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DE LA NUEVA ESf£>AÑA A MÉXICO: NACIMIENTO DE UNA GEOPOLÍTICA RELACIONES 75, VERANO 19 9 8, VOL. XIX Alain MussetICarmen Val Julián UNIVERSIDAD DE PARÍS X, INSTITUTO UNIVERSITARIO DE FRANCIA ESCUELA NORMAL SUPERIOR DE FONTENAY-ST. CLOUD

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DE LA NUEVA ES f£>AÑA A MÉXICO:

NACIMIENTO DE UNA GEOPOLÍTICA

R E L A C I O N E S 7 5 , V E R A N O 1 9 9 8 , V O L . X I X

A l a i n M u s s e t I C a r m e n V a l J u l i á nU N I V E R S I D A D DE P A R Í S X, I N S T I T U T O U N I V E R S I T A R I O DE F R A N C I A

E S C U E L A N O R M A L S U P E R I O R DE F O N T E N A Y - S T . C L O U D

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orno señalamos en el artículo "La toponimia conquis­tadora" (Relaciones, 70,1997), no existe descubrimiento geográfico sin el nombre que le asigna el descubridor. Descubrir siempre implica, de alguna manera, nom­brar. A la hora de bautizar el paisaje -en la primera fase

de su apropiación, que puede ser paralela o no a la acción militar- el descubridor suele fundarse en elementos externos sacados de su expe­riencia. Se refiere por lo general a tal o cual característica física del nue­vo territorio, o bien a un episodio fundador, recordado por su fecha o contenido. Mediante la elección de un topónimo, el hombre como ser histórico también nos da a conocer sus propios códigos de denomina­ción. En esta perpectiva, cada nuevo nombre de lugar encierra una di­mensión simbólica e ideológica que importa profundizar.

Nos interesaremos ahora por la toponimia colonial en el caso del te­rritorio conquistado por Hernán Cortés entre 1519 y 1521. Tal territorio no corresponde a un ente preexistente único sino que forma un espacio abierto al que la Conquista española le viene a conferir una unidad, unos límites -sujetos a cambio- y un nombre: la Nueva España. Este nombre perdurará a lo largo de tres siglos antes de desvanecerse con la Independencia. Sin embargo, existieron otros nombres que compitieron con el de Nueva España, denominaciones anteriores o coétaneas, para designar espacios que no siempre se ajustaban a los confines de ésta. Hasta se advierte una tendencia progresiva, en especial fuera del mun­do hispánico, a preferir el nombre de México al de Nueva España, inclu­so durante el periodo llamado colonial. ¿Cómo fue nombrado y repre­sentado por unos y otros este territorio en dicha época? Para intentar contestar, hemos establecido un doble catálogo de los nombres que recibió en los textos y los mapas geográficos, con el fin de valorar la impor­tancia respectiva de cada denominación e intentar interpretarla.

El corpus de textos es una selección de un centenar de referencias, que remiten esencialmente a obras históricas y relaciones de viajes escri­tas entre el siglo xvi y la Independencia.1 Cabe distinguir a sus autores

1 Se usaron principalmente para establecer la lista: H. F. Cline, Handbook of M iddle American Indians, Austin, University of Texas Press, 1973, vol. 13; F. Esteve Barba, H isto ­riografía indiana, Madrid, Gredos, 1964; B. Keen, The aztec image in western thought, New

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según que sean oriundos de Nueva España, España o del resto de Euro­pa. En su gran mayoría, son fuentes usuales que aquí nos toca analizar con otros ojos. La información puede hallarse en la elección significati­va de los títulos de obras, pero también, indirectamente, en otros docu­mentos. Por ejemplo en los epistolarios, se trata de mirar cómo se enca­bezaban las cartas (¿México? ¿Tenochtitlan? o ambos a la vez...) y de qué forma se alude al territorio.

El corpus cartográfico consta por su parte de unos 300 documentos procedentes de diversos fondos (en especial el Museo Nacional de Mé­xico y la Biblioteca Nacional de París) así como de fuentes bibliográfi­cas. Cubren el mismo periodo que los textos y su procedencia geográfica es también diversa. El fondo documental más importante lo constituye el Département des Cartes et Plans de la Biblioteca Nacional de París. Cuenta mayormente con mapas pertenecientes a distintos atlas como el de Ortelio (objeto de múltiples reediciones en el siglo xvi) o el de Man- nesson-Mallet (París, 1683). También se utilizó material cartográfico de relatos de viaje y de libros de historia o geografía. En alguna ocasión dimos con mapas aislados que fueron trazados por cartógrafos de ma­yor o menor talento. Fueron incluidos en el corpus, pues no había mo­tivos para descartar a priori la visión que brindaban del mundo en gene­ral, y de la Nueva España en particular. Todo documento cartográfico es valioso para el historiador, si bien en diversos grados. La cartografía establece un vínculo directo entre percepción y representación del mundo y nos ofrece a la par información sobre un espacio dado (reducido a for­mas más o menos elementales), su descriptor y los destinatarios del documento. Todo mapa, por elemental que sea, cobra sentido inscrito en la serie formada para nuestro trabajo.

En este corpus cartográfico, los mapas del siglo xvi representan 19%, los del siglo xvii 41%, los del xvm, 37%, el 3% restante es de principios

Jersey/New Brunswick, Rutgers University Press, 1971; Ch. Leclerc, Bibliotheca americana (1867), reprint Paris, Maisonneuve et Larose, 1974; H. Ternaux, Bibliothèque américaine, Pa­

rís, Arthus Bertrand, 1837; H. Harrisse, Bibliotheca americana vetustissima. A description of the works relating to America published between the years 1492 and 1551, New York, Philes,

1866, reprint Amsterdam, Schippers N.V., 1967. (Sería muy útil ahondar estos temas con

apoyo en la Biblioteca hispanoamericana de José Toribio Medina).

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del xix, para atenernos a los límites cronológicos de este estudio. Los mapas de origen francés son la mayoría (49%), y muy detrás vienen los de Holanda y España (22%) y los de España (16%). Los motivos de se­mejante distribución son obvios, ya que es la Biblioteca Nacional de Pa­rís nuestra principal fuente de información. Tampoco es de extrañar la importancia numérica de los mapas holandeses, fiel eco del papel fun­damental que desempeñaron desde muy temprano los editores de Am- beres o Amsterdam en la difusión de la información geográfica. Tam­bién debe tenerse en cuenta que la Europa ilustrada no tuvo fronteras y los grabados holandeses con frecuencia se inspiraron en obras extran­jeras. Por ello resulta a veces difícil identificar el verdadero origen geo­gráfico de un documento. Citaremos al respecto el caso de Jean Corens y el de Corneille Mortier, sucesores del ilustre Pierre Mortier de Amster­dam. Publicaron a lo largo del siglo xvm numerosos mapas dibujados por el francés Guillaume Delisle (1675-1726): ¿debemos considerar que se trata de mapas franceses u holandeses?

El documento más reciente de nuestra selección es la Carte des Etats du M exique au temps de la conquête en 1521, dessinée sous la direction de M . l'abbé Brasseur de Bourbourg, d'après les anciens documents de la vice-roy­auté, les cartes de la société de géographie et de statistique de Mexico, etc., pub­licada en la Géographie universelle de Malte-Brun (Paris, 1858). Este mapa es un verdadero instrumento para una geografía retrospectiva en pro­ceso de elaboración, pues intenta reconstituir un territorio histórica­mente fechado, e ilustra el permanente desfase -cada vez más nítido con el correr de los años-, entre los conocimientos científicos de una época y su expresión cartográfica. Manifiesto es que los mapas suelen seguir lentamente el ritmo de los descubrimientos y las evoluciones po­líticas. Los topónimos y demás apelaciones geográficas cambian con bastante rapidez bajo la pluma de viajeros, cronistas o cosmógrafos. El mapa en cambio parece querer perpetuar imágenes estáticas, territorios inmóviles. Claro está que era más fácil -y económico- para un impresor (como para no pocos autores) limitarse a copiar documentos anteriores, lo cual explica en parte el retraso importante de la cartografía con respecto a los textos y la información que éstos contienen. La práctica de la copia encubierta estaba muy difundida en el pasado y hoy en día complica la tarea del investigador: le obliga a discernir la aportación

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original de cada documento entre esas escorias depositadas por los si­glos y que afloran en el mapa cual capas geológicas.

N acimiento de la N ueva España

Denominaciones iniciales

Los primeros contactos con lo que luego sería México y los primeros to­pónimos que derivan de éstos se deben a las dos expediciones anterio­res a la de Cortés. Tal es el caso de Yucatán, que fue considerado primero como isla y situado "en la India".2 Aparece mencionado como equiva­lente de Nueva España, incluso en los primeros escritos cortesianos3 y en las versions abreviadas de éstos que muy pronto se difunden tanto en Berlín como en Amberes. Ya en 1518, los descubridores aluden a la pro­vincia de Culua, evocada bajo varias formas ("Mulua", isla de "Ulua"), antes de ser descrita por Cortés. Las primeras cédulas reales retoman la forma Aculuacan para referirse a la Nueva España4 citando también a veces junto a ésta Ulua (o Uloa). Tales denominaciones, al confundir la parte y el todo, podrían calificarse de error metonímico. También halla­mos la mención de Gran España, que incluye las Antillas5 y es usada en

2 Itinerario de la armada del R ey católico... (1518), en J. García Icazbalceta, Colección de Documentos para la Historia de M éxico, México, Porrúa, 1971, vol.l, p. 281-306. Cortés reto­

ma el término en el prólogo de la Segunda Carta de Relación (30 de octubre de 1520) men­

cionando "tierras y provincias que ha descubierto nuevamente en el Yucatán [...] en espe­

cial hace relación de una grandísima provincia muy rica llamada Culúa". Véase también

Motolinía, Historia de los Indios de la N ueva España, (1541): "...Yucatán, de este nombre se

llamó la Nueva España" (México, Porrúa, Sepan Cuantos 129,1969, p. 155).

3 Véase por ejemplo el encabezamiento de la tercera Carta de relación, "enviada por

Fernando Cortés, Capitán y Justicia mayor del Yucatán, llamado la N ueva España del M ar

Océano" en H. Cortés, Cartas de relación, Madrid, Castalia, 1993, p. 310.

4 Cedulario Cortesiano, México, Jus, 1949, documentos 2 (p. 33), 3 (p. 38) y 4 (p. 43).

5 F. Cervantes de Salazar, Crónica de la N ueva España (1558?), Madrid, Atlas, 1971 (bae

núm. 244, vol. 1), p. 113 le atribuye la denominación a Juanote Durán, autor de una Geo­grafía de toda la N ueva España, que no fue impresa. A principios del siglo xvi, la expresión

Gran España designa las más veces el norte de México.

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Figura 1. H ispanicie novae sivae magnae... Abraham Ortelus, Teatro de ¡a Tierra Universal, Amberes, 1588.

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el célebre mapa titulado Hispaniae novae sivae magnae recens et vera des- criptio (1579), donde los términos nueva y grande se consideran como si­nónimos (figura 1). Motolinía juzga por su parte que Nueva España bien hubiera merecido el nombre de Nueva Hesperia, por la abundancia de sus frutos y riquezas. Cabe señalar de paso que la asimilación del conjunto de las Indias en general a las Hespérides dio lugar a un debate, que se trasluce en el capítulo xv de la Historia de las Indias de Las Casas.6 Debate no exento de miras políticas, pues, como denuncia el dominico, al establecer un lazo con una supuesta posesión antiquisíma de dichas Indias (ya en tiempos remotos del presunto rey Hesperio) se pretende fundar en tal prosapia y nombre una legitimidad imperial ultramarina de honda raigambre.

Estos primeros nombres, si bien efímeros y correspondientes a los tanteos iniciales del terreno, dejaron su impronta en algunos mapas. El Globe Doré (1527) nos muestra América todavía unida con el continente asiático (figura 2) y en él se pueden identificar deformes topónimos in­dígenas, visiblemente inspirados en Cortés. Se advierten los términos Hispania Nova , Aculuacan al norte y Culua al sur.7 La toponimia españo­la empieza a afirmarse mediante nombres ibéricos que no siempre sub­sistirían, como ocurre con Sevilla, nombre que Cempoala recibió de Cor­tés ("Cempoal, que yo intitulé Sevilla", escribe el conquistador).8 El mapa en forma de corazón de Oronce Fine (París, 1536) recoge en parte datos del Globe Doré. El sur de México es llamado Coluacana y no figu­ra en él la palabra Nueva España.9 En la segunda mitad del siglo xvi, desaparecen tales denominaciones.

6 Fray B. De las Casas, Historia de las Indias, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1986 (edi­

ción de André Saint-Lu), pp. 75-82.

7 Globe D oré (1527), b n París, Depto. Cartes et Plans, 75 C 72822.

8 H. Cortés, op. cit., Segunda Carta, p. 162.

9 b n París, Depto Cartes et Plans, Ge d d 2987-43.

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El bautismo

Aunque algunas fuentes10 atribuyen a la expedición de Grijalva (1518) la paternidad del término Nueva España, el bautismo oficial se debe a Cortés quien lo justifica así al final de su segunda carta de relación a Carlos Quinto:11

Por lo que yo he visto y comprehendido cerca de la s im ilitud que toda esta tie­

rra tiene a España, ansí en la fertilidad como en la grandeza y fríos que en ella

hace y en otras muchas cosas que la equiparan a ella, me paresció que el más

conveniente nombre para esta dicha tierra era llamarse Nueva España del M ar Océa­

no, y an sí en nombre de Vuestra majestad se le puso aqueste nombre. Humillmen-

te suplico a Vuestra Alteza lo tenga por bien y mande que se nombre ansí.

La creación cortesiana refleja la tentación asimiladora que pretende integrar lo desconocido en el ámbito de lo conocido, según un proceso usual, y a fin de cuentas bastante natural, en cualquier descubrimiento. América se parece a Europa, es un espejo, repleto de promesas y propi­cio para las aportaciones europeas.12 La sim ilitud declarada por el nom­bre es una forma de legitimar la apropiación del lugar. Lo integra de lleno en el orbe hispánico. En adelante, como dice Sahagún,13 habrá una "nueva" y una "antigua" .España, complementarias y dependientes. Los argumentos cortesianos quedan inscritos en el mapa de Diogo Ribeiro (cosmógrafo portugués al servicio de Carlos v) que lleva la fecha de 1529: "Dixose asy por q se alian aqui muchas cossas q ay en España (ay

10 Antonio de Solís, Historia de la Conquista de M éxico, población y progreso de la América Septentrional conocida con el nombre de N ueva España (1684), libro i, cap. v, México, Porrúa,

1973, (Sepan Cuantos núm. 89), p. 34. También Humboldt, Ensayo Político sobre el Reino de

la Nueva España (1808), libro i, cap. i, México, Porrúa, 1978, (Sepan Cuantos núm. 39), p. 5

y W. H. Prescott, Historia de la Conquista de M éxico (1843), libro v, cap. vi, México, Porrúa,

1976, (Sepan Cuantos núm. 150), p. 412. Lo mismo sucede en la Encyclopédie de Diderot

y d'Alembert, en el artículo M exique.11 H. Cortés, op. cit., Segunda carta, p. 308 (Subrayados nuestros).

12 Véase Antonello Gerbi, La naturaleza de las Indias Nuevas, (Milán, 1975), México, fce ,

1978, pp. 113-120.

13 Fray Bernardino de Sahagún, Prólogo a su Historia general de las cosas de la Nueva España (1569) México, Porrúa, 1975 (Sepan Cuantos núm. 300).

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ya mucho trigo q an llevado de aca en tanta cantidad q lo pueden car­gar para otras partes ay aqui mucho oro de nacimiento)".14

El término de Nueva España no tarda en generalizarse y lo usan todos los cosmógrafos que describen esta parte del mundo, cuyos con­tornos todavía se ignoran. Entre las primeras menciones, cabe citar el mapa Orbis universalis descriptio (1527) del inglés Robert Thorne.15

La perennidad de un nombre

La Corona acepta la propuesta de Cortés al nombrarlo en 1522 gober­nador y capitán general de la Nueva España.16 Esto no sucedía siempre, ni tampoco era una garantía de que el nombre se mantuviera después. Así "Nueva Castilla" jamás logró imponerse frente al topónimo de ori­gen indígena, Perú. En México, algunos años después de la Conquista, la Corona no accedió a la petición de Ñuño Beltrán de Guzmán y la pro­vincia que él deseaba bautizar Espíritu Santo de la M ayor España, en un afán visible de superar a Cortés, nunca se llamó así sino Nueva Galicia. La Nueva España por su parte iba a durar y el desarrollo de la imprenta tuvo sin duda una influencia decisiva al respecto. Los escritos cortesia- nos circularon inmediatamente por Europa, donde fueron editados por lo menos 18 veces entre 1522 y 1532,17 difundiendo ampliamente la ape­lación de Nueva España. No deben menospreciarse las repercusiones de los factores editoriales, pues ya sabemos cómo influyeron en el polémi­co origen del nombre del continente, América, tras la publicación de los Viajes de Américo Vespucci.18 Una inmensa mayoría de títulos de libros

14 b n París, Depto. Cartes et Plans, Ge C 818.

15 Divers Voyages Touching the Discoverie of America de Richard Hakluyt (Londres, 1582).

16 Real Cédula del 15 de octubre de 1522, en H. Cortés, Cartas y Documentos, México,

Porrúa, 1963, (Biblioteca Porrúa), p. 581. Pédro Mártir de Anglería hace varias alusiones

a la confirmación real en sus Décadas del Nuevo M undo (1493-1525), traducción del latín

de A. Millares Cario, México, José Porrúa e Hijos, 1964-1965.

17 Véase Rudolf Hirsch, "Printed reports on the early discoveries and their recep­

tion", in First Images of America. The Impact of the N ew World on the Old, edited by Fredi

Chiapelli, Berkeley, University of California Press, 1976, vol II, pp. 537-558.

18 El tema es debatido de modo apasionado por fray B. de las Casas, op. cit., caps. 163

a 166, pp. 642-660.

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atestigua la amplísima área de difusión del término Nueva España, tanto en las obras de conquistadores, cronistas, religiosos como en los relatos de viajeros de todos horizontes, desde Tomás Gage a Alejandro Humboldt, pasando por Gemelli Carreri.19

Paralelamente, el uso de Nueva España prevalece en los mapas has­ta fines del siglo xviii, e incluso más tarde en algunas ocasiones. La car­tografía sólo refleja de esta manera el dominio español sobre los territo­rios conquistados. Este fenómeno es patente en mapas franceses de la época como el de Pierre Descelliers (1564) que lleva la mención "Nueve Espaigne" [sic].20 Medio siglo más tarde, el mapamundi de Ricci (1602), jesuíta italiano instalado en la corte de los soberanos chinos, menciona "Nuova Spagna", traducida en la lengua de los mandarines.21 En 1815, H. Brué, en su mapa titulado Carte encyprotype de YAmérique méridionale, sigue usando el término Nueva España.22

No obstante, la abundancia de referencias en el mismo sentido no significa que exista perfecta unanimidad. Excepciones relevantes ponen de relieve discordancias sobre el uso de Nueva España.

Variaciones lingüísticas y geográficas

El mayor rival de Nueva España, para designar un territorio equivalente, es M éxico, según se observa ya desde mucho antes de la Independencia, fe­cha de la adopción oficial del nombre. Lo cual nos lleva a la pregunta: ¿por qué México se llamó así? ¿por qué es uno de los contados países que tienen el mismo nombre que su capital? Partiremos del origen y evolución del nombre para aventurar algunas hipótesis.

19 Véanse asimismo Díaz del Castillo, Motolinía, Sahagún, Durán, Zorita, Francisco

Hernández y muchos más.

20 Konrad Kretschmer, Die historishen karten zu r Enddtdeckung Amerikas, reprint nach

Atlas von 1892, Frankfurt an Main, Umschau Verlag, 1991.

21 b n Paris, Dept Cartes et Plans, Ge DD 4547-30.

22 b n Paris, Dept Cartes et Plans, Ge C 7969-2.

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De México-Tenochtitlan a México

La etimología de la que fuera capital de los aztecas antes de serlo del vi­rreinato sigue siendo controvertida. Su primer nombre suele ir asociado con la tribu procedente de Aztlán y sedentarizada en medio de la lagu­na de México, tribu de los llamados mexitin (futuros mexicas), en relación con el nombre del jefe de la peregrinación, M exitli. Así aparece en el Có­dice florentino. El segundo parece remitir a la tierra prometida que iden­tificaron gracias al águila erguida sobre un nopal (tenochtli).23

El nombre colonial se formó con la amputación de uno de los dos componentes primigenios del doblete y se impuso enseguida.24 Sólo se ha conservado parcialmente la denominación prehispánica, a imagen y semejanza de la urbe española que se superpuso a la ciudad vencida. Es notable la continuidad entre capital azteca y capital virreinal, tanto a ni­vel geográfico como toponímico. No hay verdadera fundación españo­la de la ciudad ni tampoco se le da un nombre totalmente nuevo o im­portado. ¿Por qué? Es cierto que Cortés, a medida que va avanzando hacia el altiplano central, parece renunciar paulatinamente a bautizar las ciudades por las que pasa, conforme van aumentando sus contactos con los autóctonos y sus conocimientos acerca de ellos. Pero influyó se­guramente más todavía en la pervivencia del topónimo la importancia política de la ciudad como cabeza del llamado "imperio azteca". Se eli­mina la parte menos pronunciable, y más indígena (acaso la de mayo­res implicaciones religiosas y míticas). México-Tenochtitlan se convierte en México. De ahí que títulos como los de López de Gomara o Sepúlve- da25 aludan a la conquista de México (jamás de Tenochtitlan). Se trata de una mirada retrospectiva sobre la capital de Nueva España, de una pro­

23 C. Duverger, U origine des Aztéques, París, Le Seuil, 1983.

24 Los documentos oficiales y la correspondencia de Cortés sólo hasta 1535-1540 con­

tienen Temixtitan y Tenoxtitan (Cedulario de la M etrópoli mexicana, Departamento del Dis­

trito Federal, 1960, en especial Real Cédula por la cual se le otorga a la Ciudad el título de m u y noble, insigne y m u y leal Ciudad de M éxico, 24 de julio de 1548).

25 Juan Ginés de Sepúlveda, D e rebus hispanorum gestis ad novum orbem Mexicumcjue (ms. publicado en 1780 por la Academia de la Historia) y Francisco López de Gomara,

Historia de la Conquista de M éxico (1552), Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1979.

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yección hacia su historia pasada. Tal empleo, en especial en dichos au­tores, no conlleva la menor carga negativa antiespañola.

El nombre de Tenochtitlan sigue apareciendo, si bien de modo adul­terado, hasta mediados del siglo xvi en los documentos y hasta más o menos 1570 en los mapas.26 Este desfase característico del mapa (con res­pecto al texto) tiene que ver con cierta inercia de su sistema de represen­tación, que tarda en reflejar el uso real de la lengua. El Globe Doré (1527) menciona Themistitlan. El mapamundi de la escuela de Dieppe (ca. 1536) y el Globe Chadenat (mediados del siglo xvi) simplifican la tipografía en favor de Temistitlan.27 Los italianos suprimen el sonido /£// característico del náhuatl y usan Timistitan).28 Semejante variedad se encuentra en las mismas cartas de Cortés en las que alternan Temustitán, Tenustitán, Te- mextitán, probablemente en ocasiones por obra de los copistas. De todos modos, se comprueba una tendencia general a adaptar el nombre, redu­ciendo su singularidad fónica, que es mayor que la de M éxico, con res­pecto a la lengua castellana.

Como corolario, el nombre de México a secas no tarda en imponerse tanto en textos como en mapas. Figura por primera vez en nuestro cor- pus en 1530 en un mapa español anónimo.29 En 1544, el mapa del mundo de S. Caboto reza curiosamente M erico.30 Las ediciones sucesivas del Civitates orbis terrarum de Braun y Hogenberg desempeñaron un im­portante papel en la difusión de la apelación a partir de mediados del siglo xvi al dar a conocer la "México Regia et Celebris Hispaniae Novae Civitas" como una de las mayores y más ilustres capitales del orbe conocido.

26 Véase Universale descrittione di tu tta la tierra conosciuta fin qui de Paolo Forlani, donde

la capital es llamada u m is t it a m (b n París, Depto Cartes et Plans, Ge DD 2987, núm. 67).

27 Por orden, b n París, Dept Cartes et Plans, Ge DD 738-A pl. 6 y fotografía 77 C 81 710.

28 Zaltieri, 1566 (b n París, Dept Cartes et plans, Ge B 1699) y Forlani, 1570, op. cit.29 Perú regio Caroli V mandato..., b n París, Dept Cartes et Plans, Ge D 7957.

30 b n París: Res. Ge AA 582.

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Figura 3. Le Vieux M exique ou la Nouvelle-Espagne por Nicolas de Fer (1702), Biblioteca Nacional de Paris.

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La confusión de los espacios: muchos Méxicos

Prevalece la palabra México, pero ¿cuál es su significado? El término designa no sólo la capital virreinal, sino también varios espacios geográ­ficos que se superponen, enmarañando los mapas. México sirve para nombrar distintas divisiones administrativas y religiosas de Nueva España: el Arzobispado, la Audiencia, la Provincia, la Intendencia (tras las reformas borbónicas del siglo xvm), las provincias de diferentes ór­denes religiosas, así como una de las dos provincias de la Inquisición (siendo la otra la de Lima...). Todos estos territorios se traslapan -tanto a nivel sincrónico como diacrònico- sin coincidir nunca del todo. De ahí la complejidad que dificulta la lectura de ciertos documentos. En el sigloxvii, el mapa del holandés Pierre Van Der Aa superpone varias denomi­naciones: México (ciudad), Audiencia de México (jurisdicción) y México (¿provincia?). En 1712, el Nouveau plan du port et de la ville d 'Acapulco (mapa anonimo francés) ilustra nuevamente las ambigüedades de la designación, pues menciona a la vez: Nouvelle-Espagne, Gouvernement de Mexico, Partie de la terre de Mexique.

La cuestión se complica un poco más cuando por referencia a la ca­pital una zona septentrional recibe el nombre de Nueva México. Perte­nece esta región al virreinato novohispano, pero parece ser considerada como un apéndice exterior de éste, si miramos el título del mapa francés de Nicolas de Fer (1702): Le Vieux M exique ou la Nouvelle-Espagne (figura 3).31 Aquí está documentado un uso de la palabra México aplicada a Nueva España, uso que no es infrecuente pues figura tanto en la monu­mental Encyclopédie de Diderot y D'Alembert como en otros textos. En su Géographie U niversale (París, P.-F. Giffart, 1754), el jesuita Buffier intentaba explicar el origen del topónimo septentrional: "¿Por qué se llamó esta región Nuevo M éxico? Se debe a que los españoles sólo la conocieron después de haber habitado el Viejo México, llamado Nueva España, y de él sacaron esta colonia de Nuevo-M éxico". Cabe interrogar­se sobre los efectos que esta creación Nueva México -aplicada a un espa­cio vasto- produce sobre su referente, México, que en un principio es una

31 b n París, Dept Cartes et Plans, Ge DD 4796 (70).

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ciudad, como lo demuestra el artículo femenino inicial. El paso rápido al masculino para designar la provincia (de Nueva a Nuevo México) igual­mente repercute en el referente, al conferir tal vez existencia simétrica a un posible "antiguo México", infinitamente más vasto que la ciudad.

Otra extensión semántica de interés se observa en la denominación del actual Golfo de México. Desde muy temprano es designado como "mexicano" (sinus mexicanus, golfo mexicano). Los topónimos rivales (Golfo de San M iguel, Golfo de las Antillas, Golfo de Nueva España) no dura­ron por lo general, si bien se indica todavía algún Golfo de la Nueva Es­paña en mapas españoles hasta el siglo xvm (por ejemplo, en el mapa anónimo Descripción del distrito del audiencia de Nueva España),32 lo que no es de extrañar. Es decir que encontramos desde antiguo un golfo mexica­no sin que exista previamente un México definido. Se elabora mediante el adjetivo en la periferia novohispana -en el norte y en el golfo- una suerte de México virtual, avant la lettre. El atributo mexicano se aplica desde luego a espacios amplios y lejanos que exceden el golfo de Méxi­co y la Nueva España: se habla de M er de M exique ou de Nouvelle Espag- ne33 para remitir a la parte del Atlántico situada al este de las Antillas, así como de Golfe et archipel de Mexique para referirse a las Antillas.34

La "mexicanización" culmina cuando el conjunto de América del Norte (todavía por descubrir) es llamado mexicana. Entre otros casos, el mapa de Théodore de Bry, America sive novus orbis... de 1596, menciona los nombres de Hispania Nova, Golfo mexicano y América m exicana35 El mapa del mundo de J. Van den Ende (1604) presenta la expresión inver­tida Mexicana America. El Orbis terrarum descriptio de Nicolás Geilekerck y J. Jansjonius (1632) prefiere indicar America septentrionalis sive mexica­na (figura 4).36 Una vanidad holandesa pintada por Pieter de Ring, a mediados del siglo xvn ofrece la imagen más hermosa de la America

32 b n París, Dept cartes et Plans, Ge DD 2987-8850.

33 Pierre Moullart-Sanson, Des différentes manieres de présenter le globe terrestre en plan, París, 1695 (b n París, Dept Cartes et Plans, Ge D 12321).

34 Cassini Fils, París, 1696 (b n París, Depto Cartes et Plans, Ge DD 2987 núm. 112).

35 Museo Nacional de Historia, M apas y Planos de México, siglos x v i al xix, México,

INEGI-INAH, 1988, p. 21.

36 BN París: cliché núm. 76 C 76 427.

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Figura 4. Orbis Terrarum descriptio d e N ico las Geilekerck, Biblioteca N acional d e Paris.

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mexicana: está escrita en un globo terráqueo de suaves tonos, rodeado de símbolos de la fugacidad de los bienes terrenales, entre los que figura una pompa de jabón.37 La redondez repetida del globo y de la pompa de jabón es perturbadora y establece un vínculo visual entre el imperio es­pañol y las nociones de fragilidad y caducidad.

Los holandeses no son los únicos en difundir esta "expansionista" toponimia mexicana, vinculada desde luego por el estatuto de los adje­tivos en la lengua que favorece cierta ductilidad. En 1641, un mapa fran­cés publicado por Boisseau lleva un título nada equívoco: Hémisphère oc­cidental contenant les parties du Nouveau Monde qui sont la Mexiquane et la Peruane.38 Por su parte Sansón d'Abbeville divide (ca. 1650) la América septentrional en la Mexicane y la Canadienne (figura 5).39 La reciente fir­ma del TLC entre Canadá, e.e.u.u. y México no representa en ese aspecto un gran trastorno geopolítico. Para la cartografía histórica, por lo me­nos, México -pese a divergencias políticas, económicas y culturales- no sólo forma parte de Norteamérica, sino que es Norteamérica. La denomi­nación de América mexicana, frecuente en el siglo xvn, tiende a desapa­recer después. Su ámbito de difusión es restringido: jamás se encuentra, al parecer, en los mapas españoles que suelen usar el adjetivo septentrio­nal para designar la zona.

Metamorfosis de mexicano y de México

El adjetivo mexicano usado como gentilicio ha experimentado cambios semánticos a lo largo del tiempo. No fue creado un adjetivo sobre la pa­labra Nueva España, si exceptuamos el reciente y especializado novohis- pano, no incluido en el Diccionario de la lengua española de la Real Acade­mia. Los colonos se limitaron a retomar un instrumento preexistente, hispanizándolo [pasando del gentilicio mexica al de mexicano] y modifi­cando su sentido. El sentido actual de mexicano es fruto de sucesivas de­rivaciones a partir del término inicial náhuatl. En un principio, los mexi­canos (o los de Culúa) eran los indígenas del Altiplano central cuyo idio-

37 Stilleben m it M usikinstrum enten, Stealiche Museen zu Berlin.

38 b n Paris, Dept Cartes et Plans, fotografía C 76 430.

39 b n Paris, Dept Cartes et Plans, Ge D 13 915.

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Figura 5. L 'A m é r iq u e S e p te n tr io n a le por Sanson d'Abbeville, Biblioteca Nacional de Paris.

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ma (el náhuatl) los distinguía de los de Yucatán. Los Artes de la lengua mexicana se referían después de la conquista al idioma náhuatl. La lengua mexicana era una lengua de los indios.

Con el tiempo, el área del término se ensancha considerablemente: mexicano pasa a designar a todos los habitantes de México capital, sean indígenas o no, y luego a toda la población del virreinato. Mexicano es el nombre, casi cabe decir el título, que se confieren los criollos como don Carlos de Sigüenza y Góngora. El jesuita expulso Clavijero presen­ta su Historia antigua de México (1780) como "escrita por un mejicano", en "testimonio de (su) sincerísimo amor a la patria".40 Estamos lejos de la peregrinación mexica...41 El sentido criollo de mexicano, desvinculado de los moradores autóctonos, implica un gran cambio de enfoque. Se convierte en una autodefinición colectiva y positiva de los criollos frente a la metrópoli y de los "españoles americanos" de sus demás dominios. A partir de la adaptación y ensanchamiento del término náhuatl, un grupo social ha logrado una identidad verbal: mexicano es el preludio de una patria por venir que, en el ámbito hispánico, todavía no se llama México.

Mexique, sin embargo, existe en francés desde el siglo xvi. Es sabido que el francés actual, a la inversa del castellano, distingue la ciudad (México) del país (Mexique). El segundo vocablo nació de las ambigüe­dades de la traducción. Los traductores franceses de la época tendían siempre a adaptar los nombres propios y una traducción de 1588 de la obra de López de Gomara se titula nada menos que Voyages et conquétes du capitaine Ferdinand Courtois (!). Un manuscrito atribuido a André Thévet y que éste habría elaborado traduciendo textos españoles para su Cosmographie universelle (1575) se titula Hystoire du Méchique.42 De se­mejante adaptación al francés surge la palabra "Mexique". A lo primero coexiste con México, siendo ambas sinónimas para designar la capital de Nueva España. Numerosos textos, como la Encyclopédie, así como gra-

40 Francisco Javier Clavijero, Historia antigua de M éxico (1781), México, Porrúa, 1976,

(Sepan Cuantos núm. 29), prólogo.

41 Véase C. Val Julián, "Histoire du Mexique et histoire du lexique: les transferís

sémantiques de mexicano", Caravelle (Toulouse), núm. 62,1994, pp. 163-177.

42 Ms núm. 19031 de la b n de París (Publicado por E. de Jonghe, Journal de la Société des américanistes, París, 1905, ii, 1, pp. 3-45).

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bados y mapas43 se refieren en efecto a "la ville de Mexique". Lo intere­sante es que cuando los autores españoles evocaban, como vimos, la conquista de México (ciudad), los traductores optaron por la forma la con­quête du M exique [literalmente "del México"], formulación que sobren­tiende la conquista de un país o región. Tenían a su disposición como forma posible la conquête de (la ville de) M exique y sin embargo no la usa­ron. Este fenómeno se halla (por lo menos) en Gomara y Solís, dos au­toridades historiográficas, objeto de muchas reediciones. Así, en Francia M exique pasa a designar un espacio más amplio que el urbano. Ya es potencialmente un país para el lector francés.

Los traductores, amén de las manipulaciones citadas, no vacilaban en reducir los títulos, poniendo todavía más de realce el topónimo que encierran. La historia de la conquista de M éxico, población y progreso de la América septentrional, conocida por el nombre de Nueva España (1684) de So­lís se convirtió de esta manera en la mera Histoire de la conquête du M e x i q u e El título francés revela que la mención de Nueva España no es imprescindible (ni tal vez deseable). M exique basta para una identifica­ción clara de la materia. A fines del siglo xvm los títulos de varias óperas, en su mayoría italianas, que se inspiran en el M otezuma de Vivaldi asimismo aluden tan sólo a Messico, prueba de que el nombre es conocido del público y portador de una carga exótica conforme a su gusto, a juzgar por la boga de dicho género.

Todo lo anterior indica que la palabra México designa una ciudad para los españoles (a partir de la cual se nombran las distintas entidades administrativas y religiosas de las que es cabecera) mientras que para los franceses (y tal vez para otros europeos), se refiere a la ciudad y al país. La comparación de diccionarios da prueba fehaciente de ello. El primer diccionario importante de la lengua castellana, el Tesoro de Covarrubias (1611) en su artículo México tan sólo habla de una "ciudad populosísi­ma".45 En cambio, el Tesoro de las dos lenguas española y francesa, dicciona­

43 Cfr. Nicolas de Fer, 1715, Plan de la fameuse nouvelle ville de M exique.44 Véanse por ejemplo las ediciones de París, 1691 y de La Haya, 1692.

45 Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la len g u a castellana o española (1611) [reimpre­

sión de la edición de Barcelona 1674] 1943, p. 803. Véase J. P. Sánchez, "Sebastián de

Covarrubias et l'Amérique", Caravelle (Toulouse), 1976, núm. 27, p. 251-261.

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rio bilingüe de César Oudin inspirado en el anterior, indica en la edición de 1675 que México es "une ville et royaume des Indes" y da como traduc­ción "Mexique". La cartografía francesa, más lenta, seguirá vacilando entre Golfe de M exique y Golfe du Mexique hasta imponer a fines del siglo xvm el segundo. Por consiguiente la lengua francesa dispone desde muy temprano de una herramienta -la palabra M exique- que le permite pen­sar y designar el territorio que nos ocupa sin necesidad de llamarlo Nueva España.

MÉXICO O CONTRAESPAÑA

Fortuna europea de México

Medio siglo después de la conquista, "Mechique" está documentado en Francia, como vimos con el libro atribuido a Thévet. Desde entonces la forma M exique aparece en los títulos, solo o junto con Nouvelle-Espagne -pero en este último caso, siempre en primera posición-. Ejemplos de ello son la traducción francesa del libro de Thomas Gage (1672) o el títu­lo del texto de Jean de Monségur (1714).46 Fuera de los especialistas o viajeros conocedores del área que mencionan, los autores que tratan de otras materias y que en algún momento se ven obligados a referirse en unas líneas a Nueva España suelen preferir hablar de "Mexique", con alusiones desde luego más bien peyorativas. Así, en las Lettres édifiantes el jesuita Tallandier (1715) describe una capital atestada de "vagabun­dos, picaros, holgazanes, ladrones y asesinos", en la que uno no se en­cuentra seguro "ni en las calles ni en su propia casa".47 Montesquieu se mofa de la arrogancia en sus Lettres per sanes (1721).48 Raynal, en la

46 Por orden: Relation du M exique ou de la Nouvelle Espagne de Thomas Gage, en M.

Thevenot, Relation de divers voyages curieux..., Paris, André Cramoisy, 1672 y Nouveaux mé­moires touchant le M exique ou la Nouvelle Espagne, 1708 (ms. 24.228 de la b n de París) cuya

traducción al español se publicó recientemente en México, con prólogo de J.P. Berthe.

47 Lo cita Jean-Paul Duviols, L'Amérique espagnole vue et rêvée. Les livres de voyages de Christophe Colomb à Bougainville, Paris, Promodis, 1985, p. 255.

48 Lettre lxxviii (Paris, Gallimard, Folio núm. 475, p. 195).

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Histoire philosophique et politique des deux Indes (1772), emite un juicio pe­simista sobre le Mexique, cuyo pueblo padece una "ignorancia más pro­funda todavía que en las otras regiones sometidas a Castilla".49 En la correspondencia diplomática, se habla de los criollos "afeminados y su­persticiosos".50 La crítica del sistema colonial español que aflora en estas citas va acompañada por la exclusión del término Nueva España en di­chos textos. La hostilidad hacia España se traduce por la renuencia a emplear este topónimo impuesto y por el uso preferente del topónimo rival, de sonoridad y origen prehispánicos.

La progresiva preferencia europea por M exique se confirma en la car­tografía. En el siglo xvi pocos mapas lo eligen,51 pero las cosas cambian en el siglo siguiente. España sufre una grave crisis económica, política y demográfica. Inglaterra afirma su poderío marítimo, mientras que Fran­cia se impone como primera potencia continental europea. Montcornet graba por entonces un mapa del Nuevo Mundo con la inscripción Coste du M exic.52 Auvray de Garel, por las mismas fechas, yuxtapone las ape­laciones M exique (para el norte del país) y Nouvelle-Espagne (para la par­te central) en su Mappe-monde ou représentation de la terre en plan.53 En 1650, Sansón d'Abbeville, geógrafo del rey, impone la denominación M exique ou Nouvelle Espagne,54 cuando Francia sale victoriosa de la Gue­rra de Treinta Años (figura 6). Posteriormente, sus mapas serán objeto de múltiples copias. Sin embargo, hay que esperar el principio del siglo x v i i i para que aparezca la mención México or N ew Spain en los mapas in­gleses, mientras que los holandeses, acaso por preservar un equilibrio entre las dos grandes potencias, siguen prefiriendo en su mayoría el nombre de Nueva España. No obstante, se advierte en los cartógrafos franceses un efímero cambio a principios del siglo x v i i i , cuando los Bor-

49 Histoire philosophique et politique des deux Indes (1772) por el Abad Raynal (Antolo-

gia, Paris, Maspéro-La Découverte, 1981, pp. 93-94 y p. 96).

50 Véase J. R. Aymes, "La connaissance du Mexique en France pendant le Consulat et

l'Empire", Tilas (Estrasburgo), x, 1970.

51 "Mexicanum regnum" en el mapamundi en forma de husos de Amberes, a finales

del siglo xvi (b n Paris, Dept Cartes et Plans, Res. Ge A A 1255).

52 b n Paris, Dept Cartes et Plans, Ge D 15504.

53 b n Paris, Dept Cartes et Plans, fotografia nüm. 79 C 91 278.

54 b n Paris, Dept Cartes et Plans, Ge D 13915.

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Figura 6. Mexique ou Nouvelle Espagne por Sansón d'Abbeville, Biblioteca Nacional de París.

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bones suceden a los Austrias. En los mapas dibujados e impresos en Pa­rís la apelación Nouvelle-Espagne cobra repentinamente un nuevo vigor, como si se tratara de devolver cierta legitimidad a los territorios de ul­tramar gobernados en adelante por un nieto de Luis xiv.

La siguiente etapa coincide con el momento en que los Borbones de España afirman su independencia frente a todas las potencias europeas: entonces la Nouvelle-Espagne desaparece por completo de los mapas, y cede el paso a M exique a secas. Al parecer, tal evolución se inicia en Fran­cia, una vez más. Desde 1713 (año en que Felipe v sube al trono espa­ñol), el Atlas historique de Châtelain y Guendeville presenta un mapa del centro de México titulado Carte du M exique,55 en el que los autores uti­lizan Nouvelle-Espagne para designar los territorios norteamericanos. En 1722, Jean Corens y Corneille Mortier imprimen el mapa de Guillaume Delisle llamado Carte du M exique et de la Floride. Unos veinte años más tarde, el Globe terrestre dédié et présenté à M onseigneur le Dauphin par Jacques Baradelle designa el virreinato novohispano con la palabra M exique.56

¿Y los mapas peninsulares? Constituyen una excepción reveladora, pues, por lo que conocemos, España es en la época el único país que jamás usa el término México para designar algo que no sea la capital. Lo cual incita a que nos interroguemos sobre una posible correlación entre la forma de denominar este espacio colonial y el contexto político e ideológico de ri­validad entre las potencias europeas y España.

M éxico: ¿un invento criollo?

Durante algún tiempo, se barajó la posibilidad de que México se llama­ra Anáhuac, recurriendo al nombre náhuatl de la región central (cuya precisa extensión se desconoce: ¿cubría tan sólo el valle de México o se extendía más allá de él?). El antiguo topónimo renace a fines del sigloxviii, cuando figura en el subtítulo de las Tardes americanas de J.J. Grana­dos y Gálvez (México,1778) antes de formar parte del título de la obra

55 b n París, Depto Cartes et Plans, Ge DD 1534.

56 b n París,Depto Cartes et Plans, Ge A 1303.

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militante de fray Servando Teresa de Mier, Historia de la revolución de Nueva España, antiguamente Anáhuac, editada en Londres en 1813, du­rante las luchas por la emancipación. Ese mismo año, el patriota More- los declaraba la independencia de México en el Congreso de Anáhuac, celebrado en Chilpancingo.57 Anáhuac prosperó en el momento de la ra- dicalización de la ruptura con España y de un retorno simbólico a los orígenes autóctonos. Nuevas lecturas de la historia modificaron la valo­ración del pasado colectivo. La Conquista fue interpretada en la época como un enfrentamiento entre indígenas e invasores.58 La Independen­cia pretendía ser para autores como C. M. Bustamante una revancha so­bre la conquista, a la par que una restauración y continuación del impe­rio azteca.59

Fuera de las Indias, la expresión que ya vimos en el mapa de Nicolás de Fer Vieux Mexique ou Nouvelle Espagne establece una doble distinción, de orden espacial (con respecto a Nuevo México) pero también tempo­ral e ideológico (entre el México prehispánico y colonial). Esta doble apelación se difundió por toda Europa, como lo muestra el globo terrá­queo en forma de husos realizado en Italia hacia 1720. Menciona éste in­teresantes topónimos como: Messico (la ciudad), Golfo del Messico (alu­sión a una zona y no a la capital), Nuovo Messico, y en especial Vecchio Messico-Nova Spagna (figura 7).60 Los Mexicains, como "etnia o pueblo", aparecen representados en el mapa titulado Esquisse d 'un tableau du genre humain, compuesto en París por Melle Le Masson Le Gollet y eje­cutada por M. Moithey, ingeniero geógrafo del rey en 1794.61 Lo que se proclama en México el 28 de septiembre de 1821 es la Independencia del imperio mexicano, e Iturbide es coronado emperador.62

57 Pensamiento político de la emancipación 1790-1825, Caracas, Biblioteca Ayacucho,

1977, vol. 2, p. 53.

58 V. Rico González, Hacia un concepto de la conquista de México, México, Instituto de

Historia, 1953.

59 J. L. Phelan, "Neo-aztecism un the eighteenth century and the genesis of mexican

nationalism", in Stanley Diamond (ed.), Culture un History: Essays in Honor of Paul Radin, Nueva York, Columbia University Press, 1960, pp. 760-770.

60 b n Paris, Dept Cartes et Plans, Ge D 5057.

61 b n Paris, Dept Cartes et Plans, 85 D 7921.

62 Pensamiento politico..., op. cit., vol. 2, p. 289.

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Figura 7. Globo terráqueo italiano en forma de husos {ca. 1720), Biblioteca

Nacional de París.

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Subyace a tales formulaciones un pensamiento político que se apo­ya en un bricolage histórico reductor, pues mediante la elección de M é­xico sólo se rehabilita a los mexicas, que no representan la totalidad de la población mesoamericana, ni en el tiempo ni en el espacio. Tal reha­bilitación no hace más que reproducir la jerarquía política y la expan­sión azteca en la zona en el momento de la Conquista pero su función es legitimar el poder al que aspiran los criollos: borrando la era novo- hispana como si se tratara de cerrar un paréntesis, afirma la continuidad del espacio y tiempo locales.

Frente a vocablos rivales como mexicano y México, Anáhuac está con­denado a desaparecer (¿qué gentilicio hubiera engendrado? "anahua- quense" tal vez...). Los dos primeros llevan tres siglos rondando por la lengua y por la imagen. El adjetivo, adaptado al español y modificado en su significado, abrió camino para el sentido nacional del sustantivo, inicialmente reservado para designar la capital. Ambos, adjetivo y sus­tantivo, pueden a partir de entonces funcionar conjuntamente. La patria de los mexicanos se llama México. Anáhuac sólo subsiste en las visiones idealizadas o poéticas de la literatura (Visión de Anáhuac, de Alfonso Re­yes, 1917) o en los escritos indigenistas algo extremistas de los cincuen­ta, cuando la conquista de México fue rebautizada Invasión de Anáhuac.63

Conclusión

México, en sus límites geográficos y políticos, fue fruto de dinámicas contradictorias, pues los intereses políticos y económicos de la metrópo­li no podían coincidir con los de los criollos ni con los de las demás po­tencias europeas. España quiso dejar una huella poderosa en su primera conquista importante en el continente americano y para hacer de ella

63 Véase Luis Villoro, El proceso ideológico de la Revolución de Independencia, México,

u n a m , 1967, pp. 153-161. La resurrección periódica del término Anáhuac es atestiguada

por los títulos : Relaciones de Hernán Cortés sobre la invasión de Anahuac, México, 1958 (se

trata de la edición de Eulalia Guzmán de las Cartas de Relación) o M otecuhzoma Xocoyotzin o M octezum a el Magnífico y la invasión de Anáhuac, de Ignacio Romero Vargas Yturbide,

México, 1963-1964,3 vols.

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una suerte de doble suyo en ultramar, la nombró Nueva España. El fin histórico de la Nueva España y su sustitución por México fue la culmi­nación de un proceso que llevaba muchas décadas de producción en el plano semántico. Criollos y europeos tenían motivos propios (y distin­tos) para rehusar el empleo del topónimo colonial. Pero su resistencia tuvo la misma función, la de expresar una negación de España. México no significó para ellos una Nueva España, sino más bien una Contra- España.