a los intereses estratégicos de los partidos políticos de referencia.

Los años de consolidación democrática, presididos por el proceso de concertación social, no hicieron sino reforzar esta tendencia: su­bordinación de los intereses laborales a los políticos, excesiva politiza­ción de las organizaciones sindicales y derivación de los recursos pro­pios de la acción sindical hacia el ámbito de lo público.

En esta situación se explica en parte la imposibilidad de recupera­ción de las cifras de afiliación una vez agotado el «boom» afiliativo de los primeros años de la transición. La primacía de la esfera pública so­bre el centró de trabajo, la división sindical y la crisis de empleo, difi­cultaron el recuerdo de los vínculos entre el movimiento sindical y los trabajadores.

Los logros conseguidos por el movimiento sindical durante la eta­pa de concertación social supusieron un fortalecimiento de las orga­

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nizaciones y un incremento de su presencia social. Asimismo, en las sucesivas elecciones sindicales, los trabajadores apoyaron sistemática­mente las opciones sindicales mayoritarias. Tales logros eran, además, condición indispensable para un sindicalismo solidario y representan­te de la clase trabajadora. Sin embargo, en parte debido a los constre­ñimientos políticos, en parte a la falta de estrategia del movimiento sindical, la combinación de niveles aceptables tanto de representativi- dad como de representación resultó una tarea compleja. Por positiva que pudiera ser la imagen de los sindicatos a nivel social, la imagen de fuerza y de eficacia necesarias para un grado de compromiso alto con la organización sindical (tal cual es la afiliación) no fue posible en esas circunstancias.

A mediados de los años ochenta, una vez finalizada la etapa de pactos sociales, se inicia un cambio de tendencia en el movimiento sindical de clase. Comienza a mostrarse un renovado interés desde las cúpulas sindicales por la promoción de la afiliación, un esfuerzo por aumentar su presencia en ámbitos tradicionalmente no sindicalizados y una significativa derivación de recursos hacia la acción sindical en el centro de trabajo (la Ley Orgánica de Libertad Sindical confirma a su vez la representación estrictamente sindical en las empresas a través de las secciones sindicales).

Estos cambios ayudarían a explicar el rebrote afiliativo de mitad de los años ochenta. La tendencia en fechas recientes ha confirmado y for­talecido estas transformaciones del movimiento sindical, si bien los ín­dices afiliativos han permanecido, en términos generales, constantes.

Hemos intentado argumentar cómo las dificultades del movi­miento sindical español para combinar satisfactoriamente los dos con­textos o lógicas de influencia básicas del sindicalismo: la representa­ción global, expresión del sindicalismo solidario, y la representación particular o sindicalismo de representación, han influido de una ma­nera decisiva en los bajos índices de afiliación sindical de nuestro país.

En un contexto diferente ambas lógicas de influencia no tendrían que haber sido excluyentes, sino complementarias. Los cambios es­tructurales de las economías complejas y la específica coyuntura don­de se ha desarrollado el sindicalismo español explican por qué la rela­ción entre ambas lógicas ha sido de tensión y no de complementa- riedad.

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LA CULTURA HISTORICA DE LOS SINDICATOS

Es muy probable que la razón última de la escasa afiliación sindi­cal en España sea de carácter cultural, en el sentido antropológico del término, y que a ese determinismo cultural se sumen otras razones más inmediatas y objetivas. El núcleo determinante de un sindicato lo constituyen aquellos afiliados que, además, son delegados sindica­les. Es en ese grupo en donde la cultura tradicional del sindicato se hace más transparente y operante, y es ahí donde el nivel autocrítico es menor y mayor la defensa de la ideología sindical, un sistema de creencias de raigambre histórica que puede estar frenando la adapta­ción de la organización a las transformaciones de la realidad. Estos afiliados-delegados definen en bastante medida, a través de los órga­nos representativos de los sindicatos y de presiones directas o indirec­tas, los movimientos estratégicos del conjunto. En el grupo de inves­tigaciones citadas en la introducción, realizadas en UGT en 1988, y que se prolongaron en otros estudios sindicales, aparece este grupo de delegados-afiliados como significativamente diferenciado del resto de esa organización sindical. A medida que nos vamos hacia la periferia orgánica (afiliados de base: afiliados que no son ni han sido delega­dos) asciende el nivel autocrítico y se debilita la actitud defensiva (para conocer las cifras concretas que están implícitas en las afirma­ciones de este artículo puede recurrirse a mi trabajo en la revista Eco- nom íay Sociedady 1990, núm. 3, págs. 85-109: «Actitudes de los tra­bajadores madrileños ante los sindicatos»; y al trabajo «La opinión pública interior en un sindicato histórico de clase: paradojas de la re­miniscencia y modelos cognitivos», de inmediata publicación en el CSIC).

Lo que llamamos ideología sindical o cultura tradicional o histó­rica de los sindicatos es un sistema bastante trabado de creencias que se sustentan en dos pilares fundantes: la acción y la conciencia de clase como elementos diferenciadores del sindicalista frente al no sindica­lista. Esta división teórica genera a su vez una división práctica entre los sindicalistas y los trabajadores no sindicados, que rechazan este planteamiento fundante y marcan distancias con respecto a él: el eventual seguimiento de los planteamientos concretos de los sindica­tos no significa adhesión a su núcleo cultural histórico. Estamos ante lo que se ha llamado sindicatos de representación más que de afilia^

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ción. Y esto explica el relativo éxito de los llamamientos sindicales aun desde sus bajas tasas de afiliación: son representativos de algo di­fícil de precisar, aunque quizá no de aquello que los propios sindica­tos creen. Saber qué representan realmente los sindicatos para conse­guir movilizaciones importantes con bajas afiliaciones es una intere­sante incógnica sociológica que no se puede contestar sólo con la intuición.

La permanencia de culturas tradicionales en el sindicalismo cuan­do acucia más un cambio cultural, parece tener como principal obje­tivo la salvaguarda de la identidad y de las fronteras, una manera de responder al desorden externo en el terreno de las ideas y de la estruc­tura social. En condiciones de transformación rápida del mundo la respuesta parece ser la permanencia cultural. Aunque estamos hablan­do de una cultura sindical en declive, esto no tiene un equivalente automático en una acción homogénea de tipo tradicional. A pesar de su cultura histórica y de un cierto radicalismo verbal, lo cierto es que los sindicatos de clase tienden a una conducta razonable, aunque dis­cutible, y no estamos ante grupos revolucionarios ni mucho menos. Esto establece una fractura entre la cultura-ideología del sindicato y su acción diaria, que es moderada y reformista, por más que en oca­siones pueda parecer radical vista contra el fondo de una situación política y económica tan especial como la española de hoy.

El sindicalismo de clase ha unido su suerte a la del socialismo, el comunismo o el anarquismo y resulta obvio que no pueden los sindi­catos eludir su parte en el éxito o la crisis de sus modelos políticos. A todas las dificultades citadas se une hoy el cuestionamiento general de un sistema político de igualación sin mercado, modelo común a la izquierda histórica: abordar este tema es también revisar la cultura- ideología tradicional, la definición de la realidad que se hace la orga­nización y todo lo que de ello se deriva. Esta realidad bicéfala de un sindicalismo relativamente pragmático en la negociación y tradicional en la cultura ideológica es quizá la causa de que, efectivamente, este­mos más ante sindicatos de representación que de afiliación, pues los mismos trabajadores que se sienten representados en la negociación por los sindicatos se sienten alejados de su cultura y de su ideología. La crisis de afiliación es una crisis de comunicación cultural entre sindi­calistas y trabajadores.

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Nuevas asociaciones por el medio am biente. Solidaridad

internacional e intergeneracionalLadislao Martínez López

Portavoz de la Asociación Ecologista de Defensa de la Naturaleza (AEDENAT)

¿QUE SON EL MOVIMIENTO ECOLOGISTA Y LAS ORGANIZACIONES DE SOLIDARIDAD INTERNACIONAL?

Tanto el movimiento ecologista como las organizaciones de soli­daridad internacional suelen encuadrarse dentro de lo que genérica­mente se conoce como Nuevos Movimientos Sociales (NMS). Estos movimientos surgen en los países industrializados en la década de los sesenta y llegan a nuestro país diez años después, una vez iniciada la transición democrática.

Para intentar definirlos resulta de gran ayuda el texto «Movi­miento ecologista y cambio social», publicado en Ecología Política por el Profesor de Etica de la Universidad de Salamanca y veterano ecolo­gista Nicolás M. S o s a , donde se realiza una apretada síntesis de dis­tintas aportaciones de algunos teóricos de estos movimientos (R a s c h - KE, C l a u s O pee , In g l e h a r t , H a b e r m a s ...) junto a agudas observa­ciones propias. Siguiendo el hilo conductor de este trabajo podríamos definirlos como «actores colectivos de movilización que persiguen con una cierta continuidad provocar, evitar o hacer reversibles trans­formaciones sociales básicas sobre la base de una elevada integración simbólica, una escasa especificación de roles y mediante formas varia­bles de acción y organización» (R a s c h k e ). A lo que habría que añadir que ponen en cuestión los criterios de racionalidad política y de los fundamentos legitimatorios del Estado moderno (encarnados casi ex­clusivamente por el principio de representación, la democracia com­petitiva de partidos y la regla de las mayorías), amén de que rechazan la cultura tecnoeconómica del poseer/consumir, y proponen nuevos espacios de participación ciudadana.

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S o s a declara que la crítica que da vida a estos movimientos es la que dirigen a las instituciones del sistema político, a la incapacidad de la democracia representativa para abordar cuestiones vitales que están más allá de los límites tradicionalmente acotados por la política tradicional, el dogma de la productividad, de la inevitabilidad del desigual reparto de la riqueza en el mundo, del crecimiento ilimitado de la producción material... Sin embargo, se declara contrario a en­cuadrarlos entre los «movimientos de lujo» que se suponen el resulta­do de las favorables condiciones de socialización del Estado de Bien­estar con su secuela de prosperidad material y altas posibilidades edu­cativas, que habrían producido un desplazamiento de prioridades valorativas hacia lo estético, lo intelectual, lo moral... Aunque reco­nozco que este segundo tipo de interpretación no agota la explicación de los movimientos que nos ocupan, creo que hay una parte innega­ble de verdad en él. En el caso de los movimientos de solidaridad in­ternacional esto es especialmente evidente, pues siempre se dan en los países ricos con respecto a los pueblos pobres y nunca, al menos que yo sepa, al contrario. Otro tanto ocurre con el ecologismo.

Hay todavía más, estos movimientos reconocen explícitamente en muchos casos el carácter «opulento» de las sociedades en que viven como un elemento central en sus críticas. Algo que marca diferencias, que en ocasiones se convierten en conflictos con otros movimientos sociales tradicionales, como el sindical, presos todavía de la cultura de la «escasez» que motivó su creación. Estoy convencido de que se pue­den contar con los dedos de una mano los sindicalistas que creen que en este país hay demasiados coches; pese a que el número supera con mucho los existentes en China e India, que pasan de 2.000 millones de habitantes, y pese a que es evidente que un nivel mundial de mo­torización similar al nuestro provocaría un agotamiento casi inmedia­to de las reservas de petróleo y un cambio climático en pocos años que superaría el producido desde la glaciación hasta ahora.

En el caso de los movimientos de solidaridad internacional la «aceptación del carácter opulento» de nuestras sociedades adquiere la forma de campañas para transferir recursos de sus propios países a los del Tercer Mundo (un ejemplo claro y reciente es la huelga de ham­bre en favor del 0,7 por ciento), o en reivindicaciones por un cambio de las reglas del comercio mundial, o en reclamar para estos países el mismo nivel de derechos que en el propio. En el ecologismo el asunto

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no resulta tan claro, pero puede detectarse en las decenas de campa­ñas que se realizan contra actividades que sectores importantes de la población, en muchos casos la inmensa mayoría, identifican con pro­greso. Si los ecologistas se oponen a una carretera o a una industria no es sólo porque consideren el impacto sobre el medio que produ­cen, sino también porque se piensa que ya existen suficientes y que los daños que provoca superan las ventajas que reporta. De forma más radical, aunque más difícil de percibir, se da en el carácter central que posee el concepto de «sostenibilidad», que llama la atención so­bre la imposibilidad de continuar en el mundo con los modos de producción y consumo de los países ricos sin causar alteraciones am­bientales que afecten al conjunto del planeta. El conflicto se resuelve prácticamente siempre con una crítica al modo de vida de los países del Norte y una visión compasiva hacia los países del Sur, aunque no han faltado interpretaciones darwinistas que responsabilizan sobre todo a los pobres de los problemas y plantean mecanismos de resolu­ción crueles.

Resulta evidente que esta caracterización como «opulentas» de las sociedades industriales no implica que los movimientos no reconoz­can la existencia en su seno de bolsas de miseria, creciente en casi to­dos los países, o de necesidades insatisfechas, pero es evidente que la dimensión de la pobreza es infinitamente menor que en los países del Sur y que las necesidades más urgentes a satisfacer de la mayor parte de la población no son de carácter material. Es igualmente claro que la mayoría de la sociedad rechaza esta última afirmación.

Estoy totalmente de acuerdo con SoSA cuando se posiciona con­tra los que pretenden encontrar similitudes significativas entre estos NMS y el pensamiento postmoderno. Como él creo que podría ubi­carse a estos movimientos dentro de las tesis de H a b e r m a s de la «mo­dernidad inconclusa», ya que los valores postmaterialistas defendidos son típicamente modernos, aunque hayan ido quedando en las orillas de los procesos de modernización. No son los valores que pretende representar el estado moderno lo que impugnan los NMS, sino las re­glas y procedimientos establecidos para la defensa de los mismos. Frente a la despolitización estructural del sujeto, que queda reducido al papel de ciudadanos que sólo se expresan en forma de electores, los NMS proponen una nueva forma de repolitización. Se trata de devol­ver a los ciudadanos esos temas y cuestiones que no puede eludir una

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sociedad mínimamente responsable. Restituir al gran público infor­mación y razones para forjarse una opinión acerca de los problemas secuestrados al entendimiento común en nombre de la especializa- ción técnico-científica. Sean éstos la energía nuclear, el Acuerdo Ge­neral sobre Aranceles y Comercio (GATT), la manipulación genética o las políticas del FMI.

Resulta interesante, por lo paradójico del tema, comentar la acti­tud de la sociedad ante estos movimientos. Asumiendo el riesgo que se corre al generalizar sobre el sentir de tanta gente con respecto a grupos tan heterogéneos, podría decirse que la sociedad los considera imprescindibles y que muchas de sus campañas gozan de una amplia simpatía popular, que no necesariamente se convierte en eficacia; pero sus alternativas generales se consideran poco realistas, llegando en algunos casos a provocar pánico, y la imagen que la sociedad tiene de ellos es a base de tópicos que se corresponden poco con la realidad de los hechos.

Pueden explicarse estas aparentes paradojas. La «necesidad» de la existencia de estos movimientos se debe sobre todo a la gravedad de los inocultables problemas que señalan. Cualquier persona mínima­mente racional que tenga alguna relación con los medios de comuni­cación, televisión incluida, puede entender con claridad meridiana la abismal diferencia que existe entre el niño que muere de hambre en Etiopía y la preocupación casi histérica por la dieta de tanta gente en los países ricos, o entre la mujer o el niño que dedican seis u ocho ho­ras diarias para recoger leña para cocinar y tantas viviendas a nuestro alrededor en las que se abre la ventana en invierno para aliviar el ex­ceso de calor de una calefacción mal regulada. Y en los temas am­bientales ocurre otro tanto. Si se dispone de una memoria que permi­ta retroceder diez años en el tiempo se podrán citar varios casos de riachuelos que existían y ya no están, o de zonas de campo sepultadas por rascacielos. Y tan evidente como la magnitud de los problema*s señalados es la pasividad o al menos la lentitud de los gobiernos y or­ganismos internacionales para resolverlos. Por eso mucha gente en­tiende la necesidad de que existan estos movimientos.

Por la misma razón gozan de tremenda aceptación aquellas activi­dades que aluden a problemas sentidos como importantes que ade­más exigen un grado pequeño de implicación de los ciudadanos. Re­cordar al respecto el éxito de las campañas de recogida de vidrio o de

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papel que hace que casi todos los contenedores estén llenos, incluso en un país como el nuestro, donde se supone que existe un bajo nivel de civismo; o el alcance que consiguen campañas para recaudar fon­dos con destino a Bosnia o a Etiopía cuando las realizan organizacio­nes que gozan de una cierta credibilidad social.

En lo que toca a aspectos negativos, las «culpas» están repartidas entre los errores propios de los grupos y la casi imposibilidad de la so­ciedad de pensar en sus propias responsabilidades. Con cierta fre­cuencia desde los movimientos se ha pretendido dar explicaciones sencillas a problemas extremadamente complejos, ya sea por un in­tento de facilitar su divulgación, por obstinación ideológica o por ig­norancia de los límites del propio conocimiento. Así por ejemplo to­dos los intentos de entender la pobreza endémica del Sur «sólo» a partir de la mala fe del Norte rico, haciendo abstracción de las res­ponsabilidades de las élites locales, de ciertas barreras culturales o de la rivalidad entre vecinos; o cierta propensión de algunos ecologistas a darles lecciones sobre casi todo a los propios expertos ignorando que, aun no siendo del todo imposible saber más que quien lleva muchos años de dedicación a un tema, muy probablemente lo razonable sería estar dispuesto a aprender.

Pero la otra parte del binomio es incluso más importante. A los ciudadanos de las sociedades «avanzadas» se nos cultiva —y consenti­mos de muy buen grado— en la idea de que somos sujetos de todos los derechos y que al tiempo estamos exentos de casi toda responsabi­lidad. Junto a ello está la idea, también inducida y a la vez tolerada, de que si la felicidad no es exactamente igual a la acumulación infini­ta de bienes materiales es algo que se le parece mucho. Por ello suscita tanto rechazo cualquier mensaje que intente mostrar la parte de res­ponsabilidad de un ciudadano, aunque sea por omisión, o que de manera más o menos explícita implique alguna renuncia a consumir más, o incluso a la posibilidad de hacerlo. Y un mecanismo muy efi­caz de invalidación es considerar el mensaje «irracional», «extremista» o «impracticable». Poco importa que el propio esquema de interpreta­ción de esos hechos de la gran mayoría de quienes así piensan sea a su vez más irracional e impracticable que la de los criticados. Los tópicos con que se encasilla a estos movimientos son un intento de la socie­dad de defenderse, no tanto de las teorías que se combaten así, sino de unos problemas cuya sola consideración produce malestar.

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Los logros de los movimientos de solidaridad internacional y eco­logista guardan evidentemente una estrecha reltoón con la acepta­ción social de sus propuestas. Con anterioridad se ha señalado el gran apoyo que logran algunas de sus actividades, lo que no vale para to­das. Muchas otras pasan desapercibidas o suscitan rechazo. Parece fuera de duda que el balance de logros del ecologismo supera al de los intemacionalistas. Un indicador claro de lo dicho es la existencia en muchos países industriales de partidos parlamentarios verdes, en los que el ecologismo es el elemento central de identificación. Sin perjui­cio de que otros contenidos como el internacionalismo tengan una participación variable, aunque por lo general importante. No es éste el caso del Estado español, en el que ninguno de los partidos verdes que existen o han existido han obtenido un número suficiente de vo­tos. A pesar de eso, creo que también aquí puede decirse, ha tenido y tiene más relevancia que el internacionalismo. Aunque a su vez sería injusto no reconocer que en comparación con otros países este segun­do movimiento es apreciablemente más vigoroso debido, entre otros motivos, a la existencia por razones históricas de un conocimiento notable de los problemas de Latinoamérica y de los países árabes, que constituye un fértil substrato para la solidaridad.

BALANCE DEL ECOLOGISMO

Creo que el desigual balance se debe sobre todo a la posibilidad de percepción directa de los problemas de que trata el ecologismo. A lo que habría que añadir que también en algunos de estos problemas es más fácil saber qué hay que hacer para contribuir a resolverlos y en ocasiones no es complicado hacerlo. Las condiciones de vida de los habitantes de países del Tercer Mundo sólo pueden percibirse (salvo por exiguas minorías) a través de los medios de comunicación de ma­sas. A lo sumo son un reportaje en un periódico o en una revista, que puede no leerse, o un programa de televisión, que además puede competir con un concurso. Se sabe de su existencia y de su gravedad, pero quedan semiocultos en el marasmo de información que recibi­mos. Y además, de alguna manera parecen contradichos por nuestra existencia cotidiana en donde no vemos toda esa miseria. Existe final­mente la posibilidad de pensar que «eso» no nos afecta a nosotros, por muy erróneo y cínico que sea.

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Por contra, es virtualmente imposible que los millones de habi­tantes de ciudades de atmósfera contaminada ignoren el problema o puedan pensar que no afecta a su salud. Y otro tanto puede decirse de la escasez de agua, o del ruido infernal de las grandes urbes, o de la basura lacerantemente presente en todas partes... No puede dejar de sorprender por tanto que las encuestas reflejen que los problemas am­bientales que los ciudadanos consideran más graves no siempre guar­den relación con los más inmediatos. O aun con generalizaciones so­bre ellos. Por el contrario, con muchísima frecuencia se citan proble­mas de muy difícil percepción y notable dificultad de comprensión: la destrucción de la capa de ozono, la desaparición de las selvas tropi­cales o el calentamiento terrestre. Supongo que puede tener que ver con que, una vez desarrollada la sensibilidad básica ante el medio am­biente por los problemas cercanos, prima el temor a lo desconocido o la creencia en el juicio de los expertos o de los medios de comunica­ción que aluden a ellos como graves.

El gran éxito del ecologismo ha sido la inserción de parte de su ideario en el tejido social. El ciudadano corriente va paulatinamente sintiéndose implicado personalmente en todo lo que tiene que ver con el medio ambiente. Puede verse que amplias capas de la pobla­ción van adquiriendo hábitos de respeto como el reciclaje, el ahorro de ciertos recursos escasos (como el agua en épocas de sequía) y la prudencia en la eliminación de residuos.

También ha conseguido movilizaciones notables contra instala­ciones y proyectos que se ven como peligrosos (centrales y cemente­rios nucleares, plantas químicas de alto riesgo...). Pero por el contra­rio ha sido incapaz de movilizar a sectores significativos de la pobla­ción por reivindicaciones teóricamente muy arraigadas de contenido positivo. Tal es el caso de la protección de ciertos espacios de valor natural, de la promoción de fuentes renovables, etc.

Es de resaltar también entre sus logros el haber ganado cotas cada vez mayores de atención en los medios de comunicación. Para ello ha sido necesario una gran continuidad en las actuaciones y un notable despliegue de imaginación para provocar el «espectáculo» que los me­dios no pueden ignorar. El papel de avanzadilla que Greenpeace ha jugado en este tema es innegable. Esto ha contribuido de manera no­table a popularizar muchos conflictos dándole una relevancia de la que de otro modo carecerían. Paradójicamente este éxito ha tenido

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como contrapartida la imposibilidad del corsé que se ha creado. Los ecologistas aparecen en muchas fotos, ocasionalmente se les permite denunciar ciertos problemas si no entran en muchas profundidades, pero es muy difícil que sus alternativas (cada vez más frecuentes y mejor documentadas) merezcan una línea en los medios de comuni­cación.

A resaltar la importancia que en la divulgación de estas ideas han tenido determinadas publicaciones en las que los temas de naturaleza ocupan un lugar central y que han mantenido una relación mayor o menor con las organizaciones del movimiento. Desde revistas que sim­plemente son la publicación «de naturaleza» de una multinacional (como «Natura», que posee un público fiel y muy amplio), hasta la re­cientemente aparecida «Gaia» (órgano de expresión de la CODA) pa­sando por «Integral», «Ecología y Sociedad», «Quercus», «Ecología Polí­tica», y los boletines de cientos de organizaciones grandes y pequeñas, se aseguran un número de lectores habituales que superan los 200.000 y que permite dar satisfacción a todos los aspectos del ecologismo enten­dido en su sentido más amplio: desde la simple contemplación de ani­males, hasta la elaboración teórica más profunda y actualizada. Se trata según creo de un hecho singular en los movimientos sociales.

BALANCE DE LOS MOVIMIENTOS DE SOLIDARIDAD

Los movimientos de solidaridad han tenido una actuación más intermitente, más pegada a la existencia de gravísimos problemas (guerras, catástrofes, represiones crueles...) que reclamaban la aten­ción de la opinión pública mundial. Una novedad esperanzadora es que hayan conseguido en algunos casos tomar la iniciativa suscitando la atención a partir de una acción concreta. Tal es el caso de la huelga de hambre para reclamar el 0,7 por ciento del PIB de ayuda para los países pobres. Frente a los que creen que han cosechado una dignísi­ma derrota soy de los que piensan que han alcanzado una victoria que se manifestará a más largo plazo, porque han logrado poner de actualidad un tema que hasta hace poco era uno más de los millones de compromisos internacionales incumplidos.

Se percibe además un cambio en la forma de esta solidaridad. Frente a la que estaba motivada por coincidencias ideológicas que

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prevaleció hasta mitad de los ochenta (con Vietnam, Nicaragua, El Salvador, el pueblo saharaui...) empieza a fortalecerse otra que sólo trata de aliviar el sufrimiento de los desfavorecidos sin exigir ningún tipo de afinidad a cambio (Bosnia, Etiopía...). El derrumbamiento del muro de Berlín ha tenido una notable influencia en la forma de entender y ejercer la solidaridad. A pesar de que, contra lo que afir­maban los sectores más reaccionarios, la gran mayoría de los movi­mientos de solidaridad siempre han mantenido un distanciamiento notable, con grandes dosis de crítica incluida, hacia el socialismo «realmente ya inexistente». Sigue existiendo solidaridad ideológica (como es el caso de Cuba), pero de manera creciente la solidaridad se ejerce en nombre de los derechos básicos, proclamados oficialmente como universales, que sin embargo se pisotean en gran parte del pla­neta. Importa cada vez menos quien carece de estos derechos o que éstos sean más abstractos (como el derecho a pensar libremente) o mucho más concretos (como el derecho a comer).

Aunque en nuestro país se trata de un hecho reciente, parece cla­ro que la solidaridad con los inmigrantes está llamada a ocupar un papel central en los próximos años. Una solidaridad que se ejerce contra las leyes cada vez más restrictivas, que los distintos Estados promulgan intentando limitar cada vez más su número y sus dere­chos, y contra la histeria social que adopta formas sádicas como el ra­cismo. No tengo muchas dudas sobre el tristemente inevitable creci­miento de la xenofobia en nuestro país. Espero que no llegue a crista­lizar en formaciones políticas con notable representación parla­mentaria (como en Francia, Alemania, Austria, etc.) o en la violencia de incontrolados, pero no existe ninguna garantía. Las crisis econó­micas que periódicamente reaparecen potencian el surgimiento de es­tos fenómenos. La competencia por el puesto de trabajo, la asocia­ción de los inmigrantes a ciertas formas de delincuencia sin importar si es cierto o no y el desencuentro cultural, brutalmente exagerados, crean el caldo de cultivo para su desarrollo.

EVOLUCION Y SITUACION ACTUAL DEL ECOLOGISMO

También el ecologismo ha ido cambiando en el tiempo los temas en que trabajaba. Aunque desde sus orígenes ha tenido una percep-

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don amplia de los problemas ambientales, sólo desde hace unos años se observa una continuidad de trabajo sobre todos ellos, una capaci­dad de jerarquizar problemas y una coherencia a la hora de considerar alternativas que incorporen la relación, siempre proclamada desde el ecologismo, entre todos los aspectos ambientales. De la protección de espacios y especies naturales, de la movilización antinuclear y de luchas puntuales contra fenómenos de contaminación, que acapara­ron la actividad de los ecologistas en sus orígenes se ha pasado a in­corporar el problema de los residuos (urbanos e industriales), el trans­porte, el urbanismo, la educación ambiental, la planificación del te­rritorio, los problemas de la producción de energía, el agua...

Conviene precisar que no existe ningún grupo que se ocupe si­multáneamente de todos estos temas y que son pocos lo que se atre­ven con muchos de ellos. Depende del tamaño, del esquema organi­zativo y de la forma de entender el ecologismo.

Con todas la limitaciones que tiene cualquier intento de clasifica­ción y con las inevitables zonas grises que siempre aparecen, podrían distinguirse dentro del ecologismo dos grandes familias: los naturalis­tas, conservacionistas o ambientalistas y los ecologistas sociales llama­dos por otros radicales. Podrían intentarse clasificaciones sobre otros criterios pero me parece que, de todas las posibles, ésta es la de mayor enjundia.

Los primeros, que frecuentemente rechazan la etiqueta «ecologis­ta» para preferir cualquiera de las otras, se dedican prioritariamente a la observación y estudio de la naturaleza y sus actividades con reper­cusión social se circunscriben a la protección de especies y espacios naturales de los efectos negativos de la actuación humana. Para el ecologismo social el objeto de estudio y atención es no sólo el medio ambiente natural, sino también el social y cultural. Por eso temas como el transporte, el urbanismo y la energía, no sólo tienen interés cuando actúan sobre un determinado medio natural valioso, sino en sí mismos. El enemigo del medio así entendido es un tipo de socie­dad, un sistema y un modo de progreso depredador que ha prendido en las percepciones y conductas individuales.

La diferencia se extiende a muchos otros campos. Así los conser­vacionistas suelen considerar, o al menos proclamar que su actividad no tiene dimensión política, mientras que el ecologismo social afirma

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exactamente lo contrario. En este segundo caso el término política no se usa en su acepción más restringida de lucha por el poder entre dis­tintos partidos (frente a los cuales suele proclamar rabiosamente su independencia), sino más bien en el sentido de «política no institu­cional» de que hablaba O ffe.

Por lo que se refiere al funcionamiento, los grupos conservacio­nistas suelen tener un número de socios más elevado, que por lo ge­neral tienen una vinculación más laxa con el grupo que en las organi­zaciones del ecologismo social, en las que la proporción de activistas es mayor. El órgano ejecutivo en los primeros suele ser la junta direc­tiva que se elige periódicamente entre los socios, mientras en el ecolo­gismo social predomina la asamblea de activos, o si el grupo supera cierto tamaño, las comisiones de trabajo que suelen gozar de amplia autonomía. El nivel de profesionalización (entendido como dedica­ción profesional al grupo) es mayor por lo general en los grupos con­servacionistas, que disponen de más fondos para realizar su tarea. Las relaciones con las administraciones y las empresas suelen ser de cola­boración o de enfrentamiento predominando las primeras en los con­servacionistas y las segundas en los ecologistas sociales. Entre estos úl­timos la tendencia a coordinarse con otros grupos es mayor que en los primeros, aunque se da al mismo tiempo una resistencia, que yo creo numantina, a pasar a formas de coordinación más estables o aun a integrarse en un grupo único. Sostengo que la organización es uno de los grandes problemas del ecologismo. En nombre de un mal en­tendido amor por la diversidad se mantienen unos 1.000 grupos eco­logistas, muchos de los cuales serían incapaces de explicitar sus dife­rencias con muchos otros. Para asegurar la querida y necesaria diversi­dad sobra con 20 ó 30 grupos. El resto es ineficacia y confusión. En parte por los errores organizativos, el ecologismo, que crece en núme­ro de miembros de manera ostensible, no aumenta su influencia so­cial al mismo ritmo.

Podría decirse que con el paso del tiempo la clasificación entre conservacionistas y ecologistas sociales tiende a difuminarse, orien­tándose los primeros hacia lo que tradicionalmente ha sido caracterís­tico de los segundos. El motivo principal es el desplazamiento del ob­jeto de trabajo hacia perspectivas más amplias. Un buen indicador de lo dicho es la CODA, coordinadora blanda que agrupa a más de 150 grupos, que pasó de llamarse Coordinadora para la Defensa de las

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Aves a Coordinadora de Organizaciones de Defensa Ambiental. Un cambio de nombre que corresponde a una ampliación del campo de trabajo.

En las organizaciones intemacionalistas podría establecerse una división similar que tendría como elementos de separación el tipo de relación con los gobiernos, el grado de oposición al sistema económi­co mundial y el grado de definición ideológica. Buena parte de lo di­cho para el funcionamiento de los ecologistas es aplicable a estas or­ganizaciones.

Resaltar por último que el grado de confluencia entre ecologistas e intemacionalistas es más bien limitado y esporádico. La necesaria especialización para aumentar la eficacia no ha sabido compaginarse con la búsqueda de objetivos comunes en los que lograr una actividad interesante para ambos movimientos.

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Voluntariado social, incorporación social y solidaridad:

Independencia, interdependencia y ambigüedades

Víctor Renes AyalaTécnico de Caritas Española

INTRODUCCION

No cabe duda que el voluntariado es un concepto que está mere­ciendo la atención del pensamiento sociológico. Hoy se hace presente cuando se debate sobre cuestiones básicas del Estado del Bienestar, de su crisis y de sus alternativas; cuando se plantea la necesidad de vínculos y redes sociales, en una sociedad «des-articulada»; cuando se plantea la solidaridad y la gratuidad en el compromiso con la socie­dad, ante el descompromiso mercantilizador.

Pero es necesario avanzar algo más para que el voluntariado sea un elemento de significación y validez social, no por suplencia o aco­modación a las deficiencias y carencias que otros agentes sociales no quieren afrontar; sino porque su propia aportación le hace válido por sí mismo, y no por sustitución de otros «titulares», como un «activo social» creador de socialidad y solidaridad.

Este texto no tiene pretensiones de totalidad, pues se va a cir­cunscribir al voluntariado social y, dentro de él, especialmente a las organizaciones socio-voluntarias; ni pretende ser normativo, o sea, desde un abstracto deber ser del voluntariado. Tanto como una refle­xión es una opción sobre lo que creo que deberían ser los roles y fun­ciones del voluntariado social situado en esta coyuntura concreta. Por otra parte, el voluntariado no representa una realidad simple, sino compleja; es decir, se aplica a un conglomerado de organizaciones, asociaciones y grupos. Esa diversidad es una riqueza que obliga a te­

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ner en cuenta la diversidad en su relación con el Estado y con el con­junto social, y señala una diferente relación entre los propios agentes voluntarios, los agentes institucionales y las redes y el tejido social. Estas reflexiones tendrán como sujeto de la misma al voluntariado no tanto como manifestación personal de la solidaridad y la gratuidad —o sea, a los voluntarios— que realizan una contribución social como realización del derecho y del deber de «ciudadanía social»; sino su ma­nifestación en una organización voluntaria de carácter social (1), expre­sión igualmente de la ciudadanía social en el proceso de construcción de una sociedad civil solidaria. El proceso de implicación de los volun­tarios en una organización voluntaria supone transcender un interés particular como algo correspondiente a la esfera privada, en una acción compartida con otros y comunitariamente expresada; que pasa, por tanto, de la dimensión privada a la dimensión pública.

DE LOS DERECHOS SOCIALES A LA INCORPORACION SOCIAL

Plantear las funciones que el voluntariado social puede cumplir, a partir de las cuales construye su dependencia/independencia de otros actores e instituciones, supone descubrirlas en los propios elementos que conforman la propia dinámica social. Por ello estableceremos como punto de partida los objetivos (2) de una acción acorde a las di­mensiones de los problemas sociales que recorren hoy el tejido social:

— Los fenómenos de desigualdad y exclusión social plantean como cuestión central la garantía de los derechos sociales.

(1) A partir de lo indicado por FuNES RiVAS, 1993, podemos señalar las siguientes ca­racterísticas de la organización voluntaria: primero, un grupo formado por la libre voluntad de personas que comparten intereses comunes; segundo, persiguen fines concretos, más allá de vinculaciones con ideologías de diverso signo y tales fines promueven la superación de las desigualdades sociales y la prosecución de una calidad de vida, especialmente de los sec­tores más débiles de la sociedad; tercero, tiene un mínimo de permanencia y organización, y no se reduce a actividades sociales espontáneas; cuarto, la figura del voluntario es elemen­to central, más allá de que exista un mayor o menor grado de profesionalización como so­porte a las aportaciones voluntarias; quinto, su objetivo no es la obtención de beneficios económicos para sus miembros, sino un servicio realizado desde el respeto de los derechos de los destinatarios de su acción, y como solidaridad con la promoción de tales derechos.

(2) Cfr. «Política social y voluntariado» en las Jornadas sobre Bienestar Social y Desarrollo de los Derechos Sociales; Valladolid, septiembre de 1989. Editadas por la Funda­ción F. Ebert, Madrid, 1991.

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— La prioridad de la prevención en la instrumentación de la in­tervención social.

— La imposibilidad de la prevención si no es desde una política de desarrollo social.

DERECHOS

Garantíasejercicio

IAutonomía

Protección - Seguridad de derechos

CONDICIONES

Accesibilidad(Permiten/Impiden)

Estructurales - Factores ^Macro - Micro

I

DESARROLLO

Dinamismoexcluyente

ParticipaciónEconómico-Social

Tejido /red - Alternativas

Incorporación social

Protección/Inserción

1. Garantizar los derechos básicos

Las situaciones de desigualdad social, manifestadas en especial en las situaciones de pobreza y de exclusión social, manifiestan una reali­dad presente en nuestras sociedades: más allá de las declaraciones, de­terminados grupos sociales sufren, de hecho, la «negación» del ejerci­cio de derechos básicos. Lo que exige, como opción estructurante de cualquier intervención en esta sociedad, la opción por el ejercicio de los mismos en un contexto de desigualdad injusta. Y eso implica el compromiso social con los mismos desde un fundamento que es exi­gióle —no graciable— y por ello es «de derecho». No se puede dejar al arbitrio (por ejemplo, del mercado), las garantías de ejercicio de esos derechos, como no dejamos a opciones arbitrarias las garantías de ejercicio de los derechos civiles y políticos.

Lo que está en juego es la consecución de la plena autonomía de las personas pobres y excluidas, y la superación de su situación como

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«ciudadanos de segunda». Por ello, la consecución de la autonomía personal y social exige el ejercicio de los derechos económico-sociales fundamentales, y no simplemente la cobertura de las carencias ele­mentales. Esto es, ciertamente, una necesidad; pero en tanto requi­sito para ejercer la propia responsabilidad, los derechos fundamen­tales.

2. La prioridad de la prevención

Es imprescindible plantear las garantías de los derechos, pero no es suficiente. Si no se quiere quedar aprisionado en la asistencia, hay que plantear y abordar las condiciones en que se ejercen y se pueden ejercer esos derechos. Desde las condiciones macro-estructurales a las condiciones micro-estructurales más próximas a los sujetos de los de­rechos.

Así pues, la consecución de la autonomía personal no se puede desligar de las condiciones y factores sociales que permiten o impi­den el ejercicio de los derechos fundamentales. Por lo que si se quie­re actuar con rigor sobre las causas que imposibilitan su ejercicio, la prevención no es opcionable, y su dimensión recorre todas las deci­siones. Prevención será, por ello, construir las condiciones de ejerci­cio de los derechos fundamentales que potencien como sujetos sociales a los afectados por la pobreza, es decir, que potencien su plena integración social. O lo que es lo mismo, su plena participa­ción social.

3. Un desarrollo social incluyente

Conseguir la plena incorporación social exige una política de pro­moción de los derechos básicos, o sea, una política que supere plan­teamientos puramente de prestaciones sociales que reducen los suje­tos de los derechos a objetos de la acción protectora.

Una acción de construcción de la plena autonomía y de la plena integración, sólo puede ser consecuente si se estructura desde una ac­ción de desarrollo social, donde el tipo de desarrollo socioeconómico es igualmente decisivo. Es decir, una «distribución» de bienes ante las

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carencias es una acción necesaria pero destinada a mantenerse en el puro «reparto» asistencia!, si el desarrollo socioeconómico no incor­pora el desarrollo de los derechos, de la autonomía de los sujetos, y de su incorporación social, y lo traduce en formas socioeconómicas viables que posibilitan el ejercicio de los derechos básicos.

4. ¿Y el voluntariado?

¿A través de qué rasgos podemos encontrar al voluntariado en es­tos procesos como un agente social con roles y funciones referidas asu razón de serr

Parece evidente que a través de la solidaridad social, que se ex­presa en la necesidad de «acompañamiento social» para el proceso de «autonomía y participación» de las personas y grupos excluidos y que contribuye a romper la tendencia a la perennización de la sociedad dual así como al ejercicio de los derechos sociales. Por lo que, y en la medida en que el voluntariado es un recurso y un agente que nace y se desarrolla desde el propio esfuerzo de la participación social, en la medida en que se realiza desde la solidaridad con los «incapacitados», y desde ellos y con ellos realiza el proceso de incorporación a su capacitación, a la realización de sus derechos; en esa medida, el vo­luntariado se genera como una dimensión de la garantía de esos de­rechos.

Por otra parte, la tarea preventiva como generación de las condi­ciones concretas en que se pueden ejercer los derechos sociales, no es algo en sí, sino el resultado de un trabajo a través de un método: re­forzar el tejido social para la consecución de la promoción y la incor­poración social como objetivo. Es decir, puesto que los riesgos de ex­clusión social se aferran a las situaciones próximas a los sujetos (con­vivencia, educación, trabajo, hábitat, medio y tejido social), es in­separable la acción preventiva de la promoción de la participación y de la solidaridad social; sin esto no se puede realizar una política preventiva, ni conseguir la promoción y la incorporación social, y sin ésta no se puede superar el riesgo asistencial.

Así pues, el desarrollo de iniciativas sociales por parte de las redes sociales y del propio tejido social, es una exigencia y no una «conve­niencia» de las políticas sociales. Por lo que el voluntariado, como

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manifestación de una comunidad y una sociedad que asume sus pro­pias responsabilidades y desarrolla sus tareas y sus iniciativas, juga­rá papeles importantes en la creación de estructuras y «espacios de acogida», de condiciones sociales no excluyentes; en el desarrollo del tejido social y de la participación y potenciación de los sujetos so­ciales.

POLITICA SOCIAL Y ACTORES SOCIALES

¿Qué nos puede aportar todo ello para perfilar el rol de las orga­nizaciones voluntarias como agentes sociales, en relación con otros agentes sociales igualmente intervinientes en la consecución de estos objetivos?

Sintetizamos nuestra propuesta en el siguiente cuadro:

Debo indicar que las organizaciones voluntarias son consideradas como parte de las iniciativas sociales, pero que éstas pueden com­prender otras iniciativas, por ejemplo, de economía social y solidaria. Así como indicar que con esto no se trata de circunscribir el volunta­riado a estas organizaciones, pues se hace igualmente presente en or­ganizaciones voluntarias reivindicativas, a las que prefiero referirme como «movimientos sociales». El cuadro es únicamente indicativo y no exhaustivo, pues debería señalar también la participación de las iniciativas económicas, cuya lógica se articula en el mercado, pues son críticas para la generación de condiciones sociales de equidad, sin las que no es viable la incorporación social de todas las personas y los grupos sociales de una sociedad.

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1. La inserción, elemento estructurador del roldel voluntariado

Entendemos que la aportación fundamental del voluntariado, en concreto ante los actuales procesos de empobrecimiento y de exclu­sión social, se nuclea en la dialéctica exclusión/integración como la dialéctica fundamental de tensión entre autonomía-participación de los sujetos (o proceso de autodependencia) por una parte, y por otra la sociedad dual y las estrategias de acceso o integración social.

Es decir, es la inserción el aspecto que especialmente hará relevan­te la aportación de las organizaciones voluntarias y que, por ello, debe concentrar las prioridades de su acción, cualquiera que sea el grupo, sector, servicio, proyecto o acción en el que esté actuando. O lo que es lo mismo, el elemento sobre el que el voluntariado social puede ac­tuar como aportación insustituible, cualquiera que sea la prestación en que concrete su acción, es la promoción de la inserción social como ejercicio del derecho de participación en la sociedad como un derecho básico, incluso como el derecho-llave de los excluidos.

Así pues, será la función de favorecedor de la integración lo que expresará su aportación a la calidad de vida de los grupos que han sido dejados al margen del dinamismo social. Pero eso mismo será su función en relación con el conjunto social, pues favorecer la integra­ción implica hacer frente a las tensiones de rechazo típicas de la socie­dad dual, así como a los desequilibrios de ruptura social que en ellos se expresan. Y ello en todas las dimensiones de la insercióny y en todos los aspectos en que se manifiesta; o sea, en la capacitación para la au­tonomía personal, en la participación social, en la incorporación e in­serción laboral; y todo ello en cualquiera de los niveles (prevención, promoción o reinserción). Lo que, como anverso de la misma cues­tión, obliga a las organizaciones voluntarias a considerar «la inser­ción» como el elemento definidor de las intervenciones sociales estructU' radas.

Así pues, planteamos como criterio catalizador del rol de las orga­nizaciones socio-voluntarias, su intervención en el ámbito de la pro­moción de las condiciones que desde el nivel micro promueven los procesos de inserción social. Aunque, eso sí, sabiendo que ninguno de los apartados de este esquema puede ser planteado a espaldas de los demás, y que eso ejemplifica la necesidad de la horizontalidad en

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la intervención social. Pues ni todas las cosas las tiene que hacer el vo­luntariado, ni los demás actores sociales deben dejar de hacer lo que les corresponde.

2. La «tensión» entre protección/inserción

La acción para la garantía de derechos y para la promoción de condiciones macro-estructurales de prevención y desarrollo social, es prioritariamente una acción insustituible del Estado y, desde ahí, debe potenciar el resto de objetivos sociales. Ante la denominada cri­sis del Estado del Bienestar, se están dejando desprotegidas las situa­ciones sociales más débiles, reenviando luego su cobertura a la solida­ridad social, cuya principal expresión están siendo las organizaciones voluntarias. Lo que está creando una tensión en la acción del volun­tariado entre protección e integración, que es la manifestación actual de aquella anterior entre asistencia a las carencias básicas y la promo­ción de las personas como ciudadanos en su plenitud de derechos.

En la coyuntura actual, esto empieza a tener un relieve especial, pues el descompromiso del Estado con los derechos sociales de deter­minados segmentos sociales, puede producir una inclinación entre las organizaciones voluntarias a priorizar la gestión de obras y servicios que pretenden cubrir, o al menos paliar, las carencias de protección social; mucho más cuando, por otra parte, esto puede ser presentado como una desestatalización y un acceso de la sociedad a la gestión de lo público.

Será la práctica de acción en cada situación social, la que deberá resolver la tensión entre protección/inserción, de modo que la presta­ción de protección a la que el voluntariado deba contribuir, sea de forma subsidiaria, sea porque forma un todo con la acción de rehabi­litación, no contribuya a consolidar el desfase que hoy existe entre una protección que no va inserta en estrategias de integración, y los pro­cesos de participación que no se entroncan en las condiciones sociales de los grupos y sectores excluidos.

Por lo que la opción por la inserción supone para el voluntariado si­tuarse en el rol que le es propio, en el terreno en el que su aportación es ineludible e insustituible. Lo que no quiere decir que debe dar un cerro­jazo a la gestión de obras, sino de situarse ante esta coyuntura desde la promoción de los procesos de autodependencia y las estrategias de acce­

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sibilidad que pueden hacer viables para los segmentos más débiles de la sociedad las decisiones macro-sociales que siguen siendo imperativas.

3. Voluntariado y tejido social

Las organizaciones voluntarias de carácter social interactúan con las Administraciones públicas, pero también con otras iniciativas so­ciales (voluntarias, reivindicativas, etc; con los movimientos sociales). Sin que se puedan identificar, aunque en muchas ocasiones sus roles se van a interconectar. Las organizaciones voluntarias y los movimientos sociales se encuentran en las redes de solidaridad del tejido social en tanto, de diversa forma, unos y otros plantean las exigencias de trans­formación social que la superación de la desigualdad y la exclusión de­manda. No se trata, por tanto, de autoasignarse el concepto del volun­tariado para las organizaciones voluntarias de carácter social, recusan­do a los movimientos reivindicativos y sociales su carácter voluntario. Afortunadamente no hay quien pueda poner puertas al campo.

Pero así como en relación con el Estado se va perfilando una rela­ción de interconexión y de independencia por parte de las organizacio­nes voluntarias, en cambio la relación entre organizaciones voluntarias y movimientos sociales no tiene tan delimitados sus perfiles. Lógica­mente encontrarse en las redes y en el tejido social hace difícil dife­renciar, cuando desde las organizaciones voluntarias necesariamente hay que plantearse la dinamización de las propias comunidades, y des­de los movimientos sociales hay que plantearse iniciativas que poten­cien a los sujetos y que creen condiciones sociales no excluyentes. Por otra parte, ni unas ni otros se dan en estado puro. De hecho encontra­mos organizaciones socio-voluntarias que realizan acciones de reivindi­cación, y movimientos sociales que crean iniciativas, proyectos y servi­cios de promoción y de integración social. Por ello, y sólo como apunte para un debate, vamos a comentar algunos criterios que pueden ayudar a situar el rol de los movimientos sociales, pues es lo que puede identi­ficarles/diferenciarles de las organizaciones socio-voluntarias.

En primer lugar, el movimiento social está más en la lógica de la transformación de las condiciones sociales del medio social en que ac­túa, que en la lógica de la implementación de iniciativas sociales de prevención y promoción social. Sus roles se relacionan con las condi­ciones sociales del propio medio en que se producen los problemas.

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más que de servicios o proyectos específicos según las condiciones de los grupos concretos existentes en ese medio social. Por ahí discurri­rán una serie de tareas reivindicativas y de creación de alter-acciones que plantearán e intentarán variar de signo y transformar las posibili­dades del medio social en que actúan, de modo que sea viable la in­corporación de esos grupos.

Por otra parte, la lógica de los movimientos sociales se realiza en la estructuración de un tejido social solidario y no excluyente, y de la promoción de ámbitos y espacios sociales de implicación y participa­ción. De ahí que su papel en relación con los proyectos, iniciativas y alternativas que se puedan estructurar en el medio en que actúan, haga referencia prioritaria a que puedan ser iniciativas soportadas, acogidas, apoyadas por todos los grupos sociales de ese medio, de modo que así se pueda romper la señal de marca de proyectos «pro­pios» para los grupos señalados como marginados, al margen de otros para los «normalizados». En este papel de romper los «ghettos» discu­rre un amplio cometido para los movimientos sociales en relación con la necesaria construcción y reconstrucción del tejido social, sin lo que las tareas de prevención, inserción y desarrollo social no rompe­rán los estigmas de los grupos empujados «al margen» de la sociedad. Y se manifestarán en todo tipo de tareas que promuevan la participa­ción del tejido social, de modo que las iniciativas de creación de con­diciones sociales de incorporación social a nivel macro y a nivel micro tengan un soporte comunitario.

Uno y otro aspecto expresan para los movimientos sociales lo que significa su relación con la protección social. Su papel no se debe en­tender desde la política institucional, sino desde la sociedad en ejerci­cio de sus derechos. Desde ahí se entenderá que sus tareas no se ago­tan ni en el ámbito de las condiciones sociales, ni en el de los proyec­tos y su soporte comunitario que pretenden ser alternativas válidas para los sectores excluidos, ni siquiera en el ámbito de las iniciativas y de la solidaridad organizada, ni siquiera de los sujetos y su protago­nismo social. Precisamente para la realización de sus tareas en estos diversos ámbitos los movimientos sociales tienen unas tareas que les identifican en relación a la denuncia social de toda exclusión de los derechos sociales de los sectores débiles de la sociedad, y la reivindica­ción ante la explotación y la ahenación de una sociedad que ampara a los objetos y desampara a los sujetos; así como la propuesta de

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alternativas de organización social que recomponga la relación entre sujetos y objetos, desde la centralidad de la persona.

4. Horizontalidad y complementariedad

Hemos pretendido realizar una aproximación a los distintos roles, en base a los cuales los diversos actores sociales tienen consistencia por sí mismos. Es decir, no se puede guiar la relación entre los mis­mos en base a un principio de subordinación o suplencia, pues cada uno tiene tareas ineludibles que afrontar. Antes bien hay que plantear su mutua relación desde la complementariedad de sus aportaciones. Complementariedad que no producirá efectos sinérgicos salvo que se planteen desde una lógica de desarrollo social y de transformación de las condiciones macro y micro que construyen la exclusión social. Y complementariedad, pues la legitimidad de la aportación del volunta­riado nace de su propia lógica, de las funciones que debe cumplir en los escenarios sociales en que se juega la promoción y la incorpora­ción social de las personas y los grupos situados «al margen».

Esto da una nueva dimensión a la acertada reclamación del Club de Roma sobre la necesidad de horizontalidad (3) en la intervención social. No sólo porque hay diversas tareas a realizar por cada uno de los agentes sociales, sino porque la interrelación de efectos sinérgicos entre los mismos no será posible desde relaciones verticales y de su­bordinación de la legitimidad de los actores socio-voluntarios respec­to de los actores institucionales. Lo que nos exige unos cambios en la propia epistemología de la acción, pues, en la actualidad, muchas de las áreas de la problemática son horizontales y se desparraman des­ordenadamente a través del edificio vertical (del Gobierno, de las ins­tituciones, y de la intervención social). De ahí que los diversos ele­mentos de la problemática social tiendan a ser abordados fragmenta­riamente, sector por sector, dando como resultado que unos actores sociales se mueven al lado de otros, si no es frente a otros.

Las estrategias de acción no pueden continuar desordenadamente instaladas ni entre distintos departamentos verticalmente segmenta-

(3) Cfr. Informe del Club de Roma sobre La p r im e r a r e v o lu c ió n m u n d ia l, Edit. Pla­neta, Barcelona, 1991, págs. 183-184.

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dos, ni entre distintos agentes, tangencialmente relacionados. La cuestión se plantea en el propio esquema «horizontal» de relación en­tre agentes y la propia capacidad de «gobernar la problemática» de la exclusión social. Las sinergias entre los distintos agentes sociales im­plica una instrumentación práctica de la cooperación social.

ENTRE LA SOLIDARIDAD Y EL CORPORATIVISMO

En este contradictorio mundo de conflictos derivados de las des­igualdades y de los procesos de empobrecimiento y de exclusión so­cial, es totalmente insuficiente reducirnos a delimitar los roles a jugar en el concierto de diversos agentes sociales. Todo ello debe ser con­trastado con los dilemas que recorren a los agentes sociales, en tanto pretenden ser agentes de la solidaridad social, y ésta entendida como estructura del tejido social, y por ello, organizada; organizaciones vo­luntarias y movimientos sociales incluidos. Dadas las rupturas a las que estamos asistiendo en unas sociedades cada vez más dualizadas, es necesario no dar por resuelta la cuestión simplemente porque estemos en presencia de agentes denominados voluntarios. Es necesario ras­trear la presencia de la solidaridad a través de algunos signos, de las acciones «significativas» de tales organizaciones y movimientos volun­tarios, que podemos detectar a través de la presencia de las huellas de la solidaridad. Veamos algunas:

El tejido social penetrado por el corporativismo es un tejido «sin sujeto», pues el corporativismo es al tejido social lo que el mercado a la economía. Si éste intercambia objetos, el corporativismo intercam­bia intereses. Por lo que la presencia de organizaciones voluntarias en tanto «sujetos sociales» que participan, que persiguen un interés que está más allá de lo inmediato y más allá de los propios actores, y que incorporan a aquéllos que están desvalidos de poder, es un signo de la solidaridad, pues construyen nudos que van tejiendo la red de ele­mentos de significación de valores de solidaridad.

La valencia en que se apoyan es la inserción social, y no la repul­sión, por lo que sus tareas se encuentran en la creación de condicio­nes sociales, económicas, culturales y morales que promuevan y po­tencien la autopromoción social, y la transformación y el cambio de condiciones, situaciones y estructuras que generan exclusión social.

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Los parámetros que construyen su marco de referencia son el ple­no ejercicio de los derechos económicos y sociales, como derechos humanos. Y sus tareas se encuentran en todos los escenarios sociales. Y por ello, no sólo en el de las relaciones de proximidad, en los mundos vitales; sino también en el de las garantías jurídico-legales de los derechos, escenario de lo «público», y en el de los intercam­bios de bienes y servicios, escenario del mercado. Por lo que cons­truyen la «seguridad» en la sociedad desde la creación de condicio­nes de igualdad y de fraternidad, únicas relaciones sociales que pue­den generar seguridad, pues ésta anida en la intercomunicación entre los humanos desde unas relaciones fraternas, sin que los gen­darmes de la paz puedan obviar ser signos de la ruptura, el conflicto y la guerra (4).

ACECHADOS POR LA AMBIGÜEDAD

Los problemas, los conflictos y las huellas de la solidaridad, se en­cuentran transversalmente interrelacionados en la sociedad. Por tanto, y en relación con las organizaciones voluntarias en particular, los sig­nos que las identificarán como organizaciones sociales surgidas desde la solidaridad, o como vencidas del lado del corporativismo, serán las prácticas que realizan, la postura que adoptan en torno a los conflictos, así como sus acciones en tanto sean significativas de otros valores.

Y si no alcanzamos a realizar tan largo análisis, sí podemos inda­gar sobre él a través de ver cómo las organizaciones voluntarias de ca­rácter social están acechadas por la gestión, la corporación y el poder. Y cómo su ambigüedad transita de lo macro a lo micro; de la cantidad a la calidad; de la «consecución» a la participación. Evidentemente «lo acechante» es lo que puede dar diverso sentido a los elementos que enmarcan las estrategias y los opciones de la solidaridad organiza­da; es decir, deshace la ambigüedad.

1.0 El acecho de la gestión. No se trata de poner en cuestión la exigencia de una adecuada y justa administración de los recursos; sino

(4) En la Rev. S a l Terrae, abril 1993, he realizado una breve descripción de la activi­dad de los grupos voluntarios desde esta óptica. De ese mismo artículo tomo las referen­cias de este epígrafe y del siguiente.

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de ver si es la tarea que ocupa, centra y da sentido a lo que el grupo organizado realiza. Es decir, cuando los recursos, y en especial los económicos, se convierten en la razón de ser de la organización, se está optando por la cantidad frente a la calidad. Y cuando se trata de calidad, no se trata de optar por poco frente a mucho, sino de ade­cuado o no adecuado a unos fines. Pues desde la instrumentación de unos medios económicos como referencia que orienta la acción, se está optando por la inversión fines medios, convirtiendo los medios instrumentales en fines reales.

No resolver los elementos necesarios de la gestión desde la calidad, o sea, desde la preponderancia de los fines, y éstos estructurados desde las huellas de la solidaridad, producirá una pérdida de su sentido críti­co que va cooptando su sentido al sentido del «dador» de los recursos. Y si esto es algo que debería inquietar a los movimientos sociales, pues su dependencia de subvenciones le acaba haciendo súbdito de las mis­mas, con razón de más debería inquietar cuando se trata de las organi­zaciones, grandes o pequeñas, que luchan por la incorporación de los excluidos, y que están reivindicando gestionar los recursos públicos.

Nunca la gestión puede pasar de ser un instrumento, para pasar a ser un fin en sí mismo. Lo que se convierte en crisol no sólo de las or­ganizaciones sociales voluntarias, sino de los propios poderes públi­cos; para no condicionar la concesión de recursos a organizaciones so­lidarias que realizan acciones adecuadas.

El acecho de la corporación. Realmente se puede tratar de una organización solidaria, y por tanto que persiga intereses genera­les, no de cuerpo. Pero esto debe plasmarse más allá de las declaracio­nes. Es decir, debe resolverse la ambigüedad de ser una organización social «conseguidora» de éxitos y resultados para un grupo, para sus asociados, para su localidad, y pasar a estructurar sus acciones, reivin­dicaciones y servicios, desde la participación social.

La consecución de resultados no se convierte por sí misma en ac­ción «significativa», si no está realizada desde la participación social. Por tanto, la consecución de resultados se convierte en estructurante de la solidaridad social cuando es concomitante de la autoorganiza- ción social; es decir, la consecución de resultados debe formar cuerpo con la creación de nuevos sujetos sociales, de modo que las personas y grupos sociales deben pasar de ser beneficiarios de los resultados a ac­

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tores de los mismos. De lo contrario seguirán sin ser sujetos activos; súbditos Y no ciudadanos.

Pero igualmente debe afrontarse la tentación de mantener el prestigio e incluso el poder de las organizaciones sociales, alejándose de aquéllos ante los que no tienen que responder de un modo inme­diato; más aún si^qabe, cuando éstos son grupos débiles con poca ca­pacidad de representación y organización. Por ello es éste un elemen­to que debería inquietar no sólo a las organizaciones socio-volunta­rias, sino también a las organizaciones sindicales y de defensa de los trabajadores, así como al movimiento vecinal, sobre todo cuando se trata de colectivos de escaso peso social, cuyo abandono resulta me­nos arduo.

3.® El acecho del poder. Esto concentra un aspecto muy impor­tante del sentido de las organizaciones sociales. No se puede enten­derlas al margen del poder, y eso no sólo porque gran parte de su ac­ción se estructura en torno a las relaciones con los poderes, y éstos no sólo políticos, sino también económicos y sociales; sino también por­que son expresión del poder social de los propios ciudadanos.

Y la cuestión está ahí precisamente, en si son expresión justamen­te de esa potencia social. Y por ello en cómo resuelven la ambigüedad entre lo macro y lo micro. La dimensión macrosocial de los proble­mas no significa que la acción de las organizaciones sociales sea signi­ficativa sólo cuando toca expresamente este nivel. Más aún, si sólo toca ese nivel, puede estar dejando de ser significativa. Pues los cam­bios sociales se concretan en lo micro, en el nivel en que se ejerce la ciudadanía cotidiana, o el cambio no ha alcanzado las relaciones so­ciales y estructurales básicas.

Cierto que lo micro por sí puede no ser nada; o sea, pueden darse acciones cuyo nivel sea lo local, lo concreto, lo «micro», cuyo para­digma sea el propio grupo y, por ello, sean puramente corporativas. Por lo que es una ambigüedad que no se puede resolver desde lo abs­tracto, es decir, optando por uno de los dos extremos de la dicotomía. Sino por inserción de lo uno en lo otro, y eso dialécticamente; es de­cir, de una forma interrelacionada e interdependiente. Es decir, el cambio estructural se realiza en el ejercicio concreto de los derechos básicos; y éste sólo se constituye como posible cuando se crean las condiciones desde el cambio macro-social.

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Por lo que el poder, desde las organizaciones sociales, tiene como referente la capacitación y el ejercicio de la potencia de ciudadanía que se realiza en y se plasma desde «lo cotidiano» de los ciudadanos. Lo que debe llamar a reflexión al movimiento político y, en especial, ál movi­miento político organizado. Pues la ciudadanía del voto como única ciudadanía se está manifestando como lo que es, la renuncia a lo que puede hacer del orden democrático un orden realmente humanizado.

La dicotomía entre lo macro y lo micro nos sirve para precisar un posible equívoco que, en nuestro nuestro clima cultural existe como «sospecha». Lo macro-social, incluidas las organizaciones sociales vo­luntarias, se señalan como realidades opacas que producen descon­fianza; y se ensalza lo micro, como algo transparente y al alcance del control directo. Pero esto puede representar una falacia. No sólo por­que lo micro puede ser justamente hechura y medida de los intereses del grupo pequeño, sino porque puede constituirse en refugio de in­tereses que no se comparten, y que se protegen pretendidamente frente a «lo grande», cuando en realidad puede ser un «espacio de cuerpo». Evidentemente la dimensión micro es una dimensión que todos necesitamos. Pero, por tal, no queda a salvo de acechanzas y ambigüedades. Una vez más se trata de una dialéctica de complemen- tariedad, cuya resolución circula a través de los valores que conjugan.

BIBLIOGRAFIA

Solamente referida a algunos trabajos relevantes sobre el propio hecho de la organización voluntaria:

Casado, Demetrio (1989): Organizaciones voluntarias e intervención social, Edit. Acebo, Madrid.

— (1992): Organizaciones voluntarias en España, Edit. Hacer, Barcelona.Funes Rivas, María Jesús (1993): «Las organizaciones voluntarias en la so­

ciedad civil», en Sistema, núm. 117, Madrid, págs. 55-70.García Roca, Joaquín (1990): «Voluntariado, Estado y sociedad civil», en

El voluntariado en la acción sociocultural, Edit. Popular, Madrid.Madrid, Jesús (1989): «Formación y campos de actuación del voluntariado»,

en Conferencia de Voluntariado 88, Diputación Foral de Alava, Vitoria. Plataforma para la Promoción del V oluntariado: Los Documentos

Técnicos y los Cuadernos de Formación.

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¿P or dónde anda hoy el asociacionísmo en Andalucía?

Manuel Collado Broncano José Carmona Gallego

A) LA INTENCION

En esta ocasión nuestro propósito no es el desarrollo de un análi­sis cuantitativo y clasificatorio de las asociaciones existentes en Anda­lucía, sino, partiendo de nuestra vivencia de trabajo y debate cotidia­no en/con diversas organizaciones sociales, intentaremos reflejar aquello que consideramos más relevante en lo cualitativo, aquello que entendamos que puede aportar más pistas para la acción cotidiana.

B) EL MOMENTO ACTUAL DE ANDALUCIA

Debemos partir de una perogrullada: aun sin caer en mecanicis­mos simplificado res, podemos asegurar que el tejido asociativo (en su cantidad y calidad, en sus contenidos y formas) es producto de las condiciones objetivas y subjetivas que se dan en una determinada so­ciedad y momento histórico. Entender el asociacionismo de hoy en Andalucía exige considerar los contextos sociales, económicos y cultu­rales en que se genera y evoluciona, y sobre los que provoca cambios.

No obstante el intento de analizar la situación del asociacionismo como parte de la realidad andaluza no puede obviar dos hechos. Uno, que la mayoría de los ciudadanos que viven el día a día de los procesos asociativos tienen como marco territorios más pequeños que la Co­munidad Autónoma de Andalucía: o sea, su barrio, su zona de la ciu­dad, su pueblo, su comarca..., sólo a veces su provincia. Es ahí donde «sienten» los conflictos que generan la respuesta colectiva, respuesta que a su vez también se da generalmente en lo más cercano. Otro he­cho es que la necesidad de salir del marco local cotidiano, aunque sea

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en la reflexión, debe apuntar hoy por hoy no a lo que pasa en Sevilla o Madrid, sino en Bruselas, Nueva York, en cualquier capital del sudeste asiático o en el vecino Magreb. La realidad del mercado global, de la internacionalización tanto de la producción y comercialización como de la comunicación o las estrategias y poderíos político-militares (el «Imperio Unico» que evidenció la Guerra del Golfo), limita la utilidad de un análisis, para/desde la acción, forzado a lo regional.

Hechas estas salvedades utilizaremos, no obstante, el territorio andaluz como referente de nuestro análisis, y perfilaremos los rasgos que actualmente están presentes en nuestra tierra, marcando a sus or­ganizaciones y movimientos sociales.

Recientemente se han cumplido dieciséis años de la mayor movi­lización popular generada en Andalucía en su historia reciente: el 4 de diciembre de 1977 cientos de miles de andaluces expresaban en las calles (y en sus casas y en los bares y en sus trabajos y en sus asocia­ciones...) su convicción de que Andalucía era una identidad presente de la que eran partícipes, su indignación con un pasado de discrimi­naciones, y su sincera esperanza en un autogobierno que sería la he­rramienta definitiva (esta vez sí se debía producir el milagro) para transformar una realidad de subdesarrolío, injusticia y desigualdades.

De aquella explosión de «andalucismo popular», a caballo entre el sentimiento y el argumento, como fenómeno masivo, reivindicativo e ilusionante, hoy queda poco más que una proclama de obligada in­clusión en el discurso y «gestos» de las grandes organizaciones políti­cas (los últimos meses parecen una carrera a ver quién es más andalu- cista) o el recurrente banderín de enganche de la enésima operación de resurrección del andalucismo electoral, que mira con una mezcla de envidia e indignación cómo la derecha nacionalista catalana consi­gue gobernar no sólo en Cataluña, sino también en Madrid.

El devenir de los acontecimientos no confirmó la milagrosidad esperada entonces ni la atribuida a la realización del otro gran mila­gro de estos años: La Expo. Continuamos ubicados hoy en el antepe­núltimo lugar de las 160 regiones europeas por su nivel de desarrollo, y en el primero en desempleo del Estado español con un 33,7 por ciento, o sea, más del triple de la media europea y con una diferencia con la media española que no se daba ^ sde 1988. Según datos publi­cados por el Instituto Andaluz de Estadística (lEA, 1993) en los últi-

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mos cinco años el PIB ha crecido en Andalucía casi un 17 por ciento y la población activa sólo el 6 por ciento. Sin embargo, tras este pe­ríodo no sólo no ha crecido el número de puestos de trabajo, sino que hay casi 10.000 menos que en 1988. O sea, que mientras ha cre­cido la riqueza producida socialmente, se ha reducido la parte de ésta que se distribuye por la vía por la que acceden los trabajadores al re­parto, el empleo y el salario: 855.400 parados en Andalucía.

Si en los años setenta la mejora de las condiciones de vida era en­tendida en Andalucía como una serie de derechos que íbamos a con­quistar con el autogobierno, hoy se vive como un benefactor obse­quio que descenderá en forma de Expo o limosnas del PER. Si se proclamaba con orgullo nuestra identidad como pueblo andaluz, hoy se vive con cierta vergüenza el ser identificado como «los que mantie­nen al Felipe en el poder porque son incultos, los que aprobaron la OTAN, los que viven de los subsidios que les consigue el PSOE y no de trabajar...». Se criminaliza el ser andaluz, y eso pesa sobre mucha gente y la inmoviliza, desconcertada ante este papel de víctima y cau­sante de los males de este país en que se les coloca.

Todo esto no es casual. «En un ejemplo claro de cuál es la esencia de este Estado de simulación del bienestar, los andaluces hemos teni­do ocasión de vivir el milagro de un modo especial de beneficencia, que ha sido capaz de convertir el paro en factor de apoyo y no de contestación del poder establecido» (DELGADO, 1993).

En suma, la aplicación de este modelo de desarrollo en Andalu­cía, caracterizado por el enquistamiento del paro y la marginación («Sociedades con ejércitos de parados son cementerios de muertos ci­viles», A g o s t a , 1993), la ausencia de un autogobierno real al servicio de los intereses de la mayoría y la percepción colectiva de que la me­jora de las condiciones de vida llegarán en forma de regalo-milagro, ha tenido como consecuencia un progresivo anestesiamiento de la realidad social y cultural andaluza.

Además, toda esta situación se produce en un momento histórico difícil, de grandes transformaciones mundiales con la fractura del equilibrio de bloques y de crisis de modelos de referencia para el cam­bio social. Un momento de perplejidad en el que parecen quedar po­cos asideros seguros donde impulsarnos para interpretar las nuevas realidades y generar alternativas transformadoras, ilusionantes y via­

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bles. Un momento en el que el pensamiento, y la práctica, (neo)con- servadora y (neo)liberal, parecen hacerse fuertes tras la bandera de la muerte de las ideologías (gato blanco, gato negro...) y la supuesta evi- denciación, con el estrepitoso e inesperado hundimiento de los Esta­dos socialistas del Este, de que no hay alternativas al modelo de socie­dad que se ilumina con el nuevo gran dogma: el mercado (la denomi­nación de sociedad capitalista es un lastre ya abandonado). Un momento en el que la relación Norte-Sur se empieza a plantear de manera intranquilizadora para los habitantes de los países que domi­nan la economía mundial, dado que parece que el Sur está dejando de ser una serie de datos catastróficos en la prensa o una imagen lejana en la TV, para convertirse en una realidad palpable que nos invade: olea­das de inmigrantes pobres (y, por tanto, ilegales) en nuestras calles y campos y, por otro lado, surgimiento en áreas del Tercer Mundo de una producción y comercialización masiva y competitiva que pone en jaque parte de la industria y los empleos en nuestros países.

Es un momento en el que el tejido social y asociativo está mer­mado (y no me refiero a un problema meramente estadístico) y se en­cuentra a la búsqueda de la salida al callejón en el que las democracias formales occidentales nos han conducido. Se ha provocado que ac­tualmente pierda vigencia el concepto de «ciudadano», hijo de la mo­dernidad nacida con la Revolución Francesa y plasmado en nuestra tierra hace ciento ochenta y dos años en la Constitución Liberal de Cádiz. Curiosamente hoy la modernidad y lo liberal es lo que choca con lo ciudadano. Por ello vivimos el resurgimiento del papel del «súbdito». No por casualidad hay quien entiende que vivimos el ini­cio de una nueva Edad Media (Fa ja r d o , 1994): bloqueo del desarro­llo de la democracia con estancamiento en formas de democracia au­toritaria (Ferrajo li y ZOLO, 1980), proliferación de condiciones pa­ralizantes de inseguridad y miedo (al paro, a la delincuencia, al SIDA, a los extranjeros..., al futuro), progresivo avance del aislamiento y de­ser tización social. Se va sustituyendo el objetivo de una sociedad abierta y solidaria por el del «mercado abierto», basado en la compe­tencia y la primacía de las relaciones con los objetos (consumismo) no con los otros ciudadanos.

Toda esta carga de conflictos y contradicciones no ponen fácil la vida asociativa en Andalucía: demasiada gente cuya aspiración de me­jora de calidad de vida se ve limitada a subsistir sin ingresos ciertos

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otra semana, o a intentar no ser sustituido en su puesto de trabajo por un joven que cobrará un tercio que él, no costará seguridad social y no se atreverá a mezclarse con los del sindicato... No está fácil.

No obstante, los conflictos son también el motivo y el origen de los procesos de cambio. «Pienso que el salto desde la actitud pasiva a la actitud dinámica se da a partir del cabreo: a partir de la indigna­ción ante un hecho o ante una situación de injusticia» (GODOY, 1990). Pero para que los conflictos se conviertan en motor de cambio será necesaria la implicación y aportación social y cultural de los pro­pios ciudadanos que «desde el cabreo» revitalicen toda la riqueza de la cultura de acción y transformación social que han producido los sec­tores populares en Andalucía y en todos lados, desde sus propios intereses e interpretaciones de la realidad; y, desde esa base, realizar un salto de creatividad que produzca, como ya se está produciendo, un nuevo proyecto de cambio social, desde el discurso y desde la ac­ción. De ello trataremos a continuación.

C) DEL DICHO AL HECHO: RECUPERAR LOS CONCEPTOS

En un momento de limitación de los espacios de participación real de los ciudadanos se da, paradójicamente, una saturación del uso de conceptos como «democracia» o «participación» en el discurso co­tidiano de las instituciones del Estado y de los medios de comunica­ción. A veces se intuye un mecanismo compensador, encubridor de la propia realidad y creador de estados de opinión y pensamiento extra­ños a nuestras vivencias cotidianas: se vacían los conceptos, se crea cultura. «Lo que define a la sociedad industrial es que la dominación social se ejerce a nivel de las organizaciones del trabajo, es decir, de los medios de producción: lo que define a la sociedad postindustrial es que la forma principal de dominación consiste, sobre todo, en la capacidad de producir necesidades, de producir demandas, de produ­cir modelos de consumo, de producir lenguajes, de producir cultura (...), es decir, los valores, las normas a través de las cuales producimos nuestra relación con el ambiente» (BOFFA, TOURAINE, 1983: 23).

Sin duda, el impulso de la vida social, de la vida asociativa, pasa por la recuperación de la palabra, de la iniciativa en el discurso, por

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discernir qué hay y qué debe haber detrás de cada uno de los concep­tos que manejamos y que nos manejan diariamente.

Según nuestra Constitución, la «Nación Española» proclama, a través de la Carta Magna, su voluntad de «establecer una sociedad de­mocrática avanzada» (Preámbulo). Sin duda hay pocos conceptos tan manidos como el de democracia.

Actualmente el poder proclama la necesidad de dar un «impulso democrático» (¿a sí mismo?) para detener la necrosis que sufre la con­cepción de la democracia hoy hegemónica, plasmada ésta en una prácti­ca política cargada de arrogancia, corruptelas y recortes de libertades y conquistas sociales. Aunque hijo de esta concepción «el impulso demo­crático prendió en la opinión pública, adquirió autonomía argumental y ayudó a los socialistas a ganar las elecciones» (PRADERA, 1994).

Retomar la democracia en su sentido originario significa avanzar hacia el efectivo «poder del pueblo», hacia el ejercicio de la soberanía popular. Ese avance democrático al que apunta la propia Constitu­ción es el que sugiere a las organizaciones sociales la necesidad de ir más allá de la concepción de democracia imperante cuando «ha cam­biado el fundamento mismo de la democracia. Esta ya no es el poder popular, sino el consenso popular; no la delegación activa, sino la ad­hesión pasiva de los electores; no la representación de la voluntad o de los intereses, sino la mera representación del consenso y de la ad­hesión general» (Fe r r ajo li, Z o l o , 1980: 35). En un momento en el que la crisis del Estado del Bienestar arrastra con ella a los partidos políticos, como formas principales de representación política y me­diación social de masas (tras la fractura del consenso que dio origen al propio Estado del Bienestar y al actual papel de los partidos), es aún de mayor relevancia el lugar que han de ocupar las organizaciones y movimientos sociales en la redefinición y el desarrollo de la misma democracia (N e g r i, V in cen t , 1993). Todo ello con objeto de hacer efectivo aquello de que «los ciudadanos tienen el derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes» (Constitución Española, art. 23, 1). Trastocada la delegación en ad­hesión se deben abrir vías para la participación directa y nuevas for­mas de representación.

Pero, ¿qué «asociaciones», qué «movimientos sociales» van a pro­tagonizar esta reconceptualización de la democracia? Seguramente

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aquéllos que recuperen el concepto de participación y el de ciudada­no al que ya hacíamos mención. En base a una reinterpretación del tejido social «como una malla o red bastante tupida que en algunos puntos está rota o desconexa, y en otros se agolpan relaciones de coti- dianeidad (...y sabiendo que) todos estamos conectados a varias redes, unas personales y otras más sociales» (ViLLASANTE, 1991: 28). Y des­de ahí ir desarrollando el tejido de asociaciones como expresión de los «nudos» de ese tejido social. Desarrollo que desde la opción transfor­madora, el compromiso y la capacidad de visión global va fraguando en movimientos sociales y en espacios de ejercicio colectivo y cotidia­no de democracia. Por ello «los movimientos sociales son corrientes de expresión y acción colectiva que trascienden los márgenes del he­cho asociativo y se manifiestan de otras múltiples formas. Teniendo entre sus características, el plantearse una transformación social y el situarse “frente a” o “independiente de” el sitema» (CIMS, 1992: 8).

D) TIPOS DE ASOCIACIONES

Las asociaciones, como cualquier grupo que opera en la acción social, tiene que observar, analizar y actuar sobre la realidad social. Pero lo hace desde unos intereses (técnico, explicativo y emancipato- rio) que se formulan y se engloban en la práctica, por medio de la creación cultural, que se realiza en la experiencia social y, sobre todo, tras la interpretación que los individuos y los grupos hacen. Esta in­terpretación puede ser la propia interpretación o la interpretación to­mada de otros, que en general suele ser del o de los grupos dominan­tes cultural y económicamente.

La multitud de asociaciones existentes en Andalucía queremos agruparlas en cuatro tipos:

Primero, las establecidasy que son aquellas asociaciones que inter­pretan la realidad desde lo establecido. Hemos elegido las cofradías de Semana Santa y la Federación de Asociaciones de Vecinos de Sevilla.

Segundo, las ambiguaSy que son aquellas asociaciones cuyos crite­rios para interpretar la realidad oscilan y cambian, más que por su planteamiento teórico, sobre todo por su práctica y especialmente su metodología. Hemos elegido dentro de este grupo a los sindicatos mayoritarios (CC.OO. y UGT).

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Tercero, las impugnadoras y que son aquellas asociaciones que se implican presentando denuncias, contradicciones y mostrando alter­nativas. Hemos elegido dentro de este grupo a la Asociación Pro De­rechos Humanos de Andalucía (APDHA) y a la Asamblea Civil por Andalucía.

Cuarto, las transformadorasy que son aquellas asociaciones que tras una interpretación propia y contextual, asumen proyectos que no sólo denuncian, sino que llevan adelante y suponen una transforma­ción de la realidad. En este grupo presentamos al Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC) de Sevilla, la Confederación Ecopa- cifista de Andalucía (CEPA) y el Comité Pro Parque Miradores.

Asociaciones establecidas

Consideramos que las asociaciones pueden ser establecidas inde­pendientemente de que tengan su origen en los sectores populares o en los sectores con poder. Lo que las definiría es el modelo de acción social. Aquí nos vamos a fijar en dos conjuntos de asociaciones de gran eco en nuestra sociedad andaluza como son las cofradías de Se­mana Santa y las asociaciones de vecinos.

Cofradías de Semana Santa. Estas han alcanzado un gran eco so­cial desde la transición democrática para acá, especialmente por la mayor implicación de los cofrades en los desfiles procesionales, pues si hace veinte años casi todos los pasos eran llevados por costaleros contratados, hoy los han sustituido los cofrades. Ha aumentado la implicación de los jóvenes, pero para procesionar, para desfilar con las imágenes. Este objetivo central fue asumido por las cofradías du­rante la Contrarreforma del siglo XVI en menoscabo de la práctica de la fraternidad de las hermandades gremiales de panaderos, hortelanos, etc. Para cubrir el objetivo que se necesitaba entonces, de mostrar la fuerza del catolicismo frente al protestantismo. Por otra parte, las co­fradías son una seña de identidad del barrio, o de un grupo social, que se afirma procesionando, como mostraron en el siglo XIX las co­fradías de Triana al poder participar en la carrera oficial por el centro de la ciudad desde la Campana a la catedral. En las últimas décadas las nuevas cofradías que han comenzado a poder procesionar por la carrera oficial han sentido cómo su barrio podía participar del presti­

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gio social que supone estar presente en la carrera oficial, con su consi­guiente eco en los medios de comunicación de nuestra sociedad. En este momento en numerosos barrios populares han nacido cofradías para poder procesionar y quizá por contraste con este objetivo, en numerosas parroquias no se les acepta como cofradías dentro de la le­galidad canónica, y tienen sus imágenes en locales deportivos, galerías comerciales o locales alquilados, ya que estos párrocos creen que el principal objetivo ha de ser el de la fraternidad. Este afán de procesio­nar como objetivo primordial empuja a los promotores de estas enti­dades a querer participar en la carrera oficial los días de mayor acep­tación popular durante la Semana Santa, y si no es posible, se solicita los días siguientes de menor aceptación popular. Por esto los padres de alumnos del Colegio de San Luis pidieron desfilar al Cardenal Bueno Monreal los días centrales de la semana, pero este deseo pudo ser reconducido por el Cardenal, cuando les hizo ver que procesiona- ran el domingo de Pascua y sacaran un resucitado, ya que parecía ló­gico que una Semana Santa con más de cincuenta cofradías no estaría mal que terminase con la procesión del Resucitado, dada la impor­tancia que tiene dentro del cristianismo. Consiguiendo al final que se estableciera dicha cofradía el domingo de Pascua.

Federación de Asociaciones de Vecinos «La Unidad». Esta entidad, que nace en los últimos años del franquismo en la clandestinidad, ha ido evolucionando hasta las actuales posiciones que podemos caracte­rizar así.

Su marco de referencia no lo constituyen las interpretaciones de los sectores populares, sino de los establecidos, como se ha podido ver al organizar el I Congreso Universal de Participación Ciudadana de febrero de 1992. El coordinador de dicho Congreso proponía la con­veniencia de que la presidencia del Congreso la asumiera el Jefe del Estado (el Rey) para que legitimase al movimiento ciudadano; y nos preguntamos: ¿para qué están los ciudadanos entonces?

Consigue con más facilidad la participación de las autoridades provinciales y regionales que la de los vecinos, como se pudo ver tan­to en la fiesta vecinal de 1992, en la que sólo asistieron dos asociacio­nes de vecinos, como en algunos actos celebrados sobre la seguridad ciudadana donde estaban presentes desde el Delegado del Gobierno hasta el Jefe de Policía y pocos participantes de los barrios.

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Esta identificación les lleva a disentir de la sentencia del Tribunal Constitucional que prohíbe «la patada en la puerta» a juicio de la Policía y a defender dicha práctica sin autorización judicial, para lo cual propo­nen un referéndum («Correo de Andalucía», 23 de noviembre de 1993).

Es más, esta postura de apoyo al poder establecido también se dio en las últimas elecciones municipales donde la federación apoyó en la prensa al candidato del grupo político que dominaba tanto a nivel lo­cal, como autonómico y estatal.

Tanto las cofradías como las asociaciones de vecinos parece que han perdido su objetivo central, la práctica de la fraternidad y del apoyo mutuo, y que ya no interpretan las nuevas circunstancias socia­les como las que crea la competitividad como valor central que gene­ra racismo y xenofobia hacia los pobres, paro, etc. Aquéllos que han sido inmigrantes o que hace unos años eran pobres, y hoy tienen un salario algo mejor, aunque no tengan trabajo sus hijos, abandonan su propia interpretación por miedo y desconfianza en sí mismos y asu­men el rol de la inseguridad ciudadana, donde ya no se realiza un análisis social que comprenda las causas que lo hacen nacer y los cal­dos de cultivo que lo potencian. Al carecer del análisis se interpreta desde la represión para los más pobres y el ensalce de la represión po­licial como la función excelente.

Frente a estas asociaciones están surgiendo nuevas formas como son las coordinadoras de barrios o grupos de barrios e incluso para toda la ciudad. En la sesión de la coordinadora de entidades ciudada­nas que presenciamos el pasado mes de noviembre, tras la exposición de problemas de cada asociación o entidad, y cuando se pasó a la in­terpretación de dicha situación y a plantear interrogantes sobre qué hacer y cómo actuar, uno de los participantes nos indicó, tras recor­dar los inicios de los movimientos ciudadanos hace veinte años, que lo que hace falta es una nueva cultura popular que interprete y expre­se la nueva situación y las aspiraciones populares.

Asociaciones ambiguas

Nos fijamos en los sindicatos mayoritarios.Los sindicatos mayoritarios (CC.OO. y UGT). En general son or­

ganizaciones de trabajadores, caracterizados por su sistema de libera­

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dos por una parte y por otra la escasa participación de las bases. Esta situación hace que la cúpula sindical pueda establecer convenios con diferentes cúpulas, ya sean universitarias, administrativas, etc., con cierta facilidad. El convenio suele constituir un acuerdo verbal y no­minal que suele usarse por las diferentes cúpulas para reforzar su ima­gen ante la opinión pública (Congreso de Investigación y Educación de Adultos, 1992).

Es más, esta metodología tan poco participativa se ve en la deci­sión y en el planteamiento de la huelga general que, si bien está justi­ficada por los atropellos que las medidas económicas y sociales están implantando contra los sectores populares y los más débiles y, por lo tanto, sus objetivos son muy buenos, el método de trabajo social se contradice con la finalidad y por lo tanto su acción social es incohe­rente.

Estas organizaciones sociales llegan a amenazar y expulsar a aqué­llos que defiendan la mayor participación en la acción social. Esto nos está llevando a que organizaciones tan populares como los sindi­catos estén quitando a los trabajadores su propia palabra y su propia cultura como nos decía hace unos años GiRARDi (COLLADO y otros, 1986).

El no tener una interpretación propia lo consideramos como una de las causas que han vaciado de dinamismo social a las asociaciones ambiguas, que las han llevado a realizar una función distinta de las que encontraron en su propio análisis. Junto con el análisis está el in­terés básico de los asociados y de los dirigentes. Esto lo podemos apreciar en las luchas sindicales en dos casos: en el caso de FESA (de Kio) y en el de la marcha de jornaleros de Osuna a Sevilla. Ambas ac­ciones coinciden en 1992 y ambas se dirigen a la Expo. Los primeros, organizados por los sindicatos mayoritarios, fueron golpeados y mal­tratados brutalmente. A los segundos, afiliados del SOC (Sindicato de Obreros del Campo), se les colocaron barreras de policías ante las puertas de la Expo, no se les tocó y consiguieron unas importantes mejoras para las difíciles condiciones de los jornaleros. La diferencia creemos que se debe al análisis que hacían unos y otros siendo ambos objetos de un atropello social. Los segundos denuncian el PER y la prostitución que supone la forma de obtener peonadas. Pero, además del análisis, que los primeros apenas si hicieron y que además no di­

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fundieron, es el interés de los participantes y especialmente de los di­rigentes. En el primer caso parece que no se centra en un interés emancipatorio sino técnico dentro de la actual situación de crisis. No en balde algunos dirigentes carrillistas del sindicato han determinado el cierre de la fábrica con jubilaciones especiales.

En la lucha de las fábricas de Pesa de Sevilla ha aparecido un gru­po especial formado por las mujeres de Pesa, cuyo análisis de la reali­dad, cuyo interés emancipado y el espacio autónomo que consiguie­ron de los hombres y de los sindicatos, ha logrado tal dinamismo, tal flexibilidad y radicalidad que suponen un paradigma de acción social por la actividad desarrollada durante dos años.

Asociaciones impugnadoras

Los nuevos caciques lanzan a los ciudadanos débiles y pobres el mensaje fatalista de que «no hay nada que hacer» y «esto es lo que hay». Ellos se caracterizan por hacer y conseguir nuevas diferencias discriminadoras y así no hay fronteras para la competitividad, para la libertad de mercado, libertad para los productos, para el capital, pero no libertad para las personas. Es decir, libertades para que una mino­ría actúe plácidamente y no libertad para la mayoría pobre. Natural­mente, los derechos tampoco pueden ser para todos, dentro de esta lógica, han de ser para los que tienen productos y capital para poder pagar a quienes defienden «sus derechos».

Asociaciones impugnadoras como asociaciones que combaten por la defensa de los derechos de los ciudadanos. Dentro del anterior contexto queremos centrarnos en dos asociaciones: La Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía y la Asamblea Civil por Andalucía.

La Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA) es una asociación reciente en Andalucía, pues se halla en su tercer año de existencia y reúne las siguientes connotaciones.

Asume la Declaración de Derechos Humanos de la ONU y los defiende aunque la legislación local o nacional no los asuma, como ha ocurrido tanto con la Ley de Extranjería como con la normativa del Ayuntamiento de Sevilla sobre drogadicción. La declaración uni­versal recoge el derecho de todas las personas a residir en cualquier

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Estado. Este derecho, como es natural, incluye a los africanos, aun­que sean de distinto color. La situación de pobreza del Tercer Mun­do, junto con la imagen que la televisión ofrece a los africanos sobre el nivel de vida europeo y los programas de concursos con regalos de millones, coche y apartamentos muestran a España como la «tierra de jauja». Esto ha producido un gran movimiento de emigración africa­no, como se ha podido ver por las numerosas pateras que han cruza­do el Estrecho de Gibraltar. Estas pateras, al zozobrar, generaron en 1992 más de mil muertos; pero las protestas de la APDHA, con con­centraciones y otras actividades, empujaron al Gobierno español a presionar a Marruecos. El Gobierno de Marruecos tomó dos clases de medidas: una, vigilar las zonas costeras y, otra, dar un castigo especial y ejemplar al encerrar a los africanos de color en la Plaza de Toros de Tánger, donde han estado pasando un calvario especial. La verdad es que estos emigrantes en nuestro territorio resultan distantes por el tratamiento informativo que se les ha dado, anunciando que las cos­tas estaban llenas de ilegales, si después estos ilegales... parece que no tiene tanta importancia.

La defensa de los pobres es más difícil, sobre todo si es frente a las instituciones o a los poderosos, como ocurrió en el barrio de chabolas cercana al Puente de El Alamillo, donde vivían 900 personas y sólo se disponía de un grifo, no había recursos de sanidad, ni de educación, ni siquiera servicios sociales, pues el Ayuntamiento había prohibido la presencia de trabajadores sociales y sólo aparecieron los servicios públicos de la Policía. En este contexto, un joven que fue arrastrado por los policías murió tres días después y sólo salió en su defensa la APDHA. Este caso fue sobreseído. Lo mismo ocurrió con otro africa­no que se tiró al río Guadalquivir en el Puente de la Algaba, persegui­do por un grupo de personas, aunque al recurrir a la Audiencia Pro­vincial se ha podido continuar el proceso judicial.

Igual de difícil es la defensa de los derechos de los presos, puesto que aunque se les quita la libertad no se les pueden quitar los dere­chos. El entonces Director General de Prisiones, señor Asunción, y actual Ministro del Interior, fue procesado por atentar a los Derechos Humanos a juicio de los fiscales que iniciaron el proceso judicial al que se unió como acusación popular la APDHA.

Esta práctica de la igualdad hizo que la APDHA, al organizar la manifestación del Día de los Derechos Humanos, el día 10 de di­

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ciembre de 1992, pusiera en la cabeza a los marginados. Y cuando al­guna de las autoridades solicitó información sobre dónde estaría la fila de las autoridades, se le indicó que su sitio era estar entre el pue­blo, a esta manifestación asistieron hasta las autoridades que habían aprobado la Ley de Extranjería.

Asamblea Civil p o r Andalucía es una asociación que combate por participar en el análisis de la realidad y en la defensa de proyectos an­daluces elaborados desde su sola condición de ser ciudadanos andalu­ces. Esta asociación nace en la asamblea de Córdoba y se da un esta­tuto legal en 1993 en la asamblea de Mollina (Málaga).

Un objetivo tan sencillo y elemental resulta tan extraño en el contexto social andaluz porque otras organizaciones e instituciones se proponen este objetivo y no lo consiguen.

Las asambleas actuales y algunas de las actividades han superado el enquistamiento en que se mueven los diferentes colectivos sociales an­daluces y hace posible la presencia de personas de ámbitos diferentes.

La función de estas asociaciones impugnadoras es un camino es- peranzador de humanidad, para todas las personas independiente­mente del color y, sobre todo, de la riqueza y de su profesión y su ni­vel de instrucción. La aportación parece que viene de su análisis, de su interpretación de la realidad desde ellos y por ellos mismos, pues los africanos tienen derechos porque son humanos aunque sean de color distinto, y los ciudadanos andaluces pueden interpretar la reali­dad andaluza y proponer soluciones; no han de seguir el consejo de aquella anciana de que «la política es cosa de los ricos», los demás a obedecer. Pero si al analizar e interpretar vuelve a aparecer el interés emancipatorio, ya se ve que no sólo existe el interés del lucro de la máxima ganancia o, como se dice ahora, de conseguir la máxima competitividad.

Asociaciones transformadoras

Son las asociaciones más ricas y complejas, por lo que requieren también un largo proceso cultural y temporal. De éstas destacaremos tres asociaciones: el MOC de Sevilla, la CEPA y el Comité Pro Par­que Miradores.

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El Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC) de Sevilla lleva quince años funcionando a partir de un estilo asambleario. Parten de que el trabajo para la paz les lleva a oponerse a aprender a matar y al servicio militar y la prestación social sustitutoria.

Asumen la práctica de la no violencia, al aceptar ir a la cárcel como instrumento de transformación y concienciación de la militari­zación social, mostrando compromisos activos de riesgo que permi­tan la superación de la guerra y las causas sociales que las justifican.

La notoriedad de este grupo se vio tanto durante la Guerra del Golfo como durante la manifestación frente a la cárcel pidiendo la li­bertad del insumiso Frasco.

Ante la Guerra del Golfo los jóvenes acuerdan suspender las cla­ses y así lo hacen, pero al día siguiente se dan cuenta que esta medida disuelve a los estudiantes y los deja inactivos. Para evitar esto y con­cienciar a los alumnos, acuerdan buscar una respuesta creativa y deci­den visitar todas las clases de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación. Un profesor nos lo contaba así:

«Al llegar a la clase de las nueve empiezo a explicar, pero a las nue­ve y veinte entra una alumna por la puerta próxima al estrado, me re­sulta desconocida y se sienta en el centro de la clase. A los cinco mi­nutos entra una alumna de la clase que viene con muchos aspavientos, pidiendo que le deje la clase para hacer una asamblea, pero ante esta forma de pedir la clase y el ruido que hacen un grueso de alumnos que entra por la puerta trasera, por donde no se les ve al ser una clase inclinada, les digo que no me parece adecuado interrumpir la clase así. Mientras hablo con esta alumna aparecieron las personas que están detrás e irrumpen ocho militares, se suben a las bancas de la clase y corren por encima rozando las cabezas de los estudiantes, se dirigen al centro donde cogen a la primera estudiante, se dirigen al centro don­de cogen a la primera estudiante, justo quien entró a las nueve y vein­te. Uno de los militares dice que es un reclutamiento forzoso y que se la llevan; ante este atropello, como profesor forcejeo para impedir que se lleven a la alumna. Pero en esta situación pienso que puede que sea una técnica de simulación, por lo que decido calmarme y ponerme a un lado. Entonces uno de los militares se dirige a la clase y les comen­ta que cuando una institución interviene así, la pasividad aumenta y se quedan inermes. Me felicitan por salir en defensa de la alumna. Me

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quedo sorprendido y pienso: “No, si encima me van a aprobar”, se descubre la dramatización organizada por el grupo de estudiantes, si­tuaciones parecidas se repiten en todas las clases.»

Esta creatividad también se pone de manifiesto durante la mar­cha silenciosa, de más de un millar de personas, para rodear la cárcel donde estaba el insumiso y alumno de Pedagogía, Frasco. Algunos viandantes observan impresionados aquel atardecer donde el silencio de los manifestantes es roto por los gritos de los presos desde las ven­tanas. Tras rodear la cárcel los participantes se concentraron en la puerta y dramatizaron unas situaciones sobre la trayectoria de los in­sumisos.

Creemos que esta originalidad de los miembros de esta asociación se basa en el análisis, en la interpretación desde ellos mismos, que les ha ido posibilitando tal nivel de autonomía y de aportación de los va­lores de la no violencia, que un informe del CESID les reconoce, tan­to su independencia de los partidos como su capacidad de teorizar y aportar su frescura a todo el movimiento de objeción de conciencia. Este grupo dispone de una dinámica asamblearia y su estructura y su organización son tan flexibles que se regulan por sí mismos por me­dio del consenso, apoyándose en unos principios fruto del diálogo personal y grupal.

La Confederación Ecologista-Pacifista de Andalucía (CEPA) se crea en 1990 a partir de 84 grupos estructurados muy flexiblemente, unas veces por federaciones en algunas provincias y en otras por coordina­doras. Los grupos iniciales aparecen en la provincia de Cádiz a partir de 1985 por militantes procedentes del SOC (Sindicato de Obreros del Campo) y de grupos pacifistas y ecologistas.

La novedad de sus planteamientos estriba en incluir a las perso­nas entre los seres de la naturaleza que hay que defender.

Busca y consigue que estas tareas no se limiten a los especialistas, sino a todos los ciudadanos. Demanda un trabajo sin prisas pero sin pausa, para respetar los procesos y los ritmos personales y sociales. En definitiva, se ha conseguido alcanzar una dimensión social para estas asociaciones, pues estos espacios públicos y la soberanía popular en general suele estar ocupada por los partidos y las instituciones, que­dando excluidos los ciudadanos.

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Los principales objetivos en los que están implicados son:— El plan andaluz por el agua.— El plan forestal andaluz.— La recuperación de los espacios públicos y vías pecuarias.Han impedido los planes de construcción de la incineradora de

residuos sólidos de la Bahía de Cádiz en Miramundo.Comité Pro Parque Miraflores. Esta asociación surge de los partici­

pantes en el Seminario de Ciencias Sociales de La Macarena en 1982, que recoge las experiencias llevadas a cabo por las asociaciones de pa­dres del distrito. Surge de un análisis propio de la realidad y de un in­terés emancipatorio para cubrir un objetivo natural de todo ciudada­no que es participar en la cosa pública, en la organización de su terri­torio. El objetivo básico que se busca es participar en el diseño del Parque Miraflores (tres veces el de María Luisa), en su construcción y en el uso del mismo.

Este comité se ha ocupado de estudiar el trazado del parque, sus restos arqueológicos, de descubrir una torre gemela a la Giralda, un complejo hidráulico del siglo XVII, etc., y de cuidarlo. Cuando en 1991 fue a visitarlo el actual Alcalde a las tres de la tarde de un día de julio le esperaban un grupo de miembros del Comité Pro Parque, e incluso un guarda que pagaba el Comité, para que no se destruyeran los edificios como ha ocurrido en otras zonas de la ciudad.

El análisis promovido por el Comité ha hecho desfilar muchos técnicos para ir construyendo una interpretación propia, integrando el conocimiento científico y el interés emancipatorio, pues cuando van separados la organización social que se construye se hace en con­tra de la mayoría de los ciudadanos.

La actividad del Comité ha provocado varias exposiciones, visitas colectivas en el propio parque o en los barrios colindantes. Ha recu­perado la técnica secular de los romances de ciego con un argumento centrado en: «los terrenos del parque abandonados y los jóvenes para­dos»; para proponer una escuela taller. Después se consiguió una casa de oficios, así como la creación de 105 parcelas destinadas a huertos para escolares y para adultos dentro de un programa sociocultural de recuperación de las señas de identidad de este territorio desde la par­ticipación ciudadana.

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E) CONCLUSIONES

Queremos aludir a dos tipos de conclusiones: unas referidas a los ámbitos de actuación y otras referidas a la metodología.

Está claro que se dispone de algunas asociaciones muy especiali­zadas, muy competentes y eficaces, como son el MOC entre los paci­fistas y no violentos, el Comité Pro Parque Miradores sobre urbanis­mo, las cooperativas de Siete Pilas, etc. Aunque son poco conocidas por carencia de redes en los sectores populares, por ejemplo las inte­resantes cooperativas del barrio de Trille de Cádiz no conocen a las de Siete Pilas, tieniendo su origen y una trayectoria bastante próximas y estando en dos provincias contiguas. Resaltando la necesidad de hacer un inventario de las más creativas y no digamos de posibilitar una or­ganización de redes.

Por eso tienen dificultades y resistencia las organizaciones am­plias, como ocurre con aquéllos que cubren todo el territorio anda­luz, pero la dificultad mayor se da en aquéllos que cubren varios ám­bitos o pretenden abarcarlos todos, como ocurre con la APDHA o la Asamblea Civil de Andalucía. Este ser capaz de analizar un conjunto amplio de resultados, de interpretarlo desde nosotros mismos, no desde los intereses de Madrid, Bruselas o Nueva York es lo que posi­bilitará nuestra madurez cívica.

La metodología de trabajo social tiene una especial significación debido a los continuos cambios que exigen análisis permanentes y una educación permanente para poder observar, analizar proyectos y desarrollos y, sobre todo, evaluar acciones cotidianas y los procesos vi­vidos.

Saber distinguir los fósiles sociales con su encanto romántico de las organizaciones sencillas, ágiles, voluntarias, flexibles y creativas es un camino en el que estamos embarcados para impulsar un tejido so­cial. No nos parece baladí contribuir al lenguaje propio que necesita­mos los sectores populares y los ciudadanos para la transformación social en un tiempo de crisis como el actual.

Nuestros artistas con su intuición presienten los cambios y ya en plena parafernalia, hojarasca y pelotazo de la Expo, septiembre de 1992, Carlos Cano comentaba en la Plaza de San Francisco de Sevi­lla, entre canción y canción, que «volvemos a ser pobres». Nuestro

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poeta Juan José Espinosa, un poco antes, nos anunciaba que volvía a escribir la poesía social. Así también nosotros percibimos el renacer y el doloroso y esperanzado parto de las nuevas asociaciones que vamos alumbrando permanentemente.

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La tradición asociativa en la sociedad catalana

Pep Martínez i Barceló *Centre d’Estudis de Non Barris

INTRODUCCION

Para la realización de este artículo he partido del estudio de algu­nas referencias históricas, pero sobre todo de la reflexión de la práctica social y política, efectuada durante casi treinta años de participación en organizaciones ciudadanas que nacieron frente al franquismo en Barce­lona y Cataluña, y que con la democracia se han ido consolidando.

Es por ello que el análisis de la tradición asociativa de Cataluña lo realizaré desde la óptica de los movimientos sociales que han contri­buido a mejorar las condiciones de vida y han desarrollado valores de emancipación social.

Desde este punto de vista se han enfocado los aspectos más generales que caracterizan al asociacionismo en Cataluña, buscando sus raíces históricas y concentrándose especialmente en la última eta­pa, que arranca a mediados de los años sesenta, con el nacimiento de un asociacionismo vecinal y ciudadano, cuya impronta ha marcado una buena parte del asociacionismo de este país.

ORIGEN DE LAS ASOCIACIONES EN CATALUÑA

El fenómeno «asociación» surge a partir de la agrupación volun­taria de un conjunto de personas unidas libremente para conseguir

(*) Presidente de la Asociación de Vecinos del Barrio de Porta (Distrito de Non Ba­rris, Barcelona) y ex Vicepresidente de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barce­lona (FAVB).

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unos objetivos que transcienden las posibilidades individuales. Para su consecución se utilizan unos medios que han ido variando en cada época histórica.

Las asociaciones nacen y se desarrollan a partir de las condiciones sociales existentes en cada período histórico para responder a las nue­vas necesidades que se generan en la sociedad. Sin duda, el asociacio- nismo en Cataluña está determinado por su historia y por las caracte­rísticas peculiares de sus instituciones. Ha habido, históricamente, instituciones políticas y jurídicas propias que han influido en el surgi­miento de nuevas formas asociativas.

ANTECEDENTES DEL ASOCIACIONISMO MODERNO

Existe una cierta dificultad a la hora de precisar formas de organi­zación colectiva que encajen con nuestra actual concepción del fenó­meno asociativo en la época previa a la Revolución Industrial. Aun así, es posible vislumbrar algunas manifestaciones asociativas que en­troncan con nuestra tradición.

Hasta el siglo XVIII la sociedad catalana era básicamente rural y fragmentada en «masos» situados en las montañas y en las zonas rura­les. No obstante, en la ciudad se desarrollaban formas de organiza­ción y asociaciones como los gremios, las cofradías y las asociaciones de oficio. Las relaciones entre ellos, así como los intercambios, se pro­ducían en la parroquia, que era un punto de referencia, y se convertía en lugar de definición social y administrativa.

El papel de la Iglesia era decisivo como articuladora de la socie­dad civil, frente a un poder estatal poco definido, sobre todo antes del Decreto de Nueva Planta de Felipe V. La importancia de la parro­quia en esta época se evidencia en hechos tales como la consideración de auténticos censos a los registros parroquiales.

Con el retroceso de las formas religiosas ante la creciente presen­cia del Estado y a partir de las cofradías, se constituyen numerosas peñas en muchos lugares de Cataluña ligadas a la celebración del car­naval. El proceso catalán de las peñas estuvo ligado a la existencia de unas capas populares ilustradas: los artesanos y los campesinos me­dios que sabían leer y escribir. Al tener un «local social» las peñas se

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convierten en el punto de partida del asociacionismo de Cataluña desde mediados del siglo XVIII.

De todas las formas de organización colectiva previas a la Revolu­ción Industrial es de destacar el Ayuntamiento (1), que si bien nació como asamblea de vecinos en la medida que las ciudades van desarro­llándose y necesitan de una organización que permita su funciona­miento como tal, los municipios van creando sus propias autoridades y sus propios estamentos representativos. Un ejemplo característico de ello es el prestigioso Consell de Cent de la ciudad de Barcelona constituido en el año 1265, formado por cien personas representati­vas y cuya principal función fue asesorar a los magistrados municipa­les hasta que fue abolido en 1714 por el Decreto de Nueva Planta.

LA REVOLUCION INDUSTRIAL

El impacto de la industrialización en la sociedad catalana y espe­cialmente en las ciudades es profundo. Con el surgimiento de la nue­va cultura obrera el asociacionismo cambia de signo, adquiriendo muchas características que todavía perduran en la actualidad. El aso­ciacionismo será impulsado por la burguesía liberal y por las clases obreras y populares. Aparecen fenómenos tan variados como las nu­merosas asociaciones propias del movimiento obrero (sindicatos obre­ros, mutualidades laborales, cooperativas, los ateneos, etc.), los Coros de Clavé o los orfeones católicos, los «esbarts» o las sardanas entre otros.

En esta época emerge en Cataluña una sociedad industrial seme­jante a la de los países europeos y con ella nacen instituciones de élite social y económica como la Casa de Caridad (1802), el Teatro del Li­ceo (1847), las organizaciones de Fomento, el Ateneo Barcelonés...

La ciudad de la segunda mitad del XIX se había puesto a andar con la ruptura de las murallas y la apertura del ensanche. La ciudad de esta época hace frente a las críticas reaccionarias, idealizadoras del

(1) Los Ayuntamientos (ayuntamientos, agrupaciones de gente) en Cataluña se de­nominaban «universitats» (nombre propio de los municipios en el territorio catalán) y tie­nen formas de funcionamiento diferentes hasta 1714.

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ruralismo y de la sociedad preindustrial, surgen los nuevos mitos, los urbanos, la cultura moderna en que participaban, de forma conflicti­va, las clases ligadas a la industria y al Estado, burgueses, trabajadores, intelectuales y clases medias. Es la cultura ciudadana que hoy posee­mos como patrimonio del pasado. Una ciudad desigual, marco de una lucha de intereses y de clases abierta, pero que a su vez era el te­rreno común para la gran mayoría.

LAS ASOCIACIONES Y LOS MOVIMIENTOS SOCIALES

El auge industrial de finales del XIX y principios del XX generará extensos suburbios obreros, los municipios próximos a Barcelona se integrarán a la gran ciudad. La crítica de la ciudad será la crítica so­cialista, a veces de los utópicos pero eficaz, contra la ciudad expresión del capitalismo rígido y salvaje, de castas, que organiza las ciudades en función de los grandes negocios y se reserva zonas privilegiadas, porque sólo en ellas se vive dignamente. Las izquierdas políticas y so­ciales, los partidos, los sindicatos, la gestión municipal avanzada, cuando se da, va a impulsar las asociaciones y el tejido social desarro­llando nuevos instrumentos de promoción cultural y de organización política para abordar prácticamente la solución de los problemas de las ciudades.

Desde mediados del siglo XIX los movimientos sociales se desarro­llan al calor del crecimiento de la industria y de las ciudades. El mo­vimiento sindical difícilmente puede asumir estabilidad y continui­dad organizativa, siempre pendiente de las crisis políticas, el terroris­mo o la dureza del enfrentamiento con la patronal. La represión a menudo producirá desorganización obrera y, a pesar de ello, el movi­miento obrero conseguirá resistir en muchas ocasiones al apoyarse en las múltiples formas asociativas existentes. Al lado de los sindicatos si­guen existiendo los ateneos, casinos, centros, escuelas laicas, etc. Cuando es posible, se avanza en la articulación sindical a través de «les federacions d’ofici», que agrupan todos los sindicatos de un mis­mo sector de producción.

En Barcelona este proceso se inicia con la creación en 1840 de La Cooperació, primera cooperativa de consumo, también se crea la So- cietat de Teixidors de Cotó, primer sindicato de Cataluña y de Espa­

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ña impulsada por Joan Muns. Inmediatamente se crean sociedades parecidas en Olot, Vic, Igualada, etc. En 1842 se crea la Companyia Fabril de Teixidors, cooperativa de producción socializada, que llega a tener 200 trabajadores. Las sociedades obreras transcurren entre la re­presión y la tolerancia, con breves períodos de reconocimiento legal. Por esta razón un lema básico del movimiento obrero catalán durante el siglo XIX será «Associació o mort!».

A principios del siglo XIX, las mujeres ya eran la cuarta parte de la población obrera de Barcelona y esta proporción se mantiene hasta 1905. En 1884, en Sabadell, se funda la organización pionera de mu­jeres de Cataluña, la Secció Varia de Treballadores, de inspiración li­bertaria en la que se promueve «la emancipación de los seres de los dos sexos» (2).

LOS ATENEOS

Los ateneos aparecen en Cataluña a mediados del siglo XIX, al ca­lor del romanticismo liberal y de la «Renaixen^a» literaria, con el ob­jeto de mejorar el nivel cultural de los asociados, mediante conferen­cias, cursos, seminarios, etc. Se crearon bibliotecas y hemerotecas de relieve que han llegado hasta nuestros días. En 1860 aparece un Are­nen Catalá, que en 1872 da origen a l’Ateneu Barcelonés, con un prestigio superior al de la Universidad. De características similares será el Centre de Lectura de Reus, fundado en 1859. Estos ateneos son instituciones ciudadanas interclasistas, de carácter cultural, artís­tico, científico y literario.

El crecimiento de la clase obrera y sus deseos de mejoras sociales y culturales impulsan a los miembros más activos del mundo del tra­bajo a crear ateneos. Se inspiró en el modelo ateneísta liberal, pero dándole un carácter obrero, de mejora de conocimientos, utilizando como herramienta la educación y la cultura: el ateneo se convierte así en una institución popular, generalmente urbana o de barrio, donde se reúnen los trabajadores que no renuncian al esfuerzo individual ni a la capacitación colectiva, que quieren superar el reducido marco del

(2) La líder era Teresa Claramunt, dirigente sindical de la época y organizadora del textil.

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trabajo y del oficio, y que ven en el ateneísmo popular una herra­mienta para mejorar su nivel cultural y su conciencia social.

El primero de estos ateneos obreros se fundó en 1861 en Barcelo­na con el nombre de Ateneu Catalá de la Classe Obrera (3). Tuvo es­pecial relieve el Ateneu Obrer de Barcelona creado por intemaciona­listas el año 1881 y que vivió etapas bien diferenciadas y se prolongó hasta 1965.

Siguiendo el ejemplo del Ateneu Obrer de Barcelona, aparecieron otros ateneos similares, como la Illustració Obrera de Tarragona, creada el 1882; el Ateneu Obrer de Sant Andreu, fundado en 1885; el Ateneu Obrer de Gracia, en 1897.

De todos los ateneos populares uno de los más conocidos fue el Ateneu Enciclopédic Popular creado por hombres de izquierdas. Fue fundado en 1903. Desde su constitución, en sus locales se debatieron los grandes temas de actualidad política, social y cultural, los proble­mas de Barcelona, Cataluña, España y el mundo.

Durante el período 1877-1898 se fundaron 22 ateneos, entre 1899 y 1914 se crearon 43, entre los años 1915-1930 aparecieron 12. Durante la Segunda República (1931-1936) son 43 los ateneos obre­ros y populares constituidos.

Junto a los ateneos es de destacar el papel de las sociedades de ayuda mutua creadas ante la preocupación de los obreros por la inse­guridad del mañana, la desprotección vital, la falta de previsión ante las enfermedades, los accidentes y la muerte; paralelamente a los ate­neos se desarrollaban numerosas sociedades y asociaciones de ayuda mutua.

Las asociaciones de ayuda mutua son los antecedentes de las mu­tualidades populares de principios del siglo XX y su número e impor­tancia es decisiva hasta el establecimiento del Sistema Obligatorio de la Seguridad Social.

Los ateneos, entre otros, fueron espacios fundamentales de en­cuentro que fomentaron e impulsaron otras muchas formas de aso-

(3) Posteriormente aparecieron otros con el nombre específico de «la classe obrera», como el Igualadí, en 1863; el Manresa, en 1864; el Tarragoní, el 1879, y el de Hosta- francs, en 1896. De todos el que tuvo una vida más larga fue el Ateneu Igualadí de la Classe Obrera, que fue confiscado al final de la Guerra Civil.

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dación para conseguir objetivos concretos, combinando la lucha rei- vindicativa con el cooperativismo, la previsión social y la ocupación del tiempo libre.

Durante la Segunda República en Cataluña existía una tupida red asociativa (los ateneos, los casinos, las cooperativas, los orfeones...), que había posibilitado una intensa vida asociativa y una constante in­tervención ciudadana.

DE LA DICTADURA Y DE LAS ASOCIACIONES

Con la dictadura franquista se eliminan todas las instituciones de la República y de la Generalitat. Es un período de represión sistemá­tica contra todas las asociaciones, entidades y personas relacionadas con «izquierdas», «democracia» y «catalanismo». Para la dictadura to­das entran dentro de la misma categoría y son reprimidas a concien­cia. Se declaran ilegales todos los partidos políticos y sindicatos y se prohíben también las asociaciones, bien eliminándolas (4) o bien en­carcelando a sus principales dirigentes.

Hubo sectores de la burguesía catalana que optaron por el fran­quismo, abandonando lo catalán, lo liberal, lo democrático, convir­tiéndose en el puntal decisivo para la consolidación del régimen. Los ayuntamientos y diputaciones son el marco de corrupción cotidiana entre la clase política encuadrada en el Movimiento y las oligarquías locales, que se reparten el negocio de las ciudades.

Con el proceso de industrialización abierto por el denominado desarrollismo, se produce en las principales ciudades de Cataluña una importante llegada de inmigrantes (5) procedentes de otras regiones de España. Barcelona se convierte así en una gran concentración hu-

(4) En la década de 1930 se inscribieron 3.599 asociaciones en la provincia de Bar­celona, mientras que en la década de 1940 tan sólo se inscribieron 466. Ello puede dar una idea de la brutalidad de la represión franquista. Pere SOLA: Historia de l ‘associacionis- me catald contemporani, Generalitat de Catalunya, Departament de Justicia, abril de 1993.

(5) En este siglo en España se producía la emigración y Cataluña recibía inmigrantes coincidiendo con los ciclos económicos, entre 1914-1929 y 1950-1975. Se calcula que és­tos y sus descendientes representan sobre la población actual 3,5 millones de personas.

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mana, que originará una área metropolitana de casi cuatro millones de habitantes.

En estas condiciones la política urbana es cada vez más agresiva, más subordinada a los intereses inmediatos del capital, y el crecimien­to urbano, sin ningún control, favorece las prácticas especulativas, siendo el «porciolismo» (6) el símbolo más destacado de este proceso. Con el aumento de la población se crean nuevas periferias y con ellas, entre otros, los barrios «dormitorio» de la Obra Sindical del Hogar, los de autoconstrucción y barraquismo como núcleos diferenciados de la ciudad y con graves problemas de equipamientos.

Condicionados por las actuaciones represivas del régimen fran­quista, hasta finales de los años sesenta los vecinos soportan resigna- damente los costes sociales de la acumulación capitalista y de la con­centración urbana. La emigración y la búsqueda del puesto de trabajo como único objetivo conducen a un bajo nivel de aspiraciones socia­les. Para las clases populares sólo quedaban abiertas las puertas de la resolución individual de sus problemas de subsistencia, que en algu­nos casos serán canalizados por las Juntas Municipales y las Asocia­ciones de Cabezas de Familia y, en otros casos, por la Iglesia a través de las actuaciones de Cáritas, de los asistentes sociales y del movi­miento de curas-obreros y de sus comunidades de base.

Esta realidad social fomentó el surgimiento de organizaciones cristianas (la JOC y la HOAC) en numerosos barrios de Barcelona y de las ciudades de Cataluña, en un intento de recuperar las bases éti­cas del compromiso cristiano. A través de ellas se iniciaba un proceso de incorporación de jóvenes al compromiso social que pronto se identificaba con una actitud antifranquista.

El resurgimiento de una cultura de resistencia obrera, democráti­ca y catalanista en las ciudades de Cataluña se inicia a través de los centros parroquiales, del escoltismo y de jóvenes procedentes de la Universidad. Con ellos se sientan las bases de una conciencia crítica que se vehicula a partir de excursiones, teatro, cine-fórum y charlas. Se produce así una conciencia de resistencia antifranquista que se en­trecruza con fenómenos como la Nova Can(;ó, el «boom» de las edi-

(6) José María Porcioles, Alcalde de Barcelona desde 1954 hasta 1973.

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dones en catalán y el Bar^a, que resultaron decisivos en la recupera­ción de los símbolos de Cataluña y de su cultura, a la vez que se crea­ban condiciones para el desarrollo de asociaciones y entidades.

En las fábricas se crean los primeros núcleos de CC.OO. y en los barrios populares las comisiones de barrio impulsadas por jóvenes. Al mismo tiempo en la Universidad, los enfrentamientos de los estu­diantes con el sindicato franquista (SEU) culminan con la creación del Sindicato Democrático de Estudiantes (SDEUB), que tuvo su punto más álgido en la Asamblea celebrada en los Capuchinos de Sa­rria (1966).

A pesar del aislamiento en que nos mantenía el franquismo, tan­to de nuestra tradición asociativa como de Europa, la dictadura no pudo evitar que los hechos del Mayo francés (1968) traspasaran la Frontera y tuvieran una importancia decisiva en el desarrollo de las nuevas organizaciones ciudadanas. La conquista de la ciudad, desde los barrios, se convierte en el objetivo que presidirá los planteamien­tos teóricos en el nacimiento de las organizaciones vecinales y ciuda­danas.

Es en este marco en el que se desarrolla, primero desde Barcelo­na y desde las ciudades de su entorno, un asociacionismo popular y democrático. Es un asociacionismo sociopolítico impulsado desde los valores de la izquierda y que pronto se convierte en un referente para toda Cataluña y también para otras ciudades y regiones de Es­paña.

EL ASOCIACIONISMO EN LA LUCHA ANTIFRANQUISTA

Aquí abordaremos uno de los períodos más importantes de nues­tro pasado inmediato (1970-1976), que estuvo caracterizado por el auge de las luchas obreras y populares con el objetivo básico de aca­bar con la dictadura, y que configurará, en gran medida, el núcleo inicial de personas, ideas y proyectos que asumirán el desarrollo de la democracia.

Si en el ámbito laboral este momento estaba protagonizado por las organizaciones sindicales, el proceso de lucha antifranquista en

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los barrios giraba y se organizaba en torno a las asociaciones de veci­nos. Es por ello que éstas ocupan un lugar destacado en nuestro análisis.

En los barrios populares la presencia de grupos políticos de iz­quierda va a dar lugar a las ya mencionadas comisiones de barrio, ilegales pero muy activas, que serán los núcleos promotores de los movimientos sociales urbanos y la base de las asociaciones de ve­cinos. Además, en aquellos barrios en los que había existido una tradición asociativa anterior al franquismo, se reanuda la vida co­lectiva en torno a las antiguas entidades culturales, orfeones, casi­nos, etc.

En muchos barrios centrales, a la vez que las nuevas asociaciones de vecinos, se aglutinan núcleos de comerciantes, a veces agrupados por calles y preocupados casi exclusivamente por la iluminación y el adorno de las mismas. Al no mantener ninguna actitud crítica y mu­cho menos de enfrentamiento, obtienen fácilmente subvenciones y colaboración del Ayuntamiento. Estas asociaciones serán las primeras en acogerse a la Ley de Asociaciones de 1964 y serán legalizadas sin dificultad alguna. Fueron precisamente estas últimas las que crearon la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona (1972) con el único objetivo de dialogar con las autoridades.

En este contexto cabe destacar, por otro lado, la celebración de la Asamblea de las Comisiones de Barrio (7), también en el añg 1972, de marcado carácter rupturista con el franquismo. En ella se acordó definir una plataforma reivindicativa de ciudad que se aplicaría en cada barrio concreto, y desarrollar formas de organización ciudadana (asambleas, grupos, vocalías), utilizando las asociaciones de vecinos existentes o creando otras nuevas. Estas decisiones fomentarán la in­corporación de las nuevas vanguardias en las nacientes asociaciones de vecinos de barrio.

Se abrió así un proceso en el que las asociaciones de vecinos de barrio, con un marcado carácter reivindicativo y democrático frente al Ayuntamiento, se aglutinaron en torno a la Coordinadora de Sant

(7) Pep M artínez i BarcelO: «Origen y desarrollo del movimiento de barrios de Barcelona» de La lucha de barrios en Barcelona, Equipo de Estudios, Elias Querejeta-Edi- ciones, Editorial EDE, Madrid, 1976, págs. 17-60.

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Antoni, con el objetivo de definir un modelo alternativo a la ciudad diseñada y realizada en la época de Porcioles. Este intento tomará cuerpo en la iniciativa de impulsar planes populares en cada uno de los barrios frente a los planes parciales de urbanismo impulsados por la administración para el desarrollo de la ciudad.

Los planes populares se convertirán en el instrumento para defi­nir la relación y el equilibrio entre los diferentes barrios de la ciudad, incorporando los grandes temas como la sanidad, la enseñanza, la ca­lidad de vida, a las plataformas reivindicativas de los barrios. Además, la elaboración de los planes populares permitieron la confluencia de las vanguardias de los barrios con sectores de profesionales compro­metidos en la lucha contra el franquismo (abogados, periodistas, ur­banistas, sociólogos...).

En las principales ciudades de Cataluña se van creando también asociaciones semejantes, que a su vez se coordinan para temas espe­cíficos como puede ser la Coordinadora de Vivienda Pública, es­pecialmente en los polígonos construidos por la Obra Sindical del Hogar.

Es el enfrentamiento al modelo de ciudad lo que facilitará la identificación entre lucha reivindicativa y lucha política, la exigencia de mejoras en las condiciones de vida en los barrios con la exigencia de libertades y ayuntamientos democráticos, a la vez que definirá el modelo asociativo de las asociaciones de vecinos como «escuela de de­mocracia».

En 1974 las asociaciones de vecinos de barrio se integran en la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona. Pronto las aso­ciaciones de barrio tomaron la iniciativa y las asociaciones de calle quedaron relegadas a un segundo plano.

Las asociaciones de vecinos se convierten en nuevos espacios de sociabilidad, ya que en sus locales se realizarán también actividades cívicas y culturales, y precisamente esto ocurría con mayor intensidad en los barrios periféricos, en los barrios donde no existía ninguna tra­dición asociativa. A través de sus vocalías y grupos de trabajo se in­corporaron a la dinámica asociativa diferentes núcleos de ciudadanos, especialmente mujeres, motivados por temas específicos, que poste­riormente adquirirán entidad propia.

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Con las elecciones de 1977 se inicia el proceso constitucional, que precederá a las primeras elecciones municipales de la democra­cia (1979). Este período de tiempo va a ser fundamental para el desa­rrollo del movimiento ciudadano en los barrios, pueblos y ciudades, al producirse un verdadero «vacío de poder» en los Ayuntamientos, lo cual contribuyó a reforzar el protagonismo del movimiento ciudada­no frente a los Ayuntamientos predemocráticos. En algunos Ayunta­mientos se constituyeron comisiones mixtas, que combinadas con la presión y movilización ciudadana consiguieron numerosas reivindica­ciones y que, a su vez, situaron en primer plano la urgencia de elec­ciones municipales democráticas y la articulación de los mecanismos y procesos de participación ciudadana y de descentralización admi­nistrativa.

Lo decisivo del movimiento ciudadano en estos años fue la in­corporación de las reivindicaciones democráticas. El asociacionis- mo creció y se implicó con el movimiento democrático y desde él se elaboraron las principales plataformas alternativas a los Ayunta­mientos franquistas. En estas condiciones era lógico que con las elecciones municipales de 1979 muchos líderes asociativos del mo­vimiento ciudadano se convirtieran en cargos electos de los Ayun­tamientos.

APROXIMACION AL MOVIMIENTO ASOCIATIVO ACTUAL EN CATALUÑA

El reconocimiento de las libertades y las garantías del proceso de­mocrático estimularon las necesidades e inquietudes individuales de los ciudadanos. Es por esto que nacen otros tipos de movimientos so­ciales y organizaciones específicas, unas auspiciadas por las propias asociaciones de vecinos y otras como fruto de la misma vitalidad de la sociedad: culturales, recreativas, deportivas, socioeconómicas, juveni­les, de mujeres, de consumidores, de la tercera edad, infantiles, de co­merciantes, ecologistas, pacifistas, de voluntariado, organizaciones no gubernamentales de ayuda al Tercer Mundo...

Por otro lado, al incorporarse como propuestas de actuación mu­nicipal buena parte de las reivindicaciones vecinales, las asociaciones

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de vecinos entran en un momento de desorientación en el que es ne­cesario redefinir su papel social.

Así pues, son dos los elementos que configuran la realidad asocia­tiva del período democrático: el crecimiento numérico de entidades y asociaciones y la desorientación del movimiento vecinal.

Los datos de 1990 (8) nos muestran un incremento considerable de las asociaciones de vecinos durante los últimos diez años, ya que éstas pasaron de 612 a 1779, es decir, prácticamente se triplicaron. Este incremento deben haberlo experimentado el resto de entidades hasta las 28.356 contabilizadas en 1990 (9).

Esta pluralidad asociativa es altamente enriquecedora, al eviden­ciar que la existencia de asociaciones responde a la necesidad que tie­nen los ciudadanos de expresar, de manera colectiva, sus aficiones, sus inquietudes y sus aspiraciones.

(8) Pep M artínez i BarcelO: «Els reptes de rassociacionisme», Debuts de rAula Provenga, Barcelona, 1991. Los cuadros mencionados (ver Anexos 1 y 2) fueron elabora­dos por el Centro de Estudios de Nou Barris.

(9) Es importante recordar que existe también un asociacionismo que no solicita ser inscrito. La clasificación siguiente está realizada siguiendo los Registros de la Generalitat de Catalunya:

Tipo de asociaciónNúm. de asociaciones

registradas

A tenc ión a la persona .................. 2.243 (*)C ultu ra les ..................................... ..... 6.121 (**)Enseñanza ..................................... ..... 3.561 (-*)A sistencia social ........................ ..... 1.037S a lu d ...................................................... 249E co lo g ía/ v iv ien d a .............................. 1.282Profesionales ........................................ 823D ep o rtiv a s ..................................... ........ 6.582Fundaciones p r iv a d a s .............. ..... 445C o o p era tiv as ...................................... 6.013

T o t a l ........................ ..... 28.356

(*) Se incluyen las 1.779 asociaciones de vecinos.(**) Se incluyen las de cultura tradicional catalana y las casas regionales, entre otras.

(***) Se incluyen las APAS.Estas fuentes deben analizarse con ciertas reservas, ya que sólo explican las asociaciones

registradas pero no su situación actual y cuántas de ellas han desaparecido. Se precisan es­tudios de campo para tener datos más fiables.

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Pero al mismo tiempo nos sugiere que es necesario señalar la dife­rencia que existe entre las asociaciones en general y aquéllas que ad­quieren connotaciones de movimiento social. Por un lado, de una manera muy esquemática, existen las organizaciones que intentan re­presentar a los ciudadanos en su conjunto, actuando como portavo­ces e interlocutores de problemas y situaciones concretas frente a la administración. Por otro lado existen asociaciones que, o bien se plantean ofrecer un determinado servicio, o bien desarrollar activida­des culturales o de ocio, sin plantearse el cambio de determinadas si­tuaciones ni la elaboración de alternativas.

Se podría decir por tanto que podemos distinguir globalmente dos tipos de asociaciones: las que tienen un componente reivindicati- vo y quieren cambiar determinadas realidades o estructuras sociales, y las que tienen finalidades específicas que empiezan y acaban en su propio marco asociativo.

El crecimiento y la diversidad de las asociaciones desarrolladas durante el período democrático ha generado una creciente sectoriali- zación de las dinámicas asociativas que ha incidido en la pérdida de la visión global de la realidad social.

A MODO DE REFLEXION FINAL

Como hemos podido ver, a lo largo de la historia han ido creán­dose asociaciones para lograr objetivos cada vez más diversos: econó­micos, sociales, políticos, culturales, religiosos, de ayuda mutua... Todo ello ha generado una experiencia colectiva sobre la que se han apoyado las nuevas formas asociativas, transcendiendo, reformando o sustituyendo a las anteriores.

Empieza a ser abundante la literatura sobre los nuevos movi­mientos sociales y se tiene la impresión de que no se inventa nada nuevo, pero sí de que cada persona y cada asociación coge al vuelo, en cada época, principios y valores ya existentes desde una perspec­tiva distinta.

No se puede hablar de asociacionismo como un conjunto ho­mogéneo que agrupa a entidades de signo parecido. Es la orienta-

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don política, ideológica, personal, ética..., de las personas que for­man la asociación, la que da carácter y particularidad a cada hecho asociativo.

Es en la evolución de los diferentes tipos de asociaciones, con sus diferentes singularidades, donde se expresan formas diversas de un mismo fenómeno en momentos históricos distintos que ha ido for­mando la tradición asociativa.

Como conclusión podemos decir que la tradición asociativa ca­talana es tan considerable que la dialéctica entre esta tradición y las perspectivas futuras de la sociedad, puede permitir trasladar algunos elementos tan importantes como los valores sociales de fraternidad, solidaridad y convivencia a los movimientos sociales actuales para que continúen siendo ejes trascendentes en la sociedad presente y futura.

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A nexo 1

EVOLUCIO ASSOCIACIONS DE VEINS DES DE 1980 A 1990'O

Total Ass. Ass. NombrePoblado Entit. Veins Veins Munic.

Comarca Comarca Com. 1979 1989 Comarca

AltCamp ....................... 37.757Alt Empordá.................... 88.544AltPenedés...................... 65.641AltUrgell......................... 18.694Alta Ribargor^a................. 3.626Anoia.... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78.013Bages.... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 150.287BaisCamp..... . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123.324BaixEbre........................ 67.847Baix Empordá................. 82.470Baix Llobregat. .. . . . . . . . . . . . . . . . . 519.262Baix Penedés.................... 32.547Barcelonés................................. 2.435.764 9.602 199Bergueda.... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40.646 261 4Cerdanya.... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12.239 98 0Conca de Barberá.............. 18.279Garraf............................ 73.016Garrigues........................ 20.144Garrotxa......................... 45.162Girones.......................... 121.391Maresme......................... 269.241Montsia... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50.513

Cap. de Comarca

23444538314625

482907682344479

2.139286

98157409179239630

1.267279

3829

5 0

2464542852

17227

43415109

30 2

39 77 8910

23 68 25 19 3

3435 27 1436 27 127

301621

824 21 27 30 11

Valls.......................Figueres.... . . . . . . . . . . . . . . .Vilafranca del P..........Seu d’Urgell, La.........Pont de Suert, El........Igualada.... . . . . . . . . . . . . . . .Mantesa.... . . . . . . . . . . . . . . .Reus.......................Tortosa ...................Bisbal d’Empurdá, La.... Sant Felíu de Llobregat .Vendrell, El. .. . . . . . . . . . . . .Barcelona................Berga.....................Puigcerdá................Montblanc..............Vilanova i la Geltrú....Borges Blanques, Les...Olot.......................Girona...................Mataró....................Amposta.... . . . . . . . . . . . . . .

Poblado Cap. Com.

A A .W .1989

Cap. Com.

%0A A .W .

Pobl.Cap. Com.

%0Ent.

Pobl. Com,

DensitatPoblado

Com.

19.677 4 0,4 6,1 68,031.942 13 1,2 5,0 65,026.443 3 1,1 5,8 127,410.101 2 0,5 7,8 13,02.441 0 0,0 6,8 8,5

29.175 4 0,8 6,1 87,365.274 21 1,0 6,0 116,081.145 40 0,7 5,5 182,928.819 16 1,0 5,0 65,5

7.626 2 , 6,8 5,8 117,737.396 8 4,6 4,1 1.095,013.448 9 2,0 8,7 123,2

1.701.812 322 0,3 3,9 15.662,013.766 4 1,1 6,2 34,46.016 4 1,7 8,0 22,45.643 3 1,6 8,5 28,6

45.039 14 0,7 5,3 279,25.209 0 0,4 8,8 25,2

25.350 21 1,5 5,2 61,566.102 41 1,2 5,1 0,9

100.019 18 0,9 4,7 678,015.306 2 0,7 5,5 76,5

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Total Ass. Ass. Nombre AA.W .%0

AA.W . %0 DensitatPoblació Entit. Veins Veins Munic. Població 1989 Pobl. Ent. Població

Comarca Comarca Com. 1979 1989 Comarca Cap. de Comarca Cap. Com. Cap. Com. Cap. Com. Pobl. Com. Com.

N o g u e r a , L a .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .... 39.661 297 0 10 32 B a l a g u e r . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... 13.097 1 0,8 7,4 22,5O s o n a .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ...... 111.755 667 11 34 47 V i c . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... 28.399 10 1,2 5,9 93,8P a l l a r s j u s s a .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .... 13.811 82 0 3 14 T r e m p . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5.727 1 0,5 5,9 10,7P a lla rs S o b i r a . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5.464 73 0 6 15 S o r t . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.543 4 3,9 13,3 4,0P ía d e L’E s t a n y .. . . . . . . . . . . . . . .... 20,204 82 0 0 11 B a n y o l e s . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... 12.854 0 0,0 4,0 76,9P l a d ’U rg e i l . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ...... 28.675 185 0 0 16 M o l le r u s s a . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8.462 0 0,0 6,4 94,1P r i o r a t . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10.161 128 0 8 24 F alset.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2.584 1 3,1 12,5 19,6Ribera d’Ebre . . . . . . . . . . . . .... 23.638 151 0 3 14 Mora d’E b re . . . . . . . . . . . . . . . . . 4.253 1 0,7 6,3 28,6Ripollés . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .... 32.086 206 0 18 24 R ip o il. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... 11.670 10 1,5 6,4 31,1Segarra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .... 17.085 98 0 4 21 Cervera. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6.545 1 0,6 5,7 23,7Segria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .... 154.902 953 15 60 35 L le id a ......................... ... 107.749 57 0,6 6,1 113,0S e lv a ....................... .... 89.780 472 10 40 26 Sta. Coloma de P arnés..... 7.581 . 1 5,3 5,2 90,1Sobones................... 10.661 92 1 10 14 Sobona ....................... 6.477 7 1,5 8,6 11,0Tarragonés................ .... 149.516 921 14 56 22 Tarragona.................... ... 106.495 30 0,5 6,1 433,4Terra Alta ................. .... 13,443 100 0 0 12 Gandesa .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2.731 0 0,0 7,4 18,1Urgell.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .... 30.092 216 2 5 21 T árrega. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... 11.105 3 0,5 7,1 50,3Valí d’Aran ............... 6.034 59 0 0 9 Vielha......................... 2.968 0 0,0 9,7 9,7Vallés O ccidental........ .... 626.253 2.792 71 210 23 Sabadell. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... 186.115 37 1,1 4,4 1012,3Vallés O rien ta l........... .... 224,750 1.109 25 96 42 G ranollers.................... ... 47.967 15 2,0 4,9 276,1

Total *** ............ .... 5.962.378 28.356 612 1779 940 ... 2.912.071 730

Centre d’Estudis Nou Barris, Barcelona, 1991.

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Anexo 2ENTITATS CATALUNYA 1990

Int. Eco. Eco.

I5

Alt Camp.............. . Valls................... 19.677 23 3 1 0 0 37.757 10 43 30 1 0 26 4 51 2 67 234 6,1Alt Empordá......... Figueres............... 31.942 68 3 1 0 0 88.544 41 113 49 9 1 28 22 122 5 55 445 3,0Alt Penedés........... Vilafrana del P.... . . . 26.443 25 15 1 0 0 65.641 37 94 42 10 0 22 7 92 6 73 383 5,8Alt Urgell............. . Seu d’Urgell, L a ..... . 10.101 19 2 1 0 0 18.694 5 49 12 6 1 7 2 33 1 30 146 7,8Alta Ribargor^...... . Pont de Suert, E l.... 2.441 3 1 0 0 0 3.626 0 12 3 0 0 0 1 9 0 0 25 6,8Anoia....... . . . . . . . . . . . Igualada............... 29.175 34 11 1 0 0 78.013 25 lio 63 11 0 56 7 118 7 85 482 6,1Bages.... . . . . . . . . . . . . . . Mantesa.. . . . . . . . . . . . . . 65.274 35 18 0 1 0 150.287 69 200 114 24 3 48 14 248 17 170 907 6,0Baix Camp........... Reus................... 81.145 27 7 1 1 0 123.324 62 148 74 9 4 55 16 160 2 152 682 5,5Baix Ebre............. . Tortosa................ 28.819 14 9 2 0 0 67.847 35 64 40 6 1 20 11 85 2 80 344 5,0Baix Empordá....... Bisbal... . . . . . . . . . . . . . . .

D’Empurdá, La......7.626 36 12 3 0 0 82.470 49 108 56 11 1 38 32 123 7 54 479 5,8

Baix Llobregat........ . Sant Felíu de L1....... 37.396 27 11 11 3 0 519.262 192 '455 278 67 5 107 30 548 6 451 2.139 4,1Baix Penedés.......... . VendrelU l.. . . . . . . . . . 13.448 12 8 1 0 0 32.547 25 64 26 7 1 55 7 58 1 42 286 8,7Barcelonés............ Barcelona............. 1.701.812 7 0 3 0 4 2.435.764 733 2.203 1.287 444 198 137 413 1.881 259 2.047 9.602 3.9Bergueda..... . . . . . . . . . Berga.. . . . . . . . . . . . . . . . . . 13.766 30 9 1 0 0 40.646 16 58 30 4 2 21 5 82 5 38 261 6,2Cerdanya............. Puigcerdá..... . . . . . . . . . 6.016 16 2 0 0 0 12.239 11 14 14 3 0 9 4 24 0 19 98 8,0Conca de Barberá .... Montblanc........... 5.643 21 5 0 0 0 18.279 8 28 13 3 0 18 4 36 0 47 157 8,5Garraf................ Villan. i la Geltrú... 45.039 8 2 3 0 0 73.016 35 86 44 11 0 35 10 85 6 97 409 5,3Garrigues............. Borges.................

Blanques, Les.........5.209 24 4 0 0 0 20.144 2 34 25 8 0 4 0 32 1 73 179 8,8

Garrotxa....... . . . . . . . . O lot................... 25.350 21 9 1 0 0 45.162 25 58 27 6 0 21 8 66 1 27 239 5,2Gorones.. . . . . . . . . . . . . . Girona................. 66.102 27 7 1 1 0 121.391 81 141 77 34 10 28 29 137 9 84 630 5,1Maresme..... . . . . . . . . . M ataré................ 100.019 30 16 7 0 1 269.241 91 262 155 47 1 73 19 377 21 221 1.267 4,7

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Cap, de C om arca N om . d ’H . M un. > M il > 10 M > 50M > 10 0 M Pobl. cEco.

Salut Hab.

Int.Eco.Pro

Fun. C oo. Sport P rl Per Total %o

Montsia...................... Amposta ..

Noguera..................... Balaguer...

Osona........................ V ic ..........

Pallarsjussa............... Tremp ....

Pallars Sobira............ Sort............

Pía de FEstany.......... Banyoles....

Pía d’Urgell............... Mollerussa

Priorat....................... Falset..........

Ribera d’Ebre............ Mora d’Ebre

Ripollés .

Segarra...

Segria

Ripoll ....

Cervera

Lleida ....

Selva.......................... Sta. Coloma de Far..

Solsones..................... Solsona....................

Tarragonés................. Tarragona...............

Terra Alta................... Gandesa..................

Urgell ........................ Tárrega....................

Valí d’Arán................ Vielha......................

Vallés Occidental...... Sabadell...................

Vallés Oriental........... Granollers...............

15.306 11

13.097 32

28.399 47

5.727 14

I. 543 1512.854 11

8.462 16

2,584 24

4.253 14

II. 670 24

6.545 21

107.749 357.581 26

6.477 14

106.495 22

2.731 12

11.105 21

2.968 9

186.115 23

47.967 42

18

3 1 2

1017

54

17

16

16 65 2

0 00 oo oo oo oo oo oo oo oo oo oo 1o oo oo 1o oo o0 o1 2o o

50.513 39.661

111.755 13.811

5.464

20.204

28.675 10.161

23.638

32.086

17.085 154.902

89.780 47

10.661 10

149.516 83

13.443 1

30.092 5

6.034 1

626.253 244

224.750 114

131236

4

7

7

3

62

18

9

69

5156

1172016

1243

2530

41

24

18310121

2221960

14

504

218

28

36

82

7

51026

1019

2714

120551098

13

29

7

373

133

2160

127

5

51113

32

09

38644

002000oo01 o 2 00 5 0 0 0

101

15

5

40 15

0 08 19 12 2

14 1

6 112 810 228 33

62 9

8 3

69 23

105 34

67 19

84

46

20916

23

27 60

25

51 50

28

196

143

23

217224511

623

316

279 5,5

297 7,4

667 5,9

82 5,9

73 13,3 82 4,0

185 6,4

128 12,5

151 6,3 206 6,4

98 5,7

953 6,1

472 5,2

92 8,6

921 6,1

100 7,4

216 7,1

59 9,7 784 2.792 4,4

184 1.109 4,9

7112212928

121241

44

40

38

5

26540

13166

36

56

15

Total**"....................................................... 2.912.071 940 298 65 9 5.962.378 2.243 6.121 3.561 1,037 249 1.282 823 6.582 445 6.013 28.356

Centre d’Estudis Nou Barris, Barcelona, 1991.

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940 MUNICIPIS

561 inferiores a 1.000 habitantes. 209 entre 1.000 i 10 .000 hab.

65 superiors a 10.000 hab.9 superiors a 100.000 hab.

ASSOCIACIONS/ENTITATS

2.243 persones (1.779 AA.VY.) 6 .121 culturáis 3.561 ensenyament

249 salut1.282 ecologia/habitatge

823 professionals 6.582 esportives

445 fundacions privades 6 .013 cooperatives

28.356 Total

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La G alicia desconocida de las asociaciones

Xan Bouzada FernándezDepartamento de Sociología

de la Universidad de Vigo

Quizá pueda en algunos aspectos resultar hoy excesivamente sim­plista aquella tesis que defendía la existencia de una Galicia dual, rota por una insalvable dicotomía entre tradición y modernidad, separando al mundo rural del urbano o a la Galicia interior de la costera. Es posi­ble que este tipo de lectura esquemática de carácter típico-ideal no sea más que una de esas propuestas que al centrar su atención en el árbol de los tipos puros nos impiden comprender el bosque de los mestiza­jes (1). Es muy probable que lo que hoy sí prevalezca en la situación social gallega sea un conjunto de peculiares encuentros y desencuentros entre ambos modelos y contextos. Mestizajes que van desde la irrup­ción y superposición de los valores urbanos y modernos sobre los rural- tradicionales, tanto como en su contrario, la habitual presencia de va­lores rurales y tradicionales discernibles tanto en los modos latentes como en los expresos en los que se proyecta la organización social ur­bana. En todo caso, y respecto de las hipotéticas dicotomías y tipolo­gías expuestas más arriba, quédenos dicho aquí que cuando acudamos a ellas lo haremos más con la intención de mejorar nuestra orientación en esta peculiar fraga nuestra que con el deseo de fomentar taxonomías empobrecedoras y reductoras de la complejidad de lo real.

Con la voluntad de iniciar esta aproximación a la, desde luego, poco conocida Galicia de las asociaciones, consideramos útil el apor­tar aquí algunos datos de carácter general relativos al país sobre el cual centramos nuestra reflexión.

En Galicia existen actualmente trescientos trece ayuntamientos, de los cuales doscientos cincuenta y cinco poseen una población infe-

(1) Se q u e ir o S, J. L. (1993): O muro fendido, Vigo, Xerais.

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rior a los diez mil habitantes y, de entre ellos, ciento setenta y cuatro no alcanzan los cinco mil habitantes. Junto con este dato habría que añadir que el número de entidades de población alcanza en esta Co­munidad Autónoma de 2.700.000 habitantes la cifra de 32.000, de las cuales la práctica totalidad son aldeas o pequeños núcleos rurales. Así mismo en Galicia resalta el hecho de que un tercio de su pobla­ción activa permanece ocupada en el sector primario, mientras que en el conjunto del Estado este sector no sirve de ocupación a más de un sexto del total. Frente a estos datos la Galicia de las ciudades acoge aproximadamente a la mitad del total de su población, y en éstas po­demos ver hoy cómo crece el porcentaje de aquéllos que han nacido y se desarrollan en un medio urbano. Si bien resulta cierto que hoy la Galicia de las ciudades muestra una mayor pujanza que la de las al­deas, lo cierto es que la Galicia citadina y sus residentes viven inmer­sos en una cultura que remite constantemente y de un modo u otro al referente rural. La aldea late como un peculiar trasgo entre el ce­mento de las barriadas periféricas o en el de los nuevos ensanches a modo de un halo de ruralidad que vemos renovarse cíclicamente merced al rito fin semanal de la visita a la vieja aldea que nutre cuer­po y espíritu. Estos factores y todo lo que de ellos deriva a nivel so­ciológico, es lo que en nuestra opinión resulta susceptible de ser resu­mido en todo un denso, complejo, y no exento de ambivalencias, «síndrome de arcaísmo» (2). Este síndrome resulta clave en la historia reciente de Galicia y ayuda a entender al lado de fenómenos tales como los ciclos de las luchas obreras, otros hechos tan peculiares y tiznados de tradicionalidad como puedan serlo la problematizada re­adaptación del «ethos» depredador marinero en la forma del contra­bando y aún del narcotráfico, o incluso en el otro extremo proyectos de la relevancia del legado cooperativo-patriarcal de Eulogio GOMEZ F r a n q u e ir a concretado en la empresa «Coren», de Ourense.

Esta peculiar ubicación espacio-temporal del gallego nos hace evocar el estereotipo que caricaturiza su indefinición paradigmática al situarlo indeciso en el rellano de la escalera de la historia moderna. Esta proclividad a aferrarse a la neutralidad incruenta de las fronteras

(2) Sobre este concepto y en su relación con los hábitos y prácticas culturales existe más información en el trabajo As necesidades no desenvolvimento social de Galicia, que es­cribimos con lago Santos Castroviejo, y que pronto verá la luz publicada por Unipro Edi­torial.

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no se trataría de ninguna predisposición derivada de su idiosincrasia, sino que sobre todo emanaría de rasgos más concretos como la perife- ricidad y la tardanza respecto de su entorno en la experimentación del proceso modernizador.

El país gallego se ha distinguido por conjugar con un cierto des­tiempo, y por tanto en circunstancias bastante genuinas, la razón que guió el diálogo entre aquellos dos tipos sociales que la sociología na­ciente denominó como etapas y/o modelos comunitarios frente a los societarios. En este sentido un país como el gallego en el cual se ha mantenido con peso considerable la vieja estructura configurada por una atomizada diversidad de microcomunidades no va a mostrar un excesivo celo para apuntarse a los procesos de innovación asociacio- nal. Las heterogeneidades asociativas van a ir emergiendo de un modo gradual y selectivo tanto a nivel territorial como histórico. No obstante hay que decir que a pesar de que las asociaciones tienden a mostrar una vocación urbana y moderna esto no significa que las co­munidades tradicionales carezcan totalmente de este tipo de institu­ciones, aunque sí en ellas éstas presenten unas características específi­cas, tal como veremos sucede en el caso de las denominadas «Xuntas de montes en man común».

A grandes rasgos podemos decir que en los contextos comunita­rios de tipo tradicional la especificidad sociológica de este modelo hace que las formas de prestigio y autoridad aparezcan poco diversi­ficadas y que las funciones del liderazgo local tiendan a reflejarse en fórmulas de mediación de tipo caciquil que responden a una lógica maximizadora que busca concentrar en uno o en pocos agentes el poder siempre escaso que es susceptible de ser movilizado desde la comunidad local tradicional. En este sentido el poder de tipo caci­quil, y con independencia de la mayor o menor bonhomía del sujeto que lo desempeñe, surge como una estructura de representación na­tural para las sociedades de tipo tradicional. Sin duda y en ese con­texto el cacique-mediador puede optar por ejercer con rigor y fideli­dad a sus representados o bien puede preferir darles la espalda arre­batado por el oropel y el poder de aquéllos con los que habría de enfrentarse a medir sus fuerzas. La sociedad tradicional comunitaria y un asociacionismo rico y diversificado tenderán a evidenciársenos por lo tanto como dos hechos distantes y en cierto modo incompa­tibles.

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Tras estas consideraciones iniciales llamadas a orientar y a contex- tualizar una reflexión acerca del asociacionismo en un país como Ga­licia, hemos necesariamente de hacer hincapié en el desconocimiento existente hoy entre nosotros, como en el conjunto del Estado, del he­cho asociativo. La conclusión de Rafael PRIETO La c a c i en un trabajo publicado hace ya algunos años (3) de que el estudio de la participa­ción asociativa de jóvenes y adultos era algo que estaba aún por hacer, sigue siendo todavía hoy una apreciación cierta. Si en el caso español las tasas y los indicadores relativos a la vida asociativa no resultan ex­cesivamente fiables, en ámbitos como el francés en el que existe una mayor contrastación de los datos se ha constatado que anualmente se llegan a crear en torno a cuarenta mil asociaciones nuevas (4), que existen alrededor de medio millón de este tipo de entidades, además del hecho de que una persona de cada tres suele ser miembro adhe- rente de alguna de ellas. Todos estos datos, ciertamente difíciles de extrapolar a España, resultan sin duda impensables en un contexto de ciudadanía tan concreto como el gallego. Muy lejos se halla la socie­dad gallega de disponer de las aproximadas veintiséis mil asociaciones que le corresponderían de aplicar una proporcionalidad semejante a la francesa, así como de una tasa de nacimiento anual que alcanzase las dos mil asociaciones nuevas cada año. De la misma manera lejos nos hallamos también de la posibilidad de que uno de cada tres de nuestros ciudadanos se adhiera formalmente a una asociación.

NIVEL DE ACTIVIDAD ASOCIATIVA

ASOCIACIONES Nunca Algunas veces Con frecuencia

Deportivas/recreativas ........... ... 87,4 11,60 1,0Políticas/sindicales.................. ... 95,88 3,78 0,5Religioso/beneficas ................. ... 95,7 3,9 0,4Culturales................................. ... 90,3 5,3 4,4Vecinales .................................. ... 89,7 7,5 2,8

(3) Prieto La c a c i, R. (1985): La participación social y política de los jóvenes, Madrid, Ministerio de Cultura, pág. 76.

(4) POUJOL, G. (1983): «La dynamique sociale des associations», Cahiers de Vanima- tion, 39, París; (1989): Profession: animateur, Toulouse, Privat; Passaris, S., y Raffi, G. (1984): Les associations, París, La Decouverte; SUE, R. (1987): «Pour que Tavenir leur don- ne raison», Cahiers de Vanimation, 61-61, París (307-312).

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De acuerdo con una reciente encuesta realizada en el marco del Mapa Cultural de Galicia (5), el porcentaje de población adulta galle­ga que dice atender a prácticas asociativas de algún tipo no resulta ex­cesivamente relevante. Por la contra, resulta altísimo el porcentaje de personas que dicen no haber participado nunca en una actividad de tipo asociativo de ningún género.

Sin detenernos a establecer valoraciones acerca de las asociacio­nes de tipo político y sindical, de los numerosos clubes y entidades deportivas, así como sobre los grupos de carácter religioso a causa de su especificidad y complejidad, podemos considerar que los agrupa- mientos asociativos de mayor calado actualmente existentes en el país son, y por este orden, las Xuntas de Montes, habitualmente pa­rroquiales, las asociaciones de vecinos, las entidades culturales y socioculturales y, finalmente, los grupos y colectivos ecologistas. Di­fícil, sino imposible, resulta aportar datos fiables acerca del volumen preciso de los colectivos de este tipo que disfrutan de un funcio­namiento regular. La relativa diversidad de situaciones concretas a las que se enfrentan las Xuntas de Montes hace que, hallándose reconocidas como comunidades vecinales locales propietarias de montes, un número superior a las dos mil quinientas resulte bastan­te inferior la cifra efectiva de aquéllas que mantienen un ritmo esta­ble de actividad. De entre las comunidades de montes vecinales existentes, un 52 por ciento de éstas son gestionadas directamente por ellas mismas, siéndolo las restantes desde la Administración Fo­restal Autonómica. Asimismo, y de acuerdo con datos difundidos por la Asociación Forestal de Galicia, se estima que el número de personas que son actualmente miembros de una comunidad de montes vecinales en mano común se sitúa en torno a las doscientas setenta mil.

(5) Las referencias al Mapa Cultural que hacemos en este artículo remiten a la par­te III de éste, obra de PINTOS, J. L., y otros, así como a la parte II elaborada por R e q u e ­JO, A., y otros.; ambos trabajos han sido promovidos por la Dirección Xeral de Cultura de la Xunta de Galicia y realizados en 1990.

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ESTIMACION DEL NUMERO DE MIEMBROS DE COMUNIDADES DE MONTES VECINALES

EN MANO COMUN

NúmeroPROVINCIAS de comuneros

Coruña ........................ 25.970Lugo ............................. 58.830Ourense ....................... 80.826Pontevedra ................... 99.641

T o t a l G a l ic ia .... 265.267Fuente: AF de Galicia.

%

9,822,230,437,6

100

Estas entidades han surgido para dar soporte jurídico al hecho de que la propiedad vecinal representa en Galicia al 22 por ciento de las tierras productivas, y más concretamente el hecho de que de 1.879.892 ha. de monte existentes en Galicia el 32,9 por ciento sea de propiedad vecinal. Convendría también consignar que entre las comunidades de montes, aquéllas situadas en la proximidad de nú­cleos de población con economía diversificada y con un cierto nivel de rentas, están empezando a cuidarlos y a aprovecharlos debidamen­te, mientras que aquéllas sitas en áreas rurales y con población enveje­cida mantienen habitualmente sus montes en situación de abandono. La Galicia tradicional de los montes en mano común semejaría un ejemplo de aquellos modelos inerciales de cooperación mecánicos que resultan refractarios a las virtualidades potenciadoras de los flujos organizativos y racionalizadores.

Las asociaciones vecinales tienen en Galicia una vocación marca­damente urbana y suelen emerger en las periferias barriales y parro­quiales de las ciudades de mayor tamaño. Este tipo de entidades pue­den alcanzar en Galicia una cifra próxima a las doscientas. El conoci­miento que actualmente poseemos de las asociaciones vecinales es parcial y limitado. En el caso concreto de la ciudad de Vigo, se halla en fase de redacción un estudio acerca de la situación y perspectivas del movimiento asociativo vecinal, en el cual se apuntan entre otros algunos de los rasgos definidores de su imagen entre la población en general. En ese estudio, y ante la pregunta formulada de en qué casos y para qué asuntos recurriría al amparo de la asociación vecinal de su

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zona, el 51 por ciento contestó que lo haría para reivindicar la crea­ción de nuevos servicios y equipamientos. Un 54 por ciento para conseguir que se promoviesen actividades festivas y lúdicas, un 23 por ciento en demanda de actividades formativas y culturales, mien­tras que un 18 por ciento declaraba que lo haría para canalizar a tra­vés de ella la resolución de asuntos administrativos con el municipio.

El número de asociaciones de tipo cultural y sociocultural razo­nablemente activas puede superar ligeramente hoy en Galicia la cifra de mil entidades. Estas agrupaciones han sido las únicas que han sido estudiadas con un cierto detenimiento, al haber contado con un apar­tado específico de los tres en que quedó dividido el Mapa Cultural de Galicia realizado durante los años 1989-1990.

La segunda fase del citado Mapa Cultural, tras estimar la existen­cia en Galicia de 1.088 asociaciones de tipo cultural, recabó datos de 258 de ellas a través de una encuesta en virtud de la cual se pusieron en evidencia diversos aspectos relativos a su tipología y problemática. En ese censo base de asociaciones y entidades, en gran parte sociocul- turales, se comprobó la existencia simultánea de asociaciones, socie­dades, círculos, agrupaciones, clubs, centros, teleclubs, vocalías de cultura de otras entidades mayores, patronatos, fundaciones, ateneos, orfeones, liceos, casinos o sociedades filarmónicas. Entre aquéllas que contestaron a la encuesta prevalecían las de ámbito municipal (38 por ciento) o parroquial (27 por ciento), y de ellas el 69 por ciento dispo­nían de un local de uso propio. La mayoría contaba con una cifra de socios oscilante entre las cien y las quinientas personas. Las activida­des más frecuentes resultaron ser las culturales (38 por ciento), las re­creativas (24 por ciento) y las de tipo deportivo (19 por ciento). Casi la mitad de estas entidades contaban con presupuestos anuales supe­riores a las quinientas mil pesetas, además de disponer un 77 por ciento de ellas de una contabilidad reglada. Asimismo habría que in­dicar que en torno al 76 por ciento declaraba no pertenecer a ningu­na red asociativa, así como que en la mayoría de ellas era un grupo reducido y activo el encargado de dinamizarlas, al lado de una mayo­ría de asociados cuyo nivel de participación resultaba ser habitual­mente medio o bajo. En relación con los problemas y limitaciones a las que se ven sometidas habría que añadir que en la mitad de los ca­sos estas entidades poseían locales con tamaño inferior a los cien me­tros cuadrados o que el 44 por ciento de ellas no poseía recursos de

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apoyo para la realización de sus actividades. Al preguntarles cuáles eran sus problemas fundamentales, éstas señalaron la falta de recursos económicos (44 por ciento), la carencia de recursos materiales y per­sonales (28 por ciento) y el reducido apoyo institucional del que dis­frutan (13,8 por ciento). Resulta asimismo significativo el hecho de que la práctica totalidad de las asociaciones considerase conveniente contar con el apoyo de profesionales para el mejor desarrollo de sus actividades.

Las más recientes y jóvenes de estas agrupaciones son sin duda las de tipo ecologista, que podrían alcanzar entre nosotros una cifra cer­cana a las ciento cincuenta y que contarían con un núcleo aproxima­do de cincuenta de ellas particularmente activas. Estas entidades lle­gan a cristalizar fórmulas asociativas diferenciadas que pueden ir des­de las agrupaciones con una clara vocación activista en defensa del medio ecológico (Luita verde, Adega, etc.) hasta aquéllas que como la Sociedade Galega de Historia Natural optan por hacer compatible ese objetivo con un decantado interés científico por ampliar el conoci­miento del medio. Los grupos ecologistas, al igual que las restantes asociaciones, resultan bastante irregulares en cuanto a su número de miembros, prevaleciendo entre ellos aquéllos que sitúan entre los cin­cuenta y los cien su cifra de adherentes. En relación con su asociado tipo éste suele ser mayoritariamente joven, con nivel cultural medio- alto y con una procedencia de clase media.

Las tipologías dicotómicas que distinguen entre comunidad y so­ciedad o entre sociedades de solidaridad mecánica frente a aquéllas de solidaridad orgánica (6), resultan en principio útiles para reflexionar teóricamente acerca del hecho asociativo como fenómeno sociológico en la sociedad gallega actual. Su utilidad se evidencia no sólo en la aproximación al fenómeno desde una perspectiva macrosociológica, sino también cuando nos detenemos a observar las específicas diná­micas grupales y las decisiones actoriales desde las cuales los procesos asociacionales se van configurando. El ámbito asociacional resulta una atalaya privilegiada, a través del análisis de sus conflictividades y problemáticas, para la observación de las posibles tensiones, transicio­nes y mestizajes susceptibles de establecerse entre ambos modelos en

(6) T onnies, F. (1979): Comunidad y asociación, Barcelona, Península; DURK- HEIM, E. (1982): De la división del trabajo social, Madrid, Akal.

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un país como el nuestro en el cual el peso cultural del imaginario tra­dicional asume con frecuencia tintes de condición antropológica. Desde esta perspectiva pueden ser leídas muchas de las tensiones y ac­titudes de algunos líderes sociales sobre todo en contextos de la peri­feria rural de nuestras ciudades, o fenómenos de tipo asociativo como el ya citado modelo COREN fundamentado en un peculiar compro­miso entre tradición y modernidad o incluso la compleja elucidación de sustrato cultural e innovación mercantil que aflora en un fenóme­no asociativo-económico de vocación promotora internacional como la Semana Verde de Silleda. Este tipo de experiencias de transición que comentamos y que podrían ser considerablemente multiplicadas, han echado sus raíces en un modelo tradicional de tipo Gemeinschaft solidario mecánico en el cual las asociaciones, sustituidas por la asam­blea espontánea en el cruce de los caminos y/o por la decisión neopa- triarcal del cacique mediador, eran tendencialmente evitadas por re­sultar estructuras percibidas como redundantes en ámbitos de fuerte homogeneidad social. Por derivación de este modelo y en contextos evolucionados territorial y socialmente han surgido tipos comunita­rios de necesidad como los detectados por la sociología urbana de los años cincuenta y sesenta en los suburbios de inmigración obrera (7). En el nuevo territorio de la urbe de la eclosión industrial surgieron asociaciones de fuerte contenido reivindicativo enfocadas hacia la re­solución pragmática de las que se percibían como necesidades sociales prioritarias, y a menudo amparadas por un halo simbólico y grupal con ecos en la milenaria y compleja comunidad perdida.

A lo largo del proceso de modernización, al cual remite el posible tránsito entre comunidad y sociedad, el movimiento asociativo juega un papel fundamental simultáneamente como proyección y como promotor del tránsito. El poder fundante de las asociaciones como mecanismos de vertebración de la sociedad naciente fue anunciado tanto por DURKHEIM, quien reclamó la atención debida para unas «instituciones intermedias» que estarían llamadas a poner en contacto al individuo con el estado, como por Max W e b e r , quien desde una percepción del concepto de asociación de largo alcance la percibió

(7) En este sentido la sociología inglesa resulta paradigmática y como paradigma de este tipo de trabajos puede citarse el de YOUNG, M., y WlLLMOTT, R (1957): Family and Kinship in East London, Eondres, Penguin Books. Asimismo, y respecto del caso español mas tardío, v. RODRIGUEZ ViLLASANTE, T. (1984): Comunidades locales, Madrid, lEAL.

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como entidad genuina amparadora del modelo de racionalidad dirigi­da a la obtención de fines determinados.

Por su parte, Robert M a c Iv e r , el autor que con su clásico Coni' munity abrió camino a la sociología de la comunidad, propone que entendamos a las asociaciones como un recurso organizador y verte- brador de la comunidad al mismo tiempo que como un órgano vivo de ésta. Esta doble perspectiva sintética coincide en gran medida con la de los dos autores clásicos por excelencia. La lectura del hecho aso­ciativo como un recurso social integrador va a mantener un razonable nivel de vigencia entre los cultivadores de la sociología de la comuni­dad. En ese sentido las asociaciones podrían servir simultáneamente para organizar e incluso para resolver los antagonismos propios de un colectivo comunitario. En propuestas teóricas posteriores de mayor aliento crítico y que pueden ir desde Wright MlLLS hasta más recien­temente Alain T o u r a in e se ha tendido a considerar a las asociaciones como entidades posibilitadoras de la expresión de grupos relegados, e incluso en opinión del maestro francés éstas podrían actuar incluso a modo de peculiares «vectores de innovación». Considera TOURAINE que el movimiento social al nacer «por contraste» emerge como una fuerza alternativa que cobra su pleno sentido cuando logra hacer ne­gociables sus nuevas propuestas (8). En torno a los límites de la capa­cidad de innovación y cambio propia a ios movimientos asociativos ha venido debatiendo a lo largo de los últimos años la sociología cul­tural francesa apuntando con ello algunos riesgos inherentes a una percepción unilateralmente benéfica de su incidencia social. Se ha lla­mado la atención sobre el hecho que de entre sus efectos se halle más bien el logro de maquillajes intrascendentes que la consecución de cambios efectivos en el sistema. Para algunos éstas no harían sino ac­tuar como estructuras pioneras preparando y allanando el camino, como orientadoras del sistema mismo (9). Actuando por un lado como vectores de innovación como proponen A g u l h o n o T o u r a i -

(8) T ourain e , A. (1993): «Découvrir les mouvements sociaux», en C hazel, F. (Dr.) Action collective et mouvements sociaux, págs. 17-36, París, PUF.

(9) A g u lh o n , M., y Bod iquel , M. (1981): Les associations au village, Le Paradou, Hubert Nyssen; RiOUX, J. P (1984): «Structures de sociabilité et pouvoir», Cahiers de Fanimation, 46, París, 3-11; POUJOL, G. (1983): «La dynamique sociale des associations», Cahiers de Fanimation, 39, París; B runeau , Ch. (1986): «Associations et pouvoir public», Cahiers de Fanimation, 55, París, 5-19.

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NE, pero también como reconoce Pa ssa r is éstas al ejercer como enti­dades que informan al poder se verían compelidas a la ambigüedad. Tal como afirma RiOUX: las asociaciones se oponen y participan, prestan servicios y defienden ideales, relevan a un sector público de­clinante e introducen contrapoderes enarbolando su ideal de libertad civil y de emancipación, al fin, la ambivalencia. Para Geneviéve Pou- JOL, remedando el diagnóstico que hacía BOURDIEU de la fotografía como «arte medio», se trataría más bien de unas estructuras de «poder medio», más que de otra cosa. Unas entidades en todo caso constitui­das de un poder que Pa ssa r is sintetizó en tres ejes: poder de convo­cación, poder de influencia y poder, en fin, de innovación y experi­mentación sociales. Y acaso más próximas, como reconocía reciente­mente T o u r a in e , de la presión institucional que del movimiento social (10).

La condición ambivalente de las asociaciones determina todas sus relaciones sociales que son en una gran medida relaciones de poder y con el poder. El juicio optimista de TOCQUEVILLE que las consideraba como escuelas de democracia, se ha visto redimensionado, ya que no sólo de democracia han resultado ser escuela, sino también y mucho, de poder, tal como convincente nos proponía G. POUJOL en un artí­culo ya citado. De acuerdo con los sociólogos de Toulouse, Ba g e s , N evers y B e n n ayo u , éstas se evidenciarían como encrucijadas cardi­nales no sólo ni fundamentalmente contra el poder, sino por el poder, al menos local. Y si MOULINIER confirma el constante allegamiento de las asociaciones hacia el poder, en particular el municipal, Solange Pa ss a r is , confirma cómo también el poder mismo suele ir hacia ellas. El poder político en sus diversas formas tiende a ir a su encuentro a pesar de que éste nunca logra superar de manera definitiva sus temo­res, eludir suspicacias ni disolver esa peculiar gasa tejida de mutuas fobias que frecuentemente separa a los unos de los otros. Hay no obs­tante que decir llegados a este punto que M . BOZON en un relativa­mente reciente estudio sobre la comunidad francesa de «Villefranche» mantenía una propuesta de análisis diferente que puede evidenciar si no cambios de tendencia, sí por lo menos posibilidades alternativas diferentes, al defender que las lógicas que guían al poder y las lógicas que sirven de soporte al mundo asociativo resultarían ser en su opi-

(10) T o u r a in e , A. (1993): pág. 33.

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nión cualitativamente distintas, esto, al menos, sucedería así en una democracia con el nivel de desarrollo de la francesa (11). Quizá este replanteamiento diferenciador pueda favorecer hoy flujos que re­comiendan, incluso entre nosotros, la devolución a la ciudadanía de algunos servicios en su momento forzadamente institucionaliza­dos (12).

Otro de los aspectos sociológicos que más interesaron en el análi­sis de las asociaciones ha sido el de la relación entre asociacionismo y clase social. Ya en autores clásicos de la sociología de la comunidad como W il l ia m s , W il l m o t t o W a r n e r ( 1 3 ) se hacía hincapié en la relativa distancia que las clases populares establecían respecto de las estructuras asociativas, cómo éstas conectaban sobre todo con las cla­ses medias y de qué manera éstas solían actuar como eficaces filtros sociales reproductores y amparadores de las jerarquías existentes. Dentro de la cultura sociológica francófona vemos como Albert M e ist e r o , más recientemente, el Profesor suizo Paul B e a u d han confirmado también la constatación anglosajona. En opinión de R. Pa h l la explicación de esta diferente sensibilidad asociativa se ha­llaría en el hecho de que la relación cultural y simbólica con el tiem­po de uno y otro grupo social no siempre es la misma. Unos, al en­tender el futuro como un producto susceptible de preverse y antici­parse, son capaces de elaborar una estrategia que lo moldee, las otras al creer más en la suerte y en el azar tienden a rechazar el manejo de estrategias como algo artificioso. Para unos grupos su universo social gira en torno a la familia y a las instituciones primarias, a las redes lo-

(11) M oulinier, P. (1987): «Les pages blanches de la recherche sur les associa- tions», Cahiers de ranimation, 61-62, París, 107-116; Bag e s, R., Benayoun , C., y Ne- vers, J. Y. (1980): «Dispositifs associatifs et hegémonie lócale». Archives de l ’OCS, vol. Ill, París, CNRS, 71-79; Bo z o n , M . (1984): Vie quotidienne et rapports sociaux dans unepeti- te ville deprovince, Lyon, Presses Universitaires de Lyon, v. en particular pág. 217.

(12) En esta línea PuiG, T. (1988): Animación sociocultural, cultura y territorio, Ma­drid, Popular.

(13) W illiams, W M . (1956): The sociology ofan English Village, Londres, Routled- ge and Kegan Paul; WARNER, W . Ll. (1963): Yankee City, Yale, Yale University Press; W illmott, P. (1963): The Evolution o fa Community, A study o f Dagenham after forty ye- ars, Londres, Routledge and Kegan Paul. Obras citadas a continuación son las de M eis- TER, A. (1974): La participation dans les associations, París, Editions Ouvriéres; Beaud , P. (1984): La société de la connivence. Medias, médiations et classes sociales, París, Aubier Mon­taigne; Pah l , R. (1970): Patterns ofurban Ufe, Londres, Longmans; K eller, S. (1975): El vecindario urbano, Madrid, Siglo XXI; V erret, M . (1988): La culture ouvriere, Saint-Se- bastien, ACL.

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cales, para los otros las asociaciones apoyan despliegues relaciónales y de imagen más ambiciosos al servicio de su proyección social o profe­sional. Como reconoce K e lle r , las clases medias tienden a asociarse formalmente, mientras las populares suelen hacerlo de una manera más informal. Para el maestro francés y gran conocedor de la cultura obrera, Michel V er re t , los obreros y las clases populares cuando se insertan en el universo asociativo lo harían más bien para verse con sus iguales que con el afán de hacerse ver. Por su parte, y en referencia a un estudio realizado en el contexto del Estado español, Víctor U r r u t ia (14) nos ha mostrado cómo dentro del movimiento asocia­tivo vecinal de Bilbao los líderes del movimiento tendían a poseer unos niveles superiores en educación e ingresos y a pertenecer a clases sociales más elevadas que las de las bases, así como el hecho de que en las asociaciones solían prevalecer los estratos medios. En este aspecto permítasenos establecer aquí con una breve cala la constatación de que en un país como el gallego, que se distingue por el frágil desarro­llo de las culturas urbanas de clase media, la desventaja estructural respecto de las potencialidades asociativas no necesita acentuarse con el recuerdo de otra desventaja histórica como lo ha sido, y práctica­mente desde la Ley Moyano hasta los últimos años ochenta, la del re­traso comparativo de su proceso escolarizador respecto al de otras áreas del Estado.

Entre las claves que guían el funcionamiento de los procesos aso­ciativos podemos comprobar cómo se entrecruzan lógicas que remi­ten tanto a imaginarios valorativos propios de la comunidad mítica y mecánica, a la comunidad de necesidad, a agrupaciones establecidas sobre vínculos basados en decisiones de libertad o a aspectos en los que ambas se vinculan y entrecruzan, así como incluso a conductas concretas que resultan explicables tanto desde un individualismo uti­litarista como desde un individualismo de carácter expresivo (15). Acaso en una gran medida a causa de esto las asociaciones van a evidenciarse como encrucijadas de cambio en las cuales emergen y se manifiestan tanto escisiones y tensiones tipológicas de carácter social, como diferentes modos de encuentro entre lo comunitario y lo aso-

(14) U rrutia, V. (1985): El movimiento vecinal en el área metropolitana de Bilbao, Oñati, IVOP, págs. 215-248.

(15) Bellah, R. N., y otros (1989): Hábitos del corazón, Madrid, Alianza, págs. 189 y ss.

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ciativo o entre lo instrumental y lo expresivo. Si como hemos visto la agrupación asociativa desempeña entre las clases populares funciones expresivas, de socialidad y relaciónales, en ocasiones también en estos mismos medios el grupo organizado emerge con vocación finalista e instrumental o reivindicativa guiado por un afán de resolución de exigencias de necesidad colectivamente percibidas. Pero no sólo es esto cierto en ambientes y agrupaciones de carácter popular, también, y tal vez sobre todo, lo es para muchas entidades asociativas propias de los segmentos sociales más altos como pueda serlo el caso paradig­mático y algo opaco de los clubs rotarlos o el de los más modestos y transparentes clubs de leones para los cuales la entidad es susceptible de poder servir, bajo la apariencia de la iniciativa filantrópica y bené­fica, para tejer una sutil malla posibilitadora de delicadas estrategias individuales dirigidas a promover y a potenciar los activos de capital social de sus miembros.

De todo ello deriva la constatada densidad y complejidad del he­cho asociativo. Inexorable resulta una lectura que, más allá de las ci­fras que habitualmente nos aportan los estudios cuantitativos, nos permita una percepción compleja y en una gran medida paradójica de un fenómeno como éste, que tras la aparente objetividad del dato de las tasas de asociacionismo oculta el hecho frecuente de que indi­viduos de procedencias heterogéneas se les adhieran por motivos dife­rentes cuando no netamente divergentes. A partir del hecho induda­ble de la compleja articulación existente en el mundo asociativo tanto a nivel de los modelos de referencia agrupacional y comunitaria como de las motivaciones expresivas e instrumentales o, por utilizar un len­guaje más reciente, materialistas o postmaterialistas (16) y a modo de conclusión de esta aproximación a la Galicia desconocida de las aso­ciaciones ensayaremos un avance de tipologías asociativas que de al­guna manera permitan estrechar nuestro allegamiento a la realidad asociativa gallega desde el doble marco teórico que hemos venido es­tableciendo en nuestro análisis precedente.

(16) Inglehart, R. ( 1 9 9 1 ) : E l cam bio cu ltu ra l en las sociedades industriales avan za­das, Madrid, CIS.

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RASGOS DEFINIDORES DE LAS ENTIDADES ASOCIATIVAS GALLEGAS

TIPO

Entidadescomunitariastradicionales

Entidadescomunitario-

asociativas

Entidadesasociativas

intermedias

Entidadesasociativas

postmaterialistas

D e n o m in a c ió n . C o m u n id a d e s d e m o n te s .

A s o c ia c io n e sv e c in a le s .

A s o c . c u ltu ra le s y S -C * .

A s o c ia c io n e se c o lo g is ta s .

A m b ito d e u b ic a c ió n p re fe re n te .

R u ra l. P e rife ria su rb a n a s .

C iu d a d e s y p u e b lo s .

C iu d a d e s , p u e b lo s y c o m a rc a s .

O b je t i v oa s o c ia c io n a l.

G e s t ió nP a t r im o n ioC o m u n ita r io .

R e iv in d ic . so c ia le s y S -C * .

C u ltu r a y S -C * .

D e fe n s ae c o ló g ic a .

C la s e d e a d h e re n te .

L a b ra d o r y c lases p o p u la re s .

C la s e s p o p u la re s y m e d ia s .

C la s e s m e d ia s y p o p u la re s .

C la s e sm e d ia s .

N iv e l d e o rg a n iz a c ió n .

E n g e n e ra l b a jo .

M e d io . M e d io - a lto . A l to .

C i f r a d ea so c ia c io n e se x is te n te s .

2 . 6 0 0 2 0 0 1 . 0 0 0 1 5 0

* S -C : S o c io -c u ltu ra .

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Madrid: ¿U na utopía asociativa?Ana María Postigo González

Oskar de Santos Tapia Alberto Arnaldo García Carrillo

Cristina Lopategui González Victoria de la Plaza Ciudad Real

Luis Uribe Beyer Isabel Vázquez Toro

1. INTRODUCCION

Al realizar el presente artículo hemos recurrido al enfoque cua­litativo con el fin de analizar el estado del asociacionismo en Ma­drid. Con el propósito de encontrar discursos diferentes y polariza­dos, realizamos entrevistas abiertas o semidirectivas, tanto indivi­duales como grupales, a sectores de población sin relación alguna asociativa, a individuos pertenecientes a distintos tipos de asocia­ción y a concejales de distrito encargados de la participación ciuda­dana.

Por otra parte, como contraste, mediante cinco grupos de discu­sión obtuvimos el discurso consensuado de las categorías considera­das más importantes: jóvenes asociados (JA), adultos asociados (AA), jóvenes no asociados (JNA), mujeres no asociadas (MNA) y varones no asociados (VNA).

Por último, especificar que para realizar el presente artículo, he­mos planteado una serie de temas a las bases sociales, a los grupos animadores y a los representantes de la imagen del poder, con el fin de percibir su realidad social. Estos temas han sido: historia del distri­to o barrio, delimitación de áreas sociales, problemática actual de la zona, redes asociativas y, por último, visión general del Plan General de Urbanismo de Madrid.

La investigación se ha realizado en los 21 distritos de Madrid y en los municipios metropolitanos de Pozuelo de Alarcón, Móstoles, Al- corcón y Leganés.

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2. HISTORIA DE UN CRECIMIENTO(Historia y áreas sociales)

La historia de cada barrio es un tema que pocos de sus habitantes conocen, en general suelen referirse a la evolución urbanística del mismo y, en algunos casos, se hace mención del movimiento asociati­vo como impulsor de la construcción de mejores viviendas.

«...es un distrito artificial porque se creó por una constructora que hizo las viviendas, empezó en e l 58 ó 56 a construir casas de tres pisos para dedicarlos a fam ilias que normalmente venían de las provincias li­mítrofes de Madrid, ahora es un distrito prácticam ente hecho a n ivel de construcción, hay pocos espacios libres. Horcajo sí y un poco p or Vicdlva- ro...», apunta un vecino de Moratalaz.

«...¿quéprecisaba hace doce, trece, catorce años e l barrio^, vivienda era lo que precisaba y e l barrio ahí se unió y muy bien llevado por la aso­ciación de vecinos y estuvo unido hasta que tuvo la vivienda...», afirman unos jóvenes de lisera.

En general, los barrios obreros han sido remodelados debido a que muchas de las viviendas estaban en malas condiciones y, en mu­chos casos, se trataba de núcleos chabolistas formados por la emigra­ción campo-ciudad de los años cincuenta.

A la hora de estudiar las áreas sociales se han planteado las hipó­tesis siguientes: las áreas sociales y administrativas no se corresponden con las áreas sociales reales; las delimitaciones van a variar dependien­do del tipo de asociaciones, así las asociaciones de vecinos tenderán a establecer una delimitación que se corresponde con la administrativa, sin embargo, las asociaciones juveniles y de tercera edad se circunscri­birán a las zonas más cercanas al local de la asociación; la delimita­ción de los representantes de la imagen del poder se corresponderá con la distribución administrativa.

Contrastando nuestras hipótesis con la realidad en las entrevistas, vemos que los límites sociales no se corresponden con la delimitación administrativa, existiendo en algunos distritos unidades superiores al barrio e inferiores al distrito. En Chamartín una de las personas en­trevistadas dice: «...yo creo que desde Plaza de Castilla hasta María de Molina p or la Castellana, luego por Príncipe de Vergara y p o r e l otro lado la M-30...», así queda fuera el barrio de Castilla.

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En los distritos situados fuera de la M-30 se aprecia la tendencia a situar los límites en las grandes vías de acceso a la ciudad y en las vías de circunvalación.

Para los residentes en los municipios de la corona metropolitana los límites son los otros municipios colindantes, separando los barrios en función de la época de construcción y de sus características físicas.

Por ejemplo, en Alcorcón se señalan los barrios siguientes: «...el centro, que es la parte más antigua, barrios más periféricos como e l Par­que Lisboa, Parque Ondarreta, Parque Grande (...), San José de Valde- ras, zona de los Castillos y Santo Domingo, que es lo más cercano a Mós- toles...» Estos barrios se diferencian entre sí por la época de construc­ción y por su aspecto físico.

Por otra parte, en algunos distritos la delimitación administrativa y social coinciden, como en Villaverde, Moratalaz y, en menor medi­da, Vicálvaro. Los ejes centrales generalmente coinciden con zonas comerciales, tales como Vaguada, Avenida de la Albufera, Bravo Mo­rillo, Marcelo Usera, Parque Sur, Gran Vía de Hortaleza, etc.

Por último, señalar que no hemos diferenciado áreas sociales por edad y sexo, a causa de que los datos obtenidos no eran lo suficiente­mente representativos.

3. EL MADRID DE CADA DIA (Problemática actual)

Nos encontramos con problemas comunes en todos los distritos y municipios metropolitanos: carestía de la vivienda, escasez de infraes­tructuras —incluyendo transporte— y equipamientos públicos, dro­ga, paro, marginación y delincuencia.

El problema que más destaca es la droga, generalmente asociada a la marginación y a la inseguridad ciudadana. Así, encontramos ejem­plos de ello en la mayor parte de las entrevistas realizadas: «...la droga, la delincuencia y que te roban. Que sales a la compra y que p o r menos de nada te dan el tirón, te quitan el monedero...», en palabras de una mu­jer del distrito de Arganzuela.

Desde una asociación juvenil del distrito Centro se afirma: «...la droga aquí sí..., personas que están enganchadas y luego los camellos y eso, están por todos lados, los ladrones están siempre...»

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También se hace referencia a las consecuencias de la drogadicción Y se intenta dar soluciones al problema: «...yOy p o r ejemploy en e l tema del harrioy que se pusiera más vigilanciay que se terminara con elproble^ ma de la droga.., y que se hicierauy p o r ejemplo y unos centros cultura­les... »y propuso una mujer de Villaverde; desde una asociación juvenil se aporta otra solución: «...elp rim er objetivo que se marca es medidas socialesy no policiales...» Este último comentario parece mostrar un co­nocimiento más profundo de dicha problemática y de las consecuen­cias para los consumidores de droga.

Se han dado movimientos vecinales en algunos barrios para in­tentar erradicar el problema en las zonas donde es más grave, impul­sados por algunas asociaciones, pero el resultado no ha sido, a prioriy el que se esperaba: «...los vecinos hacen alguna manifestación que otrUy pero el Ayuntamiento no les hace mucho caso y eso creo que no sólo ocurre aquíy sino también en otros sitios de Madrid...»y esta frase pertenece a un grupo de jóvenes de Carabanchel.

La droga, en sí, es un problema grave, pero cuando se relaciona con la marginación se hace aún mucho más dura, yendo unida en al­gunas ocasiones a la prostitución.

Refiriéndonos ahora al tema de la marginación en el distrito de Usera, un grupo de amas de casa dice: «...hay mucha gentey p o r ejem - ploy que nos han traído d el Pozo d el Tío Raimundo y gen te de p o r ahíy que mismamente los asistentes dicen que a gen te asíy marginaduy tienen que traerla a vivir con gen te más civilizada para que se integren en la so­ciedad... y pienso que desde que nos han metido gen te asíy esto funciona muy maly muchopeory más drogUy más delincuenciay más de todo...» Me­diante esta frase se observa con claridad la existencia de la sociedad de los dos tercios, donde los antiguos pobres nada quieren saber de su anterior situación, la cual fue muy parecida a la de los vecinos del Pozo del Tío Raimundo.

Otro de los problemas que se citan a lo largo de las entrevistas es el paro, en todas ellas se alude a que es un problema de alcance global.

El problema de la vivienda se desglosa en distintos aspectos, es de­cir, en unos casos se vincula a la infravivienda (núcleos marginales en proceso de realojo), mal estado de viviendas antiguas en distritos tales como el de Tetuán; por lo que se refiere a la carestía de la vivienda se aportan frases como: «...hay una gran especulacióny los pisos valen 22y

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30 millones y éste es e l problema más agudo que yo veOy hay ju ven tud que se tiene que ir a 70 k ilóm etro s ...comenta un varón adulto de Tetuán.

Respecto al tema del equipamiento se observan grandes carencias. El transporte público generalmente es deficitario, dada la escasa fre­cuencia de los autobuses y la lejanía de las estaciones de metro. Al mismo tiempo, también se hacen notar deficiencias en equipamien­tos sanitarios, masificación y alejamiento de los hospitales, así pues, en Alcorcón una frase reivindicativa respecto de la necesidad de un hospital es la de un varón adulto: «...el día que lo hagan, ¡vamos!, yo abro una botella de champán»; en Puente de Vallecas un varón adulto afirma: «Un hospital de esos buenos, de decir, ya no tengo que ir a l Gre­gorio Marañón.»

Por otra parte, el problema de los aparcamientos se centra en dis­tritos como Chamartín y Hortaleza, donde son abundantes frases ta­les como.* «...lo más importante es que hicieran aparcamientos, porque una plaza de garaje cuesta un dineral...», afirma un ama de casa de Chamartín.

Respecto a los equipamientos deportivos, éstos no se reclaman con demasiada insistencia. En lo que se refiere a la escasez de plazas escolares, la reivindicación más representativa procede de un grupo de amas de casa de Puente de Vallecas: «...las guarderías, que fueran más baratas, y mira, colegios, que tendría que haber bastantes.»

La suciedad en las calles se trata de algo que afecta a todo el con­junto estudiado; en Arganzuela, desde una asociación de tercera edad, se dice: «...lo más importante es e l abandono que tienen todos los ba­rrios...»; en Chamartín mencionan los varones adultos: «...uno de los más graves es lo de las ratas...»

El racismo, en términos generales, provoca posiciones contra­puestas; el lugar donde se hicieron menciones más representativas fue en Pozuelo.

4. PERCEPCION DEL PLAN GENERAL DE ORDENACION URBANA

En este momento nos encontrábamos en la etapa del Avance del Plan General de Ordenación Urbana de Madrid, por lo que preten­

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díamos conocer la actuación del Ayuntamiento en su proyecto de participación de los ciudadanos en la elaboración del Plan.

Nos hemos encontrado con un total desconocimiento del Plan General de Ordenación Urbana Municipal por parte de las bases so­ciales, aunque algunos lo asocian a la rehabilitación y construcción de viviendas. No conocen las vías de participación.

En las asociaciones de vecinos hemos detectado una mayor infor­mación sobre el Plan, ya que algunas de ellas participan en los Conse­jos Municipales de Urbanismo.

Desde la administración hay una falta de interés por el tema, ya que muchos de los entrevistados en las Juntas Municipales dicen des­conocer el Plan y en algunos casos nos remitieron a los servicios téc­nicos. Algunos responsables del área de participación ciudadana no quisieron opinar sobre el Plan, ya que decían que no era de su com­petencia.

«,..sU yo lo he oído y me imagino que será para hacer nuevos pisos, ca­rreteras y eso así...»y esto es el PGOU para los jóvenes de Usera.

Desde una asociación de vecinos se opina que no se les consulta: «...los barrios se están deteriorando de una manera bestial y no hacen nada para remediarlo, ni siquiera nos consultan a nosotros, las asociacio­nes, para tener una visión distinta del tema...»

Cuando preguntamos a un responsable municipal nos contestó: «...no me siento con elementos de juicio...»

Con el análisis de esta primera fase de la investigación, se ha ofre­cido una visión global común a todos los estratos de la sociedad ma­drileña, lo cual nos obliga, de ahora en adelante, a matizar una dife­renciación entre lo que puede considerarse el movimiento asociativo y la postura colectiva no asociada.

Podemos afirmar que parecen existir pocos problemas capaces de provocar la asociación, ya sea vecinal o de otro tipo. Sólo impulsan esa actuación la respuesta a necesidades concretas (vivienda) o el lle­nar un vacío (clubes de la tercera edad).

En el análisis expuesto a continuación se pretenden obtener los motivos de este desinterés, ya que los problemas siguen existiendo, aunque los ciudadanos los ven más distantes.

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5. SITUACION DEL MOVIMIENTO ASOCIATIVO

«...antes, la participación ciudadana no se hacía p o r causas concre­tas. Se luchaba p o r la democracia.» AA.

«...antes había más asociaciones y con más participación, pero ha sido una fu en te que se ha ido secando hasta llegar a como estamos aho­ra. » JA.

Estas manifestaciones referidas al pasado confirman la existencia de una participación activa por parte de los ciudadanos centrada en dos perspectivas:

Política: Se trataba de una participación por la democracia.

Social: Se demandaba por vía pacífica un incremento de infraes­tructuras y equipamientos.

Ambos intereses condicionaron históricamente la fusión de la ideología política al movimiento vecinal, de modo que ambas partes obtenían un beneficio real, unos, un lugar de expresión de su ideolo­gía fuera de la legalidad y, otros, un depósito en la política de los as­pectos reivindicativos.

Tal situación ha condicionado la visión negativa generalizada que de las asociaciones se tiene por la influencia de la política en ese te­jido.

Se observa además una idealización heredada por las generaciones posteriores a aquella situación, tal vez con tintes de heroicidad y com­promiso; idealización que se ve ratificada por el discurso que aprecia la existencia de una falta de tradición asociativa y participativa.

«...la sociedad tiene unas características que llevan a no asociarse..., ahora la sociedad tiene unos valores que no priman ni la cooperación, ni la solidaridad.» JA.

Ya en el momento actual se aprecia el reconocimiento de unas circunstancias sociales que no fomentan en absoluto la tendencia aso­ciativa y participativa, denotándose además la existencia de un tejido asociativo frágil.

Por tanto, en la actualidad se ha configurado un contexto social que condiciona la competitividad individual fuera de los vínculos de

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solidaridad que parecen ser núcleo de cualquier organización asocia­tiva.

A través de sus manifestaciones, el tejido social converge con lo expresado por el tejido asociativo, aunque su posicionamiento es más radical.

«...lo que frena mucho a la gen te de meterse en asociaciones es que normalmente no funcionan, o sea, no sirven para nada...»]\^K.

«... cada uno vive en su mundo y en su entorno y no participan en nada y se despreocupan de todo por completo.» MNA.

De un lado, el grupo de adultos, con un referente histórico dis­tinto al actual, y que no ha sido partícipe en épocas pasadas de las mejoras en la educación, del disfrute de las libertades democráticas, de la libertad informativa y, que en los tiempos actuales ha accedido a ello, mantiene una visión desencantada de las asociaciones y la parti­cipación, y una identificación con las tendencias individualistas ac­tuales.

En el colectivo de jóvenes, depositario inicialmente de todos esos aspectos que ha desarrollado el Estado Social, se aprecia notablemen­te un carácter aún más duro de la posición individualista centrada además en términos competitivos.

La sociedad desarrollada crea una diversidad de problemas que favorecen la aparición de asociaciones alternativas. Tal afirmación se refuerza por varios hechos significativos:

La visión actual de las asociaciones parte de un referente político que las ha condicionado en su actual estado. Este hecho, agravado por la crisis manifiesta de las ideologías, ha provocado un incremento de asociaciones atomizadas y desligadas totalmente de aspectos con connotaciones políticas.

La mejor preparación intelectual y cultural de las personas ha fa­vorecido la no delegación en órganos directivos de las demandas de solución a problemas específicos y puntuales.

El proceso de terciarización de Madrid ha propiciado el incre­mento de tiempo de ocio y una mayor valoración de los aspectos lú- dicos y festivos.

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La creación de asociaciones alternativas encuentra su núcleo de acción en problemas tales como la drogadicción, la inmigración, el racismo, etc.

«...hay gen te realmente comprometida... con inmigrantes, sida, drO' gadictos, objetores de conciencia, movimientos ecologistas, contra e l racis­mo. Ese tipo de asociaciones sí que parecen funcionar...» AA.

Desde la posición asociada se observa un incremento del número de asociaciones por la existencia de nuevos problemas, mientras que desde la posición no asociada se estima positiva y además activa la participación cuando surge alguna eventualidad que llame a la solida­ridad colectiva.

Sería necesario distinguir el sistema asambleario, que implicaría la participación de todos los miembros de la asociación y que les haría copartícipes de la decisión asumida, del sistema representativo de de­mocracia formal en el que se hace una dejación de la toma de decisio­nes en los dirigentes de las asociaciones. Este sistema representativo facilita el que para que una organización funcione ha de dotarse de un órgano central directivo que gestione la toma de decisiones.

El efecto de centralización del poder favorece la conocida «para­doja del gorrón», donde se da una no participación ciudadana de un lado por la comodidad personal y, de otro, por la economía de costes adicionales que les reporta unos beneficios gratuitos.

La fusión inicial entre movimientos vecinales e ideología política ha generado desconfianza tanto en los ciudadanos como en los miembros de las asociaciones por ver en sus cúpulas directivas a miembros activos de los partidos políticos.

«...ha habido un rechazo p o r parte de los vecinos, de decir: bueno, si son los partidos los que nos manejan...» VNA.

«...alprincipio hay mucho interés, pero a l cabo d el tiempo son dos o tres personas las que lo hacen todo... y e l resto lo que hace es aprovecharse y acudir cuando le interesa, acudir pero sin currárselo...» JNA.

«...las asociaciones que funcionan bien son las que tienen un gerente, un cuerpo directivo...» AA.

De manera efectiva la tendencia a asociarse se ve mermada por la desconfianza hacia las cúpulas directivas, sin embargo, existe un posi-

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cionamiento claro y generalizado en favor de la existencia de órganos, bien individuales, bien colectivos, dotados de una fuerte representati- vidad. Se demanda, en definitiva, la presencia de una élite directiva carismática.

Esta demanda de líderes en el momento actual encuentra un obs­táculo para su satisfacción en el no deseo de los jóvenes de llegar a asumir el liderazgo por la responsabilidad que el cargo lleva implícita. No obstante, los jóvenes no expresan su negación a la participación, sino más bien un retorno al tradicional modelo asambleario donde existiría un reparto más equitativo de las responsabilidades.

«...la base es la asamblea y lo que se pretende es que cada persona sea responsable de todo, cada uno a su n ivel de responsabilidad según sus ca­pacidades o según su experiencia o preparación. A nadie se le va a pisar, no va a haber jerarquías...» JA.

De la investigación realizada sobre la percepción que tienen los diferentes grupos, asociados y no asociados, de la participación y del movimiento asociativo en Madrid, podemos tipificar distintas con­ductas traducibles en distintas posiciones:

Existe una posición que en términos de Jesús Ib a ÑEZ definiría­mos como conversa, en la que situamos a los jóvenes no asociados y a las mujeres no asociadas. Esta posición se asienta en la afirmación del sistema instituido sin ningún cuestionamiento hacia él. Su conducta en cuanto a las variables de estudio queda condicionada por sus inte­reses personales e individuales que más que como contestatarios, los conforma como reproductores del sistema.

Siguiendo el mismo planteamiento situamos a los varones no aso­ciados dentro de la posición denominada perversa. Siendo su com­portamiento compulsivo con frases violentas hacia las organizaciones, reafirman el sistema tanto formal como institucional pero desde inte­reses ideológicos.

Desde la postura reversiva los adultos asociados formalmente afir­man el sistema con intereses pragmáticos con la finalidad de obtener beneficios, pero en la práctica la contestan. Se comportan de manera masoquista y esquizofrénica con reconocimiento implícito de sacrifi­cio y heroicidad, pues su dedicación no obtiene ni el reconocimiento ni la gratificación de los grupos de base. Otra característica de esta

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posición sería una fuerte idealización del pasado que es visto por ellos como un momento solidario de gran unidad y participación, viéndo­se ellos mismos como conquistadores de las libertades democráticas.

Por último tendríamos la conducta subversiva. Esta conducta se caracteriza por no aceptar el sistema, por la contestación al mismo y por hacer una fuerte crítica desde intereses ideológicos al liderazgo de cualquier tipo. Con una gran carga de idealismo del pasado los jóve­nes asociados se consideran a sí mismos redentores, lo cual conlleva en términos psicoanalíticos una postura narcisista y al mismo tiempo sádica por la fuerte carga crítica con la que ven a todos los elementos del sistema.

En tiempos pasados la participación fue siempre minoritaria, aun­que se dieron circunstancias que favorecieron su auge al existir una causa común: conseguir libertades y un enemigo personalizado, que facilitó la unidad de todos. Además, frente a los intereses ideológicos se dieron condiciones objetivas que permitieron una mayor participa­ción al luchar por la mejora de las condiciones de vida de miles de emigrantes que llegaron a Madrid. Esta participación, que fue menos mayoritaria de lo que por lo común se afirma, ha tenido tanta influen­cia que hoy es idealizada tanto por los adultos como por los jóvenes.

6. ¿A QUE RESPONDEN LAS ASOCIACIONES?

En el momento actual se está produciendo una crisis del movi­miento asociativo en Madrid. Las estructuras asociativas tradicionales reivindicaban la existencia de equipamientos e infraestructura en las zonas más desfavorecidas de la ciudad. La llegada de gobiernos pro­gresistas respondió a aquellas demandas aportando una inversión fuerte en aquellos núcleos tradicionalmente reivindicativos. El efecto de esta acción ha supuesto en la actualidad el debilitamiento de los contenidos reivindicativos.

Las asociaciones vecinales en la actualidad destinan sus demandas a problemas puntuales y específicos con un sentimiento más barrial que complemente las necesidades básicas ya obtenidas. Responden, en definitiva, a una búsqueda de una mayor y mejor calidad de ser­vicios.

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La fragmentación de las asociaciones vecinales, debido a los lími­tes físicos del barrio, ha condicionado también el debilitamiento de esos lazos de solidaridad, eje central del tejido asociativo.

Debido a la llegada al poder municipal de un gobierno conserva­dor que ha reducido tanto las posibilidades de participación como las partidas presupuestarias destinadas a la subvención de asociaciones, se ha reproducido la tendencia a la toma de las asociaciones por parte de ideologías políticas progresistas con la finalidad de incidir por doble vía en la oposición política, de un lado la formal desde la estructura del partido, y de otro lado la popular desde las demandas vecinales.

Esta situación configura a las asociaciones vecinales dentro de un conjunto de acción que denominamos técnico-gestionista. Técnico en tanto que adscriben a su estructura equipos profesionalizados diversos, capacitados para gestionar con el poder las demandas de la base. Si bien teóricamente se gestionan las demandas de la base, no puede afirmarse, sin embargo, que la densidad de relación con ella sea lo suficientemente fluida, y que por tanto se haga eco de sus demandas reales.

Con referencia a los centros de tercera edad analizados en este es­tudio, no se puede afirmar que éstos pertenezcan al concepto que ge­néricamente se entiende por asociación. Se conforman más como un equipamiento colectivo destinado a un grupo de edad concreto y cuya propia estructura de funcionamiento lo configura como un con­junto de acción populista.

Sus miembros pertenecen a un grupo homogéneo dotado de ca­racterísticas peculiares, como el disponer de mucho tiempo de ocio, y cuyas demandas quedan limitadas a la ocupación de ese tiempo. Si bien existe un grupo formal, éste se compone de personas de la pro­pia base social que se autogestiona, existiendo tan sólo en la sombra la figura administrativa del poder.

Otro tipo de asociaciones estudiadas han sido las juveniles que, si bien mantienen una diversidad en cuanto a funcionamiento, ostentan unas características homogéneas:

— La captación de bases infantiles y juveniles.— La actividad lúdica y de ocupación del tiempo libre.— Buscan en su ejercicio el complemento a la formación edu­

cativa.

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Su eje principal es, en definitiva, inculcar en los grupos de edad menores unos valores sociales.

No obstante, se diferencian dos tipologías de asociación juvenil que serían la laica y la mediatizada por la Iglesia, estando la primera abierta a la diversidad en la participación sin ser selectiva en sus bases, y configurándose como hermética la segunda, ya que efectúa un re­clutamiento selectivo, aislando de sus bases a los marginales.

Mientras que las asociaciones laicas establecen relación entre ellas indistintamente, las juveniles parroquiales sólo mantienen densidad de relación con agrupaciones pertenecientes a la Iglesia.

Se configuran ambos tipos como conjuntos de acción populistUy si bien las laicas son más receptivas ante la diversidad de problemas so­ciales que las parroquiales.

Por último están las asociaciones alternativas cuya primordial ca­racterística es la ruptura con el poder establecido conformándose to­das ellas como un conjunto de acción ciudadanista.

Son alternativas en el sentido de que no sólo existe un rechazo hacia el poder, sino también hacia los nuevos valores de la sociedad capitalista. Estas asociaciones rompen con el individualismo optando por un sistema comprometido en el cual las responsabilidades son compartidas según la capacitación personal. Prima, por tanto, un ré­gimen asambleario donde se dé un consenso en la toma de decisio­nes, carente de cualquier tipo de dirigismo o estructura jerárquica.

La desconfianza en el poder les sitúa en una postura idealista res­pecto a su campo de actuación que consiste generalmente en el inten­to de solución de los nuevos problemas sociales tales como el racis­mo, la prevención, la inmigración, estando más sensibilizados en cuanto a la realidad social.

CONCLUSIONES

Aunque existe una crisis del movimiento asociativo tradicional, se aprecia una revitalización del asociacionismo en tanto que la apari­ción de asociaciones alternativas que recogen la nueva problemática supone la posibilidad de nuevas vías de participación.

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Debería realizarse una reconstrucción en los conjuntos de acción de forma que el técnico-gestionista tienda al ciudadanista. Se han de recuperar unas bases que se niegan al dirigismo y pretenden unas ac­ciones más consensuadas. Así, el ejercicio primordial se habría de sus­tentar en la difusión de información de las asociaciones a la base so­cial, y en la mayor recepción de la problemática plural existente, con­solidando de esta forma una mayor fluidez de comunicación tanto ascendente como descendente. Se superaría de este modo el senti­miento de desconfianza hacia la imagen del liderazgo como instru­mento de realización personal para aquéllos que lo asumen.

A la vez, la imagen politizada que la base social tiene de los núcle­os directivos sirve de excusa para no participar, pues han aparecido asociaciones alternativas que sin estar mediatizadas políticamente no han sido capaces de atraer un núcleo importante de asociados, lo cual verifica esa justificación como una simple excusa.

Deberían modificarse, en definitiva, los comportamientos bidi- reccionales de dirigentes a bases y de bases a dirigentes adoptando posturas menos rígidas unas con respecto a otras.

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E l asociacionismo en el País Valenciano

Antonio Ariño VillarroyaUniversidad de Valencia

Desde hace algún tiempo las miradas se han vuelto hacia la socie­dad civil. A ella se apela para combatir la ineficiencia e impersonali­dad de los leviatanes burocráticos, para atemperar la crisis de fiscali- dad del Estado, para conjurar los defectos de los partidos políticos (corrupción y conversión en maquinarias de captación del voto). Son muchos, y bastante heterogéneos, los discursos que confluyen en esta apoteosis del asociacionismo y el voluntariado, fenómenos sociales ante los que algunos se inclinan con la fe del converso y que imagi­nan preñados de virtualidades mágicas.

Convendría recordar que la obra fundamental de Adam F e r g u - SON, Ensayo sobre la historia de la sociedad c iv il data de 1766 y que el derecho a la libertad de reunión y asociación tiene un carácter irre- nunciable en toda revolución burguesa. Como ha señalado W U T H - NOW (1991: 290), el sector voluntario no es un invento del siglo XX. Entre el florecimiento del asociacionismo y las estructuras de la mo­dernidad existe una relación intrínseca. Ahora bien, siendo cierto este vínculo, resulta difícil precisar su alcance y características. Para avan­zar en esa dirección es necesario, pero no suficiente, construir tipolo­gías e índices, pesar, medir y contar. Se requiere también un análisis de la naturaleza de dichas asociaciones así como de su relación con el mercado y el Estado. Más todavía, resulta imprescindible estudiar cómo se modula y transforma la relación entre el Estado, el mercado y la sociedad civil.

Ha sido W UTH N O W quien ha esbozado los planteamientos teóri­cos básicos a partir de los cuales podría tener lugar dicho análisis. Se­gún este autor, y de acuerdo con TOCQUEVILLE, las sociedades mo­dernas se constituyen mediante la articulación diferencial de tres

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complejos organizacionales, regidos cada uno de ellos por principios dominantes distintos. WuTHNOW sostiene que la sociedad puede ser analizada como si estuviera dividida en diversas zonas o regiones de actividad. El sector estatal abarcaría una serie de actividades organi­zadas Y legitimadas por poderes coercitivos formalizados y coordina­dos centralmente. El mercado sería el conjunto de actividades que implican el intercambio de bienes y servicios lucrativos, fundados en el mecanismo de los precios sobre la base de la oferta y la demanda. El tercer sector puede ser definido residualmente como aquellas actividades en que el principio dominante no es ni la coerción for­mal ni el intercambio lucrativo de bienes y servicios. Se basa en acti­vidades voluntarias en el doble sentido de estar libres de coerción y de los constreñimientos económicos de la ganancia (WUTHNOW, 1991, 5-7). En síntesis, junto a los complejos institucionales conoci­dos como el mercado y el Estado, podríamos hablar de un tercer complejo organizacional constituido por las asociaciones no lucra­tivas.

De acuerdo con esta concepción, las distintas sociedades difieren en función del tamaño de cada uno de estos sectores, de las relacio­nes que mantienen entre ellos y de su contribución al funcionamien­to de la sociedad global. En consecuencia, un planteamiento como el que acabamos de reseñar sólo puede conducir a resultados fructíferos si se aborda desde una perspectiva a un tiempo histórica y compara­tiva.

Por lo que se refiere al País Valenciano, y en gran medida gracias a las investigaciones, a la dirección o influencia de la Profesora Jo- sepa Cuco, se están colocando ya los cimientos que harán posible dar un salto hacia análisis comparativos en un período razonable de tiempo. Desde 1985 se ha avanzado en una triple dirección: en primer lugar, se ha sacado a la luz un fenómeno que se encontraba cubierto por el velo de tópicos muy arraigados (se había repetido hasta la saciedad que ésta era una sociedad invertebrada, sin que existiera siquiera una sola monografía local que pudiera corroborar tal aserto o desmentirlo). En segundo lugar, se ha estimulado la in­vestigación histórica para evitar el peligro de las radiografías intem­porales; en tercer lugar, se ha propiciado la realización de diversas monografías sobre tipos específicos de asociacionismo. Cuando con­cluyan las actuales investigaciones en curso (en varios casos se trata

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de tesis doctorales) nuestra visión del tema será radicalmente dife­rente.

1. EL ASOCIACIONISMO VALENCIANO EN PERSPECTIVA HISTORICA

El historiador Ulrich Im H o f ha dedicado alguna de sus más im­portantes obras (Das gesellige Jahrhundert. Gesellschaft und Gesells- chaften im Zeitalter der Aufklarungy Munich, 1982) al estudio del asociacionismo ilustrado. Como ha mostrado en otro estudio recien­te, en el siglo XVIII, tanto Europa como América, «se ven invadidas por una red cada vez más tupida de agrupaciones, cuya denomina­ción más acertada sería el término contemporáneo de “sociedad”» (1993: 92). Este movimiento societario cristalizó en distintos tipos de asociaciones. El más antiguo es la academia o sociedad científica, pero muy pronto se desarrollaron también salones, cafés literarios, tertulias, sociedades de lectura, sociedades económicas de utilidad pública y grupos de francmasones. Pertenecer a una o varias socieda­des era una forma de hallarse inserto en el movimiento de la Ilustra­ción.

A medida que se instaura la sociedad burguesa y capitalista, las problemáticas fundamentales también cambian de signo y, en conse­cuencia, florecen nuevas formas asociativas. Así, en la segunda mitad del siglo XIX, la lucha por la universalización del voto, la trascenden­cia de la cuestión social, la difusión del conocimiento y la transfor­mación de las pautas de recreo, generarán nuevas formas asociativas. Para el conocimiento de las mismas en el País Valenciano contamos con diversos estudios que abordan aspectos parciales además de algu­na monografía específica (por ejemplo, una historia de la Sociedad Económica de Amigos del País). J. Ll. y R. SiRERA (1988) han esbo­zado a grandes rasgos la imagen del asociacionismo cultural de la Va­lencia de mediados del XIX, evocando sus tertulias y academias; Am­paro A lv a r e z hace ya algunos años (1968) estudió el movimiento cooperativo, buscando sus raíces en los gremios y en las propues­tas del socialismo utópico y proporcionándonos una reseña exhausti­va de las cooperativas valencianas (entre 1849 y 1916 se contabilizan 102 de estas asociaciones).

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Ramiro R e i g, más recientemente (1982), ha reconstruido la tra­ma del asociacionismo obrero en el período del cambio de siglo a partir del estudio de las sociedades de resistencia al capital, mostran­do su elevada politización y las estrechas conexiones del movimiento obrero y el republicanismo en la ciudad de Valencia. En un estudio posterior (1986), y al analizar con la minuciosidad que le caracteriza la configuración del populismo blasquista y su antítesis, el partido ca­tólico, en la coyuntura de la quiebra de la Restauración, R eig nos ha trazado un retrato vivido no sólo del alcance de la red asociativa que estos grupos políticos tejieron, sino de la intensa vitalidad que carac­terizaba a los casinos y círculos.

Dentro de este marco de iluminación de aspectos parciales, debe inscribirse también nuestra aportación (1992) al estudio del asocia­cionismo festivo en la Valencia del XIX y principios del XX.

Sin embargo, con ser relevantes estas aportaciones, en ningún caso ha sido abordado el asociacionismo en su globalidad como un tema en sí. Desde hace un par de años la situación ha cambiado radi­calmente, pues Angel GARRIDO está investigando de forma intensiva el asociacionismo del período que media entre la aprobación de la primera Ley de Asociaciones (1877) y el inicio de la dictadura del General Franco (1939), que supondrá una represión sistemática de la libertad de asociación. Fruto de esta investigación en curso es ya una primera exploración general, presentada como Memoria de Investiga­ción en el programa de doctorado (1993), donde se da cuenta de los resultados obtenidos.

Según los datos que aporta A. GARRIDO, entre 1887 y 1939 se inscriben en el Registro de la provincia de Valencia un total de 10.116 sociedades. De éstas, 7.197 tenían su sede en los distintos pueblos de la provincia y 2.919 radicaban en la capital. Este dato dejaría entrever «una sociedad civil muy viva con tasas de asociativi- dad y niveles de afiliación más que considerables». A lo largo de todo el período, las asociaciones más numerosas fueron las de tipo laboral y empresarial, seguidas de cerca por las creadas para la defen­sa de intereses comunes y aquellas que podríamos agrupar como re­creativas y culturales. Vistos en conjunto, estos tres tipos «represen­tan cuatro de cada cinco de las asociaciones legalizadas entre 1887 y1939» (1993: 126).

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C uad ro 1

CENSO DE ASOCIACIONES DE LA CIUDAD DE VALENCIA (1887-1939)

Número de % respectoTIPO DE ASOCIACION asociaciones el total

Recreativo-culturales............................... 644 22D eportivas................................................ 180 6Testeras..................................................... 5 0,2Humanitarias........................................... 27 1Presión ..................................................... 160 5Intereses com unes................................... 741 25,5Empresariales-laborales .......................... 861 29Regionales ................................................ 14 0,5Religiosas.................................................. 86 3Otras ......................................................... 201 7

T o t a l .............................................. 2 .9 19 100

Fuente: Angel Garrido, 1993.

Las características que especifican el asociacionismo de este perío­do podrían sintetizarse en los rasgos siguientes: fundamentalmente masculino, aunque en algunas mutuas, sindicatos y sociedades recrea­tivas estuvieron representados ambos sexos y hacia finales del período comenzaron a aparecer asociaciones de mujeres; en la mayoría de los casos se trataba de asociaciones de larga duración y de afiliación fami­liar; presencia muy importante del asociacionismo obrero, determi­nado por tres grandes centros de influencia ideológica: el catolicismo, el anarquismo y el socialismo; elevado número de sociedades mutua- listas, que eran a un tiempo resultado de la pervivencia de una con­cepción gremial del oficio y de la fragmentación de las clases trabaja­doras; notable desarrollo del cooperativismo (de producción, de con­sumo, de crédito); politización del asociacionismo en general, espe­cialmente perceptible durante el período en que el blasquismo se convierte en la fuerza política dominante de la ciudad.

La polarización de la sociedad valenciana en dos bloques antagó­nicos (blasquistas republicanos anticlericales, de un lado, y católicos conservadores, de otro) exacerbó la politización y desarrolló el carác­ter plurifuncional de las asociaciones. Los casinos y círculos operaban a un tiempo como redes de organización política, núcleos de capta-

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don y formación de la militancia, espacios recreativos y culturales, centros de sociabilidad y prestación de servicios.

Al final de su recorrido por el asociacionismo del período, A. G a ­r r id o concluye que el carácter de las asociaciones, los índices de aso- ciatividad y de asociacionismo así como el clima asociativo que se res­piraba en la Valencia de 1900 no debieron ser muy distintos a los de otras ciudades españolas y europeas de la época. De hecho, el índice de asociatividad (4,4 por mil) era ligeramente superior al que ha cal­culado Javier ESCALERA para Sevilla (4,0 por mil).

Como sostiene J. Cuco, esta densa y rica red social será cortada de cuajo por la guerra civil y la implantación de un régimen antide­mocrático. Aquí radica la causa de nuestra diferencia con Europa. Entre 1936 y 1964 (año en que se aprueba una nueva ley) sólo se le­galizan 290 asociaciones y entre 1964 y 1977 se dan de alta 1.604. En cambio, con la instauración de la democracia se produce un auténtico boom asociativo.

2. RADIOGRAFIA DEL ASOCIACIONISMO EN LA ACTUALIDADLa situación actual del asociacionismo valenciano nos es bien co­

nocida gracias a las publicaciones de J. Cuco (1989, 1990, 1991a, 1991b, 1992) que ha dirigido varias investigaciones sobre el tema desde 1985. En ellas se han cruzado enfoques y técnicas diferentes (observación participante extensiva, encuestas, análisis de fuentes pri­marias) con el propósito de corregir los defectos que cada una de esas fuentes presenta por separado.

Durante los años 1986 y 1987 un grupo de investigadores (A. A riÑO, Isabel DE LA CRUZ, Pilar Luz, Andrés PIQUERAS, Fernan­do Ros, Fausto Sa n c h e z -C a s c a d o ), dirigido por J. Cuco, estudió intensivamente las asociaciones festeras, musicales, recreativas y cofra­días de diversas poblaciones valencianas, centrándose especialmente en el significado de la pertenencia, el funcionamiento y organización interna y la proyección socio-territorial y simbólica. Recientemente se han publicado las conclusiones referidas a las asociaciones musicales y festeras (Músicos y festeros valencianoSyWAtncidi, 1993).

En 1988, y en el marco de la investigación sobre la estructura so­cial valenciana que dirigía el Profesor GARCIA FERRANDO, fueron vacia­

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dos y analizados los datos del Registro General de Asociaciones de la Comunidad Valenciana. Pero además, se encomendó a Andrés PIQUE­RAS e Isabel DE LA CRUZ el estudio de 15 comunidades-tipo, seleccio­nadas según los tres criterios siguientes: dispersión geográfica, tamaño de la población y sector productivo dominante. Finalmente, para la elaboración del análisis final J. Cuco explotó también los datos de la encuesta general sobre la estructura social valenciana. Este cruce de fuentes dispares, pero complementarias, ha permitido analizar las aso­ciaciones en toda su complejidad (tipología, organización interna, vida asociativa, pautas motivacionales, relaciones con la estructura social, funciones, vinculación con la identidad colectiva). En las páginas si­guientes reseñaremos algunos de los aspectos más significativos.

Según los datos del Registro General, en 1988 habría un total de 9.037 asociaciones legalizadas. Aplicando los índices correctores que aconsejan otras exploraciones, la Profesora Cuco ha calculado una ci­fra estimativa de 14.200 asociaciones, lo que arrojaría un índice de asociatividad del 3,8 por mil (1991a: 85).

C u ad ro 2

CENSO DE ASOCIACIONES DEL PV, 1988(Resumen)

TIPOAlicante

%Castellón

%Valencia

%Total

%

Recreativas- culturales........ 30 (593) 22 (336) 23 (1.278) 24 (2.207)

Deportivas.......... 6 ( 1 2 1 ) 26 (400) 21 (1.153) 19 (1.674)Festeras............... 7 (145) 1 (11) 1 (76) 3 (232)Humanitarias..... 4 (71) 2 (28) 3 (135) 3 (234)Reivindicat.-

presión .......... 10 (193) 5 (84) 7 (387) 7 (664)Inter, comunes ... 36 (719) 26 (410) 23 (1.247) 26 (2.376)Empresarial-

laborales ........ 2 (32) 14 (222) 19 (1.026) 14 (1.280)Regionales ......... 2 (30) 0,1 (2) 1 (63) 1 (95)Religiosas........... 1 (17) 2 (30) 0,1 (11) 1 (58)Otros .................. 2 (39) 2 (29) 2 (95) 2 (163)

T o t a l e s ..... 1.981 1.565 5.491 9.037

F u en t e : J. C u c o , 1992.Nota: Entre paréntesis aparecen las cifras absolutas.

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Dentro del conjunto valenciano las asociaciones más numerosas son, en primer lugar, las de defensa de intereses comunes, que repre­sentan el 26 por ciento del total (dentro de las cuales destacan con mucho las APAS). Les siguen de cerca las sociedades recreativo-cultu- rales con un 24 por ciento (resaltando los casinos y círculos, así como las sociedades musicales). La tercera posición es ocupada por las aso­ciaciones deportivas, con un 19 por ciento sobre el total. En cuarto lugar las asociaciones empresarial-laborales, la mitad de las cuales son de carácter patronal.

La distribución en el espacio

Según los resultados de la investigación, el índice de asociatividad del conjunto valenciano se halla en relación inversa al tamaño de há­bitat (las poblaciones de más de 50.000 habitantes presentan el índice más bajo, mientras que las localidades con menos de 2.000 habitan­tes ofrecen el índice más elevado). Al observar cómo se comportan los diversos tipos de asociaciones en relación con el hábitat aparecen dos tendencias contrapuestas: mientras las asociaciones recreativo-cultura- les, deportivas, de defensa de intereses comunes presentan índices in­versos al tamaño de hábitat, en otros casos dicho índice disminuye a medida que también lo hace el tamaño del núcleo urbano (asociacio­nes humanitarias, reivindicativas, empresarial-laborales, regionales).

¿Cómo explicar esta divergencia? En primer lugar, cada núcleo, con independencia del tamaño de su población, parece estar dotado de una red básica, invariablemente compuesta por alguna asociación recreativo-cultural, deportiva y de intereses comunes (padres de alumnos y de Tercera Edad fundamentalmente), además de alguna asociación festiva. Esta red no crece al mismo ritmo que el número de habitantes (no existe un umbral de saturación que obligaría a crear una nueva asociación una vez que se lo ha rebasado).

Por el contrario, se requiere un determinado tamaño del hábitat (y en términos durkheimianos, un determinado grado y complejidad de la densidad moral) para que también se diversifiquen los tipos aso­ciativos, haciendo su aparición, en número creciente, las asociaciones regionales, humanitarias, reivindicativas y las de tipo empresarial-la- boral.

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Siendo importante el hábitat como sustrato del asociacionismo, J. Cuco sostiene que «lo que acaba de modelar de forma definitiva el perfil de la red asociativa de cada población son los factores socio­económicos» (1992: 251), especialmente el sector económico pre­dominante, el porcentaje de población inmigrada y el grado de inte­gración de la misma, y la autonomía funcional del núcleo pobla- cional.

Asociaciones modernas tradicionales

Entiende J. Cuco por asociaciones tradicionales, aquellas que son de larga duración y nacen durante el período de construcción de la sociedad liberal, serían predominantemente masculinas y da­rían lugar, en parte, a lo que hemos denominado red básica asociati­va. Por contra, las asociaciones modernas, crecen y proliferan con el reciente impacto del proceso de industrialización y urbanización que se desarrolla a partir de los años sesenta, presentan una sex ratio más equilibrada y parecen desarrollarse mejor en las grandes aglo­meraciones.

De acuerdo con esta distinción se observa que en el PV el asocia­cionismo tradicional se da fundamentalmente en las poblaciones de menos de 50.000 habitantes; mientras que el asociacionismo moder­no aparece preferentemente en los municipios con más de 10.000 ha­bitantes. Este solapamiento de los dos tipos asociativos en los núcleos urbanos de entre 10.000 y 50.000 habitantes permite explicar por qué los hábitats de tamaño intermedio presentan un mayor asociacio­nismo.

La distinción entre moderno y tradicional es útil también al ana­lizar el comportamiento de la población inmigrante: ésta muestra una preferencia por las asociaciones «modernas».

La participación en las asociaciones

El índice general de asociacionismo es del 24 por ciento (uno de cada cuatro valencianos está asociado en una o más asociaciones). De los asociados, un 76 por ciento se intregra en una sola asociación.

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mientras que el 24 por ciento restante practica la pluriafiliación. Las asociaciones que cuentan con más adherentes son las de intereses co­munes (31 por ciento del total de la afiliación), las asociaciones deportivas (21 por ciento) y las recreativo-culturales y las festeras (17 por ciento respectivamente).

Según la encuesta el perfil del asociado medio nos lo presenta como un hombre joven o de mediana edad, de nivel social alto o me­dio y nacido en la Comunidad Valenciana. En relación con el citado carácter masculino conviene hacer una precisión: existen algunas aso­ciaciones de gran implantación que son preferente o exclusivamente femeninas (comisiones falleras y amas de casa, por ejemplo, pero también las humanitarias y religiosas).

La vida asociativa

La combinación de dos variables (grado y frecuencia de la partici­pación) permite elaborar un modelo de vida asociativa que presenta tres posibles situaciones (fuerte, débil y media). Cuando la participa­ción es activa y frecuente se hablará de pauta «fuerte» y en contraste cuando predominen las actitudes absentistas nos hallaremos ante una pauta débil.

C uadro 3

CARACTERISTICAS DE LOS TIPOS DE ASOCIACIONES

TIPODE ASOCIACION

Asociaciones más numerosas (% verticales)

Tasas de afiliación

Modelo de vida

asociativa

Recreativas ............... 24 17 MedioDeportivas................ 19 21 FuerteFesteras .................... 3 17 FuerteHumanitarias .......... 3 12 DébilReivindicativas ........ 7 10 Fuert/MedioIntereses comunes ... 26 31 MedioEmpres.-Laborales ... 14 10 DébilReligiosas ................. 1 7 Medio/FuerteO tras......................... 2 2 —

F u en t e : C u c o , 1991a: 88.

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De acuerdo con los datos del cuadro 3, aunque las asociaciones más numerosas y con más afiliados son las de defensa de intereses co­munes, su vitalidad interna sigue una pauta media, con una partici­pación relativamente pasiva y poco frecuente. Algo semejante ocurre con las recreativo-culturales, que ocupan el segundo lugar en cuanto a asociaciones numerosas y el tercero en tasa de afiliación. En con­traste, las asociaciones deportivas y festeras, pese a ser relativamente menos numerosas y contar con menos afiliados, son fuertes, esto es capaces de suscitar una participación de los socios activa y frecuente. Por ello, lo que en la práctica parece mover e interesar a los asociados valencianos es el disfrute organizado del tiempo libre (1992: 284).

Las cuadrillas de amigos

B. A se n si (1979) y R. Sa n m a r t ín (1989) habían resaltado ya la importancia de las cuadrillas de amigos como grupos de base de la or­ganización social valenciana. El análisis de J. Cuco confirma dicha visión: las asociaciones voluntarias aparecen literalmente trufadas de esos grupos básicos, cuya presencia les confiere una dinámica particu­lar. La amistad no se origina aquí con el contacto o la socialización asociativa, sino que es generalmente previa a la entrada de los indi­viduos en la organización voluntaria. Las pandillas de amigos por ex­celencia, las de la infancia, son una excelente cantera «de donde sur­gen las personas que organizan y llevan adelante las asociaciones vo­luntarias» (1992: 281).

La expresión de la identidad

La pertenencia a una asociación conlleva la asunción de una nue­va posición social y por tanto activa una nueva identidad para el suje­to. En algunas asociaciones la expresión de dicha identidad adquiere gran relevancia y se materializa en rituales y símbolos. Así sucede es­pecialmente en las agrupaciones festeras, las sociedades musicales y las casas regionales. A ellas deberían sumarse también las asociaciones deportivas que viven cada competición como una celebración. Estas mismas asociaciones son las que por lo general parecen hallarse más fuertemente imbricadas en el seno de su localidad de origen y contri-

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huyen más decisivamente a la expresión de una identidad no sólo lo­cal sino étnica.

3. MONOGRAFIAS SOBRE TIPOS ESPECIFICOS DE ASOCIACIONES

El interés por el asociacionismo en el País Valenciano se detecta también por la proliferación de estudios de carácter monográfico que ha tenido lugar en los últimos años. Estudios que en la mayoría de los casos se encuentran todavía en fase de realización. Creemos que, sin embargo, puede ser útil hacer referencia a ellos para facilitar el in­tercambio con los proyectos similares que puedan llevarse a cabo en otras comunidades autónomas.

Alejandro RoiG investiga en su tesis doctoral las asociaciones de padres de alumnos (APAS). De su importancia nos da una idea el he­cho de que representan el 20 por ciento de las asociaciones legalizadas en la Comunidad Valenciana. Pere J. B e n e y t o centra su tesis sobre el asociacionismo empresarial. En una primera aproximación, presenta­da como Memoria de Investigación del programa de doctorado, ha analizado la fundación y consolidación de las principales asociacio­nes, tanto si se trata de las grandes confederaciones vinculadas a la CEOE como de las asociaciones menores (de pequeñas y medianas empresas). En su estudio ha mostrado el carácter reactivo de dicho asociacionismo, su enraizamiento en el régimen franquista y las difi­cultades de su modernización el constante intervencionismo político, que expresa una ansiedad por el hallazgo de una fuerza política afín, y, sobre todo, la reducida representatividad real (estarían afiliadas en­tre el 20 y el 30 por ciento de las empresas valencianas).

Por mi parte, he concluido recientemente la primera fase de una investigación sobre el asociacionismo de la tercera edad. Dicha inves­tigación lleva por título La movilización social de los mayores y en ella se realiza no sólo un censo de este novedoso asociacionismo y un aná­lisis de su militancia e importancia, sino que se estudian los clubes y hogares de jubilados, el funcionamiento de la Unión Democrática de Jubilados y Pensionistas (UDP), y la relación de todo ello con la ex­presión de la identidad de las personas mayores en un nuevo movi­miento social. De la importancia del mismo, nos da una idea aproxi­

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mada el hecho de que en torno al 35 por ciento de las personas ma­yores de la Comunidad Valenciana están afiliadas a alguna asociación específica y que de entre éstas la UDP por sí sola reúne a 172.000 afi­liados, encontrándose implantada en la mayoría de poblaciones de Valencia y Castellón.

4. UN TERRITORIO ABIERTO

Hemos dicho al principio que medir, pesar y contar son tareas necesarias, es decir, revelan la faz de un fenómeno que siendo cotidia­no resulta ignorado. Sin embargo, no podemos quedarnos ya en esta aproximación básica. Es preciso analizar más a fondo la cambiante naturaleza del asociacionismo y muy especialmente su relación con el mercado y el Estado.

Desde esta perspectiva, podremos observar cómo la plurifuncio- nalidad, sin desaparecer, da paso a una pluriafiliación; cómo la des­movilización política de las asociaciones puede correr paralela con su colonización económica (mediante las subvenciones); cómo la buro- cratización también permeabiliza el asociacionismo, y, finalmente, cómo el crecimiento del Estado y la expansión del mercado no con­llevan necesariamente una reducción del tercer sector, sino una rede- fmición de la naturaleza de sus relaciones. Por ahí andan los retos de futuro.

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Cultura asociativa y cambio social en el País Vasco *

Víctor UrrutiaProfesor Titular de Sociología.

Universidad del País Vasco. Departamento de Sociología I

INTRODUCCION

La estructura asociativa del País Vasco está marcada tanto por las raíces de su pasado cultural como por los procesos de cambio social registrados en las últimas décadas. Tradición y modernización, cultu­ra rural y cultura urbana se confunden en los umbrales de la demo­cracia dando lugar a un tejido asociativo plural. Confluyen en él tres grandes ámbitos o subculturas', la nacionalista, la socialista y la católica. Marcadas por las circunstancias históricas y geográficas, cada una se ha desarrollado de forma desigual construyendo sus particulares for­mas de influencia y de penetración social. Más próximas la católica y la nacionalista, fragmentada la segunda, siempre presente la tercera, todas ellas han confluido en una nueva sociedad urbana y democrática que empieza a romper fronteras sociales antes infranqueables.

Este contexto social y político (urbano y democrático) explicaría la densidad asociativa que caracteriza a la sociedad vasca respecto de otras comunidades en España, así como las peculiares características de sus procesos de socialización.

LA TRANSICION DEMOCRATICA

La transición democrática supuso un cambio decisivo en el creci­miento asociativo confirmando cómo la existencia de libertades polí­

* En este artículo se pretende realizar una descripción de los grandes trazos de la evo­lución del asociacionismo en el País Vasco. Se omite la profundización en aquellas cuestio­nes específicas referentes a los lazos y relaciones políticas entre las organizaciones ciudada­nas que serían objeto de un análisis distinto.

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ticas es condición de necesidad para el desarrollo de los grupos y de or­ganizaciones ciudadanas. El caso de Vizcaya y, en concreto, el de su Movimiento Vecinal, refleja la simultaneidad de este proceso de con­solidación democrática y asociativa. Del total de las 205 asociaciones vecinales existentes en 1987, el 74 por ciento fueron registradas a partir de 1977.

VIZCAYA: REGISTRO DE ASOCIACIONES DE VECINOS POR EPOCAS

EPOCA Núm. %

1965/70 ....................... ... 2 2 111971/76 ....................... ... 32 161977/79 ....................... ... 69 341980/87 ....................... ... 82 40

T o t a l ................. ... 205 100

Fuente: V. U rrutia: E l Movimiento Vecinal en el A. M . del Gran Bilbao, Registro de Asociaciones del Gobierno Vasco.

Este mismo fenómeno, pero con mayor intensidad, se constata en otros tipos de asociaciones como las culturales o las deportivas no sometidas con tanto rigor al control de la administración franquista y más atractivas en el marco de la nueva cultura democrática.

EVOLUCION DEL ASOCIACIONISMO EN VIZCAYA(1979-1987)

TIPO DE ASOCIACION 1979 1987 Diferencia

Culturales................................... . 193 583 +390Deportivas.................................. .. 447 7 17 +270Padres de alumnos ..................... . 194 460 +266Juveniles-Tiempo lib re.............. . 17 160 + 143Vecinos.......................................... 123 205 +82Recr.-Gastronómicas ................ .. 374 450 +76

T o t a l .............................. .. 1.428 3.063 + 1.635

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La explosión cultural tiene que ver con la recuperación de la iden­tidad colectiva del País Vasco y con la apertura de los procesos de so­cialización a otros ámbitos relacionados tanto con el cultivo del fol­klore (música, danza, coros, etc.) como con el desarrollo de nuevas tendencias de carácter más urbano y de promoción de la cultura en general. No obstante, al igual que el interés por el asociacionismo re- creativo-gastronómico, cuya presencia es notable en Guipúzcoa, las asociaciones que giran en torno al folklore siguen teniendo un gran peso en los hábitos asociativos de la sociedad vasca.

Los retos de la sociedad urbana actual, caracterizada por la apari­ción de nuevos movimientos sociales, la crisis económica, la recom­posición de la identidad de los grupos juveniles y el ocio, como valor social en alza, han hecho incrementar el número de asociaciones ciu­dadanas (ecologistas, consumidores, feministas, lucha contra la mar- ginación de grupos afectados por la crisis económica, etc.) y de las ju- veniles-tiempo libre, aunque sin la capacidad crítica que les caracteri­zó en la pasada década.

LA DIVERSIDAD TERRITORIAL

La estructura social, la historia y las tendencias políticas de cada uno de los territorios históricos del País Vasco proyectan igualmente sus propios mapas asociativos. Así, Guipúzcoa aparece con un índice superior de asociacionismo respecto de Alava y de Vizcaya, aunque este último territorio haya registrado un mayor crecimiento relativo en los últimos cinco años.

NUMERO DE ASOCIACIONES POR %o HABITANTES

TERRITORIO HISTORICO 1987 1991 Diferencia

Alava ............................................ 3,5 4 +0,5Guipúzcoa................................... 3,5 5 +1,5Vizcaya......................................... 2,5 3,8 +1,3C A P V ........................................... 3 4 +1

Fuente: Gobierno Vasco. Departamento de Presidencia y Justicia. Registro de 7\sociaciones. Elaboración propia.

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Guipúzcoa aparece con un tejido más desarrollado no sólo en su conjunto sino también en el tipo de asociaciones que hacen referencia a las dimensiones culturales (32 por ciento). Este dato confirma «que la pertenencia a este tipo de asociaciones está muy marcada por el bloque de variables del nacionalismo vasco: los ámbitos de mayor uso del euskera, las opciones electorales de carácter nacionalista, el senti­miento nacionalista, el lugar de nacimiento. Es decir, la ubicación respecto de cada una de esas variables comporta un mayor índice de pertenencia a este tipo de asociacionismo» (1).

TIPO DE ASOCIACIONES DISTRIBUIDAS POR TERRITORIOS HISTORICOS

TERRITORIO 1 2 3 4 5 6 7 Total %

Alava ................ . 235 281 138 89 24 44 18 829 12Guipúzcoa........ . 840 898 303 357 62 118 54 2.632 39Vizcaya............ . 884 1.184 498 399 127 155 87 3.334 49

T o t a l .... .1 .959 2.363 939 845 213 317 159 6.795% ............ . 29 35 14 12 3 5 2 100

Fuente: P. A zua : «Informe sobre asociaciones de objeto social en España». Elaboración propia de tipologías; 1. Culturales/Ideológicas. 2. Deportivas/Recreativas/Juveniles. 3. Edu­cativas. 4. Vecinos/Consumo/Familiares/Tercera Edad. 5. Económicas/Profesionales. 6. Filantrópicas. 7. Disminuidos psíquicos/físicos/Varias.

Los datos de afiliación confirman lo ya apuntado por los resulta­dos del Registro de Asociaciones: hegemonía de Guipúzcoa, incre­mento de Alava y mayor peso del asociacionismo vecinal de Vizcaya, coincidente con su estructura urbana. En este caso se han reflejado otros tipos asociativos como el de «Bienestar Social» que hace referen­cia a aquellas asociaciones que intervienen en los campos de la margi- nación/desintegración social.

(1) Llera, E; M ata, J. M ., y U rrutia, V : La población vasca ante el nacionalismo, Informe inédito. Gobierno vasco, 19 87 , pág. 118 .

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AFILIACION A DIVERSOS TIPOS DE ASOCIACIONES EN LA CAPV

(%)

TIPO DE ASOC. CAPV Alava Guipúzcoa

Bienestar Social ...... 9 10 14Cultural .................. 20 25 29D eportiva................ 14 30 15Religiosa ................. 4 5 3Vecinal .................... 13 5 8

Fuen te : E structura S o c ia l d e l País Vasco, 1 9 9 1 .

Vizcaya

616124

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LA NUEVA CULTURA URBANA

Junto con la clásica división provin cia l o de territorios históricos para explicar la estructura social del País Vasco, recientes investiga­ciones sobre redes asociativas y la identidad colectiva, han destacado la emergencia de nuevos y viejos articuladores sociales en los espacios urbanos (2). Este resurgimiento tiene que ver con el brote de nuevas pautas de socialidad reflejadas de modo muy particular en los barrios o ámbitos locales. «Así, estaríamos asistiendo a la reconstrucción de nuevas identidades de base urbana y, en definitiva, a la configuración simbólica de espacios carentes, hasta ahora, de tradición colecti­va» (3). Esta observación es particularmente significativa en una so­ciedad como la vasca en la que los procesos de urbanización e indus­trialización han sufrido profundos cambios en un corto intervalo temporal.

En otras palabras, en las últimas décadas, los núcleos urbanos (sus periferias dormitorio) han generado múltiples redes asociativas con una cultura comunitaria de nuevo cuño. En este sentido apuntan los datos de Bilbao que ponen de relieve el progresivo crecimiento aso­ciativo en el conjunto de la ciudad, pero de manera muy significativa en sus distritos periféricos.

(2) Ver W A A . Ref. A lfoz, núms. 29 y 39 , M adrid, R ev is ta d e E stud ios S o c ia le s (monográfico sobre «Ciudad y calidad de vida»), RODRIGUEZ ViLLASANTE, T. (1989); U r r u t ia , V (1989); Cuco, J.; P u ja d a s , J., y otros (1990).

(3) U r r u t ia , V : «Transformación y persistencia de los movimientos sociales urba­nos», en R ev is ta P o l í t i ca y S o c ied a d , núm. 10 (1992), pág. 53.

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CONSTITUCION DE ASOCIACIONES EN BILBAO SEGUN DISTRITOS Y EPOCAS

Antes 1978 1983DISTRITOS 1978 1982 1988 Total %

Periféricos.......... 79 65 112 256 52Centrales ........... 97 38 103 238 48

T o t a l e s .... 176 103 215 494% ............... 35________ 20________ 43__________________100

Fuente; U rrutia, V., 1989; 181.

Las nuevas generaciones de residentes han dado paso a un tejido asociativo más diversificado, en sintonía con la nueva sociedad y cul­tura democráticas. Las políticas urbanas, a pesar de su desigual inci­dencia en sus vertientes de descentralización administrativa y de me­jora de la calidad de vida de las periferias, han creado un marco social menos conflictivo. La articulación social se ha fortalecido abriéndose otras perspectivas que hacen hincapié en aquellos objetivos tendentes a la búsqueda de la identidad cultural, así como al fortalecimiento de la conciencia comunitaria.

Simultáneamente a esa búsqueda de la identidad local, limitada por lo general a los barrios, se ha incrementado el número de organi­zaciones orientadas a combatir los problemas relacionados con los efectos del deterioro social y los ajustes del sistema económico. Efecto de la dualización social, se mueven en los campos de las marginacio- nes (toxicomanías, desempleo, delincuencia juvenil, presos, prostitu­ción). Muchas de ellas surgen en distintos ámbitos eclesiales que de forma creciente están experimentando una significativa actividad en esa dirección. Tienen que ver con las nuevas experiencias de volunta­riado y han conseguido una relativa implantación social. Su estructu­ra es todavía muy débil, dependen en gran medida de los apoyos ins­titucionales y, aunque de forma incipiente, comienzan a transformar la cultura asistencial del pasado por otra de carácter más crítico, de de­nuncia y movilización ciudadana.

En recientes estudios (4) se han detectado tales tendencias, a las que hay que añadir otras de corte pacifista, así como la emergencia de

(4) U rrutia , V.: Redes y ámbitos asociativos de Bilbao, Ayuntam iento de Bilbao (1989), y U rrutia, V., y otros; E l laicado de Vizcaya, IDTP (1992).

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nuevos movimientos laicales que comienzan a integrarse en las redes de socialización tradicionalmente reservadas a otras organizaciones políticas.

AMBIGÜEDAD ASOCIATIVA

El panorama asociativo del País Vasco, a la vista de los datos dis­ponibles, presenta algunas diferencias notables respecto del conjunto de la sociedad española, reflejando una mayor articulación asociativa en los ámbitos de la cultura —en su sentido más amplio— y del de­porte. Según las notas extraídas de los registros administrativos, en esas tipologías la diferencia alcanza un tres por ciento para el primer caso mientras que para el segundo se sitúa en el nueve por ciento.

TIPO DE ASOCIACIONES EN ESPAÑA Y LA CAPV

r%;TIPO DE ASOCIACION España (*) CAPV (+)

Cultural/Ideológicas ............................ .. 32 35Deportivas/Recreativas/Juveniles........ .. 21 30Educativas ............................................. .. 17 14Vecinos................................................... .. 10 11Económicas/Profesionales.................... .. 6 1Filantrópicas .......................................... .. 4 5Varias ..................................................... .. 6 3

Fuente: (*) P. A zua : Informe sobre asociaciones de objeto social en España. Datos referidos a 1990. (+) Gobierno Vasco. Departamento de Justicia/Registro General de Asociacio­nes. Datos referidos a 1987.

A falta de otros datos más precisos y desagregados (5), podemos deducir que las diferencias citadas se deben a las características cultu­rales y políticas de la sociedad vasca apuntadas en la introducción. Una sociedad que ha atravesado un período de intensificación de su identidad colectiva enmarcada en un proceso de profunda reestructu-

(5) Se hace necesaria una metodología que apoyada en datos más precisos, con ma­yor nivel de desagregación, fundamentada en una definición de tipologías asociativas más homogéneas, permita establecer comparaciones y superar los particularismos localistas.

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ración económica. En ese contexto de cambios cruzados sorprende, sin embargo, el escaso nivel participativo que reflejan las consultas y sondeos de opinión pública. Así, nos encontramos con un porcentaje de afiliación que no llega al 10 por ciento de la población mayor de dieciocho años de la CAPV.

AFILIACION A ASOCIACIONES EN LA CAPV

(%)

SI ........................................... 9NO ........................................ 87N C ......................................... 3

Total............................. 100

Fuente: Estructura Social del País Vasco, 1991.

Todo lo cual nos lleva a una cierta relativización de los procesos de articulación asociativa que si bien han experimentado un fuerte avance con la bonanza de los vientos democráticos, todavía arrastran, en las generaciones más adultas, las herencias de la cultura política del franquismo y en las generaciones más jóvenes, una relativa comodi­dad y bajo estímulo democrático.

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Los movimientos sociales y la Europa de los ciudadanos

M. Montañés, T. R. Villasante,

T. AlberichArea de Investigación

de la Red CIM S

Si se puede decir que, históricamente, los cambios sociales y cul­turales no han conocido fronteras, esto parece más evidente en la Europa de fin de siglo. Las nuevas problemáticas sociales (contami­nación, cambios en la cultura y calidad de vida, crisis económica, nuevos movimientos migratorios, xenofobia, etc.) parecen evidenciar la necesidad de actuaciones más globales, tanto desde los estamentos políticos como desde las organizaciones de la sociedad civil. En este contexto, la Unión Europea aparece como marco adecuado y necesa­rio desde el que abordar procesos de vertebración de la sociedad civil.

Para que la Europa de los ciudadanos se haga realidad, con una sociedad más justa, libre y solidaria, es necesario que la propia comu­nidad europea esté vertebrada en asociaciones y agrupaciones del más diverso signo. Las crisis y carencias del Estado del Bienestar hacen más urgente la necesidad de la intervención desde las organizaciones de la sociedad civil.

El futuro estatuto de asociación europea sin ánimo de lucro, sin duda redundará en esa necesaria comunicación interasociativa y ac­tuación a nivel comunitario. Pero ello debe partir de la realidad del presente asociativo y para esa vertebración es necesario, en primer lu­gar, un mejor conocimiento y autoconocimiento de lo existente: qué asociaciones hay en cada país, de qué tipos, características comunes y diferenciales, por qué se afilian los/as ciudadanos/as a asociaciones y por qué no, cómo se da la participación, qué voluntariado y qué pro- fesionalización, etc.

El desconocimiento del tercer sector es importante en la mayoría de los países de la CE, pero es aún mayor en España. Por ejemplo, al­

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gunos estudios realizados nos indican que, como media, aproximada­mente la mitad de la población europea mayor de dieciocho años está afiliada a alguna asociación, o a varias. Ese porcentaje se reduce al 30­35 por ciento en el caso español.

La afiliación es más alta en los países del Norte y más baja en los del Sur (CCE, Informes de 1987, 1990, 1991). Esta carencia de la sociedad española parece ir paralela a unas infraestructuras asociativas más débiles y a un bajo nivel de participación. Ejemplo de algunos aspectos que es necesario conocer.

Dentro de estos objetivos se trata de establecer unos índices de asociacionismo básicos, que posibiliten comparaciones territoriales y sectoriales, así como el conocer la evolución de la acción colectiva (e incluso discriminando por sexo, edad y clases socioeconómicas), como son:

1. Tasa de asociatividad: porcentaje de la población afiliada a asociaciones (porcentajes de voluntariado, afiliación activa, participa­ción-asistencia a reuniones...). Según tipos.

2. Indice de multiafiliación: número medio de asociaciones en que está cada persona afiliada a alguna (España, 1,4 a 1,5 asociacio­nes por asociado).

3. Número de asociaciones por mil habitantes. Tipos.

4. Asociaciones predominantes, porcentajes, tendencias...

OBJETIVOS DE LA INVESTIGACION

Los objetivos generales que se proponen para la presente investi­gación son por tanto:

1. Realizar un estudio general, cuantitativo y cualitativo, sobre el panorama actual de las asociaciones sin ánimo de lucro, de todo tipo, del Estado español. En estos momentos sólo existen investiga­ciones parciales, de algunas zonas territoriales (Madrid, Cataluña, Bil­bao...) y de algunos sectores (asociacionismo asistencial...).

Para ello se realizará una selección de muestras significativas de la población del conjunto del Estado.

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2. Hacer comparable el estudio con los existentes sobre el aso- ciacionismo de los países de la Comunidad Europea. Recoger las principales aportaciones e investigaciones realizadas y analizando, cuantitativa y cualitativamente, la comparación, para llegar a unos re­sultados fiables sobre el asociacionismo en la Comunidad Europea.

3. Analizar el cambio generacional y cultural, años ochenta-no­venta, en la sociedad civil y en las entidades del «Tercer Sector» res­pecto a diversos factores:

— características del voluntariado;— paso de lo unitario a lo fragmentario;— nuevas contradicciones y retos en las organizaciones sociales

(afiliación numerosa/participación baja, profesionalización...);— coordinación y redes;— la economía social y las asociaciones sin ánimo de lucro, etc.4. Autoconocimiento de las asociaciones y movimientos socia­

les sobre sus características cuantitativas y cualitativas.5. Coordinación, mediante una red horizontal, de los equipos y

centros de investigación sobre asociacionismo y participación social existentes en España y Europa (Madrid, Cataluña, Andalucía, Italia, Francia...).

CONTEXTO TEORICO

Como consecuencia de la ausencia de libertades y de cauces de participación social que definían al régimen franquista, la lucha polí­tica y reivindicativa caracterizaron a las asociaciones que precedieron a nuestro actual sistema democrático.

Muchas de aquellas asociaciones han desaparecido o han quedado relegadas a meras remoras del pasado. Otras, las menos, han adaptado sus estructuras a las nuevas demandas asociativas. Hoy podemos constatar la presencia de un nuevo tipo de asociacionismo que no sólo responde a necesidades políticas o intereses reivindicativos pun­tuales o de transformación social y cultural, sino también a inquietu­des de carácter recreativo y deportivo y de animación sociocultural en

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el amplio sentido de la palabra. Sin temor a equivocarnos, podemos decir que, en el trascurso de nuestra vida, es más que probable que, con mayor o menor grado de implicación, voluntariamente nos deci­diremos por adscribirnos a alguna asociación sin ánimo de lucro.

Sin embargo, poco o casi nada sabemos sobre el amplio tejido asociativo que cubre el Estado español. Apenas conocemos las estruc­turas y funcionamiento real de las organizaciones, ni tampoco la composición o los intereses e inquietudes de quienes participan en las mismas. Todo son especulaciones sobre el porqué, el cómo y el para qué las personas se asocian.

El análisis de un fenómeno social nos sitúa tanto en la presencia como en la ausencia del mismo. Es más, muchas veces la presencia de la ausencia es la base argumental que nos ayuda a explicar el objeto de estudio. Al iniciar el análisis del tejido asociativo, una de las preguntas a la que queremos encontrar respuesta es la de conocer los motivos por los cuales las personas se integran en asociaciones de carácter vo­luntario. Aunque en verdad, la respuesta al interrogante planteado pretende satisfacer tanto por qué las personas se asocian como por qué otras personas no se asocian entre sí para defender sus intereses.

Hay quienes sostienen que la decisión de participar en acciones colectivas se encuentra supeditada a la relación que se establece entre los beneficios individuales y los costes que supone la dedicación a las tareas asociativas. Cuando los «beneficios selectivos», es decir, cuando los beneficios individuales divisibles son inferiores al esfuerzo que de­manda la práctica asociativa, entonces se intentará «viajar gratis», es decir, participar de los beneficios que eventualmente puedan despren­derse de las acciones emprendidas por otras personas.

Aunque este argumento, acuñado en el año 1965 por M. O l s o n , pudiera ser útil para explicar el por qué muchas personas no se aso­cian, no resulta igual de eficaz para explicar el por qué otras muchas continúan asociándose; máxime si tenemos en cuenta que muchas personas participan en asociaciones que no les proporcionan ventajas materiales personales individuales (defensa del medioambiente, por la Paz, ONG de ayuda y cooperación con el Tercer Mundo, etc.).

En el tejido asociativo podemos encontrarnos componentes o ti­pos de conducta, que haciendo uso de la terminología acuñada por la Escuela de Palo Alto podemos definir como conducta expresiva e ins-

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trumental. En el primer caso, la satisfacción en sí, los afectos compar­tidos, sin ninguna utilidad práctica ulterior, priman sobre la intencio­nalidad y la consistencia de las actividades realizadas. En el primer caso no existe un fin, o si se quiere la actividad es un fin en sí mismo; en el segundo, la conducta, la actividad se orienta a un fin determina­do. Ambas conductas no se oponen entre sí, simplemente se orientan por lógicas distintas. El afecto maneja una lógica analógica que com­puta en términos de «más o menos». Por su parte, la conducta instru­mental se orienta por la lógica binaria de «si o no».

Tanto las asociaciones que se mueven por cuestiones reivindicati- vas puntuales y concretas como las que persiguen modelos culturales alternativos están impregnadas con mayor o menor dosis de ambas conductas, y lo que es más relevante, ambas conductas pueden, indis­tintamente, en un momento dado, cambiar de prevalencia.

En el estudio del tejido asociativo hemos de conocer no sólo el significado de las acciones, sino el sentido que los diversos participan­tes infieren a las mismas. Es preciso tener en cuenta la polisemia se­mántica de los términos y comprender asimismo que tras similares actuaciones se encierran diversos sentidos que cobran existencia en relación al código simbólico de quienes participan en ellas. Por ello es conveniente distinguir entre el simbolismo presentativo y el simbolis­mo discursivo. Mientras este último nos informa del texto de las ac­ciones, el primero nos informa de la carga emotiva, afectiva, que en­cierra toda actividad asociativa.

Nuestro desconocimiento sobre las características de quienes inte­gran las asociaciones se hace extensivo no ya sólo sobre la estructura, objetivos, organización y funcionamiento de las asociaciones, sino también en cuanto a sus relaciones y conexiones con el tejido social informal y con otras entidades e instituciones. En resumidas cuentas, nunca tanto ha sido ignorado tanto.

METODOLOGIA

El sujeto-objeto de estudio

El objeto de estudio es el asociacionismo en España en el contex­to de la Europa comunitaria. Para acometer esta tarea, siguiendo las

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clásicas divisiones de los departamentos universitarios y de las empre­sas de estudio de mercado, deberíamos estructurar su análisis desde dos perspectivas metodológicas: una cuantitativa, otra cualitativa. Términos al uso que condensan las imágenes y percepciones de quie­nes participamos de los mensajes que se articulan en base a los códi­gos creados por la profesión sociológica. Sin embargo, no hemos de caer en la metonimia (relación de contigüidad entre unidades perte­necientes a un mismo contexto semiótico), o para ser más preciso en la variedad cuantitativa de ésta, el sinécdoque (que toma la parte por el todo) que equivocadamente nos haga creer que el uso de unas téc­nicas determinadas pueden segmentar el método de investigación: las técnicas son instrumentos al servicio de la metodología, y no a la in­versa.

La precedente reflexión no es un ocioso recreo epistémico, dado que las consecuencias que se desprenden de la misma nos introducen en el epicentro de un gran problema: ¿Puede la investigación social describir un objeto de estudio, tanto en sus aspectos cualitativos como cuantitativos?

Aparentemente el objeto de estudio se nos presenta como algo preexistente, dotado de naturaleza propia al margen del sujeto inves­tigador. Parece que son ganas de molestar, cuestionarse la naturaleza propia del objeto de investigación. ¿Alguien puede poner en duda que el tejido asociativo está ahí, fuera de todo proceso de investiga­ción? Veámoslo. Para ello recurriremos al método de reducción al ab­surdo.

Si partimos de la incuestionable naturaleza propia del objeto de estudio, los pasos deberían dirigirse, imitando a los positivistas deci­monónicos, a recabar todos los datos existentes. Y es aquí donde sur­ge el primer problema: ¿Qué asociaciones hemos de estudiar? A todas se podría responder. Surgiría, entonces, un nuevo interrogante: ¿Cómo podemos acceder a todas ellas? Pues acudiendo a todos los re­gistros existentes. Si no se hiciese así, el sujeto investigador al aplicar un criterio delimitador, además de modificar el carácter preexistente del objeto, posiblemente provocaría la pérdida de rica y diversa infor­mación. Pues entonces, no cabe otra solución que recurrir a distintos procedimientos para así registrar la totalidad de las asociaciones, ha­yan formalizado o no su inscripción en cualesquiera de los organis­mos oficiales. Obviamente, como es fácil de suponer, esta solución

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acarreará un gran problema de índole económico. Pero también este obstáculo podrá suplirse, si para tal fin recurrimos a la extracción de una muestra representativa de un universo de trabajo que nos permi­ta extrapolar los resultados al universo general cuya población socio- estadística es abstracta y teórica.

Tras proceder a la selección de una muestra asequible con nues­tros recursos, se nos vuelve a presentar un nuevo interrogante: ¿Qué datos se han de recabar? ¿Todos? Si continuamos siendo fieles con nuestro compromiso de no intervenir en el objeto de estudio, enton­ces hemos de mostrarnos favorables a la recogida de todos los datos, cuantos más mejor. No obstante, esta decisión nos conduce inexora­blemente al absurdo de tener que registrar, entre otros datos, el color de los ojos, del pelo o el número de zapatos que gastan quienes parti­cipan en asociaciones.

Quienes profesan el deductivismo como método de análisis, ma­nifestarán que los datos sin teoría son mudos. Cuando estudiamos un fenómeno social no lo hacemos porque sí, ¿de qué sirve registrar to­das las asociaciones y recabar todos los datos posibles sin ningún tipo de criterio? Aunque no sepamos concretar explícitamente los criterios utilizados, en todo proceso de investigación éstos están presentes.

Sin duda se hallan en lo cierto. Ahora bien, ¿qué criterios se han de adoptar? Pues en buena lógica aquéllos que nos permitan separar lo que posee relevancia de lo que carece de la misma. Ahora bien, lo relevante, esto es, el sentido, no es propiedad o atributo inherente de los objetos investigados, sino que es fruto de la actividad humana. El objeto no es más que el producto de la actividad objetivizadora del sujeto investigador. En resumidas cuentas la realidad social es defin i­ble y no descriptible.

Los objetos sociales no existen al margen de la investigación, y no los podemos reducir, por tanto, a propiedades cualitativas o cuantita­tivas, simplemente.

Tras esta afirmación, ¿hemos de deducir que se ha de renunciar a expresar cuantitativa y cualitativamente el fenómeno de estudio pro­puesto? No, ni mucho menos, como dice J. IbaÑEZ (1979) «el saber sobre la sociedad es lógicamente imposible, pero —aquí están para demostrarlo los sociólogos, viviendo de la Sociología— es práctica­mente posible».

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Construimos la realidad social, nombrándola y categorizándola. La separación de los elementos no por lo que son, sino por lo que no son (las asociaciones ecologistas de las peñas taurinas, por ejemplo) nos permite hablar de la realidad social.

La necesidad de la investigación participada

Las categorías elaboradas por quienes nos dedicamos a la investi­gación social no son mejores ni peores, ni más justas o injustas, ni más verdaderas o falsas que las que puedan crear el propio tejido aso­ciativo, dado que las categorías carecen de toda virtualidad que no sea la propia utilidad que puedan ofrecer en relación con el interés del es­tudio propuesto.

Consecuentemente se hace necesario recurrir a la investigación participada. Si bien ésta no consiste en buscar la aprobación de quie­nes participan en el movimiento asociativo, tras la presentación del trabajo realizado, ni tampoco se ha de concebir simplemente como una técnica más al uso consistente en escuchar las peticiones y suge­rencias de los objetos-sujetos investigados, ni tampoco como, desde una ingenua radicalidad se pudiera pensar, en convertir, mediante un acelerado curso, a todas la personas que intervienen en la investiga­ción en profesionales de la Sociología, para así diseñar y elaborar con­juntamente la investigación.

Este falso camino democrático no abre las puertas a una investi­gación participada, dado que la adopción de esta vía lo único que propicia es continuar con una investigación de corte clásico en donde quienes se asocian no participan en el diseño de la investigación en su condición de integrantes en el tejido asociativo sino como pseudoso- ciólogos que imitan a los sociólogos titulados. La aceptación de esta vía no nos permite avanzar, ya que nos sitúa en el mismo lugar de donde habíamos partido: unos que investigan (ahora sociólogos junto a pseudosociólogos) y otros que son investigados.

La investigación participada tiene que saber articular el enfoque emic (desde dentro) y etic (desde fuera) en la perspectiva reflexiva (hacia sí mismo) y en la proyectiva (hacia fuera, hacia la acción).

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Todas las acciones humanas poseen significantes más allá de cual­quier propósito declarado o manifiesto. En el análisis del tejido aso­ciativo, es preciso situarnos tanto en la perspectiva emic como etic, es decir, es conveniente conocer la visión que las diferentes sensibilidades (que conviven en las diferentes asociaciones) tienen de su propia or­ganización como la que se nos ofrece desde fuera.

Si uno de los objetivos de la investigación fuese conocer tanto lo que hacen la asociaciones como el motivo de por qué lo hacen, una metodología reflexiva participada tendría que responder al siguiente planteamiento:

1. Reflexividad (hacia dentro):

— Qué dice el tejido asociativo sobre lo que nosotros decimos.

— Qué decimos nosotros sobre por qué el tejido asociativo dice lo que dice sobre lo que nosotros decimos que hace y el motivo de por qué lo hace.

2. Etic (desde fuera):

— Qué decimos nosotros que hacen.

— Qué decimos nosotros que dicen que hacen.

— Por qué no dicen lo que no dicen.

3. Proyección (hacia fuera):

— Hacia donde se orientan según se expresan.

— Qué campos de potencialidades parecen más posibles.

— Cómo se relacionan sus necesidades con sus objetivos.

— Qué horizontes ilusionan a los activistas.

4. Emic (desde dentro):

— Qué dicen que hacen (qué actividades realizan, a qué se dedi­can, acciones, etc).

— Por qué hacen lo que dicen que hacen.

La investigación participada es generadora de una apasionante paradoja: para que el tejido asociativo defina sus categorías sobre el

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movimiento asociativo, previamente hemos de construir categorías que definan el propio tejido asociativo. El nudo gordiano sólo se puede deshacer de un tajo (J. IbaÑEZ). Dicen que si el ciempiés fuese consciente de la cantidad de patas que tiene y tuviera que decidirse por la pata que ha de emprender la marcha, seguramente se quedaría inmovilizado toda su vida. El ciempiés no decide cómo andar, sim­plemente anda. Como diría el poeta, no hay caminos por andar, és­tos se hacen al comenzar a andar. El camino sujeto al proceso dialéc­tico que pone en evidencia las contradicciones de los discursos (tanto en el plano semántico como en el pragmático, esto es, en el decir y en el hacer) se desarrolla a medida que alguien está dispuesto a andar.

La investigación clásica una vez diseñada su estructura y método de trabajo, procede, como si de la estructura de un edificio se tratara, a completar los interiores. La investigación participada, por su parte, mantiene siempre una estructura permanentemente provisional. Pero ello no ha de ser óbice para que no empecemos a hacer camino, es decir, comencemos a andar. Es preciso, por tanto, de cara a abrir el camino, explicitar los objetivos de la investigación. E l objetivo g e n é r i' co d e conocer e l tejido asociativo en E spaña, estim am os q u e sería aconse­

ja b le estructurarlo en base a dos g a n d e s ejes q u e nos d ieran cuenta d e las organizaciones en sí y d e las relaciones d e éstas con la sociedad. Ahora bien, consecuentes con la investigación participativa propuesta, no planteam os tanto e l «conocer p a ra establecer redes» com o «establecer re­des p a ra conocer». En definitiva, se ha de procurar establecer cauces por donde discurran los intercambios de experiencias y la colabora­ción entre las diversas asociaciones existentes, para así desde el auto- conocimiento dar cuenta del prolijo y diverso tejido asociativo que se extiende por el territorio español. Ello permitirá satisfacer las de­mandas expresadas en los objetivos citados al principio de este docu­mento.

Es aconsejable iniciar la marcha a partir de dos tipos d e m uestras: una, cuyo criterio estratificador será el de la territorialización (de acuerdo con las variables clásicas al uso); otra, elaborada a partir de una tipologización previa (tejidos asociativos sectoriales, reivindicati- vos, reactivos, etc.). Ambos procesos han de ser complementarios: emprendiendo caminos distintos se ha de converger, cubriéndose así los objetivos propuestos.

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FUENTES, TECNICAS E INSTRUMENTOS DE PARTICIPACION Y ANALISIS

En este apartado se va a proceder a proponer los dispositivos me­todológicos que proponemos para abordar la investigación. Es conve­niente recordar que por el carácter inicial que guarda este escrito, aquéllos se presentarán someramente. Ocasión habrá para tratarlos más exhaustivamente cuando se proceda a redactar la metodología. Metodología que experimentará variaciones, merced al permanente contacto con el tejido asociativo.

Sin más preámbulos, éstos son:

1. Recopilar y estudiar las investigaciones que sobre el tejido asociativo se han realizado en España y en Europa.

Seguimiento de la presencia de las asociaciones y movimientos sociales en los medios de comunicación, especialmente en la prensa escrita de los análisis y reflexiones sobre ellos,

2. Para disponer de una primera estimación del tejido asociati­vo, y de cara a coordinar las asociaciones y recabar una primera e im­prescindible información (teléfonos, direcciones, etc.) que nos permi­ta crear lazos más estables y de mayor consistencia, es preciso estable­cer redes con las instituciones, entidades, las federaciones y centros de investigación relacionados con el interés de la presente investigación. De esta manera, desde el propio tejido asociativo se dibujará un pri­mer mosaico del asociacionismo existente en el Estado español.

3. Encuentros periódicos con las asociaciones y centros de in­vestigación que favorezcan la interacción participativa del proceso in­vestigador.

4. Entrevistas abiertas en profundidad, atendiendo a los distin­tos niveles de participación y conciencia social: grupos animadores, sectores activos y la heterogénea base social.

5. Grupos de discusión con grupos animadores y con comuni- cadores informales.

6. Entrevista a grupos personalizados que permitan reconstruir los mensajes latentes y manifiestos que se articulan en torno a los conjuntos de acción.

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7. Talleres de debate sobre los resultados provisionales de los análisis efectuados.

8. Participación directa y participante como técnica de recogida de información y de implicación social.

9. Análisis de los textos que en forma de boletines, periódicos, comunicados, etc., hayan editado las asociaciones seleccionadas para el estudio.

10. Análisis del origen y desarrollo de la diversidad asociativa en el contexto socioeconómico local, regional-nacional y estatal.

11. Elaboración de un fichero no menor de 10.000 fichas en una primera fase, que ha de contener al menos las siguientes varia­bles: Nombre. Tipo. Autonomía. Provincia. Municipio. Distrito. Barrio. Dirección. Teléfono. Persona de contacto. Coordinación/Fe- deración. Contactos. Características sociodemográficas de los socios. Ambito de actuación. Objetivos/fines. Actividades realizadas. Activi­dades previstas. Canales de información (medios utilizados en la re­cepción y emisión de mensajes). Estructura organizativa. Financia­ción. Empleo. Profesionalización. Voluntariado.

LA RED DE MOVIMIENTOS SOCIALES CIMS Y SU AREA DE INVESTIGACION

El CIMS (Colectivos para el Impulso de Movimientos Sociales) está estructurado en diferentes áreas de actividad, según los diferentes campos de actuación y proyectos concretos, fundamentalmente en tres:

1. Comunicación e Información.2. Formación y Debate.3. Area de Investigación Social, de la que forman parte equipos

profesionales y profesores universitarios, interesados en ligar la inves­tigación social y el mundo universitario con el soporte al movimiento asociativo.

Con este sentido se realiza la propuesta de investigación y, ligado a ella, la conveniencia de consolidar una Red de Investigadores/as sobre Asociacionismo y Movimientos Sociales. Red de la que pueden formar parte tanto colectivos como personas, a nivel español e internacional (para ello el Area de Investigación está abierta a todos los interesados).

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FASES Y TAREAS(Resumimos en esquema un posible cronograma de las fases y tareas del estudio)

Fases:

Tareas

Participación inicial en metodología

1.Trabajos para los

diagnósticos 2.

Talleresde los diagnósticos

y las propuestas participadas

3.Trabajos

de verificación

Conjunción y presentación de resultados

5.1. Coordinación, im ­plicación y p a r t i c i p a ­

c i ó n de redes de técni­cos, federaciones y otros registros.

2. C enso sobre listados existentes y redes para completarlos.

3. O p in ión sobre futu­ros de los modelos aso-

4. D in á m ica s d e a n a l i ­

z a d o r e s desde sus con­juntos de acción.

Organización y ajuste a la metodología a los voluntarios (federacio­nes, técnicos, etc.). (¿Cómo investigamos?)

Debate y participación sobre tipos de asocia­ciones y redes de infor­mación. (¿Quiénes so­mos?)

Debate sobre opiniones y orientaciones en lasociedad. I mos?)

;A dónde va-

Debate sobre activida­des y relaciones que di- namizan las asociacio­nes. (¿Qué hacemos?)

Seguimiento con las re­des de colaboración y preparación de los ta­lleres.

Recuento de listados existentes y compatibi- lización entre tipolo­gías.

Grupos de discusión con los «G. Anim ado­res» y con los «Comu- nicadores Informales».

Selección de focos aso­ciativos y triangulación de entrevistas en pro­fundidad y entrevistas grupales.

Organización de los ta­lleres de diagnósticos (lagunas y problemáti­cas actuales).

Relación de los datos cuantitativos con las opiniones y los analiza­dores.

Contradicciones entre modelos por clase, edad, género, territorio en los discursos.

Cuadros de analizado­res ejemplares y ten­dencias de movimien-

Evaluación participati- va y preparación de primeros resultados.

Verificación de datos por muestreo y com- plementación con otros datos.

Encuestas de opinión y tabulación de resulta­dos sobre asociaciones.

Simulación con anali­zadores en algunos fo­cos adecuados.

Publicación y difusión de las conclusiones conjuntas.

Banco de datos con di­recciones y fichas.

Evaluación de la poten­cialidad, de los hori­zontes según su susten- tabilidad.

Cuadro de potenciali­dades internas a los movimientos.

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EUROPA, REALIDAD Y PERSPECTIVAS(Núm. 91, abril-junio 1993)

5 • Presentación.

9 • 1 La idea de Europa y el despegue de la integración (1920­1960).

José Sánchez Jiménez

27 • 2 Aspectos económicos del proceso comunitario: de la Eu­ropa de los seis a la Europa de los diez.

Agustín Bedia Ibarguren

43 • 3 La Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación enEuropa, descripción, resultados, síntesis.

Javier Rupérez

53 • 4 Y después de Maastrich, ¿qué?Pedro Luis Gomis Díaz

111 • 5 La Europa social después de Maastricht.Francisco Alonso Soto

125 • 6 Luces y sombras de la nueva dimensión social comunita­ria.

José María Zufiaur

1 5 7 ® 7 La política social de la Comunidad Europea.Departamento Confederal de Política

Comunitaria. Comisiones Obreras

171 • 8 Dimensión social del Mercado Interior Europeo.Francisco Salinas Ramos

197 • 9 Parlamento Europeo y democracia.Juan Ignacio Aguirre González

215 • 10 Política de cohesión y fondos estructurales.Araceli Iniesta Alonso-Sañudo

235 • 11 La Comunidad Europea y los países en desarrollo.Jordi Rosell Foxá

251 • 12 Bibliografía.

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INVESTIGACION-ACCION PARTICIPATIVA(Núm. 92, julio-septiembre 1993)

Implicación, acción-reflexión-acción.

lAP. Introducción en España.

La LAP: un enfoque integral.

La lAP y la investigación dialéctica.

9 1 ® 7 La LAP, un paradigma para el cambio social.

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Presentación.

Orlando Fals BordaAportaciones básicas de la LAP a la Epistemología y Metodología.

Tomás Rodríguez Villasante

Francisco Palazón Romero

Colectivo lOE

Paloma López de Cebados

Ignacio Fernández de Castro

Mario de Miguel Díaz

José Antonio Caride GómezLa LAP y el diagnóstico de las necesidades comunitarias.

10 Investigación participativa y autoformación grupa!.

12 lAP y la intervención en barrios

16 La LAP en trabajo social.

18 Técnicas cualitativas de investigación.

Antonio Elizalde

Fernando de la Rivacon los movimientos sociales.

Manuel Montañés Serrano

Gregorio Jiménez García M. Dolores López Rodríguez

Angel Montes del Castillo

Juan Sáez Carreraseducación para lo social.María Isabel Serrano González

Teresa Zamanillo[idación consensual.

Juan José Castillo Carlos Prieto

Rafael García Alonso Cesáreo Amezcua Viedma

1 la intervención sociocultural.Sindo Froufe Quintas

20 Bibliografía.

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EL FUTURO QUE NOS AGUARDA(Núm. 93, octubre-diciembre 1993)

5 •11 •

33 •

43 •

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73 •

83 •

99 •

116 •

131 •

147 •

169 •

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201 •

219 •

231 •

241 •

Presentación.1 El futuro es un presente continuo.

El futuro de la política.

E nrique del Río

Jean D egim be3 El futuro de la política social no se juega en las metáforas.

Rafael A lien a M iralles4 Transformaciones socioeconómicas y política social: la segunda re­

estructuración del Estado de Bienestar.G regorio Rodríguez C abrero

5 El futuro del empleo y del trabajo.A nd ré G orz

6 Desafíos del empleo y del trabajo.Juan N . G arcía París

7 Estado y sociedad. El futuro de un dilema.Joaqu ín G arcía Roca

8 Presencias inquietantes en el final de siglo: fundamentalismos y esoterismos.

Lluis D uch9 Los valores que se transmiten.

Jesús C o n ill A gustín D om ingo

10 Reflexiones críticas en torno al modelo de sociedad producido por las tecnologías para la información.

Santiago Lorente11 Composición y distribución de la riqueza de los hogares.

José M anuel N aredo Pérez12 El desorden se dispara.

Ram ón Fernández D urán13 La riqueza y la pobreza como fenómeno planetario.

Ildefonso Cam acho14 Desarrollo, cultura y medio ambiente: Notas para un enfoque ho-

lístico.Ju lio A lguacil

15 Renta, riqueza y empleoJ. A lm un ia

J. M . N aredo J. Carabaña

16 Bibliografía.

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ULTIMOS TITULOS PUBLICADOS

N .° 8 0 Política Social: responsabilidad pública y participación so­cial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8 0 0 ptas.

(Julio-septiem bre 19 9 0 )8 1 Form as de Intervención en la A cción S o c ia l.................... 8 0 0 ptas.

(O ctubre-diciem bre 19 9 0 )8 2 El sindicalism o en España ... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8 0 0 ptas.

(Enero-m arzo 1 9 9 1 )N .° 83 V irtud es públicas y ética civil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 0 0 ptas.

(A bril-jun io 1 9 9 1 )N .° 8 4 La educación a debate ... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 0 0 ptas.

(Julio-septiem bre 1 9 9 1 )N .° 85 El prob lem a de la vivienda ... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 0 0 ptas.

(O ctubre-diciem bre 1 9 9 1 )N .° 8 6 La anim ación de los m ayores ... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 .0 0 0 ptas.

(Enero-m arzo 19 9 2 )N .° 8 7 El fu turo del m undo rural .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 .0 0 0 ptas.

(A bril-jun io 19 9 2 )N .° 88 M odernización económ ica y desigualdad social . . . . . . . . . . . . . . . . 1 .0 0 0 ptas.

(Julio-septiem bre 19 9 2 )N .° 8 9 D esarro llo y so lid a rid a d .... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 .0 0 0 ptas.

(O ctubre-diciem bre 19 9 2 )N .° 9 0 Los m ovim ientos sociales h o y .......................................... 1 .2 0 0 ptas.

(Enero-m arzo 19 9 3 )9 1 Europa, realidad y perspectivas ........................................ 1 .2 0 0 ptas.

(A bril-jun io 19 9 3 )N .° 9 2 La investigación, acción p a rtic ip a tiv a ............................... 1 .2 0 0 ptas.

(Julio-septiem bre 19 9 3 )N .° 9 3 El fu tu ro que nos aguarda ... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 .2 0 0 ptas.

(O ctubre-diciem bre 19 9 3 )N .° 9 4 M un do asociativo ... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 .2 0 0 ptas.

(Enero-m arzo 19 9 4 )

PROXIMOS TITULOS 19 94

N.o 95 Juven tu d ... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 .2 0 0 ptas.(A bril-jun io 19 9 4 )

N .° 9 6 Pobreza y desigualdad so c ia l... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 .2 0 0 ptas.(Julio-septiem bre 19 9 4 )

N .° 9 7 La in te rc u ltu ra lid a d .... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 .2 0 0 ptas.(O ctubre-diciem bre 19 9 4 )

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DOCUMENTACIONSOCIAL

PUEDE LEER EN ESTE NUMERO LOS SIGUIENTES ARTICULOS:

Presentación.Los retos del asociacionismo.

El asociacionismo en Europa. Su pluralidad.Los nuevos movimientos sociales en Chile.

Aspectos cuantitativos del asociacionismo en España.Hacer redes desde la atomización asociativa.

Los movimientos ciudadanos e iniciativas locales.Mujeres en movimiento: ¿muchas... pero dispersas?

La evolución de la afiliación sindical en España y la cultura histórica de los sindicatos.

Nuevas asociaciones por el medio ambiente.Solidaridad internacional e intergeneracional.

Voluntariado social, incorporación social y solidaridad: independencia, interdependencia y ambigüedades.

¿Por dónde anda hoy el asociacionismo en Andalucía?La tradición asociativa en la sociedad catalana.

La Galicia desconocida de las asociaciones.Madrid, ¿una utopía asociativa?

El asociacionismo en el País Valenciano.Cultura asociativa y cambio social en el País Vasco.

El asociacionismo en España y Europa: propuesta metodológica para la realización de una investigación participativa.

Bibliografía.

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