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La noche Guy de Maupassantt, 1887
Amo la noche con pasin. La amo, como uno ama a su pas o a su amante, con un amor
instintivo, profundo, invencible. La amo con todos mis sentidos, con mis ojos que la ven, con mi olfato que la respira, con mis odos, que escuchan su silencio, con toda mi carne que las tinieblas acarician. Las alondras cantan al sol, en el aire azul, en el aire caliente, en el aire ligero de la maana clara. El bho huye en la noche, sombra negra que atraviesa el espacio negro, y alegre, embriagado por la negra inmensidad, lanza su grito vibrante y siniestro.
El da me cansa y me aburre. Es brutal y ruidoso. Me levanto con esfuerzo, me visto con desidia y salgo con pesar, y cada paso, cada movimiento, cada gesto, cada palabra, cada pensamiento me fatiga como si levantara una enorme carga.
Pero cuando el sol desciende, una confusa alegra invade todo mi cuerpo. Me despierto, me animo. A medida que crece la sombra me siento distinto, ms joven, ms fuerte, ms activo, ms feliz. La veo espesarse, dulce sombra cada del cielo: ahoga la ciudad como una ola inaprensible e impenetrable, oculta, borra, destruye los colores, las formas; oprime las casas, los seres, los monumentos, con su tacto imperceptible.
Entonces tengo ganas de gritar de placer como las lechuzas, de correr por los tejados como los gatos, y un impetuoso deseo de amar se enciende en mis venas.
Salgo, unas veces camino por los barrios ensombrecidos, y otras por los bosques cercanos a Pars donde oigo rondar a mis hermanas las fieras y a mis hermanos, los cazadores furtivos.
Aquello que se ama con violencia acaba siempre por matarle a uno. Pero cmo explicar lo que me ocurre? Cmo hacer comprender el hecho de que pueda
contarlo? No s, ya no lo s. Slo s que es. Helo aqu. El caso es que ayer fue ayer?. S, sin duda, a no ser que haya sido antes, otro da, otro
mes, otro ao no lo s. Debi ser ayer; pues el da no ha vuelto a amanecer; pues el Sol no ha vuelto a salir. Pero, desde cundo dura la noche? desde cundo...? Quin lo dir? Quin lo sabr nunca?
El caso es que ayer sal como todas las noches despus de la cena. Haca bueno, una temperatura agradable, haca calor. Mientras bajaba hacia los bulevares, miraba sobre mi cabeza el ro negro y lleno de estrellas recortado en el cielo por los tejados de la calle, que se curvaba y ondeaba como un autntico torrente, un caudal rodante de astros.
Todo se vea claro en el aire ligero, desde los planetas hasta las farolas de gas. Brillaban tantas luces all arriba y en la ciudad que las tinieblas parecan iluminarse. Las noches claras son ms alegres que los das de sol esplndido.
En el bulevar resplandecan los cafs; la gente rea, pasaba, o beba. Entr un momento al teatro; a qu teatro? ya no lo s. Haba tanta claridad que me entristec y sal con el corazn algo ensombrecido por aquel choque brutal de luz en el oro de los balcones, por el destello ficticio de la enorme araa de cristal, por la barrera de fuego de las candilejas, por la melancola de esta claridad falsa y cruda.
Me dirig hacia los Campos Elseos, donde los cafs concierto parecan hogueras entre el follaje. Los castaos radiantes de luz amarilla parecan pintados, parecan rboles fosforescentes. Y las bombillas elctricas, semejantes a lunas destelleantes y plidas, a huevos de luna cados del cielo, a perlas monstruosas, vivas, hacan palidecer bajo su claridad nacarada, misteriosa y real, los hilos de gas, del feo y sucio gas, y las guirnaldas de cristales coloreados.
Me detuve bajo el Arco de Triunfo para mirar la avenida, la larga y admirable avenida estrellada, que iba hacia Pars entre dos lneas de fuego, y los astros, los astros all arriba, los
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astros desconocidos, arrojados al azar en la inmensidad donde dibujan esas extraas figuras que tanto hacen soar e imaginar.
Entr en el Bois de Boulogne y permanec largo tiempo. Un extrao escalofro se haba apoderado de m, una emocin imprevista y poderosa, un pensamiento exaltado que rozaba la locura.
Anduve durante mucho, mucho tiempo. Luego volv. Qu hora sera cuando volv a pasar bajo el Arco de Triunfo? No lo s. La ciudad dorma y
nubes, grandes nubes negras, se esparcan lentamente en el cielo. Por primera vez, sent que iba a suceder algo extraordinario, algo nuevo. Me pareci que
haca fro, que el aire se espesaba, que la noche, que mi amada noche, se volva pesada en mi corazn. Ahora la avenida estaba desierta. Solos, dos agentes de polica paseaban cerca de la parada de coches de caballos y, por la calzada iluminada apenas por las farolas de gas que parecan moribundas, una hilera de vehculos cargados con legumbres se diriga hacia el mercado de Les Halles. Iban lentamente, llenos de zanahorias, nabos y coles. Los conductores dorman, invisibles, y los caballos mantenan un paso uniforme, siguiendo al vehculo que los preceda, sin ruido sobre el pavimento de madera. Frente a cada una de las luces de la acera, las zanahorias se iluminaban de rojo, los nabos se iluminaban de blanco, las coles se iluminaban de verde, y pasaban, uno tras otro, estos coches rojos; de un rojo de fuego, blancos, de un blanco de plata, verdes, de un verde esmeralda.
Los segu, y luego volv por la calle Royale y aparec de nuevo en los bulevares. Ya no haba nadie, ya no haba cafs luminosos, slo algunos rezagados que se apresuraban. Jams haba visto un Pars tan muerto, tan desierto.
Una fuerza me empujaba, una necesidad de caminar. Me dirig, pues, hacia la Bastilla. All me di cuenta de que nunca haba visto una noche tan sombra, porque ni siquiera distingua la columna de Julio, cuyo genio de oro se haba perdido en la impenetrable oscuridad. Una bveda de nubes, densa como la inmensidad, haba ahogado las estrellas y pareca descender sobre la tierra para aniquilarla.
Volv sobre mis pasos. No haba nadie a mi alrededor. En la Place du Chteau d'Eau, sin embargo, un borracho estuvo a punto de tropezar conmigo, y luego desapareci. Durante algn tiempo segu oyendo su paso desigual y sonoro. Segu caminando. A la altura del barrio de Montmartre pas un coche de caballos que descenda hacia el Sena. Lo llam. El cochero no respondi. Una mujer rondaba cerca de la calle Drouot: Esccheme, seor. Aceler el paso para evitar su mano tendida hacia m. Luego nada. Ante el Vaudeville, un trapero rebuscaba en la cuneta. Su farolillo vacilaba a ras del suelo. Le pregunt:
Amigo, qu hora es? Y yo qu s! gru. No tengo reloj. Entonces me di cuenta de repente de que las farolas de gas estaban apagadas. Saba que en
esta poca del ao las apagaban pronto, antes del amanecer; por economa; pero an tardara tanto en amanecer...
Ir al mercado de Les Halles pens, all al menos encontrar vida. Me puse en marcha, pero ni siquiera saba ir. Caminaba lentamente, como se hace en un
bosque, reconociendo las calles, contndolas. Ante el Crdit Lyonnais ladr un perro. Volv por la calle Grammont, perdido; anduve a la
deriva, luego reconoc la Bolsa, por la verja que la rodea. Todo Pars dorma un sueo profundo, espantoso. Sin embargo, a lo lejos rodaba un coche de caballos, uno solo, quizs el mismo que haba pasado junto a m haca un instante. Intent alcanzarlo, siguiendo el ruido de sus ruedas a travs de las calles solitarias y negras, negras como la muerte.
Una vez ms me perd. Dnde estaba? Qu locura apagar tan pronto el gas! Ningn transente, ningn rezagado, ningn vagabundo, ni siquiera el maullido de un gato en celo. Nada.
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Dnde estaban los agentes de polica? me dije. Voy a gritar; y vendrn. Grit, no respondi nadie.
Llam ms fuerte. Mi voz vol, sin eco, dbil, ahogada, aplastada por la noche, por esta noche impenetrable.
Grit ms fuerte: Socorro! Socorro! Socorro!. Mi desesperada llamada qued sin respuesta. Qu hora era? Saqu mi reloj, pero no tena
cerillas. O el leve tictac de la pequea pieza mecnica con una desconocida y extraa alegra. Pareca estar viva. Me encontraba menos solo. Qu misterio! Camin de nuevo como un ciego, tocando las paredes con mi bastn, levantando los ojos al cielo, esperando que por fin llegara el da; pero el espacio estaba negro, completamente negro, ms profundamente negro que la ciudad.
Qu hora poda ser? Me pareca caminar desde haca un tiempo infinito pues mis piernas desfallecan, mi pecho jadeaba y senta un hambre horrible.
Me decid a llamar a la primera cochera. Toqu el timbre de cobre, que son en toda la casa; son de una forma extraa, como si este ruido vibrante fuera el nico del edificio.
Esper. No contest nadie. No abrieron la puerta. Llam de nuevo; esper... Nada. Tuve miedo. Corr a la casa siguiente, e hice sonar veinte veces el timbre en el oscuro pasillo
donde deba dormir el portero. Pero no se despert, y fui ms lejos, tirando con todas mis fuerzas de las anillas o apretando los timbres, golpeando con mis pies, con mi bastn o mis manos todas las puertas obstinadamente cerradas.
Y de pronto, vi que haba llegado al mercado de Les Halles. Estaba desierto, no se oa un ruido, ni un movimiento, ni un vehculo, ni un hombre, ni un manojo de verduras o flores. Estaba vaco, inmvil, abandonado, muerto.
Un espantoso terror se apoder de m. Que suceda? Oh Dios mo! Qu suceda? Me march. Pero, y la hora? Y la hora? Quin me dira la hora? Ningn reloj sonaba en los campanarios o en los monumentos. Pens: Voy a abrir el cristal
de mi reloj y tocar la aguja con mis dedos. Saqu el reloj... ya no sonaba... se haba parado. Ya no quedaba nada, nada, ni siquiera un estremecimiento en la ciudad, ni un resplandor; ni una vibracin de un sonido en el aire. Nada. Nada ms. Ni tan siquiera el rodar lejano de un coche, nada.
Me encontraba en los muelles, y un fro glacial suba del ro. Corra an el Sena? Quise saberlo, encontr la escalera, baj... No oa la corriente bajo los arcos del puente...
Unos escalones ms... luego la arena... el fango... y el agua... hund mi brazo, el agua corra, corra, fra, fra, fra... casi helada... casi detenida... casi muerta.
Y sent que ya nunca tendra fuerzas para volver a subir... y que iba a morir all abajo... yo tambin, de hambre, de cansancio, y de fro.