Daniel Silva Libros - La esfera de los libros · 2016. 1. 19. · —Oh, no me mires así, Oliver....

14
Daniel Silva EL GOLPE Traducción del inglés de Juanjo Estrella La Esfera de los Libros

Transcript of Daniel Silva Libros - La esfera de los libros · 2016. 1. 19. · —Oh, no me mires así, Oliver....

Page 1: Daniel Silva Libros - La esfera de los libros · 2016. 1. 19. · —Oh, no me mires así, Oliver. —¿Así cómo? —Como si te esforzaras por pensar en alguna palabra ama-ble que

Daniel Silva

EL GOLPE

Traducción del inglés de Juanjo Estrella

001-544 El golpe.indd 5001-544 El golpe.indd 5 19/11/15 12:1619/11/15 12:16

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 2: Daniel Silva Libros - La esfera de los libros · 2016. 1. 19. · —Oh, no me mires así, Oliver. —¿Así cómo? —Como si te esforzaras por pensar en alguna palabra ama-ble que

11

Prefacio

El 18 de octubre de 1969, la Natividad con los santos Francisco y Lorenzo, de Caravaggio, desapareció del Ora-torio de San Lorenzo de Palermo, en Sicilia. La Nativi-

dad es una de las últimas obras maestras de Caravaggio, que la pintó en 1609 mientras se encontraba huido de la justicia, perseguido por las autoridades papales de Roma por haber asesinado a un hombre en el transcurso de un duelo de espa-das. A lo largo de más de cuatro décadas el lienzo, que se ex-ponía en el altar del oratorio, se ha convertido en la obra pic-tórica más buscada del mundo, pero su paradero exacto ha sido un misterio, y se desconocía incluso qué había sido de él. Hasta ahora...

001-544 El golpe.indd 11001-544 El golpe.indd 11 19/11/15 12:1619/11/15 12:16

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 3: Daniel Silva Libros - La esfera de los libros · 2016. 1. 19. · —Oh, no me mires así, Oliver. —¿Así cómo? —Como si te esforzaras por pensar en alguna palabra ama-ble que

Primera parte

Claroscuro

001-544 El golpe.indd 13001-544 El golpe.indd 13 19/11/15 12:1619/11/15 12:16

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 4: Daniel Silva Libros - La esfera de los libros · 2016. 1. 19. · —Oh, no me mires así, Oliver. —¿Así cómo? —Como si te esforzaras por pensar en alguna palabra ama-ble que

15

1

Saint James, Londres

Todo empezó con un accidente, aunque tratándose de Julian Isherwood no podía ser de otro modo. De he-cho, su fama de persona despreocupada y propensa al

infortunio había arraigado tanto entre los miembros de los am-bientes artísticos londinenses que, de haber tenido estos cono-cimiento del caso (que no lo tenían), no se habrían sorprendi-do lo más mínimo. Isherwood, según un ingenioso empleado del departamento de Maestros Antiguos de Sotheby’s, era el patrón de las causas perdidas, un artista osado con tendencia a urdir con gran empeño planes que acababan en desastre, a me-nudo sin que pudiera atribuírsele a él la culpa. Era por ello por lo que suscitaba admiración y compasión a partes iguales, algo poco frecuente en alguien de su nivel. Julian Isherwood hacía menos tediosa la vida, y solo por eso la alta sociedad de la ca-pital británica lo adoraba.

Su galería se encontraba en la esquina más alejada del rec-tángulo adoquinado conocido como Mason’s Yard, y ocupaba

001-544 El golpe.indd 15001-544 El golpe.indd 15 19/11/15 12:1619/11/15 12:16

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 5: Daniel Silva Libros - La esfera de los libros · 2016. 1. 19. · —Oh, no me mires así, Oliver. —¿Así cómo? —Como si te esforzaras por pensar en alguna palabra ama-ble que

16

tres plantas de un decrépito almacén victoriano en otro tiem-po propiedad de Fortnum & Mason. A un lado estaba la su-cursal londinense de una pequeña naviera griega; al otro, un pub frecuentado por secretarias guapas que se desplazaban en moto. Hacía muchos años, antes de que las sucesivas oleadas de capital árabe y ruso hubieran inundado el mercado inmo-biliario de Londres, la galería tenía su sede en la elegante New Bond Street, o New Bond-Strasse, como se la conocía en el mundo de la compraventa de obras de arte. Pero entonces lle-garon los Hermès, Burberry, Chanel, Cartier y demás, y no dejaron a Isherwood y a otros como él —marchantes indepen-dientes especializados en pinturas de los Maestros Antiguos de calidad digna de museos— otra opción que buscar refugio en Saint James.

No era la primera vez que Isherwood se había visto forza-do al exilio. Nacido en París en vísperas del estallido de la Se-gunda Guerra Mundial, hijo único del prestigioso marchante Samuel Isakowitz, había pasado al otro lado de los Pirineos tras la invasión alemana de Francia y había conseguido llegar a In-glaterra. Su infancia parisina y su origen judío eran solo dos de los elementos de su complejo pasado que Isherwood mantenía en secreto en el despiadado mundo del comercio artístico lon-dinense. A ojos del mundo, él era tan inglés como el que más, tan inglés como el té de las cinco y la mala salud dental, como a él mismo le gustaba decir. Era el único, el inimitable Julian Isherwood, Julie para los amigos, Julian Jaleo para sus ocasio-nales compañeros de copas, y Su Santidad para los historia-dores del arte y los comisarios de exposiciones que recurrían con frecuencia a sus infalibles veredictos. Era leal hasta la mé-dula, fiable hasta el exceso, de modales impecables, y carecía de enemigos dignos de tal nombre, algo excepcional teniendo en cuenta que se había pasado dos vidas navegando por las pro-

001-544 El golpe.indd 16001-544 El golpe.indd 16 19/11/15 12:1619/11/15 12:16

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 6: Daniel Silva Libros - La esfera de los libros · 2016. 1. 19. · —Oh, no me mires así, Oliver. —¿Así cómo? —Como si te esforzaras por pensar en alguna palabra ama-ble que

17

celosas aguas del comercio de las obras de arte. Isherwood era, sobre todo, honrado, cualidad muy escasa en los tiempos que corren, no solo en Londres, sino en el resto del mundo.

Isherwood Fine Arts era un negocio en vertical: las atesta-das salas de almacenaje se encontraban en la planta baja; las oficinas ocupaban la primera planta, y la sala de exposiciones, la segunda. Esta, considerada por muchos la mejor de Londres, era una réplica exacta de la célebre galería de Paul Rosenberg en París, donde Isherwood había pasado muchas horas felices de niño, a menudo en compañía del mismísimo Picasso. El des-pacho era una guarida dickensiana en la que se amontonaban monografías y catálogos amarillentos. Para llegar a él, las visitas debían franquear dos puertas con vidrios blindados, la prime-ra en Mason’s Yard, y la segunda en lo alto de un tramo estre-cho de escalera revestida con una moqueta marrón manchada. Allí las recibía Maggie, una rubia de ojos soñolientos incapaz de distinguir un Tiziano de un pedazo de papel higiénico. En una ocasión Isherwood se había puesto en ridículo intentando seducirla, y como no tenía otros recursos a su alcance, la había contratado como recepcionista. En ese preciso instante se es-taba limando las uñas mientras el teléfono de su escritorio so-naba y sonaba.

—¿Te importaría atender la llamada, Mags? —le pregun-tó Isherwood, benévolo.

—¿Por qué? —respondió ella sin el menor atisbo de iro-nía en su tono de voz.

—Podría tratarse de algo importante. Ella puso los ojos en blanco antes de descolgar el auricu-

lar con altivez y llevárselo al oído. —¿Isherwood Fine Arts? —ronroneó. Segundos después, sin mediar otra palabra, colgó y reanu-

dó su manicura.

001-544 El golpe.indd 17001-544 El golpe.indd 17 19/11/15 12:1619/11/15 12:16

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 7: Daniel Silva Libros - La esfera de los libros · 2016. 1. 19. · —Oh, no me mires así, Oliver. —¿Así cómo? —Como si te esforzaras por pensar en alguna palabra ama-ble que

18

—¿Y bien? —preguntó Isherwood. —No era nadie.—Hazme un favor, tesoro, y comprueba la identidad de

la persona que ha llamado. —Ya volverá a llamar. Isherwood frunció el ceño y retomó su elogio silencioso del

cuadro que, apoyado en el caballete cubierto de fieltro, ocupa-ba el centro de la habitación: una representación de Jesucristo ante María Magdalena, obra, probablemente, de un seguidor de Francesco Albani, que Isherwood había adquirido por una cantidad ridícula en una mansión campestre de Berkshire. A la pintura, como al propio Isherwood, le hacía falta una restau-ración urgente. Él había alcanzado esa edad que los gestores inmobiliarios denominan a veces «el otoño de sus años». Y no se trataba precisamente de un otoño dorado, pensaba él con pesimismo, sino más bien de ese momento final de la estación en que ya ha empezado a soplar un viento gélido, cortante, y las luces navideñas iluminan Oxford Street. Con todo, vestido con su traje Savile Row hecho a mano, y luciendo su abundante cabellera canosa, su porte, aunque precario, resultaba elegan-te, un aspecto que él definía como de «digna decrepitud». En aquella etapa de su vida, no podía aspirar a más.

—Creía que un ruso desagradable iba a pasarse a las cua-tro para ver el cuadro —comentó Isherwood de pronto, sin apartar la mirada del lienzo.

—El ruso desagradable ha cancelado la cita. —¿Cuándo?—Esta mañana. —¿Por qué?—No me lo ha dicho.—¿Y por qué no me lo has dicho tú?—Te lo he dicho.

001-544 El golpe.indd 18001-544 El golpe.indd 18 19/11/15 12:1619/11/15 12:16

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 8: Daniel Silva Libros - La esfera de los libros · 2016. 1. 19. · —Oh, no me mires así, Oliver. —¿Así cómo? —Como si te esforzaras por pensar en alguna palabra ama-ble que

19

—No. —Se te habrá olvidado, Julian. Últimamente te pasa

mucho.Julian dedicó a Maggie una mirada asesina mientras se

preguntaba cómo había podido sentirse atraído por una cria-tura tan repulsiva. Entonces, como no tenía más visitas con-certadas, ni nada mejor que hacer, se puso el abrigo y se acercó dando un paseo hasta el Green’s Restaurant and Oyster Bar, poniendo así en marcha la cadena de acontecimientos que lo llevarían a protagonizar otra calamidad que no sería obra suya. Eran las cuatro y veinte, demasiado temprano para los asiduos que solían pasarse por allí, y en el bar no había nadie, exceptuan-do a Simon Mendenhall, el jefe de subastas de Christie’s, un hombre perpetuamente bronceado. Mendenhall había jugado una vez sin pretenderlo cierto papel en una operación conjun-ta de espionaje entre Estados Unidos e Israel para acceder a una red de terrorismo yihadista que tenía en vilo a la Europa Occi-dental. Isherwood lo sabía porque él mismo había participado en ella, aunque de manera muy secundaria. Isherwood no era espía. Ayudaba, eso sí, a los espías. A uno en concreto.

—¡Julie! —lo saludó Mendenhall, llamándolo. Entonces, poniendo aquella voz grave y seductora que reservaba para los pujadores indecisos, añadió—: Estás estupendo. ¿Has adelga-zado? ¿Has estado en un spa de esos caros? ¿Tienes novia nue-va? ¿Cuál es tu secreto?

—Mi secreto es el Sancerre —respondió Isherwood antes de instalarse en su mesa de siempre, junto a la ventana que daba a Duke Street.

Una vez allí pidió una botella de ese vino, helado, porque sabía que con una copa no iba a tener suficiente. Mendenhall no tardó en despedirse exhibiendo su histrionismo habitual, e Isherwood se quedó solo, con sus pensamientos, con su copa,

001-544 El golpe.indd 19001-544 El golpe.indd 19 19/11/15 12:1619/11/15 12:16

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 9: Daniel Silva Libros - La esfera de los libros · 2016. 1. 19. · —Oh, no me mires así, Oliver. —¿Así cómo? —Como si te esforzaras por pensar en alguna palabra ama-ble que

20

combinación peligrosa para un hombre de edad avanzada cuyo futuro profesional se batía en retirada.

Pero finalmente la puerta se abrió y la calle húmeda, cada vez más oscura, entregó al bar dos conservadores de la National Gallery. Acto seguido entró un cargo importante de la Tate, y tras él una delegación de Bonhams encabezada por Jeremy Crabbe, el atildado director del departamento pictórico de Maestros Antiguos de la casa de subastas. Rozándoles los talo-nes apareció Roddy Hutchinson que, según consenso general, era el marchante con menos escrúpulos de Londres. Su llegada constituyó un mal presagio porque, fuera donde fuese, no ha-bía duda de que Oliver Dimbleby acudiría también. Y, en efec-to, minutos después este se presentó en el local con sus anda-res de pato y la discreción de un silbato de tren a medianoche. Isherwood se llevó el teléfono móvil a la oreja e hizo ver que mantenía una conversación urgente, pero Oliver no picó y se dirigió en línea recta hacia su mesa —como un perro en pos de su presa, recordaría Isherwood más adelante—, y apoyó sus generosas posaderas en la silla vacía.

—Domaine Daniel Chotard —leyó, impresionado, sacan-do la botella del cubo de hielo—. No te importa, ¿verdad?

Iba embutido como una salchicha en un traje azul y lle-vaba unos gemelos enormes, de oro, del tamaño de chelines. Tenía las mejillas redondas, muy coloradas. El brillo de sus ojos, de un azul pálido, sugería que había dormido bien esa noche. Oliver Dimbleby era un pecador de primer orden, pero a él su conciencia le traía sin cuidado.

—No te lo tomes a mal, Julie —le dijo mientras se servía una copa generosa de su vino—, pero pareces un montón de ropa sucia.

001-544 El golpe.indd 20001-544 El golpe.indd 20 19/11/15 12:1619/11/15 12:16

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 10: Daniel Silva Libros - La esfera de los libros · 2016. 1. 19. · —Oh, no me mires así, Oliver. —¿Así cómo? —Como si te esforzaras por pensar en alguna palabra ama-ble que

21

—Pues Simon Mendenhall me ha dicho todo lo contrario. —Simon se gana la vida sacándole el dinero a la gente.

Yo, en cambio, soy una fuente de verdades descarnadas, por más que duelan.

Dimbleby dedicó a Isherwood una mirada de auténtica preocupación.

—Oh, no me mires así, Oliver. —¿Así cómo?—Como si te esforzaras por pensar en alguna palabra ama-

ble que decirme antes de que los médicos me desconecten. —¿Te has mirado al espejo últimamente?—Últimamente intento evitarlo. —No me extraña. Dimbleby se sirvió dos dedos más de vino en la copa. —¿Te apetece algo más, Oliver? ¿Un poco de caviar, tal vez?—¿Acaso no correspondo siempre a tus invitaciones?—Pues no, Oliver. No lo haces. De hecho, si llevara la

cuenta, cosa que no hago, tendrías ya una deuda conmigo de varios miles de libras.

Dimbleby pasó por alto el comentario.—¿Qué ocurre, Julian? ¿Qué es lo que te inquieta esta vez?—En este preciso momento, Oliver, lo que me inquieta

eres tú. —Es esa chica, ¿verdad, Julie? Eso es lo que te tiene de-

primido. ¿Cómo se llamaba?—Cassandra —respondió Isherwood, clavando la vista en

la ventana. —Te ha destrozado el corazón, ¿verdad?—Siempre lo hacen. Dimbleby sonrió. —Tu capacidad de amar me asombra. Qué no daría yo

por enamorarme una sola vez.

001-544 El golpe.indd 21001-544 El golpe.indd 21 19/11/15 12:1619/11/15 12:16

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 11: Daniel Silva Libros - La esfera de los libros · 2016. 1. 19. · —Oh, no me mires así, Oliver. —¿Así cómo? —Como si te esforzaras por pensar en alguna palabra ama-ble que

22

—Pero si tú eres el mayor mujeriego que conozco, Oliver. —Ser mujeriego tiene poquísimo que ver con estar enamo-

rado. Yo amo a las mujeres, a todas las mujeres. Y ahí está el problema.

Isherwood se fijó en la calle. Volvía a llover, ahora que empezaba la hora punta.

—¿Has vendido algún cuadro últimamente? —preguntó Dimbleby.

—Varios, de hecho. —Pues yo no he oído hablar de ninguno. —Eso es porque han sido transacciones privadas. —Y una mierda —replicó Dimbleby ahogando una riso-

tada—. Tú llevas meses sin vender un solo cuadro. Pero eso no te ha impedido adquirir material nuevo, ¿verdad? ¿Cuántas pinturas tienes metidas en ese almacén tuyo? Tantas que po-drías abrir un museo, y aún te sobrarían miles. Y están todas ahí, muertas de asco, más aburridas que la célebre ostra.

Isherwood no dijo nada, y se limitó a frotarse las lumba-res. Aquel dolor había sustituido a una tos perruna, y la había destronado del podio de sus males físicos más agudos. Supo-nía que era una mejora: al menos el dolor de espalda no mo-lestaba a los vecinos.

—Mi oferta sigue en pie —decía Dimbleby. —¿Y qué oferta es esa?—Vamos, Julie. No me hagas decirla en voz alta. Isherwood volvió la cabeza varios grados y miró a Dim-

bleby a la cara, aquella cara carnosa, como de niño. —No me estarás hablando otra vez de comprarme la ga-

lería, ¿verdad?—Estoy dispuesto a ser más generoso. Te ofreceré un pre-

cio justo por la pequeña parte de tu colección que resulta ven-dible, y usaré el resto para calentar el edificio.

001-544 El golpe.indd 22001-544 El golpe.indd 22 19/11/15 12:1619/11/15 12:16

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 12: Daniel Silva Libros - La esfera de los libros · 2016. 1. 19. · —Oh, no me mires así, Oliver. —¿Así cómo? —Como si te esforzaras por pensar en alguna palabra ama-ble que

23

—Qué caritativo por tu parte —replicó Isherwood, sar-cástico—. Pero tengo otros planes para la galería.

—¿Planes realistas?Isherwood no dijo nada. —Muy bien —zanjó Dimbleby—. Si no me permites to-

mar posesión de esa ruina total que tú llamas galería, al menos déjame hacer algo para sacarte de tu actual Periodo Azul.

—No me interesa ninguna de tus chicas, Oliver.—No te estoy hablando de chicas. Te hablo de un viaje-

cito, a ver si te olvidas un poco de los problemas. —Un viajecito... ¿Dónde?—Al lago de Como. Con todos los gastos pagados. Vola-

rás en primera clase. Dos noches en una suite de lujo, en Villa d’Este.

—¿Y qué tengo que hacer a cambio?—Un pequeño favor. —¿Pequeño?Dimbleby se sirvió otra copa de vino y le contó el resto

a Isherwood.

Al parecer, Oliver Dimbleby había conocido recientemen-te a un inglés expatriado que se dedicaba a coleccionar con gran avidez, pero que no contaba con la ayuda de ningún ase-sor artístico de nivel. Y no solo eso, sino que todo apuntaba a que la situación económica de dicho inglés no era todo lo sa-neada que había sido, razón por la cual este debía deshacerse de parte de sus posesiones. Dimbleby había aceptado echarle un vistazo a su colección de manera discreta, pero a medida que se aproximaba la fecha del vuelo no se veía capaz de mon-tarse en otro avión. O eso decía. Isherwood sospechaba que los verdaderos motivos para anular el viaje eran otros, por-

001-544 El golpe.indd 23001-544 El golpe.indd 23 19/11/15 12:1619/11/15 12:16

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 13: Daniel Silva Libros - La esfera de los libros · 2016. 1. 19. · —Oh, no me mires así, Oliver. —¿Así cómo? —Como si te esforzaras por pensar en alguna palabra ama-ble que

24

que, cuando se trataba de Oliver Dimbleby, siempre había otros motivos.

Aun así, la idea de emprender un viaje inesperado le resul-taba atractiva, y contraviniendo el sentido común había acepta-do la oferta sin pensarlo mucho. Aquella noche metió cuatro cosas en una maleta pequeña, y a las nueve de la mañana del día siguiente ya estaba instalándose en su asiento de primera clase del vuelo 576 de British Airways con destino al aeropuerto milanés de Malpensa. Solo tomó una copa de vino en todo el trayecto —tenía que cuidarse el corazón, se dijo—, y a las doce y media, al montarse en el Mercedes que había alquilado, se sentía en pleno dominio de sus facultades. Condujo hacia el norte, camino del lago de Como, sin ayuda de mapas ni dis-positivos de navegación. Reputado historiador del arte espe-cializado en pintores venecianos, Isherwood había visitado Italia en incontables ocasiones para inspeccionar secretamente sus iglesias y museos. Aun así, siempre aprovechaba las opor-tunidades de volver, sobre todo cuando era otro el que corría con los gastos. Julian Isherwood era francés por nacimiento e inglés por educación, pero en su pecho hundido latía el co-razón romántico e indisciplinado de un italiano.

El inglés expatriado de fortuna menguante lo esperaba a las dos. Según el correo electrónico que Dimbleby había redactado a toda prisa, vivía lujosamente en el brazo del lago que se extendía al suroeste, cerca de la localidad de Laglio. Isherwood llegó algunos minutos antes, y se encontró con que le daba la bienvenida una imponente reja abierta. Más allá se extendía un camino de acceso recién pavimentado, que lo condujo con elegancia hasta el patio delantero, de gravilla. Tras aparcar junto a las cocheras privadas de la mansión, se dirigió hasta la puerta principal, pasando entre estatuas cu-biertas de moho. Llamó al timbre, pero nadie salió a abrirle.

001-544 El golpe.indd 24001-544 El golpe.indd 24 19/11/15 12:1619/11/15 12:16

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 14: Daniel Silva Libros - La esfera de los libros · 2016. 1. 19. · —Oh, no me mires así, Oliver. —¿Así cómo? —Como si te esforzaras por pensar en alguna palabra ama-ble que

25

Isherwood consultó la hora, volvió a llamar, y obtuvo el mis-mo resultado.

A partir de ahí, lo sensato habría sido que Isherwood se montara en su coche alquilado y se alejara de Como cuanto antes. Pero no lo hizo: intentó abrir la puerta y, desgraciada-mente, constató que no estaba cerrada con llave. La entreabrió, pronunció un saludo en voz alta en dirección al interior en pe-numbra y, a tientas, dio unos pasos que lo llevaron al gran ves-tíbulo. Descubrió al momento el charco de sangre sobre el suelo de mármol, y los pies descalzos suspendidos en el aire, y el rostro hinchado, azul oscuro, que lo observaba desde las alturas. Isherwood notó que le flaqueaban las piernas, y que el suelo se elevaba para acogerlo. Permaneció unos instantes allí, arrodillado, hasta que la oleada de náuseas remitió. Después se puso en pie, tambaleante, y, llevándose la mano a la boca, salió con precipitación de la casa en dirección al coche. Y aunque no se daba cuenta mientras lo hacía, a cada paso iba maldi-ciendo el nombre de Oliver Dimbleby.

001-544 El golpe.indd 25001-544 El golpe.indd 25 19/11/15 12:1619/11/15 12:16

La E

sfer

a de

los

Libr

os