Democrático y representativo 2

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Democracia, representatividad y participación II Por Lilu Ah, re El componente re en el concepto de representación implica una instancia previa a la representación misma: se representa algo que ha sido presentado. Este término aparece en los discursos políticos bajo la forma de un axioma, cuya formulación es explicación suficiente y su uso no merece reflexión alguna. Por supuesto, su significado permanece en la oscuridad, especialmente cuando se lo utiliza en forma copiosa como complemento positivo que tiñe de bondad cualquier otro concepto y que puede justificar cualquier tipo de práctica o enunciado. ¿Qué implica la representación, entendida como un valor positivo en sí mismo? Por un lado, la dinámica de la representación exime a los sujetos representados de presentarse. Inversamente, se instituyen formas de "presentación" para saldar este hiato que eximen ahora de la participación (el voto como único momento de participación política, la delegación innecesaria de facultades y responsabilidades, la gestión autoritaria de los espacios de deliberación, el cierre y apertura a discreción de las instancias de participación real. Esta grieta entre los supuestos que implica el sentido común de representatividad, sea como equivalencia o como complemento otros términos igualmente mistificados (democrático, participativo, de lucha, etc.), se intenta llenar con ciertos movimientos referentes a la identidad del sujeto representado, ya que, generalmente, se entiende que cierto grupo tiene una identidad de fondo, con intereses, prácticas y concepciones correspondientes de forma inherente pero latente a dicha identidad, más allá de las prácticas, intereses y concepciones concretas que se ponen en juego en un momento y lugar dado. Una de estas maniobras es la presunción por parte de los representantes de la representación, ya no de sujetos concretos, sino de esos intereses de existencia pretérita y externa, de fondo, estructural. Como estos intereses pueden ser o no correspondidos en las y concepciones del sujeto representado, de ahí la competencia por quién es el que representa sus verdaderos intereses. La presunta existencia de un interés de fondo, que existe no se sabe dónde mientras espera ser llevado a la realidad por un grupo iluminado implica la espera de un momento de unificación en el cual se cierra la identidad del sujeto en cuestión cuando se condensan finalmente sus intereses verdaderos con sus prácticas concretas. Expresado de esta manera parece un precepto ridículo. Sin embargo está implícito en los silencios que se mantienen acerca de ciertos puntos. Por ejemplo: No se sabe si el sujeto está unificado por su comunión de intereses o por su posición estructural. Esto es ¿Somos estudiantes por que estudiamos o somos estudiantes en la medida en que nos unificamos activamente por intereses comunes? Se tiende obsesivamente a tomar la parte por el todo, estableciendo una referencia amplia, lo más amplia posible, que representa al sujeto no en términos concretos de personas que actúan, interactúan, y ponen en juego relaciones sociales entre sí, sino como aquel interés que subyace y que va a ser llevado a la realidad por el grupo representante. Así, el componente "ESTUDIANTES" en las autodenominaciones de los grupos que se disputan la representatividad implicaría la posesión de una conciencia tanto de la instancia estructural en que se constituye el sujeto como de la intervención simbólica en la cual se unificarían conciencia y realidad. La práctica política es sustituida por una, en última instancia sencilla y unidireccional, toma de conciencia de una situación objetiva y final. Se ve como la maniobra de la parte por el todo opera de forma inversa, y es el todo el que da cualidad a la parte: el interés de todos los estudiantes se expresa en mi pequeño grupo, por lo tanto, mi pequeño grupo es el más digno de llamarse “estudiantes”. Al autodenominarse bajo el rótulo abarcativo de estudiantes (que abarca al todo), para, sin embargo, entrar en competencia con otros grupos de estudiantes a los que se debe

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Democracia, representatividad y participación II

Por Lilu

Ah, re

El componente re en el concepto de representación implica una instancia previa a la

representación misma: se representa algo que ha sido presentado.

Este término aparece en los discursos políticos bajo la forma de un axioma, cuya

formulación es explicación suficiente y su uso no merece reflexión alguna. Por supuesto,

su significado permanece en la oscuridad, especialmente cuando se lo utiliza en forma

copiosa como complemento positivo que tiñe de bondad cualquier otro concepto y que puede

justificar cualquier tipo de práctica o enunciado.

¿Qué implica la representación, entendida como un valor positivo en sí mismo?

Por un lado, la dinámica de la representación exime a los sujetos representados de

presentarse. Inversamente, se instituyen formas de "presentación" para saldar este hiato

que eximen ahora de la participación (el voto como único momento de participación

política, la delegación innecesaria de facultades y responsabilidades, la gestión

autoritaria de los espacios de deliberación, el cierre y apertura a discreción de las

instancias de participación real.

Esta grieta entre los supuestos que implica el sentido común de representatividad, sea

como equivalencia o como complemento otros términos igualmente mistificados (democrático,

participativo, de lucha, etc.), se intenta llenar con ciertos movimientos referentes a la

identidad del sujeto representado, ya que, generalmente, se entiende que cierto grupo

tiene una identidad de fondo, con intereses, prácticas y concepciones correspondientes de

forma inherente pero latente a dicha identidad, más allá de las prácticas, intereses y

concepciones concretas que se ponen en juego en un momento y lugar dado.

Una de estas maniobras es la presunción por parte de los representantes de la

representación, ya no de sujetos concretos, sino de esos intereses de existencia

pretérita y externa, de fondo, estructural. Como estos intereses pueden ser o no

correspondidos en las y concepciones del sujeto representado, de ahí la competencia por

quién es el que representa sus verdaderos intereses.

La presunta existencia de un interés de fondo, que existe no se sabe dónde mientras

espera ser llevado a la realidad por un grupo iluminado implica la espera de un momento

de unificación en el cual se cierra la identidad del sujeto en cuestión cuando se

condensan finalmente sus intereses verdaderos con sus prácticas concretas. Expresado de

esta manera parece un precepto ridículo. Sin embargo está implícito en los silencios que

se mantienen acerca de ciertos puntos. Por ejemplo:

No se sabe si el sujeto está unificado por su comunión de intereses o por su posición

estructural. Esto es ¿Somos estudiantes por que estudiamos o somos estudiantes en la

medida en que nos unificamos activamente por intereses comunes?

Se tiende obsesivamente a tomar la parte por el todo, estableciendo una referencia

amplia, lo más amplia posible, que representa al sujeto no en términos concretos de

personas que actúan, interactúan, y ponen en juego relaciones sociales entre sí, sino

como aquel interés que subyace y que va a ser llevado a la realidad por el grupo

representante. Así, el componente "ESTUDIANTES" en las autodenominaciones de los grupos

que se disputan la representatividad implicaría la posesión de una conciencia tanto de la

instancia estructural en que se constituye el sujeto como de la intervención simbólica en

la cual se unificarían conciencia y realidad. La práctica política es sustituida por una,

en última instancia sencilla y unidireccional, toma de conciencia de una situación

objetiva y final. Se ve como la maniobra de la parte por el todo opera de forma inversa,

y es el todo el que da cualidad a la parte: el interés de todos los estudiantes se

expresa en mi pequeño grupo, por lo tanto, mi pequeño grupo es el más digno de llamarse

“estudiantes”.

Al autodenominarse bajo el rótulo abarcativo de estudiantes (que abarca al todo), para,

sin embargo, entrar en competencia con otros grupos de estudiantes a los que se debe

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reconocer como tales ¿Cómo se establece esta competencia? ¿Qué argumentos demostrará

quién representa los verdaderos intereses?

Para eludir el momento participativo de constitución de un interés o intereses, se echa

mano a cierto tipo de enunciados. Entre otros:

El interés estudiantil debe ser el interés nacional: "nosotros representamos dentro de

este espacio, a una fracción que a nivel nacional representa los intereses de todos"

El interés estudiantil debe ser el interés de la clase obrera: "en tanto los

estudiantes no existen como clase deberán alinearse con una u otra clase fundamental,

obrera o capitalista".

El interés estudiantil es el interés del pueblo: "los estudiantes debemos fundirnos en

lo popular, y quien represente lo popular debe hablar por nosotros"

La equivalencia entre estas variantes hace necesaria una maniobra más que es la de

denunciar la falsedad de la representación de los otros grupos:

O bien los intereses a los que se debe subordinar el estudiantado no son los que aquel

plantea, o bien aquel no representa los intereses universales que dice representar.

Esto es simplemente un desplazamiento del problema interno de cierto espacio a un

espacio externo. El mismo problema de la constitución de los sujetos se da a nivel

nacional o planetario.

Negadas las instancias de participación, no se establece en los discursos la diferencia

entre estudiantes y movimiento estudiantil, entendido este como expresión organizada del

grupo. Esto se ve en que se alude al movimiento estudiantil como si este abarcara a todos

los estudiantes, y en general se lo nombra en ausencia. Si el movimiento estudiantil son

aquellos estudiantes que están organizados ¿Cómo se los puede nombrar en términos de

representación cuando la única forma de presentación es la organización y la

movilización? Se les otorga a aquellos que no se encuentran organizados estatuto de

movimiento, cumpliendo en lo simbólico con un requisito que no va a estar dado en la

realidad. De esta manera queda sobreentendido que estar organizado es en realidad delegar

todas nuestras potestades y responsabilidades al pequeño grupo de representantes.

¿Quién puede representar a quién?

Existe una preocupación constante entre las personas que comienzan a organizarse, sea en

alguna de las asambleas por carrera o en torno a un conflicto particular, por la

representatividad: ¿Somos representativos? ¿Podemos hablar por los que no están? Para

resolver esto hay que aclarar que el movimiento estudiantil se constituye en un proceso

activo del cual él mismo participa. Su unidad bajo este rótulo no está dada de manera

previa a su existencia en las prácticas. Se trata justamente de un movimiento activo

intervenido por sujetos tanto como por condiciones. Para que esta unificación entre los

términos objetivos, o estructurales y los subjetivos no sea considerada de manera

determinista es necesario establecer como elemento importante la experiencia colectiva,

destacando que la unificación es posible no como toma de conciencia y correspondencia con

una estructura objetiva en la cual la identidad existe en forma previa e independiente

sino en una operación inversa, en la cual es la intervención política la que puede dar

forma a distintos tipos de articulación para construir intereses y formas de

intervención. El elemento participativo es de necesidad excluyente si se pretende un

grado de autodefinición de los sujetos.

La otra posibilidad es la de asumir que, no existiendo un interés estructural, sean los

representantes, consagrados como tales mediante interpelaciones engañosas, quienes una

vez reconocidos construyan el interés para transferirlos a los representados. Junto con

el interés, se establece así la potestad de constituir el régimen, es decir, las vías a

través de las cuales se puede obtener la legitimidad de representante. A los

representados solo les queda asumir los intereses dictado por sus representantes, para

reproducirlos sea activa o pasivamente. Esta forma de establecer paternalista de

establecer relaciones de tutelaje político tiene su expresión conocida en las tendencias

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del peronismo que suelen considerar a las clases populares como masas disponibles o

anómicas. Su forma más mistificada pero a la vez menos sutil es la de la lealtad.1

La intervención política queda reservada para la reproducción de esta dinámica anti-

participativa, y los mismos argumentos se utilizan tanto para demostrar la

representatividad de las instancias como para negarla. Una de las argucias más utilizadas

y a la vez más mediocres la del número. Tradicionalmente es el argumento de las

autoridades y sus agrupaciones afines para desconocer los procesos de organización y las

definiciones tomadas en ellos. De esta manera, la minoridad numérica de una asamblea

puede ser invocada para negar la validez de reclamos tales como bandas horarias,

discusión sobre los planes de estudio, etc. De la misma manera, la precarización laboral

que sufren muchos docentes en nuestra facultad fue respondida con que el porcentaje de

estos es menor, como si la precarización laboral, y en general la agresión a los

derechos, debiera ser aceptada de buen grado por quienes la sufren si saben que

finalmente son pocos2.

Para las organizaciones políticas, el argumento numérico es la mejor excusa para no

respetar los mandatos de asamblea: "pero si en la asamblea había solamente 50 personas".

Si intentamos establecer una regla nos vamos a encontrar con la ridiculez de este

argumento. ¿Cuántas personas tienen que ir a una asamblea para que esta sea

representativa? ¿51, 200 o 3000? En una facultad con 6000 estudiantes ¿Sería

representativa una asamblea con 5999 asistentes? ¿Pueden 5999 personas hablar por una que

no está?

El problema no es matemático sino conceptual: nadie puede re-presentar a aquellas

personas que no se han presentado. Quienes participan de una instancia de organización y

movilización se representan a sí mismos, ya que el movimiento se define en su propio

proceso de organización. Si una persona que no participa de un proceso no tiene potestad

para determinar sus facultades y propiedades ¿Por qué esperar que quienes sí participan

representen a los que no?

No pueden hacerlo y no se debe esperar que lo hagan. Quien se desentiende de participar

no puede reclamar ser representado, con lo cual el argumento de la representatividad

tampoco es válido cuando acuden a él quienes sí forman parte del proceso de organización

y movilización. En todo caso, la falta de participación dependerá en parte de la

capacidad para movilizar que tienen los que ya están movilizados, pero el primer

responsable de no organizarse es quién decide no hacerlo.

"No voy a la asamblea por que no me representa". Por supuesto que no. La profecía

autocumplida es la mejor excusa para el quietismo.

Aparte de esto, los casos más lamentables se dan cuando organizaciones que supuestamente

(y de hecho) cuestionan las maniobras nefastas de las autoridades y sus secuaces echan

mano a las mismas maniobras al encontrarse cuestionados, y responden a los procesos que

ponen en crisis la normalidad sobre la cual construyeron sus dinámicas de intervención,

sus formas de representación, etc., en forma conservadora: la política se pone al

servicio de conservar las estructuras en lugar de cambiarlas. ¿Y qué más conveniente para

conservarlas que echar mano a todo aquello que ya es parte de la normalidad, aún cuando

se trata de prácticas que en principio nos son ajenas, como las maniobras, las

manipulaciones y las mentiras? Visibilizado el hiato entre enunciados y prácticas, es

decir, puesto en evidencia para cierta cantidad de personas el problema de la

representatividad en sus diferentes niveles (en primer lugar, que la representación

reemplaza a lo representado, de manera que el propio representado perdió el derecho a

objetar su representación en favor de su participación activa, luego, que la

representación simbólica o retórica no se corresponde con las prácticas y las dinámicas

que las relaciones entre los sujetos comportan, y, finalmente, que existe una normalidad

en la cual se encuentran estabilizadas situaciones de asimetría y exclusión respecto de

espacios que aparentemente eran inclusivos e igualitarios), se llega a una situación de

crisis.

1 Curiosamente, Cronopios (Patria Grande) adoptó la tradición de celebrar el Día de la Lealtad Peronista. ¿Cómo se explica el culto a

Perón en pleno siglo XXI mientras se habla de desarmar la dependencia simbólica de las clases populares respecto de los tutores

históricos del régimen? 2 El kirchnerismo utiliza el mismo tipo de engaño. Por ejemplo, se ufana de mantener un nivel de desocupación que ronda el 7 o el 8%

e insiste con que es un logro a festejar. Haciendo una cuenta sencilla se puede ver que ese “bajo” porcentaje comprende a millones de

familias bajo el flagelo del desempleo. Debiera estar claro que aún con un 1% de desempleo estamos hablando de personas, cada una

única e irrepetible, con derechos inalienables que no se pueden violar y ocular bajo falacias numéricas.

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¡Crisis!

Sus características son la fluidez política (cambios rápidos y radicales en las

conceptualizaciones y las prácticas de los sujetos, y apertura a, cuestionados ciertos

puntos, pasar a cuestionamientos y auto-cuestionamientos más abarcativos y radicales),

mínima pregnancia de las divisiones sectoriales (conflictos puntuales o internos a

ciertos grupos pasan a ser reconocidos como de interés general, y como manifestación de

tendencias de fondo, y se busca activamente la participación masiva en ellos),

difuminación de las referencias normales para la especulación política y dificultad

creciente para la maniobra. El carácter de crisis es, entonces, de calidad y no de

cantidad, de manera que puede tener grados diversos de masividad o de participación

activa, y por lo tanto diversos niveles de "riesgo" para los sujetos y las estructuras

que se encuentran cuestionados, sin dejar de constituir una crisis.

Frente a este tipo de situaciones no podemos comprometernos con ninguna forma de

normalidad. Descontando cualquier compromiso con las estructuras puestas en cuestión,

debemos estar especialmente atentos a cómo vamos a interpretar e intervenir en esta

situación. En situación de incertidumbre, la tendencia es siempre a refugiarse en lo que

uno conoce. Del recurso inevitable de interpretar situaciones novedosas con parámetros

conocidos, fácilmente se puede caer en la adaptación de los contraejemplos de la realidad

a los esquemas que no estamos dispuestos a cuestionar. Debemos estar abiertos a

someternos al conflicto cognitivo siempre que se presente la oportunidad, dispuestos a

abandonar la costumbre de establecer una dirección originaria a partir de la cual cada

movimiento debe confirmar siempre la formulación anterior, a dejar de establecer primero

las conclusiones y luego buscar los argumentos, y no pensar los procesos a partir de sus

consecuencias para recorrer en reversa el camino entre los resultados observados y las

causas supuestas, ignorando los aspectos más agitados e inciertos del proceso que se

vive. Pero sobre todo, asumir que la pasividad y el quietismo son las más letales formas

de compromiso con la normalidad.

La inacción es la militancia porque nada cambie. Nada puede reemplazar la organización y

la movilización. La lucha no tiene equivalentes.

5/1/2015 - Mar del Tuyú