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    ROBERTO FABIAN LOPEZEDITADO POR "EDICIONES LA CUEVA"

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    Amparo Montalva de Centineo

    Portada y Diagramacin Rubn Centineo Foto: Ruben Centineo

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    A Mis hijos: Len Felipe

    Rubn Rodrigo Y Pablo Antonio Patricio

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    - I -

    Me cost horrores convencer a Martn para que me acompaara al cctel de inauguracin de las nuevas instalaciones de la radio. Esta vez no quera ir sola. Estaba aburrida de tener que dar constantes explicaciones por sus ausencias. Me encargu de que todo estuviera preparado, no quera imprevistos. Hoy quera ser la seora de y disfrutar de esa condicin. Mand la chaqueta y el pantaln preferidos de Martn a la tintorera junto con mi nuevo vestido azul cielo. Me las ingeni para salir antes del trabajo y aprovech para hacer algo que nunca haca. Fui a la peluquera y me decor a tono. Cuando lleg Martn, ya estaba lista.

    Me vio y no pudo negarse, aunque s que sas eran sus intenciones. Le prepar un caf a su gusto y lo acompa. Martn cada tanto me miraba de reojo. Yo prefera no mirarme. Me saba cambiada. De aspecto, por supuesto, porque debajo del decorado y mi precioso vestido azul cielo, Mara Isabel lata al ritmo de siempre.

    No puedo negar que al entrar al cctel produjimos un murmullo de admiracin. Tampoco voy a negar que eso me gust. Sent la incomodidad de Martn, pero no acus recibo, por no entrar en profundidades, cuando slo se trataba de estar ah,

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    disfrutar de la compaa de mi marido y de cumplir con la obligacin de la presencia en esos agobiantes compromisos de trabajo. Muy pronto y posiblemente por la aceptacin que causamos, me sent bien, contenta, bien acompaada o representada como dira Estella.

    Los placeres del buen beber, la buena msica, la exquisita comida, hicieron que el tiempo pasara de una manera ya olvidada. Todo flua.

    Presentaciones, encuentros, uno que otro reconocimiento a mi trabajo por parte de algn jefe. Un microclima, un parntesis en eso de la cotidianeidad, un pensarse de otra manera, un creer que todo est bien. Martn distante, reservado como siempre, mirando todo con cierto escepticismo, pero ah, junto a m. ramos una pareja. Senta la armona que haba en el fondo de nosotros y eso me relajaba an ms. Ahora era yo la que lo miraba de reojo, con el orgullo del amor, y la pertenencia que eso encierra. Comenzaron a llegar las personalidades. Embajadores, ministros, magnates de las comunicaciones y del poder. Siempre me ha intrigado la vida de esos seres que poseen tanto. Ya no slo se trata de casa, auto, comodidades, esas cosas a las cuales uno accede con esfuerzo. Se trata de un plural, de agregar una "s" a todo lo que se nos pueda pasar por la cabeza. Casas, autos, campos, comodidades, viajes, vestidos, medias, y tambin ideas, personas, poder. Todo les pertenece. Desde sus grandes y fros escritorios de mrmol, definen las vidas de tantos de nosotros. Pero ese pensamiento fue slo un flash en medio de las luces que recibieron a tanta celebridad.

    Los fotgrafos invadieron la escena. En ese momento Martn me tom de la mano y me alej de tanta luz. Y por qu no contarlo, me atrajo a nuestra querida intimidad. En medio del bullicio, me quit el vaso y tom mis manos entre las suyas. Las acarici y las mir con esa capacidad que slo otorga el amor: la de ver todo como si fuera la primera vez. Quise hablar, decir que no, como siempre me sucede cuando siento que me deslizo hacia l. Pero no pude. Como tampoco pude evitar que mi decorado cayera sobre mis hombros cuando Martn, as, imperceptiblemente, me quit del cabello la pieza clave. Sus manos se enredaron con mi vida. En ese momento, algo ceg mis ojos, pera ya no tuve ganas de saber. No tena fuerzas ni deseos de usar la cabeza, en un momento en que nada de eso me serva para entender ese mar de calidez avasallante que nos una. De pronto se filtr una ola de aplausos y una voz imponente lo silenci todo. Nosotros logramos mantener nuestro bullicio personal hasta el momento en que la voz tambin nos silenci. Martn, molesto, furioso

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    casi, me tom de la mano y me sac de la fiesta, de las luces y de la voz.

    Volvimos a mirarnos cuando pregunt

    - A dnde me llevas...? - Lejos, bien lejos de tanta interferencia. Esa voz haba logrado quebrar nuestra intimidad.

    Martn, ahora molesto, manejaba sin rumbo fijo mientras se quitaba la corbata, la chaqueta y se deshaca de su propio decorado. El mo haba quedado all.

    - sta es la ltima obligacin a la que voy y no intentes convencerme. No voy a permitir que me atrapes nuevamente.

    Conoca ese tono, saba que habamos ingresado en nuestra intimidad, pero no la del olfato, el recuerdo y el tacto sino la de las ideas y las pasiones.

    Vagamos sin rumbo fijo por las calles de la ciudad. El centro, iluminado y srdido, con sus calles llenas de basura, vestigios de rutina maloliente y densa. Las autopistas vacas y limpias para el desafo a la velocidad y la vida. Temores que ambos somos capaces de perder cuando entramos en los laberintos de la furia. Las recorrimos todas, de punta a punta, agotando la fuerza. Por momentos el miedo me agazapaba el alma. El cuerpo se tornaba, rgido, ante lo vertiginoso de la velocidad. Los paisajes cubiertos por la noche pasaban uno tras otro sin poderlos nombrar. Los miedos aparecan y desaparecan. Inmencionables

    Cualquier palabra era escasa, plida, irritante a la hora de ser nombrada en medio de tanto silencio contenido.

    Tiempo? No s si el tiempo existe en esos momentos. Es eterno, impreciso, escaso a la vez.

    Los aos junto a Martn me han enseado que no debo interrumpir la furia si queremos sobrevivirla. Es como un animal que se apodera de nosotros. Que vive dentro engendrando un movimiento pertinaz, excesivo y lujurioso a la vez. S que no debemos mirarnos.

    Las autopistas fueron escasas para saciarnos. Las recorrimos una y otra vez hasta sentir el encierro, el lmite preciso de la ciudad. Salimos de ella en busca de otra violencia, la de las carreteras. La complicidad del silencio nos una. La noche de un momento a otro dej de ser noche. No pude percibir sus matices, ese paulatino decrecer que uno tanto disfruta en la adolescencia cuando junto a un grupo de amigos espera el amanecer frente al mar.

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    De pronto tuve la sensacin de estar detenidos, frente a una gran pantalla de Cinerama. Me dieron ganas de vomitar como la primera vez, sa cuando vi "La vuelta al mundo en 80 Das" sentada en la fila 7 del recin inaugurado cine Rex de mi ciudad. Pero no estbamos detenidos. ramos nosotros los que avanzbamos hacia el centro de la furia. Junto con la claridad del amanecer comenc a sentir fro. Primero fue as, poco a poco. Trat de cubrirlo con mis manos, pero fue insuficiente. Entonces decid olvidarme del fro y para eso mir hacia adelante. Digo mir porque antes ni siquiera eso poda hacer. Pero fue peor. El paisaje se me escapaba, no poda retenerlo lo suficiente como para olvidar el fro. Ahora tiritaba. Senta el entrechocar de mis dientes y eso me daba pudor, vergenza. Desist del paisaje, de mirar hacia adelante y cerr los ojos con la esperanza de encontrar en la oscuridad alguna forma de calor. En un momento indescifrable, sent el calor. Era la mano de Martn, que por error, haba rozado mi cuerpo. Me atrev y lo mir. Por toda respuesta l puso su mano sobre mi muslo. El calor volvi a mi cuerpo y con l, los recuerdos, las ideas, el paisaje y la tristeza. Ahora avanzbamos ms lento. Martn encendi un cigarrillo.

    La furia estaba alejndose dejando espacio a la muerte. O no, la tristeza vena de esa muerte. No s, pero algo muy fuerte que antes haba estado oculto comenzaba a aparecer. El alivio de la descarga, el agotamiento de la descarga. !Qu difcil es hablar sobre lo que se siente!

    El paisaje se fue ampliando, la claridad del da fue entrando en m, dndole contornos ms blandos a mis sentimientos. Mir la mano de Martn. Los aos haban pasado. Esa misma mano se haba posado diez aos atrs sobre mi muslo, estremecindome tambin por primera vez. Siempre que me encuentro en momentos as, necesito recurrir a los recuerdos, necesito la fuerza que ellos me traen. Retroceder, volver atrs en el tiempo, rearmar la historia, fortalecerme para enfrentar el caos de los sentimientos y los presentimientos.

    Armarme para el momento en que Martn hablara. !Qu miedo le tengo a estos momentos! Son pocos. Los dedos de mi mano bastaran para contarlos. Son de una intensidad que redefinen, que le dan un nuevo significado a todo lo que pareca tranquilamente vivido. Sacan la capa que nos ayuda a ocultarnos. Nos encaran. Cuando comienzo a hablar en plural, constato el miedo del singular. No puedo hacerme trampas a esta alturas. En todas estas cosas iba pensando cuando Martn dijo sus primeras palabras.

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    - Qu pasara si no nos detuviramos? As como salimos de la ciudad podramos salir del pas.

    - Martn! No pude decir nada ms. Entramos ahora en un nuevo

    silencio, el mo. Dejarlo todo atrs. Incluso nuestro hijo. Qu pnico tan grande me da comprobar que en alguna parte de m ese deseo existe. El deseo de quedarme limpia de compromisos, de quitarme las ideas que me arman, de aceptar que nuestro hijo tampoco nos pertenece y que la vida no es ms que un cmulo de sucesos que existen, que los inventamos slo para pasar el tiempo. Dejar que el aburrimiento lo pueble todo, que llene cada instante a la espera de esos pequeos grandes sucesos que me conmueven. Como ste por ejemplo. Me aferr a la mano de Martn pero no tuve la fuerza para decirle que nos detuviramos. Martn encendi otro cigarrillo.

    !Qu lindo es este vestido! Azul cielo como dijo la vendedora. Estar vestida del color del cielo. Recuerdo esos aos duros de mi adolescencia cuando no me decida por la vida, por el pavor que me daba comenzar a entenderla y en medio del agobio miraba hacia el cielo y le preguntaba, cundo encontrar la paz? Tendr fin este miedo?

    Encontrar algn da una forma de armona entre este cuerpo que me da forma y la vida? Existe realmente el alivio de respirar hondo y sentir que la vida tiene algn sentido?

    Quizs por eso te amo, Martn. Por esa extraa capacidad que tienes de volver a ubicarme en el punto cero, el de la vida y la muerte al mismo tiempo. El de plantearse cruzar la frontera vestida de azul cielo para luego volver a partir.

    Qu dbiles son las ideas. Qu rpido se desfloran. Vuelvo a mirar el cielo en busca de una respuesta. El cielo como lo ms alto, el cielo como lo nico que nos cubre a todos por igual. El cielo, el nico lugar desde donde se puede ver todo. El cielo como el color mgico de la paz, de la muerte.

    Baj el parasol para mirarme en el pequeo espejo. Necesitaba comprobar que haba envejecido, que el efecto de los cuidados de belleza haba desaparecido, que mi rostro envejecido era mi verdad. El tiempo haba transcurrido. No caba duda. Ahora comprenda, o ni siquiera, porque comprender implica cosas que ya no era capaz de hacer. Ahora poda decir: el tiempo existe y esta noche he vivido ms que muchos das atados en un calendario. Pero no saba qu hacer.

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    No tena una respuesta para Martn. Ni tampoco la decisin de decirle que se detuviera. Eso, no tena una respuesta. En algn lugar de m, esperaba que l decidiera por m. Y lo estaba haciendo. Avanzbamos a toda velocidad por una carretera que pareca no tener fin.

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    - II -

    En el ltimo piso de un lujoso edificio un hombre solo, miraba por su gran ventanal hacia el infinito. El da comenzaba iluminando lentamente la ciudad. Al final, nada, cielo, una antena parablica, muchas antenas de televisin como banderas. El hombre quiso abrir la ventana, posiblemente con el deseo absurdo de tocar esa ltima antena, pero descubri que no se poda.

    Cuntos aos mirando por ese ventanal, cuntos aos rodeado por ese mismo paisaje, cuntos aos encerrado en ese mismo lugar y recin hoy descubre que su ventana no se puede abrir.

    Sofocado por el descubrimiento que acababa de hacer, oprime el intercomunicador

    - Llame inmediatamente al ingeniero que construy este edificio. Voltea y mira nuevamente su enorme ventanal. La vista es

    sobrecogedora. Se acerca lentamente a l y por primera vez en su vida lo toca suavemente, especialmente en las junturas. S, no se puede abrir, no hay forma de hacerlo. Furioso camina por la oficina como un len enjaulado. Se acerca nuevamente al intercomunicador y oprime el botn.

    - Seorita, le dije que era urgente.

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    Suelta el botn sin esperar respuesta. Aburrido, ansioso, enciende el televisor desde su escritorio utilizando el control remoto. En ese momento se anuncia un flash informativo. Sube el volumen suavemente.

    - "El alcalde de Bogot en reciente entrevista a raz de los ltimos sucesos ocurridos en su pas, manifest su descontento con la poltica norteamericana.

    Dgame seor alcalde, dicen que el narcotrfico ha amenazado con asesinar al encargado del programa antidrogas.

    - As es, sobre nuestro pueblo pende como espada de Damocles la amenaza del narcotrfico.

    - Qu respuesta dar el gobierno? - El gobierno proteger a la ciudadana pero nada ser suficiente si

    los norteamericanos en vez de venir a generar conflictos no se encargan de que su pueblo deje de consumir cocana."

    Atas da un golpe sobre la mesa. En ese momento se abre la puerta del estudio y entra el ingeniero.

    - Me quiere explicar qu significa esto? Atas seala el ventanal. El ingeniero sorprendido se acerca al

    ventanal y lo revisa - No se puede abrir - El ingeniero sonre aliviado.- Pens que era algo ms grave- Atas, en el mximo de su despotismo- Me lo abre inmediatamente. El ingeniero atnito lo mira. - Eso es imposible seor. Furioso, Ata, cierra el puo y con gran fuerza golpea contra el

    ventanal. En ese momento entra una rfaga de viento que los tira a ambos contra la pared.

    Atas, sobrecogido, observa la impotencia de su poder.

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    - III -

    Magdalena ayuda a Nicols a vestirse. Est preocupada. Nicols,

    en silencio, se deja ayudar. Entra Andrea con una carterita rosada. - Aprate Nico, quiero que me lleves a dar un paseo. Nicols se apresura. Magdalena termina de atarle las trenzas de los

    zapatos. - Ta, por qu no llega mi mam? Magdalena intenta una sonrisa. - No te preocupes. En cualquier momento suena el timbre y es ella.

    Seguro que se quedaron hasta tarde en la fiesta y estn descansando un poco antes de venir a buscarte.

    Andrea lo toma de la mano y lo arrastra hacia la puerta. Nicols ofrece un poco de resistencia. Mira a Magdalena. Est triste. Magdalena rehye su mirada. No tiene respuesta. Ella tambin est preocupada por su hermana. Le dej a Nicols por unas horas y todava no regresa. Si tan solo hubiera llamado por telfono. Nicols desiste y sale corriendo de la mano de Andrea.

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    Magdalena pensativa acomoda la cama. Junta la ropa sucia, abre las ventanas. De pronto va hacia el telfono y disca. No hay respuesta. Mira su reloj. Se llena de presentimientos. Haciendo un esfuerzo cierra los ojos y respira hondo. Resuelve dejar de pensar y comienza a ordenar el cuarto con la esperanza de olvidar sus miedos ocupada en tareas rutinarias. Suena el telfono. Magdalena corre hacia l. En el momento en que toma el auricular se interrumpe la llamada.

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    - IV -

    Mara Isabel y Martn caminan por una playa desierta. A lo lejos se

    divisa el carro detenido con las puertas abiertas de par en par. Martn desde una pequea duna, mira hacia el horizonte. El viento pega contra su rostro. Mara Isabel junto a l. Martn se desnuda y entra en el mar, desapareciendo entre las olas. Mara Isabel lo sigue con el corazn. El viento sopla fresco, tibio, quema. Granos de arena golpean contra su rostro. De pronto sus ojos se llenan de lgrimas.

    - Nicols.(Musita suavemente) Cunta falta le haca su pequea sonrisa. Sus ojos disminuidos por el gesto. Saba que estaba bien atendido. Magdalena era su nica hermana. Apenas un ao de diferencia las una en una amistad inseparable. En una extraa complicidad de mujeres, de madres. Andrea ayudara a Nico a disfrutar del tiempo de su ausencia. S, todo eso era verdad, pero lo necesitaba ah, con ellos. Las mejores intenciones aparecen esculidas a la hora de la soledad. Sbado, maana domingo y luego el lunes. No quera que Nicols faltara a su colegio, que interrumpiera su vida de nio por sus necesidades de furia. Quera que Nicols viviera con ellos incluso esto, que entendiera desde ya de que se trata esto de vivir. Que no sufriera tanto como ellos.

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    Pero no poda correr hacia l con los brazos abiertos y el beso en los labios. Martn la necesitaba slo para l. Ah, junto a su miedo, junto a la responsabilidad de ser la cabeza de la familia. De llevarlos por el camino correcto, de cuidar de ellos en lo fundamental. En mantener el alma expuesta a la vida.

    Martn apareca y desapareca entre las olas. Cunto respeto senta ella por el mar. Era uno de sus primeros amores y por eso lo respetaba. Conoca de su furia, de su capacidad de violencia. Nunca olvidara cuando de pequea iba junto a sus padres a un hermoso balneario de verano al cual solan ir todos en familia. Una tarde estaba parada en una roca alta y fuerte mirando el mar. El olor era penetrante, tanto como el del amor. El viento golpeaba contra mis piernas aferradas a la roca. El da estaba oscuro, nublado y el mar ejerca su furia indomable. Unida toda en movimiento denso y feroz. Las olas se erguan fuertes, cargadas de arena y espuma, para romper contra la playa, las rocas o nada. El rugir de sus olas me estremeca de fro y pavor. Caer ahora entre sus brazos significara la muerte para m. Sola estaba frente al mar. Era duea de mis actos y el deseo de la muerte apareci por primera vez. Atrada por ese movimiento fuerte y certero. Por ese llamado del agua. El vrtigo me atrajo hasta el deseo, nublndome la vista, embotndome la mirada y el pensamiento. Mi cuerpo por un momento tambale atrado por esa fuerza nica, clara y definida. Algo me retuvo. Posiblemente el llamado de mi madre.

    Mara Isabel, en un impulso se levant y mir hacia el mar. S, ah estaba Martn, entre las olas. Respir profundamente y sonri enternecida.

    El mar comenzaba a rugir.

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    - V -

    El jardn era amplio. Varios rboles frutales, flores y pasto

    verde. Un lindo lugar tras la casa para el encuentro de la familia bajo las ramas lnguidas de sus rboles. Magdalena cuidaba mucho de ese espacio. Ah pasaban gratas horas en compaa de la familia y los amigos. Las puertas del dormitorio de Magdalena e Ignacio se abran de par en par al sol. Andrea con su carterita rosada al hombro miraba orgullosa a Nicols quien con esfuerzo suba el rbol ms alto del jardn. Una casa entre sus ramas. Eso era lo que queran. Pero haba que explorar bien el lugar. Nicols se detiene y mira a su prima. Se lo ve cansado pero orgulloso de su tarea. Andrea responde preocupada, temerosa de Nicols. Lo quera demasiado como para no ponerse nerviosa vindolo aventurarse entre las ramas. Nicols le tira una naranja. Andrea corre y la alcanza. La mira, la toca, la huele. Se decide y la guarda en su carterita.

    - La guard, grita.

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    Nicols tambaleante intenta deshojar una rama con el fin de transformarla en un silln. Andrea se acerca temerosa. Nicols con dificultad sigue ascendiendo hasta llegar a la copa del rbol. Sonre tambaleante aferrado a la rama.

    - S, aqu nos podemos hacer la casa. Andrea feliz intenta subir pero descubre que su vestido

    se lo impide. Se levanta y corre hacia la casa. Nicols atrapado en su nuevo mundo se interna entre

    las ramas, las hojas, los pjaros. - Qu hay por aqu? Andrea vestida para subir, aparece en el umbral al

    tiempo que grita espantada. - Nicols, te vas a caer. Nicols no escuchaba. Avanzaba entre las ramas,

    olvidndose que los pjaros tienen alas y l, brazos. Andrea plida, inmovilizada por el pnico grita

    !Mam!

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    - VI -

    Martn est desnudo, tendido en la arena hmeda del borde de la

    playa, dejndose baar por las olas. Abre sus brazos y sus piernas dejndose quemar por el sol que lo mira de frente. El sol, pensaba, al tiempo que comenzaba a tararear aquella vieja y querida cancin, "A white shade of Pale". Mara Isabel se haba ido. Qu difcil es retenerla a mi lado. Como le cuesta entender que yo, Martn la necesito. Pero no as como un ente apegado a un ttulo de esposa, sino como esposa realmente. Y era verdad, la necesitaba. Abri los ojos y el sol ceg su mirada, cerrndolos violentamente en una mueca de dolor.

    - Maldicin, mascull. Y Mara Isabel no estaba. Se sent, lleno de impotencia. Nicols,

    Nicols,- repeta contenido. S, es nuestro hijo y lo amamos, pero basta. Nuestro hijo no nos pertenece. Se lo digo y se lo digo pero no termina de entenderlo. l con su vida y nosotros con la nuestra. Se dej llevar por la furia de tal manera que la nica forma de ayudar a que cediera fue tirndose al mar hasta desaparecer entre sus olas.

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    Al fondo, en el carro, Mara Isabel avanza lentamente, buscndolo. Se detiene y baja . Deja zapatos y llaves y camina hacia la playa. La arena suave. Tibia tambin. Busca a Martn con la mirada y no lo encuentra. Se sienta en la arena y mira hacia el infinito mar. No lo vea pero saba que estaba ah. Mir el sol de reojo y se sac el vestido. Qued desnuda. Completamente desnuda y eso la sobrecoga. Se tendi en la arena ocultando sus pechos, su cuerpo. El pudor. Se saba sola en esa inmensidad pero se senta como si alguien la estuviera observando. Estaba desnuda. Eso era lo que pasaba.

    Apoy la cabeza contra la arena y se olvid del pudor enternecida por el recuerdo de su hijo. Magdalena no haba entendido mucho pero la acompaaba. Nicols estaba bien.

    Prefer no escucharlo. Nunca s que reaccin puedo tener y cuando no me siento fuerte como ahora, prefiero no arriesgarme. Algo al fondo se mova. Era Martn que se acercaba. Qued fascinada por ese lento avance entre las olas. No distingua su rostro pero lo vea. Ahora los hombros, el torso, su cuerpo entero. Era Martn, mi Martn. Lo haba dejado solo. Necesitaba saber de su hijo. Qu horrible es esto que siento. Por qu Martn me obliga a elegir?

    Martn se acercaba. Erguido, fuerte. No resista. Lo quera, lo amaba y nadie ms que l poda darle lo que necesitaba. Me cuesta este ejercicio cotidiano de la entrega. No fui educada para esto. Martn se acercaba apareciendo y desapareciendo entre las olas.

    Recuerdo esa frase imborrable de mi padre respecto a como vivir con la belleza sin usarla. Pero no s, sera que estaba en el aire. Una mujer bella es deseada por muchos hombres y en algn momento ella los desea a todos. Estaran ah las races del aprendizaje de la traicin? Es como si existiera la obligacin de cumplir con todos. Por eso era que estaba enredada en tan ardua tarea cotidiana. La de amar a un solo hombre. Me cuesta, lo confieso. Pero cuando lo logro me siento plena. Martn se acercaba y no poda negarme a ese encuentro tan deseado. Corr hacia l hasta perdernos entre la arena del mar. Entre la sal. La arena tibia, la inmensidad para ellos dos, el amor, esa extraa magia que los una. Martn limpia de sal ese cuerpo que tanto misterio an guarda para l. Mara Isabel estaba nuevamente al alcance de su mano.

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    - VII -

    Atas sentado en su escritorio reciba los informes de sus asistentes.

    La secretaria frente a l iba tomando nota de los aspectos resaltantes. Ernesto Gua, su colaborador ms cercano, imbuido del espritu de la empresa y comprometido con ella hasta la saciedad, le enseaba a Atas la carpeta con los nuevos proyectos. Los de la ampliacin de la Organizacin. Atas se regodeaba en el placer del xito. Escuchaba distante pero dueo del hecho mismo. Gua apoyaba su exposicin con un video que mostraba el avance de las nuevas instalaciones. Terrenos amplios, muy bien ubicados y equipados con lo mejor del mercado. Entre imgenes y palabras, Atas recordaba a su padre. Sin duda, un hombre con visin de futuro. Haba comenzado alquilando un pequeo terreno en las afueras de la ciudad donde se instal y lo transform en una cosecha constante de productos exclusivos y de la mejor calidad. As haba comenzado con apenas 18 aos y el empuje del inmigrante que entiende que si no sale adelante con su propio esfuerzo, se lo lleva el ro.

    El aspecto agrcola se haba perdido con el tiempo en la familia. Pero l, como homenaje a ese primer esfuerzo, mantena un hato en la zona ms prspera del pas y, lo mas importante, l personalmente, se

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    encargaba de dejar el nombre de su padre en alto. Estas tierras eran ejemplo de rendimiento y calidad.

    Ernesto Gua hablaba sobre la inversin y yo pensaba en las ganancias. Le gustaba el dinero y saba manejarlo mejor que nadie. Estudi Economa siguiendo el consejo de su padre y luego un Master en Administracin de Empresas en la mejor Universidad de Estados Unidos. Fue larga la preparacin y no sin esfuerzos por cierto, pero no pasaba un da que no disfrutara de sus dividendos. Los negocios haban llegado al punto soado por su padre, el del regreso a la patria. Haban trascendido el terreno de la inmigracin. Espaa contaba entre sus industrias ms prsperas con una Atas Y Compaa.

    Llova tras los cristales y no poda menos que sentirme protegido, rodeado de ese bienestar que tanta tranquilidad me daba. Me gustaba estar aqu en mi oficina, hecha a mi medida con todos los adelantos de la tecnologa, sos que me permitan oprimir un botn y saber cmo estaba todo en Espaa, oprimir otro y disfrutar del dinero que estaba por ganar.

    Gua, era un hombre de toda mi confianza. Trabajador como ninguno pero tambin aburrido como ninguno. Lo haba mandado a hacer varios cursos con la secreta intencin de lograr exposiciones ms amenas; pero no haba caso. Era aburrido por naturaleza. Sus informes carecan de todo talento. Eran agobiantes por su detallsmo y perfeccin. Pero bueno, al menos haba logrado incluir algunos elementos modernos: el video por ejemplo. Si no existiera ese recurso, en este momento estara escuchando una eterna descripcin sobre el terreno, cada mquina en particular con los nombres de sus piezas, la numeracin y el costo de cada una. Al menos ahora me deleitaba viendo mientras, al fondo, escuchaba ese tono monocorde de Gua. Haba aprendido a no escucharlo. Era tan riguroso en todo, que cuando trataba algo de franco inters, su tono de voz cambiaba y yo, entrenado para tan fiel servidor, escuchaba, para luego caer l en su monotona y yo en mis pensamientos. Cuando se retiraba dejaba sobre mi escritorio la carpeta con los detalles y yo, en minutos, me enteraba de todo eso que no soport escuchar. Haba que optar y yo haba elegido su entrega al trabajo, su compromiso y fidelidad. Lo dems lo soportaba, amparado en los avances de la tecnologa.

    Gua, ahora, buscaba en el bolsillo de su pantaln, su impecable pauelo blanco. Qu alivio, la exposicin haba terminado. Hasta sus rituales se repetan invariables. Cada vez que la exposicin llegaba a su fin, Gua automticamente meta su mano en el bolsillo, sacaba su impecable pauelo

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    blanco y se secaba el sudor de la frente. Este hbito me desesperaba tanto como su monotona, pero lamentablemente no haba cursos para eliminar este tipo de hbitos. Adems no era precisamente una mana; el hombre de verdad sudaba en exceso. El pauelo por la frente era la evidencia. Recuerdo que una vez en el mximo de mi desesperacin consult a Gaete, mi mdico de cabecera, sobre el asunto ste del sudor de Gua. Me dijo que haba una solucin; que lo enviara a consulta. No les quiero describir lo que fue la conversacin con Gua sobre el asunto. Yo, que no saba por dnde entrarle, y l que no es ningn tonto, sudando por la humillacin. Un desastre. Recuerdo la poca en que antes de sacar el pauelo se pona rojo como un semforo y volteaba la cara para limpiarse, hacindolo todo ms evidente y desagradable. Se produca un silencio tenso y cuando volva a mirarme, bajaba los ojos humillado, avergonzado hacindome sentir como un maldito.

    Tenemos aos con esto del sudor y del pauelo pasando por etapas, algunas indescriptibles; pero no he logrado prescindir de sus servicios, aunque est marcado por la evidencia de la vulgaridad.

    Gua, como estaba previsto, deposit sobre mi escritorio, el video, la carpeta y los disquetes con la informacin detallada sobre mis inversiones. Se despidi guardando su pauelo hmedo en el bolsillo y sali.

    Ins Mara, con su discrecin habitual, guard silencio hasta el momento en que yo le indiqu que poda hablar. Entonces, me inform acerca de mis compromisos y me record que maana, 3 de Mayo, celebraba un nuevo aniversario de bodas. Como siempre me ofreci, hacerse cargo del envo de flores a mi esposa ; yo le ped que este ao tambin comprara un regalo para Catalina. Ins Mara, saba recordarme los compromisos familiares sin que ellos interfirieran en mi trabajo, cualidad primordial en una secretaria.

    Siempre me he jactado del ojo que tengo para elegir el personal clave de mi Empresa. Pasaba gran parte de mi vida entre ellos y necesitaba el mximo de eficiencia a la hora de delegar responsabilidades. Hay gente que suele criticarme porque delego muy poco poder, por mi despotismo, pero se quedan sin palabras al ver la entrega que mis empleados tienen por mi proyecto. Hablo de mis empleados y de mi proyecto porque sa es la verdad. La demagogia slo la utilizo en casos extremos. Por lo pronto trato de no utilizarla jams conmigo mismo. Posiblemente, aqu estn las claves de mi xito como empresario y como patrn.

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    Ins Mara sali sin hacer ruido como es costumbre en ella. Siempre me he preguntado por qu mi esposa no tiene esa caracterstica. Ins Mara entendi desde un principio, que si quera conservar su puesto, deba ser discreta, silenciosa y anticiparse a todos mis deseos. Tengo que reconocer que lo ha logrado, no as Catalina, que an conserva su puesto a pesar de sus interferencias constantes y molestas. Lamentablemente ella no estaba en nmina y su apellido no era Soto sino Batalle.

    - Pequea diferencia. Dice cargado de irona mientras se levanta Entr el mesonero con su compromiso de media maana. Atas

    como todos los das, tom su pequea pastilla y sabore su jugo de mango mientras su mirada se perda en el infinito. De pronto trag bruscamente, dej el vaso sobre la bandeja y se acerc al ventanal. Lo mir detenidamente. Haba algo extrao en l. Qu era? Lo toc suavemente hasta el momento en que se sinti ridculo en ese gesto. Se alej para tomar distancia y, desde ah, vio el final del paisaje, el cmulo de antenas y record. La impotencia lo invadi alterando su habitual equilibrio. Haban cambiado el vidrio. Haban borrado la huella de su deseo. Corri hacia la ventana e intent abrirla nuevamente sin xito. En ese momento entr silenciosa Ins Mara con los peridicos. Fue hacia el escritorio, con el nico deseo de cumplir su funcin y por supuesto pasar desapercibida. Pero esta vez no lo logr. Atas la mir fijamente y en tono duro le dijo

    Quin orden cambiar este vidrio? Usted mismo doctor.

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    - VIII -

    El carro avanzaba a gran velocidad por la carretera. Mara Isabel y Martn en su interior, quemados, rojos por el sol. Fumaban mientras escuchaban msica. Mara Isabel llevaba su ventana completamente abierta y jugaba con su pelo dejndolo secar al viento. Haba armona entre ellos. El silencio ahora no pesaba. Al contrario, los una. De pronto, Mara Isabel distingui a lo lejos una seal de carretera y despreocupada, la ley para s. Palideci. Aspir su cigarrillo hasta agotarlo. Tena miedo de preguntar. Tena miedo de... En un impulso mir a Martn

    - Nos seguimos alejando de Caracas, Martn Martn guard silencio. Mara Isabel ahora desesperada puso su

    mano sobre el volante con la intencin de detenerlo. - Martn! Martn con fuerza y decisin la alej. Mara Isabel mir y mir hasta

    descubrir que no slo se alejaban sino que estaban cerca de la frontera con Colombia. Su miedo se transform en pnico y el pnico en parlisis. Su corazn llor, toda ella lloraba con ese llanto infantil, desprovisto de censura. El carro avanzaba a gran velocidad.

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    Mara Isabel haba perdido el pudor. El llanto la invada, la sobrecoga y sobrepasaba. No tena fuerzas para controlar el mar de lgrimas que le pertenecan. Martn manejaba impvido. Mara Isabel no se resista, no quera entender ni preguntar. Lloraba.

    - Lloras como una nia. dijo Martn irritado As me senta, como una nia. Desamparada,

    desprotegida, arriada. Eso, a los nios no se les pregunta nada, se los lleva y se los trae en pos de lo que consideramos es bueno para ellos. Y yo ajada de azul cielo, lloraba.

    Ese llanto no me detiene, al contrario, me llena de indignacin. Vocifer Martn mientras oprima el acelerador.

    Para qu responder. Saba que nada lo detendra. Martn sac un cigarrillo y me lo ofreci.

    - Las nias no fuman, dije. Martn furioso tir el cigarrillo por la ventana y

    encendi uno para l. Fumaba como si ese fuera el ltimo cigarrillo de su vida. Yo lo miraba de reojo sin atreverme a hacerlo de frente. Dnde haba quedado esa armona que habamos encontrado en la arena? Qu dbil era todo. Todo poda comenzar y terminar en un instante. Mis sollozos lo cubran todo. No tena pauelo. Me son con el final de mi vestido, ajado ya por tanta vida. Desteido por el sol del infierno que cubra.

    El carro avanzaba a gran velocidad pero yo estaba detenida en m, en el llanto de la sin razn, en el llanto de la infancia olvidada. Detenida estaba cuando Martn oprimi mi brazo hasta el dolor.

    - Me duele- grit. - Eso, prefiero que me digas que te duele antes de que me hagas

    creer que eres una nia. - Yo no te he dicho nada. - Y esas lgrimas? Crees que ellas hablan de una mujer? A m ya

    no me engaas Mara Isabel. Tuve que usar toda mi fuerza para no responder. No

    quera mas violencia. Me bastaba con la que senta en mi interior. Record el llanto secreto del temor a la vida, a la gente, al tiempo que pasaba y me iba haciendo poco a poco grande. El temor inmenso de mi infancia, mis ansias de amor. A pesar de su desasosiego constante y fatal. Estaba junto a la persona que amaba y me senta sola como cuando nia. Con

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    la necesidad de arroparme en el silencio de mi soledad. Un silencio incompartible por eso de ser en el fondo tan sola como el ser que me acompaaba.

    Qu fugaces eran los momentos en que esa soledad se dispersaba formando un nico entorno compartido en la armona de los movimientos! Qu vahdo oscuro el del fin del encuentro! !Que sabor a muerte! Qu instantes eternamente fugaces. A pesar de todo no poda negar la belleza que encerraba el desencuentro. Digo desencuentro y descubro que sera ms fcil decir encuentro. Me desconcierta. Me desconozco en la verdad de mi interior. Es que debo aceptar acaso que necesito del rompimiento, de la separacin? Nunca he querido aceptar esa vivencia tan frecuente en mi vida, como una cosa buscada.

    El sol sale resplandeciente despus de la lluvia y la neblina. Tenue ahora al no poder mantener el brillo y el calor.

    Me siento mal. Con ganas de vomitar. S que cuando lo haga me sentir mejor. Ser que el final es el nico capaz de generar el principio. El principio, se de los das a la luz del sol. El principio nico, el del primer llanto. Ser por eso que los recuerdos tienen un sabor dulce y agradable? Ser por eso que la soledad me atrae? Las preguntas se agolpan ahora contra mi desteido azul cielo. Toco su desteida suavidad y descubro, bajo ese gesto, mi cuerpo adulto y voraz. La sal del mar se confunde con la sal de mi tristeza. Recorro mis labios en el sabor de esa conjuncin. Controlo el deseo del vmito a la espera de un impulso total y nico. Pasar de la risa al llanto y del llanto a la risa como lo hacen los nios mediando entre uno y otro el olvido total. Recuperando en cada instante la capacidad completa de la alegra, de la rabia. Siempre un inicio sin memoria, sin pasado.

    Qu incoherente y fragmentado es el interior de la tristeza. Sentimientos nicos que parecen una totalidad, una verdad. Intentos de bsqueda de una unin inexistente, de un sentido inalterable a la vez que irreal. Se agolpan uno tras otro, ensendome a leerlos as, como son, uno tras otro sin sentido. Por qu esa necesidad de armar un discurso? La tranquilidad que se consigue con este juego es aparente como la felicidad. Ms genuinos son los sentimientos de dislocada unidad en la discordia de los sentimientos. Ms genuinos pero ms fuertes para ser soportados por tan frgil estructura. Un cuerpo de carne y hueso desechable. Cuerpo que se diluye en el vaco de la muerte. Cmo soportarlo, entonces, si a la menor intensidad el cuerpo reacciona con la necesidad del

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    vmito, del dolor, de la nusea. Aqu, aparece la limitacin, la debilidad, la necesidad de la historia, Dios. Insaciable figura a la hora del castigo. Recnditos los laberintos del juicio ejercido con poder por el hombre. Culpa, estigma que brilla en la frente del pecador distrado. Sombra que lo cubre todo cuando nos dejamos invadir por historias como la de Dios.

    Marcados estn los que se dejan guiar por esta historia inconmensurable. Envidio la comunin que genera la unin en la historia divina. Comunin a la cual no he podido acceder a pesar de mis esfuerzos por la unin de lo inevitablemente separado. He perdido la capacidad de la historia de la infancia. La tranquilidad que consegua cuando, hincada junto a mi cama, rezaba. Crea en esa persona todopoderosa. Crea en ella hasta el punto de la disolucin de la soledad. Slo bastaba un encuentro con l, un rezo aprendido en la escuela, un rosario entre mis dedos, transparente como el agua, para alejar de mi esculido cuerpo los temores engendrados por la noche. La alegra, la luz, el brillo, la emocin de la maana antes de mi Primera Comunin, cuando vestida entera de blanco abr mi boca y recib redonda, transparente e insabora la comunin con la paz. Liviana me senta, liviana como el viento, sin el peso de la soledad. Hasta que la culpa termin con la paz cuando el deseo invadi mi cuerpo. El pecado, hasta ese momento, no tena sentido para m. No exista. El rezo y el rosario transparente ya no me servan. El cuerpo me llamaba al pecado, lo exiga sin comprender. Era tan fuerte que superaba las ideas traspasando la noche, invadiendo tambin el da. Busqu en l, el Todopoderoso, comprensin, una explicacin al pecado que me incitaba el cuerpo que l mismo haba creado. Todos los cuerpos tenan esa misma necesidad? No me atreva a preguntar, porque esas cosas no se hablan. Se sienten, traspasando la carne, transformando la vida en un sufrimiento secreto solo conversado con la soledad. La culpa me persigui hasta la inamovilidad, hasta anular el sentimiento que la originaba, hasta anularlo todo al fin. Qu limite tan insufrible! Qu vida tan montona y sorda la de la ausencia del pecado. Qu sordo el rezo en busca de la paz! Me aterrorizaba mi capacidad de pecado. Mi disfrute en el pecado. Qu larga se me haca la espera por un cuerpo ms fuerte para soportar el deseo! Qu pnico el de imaginar que nunca alcanzara la fuerza para vivir. Para vivir de una vez por todas. Para ser alguien.

    Nunca pude olvidar, a pesar de todo el esfuerzo que haca para lograrlo, que en algn lugar secreto de mi interior estaba guardado, cuidado por la inamovilidad, el deseo profundo de la vida.

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    Qu fuerte era! El vaco de la falta de vida, me traa una amargura profunda, de esas que dislocan el gesto, que transforman la mano que lleva una caricia en mano que abofetea. Amargura que por estar originada dentro de m, me perteneca de tal manera que slo daba el fruto de la destruccin de m misma. Para esto, tambin, se necesita un cuerpo fuerte, me deca. Pero ese mal tena perdn, tena entendimiento entre los que me rodeaban. Haba quizs una familiaridad con la amargura entre ellos. Saban compadecerla. Pero no la haba con la paz que trae vivir as, en pecado. Qu palabra tan macabramente amplia y muerta! Qu gesto tan inmaculado a la hora de su realizacin! Qu fuerte era la presencia de ese ser tan omnipotente y perfecto que haba sido capaz de sufrir por todos nosotros!

    De qu me sirve que l haya sufrido por m si yo ahora estoy sufriendo, gritara Borges en un momento. De qu me sirve grit yo junto a l. Qu difcil es encontrar alguien que pueda gritar con uno una blasfemia de tal magnitud a pesar del castigo que ella encierra! Ya no le temo al castigo! Necesitaba gritar.

    De pronto, el deseo de la vida se me confunda con el de la muerte. Deseaba morir. La buscaba en los momentos mas inhspitos, en sos en que slo me senta llena de cosas ocultas, de sentimientos estancados e interrumpidos. Muertos al fin!

    Respir hondo y me sent aliviada. Haba tocado con mis manos la muerte que llevaba dentro. La haba nombrado. Me reconoca en ella y descubr que entre sus cenizas haba an, un resto de fuego. Estaba viva. Y sonrea entre la sal de mis lgrimas y el calor de mi querida soledad triste. Mi propia muerte no haba acabado conmigo. Abr los ojos, sos que lleva uno dentro y descubr que el carro estaba detenido. Mir a mi lado y vi a mi querido Martn. Estaba ah. Haba estado siempre. Y no slo eso, l tambin haba llorado. Posiblemente tambin buscando su resto de vida. No lo saba. Habamos compartido el mismo espacio, compartimos el amor, pero estbamos solos, tan solos despus de haber dejado atrs al todopoderoso se que con sus historias era capaz de la ms bella poesa. Era triste la vida sin poesa.Qu ardua tarea la de crearla a partir de la muerte que se lleva dentro, a partir del pecado! Qu me espera despus de este descubrimiento, despus de este encuentro con la muerte?

    Qu nos espera Martn? Dije con la voz del que recin aprende a hablar. Martn mir hacia adelante.

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    - IX -

    Atas hojeaba el peridico con la destreza que le daba el hacerlo

    todos los das. Ya saba qu leer y qu dejar pasar. Pero ahora buscaba la noticia sobre su ltimo discurso en pblico. Quera verse y escucharse citado, entre comillas. Lleg al cuerpo correspondiente y en primera plana, tal como lo haba pensado apareca l, en el plpito, rodeado de personalidades. Tena la mano en alto, gesticulando la verdad absoluta y la seriedad del que no tiene dudas.

    Me quedaba bien ese traje de lino y la corbata era elegante, fina. No me quejo de mi imagen La saba cuidar, de eso no hay duda. Tom la pequea lupa que haba trado de Alemania, y la acerc a la fotografa. El Ministro de Transporte y Comunicaciones, la gerencia de la Organizacin, Catalina. Se detuvo en la imagen de su esposa y la detall. Elegante, distinguida, una Batalle al fin, pero dura, insoportable en el gesto. No se dejaba marginar de esos eventos. Siempre me recordaba su aporte de capital y los derechos que esto le daba. Tenamos aos que no nos retratbamos juntos en pblico. No soportaba la evidencia del desacuerdo. Eso afectaba mi imagen. Los fotgrafos haban respetado mis rdenes y, tal como lo haba pedido, todas las

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    fotografas "personales", como las llam en ese momento, me las hacan llegar a m para evitar cualquier error. No quera verme en primera plana junto a mi esposa Batalle. No quera verme en la necesidad de dar explicaciones. Catalina que no es nada de tonta, al contrario, en un momento me pidi una explicacin - Qu pasa que ya no figuramos juntos en la prensa, por qu nos han marginado como matrimonio de la vida pblica?- Estaba preparado para esta pregunta. Ms bien me haba extraado que no la hiciera antes. Mis argumentos sobre la necesidad de noticias, la perversin intrnseca de los periodistas, la haban tranquilizado. No fue fcil como parece. Tuve que recurrir a casos conocidos, cercanos a nosotros, de destruccin de la privacidad de algunos amigos, para lograr la tranquilidad de mi querida esposa. Le record el caso de Jorge Cazuso y su esposa Alicia. Poco a poco los periodistas haban destruido la imagen pblica de nuestro amigo irrumpiendo en su privacidad. Ya nadie crea en l. La vida privada en manos de hombres dispuestos a todo por figurar, era suicida. Jorge y Alicia haban terminado divorciados y su boyante empresa quebrada y ni hablar de las aspiraciones polticas de Jorge. Traer este recuerdo a la memoria de Catalina fue suficiente para reactivar todos sus miedos. Los de la pobreza, los del silencio y los del divorcio. Santo remedio! como dira mi to Esteban. No se puede perder el dominio sobre la esposa si se quiere vivir tranquilo y sacar adelante los proyectos personales. Haba aprendido la leccin. No te parece to?

    Satisfecho, se ech para atrs en su confortable silln de cuero y sonri al tiempo que guardaba su compaera del juego del detalle, su lupa, en su escritorio. No haba duda, se senta como lo que en realidad era, un triunfador. Haba tomado muy en serio el pasatiempo para el cual haba sido trado a este mundo. Era un juego diablico. Pero l saba ser Dios a la hora de la justicia y la organizacin de las fichas sobre el tablero. Sigui mirando las fotografas. El centro del evento, la cabeza del imperio, era l. Con el objeto de entretenerse, de rerse un rato quizs, mir el resto de las fotografas, aqullas en las que l no apareca Qu vieja y fea se haba puesto la esposa de Anbal! Era de la misma edad de Catalina y pareca diez aos mayor. Tena que reconocer que al menos en el aspecto fsico Catalina se haba mantenido bien.

    - Gua, exclam de pronto entre risas. Ah estaba, descubierto en su vulgaridad, secndose el sudor de la

    frente. Era ms fuerte que l, lo sobrepasaba. Sigui recorriendo los rostros hasta detenerse en la ltima fotografa. La mir atentamente. Su rostro fue todo envidia al ver esa bella pareja joven que se miraba profundamente.

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    No lo escuchaban. Nada les importaba su discurso. Le pareci una falta de respeto para con l. Estaba obnubilado por la rabia que senta. No, por la envidia que senta. Pero eso era muy difcil que Atas pudiera llegar a reconocerlo. Tenemos que hablar de rabia. Sac su lupa y la acerc a la fotografa. Perdn no fue a la fotografa, fue a la imagen de esa mujer radiante, bella, bellsima. La mir largo tiempo, como si quisiera llegar a ella. Era perfecta. Perfecta en su belleza y en su capacidad de mirar de esa manera mgica, profunda, transparente. Ley.

    - Mara Isabel Tanetti y... Ah se detuvo. Era ella la que le interesaba. El cabello caa

    libremente sobre su espalda descubierta. Su piel, su color. Sus ojos. De pronto se descubri tocndola. Tocando esa mujer de papel, esa mujer soada. Nunca antes la haba visto. De dnde haba salido? Cmo haba llegado hasta ah? Seguramente se haban equivocado. Esa fotografa deba pertenecer a otro artculo y conociendo la negligencia de los periodistas casi podra afirmar que esa mujer no estaba en su evento.

    Maravilloso error, pens. Por fin los periodistas se haban equivocado en favor suyo. Si esa fotografa no hubiera estado ah, jams habra descubierto a esa mujer. Oprimi el botn del intercomunicador y pidi que llamaran a Gua. Volvi a mirarla y se dej llevar por el sueo. La so ntegra. Parte por parte, la arm dentro de si ubicndola en un lugar especial. Ese espacio que, tena que reconocer, estaba casi vaco. El espacio de los sueos. No era hombre de sueos, era hombre de hechos concretos, de acciones y resultados tangibles, pero siempre haba querido tener algo de soador. Careca de imaginacin, de esa capacidad que tienen ciertas personas de transformar las cosas en algo divino. Eso que tenan los artistas, segn entenda. Capacidad de disfrutar de la msica hasta la ensoacin, de la pintura, de tantas cosas que estaban vedadas para l. No era que le hicieran gran falta, para qu engaarnos, tena muchas gratificaciones en su vida, pero en momentos como ste, en que senta algo extrao dentro de s, una fantasa quizs, recordaba su aspereza, su forma llana, pareja de vivir. Le hubiera gustado enloquecer de amor como escuchaba en las peras, por un momento solamente, ya que intua que esas cosas eran incompatibles con el gusto que le daba recibir el balance de sus empresas con un nmero cargado de ceros a su favor. Entenda que haba una incompatibilidad entre ambos placeres, pero reconoca que el sabor de la "locura por amor" era un sabor que le gustara degustar algn da. De pronto sinti vergenza. Se desconoca enmaraado en pensamientos de este tipo. Se sorprendi al ver que tena algo, ms de lo que recordaba, de esa capacidad tan ajena a l. Haba soado despierto. Y esa posibilidad se la haba dado la mujer de papel. Sinti miedo, no lo poda negar. Miedo de lo desconocido,

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    miedo de ese sentimiento que se le escapaba de las manos, miedo de eso que se movi dentro de s y que su cabeza no haba podido controlar. En ese momento se abri la puerta y entr Gua.

    - Me mand llamar, doctor? - S, trigame el presupuesto de los equipos que encargamos a

    Miami. - Los de la productora? - S. Gua sali de la oficina y Atas volvi a sorprenderse. No lo haba

    llamado para eso y lo saba. Muy molesto con su irracionalidad camin por la oficina tratando de olvidar, de volver a ser lo que era. Pero era inevitable. La fotografa se filtraba en sus pensamientos. Nuevamente entr Gua con la carpeta. Se la dio. l hizo que lea, la dej sobre la mesa junto al peridico y simulando un inters repentino pregunt.

    - Vio las fotografas de la inauguracin? - Si, doctor. Gua se sonroj. Pens, quizs, que le hara un

    comentario sobre su pauelo

    - Qu le parecen? - Usted sali muy bien doctor. Adems, me parece que el artculo

    es muy interesante. Supieron rescatar los puntos ms importantes de su discurso. Mansetti es un buen periodista. No le parece?

    No. Un buen periodista est en el deber de vigilar su trabajo hasta el momento de la edicin y l no lo hizo. Mira esta fotografa.

    Le ense la foto de Mara Isabel. Gua la mir detenidamente. - Es una buena fotografa, doctor. - No me refiero a la calidad de la fotografa, Gua. Me refiero a la

    fotografa en s. Esta gente no estaba en la inauguracin. Seguro que perteneca a otro artculo y la pusieron por error o lo que es peor, como relleno. Gua extraado volvi a mirarla.

    - No doctor, esta pareja s estaba el viernes. Yo los vi, es ms, estuve conversando con ellos un momento.

    Atas sinti como suba el color a sus mejillas y se alej disimuladamente.

    - Ella trabaja en la emisora de radio, doctor.

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    Atas de espaldas se permiti la alegra que esa afirmacin significaba para l.

    - Entonces, usted la conoce. - Bueno, algo. Por lo pronto s quien es. Es una buena profesional. Es

    periodista del noticiero. Incluso hace unas semanas estuve en una reunin donde se baraj su nombre como una de las posibles conductoras del programa de opinin que se piensa hacerpara las maanas.

    Atas segua de espaldas. Gua volvi a mirar la fotografa y, mientras dejaba el peridico sobre el escritorio coment.

    - El hombre que la acompaa es su esposo. En ese momento Atas volte y pregunt Es casada? Gua lo mir extraado, gesto que se le escap porque l era un

    hombre muy discreto, no le gustaba entrometerse en nada. Atas lo not y ah s sac de s mismo toda su capacidad de mentira, de decir que lo que viste fue producto de tu imaginacin y cambi el tema. Gua qued satisfecho. Si en algn momento crey ver algo, ya se le haba olvidado. Revisaron juntos el presupuesto y mand a elaborar la proforma para la compra de los equipos.

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    - X -

    El fin de clases suena estruendoso al tiempo que se abren las

    puertas de las aulas. Risas y alegra entre tanto empelln por salir. Por ser el primero en traspasar la reja que los separa del juego. Las nias se juntan a un lado de la puerta y miran a los nios acercarse. Las risas de la coquetera las llenan de gracia. Andrea entre ellas, ansiosa, busca con la mirada a su Nicols. Los nios pasan indiferentes junto a ellas. Andrea se aleja un poco del grupo. Nicols no viene. Dnde estar? Avanza contra la corriente. Todos quieren salir. Ella quiere regresar. Al fondo se escucha el rebote del baln. Corre en direccin a l. S, ah estaba, jugando bsquet. Nicols corre con el baln, salta y no acierta. Andrea sonriente se sienta en las escalinatas a esperarlo. Nicols, despus de un rato, toma su bulto y se aleja. Andrea hace lo mismo. Sale tras l hasta alcanzarlo. Acezantes los dos se miran entre risas. Siempre le haca lo mismo. Cuando ella estaba desprevenida se escapaba. Le gustaba que lo alcanzara. Y ella, haba aprendido a hacerlo. Las piernas le quedaban de lana despus de cada carrera, pero lo alcanzaba.

    - Espera un rato, el corazn se me escapa... - Soy el ms rpido- dice Nicols orgulloso.

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    Andrea asiente con un gesto. Siempre lo haca. Nicols, con mucho cuidado, abri su bulto.

    - Tengo que mostrarte una cosa. Saca varios avioncitos de papel. - Y funcionan? - S, todos vuelan y bien lejos, mira. Los avioncitos vuelan. Andrea corre a buscarlos en su lugar de

    aterrizaje y los vuelve a tirar. - Son aviones matemticos. Los hice en clase de matemticas, por

    eso son tan buenos. Todo est calculado. Andrea y Nicols se alejan guiados por los matemticos. De pronto,

    Nicols los detiene y los comienza a guardar en el bulto. Est triste, pensativo.

    - No los guardes. Vmonos con ellos hasta la casa. - No me sirven Andrea. - Pero si estamos jugando tan.. Nicols la mira triste, decepcionado. - Es que yo no quiero jugar, quiero estar con mi mam y mi pap.... - Pero ellos no estn.. - Tienes que ayudarme a encontrarlos Andrea. Andrea conmovida asiente con un gesto. Siempre lo haca.

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    - XI -

    -Por qu nos fugamos as Martn? Martn encendi el carro y avanz lentamente. Mara Isabel

    angustiada lo mira a la espera de la respuesta que no llega. Martn solo mira hacia adelante, utilizando de su cuerpo lo justo y necesario para evitar que el carro se detenga. Ni siquiera se esfuerza. El movimiento es automtico. Mecnico. La mirada perdida. No tena respuestas. No quera tener respuestas, no quera hablar, ni menos justificar sus actos. Estaba cansado. Como cansada estaba Mara Isabel de esa fuga sin nombre.

    Cunta falta me haca esta absurda huida, este caos para comenzar a recuperar alguna forma de tranquilidad. Pensaba mientras senta cmo el motor haca por m lo necesario para avanzar. Slo bastaba con oprimir el acelerador, as, levemente para escuchar la respuesta del motor y la velocidad indispensable para este extrao y ficticio fenmeno de avanzar y ver pasar las cosas frente a m. Un camino al centro, zigzagueante, rodeado por una frondosa vegetacin, impenetrable, densa, verde y vigorosa. Me gustaba la naturaleza. Tanto que en un momento de mi vida pens dedicarme a ella. Conocerla a fondo. Pero los fondos de

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    m mismo siempre han sido variables o inconsistentes como dira con menosprecio mi padre. Me hace mal recordarlo. Me hace mal recordar esa larga historia de desencuentros, de silencios cargados de censura. Anbal Izquierdo Fuenmayor, don Anbal como lo llamaban todos con ese respeto que nunca conoc, que nunca entend. Para m, haba sido una figura ausente, a pesar de haber crecido bajo el mismo techo y haber recibido de l el sustento, como dicen por ah. Yo era el sptimo de ocho hermanos. La tpica familia democratacristiana. sas que se rigen por los mandatos divinos. sas que nos hacen creer que cada hijo es un regalo de Dios. Pero lamentablemente cuando yo vine al mundo mis padres estaban agobiados de tanto regalo. Llegu sin lazo ni papel de seda. Y eso se me ha notado siempre. Si mi padre fuera capaz de leer mis pensamientos en este momento dira: "Y como si fuera poco, Martn nos sali sentimental. Por no decir maricn". No serva para nada de lo que estaba previsto. Era solitario, hurao, me asustaba la gente. No me gustaban los juegos violentos, prefera subir a un rbol y mirar la vida pasar desde all. Cuando todos tiraban piedras, yo abra las puertas de las jaulas para ver a los pjaros volar libremente. Cuando se trataba de armar un incendio y salir corriendo, yo me entretena inyectndole lquidos extraos a mis matas de porotos para ver si tenan porotos azules. Cuando todos andaban planeando encuentros con muchachitas pintarrajeadas, yo soaba con Julieta. Una larga historia de desencuentros, igual a la que viva diariamente con mi padre.

    Y aqu estaba ahora, frente a otro desencuentro. El ms lamentable de todos. La disonancia conmigo mismo. Avanzaba imperceptible, tratando de desatar, de cortar los hilos invisibles que me alejaron de todo eso que algn da pens que estaba grabado en m con letras de fuego. Haban quedado las letras. El fuego, la pasin, no s dnde se me cay. Todo fue quedando atrs, en un camino parecido a ste quizs. Zigzagueante. Incluso haba perdido mi condicin de maricn, de loco, de hombre inservible. Posiblemente lo que me despert fueron, justamente, los aplausos de mi padre. El orgullo que por primera vez sinti de tenerme como hijo, de ser mi padre. Nunca pens que su desprecio fuera mi ganancia. Mi secreta posibilidad de libertad. Pero as era. En este momento no me queda ms que reconocer, que lograr su aprecio, su reconocimiento me cost tan caro, me cost la vida en cierto sentido. Y ms me cuesta reconocer que ya viejo y a miles de kilmetros de distancia, yo buscaba eso. El reconocimiento de mi padre.

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    - Qu caro me ha costado tu aplauso Anbal Izquierdo Fuenmayor! Cunta vida me has robado en l!

    Pero ya no puedo hablar como un nio, aunque eso quisiera para darle forma a este nuevo desencuentro. A este fracaso. Me tuve que ir lejos, kilmetros de cielo y tierra, para volver a esa secreta tristeza de nio, la de sentir que yo nunca fui un regalo de Dios, sino un error humano. Qu viejo me siento para estar cobrando deudas de billetes de papel! Una medalla en el pecho, un aplauso pblico, un recorte de peridico puesto por m en un sobre, haban logrado el milagro de hacerte sentir orgulloso de m. De nombrarme entre tus amistades, de ponerte mi medalla en tu pecho, de hablar de mis logros como si fueran tuyos. S que ese da mi madre llor. Los padres no quieren a todos sus hijos. Fue duro, muy duro el da que me permit ese pensamiento. Qu srdida, qu fra, fue esa conversacin escuchada en una noche de insomnio mientras, nio an, orinaba en el bao junto a tu cuarto!

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    - XII -

    - Aqu le enva el doctor Fontaine, doctor Atas. - Gracias. - Algo ms doctor? - No, y que nadie me moleste. Nadie. Entendido? - S, doctor. Ins Mara se retir, dejando un sobre tamao oficio con

    el sello de confidencial en rojo, en manos de su jefe. Atas, con cierto nerviosismo, despus de corroborar que el sobre no

    haba sido violado, lo abri con gran cuidado. Sac una carpeta. Primero el encabezado de rigor:

    "De: Dr. Luis Fontaine Para: Dr. Atas Asunto: Proyecto F1" Lo abri y se encontr con una fotografa de frente y otra de perfil

    de Martn. Ley a media voz. "Nombre: Martn Izquierdo Alcalde"

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    "Lugar de Nacimiento: Santiago-Chile 1953" "Estado Civil: Soltero" "Profesin: Periodista." De pronto se detuvo y volvi a leer. - Es soltero! Dijo sorprendido, gratamente sorprendido. En ese

    momento descubri que sobre el estado civil haba un pequeo asterisco. Busc la llamada y ley: "Diez aos viviendo con Mara Isabel Tanetti lamo sin casarse". Y estall en una carcajada. Difcil saber si fue de nerviosismo o de gracia. Atas se encontraba en un estado muy especial. Complicado de definir a cabalidad y l lo saba. ntimamente, incluso lo reconoca. Abandon la carpeta N1 sobre el escritorio y sac, vido, la carpeta N2. La abri y se qued extasiado al ver las fotos de Mara Isabel. Era ella, no haba dudas. Mara Isabel Tanetti lamo, era su mujer de papel. Era su sueo secreto. Ley ansioso todos sus datos personales, comprob su soltera y se sorprendi al descubrir que esa bella mujer podra ser su hija. Anala, su hija mayor tena la misma edad, 33 aos. Este pensamiento lo confundi. Y comenz a molestarle nuevamente la situacin. Se levant dejando todo sobre la mesa. Abandonando de alguna manera, esa locura que lo haca descubrirse viejo, perverso, dbil.

    - Con quin se conversan estas cosas?- Se pregunt en voz alta en medio de la confusin.

    - Con nadie- se respondi enrgico- Estas cosas no se conversan porque no puedo dejar constancia de mi debilidad.

    - No se conversan ni tampoco se viven- se dijo a s mismo de manera categrica.

    Volvi a su escritorio con la firme decisin de archivar ese sueo, ese caso, pero no pudo contener la curiosidad. Decidi leer ambos informes para no despertar sospechas en Fontaine que era un hombre muy suspicaz, como buen psiquiatra. En cualquier momento se presentara en su oficina con el objeto de discutir el caso AZ, y l deba estar al tanto de todo. Al final el proyecto F1 era su proyecto. Su frmula para dominar tambin el futuro.

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    - XIII -

    - Qu pasa aqu? - Me voy y me llevo a Andrea. - Andrea! - Mam, Nico me invit y yo quiero ir. -Pero qu es esto. Abro la puerta de mi casa y encuentro a mi hija

    de 8 aos y a mi sobrino de 10, maleta en mano, dispuestos a partir a quin sabe qu lugar!

    - Ta, quiero ver a mi pap y a mi mam. Tengo miedo. - De qu? - Todo est tan bien con ustedes que de repente me da miedo que

    se acostumbren a que soy su hijo y que no me dejen regresar con mis padres.

    - Ellos todava no han regresado, Nico. Espralos con nosotros. - No quiero, no me gusta ser hijo de otros. Yo tengo mi pap y mi

    mam, mi cama, mi lego . Quiero ir a mi casa a esperar a mis padres.

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    - No quiere quedarse, mam. - No, no quiero, no me gusta. No tengo nada que contar en el

    colegio. Se me apag el motorcito de los cuentos. Ni los matemticos me resultan. Se caen sin planear. Tengo mucho fro! - Mam, yo voy a acompaar a Nico. - Mejor que no Andrea, porque despus la que va a tener fro vas a

    ser t. Vendr mi mam, ta? Yo no hago mas que pensar que no van a

    venir. Es tan grande el pas y todo. Pero He-Man dice que el que busca encuentra. l encontr la fuerza.

    - No puedo dejarte ir Nicols, aunque quisiera, no puedo. La vida no es un juego. Es mucho ms complicada que eso.

    - Lo mismo dice mi pap Nico, lo mismo.

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    - XIV -

    Regreso del silencio. Extrao a mi hijo y me duele su

    ausencia. Te miro desde lejos. Ests sentado en el balcn con un libro entre las manos. Tambin se puede vivir as, en ruta. Cuesta, desordena, pero tiene su color. Miro por la ventana. La naturaleza impera tras el vidrio. Aire, luz y verde. Hay lejanas que acercan, como la nuestra Martn. Te ha costado mucho ensearme el repliegue. Lamento la tardanza, la lentitud de mi interior. Grandes heridas yacen en el fondo de los recuerdos. Heridas todava sin nombre. Una larga cortina se interpone entre ellos y yo. Te veo y s que no debo acercarme. Fue la regla acordada en los silencios del lmite. En el grito amargo del error en la violencia. De la marca en el cuerpo. Marca que yace ahora bajo mi piel, ensombreciendo el recuerdo, atragantndose en la garganta. Herida. Martn, figura que se recorta en el sinfn del cielo. Figura silenciosa . Ya no existe el refugio clido de la complicidad en la debilidad. Peligroso entuerto de razones. Una msica desgarrada nos une. Y despus de esto tengo que acostumbrarme a no verte recortado en el horizonte. Hemos aprendido la vida y la muerte en un mismo tono. Le temo a la muerte. A tu muerte. A nuestra muerte. Arrancar quisiera,

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    dejando este discurso detenido. No debo. Cae el da en medio del silencio. En medio de la pulcritud del silencio me despido en este momento de ti. Lo pienso y el pecho se aprieta se estremece hasta el mismo cuero cabelludo. Es as.

    A dnde voy? Hacia ti por otro camino. Camino que recorro silenciosa, sola, para conocer sus recovecos, para no caerme, para luego quizs algn da hacerlo contigo hasta el final sin el riesgo de detenerme en mis propios laberintos, perdindote.

    Adis!

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    - XV -

    Atas tena horas frente a la pantalla del computador. Al centro slo

    un nmero que titilaba acompaado de un sonido intermitente: "Cod. 306 3303". Haba llegado a la clave ms importante del programa. La que esconda la informacin de mayor cuidado, las claves del proyecto AZ. Siempre se haba jactado de su capacidad de actualizacin. Estaba al tanto de todos los adelantos en computacin y equipos relacionados con las comunicaciones. Pero esta traba no ceda. Fontaine seguro conoca la clave. Era un programa diseado por l.

    Pero sabido era que Atas lo pensaba mucho antes de dar un paso que pudiera delatar la debilidad que esconda. Pero ahora iba a tener que ceder. El orgullo quedaba vencido ante esta clave.

    Fontaine, como estaba previsto se present a tiempo y con la clave esperada. Ahora, solo era cosa de introducirla en la computadora e ingresar as en ese nuevo y secreto programa. CONFIDENCIAL fue la primera palabra que apareci tras la apertura de la clave. Y realmente lo era. La informacin que traa era delicada. Sobre todo para l. Fue su proyecto para el futuro, lo que nunca imagin fue lo delicado que iba a ser para l manipular esta informacin. Algn da iba a morir y tena que

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    prepararse para ese momento. Alguien deba continuar con su obra. Tena claro que no quera que fuera una mujer. Por tanto mi esposa y mis hijas quedan fuera de competencia. Problema saldado. Soy machista. No creo en esa supuesta eficiencia de las mujeres. No puedo acordarme de ti Catalina sin echar fuego por la boca. Lstima que llegue hasta mis hijas. Algn da eso tambin cambiar, seora Batalle.

    Lo segundo que ley, lo que vena tras la palabra confidencial, lo sorprendi mas an, hasta helarlo.

    - "Martn Enrique Izquierdo Alcalde". No se dej engaar por sus miedos y comprendi inmediatamente

    que estaba ante su posible sucesor. Y no solo eso, la persona, la nica con condiciones innatas para sucederlo era el hombre que acompaaba a Mara Isabel. En ese momento comprendi que la vida no era slo un problema de actualizacin. En ese instante comprendi que los conocimientos no le servan de nada. Era una guerra lo que haba buscado y ah la tena. Desafiar a la vida trae sus consecuencias. Como sta, por ejemplo. Se crey con el derecho de obtener algo que deseaba, que haca tanto que le faltaba. Pues bien, ah estaba frente a l. Ahora tena que librar una batalla para tenerlo. Se mantuvo exactamente igual a los cuentos de la infancia. El hroe tena que librar una ardua batalla, una guerra, para conseguir el amor de la princesa. Esos asuntos trascendieron el cuento para estar instalados ahora frente a l, escondidos tras la clave "Cod. 306 3303". Pero haba algo que no poda negar. Entre tanta impotencia y sufrimiento haba comenzado a gozar tambin de los placeres de los grandes desafos. Haba recordado los cuentos de la infancia. Era un hombre con historias. Lo que s tena que reconocer era que todava no lograba la capacidad de acceder a la emocin del recuerdo. Revivir el sentimiento del recuerdo. Nunca lo haba sentido, pero s haba visto en varias pelculas lo que significaba recobrar el sentimiento con la vivencia en el cuerpo. Tena aos, todos los que pueda recordar sin pensar en su cuerpo. Se lo mir. Sin comentarios, pens, 57 aos se sienten justamente ah y mas an cuando uno ubica la mano derecha sobre el corazn. A los hombres se nos tiene vedado pensar en el cuerpo sin razn de enfermedad. Al menos a los de mi generacin. Y lo ms increble es que yo pueda hacerlo, aunque la idea sea ajena a m, a travs del maravilloso mundo de las comunicaciones. El culto al cuerpo que tienen los Japoneses. La transformacin que hizo Yukio Mishima, el escritor, de su propio cuerpo.

    - Ya no tengo cuerpo para encarar el amor con hidalgua! Ni menos con un contendor tan desigual. Es una

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    batalla injusta. Qu desaliento se siente al presentirse como perdedor.

    En este momento me acerco a ti Catalina Batalle. Los dos somos perdedores. S que no hace falta entrar en detalle. Ambos lo sabemos, sobre todo en esos momentos en que no tenemos que ofrecer ms que nuestras silenciosas derrotas. Muchas veces he pensado que a pesar de todo hemos tenido dignidad. En estos momentos la compartimos. No supimos darnos nada ms. Y ya no tengo las fuerzas para ensearte nada. No lo supe hacer en el momento en que slo eso faltaba. Lo vimos pero no pas de ah. El arrepentimiento es un sentimiento que respeto desde aquellos tiempos. Aprend a vivir con l.

    Y sigo frente a ti Martn Izquierdo, perdn Martn Enrique. No podrs negar que no comenc a pelear. Empec por el final. Por lo ms duro, saber dnde estamos parados. Cul es nuestra ubicacin y nuestras armas para el duelo. Voy a disparar aunque en este instante presienta la bala entrando en mi cuerpo. Ese da posiblemente sienta dolor. As es, Martn Enrique Izquierdo Alcalde, ests frente a m en calidad de clave secreta sellada con un enorme CONFIDENCIAL como portada. Espero muy pronto tenerte frente a m. Las razones se me confunden. Lo que comenz siendo un sueo, un deseo como se dira hoy, a estas alturas se ha convertido en una necesidad compacta. El sueo sigue impulsando la belleza sobre todo, pero ahora tambin ests incluido t.

    Nunca me pens frente a un sucesor. Cre, no s por qu razn, que esa situacin no existira en mi caso. Pero invent el AZ.

    Qu desorganizado comienzo a verme. Inconsistente como podra decirle a un empleado como reclamo. As me estoy sintiendo. Inconsistente. Bueno, ser que me lleg la hora de darme ese lujo. Todo camina bien, todo bajo control. Voy a permitirme la licencia de ser de esta manera un tanto deforme pero ms humano. Ser que me estoy poniendo francamente viejo? Sern stos los prolegmenos al gran instante de luz que dicen que viene antes de la muerte? Ese momento en que uno ve pasar su vida completa ante sus ojos? Ser sta su antesala? Verlo todo tal cual como fue para luego morir, espero que en paz. Estoy esperndote Martn. Esperndote para el duelo injusto pero no sin la esperanza de la suerte, de la gracia de ltimo minuto. Algo que me transforme en lo contrario de lo previsto. Algo que me transforme en ganador. Tantos aos de vida, quizs pronto puedan comenzar a correr en mi favor. Por qu pensarlo siempre en mi contra? No quiero otra derrota ms en mi vida. Y estoy luchando por ello.

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    - XVI -

    Martn se levant. Haba sonado el timbre. No esperaba a nadie. Se

    sinti intranquilo. Fue hasta el bao y mir de reojo. Era Alfonso Guedez. - Cmo me encontraste? - Investigando. No fue nada fcil, te lo aseguro. - Qu pasa? - Te estn buscando Martn. En el peridico decidimos que era

    mejor avisarte. - A m, quin? - Atas...el propio Atas, Martn. Esa s que no me la esperaba. Tena varios das sin ir

    al trabajo y sin reportarme, cosa que ya me estaba poniendo nervioso pero que me buscara Atas, el patriarca, el patrn, el jefe, el todopoderoso no me lo hubiera imaginado jams. Y tampoco me gustaba nada. Me lo haban presentado en una rueda de prensa. Qu puede querer un hombre as con un empleado raso como yo?

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    - Esa es la gran intriga del momento en los pasillos, colega. - Y, qu han averiguado? - Nada. El asunto es completamente confidencial. No se ha filtrado

    ni una palabra. - Malo malo, Gudez.... - Y a ti Martn que te pic o fue que se te pelaron los cables? - S colega, con volada de tapones incluida. Buscamos un par de cervezas y nos sentamos a conversar.

    El peridico volvi ntegro a travs de las palabras de Gudez. Hasta podra decir que escuch la sala de redaccin completa con gritos, fax y telfonos. Fue como haber recuperado un calor que me perteneca y con el cual me haba peleado ferozmente en el momento que enrrumb por la primera carretera.

    - Fue un gesto heroico" pana", no creas que cualquiera se anima a huirle al pan as.

    Y realmente lo haba sido. Me senta en un punto diferente despus de mi ruptura interna con las convenciones y el deseo ajeno. Haba recuperado una ruta personal interrumpida tiempo atrs con el afn de encontrar un reconocimiento familiar y social. A Gudez le sorprendi el proceso. Era un asunto que l nunca se haba planteado, sumido por completo en la dinmica del trabajo y los compromisos con la empresa y la familia. En ese momento descubr lo fuerte que era en m la necesidad de respetar mi propia contextura. El periodismo era mi pasin pero ejercido a mi manera; cosa que, definitivamente, era muy difcil llevar a cabo porque no tena la capacidad econmica como para tener mi propio peridico. Esta situacin me volva a ubicar frente a un conflicto real, el de mantenerme en lnea trabajando para las ideas de otro en funcin justamente del pan. Tena que descubrir ahora ese nuevo camino, el camino de la conjuncin de ambos elementos tan indispensable para mi vida, la pasin y el hambre. Gudez tom otra cerveza y se descubri inmerso en mi crucigrama, no sin antes definirlo como un conflicto un tanto tardo para mi edad. Pero cmo se hace?, me pregunt en voz alta. Si la pasin presiona con tanta fuerza hasta salir por todos los poros y me exige una respuesta, un orden, una ubicacin sana y armnica. Si le echo tierra comienzo a construir dentro de m a mi propio enemigo, a mi monstruo personal, que va a estar ah, acechndome, en cada momento de descuido, para recordarme que est escondido, pero vivo. Las luchas con la pasin son

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    descarnadas y escandalosas, lo aseguro. Y eternas, porque la pasin es una energa que nunca muere, solo admite transformaciones y, en el momento menos pensado, irrumpe exigiendo respuestas, mientras ms tarde ms vergonzosa es su aparicin, ms escandalosa.

    Gudez tom otra cerveza y comenz a sentirse intranquilo. - Quin me manda a escucharte, Martn. La peladura de cables se

    pega... Ambos estallamos en una carcajada con lgrimas y todo.

    Tena tiempo que no me rea tan sabroso. Justamente se era el asunto. Se supona que uno era lo suficientemente fuerte como para ir al da con la vida, la edad, las pasiones y las necesidades. Todas caminando en estricto orden espacio temporal. Pero todava no haba conocido al ser humano capaz de tanta armona. Al contrario, los que yo admiraba, los que haba seguido en su curso vital, a travs de su creacin, palabras, gestos, lo que fuera, no hacan ms que mostrarme un camino zigzagueante, lleno de altibajos inescrupulosos y, la verdad, yo en este escape, haba resuelto no alejarme de lo nico que en el fondo deseaba ser: un ser humano. Entend que se es el nico lugar que me permitira descubrir lo que realmente es este asunto de estar vivo.

    Este camino apasionante que uno comienza con una nalgada y el llanto que te llena los pulmones de aire y que yo, Gudez, aspiro a terminar con una sonrisa de satisfaccin.

    - Como todos, Martn Me alegro Gudez, entonces no soy un marginal.

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    - XVII -

    Mara Isabel y Nicols arrebatados por la emocin hicieron a un

    lado los peridicos amontonados en la puerta y abrieron. Cmo decirlo, cmo ponerle palabras a lo que sent al encontrarme nuevamente en nuestro apartamento. Todo estaba tal cual como lo habamos dejado. El desorden y el orden. Nicols corri a su cuarto y yo al mo. Era como si el tiempo se hubiera detenido dejando cada huella en su justo lugar. La taza de caf de Martn a medio tomar, el cigarrillo que se termin de consumir al borde del velador. La ropa sucia amontonada junto a la puerta, la toalla tirada sobre la cama, la ropa de Martn esparcida por el piso, la computadora, la cama deshecha. Este espectculo que en otro momento me hubiera parado los pelos, hoy no haca ms que hablarme de vida, de mi vida, de nuestra vida familiar.

    - Mira mam, ven... Nicols me tom por el brazo; realmente el tiempo no se

    haba detenido: el pote de compota con el germinador de lentejas de Nico haba crecido hasta la repisa.

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    - Cmo hicieron las lentejas para crecer con tan poca agua mam?

    - No era poca agua, Nico, lo que fue poco, fue el tiempo de nuestra ausencia.

    - Tienes razn mam, lo que pasa es que se me hizo tan largo, ser porque no estaba con ustedes?

    - Posiblemente Nico... Y as era. Con estas experiencias, los tres, cada uno

    en su nivel, haba vivido una temporalidad inexacta a la hora de pretender medirla con un reloj o un calendario. Nico pens que haba pasado tanto tiempo lejos de su hogar que iba a encontrar las lentejas muertas. Pero no fue as, fue tan breve nuestra ausencia que con el agua que tenan pudieron seguir creciendo sin problemas. Los problemas los tuvimos nosotros, al caer cada uno, de pronto y sin previo aviso, en medio de vivencias desconcertantes que nos enfrentaron con miedos ocultos dentro de nuestra caparazn.

    - Me dio mucho miedo perderlos mam. No volver a verlos ms. No saba que querer mucho era as. T me quieres mucho mam? - Mucho y ms hijo... Miedo tena yo a que esta experiencia fuera demasiado

    dura para nuestro hijo. Nunca nos habamos separado as de l. Miedo tena yo de hacerle dao, de marcarlo de esa manera con la cual uno no quiere marcar a los que ama, con dolor y sufrimiento. Hoy me pregunto qu hay de malo en eso. Nada, me respondo al instante. Descubro que el amor tambin debe permitir que se vea y sienta la realidad y no resguardar y encubrir las vivencias fuertes o violentas.

    De pronto me siento como si estuviera descifrando las reglas del juego de la vida. Me veo frente a un tablero, en la mano una ficha que vale una vida, un comodn, y una serie de tarjetas de diversos colores con diferentes alternativas para llegar a la meta. El tablero es grande y muy lindo, marcado por mil caminos diferentes entre montaas, ciudades, arenas, playas, carreteras de piedra, cemento y arena, casas de distintos tamaos, frutos, fbricas, carros, colegios, barcos y aviones y cantidades de detalles que slo al avanzar uno va descubriendo. Y en este momento me siento justamente en ese punto, avanzando lentamente por sus intrincados caminos, descifrando claves secretas que descubro en el tablero y tambin dentro de m. Hay algo que tengo absolutamente claro. No quiero perder mi nica ficha, la de la vida, antes de llegar a la meta.

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    - XVIII -

    - Por favor, su cdula. Me entregaron un carnet de esos que yo detesto por no

    encontrar jams el lugar adecuado para "guindrmelo" y me abrieron una puerta. La cruc y me recibi otra seorita atenta y agraciada que me gui hacia una sala de espera, ms pequea, ms ntima y ms elegante por supuesto. Tena cerca de 40 minutos en esto de ir de un pasillo a un ascensor, del ascensor a otro pasillo y a la primera sala, de ah tres seoritas, dos carnets distintos y tres salas ms. Esperaba que esta fuera la ltima. Lo que si me qued total y absolutamente claro es que la persona que me mand llamar era de gran jerarqua e importancia. Ya lo saba, pero este recorrido lo marc en m de una manera que, podra decir, se me vea en el cuerpo. En este momento me encuentro de pie frente a una gran puerta de madera y llevo mi cabeza levemente inclinada. Suena un timbre. Aparece un mozo vestido, estrictamente, de negro con camisa y guantes blancos.

    - Adelante seor.

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    Abri las puertas y debo confesar que yo me qued cegado, impactado y por lo pronto detenido ante lo que vi. Me encontraba en el cielo. Frente a m tena un enorme ventanal transparente al mximo, que daba directamente al cielo limpio y claro- Puede pasar seor. Me dijo el mozo en voz baja con la intencin de despertarme. Avanc unos pasos, cerraron la puerta a mis espaldas y vi aparecer a Atas en el cielo. La verdad, no estaba preparado para tanto.

    - Buenos das Martn. - Buenos das seor, dije terminando de inclinar mi cabeza. Qu cambio tan brusco. Pensar que yo vena de pasar

    tiempos eternos reptando por los ms oscuros laberintos de mi ser.

    - Por lo que veo le gusta mi oficina. - El cielo, seor. Respond tmidamente. - S, es como si estuviramos en el cielo, no le parece? - S, seor. - No me llame seor, llmeme Atas por favor. Y lo hice pero era un Atas tan grande como un seor

    con cabeza inclinada. En medio de ese espectculo no poda ser de otra manera. Me habl del peridico, las comunicaciones, la actualidad y el futuro. Yo responda siempre tratando de estar a la altura, pero nada todava me daba una pauta de la razn de su llamado. Mientras escuchaba y contestaba, maquinaba una manera de hablar, de preguntarle por qu me haba llamado. Pero era imposible. l llevaba la voz cantante y yo la sumisin del impacto. Era un hombre inteligente y carismtico. Senta como si me estuviera haciendo un examen, una revisin profunda sin ponerme un dedo encima. Solo a travs de la mirada. Algunas respuestas mas que caan en silencios de l y otras, generaban un despliegue de destreza.

    - Cuntos aos tendr? Me preguntaba secretamente. Su fsico y su rostro se vean bien y su cabeza ni

    hablar, gil y vigente. Sus manos quizs delataban alguna historia de edad y trabajo fuerte en algn momento. Descubr que yo tambin estaba examinndolo, tratando de descubrir quin y cmo era. De pronto hubo un pequeo comentario al pasar que encendi mis luces de alerta... "Las investigaciones del doctor Fontaine". Mucho tiempo despus logr entender por qu esta alerta fue absolutamente acertada. Creo que fue lo nico que a Atas se le escap en

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    este encuentro que me dio la pauta del porqu de mi visita. De la parte explcita de ella, porque la otra fue mucho ms adelante cuando la vi. Pero sobre eso no quiero pensar ahora y no s si lo mejor sera no hacerlo nunca, o quizs olvidarlo.

    Se acerc el mozo con un exquisito caf que degustamos sentados en dos cmodos sillones con vista directa, y sin interrupciones, al cielo y su tibieza del medio da.

    - Me interesara volver a hablar con usted, Martn. Me pas una carpeta con una informacin bastante

    variada sobre nuevas tecnologas, mercadeo, negocios de las comunicaciones y aspectos que hacen a la mera administracin .

    - Me interesara que revisara este material antes de nuestro encuentro.

    - Aqu hay cosas tan variadas, Atas... reas que yo casi no conozco como las administrativas.

    - Usted tranquilo Martn, ver que todo eso puede llegar a ser muy interesante para usted.

    Se abrieron las puertas y sal caminando como un autmata, con la carpeta bajo el brazo ,y la enigmtica certeza de Atas. Yo jams he tenido inters ni condiciones en materia de administracin, no me explico qu tendra que pasar para que yo me sentara detrs de un escritorio administrativo y dijera - que interesante es este asunto.

    - Seor, seor... Me volte y vi a una de las amables y agraciadas

    seoritas que corra hacia m.

    - Qu pasa? - El carnet seor, tiene que dejarlo antes de salir.

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    - XIX -

    Atas se despert sobresaltado. Le llev un tiempo comprender que

    an era de noche, que estaba despierto y angustiado. Mir hacia el otro extremo de la cama y vio a Catalina durmiendo profundamente. Haca aos que ambos cuerpos ni se tocaban en el lecho matrimonial. Volte, se acomod y se dispuso a seguir durmiendo. Eran las tres de la maana y necesitaba descansar.

    Pero no pudo. Se levant. Se puso bata y pantuflas y se acerc a la ventana. Descorri levemente la cortina y comprob lo cerrada de la noche. Camin por el enorme cuarto a oscuras y se sinti acorralado. Abri la puerta y lentamente, buscando la tranquilidad, se desplaz por su enorme casa. Baj escaleras, abri y cerr puertas, fue a la cocina, se sirvi una vaso de agua y de pronto sinti una profunda y enraizada soledad. Para qu engaarse. Tena aos conviviendo secretamente con ella. Sali al jardn y se sorprendi mirando el cielo estrellado all lejos, inalcanzable y se sinti un punto insignificante. Sensacin que haca mucho no tena. Pasaba gran parte del tiempo encerrado en su caja de cristal en medio

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    del cielo; tanto as que haba olvidado esa miserable ubicacin en el universo. Sinti fro y entr nuevamente a la casa. Los perros ladraron.

    Por qu ese empecinamiento en dejar a su familia lejos de la conduccin del imperio que con tanto esfuerzo haba construido, se pregunt agobiado por una culpa que le produca escozor.

    -Catalina no se lo merece Murmur lleno de una rabia contenida por aos. Pero en silencio reconoci lo importante que fue para sus primeros pasos el aporte econmico de Catalina. Dnde fue que se engendr esta aspereza, esta separacin cargada de rencor, esta necesidad tan fuerte de dejar en claro que entre ella y yo no hay nada? Slo un acuerdo tcito de guardar las apariencias de armona. Aprendimos a la perfeccin el juego, hasta ahora, cuando no s por qu razn se me est revolviendo la vida con los sentimientos, rencores y recuerdos.

    - Tengo que seguir durmiendo, dijo decidido, al tiempo que comenz a subir las escaleras.

    Se encendi la luz de un cuarto y sali su hija menor corriendo al bao.

    Tengo tres hijas y se podra decir que no las conozco. Ese fue otro aspecto de nuestra secreta ruptura. Me qued sin mis hijas. Catalina se dedic a su crianza y yo al trabajo, sin reclamar nunca una participacin en su terreno. Ser por eso que ahora