La demonologia y Ia angelologia en los inicios del Imperio ...
Demonologia y Antropologa (Roberto Pineda Camacho)
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Parte I
Saberes indígenas, ciencia y política en la Colonia
Roberto Pineda Camacho
DEMONOLOGÍA Y ANTROPOLOGÍA
EN EL NUEVO REINO DE GRANADA (SIGLOS xvi-xvm)
Introducción
El descubrimiento de América hizo tambalear ideas fundamentales de la antropología europea medieval, basadas en las tradiciones aristotélica y tomista. Los conquistadores, misioneros, teólogos y otros doctores se interrogaron acerca de la naturaleza de este Nuevo Mundo y sus extraños seres y hombres. Los hombres, en particular, ¿eran gente o "monas"? ¿De dónde provenían? ¿Eran también descendientes de Adán? ¿Tenían orígenes diversos? Sus interrogantes y discusiones comprendieron otros apasionantes temas sobre el verdadero lugar del paraíso y la naturaleza de las religiones americanas y los monumentos aborígenes: ¿se encontraba el paraíso en América? ¿Las religiones americanas eran una mimesis diabólica de la cristiana?
La nueva experiencia fue, como era de esperarse, leída a partir del Génesis y de la etnología mosaica. Entonces se pensaba que Adán había sido creado por Dios, a su imagen y semejanza, en un período histórico reciente; se creía firmemente en la historicidad del Diluvio, el Arca de Noé y la dispersión de sus hijos (Cam, Sem, Jafet) por toda la tierra. Se pensaba que la diversidad lingüística era consecuencia de la caída de la Torre de Babel, y que la dispersión de lenguas fue un verdadero castigo divino por las vanas pretensiones humanas de alcanzar el Cielo, en la muy humana tendencia de competir con la Divinidad. A pesar de la unidad en torno al modelo mí-
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tico, las interpretaciones tuvieron variaciones y hubo grandes des
acuerdos acerca de los pormenores y los detalles.
A finales del siglo XV, la idea de la omnipresencia del Diablo se
apoderó de Europa y en particular de los reinos de Castilla y de
Aragón: la creencia en la presencia del Ángel Caído no era en reali
dad nueva, pero la lucha contra los infieles de Granada y Andalucía
la convirtió en una verdadera obsesión. Algunas de las mentes más
ilustres de su época se dedicaron a pensar y representar al Maligno.
La gente convivía con el Demonio, lo palpaba, lo sentía; el Mal se
ducía a hombres y a mujeres, los cuales pactaban con el diablo cier
tos beneficios. Lucifer era una verdadera peste, de la que no era fácil
escapar o al menos permanecer indiferente. La Iglesia debía estar
alerta ante su insidiosa e imprevisible influencia.
La España del siglo XVI enfrentó al Demonio y a la modernidad de
manera simultánea. Su antropología expresa esta doble tensión que
se reflejó en sus pensadores, ingenieros navales, matemáticos, cro
nistas y misioneros. Pero su obstinada lucha contra la Reforma y los
príncipes heréticos propició que su antropología se convirtiese cada
vez más en una demonología, al menos en algunos de sus reinos ame
ricanos. Sostenemos que en el siglo XVI los españoles pudieron haber
fundado la antropología moderna, y de hecho se avanzó en este senti
do pero los constreñimientos ideológicos la orientaron en otra direc
ción porque el Nuevo Mundo se percibió en el ámbito -como se men
cionó- del problema del Mal. Se desarrolló en España y en América
una "ciencia" del Mal apasionante que merece aún ser estudiada en
profundidad, porque constituye un objeto legítimo al cual consagra
ron sus fuerzas algunos de los mejores hombres.
Este ensayo se concentra en la descripción y el análisis de las
representaciones y actitudes de los españoles y criollos letrados con
relación a las religiones amerindias en la Nueva Granada, y en par
ticular respecto a los diversos objetos producidos por las culturas
indígenas, encontrados en sus templos, casas y sitios funerarios. De
manera similar a otras regiones de América, estos objetos fueron
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 25
resignificados como "ídolos del diablo", y sometidos a un discurso
y práctica que los percibió como la manifestación misma del Mal, y
en cuanto tal fueron sistemáticamente destruidos, exorcizados, fun
didos y confiscados a sus propietarios y antiguos poseedores. Aun
que algunos de ellos no dejaron de ser admirados, esta actitud difi
cultó que se formasen no sólo colecciones sino que se constituyese
en la Nueva Granada un espíritu coleccionista, lo cual, a su vez, im
pidió la conformación de un saber positivo sobre los "colonizados".
Solamente hasta finales del siglo XVIII encontraremos en los pa
sillos de la Casa Virreinal de Santafé de Bogotá algunas momias
provenientes de Ocaña, las mismas que prefiguran los Gabinetes de
Curiosidades y la existencia de un tenue espíritu coleccionista que
por entonces se apoderaba de Europa. Esta situación coincide, tam
bién, con la primera defensa del patrimonio histórico de la ciudad,
por parte del criollo Moreno y Escandón. El polémico oidor se opu
so a la demolición de la ermita del Humilladero argumentando que
se trataba de una "memoria" de la Conquista; los dominicos pre
tendían, por su parte, demolerla para construir allí su iglesia (Du
que, 1996: 43).
Los discursos y las prácticas frente a las "antigüedades" no fue
ron, sin embargo, uniformes. La antropología colonial no se reduce
a un discurso sobre el diablo, sino que se "inventaron" otras narra
ciones que simultáneamente coexistieron y circularon en los cole
gios y monasterios. En el Nuevo Reino tomó fuerza la idea de que el
Paraíso estuvo en América, en particular en nuestro territorio, y la
convicción de que gran parte de los monumentos indígenas - e in
cluso parte de sus costumbres- fueron las huellas de la peregrina
ción de santo Tomás y el fruto de sus enseñanzas. A finales del siglo
XVIII, estas ideas no habían perdido fuerza todavía, aunque se esta
ba forjando una nueva concepción de nuestros orígenes y de la iden
tidad americana.
En las postrimerías del siglo XVIII, en efecto, el padre José Do
mingo Duquesne y el sabio Caldas promovieron los primeros estu-
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dios sobre las antigüedades neogranadinas mediante la recolección y
representación de ciertos objetos indígenas. Duquesne coleccionó di
versos objetos votivos que la comunidad indígena de Gachancipá guar
daba en una cueva sagrada próxima a dicha localidad; entre ellos, se
destaca un supuesto calendario de los muiscas que fue utilizado por
Alejandro von Humboldt en sus especulaciones sobre los calendarios
americanos. Por su parte, Caldas resaltó el interés de estudiar las "rui
nas de San Agustín" y describió algunos de los monumentos incas
localizados en el Ecuador. Inmediatamente después de la Indepen
dencia, Matiz y Céspedes asumieron la tarea de describir con más
detalle los monumentos agustinianos y se albergaron diversas anti
güedades neogranadinas en el Museo Nacional.
Las tumbas y los bohíos del diablo
Corría el año de 1514, cuando las huestes de Pedrarias de Ávila se
internaron en la tierra firme de Santa Marta, antes de dirigirse a San
ta María la Antigua del Darién. Entonces, de acuerdo con Pascual
de Andagoya, los expedicionarios excavaron algunas tumbas y pro
cedieron a extraer ciertas piezas con figuras de animales:
Quiso saber el secreto de la tierra y entrando cierta capitanía
de gente dieron en cierto pueblo, desamparando los indios sus ca
sas: se les tomó algún despojo y se halló cierta cantidad de oro en
una sepultura. La gente desta tierra son casi a la manera de los de
la Dominica; son flecheros y de yerba. Aquí se hallaron ciertos pa
ños y las sillas en que se sentaba el demonio, figurado en ellas de
la manera que a ellos les parecía y hablaban con ellos, tomaban la
figura de él y la ponían en sus paños (Andagoya /l547/1986: 84).
Asimismo, desde los primeros años de la fundación de Santa Mar
ta, en 1526, su gobernador, García de Lerma, implantó un ventajoso
intercambio con los indios de la región, en particular con sus caciques:
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 27
al visitarle le traían "mucho oro u joyas", las cuales -de acuerdo con
Juan Cueto y otros vecinos de Santa Marta, sus contradictores- "ama
saba solo para sí", sin compartir con sus huestes y vecinos.
En 1530, el gobernador ordenó que las sepulturas taironas "po
drían sólo abrirse con su permiso personal", para salvaguardar pre
suntamente los derechos del rey (Reichel-Dolmatoff, 1997: 7). Pero
García de Lerma, según la Memoria redactada por Juan de Cueto y
otros vecinos en 1537, también promovía subrepticiamente el saqueo
de las tumbas de forma desaforada "y antes que nadie supiese el aviso
de las sepulturas, él sacó secretamente muchas y las mas rricas de
todas porque truxo dos canteros de Castilla que se las sacaban con
otros muchos criados suyos que el tenya y gente que él alquilaba, y
desta manera saco mas de quinze días que lo trayan a costales" (Cueta
/1537/, en Relaciones, 1916: 47).
Con este proceder, el gobernador profanó, en pocos años, casi
todas las sepulturas "a la redonda,... porque no las avya syno a medya
legua de aquí de Santa Marta, porque heran enterramientos anti
guos, porque en toda la tierra no se ha hallado cosa semejante..."
(Cueta/1537/, enRelaciones, 1916: 47).
Unos pocos años después, al sur de Santa Marta, en los alrededo
res de Cartagena, las huestes de Heredia asaltaron y destruyeron gran
des pueblos nativos, apoderándose de sus mujeres y pertenencias. En
1534, cuando Pedro de Heredia recorrió por primera vez la región del
Sinú, hizo circular, de manera astuta, el rumor de que sus caballos
comían oro, obteniendo de esta manera que algunos caciques - teme
rosos ante la presencia de este insaciable caníbal- le entregasen
"chagualas" -o figuras orfebres- para sus animales. En las tierras del
cacique Finzenú, Heredia y sus hombres encontraron grandes tem
plos llenos de "ídolos" revestidos con oro, y descubrieron enormes
túmulos funerarios, claramente visibles en el paisaje.
[...] Al cabo de aver pasados grandes arcabucos y ciénagas
fyimos a dar en un pueblo que se dezia el Cenú, a donde se tomó
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un yndio que tenya cargo del oro del cacique, y pidiéndole que
nos diese oro mostrónos en el arcabuco dos habas de oro que
nosotros llamamos caxas, en las quelas hallamos mas de XX mil
de oro fino, sin mas de xv mil pesos que hallamos en un buhío
que ternya mas de cien pasos en largo, que eran de tres naves,
que llamaban los yndios el buhio del diablo, a donde estaba una
hamaca muy labrada, colgada de un palo que estaba atravesado,
el qual sostenía en los hombros quatro bultos de personas, dos
de hembras y dos de machos, y encima de la hamaca donde dezian
que se venya a echar el diablo, estaban las dichas havas, y en este
bohío avia sus guardas para que no entrara todos los yndios en el,
y verdaderamente hablan los yndios con el diablo, y por hay en
los pueblos buhíos para ello e yndios que se llaman piaches, para
hablar con ellos (Heredia/1533/, en Relaciones, 1916: 13-14).
Los españoles no quedaron satisfechos; interrogaron a un nati
vo sobre los lugares donde presumiblemente se encontraba el oro,
el cual "dixonos que cavásemos en un montón de tierra que era
sepoltura dellos, de las quales avía gran cantidad, y sacamos del mas
de X mil pesos de oro fino, y dezianos el yndio que cavásemos y que
sacaríamos mas" (Heredia/1533/, en Relaciones, 1916: 14).
Entonces comenzó el saqueo sistemático de las tumbas de Gran
Cenú, verdaderas, a juicio de los españoles, sepulturas del diablo,
cuya riqueza orfebre despertó aún más la codicia de los peninsula
res, enloqueció a los pobladores de Cartagena y produjo una cala
mitosa inflación en los precios de la recién fundada ciudad de
Cartagena de Indias.
Los sucesos del Sinú abrieron serias e irreparables heridas en
tre los conquistadores. Se acusó, posiblemente con fundamento, a
Heredia de apoderarse de gran parte del tesoro, mediante diversas
triquiñuelas, y de burlar los derechos del rey al no pagar los debidos
quintos del oro fundido. Desde entonces la suerte de Heredia cam
bió: fue sometido a un severo juicio de residencia y enviado a Espa-
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ña. Durante su viaje de regreso, su nave naufragó y nuestro triste
mente célebre fundador de Cartagena sucumbió en la mar. No faltó
gente que atribuyese esta desgracia a su codicia excesiva y a la pro
fanación de las sepulturas del diablo, según enseñaban la misma tra
dición cristiana y diversos doctores de la Antigüedad que condena
ban la avaricia y codicia de los ladrones y saqueadores de los difuntos.
Pero los peninsulares también advirtieron la presencia e influen
cia del diablo en las costumbres, prácticas religiosas, casas y aldeas
de los indios, e incluso en sus propios cuerpos u atuendos. Por ejem
plo, cuando las huestes penetraron en el río Cauca, encontraron nu
merosas aldeas, cuyas casas principales estaban rodeadas de cala
veras, manos y otros restos humanos.
Según Cieza de León, por ejemplo, "a la puerta de las casas de
los caciques (de la Provincia de Picara) hay plazas pequeñas, todas
cercadas de las cañas gordas, en lo alto de las cuales tienen colgadas
las cabezas de los enemigos, que es cosa temerosa de verlas según
están muchas, y fieras con sus cabellos largos, y las caras pintadas
de tal manera que parescen rostros de los demonios" (Cieza de León,
1962: 83-84). Asimismo, el cronista nos indica la presencia de bo
híos del diablo, en los cuales el demonio se revelaba a los hombres
en la figura de un gran gato.
Con relación a las sociedades de Anserma, Cieza anota:
Casa de adoración no se la habernos visto ninguna. Cuando
hablan con el demonio dicen que es a oscuras, sin lumbre, y que
uno que para ellos esté señalado habla por todos, el cual da las
respuestas (Cieza de León, 1962: 82).
De otra parte, Cieza insertó una interesante "imagen de salva
jismo" en la primera edición de su obra La crónica del Perú, la cual
acompaña el capítulo XLX titulado "De los ritos y sacrificios que es
tos indios tienen y quan grandes carniceros son de comer carne". La
ilustración representa dos posibles víctimas del canibalismo, colga-
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das, cubiertas con ropa, esperando su turno para ser "sacrificadas"
por un "carnicero" que abre su pecho con un cuchillo. A un lado,
sobre una pequeña columna, está una figura del diablo que preside
la escena. En la fe de erratas, Cieza anota que las personas que es
peraban su turno, colgadas de una cabuya, estaban en realidad des
nudas, en vez de vestidas como el pudoroso grabador las había des
crito. Al lado, en la página siguiente de la edición original, se lee:
Cuando los descubrimos, la primera vez entramos en diha
provincia con el capitán Jorge Robledo, me acuerdo yo, se vieron
indios armados de oro de los pies a cabeza; y se le quedó hasta oy
la parte donde los vimos por nobre la loma de los armados (Cieza
de León, 1985: Capítulo xvm). (Véase lámina 1).
Durante la toma de la provincia de Pozo, Robledo fue gravemente
herido, lo que lo decidió a hacer guerra cruel a sus habitantes. El
mariscal y sus huestes, aliados con otros indígenas - los indios
carrapa y picara-, asaltaron las casas de los pozos, localizadas en las
partes altas de los cerros:
Los indios amigos -refiere Cieza en Las guerras- mataron
algunos de los enemigos, a los cuales comieron aquella noche, y
nosotros nos aposentamos en las casas que estaban en la loma;
eran grandes y estaban en ellas gran cantidad de ídolos de made
ra, tan grandes como hombres, en lugar de cabezas tenían cala
veras de muerto y las caras de cera; sirvieron de leña... -comenta
tajantemente el cronista- (Cieza de León, 1985: 167).
De acuerdo con la Descripción de Tenerife (19 de mayo de 1580),
los indios de la región tenían cierto tipo de señores, llamados moanes,
aunque también había moanas, "que saben curar con yerbas que
ellos saben que tiene birtud, que quitan las calenturas y otras el dolor
de cabeza y otras los dolores que tienen. Ay otros... que curan con
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada / 31
soplos trayéndole la mano por los brazos y cuerpo y soplando..."
(Tovar, s.f.: 331-332). Entre los diversos moanes, se destacan aque
llos que controlaban las lluvias, a través de su contacto con el dia
blo. Asimismo, los moanes amenazaban, según la relación, a sus
gentes si aceptaban la fe cristiana:
[...] Y les dicen que no se bauticen, que se enoxa el diablo
con ellos sino que se estén como sus pasados, dánles a entender
que quando byene alguna enfermedad en los pueblos quel dia
blo está enoxado por alguna cosa quel ynbenta dediles y que para
que desenoje el diablo que agan una borrachera solene, la qual
acen en el buyo del diablo que tienen echo para él aparte en el
monte, y es más galano que nynguno porque todos los estantes y
estantillos los labran y les pintan allí sapos y culebras... y otras
sabandixas y figuras mal echas (en Tovar, s.f.: 333).
De otra parte, la discusión sobre la legitimidad de la expropiación
y del saqueo se planteó desde los primeros años de la Conquista. Des
de el punto de vista legal, se consideraba como hurto el apropiarse de
joyas, oro y otros bienes de los indios que éstos hubiesen escondido
por miedo a la presencia española o por temor a su despojo. La discu
sión era, en realidad, más compleja cuando estos tesoros se encontra
ban en bohíos y templos, cuevas, labranzas, ollas, a manera de ofren
das. Fray Bartolomé de las Casas consideraba que si dichos bienes
estuviese en posesión de indígenas a los cuales no se les pudiese de
clarar "guerra justa" o que fuesen gentiles y se convirtieren a la fe ca
tólica, era ilegítimo hacerlo porque la ofrenda no es, en palabras del
padre Simón, "hacienda derrelicta, desamparada y sin dueño, pues es
su dueño el que la ofreció"1.
1 En México y en Perú la situación no había sido tampoco muy distinta. Allá los peninsulares saquearon templos y tumbas, ídolos y momias, cuyas existencia era un buen motivo para legitimar la conquista, así fuese a sangre y fuego, argumentando su naturaleza diabólica.
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El mismo padre Simón, basado en algunos pasajes de la Biblia
(v.g., "Dijo Jacob a su suegro Labán cuando buscaba los ídolos que
le habían hurtado su hija Raquel y criados: Búscalos y si los halláis,
llévatelos pues son tuyos"), concluía: "hallándose esos santuarios y
que tengan dueños, si no son cosas de precio se deben disipar y des
truir, y si lo son, deben volver a sus dueños, declarándoles no ser
aquello a quien deben adorar" (Simón, 1991, t. V: 183).
De acuerdo con Simón, este acto era legítimo cuando hubiese
guerra justa, en cuanto que "así como las personas, vidas y demás
bienes están sujetos al vencedor, también lo estará lo ofrecido a los
ídolos" (Simón, 1991, t.V: 183); asimismo cuando fuesen indios cris
tianos y con suficiente conocimiento de Dios, ya que en este caso se
trata de un verdadera idolatría, "en castigo de su apostasía e infide
lidad".
La profanación de los sepulcros estaba sancionada en la tradi
ción cristiana y en las mismas leyes de Castilla. Por lo general se con
denaba a los saqueadores de tumbas, en cuanto se consideraba que
los bienes depositados tenían el propósito de honrar la "memoria
de los difuntos". El robo de una sepultura era una falta grave de
En México, por ejemplo, se registraron saqueos sistemáticos de las tumbas desde 1522 en la isla Sacrificios y en el río Tonalá; en 1533 se le concedió al conde de Osorio, presidente del Consejo de Indias, una licencia para excavar tumbas, con el requisito del pago del quinto real. En 1587, el virrey de la Nueva España expidió una licencia con el mismo propósito: esta política se mantuvo, según Alcina Franch, hasta 1774 (Alcina, 1995: 21).
Algo similar ocurrió en el Perú. La Huaca de Lamayahuana fue saqueada con la complicidad del cacique local, quien la señaló a los españoles con la condición de que se le participase en las ganancias "para aliviar la pobreza de su pueblo, encontrándose grandes cantidades de oro". Entre 1577 y 1578, el virrey Gutiérrez de Toledo desenterró por lo menos ocho mil kilogramos de oro (Alcina, 1995: 22). Algunas huacas, como la excavada por Gutiérrez de Toledo, produjeron oro durante más de 50 años, y se evaluó su producción "en un millón de pesos".
Anorte, enlngapirca, en el Ecuador, Juan de Salazar Vills excavó, en 1560, diversas tumbas de pozo, encontrando piezas de oro, hachas, monedas de cobre, etc. (Salomón, 1987, citado en .Alcina, 1995:22).
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 33
codicia y avaricia, o un verdadero hurto. Pero en América estas disposiciones tuvieron excepciones que por lo general se convirtieron en regla. En primer término, en muchos casos -como el del Sinú-, la presencia de ricos tesoros no podía tomarse -aseveraban- como un propósito de honrar la memoria del muerto, sino como un "acto de avaricia" para que no lo gocen o usufructúen sus parientes.
Con frecuencia, los sepulcros eran tan antiguos que aparentemente no tenían ya propietarios que pidiesen su restitución. En los otros casos, argumenta Simón, sus dueños tendrían derechos a la devolución.
Tesoros de las Indias y cámaras de maravillas
Pero los objetos de los indios no sólo fueron objeto de saqueo y des
trucción. Aunque fueron resignificados como ídolos, símbolos de la
presencia del diablo o de la existencia de una religión de idólatras,
sabemos que también fueron objeto de una relativa admiración. El
arte plumario, en particular, llamó poderosamente la atención de los
peninsulares, y algunos de sus mejores logros fueron a parar a ma
nos de las cortes europeas.
Los grandes descubridores y conquistadores enviaron parte de
sus tesoros a los reyes y magnates. El mismo Colón remitió diver
sos cemíes ("ídolos" de los tainos), bancos, guacamayos, etc., a Es
paña. También envió indios "caribes", algunos de los cuales fueron
empleados (posiblemente no sin aprehensión) como esclavos o sir
vientes. Cortés, por su parte, remitió diversos objetos plumarios,
máscaras, etc., de la corte de Moctezuma. El Tesoro de Moctezuma
"inventariado y recibido por los procuradores Montejo y Hernández
Portocarrero..." salió hacia España el 10 de julio de 1519. Fue exhi
bido, ante el asombro de sus contemporáneos, en Sevilla, Toledo y
Valladolid. Cuando Carlos I se desplazó a Bruselas, en el año de 1520,
donde fue entronizado como Sacro Emperador Romano, el tesoro
fue expuesto en la gran plaza del Ayuntamiento de la ciudad. En 1522,
34 / Roberto Pineda Camacho
el mismo Cortés remitió 260 piezas a España (plumería, mantas,
instrumentos de cuero y jade, etc.), que aún se encuentran en los
museos europeos (Alcina, 1995: 24 y ss.).
Pizarro tampoco escapó de esta conducta. Del rescate pagado por
el infortunado Atahualpa, guardó una parte para sí (entre otros, un
gran banco de oro plano) y remitió una proporción considerable al
rey.
De acuerdo con Alcina Franch, los "regalos de las Indias" (ca
sabe, hamacas, cemíes, etc.) que recibió el cardenal Cisneros -en
los primeros lustros del siglo XVI- de manos del padre Francisco Ruiz,
fueron depositados por su "eminencia" en el Colegio de la Univer
sidad de Alcalá de Henares. (Alcina, 1995: 22); con estos objetos se
constituyó uno de los primeros museos etnográficos del mundo. En
este contexto, también a mediados del siglo XVI, el virrey De Toledo
del Perú sugirió a Felipe II organizar un museo en el palacio, reunien
do los objetos de las Indias2.
2 La idea de constituir un Gabinete de Curiosidades se remonta a Felipe V, el primero de los monarcas españoles de la Casa de los Borbones. Probablemente, siguiendo el ejemplo de los monarcas franceses, organizó —en 1712- la Biblioteca Pública, en la que se coleccionaron "libros y objetos raros y curiosos de la naturaleza".
En una real orden del 9 de enero de 1713, instruyó a los virreyes, gobernadores, corregidores y otras autoridades, eclesiásticos o seculares, "pongan con muy particular cuidado toda su aplicación, en recoger cuanto pudiesen de estas cosas singulares bien sean piedras, minerales, animales o partes de animales, plantas, frutas o de cualquier otro género, que no sea muy común, sino extraordinario o por su especie o por su tamaño o por sus propiedades..." (citado en Alcina, 1995: 74-75). En 1752, Antonio de Ulloa propuso a Fernando VI conformar un Gabinete de Historia Natural, en el marco de un proyecto mayor de crear un Estudio Universal de las Ciencias, el cual abarcaba un Gabinete de Historia Natural, de Geografía y Antigüedades (Alcina, 1995: 75). Aunque Ulloa fue nombrado primer director de este Gabinete de Historia Natural, el proyectó fracasó; en 1755, renunció de manera categórica a su cargo.
Dos años más tarde, en 1757, Mutis propuso al rey la creación de un Gabinete de Historia Natural, pero al parecer la idea tampoco logró concretarse, entre otras razones porque Mutis viajó a América como médico del nuevo virrey Mesía de la Zerda. Desde Santa Fe, el sabio reiteró a Carlos III la conveniencia de la creación del Gabinete de Historia Natural y de un Jardín Botánico (Alcina, 1995: 77).
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 35
De todos modos, los regalos de las Indias, los botines de los sa
queos, etc., conformaron, junto con plantas, piedras, animales, ar
tefactos y toda clase de bizarrerías y curiosidades de la misma Eu
ropa o del resto del mundo bárbaro, las "cámaras de maravillas",
localizadas con frecuencia en corredores y salones de los palacios y
castillos de la nobleza, para el goce de su sensibilidad, mientras que
el pueblo las admiraba en los muelles, las tabernas y quizás en sus
propias casas. Estos objetos no eran meras curiosidades, sino que
estaban revestidos de una áurea mágica. Y a no ser por la Sagrada
Inquisición y la Reforma, posiblemente la misma Europa se hubie
ra inundado de lo que podríamos llamar hoy bienes chamánicos, cuya
difusión hubiese sido paralela a la del tabaco, el cacao, la papa y otros
productos que tanto bien hicieron por mejorar la calidad de vida
europea y transformaron sus sistemas agrícolas, sus dietas y sus cos
tumbres.
En efecto, como se dijo, los habitantes de las principales ciuda
des costeras españolas se agolpaban en los muelles para escuchar
las noticias de las Indias y admirar las curiosidades que de esta nueva
y maravillosa tierra llegaban en los barcos: piedras, animales, ban
cos, plantas, "caribes", etc. Algunos de ellos decidieron su viaje a
América motivados por esas primeras exposiciones públicas que ex
hibían los tesoros de las Indias. El ya mentado Pedro Cieza de León,
por ejemplo, probablemente encontró allí su primer acicate para des
plazarse a América. Y en los años sucesivos los indianos no dejaron
de sorprender a sus familias y amigos con fantásticos regalos prove
nientes de las tierras americanas.
"Lapestilencia de las idolatrías"
Cuando Gonzalo Jiménez de Quesada invadió el país de los muiscas
-guiado por la ruta de la sal- sus hombres buscaron afanosamente
multiplicar su botín, que fue inventariado de forma detallada; des
contada la parte correspondiente al rey, el fruto del saqueo se repar-
36 / Roberto Pineda Camacho
tió entre las huestes según su jerarquía, mérito y codicia. El balance
no fue malo, de manera que esto sirvió de estímulo para proseguir
el saqueo, pese a la reacción tardía del Adelantado, que comprendió
la quimera de El Dorado.
Quesada y sus colaboradores no dudaron en aplicarle implacables
torturas al sagipa para que confesase la localización del gran tesoro
que el zipa supuestamente había escondido de los españoles.
En los años subsiguientes, y una vez establecida la Audiencia en
Santa Fe de Bogotá, por allá en el año de 1550, el interés por los te
soros y bienes de los indios se intensificó y mantuvo. Por una parte,
los frailes franciscanos veían en las piezas orfebres, el arte plumario,
los caracoles y otras piezas votivas verdaderas idolatrías, a través de
las cuales intervenía el demonio; las consideraban serios obstácu
los para la evangelización de los indios. De otra parte, muchos con
quistadores las estimaban, sobre todo, en cuanto fuente de riqueza
y consideraban que, a toda costa, debían de ser fundidas.
En 1556, las constituciones del sínodo de Santa Fe, expedidas
por el arzobispo fray Juan de los Barrios, ordenaron que todos los
santuarios existentes en los pueblos de indios, y en particular don
de ya hubiese indígenas cristianos, fuesen "quemados y destruidos",
y suplantados por una iglesia o por lo menos una cruz; algunos años
más tarde el arzobispo Zapata de Cárdenas criticó la medida, por
que de alguna forma conservaba la memoria de los santuarios o de
las idolatrías.
El sopor de la Colonia y sus intrigas fue sacudido en 1578 cuan
do los frailes franciscanos descubrieron que los indios continuaban,
con vigor, sus demonolatrías. En Fontibón no sólo existía una ver
dadera legión de jeques, sino que los hombres en trance de morir
sostenían con una mano una cruz, pero con la otra se aferraban a
sus figuras de Bochica. Y poco valían las amenazas de cortarles el
cabello -que tanta vergüenza causaba a los indios- porque de todas
manera en las goteras de Santa Fe y Tunja aquellos proseguían con
sus "supercherías".
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 37
Como reacción, se expidió una orden perentoria para que los ca
ciques entregasen de manera compulsiva -so pena de azotes y casti
gos- todas sus idolatrías. Cerca de Tunja, los misioneros registraron
minuciosamente las "idolatrías" de los indios. Ante el estupor de los
nativos, una multitud de tunjos, plumas y guacamayos disecados, "ído
los" de madera y piedra, topos, tejuelos, tejidos y otros objetos cubier
tos con hilo de algodón, etc., fueron quemados y destruidos.
En este caso -como ha sido señalado por Vicenta Cortés- los ob
jetos fueron clasificados en dos clases: aquellos susceptibles de ser
echados al fuego y destruidos in situ y aquellos remitidos a la capital
para ser fundidos (como el oro) o para ser tasados, v.g., las esmeral
das. El oro fue avaluado en 1.724 pesos y 4 tomines; se recogieron
250 piedrecitas de esmeraldas (Cortés, 1959: 399). Las piezas orfebres,
al parecer, fueron fundidas también.
Los objetos no sólo eran satanizados, sino que sobre ellos se "im
ponía una práctica eucarística". Los "ídolos" hallados en Sogamoso,
por ejemplo, fueron quemados después de una "misa mayor" entre
los indios (Serna, 1996: 74).
A lo largo de la segunda mitad del siglo XVI, los españoles, enca
bezados por los oidores, acusaron a los frailes de implementar una
perversa estrategia para apoderase de las "huacas" de los indios. En
realidad, lo que más les dolía era su reducida participación en el fruto
material de la extirpación; los oidores eran particularmente sensi
bles, ya que la legislación colonial no les permitía tener negocios ni
otras granjerias, pero, de hecho, las obtenían por "otros medios".
Por la relación del padre jesuita Alonso de Medrano, escrita a fi
nales del siglo XVI, sabemos que los muiscas tenían numerosos sacer
dotes y santuarios, donde hablaban al "demonio" y en los cuales te
nían tantos "ofrecimientos" en oro que "los hombres [tienen] mañas
para sacárselo aun al demonio de las uñas" (en Lloreda, 1992: 61).
Los jesuitas, que habían entrado tardíamente (1598) al Nuevo
Reino, durante el arzobispado de Bartolomé Lobo Guerrero, se vie
ron pronto confrontados con las idolatrías. En alguna ocasión "su-
38 / Roberto Pineda Camacho
cedió, pues, que llegase a noticia de los dichos padres de nuestra
Compañía que una yndia traya, en las manos, un ydolo abominable,
hecho de algodón, que para el mesmo demonio, cuya figura era, la
qual, dijo, averio tomado a otra yndia que lo adorava. Y, dejándolo en
sus manos, se escapó sin ser vista" (en Lloreda, 1992: 67).
En relación con este suceso, un domingo por la tarde "sacaron
los padres dicho ydolo a la placa; y, predicando contra aquel error
uno dellos, fue grande el espanto que causó, así en los yndios como
en los españoles. Y se remató el sermón con entregar el ydolo al braco
seglar de los muchachos, que lo pisaron, escupieron y echaron en el
lodo; y después lo quemaron, con espanto y no poco provecho de in
numerables yndios que avían concurrido a la doctrina y a aquel es
pectáculo" (en Lloreda, 1992: 66).
Este acontecimiento causó de nuevo un gran revuelo entre las
autoridades del Reino y seguramente entre los jeques, mohanes y
gentes del común muisca. Se resolvió que el mismo arzobispo y uno
de los oidores saliesen a "averiguar, castigar y estirpar esta tan pesti
lencial ydolatría", en el área de la jurisdicción de Santa Fe. En Fon
tibón, a las puertas de Santa Fe, encontraron otra vez que se practi
caban "idolatrías" por todas partes:
[...] los ordinarios ydolos déstos, eran de oro; apenas no huvo
casa donde no se hallasen otros ydolos. Se hallaron de plumería
de varios colores, hechos con grande artificio: sacáronse aquí más
de tres mil ydolos; los de pluma se quemaron; los de oro se deshazían,
aplicando lo que se dispone por las reales leyes al real fisco; y los
demás, empleándolo en adorno de las yglesias y altares y culto de
nuestro verdadero Dios, según la determinación de San Agustín
(en Lloreda, 1992:68).
Como en otros casos, los frailes organizaron una procesión, por
todas las ermitas y cruces levantadas en Fontibón, "llevando delan
te los penitenciados".
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 39
Después pasaron a la localidad de Bosa, donde también descu
brieron "más de diez mil ídolos de oro, fuera de otros innumerables
de pluma, madera y palo. Y aquí, por medio de un cacique, se vino a
entender que en la plumería de esta tierra, de que ay grande copia y
riqueza entre los yndios, estava gran parte de sus ydolatrías y supers
ticiones. Y así, todo este género se condenó a fuego" (en Lloreda, 1992:
71), a pesar de que algunos españoles e indígenas estaban dispuestos
a pagar hasta 4.000 escudos, y que las plumerías parecían ser un pro-
metedor negocio.
La comisión no sólo penetró en las ermitas (templos) de esta
población, destruyendo y quemando sus ídolos, sino que también
desenterró las raíces de los viejos árboles, donde habían sepultado
a algunos de sus antepasados "Cavóse por sus rayzes, y halló dos
vultos grandes, de oro maciso, hombre y mujer, sentados en sus si
llas de oro; quellos dezían ser la diosa Baque y su hijo; que no poco
espanto dio a los indios averse descubierto. Y otro ydolo semejante
a los pasados, se halló también en otro árbol. Y comenzaron a dezir
los yndios, que ya echaban de ver quienes eran sus dioses mentiro
sos, pues no se avían podido ocultar ni defender de nuestros sacer
dotes" (en Lloreda, 1992: 72).
Finalmente, los extirpadores se desplazaron a Bojacá, Caxica,
Chía, Suba y otros lugares, quemando los "ídolos" y castigando a los
"sacerdotes del demonio".
El diablo se las ingeniaba de diversas formas para engañar a los
españoles. Según Simón, un español necesitado de oro se dirigió a
un paraje -aconsejado por una mujer india-, donde localizó un bo
hío en el cual se hallaba un hombre anciano de más de cien años,
rodeado de 4 o 5 muchachos muyjóvenes, no mayores de diez años,
aprendices del oficio de jeque. El anciano les ofrece llevarlos a un
santuario donde podrían satisfacer su apetito. Después de recorrer
agrestes montañas y paisajes, el sacerdote decide rociar al viejo con
agua bendita que ha preparado con algunas plantas que ha recogido
en los alrededores:
40 / Roberto Pineda Camacho
Quiero echarle agua bendita a este viejo para que tengan buen
corazón en darnos mucho oro [había pensado]; mojó las yerbas
en el agua bendita y rociándolo, cosa maravillosa, al punto cayó el
cuerpo del viejo en el suelo y comenzó a rodar cuesta bajo como
si fuese un madero seco. De que quedaron admirados los espa
ñoles, y volviéndolo a mirar echaron de ver había muchos años
que era muerto, según estaba seco y que lo había poseído el de
monio por instrumento en quien hablaba y hacía las demás ac
ciones del hombre que vieron y también consideraron la burla que
les había hecho el demonio (Simón /1627/, 1981, t. III: 418).
La triste historia del mercader que quiso ranchear Guatavita
La laguna de Guatavita fue el mayor santuario que llamó la atención
de la codicia de los españoles. En ella, como se sabe, los caciques
realizaban diversas ofrendas con motivo, sobre todo, de la consagra
ción del cacique; dicho cacique, montado en una balsa, revestido con
polvo de oro, se sumergía en la laguna, mientras que sus ofrendas y
las de sus coetáneos se lanzaban al agua, todo con el propósito de
"ofrendar y sacrificar al demonio que tenía por su dios y señor".
[...] En aquella laguna se hiciese una gran balsa de juncos,
aderezábanla todo lo más vistoso que podían... Desnudaban al he
redero en carnes vivas, lo untaban con una lijia pegajosa y espolvo-
riaban con oro en polvo y molido, de tal manera que iba cubierto
todo de este metal.
[...] Hacía el indio dorado su ofrecimiento echando todo el
oro que llevaba a los pies en medio de la laguna y esmeraldas que
llevaba en el medio de la laguna, y los demás caciques que lo acom
pañaban hacían lo propio, lo cual acabado, batían la bandera que
en todo el tiempo que gastaban en el ofrecimiento la tenían le
vantada, y partiendo la balsa a tierra comenzaba la grita, gaitas y
fototutos con muy largos corros de baile y danzas a su modo, con
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 41
la cual ceremonia recibían al nuevo electo y quedaba reconocido
por señor y príncipe... De esta ceremonia se tomó aquel nombre
tan celebrado de el Dorado, que tantas vidas y haciendas ha cos
tado (Rodríguez Freile /1636/, 1988: 103-104).
El cacique Guatavita era famoso por sus grandes "riquezas
orfebres", las que decidió esconder cuando le llegaron noticias de los
españoles:
Dijéronle al Guatavita cómo los españoles había sacado el
santuario grande del cacique de Bogotá que tenía en su cercado
junto a la Sierra y que eran muy amigos de oro. Que andaban por
los pueblos buscándolo y lo sacaban donde lo hallaban, con lo cual
Guatavita dio orden de guardar su tesoro, llamó a su contador que
era el cacique de Pauso y diole cien indios cargados de oro con
orden que lo llevase a las últimas cordilleras de los cerros que dan
vista a los llanos... (Rodríguez Freile /1636/, 1988: 147).
El cacique cumplió la orden a cabalidad: de regreso este conta-
dory sus quinientos hombres fueron "pasados a cuchillo" para guar
dar el secreto.
Parece que este fue consejo del diablo por llevarse todos aque
llos y quitarnos el oro, que aunque algunas personas han gastado
tiempo y dinero en buscarlo, no lo han hallado (Rodríguez Freile
/1636/, 1988: 147-148).
Además, se narraba que cuando llegaron los españoles los abo
rígenes ofrendaron grandes cantidades de oro en ésta y otras lagu
nas, para protegerse de esta verdadera calamidad:
Cuando se fue divulgando que entraban unos hombres bar
budos y buscaban con cuidado el oro entre los indios, sacaron
42 / Roberto Pineda Camacho
mucho del que tenían guardado, llevándolo y ofreciéndolo en la
laguna o rogando con aquel sacrificio que les librase la cacique
de aquellos hombres que entraban en sus tierras como las de
más les solían venir, o queriendo más tenerlo ofrecido en su san
tuario que en sus casas y a peligro que lo hubiesen a la mano los
españoles. Hicieron esto algunos en tanta cantidad de oro, que
sólo el cacique del pueblo de Simijaca echó en esta laguna cua
renta cargas que llevaron cuarenta indios desde el pueblo a la la
guna, como se verificó de ellos mismos y del cacique, sobrino y
sucesor en el cacicazgo el que lo envió [...] que cuando menos
seria cuarenta quintales de oro fino... (Simón, 1981, t. III: 329).
Éstas y otras historias motivaron, sin duda, a los españoles a in
quirir sobre la riqueza de la laguna. Según Duque Gómez, fue el
mentado Cieza de León el primero que habló de su existencia. De
otra parte, se cuenta que el capitán Gonzalo de León Venero per
suadió -quizás sea mucho decir así- a su cacique para que le indi
case la existencia de los santuarios "pues era mejor servirse del oro
que tenerlo sin provecho ofrecido al Diablo" (Simón, 1981, t. III, 329).
El indio respondió, en señal de amistad y con secreto, que si des
aguaba la laguna de Guatavita obtendría una infinita riqueza.
Al parecer, el capitán Lázaro Fonte, capitán de las huestes de
Gonzalo Jiménez de Quesada, intentó desaguar la laguna, pero no
tuvo mayor éxito; el hermano de Quesada bajó los niveles de la la
guna en tres metros y obtuvo 3.000 a 4.000 pesos de oro (Lleras,
1998). Un mercader de Santa Fe de Bogotá, Antonio de Sepúlveda,
probó también suerte: obtuvo la aprobación de su empresa median
te real cédula: por medio de ella tenía derecho a obtener todo el apoyo
de la Real Audiencia y a contar con la mano de obra de los indios3.
3 Una transcripción de la capitulación entre Antonio Sepúlveda y el rey, del año 1562, se encuentra en el Boletín de Historia y Antigüedades, Academia Colombiana de Historia, 8: 235 y ss.
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 43
Sepúlveda levantó casa alrededor de la laguna; mediante una
barca sondeaba las profundidades de la misma. Al cabo del tiem
po, y con la ayuda de ingenieros y de los nativos, "abrió una boca al
desaguadero, vaciando parcialmente las orillas de la laguna, y po
niendo al descubierto "algunas joyas de oro de mil hechuras, cha
gualas o patenas, sierpezuelas, águilas, espemalada que sacaban de
entre la lama y el cieno que iban descubriendo" (Simón, 1981, t. III,
330).
Porque a cada desagüe que se iban dando, se iban hallando
mayores y más ricas piezas de oro y esmeraldas, y tal vez saca
ron una como un huevo (una ni otra báculo de obispo) hecha
de planchas de oro, y el báculo formado de las mismas canillas
de oro y otros joyas, que fue por todo hasta la cantidad de cinco
y seis mil ducados que se iban metiendo en la caja Real, por
haber sido una de las condiciones con que se había dado la li
cencia, para que se partiesen después de todo junto lo que se
sacase por la mitad el mercader y la Caja, habiéndole pagado la
costa, de la cual no había de poner el Rey alguna (Simón, 1981,
t. m, 330).
A medida que sus obras avanzaban, en efecto, se descubrieron
otras piezas, que a su vez estimulaban la codicia del mercader. Pero
sus esfuerzos se vieron truncados con la llegada de las aguas de in
vierno, que desbarrancaron las orillas y dieron al traste con sus obras
taponando las salidas del desagüe. Sin los recursos suficientes y cada
vez más agotados, el mercader tuvo que darse por vencido: "Y así le
fue forzoso dejar la ranchería y labor e irse a morir a un hospital, sin
haberle quedado caudal para otra cosa, no haber después quién se
atreva a tomar entre manos la empresa de propósito", pese a que lo
gró extraer doce mil pesos de oro, equivalentes a 55,2 kg de oro (Lle
ras, 1998).
44 / Roberto Pineda Camacho
Los huesos endemoniados del mohán
Los españoles encontraron, en diversas regiones, que las culturas
aborígenes practicaban la momificación —o disecación- de sus ca
ciques o principales. Los cueva del Urabá, por ejemplo, preserva
ban el cadáver de sus principales, que mantenían en sus bohíos; los
muiscas, los indígenas del Cauca y de otras regiones de Colombia
también tuvieron diversas prácticas de momificación, y sus "cadá
veres vivientes" jugaron un rol destacado en la vida social. La situa
ción, como se sabe, no era exclusiva de Colombia. Algo similar ocu
rrió entre los incas y otros pueblos andinos.
Desde un comienzo, los misioneros se ensañaron contra las mo
mias y demás restos disecados. En el Perú, por ejemplo, se destru
yeron sistemáticamente las momias de las diversas dinastías incas.
En la Nueva Granada, la relación con los restos momificados ge
neró también una gran tensión entre los peninsulares y los indios.
A este respecto es, sin duda, notable la actitud de fray Luis Beltrán
con relación a los "huesos de un mohán" que veneraban los indios
en la Sierra Nevada de Santa Marta.
Fray Luis Beltrán, el santo patrono de la Nueva Granada, era real
mente un hombre excepcional. Perteneció a la orden dominica; se
encontraba como maestro de novicios en Valencia, España, cuando
llegó a sus puertas "un indio en hábitos de fraile de la misma orden,
con recados falsos, que todos entendieron fue permisión divina"
(Simón, 1981, t.V: 421). Se dice que en la conversación con este su
puesto fraile surgió en san Luis un ánimo misionero infinito, fomen
tado en gran medida por el martirologio que la vida misionera en
América deparaba a los sacerdotes; era vox populi que a "muchos
ministros del Evangelio les quitaban la vida con tormentos y se los
comían" (Simón, 1981, t.V: 421).
Beltrán pasó a América y en 1562 pisó la tierra de Cartagena; el
futuro santo poseía el don de lenguas, una capacidad profética que
aterrorizaba y un excepcional poder de sanación. Se cuenta que el
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 45
demonio lo maltrataba, lo golpeaba, lo tentaba y perseguía, "furio
so" por su labor y la destrucción de ídolos.
Al cabo del tiempo, pasó a predicar en la jurisdicción de Santa
Marta, desafiando, se dice, al diablo y a todos los peligros derivados
de la naturaleza y de los hombres.
En alguna ocasión, el fraile se enteró que los indios de la monta
ñas de la Sierra Nevada:
[...] veneraban los huesos de un mohán, antiguo sacerdote en
el mayor caney del Diablo, a quien hacían grandes fiestas en días
señalados y embriagueces, y guardaban con infatigable vigilancia
por haberles el demonio certificado que si les faltaban aquellos
huesos, se les caería el cielo encima, tuvo traza el santo de entrar
con secreto en el templo y haber a las manos los huesos y trans
portarlos dos o tres leguas de allí... (Simón, 1981, t. V: 425).
Enterados los indios, y bajo conseja de uno de sus más podero
sos mohanes, envenenaron su comida, colocándolo al borde de la
muerte. Beltrán, lejos de desesperarse, asume su muerte "con mu
cha alegría", con el consuelo de su crucifijo y rosario, al cual enco
mendaba su alma. Cuenta Simón que el poder de Dios quiso que el
santo vomitara el veneno en forma de serpiente, salvando en reali
dad su vida. Los indios intentaron, entonces, matarlo con la fuerza
de las armas, pero Beltrán -oponiéndose a las acciones de sus "guar
daespaldas" (dos grandes negros horros)- calmó a sus adversarios,
haciéndoles ver la necedad de sus creencias, fruto del engaño del
demonio.
No obstante, sus interlocutores ("gente obstinada en su infide
lidad") inquirían con insistencia o "empleaban todo su conato en
pedirle los huesos del sacerdote".
De manera desconcertante para sus contemporáneos, Beltrán
retornó los "huesos del mohán" a los indios, lo que sin duda concitó
serias reflexiones teológicas entre los religiosos y sus sucesores acer-
46 / Roberto Pineda Camacho
ca de la legitimidad de su acción, en contravía de la política de la ex
tirpación de la demonolatría.
Simón recuerda que san Luis quedó profundamente impresio
nado por este suceso:
Quedóle al santo tan estampada en la memoria la reverencia
con que llegaba a los huesos el mohán que los llevaba cuando se
los volvió a entregar, que lo predicaba muchas veces diciendo: que
era tanto el respecto que les tenía, que arrodillándose delante de
ellos y cruzando las manos sobre el pecho, temblaba como azo
gado. Y estaba tan turbado que, preguntándole el santo si había
algún remedio para curar del todo aquel veneno de que padecía,
no le pudo responder palabra, ni quitaba los ojos de aquellos
endemoniados huesos (Simón, 1981, t. V: 426-427).
Pero el dominico Zamora interpreta - a finales del siglo XVII- de
otra manera los acontecimientos y explica que el mismo fray Luis
habría declarado en su casa en Valencia, una vez de regreso a casa,
que si hubiese estado en buenas condiciones de salud habría impe
dido que los indios se llevasen por la fuerza sus huesos:
Si yo estuviera alentado [decía] que pudiera ponerme en pié,
para defenderlos, hubiese perdido mil veces la vida, antes quien
dejarlos llevar a los idólatras (Zamora /1701/, 1980, t. II: 109).
Empero, el mismo Zamora anota inmediatamente después las
mismas acotaciones de Simón:
Muchas veces predicó este suceso porque le quedó tan es
tampado en la memoria la reverencia con que el mohán y los in
dios veneraban los huesos de aquel falso sacerdote, que arrodi
llándose ante su presencia, no apartaban de ellos los ojos. De que
se fervoriza predicando a los católicos la veneración y reverencia
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 47
en que debemos estar en la presencia de Cristo Sacramentado
(Zamora/1701/, 1980, t. II: 109).
En 1578, el arzobispo fray Luis Zapata propuso desenterrar los
cuerpos de los indios difuntos, para examinar si habían fallecido en
condición de idólatras, lo que levantó una fuerte oposición de parte
del presidente y de los oidores de la Real Audiencia: el arzobispo se
defendió, aduciendo que se trataba de "escándalo pasivo y que no
cae en consideración mayormente que a los indios en quitarles esto
no se les quita cosa suya, pues se desapoderaron de ello el día que lo
dieron y ofrecieron al demonio" (Lara, 1988: 31).
No obstante, la negativa de la Audiencia fue tajante; le prohibie
ron "desenterrase los cuerpos de los indios que están sepultados en
las iglesias y constase que habían apostatado e idolatrado después
de convertidos... porque no pareciese que esto se hacía por buscar
si tenían algún oro o joyas en las dichas sepulturas para tomárselo"
(Lara, 1988:31).
La disputa por los cadáveres continuó durante el resto de la cen
turia. En 1595, según el licenciado Egas de Guzmán, los indios de
Iguaque exhumaron los huesos de un cacique, a cuyos restos rendían
culto en una cueva. En este caso, los españoles exhumaron sus restos
y les dieron sepultura en la iglesia, mientras que los indios eran acu
sados de idolatría (Lara, 1988: 33)4.
4 En contraste con diabolización de los huesos y cuerpos de los difuntos indígenas, el cuerpo de monseñor Almanza, arzobispo del Nuevo Reino, fue venerado, por algunos años, como una verdadera reliquia. El ilustre arzobispo murió el 27 de septiembre de 1633, en Villa de Leiva, víctima de una "calentura". A pesar de que se preveía una descomposición rápida de su cadáver, éste no sólo se preservó sino que "olía a pina", a "perfume de pina". Después de diversas exhumaciones fue trasladado a Bogotá y objeto de honras fúnebres en la catedral. En el oratorio, los frailes lo trataban como si fuese un ser vivo, y luego sus despojos mortales se tuvieron en la capilla de Pedro de Valenzuela, donde también se conservaron sus restos. Éstos fueron trasladados a un convento en Madrid de las hermanas de Jesús, María y José, que reclamaban su cadáver (Groot, 1889: 290 y ss.).
48 / Roberto Pineda Camacho
Sin embargo, a pesar de las campañas contra la "idolatría", el
culto a los antepasados y sus huesos subsistió por lo menos hasta
finales del siglo XVII. De acuerdo con Valcárcel, por ejemplo, que es
cribe en 1687, "en el pueblo de Onzaga, el año 85, halló el doctrinero
algunos indios retirados en un bosquecillo donde un viejo dogmatista
instruía en... los ritos de sus antepasados haciéndoles adorar un
hueso de un mohán antiguo, diciendo que aquél era su dios y no el
de los cristianos, que por él vivían, tenían salud y cogían frutos; te
nían un santo sacrificio debajo del hueso y hacía irisión de él" (en
Langebaek, 1995).
La omnipresencia del Ángel Caído
El encuentro con las religiones amerindias desencadenó, como se
ha comentado, diversas reacciones y consideraciones acerca de su
naturaleza y la legitimidad de las creencias religiosas amerindias. Los
primeros discursos relacionados con los incas y aztecas reconocie
ron en sus sistemas de representación y acción social verdaderos
complejos religiosos, al señalar la existencia de sacerdotes, templos,
ídolos y la práctica del sacrificio. Las Casas, en particular, enfatizó
en la legitimidad de su práctica religiosa, en función de dichas con
sideraciones, en gran parte derivadas de santo Tomás de Aquino. En
realidad, los europeos no pudieron dejar de sorprenderse con la in
tensidad de la vida religiosa amerindia y la similitud de algunos as
pectos de la misma con la religión cristiana: no sólo el sacrificio era
relativamente común, sino que en algunos casos se trataba del sa
crificio de hombres "divinos", vale decir, de "hombres dioses": con
frecuencia las religiones amerindias incluían las prácticas de ayu
nos, la confesión, etc., tan caras a la tradición cristiana.
De manera similar a la Nueva España y al Perú, los más conno
tados cronistas del Nuevo Reino reconocen en gran medida en las
prácticas religiosas muiscas los signos fundamentales del compor
tamiento religioso, marcado por la existencia del sacrificio. Gonza-
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 49
lo Jiménez de Quesada presenta, en el Epítome del Nuevo Reino de
Granada, las prácticas de sacrificio muisca de una manera escueta,
sin mayores juicios de valor, como si en alguna medida estuviese des
cribiendo una institución propia de la vida religiosa de la gente pa
gana, o similar a las prácticas de los hombres civilizados, mas no
cristianizados, de la antigüedad clásica.
Sin embargo, como se dijo, paralelamente se implemento un dis
curso que interpretó las religiones amerindias como la obra del dia
blo y, en consecuencia, se definió a sus sacerdotes como "sacerdo
tes del diablo"; los diversos acontecimientos sobre los cuales se
basaban la creencias de los nativos fueron interpretados como "mi
lagros del Maligno". En efecto, los misioneros y demás españoles
estaban firmemente convencidos de la intervención del Ángel Caí
do en la vida cotidiana de los hombres, y en particular en la de los
indígenas.
Según los misioneros franciscanos de la segunda mitad del si
glo XVI, el demonio mismo intervenía para evitar la conversión de los
aborígenes. Por ejemplo, se narra que a un indio infiel, al que un sa
cerdote en vano había intentado persuadir de bautizarse, se le apa
recía el demonio, en figura de un hombre negro, amenazándole si
prestaba atención a las demandas del hombre de la Iglesia. Éste, ad
vertido de lo sucedido en la noche anterior
[...] le dijo que pusiese, a la cabecera, un santo crucifijo, que
allí le dio y estaría seguro del demonio... El qual bolvió otra no
che; y, diziéndole que entraze, respondió, que no podía, mientras
estuviese allí aquella cruz. Aquí alumbró el spíritu Sancto al po
bre Yndio y dijo: pues tú temes a éste questá en la cruz, sigúese
ques mayor que tú; a él quiero servir. Llamando al sacerdote, le
pidió que le hiziese cristiano. Fué informado en las cosas de la
fee en quatro días que vivió; y al cabo dellos, fue bautizado: y lue
go murió con tan dichosa prenda de su predestinación (Lloreda,
1992: 72).
50 / Roberto Pineda Camacho
Cuenta el mismo Medrano, a finales del siglo XVI, que en otra
oportunidad un indio que aparentemente era tenido por muerto, y
estaba incluso ya amortajado, se levantó y confesó
[...] aver visto tres hornos de fuego, bocas de ynfierno, en
aquel pueblo, a los quales llevavan los demonios encadenados los
yndios, por treys géneros de vizios que reynan mucho entre ellos;
en el uno entraban los ydólatras; en el segundo los incestuosos;
en el tercero, los dados a la embriagues (Lloreda, 1992: 72).
Esta experiencia no sólo enmendó al supuesto difunto sino que
influyó de forma ostensible en el comportamiento de los indios de Bosa.
Durante el siglo XVII, la presencia del diablo se multiplicó e in
cluso algunos caciques fueron percibidos como la misma materiali
zación del Malo. De acuerdo con Simón, los tres gobernadores de
las provincias del Senú eran, asimismo, demonios; Goranchacha, uno
de los últimos grandes caciques muiscas (a quien se le atribuía una
naturaleza divina pues era hijo del mismo Sol), tenía también esa
misma condición, de igual forma que su pregonero ya que ambos
poseían una cola posiblemente de felino. Poco años antes de llegar
los españoles profetizó la llegada de los extranjeros:
[...] hizo un día juntar toda su gente y por su pregonero, a
quien ponían muchas mantas en rollo dejando en medio, hubo
donde entrase la cola que tenía, que era como de león, y se sen
tase. Les hizo una larga plática en que les adivinó había de venir
una gente fuerte y feroz... y despidiéndose que se iba por no ver
los padecer que después de muchos años volvería a verlos, que
los había de maltratar y afligir con sujeciones e trabajos, se entró
en su cercado y nunca más lo vieron. El pregonero, por desenga
ñar más del todo y dar más claras muestras de quién era, delante
de todos dio un estallido y se convirtió en humo hediondo, que
fue la última despedida (Simón, 1981, t. ni: 422).
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 51
A medida que avanzaba la colonización de los pueblos nativos,
los misioneros se obsesionaron por la extirpación de toda clase de
idolatrías, vigilando y castigando celosamente no sólo a los mesti
zos sino también a los mismos españoles pertenecientes a los sec
tores populares.
Los catecismos, en particular, expresaron esta preocupación. El
primer catecismo de Santa Fe de Bogotá, escrito por fray Luis Zapata
de Cárdenas, segundo arzobispo del Reino de Granada, contiene ins
trucciones precisas en el capítulo 14, relativo al "Remedio contra la
idolatría", para que los santuarios sean destruidos y se borre toda
memoria de ellos; en cuanto a los objetos de oro y de valor se plantea
que se "distribuyan en utilidad de la iglesia do el tal santuario se hallare
y lo mismo sea de lo que se hallare en las sepulturas por aviso del sa
cerdote, y lo que sobrara, distribuido en las Iglesias, se gaste en la en
fermería y en obras pías tocantes al mismo pueblo". El capítulo 18,
relativo a los materiales de los sacrificios y sahumerios, ordena que se
queme el moque -con que momificaban sus muertos-y otros objetos
que vendan en los mercados que puedan ser asimilados a idolatrías.
No hay que olvidar que, durante casi un siglo, los indios, aunque bau
tizados, tuvieron una condición de catecúmenos. Solamente hasta 1634
los jesuitas se decidieron a darles la primera comunión, lo que de he
cho implicaba que antes de esta fecha los indios debían salir del recin
to de la capilla doctrinera cuando se iba a celebrar la santa eucaristía.
La llegada de los esclavos africanos incrementó la preocupación
por la propagación de falsas religiones y supercherías. La Inquisi
ción se encargaría de extirpar el dominio del diablo y de la brujería
de los negros y españoles.
En este contexto, no nos debe extrañar que prácticamente no
hubiese ninguna inquietud entre los hombres de esa época por con
servar las que serían llamadas después reliquias de los indios. De
acuerdo con Duque Gómez, la única excepción fue la del licenciado
Juan Vásquez, gran aficionado a la conservación de las antigüeda
des de los indios (Duque, 1965: 88).
52 / Roberto Pineda Camacho
Los ídolos en Roma
A finales del siglo XVII, el misionero franciscano Romero pisó por
primera vez la Sierra Nevada de Santa Marta, aunque conocía ya parte
del territorio de la Nueva Granada. Según Giraldo Jaramillo, era una
sacerdote agustino, nacido en Lima, Perú. Había sido ordenado des
de muy joven; trabajó en la evangelización de los indios tamas, en el
alto Magdalena, y luego se trasladó, ante las dificultades para la evan
gelización de este pueblo del alto Amazonas, desplazado a las inme
diaciones de Timaná mediante prácticas de rescate y esclavitud, al
Valle de Upar, en el norte de Colombia. Su experiencia está conden-
sada en un bello libro titulado Llanto sagrado de la América meri
dional, publicado en Milán en 1693, cuya parte correspondiente a la
Sierra Nevada y Valledupar ha sido analizada de manera interesante
por nuestro colega Carlos Uribe, sobre la base, además, de un do
cumento hasta ahora inédito, redactado por el licenciado Melchor
de Espinosa, párroco de Río Hacha, que fuera comisionado como
notario de la expedición de Romero a la Sierra (este documento, en
contrado por Cari Langebaek en Sevilla, aún inédito, relata también
su experiencia entre los arhuacos de la Sierra, dándonos una ver
sión complementaria del libro).
Romero penetró también a sendos templos de los indios de la
Sierra Nevada y combatió con el fervor de sus antecesores lo que él
considera eran verdaderas idolatrías y "obras del demonio". Pero la
novedad de su discurso no descansa, como veremos, en la condena
ción de las supersticiones de los indios y la destrucción de sus "ído
los", sino en la recolección de algunas máscaras que después de tres
siglos fueron redescubiertas por el arqueólogo alemán H. Bischof
en el mismo Museo del Vaticano, en Roma (1972).
Las piezas fueron traídas por el sacerdote peruano en su viaje
de regreso a Europa en 1692: posiblemente las entregó al Colegio
de Propaganda Fide en Roma, con ocasión de su visita a esa ciudad,
en búsqueda de apoyo para su labor misional entre los tamas. El
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 53
mismo sacerdote cedió su manuscrito a los editores de Milán, y presumiblemente contribuyó también a la descripción visual de las cansamarías que ilustran el texto. En efecto, la primera edición de su obra está acompañada de una serie de ilustraciones que describen el templo y sus actores y registran las mentadas máscaras del diablo, como si su visión fuese en alguna medida neutralizada, ya sea por la imprenta o, al menos, como si la fuerza en las creencias de la brujería se hubiese debilitado.
El padre Romero se define, con razón, como un extirpador de idolatrías. De hecho, la leyenda que acompaña la lámina reza: "La idolatría de los Indios de la Nación Aruacos, que habitan en la Sierra de S. Martha; destruida, por un religioso Del orden de S.Agustín de la Provincia de Lima, el año de 1691, con diez templos, en que daban abominables cultos al Demonio".
La ilustración representa la casa sagrada coronada por un templo griego: a diferencia de laya mencionada lámina de Cieza, no aparece la figura de Satanás, y sus personajes tienen un fisonomía europea; uno, en particular, se encuentra arrodillado, como si estuviese adorando a sus dioses (véase lámina II).
Tenemos, como dijimos, dos versiones del texto. La primera, la relación del sacerdote incluida en Llanto sagrado de la América meridional; la segunda, el documento encontrado por Langebaek en Sevilla, que se refiere a esta experiencia, y estudiado parcialmente por Carlos Uribe (1996).
En el primero, Romero relata que el visitador general del obispado había percibido que en lo encumbrado de la montaña existía un templo de la nación aruaca, donde los indios sacrificaban víctimas al demonio; como resultado de esta convicción, escribe un auto a fray Francisco Romero, en el cual le encomienda la destrucción y aniquilación de dichas "iglesias" (sic), donde los indios no solamente practicaban idolatrías, sino también tenían "ásperas penitencias y ayunos". Pero el auto no sólo le solicita amorosamente que estirpe las idolatrías, sino que también traiga los ídolos ante su presencia y
54 / Roberto Pineda Camacho
dé testimonio de todos los actos y acontecimientos que en dicho
tránsito le sucedieren (Romero /1693/ 1955: 80).
En este marco, entonces, los aruacos son calificados como idóla
tras; sus templos son denominados "cansamarías, los cuales están
dedicados al demonio", y en ellos, se dice, realizaban diversos "sacri
ficios de piedras labradas, de ropas y de alhajas y de horribles morti
ficaciones, como era ayunar quince días, sin otro mantenimiento que
un grano de maíz deshecho de agua fría, y no comer sal"... Asimismo
"sabía que entre los detestables ídolos que tenían sus templos, vene
raban por principales dioses tres abominables cuyos nombres era
Cabisurí, Dunuma y Moatama..." (Romero/l693/ 1955: 82-83). De
otra parte, Romero poseía por arma un crucifijo para vencer los ído
los paganos.
Entre los objetos encontrados se destacan, sobre todo, "figuras
incógnitas", flautas, etc.; en efecto, recoge una gran cantidad de ob
jetos, mientras que quema -como en los primeros años de la Con
quista- otros a la vista de los indios. Los que guarda tienen como
objeto "aclarar más en ambas curias la gran necesidad de operarios
en algunas partes principales de la América".
El segundo documento denomina a los templos "cansamarías";
sostiene que el demonio les habla a los indígenas a través de los ídolos
y que éstos representan la figura del diablo. En algunos templos en
contraron tres ídolos de madera que se componían de dos figuras
de formas no conocidas y una cara horripilante, con diversos bone
tes llenos de plumas, y otros instrumentos de idolatrías como flau
tas y chirimías. En otros cuatro templos halla ídolos y otros instru
mentos de idolatrías, como plumas, flautas y macanas esculpidas.
Las idolatrías recibidas por el padre Cuadrado, en Valledupar,
fueron quemadas en la plaza pública el 3 de agosto de 1691, con ex
cepción de las ya mencionadas llevadas por Romero. Como ha sido
señalado por Carlos Uribe, en un auto final expedido por el mismo
Cuadrado, se ordenaba detener a uno de los mamas encontrados por
Romero, "el mayor idólatra", para que fuese condenado a cadena
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 55
perpetua. En cumplimiento de lo dispuesto en el sínodo organiza
do por el arzobispo Bartolomé Guerrero en 1606, debía darse cárcel
perpetua a los zeques y maestros comprometidos en la idolatría o
que se "hallaren comprendidos en perjudicial enseñanza" (Uribe,
1996: 32).
Es probable que los ecos de un nuevo pensamiento religioso, fun
dado en la crítica del racionalismo europeo del siglo XVTI, y la consi
guiente secularización del discurso respecto a la religión, ya estu
viese calando en la mente de este limeño, de manera que los antiguos
bohíos del Diablo cedieron su paso a los templos o cansamarías, y a
una nueva percepción del ídolo como fetiche.
Historia del diablo y de la América paradisíaca
Desde los primeros años del descubrimiento de América, Colón,
Vespucciy otros hombres tuvieron una compleja y contradictoria idea
respecto a las tierras del nuevo mundo. La idea de sentirse en una
tierra paradisíaca no dejó de rondar en sus mentes de una forma u
otra, aunque a menudo quedaba sepultada por interpretaciones com
pletamente opuestas. Vespucci, por ejemplo, quedó profundamen
te impresionado por los bosques del Brasil, su exuberante flora y fau
na, que lo hace "sentirse en el Paraíso terrenal" (Pereira, 1994: 51).
[...] y vimos tantos animales, que creo que dificultosamente
tantas especies entrasen en el arca de Noé y animales domésti
cos no vimos ninguno (Pereira, 1994: 51).
Como se ha mencionado, en la segunda mitad del siglo XVI exis
tía una fuerte tradición que pensó lo americano -y en particular su
vida religiosa- como consecuencia de la acción del diablo. En 1590,
el padre jesuita José Acosta, considerado como uno de los fundado
res de la antropología moderna, resaltó en su Historia Natural y
Moral de las Indias la similitud entre la religión cristiana y las reli-
56 / Roberto Pineda Camacho
giones amerindias. Acosta señaló la presencia de templos, de mo
nasterios, de la comunión, de dioses hechos hombres sacrificados,
e incluso de la confesión como un fenómeno muy extendido en
América. Pero, a diferencia de Las Casas, calificaba esta situación
como una perversa actuación del demonio; según su concepto, la
conquista fue "un acto de liberación mediante el cual los naturales
del Nuevo Mundo quedaron libres del dominio de Satanás y de los
tiranos humanos, y se les ofrecieron los medios de salvación (Bra-
ding, 1993:218). Los indios, en general, eran considerados víctimas
o "hijos de Satanás" irrevocablemente sentenciados a la condena
ción eterna (Brading, 1993: 219).
En ese sentido, las sociedades americanas estaban profundamente
"corrompidas hasta el meollo por el dominio del demonio" (Brading,
1993) y la conquista española era un acto providencial que permitiría
su salvación. No obstante, el mismo Acosta se preguntó de forma casi
heterodoxa sobre el origen del hombre americano, y llegó incluso a
sugerir que era más antiguo que el Diluvio o incluso que el mismo
Adán.
Amediados del sigloXVIH, el jesuitaAntonio Julián, cuya actividad
intelectual es sobre todo recordada por su famoso trabajo sobre la
Nueva Granada titulado La perla de América, Provincia de Santa
Marta (1787), retomó esta temática en el recientemente publicado
libro Monarquía del Diablo. En la gentilidad del Nuevo Mundo ame
ricano. Su tesis general es que América había sido el escenario de la
acción del demonio y que éste se había confabulado aquí para imitar
el Reino de Cristo. Es realmente -como ha sugerido monseñor Ro
mero- una verdadera Historia del Diablo, cuya idea le vino -al pare
cer- de la lectura de Acosta. El objeto del libro es demostrar que
América estuvo cautiva por el Demonio y que, gracias a la acción de la
Iglesia y de España, el Nuevo Mundo se pudo liberar de sus dominios.
Pero el mismo Julián escribió un texto, aún perdido, titulado E l
paraíso terrestre en la América meridional y Nuevo Reino de Gra
nada. Según Ezequiel Uricochea, el último que tuvo el manuscrito,
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 57
Julián intentó demostrar que el Paraíso estuvo localizado en Améri
ca, en particular en Colombia, y que Adán y los primeros hombres
salieron de nuestro territorio. De hecho, Julián argumenta en \aMo-
narquía del Diablo que Cristo evangelizó a los indios americanos,
durante los cuarenta días antes de su resurrección.
La idea no era, como se sabe, totalmente nueva. Desde los pri
meros años de la Conquista la condición paradisíaca de América ha
bía rondado ya -como vimos- a varios autores. En 1650, el ilustre León
de Pinelo sostuvo algo semejante, en un fascinante tratado sobre el
Paraíso, al cual localizaba en el río Amazonas: "la existencia de los
cuatro grandes ríos, el Amazonas, el Orinoco, el Cauca o el Magdale
na y el río de la Plata", que regaban el corazón del continente demos
traban la verdad de esta tesis. Era una región que gozaba de "eterno
verano y perpetua primavera". Si también se encontraban gran nú
mero de cactos, espinas y serpientes que se criaban en los lodazales,
todo esto no era más que un recordatorio de la expulsión de Adán,
argumento confirmado por la presencia de una cadena de volcanes que
rodeaban la región, como las bíblicas espadas de fuego que expulsa
ron del paraíso al primer hombre (Brading, 1993: 226).
Según León de Pinelo, el río Magdalena se identifica con el Tigris
bíblico: los volcanes y montañas propios de los Andes son símbolos
del Ángel guardián que con una tea encendida impedía el regreso
de Adán o de sus descendientes al paraíso; en América habrían vivi
do los primeros hombres hasta el diluvio, cuando Noé se embarcó y
al cabo del tiempo llegó a Armedina. Los grandes monumentos del
Perú y de la Nueva España fueron construidos por esos primeros ha
bitantes descendientes de Adán (Brading, 1993: 227).
El autor "peruano" considera que la granadilla fue el fruto del
pecado, el árbol de la culpa; su capacidad de seducción no sólo se
fundaba en su olor, color y sabor, sino que exhibía en sí misma los
signos de La Pasión de Cristo: lanza, esponja, escalera, cruz y coro
na de espinas, como si Dios hubiese en la misma "fruta del pecado
ofrecido los signos del perdón".
58 / Roberto Pineda Camacho
La obra de Pinelo es sin duda un texto extraordinario que bien valdría la pena analizar en detalle. Por ella, por ejemplo, sabemos exactamente cuánto medía el Arca: 300 codos de largo, 50 de ancho y 30 de largo; era capaz de contener 350 bueyes y llevó, en una gran carga de heno, 600 ovejas para sustentar a los carnívoros y una cisterna llena de peces".
Pinelo se oponía a la tesis del dominico Gregorio García, quien, en su famoso libro Origen de los indios del Nuevo Mundo (1607), sostenía que los indios descendían de las diez tribus perdidas de Israel y consideraba que, en realidad, América -que denomina Ibérica- había sufrido la maldición de Dios desde la época del Diluvio hasta la encarnación de Cristo, con el resultado de que los indios únicamente había resurgido en los primeros siglos de la era cristiana (Brading, 1993: 227).
La lluvia de venados-
De acuerdo con Bernard y Gruzinski (1992), durante el siglo XVIII
el discurso de las idolatrías en América cedió su paso a una visión
moderna de la religión y de los indios. Lo que antes se percibía como
un síntoma de la acción del diablo o del demonio, ahora era conce
bido, sobre todo, como una consecuencia de la ignorancia y de la falta
de educación. Aquellos que eran definidos anteriormente como "idó
latras" comenzaron, paulatinamente, a ser vistos como "pobres". El
ídolo cedió su campo al "fetiche". No obstante, el rompimiento con la percepción de los siglos an
teriores no fue tajante ni absoluto. Sobre todo en el territorio de lo que es hoy Colombia, en el cual los libros circulaban con gran dificultad y la imprenta no llegaría sino hasta 1737, casi dos siglos después de su instalación en México o el Perú.
En la Nueva Granada la convicción de la actividad del diablo no sólo estaba, todavía a mediados del siglo XVIII, en la mente de los teólogos, sino que el mismo padre Julián expone diversos ca-
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 59
sos de brujería motivados por pactos diabólicos, y las autoridades
eclesiásticas intervenían en ciertas regiones en el control de la mis
ma. En efecto, la brujería era una práctica presente en diversas co
munidades. El 14 de noviembre de 1764, por ejemplo, en el pueblo
de Silos, en la provincia de Pamplona, las autoridades indígenas
aplicaron la pena de muerte, en la horca, a tres mujeres acusadas
de hechicería. Se les acusaba de haber dado muerte a distintas per
sonas, usando yerbas, bebidas, contras, polvos. Las tres mujeres
confesaron ser "moanas públicas y haber dado venenos" (Tovar, s.f.:
83):
[...] Juana Mogotocoro le puso veneno al cura para que se mu
riera "desansiéndose", a otros yndios para que murieran "secos",
o estropeados por vacas. Su maestra Juana Rimualdo tenía pode
res como para hacer que le creciera una culebra en la barriga a
"Dominga Curtidora" o a Lauriana, y para que una lluvia de ve
nados espantara el caballo a Juan Villamizar y lo matara. Pero Juana
Canuta no era menos imaginativa, ya que ella era capaz de dar
veneno para que alguien muriera de puses o invocar espíritus que
formaran "una nube para tempestade". Eufemia Delgado del co
mité de hechiceras de Silos dejó siete enfermas con ratones, tába
nos, cangrejos, lagartos metidos en sus cuerpos" (Tovar, s.f.: 83).
Porque creían en la realidad de la brujería, los indígenas actuaban
de esta forma tan severa.
Pero, como advierte Tovar, la actitud de la autoridad española fue
contraria a la actuación de los indígenas, en cuanto consideró que
carecían de autoridad para azotar o imponer la pena de muerte a las
moanas. El teniente y sus alcaldes fueron condenados a pagar una
severa pena, "a ración y sin sueldo", en las fábricas del Castillo de
San Carlos, en Maracaibo, durante un año, al cabo de los cuales se
rían enviados en calidad de tributarios a otros pueblos de la juris
dicción de Pamplona (Tovar, s.f.: 85).
60 / Roberto Pineda Camacho
Unos años antes, también se habían presentado diversos juicios y actos de ajusticiamiento por brujería. Por ejemplo, en 1747, una mujer fue azotada hasta morir en Tabio, acusada por este mismo delito; en 1755, en la misma localidad, otras tres mujeres fueron muertas por esta misma razón.
En el territorio de la Nueva Granada no sólo las antiguas religiones se habían transformado, sino que la evangelización había fomentado nuevos cultos religiosos y promovido nuevas reliquias. Algunos sacerdotes sospechaban de la presencia de los antiguos cultos tras la fachada de las nuevas reliquias y santos cristianos.
Cuando las momias se exhiben en palacio
Durante el siglo XVIII prosiguió el saqueo de las antiguas tumbas de los indios. En la costa caribe, por ejemplo, los habitantes de Santa Marta continuaron excavando las "huacas" con cierto temor a la posible intervención del Diablo. Pero algunas de las creencias en torno a los " santuarios", como ahora se les denominaba en gran parte de la Nueva Granada, habían, al parecer, cambiado entre los saqueadores y la gente en general.
El padre Julián describe, en La perla de América, con algo de incredulidad, las aseveraciones sobre existencia de "ruidos extraordinarios" o luces como indicio de la presencia de un santuario. Piensa no sólo que ello puede ser un engaño, sino que posiblemente se deba a una "exhalación" u otra causa natural. Y aunque advierte que siempre ha tenido por fábula la idea de la intervención del diablo, no la descarta del todo. Ya sea por razones de la Divina Providencia o por la acción del diablo, o porque no se profundiza en la excavación, lo cierto -advierte- es que con frecuencia los excavadores encuentran ciertos indicios del tesoro, pero no lo encuentran.
Pero lo que más admiración le produce es la calidad de ciertas figuras orfebres -tairona-, generalmente representaciones de animales, y los retos tecnológicos que debieron enfrentar sus ejecutores
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada / 61
para fraguarlas: "basta decir que eran [refiriéndose a unos leoncillos
y pequeñas columnas propias de un sagrario] unas y otras piezas dig
nas de un Museo, por su antigüedad, por su belleza, y primor"
(Julián, 1980: 66); el citado sacerdote piensa que los indios de la
provincia de Santa Marta poseían una hierba para fundir el oro, lo
que corrobora con algunos sucesos similares en Italia.
En el capítulo XXI de su obra, titulado "De los muertos incorruptos
que se hallan en los montes de la provincia de Santa Marta", Julián
describe la existencia, en los alrededores de Ocaña, de
[...] ciertas cavernas donde se halla indios muertos sin co
rrupción alguna. A más de los cuerpos, se hallan mantas y con
chas de cama, aptas todavía al servicio, como pudo constatar en
una casa de Ocaña, a las que considera como antigüedades (Julián,
1980: 224).
Según su testimonio, el virrey Messia de la Zerda ordenó traer
uno de esos cadáveres incorruptos
[...] y lo mostraba á las personas de su cariño, como también
mostraba una punta de oro del valor, á lo que me parece, de qui
nientos escudos, hallada en río Negro, y un pedruscon hermosísi
mo de las minas de esmeraldas de Muzo, con los almendrones de
esmeraldas enteras que tenía: alhajas que guardaba su majestad,
no por interés, sino por el gusto de poderlas presentar a su mo
narca por cosa raraypreciosa de sus Reales dominios (Julián, 1980:
225)5.
5 Las aficiones del virrey no nos deben sorprender. En primer lugar, porque Carlos III, entonces rey de España, había sido el patrocinador de las primeras excavaciones propiamente arqueológicas, en Pompeyay Herculano, como anterior rey de Ñapóles; el mismo rey, fundó el "llamado Gabinete de Antigüedades de Portici... 'el primer museo de sitio' que se
62 / Roberto Pineda Camacho
Julián caracteriza la "momia", a la que los médicos del virrey lla
maban "carne de momia", por una contextura "lenificada"; dice que
se hallaba en cuclillas y tenía al parecer una mortal herida en el cue
llo provocada por una espada o sable. Consideró que su naturaleza
"lenificada" se debía a la influencia del frío, como ocurría en otras
regiones de los Andes y de Europa.
Sin duda, la mirada sobre los cadáveres y los objetos de los indios
se había desplazado. El carácter satánico del ídolo o del cadáver fue
sustituido por una percepción estética o de coleccionista. El ídolo ce
dió su paso -como en toda América y en España- a la curiosidad.
Sin embargo, esta tendencia tuvo sus matices y excepciones. Fray
Juan de Santa Gertrudis, por ejemplo, fue testigo de la actividad lleva
da a cabo por un clérigo y seis mestizos popayanejos en San Agustín,
quienes -armados con buenos instrumentos para "cavar guacas", se
gún su propia expresión- "buscaban extraer el oro de las tumbas",
y encontrado apenas "un zarcillo muy chico, y los demás tiestos, mu
ñecos y chucherías de indios antiguos" (Santa Gertrudis, t. II: 97).
El mismo clérigo advierte a Santa Gertrudis la existencia de otros mo
numentos, esta vez de piedra, vale decir, las estatuas de San Agustín.
halla creado nunca, al tiempo que Pompeya y Herculano son las primeras grandes excavaciones de ciudades exhumadas enteramente" (Alcina, 1995: 68).
"El Museo, obra de Carlos vil, nunca fue considerado por éste como propiedad privada; por eso y aunque con ciertas limitaciones se abrió al público y era posible visitarlo mediante un billete del ministro, muy fácil de conseguir. Solamente quedaba reservado para visitas más limitadas el grupo del sátiro y la cabra, considerado obsceno" (Represa, en Alcina, 1995: 68-69).
En realidad en la segunda mitad del siglo xvm, los museos o Gabinetes de Curiosidades se habían puesto de moda en Europa. Un ciudadano guayaquileño, don Pedro Francisco Dávila, hizo entre 1740 y 1771 un verdadero gabinete conformado por piedras, plantas y objetos, como bronces, figuras de barro, medallas, miniaturas. En 1767 le propuso a Carlos II su venta, acompañada de un catálogo. En 1771, Carlos III compró la colección y nombró al mismo Dávila como su primer director. En 1776 el Real Gabinete abre sus puertas; ese mismo año, el director redactó una Instrucción dirigida a las diversas autoridades españolas y coloniales, solicitándoles que provean de objetos y otras "curiosidades" al museo.
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 63
El fraile interpreta las tres primeras estatuas que encuentra como
representaciones de obispos y halla otras cinco que presume que son
imágenes de frailes franciscanos observantes {Ibid, 99-100). Anota
que el conocimiento de su existencia data desde la conquista de
Timaná, pero expresa que está persuadido de que
[...] el demonio los fabricaría, y me fundo en que en la India
los indios no tenían fierro, y por consiguientes tampoco instru
mentos para poderlos fabricar. Ellos tenían noticias por oráculos
e ídolos que habían de venir los hijos del Sol, esto es del Oriente,
y habían de conquistar aquella tierra ; y asi creo que el demonio
les fabricaría aquellas estatuas y les diría: Hombres como éstos,
o de este traje, serán los que gobernarán esta tierra. Y esto me
parece que es lo más verosímil {Ibid, 100-101).
La tradición de los Santos Apóstoles
La convicción de que América había sido visitada por emisarios de
Cristo con anterioridad a la conquista española es relativamente tem
prana. Por ejemplo, en la Crónica del Reino de Chile, de Jerónimo
de Vivar, terminada en 1558 pero publicada por primera vez en 1966,
se sostiene que los apóstoles visitaron la zona comprendida entre el
Atacama y la Costa de Chile, "... y que ellos (los indios) por ser tan
malos no quisieron entender aquello que les decían" (Vivar, 1558,
en Pereira, 1994: 128).
Con la presencia de la Compañía de Jesús se reafirmó un dis
curso que percibió en las religiones amerindias (en lo que respecta
a sus semejanzas con la cristiana) las huellas de una antigua pre
sencia del hombre blanco en América, anterior a Colón, y sobre todo
el signo de la actividad del antiguo apóstol santo Tomás, quien -se
decía- había evangelizado a los gentiles (véase lámina III).
Desde Norteamérica hasta el sur del continente la historia de santo
Tomás se repite de varias formas; se le atribuye la presencia del sím-
64 / Roberto Pineda Camacho
bolo de la Cruz y las huellas de la "civilización" entre los indios; se
asevera que el apóstol santo Tomás anunció la venida de Colón y de
los misioneros a América, razón por la cual muchos pueblos recibie
ron con un verdadero interés la llegada de los europeos; las huellas de
su predicación se evidenciaban en diversos indicios: estatuas de pie
dra, marcas en las rocas, caminos abiertos, cuevas, cruces, etc.
Los principales cronistas del Nuevo Reino asumieron este dis
curso, llamando la atención sobre la posible identidad de Bochica,
el dios civilizador chibcha, con santo Tomás.
En el Nuevo Reino corría la tradición de que el virtuoso Nemque-
teba, de la tradición muisca, era en realidad el apóstol santo Tomás
o san Bartolomé, cuyas huellas de los pies se habían grabado en di
versas piedras y rocas.
A finales del siglo XVI, en efecto, el ya citado jesuita Alonso de
Medrano sostenía:
Bolbiendo a lo de dentro de el Nuevo que vino a esta su tie
rra, de la parte del oriente, un hombre sancto, blanco, con vesti
do blanco y cabello rubio, hasta los hombros; el qual les predicó
y enseñó el camino de su salvación. Éste caminava en un camello
que trujo consigo, que no se a visto otro por acá; y ellos le pintan
por señas; y les enseñó a baptizar los niños, en naciendo. Y de
aquí les quedó la costumbre, que oy tienen de llevar las criatu
ras, rezien nacidas a lavar al ryo. Este hombre sancto, fue tenido
en grande veneración entre ellos. Y, quando yva a predicar de unos
pueblos a otros, dizen que se le abrían los caminos y se allanavan
las sierras... (en Lloreda, 1992: 60).
Puede ser que esta historia sea patraña, como otras que cuen
tan los yndios; pero si fue verdad, se puede creer, como algunos
historiadores quieren, que viniesen a estas partes algunos de los
apóstoles, o de los del apóstol Santiago, como se refiere de los
yndios del Cuzco, en el Pyrú, que tienen otra semejante tradi
ción (en Lloreda, 1992: 61).
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada / 65
Muerto el sobredicio sancto varón, refieren los yndios viejos,
por traddición de mano en mano, de sus mayores, que luego vino
deste Reyno uno dizen que fue demonio, y en figura de muger
anciana, a quienes ellos llaman la diosa Baque, madre de todos
sus dioses, como otra Juno. Les entró predicando contra la doc
trina de sobredicho sancto varón, procurando deshacer y borrar
de su ánimos, lo quél les avía enseñado... Y de aquí se fueron
estendiendo a adorar a sus caciques y señores muertos, con tan
tas ceremonias y supersticiones, ques cosa de espanto (en Lloreda,
1992: 61).
En el siglo XVII, Simón retoma dicha tradición en su conocida
crónica del Nuevo Reino; según su conocimiento, Bochica penetra
por el Oriente:
Desde allí vino al pueblo de Bosa, donde se le murió un ca
mello que traía, cuyos huesos procuraron conservar los natura
les, pues aún hallaron algunos los españoles en aquel pueblo
cuando entraron, entre los cuales dice que fue la costilla que
adoraba en la lagunilla llamada Baracio los indios de Bosa y Soacha
(Simón /l625/1981, t. ni: 374).
Enseñóles a hacer cruces y usar de ellas en las pinturas de
las mantas con que se cubrían y por ventura, declarándoles sus
misterios y los de la encarnación y muerte de Cristo, les diría al
guna vez las palabras que él mismo dijo a Nicodemus tratando
de la correspondencia que tuvo la Cruz con la serpiente de metal
que levantó Moisés en el desierto, con cuya visa sanaban los
mordidos de serpientes. De donde pudo ser la costumbre que
hemos dicho de poner las cruces sobre los sepulcros de los que
morían picados de serpientes. También les enseñó la resurrec
ción de la carne, el dar limosna y otras muy buenas cosas, como
lo era también su vida (Simón /l625/ 1981, t. ni: 375).
66 / Roberto Pineda Camacho
De otra parte, en algunos símbolos reconocía el misterio de la
Trinidad:
Los indios pijamas y algunos del distrito de Tuna, han teni
do figuras en sus santuarios con tres cabezas humanas o con tres
rostros en un solo cuerpo, que dicen ser tres personas en un sólo
corazón (Simón /l625/1981, t. ni: 374).
Empero, el misionero franciscano se muestra particularmente
cauto sobre la veracidad o verosimilitud de la identidad de Bochica:
"La cual tradición ni apruebo ni repruebo, solo la refiero como la he
hallado admitida como cosa común entre los hombres graves y doc
tos de este Reino" (Simón /l625/ 1981, t. III: 375).
Simón tenía la certidumbre de que la luz del evangelio había
penetrado por algún camino ya que, según su opinión, los indígenas
creían en la ocurrencia de un juicio universal, la inmortalidad del
alma y la resurrección de los muertos.
A lo largo del siglo XVII esta creencia se perpetuó en el Nuevo Reino
de Granada. El padre Zamora, cronista de la orden de los predicado
res, asevera, en su conocida crónica de la orden de San Antonio:
Con que de este sagrado apóstol se verificarán las señales que
se halla en todo este Nuevo Reino de Granada. En la provincia de
Cartagena hallaron los españoles algunos ídolos con mitras y bá
culos. En el cerro de Itoco de los muzos, se halla una losa y en
ella impresas huellas de pie humano. En la de Guane, en los in
dios de tocaregua está una losa de dos varas y media de alto y dos
de ancho, algo encajada en la tierra en que están tres figuras
humanas de hombres de medio relieve con un mismo género de
vestidos, como indios o apóstoles. El que está en medio tiene
barba, sandalias y un libro y a los pies cinco renglones que no se
entienden por ser letras no conocidas. A estas noticias verdade
ras que dieron al padre presentado fray Gregorio García (que las
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 67
refiere) los religiosos fundadores de esta provincia, solo faltó la
que una quebrada de aguas saludables que pasa por donde está
la losa, se llama la quebrada de los Santos.
En el valle de Ubaque. De jurisdicción de esta ciudad de San
ta Fe, cerca a una quebrada llamada Zaname se halla en una pie
dra estampado un pie humano. Y cuando la tradición de los na
turales no asegurara ser vestigio del pie del apóstol que predicó
en este Reino, lo acreditaran los continuos milagros que dicen a
obrado los polvos de aquellas piedra que los indios dan a beber a
los enfermos (Zamora/1701/, 1.1: 195, 274).
Y, más adelante, agrega:
Entre los sagrados Apóstoles se halla que Santo Tomás dejaba
estampadas en las piedras señales de su cuerpo y gloriosas plan
tas... Y habiendo determinado la Iglesia que predicó a las Indias
orientales en que se han hallado estas señales, hallándose en estas
occidentales del Nuevo Reino las de las plantas de pie humano de
este glorioso apóstol, se puede asegurar que fue el sol resplande
ciente, que derramó los primeros rayos del Evangelio en este Nuevo
Reino... Como un abismo llama a otro abismo... solo tocaba a este
abismo de la predicación llamar á los misterios del Evangelio a este
abismo del Nuevo Mundo (Zamora /1701/, s.f., 1.1: 276).
A finales del siglo XVII, asimismo, Lucas Fernández de Piedrahita,
obispo de Santa Marta, y calificador del Santo Oficio de la Inquisi
ción, consideraba también irrefutable la presencia de san Bartolomé
en el Nuevo Reino, como lo ponían de presente sus huellas encon
tradas en diversos parajes. Siguiendo un documento manuscrito de
Quesada, Fernández de Piedrahita anota:
Esperan el juizio universal, y creían la resurrección de los
muertos, pero añadían, que en resucitando avían de bolver a vi-
68 / Roberto Pineda Camacho
vir, y gozar de aquellas mismas tierras en que estavan antes de
morir, porque se avían de conservar en el mismo ser, y hermosu
ra, que tenían entonces. Tenían alguna noticia del diluvio, y de la
creación del mundo, pero con tanta adición de disparates, que
fuera indecencia reducirlos a pluma (Fernández de Piedrahita, /
1668/1987: 17).
[...] y siendo tan corriente en los Autores modernos (a que
dieron luz los antiguos) que entre las demás partes que predicó
el bienaventurado Apóstol S. Bartolomé, fue una de ellas estas
Yndias Occidentales: es muy verosímil, que el Bochica, de quien
hazen esta relación, fuese este glorioso Apóstol... (Fernández de
Piedrahita,/l 668/1987: 19).
Entre las pruebas de su naturaleza apostólica se encontraban su
túnica, manta y cabello similares al Nazareno, el haber recibido el
mismo nombre (Zuhe) con que los chibchas designaron a los espa
ñoles y, sobre todo, sus enseñanzas; además de las mencionadas evi
dencias, se destaca "la veneración a la Santísima Cruz poniéndola...
sobre algunos sepulcros".
De otra parte, la prueba material de su existencia "se halla es
tampada en una piedra de la provincia de Ubaque, fue señal del pie
del Apóstol, que dejó para prueba de su predicación, y tránsito por
aquellas partes, como por las de Quito, donde se halla otra en la
misma forma" (Fernández de Piedrahita, /1668/ 1987: 19).
La tradición se proyecta aún en el siglo XVIII de diversas formas.
El sacerdote José Domingo Duquesne no duda, en 1790, de la pre
sencia del apóstol santo Tomás en los primeros tiempos.
No obstante, como hemos mencionado, una nueva mirada ge
neral sobre la naturaleza de la religión penetró lentamente en la se
gunda mitad del siglo XVIII. En efecto, a través de Feijoó y otros au
tores españoles, los estudiantes de teología y de derecho pudieron
forjar una nueva sensibilidad frente a la vida religiosa, que se reflejó
en la comprensión de las "idolatrías" y en su transformación en
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 69
antigüedades. Pero estas nuevas ideas no sustituyeron las anterio
res ideologías, sino que se superpusieron como un verdadero pa
limpsesto.
Un almanaque sagrado
El mérito de José Domingo Duquesne, en la tradición de los estu
dios sobre las antigüedades en Colombia, es doble. Por una parte,
Duquesne respeta las creencias religiosas de los muiscas y, por otra,
recopila y efectúa sus propias interpretaciones sobre el simbolismo
de diversas piezas votivas que conservaban los indios de Gachancipá,
con singular sigilo, en un cueva. Duquesne era párroco de dicho pue
blo y fue llevado por las autoridades aborígenes a visitar este sitio
sagrado. Este sacerdote, nacido en Bogotá en 1748, transitó y obtu
vo todos los honores académicos disponibles en la Santa Fe de en
tonces, y fue uno de nuestros primeros hombres formados en gran
medida bajo el espíritu de la Ilustración. Desempeñó un papel des
tacado en diversos sucesos durante los años turbulentos de la Inde
pendencia, y elaboró una gramática muisca, lamentablemente aún
perdida.
Entre los diversos escritos de Duquesne sobresalen su Diserta
ción sobre el calendario de los muyscas. Indios naturales de este
Nuevo Reino de Granada, y su no menos interesante Sacrificio de
los moscas y significado o alusiones de los nombres de sus víctimas
(1795).
Como su nombre lo indica, la Disertación sobre el calendario tie
ne como objeto demostrar, con base en diversos elementos votivos,
que los muiscas poseían un complejo calendario, equiparable al que
por entonces también se había descubierto en México. Duquesne
define los objetos votivos como antigüedades y precisa, además, su
naturaleza de imágenes o figuras sagradas. Asimismo destaca la re
levancia del número veinte en la cosmología muisca y la estrecha re
lación del calendario con el sacrificio; encontró una gran similitud
70 / Roberto Pineda Camacho
entre la astronomía egipcia y la indígena, y destacó la complejidad
de su "zodíaco" (véase lámina IV).
Se ve también una gran conformidad entre los signos de los
Egipcios y los símbolos de los Indios. No pretendemos de que
los caracteres que hoy usamos en la astronomía sean los mismos
originales que inventaron los antiguos pero todos conocen que
retienen alguna semejanza de los elementos sobre que se forma
ron. Como también que los Egipcios no fueron sus primeros in
ventores, habiéndose propagado desde el valle de Senaar, junto
con los primeros conocimientos astronómicos. Pero los Egipcios
y los Indios que son descendientes de Can en la más probable
opinión, como aquellos, cultivaron la escritura simbólica, con más
aplicación que otras naciones, hasta hacerla propia (Duquesne,
1795:414).
Según Duquesne, el "portentoso" Tomagata, "fuego que hier
ve", se transformó en un famoso cometa. Aquél fue uno de sus más
notorios zaques: tenía un solo ojo, cuatro orejas y una gran cola si
milar a la de un tigre, o león, que arrastraba por el suelo. Pero po
seía ciertos poderes extraordinarios y una gran capacidad de trans
formación en otros seres, que se representaban con ocasión de
ciertos rituales.
El barón Alejandro von Humboldt obtuvo, a través del sabio Mu
tis, copia del manuscrito del calendario de Duquesne. Acogiéndose a
su interpretación, comparó el calendario y su sistema de numeración
con el mexicano y los de otras regiones del mundo. Humboldt no
dudaba de que la piedra "adornada con símbolos" representaba un
calendario lunar, con sus respectivas estaciones o períodos.
Más allá de si se trata o no de un calendario, el aspecto aquí re
levante es la manera como ambos leyeron la pieza. Para Duquesne y
Humboldt los signos tienen una significado propio, cuya interpre
tación debe hacerse en gran parte en el mismo marco de su cultura
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 71
y sociedad, casi como lo haría cualquier arqueólogo moderno. Estos
objetos no son ni ídolos ni fetiches, sino antigüedades; la mirada ar
queológica de Duquesne es, en realidad, más profunda. Se trata de
hieroglifos, de símbolos sagrados, cuyo sentido profundo se alcan
za solamente a través de la conciencia religiosa. Su ensayo sobre el
sacrificio, basado en el análisis etimológico de ciertos vocablos
muiscas, refleja una nueva dimensión de su pensamiento, en la que
el sacerdote se dedica a tratar de comprender el sentido de la des
trucción de la víctima sacrificial y su relación con la casa sagrada y
otras dimensiones de la cosmología aborigen.
Duquesne es, sin duda, el verdadero padre de la antropología
moderna en Colombia, por su actitud tolerante frente a otros pen
samientos y por su espíritu crítico y comparativo.
Guacas que arden y bienes sagrados de la Patria
Con relación a las prácticas religiosas y sus objetos se tejieron -como
se advirtió en la introducción y se expuso a lo largo de este ensayo-
diversos discursos hegemónicos. Los ídolos fueron percibidos como
símbolos de la acción del diablo y en cuanto tales fueron considera
dos fuentes del Mal. Esta satanización del pasado les confirió po
der, y seguramente las comunidades indígenas, mestizas y españo
las los consideraron focos de maleficios, brujería o magia.
Las imágenes mágicas afectaban de una forma u otra la vida de
los hombres. El discurso religioso cristiano relegó a los "infieles",
sus espíritus y bienes, y en particular sus restos funerarios, al "tiem
po del paganismo"; los "antiguos", o sea los infieles o paganos de
los tiempos prehispánicos o sus "dioses", se convirtieron -en vir
tud de la misma ideología católica, como bien lo ha advertido Taussig
refiriéndose a la situación de Sibundoy, al sur de Colombia-, en ver
daderos Anticristos (Taussig, 1988: 373). En este contexto, sus ído
los, instrumentos, etc., fueron "imágenes del diablo" y mecanismos
mnemotécnicos de su historia (Taussig, 1988: 375).
72 / Roberto Pineda Camacho
Simultáneamente, las comunidades indígenas coetáneas fueron
representadas bajo epítetos como "caribes", "antropófagos", "sal
vajes "idólatras", que mediatizaban ideas y poderes similares. Los
infieles del pasado y los salvajes del presente se convirtieron en las
fuentes de grandes males o de grandes bienes, según la situación y
el contexto. Las brujas de Silos o las visiones de los letrados como
el padre Julián o santa Gertrudis ponen de presente que en el siglo
XVIII seguían con fuerza gran parte de las mismas ideas que anima
ron la mentalidad medieval y los grandes procesos de brujería lleva
dos a cabo en España y también en los países reformistas durante
los siglos XVI y XVII.
Esto no nos debe extrañar, máxime cuando en la misma época,
en la Europa ilustrada, se adelantaban juicios de brujerías, por par
te de la Inquisición, incluso contra ciertos animales (cerdos, perros,
gallinas, etc.) acusados y juzgados formalmente como demoníacos.
La convicción de que los territorios indios se identificaban con
los dominios del diablo se proyectó, en efecto, a lo largo de toda la
Colonia. Por ejemplo, santa Gertrudis asevera que el pueblito de Po
tosí, en Nariño, estaba controlado por el diablo, hasta que fue insta
lado en sus inmediaciones el Santuario de la Virgen de las Lajas: sus
habitantes "eran gentiles y gentiles se conservan, y el demonio los
tenía ilusos con sus idolatrías que tenían; y cauteloso de conservar
y perpetuar allí su culto y adoración, y que nunca entrase allí la luz
del evangelio, arbitró la traza de aparecerse en una forma horrorosa
a todos los que querían acercarse a bajar al Guáitara, y si iban a ca
ballo, se les ponía sentado en la grupa. Era esto de manera, que ate
morizaba la gente no había quien se atreviese a ir al dicho paraje"
(santa Gertrudis, 1970, t. III: 82).
De manera simultánea, las "memorias de las figuras de salva
jismo", para utilizar la expresión de Taussig, también fueron ad
quiriendo otro sentido desde finales del siglo XVII, pero sobre todo
en las postrimerías del siglo XVIII: con un Duquesne, un Caldas, o
un Humboldt, iniciaron su tránsito hacia su transformación en an-
Demonología y antropología en el Nuevo Remo de Granada I 73
tigüedades, o sea en piezas de museo. De hecho, el lenguaje utili
zado en la descripción de una guaca efectuada por Santa Gertrudis,
a mediados del siglo XVIII, ya ponía de presente un cambio en este
sentido:
Este pueblo [de Pedregal] fue muy rico antes de la Conquis
ta, y lo advierto que los indios entonces enterraban todo cuanto
tenían. Y estos entierros o sepulcros llaman guacas: y cuando
moría algún cacique, todos los del pueblo le tributaban oro, ya
labrado o sin labrar, y lo echaban en la guaca; y como había in
dios ricos y pobres, de aquí es que hay guacas ricas donde se ha
lla mucho oro, y guacas pobres donde no se hallan sino juguetes,
como son platillos, ollitas, jarras, muñequitos y varios pájaros de
animales. Pero todo de un barro muy fino y la figura con una total
perfección. El día que fui en La Plata al trapiche de doña Manuela
Flórez, ahí junto al trapiche había cavado una guaca. Era una
concavidad hecha de propósito en una peña, por una boca por
donde la fabricaron y después se cavó. Y la vi, y según lo grande y
primorosa que está, hubo de ser guaca de algún cacique. Así lla
maban a los que gobernaban los pueblos, o de algún indio de gran
nombre. La guaca se descubrió por las llamas que echaba de
noche. La cavaron y no hallaron sino tiestos y muñecos. Lo que
digo que arden las guacas es cosa cierta, especialmente y los vier
nes y los cuartos de luna. Y por estas llamas se han descubierto
muchísimas (Santa Gertrudis, 1970, t. II, Cap. 5).
Como bien lo ha advertido Serna (1996), el proceso se invirtió:
los objetos satanizados se transformaron de manera lenta y sinuosa
en "bienes sagrados", consagrados en el Museo Nacional, ese ver
dadero, al decir de muchos de sus visitantes, "altar de la patria", sin
que desaparezcan los seculares discursos sobre el salvajismo ni tam
poco las visiones sobre los hombres de Antigua y sus memorias
materiales entre la élite, los viajeros y el pueblo.
74 / Roberto Pineda Camacho
Este proceso de "santificación" alcanzó una primera expresión pú
blica con la apertura del Museo de Historia Natural en 1824, en Bo
gotá, que exhibía, además de muestras de piedras y otros minerales,
un meteorito, un momia muisca, huesos de animales antediluvianos
de Soacha, el manto de la mujer de Atahualpa y, luego, la corona que
Bolívar recibió de la comunidad del Cuzco en reconocimiento a su
labor libertaria6.
Uno de sus directores, el coronel Joaquín Acosta, publicó pos
teriormente una de las primeras Historias de la Conquista y coloni
zación de la Nueva Granada, que dedica parte de su atención a la
6 De acuerdo con Boussignault, en la Capuchina, un monasterio de Bogotá, los frailes conservaban ciertas reliquias humanas. El científico francés visitó el monasterio, en los años veinte del siglo pasado: los frailes habían sido expulsados, con excepción de uno que montaba guardia.
"Por fuera, la Capuchina es un bonito monasterio y al golpear vino a abrir una pesada puerta, como de fortaleza, un fraile bien encapuchado... Lo que me llamó especialmente la atención fue una colección de reliquias artísticamente arregladas, con sus respectivas etiquetas, guardadas en armarios, vitrinas, cuyas llaves pedí. Mi cicerone, quien conocía muy bien las preciosas reliquias, me explicó su origen y su poder: se veían dientes, maxilares, tibias y omoplatos de una gran cantidad de santos y el cura me los presentaba, pidiéndome que los mirara muy de cerca: me parecía estar en un museo paleontológico en presencia de osamenta de fósiles...
"Al día siguiente recibí la visita del señor cura cicerone: "—Y bien, qué piensa de las reliquias? "-Nada, usted sabe muy bien, mi querido cura, que yo no creo en porquerías. "-Porquerías, porquerías, de acuerdo, pero valen mucha plata: i no se ha dado usted cuen
ta que esas santas osamentas tienen un aspecto muy diferentes de las que no son santificadas?"
Según Boussignault, el fraile le propuso falsificar las osamentas, por medio de procedimientos químicos, con lo cual harían un pingüe negocio:
"Podríamos hacer dinero; yo le traería osamentas y Ud. la santificaría por medio de la química. En cuanto a venderlos, no se preocupe, se venderían más de los que Ud. pudiera santificar".
El científico francés, indignado, rechaza la supuesta oscura oferta del fraile, ya que la asimila a una proposición de robo:
"-Así que no hay negocio? "-No y salga de aquí" (Boussignault /1892/ 1994; 375-376).
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 75
historia indígena prehispánica. Asimismo, en su obra transformó las
representaciones del padre Romero sobre el templo de los "idólatras
aruacos" -que visitó a finales del siglo XVII- y algunas ilustraciones
de los objetos muiscas recogidos por Duquesne (véase lámina V).
De ahí en adelante el Museo Nacional albergará, con múltiples
altibajos, los nuevos objetos sagrados, entre los cuales se mezclan
minerales, las antigüedades de los indios, memorias de la Colonia,
retratos de los héroes de la Independencia, espadas, pinturas, etc. A
finales del siglo XIX, por ejemplo, allí estaban depositados, entre otros
objetos, según el testimonio de Rosa Carnegie-Williams, "la calavera
del virrey Solís, un taburete de fusilamiento, huesos de un mastodonte,
terneros de dos cabezas conservados en alcohol, algunos tigres dise
cados, una viejo baúl, raros minerales, una reliquia de las pirámides
de Egipto, muestras de flora y fauna, un reloj solar, retratos de Hum
boldt y Caldas, y... también estaban expuestas lanzas, espadas y otras
armas pertenecientes a los antiguos indígenas..."; frente a la cama de
Bolívar en la noche septembrina, "había un cofre que contenía ídolos
indígenas de piedra, así como un así llamado almanaque, muy curio
so, labrado en piedra y cubierto con símbolos y ranas, el cual era uti
lizado por los indios muiscas" (citado en Serna, 1996: 105).
Las momias, el calendario muisca, la cama de Bolívar, los retra
tos de virreyes y de Felipe II, de monjes y sacerdotes, grandes cua
dros de escenas religiosas {Magdalena moribunda, La resurrección
de Lázaro, El apedreamiento de Esteban, entre otros), estaban to
dos reunidos en un mismo albergue, en un gran montaje que debía
ser leído de forma múltiple por sus visitantes. Mientras tanto, se ur
día una nueva historia sobre el pasado aborigen y la nación, cons
truida, en gran medida, como bien lo advierte Serna, en los esfuer
zos intelectuales, en las prácticas de extirpación de idolatrías, en las
formas de apropiación del pasado por los sectores populares, etc.,
de los hombres de Antigua, de la Colonia.
Pero la santificación fue parcial, y los tesoros de los indios fue
ron también objeto de la codicia de la élite criolla y de los guaqueros,
76 / Roberto Pineda Camacho
con un fin exclusivo de lucro. A los pocos años de la conformación
de la República de Colombia, algunos de los hombres más prestantes
de Bogotá -entre ellos, el general Santander- conformaron una ver
dadera sociedad para desaguar -otra vez- la laguna de Guatavita, el
lugar por excelencia de El Dorado. De acuerdo con el propio testi
monio del viajero inglés Stuart Cochrane, el desagüe de Guatavita
era una tema corriente de conversación en aquella época, y él mis
mo ofreció al señor "Pepe" París, director del proyecto de desagüe,
sus conocimientos técnicos con este propósito. Con motivo de una
fiesta que el inglés ofreció a lo más selecto de la sociedad bogotana,
aquel instaló "en el jardín de la casa un gran sifón, a través del cual
el agua era llevada de una alberca a otra ubicada a considerable dis
tancia, para mostrarles a los colombianos que, aun cuando fracasa
ra el actual desagüe de la laguna, éste sería posible con la ayuda de
un sifón. Al mismo tiempo repartí un grabado en cobre de la laguna
y una hoja con los cálculos de costos para desaguarlo y el tiempo ne
cesario para lograrlo. Cuando me di cuenta de que mi ayudante rea
lizó mal el experimento, me dispuse yo mismo a la tarea y, por fin, el
experimento resultó exitoso".
No obstante los esfuerzos y análisis técnicos del viajero inglés,
el proyecto fracasó, y fue retomado con relativo éxito a principios del
siglo XX por una compañía inglesa'. Una década después, en 1933,
el gobierno expidió una ley que legalizó el saqueo de los "tesoros de
los indios", reconociéndoles el derecho de propiedad a los guaqueros
y excavadores de tumbas. Bajo este amparo legal, la República im-
' En 1911 la empresa inglesa Contractors Ltd. de Londres desecó casi completamente la laguna. La piezas se remataron por parte de la Casa Sotheby's. La Casa mencionada elaboró un catálogo de las piezas, que contiene las primeras descripciones y fotografías de las piezas halladas en la laguna. Se estima que de la laguna se extrajo multitud de piezas de oro durante los diversos intentos de desagüe, con un jieso total de por lo menos 100 kg. Lleras menciona, a manera de comparación, cómo 800 piezas actuales del Museo del Oro, en Bogotá, pesan 9 kilogramos, de manera que de esta forma podemos presumir la gran diversidad y variedad de piezas de allí extraídas y representadas en los 100 kg. (Lleras, 1998).
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 77
pulsó también la profanación de las huacas de los indios, cuyos ob
jetos y piezas orfebres serían fundidos en las Casas de Oro, o ini
ciarían un tortuoso tránsito, junto con otros objetos arqueológicos y
etnográficos, hacia los museos locales o extranjeros.
ANEXO
Lámina I
Demonología y antropología en el Suevo Reino de Granada I 79
i ^ j ^ > J g y V ^ s a ^ 2 g f S a g ^ g ^ ^ ^ S ^ g 3 g
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Lámina II
80 / Robería Pineda Camacho
Lámina III
Demonología y antropología en el Suevo Reino de Granada I 81
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Lámina TV
82 / Roberto Pineda Camacho
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Lámina V
Demonología y antropología en el Suevo Reino de Granada I 83
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Mauricio Nieto Otarte
REMEDIOS PARA EL IMPERIO:
de las creencias locales a l conocimiento ilustrado en la botánica del siglo XVIII
Toda ciencia es necesariamente local; el conocimiento, en cualquiera
de sus expresiones, tiene su origen y adquiere credibilidad dentro de
grupos sociales, lugares geográficos y momentos históricos específi
cos. La historia y la sociología de la ciencia deben dar cuenta de los
procesos que hicieron posible que ciertas formas de conocimiento
perdieran su localidad y adquirieran la categoría de universales. La
idea de "ciencia moderna", que con tanto entusiasmo se convirtió en
la bandera de la Ilustración europea, tiene un carácter global y uno de
sus más destacados atributos es el de no pertenecer a ningún lugar
en particular, lo cual le dio al conocimiento un sentido político sin pre
cedentes en la historia de Occidente. La Ilustración es un período en
el cual los europeos viven un creciente sentimiento de poder sobre la
naturaleza y sobre otros seres humanos. El éxito de la física newtoniana
se convierte en una convincente muestra del triunfo de la razón so
bre la naturaleza, que parecía dejar claros los criterios de demarca
ción entre conocimiento y creencia.
La historia natural y los sistemas de clasificación del siglo XVIII,
como es el caso de la taxonomía linneana, pretenden ser la expre
sión del único orden posible en la naturaleza y, por lo tanto, se con
vierten en la expresión de una empresa política de control global.
La historia natural durante el siglo XVIII fue una empresa políti
ca con la cual los europeos buscaron apropiarse del mundo entero.
El propósito de los viajeros naturalistas durante la Ilustración era
entonces el de poder reconocer, nombrar, clasificar y, en la medida
90 / Mauricio Nieto Otarte
de lo posible, transportar a Europa cada uno de los objetos natura
les sobre el planeta. La historia natural es un conjunto de prácticas
cuyo fin es hacer familiar, domesticar y estar en control de todo lo
que parece extraño y ajeno.
Las expediciones científicas de la Ilustración europea fueron, a
su vez, parte de un proyecto económico en el que los imperios euro
peos competían por el monopolio de la comercialización de plantas
útiles. Carlos III y sus ministros parecían coincidir en que la solución
a los problemas económicos de España estaba en una explotación más
eficiente de los recursos naturales de América, pero ya no solamente
del oro y la plata, sino de la riqueza vegetal del Nuevo Mundo. Su mayor
interés estaba en las virtudes medicinales que parecían tener nume
rosas plantas americanas1.
Hipólito Ruiz fue uno de los viajeros españoles a cargo de la Real
Expedición al Nuevo Reino del Perú y Chile. Fue uno de los pocos
españoles que logró publicar sus trabajos sobre plantas medicina
les, los cuales nos servirán de guía para examinar la relación entre
los saberes locales y la ciencia ilustrada.
Como lo veremos con algunos ejemplos, las investigaciones de
los naturalistas españoles tenían como prioridad aquellas plantas que
podían substituir productos que llegaban a Europa del Oriente y que
España se veía obligada a comprar. El interés español por las espe
cies americanas es el reflejo de una política económica de substitu
ción de productos importados, los cuales, eventualmente, España
estaría en capacidad de exportar. Algunos ejemplos importantes son
los estudios sobre la canela, el té, el bejuco de la estrella, la raíz china
u otras plantas que se suponía podrían cultivarse en América para
acabar con el monopolio de ingleses y holandeses sobre éstos y otros
productos importados de colonias orientales.
1 Mauricio Nieto, "Políticas imperiales en la Ilustración europea: historia natural y la apropiación del Nuevo Mundo", en Historia Crítica, N° 11, 1995, pp. 39- 51.
Remedios para el Imperio I 91
El papel central que tiene la medicina dentro de las empresas
científicas españolas durante el reinado de Carlos III debe ser en
tendido como parte de un proyecto político que pretende recobrar
la salud del imperio.
Mostraremos aquí cómo el "descubrimiento" de nuevas espe
cies o de plantas medicinales debe ser explicado como un proceso
de traducción de saberes locales propios de los habitantes de Amé
rica a la ciencia de la Ilustración europea. Para entender este proce
so de traducción por medio del cual los viajeros se hacen portavo
ces y se proclaman descubridores y dueños de la naturaleza, de las
plantas y sus virtudes medicinales, debemos abandonar la románti
ca idea del explorador que en medio de la selva encuentra, "descu
bre", una nueva medicina por primera vez. Los logros de los natu
ralistas serán explicados en términos de un proceso de traducción
de conocimientos locales y testimonios populares a un lenguaje que
pretende perder su localidad y ser presentado como universal. La
taxonomía linneana y la medicina de la Ilustración europea son cla
ros ejemplos de dicho proceso. Como es obvio, los exploradores no
estaban en capacidad de probar las virtudes medicinales, culinarias
o industriales de cada una de las especies americanas, y su primera
fuente de información no era, como repetidamente se afirma, la
observación directa de la naturaleza. El conocimiento de las virtu
des medicinales de las plantas americanas generalmente depende
de tradiciones locales.
El gobierno español había promovido la incorporación de reme
dios americanos mucho antes del siglo XVIII. Desde 1570, cuando
Felipe II nombró los Protomédicos para las Indias, éstos tenían como
una de sus principales funciones recopilar información sobre la
medicina local y el conocimiento de hierbateros en América, y to
mar nota de cada hierba, árbol, raíz o semilla que pudiera tener al
guna utilidad médica. Una cédula real firmada por Felipe II en 1570
muestra el interés del Estado en las plantas medicinales de Améri
ca: "... todas las hierbas, árboles, plantas o semillas que puedan ha-
92 / Mauricio Nieto Olaríe
liarse en aquellos lugares y que tengan alguna utilidad médica de
ben ser enviadas a este reino..."2.
Cuatro años más tarde aparecería otra cédula real en la cual se
ordena la recolección y traducción de todos los reportes sobre las
prácticas medicinales de los nativos. Buena parte de éstos se publi
caron en 1577 bajo el título Instrucciones y memorias de la descrip
ción de las Indias que su majestad manda hazer pa ra el buen
govierno y para el enoblecimiento de ellas.
Además de estos reportes, antes del siglo XVIII aparecerían otras
publicaciones sobre plantas medicinales que alimentaron las expec
tativas sobre el poder curativo de las plantas americanas. Tenemos
por ejemplo el trabajo de Nicolás Bautista Monardes, Dos libros, el
uno que trata de todas las cosas que traen de nuestras Indias Occi
dentales que sirven al uso de la medicina... traducido y publicado
en varios idiomas en 1572; la Historia natural de las Indias... del pa
dre José de Acosta, publicada en 1590; los escritos de Garcilaso de
la Vega y Bernardo Cobo; el trabajo del francés Louis Feuille, Histo
ria de las plantas medicinales mas usadas en los reinos del Perú y
Chile en la América meridional... de 1714.
Todos estos autores coinciden en suponer que América es un
enorme jardín de plantas medicinales y que muchas de ellas han sido
usadas con éxito por los nativos americanos. Sin embargo, las cul
turas americanas y sus conocimientos son descritos como salvajes,
irracionales y supersticiosos. El sacerdote jesuita Bernardo Cobo
escribe:
[...] los tratamientos médicos de estos indios del Perú están
acompañados de magia y superstición... son bárbaros con poco
conocimiento... y su ignorancia es tal que ninguno de ellos sabe
2 Francés María del Carmen Causape, "Estudio de la especialidad farmacéutica en España", enBoletín de la Sociedad Española de Parmacia, 94 (1973), p. 49.
Remedios para el Imperio I 93
cómo informar a un doctor sobre sus dolencias ni cual podría ser
la causa de éstas. Sin embargo... poseen numerosas hierbas para
curar sus enfermedades y entre ellos encontramos hierbateros,
de ellos nosotros hemos aprendido sobre el poder curativo de
muchas de las hierbas usadas hoy en la medicina3...
Se resalta también la falta de conocimiento entre los nativos de
los principios básicos de una medicina racional, como es la teoría
hipocrática de los cuatro humores.
Las fuentes que existen para investigar las prácticas médicas de
los nativos americanos son escasas y en su mayoría se limitan a tes
timonios de cronistas europeos, quienes coinciden en suponer que
hay mucho que aprender de los indígenas, pero que sus conocimien
tos no tienen ninguna justificación racional y, por lo tanto, es nece
sario que estas plantas sean incorporadas a los sistemas de clasifi
cación europeos y que sus virtudes terapéuticas sean interpretadas
a la luz de las doctrinas de la medicina tradicional europea.
Los diarios, correspondencia y reportes de los exploradores es
pañoles en América contienen cientos de referencias sobre plantas
medicinales que llamaron la atención de los viajeros por sus simili
tudes botánicas con otras plantas útiles ya conocidas o porque eran
utilizadas por los nativos. En la Relación histórica del viaje a los rei
nos del Perú y Chile, de Hipólito Ruiz, se presenta un índice de nom
bres populares y científicos de 170 plantas. La gran mayoría de és
tas son remedios para enfermedades venéreas o tienen propiedades
febrífugas, las enfermedades con mayor impacto sobre la población
del Imperio español.
Dentro de los programas para el fortalecimiento de la Corona y
centralización del gobierno, los ministros de Carlos III buscaron un
3 Bernardo Cobo, Inca Religión and Customs, trad. Ronald Hamilton, Austin: University
of Texas Press, 1979, pp. 220-222.
94 / Mauricio Sieto Olarte
control más efectivo sobre la farmacia y la medicina a través del
protomedicato. Uno de los resultados de estas políticas se puede ver
en las publicaciones de las distintas ediciones de \aPharmacopeia,
que se publican en España entre 1739 y 1860. La Pharmacopeia no
son más que listas de drogas que tienen un reconocimiento legal y
que pueden ser comercializadas con el permiso y el control de la
Corona española. Desde su primera edición ya aparecen remedios
extraídos de plantas americanas como la quina, pero uno de los pro
pósitos de las Reales Expediciones Botánicas del siglo XVIII, tal y
como lo expresa su principal organizador, Casimiro Gómez Ortega,
era el fortalecimiento de la industria farmacéutica española, que se
haría conocer en Europa a través de dichas publicaciones4.
De creencias nativas a conocimiento científico
Parece obvio suponer que las civilizaciones del Nuevo Mundo depen
dieron en buena medida del conocimiento, cultivo y recolección de
plantas útiles, y como lo podemos corroborar en múltiples casos, las
prácticas de los nativos se convirtieron en la principal fuente del co
nocimiento médico y botánico de los europeos ilustrados. Sin embar
go, los diarios de los viajeros europeos dejan ver una pobre opinión
de las culturas y creencias de los nativos americanos. Es común en
contrar referencias sobre los nativos americanos como gente "pere
zosa", "malvada", "rateros", "belicosos", "supersticiosos" y "decla
rados enemigos de los europeos".
Debemos tener claro que los exploradores científicos no pudie
ron haber descubierto una nueva droga en las selvas americanas. Las
tareas de los expedicionarios son parte de un proceso de traducción
y apropiación de las prácticas locales a una ciencia ilustrada. Su fun-
4 Casimiro Gómez Ortega, Instrucción sobre el método más seguro y económico de transportar plantas vivas, Biblioteca de Clásicos de la Farmacia Española, pp. 1-12.
Remedios para el Imperio I 95
ción consistió en desplazar objetos naturales y hacer públicos sus
usos medicinales y su valor comercial, pero pensar en los viajeros
naturalistas como autores de descubrimientos específicos, por ejem
plo, decir que Mutis descubrió la Cinchona officinalis, o que Ruiz
descubrió las propiedades curativas de la raíz de yallhoy contribuye
a crear una visión incorrecta de los viajes de exploración científica.
Todos los casos que discutiremos enseguida presentan patro
nes similares, y todos ellos nos permiten reconocer la importancia
de los saberes nativos y muestran la función que tiene la taxonomía
como un mecanismo de traducción y apropiación de plantas medi
cinales, al igual que nos permiten ver que el estudio de la naturale
za es inseparable del comercio y de la política.
La planta americana de mayor importancia para los científicos
viajeros del siglo XVIII es el árbol de la quina, cuya historia está llena
de leyendas sobre su descubrimiento y sobre los diferentes usos que
les daban los indígenas americanos3.
Calaguala
haPharmacopeia Matritensis de 1762, mucho antes de que Hipólito
Ruiz partiera para América en 1777, incluía la calaguala como des
coagulante y sudorífico. Aparece también en la Instrucción sobre el
modo más seguro y económico de transportar plantas vivas, de Casi
miro Gómez Ortega, como una de las plantas para ser estudiada por
los naturalistas españoles.
En 1796 Ruiz publica su Memoria sobre la legítima calaguala y
otras raíces que con el mismo nombre nos vienen de la América me
ridional. Éste, como muchos otros de los escritos sobre plantas de
los viajeros españoles, era un intento por establecer las diferencias
5 Ver por ejemplo Jaime Jaramillo Arango, "A Critical Review of The Basic Facts in The History of Cinchona", en: Journal ofthe Linnaean Society, N° 53, 1949, pp. 272-311.
96 / Mauricio Sieto Otarte
y reconocer una única y genuina especie dentro de un grupo de plan
tas que se vendían bajo el mismo nombre.
Entre los traficantes, droguistas y profesores de la medicina
se conocen baxo el mismo nombre de Calaguala las tres espe
cies de raíces que nos vienen del Perú, pero los indios y natura
les de aquel reyno distinguen estas tres especies con nombres
muy diferentes derivados con bastante propiedad de las mismas
plantas. A la primera y legítima Calaguala la llaman Ccallahuala,
a la segunda Puntu-puntu y a la tercera Huacsaro6.
De manera similar, Mutis, en su trabajo sobre quinas, presenta
cuatro especies distintas, las cuales corresponden a criterios de los
recolectores americanos.
Ruiz es enfático en que el propósito de su escrito es hacer clari
dad para el reconocimiento de la especie genuina. Pero, ¿cuáles son
los criterios y fundamentos de sus conclusiones? La especie genui
na es la originalmente usada por los indios, la cual, según él, era co
nocida por los habitantes de estas regiones mucho antes de la llega
da de los europeos. En cuanto a los usos de la planta, también busca
respaldo en la experiencia de los nativos:
Los indios y demás naturales del Perú creen que las virtudes
descoagulante, anti-reumática, sudorífica, antivenérea y febrífuga
de esta raíz son reales y verdaderas, y disputárselo parecería te
meridad cuando la experiencia de tantos años se las tiene com
probados'.
6 Hipólito Ruiz, Disertaciones sobre la raíz de la ratánhia, de la calaguala y de la china y acerca de la yerba llamada cachalagua, Biblioteca de Clásicos de la Farmacia Española, pp. 20-21. ' Hipólito Ruiz, Ibid., p. 31.
Remedios para el Imperio I 97
Ruiz explica las diferencias taxonómicas linneanas de las tres
plantas que pertenecen al género Polipodium, y que son en su con
cepto tres especies distintas. También se incluye, como es común
para cualquier descripción botánica, un dibujo de la planta que per
mita apreciar sus caracteres específicos para una clasificación acorde
con el sistema linneano.
A pesar de que el argumento principal que nos presenta Ruiz a
favor de las virtudes de la calaguala, al igual que para el adecuado
reconocimiento de la especie, se basa en las costumbres y tradicio
nes locales, que son presentadas como antiguas y confiables, éste
parece presentarse más tarde como mera anécdota. La legitimidad
de sus descubrimientos no podía sustentarse sobre las creencias de
salvajes que suelen ser vistos como supersticiosos e inútiles.
Los nativos americanos no compartían con los europeos del siglo
XVIII categorías linneanas como género o especie, ni tampoco concep
tos propios de la medicina europea, como antirreumático, sudorífico,
descoagulante, antivenérea o febrífuga.
Se requiere entonces un proceso de traducción en el cual el ex
pedicionario español, como botánico y médico de la Ilustración euro
pea, sea el verdadero portavoz y autor de dichos descubrimientos.
Un principio importante, que se repite en los escritos sobre plan
tas medicinales, es la idea de que especies emparentadas taxonómi
camente deberían presentar virtudes similares, de manera que se
proclaman descubrimientos de especies nuevas que por su familia
ridad podrían reemplazar a otras plantas con un comercio ya esta
blecido. Ruiz señala las múltiples propiedades medicinales de otras
plantas de la familia de los heléchos, citadas por Linneo en su Ma
teria médica, los cuales además crecen en condiciones similares a
las de la calaguala.
La traducción de costumbres y creencias populares a un conoci
miento ilustrado requiere de una serie de acciones: referirse a la planta
con un nombre en latín, lo que le da a ésta un lugar en el sistema de
clasificación linneano; elaborar una representación gráfica adecuada,
98 / Mauricio Nieto Otarte
en la cual se hagan visibles los caracteres necesarios para su recono
cimiento botánico; explicar sus efectos curativos en términos de en
fermedades europeas e indicar formas de preparación de los reme
dios utilizando métodos familiares en la farmacia del siglo XVIII.
Ratánhia
En su memoria sobre la ratánhia, Ruiz explica:
En todos los tiempos el hombre para el alivio de sus enfer
medades ha procurado indagar los usos y virtudes, tanto de las
plantas y de sus partes, como las de las demás producciones na
turales. Las naciones bárbaras y las gentes menos cultas, como
dice Brunn, han sido seguramente las que han dado mayor au
mento en esta parte de la medicina. Los chimicos y físicos han
puesto su mayor atención y conato en realizar y adelantar los
descubrimientos, hechos por aquellas naciones y gentes poco o
nada civilizadas... Son muy pocos los profesores de medicina que
se han dedicado al descubrimiento de las virtudes de algún pro
ducto natural; pero muchos los que se han ocupado de propagar
los... Las primeras virtudes y usos de las raíz de la ratánhia de
ben también contarse entre los descubrimientos hechos por
naciones bárbaras y gentes poco cultas, pues que los indios del
Perú usaban desde tiempo inmemorial de esta raíz como un re
medio y un específico poderoso para afirmar la dentadura...8.
La raíz de la ratánhia fue uno de los pocos remedios que se in
corporaron en la Pharmacopea hispánica como resultado de las in
vestigaciones de las Reales Expediciones Botánicas. Fue incluida en
la cuarta edición de 1817 como astringente.
Hipólito Ruiz, ibid., pp. 9-10.
Remedios para el Imperio I 99
En 1799 Ruiz publica en Madrid su trabajo Disertación de la
ratánhia, específico singular contra losfluxos de sangre... Ruiz ex
plica que él no tenía conocimiento de las propiedades de esta raíz
hasta no haber visto a una mujer cepillándose los dientes con un tro
zo de la raíz de la misma ratánhia, Krameria triandra, que él había
descubierto en 1780. Ruiz cuenta cómo el sabor ácido y austero de
la raíz lo hizo suponer que, al igual que otras substancias de similar
sabor, podría tener propiedades astringentes. Ruiz se refiere a al
gunos incidentes en los cuales la medicina fue utilizada con éxito
como antihemorrágico: la hemorragia nasal de un herrero, la mens
truación prolongada de una esclava y otros episodios en que él había
sido testigo o había escuchado de su eficacia.
Yallhoy
Otra de las publicaciones de Hipólito Ruiz sobre plantas medicina
les es su Memoria sobre las virtudes y usos de la raíz de la planta
llamada "Yallhoy" en Perú..., donde una vez más se cuenta cómo el
primer indicio que tienen los doctores españoles de sus virtudes
proviene de costumbres de los nativos americanos. Ruiz nos cuenta
cómo en la provincia de Huanuco los doctores lograron controlar una
epidemia de disentería gracias a un remedio preparado con la cor
teza de la raíz de una planta llamada yallhoy, la cual era usada entre
los nativos para limpiarse los intestinos cuando sufrían de diarrea.
Todos los escritos de Ruiz sobre plantas medicinales están acom
pañados por una detallada descripción botánica que incorpora la
planta dentro del sistema linneano de clasificación, determinando los
nombres latinos de su clase, género y especie: Octandria, Monnina
polystachya. De igual manera, no puede faltar una elaborada ilus
tración.
En ocasiones, se hacen referencias a análisis químicos y a rece
tas con cantidades específicas para preparar los remedios, infusiones,
pildoras, polvos o lavados.
100 / Mauricio Nieto Otarte
Podríamos extendernos con muchos otros ejemplos similares,
como es el caso de la planta conocida como bejuco de la estrella,
sobre la cual Ruiz afirma que el gran aprecio del que goza dicha plan
ta entre los indios despertó en él interés por conocerla, planta que
más tarde será considerada por Ruiz como una poderosa droga con
tra la disentería, las fiebres inflamatorias, los resfriados, los dolores
reumáticos y varias enfermedades causadas por la fatiga.
Conclusiones
Las publicaciones, manuscritos y diarios de los viajeros españoles
que durante el siglo XVín viajaron a América en busca de plantas útiles
sugieren patrones comunes en la introducción y certificación de los
nuevos remedios.
En primer lugar, es evidente que los botánicos españoles desa
rrollan sus investigaciones dentro de un proyecto de fortalecimien
to económico y político del imperio. Con algunas excepciones, to
das las plantas que llamaron la atención de los naturalistas ibéricos
eran, o se asumía que podrían ser, especies que podrían remplazar
medicamentos ya conocidos. Los botánicos asumían que especies
emparentadas taxonómicamente deberían tener propiedades simi
lares, de manera que la taxonomía y en particular el sistema linneano
de clasificación se convirtieron en una herramienta fundamental de
legitimación.
También es evidente que las prácticas médicas y el uso de plan
tas medicinales entre los nativos americanos tuvieron un impacto
importante sobre las investigaciones de los expedicionarios españo
les. El conocimiento médico de los americanos nunca fue reconoci
do como tal, y fue, por el contrario, visto como una serie de creen
cias irracionales y, sin embargo, podemos ver que dichas creencias
eran reinterpretadas y traducidas a un lenguaje y a un estilo más
acorde con los intereses y las creencias de la Ilustración europea. Se
trata de un proceso de traducción en el cual no sólo los viajeros to-
Remedios para el Imperio / 10)
man parte: en Europa, farmaceutas, químicos y médicos cumplen
con la suya.
Para la percepción del europeo las creencias de los nativos pare
cen ser útiles, pero no tienen ninguna credibilidad; la credibilidad está
en la forma como se presentan estas creencias, no en su contenido.
El lenguaje utilizado para describir las virtudes de las plantas,
términos como "astringente", "diurético", "febrífugo", o la referen
cia a órganos específicos en la anatomía humana, hacen de los doc
tores europeos portavoces y les dan control sobre los nuevos reme
dios que ya parecen logros y propiedad de la medicina ilustrada.
Traducir es desplazar, transferir, remover de una persona, lugar
o condición a otro; es también expresar en nuestra propia lengua,
en nuestros propios términos, lo que otro dice o hace. El resultado
de este proceso, diría Callón, es una situación en la cual unas per
sonas adquieren control sobre otras9.
Hay un desplazamiento de los bosques americanos a los labora
torios del Palacio Real en Madrid. En el Real Jardín Botánico de Ma
drid, en el gabinete de historia natural o en los laboratorios de la Real
Botica es donde los europeos ganan total control sobre la vegetación
americana. Es dentro de las paredes de estos edificios en el centro
de Madrid donde la complejidad, variedad y exotismo del mundo
natural de América es domesticado.
Para resumir, podríamos identificar tres fases en el proceso de
traducción. Una primera en la cual los viajeros reportan conocimien
tos de tradiciones locales, y en la cual se recrean historias de descu
brimiento. Con esto no sólo se despierta el interés y la curiosidad
de la comunidad científica, los comerciantes y el público en gene
ral, sino que se le da cierta credibilidad a los hallazgos de los expe-
9 Michael Callón, "Some Eleraents of a Sociology of Translation: Domestication of The Scallops and Fishermen of St. Brieuc Bay", en Johon Law (ed.), Power Action and Belief, London: Routledge and Kegan Paul, 1986, pp. 196-233.
102 / Mauricio Síeto Otarte
dicionarios. En una segunda fase los botánicos elaboran una identi
ficación taxonómica dentro de un orden ya familiar a los europeos,
el cual, en el caso de plantas medicinales, es una práctica indispen
sable para la certificación de una especie genuina. Finalmente, po
demos ver una tercera etapa en la cual las plantas no solamente son
incorporadas en un sistema de clasificación, sino que reciben un
nombre binario y en latín que denota el género y la especie, son di
bujadas y disecadas y en ocasiones reducidas y analizadas en sus
componentes químicos.
El resultado de las prácticas descritas es que el conocimiento
médico, las drogas y su comercialización se convierten en propie
dad exclusiva de una comunidad cuyos intereses están centraliza
dos en Europa.
Los intereses comerciales y científicos de la Corona española
estaban a su vez atrapados en una red de poder político, económico
y científico sobre la cual España no tenía control. El conocimiento y
el comercio parecían estar, cada vez más, bajo el control de otras na
ciones y los remedios americanos no curaron los males del Imperio
español.
J o s é Antonio A m a y a
UNA FLORA PARA EL NUEVO REINO
Mutis, sus colaboradores y la botánica madri leña (179I-1808)1
Nuevos planes para la Expedición
El 11 de noviembre de 1791 el virrey José de Ezpeleta (1742-1823)
accedía a la petición elevada por el director de la Expedición Botá
nica, José Celestino Mutis (1732-1808), en el sentido de vincular a
aquel centro en calidad de adjuntos científicos a Francisco Antonio
Zea (1766-1822), a los hermanos José (1772-18 ? ?) y Sinforoso Mu
tis Consuegra (1773-1822) y a Juan Bautista Aguiar2. Casimiro
Gómez Ortega (1741-1818), director del Real Jardín Botánico del
Prado, jefe inmediato de Mutis, había objetado, ya desde 1783, no
poder aprobársele a éste nuevos adjuntos sin que mediara el envío a
Madrid de avances de su obra3. No se sabe si el virrey Ezpeleta se
hallaba enterado de esta objeción, lo cierto es que optó por acatar la
voluntad de Carlos IV, que había dispuesto deber franqueársele a
1 Este artículo forma parte de un trabajo en preparación que podría titularse Mutis, su expedición y la historia natural española (1749-1816). Las dos primeras entregas del mismo aparecieron en Amaya (1992a y 1994), y tratan de los períodos 1749-1760 y 1760-1765; el estudio correspondiente a los años 1766-1790 se halla inédito. Lo que ahora se presenta es un avance relativo al lapso 1791-1808, de carácter preliminar, en razón del espacio que se le ha ofrecido generosamente al autor, y de que la investigación se halla en proceso de realización.
2 La solicitud de Mutis fue fechada en Santafé el 27 de octubre de 1791; las respuestas del virrey Ezpeleta, en la misma ciudad, el 27 de octubre y el 11 de noviembre del mismo año. Todos estos documentos se hallan publicados en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 65-70 y tomo 3: 266-269.
3 Al respecto J. C. Mutis le comentaba en carta a A. J. Cavanilles, director del Jardín Botánico del Prado: "No podrán ocultarse los perjuicios irreparables que se me han seguido.
104 / José Antonio Amaya
Mutis todos los auxilios necesarios para dar impulso a sus obras,
según real orden de 27 de enero de 1790 reiterada en 25 de enero de
17914.
Mutis había justificado su petición aduciendo varias razones. In
vocó en primer lugar la necesidad de depositar sus conocimientos en
jóvenes capaces de sucederlo. Frisaba los sesenta años y sus acha
ques de salud, que habían hecho temer lo peor en 17875, tendían a
complicarse. La vinculación de nuevos auxiliares no prometía resul
tados inmediatos en lo referente a montaje de herbarios, clasifica
ción de plantas o preparación de memorias. Había que comenzar por
impartirles la enseñanza del abecé de la botánica. Esta formación
únicamente podía ofrecerla el propio Mutis, habida cuenta de que
en los centros universitarios neogranadinos de entonces, como se
sabe, todavía no se ofrecían cátedras de Historia Natural.
Instalado en la capital desde 1791, Mutis no veía la hora de re
cogerse en su gabinete y entregarse al aprontamiento de la edición
de la Flora de Bogotá. Los materiales de esta obra consistían, para
entonces, en un herbario, el primero que había sido formado en el
[Casimiro Gómez Ortega] cometió la maldad de extender a su arbitrio la real orden [del Io-XI-1783] en que se aprobó esta Expedición dejándome sin los tres adjuntos de que ahora me hace cargo [ca. 1792], y con la precisa condición de no entrar ya al goce del miserable sueldo hasta que hubiese remitido todos mis manuscritos y dibujos... (Santafé, 19-VII-1802, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 184-185). Mutis se refiere, sin duda, a los adjuntos que había propuesto para su Expedición en 1783, es decir, a los botánicos discípulos suyos, Bruno Landete y Eloy Valenzuela, así como al geógrafo José Camblor. Únicamente se le aprobó el nombramiento de Valenzuela. Ver oficio del virrey A. Caballero y Góngora a J. de Gálvez, Santafé, 31-111-1783, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 1: 120.
4 Oficio del virrey J. de Ezpeleta aj. C. Mutis, Santafé, 1 l-XI-1791, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 268. 5 Fue en 1787 cuando el virrey Caballero y Góngora, en razón del "estado deplorable" de
la salud de Mutis, le ordenó "abstenerse absolutamente de todo género de trabajo" y "retirarse por seis meses o más al lugar que acomode mejor a sus pensamientos, y tenga todas las proporciones para el restablecimiento de [...] su salud [...] por lo mucho que la necesitan el Rey y el Estado" (Cartagena, -IV- 1787, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 71-72).
Una flora para el Suevo Reino /IOS
virreinato, más de seiscientas láminas y otros tantos diseños6, y un
conjunto de más de quinientas descripciones, unas trescientas se
senta y cuatro de ellas en latín y unas ciento cincuenta en español,
sin contar una serie de observaciones cuyo número se aproximaba a
ciento diez y ocho7.
Las descripciones se referían a la flora de unas contadas locali
dades y sus contornos más o menos inmediatos: Cartagena e itine
rario de Cartagena a Santafé, La Montuosa (Cácota de Suratá, Girón,
Pamplona), Sapo y Mariquita (Bocaneme, Guaduas, Honda, Mesa
de Juan Díaz). Lejos de constituir una Flora del Nuevo Reyno de
Granada (aproximadamente la Colombia actual), este trabajo era el
resultado de incursiones en floras microrregionales. De hecho, Mutis
nunca había dirigido una expedición itinerante propiamente dicha
a lo largo y a lo ancho de espacios considerables, ni tampoco había
recibido de forma sistemática plantas de las diversas provincias del
virreinato.
Se trataba de un trabajo comenzado desde su llegada al Nuevo
Reyno en 1760, de carácter muy irregular, con alternativos períodos
de producción y largos ciclos de interrupción. Es indudable que su
proyecto hacía gala de una cierta continuidad, pero también es evi
dente que no se había desarrollado en un eje determinado sobre una
estructura perfectamente clara. Puede asegurarse que sus Apunta
mientos diarios se habían interrumpido definitivamente hacia 1786
(Amaya, 1992: 41), y su última descripción botánica conocida había
sido fechada en Mariquita el 5 de octubre de este mismo año {Ibidem:
431). La totalidad de sus descripciones estaba lejos de ser un con-
6 Se refiere quizá a las anatomías de flores y frutos que se dibujaban en tiras de papel separadas para ser incluidas luego en el dibujo de la planta (oficio de Mutis al virrey J. de Ezpeleta, Mariquita, 2S-VHI-1790, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 48).
7 Todos estos materiales se hallan catalogados en Amaya, 1992, Apéndice N° 1: Catalogue des descriptions et observations pour la "Flore de Bogotá" [...] conservées au Jardin Botanique de Madrid, pp. 378-477.
106 / José Antonio Amaya
junto publicable, aunque revelaba un esfuerzo significativo en ma
teria de recolección y observación de las plantas vivas.
Podría pensarse que a partir de 1783 Mutis habría avanzado en la
edición de sus trabajos anteriores, conforme a lo dispuesto en la real
cédula de creación de la Expedición (ver infra), lo que no fue así.
La penuria en materia bibliográfica que había tenido que pade
cer durante cerca de un cuarto de siglo (1760-1783), y la imposibi
lidad de consultar otros herbarios explican, en parte, el carácter
prolijo de sus descripciones, cuya debilidad más notoria radica en
la falta casi completa de clasificación. La mayor parte de ellas no
presenta determinación de rango específico y con frecuencia falta
incluso el rango genérico; se echa de menos en ellas ei aporte del
botánico propiamente dicho, quien frente a una planta debe saber
si ésta es conocida o no por la ciencia. Para las plantas conocidas,
basta con indicar su nombre, mientras que para las otras es preciso
describirlas como nuevas para la ciencia y proceder a determinar
las. Ayer como hoy, la satisfacción de estas exigencias requiere del
esfuerzo sostenido por mantenerse al día en materia de bibliogra
fía, además de una consumada facultad de discernimiento para des
envolverse con éxito en medio de una profusión de informaciones.
Mutis había llegado al Nuevo Reyno con una colección restrin
gida y un tanto anacrónica de libros de historia natural8. Con moti
vo de la creación de la Expedición Botánica había emprendido la for
mación de una biblioteca de historia natural, cuyos pedidos más
importantes fueron solicitados a partir de 1783. La posibilidad de
consultar con provecho la Real Biblioteca Pública era nula por decir
lo menos. Este depósito, abierto al público en 1777, se hallaba abas
tecido con un fondo de cerca de trece mil ochocientos volúmenes
expropiados a los jesuitas en 1767, ninguno de los cuales trataba te-
8 Amaya (1992: 232-238) describe ia biblioteca botánica de Mutis para el período 1760-1783.
Una flora para el Suevo Reino I 107
mas relacionados con la botánica sistemática9. Para 1791 Mutis ha
bía logrado formar, con sus propios recursos, una importante colec
ción de libros que le permitía plantearse el dilema de clasificar sus
manuscritos o concebir una obra enteramente nueva10. La consulta
de las mejores obras del momento pudo contribuir a mitigar su
entusiasmo, haciéndole tomar conciencia del retardo de sus cono
cimientos y de las dificultades que tendría que afrontar para editar
una flora según las exigencias del Siglo de las Luces. En este senti
do le manifestaba al virrey Ezpeleta en 1790:
Habiéndome entregado [...] a la inmoderada lección de las
obras botánicas [...], descubrí el dilatado campo que me faltaba
recorrer para ordenar la multitud de notas que había ya recogi
do, sin las cuales no podían manifestarse mil equivocaciones de
los predecesores y viajeros coetáneos11.
Sus palabras no ocultaban la sensación de escepticismo que co
menzaba a embargarlo: todavía no me aflige poco la incertidumbre
de poder concluir con toda la proyectada extensión la Flora de Bo
gotá {Ibidem). Es indudable que para un ojo ilustrado los manus
critos de Mutis podían aparecer como un trabajo preliminar. Sin
embargo, dado que pertenecían a una obra emprendida y en proce
so de realización en la Nueva Granada de la época, expresaban una
voluntad y un espíritu de independencia muy novedosos.
Mutis esperaba delegar en sus colaboradores las salidas de cam
po destinadas a colectar material fresco para el dibujo y alternar con
9 Ver índice General de los Libros que tiene esta Real Biblioteca Pública de la Ciudad de Santafé, establecida en el año 1776 (sic)..., Biblioteca Nacional de Colombia, Sala de Libros Raros y Curiosos, manuscrito 308. 111 Ver nuestro trabajo en preparación La colección de libros de Historia Sutural de J. C. Mutis. 11 Oficio fechado en Mariquita el 2S-VIIM 790, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo
110/ José Antonio Amaya
A raíz del fallecimiento de su hermano Manuel, ocurrido el 24
de octubre de 1786, Mutis hubo de asumir la responsabilidad de
cabeza de familia de sus sobrinos, los Mutis Consuegra, integra
dos por cuatro mujeres: Dominga, Micaela, Justa y Bonifacia, y tres
varones: José, Sinforoso y Facundo. Su responsabilidad consistía en
contribuir, en compañía de su cuñada María Ignacia Consuegra, a
su educación, colocación y casamiento.
Nacido en Cádiz en 1745, Manuel había muerto repentina y pre
maturamente en Mompós, en un viaje de negocios. Llegado al Nuevo
Reyno en 1760, pasó en estas tierras una gran parte de su edad tute
lar, que prolongaba entonces hasta los veinticinco años, bajo la pro
tección cuasipaternal de su hermano Celestino. Nunca fue a la uni
versidad. Ocupó la alcaldía de Bucaramanga en 1769, sin haber
cumplido la mayoría de edad, gracias a los buenos oficios de su her
mano, médico a la sazón del virrey Pedro Messía de la Cerda (1700-
1783); luego se dedicó a los negocios; murió sin dejar a ninguno de
sus hijos encarrilado en la universidad.
El tío debía contribuir a la educación de los huérfanos porque la
herencia paterna no alcanzaba para completar sus estudios^. La
ayuda económica de Mutis a sus sobrinos varones debió ser muy con
siderable. Baste señalar que durante los treinta y cuatro meses que
corrieron desde el Io de marzo de 1789 hasta finales de 1791, su apoyo
alcanzó la cifra nada despreciable de dos mil cuarenta pesos16, can
tidad equivalente a 36% del sueldo devengado durante este mismo
período por Mutis, cuyos emolumentos en el real servicio ascendían
a la cifra de dos mil pesos anuales; sin contar sus desvelos en pro de
la colocación de algunas de sus sobrinas en los conventos de la ca
pital.
15 Carta de J. C. Mutis a Ignacia Consuegra, Santafé de Bogotá, 6-X-1793, en Hernández de Aba, 1968 & 1975, tomo 2: 94. 111 Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 12-1-1793, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo II: 81.
Una flora para el Suevo Reino I 107
mas relacionados con la botánica sistemática9. Para 1791 Mutis ha
bía logrado formar, con sus propios recursos, una importante colec
ción de libros que le permitía plantearse el dilema de clasificar sus
manuscritos o concebir una obra enteramente nueva10. La consulta
de las mejores obras del momento pudo contribuir a mitigar su
entusiasmo, haciéndole tomar conciencia del retardo de sus cono
cimientos y de las dificultades que tendría que afrontar para editar
una flora según las exigencias del Siglo de las Luces. En este senti
do le manifestaba al virrey Ezpeleta en 1790:
Habiéndome entregado [...] a la inmoderada lección de las
obras botánicas [...], descubrí el dilatado campo que me faltaba
recorrer para ordenar la multitud de notas que había ya recogi
do, sin las cuales no podían manifestarse mil equivocaciones de
los predecesores y viajeros coetáneos11.
Sus palabras no ocultaban la sensación de escepticismo que co
menzaba a embargarlo: todavía no me aflige poco la incertidumbre
de poder concluir con toda la proyectada extensión la Flora de Bo
gotá {Ibidem). Es indudable que para un ojo ilustrado los manus
critos de Mutis podían aparecer como un trabajo preliminar. Sin
embargo, dado que pertenecían a una obra emprendida y en proce
so de realización en la Nueva Granada de la época, expresaban una
voluntad y un espíritu de independencia muy novedosos.
Mutis esperaba delegar en sus colaboradores las salidas de cam
po destinadas a colectar material fresco para el dibujo y alternar con
9 Ver índice General de los Libros que tiene esta Real Biblioteca Pública de la Ciudad de Santafé, establecida en el año 1776 (sic)..., Biblioteca Nacional de Colombia, Sala de Libros Raros y Curiosos, manuscrito 308. 10 Ver nuestro trabajo en preparación La colección de libros de Historia Natural de J. C
Mutis. 1' Oficio fechado en Mariquita el 2S-VIII-1790, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2:47.
108/ José Antonio Amaya
ellos la dirección de los pintores. No manifestó voluntad alguna de
conformar un equipo encargado de ordenar y clasificar sus consa
bidas descripciones. A mediano plazo proponía enviar un par de estos
adjuntos a la Corte madrileña para que asistieran allí al grabado e
impresión de su Flora.
La idea de Mutis de editar en América la Flora de Bogotá no era
nueva. Ya en 1783, al momento de proyectar la Expedición Botánica,
en cierto modo se había comprometido a preparar la edición de su obra
en el Nuevo Reyno y a enviarla lista para su publicación en Madrid.
Ello suponía que era aquí en América donde se iba a realizar la totali
dad del trabajo científico, es decir, la recolección y la preparación de
los materiales, su descripción, dibujo y clasificación. En este esque
ma se le reservaban de forma tácita a la metrópoli funciones puramen
te técnicas relacionadas con el grabado, la iluminación, la impresión,
la encuademación y quizá la distribución. Era Mutis quien adelanta
ría la edición científica propiamente dicha; el director del Prado asu
miría el papel de coordinador de la publicación.
En 1783 Mutis había asegurado a la Corona ser inminente la pu
blicación de su obra. El virrey Antonio Caballero y Góngora (1723-
1796) había rubricado este compromiso garantizándole al ministro
de Gracia y Justicia, José de Gálvez, que los manuscritos de la His
toria Natural del Nuevo Reyno estaban prácticamente listos para ser
publicados12. Bajo este supuesto la Corona le acordó su auspicio a
Mutis. Hay que recordar que durante los últimos diez años, en Es
paña nada se había publicado en materia de botánica, en un momento
en que las ediciones de historia natural conocían una edad de oro
en toda Europa. Es cierto que en la real cédula de creación de la Ex
pedición (Io -XI- 1783) se dispuso que antes de salir de viaje, es ne
cesario que Mutis concluya y perfeccione sus trabajos para enviar
los al ministerio de Gracia y Justicia. Pero al momento de promulgarse,
12 Oficio del virrey A Caballero y Góngora a J. de Gálvez, Santafé, 31-III-l 783, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 1: 119 y 120.
Una flora para el Nuevo Reino / 109
este despacho ya había sido desobedecido. De hecho, Mutis había em
prendido su Expedición seis meses antes, el 29 de abril. Aun así, Ca
ballero y Góngora no se tomó el trabajo de exhortarlo para que re
gresara a Santafé a cumplir con lo dispuesto por Carlos III. Unos años
más tarde, en 1787, Mutis se había comprometido ante el ministro
Gálvez a entregar, en el curso de aquel año, tres volúmenes de su
Flora13, promesa que tampoco pudo cumplir.
Nótese que en los nuevos planes de 1791 se ignoraba por com
pleto a Gómez Ortega; era a los adjuntos a quienes se les asignaba
la coordinación de la publicación. Otro aspecto novedoso de estos
planes era la reducción de la obra a la parte botánica. En el proyecto
de 1783 se pretendía investigar todos los ramos de la historia natu
ral, incluidas, aparte de la botánica, la zoología y la mineralogía.
También Mutis se había obligado, sin que nadie se lo hubiese pedi
do, a levantar un mapa del virreinato, e incluso una historia comple
ta en lo geográfico, civil y político, acompañada de todas las obser
vaciones físicas correspondientes de la América septentrional14.
Los adjuntos
¿Por qué Mutis había permanecido sin colaborador científico algu
no, durante más de siete años, desde el retiro de Juan Eloy Valenzuela
(1756-1834), subdirector de la Expedición durante el breve lapso de
trece meses, desde abril de 1783 hasta mayo de 1784? Quizá este
retraimiento se explique por el hecho de que ninguno de los sobri
nos varones del director de la Botánica se hallaba en edad de ser vin
culado a la Expedición, al menos entre 1786 y 1791.
13 Oficio del virrey A. Caballeroy Góngora a Mutis, Cartagena, 3-III-1787, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 70. 14 Oficio de J. C. Mutis al virrey A Caballero y Góngora, Santafé, 27-111-1783, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 1: 114.
110/ José Antonio Amaya
A raíz del fallecimiento de su hermano Manuel, ocurrido el 24
de octubre de 1786, Mutis hubo de asumir la responsabilidad de
cabeza de familia de sus sobrinos, los Mutis Consuegra, integra
dos por cuatro mujeres: Dominga, Micaela, Justa y Bonifacia, y tres
varones: José, Sinforoso y Facundo. Su responsabilidad consistía en
contribuir, en compañía de su cuñada María Ignacia Consuegra, a
su educación, colocación y casamiento.
Nacido en Cádiz en 1745, Manuel había muerto repentina y pre
maturamente en Mompós, en un viaje de negocios. Llegado al Nuevo
Reyno en 1760, pasó en estas tierras una gran parte de su edad tute
lar, que prolongaba entonces hasta los veinticinco años, bajo la pro
tección cuasipaternal de su hermano Celestino. Nunca fue a la uni
versidad. Ocupó la alcaldía de Bucaramanga en 1769, sin haber
cumplido la mayoría de edad, gracias a los buenos oficios de su her
mano, médico a la sazón del virrey Pedro Messía de la Cerda (1700-
1783); luego se dedicó a los negocios; murió sin dejar a ninguno de
sus hijos encarrilado en la universidad.
El tío debía contribuir a la educación de los huérfanos porque la
herencia paterna no alcanzaba para completar sus estudios1^. La
ayuda económica de Mutis a sus sobrinos varones debió ser muy con
siderable. Baste señalar que durante los treinta y cuatro meses que
corrieron desde el Io de marzo de 1789 hasta finales de 1791, su apoyo
alcanzó la cifra nada despreciable de dos mil cuarenta pesos16, can
tidad equivalente a 36% del sueldo devengado durante este mismo
período por Mutis, cuyos emolumentos en el real servicio ascendían
a la cifra de dos mil pesos anuales; sin contar sus desvelos en pro de
la colocación de algunas de sus sobrinas en los conventos de la ca
pital.
15 Carta de J. C. Mutis a Ignacia Consuegra, Santafé de Bogotá, 6-X-1793, en Hernández de Aba, 1968 & 1975, tomo 2: 94. !6 Carta dej. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 12-1-1793, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo n: 81.
Una flora para el Nuevo Reino / 111
Se dispuso que los sobrinos estudiarían derecho en el Colegio
Mayor de Nuestra Señora del Rosario de Santafé. Simultánea o su
cesivamente Mutis se propuso impartirles o seguirles impartiendo
una formación privada en botánica, medicina y astronomía. Por lo
tocante a la mineralogía, deseaba confiar la educación de uno de ellos
al mineralogista vasco Juan José D'Elhuyar (1754-1796), quien ha
bía seguido la química en París con Rouelle (1772-1777), la meta
lurgia y la geología en Freiberg, con Abraham Werner (1778), pasando
luego a la Universidad de Upsala, donde estudió bajo la dirección
de Tobern Bergman (1781-1782). Al llegar al Nuevo Reyno en 1784
con el cargo de administrador de las Minas de Santa Ana (hoy mu
nicipio de Falan, Tolima), localidad ubicada cerca de Mariquita
(Glick, 1983, vol. 1: 297-299), sede de la Expedición Botánica (1783-
1791), D'Elhuyar trabó una gran amistad con Mutis, quien hubo de
renunciar a sus planes para uno de sus sobrinos, en razón de su tras
lado definitivo a Santafé en 1791.
El contacto de los sobrinos con el tío no había sido particular
mente cercano, al menos geográficamente. Los niños habían naci
do y crecido en la provincia de Pamplona, mientras el tío llevaba la
vida itinerante de un minero y de un expedicionario, en Santafé
(1770-1776), en El Sapo (1777-1782) y en Mariquita (1783-1790).
Pese a ello y al menos para el caso de Sinforoso, puede entreverse
una precoz iniciación a la botánica bajo la dirección del tío. La pri
mera descripción botánica conocida de Sinforoso data del 8 de agosto
de 1785 (¿vacaciones escolares?) y corresponde a una supuesta es
pecie del género Pterocarpus; fue preparada probablemente en
Honda, como lo deja suponer el hecho de que su segunda descrip
ción identificada, referida a un "Espino de Cruz", hubiese sido ela
borada en esta localidad dos días después, el 10 de agosto (Amaya,
1992: 432). Resulta interesante constatar que para agosto de 1785
Sinforoso contaba sólo 12 años de edad, y que su tío José Celestino
se hallaba en esta villa el 18 de agosto de aquel año (Hernández de
Alba, 1983, tomo 2: 661).
112 I José Antonio Amaya
La primera vez que el director de la Botánica insinuó oficialmen
te su deseo de ver colocados a sus sobrinos en el real servicio se pro
dujo el 3 de enero de 1789, en una comunicación al virrey Caballero
y Góngora:
Si alguna esperanza me queda, si sobrevivo al feliz éxito de
mis principales comisiones, la tengo reducida a traer a mi lado
tres sobrinos míos, que a mis expensas se están educando y a
quienes podré manejar con los derechos que sobre ellos me ha
dado la naturaleza, para depositar en ellos por herencia mis tales
cuales conocimientos en Historia Natural, Medicina y Astrono
mía; y por mi pasión al importante ramo de minería dedicar al
guno de ellos a esta ciencia al lado del sabio director don Juan
José D'Elhuyar17.
La temprana influencia del tío sobre Sinforoso aparece confir
mada cuando se consulta otra descripción de este último, referida a
una especie de Cestrum, conocida popularmente con el nombre de
"Ubillo", fechada en Santafé el 12 de agosto de 1789: justo por es
tos días Mutis se hallaba en la capital18.
La determinación de Mutis de colocar a su parentela en la Ex
pedición estaba relacionada, según decía, con la frustración que le
había ocasionado su intento de ganar talentos para la historia natu
ral en el Colegio del Rosario. Hay que tener en cuenta, sin embargo,
que durante su penúltima residencia en la capital (1770-1776) sólo
había dictado un curso de matemáticas en las aulas rosaristas {ca.
1774). Por lo demás, a partir de 1777 y hasta 1791 había vivido lejos
de la capital. El hecho es que para este último año no estaba en ca-
17 Oficio de J. C. Mutis al virrey A. Caballero y Góngora, Santafé, 3-1-1789, en Hernández de Aba, 1968 & 1975, tomo 1: 438. 18 Esta permanencia de Mutis en la capital se prolongó al menos desde el 15 de junio hasta el 27 de agosto de 1789 (ver Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo l:487y495).
Una flora para el Nuevo Reino I 113
pacidad de recoger fruto alguno de su magisterio. En 1789 apoyaba
la colocación de sus sobrinos con el argumento de
[...] no haber tenido por conveniente pedir al Rey otros ad
juntos. Nadie podrá entrar ya en mi empeñadísimo modo de pen
sar; ni yo puedo acomodarme ya al modo de pensar aun de los
jóvenes más aplicados, que mirarían siempre por premio de su
elección y talento para disfrutarla con algún descanso, y no por
carrera, la dotación de su destino.
En esta temprana declaración de intenciones no se incluía en la
plantilla de personal de la Expedición a ningún extraño al linaje del
director. Los sobrinos del Primer Botánico y Astrónomo de Su Ma
jestad Católica debían brillar sin sombra en el panorama de las cien
cias de la Nueva Granada. El plan consistía en dejaren carrera a los
herederos no forzosos. La cuestión se reducía a aguardar la ocasión
para concertar la mudanza de los sobrinos de Santafé a Mariquita.
Al ser trasladado a Santafé en 1791, presionado por el virrey
Ezpeleta para entregar su obra19, Mutis sintió que había llegado el
momento de comenzar a encarrilar a sus sobrinos en el real servicio.
19 En 1789 Sebastián José López Ruiz (n. 1741) se había trasladado de Santafé a Madrid con el fin de insistir en sus litigios a los pies de la Corona sobre su envejecida pretensión de ser el descubridor de las quinas de Santafé. En esta ocasión no halló mejor arbitrio que alertar al Consejo de Indias acerca de la dilación de Mutis en el envío de avances de la Flora de Bogotá. El Consejo previno al virrey Ezpeleta para que le tomara cuentas a Mutis. Aquél cometió un abuso de poder conminando al director de la Botánica a que se trasladase a la capital con todo su equipo a título definitivo, con el fin de poder controlar mejor el avance de la Flora. Aunque hizo creer lo contrario, a don José le produjo no poco alborozo la mudanza de la infeliz Mariquita: "Estoy ciertamente complacido con mi resolución (sic) de haber salido finalmente de aquellos países cálidos, que tanto han desmedrado mi anterior robusta salud. No son aquellas tierras al propósito para entregarse a la escritura y a los libros [...] Aquí [en Santafé] lo paso mejor, pero siempre achacoso, y sujeto a una severísima vida, con el disgusto de no poder atarearme cuanto quisiera y cuanto podía prometerme de mi antigua robustez y buen régimen" (carta de Mutis a I. Consuegra, Santafé, 14-X-1791, en Hernández de Aba, 1968 & 1975, tomo III: 63).
114/ José Antonio Amaya
José había nacido en 1772, Sinforoso en 1773 y Facundo en 1775, de
modo que para 1791 frisaban respectivamente los 19, los 18 y los 16
años de sus edades. José y Sinforoso se habían trasladado de su natal
provincia de Pamplona a Santafé en 1787, año en el que vistieron la beca
del Colegio del Rosario (Guillen, 1994, tomo 2: 521). Facundo había
ingresado poco tiempo antes al claustro rosarista en 1790 {Ibidem: 547).
En estas condiciones Mutis se limitó a proponer a Ezpeleta la
designación de José y de Sinforoso al lado de Francisco Antonio Zea;
también solicitó la ratificación del nombramiento del cirujano ro
mancista Juan Bautista Aguiar, vinculado informalmente a la Expe
dición20 hacia mayo de 1791. Por lo que toca a las asignaciones, a Zea
se le fijó un sueldo anual de quinientos pesos. Aguiar y los sobrinos
ingresaron como agregados meritorios, es decir, sin más gratificación
que la enseñanza [de la botánica]21. Se suponía que una vez apren
dieran los principios de esta ciencia la administración les asignaría
un sueldo según su aplicación y desempeño.
Resultaría anacrónico censurar a Mutis de nepotismo. Como se
vio más arriba, éste comunicó sin reserva alguna, tanto al virrey Caba
llero como al virrey Ezpeleta, sus designios con sus consanguíneos.
Las pretensiones de Mutis no eran nuevas, al menos en el ámbito
de la botánica europea. Baste recordar las aspiraciones de Gómez
Ortega a la dirección del madrileño Jardín de Migas Calientes, fun
dadas parcialmente en el parentesco que lo unía con su tío carnal
José Hortega¿2 (1703-1761), alma de la fundación de aquel centro, y
quien había educado al sobrino con esta mira. Joseph Quer (1695-
1764), por su parte, también intentó, sin éxito, colocar a su hijo pu
tativo, Dionisio Androver, en la dirección de Migas Calientes, funda-
20 Oficio de J. C. Mutis al virrey J. de Ezpeleta, Santafé, 27-X-1791, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 66, 21 Ibidem, tomo cit., p. cit. 22 Nótese que de una generación a otra hubo un cambio en la grafía del apellido Hortega, que con Casimiro pierde la H. En relación con el uso dado por Casimiro Gómez al apellido Ortega, ver Puerto, 1992: 29.
Una flora para el Suevo Reino I 115
mentándose en la preparación botánica de éste a su lado durante veinte
años, en sus méritos como auxiliar de cirujano en las campañas ita
lianas, en la asistencia durante ellas a las universidades de aquel país
y en la necesidad de obtener alguna ayuda para poder concluir la Flo
ra española (Puerto, 1992:41). En Suecia, Linneo (1707-1778) le legó
a su hijo la dirección del Jardín Botánico de Upsala; para no hablar de
la familia de los Jussieu que dominó la escena botánica francesa des
de finales del siglo XVII hasta mediados del siglo XDC
Lo que resulta claro es que durante la segunda mitad del siglo
XVIII el honor de la familia prevalecía sobre el mérito personal y las
simpatías individuales, sobre todo tratándose de una progenie como
la de los Mutis Consuegra, primera generación criolla por el lado
paterno. Bien conocido es que entre Mutis y Sinforoso no media
ban afectos profundos, ni siquiera una mediana afinidad. Mutis le
reprochaba a su sobrino su indisciplina y su negligencia para estu
diar las matemáticas23; Sinforoso, por su parte, debía considerar al
tío como un viejo perfeccionista y gruñón. El hecho fue que a su
muerte, Mutis le transmitió a su sobrino la dirección de la parte bo
tánica, la más importante de la Expedición. Como veremos, Sinforoso
hubo de desplegar mucho celo y no poca maña para salvar el honor
de su tío, comprometido por la falta de edición de la Flora de Bogotá.
La solución alcanzada con el nombramiento de los agregados re
sultaba poco onerosa para el real erario. En medio de repetidas di
laciones para entregar su obra, Mutis no podía permitirse solicitar
la aprobación de una plantilla de auxiliares con asignaciones que en
conjunto podían equivaler a la de su propio sueldo anual. Además,
en la medida en que el equipo de adjuntos se hallaba integrado úni
camente por neogranadinos en Santafé desaparecían los sueldos
elevados y los costos de desplazamiento desde la metrópoli.
23 "[Sinforoso] sabe tanto de matemáticas como su hermano [¿José?] porque ambos no hicieron más que perder el tiempo y pensar en divertirse". Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 6-X-1793, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 93.
116/ José Antonio Amaya
Oriundo de Medellín, Francisco Antonio Zea (1766-1822) era
egresado del Real Colegio Seminario de San Francisco de Asís en
Popayán, donde había tomado el conocido curso de filosofía que allí
impartía José Félix de Restrepo (1760-1832). El programa de este
curso seguía los derroteros fijados por Mutis en su cátedra de Ma
temáticas y Filosofía Newtoniana inaugurada en el Rosario en 1762.
Figuraban en el contenido del curso, al lado de la dialéctica racio
nal, la aritmética, la astronomía, la mecánica, la hidráulica, la estéti
ca y la óptica. En cierto modo Mutis recogía el fruto de su acción,
puesto que Restrepo había aprendido la filosofía newtoniana de uno
de los discípulos del propio Mutis. Restrepo también habría inicia
do a Zea en el estudio de la botánica24.
¿Por qué un hombre como Zea, que aspiraba a ser abogado, se
mostraba tan atraído por la ciencia en general y por la historia natu
ral en particular? Haciéndose eco de los nuevos tiempos, Mutis sos
tenía el criterio de incluir el estudio de las matemáticas y la física
en la formactón rlp todo orofesional En el caso neogranadino la
universidad se ocupaba casi exclusivamente de la preparación de
sacerdotes y abogados. Los criollos de avanzada se acantonaban en
las facultades de derecho, pues en el país prácticamente no existie
ron durante la época colonial estudios modernos de medicina dota
dos de cátedras de botánica, zoología o mineralogía.
En 1786 Zea marchó a Santafé, donde inició sus estudios univer
sitarios en el Colegio de San Bartolomé. Sin haber concluido su for
mación en leyes, se lo invitó a regentar la Cátedra de Humanidades
24 "Don Félix de Restrepo, mi maestro de Filosofía, que la había aprendido de un discípulo de Mutis, tiene el mérito de haber ido a propagarla en Popayán y es el primero que en aquellas partes atrajo la juventud al estudio de la Naturaleza. Mutis lo consideraba digno de una estatua [...], habiendo sido este estudio el que más promovió, aunque no logró le permitiesen introducir en la física sino lo concerniente a vegetación, nutrición, etc." (Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, 26 de abril de 1799. Original en el Real Jardín Botánico de Madrid (RJBM), Archivo del Iltmo. Sr. Dn. Antonio Joseph Cavanilles (AAJC), Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta Na 4.
Una flora para el Suevo Reino I 117
de su alma máter, cátedra que regentaba todavía hacia 1792. El pro
pio virrey Ezpeleta no tardó en nombrarlo preceptor de sus hijos.
Pocos meses antes de su nombramiento, en abril de 1791, Zea
comenzó a publicar en el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé
de Bogotá (1791-1797), el único que circulaba cada semana en el
virreinato, una serie de artículos titulada "Avisos de Hebéphilo";
ocultó su nombre tras el pseudónimo de Hebéphilo, que significa
"amante de la juventud". Con estilo más bien incendiario, sostuvo
que los sabios (intelectuales se diría hoy en día) son en las repúbli
cas lo que el alma en el hombre. Ellos son los que animan y ponen en
movimiento este vasto cuerpo de mil brazos [¿la nación?] que ejecu
ta cuanto le sugieren, pero que no sabe obrar por sí mismo, ni salir
un punto de los planes que le trazan. Sostenía que la función pri
mordial de los sabios consistía en llevar las luces filosóficas, es de
cir, los principios de la economía, de la agricultura, de la industria,
de la política, etc., a l taller, al campo, a la oficina ([Zea], 1791: 61).
Esta nueva función asignada a los intelectuales se hallaba asociada
con el descubrimiento de la noción de patria y de naturaleza ame
ricanas por parte de los criollos. El novísimo concepto de ciudada
nía, calidad que Zea se adjudicaba, no podía definirse sin el ingre
diente de la educación en la nueva filosofía, basado en el ejercicio
de la razón y en la observación de la naturaleza, la educación del gusto
y el culto de la lengua española25. En este esquema de pensamiento
se le asignaba a la monarquía la tarea de garantizar a sus subditos
una universidad pública acorde con los nuevos tiempos. Aseguraba
que sin la reforma de la educación no podía concebirse una explo
tación racional de la naturaleza ni el aumento de la riqueza. Adver
tía el fracaso de Francisco Antonio Moreno y Escandón y de J. C.
25 A partir de su nombramiento como director de la Expedición Botánica (1783), Mutis abandonó el latín y adoptó el español en la redacción de sus descripciones botánicas; sus colaboradores, E. Valenzuela, J. B. Aguiar, S. Mutis yj. T Lozano, utilizaron sistemáticamente el castellano en sus descripciones y en sus trabajos para la Expedición.
118/ José Antonio Amaya
Mutis en sus intentos de reformar la educación superior en la déca
da de los 1770, y puntualizaba que la existencia de criollos cultos en
el Nuevo Reyno no era en modo alguno producto de una política
oficial en materia de educación:
Los filósofos y naturalistas criollos se han formado por sí mis
mos [aludía a casos como el de Restrepo y el de Valenzuela] en
su retiro y en sus libros. Y esto, que a ellos les hace tanto honor,
es lo que más desacredita la enseñanza pública. Ésta se debe re
formar porque sólo está reservado a los genios sublimes mudar
de doctrina y formarse en los autores. El resto de los hombres
sigue constantemente el camino que les enseñaron ([Zea], 1791:
59).
El amor de Zea por la naturaleza americana y la curiosidad por
su estudio, que no parecen haber sido fruto del contacto directo con
Mutis, se revelan en sus palabras:
Este Reyno que veis sumergido en la última barbarie y a pe
sar de su vasta extensión habitado solamente de millón y medio
de hombres miserables, sin ciencias ni artes, agricultura ni co
mercio, en medio de su miseria es el favorito de la naturaleza. Aquí
es en donde ella se muestra en toda su magnificencia. Aquí puso
su jardín y su gabinete. Aquí ha expuesto a los ojos más indife
rentes y menos reflexivos el brillante espectáculo de sus maravi
llas. ¡Que no tenga yo tiempo de recorrer con vosotros nuestras
fértiles provincias para iros mostrando por todas partes las más
bellas producciones de la tierra, las más abundantes riquezas,
tantos primores que a lo menos merecen una mirada reflexiva!
Los bosques están llenos de plantas aromáticas y medicinales, a
cada paso se encuentran bálsamos, gomas y aceites exquisitos
([Zea], 1791:68).
Una flora para el Suevo Reino I 119
Como se ha dicho, el artículo apareció bajo pseudónimo. Pero no
hay que olvidar que el editor del Papel Periódico, Manuel del Socorro
Rodríguez, era persona muy cercana de la Expedición, en particular
de su director, a quien llegó a componerle una Oda a la Flora de Bo
gotá. Zea era perfectamente consciente de que su discurso podía ser
interpretado como el intento defomentar una sedición literaria {[Zea],
1791: 63). Y no se equivocaba, pues ante la queja de algunos sujetos
encargados de la enseñanza pública, el editor Rodríguez se vio obli
gado a intentar, sin éxito, retirar de la imprenta el segundo Aviso, y a
renunciar a seguir publicando el resto del manuscrito en razón de su
mucho amor a la p a z y buena armonía con todos los hombres
(Rodríguez, 1791: 1). Quizá el silencio al que Zea fue sometido deba
ser interpretado como el inicio en el Nuevo Reyno de la ofensiva con
tra la expansión de la influencia de la Revolución Francesa.
Así, al momento de su nombramiento, Zea era conocido, al me
nos en la capital, como el líder de la lucha contra el ergotismo y la
escolástica. Se le veía constantemente paseándose por los claustros,
estudiando siempre. Su desgreño y su gusto por lucir abrigos viejos
y raídos eran un síntoma de rebeldía antes que de pobreza. El esta
blecimiento de Mutis en la capital, hacia mayo de 179126, coincidió
con el desencadenamiento de la polémica. La selección de Zea re
vela una complicidad del director de la Botánica con el contenido de
los Avisos, y también un intento de reparar el silencio al que el joven
Francisco Antonio había sido sometido.
¿En qué circunstancias conoció Mutis a Zea? La iniciativa del
nombramiento parece que provino de Mutis, quien se habría dirigi
do al Colegio de San Bartolomé a conquistarlo para la botánica1''. Al
26 Es seguro que Mutis se hallaba de nuevo establecido en Santafé en mayo de 1791, como lo demuestra la primera descripción conocida de J, B. Aguiar para la Expedición Botánica, fechada en Santafé el 10 de mayo de 1791 (Amaya, 1992: 443). 27 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz 20-VI-1798. Original en RJBM, A\JC, Correspondencia Científica, Cartas de F A. Zea, Legajo 24, Carpeta N2 4.
120 / José Antonio Amaya
ingresar a la Expedición, Zea estaba muy próximo a alcanzar la mayo
ría de edad, puesto que había sido bautizado el 23 de noviembre de
1766 (Botero, 1969, tomo 1: 25). Venía a reemplazar a Eloy Valenzuela
en la subdirección de aquélla y, conforme a las razones que Mutis adujo
ante el gobierno, sería Zea quien habría de sucederlo en la dirección
de la Expedición.
Se le acordó sueldo teniendo en cuenta su sobresaliente instruc
ción. El reducido monto del mismo (quinientos pesos al año, como
se ha dicho), que equivalía a la partida autorizada por la administra
ción para el pago de un pintor calificado, hizo temer que Zea desis
tiera, tanto más cuanto que se hallaba obligado a trabajar tiempo
completo al servicio de la Expedición, como todos y cada uno de los
demás adjuntos.
Como se ha dicho, J u a n Baut is ta Aguiar se vinculó a la Expe
dición de modo informal pocas semanas después del establecimiento
de Mutis en Santafé. Para finales de 1792 tenia estudiada y entendi
da la Philosophia Botánica1*, texto con el cual Mutis iniciaba a sus
discípulos, sin que se sepa si la edición utilizada fue el original lati
no publicado en primera edición en Estocolmo en 1751 o la traduc
ción española, Explicación de la filosofía y fundamentos botánicos
de Linneo, preparada por Antonio Palau y Verdera (1734-1793) en
Madrid en 1778.
Aguiar formó un herbario cuyas muestras no han sido identifi
cadas y que seguramente fue integrado al Herbario de la Expedición
Botánica, que hoy por hoy se conserva en el Jardín Botánico de Ma
drid29. Preparó no menos de treinta y tres descripciones botánicas
2!í Carta de J. B. Aguiar a J. C. Mutis [¿Fusagasugá, 1792-1793?], en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 3. 29 Carta de J. B. Aguiar a J. C. Mutis, [¿Fusagasugá?], 22-1-1793. Original en RJBM, Fondo Documental de José Celestino Mutis (FDJCM), Correspondencia aj . C. Mutis, III, 1, 1, 2. M. P. De San Pío (1995) coordinó la preparación del FDJCM.
Una flora para el Suevo Reino / 121
que se conservan en el Archivo de aquel centro30 y en el Instituto de
Francia (l)31 . Todas ellas fueron elaboradas a partir de plantas co
lectadas en Santafé (29), en Fusagasugá (3) y en la Parroquia de San
Antonio (1); no presentan correcciones ni comentarios de J. C. Mu
tis, aunque sí anotaciones de su sobrino Sinforoso, inscritas después
de 1808. Del análisis de las fechas límite de estos manuscritos -mayo
de 1791 y junio de 1793- puede inferirse que Aguiar trabajó en la
Expedición aproximadamente dos años. Su nombre ya no figura en
la plantilla de personal de la Expedición correspondiente a 1794. A
partir del análisis de las localidades de las descripciones y de su
correspondencia con Mutis, se puede observar que realizó un viaje a
Fusagasugá entre finales de 1792 y principios de 1793, quizá entre
noviembre y enero (ver Amaya, 1992:445), en búsqueda de Cinchonas,
Melastomas y Passifloras.
Nada indica que Aguiar ni sus compañeros Zea y S. Mutis hu
biesen trabajado y ni siquiera conocido los manuscritos mutisianos
para la Flora de Bogotá, que permanecieron para ellos como un ar
cano. Además, Aguiar y Zea se desempeñaron independientemente
el uno del otro, de modo que no hubo trabajo en equipo, ni entre los
adjuntos ni, como se ha dicho, en relación con la obra manuscrita
del director. Francisco José de Caldas (1768-1816) y Sinforoso Mu
tis accedieron a estos manuscritos sólo después de la muerte de
Mutis en 1808, y quedaron perplejos ante el desorden y la pobreza
de los mismos32. Lo que resulta claro es que para 1791 Mutis había
30 Los originales de las descripciones botánicas de J. B. Aguiar se conservan en el RJBM, FJCM, 4. Botánica, 4. 11. Escritos, III, 4, 11, 73. La descripción de estos materiales con relación a nombre científico, vernáculo, localidad y fecha puede consultarse en Amaya, 1992: 443-445 y 459. 1' Biblioteca del Instituto de Francia, Fondo Joseph Decaisne. Aparece publicada en Amaya, 1992. 32 AI respecto, Caldas le informaba a José Ramón de Leyva, secretario del virreinato y juez comisionado para los asuntos de la Expedición Botánica de Santafé: "Ahora he penetrado las lagunas y los vacíos que encierra la Plora de Bogotá, ahora he visto que no existen dos o tres
122 / José Antonio Amaya
abandonado la elaboración de descripciones y la continuación de sus
Apuntamientos diarios. A partir de esta fecha delegó en sus adjun
tos la parte descriptiva, aunque el trabajo de éstos resultó ser de corta
duración, irregular y precario.
Se ignora la fecha y el porqué del retiro de Aguiar de la Expedi
ción, pero se sabe que para 1804 se hallaba enredado en litigios con
Mutis, quien le inició un juicio que condujo al embargo de su caja
de cirujano, de su biblioteca y de algunos de sus enseres33. Se sabe
que colaboró con materiales para la preparación de la Historia de los
árboles de la quina, de Sinforoso Mutis (ver De San Pío, 1995, en
trada 3315).
Pese a su nombramiento, es probable quejóse Mutis Consuegra
nunca trabajase efectivamente para la Expedición. José necesita ha
cer todos los esfuerzos para manifestar aplicación, sermoneaba el tío34.
Justo en 1791 desapareció la posibilidad de verlo hecho abogado. Aban
donó el Colegio, luego de haber cursado la gramática (1787-1790) e
iniciado la filosofía (1791), sin alcanzar a recibirse de bachiller. Para
1793 José y Facundo habían regresado a su provincia de Pamplona, cuya
capital, Bucaramanga, contaba para entonces con una población de
escasos ciento cincuenta habitantes (Alcedo, 1967, tomo I: 179). Allí
tomaron la carrera del comercio, perpetuando la tradición del padre,
del abuelo Julián Mutis y del bisabuelo materno, Damián Bosio, li
breros estos dos últimos en Cádiz. Pese a todo, el tío no perdía las
palmas, que la criptogamia casi está en blanco enteramente [...]; que los manuscritos se hallan en la mayor confusión; que no son otra cosa que borrones; que cuarenta y ocho cuadernillos hacen el fondo de la Flora de Bogotá; que las demás obrillas que [Mutis] ha emprendido durante su vida no son sino apuntamientos; que el tratado de la quina no está concluido sino en la parte médica; que las descripciones de estas plantas importantes se hallan en borradores miserables..." (Santafé de Bogotá, 30-IX-l 808, en Lniversidad Nacional de Colombia (ed.), 1966: 353). La reacción de S. Mutis puede consultarse en Amaya, 1992: 35-36. 33 RJBM, FJCM, Correspondencia a Salvador Rizo, III, 1, 3, 2-6. 34 Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 12-1-1793, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 81.
Una flora para el Suevo Reino / 123
esperanzas de educar a José en el espíritu de las ciencias y acaricia
ba la idea de ponerlo bajo la guía de E. Valenzuela, a la sazón cura de
Bucaramanga3,>.
Quedó únicamente Sinforoso Mutis Consuegra a la sombra
del tío. Desde 1790 había comenzado sus estudios de bachillerato
en filosofía luego de cursar el latín y la gramática (1787-1790)
(Guillen, 1994, tomo 2: 521-522). Se esperaba verlo litigando en 1798,
al completar la mayoría de edad, una vez hubiese concluido sus estu
dios de derecho, con escolaridad de cuatro años seguidos de una pa
santía al lado de un abogado titulado, que duraba otros cuatro años.
Entre la ciencia y la política
Zea y Sinforoso tenían un pie en la Expedición y otro en la tertulia
de Antonio Nariño (1765-1824), elArcano de la Filantropía. Como
se ha visto, el pie de Sinforoso en la Expedición era más formal que
real. El líder estudiantil y su seguidor estaban perpetrando un ma
ridaje entre política y ciencia. En política encarnaban los ideales de
Independencia que los Estados Unidos habían alcanzado en 1776 y
los de la Revolución Francesa de 1789: algo inédito para los terrícolas
de la Nueva Granada.
Las reuniones del Arcano se habían iniciado justo en 1789 y te
nían lugar en la residencia de Nariño, siguiendo la moda de los sa
lones de París. Zea figuraba entre los miembros fundadores. Poseía
Nariño una espléndida biblioteca familiar y personal provista con las
últimas novedades políticas (Montesquieu, Voltaire, Rousseau, etc.)
y se hallaba suscrito a los mejores periódicos del momento. Entre
sus proyectos se contaba el de mandar construir un salón de reunio
nes adornado con frescos representando, entre otros, a Linneo y a
Buffon. Conspiraban contra el absolutismo y por las formas repu-
35 Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 12-1-1793, en Hernández de Alba, 1968 <
1975, tomo 2: 81.
124 / José Antonio Amaya
blicanas, la división tripartita del poder y la representación popular.
Pregonaban que ya era tiempo de sacudir el yugo del despotismo y
fundar una República Independiente a ejemplo de la de Filadelfia.
Sinforoso Mutis, por ejemplo, protestaba diciendo que de buena
gana tiraría el manto [de colegial del Rosario] y tomaría el fusil.
Figuraban entre los habituales de aquel cenáculo, periodistas,
profesores, comentaristas, viajeros, hombres de ciencia y estudio y
hasta un cura. Puede citarse al médico francés Louis de Rieux, gra
duado en Montpellier, de confesión masónica, en quien las autori
dades identificaron, con razón, a un agente al servicio del gobierno
revolucionario francés. Su misión en estas tierras consistía en pro
palar los Derechos del hombre y del ciudadano. Pedro Fermín de
Vargas, Zea, Sinforoso Mutis, José María Cabal y Enrique Umaña,
entre otros, se contaban entre los incondicionales de Nariño.
Conocidas son las relaciones de Mutis con Pedro Fermín de
Vargas. El señor director fue durante un tiempo su protector, le con
siguió su primer puesto en el real servicio, como administrador del
estanco de la quina. Le abrió su corazón y los detalles de su vida. Ya
en el exilio, Pedro Fermín publicaría en Londres, hacia 1805, una
biografía muy informada y laudatoria del Primer Botánico y Astró
nomo de su Majestad (ver Kónig & Sims, 1805). Produce perpleji
dad la lectura de esta biografía, cuando se piensa que fue escrita por
uno de los conspiradores más temidos y buscados por las embaja
das españolas en el mundo.
Nariño, hombre rico, culto y de familia distinguida, era propie
tario de la Imprenta Patriótica, ubicada en la Plaza de San Carlos,
frente al Colegio de San Bartolomé, el sitio de reunión de la pobla
ción estudiantil. A mediados de 1794 se dio a la tarea de traducir clan
destinamente del francés la Declaración de los derechos del hombre
y del ciudadano. Le ordenó a su impresor, Bruno Espinosa de los
Monteros, tirar ochenta copias. La maquinación incluía la fijación
de pasquines sediciosos, un plan de toma del Batallón Auxiliar de
Santafé, y el posterior derrocamiento del gobierno. Entre las acusa-
Una flora para el Nuevo Reino I 125
ciones que pesaban contra Sinforoso Mutis figuraba la de mante
ner correspondencia con P. F. de Vargas, revolucionario prófugo de
la justicia a la sazón en Filadelfia, y que habría ofrecido entrar por
los Llanos con un ejército de diez y ocho mil hombres. Las autori
dades descubrieron la conspiración antes de que la edición de los
Derechos saliera de los límites de la tertulia. Destruyeron todas y cada
una de las copias, al punto de no dejar ni un ejemplar para uno de
nuestros museos actuales. Mutis se hallaba puntualmente informado
de lo que acontecía detrás de las puertas de la casa de Nariño y de
las personas que frecuentaban el círculo de éste. Cuando sintió que
la tensión llegaba a un momento culminante, le ordenó a Zea tras
ladarse a Fusagasugá.
Los desvelos de Sinforoso en pro de la ciencia amable de las plan
tas no parecen haber sido particularmente sostenidos, al menos para
esta primera época, que se extiende desde el 11 de noviembre de
1791, fecha de su nombramiento, hasta agosto de 1794, cuando fue
aprehendido por las autoridades. Tío y sobrino vivían entre regaños
y contestaciones. No le sale la inclinación del amor a las letras, ase
guraba el tío36. Hay que precisar que Sinforoso vivió bajo el mismo
techo con su tío en la santafereña sede de la Expedición únicamen
te veinte meses, desde el consabido 11 de noviembre de 1791 hasta
el día de San Juan (24 de junio) de 1793, cuando decidió internarse
en el Colegio del Rosario, desertando de las clases informales que
el tío le prodigaba. Nada indica que Mutis informara a las autorida
des acerca del abandono del puesto por Sinforoso.
Zea permaneció veintidós meses en la santafereña sede de la Ex
pedición instruyéndose en la botánica31, desde noviembre de 1791,
fecha de su nombramiento, hasta agosto de 1793, cuando, como se
36 Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 6-X-1793, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 93. 37 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, 20 de junio de 1798. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N" 4.
126 / José Antonio Amaya
ha dicho, Mutis determinó enviarlo a Fusagasugá38. Las razones del
alejamiento no fueron científicas. La finalidad era liberarlo de la
quema, es decir, de la persecución de las autoridades39. Ha de notarse
que el hecho ocurrió un año antes de que Zea fuese privado de la
libertad, lo que sugiere hasta qué punto Mutis se hallaba puntual
mente informado acerca de las actividades y de los peligros deMr-
cano de la Filantropía.
En el Fondo Mutis del Jardín Botánico de Madrid no se conser
va ningún vestigio del trabajo de Zea en materia de recolecciones ni
de descripciones para el período comprendido entre 1791 y 1794,
aunque es seguro que Zea recolectó y preparó descripciones desti
nadas a la Flora de Mutis.
Veinte son las descripciones fechadas que se conservan de puño
y letra de Sinforoso Mutis en el Botánico de Madrid y que fueron
preparadas durante su desempeño como adjunto de la Expedición;
la mayor parte de éstas fueron elaboradas en Santafé entre el 10 de
mayo de 1792 y el 5 de junio de 179340.
A mediados de 1794, en Santafé se armó la de san Quintín. Nariño,
Zea y Sinforoso, entre otros, fueron acusados de alta traición a la Co
rona. Hechos prisioneros, fueron deportados a España en 1795. Lle
garon a Cádiz el 18 de marzo de 1796 y allí permanecieron confina
dos hasta finales de agosto de 1799.
38 Sobre el trabajo de Zea en Fusagasugá, puede consultarse la biografía de Enrique Umaña Barragán que actualmente prepara el autor de este trabajo para la obra de Mauricio Umaña Blanche, intitulada Los Umaña. 39 Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 21-IV-1794, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 100. 40 También se conserva en el Archivo del RJBM una descripción de Sinforoso Mutis elaborada en La Habana, seguramente entre 1803 y 1808. Otras catorce descripciones suyas corresponden al período durante el cual tuvo bajo su dirección la Parte Botánica de la Expedición (1808-1816); las fechas límite de estas últimas son 13-111-1809 y 28-VI-1815 y se refieren a plantas de tierra fría y de tierra caliente en la Nueva Granada. Ciento tres descripciones suplementarias carecen de fecha y no siempre presentan determinación de localidad (ver Amaya, 1992: 432-443 y 459).
Una flora para el Nuevo Reino I Vil
Con el destierro de los adjuntos se pusieron a la orden del día,
una vez más, los asuntos del adelantamiento de la Flora de Bogotá y
de la sucesión de Mutis. La solución lograda en 1791, más mala que
buena, se vino abajo en 1794. Mutis se hallaba rodeado de un verda
dero enjambre de pintores y de aprendices de este oficio que cum
plían sus obligaciones puntualísimamente, pero seguía careciendo
de colaboradores científicos. Los cartapacios de láminas botánicas
y los pliegos de herbario se abultaban día tras día haciendo cada vez
más acuciantes los problemas de la adquisición y consulta biblio
gráficas, de la clasificación científica y de la publicación.
El trabajo de Mutis relacionado con la descripción y la clasifica
ción botánicas no fue prolífico en absoluto durante su quinta y últi
ma residencia en Santafé que, como se sabe, se prolongó desde mayo
de 1791 hasta su muerte en septiembre de 1808. Puede asegurarse
que con posterioridad a 1794 las actividades se concentraron en la
ilustración botánica y en el acrecentamiento de la biblioteca.
El exilio en Cádiz
Aparentemente Mutis volvió a quedar solo en la santafereña sede de la
Expedición con su confidente y mayordomo Salvador Rizo Blanco
(1762-1816) y con los pintores. Aparentemente, porque el Primer Bo
tánico de Su Majestad continuó comunicándose regularmente con
Zea41 y con Sinforoso -acusados de alta traición, como se sabe-, y se
guardó de solicitar a la Corona nuevos adjuntos. Por lo demás, ni ésta
ni el gobierno virreinal volvieron a ocuparse del asunto de la publica
ción de la Flora de Bogotá, ni de la sucesión de Mutis. Todo parece
indicar que éste se hallaba determinado a continuar formalmente con
sus adjuntos, guardándoles sus posiciones en la Expedición, mientras
41 En sus cartas a Cavanilles, las alusiones de Zea a su correspondencia con Mutis son frecuentes, y ello a través de toda la relación epistolar Zea-Cavanilles, que se prolongó desde el 20 de junio de 1798 al menos hasta el 14 de junio de 1802.
128 / José Antonio Amaya
se producía el fallo de los tribunales. Lo que sugiere que el presidio
de Zea y de Sinforoso no alteraba en lo sustancial los planes de 1791.
Nariño fue separado de sus cómplices, mientras que Zea, Sinfo
roso, José María Cabal (1769-1816) y Enrique Umaña (1772-1854)
compartieron la cárcel en Santafé, el viaje de destierro y la prisión
en Cádiz. Se mantenía viva una parte del "cogollito" que había lo
grado germinar en casa de Nariño.
Mutis practicaba una estrategia múltiple. Por una parte se que
jaba con acritud de las andanzas políticas de Sinforoso, ante su cu
ñada, Ignacia Consuegra. Por la otra, se aprestó a recomendar a éste
y a Zea ante Antonio José Cavanilles (1745-1804), reputado botánico
residente en Madrid, con entradas en la corte, muy favorable a Mu
tis. Le exponía lo ocurrido en Santafé en los siguientes términos:
La inconsiderada precipitación de estos ministros [¿del vi
rrey Ezpeleta?, ¿de la Real Audiencia?], que nos hicieron creer
alborotos intestinos de la mayor consideración, y últimamente nos
hemos desengañado de la falsedad de aquel concepto. Quisiera
dilatarme algo sobre este punto, porque por allá [en la Corte de
Madrid] habrá sonado demasiado este acontecimiento y sería
razón desengañar con mi acostumbrada sinceridad las personas
de alto carácter con quienes tenga vuesamerced alguna amistad
[...] Más debemos temer en las actuales circunstancias de todo
el mundo revuelto [por la Revolución Francesa y sus consecuen
cias] de los imprudentísimos procedimientos de estos deslum
hrados ministros, por su notoria pasión contra los patricios [es
decir los criollos sindicados] que de la sospechada infidencia
americana [...] A la verdad que la buena política del día pide que
las provindencias de la Corte satisfagan completamente el honor
vulnerado de los patricios [la nobleza criolla]42.
42 Carta de J. C. Mutis a A. J. Cavanilles, Santafé, 19 de enero de 1795, en Hernández de
Alba, 1968& 1975, tomo 2: 112-113.
Una flora para el Nuevo Reino I 129
El ideario revolucionario que en Santafé era juzgado como delito
de lesa majestad, en Cádiz hacía el rigor de la moda. La Revolución
Francesa había ganado el alma de aquel pueblo eminentemente cos
mopolita, comercial y liberal. Los sindicados fueron tratados con be
nevolencia. Pronto se les mejoró su situación, permitiéndoseles cir
cular por la ciudad sin custodia alguna, cultivar relaciones de amistad
y, hasta cierto punto, utilizar el tiempo a su arbitrio.
Es en Europa donde nuestros jurisconsultos en ciernes reafir
man unos, descubren otros, su inclinación por la historia natural.
Advirtiendo la importancia creciente de la ciencia en la administra
ción del Estado, van trocando su deportación en viaje de estudios,
con el apoyo de Mutis, de Cavanilles y de las autoridades metropo
litanas. Las ciencias les abrían un camino seguro para la continua
ción y para la promoción de sus carreras. ¿Más política que ciencia
en Santafé y más ciencia que política en Cádiz? El hecho es que el
viaje a Europa se concretó sin la intermediación familiar, muy im
probable por lo demás en el caso de Zea, dados los recursos limita
dos de sus progenitores. En los casos de Umaña y Cabal, vastagos
de poderosas familias en Santafé y en Buga, no se sabe que éstas hu
biesen previsto, con anterioridad a 1794, viajes de estudio para sus
hijos. Sea como fuere, los costos de los cinco años de presidio ha
brían sido cubiertos en alguna medida por las familias de los sin
dicados.
Zea y Sinforoso, al lado de Cabal, asistieron a los cursos de bo
tánica que impartía por aquellos días Francisco de Paula Arjona en
Cádiz. Se sabe que Zea tomó el curso en el Hospital de la Marina,
probablemente durante el primer semestre de 179843. Cabal habría
seguido, además, sendos cursos de anatomía y de diseño botánico
(Tascón, 1930: 31).
43 Carta de F. A, Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, 30-VII-1798. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4.
130/ José Antonio Amaya
Arjona había sido discípulo de Cavanilles en Madrid hacia 179444
y su cátedra se hallaba integrada al plan de estudios médico-quirúrgicos del Colegio de Cirugía de Cádiz, en el cual Mutis había cursado su carrera cuarenta años atrás (1749-¿1757?). Tomó posesión de la gaditana cátedra de Botánica en 1797 que regentó hasta 1799, cuando fue trasladado al Colegio de Medicina y Cirugía de Burgos. Murió en Cádiz en 180045. Con razón o sin ella, Zea se permitió calificar el curso de Arjona de demasiado elemental^, lo que podría indicar la calidad de su formación botánica adquirida al lado de Mutis. Por lo que toca a la afición de Cabal y de Umaña por las ciencias naturales, hoy por hoy ésta no ha sido documentada como un hecho surgido en Santafé.
Cabal y Sinforoso se aplicaron a la tarea de montar sus herbarios respectivos. En relación con el herbario de Sinforoso, cuyo Catálogo"'1 se conserva en el Fondo Documental J. C. Mutis del Jardín Botánico de Madrid, se trata de un huerto seco formado [¿en Madrid?] en 1801 por un principiante. Variopinto, con especies bastante comunes, europeas en su mayoría o susceptibles de cultivarse en Eu-
44 Cavanilles (1797, tomo 4: 57, plancha 383) celebró a don Francisco de Paula consagrándole el género Arjona que apareció publicado con la dedicatoria: "In honorem Domini Francisci Arjona, qui Gadibus Botanicem summa cum laude publice docet". ["En honor de Don Francisco Arjona quien regenta en Cádiz la Cátedra Pública de Botánica de la manera más laudable"], 45 Ver Galán, 1988: 244, 328, 330, 399, 400, 401, 403, 405. 46 Al respecto Zea le comentaba por carta a Cavanilles, a cuya protección aspiraba: "Cuando he asistido, como discípulo, al curso que acaba de darse en el Hospital y estudiado los principios más triviales, como si no tuviera algún conocimiento botánico, juzgue vuestra merced del anhelo que tendré por las lecciones de un Sabio, que miro como el único que en España puede dirigirme en esta carrera, en que veo extraviados y perdidos a todos los demás" (Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta No 4). 47 Catálogo de las Plantas que existen en el Herbario de Don Sinforoso Mutis Consuegra-Año de 1801. Pinto (1989) publicó un artículo en el que figura un estudio de las Gramíneas incluidas en este Catálogo.
Una flora para el Nuevo Reino / 131
ropa, muchas de ellas no precisamente de Cádiz48. Lo que sugiere
que fue en Europa donde Sinforoso se formó botánico propiamente
dicho pues, como se sabe, su permanencia al lado del tío, breve, in
termitente y obstaculizada por motivos familiares, personales y po
líticos, fue más bien precaria en contenido científico.
La formación histórico-natural se hallaba en Cádiz inscrita en
el programa de un centro universitario con una tradición de casi me
dio siglo en la enseñanza de la medicina y de la cirugía, dotado de
una biblioteca y de un jardín botánicos. Además, los estudiantes rea
lizaban sus prácticas en el Hospital de la Marina de Cádiz49. Este
hecho colocaba a nuestros criollos en una situación bien distinta de
aquella que habían tenido que observar en Santafé, donde la botá
nica era todavía objeto de enseñanza privada, con un alto ingredien
te autodidacta y dirigida a abogados en trance de formación.
Todos estos datos conducen a restringir el papel de Mutis como
maestro y a descubrir una nueva dimensión de su personalidad como
alguien más apto para integrar talentos a su Expedición que para for
marlos. El exilio exponía a los neogranadinos a una influencia cul
tural imprevista por Mutis, pero que éste trataría de reforzar y apro
vechar con el tiempo.
En 1798 Zea tomó la iniciativa de escribirle a Cavanilles, cuyo
nombre había llegado a oídos suyos por intermedio de Mutis, co
rresponsal del naturalista valenciano desde 1786. Las biografías de
Mutis y de Cavanilles presentan afinidades notables. Compartían la
sotana de sacerdotes seculares. Defendían las ideas de Newton (1642-
1727), Christian Wolff (1679-1754) y Pieter van Musschenbroeck
(1692-1771). Sus formaciones botánicas nada tenían que ver con
48 A solicitud del autor, Félix Muñoz Garmendia, investigador del Jardín Botánico de Madrid, se pronunció en estos términos sobre el Herbario de S. Mutis (comunicación personal, 1989). 49 Sobre la historia del Colegio de Cirugía de Cádiz, ver los documentados trabajos de Ferrer, 1963 y Galán, 1988.
132 / José Antonio Amaya
Migas Calientes ni con el Prado. La vocación de naturalista de Cava
nilles, un tanto tardía, se había despertado en París en 1777, a la edad
de 32 años. Vivió en la capital francesa durante los doce años siguien
tes, desempeñan dose como ayo de los hijos del duque del Infantado.
En París había sido discípulo de Antoine-Laurent de Jussieu (1748-
1836), justo por los años en que éste maduraba el sistema natural
de clasificación que terminaría sustituyendo al de Linneo, a partir
de 1789, con la publicación del Genera plantarum.
Cavanilles mereció la amistad de su maestroy de la familia de éste;
en todos ellos dejó un recuerdo entrañable que perduró en una nutri
da correspondencia que ambos supieron cultivar después del regreso
de Cavanilles a Madrid50. Cavanilles había consolidado su prestigio
en París como propietario de un rico herbario, como botánico de ga
binete y como reformador del sistema de Linneo. Se propuso adelan
tar una obra con marcado carácter universal y acumulativo, que se
proyectó con rasgos en extremo novedosos en la tradición botánica
española51.
Fue Cavanilles quien tomó la iniciativa de escribirle a Mutis en
Mariquita, desde París, en mayo de 1786. Para entonces el nombre
de Mutis circulaba en París, como lo demuestra la honrosa alusión
que Cavanilles había hecho del Mutis naturalista en sus Observa
ciones sobre el artículo España de la Nueva Encyclopedia (1784).
En 1786 le solicitaba materiales para su ohraMonadelphia, en la cual
acometió una revisión y actualización de la Clase XVI del Sistema de
Linneo.
Nadie puede contribuir como vuesamerced -le aseguraba-,
que se halla en el centro de la vida; aquí son los herbarios los que
50 La formación botánica de Mutis se halla documentada en Amaya, 1992: "Mutis amateur de botanique, son approche de Linné á Cadix puis á Madrid", pp. 170-186. 51 Para un estudio bibliográfico de A. J. Cavanilles, ver López & López, 1983: 51-80.
Una flora para el Nuevo Reino / 133
debo consultar con frecuencia, pero vuesamerced lee en el gran
libro de la naturaleza que se manifiesta sin sombras ni equivoca-
Desde París le envió al menos dos cartas. Ya en Madrid y sin lo
grar satisfacer su deseo de recibir colecciones de Santafé, retomó la
correspondencia con Mutis en 1794 y la continuó hasta 1803, el año
anterior a su muerte, enviándole un total de siete cartas. Mutis por
su parte le remitió a Cavanilles un total de unas cinco cartas desde
Santafé (1794-1803)53.
Zea optó por omitir la mediación de Mutis para entrar en co
municación con Cavanilles. Se presentó como discípulo del gaditano,
solicitando de Cavanilles sus luces y consejos para adelantar mis co
nocimientos botánicos5 \ La correspondencia de Zea con Cavanilles
llegó a ser más frecuente que la de Mutis con este último, como lo
demuestran las treinta y una cartas conocidas de Zea a Cavanilles
escritas entre el 20 de junio de 1798 y el 14 de junio de 1802. Ofre
cía para un futuro cercano sus servicios como recolector en Nueva
Granada, propuesta que no podía sino despertar vivamente el inte
rés de Cavanilles. Al momento de recibir la misiva de Zea, Cavanilles
carecía de corresponsal en América, si se exceptúa a Mutis, quien
se había mostrado más que parco en el envío de plantas neogranadinas
para el valenciano.
Zea no tardó en recibir respuesta de Madrid. Por aquellos días
Cavanilles se hallaba empeñado en adelantar su obra botánica no
menos que en arruinar la carrera del director del Prado, Casimiro
52 Carta de A. J. Cavanilles a Mutis, París, P-V-1786, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 200. 33 La totalidad de estas cartas puede consultarse en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomos 2 y 3. 54 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, 30 -vil- 1798. Original en el RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Legajo 24, Carpeta N" 4.
134/ José Antonio Amaya
Gómez Ortega. Para 1798 la obra de Cavanilles alcanzaba cerca de
una docena de títulos de botánica, los últimos de los cuales habían
salido de la Imprenta Real (ver López & López, 1983). La República
de las Letras (comunidad de científicos se diría hoy por hoy) asistía
al hecho paradójico de que los costos de impresión de los recientes
fascículos publicados por el director del Jardín Real, contestación de
factura modesta, hubiesen debido ser cubiertos por el propio autor55.
La Corona y la comunidad científica internacional mostraban un
creciente descontento con la gestión de Gómez Ortega al frente del
Prado. Gómez Ortega padecía de una gordura desfigurante que lo
inhabilitada día tras día. Varios viajeros europeos que visitaron el Pra
do a finales del siglo dejaron testimonios incontrovertibles acerca del
estado de abandono de las siembras, de la pobreza de los herbarios,
del ausentismo de las directivas y de los profesores. Uno de aquellos
testimonios pertenece al propio Zea, quien tuvo ocasión de conocer
el Prado en 1800, en vísperas de la caída de Gómez Ortega. No vaciló
en calificarlo desde París, en 1801, de ridículo56. Comparada con su
institución de tutela, la Expedición de Santafé resultaba ser un cen
tro modelo en miras científicas, organización y disciplina.
A medida que la correspondencia entre Zea y Cavanilles fue ha
ciéndose más frecuente y personal comenzó a perfilarse un reorde
namiento de las alianzas en el horizonte de la botánica española. Por
un lado estaba el bloque dirigido por Gómez Ortega y conformado
por los expedicionarios al Perú y Chile, Hipólito Ruiz López (1752-
1816) y José Antonio Pavón Jiménez (1754-1840), sin olvidar al ma
logrado Sebastián José López Ruiz en Santafé. Este grupo había
venido orientando los destinos de la botánica oficial española desde
1770, año en que Gómez Ortega accedió a la dirección del Real Jardín
55 Puerto (1992) es autor del mejor estudio biográfico que existe en la actualidad sobre C. Gómez Ortega. 56 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Ibiza, -vil- 1801. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4.
Una flora para el Nuevo Reino / 135
de Madrid. Por otro lado, se perfilaba con creciente nitidez el grupo
dirigido por Cavanilles y conformado por Mutis y Zea; Salvador Rizo
también llegó a cartearse con Cavanilles.
La situación de los deportados comenzó a aclararse. España se
mostraba cada día más solidaria con la política exterior y los hom
bres de la Revolución Francesa. El tratado de Basilea, firmado en
1795, había establecido la paz entre las dos naciones. Dos años más
tarde, en 1797, Carlos IV aliado con Francia le declaraba la guerra a
Inglaterra. El embajador de Francia en la Corte de Madrid no tardó
en aprovechar la coyuntura para intervenir en favor de su conciuda
dano Louis de Rieux, cuya liberación apuró la de los neogranadinos.
En 1799 el Consejo de Indias declaró concluida la causa de Zea,
de Sinforoso Mutis, de Cabal y de Umaña, entre otros. Ordenó su
libertad completa y la restitución de sus bienes, como si no se hu
biera procedido en modo alguno contra ellos. A Sinforoso se lo rein
tegró a la Expedición Botánica de Santafé el 23 de octubre de 1799.
A éste y a Zea se les indemnizó por brazos caídos y se les brindó la
posibilidad de continuar en sus empleos y profesiones. Sinforoso
supo arreglárselas para justificar un cargo que había abandonado y
un salario de quinientos pesos anuales que nunca se le había asig
nado. Todas estas providencias favorecían a los excarcelados, cuya
situación profesional era, como se sabe, por lo menos incierta.
Concluido el juicio, Zea, Sinforoso y Cabal expresaron su inten
ción de regresar cuanto antes al Nuevo Reyno, no sin antes pasar a
conocer la Corte y en ella a la persona de Carlos IV y, claro está, a
Cavanilles. Zea no tardó en manifestar su deseo de despedirse de la
Expedición de Santafé y tratar de manejarse por sí mismo. Si no lo
gro algunas ventajas más, no me contento con el empleo que tenía51,
le revelaba a Cavanilles. Se decía dispuesto a organizar una expedi-
57 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, [i?] -vm- 1799, Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4.
136/ José Antonio Amaya
ción por su natal Provincia de Antioquia, una idea que había sido con
cebida en realidad por Mutis, por los días en que Zea fue encarcela
do; en los planes originales se entreveía incluso la posibilidad de asig
narle un par de pintores a Zea.
Mutis, quien desde 1794 se había mantenido fiel a sus discípu
los, no estuvo de acuerdo con el regreso inmediato de éstos. Movido
por el afán de contar con colaboradores idóneos para editar los cen
tenares de láminas y plantas secas que seguían acumulándose sin
cesar en su gabinete, les sugirió permanecer dos años en Madrid
perfeccionando su formación botánica al lado de Cavanilles. Se
mostró incluso dispuesto a asumir los costos de la estada, con la
condición, claro está, de que Sinforoso fuese aceptado por Cavanilles.
Como se sabe, el compromiso adquirido por Mutis con la Coro
na en 1783 consistía en preparar el manuscrito de la Flora de Bogo
tá en Santafé y, una vez editado, enviarlo para su publicación en
Madrid. Ahora, en las postrimerías del siglo, parecía determinado a
realizar las dos operaciones en América. Con el fin de asumir el reto
de la publicación habría negociado una imprenta en 179858, y se ha
llaba empeñado en la conversión de algunos dibujantes suyos en gra
badores (Humboldt, 1846). La envergadura del desafío no era de
poca monta y ello en cualquier país de América. En el Nuevo Reyno
este reto resultaba inédito por completo. Zea y Sinforoso eran pie
zas claves en esta estrategia. El tiempo empezaba a mostrar que el
destierro de los adjuntos había terminado por beneficiar a la Expedi
ción. Podía esperarse que en un futuro cercano este centro contaría
con colaboradores de excelencia. La cooperación de Zea y Sinforoso
era lo único que podía sacarlo de la situación bochornosa en que se
hallaba al seguir dando largas a la entrega de su obra. Mutis había
18 Al respecto F. A. Zea le comentaba A. J. Cavanilles: "Dentro de un año comenzará a publicarse la Plora de Bogotá. Ya estaba la imprenta cerca de Santafé" (carta fechada en Cádiz el 4-XII-1798. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4).
Una flora para el Nuevo Reino / 137
venido aprovechando el destierro de sus discípulos para acopiar un
verdadero arsenal bibliográfico al tiempo que concentraba el traba
jo de la Expedición en una iconografía botánica, zoológica y antro
pológica única en el mundo por su calidad y cantidad59. Se trataba
de preparar sin apuros pero sin tregua los recursos humanos y ma
teriales para la ansiada síntesis científica. Hay que puntualizar,
sin embargo, que el resultado logrado con la formación de Zea y
Sinforoso no era únicamente el producto de una política trazada
desde Santafé.
En Madrid, Cavanilles les abrió sin reservas las puertas de su ga
binete, herbario y biblioteca. Es muy probable que los neogranadinos
se beneficiaran no sólo de sus lecciones privadas, que ganaban fama
en toda Europa, sino de sus orientaciones científicas, no menos que
de su atrayente personalidad. Cabal, en particular, llegó a ser discí
pulo suyo, muy aventajado. ¡Qué mozo tan sobresaliente! ¡Qué talento
tan despejado y apto pa ra las ciencias naturales!, le comentaba
Cavanilles a Mutis en carta de 18 de agosto de 1801 (publicada por
Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 210).
El plan de Mutis enderezado a que sus agregados culminaran
su formación botánica al lado de Cavanilles no tuvo éxito. Lo que
sucedió fue que Cavanilles optó por apoyar en 1800 a Zea, Sinforoso
y Cabal para que éstos se trasladaran a París a conocer mundo y a
completar allí sus estudios de ciencias naturales. Respaldo similar
le había acordado, por ejemplo, al botánico peninsular discípulo suyo
Simón de Rojas Clemente (1777-1827). Las miras de Cavanilles
parecían puestas en la formación de una escuela metropolitana con
proyección en las colonias. Les extendió cartas de recomendación
para Rene Louiche Desfontaines (1750-1830), A-L. de Jussieu, Nicolás
•l9 Para un estudio de la iconografía mutisiana, ver Amaya (1986), y el trabajo en preparación de J. A. Amaya y de Beatriz González, "Diccionario de pintores, aprendices y alumnos de la Expedición Botánica", con un capítulo introductorio titulado "Los pintores de la Expedición Botánica bajo el poder del número".
138/ José Antonio Amaya
Louis Vauquelin (1763-1829), Etienne-Pierre Ventenat (1757-1808)
y otros connotados naturalistas franceses. Influyó para que la Coro
na española le concediera a Zea una beca que le permitió prolongar
su permanencia en París hasta 1802.
La aprobación del viaje de estudios de Zea tuvo que tener un tras-
fondo político, como lo sugiere el hecho de que las autoridades le
negaran el permiso que solicitó, en 20 de mayo de 1800, para incor
porarse a la Expedición de Santafé. La Corona favorecía y hasta ob
sequiaba a quienes habían conspirado contra ella, pero se mostraba
remisa a permitir el regreso de Zea. Más tarde Cavanilles logró que
Cabal fuera becado por el gobierno español durante tres años em
pleados en París en el estudio de la química.
Zea estuvo a punto de no poder cumplir con el objetivo de llegar
a París al ser obligado a guardar cuarentena en la frontera francesa,
con motivo de una epidemia de fiebre amarilla que azotaba por en
tonces a España. Por esta razón Sinforoso no alcanzó a remontar los
Pirineos y aprovechó la oportunidad para regresar de inmediato a
Santafé.
Es de lamentar el regreso de Sinforoso, pues era probablemente
quien más precisaba de la experiencia parisina. En repetidas ocasio
nes, como se sabe, Mutis se había quejado de la desaplicación e in
disciplina de su sobrino; Zea nunca dio por verdadera la vocación por
la botánica de su antiguo contertulio; Cavanilles, por su parte, no
manifestó particular entusiasmo por el talento del criollo, al menos
no el mismo entusiasmo que le produjeron Zea y sobre todo Cabal60.
Llegado a París, Zea se apresuró a comunicarle a Cavanilles que
[...] los profesores a quienes vuestra merced tuvo la bondad
de recomendarme, me han recibido con todo el aprecio que Vd.
60 Carta de A. J. Cavanilles a J. C. Mutis, Madrid, 18 -VIII- 1801, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 210.
Una flora para el Nuevo Reino / 139
sabe inspirar a los que le tratan, adelantándose a mis deseos me
han proporcionado cuantos medios puedo desear para desempe
ñar con gloria el encargo que traigo61.
El encargo tenía varios aspectos por lo que se refiere a la Expe
dición de Santafé. En primer lugar, como se ha dicho más arriba,
Zea debía enriquecer su formación con miras a asumir las funcio
nes de editor de la Flora de Mutis. El apoyo y las consideraciones
de que fue objeto en la capital francesa se hallan asociados con su
condición de recomendado de Cavanilles y, ante todo, con su cali
dad de discípulo de Mutis y de agregado de la Expedición de Nueva
Granada, calidad con la que el naturalista de Medellín solía presen
tarse oficialmente. Detrás del encargo se movía la mano de Cava
nilles, en quien Zea identificaba a su amado favorecedor. Otro as
pecto de la misión de Zea consistía en adquirir la bibliografía más
reciente para la preparación de la Flora de Bogotá. En este sentido
supo asesorarse de Ventenat, curador a la sazón de la Biblioteca de
Santa Genoveva, muy al corriente de todo lo relacionado con el co
mercio del libro. Zea había venido colaborándole a Mutis en la con
secución de libros de historia natural desde sus días de presidio en
Cádiz, y en este desempeño había merecido la invaluable asesoría
de Cavanilles. Operaba no como un intermediario cualquiera, sino
que se beneficiaba con la lectura de los libros antes de remitirlos a
Santafé. Como agente librero de la Expedición de Santafé llegó a
reemplazar al diplomático sueco Hans Jacob Gahn (n. en 1748),
muerto en Cádiz en 1800, víctima de la epidemia de la consabida
fiebre amarilla, en desempeño del cargo de cónsul de Suecia. Nada
indica que se haya puesto en contacto con los neogranadinos en
aquella ciudad durante el presidio de los mismos. Zea también ope
raba como agente en la venta de quinas de Santafé, negocio que re-
61 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, París, -XII- 1800. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4.
Una flora para el Nuevo Reino / 139
sabe inspirar a los que le tratan, adelantándose a mis deseos me
han proporcionado cuantos medios puedo desear para desempe
ñar con gloria el encargo que traigo61.
El encargo tenía varios aspectos por lo que se refiere a la Expe
dición de Santafé. En primer lugar, como se ha dicho más arriba,
Zea debía enriquecer su formación con miras a asumir las funcio
nes de editor de la Flora de Mutis. El apoyo y las consideraciones
de que fue objeto en la capital francesa se hallan asociados con su
condición de recomendado de Cavanilles y, ante todo, con su cali
dad de discípulo de Mutis y de agregado de la Expedición de Nueva
Granada, calidad con la que el naturalista de Medellín solía presen
tarse oficialmente. Detrás del encargo se movía la mano de Cava
nilles, en quien Zea identificaba a su amado favorecedor. Otro as
pecto de la misión de Zea consistía en adquirir la bibliografía más
reciente para la preparación de la Flora de Bogotá. En este sentido
supo asesorarse de Ventenat, curador a la sazón de la Biblioteca de
Santa Genoveva, muy al corriente de todo lo relacionado con el co
mercio del libro. Zea había venido colaborándole a Mutis en la con
secución de libros de historia natural desde sus días de presidio en
Cádiz, y en este desempeño había merecido la invaluable asesoría
de Cavanilles. Operaba no como un intermediario cualquiera, sino
que se beneficiaba con la lectura de los libros antes de remitirlos a
Santafé. Como agente librero de la Expedición de Santafé llegó a
reemplazar al diplomático sueco Hans Jacob Gahn (n. en 1748),
muerto en Cádiz en 1800, víctima de la epidemia de la consabida
fiebre amarilla, en desempeño del cargo de cónsul de Suecia. Nada
indica que se haya puesto en contacto con los neogranadinos en
aquella ciudad durante el presidio de los mismos. Zea también ope
raba como agente en la venta de quinas de Santafé, negocio que re-
61 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, París, -XII- 1800. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4.
140 / José Antonio Amaya
portaba jugosas ganancias que permitían comprar libros y hasta un
laboratorio de química que Mutis pedía con insistencia. El asunto
de las quinas conforma todo un capítulo de la Expedición Botánica
del cual no nos ocuparemos en esta ocasión.
El 17 de junio de 1801, Cavanilles fue nombrado para gobernar
y dirigir el Real Jardín Botánico, en reemplazo de Gómez Ortega, a
quien la Corona determinó jubilar de modo fulminante. En Europa
hasta los rusos se alegraron de la reforma, según le comunicaba Zea
a Cavanilles en carta del 10 de julio62.
El ministro Pedro Cevallos se aprestó a enviar una instrucción el
17 de junio de 1801, justo en la fecha de la nominación de Cavanilles,
definiendo la vocación centralista del Real Establecimiento de Botá
nica de Madrid, en relación con sus satélites en el imperio:
Es la voluntad de Su Majestad que el Real Establecimiento
de Botánica en Madrid sea el centro de los demás de la Penínsu
la y de los que existan [...] en todos sus dominios [...] Para el
mutuo fomento en bien todos, cada año [deberán presentar] un
estado circunstanciado de las plantas vivas que tengan, herbarios,
bibliotecas, enseñanza y discípulos; otro de los fondos y gastos; y
una noticia de los descubrimientos que hayan hecho y de las obras
que quieran imprimir; para que vistas y aprobadas por el profe-
62 " [...] había suspendido dar a vuestra merced el parabién de su nuevo destino [de director del madrileño Jardín del Prado] y participar la satisfacción que ha causado a los amigos. Aun los que no son, se han alegrado por amor de la ciencia y del bien público. Yo no sé cómo habían acertado los ex profesores a dar en toda Europa tan malas ideas de su manejo como de su enseñanza. Aquí hay millares de extranjeros y hasta los rusos tienen el mismo concepto, se alegran de la reforma y se prometen mil felicidades. Considero a vuestra merced muy ocupado no sólo en la enseñanza, sino tirando ya sus líneas para engrandecer nuestro ridículo Jardín y hacerlo como debe ser, el primero de la Europa. Ahora se puede con gusto concurrir a su adelantamiento y la ciencia se propagar entre la gente civilizada" (la carta fue fechada en Ibiza. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4).
Una flora para el Suevo Reino / 141
sor de Madrid, se den al público para hacer constar en honor de
la nación los adelantamientos de la botánica63.
Mutis recibió el instructivo y tampoco en este caso dio señales
de cumplir con las obligaciones que allí se le fijaban.
Para entonces Zea se hallaba en París ocupado en la preparación
de un proyecto de reforma de la Expedición neogranadina. Que el
gobierno español debía hacer efectiva la sucesión de Mutis. Que la
Expedición de Santafé debía articular su acción con aspectos prác
ticos relacionados con la agricultura del país y abandonar su carác
ter prioritariamente botánico (taxonomía) o más bien pictórico. Que
la Expedición debía diversificarse integrando a sus investigaciones
de botánica, la agricultura, estudios de zoología, mineralogía y quí
mica. Que la acción científica en Santafé debía estar vinculada de
modo orgánico con la política científica de la metrópoli. Que Cabal
debía ocuparse de una proyectada sección de química, mientras que
a Umaña se le confiaría la de mineralogía (el proyecto fue publicado
en Zea, [1802]).
La curiosidad que experimentaba Cavanilles por la Flora de Bo
gotá no conocía límites. Y es que la obra tuvo en vilo a toda la comu
nidad científica europea a lo largo de la segunda mitad del siglo
XVIII64. Cavanilles supo aprovechar la correspondencia de Zea para
explorar e inquirir al criollo sobre el asunto. El testimonio de Zea
era invaluable, en la medida en que éste había trabajado cerca de dos
años en el santuario (nombre con el que se designaba el gabinete
de Mutis) donde se guardaban los materiales de la obra. Zea res
pondió a Cavanilles en los siguientes términos:
63 Oficio de Pedro Cevallos a J. C. Mutis remitido por intermedio de A. J. Cavanilles, jefe y único profesor del Real Establecimiento de Botánica de Madrid, Madrid, 17 de junio de 1801. La carta de Cavanilles tiene por fecha el 18 de agosto de 1801. Uno y otra fueron publicados por Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 209. 64 Sobre las expectativas que generó la Plora de Bogotá en Europa, ver Amaya, 1992: 16-25.
142 / José Antonio Amaya
Diré a vuestra merced todo lo que sé de las obras del señor Mu
tis. De hFlora de Bogotá, que está para publicarse, hay sobre 3.000
láminas en colores y otras tantas en negro [...] A la descripción de
las plantas acreditadas en el Nuevo Reyno precede la historia de su
descubrimiento y aplicaciones, despreciando unas, adaptando otras,
que Mutis ha comprobado e indicando algunas nuevas que pudie
ran hacerse. Muchas maderas preciosas, muchísimas resinas y
anices, varios tintes, la manteca y cera de palmas, cortezas aromá
ticas, multitud de plantas medicinales, una especie de cacao en cuya
lámina apuró Rizo todos los primores del arte, una especie de Clusia
que da incienso comparable al de Arabia, otras muchas drogas, unas
nuevas y otras conocidas, pero cuyas plantas están mal determina
das o se ignoran, harán esta flora útilísima a nuestras artes y co
mercio así como preciosa y singular en la botánica. Tiene también
multitud de flores hermosísimas que encantarán a los aficionados.
Los botánicos encontrarán en ellas fructificaciones singulares y aún
partes desconocidas en las plantas a que ha sido preciso dar nue
vos nombres. Sus prolijas observaciones sobre el sueño y poliga
mia de las plantas, sobre sus fructificaciones y otras partes, sobre
las fecundaciones recíprocas y las especies híbridas o mestizas, le
darán a la ciencia luces inesperadas. Me olvidaba de advertir que
la obra en mi tiempo pasaba de 30 volúmenes de a 100 láminas; pero
hoy en día creo llegue a 40, porque se han añadido muchas lámi
nas, cuyo total no bajar de 4.000. Es de notar que con todos los co
lores con que están dibujadas son tomados de las mismas plantas.
El negro que parece tinta de china es el jugo de las bayas de la
Ubilla, especie de Cestrum, que acaso debe reducirse a Lisium.
Esta misma planta da otros dos o tres colores descubiertos por Rizo
sobre las ideas del señor Mutis [...]6S.
65 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, 27-XII-1798. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4. Cavanilles utilizó estas informaciones en su trabajo publicado en 1800.
Una flora para el Suevo Reino I 143
Nótese que Zea no se refiere en su detallada comunicación al
texto de la Flora de Bogotá, del que no parecía tener mucho conoci
miento, pues su jefe había mantenido en la más absoluta reserva este
aspecto de su obra, como ocurrió con Caldas, e incluso con el propio
Sinforoso. Cuando Mutis murió en 1808, ninguno de sus discípulos
conocía los manuscritos de la Flora de Bogotá.
La descripción por Zea de la obra de Mutis no podía sino aguzar
aún más el interés de Cavanilles, como autor y como editor. Y es que
el campo de estudio de Cavanilles abarcaba la extensión del Imperio
español, sin distinción de fronteras provinciales. Tenía acumulada
experiencia en el tratamiento de plantas americanas, particularmente
gracias a las colecciones que le había transmitido Louis Neé, viaje
ro francés al servicio de la Corona española66. Desde finales del si
glo XVIII, venía publicando sus Icones, obra en la que figuran géne
ros y especies de múltiples latitudes de las posesiones españolas. La
autoría de esta serie de amplio espectro geográfico contribuía a que
Cavanilles fuese reconocido como el Linneo español. Justo en aquella
obra apareció la única planta de Mutis publicada en España metro
politana: el Caryocar amigdaliferum (Cavanilles, 1797, tomo 4: 37,
grabados 361 & 362). ¿Acaso no fue el interés por la Flora de Bogo
tá lo que movió a Cavanilles a acordarle protección a Zea? Sea como
fuere, es preciso puntualizar que la relación de Cavanilles con el
equipo de Mutis no le significó al naturalista valenciano ninguna
ventaja para el adelantamiento de su obra botánica.
Resulta improbable que Mutis, condecorado con el título de Pri
mer Botánico del Rey y honrado con el cargo de director de una Ex
pedición Botánica, para no hablar de su condición de veterano de
los naturalistas españoles, estuviese dispuesto a aparecer ante los
ojos de la República de las Letras como colector de su colega Cavani-
66 Los trabajos en los que Cavanilles utiliza o menciona la recolecciones de Neé aparecen descritos por Muñoz, 1989: 64-68.
144 / José Antonio Amaya
lies. Sobre todo cuando se tiene en cuenta su arraigo e identifica
ción con la tierra neogranadina, que le hacía preferir la práctica de
una ciencia autónoma con respecto a la metrópoli.
La calidad de Cavanilles de cofundador y coeditor de los Anales
de Historia Natural (editados en facsímil por Fernández, 1993), ma
drileña revista que comenzó a aparecer en 1799, revela otra dimen
sión de su interés por la Flora de Bogotá. Cavanilles invitó e incluso
requirió las contribuciones de Mutis. El ofrecimiento de publicar
en la metrópoli iba asociado con la ventaja de poder incluir ilustra
ciones que serían grabadas por los más destacados artistas de la
Península. La revista incluía, entre otros, artículos de botánica, de
mineralogía, de geología, entre otras. Aparecía regularmente y per
mitía ir publicando memorias y artículos de corta extensión, sin las
exigencias de un libro. Brindaba una oportunidad excelente para ase
gurar la prioridad de los géneros y especies descubiertos en Nueva
Granada. A Mutis y a su equipo les faltó diligencia para aprovechar
esta oportunidad que sencillamente nunca existió durante la direc
ción (1771-1801) de Gómez Ortega y su equipo.
Ha de recordarse que durante su desempeño como profesor del
Real Jardín de Madrid, Gómez Ortega se cruzó con Mutis una car
ta; de la correspondiente respuesta de Mutis (1784), sólo se conoce
el borrador incompleto (que aparece en Hernández de Alba, 1968 &
1975, tomo 1: 179-185). Probablemente no hubo más intercambio
epistolar. En realidad la Expedición neogranadina perdió poco de esta
falta de relación. La asistencia que el Prado podía ofrecer era men
guada cuando no improbable. Reducidísimo era el número de estu
diantes que asistían a las lecciones de botánica que allí se impartían
y, por lo demás, ninguno de éstos fue propuesto para ser enviado a
colaborar con Mutis. Seguían el Curso de Botánica publicado por
Gómez Ortega en 1785. Este manual, impreso bajo los auspicios de
la Corona y utilizado como texto oficial de la botánica metropolita
na, no conoció éxito alguno en la Nueva Granada. Mutis lo habría
tildado de monumento de vergüenza (carta de Zea a Cavanilles,
Una flora para el Nuevo Reino I 145
Cádiz, 14-K-1798) para la botánica española; Zea lo encontraba
desatinado en el plan y erróneo en el método {Ibidem); Caldas lo
calificaba de miserable en el arte. Todo apunta a que los naturalistas
en el Nuevo Reyno prefirieron aprender la botánica en las fuentes
de laPhilosophia botánica de Linneo (1751). Por otra parte, el Jar
dín botánico metropolitano estuvo lejos de ofrecerle a Mutis la po
sibilidad de clasificar y publicar sus colecciones. Éste siempre per
cibió con aprehensión la posibilidad de enviar los materiales de su
obra a Madrid, alimentando sus recelos con el ingrediente de algu
nos comentarios de Cavanilles:
[Gómez Ortega] prometía y vendía favores, como si tuviese
a los ministros en la mano; pero si alguno cayó en el lazo y se des
prendía de sus obras, podía darse por olvidado. Aparentando celo,
instaba continuamente a los oficiales para que forzasen los auto
res a enviar sus trabajos. Vuesamerced era uno de los destinados
al sacrificio [...]67.
Mutis se guardó de solicitar cualquier tipo de asistencia científi
ca del Prado de Madrid, en lo relacionado con el personal de natura
listas y el pedido de libros. Y se mantuvo inconmovible en esta deter
minación, hasta 1801, cuando Gómez Ortega fue jubilado. Se limitó a
requerir dos dibujantes de la Real Academia de San Fernando, centro
independiente de Migas Calientes. Gómez Ortega, por su parte, tam
poco ofreció ningún tipo de apoyo y dictaminó dejar al arbitrio de Mutis
todo lo correspondiente a su expedición6*3. La creación y existencia de
la Expedición neogranadina poco y nada significó para salvar las dis
tancias entre Madrid y Santafé. Baste evocar sólo un aspecto. Está
67 Carta de A.J. Cavanilles aj . C. Mutis, Madrid, 28-IV-1795, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 204. 68 Carta de J. C. Mutis a E. Valenzuela, Santafé, 31-XII-1783, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 1: 150.
146 I José Antonio Amaya
documentado que los expedicionarios del Perú y Chile, junto con los de México, contribuyeron activamente con semillas americanas a las siembras en el Jardín del Prado. En este sentido la Expedición de Nueva Granada brilló por su ausencia, a pesar del título de asociado correspondiente del Real Jardín Botánico que se le extendiera a Mutis en 1784, condición que obligaba al gaditano a mantener correspondencia e intercambio de plantas y semillas con Madrid.
Ha de saberse que la Expedición neogranadina cerró sus puertas sin que ninguno de sus miembros publicara una sola planta en Madrid. La oferta de Cavanilles incluía, claro está, la edición del trabajo, como lo habían hecho en sus días Linneo y sus discípulos con las colecciones remitidas por Mutis69. Todas estas realizaciones nos indican que la crisis española de finales del siglo XVIII y principios del siglo XK era de carácter político y económico, pero no científico, al menos en el campo de la botánica.
Todo indicaba que una vez finalizada la estadía de Zea en París, éste regresaría sin tardanza a ocupar la subdirección de la Expedición neogranadina. La suposición se mantuvo hasta que el criollo, camino de Santafé, fue notificado de su nombramiento, el 13 de enero de 1803, como segundo profesor, pero del Jardín Botánico del Prado, y de segundo redactor de los periódicos madrileños la Gaceta y él Mercurio. El gobierno le asignó una renta anual de veinticuatro mil reales por el ejercicio de estos cargos (Arias, 1973). La monarquía se mantenía inconmovible en la decisión de impedir el retorno de Zea al Nuevo Reyno.
La nominación revestía un inocultable carácter político, pues a pesar de sus merecimientos Zea se hallaba lejos de ser reconocido como figura descollante en el campo de la botánica. Se trataba de un arma de doble filo para el elegido; éste no despertaba las simpatías de los discípulos de Cavanilles, quienes le declararon una oposi-
69 El conjunto de las colecciones de Historia Natural que J. C. Mutis envió a Suecia fue catalogado por Amaya, 1992, Apéndice N° 2, pp. 478-683.
Una flora para el Nuevo Reino / 147
ción formidable mientras permaneció en el equipo de dirección del
Prado. Ha de saberse que Cavanilles no apoyó la candidatura del
antioqueño, a pesar o en razón de los lazos de amistad que a él lo unían
desde 1798. Por otra parte, la aceptación del cargo por Zea compro
metió el futuro del vínculo de éste con Mutis y con la Expedición Bo
tánica. Como subdirector, Zea podía aspirar a la dirección del Prado,
en modo alguno a la subdirección, ni siquiera a la dirección de la Ex
pedición neogranadina. Ascender era posible, y bajar de cargo, inde
coroso, y esto fue lo que comprendió y utilizó el gobierno español.
La noticia de que Zea no regresaría a Santafé puso al anciano
Mutis a punto de romper con aquél70. A partir de ahora el gaditano
quedaba bajo la subdirección de su antiguo discípulo, a quien se le
acordó, como se sabe, una asignación anual ampliamente superior
a la del maestro. Mutis y Zea nunca volvieron a cartearse. El nom
bramiento de Zea contribuyó más que otra cosa a alejar a la Expedi
ción neogranadina de su institución de tutela, el Prado de Madrid.
El gobierno español hacía gala de astucia política y, al mismo tiem
po, de una irritante cortedad de miras en lo relativo a política cultu
ral y científica. De un plumazo se echaron por la borda ocho años de
espera e inversión en dinero de Mutis, a quien no se le pidió con
cepto sobre el nombramiento.
La muerte repentina de Cavanilles en 1804, a la edad de 59 años,
determinó el nombramiento de Zea como director del Prado, el 25
de mayo de aquel año (Arias, 1973: 211), cargo en el que permane
ció hasta 1807, cuando abandonó Madrid para fugarse con las tropas
napoleónicas de las que era seguidor y agente.
70 J. I. de Pombo le comunicaba a J. C. Mutis la noticia del nombramiento de Zea como subdirector del Prado en los siguientes términos: "Me han asegurado que a Zea lo han destinado con un sueldo regular en el Jardín Botánico de Madrid [...], y por consiguiente ya no vendrá a este reino. Lo siento, pues además de la falta que hará a vuesamerced actualmente, ésta ser mayor después de sus días" (Cartagena, 10-VI-1810, en Hernández de Aba, 1968 & 1975, tomo 4: 108-109).
148 / José Antonio Amaya
El regreso de Sinforoso Mutis a Santafé se produjo en 1803. La
expectativa era que ahora sí el sobrino se consagraría a la edición de
la Flora de Bogotá. Pero no fue así, lo que vino a multiplicar los efec
tos catastróficos de los nombramientos de Zea. A Sinforoso se le
ocurrió un negocio más o menos confuso con las quinas del rey al
macenadas en Honda y puestas bajo la responsabilidad del tío71.
Mutis accedió, pues la propuesta se produjo en medio de los cre
cientes apuros económicos generados por la construcción del Ob
servatorio Astronómico en los jardines de la Expedición Botánica.
Ante la administración virreinal, Mutis encubrió la finalidad comer
cial del desplazamiento de Sinforoso con el ropaje de una expedi
ción científica a Cuba, en donde Sinforoso permaneció durante el
nada despreciable lapso de cinco años (1803-1808). Regresó en vís
peras de la muerte del tío, quien al permitir el desplazamiento del
sobrino dio muestras de una enorme incoherencia en materia de
política científica.
Conclusiones
Cuando se observa la preparación de la Flora de Bogotá durante el
cuarto de siglo que transcurre entre el establecimiento de la Expe
dición Botánica (1783) y la muerte de Mutis (1808), puede percibirse
el cambio de papel que se les asignó y que adoptaron efectivamente
las instancias colonial y metropolitana en la elaboración de esta obra.
La erección de la Expedición puso en evidencia un período de cre
ciente protagonismo virreinal, que corrió parejas con el desdibu-
jamiento y la casi desaparición del desempeño de la metrópoli, y que
se prolongó hasta la jubilación de Gómez Ortega en 1801. La pro
pensión autonomista de la Expedición fue estimulada desde Madrid,
71 Sobre las circunstancias del viaje de S. Mutis a Cuba véase el oficio de S. Rizo fechado en Santafé, 16-111-1810, en Hernández de Alba, 1986: 157-160.
Una flora para el Nuevo Reino / 149
a través de Gómez Ortega, quien dejó a Mutis en libertad para lle
var adelante su empresa. Luego se produjo un breve y fallido inten
to de centralización, promovido por Cavanilles desde la dirección del
Jardín Botánico del Prado (1801-1804), y uno de cuyos objetivos
consistió en integrar efectivamente la Expedición a la órbita de la
botánica madrileña. Finalmente se observa, de nuevo, una autono
mía casi absoluta de la colonia con respecto a su metrópoli, durante
el período que se extiende desde la muerte de Cavanilles en 1804
hasta la de Mutis.
Conforme a los planes del director de la Expedición, expresa
dos en 1783, serían las instancias madrileñas las que se encargarían
de coordinar la publicación de la Historia Natural del Nuevo Reyno.
Poco tiempo después se mostraba decidido a trabajar la parte cien
tífica de esta obra en la Nueva Granada, dejando los detalles técni
cos para ser ejecutados en España. En 1791 aseguraba que, incluso
estos detalles, serían adelantados por sus adjuntos, quienes viaja
rían a Madrid a ocuparse del grabado e impresión de la obra, mien
tras él en Santafé se ocuparía de la edición científica, no ya de una
Historia Natural que abrazase los reinos mineral, vegetal y animal,
sino únicamente de la Flora de Bogotá. En este nuevo esquema se
ignoraba por completo al Prado de Madrid.
De regreso a la capital en 1791, Mutis obtiene del virrey el nom
bramiento de cuatro colaboradores; desde 1784 había venido traba
jado sin adjunto científico. Quizá no se consultaron los nombramien
tos con las instancias científicas metropolitanas. Sea como fuere, a
través de la administración virreinal, la Corona continuaba auxiliando
a Mutis, a pesar de su tardanza en entregar la Flora de Bogotá, pro
metida para mediados del decenio de 1780. Como puede verse, la
autonomía de la Expedición también era tolerada y estimulada por
la autoridad política del virreinato.
Integraban el nuevo equipo jóvenes estudiantes universitarios
(abogados en ciernes en su mayoría), pertenecientes a la nobleza
criolla, y un cirujano de origen modesto, todos de condición civil.
150 / José Antonio Amaya
Mutis logró colocar a dos de sus sobrinos, aunque sólo uno perduró
en la Expedición, lo que puso en evidencia el fracaso relativo de su
estrategia enderezada a ubicar a sus tres sobrinos en los puestos
científicos más importantes del Nuevo Reyno. Se optó por no soli
citar asistencia científica de Madrid, a pesar de que todos los agre
gados necesitaban aprender el abecé de la botánica. El costo del nue
vo equipo se reducía a quinientos pesos anuales, cuando una plantilla
de cuatro naturalistas importados de la Península hubiera costado
no menos de cuatro mil pesos anuales.
Zea, el adjunto más cualificado, era el líder de los estudiantes.
En un artículo suyo aparecido en el periódico del virreinato evocó
las obligaciones de la monarquía con la educación de la nobleza
americana, y definió el compromiso de la intelectualidad criolla fren
te a la educación popular. Postulaba que la formación en la Nueva
Filosofía era la condición básica del novísimo concepto de ciudada
nía, además de ser un factor de incremento de la productividad en
la explotación de la naturaleza americana y en la producción de ri
queza para la patria neogranadina. ¿No fue acaso el nombramiento
de Zea un intento de desagravio frente al silenciamiento de que éste
fue víctima por sus opiniones políticas ? No hay que olvidar que el
criollo figuraba entre los fundadores del Arcano de la Filantropía
(1789) ni que, hacia 1791, era, con Sinforoso Mutis, uno de los ha
bituales de aquel círculo. Uno y otro encarnaban los ideales de la
Independencia de los Estados Unidos y los principios de la Revolu
ción Francesa.
La vida del equipo en Santafé fue breve, intermitente y obsta
culizada por motivos políticos y personales. Los logros botánicos al
canzados durante los años 1791-1794 fueron más bien modestos. No
podía ser de otra manera teniendo en cuenta la condición de ama
teur éclairé de su mentor. Los agregados trabajaron cada uno por
su cuenta y no se implicaron orgánicamente los unos con los otros,
ni con la preparación de la Flora de Bogotá, cuyos manuscritos pre
paratorios no les fue dado conocer en toda la vida de Mutis. El equi-
Una flora para el Nuevo Reino / 151
po no pudo consolidarse en Santafé. Aguiar quedó por fuera de la
Expedición antes de 1794, y motivos políticos condujeron a la prisión
de Zea y de Sinforoso, en Santafé y en Cádiz, desde 1794 hasta 1799.
Las acusaciones de alta traición a la Corona que pesaban sobre
Zea y sobre Sinforoso no fueron ápice para que el Primer Botánico
del Rey continuara en correspondencia y activa colaboración con
aquéllos. Esta colaboración se materializó en la compra de biblio
grafía, adquirida con la asesoría de naturalistas europeos. Zea pasó
a ser el principal proveedor de libros de la Expedición, durante los
años que corren entre 1796 y 1802, lo que significó una mayor auto
nomía para Mutis, quien dejó de depender de extranjeros en este
aspecto estratégico.
Zea y Sinforoso fueron trocando su deportación en viaje de estu
dios, con el apoyo de Mutis, de Cavanilles y de las autoridades metro
politanas, logrando ganar para la causa científica a Cabal y a Umaña.
La formación gaditana que adquirieron en historia natural se hallaba
inscrita en el programa del Colegio de Cirugía, centro universitario
con tradición de casi medio siglo, y que hacía contraste con aquella
impartida en Santafé, de carácter privado, con un alto ingrediente de
autodidaxia y dirigida a abogados en trance de formación. La deuda
de Sinforoso Mutis con España, en lo relativo a formación botánica,
es sin duda mayor que aquella que contrajo con su tío.
La presencia del equipo de Mutis en España, sin olvidar la de
Cabal y la de Umaña, apasionados de la Expedición de Santafé, vino
a reforzar la oposición del grupo de Cavanilles contra el de Gómez
Ortega. Zea adhiere a Cavanilles en 1798 en un momento en que la
controversia se aproximaba a su desenlace. La correspondencia de
Zea con Cavanilles llegó a ser más frecuente y copiosa que la de Mutis
con Cavanilles. Ha de notarse, sin embargo, que Zea se cuidó de
hacer público su rechazo a Gómez Ortega, mientras éste se sostuvo
en la dirección del Prado.
Zea y Sinforoso, junto con Cabal y Umaña, son liberados en 1799;
a los dos primeros se los restituye en sus empleos en la Expedición.
154/ José Antonio Amaya
hallaba fundado en un análisis realista de las condiciones científi
cas del virreinato, comparadas con las reinantes para entonces en la
península. Semejante argumento tampoco justificaba la negligen
cia para cultivar correspondencia e intercambio con la metrópoli,
desaprovechando posibilidades de edición y publicación inéditas
hasta entonces. Quizá el decano de los botánicos españoles no de
seaba aparecer como colector de su colega Cavanilles.
El interés de Mutis por sistematizar la Flora, aunque sincero,
no era parte esencial de su política científica. De hecho no supo apro
vechar el regreso de Sinforoso, optando por consentirle un viaje de
negocios de quina camuflado en una prolongada expedición cientí
fica a Cuba (1803-1808); así se perdieron cinco años preciosos para
el adelantamiento de la edición de la obra. Como se verá en la con
tinuación de este trabajo, la instrucción adquirida por Sinforoso en
España será un elemento básico en su desempeño como continua
dor de la Flora de Bogotá (1808-1816). Lo que resulta incompren
sible es que Mutis le hubiese dado prelación al beneficio económi
co sobre la producción científica.
Referencias
Archivos y colecciones
Biblioteca Nacional de Colombia (Santa Fe de Bogotá).
. Biblioteca Nacional de Colombia, Sala de Libros Raros y Cu
riosos, manuscritos.
Real Jardín Botánico de Madrid
. Fondo Documental de José Celestino Mutis y de la Real Ex
pedición Botánica del Nuevo Reyno de Granada.
.Archivo del Iltmo. Sr. Dn. Antonio Joseph Cavanilles (AAJC),
Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Car
peta n§ 4.
Una flora para el Suevo Reino / 151
po no pudo consolidarse en Santafé. Aguiar quedó por fuera de la
Expedición antes de 1794, y motivos políticos condujeron a la prisión
de Zeay de Sinforoso, en Santafé y en Cádiz, desde 1794 hasta 1799.
Las acusaciones de alta traición a la Corona que pesaban sobre
Zea y sobre Sinforoso no fueron ápice para que el Primer Botánico
del Rey continuara en correspondencia y activa colaboración con
aquéllos. Esta colaboración se materializó en la compra de biblio
grafía, adquirida con la asesoría de naturalistas europeos. Zea pasó
a ser el principal proveedor de libros de la Expedición, durante los
años que corren entre 1796 y 1802, lo que significó una mayor auto
nomía para Mutis, quien dejó de depender de extranjeros en este
aspecto estratégico.
Zea y Sinforoso fueron trocando su deportación en viaje de estu
dios, con el apoyo de Mutis, de Cavanilles y de las autoridades metro
politanas, logrando ganar para la causa científica a Cabal y a Umaña.
La formación gaditana que adquirieron en historia natural se hallaba
inscrita en el programa del Colegio de Cirugía, centro universitario
con tradición de casi medio siglo, y que hacía contraste con aquella
impartida en Santafé, de carácter privado, con un alto ingrediente de
autodidaxia y dirigida a abogados en trance de formación. La deuda
de Sinforoso Mutis con España, en lo relativo a formación botánica,
es sin duda mayor que aquella que contrajo con su tío.
La presencia del equipo de Mutis en España, sin olvidar la de
Cabal y la de Umaña, apasionados de la Expedición de Santafé, vino
a reforzar la oposición del grupo de Cavanilles contra el de Gómez
Ortega. Zea adhiere a Cavanilles en 1798 en un momento en que la
controversia se aproximaba a su desenlace. La correspondencia de
Zea con Cavanilles llegó a ser más frecuente y copiosa que la de Mutis
con Cavanilles. Ha de notarse, sin embargo, que Zea se cuidó de
hacer público su rechazo a Gómez Ortega, mientras éste se sostuvo
en la dirección del Prado.
Zea y Sinforoso, junto con Cabal y Umaña, son liberados en 1799;
a los dos primeros se los restituye en sus empleos en la Expedición.
152/ José Antonio Amaya
Movido por el afán de contar con colaboradores idóneos para editar
los centenares de láminas y de plantas secas que seguían acumu
lándose en su gabinete, Mutis les sugiere a Zea y a Sinforoso per
manecer dos años en Madrid perfeccionando su formación botáni
ca al lado de Cavanilles. Después de una breve asesoría en Madrid,
Cavanilles opta, en 1800, por apoyar a Zea y a Cabal para que viajen
a París, con recomendaciones suyas para los naturalistas franceses,
y mediante el apoyo financiero del gobierno español; Umaña tam
bién se traslada a París. Cavanilles se inclinaba por la formación de
una escuela metropolitana con proyección en las colonias. Zea per
manece en París hasta 1802, perfeccionando su formación al lado de
A.-L. de Jussieu, con el fin de regresar a Santafé a ocuparse de la
edición de la Flora de Bogotá. En París, también actúa como agente
de Mutis en el comercio de las quinas de Santafé, realizando varias
operaciones cuyo monto no ha sido calculado con exactitud.
El nombramiento de Cavanilles como sucesor de Gómez Orte
ga hizo prever el inicio de una nueva época en las relaciones de la
Expedición Mutis con la botánica oficial metropolitana. Cavanilles
y el ministro Pedro Ceballos diseñaron una política centralista de
dimensiones imperiales para el establecimiento botánico madrile
ño. Durante los últimos treinta años, Mutis había venido operando
como un satélite suelto en la órbita botánica española. Sin el con
curso científico de Madrid, había logrado concebir y adelantar uno
de los proyectos botánicos más ambiciosos de su tiempo, dotando a
la Expedición con una biblioteca de historia natural que mereció ser
comparada con la de Joseph Banks, la mejor reputada del mundo de
entonces; con uno de los herbarios más ricos del mundo (20.000
ejemplares) y con una escuela de iconografía que había logrado pro
ducir la colección más importante de Occidente en la materia.
A principios del siglo XTX, Mutis tenía puesta la atención en va
rios frentes. Se empeñaba en continuar favoreciendo el incremento
de la iconografía, en particular la botánica, mientras estimulaba la
formación de criollos en Europa, con el fin de asegurar la sistema-
Una flora para el Suevo Reino I 153
tización de su Flora, tarea que él no podía asumir en razón de los
vacíos de su formación como naturalista y de los achaques de su edad.
Para encarar el desafío de la publicación, negoció una imprenta y se
aplicó a la conversión de algunos pintores en grabadores.
Estos eran precisamente los recursos que Cavanilles tenía al
alcance de la mano. La situación científica de la metrópoli se había
transformado radicalmente, con respecto a la coyuntura que había
presidido Gómez Ortega. Su formación y experiencia le permitían
a Cavanilles sistematizar en poco tiempo y con un éxito previsible
una obra como la Flora de Bogotá. Desde un punto de vista prácti
co, los artistas grabadores que trabajaban para los Anales de Histo
ria Natural podían asegurar la publicación de la obra, fuese por en
tregas en aquella revista o fuese de modo independiente. La crisis
española de finales del siglo XVIII y principios del XIX era de carácter
político y económico, en modo alguno de naturaleza científica, al
menos por lo que toca a la botánica. En pocas palabras, Cavanilles
reunía todas las condiciones para practicar con éxito una política
imperial. En su Proyecto de Reforma de la Expedición Botánica (Pa
rís, 1802), Zea se mostraba incondicional de los planes de Cavanilles,
aunque no pudo convertirse en agente de ellos en Santafé, en razón
de sus nombramientos como subdirector y luego como director del
Prado. Estos nombramientos pusieron en evidencia la incoherencia
de la Corona en materia de política científica con Santafé -recuér
dese que desde 1794 el gobierno se había desentendido por com
pleto del control sobre los avances de la Flora de Mutis. No era ima
ginable que la presencia de Zea frente al Prado coadyuvase al
mejoramiento de las relaciones entre Madrid y Santafé. Con estos
nombramientos, las autoridades políticas echaron por la borda al
menos ocho años de espera e inversión de Mutis, para no hablar de
los esfuerzos realizados por la propia Corona.
Mutis se resistió a integrarse a la política de Cavanilles, con la
convicción de que la Flora de Bogotá era una obra que debía editar
se y publicarse enteramente en el Nuevo Reyno. Este criterio no se
154 / José Antonio Amaya
hallaba fundado en un análisis realista de las condiciones científi
cas del virreinato, comparadas con las reinantes para entonces en la
península. Semejante argumento tampoco justificaba la negligen
cia para cultivar correspondencia e intercambio con la metrópoli,
desaprovechando posibilidades de edición y publicación inéditas
hasta entonces. Quizá el decano de los botánicos españoles no de
seaba aparecer como colector de su colega Cavanilles.
El interés de Mutis por sistematizar la Flora, aunque sincero,
no era parte esencial de su política científica. De hecho no supo apro
vechar el regreso de Sinforoso, optando por consentirle un viaje de
negocios de quina camuflado en una prolongada expedición cientí
fica a Cuba (1803-1808); así se perdieron cinco años preciosos para
el adelantamiento de la edición de la obra. Como se verá en la con
tinuación de este trabajo, la instrucción adquirida por Sinforoso en
España será un elemento básico en su desempeño como continua
dor de la Flora de Bogotá (1808-1816). Lo que resulta incompren
sible es que Mutis le hubiese dado prelación al beneficio económi
co sobre la producción científica.
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