Del discurso a la construcción de la imagen del adversario político
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Del discurso a la construcción de la imagen del adversario político1
Una de las interrogantes centrales de nuestra investigación es conocer cómo
se construye la imagen del adversario en los spots de la contienda electoral del
2006. Para dar respuesta a dicha problemática en este segundo capítulo de
tesis hemos decidido apoyarnos en algunos conceptos teóricos desarrollados
desde el campo del análisis del discurso. En específico se retoman los
conceptos de discurso e interdiscurso desarrollados por Charaudeau y
Maingueneau (dirs.) (2005), así como el concepto de enunciación propuesto
por Benveniste (1997); el papel del sujeto en el lenguaje en Ducrot (1988) y
Charaudeau (2005, 1985); la definición del discurso político de Charaudeau,
Giménez (1981) y Verón (1987); la revalorización del papel de la emoción en la
argumentación en Walton (1992) y los planteamientos sobre la argumentación
de las emociones de Plantin y Gutiérrez (2009, 2011).
La política adquiere un valor muy importante en la sociedad, toda vez que las
acciones de gobierno se realizan por medio del discurso. Por lo tanto para
comprender la política es importante entender las situaciones de intercambio
discursivo entre los actores: gobierno, partidos políticos, medios de
comunicación, organizaciones empresariales y de trabajadores. Todos ellos
ocupan posiciones disímiles en el espacio público, al tiempo que se afirman
histórica y políticamente mediante el discurso.
Este capítulo tiene el propósito de discutir la importancia del discurso en la
construcción de la imagen del adversario. Particularmente la relación entre
discurso y política, el estudio de la argumentación para la comprensión del
adversario en el discurso político. Con ese fin el capítulo está divido en tres
apartados: 1) el papel del discurso en general y del discurso político en
particular; 2) el discurso argumentativo y 3) la argumentación en la publicidad
política.
1 Este segundo capítulo de nuestra tesis doctoral compone un estudio más amplio sobre la
construcción de la imagen del adversario político desde el campo del Análisis del Discurso que puede revisarse bajo el nombre del autor: Héctor Unzueta en la dirección electrónica: www. academia.edu.
El papel del discurso
El discurso como objeto de estudio se ha conformado gracias a las
aportaciones teóricas de diferentes disciplinas que han contribuido de manera
interdisciplinaria a su estudio, entre las que destacan la lingüística, la semiótica,
la semiología, la filosofía del lenguaje, la semántica, la retórica, la
etnometodología y la pragmática. Para hablar de análisis del discurso resulta
preciso ubicar el desarrollo del concepto de discurso dentro de las corrientes de
pensamiento que han reflexionado sobre el mismo. Esto nos permitirá situar
desde qué perspectiva teórica y metodológica se inscribe el análisis del
adversario en los spots del PAN y los organismos empresariales.
Para delimitar cuál es la concepción de discurso que retomamos para el
análisis de los spots de los candidatos de la contienda electoral del 2006,
partimos de la concepción de discurso desarrollada por Charaudeau y
Maingueneau (dirs.) (2005: 180-184). De acuerdo con dichos autores, el
concepto de discurso fue reproduciéndose en las ciencias del lenguaje a partir
de la década de 1980. La proliferación del concepto fue acompañado de los
aportes de la pragmática lingüística que influyó notablemente en las formas de
estudiar y comprender el lenguaje. Charaudeau y Maingueneau (dirs.) (2005)
presentan ciertas características presentes en el discurso, las cuales se toman
en cuenta para analizar los spots electorales en tanto discursos.
El discurso supone una organización transoracional. Las oraciones sean
únicas o no forman una unidad completa y son discursos en tanto se
someten a las reglas del género y de la cultura vigente.
El discurso está orientado. El discurso se construye o destina para
alguien. Como el discurso se desarrolla en el tiempo, aquél puede
cambiar de dirección o volver a su dirección inicial o desviarse sobre su
curso. “Su linealidad se manifiesta a menudo a través de un juego de
anticipaciones (veremos que..., volveré sobre esto) o de vueltas atrás (o
mejor dicho.., yo tendría que haber dicho); todo esto representa un
auténtico guiado de la palabra por parte del locutor” (Charaudeau y
Maingueneau (dirs) (2005: 181).
El discurso es una forma de acción. En este punto resulta de gran
importancia las aportaciones de Austin (1981), desde el campo de la
filosofía del lenguaje. Austin plantea la idea de que hablar es hacer. Las
palabras se expresan porque tienen como finalidad su realización; que
eso de lo que se habla, se lleve a cabo. Como el fin de las palabras es
su realización, es importante que quien las recibe, acepte y reconozca
eso que expresa quien habla. Austin afirma: “siempre es necesario que
las circunstancias en que las palabras se expresan sean apropiadas, de
alguna manera o maneras” (1981:49). Por tanto, quien habla debe
asumirse como la persona que cumplirá con ciertos propósitos. Austin
plantea que “la palabra empeñada nos obliga” (1981: 51). El acto de
prometer algo implica el compromiso de cumplir con lo prometido. Según
Austin la promesa implica un acto interno, espiritual y moral. Los actos
de habla como prometer, ordenar, sugerir, interrogar, afirmar, advertir,
solicitar, etcétera están destinados a modificar las situaciones de
interacción. En ese sentido, Charaudeau y Maingueneau (dirs.) (2005)
plantean que dichos actos de habla “se integran a su vez a las
actividades verbales de un género determinado (un panfleto, una
consulta médica, un noticiario televisivo...)” (2005: 182). Asimismo, los
actos de habla podrían incorporarse al lenguaje de una audiencia
judicial, de una nota informativa, de una carta, de un diálogo y en
general en la actividad verbal desarrollada dentro de un género
discursivo simple o complejo.
El discurso es interactivo. Por un lado la interactividad del discurso se
expresa en la conversación y por otro lado, en la interactividad
discursiva (Charaudeau y Maingueneau (dirs.) (2005). Dicha
interactividad se debe al intercambio entre locutores virtuales o reales
que participan en la enunciación.
El discurso es contextualizado. El discurso se produce en contexto y
cobra sentido en el enunciado y en el contexto mismo de su producción.
El discurso es tomado a cargo. El sujeto enunciador da su punto de vista
en el enunciado, adopta una actitud sobre lo que dice y sobre su
interlocutor. El enunciador puede mostrar su adhesión: “tal vez llueve”;
atribuir responsabilidad a otro enunciador: “según Pablo llueve”;
comentar lo que dice el propio enunciador: “francamente llueve”,
etcétera. Charaudeau y Maingueneau señalan que: “La reflexión sobre
las formas de subjetividad que el discurso supone es uno de los grandes
ejes del análisis del discurso” (2005: 183).
El discurso está regido por normas. De acuerdo con Charaudeau (1985:
58-59) los miembros que participan en el acto de lenguaje se someten a
un doble proceso: por un lado el de la producción y, por el otro lado, el
de la interpretación. Estas son las condiciones que definen la realidad
del lenguaje y la interacción. Si un enunciador emite una pregunta es
porque ignora la respuesta y considera que su destinatario puede
ofrecer una posible respuesta. Charaudeau y Maingueneau afirman:
“ningún acto de enunciación puede postularse sin justificar de una u otra
manera su derecho a presentarse tal como se presenta” (2005: 183).
El discurso está captado en un interdiscurso. Todo discurso se pone en
relación con otros discursos, está hecho de otros discursos con lo que
dialoga y discute. Charaudeau y Maingueneau señalan que cada género
discursivo tiene su modo particular de “tramitar la multiplicidad de las
relaciones interdiscursivas” (2005:183); de convocar o llamar a otros
discursos dentro de su discurso.
El concepto de discurso que refiere particularmente Patrick Charaudeau
(1985:54-56) y del cual nos servimos, en buena parte, para el desarrollo teórico
de la presente investigación es aplicado como una puesta en escena del acto
de lenguaje, el cual depende de un dispositivo enunciativo. Este dispositivo
enunciativo está conformado por un circuito externo e interno. El circuito
externo está conformado por lo que Charaudeau ha denominado como el
“Hacer psico-social”, es decir, la instancia situacional, que está definida por los
responsables del acto del lenguaje (miembros de la pareja). El circuito interno
lo conforma la organización del decir; es la instancia discursiva que es definida
por la puesta en escena de la significación en donde participan seres de habla
(protagonistas). La instancia discursiva, la puesta en escena discursiva o bien,
la “interacción comunicativa” (Poloniato, 1994:63), depende de la puesta en
escena lingüística y alberga desde luego el aspecto situacional, pero como
señala Charaudeau, posee un dispositivo propio que le confiere autonomía. Por
lo tanto para dicho autor, en la puesta en escena del decir caben un conjunto
de géneros y estrategias que no están relacionadas de manera obligada con
las circunstancias de producción del discurso. En otras palabras, la puesta en
escena del decir, el discurso, no necesariamente obliga a asimilarlo como
práctica de comunicación situado, ritualizado y regulado por instituciones (cfr.
Poloniato, 1994:63). De manera que, siguiendo a Charaudeau, un discurso
didáctico no es exclusivo de una situación escolar, ya que pueden hallarse
marcas de aquel discurso en situaciones de interacción en ámbitos políticos,
científicos o mediáticos. Esto último permite la emergencia del segundo sentido
con el que Charaudeau propone comprender el discurso que describimos en el
siguiente párrafo: el discurso como práctica social.
El discurso “puede ser relacionado con un conjunto coherente de saberes
compartidos, construidos, con frecuencia, de manera inconsciente por los
individuos de un grupo social” (Charaudeau, 1985:56). Para el citado autor, los
discursos sociales son testimonio, registro que da cuenta de las prácticas
sociales, las cuales están representadas por los discursos que circulan en el
mundo social. Son discursos sociales producidos en contextos socioculturales
determinados que valoran y racionalizan el mundo en términos de oposición:
qué es lo serio y lo divertido; qué es lo popular y lo elegante; qué es lo refinado
y lo vulgar, etcétera.
Charaudeau2 define el discurso como “el lugar de la puesta en escena de la
significación, la cual puede emplear, para su propios fines, uno o muchos
códigos semiológicos” (1985:54). La puesta en escena discursiva está
determinada por las características de los códigos empleados en un discurso
determinado. Esta definición nos permite comprender que el discurso no sólo
es una manifestación del lenguaje sino que es estructurado por códigos
semiológicos de tipo verbal e icónico que funcionan en los spots electorales.
2 Para Charaudeau (1985) los discursos sociales podrían igualmente ser llamados imaginarios
sociales, lo cual se puede inferir la inclusión, aproximación o cercanía que tienen éstos con aquellos.
El discurso, señala, Gutiérrez pone “de relieve el hecho de que el lenguaje no
es sólo un sistema de signos que describen al mundo sino, también, un medio
a través del cual los individuos actúan e interactúan en el mundo social” (2007:
91). Dicho lo anterior, ubicamos el discurso como una práctica social que
implica el análisis de las condiciones socio-históricas y políticas en que es
producido.
El sujeto en el lenguaje
Un elemento que es importante destacar en la comprensión del discurso es la
presencia del sujeto en el lenguaje. Aquí resultan relevantes las aportaciones
de Émile Benveniste (1997) desde la teoría de la enunciación.3 Para
Benveniste el sujeto se apropia de la lengua por medio de la enunciación. Así
tenemos que la enunciación es la apropiación individual de la lengua en donde
el sujeto inscribe el tiempo y el espacio de su decir.
El individuo al asumir y apropiar la lengua se ve sometido a un proceso de
conversión de la lengua en discurso. Este proceso implica un acto individual en
el cual se introduce a un locutor, el cual a su vez postula un alocutario como
parámetros imprescindibles de la enunciación. Al mismo tiempo el individuo
inscribe el espacio y el tiempo de su decir.
Benveniste señala:
El acto individual de apropiación de la lengua introduce al que habla en su habla. He aquí un dato constitutivo de la enunciación. La presencia del locutor en su enunciación hace que cada instancia de discurso constituya un centro de referencia interna. Esta situación se manifestará por un juego de formas específicas cuya función es poner al locutor en relación constante y necesaria con su enunciación (1983:85).
3 La teoría de la enunciación inicia con el círculo lingüístico de Praga, cuyo autor representativo
es Roman Jakobson. Dicha teoría toma en consideración la presencia de los responsables del acto de lenguaje gracias a la enunciación. Jakobson plantea que el acto de comunicar algo implica el contrato entre un emisor y un receptor de aquello que se comunica. La teoría de la enunciación se ve enriquecida años después con los aportes del lingüista francés Émile Benveniste, quien plantea que un individuo al hacer uso de la lengua, al apropiarla, deja siempre marcas o huellas en lo que dice, en lo dicho o en lo enunciado. Con ello se instala la propia subjetividad del individuo en el lenguaje. Con Benveniste, la teoría de la enunciación adquiere una gran relevancia en el campo de estudio sobre el lenguaje porque el interés se centra en el sujeto, quien se constituye en y por el lenguaje por medio de formas lingüísticas: los pronombres personales serán la expresión de esa subjetividad contenida en el lenguaje. Al respecto véase el capítulo XV de la obra de Benveniste (1997): “De la subjetividad en el lenguaje” en Problemas de lingüística general, Tomo 1.
Desde la perspectiva lingüística de Benveniste, la enunciación implanta una
relación del tipo yo-tú. El término yo implica el acto de enunciación
pronunciado por el individuo. El uso del yo en la lengua indica que el hablante
se designe como locutor y sujeto del discurso que profiere. En cambio, el
término tú significa al individuo que está presente como alocutario de la
enunciación o del discurso. Por tanto, la enunciación engendra lo que
Benveniste denomina como “individuos lingüísticos”, los cuales son expresados
mediante el uso de pronombres personales (yo, tú, él…etc.); demostrativos
(este, ese, aquel…etc.); modos verbales (indicativo, subjuntivo,
imperativo…etc.); o ciertas modalidades del tipo deseo, espero, quizá,
probablemente, etcétera.
Desde el campo de estudio de la pragmática semántica o pragmática
lingüística, Oswald Ducrot plantea que la enunciación implica un
acontecimiento que se produce gracias a la aparición de un enunciado. Para
Ducrot: “La realización de un enunciado es, en efecto, un acontecimiento
histórico: se da existencia a algo que no existía antes de que se hablara y que
no existirá después” (1986: 183). Además, la aparición de un enunciado no se
debe estrictamente a un sujeto hablante sino a la enunciación. Por ello si
queremos conocer la transmisión de saberes que el sujeto hablante comunica
(sentido), resulta preciso comprender el enunciado, el cual puede representar a
la enunciación. Evidentemente el sujeto hablante establece actos enunciativos
por medio del enunciado y es esta misma estructura la que posee la fuerza
para producir o causar efectos determinados en sus interlocutores. La
producción del sentido en la pragmática lingüística de Ducrot se atribuye a la
enunciación, enunciada por el sujeto hablante. En palabras de Ducrot “el
sentido del enunciado es una representación de la enunciación” (1986:187).
Cuando se inserta en una carta la expresión “por medio de la presente” se
cualifica la capacidad de realización de la carta en su totalidad.
La carta hace referencia a sí misma por intermedio del enunciado. Por tanto,
enunciación y enunciado son elementos constitutivos de la producción del
sentido y la comunicación. Para Ducrot (1986:178) la acción humana que se
cumple por medio del lenguaje, el uso de las palabras para ejercer una
influencia o una eficacia determinada se da por los efectos de la enunciación.
De tal manera que si la orden incita a actuar, o si la pregunta obliga a
responder esto se debe al efecto de la enunciación. Asimismo, la manera de
poder explicar lo que el habla hace es por medio del enunciado, el cual
cualifica, caracteriza, describe a la enunciación.
Al igual que Benveniste, Ducrot (1986, 1988) plantea con algunos detalles la
instalación del sujeto en el lenguaje. Ducrot señala que el autor de un
enunciado no se expresa nunca directamente, sino que pone en escena en el
mismo enunciado un cierto número de personajes. El sentido del enunciado no
es más que el resultado de las diferentes voces que allí aparecen. Es por ello
que Ducrot se opone a la idea de unicidad del sujeto hablante. Este postulado
señala que la emergencia de un enunciado se atribuye a una única voz, la del
hablante o autor empírico del enunciado (Banfield citado en Ducrot, 1986:17).
Sin embargo, Ducrot considera que en un mismo enunciado hay presentes
varios sujetos con estatus lingüísticos diferentes.
Ducrot retoma de Mijaíl Bajtín4 la idea de la multiplicidad de voces en el
discurso, es decir, quien habla no necesariamente es el autor del enunciado,
sino que gracias al punto de vista de otros, en el enunciado, se hacen
presentes las voces de otros.
Ducrot señala:
El autor de un enunciado no se expresa nunca directamente, sino que pone en escena en el mismo enunciado un cierto número de personajes. El sentido del enunciado nace de la confrontación de esos diferentes sujetos: el sentido del enunciado no es más que el resultado de las diferentes voces que allí aparecen (1988: 16).
De acuerdo con Ducrot (1988:16), este sujeto hablante desempeña tres
funciones: la de sujeto empírico, la de locutor y la de enunciador. El sujeto
empírico (SE) es el autor y productor efectivo del enunciado. No obstante, en la
4 Para Bajtín (1982) el lenguaje se distingue por su carácter heteroglósico y dialógico, ya que
la palabra dialógica es bivocal porque se encuentran el yo y el otro, y fundan bivocalmente el diálogo. El texto aparece como diálogo, como un encuentro interactivo entre posiciones de sentido determinadas y sin referencia explícita a un sujeto hablante e individual (Bajtín citado en Lachmann, 1993: 42). Bajtín señala que la propiedad de los enunciados le pertenece a los hablantes y no a las lenguas, porque cualquier cosa de la que se hable remite a la comunidad histórica que ha hablado esa lengua. Por tanto, todo objeto del que se habla ha sido dicho anteriormente.
circulación de discursos emitidos por los hablantes de la lengua resulta difícil
identificar quién es el autor efectivo de lo que se dijo. Por ello el autor habla de
que el sujeto hablante cumple otra función que es la de locutor. Para Ducrot el
locutor (L) “es el presunto responsable del enunciado, es decir, la persona a
quien se le atribuye la responsabilidad de la enunciación en el enunciado
mismo” (1988: 17). El locutor es ese autor inscrito en el sentido mismo del
enunciado, en lo que dice, y al que se le reconoce por ciertas marcas
lingüísticas que se identifican en el enunciado: uso de pronombres personales
como yo, tú, él, nosotros; uso de deícticos de persona como mi, mío, tuyo,
suyo, me y uso de deícticos de lugar o tiempo: aquí, ahí, allá; ahora, antes,
después (cfr. Calsamiglia y Tusón, 2007:107). La única prueba que se tiene
para identificar la participación del locutor en el enunciado es mediante las
marcas de locución o enunciación en el enunciado mismo. De esta manera
podemos inferir que el punto de partida del autor es lo que dijo un sujeto
hablante determinado y no por qué este sujeto hablante dijo lo que dijo. El
centro de atención está en el enunciado y no en el sujeto productor de ese
enunciado. La otra función del sujeto hablante que propone Ducrot es la de
enunciador (E). Sobre este concepto Ducrot lo define de la siguiente manera:
Llamo enunciadores a los orígenes de los diferentes puntos de vista que se presentan en el enunciado. No son personas sino “puntos de perspectiva” abstractos. El locutor mismo puede ser identificado con algunos de estos enunciadores, pero en la mayoría de los casos los presenta guardando distancia frente a ellos (1988:20).
Con ello, Ducrot anticipa que el sujeto hablante lleva a cabo diferentes
funciones en el lenguaje y que éste comporta un carácter polifónico por la
multiplicidad de voces que son colocadas por el hablante en la enunciación de
su discurso.
El tema de la presencia del sujeto en el lenguaje también ha sido desarrollado
por Charaudeau (1985). Para él la instalación del sujeto en el discurso es
comprendida por la combinación entre el decir y el hacer. El discurso en tanto
manifestación de la puesta en escena del acto del lenguaje combina el decir y
el hacer. El hacer es la instancia situacional, es el sitio que ocupan los
responsables del acto de lenguaje y en donde podemos identificar a los
miembros de la pareja, es decir, aquello equivalente a individuos hablantes de
una situación comunicativa determinada. El decir es la instancia discursiva, es
la puesta en escena de la significación en la cual participan seres de habla o
protagonistas de aquello dicho o enunciado por sus responsables. Siguiendo a
Charaudeau, el acto de lenguaje está compuesto de modo inseparable del
decir y el hacer. La presencia de ambas instancias, una discursiva y otra
situacional, constituyen la realidad del lenguaje. Charaudeau afirma: “Esta
doble realidad de Decir y Hacer nos conduce a considerar que el acto de
lenguaje es una totalidad que se compone de un circuito externo (Hacer) y de
un circuito interno (Decir), indisociables uno del otro” (1985:58). En el siguiente
apartado hablaremos de este tipo de proceso comunicativo.
Otro aspecto que resulta importante mencionar es que el acto de lenguaje es
una interacción porque implica un proceso de producción e interpretación entre
los individuos hablantes, y en donde en el contrato mismo del habla están en
juego un conjunto de intencionalidades y estrategias por parte de sus
miembros. De acuerdo con Charaudeau (1985), el discurso implica una
actividad estratégica que toma en cuenta los límites del marco situacional o el
contexto situacional de interacción.
En el contrato de comunicación tenemos a los miembros de la pareja,
constituidos por el sujeto comunicante y el sujeto interpretante. Ambas figuras
establecen una relación contractual del tipo Yo comunicador versus Tu
interpretante. Uno y otro son los responsables del acto de lenguaje, del hacer
en situación de comunicación. Tanto sujeto comunicante como sujeto
interpretante son los responsables de producir la puesta en escena del decir y
la significación. Charaudeau (1985:60) explica que los miembros de la pareja
existen sólo en la medida en que se reconocen como tales uno al otro con las
posiciones que imaginan. De acuerdo con Charaudeau (1985: 61), el acto de
lenguaje forma tres componentes:
El comunicativo: comprende el marco físico de la interacción, es decir, la
descripción del contexto situacional. Por ejemplo si están presentes o
ausentes los miembros de la pareja; cuál es el canal –oral, gráfico,
visual- que utilizan, etcétera.
El psico-social: comprende el reconocimiento de las posiciones, roles o
papeles dentro la jerarquía social que ocupan los individuos o miembros
de la pareja en situación de comunicación. Este reconocimiento incluye
aspectos como edad, sexo, educación, lugar jerárquico y social, persona
física o moral.
El intencional: cada miembro de la pareja o individuo que se somete a
una relación contractual posee un conjunto de saberes previos que pone
a funcionar en el momento de la interacción de lenguaje. Es decir, tanto
el yo comunicador como el tú interpretante construyen hipótesis,
imágenes, apelando a los saberes compartidos dentro de una sociedad
y cultura determinada. Es por ello que la intencionalidad es un elemento
imprescindible de la intertextualidad.
El sujeto comunicante o Yo que comunica como instancia productora de
discursos construye hipótesis de saber sobre el sujeto interpretante o Tú
destinatario. Así mismo el sujeto comunicante fija representaciones,
percepciones sobre el sujeto interpretante, constituyendo un ritual de lenguaje
en donde es posible identificar estrategias discursivas susceptibles de producir
efectos de discurso. Por otro lado, el sujeto interpretante o Tú interpretante
construye su interpretación en silencio o de manera hablada, tomando en
cuenta los componentes antes citados. Es decir, fija sus posiciones sobre la
base de percepciones, imágenes, hipótesis, representaciones que se hace del
sujeto comunicante.
La relación contractual entre los miembros de pareja puede ser estudiada por
medio de la puesta en escena del decir. En otras palabras, la relación
contractual entre el Yo que comunica y el Tú interpretante puede ser estudiado
a través del texto, el cual para Charaudeau es “un objeto que representa la
materialización de la puesta en escena del acto de lenguaje” (1985: 55).
Cualquier resultado del proceso de interpretación podrá ser analizado en el
texto, pero va a ser parcial señala el autor, dado que aun probando los dichos
de los interpretantes mediante exámenes psico experimentales, ello es sólo
una aproximación complementaria al estudio del lenguaje.
Dentro del circuito interno de la interacción lingüística el sujeto enunciador o Yo
enunciador y el sujeto destinatario o tú destinatario se comprenden como seres
de habla de la puesta en escena del decir. Los miembros de la pareja
atribuyen roles, papeles a los seres de habla, también llamados protagonistas,
por lo cual éstos adoptan roles diversos en función de la relación contractual
establecida por los miembros de la pareja.
Por otra parte, el ejercicio del poder es movilizado por el lenguaje humano
mediante el significado transmitido por las expresiones lingüísticas que se
materializan en el discurso. Dicho lo anterior, hablar de discurso político implica
reconocer el componente de la acción, toda vez que la acción como explica
Charaudeau (2005) es parte fundamental del sentido que construye el sujeto
político para el ejercicio de un poder. En otras palabras, el discurso político
carece de sentido fuera de la acción. Tal como señala Benveniste: “el discurso
es lenguaje puesto en acción” (1997:179).
En el siguiente apartado planteamos una revisión del discurso político y la
relación con la acción y el poder en la construcción de la imagen del adversario
en los spots de la contienda electoral del 2006.
El discurso político
Un instrumento de la comunicación política es el discurso. Es por medio de
este por el cual la actividad política se hace del conocimiento público. Es así
que la presencia del discurso en el estudio de los procesos de la comunicación
política resulta ineludible. Son varios los estudiosos que han analizado el
discurso político desde una perspectiva semiótico-lingüística. En este apartado
exponemos las aportaciones teóricas de investigadores que consideramos
pertinentes para explicar la presencia del adversario en el discurso político:
Fabbri y Marcarino (2002), Charaudeau (2005), Verón (1987) y Giménez
(1981).
De acuerdo con Fabbri y Marcarino (2002), el discurso político es un discurso
de guerra, que se define por las potencialidad de los adversarios, es “un
discurso de campo, destinado a llamar y a responder, a disuadir y a convencer;
un medio para reproducir lo real” (2002:18). Siguiendo a dichos autores, el
enemigo u adversario se expresa en el discurso político “por vía estructural por
posiciones y por diferencias” (2002: 18). Para Fabbri y Marcarino (2002: 26-27)
las estrategias del discurso político parten de la dimensión textual con
modalidades de competencia política que ingresan mediante actos de
enunciación performativa: tácticas actanciales (demostrables a través de
configuraciones morfosintácticas como prometer, ordenar, afirmar, pedir,
protestar, etcétera) que explican las intenciones del hablante en las maneras
de delegar, confrontar o dirigirse a un destinatario. Es en el discurso político en
donde se expresan los acuerdos y los desacuerdos entre los actores políticos
en contienda por el poder y la legitimación de ese poder al que buscan aspirar,
ingresar o perpetuar. La única prueba que deja el discurso proferido por los
candidatos presidenciales es el acto de la enunciación política que supone
construir un oponente, que programa un tipo de lector o destinatario, que
establece llamados de atención, estrategias de disimulación y de
convencimiento. Si el discurso político está esencialmente unido a la acción,
también lo está con el poder. Al respecto Charaudeau señala: “Actuar sobre el
otro significa que la posición de poder en el lenguaje se inscribe en un proceso
de influencia que apunta a modificar el estado físico o mental del otro” (2005:
3). Dicho pensamiento valora el poder como intrínseco a todo lenguaje por la
propiedad que tiene este de provocar un efecto en el individuo. Por lo cual si se
atribuye al lenguaje un efecto por el hecho de decir algo, no es por una
propiedad mágica o automática del lenguaje como tal, sino por la selección y
combinación del significado que confieren las palabras en el uso que realizan
los sujetos hablantes en todo discurso. La selección, uso y reglas
combinatorias entre las palabras movilizan el significado, construyen el sentido
de lo que hablamos o intentamos decir y producen un efecto por el hecho de
decir algo. Este proceso de selección, uso y combinación de significados
pertenece al orden del poder del discurso. En este sentido, Silvia Gutiérrez
afirma que “parte del poder que tiene el discurso se debe a la fuerza
argumentativa que en él existe. De ahí que sea importante y necesario estudiar
la manera como el emisor organiza su discurso” (1989: 8).
La relación del discurso con el poder es explicada por Charaudeau como “un
proyecto intencional que apunta a influir en el saber o comportamiento del otro”
(2005: 3). La intencionalidad comunicativa por parte del sujeto que comunica se
cumple en el discurso político mediante establecer objetivos que logren que el
destinatario meta cumpla con aquello que se comunica. Dicho lo cual implica
saber qué es lo que obliga a que el destinatario meta cumpla lo que se dice. De
acuerdo con Charaudeau, este sujeto meta se obliga porque soporta una
amenaza sobre él o porque existe de por medio una gratificación o recompensa
si lleva a cabo lo que se dice. Justamente la amenaza y la gratificación
constituyen para el autor el juego del poder en el discurso, porque constituyen
una sanción que confiere una autoridad al sujeto que habla.
Podemos decir que en el discurso político de un candidato presidencial, el
elector puede someterse a la amenaza de aquel para evitar un eventual
perjuicio por desobedecer;5 o bien, puede este mismo elector aceptar
someterse a las tesis presentadas por el sujeto político.
Charaudeau (2005: 5) plantea tres clases de finalidades o propósitos del
discurso político. El primero es agrupar a los miembros de una comunidad en
torno a sus valores de referencia. Estos valores estarían constituidos a nuestro
entender por valores comunes que comparten los miembros de una sociedad.
Son valores de referencia que constituyen la ideología de un grupo social y
que permite su cohesión como identidad cultural. Los valores de referencia
actúan como mediadores sociales de las identidades. Estos valores producen
comunidades de opinión, cuyos miembros se encuentran unidos por medio de
una doxa, de un conjunto de creencias que comparten y defienden, de una
memoria común, que puede ser consciente o inconsciente. La actividad
lingüística ahí desarrollada, los intercambios comunicativos desarrollados
dentro de las comunidades de opinión, construyen un sistema de pensamiento
que establece los valores comunes de los diferentes grupos.
5 El razonamiento expuesto se funda en uno de los spots negativos que analizamos del PAN:
“¿Un nuevo modelo económico?” en donde el locutor en voz en off es quien protagoniza la amenaza: Podrías perder la casa que compraste a crédito con tanto esfuerzo, podrías perder tu trabajo. No votes por otra crisis. Este tipo de operaciones discursivas contribuyeron a formar una opinión negativa sobre el candidato presidencial más popular de las elecciones de 2006, Andrés Manuel López Obrador.
El segundo propósito del discurso político se centra en los actores que influyen
en el pensamiento de los otros desde el campo de la comunicación política
(léase periodistas, políticos, líderes de opinión). El discurso político busca el
acuerdo de los miembros de un grupo mediante el discurso de la seducción y la
persuasión.
De esta manera surgen comunidades comunicacionales:
…cuyos miembros se encuentran unidos por medio de una memoria de acción que les da la ilusión de estar fusionados dentro de un mismo comportamiento, en nombre de una misma opinión. En efecto, es en el marco de estas distintas situaciones estructuradoras de la acción política (mítines, debates, repetición de consignas, reuniones, concentraciones, desfiles, ceremonias, declaraciones en la televisión) donde se construye lo imaginario de la pertenencia comunitaria, una “communitas”, pero esta vez más en nombre de un comportamiento común más o menos ritualizado (Charaudeau, 2005: 5).
El discurso político desarrolla una actividad comunicacional cercana al
discurso de la retórica y de la influencia, discursos cuyos propósitos radican en
crear ilusiones, imágenes, efectos, más que ideas. Los diferentes grupos
sociales se congregan sobre la base de la ilusión de compartir una causa, un
motivo, un interés común. El tercer propósito del discurso político se inscribe
fuera de la acción política. Es un discurso acerca de lo político, sin ningún
objetivo político. Esta clase de discursos surge en situaciones de intercambio
conversacional, en circunstancias determinadas en donde los hablantes
plantean objetivos interaccionales variables. Se trata de un modo particular de
actividad del lenguaje con la intención de comentar la actividad política fuera de
sus espacios formales y propios de su desarrollo. Además es un discurso del
comentario político que puede surgir en las conversaciones cotidianas
informales entre amigos o familiares, o más formales como la de analistas o
periodistas, quienes evalúan la realidad política. Pero a decir de Charaudeau,
el discurso acerca de lo político no compromete al sujeto que comenta, ni
existe una consecuencia o acción alguna por su comentario. Se trata de un
discurso en donde cabe el humor, la ironía y todo empleo de figuras retóricas
sin llegar a un acuerdo o posición establecida. Ciertos textos que pertenecen a
situaciones comunicativas insignificantes pueden producir un “efecto de
discurso político” (2005: 6).
Charaudeau (2003:67-74) plantea que el discurso político junto con el discurso
publicitario forma parte del discurso propagandístico. Dicho autor señala que el
discurso propagandístico posee las características siguientes: está centrado en
el destinatario, cuya finalidad es persuadirlo, seducirlo. En un discurso
propagandístico no hay que probar los hechos transmitidos porque es un
modelo de deseo; el estatus de la verdad es del orden del “por ser”, de la
promesa. Además, el discurso propagandístico toma en cuenta los hechos de
discurso y el imaginario del receptor; se sirve de saberes de creencia, de la
actividad humana y el mundo significado.
A continuación revisaremos la perspectiva teórica de los autores
latinoamericanos sobre el discurso político.
El discurso político desde la perspectiva de los autores latinoamericanos
Entre las aportaciones significativas a la delimitación del discurso político se
encuentra en los trabajos de Gilberto Giménez (1981) y Eliseo Verón (1987). El
breve desarrollo conceptual de ambos autores se realiza con el fin de retomar
algunas herramientas para analizar la construcción de la imagen del adversario
en el discurso político de los spots presidenciales.
De acuerdo con Giménez (1981:127), el discurso político se desarrolla dentro
de la escena política, dentro de las instituciones políticas en donde se
manifiesta claramente la lucha por el poder del Estado. El discurso es
producido en un interdiscurso porque está hecho de otros discursos, llama a
otros discursos, responde a otros discursos en periodos y momentos
determinados de la historia del hombre. De ahí la importancia de analizar las
transformaciones y/o variaciones del discurso político.
El discurso político también se desarrolla dentro de las instituciones que
permiten legitimar el ejercicio del poder del Estado: léase no sólo los partidos
políticos, sino las secretarías de gobierno, los institutos electorales y ciertos
discursos presidenciales y gubernamentales transmitidos por los medios de
comunicación. Con ello Giménez establece una distinción, una especificidad
sobre cómo se diferencia el discurso político de otros discursos. El discurso de
la política, el que surge del aparato de gobierno y de Estado, no debe
confundirse con aquel discurso sobre lo político, es decir, con aquel discurso
producido fuera del aparato de gobierno y que circula en la sociedad. De
acuerdo con Giménez (1983:27), el discurso político está orientado al
reconocimiento, distinción y confirmación de los partidarios y la atracción de los
indecisos. Esta definición se complementa con la que aporta Gutiérrez, quién
al retomar a Lübe, señala que el discurso político “busca obtener consenso
cooperativo para la realización de los intereses del que lo emite” (1989:9). Para
Giménez el discurso político es un discurso estratégico, en donde las
determinaciones sociales sobre el discurso en general y el discurso político en
particular, son imprescindibles. Por lo cual el entorno social y político, el
concurso de circunstancias políticas, sociales y culturales prevalecientes en el
mundo establece una relación directa con el texto político.
Las palabras y los sintagmas discursivos circulan de un grupo social y político a
otro, de un tiempo a otro y según las circunstancias. En este sentido Giménez
afirma: “grupos muy diferentes pueden emplear el mismo léxico y los mismos
sintagmas según las coyunturas. No existe un léxico específicamente burgués,
pequeño-burgués, revisionista o proletario” (1981:130). Por lo tanto la idea de
construir tipologías formales del discurso político debe descartarse señala
Giménez. A esta apreciación sobre el estudio del discurso político podemos
agregar lo que plantea Bajtín (1982), al señalar que la propiedad de los
enunciados le pertenece a los hablantes y no a las lenguas. Bajtín afirma que
cualquier cosa de la que se hable remite a la comunidad histórica que ha
hablado esa lengua, por lo cual todo objeto del que se habla ha sido dicho
anteriormente.
Giménez (1989:12-13) señala que en el discurso político se presentan los
siguientes tipos de textos:
Textos bajo la forma de razonamientos que dependen de valores
socioculturales compartidos por los destinatarios. Son el tipo de textos
cuya fuerza persuasiva proviene en parte de los saberes de opinión que
circulan en el mundo, por lo que el destinatario considera y cree
verdadero.
Textos que no se presentan bajo la forma de razonamientos, sino que se
caracterizan por su poder persuasivo que depende también de valores
socioculturales compartidos entre los destinatarios. En este tipo de
textos los argumentos no se explicitan, sino que se infieren,
reconstruyen, etiquetan por parte del destinatario y del analista. No hay
premisas y se hace uso de mecanismos retóricos: la narración
ejemplificadora, de los enunciados axiológicos o evaluativos, el
argumento de autoridad, las preguntas retóricas y la ironía.
En estos dos conjuntos de textos podemos ubicar los spots de los candidatos
presidenciales, un tipo de textos que por los valores socioculturales que
comparte con los destinatarios, y por su poder persuasivo resultan ser
dispositivos retórico-argumentativos de la comunicación política electoral.
Desde una perspectiva diferente Eliseo Verón desarrolla su concepción del
discurso político. Para Verón, el discurso político implica un campo de “lucha
entre enunciadores” (1987: 16) y la enunciación política parece inseparable de
la construcción de un adversario. El enunciador construye su propia imagen en
el discurso, pero también construye simultáneamente a un otro positivo y a un
otro negativo, a quienes dirige su discurso. Es así que el discurso político
responde y se anticipa a la réplica o discurso de oposición de lo declarado. Por
tanto, el discurso político se dirige al mismo tiempo a dos tipos de destinatarios:
un positivo, (aliados) y un negativo, (adversarios).
Con respecto al destinatario negativo del discurso político, Verón afirma: “La
cuestión del adversario significa que todo acto de enunciación política supone
que existen otros actos de enunciación, reales o posibles, opuestos al propio”
(1987:16). Desde este escenario, el concepto de adversario se comprende
como:
…todo acto de enunciación política supone necesariamente que existen otros actos de enunciación, reales o posibles, opuestos al propio. En cierto modo, todo acto de enunciación política a la vez es una réplica y supone (o anticipa) una réplica (Verón, 1987: 16).
Si el discurso político considera a destinatarios positivos y negativos se debe
en parte al imaginario político y la circulación de discursos sociales y saberes
existentes que asume el enunciador en el juego discursivo. Cómo es que se
vincula el enunciador del campo discursivo de lo político con el destinatario
positivo. Según Verón, mediante la creencia presupuesta. El destinatario
positivo es: “un receptor que participa de las mismas ideas, que adhiere a los
mismos valores y persigue los mismos objetivos que el enunciador: el
destinatario positivo es antes que nada el partidario” (Verón, 1987: 17). Este
tipo de destinatario se le conoce dentro de la terminología de Verón como un
pro-destinatario. De la relación del enunciador con el pro-destinatario se forma
una entidad característica del discurso político y a la que el citado autor
denomina como: colectivo de identificación.
El colectivo de identificación se expresa mediante el pronombre personal en
primera persona del plural, Nosotros (inclusivo): el cual incluye las personas
gramaticales: yo, tú y el nosotros dentro del mismo conjunto.6 Por el contrario,
el destinatario negativo no pertenece a ningún colectivo de identificación. Es
para Verón un contradestinatario. La relación entre el enunciador y el
contradestinatario se funda en la inversión de la creencia, es decir: “lo que es
verdadero para el enunciador es falso para el contradestinatario e
inversamente; o bien: lo que es bueno para el enunciador es malo para el
contradestinatario; o bien: lo que es sinceridad para el enunciador es mala fe
para el contradestinatario, etc.” (Verón, 1987:17). Es decir, todo planteamiento
de orden lógico, moral y emocional por parte del enunciador, para el
contradestinatario, que es un adversario, le resulta falso, maligno y mentiroso.
La característica del contradestinatario es que es un adversario del enunciador
político; es la figura que representa la contra propuesta, el contra punto, el
contra argumento del discurso político del enunciador.
Verón señala que existe un tercer tipo de destinatario que el discurso político
ha considerado en las formas de gobierno democráticas: el para-destinatario.
Este tipo de destinatario es identificado en los procesos electorales como los
6 Para Calsamiglia y Tusón (2007:130) el nosotros inclusivo se realiza cuando el emisor
incorpora al receptor en su discurso. El nosotros inclusivo es empleado cuando el emisor intencionalmente desea romper relaciones asimétricas de jerarquía o autoridad entre los hablantes. Por ejemplo, cuando el profesor habla a los alumnos: “Vamos a seguir con los problemas de Matemáticas; o cuando el médico le dice al paciente: ¿Hemos tomado la medicina, hoy?
ciudadanos “indecisos” porque eligen por cuál candidato votar a último
momento. La relación del enunciador político y el para destinatario se funda en
la suspensión de la creencia, ya que no se encuentra definida su posición,
preferencia o inclinación política. Por ello como una forma de inducir al voto
ciudadano en la democracia participativa, el discurso político cumple con
diversas funciones entre las que destacan la de dirigirse hacia el refuerzo de
los partidarios; plantear la polémica con los adversarios o bien la persuasión de
los electores indecisos. A éste último segmento de la población mexicana, es
decir, a los ciudadanos indecisos, fue dirigido el discurso de los spots
electorales de los partidos políticos en las campañas presidenciales de 2006.
Verón además señala que el discurso político está conformado por ciertas
entidades del imaginario político. Tales entidades provienen de enunciaciones
políticas que identificamos en el plano del enunciado. A continuación
describimos los diferentes tipos de entidades identificadas en el discurso
político de acuerdo con el citado autor.
El colectivo de identificación (nosotros). El enunciador puede referirse a
un colectivo de identificación de partidarios o pro-destinatarios; o bien, a
un colectivo de identificación de adversarios o contradestinatarios. Para
el primero, el sujeto enunciador se inscribe o integra en el discurso
mediante el pronombre nosotros: “nosotros los panistas”, “nosotras las
feministas”, “nosotros los gays”, etcétera. Por el contrario, cuando el
sujeto enunciador no se dirige a sus partidarios sino a un colectivo de
identificación de un contradestinatario o adversario, entonces se trata de
entidades enumerables que admiten la fragmentación y la cuantificación.
Entidades en posición de recepción. El enunciador político designa a
sectores de la población más grande que un grupo de individuos. Por lo
cual caben los tres tipos de destinatarios: partidarios, adversarios e
indecisos.
Entidades singulares y meta-colectivos. Las entidades singulares se
refieren a enunciaciones “que no admiten la cuantificación y difícilmente
la fragmentación” (Verón, 1987: 18). Algunos ejemplos son: “el país”, “el
gobierno”, “el pueblo”, “la república”, etcétera. Los meta-colectivos son
enunciaciones políticas que se refieren a entidades más abarcadores
que los colectivos que se identifican con el enunciador político.
Formas nominalizadas. La función específica de estas entidades es
operar como anáforas en sustitución de la posición política que refiera el
enunciador. El enunciador nombra un referente espacio temporal sobre
un hecho, lugar o tiempo a partir de otro referente espacio temporal de
una situación discursiva anterior. La designación adquiere cierta
autonomía semántica con respecto del contexto discursivo. Como señala
Verón las formas nominalizadas pueden aplicarse en los slogans de la
publicidad política en campañas electorales, e incluso agregaríamos que
es una manera de posicionar al candidato entre el electorado.
Formas nominales. Enunciaciones que por sí mismas resultan
ampliamente explicativas porque “son verdaderos operadores de
interpretación: su utilización supone un efecto inmediato de inteligibilidad
por parte al menos del pro destinatario” (1987:19). Algunos ejemplos que
circulan con vigencia en países desarrollados y no tan desarrollados del
mundo como “la crisis”, “el Fobaproa”, “la deuda”.
El enunciador político tiene la posibilidad hacer uso de las entidades
mencionadas y de ese modo construir a su público destinatario. Si habla a un
público indeciso utilizará un colectivo de identificación lo suficientemente amplio
para que el destinatario se asuma dentro de este. Por lo cual los electores que
aún no han definido su voto, lo pueden hacer a último momento porque se
identifican con una entidad ampliamente reconocida.
Además de las entidades, otro nivel de funcionamiento del discurso político son
los componentes, los cuales “definen las modalidades a través de las cuales el
enunciador construye su red de relaciones con las entidades del destinatario”
(1987: 19). En otras palabras es cómo el enunciador político se relaciona con
los diferentes tipos de destinatarios. Verón identifica cuatro componentes con
los cuales el enunciador político se puede relacionar con el destinatario de su
discurso, a saber: descriptivo, didáctico, programático e interpelativo.
Cada elemento es una zona del discurso con posibilidades de entrelazarse
entre sí. Asimismo, cada componente tiene su especificidad y características
propias para relacionarse intencional y discursivamente con las entidades del
imaginario político, trátese de un destinatario que escucha o que aparece como
contrario e impenetrable. A continuación se describen cada uno de los
componentes de la enunciación política.
El componente descriptivo. El enunciador político realiza un balance de
una situación determinada. Para ello aplica verbos en presente del
indicativo para constatar la situación. El balance realizado por el
enunciador consiste en una lectura del pasado y del presente, en donde
se apela a un colectivo amplio como es la nación, el país, la república, la
patria.
El componente didáctico. Este componente se manifiesta por el saber. El
enunciador político enuncia un principio general, una verdad universal.
Las marcas de la subjetividad del enunciador (uso de deícticos,
modalizadores, etc.) son empleadas con muy poca frecuencia.
El componente prescriptivo. Aquí se anuncia lo que es del orden del
deber ser. Este componente aparece en el discurso político como un
imperativo universal o con posibilidades de serlo. El enunciador se
puede asumir dentro de la necesidad deontológica enunciada.
El componente programático. En este tipo de componente el enunciador
político se compromete con lo que dice cuando promete, anuncia, habla
sobre el futuro. Se hace uso frecuente de nominalizaciones para
establecer la oposición entre el enunciador y el contradestinatario.
Los cuatro componentes mencionados se hallan en los discursos de los líderes
políticos y se aplican con base en el público destinatario al que se dirigen: pro
destinatarios, contradestinatarios y para destinatarios. En la enunciación
política caben las constataciones, explicaciones, prescripciones y promesas. El
enunciador político busca construir una relación con los meta-colectivos: aquí
en México caben dentro de este, sindicatos de obreros y trabajadores en
general, empresarios y pequeños empresarios, la iglesia católica y seguidores,
las mujeres, entre otros. Así como también el enunciador político buscar
legitimar la enunciación de sus palabras apelando a un colectivo de
identificación.
Verón distingue además de los componentes descritos un componente
persuasivo, un componente de refuerzo y un componente polémico. Cada
componente construye un modo particular de relacionarse con un tipo de
destinatario determinado: el persuasivo construye la relación con el para
destinatario (indeciso); el de refuerzo construye la relación con el pro
destinatario (partidario) y el polémico construye la relación con el
contradestinatario (adversario).
De acuerdo con Verón (1987: 24) un elemento común que comparten el
discurso publicitario7 y el discurso político es que ambos parten de un
presupuesto de interés. El enunciador se construye como interesado para
obtener la adhesión, el apoyo del destinatario. Este planteamiento es
importante ya que los anuncios políticos son publicidad, presentando
características del discurso político. Verón precisa que el discurso publicitario
exhibe su interés (promoviendo la venta de un producto o servicio). Para
Kerbrat-Orecchioni (1998) la publicidad es un discurso orientado
exclusivamente a la persuasión y caracterizado por la práctica sistemática del
enmascaramiento. El discurso de la publicidad se caracteriza por ofrecer
argumentos simplificados, sencillos que permitan cautivar el ánimo de los
consumidores. Es un discurso infra-argumentativo que se sirve de entimemas,
falsos paralelismos, cuasi-contradicciones, juegos sobre los significantes.
Por ello resulta ampliamente seductor. En cambio, el discurso político, “debe
presentar el interés del enunciador como transfigurado por el interés colectivo”
(Verón, 1987: 24). El enunciador del discurso político busca la empatía con un
colectivo de identificación. No hay que olvidar tampoco que el discurso de la
política es como afirma Giménez (1981:128) un discurso argumentado. Toda
argumentación implica la discusión de opiniones contrapuestas entre dos o
más personas. En la argumentación política se defiende una opinión y existe la
7 En el caso del discurso publicitario y la característica específica que se le atribuye es que es
un discurso que se sirve de ciertas estrategias y tácticas de comunicación persuasiva para influir en el público consumidor y este adquiera cierto producto, o bien, sea usuario de cierto servicio. Figueroa define la publicidad como “una acción de comunicación persuasiva, directiva y comercial que se produce y planifica regularmente en la agencia y se canaliza por conducto de los medios masivos de comunicación” (2008:21). Por ello la publicidad se vincula con las actividades comerciales en el mercado (mercadotecnia) con el apoyo de los medios de comunicación.
posibilidad de ir en contra de la opinión del otro mediante el uso de las palabras
y los hechos. Esto hace que la argumentación tenga una base esencialmente
polémica como sostiene el propio Giménez (1981). Las formas de contradecir
o diferir del punto de vista del otro son variadas que la argumentación “pone en
juego una determinada estrategia retórico-discursiva, en la medida en que
selecciona y ordena determinadas operaciones lógico-semánticas en función
de un objetivo muy preciso” (Giménez, 1981:128).
A continuación presentamos un desarrollo sobre qué es el discurso
argumentativo, así como un esbozo sobre las teorías modernas más
importantes sobre la argumentación, las cuales constituyen tres líneas de
investigación y representan, a decir de Plantin, “las tres “grandes fuerzas” que
gravitan en el campo de los estudios de la argumentación y constituyen los
pilares del sistema de coexistencia pacífica entre teorías” (2004:299). Esto con
el propósito de conocer su campo de estudio y las aportaciones realizadas por
sus autores, cuyos conceptos pueden servir de herramienta para analizar la
imagen del adversario en los spots de los candidatos presidenciales.
El discurso argumentativo
La política en general y los políticos en particular hacen uso de la
argumentación para confirmar a los partidarios y atraer a los indecisos. Por ello
consideramos importante estudiar el discurso argumentativo como medio por el
cual los adversarios de la contienda electoral de 2006 expresan sus
argumentos con la finalidad, por un lado, de obtener consenso y
reconocimiento de los públicos destinatarios a los que se dirigen y, por otro
lado, confrontarse discursivamente con sus oponentes. Nos hemos interesado
además por la argumentación porque se presenta en ciertas situaciones
comunicativas y actividades discursivas de la interacción humana.
Las definiciones sobre argumentación parten desde distintos enfoques teórico
metodológicos desarrollados por los estudiosos del tema. En la teoría de la
argumentación moderna podemos identificar las aportaciones de Chaïm
Perelman y Lucy Olbrechts-Tyteca (1987) Stephen Toulmin (1983) y Jean-
Blaise Grize (1982). El trabajo de dichos investigadores se distingue de los
modelos de la lógica formal y clásica, centrados en la evaluación de los
argumentos y en el “estudio de los procedimientos de prueba usados en las
ciencias matemáticas” (Perelman y Olbrechts-Tyteca, 1987:413).
Para Perelman y Olbrechts-Tyteca, una teoría de la argumentación no se
puede desarrollar si toda prueba se concibe como reducción a la evidencia. El
uso de la razón implica además de la presentación de evidencias, influir en los
demás, guiar nuestras acciones. Ambos autores plantean la distinción entre
argumentación y demostración, por lo cual una teoría de la argumentación tiene
que considerar que para su desarrollo es preciso estudiar separadamente los
razonamientos relativos a la verdad y los razonamientos relativos a la
adhesión. Son estos últimos los que les interesa estudiar a Perelman y
Olbrechts-Tyteca, cuyo trabajo denominan como La nueva retórica por
distinción de los autores clásicos como Aristóteles que estudiaron el arte
oratorio y de la persuasión. La argumentación pertenece a la razón práctica, lo
verosímil y se dirige a un auditorio determinado. Está fundada en la razón
práctica y no en la razón demostrativa que implica la aplicación del
pensamiento lógico inductivo y deductivo al servicio de la verdad. El uso de la
razón práctica sirve como un medio por el cual los hablantes del mundo social
resuelven sus diferencias. Para Perelman y Olbrechts-Tyteca, el objeto de
estudio de una teoría de la argumentación son las “técnicas discursivas que
permitan provocar o acrecentar la adhesión de los espíritus a las tesis
presentadas a su asentimiento” (1987:414). Para estos autores el hecho de
lograr el apoyo de uno o más miembros que compone a un auditorio es
suficiente para pensar el valor racional de los argumentos. Por ello los criterios
de verdad y razón de los argumentos se valoran en función de la capacidad de
influencia que tienen sobre el auditorio para el logro de su adhesión. Cuando se
trata de obtener la adhesión, las creencias, las experiencias y reglas
socializadas y admitidas por un auditorio determinado son elementos
considerados en el campo de la argumentación.
Una propuesta teórica que se orienta, al igual que la de Perelman y Olbrecht
Tyteca, a examinar el carácter racional del discurso, es el trabajo de Toulmin,8
en particular la obra Los usos de la argumentación (1958). La argumentación
depende del uso y el contexto en que se desarrolla aquella. Por ello funciona
con ciertos criterios propios de su naturaleza como son la acción que se
desempeña, el objeto y el individuo al que se refiere.
Para Toulmin cualquier definición se sostiene por referencia al contexto en que
se usan y determinan las palabras. Su teoría presenta dos características
importantes: el aspecto performativo de la argumentación por medio del cual el
locutor adquiere compromiso con el enunciado que emite y de acuerdo a los
términos modales que hace uso: “probable”, “cierto”, “posible”, etcétera. El otro
aspecto es “criteriológico”, vinculado al contexto de uso y producción misma de
los enunciados. Toulmin define la argumentación como la “actividad de formular
tesis, desafiarlas, apoyarlas al producir razones, criticar esas razones, refutar
esas críticas, etcétera. (Toulmin, 1958, citado en Gutiérrez, 1989: 12). A
Toulmin le interesa explicar cómo los enunciados originan nuevos
razonamientos que pueden apoyar o contradecir al enunciado original, a partir
de discusiones posteriores. Considera que la argumentación se manifiesta
como una lógica de los foros. La lógica de los foros es una lógica práctica que
se desarrolla en la vida cotidiana. Dentro de la teoría de Toulmin se aprecia su
interés por distinguir la lógica de los foros de la lógica formal.
Desde otro enfoque teórico metodológico que parte del constructivismo, Grize9
plantea una definición de argumentación que consiste en:
…llevar a un auditorio determinado a una cierta acción. Por lo tanto una argumentación siempre es construida para alguien en particular, al contrario de una demostración que es construida para cualquier auditorio (para cualquier persona). Se trata entonces de un proceso dialógico, por los menos virtualmente (Grize citado en Gutiérrez, 1991:106).
8 La propuesta de Toulmin se inscribe en la lógica filosófica de la escuela de Oxford. Este autor
está a favor del estudio de la argumentación desde una lógica práctica o de la lógica de los
procedimientos forenses. El modelo de análisis argumentativo de Toulmin propone analizar la
argumentación desde la manera como la gente utiliza el lenguaje al presentar razones y
justificar decisiones (Toulmin citado en Gutiérrez, 1989). 9 Grize pertenece a la escuela de Neuchatel (Suiza). Dicha escuela parte de una concepción
constructivista que estudia la argumentación, entendida como una lógica natural del lenguaje, no el sentido de la lógica formal, sino de la lógica operatoria de Piaget (Grize citado en Gutiérrez, 1991).
Este proceso dialógico se explica porque el orador argumenta para un alocutor
(o auditorio), el cual tiene la posibilidad también de argumentar y contra
argumentar. De ahí que se considere que la actividad discursiva del orador sea
esencialmente dialógica, porque siempre existe la posibilidad de que el orador
cambie de papel y ocupe el lugar de alocutor de contra discursos. El orador (A)
se hace una representación de sí mismo, de su alocutor (B), del tema que
quiere hablar y de la relación entre esos tres componentes. Este proceso
considera la situación de comunicación determinada en la que se hallan los
interlocutores. Para Grize, la representación que se hace el orador de su
auditorio es importante para asegurar la credibilidad de su discurso. Por ello, el
orador considera los hechos planteados y conocimientos que el auditorio tiene
pero, además, se asegura que su discurso sea compatible con los valores e
intereses del auditorio. Para Grize, hablar de un tema cualquiera implica
construir por medio del discurso un tipo de micro-universo que denomina
esquematización. Como los intercambios comunicativos no son producto de la
casualidad, sino de la finalidad, intencionalidad, intereses o propósitos,
puestos en juego dentro del intercambio discursivo, los hablantes elaboran una
esquematización de la situación de comunicación dada. Así que A, busca hacer
que B adquiera ciertas actitudes o comportamientos en relación con un tema u
objeto determinado. Este proceso es una realización del lenguaje natural y
tiene el propósito de producir un efecto en el destinatario del discurso.
En la esquematización el papel del pre construido cultural es clave para
comprender cómo se lleva a un auditorio determinado a una cierta acción por
medio del discurso. Los pre-construidos forman parte de la familia de las
presuposiciones y de los implícitos. De acuerdo con Gutiérrez (1991) el pre
construido cultural se apoya de discursos anteriores que permanecen vivos
dentro de los grupos sociales; se forman de reglas y de principios que
preservan los valores de esos grupos, así como de las instituciones.
La propuesta teórico-metodológica de Grize se centra en las operaciones
lógico-discursivas que entran en juego en la argumentación. Estas operaciones
del pensamiento y de la lógica natural del lenguaje posibilitan la creación de
cualquier esquematización verosímil para intervenir sobre un destinatario.
En la teoría de la argumentación moderna, Plantin es otro de los autores que
desde un enfoque teórico metodológico diferente a los anteriores, plantea un
modo particular de estudiar y explicar la argumentación. Plantin (2004)10
desarrolla tres ejes de investigación en su trabajo: la argumentación, las
emociones y la pragmática e interacción. Sobre la argumentación, el autor
desarrolla el modelo dialógico, fundado sobre la noción de contradicción, es
decir, las diferencias de opinión y de intereses divergentes. Para Plantin existe
cierto consenso en la definición sobre argumentación cuando señala que esta
implica “un conjunto de comportamientos verbales y para verbales que
intervienen cuando hay una confrontación de puntos de vista” (Plantin,
2004:305). Este autor afirma que la argumentación se halla entre la interacción
y la enunciación. Señala que existen dos tipos de interacciones
argumentativas: la argumentación que se halla en las conversaciones
cotidianas (argumentación conversacional), y la argumentación que tiene un
pasado marcado por un conflicto (interacciones fuertemente argumentativas).
El conflicto como señala Plantin es “preexistente a la interacción, no surge en la
interacción; el conflicto (que puede ser resuelto o puede profundizarse) es la
razón de ser de la interacción” (2004:308).
El planteamiento de Plantin resulta pertinente para el análisis del adversario,
dado que si partimos de la idea de que la comunicación política es el espacio
público para el planteamiento de los conflictos entre los actores, dichos
conflictos se desarrollan por medio de interacciones fuertemente
argumentativas.
Los estudios de Plantin resultan relevantes además para comprender los
procesos discursivos en la construcción del adversario, a partir del uso de las
emociones en la argumentación. Apelar a las emociones se ha convertido en
una estrategia de persuasión que han aplicado con frecuencia los partidos
políticos en campaña electoral, de ahí que los trabajos de Plantin como de
Walton, otro estudioso de la argumentación emocional, sean claves en el
análisis de la imagen del adversario en los anuncios políticos. De los aportes
de Walton (1992) es preciso destacar la importancia de las emociones en el
10
Disponible en: http//gric.univ-lyon2.fr/membre/cplantin/recherche_resume.htm. Fecha de consulta: 15 de julio de 2010.
proceso argumentativo. Walton mostró la legitimidad, bajo ciertas condiciones,
del papel de las emociones en el proceso argumentativo. Se enfocó al estudio
de cuatro argumentos emocionales que tradicionalmente han sido tratados
como falacias: ad populum, ad misericordiam, ad baculum y ad hominen.11
Insiste en que “la apelación a la emoción tiene un lugar legítimo, incluso
importante en el diálogo persuasivo” (1992:1). Sin embargo, insiste en que hay
que tratarlas con prudencia ya que también pueden ser utilizadas falazmente
(1992:1).
El valor racional de la apelación a una emoción es evaluado en función de un
conjunto de principios, que es posible interpretar como un contra-discurso
dirigido a las argumentaciones fundadas sobre esa emoción.Si los argumentos
sirven para sostener la verdad de una conclusión, resulta que ciertos
argumentos no alcanzan este propósito, por lo que son construcciones
erróneas, equivocadas, cuyo propósito es más bien para engañar al
destinatario; persuadirlo o convencerlo sobre algo.
Son en términos de Kerbrat-Orecchioni (1998), infra-argumentos o pseudo-
argumentos. El trabajo de Hamblin (1970), en relación con las falacias, resulta
importante dentro de las aportaciones al campo teórico de la argumentación
moderna. Para Hamblin una falacia es una noción incorrecta o de opinión
basada en hechos inexactos. Las formas como se construyen este tipo de
pseudo- argumentos tienen propósitos estratégicos en el habla de los políticos,
por lo cual, resulta importante conocer el contexto comunicativo en que las
falacias se producen para comprender cómo ciertos enunciadores políticos
construyen la imagen del adversario.
11
El argumento ad populum es un argumento que apela al sentimiento popular, o “del pueblo”, para apoyar su conclusión. También es llamado “apelación a la muchedumbre” o “apelación a the gallery. El argumento ad misericordiam apela a la piedad para apoyar una conclusión. Este tipo de falacia se comete cuando uno intenta persuadir a alguien de aceptar un punto de vista particular al despertar su benevolencia o compasión. El argumento ad baculum a apela a una fuerza, un miedo para apoyar la conclusión mientras que el argumento ad hominen utiliza un ataque personal contra el oponente para apoyar una conclusión.
Las emociones en el discurso argumentado
El estudio de las emociones es central en nuestra investigación dado que
ciertos argumentos de los anuncios políticos se pueden emitir por la vía
emotiva y emocional para provocar una reacción en el destinatario, que lo lleve
a modificar su pensamiento o una eventual realización sobre algo.
El estudio del pathos -emociones- parte de los trabajos de Aristóteles (2004),
quien consideró el tema como un asunto de las pasiones del alma. Las
palabras no sólo inducen a la razón (logos), sino a la emoción (pathos). La
razón y las pasiones se encuentran articuladas en el discurso y son parte
fundamental de la Retórica como el arte de la persuasión y la transmisión de lo
verdadero. El orador se dirige a su auditorio con el propósito de afectarlo,
conmoverlo; de suscitar en aquél un conjunto de emociones para moverlo hacia
algo. El pathos se construye por medio de la selección de un conjunto de
emociones expresadas mediante el discurso que sirven de estímulo para
provocar la reacción de un auditorio. Por ello, el pathos se asocia con el estudio
de las pasiones, de las emociones, porque mediante ellas un orador puede
persuadir a un oyente y lograr su adhesión. Así que el orador puede inducir en
sus oyentes a algo mediante las pasiones de su discurso. Aristóteles describe
cada uno de los sentimientos o estados de ánimo que influyen o afectan a un
oyente u auditorio. Entre los sentimientos que menciona se encuentran: la ira,
el menosprecio, la calma, el amor, el odio, el temor, la vergüenza y la
desvergüenza, la generosidad, la compasión, la indignación, la envidia, la
emulación (Aristóteles, 2004, Libro II, cap. I-XI: 115-160). Dichas sentimientos
son importantes de considerar en el habla de los políticos porque algunas de
ellas como el temor, han servido de estrategia política y electoral para cambiar
actitudes y formas de pensamiento de los públicos meta.
El pathos en la nomenclatura moderna de los estudios sobre la argumentación
se ha estudiado como emociones. Este concepto es importante para el análisis
de la imagen del adversario, toda vez que los anuncios del corpus que
estudiamos se caracterizan por apelar, en su argumentación, a ciertas
emociones.
Para Plantin (2004) las emociones se inscriben en la interacción argumentativa
mediante la palabra que provocan en el destinatario un efecto emocional, o una
cierta reacción afectiva (miedo, ira, compasión, vergüenza, indignación,
envidia, etcétera.). Plantin (2004) encuentra que la relación entre la emoción y
la argumentación puede explicarse por el disenso que aparece en la
argumentación y en las posibilidades de la contra-argumentación. La pregunta
para dicho autor está en responder cómo una argumentación puede suscitar y
construir emociones. Cómo cierto manejo retórico-argumentativo provoca
reacciones afectivas en públicos determinados (electores) o en contextos
discursivos dados.
De acuerdo con Plantin y Gutiérrez (2009) la expresión de las emociones se
encuentra en las formas de comunicación discursiva primaria como las
interacciones verbales cara a cara, hasta las formas más complejas o
elaboradas de comunicación que pueden desarrollarse en los formatos de
transmisión televisiva o radiofónica de la cultura moderna. El asunto de las
emociones cobra un interés particular cuando de discurso políticos transmitidos
en televisión se trata. Como señala Vilches “las declaraciones se pueden
estudiar más allá del enunciado concreto, más allá de su carácter
pretendidamente reductivo de información literal” (1995:331). Vilches señala
que si una de las propiedades de los mensajes políticos, en el marco de las
campañas electorales por medios, es el valor testimonial que tienen, ya que es
el político el que enuncia y comenta el acontecimiento; es preciso estudiar
entonces el tipo de comunicación emotiva y emocional que se logra en las
declaraciones políticas. Por ello, es necesario distinguir a qué nos referimos
cuando hablamos de comunicación emotiva y emocional. El siguiente cuadro
retomado del trabajo de Plantin y Gutiérrez (2009) permite comprender las
diferencias entre ambos tipos de comunicación:
Cuadro 1
Comunicación emotiva y emocional. Diferencias
Comunicación emotiva Comunicación emocional
Emoción del locutor en interacción Emoción del sujeto parlante
Señales Respuestas
Introducción intencional de las emociones Irrupción de las emociones
Emoción exhibida, expresada, semiotizada Emoción vivida, experimentada
Emoción estratégica Emoción natural
Emoción racionalmente organizada Emoción condicionada
“Desorganización organizada”, controlada dominada
Desorganización no organizada
La cortesía como estructuración de lo emotivo
La cortesía como barrera emocional
Emoción actuada Emoción verdadera
Emoción privada (el público eventual no es el destinatario, es sólo un “overhearer”)
Emoción pública (el público es el destinatario)
Fuente: Plantin y Gutiérrez, (2009).
De acuerdo con citados autores el cuadro muestra una clasificación de las
emociones que dependen de la naturaleza y la cultura. Por ejemplo, para saber
si tal emoción es vivida, experimentada, nos tendríamos que someter a
pruebas fisiológicas que nos permitan decir la verdad, en relación con que ese
estado psíquico emocional vivido es consecuencia de un estado fisiológico
experimentado. Pero para dichos autores, el estudio de las emociones debe
considerar un “continuum semiótico” de la experiencia emocional. Siguiendo a
Plantin y Gutiérrez, la comunicación emotiva es un acto intencional de
información afectiva en el discurso hablado y escrito. Por otro lado, la
comunicación emocional es la liberación de una emoción de carácter
involuntario en el discurso. Ambos tipos de comunicación pueden estar
presentes en las declaraciones políticas. Para citados autores, existen dos
tipos de comunicación: la emotiva y la emocional.
Son del orden de la comunicación emotiva, aquellas expresiones del cuerpo y
el rostro que se emiten estratégica e intencionalmente y, están significadas por
la cultura. La comunicación emotiva es intencional, estratégica, controlada,
semiotizada; introduce intencionalmente las emociones.
En cambio, la comunicación emocional es involuntaria, vivida, experimentada,
no es estratégica ni organizada, sino natural.
La comunicación emotiva es la señalización intencional estratégica de
información afectiva en el discurso hablado y escrito (por ejemplo,
disposiciones evaluativas, compromisos fundados, posturas voluntarias,
orientaciones emparentadas, grados de énfasis, etc.) para influir en la
interpretación de situaciones por parte del interlocutor y alcanzar objetivos
diferentes. La comunicación emocional es un tipo de escape espontáneo,
involuntario o explosivo de emoción en el discurso (Plantin y Gutiérrez 2009:3).
Ambos tipos de comunicación están presentes en el habla de los sujetos y, por
ende, de los hablantes.
El recurso al miedo
Como las campañas electorales tienen como finalidad posicionar un programa
de gobierno y un candidato entre el electorado se han valido de diversas
estrategias para buscar la adhesión del público destinatario. Una estrategia
negativa que fue recurrente en la campaña negativa del PAN fue el uso del
miedo. Esta emoción fue explotada por el equipo de marketing de dicho partido
para movilizar las preferencias electorales a su favor. En este apartado
proponemos hacer una revisión del uso del miedo como estrategia electoral y
como uno de los recursos utilizados por la campaña negativa panista y los
organismos empresariales.
El uso del miedo ha sido parte del ejercicio político de los gobiernos autoritarios
y democráticos. En los tiempos modernos el miedo se ha presentado como un
estado afectivo compartido por la gente ante lo diferente, desconocido o por
conocerse. Es el miedo al comunismo, a la negritud, al militarismo de una
sociedad, al poder de un dictador. Es el miedo que de acuerdo con Valdez y
Huerta (2009) se manifiesta en las formas de gobierno democráticas contra la
criminalidad y la violencia, contra el desastre económico y la pobreza, contra
los radicalismos y el terrorismo, entre otros fenómenos. Corey Robin estudia el
miedo en relación con la política moderna. Este autor señala que el miedo
político es “el temor de la gente a que su bienestar colectivo resulte perjudicado
–miedo al terrorismo, pánico ante el crimen, ansiedad sobre la descomposición
moral, o bien la intimidación de hombres y mujeres por el gobierno o algunos
grupos” (2009:15). Es el miedo que surge de conflictos entre sociedades. Para
Robin el miedo ha enseñado valores políticos específicos que son apreciados
dentro de los sistemas de gobierno democráticos.
Por ejemplo, el miedo a una guerra civil ocasiona respeto por la ley; el miedo al
totalitarismo causa el aprecio por la democracia liberal; el miedo al
fundamentalismo orienta el apoyo a la tolerancia y el pluralismo.12 Robin
señala: “si el miedo hará que nos comprometamos con valores políticos como
el imperio de la ley o la democracia liberal, habremos de hacer frente a alguna
amenaza política a dichos valores” (2009:19). Esa amenaza política estaba
representada por el candidato AMLO, quien fue acusado de radical, intolerante,
de no respetar la ley. Es preciso señalar que el miedo bajo dichas
circunstancias se manifiesta desde el poder político para construir a ese
enemigo mediante el uso retórico del lenguaje. ¿Cómo las campañas
electorales pueden explotar el miedo para movilizar las emociones de los
electores y de esa manera cambiar las preferencias electorales de los
ciudadanos? Valdez y Huerta (2009: 3-4) proponen un modelo que explica el
voto del miedo como una estrategia electoral utilizada en las campañas
electorales de los partidos políticos en el poder.
12
Estos valores políticos fueron explotados en general en los anuncios de campaña electoral del PAN y en los anuncios de la campaña empresarial en el 2006. En el caso específico de los anuncios sobre Chávez de la Asociación Ármate de Valor y Vota, Celiderh, se promueven esos valores políticos por medio del miedo: el respeto por la ley, el voto ciudadano como un derecho político de las democracias liberales y la tolerancia.
Nosotros retomamos el modelo de los autores citados porque consideramos
que se adecúa con el tipo de mensajes que propagó la campaña del PAN y la
de uno de sus aliados el Consejo Coordinador Empresarial.13
13
Existen estudios equivalentes al que aquí citamos, por ejemplo, el que describe Javier Treviño (2009: 638-689) en relación con el análisis del pánico moral, herramienta importante para los estudios sobre crimen y desviaciones sociales. Treviño afirma que la campaña electoral de 2006 fue el escenario propicio para crear un pánico moral: el despliegue de un “miedo irracional” sobre “el peligro para México”. Dicho autor analiza la construcción deliberada de pánicos morales en contextos electorales. Cómo los pánicos morales pueden ser demostrados como estrategia electoral para poner en situación conveniente el voto de los electores. El objetivo planteado por Treviño es cómo un partido político (el PAN) catalogó a una persona como “desviada” o “peligrosa” (Andrés Manuel López Obrador, candidato de la CPBT), de manera que sus actos fueran reinterpretados con base en ese status (“un peligro para México”). Este mismo planteamiento aplica para los empresarios mexicanos, sólo que de manera implícita.