Denise a. Agnew - Corazones Ocultos

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Corazones Ocultos

Denise A. Agnew

Romántica contemporánea

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Argumento:

Año nuevo, nuevo comienzo...

Volviendo a su ciudad natal, Tiffany Kent  lucha con incómodos recuerdos de la

infancia, como la vez que Zack Blayn, el cerebrito, intentó besarla. En cambio, al llegar

descubre una ciudad que ha cambiado tanto como ella, y Zack ha pasado de ser el niño

del juego de química... a un ardiente bombero.

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–No puedo, Andrea. Tengo mucho trabajo que hacer. Las cosas se amontonan

durante Navidad –dijo Tiffany Kent al teléfono mientras miraba como la nieve iba

acumulándose en las ventanas de su oficina en el Museo Blaircroft, en Denver. –

Además, parece que con este tiempo se avecina una ventisca.

Mientras una ráfaga de aire formaba un remolino de nieve, Tiffany se hundía en la

silla detrás de su escritorio.

–No digas no otra vez este año –le señaló Andrea Blayne con una súplica en su

voz.

–Eres una mujer terca, ¿lo sabes? –La sermoneó Tiffany sofocando una risa–.

Noche Vieja no es gran cosa para mí. Cada año me pongo mi pijama de franela, abro

una botella de burbujeante sidra de manzana y luego brindo mientras observo como

cae la bola de cristal en Times Square. Estoy cómoda, y no tengo que aguantar fiestas

salvajes.

El suspiro de Andrea hizo eco a través de la línea telefónica.

–Exactamente. Eso es justamente lo que quiero decir. Estás siempre sola. ¿No te

aburres, alguna vez, de tener siempre la misma perspectiva?

–No. Puede que cuando tenga noventa y cinco años esté cansada de las mismas

cosas, pero por el momento estoy cómoda.

–Cómoda –repitió Andrea con desprecio–. La soledad es muy cómoda.

–Oh, vamos. Que esté sola no significa que me sienta sola.

–Ajá –exclamó Andrea dubitativa–. Si no fueses tan buena amiga, te estrangularía.

¿Cuándo fue la última vez que viniste aquí?

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–Tú sabes cuánto tiempo hace de eso –Tiffany frunció el ceño mientras oía el

lejano tic–tac del pequeño reloj sobre su mesa.

Andrea y su familia habían ido a Denver varias veces en todos esos años, pero

Tiffany no se había aventurado al pequeño pueblo de Clydeswell, en Colorado. Nunca.

El museo estaba tranquilo. Quizás demasiado tranquilo. La mayor parte de los

empleados se habían tomado las vacaciones durante las fiestas de Navidad y Año

Nuevo, por lo que habían dejado solo una persona de turno. Aún así, Tiffany disfrutaba

de la tranquilidad y trataba de convencerse de que no le importaba que año tras año

todos esperaran que trabajara durante los días de fiesta.

–Ven y lo pasarás en grande con nosotros. No te decepcionaremos –La voz de

Andrea tomó un tono travieso–. Además, tengo a alguien que quiero que conozcas.

–No, no, no –gimió Tiffany. Más nieve pasó volando cerca de la ventana, y

mentalmente urgió a la tormenta a que continuara–. Otro cazador con la voz de Elmer

Fudd1, no. No lo haré.

–Todos te echan de menos.

–Seguro. Tras diez años de ausencia la mayoría ni me recuerda.

–No te reconocerían. Has cambiado mucho.

–Mucho mejor.

–Está bien, déjame ponértelo así. Si no te levantas de ese escritorio, para variar, y

te diviertes un poco, voy a conducir hasta allá, atravesaré la tormenta y te patearé el

trasero. ¿Qué te parece?

Amenazante.

Un enorme suspiro atravesó la línea.

1 Elmer es un personaje cascarrabias de dibujos animados, siempre viste de cazador y su meta es cazar el conejo Bugs Bunny o el pato Lucas, siempre sin éxito.

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–Además, tienes que venir a Clydeswell este año. Hay un amigo que se muere por

conocerte.

–No lo creo.

– ¿Qué si es algo que él desea más que cualquier cosa en el mundo?

Tiffany levantó la cabeza y vio momentáneamente su rostro reflejado en el vidrio

de la librería que se encontraba delante de su escritorio. Su cabello, de un intenso

color rojizo, estaba despeinado y caía alborotado enmarcando su demacrado rostro.

Dudó de que cualquier hombre estuviera muy cautivado con el cuadro que presentaba

justo ahora.

–Supongo que simplemente se sentirá decepcionado –le contestó Tiffany.

–Está bien, está bien. Le diré que no puedes. Está bien, no discutamos más.

El alivio se oyó en la voz de Tiffany.

–Bien.

Después de una breve pausa Andrea continuó:

–A propósito, tu mamá me llamó.

–No lo hizo.

–Sí, y me confesó un pequeño secreto. Dime: ¿Por qué no me contaste que sufriste

una neumonía dos semanas antes de Acción de Gracias? ¿Hmm?

Tiffany se puso rígida.

–Porque sé cuidarme sola.

– ¿Te cuidaste tu sola? –La voz de Andrea fue cortante–. ¿Quieres decir que no

tuviste a nadie que te cuidara?

–Me pedí una larga baja laboral por estar enferma, y ahora tengo mucho trabajo

pendiente. Tengo la impresión de que aún estoy intentado ponerme al día.

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–Pues a mí me parece que en tu trabajo te explotan. Ya sabes, como en esos

lugares donde encuentran una empleada eficiente y puntual y la hacen trabajar hasta

la extenuación, porque es la única que lo hace. Entonces, cada vez le exigen que

trabaje más y más duro.

– ¿No es así en todas partes? –Tiffany sonó resignada hasta para ella misma, sin

embargo era diferente a otras personas con las que trabajaba; se negaba a ponerse a

su nivel y ser una perezosa.

–No tiene por qué ser así, y tú no tienes por qué hacerte cargo tú sola de todo. Me

preocupa pensar que te pueda pasar algo malo y que no haya nadie para cuidarte.

Tiffany sonrió ante las preocupaciones de su amiga.

–Eres un amor, pero no debes preocuparte. Mamá y Papá casi vinieron corriendo

de Arizona, pero les dije que no.

–Bravo, probablemente dijiste que no estabas tan mal ¿Te ingresaron en el

hospital?

Tiffany estuvo a punto de mentir, pero decidió no hacerlo.

–Sí. Dos días.

Andrea gimió.

–Dios mío.

Tiffany recibió una llamada en otra línea.

–Mira, me gustaría seguir hablando, pero tengo otra llamada telefónica.

–Bueno, pero te llamo más tarde así puedo terminar de convencerte para que

vengas con nosotros a divertirte en estas fiestas.

Tiffany se rió ahogadamente y colgó el teléfono. Después de ocuparse de la otra

llamada telefónica, notó que la nieve había decaído y el viento había cesado. Tal vez a

la mañana siguiente podría dar un paseo en coche por las montañas y llegar a su viejo

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pueblo natal en un par de horas. Lo bueno de este festivo era que caía en un fin de

semana. Si ella decidiese ir a Clydeswell, todavía podría volver para trabajar el lunes.

Cerró los ojos, y empezó a recordar cuan antiguo y bello era el pequeño pueblo en

invierno, cuando nevaba. Clydeswell brillaba como una joya o una postal victoriana, los

edificios engalanados con decoraciones de Navidad. Se preguntó cuánto había

cambiado en diez años. Si ella fuese allí ahora, ¿lo encontraría tan distinto que no lo

reconocería y no tendría que preocuparse por recordar? ¿Lamentaría conducir a

través de las calles y volver a rememorar? Dejando de lado las especulaciones, regresó

al trabajo.

Al cabo de una hora dejó el lápiz y se frotó las sienes. Mirando al reloj, vio que

era casi hora de irse. Pronto los colegas se marcharían para irse a sus hogares

calientes con la chimenea encendida, los adornos y la familia. Tiffany regresaría a su

frío apartamento y tomaría una taza de té.

Hurra.

Tal vez necesitaba un cambio. ¿Dolería descubrir si Clydeswell seguía siendo el

pueblo restrictivo y asfixiante del que se había librado años atrás? Una visita no quería

decir que se quedaría para siempre. Miró por la ventana y se percató de que el brillo

del sol se alzaba entre las nubes.

Momentos más tarde descolgó el teléfono y marcó el número de Andrea.

– ¡Aleluya! Ya estamos aquí. No puedo esperar a recoger mi traje. Nunca me he

disfrazado de hada madrina –Andrea le abrió la puerta de la tienda de disfraces

Vicksman Shop y señaló a su amiga para que entrara–. Tu primero.

Desde que Tiffany había llegado temprano al pueblo, su pequeña, rubia y

chispeante amiga no había parado de hablar.

–Espero que estés satisfecha.

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–Estoy muy orgullosa. Logré hacer algo que nadie ha hecho en años.

– ¿Eh?

–Convencer a mi amiga de dejar sus cosas, escaparse de su prisión y tener un

poco de diversión.

¿Yo? ¿Aburrida? Dejé Clydeswell porque era aburrido.

Andrea puso cara de “Oh claro que sí”.

–Ambas sabemos que esa no fue la única razón por la que te fuiste.

Una punzada de molestia atravesó el cuerpo de Tiffany, pero sonrió con

indulgencia a su amiga parlanchina y al entrar en la tienda preguntó:

– ¿Estás segura que podré encontrar algo en tan poco tiempo?

–En absoluto. Muchas personas hacen sus disfraces, así que tampoco es que la

tienda estará totalmente vacía.

Después de merodear por la tienda mirando el inventario, Tiffany no vio nada que

le gustara. Finalmente, la vendedora les preguntó si necesitaban ayuda. Después de

que Andrea presentara a la mujer mayor como la Señora Henderson, la sonriente mujer

se apresuró a la trastienda con la promesa de encontrar un disfraz perfecto.

– ¿Qué si es demasiado pequeño? –Tiffany miró a su amiga–. Oh, sí, se me olvidó.

Eres una amazona –Andrea le dio un codazo y sonrió–. Con todo tu metro y medio.

Tiffany la empujó hacia atrás.

–Bueno, me sorprende que no encontraras nada, enana.

Se rieron, y Tiffany se sintió alegre. Como cuando condujo por Clydeswell esa

mañana. No esperaba encontrar la ciudad casi igual a como cuando la había dejado.

Desde el número de tiendas nuevas en las afueras del pueblo, incluyendo un desarrollo

inmobiliario de pocas casas que se veían de pocos años de antigüedad. Podría decir que

Clydeswell había crecido. Nada tan drástico como para sacudir la tierra. Sin embargo,

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le dio la bienvenida a los viejos sentimientos, agradables y no tan agradables que la

envolvían, mientras se dirigía a la casa de Andrea. Aunque no pudiera decir que

deseara pasar por una fiesta ruidosa esa tarde, decidió mantener la mente abierta

tanto como fuera posible.

–Deberías ver lo que Zack llevara esta noche –dijo Andrea.

– ¿Tu hermano Zack?

–Sip. No vas a creerlo.

–Oh, oh –Viniendo del hermano de Andrea, podía esperar cualquier cosa.

Momentos después, la señora Henderson presentó a Tiffany un deslumbrante traje

de princesa de hadas que se veía aun mejor una vez puesto.

–Wow, parece casi real. Como algo salido de la Edad Media.

–Perfecto –exclamó Andrea–. Tienes que alquilarlo.

Decidida a arriesgarse, Tiffany pagó en efectivo.

–Está bien, lo haré.

–Señora Henderson, dígale a Tiffany que tengo razón sobre el traje de Zack. Es

perfecto para él, ¿no le parece?

La señora Henderson se iluminó.

–Oh, puedes apostar a que sí. Por supuesto que no tuvo que alquilarlo aquí, pero

creo que tu idea para el traje fue espléndida –Alzó las cejas mientras sonreía–. Zack es

bastante atractivo.

– ¿Zack? –inquirió Tiffany de nuevo, con incredulidad.

Andrea se inclinó sobre el mostrador cerca de la registradora y suspiró.

–Bueno, creo que sigue siendo mi apestoso hermano mayor, pero parece que

muchas mujeres de por aquí creen que es un monumento.

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La señora Henderson agregó su propio suspiro.

–Seguro.

Tiffany no podía hacerse una idea al respecto. Andrea no le había enseñado fotos

de Zack durante todos esos años, e incluso las que había visto habían sido malas tomas

donde no podía verle bien.

Zachary Blayne no se encontraba en el grupo de las personas favoritas en el

mundo de Tiffany. A lo largo de su infancia y adolescencia, él siempre había encontrado

la forma de burlarse o reírse de ella. No es que hubiera hecho algo cruel. Ciertamente

no había sido un niño impopular en la escuela. También había sido uno de los niños

más propenso a accidentes en el planeta. A los catorce años había prendido fuego a su

garaje cuando su juego de química explotó. Afortunadamente para él, apagó el fuego

antes de que ocurrieran grandes daños.

Tras dejar Clydeswell, supo que Zack había conseguido una Licenciatura en

Termodinámica en la Universidad de Michigan, luego pasó algún tiempo como bombero

en Detroit, y finalmente regresó a su ciudad natal y se unió al departamento de

bomberos. Era difícil creer que ahora apagara incendios en lugar de iniciarlos.

Al salir de la tienda, Andrea sonrió, triunfante.

–Tal vez esta noche conozcas al Príncipe Encantador.

Tiffany se detuvo en la acera y contraatacó con una expresión feroz a su amiga.

–Te juro que si me has puesto con algún hombre ridículo vestido con un tutú, voy

a…

–No, no –Andrea sostuvo su mano–. Le dije al tipo que quería conocerte que tú

no estabas interesada.

Como ocurre algunas veces con las emociones, Tiffany pasó de felicidad a

desanimo. Odiaba sentirse como una contradicción.

–Bien. Todo lo que quiero es un rato agradable y tranquilo esta noche. Nada loco,

nada histérico.

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Pero en cuanto se subieron al coche, Tiffany vio otra sonrisa pícara en el rostro

de su amiga, y se preguntó qué plan habría estado tramando.

–Bienvenidos de nuevo, todo el mundo, al Baile benéfico de Noche Vieja de los

Bomberos. ¿Nos estamos divirtiendo? ¡Genial! ¡Ahora a disfrutar de la fiesta!

Tiffany se estremeció cuando la voz del DJ hizo eco en la enorme sala del

ayuntamiento. Se oyó en los altavoces una melodía de baile de sus días de instituto y

todos giraban a su alrededor como si se tomaran las palabras del DJ al pie de la letra.

Tiffany tomó un vaso de papel de ponche diluido y bebió un sorbo. Se le arrugó la

nariz.

Amargo. ¡Yick!

Todos los viejos sentimientos sobre fiestas y estar rodeada por gente volvieron a

la superficie.

Odiaba Noche Vieja.

Especialmente cuando significaba pasar la noche con la gente de Clydeswell. Los

había dejado atrás hacía diez años para iniciar una nueva vida en Denver, donde nadie

la conocía. Una delicada Tiffany Kent con ortodoncia, gafas y unos andares

desgarbados, no tenía nada que ver con la atmósfera del montañoso pueblo. Incluso

ahora, sentía que las paredes se cernían sobre ella como las puertas de un ascensor.

Contrólate Tiffany. Ahora eres una adulta y toda aquella basura quedó en el

pasado. De todos modos nadie te reconocerá con este traje.

Exploró la enorme sala, catalogando la variedad de trajes del baile de disfraces. A

su alrededor, la gente se divertía con los rostros ocultos por las máscaras. Algunos

llevaban sombreros de fiesta puntiagudos, mientras que otros se habían puesto lo que

combinara con sus ridículos trajes. La risa y el latido constante de la música

machacaban su dolor de cabeza ya floreciente. De alguna manera debería sentirse feliz

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de que fuera un baile de mascaras. Ocultar la identidad hacía que algunas personas

actuaran como tontos. Eso, en sí mismo, podía ser entretenido.

Debería divertirse y disfrutar. Debería beber ponche y alegrarse de no pasar una

Noche Vieja sola… aunque solitaria.

Extendió los brazos y se miró el disfraz de princesa medieval. Era estupendo que

sus compañeros de clases no la reconocieran más de lo que ella lo hacía. Andrea le dijo

una vez que muchos de su clase de graduación todavía vivían en Clydeswell. Por

supuesto eso no la sorprendió mucho. A algunas personas les gusta la monotonía del

mismo viejo trabajo pesado, día tras día. Otros no habían soportado sentirse durante

años incomprendidos e impopulares.

No era que Tiffany no pudiera ser caritativa con Andrea que había permanecido

aquí. Su amiga vivía en Clydeswell con su amor del instituto y criaba a dos revoltosos y

sanos chicos. Pero la vida no siempre había ido bien para Andrea. Dejó Clydeswell el

tiempo suficiente para asistir a la universidad y casarse con el hombre equivocado

antes de darse cuenta que había dejado al hombre correcto atrás en el pequeño pueblo

donde había crecido.

Muy a lo Waltons.

Tiffany hizo una mueca. ¿Cuándo se había vuelto tan cínica? ¿La vida en la ciudad

le hizo esto o ella también dejo atrás algo en Clydeswell?

Echó un vistazo al reloj adornado, arriba en la pared cerca de las puertas dobles

que llevaban al jardín trasero de flores.

Una hora para irse. Se tragó el nudo en la garganta e inspiró profundamente.

¿Qué esperaba? ¿Que un traje de princesa la sacaría del estatus de fea? Había pedido a

dos hombres que bailaran con ella. Uno la rechazo, y el otro fue llevado lejos por la

novia celosa antes de que Tiffany pudiera llevarlo a la pista de baile. Todo el mundo

parecía emparejado, y eso la dejaba en... ninguna parte

Suspiró. Al menos Zack no había aparecido. Ese habría sido el colmo de la tarde.

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Solo con recordar la última vez que lo había visto, hacía diez años en esta sala en

Noche Vieja, le trajo de vuelta sentimientos incómodos.

“No, Tiffany. No vayas allí. No hay tiempo para viejas lamentaciones.”

Podía recordar la sonrisa, a pesar de los brackets, y la forma en que las gafas se le

resbalaban por la nariz. Los lamentables intentos de entablar una conversación se

habían mezclado con su propia torpeza, hasta que no tuvieron nada que decirse.

Empujó lejos los recuerdos.

En cambio, se rascó la cabeza y maldijo a la persona que había diseñado su traje.

La pesada tiara le arañaba el cuero cabelludo, la malla alrededor del escote la

molestaba hasta dejarla en carne viva y su enagua parecía estar a punto de deslizársele

por las piernas en cualquier momento. Sus pantys amenazaban con cortarle la

circulación sanguínea.

A pesar de la incomodidad, no podía irse. Mientras miraba la multitud sabía que

se quedaría con una única cosa de esa noche; aunque nunca lo reconocería en voz alta.

Una fantasía.

Mientras su mirada buscaba en la masa de más de trescientas personas, se

preguntó si volvería a verle. Secretamente en su corazón, había fantaseado a menudo

con un hombre en uniforme, y ese hombre, aquí presente, definía la palabra sexy.

Durante la última hora, sus miradas se habían cruzado dos veces y se había

maravillado del disfraz del hombre misterioso ¿Quién habría pensado que llevar un

uniforme verdadero de bombero terminaría siendo la ropa adecuada para la fiesta que

organizaba el cuerpo de bombero? Sonrió. Eso de llamar la atención no iba con él.

El corazón de Tiffany se sobresaltó. Allí, bailando con Andrea, estaba el hombre

de sus sueños.

De acuerdo, no sabía con certeza si el chico se podía calificar como un dios por sí

mismo. El casco rojo, abrigo pesado, botas y una máscara negra sobre los ojos

ocultaban bien sus atributos. Sabía que no era la pareja de Andrea. Vestido como un

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llamativo extintor, el esposo bombero de Andrea estaba junto al ponche hablando con

un hombre que llevaba un disfraz de cerdo.

Ver a Andrea, vestida como un hada madrina, bailando en los brazos del bombero,

hizo que se sintiera mordaz e indiscutiblemente envidiosa.

–Espero que lo estés pasando bien, Andrea –murmuró.

–Hola princesa.

Tiffany se sobresaltó, sorprendida por la voz masculina justo detrás de ella. Se

giró y se encontró con la detestable presencia de Benny Litteral. En vez de llevar un

disfraz, se había presentado como él mismo, vestido de smoking.

Dios mío, se ha venido abajo. Ese hombre no se parecía en absoluto al apuesto

jugador de fútbol que recordaba de la escuela.

–Hola, Benny.

Benny alcanzó su mano, y ella la quitó de su alcance.

–Eh, vamos, princesa. ¿No quieres bailar? ¿No te sientes sola?

¿Dónde hay un gran y fuerte bombero cuándo lo necesitas?

–Para nada. Me estoy divirtiendo yo solita, no bailo y estaba a punto de irme.

Benny, con su metro ochenta, pareció hincharse al tomar aire. Su rostro rosado y

redondo y los ojos acuosos le recordaron un enorme y tierno cachorro.

–Pienso que te estás haciendo la difícil y no te creo.

Benny inspiró, se peinó el pelo engominado y la sujetó.

–Hagámoslo, princesa –Antes de que Tiffany pudiera soltar algo mas que un jadeo

incoherente, Benny estrechó los brazos a su alrededor y la condujo hacia las puertas

del jardín–. Sabes, esa máscara no te tapa demasiado.

Mientras la llevaba a través de las puertas, Tiffany dijo:

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–La tuya tampoco.

El rostro se petrifico y la mandíbula se le aflojó. Luego se rió, las fuertes

carcajadas fueron suficientes para lastimarle los oídos.

¡Ja! ¡Bien! ¡Mi máscara!

Genial. El idiota no reconoce un insulto cuando escucha uno.

Cuando Tiffany lo conoció en secundaria, Benny era un chico alto y bien parecido

con hiperactividad hormonal. La mayoría de las chicas pensaban que era guapo y era

popular con todo el mundo. Como cualquier otro chico en Clydeswell, sin embargo, no

se había molestado en echarle una segunda mirada. Desde entonces Benny sufría

sobrepeso alrededor de la cintura y la papada, el pelo se había hecho más escaso, su

aliento la hizo hacer una mueca de dolor.

Tiffany le empujó el pecho, pero él reafirmó el abrazo.

–Benny, déjame ir.

El aludido giró hasta llevarlos hacia las sombras del jardín. Cuando el abrazo se

intensificó alrededor de su tórax Tiffany jadeó.

–Me estás haciendo daño.

Vergüenza y furia la atravesaron.

–Vamos –jadeó Benny, su mal aliento flotó hasta la nariz de Tiffany–. Vamos a

divertirnos. Hace mucho que no nos vemos y te has convertido en una chica preciosa.

Bien, ahora Benny había encontrado la manera de hacerla sentirse mal por

recordarle su pasado de patito feo

–Benny, te lo advierto.

Se movía rápido para ser un hombre corpulento, y antes de que Tiffany pudiera

averiguar lo que iba a hacer, la sujetó contra la pared del jardín y trató de besarla. El

pánico golpeó al mismo tiempo que la repulsión encendió sus instintos de

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supervivencia. Tiffany giró la cabeza y los labios de Benny le rozaron la mejilla; ella

apuntó con la rodilla su ingle pero él movió la pierna a tiempo, y su intento de

amedrentarlo rebotó en el muslo sin dar en el blanco.

–Suéltala –ordenó una voz profunda y masculina.

Benny se congeló y su agarre se aflojo un poco. Tiffany tomó una bocanada de

aire.

De repente, Benny tropezó hacia atrás y cayó en una silla del jardín. Aterrizó

sobre su trasero con un gruñido.

Sus piernas temblaban y Tiffany se recostó contra la pared. Espantada, ni siquiera

podía reírse de la cómica expresión de Benny. Entonces vio a su salvador y realmente

perdió el aliento.

El bombero de su fantasía estaba de pie ante ella, la máscara había desaparecido.

Acalorada, no encontró las palabras para describirlo. La palabra sexy no le hacía

justicia. Los ojos le brillaban y la irritación había convertido los labios en una estrecha

línea de lo apretado que los tenía. Tiffany no recordaba la última vez que había visto a

un hombre de aspecto tan feroz. Su aspecto rudo decía que nunca tomaba prisioneros,

y que nunca se daba por vencido. Estaba de pie con las piernas abiertas y los puños

apretados a los lados. Más de metro ochenta de macho inflexible despreciaban a

Benny. Entonces, la mirada del bombero se dirigió a ella y la boca se suavizó un poco.

–¿Estás bien, Tiffany? –Preguntó una voz como un murmullo de barítono enlazado

con terciopelo.

¿Me conoce?

–Sí –respondió en un susurro, todavía aturdida por los acontecimientos.

Benny tropezó con sus pies. El bombero se puso delante de Tiffany y se enfrentó a

él. El movimiento protector envió un pequeño estremecimiento de primitiva

apreciación femenina en ella.

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–Hey, ¿por qué hiciste eso, Zack? –preguntó Benny, su voz sonaba herida–. Yo no

estaba haciéndole daño.

–Pues yo habría jurado que se lo estabas haciendo –argumentó el bombero–. Bailar

es una cosa, pero arrinconar a una mujer poco predispuesta y tratar de besarla es otra

Zack. ¿Zachary Blayne? ¿Del juego de química de Andrea?, ¿el hermano flaco,

cerebrito licenciado?

Vete a casa antes de que Tiffany presente cargos –Zack agarró a Benny del

brazo–. Vamos, te llamaré un taxi –Zack la miró por encima del hombro–. ¿Estás segura

de que estás bien?

Hum... sí –Su voz tembló y Tiffany odió eso. Se enderezó y se aclaró la

garganta–. Estoy bien.

Zack tiró de su preso hacia la puerta, y la chica constató que a pesar del

sobrepeso de Benny el bombero parecía superar al antiguo jugador de fútbol en puro

músculo y altura.

–Lo tengo –Otro hombre grande apareció en el umbral, vestido como un bufón de

la corte con horribles medias verde lima.

Zack asintió en cuanto Benny pasó a manos del otro hombre.

–Gracias, Rob.

Rob Estemer, un oficial de policía que Tiffany había conocido toda su vida, la miró

con preocupación.

– ¿Quieres presentar cargos contra este patán?

Sacudió la cabeza y un escalofrío la recorrió. Se frotó los brazos.

–No. No, realmente no me hizo daño.

–Si cambias de opinión sobre presentar cargos, házmelo saber –le ofreció el oficial

Estemer.

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Segundos después, un Benny protestando desapareció de su vista. Tiffany tomó

una bocanada de aire y la dejó salir lentamente. A pesar de los escalofríos que

recorrían su cuerpo, era la vergüenza la que sonrojaba sus mejillas, así como el

nerviosismo. Y cuando ella estaba nerviosa, decía tonterías.

–Mi héroe –dijo sin pensar–. Gracias.

–Es un placer para mí servir a una princesa –Sus palabras suaves pero roncas

sonaban sexy y con una leve burla. Zack caminó hacia ella, con la preocupación escrita

por todas partes en aquel sensato e impresionante rostro.

Tiffany lo reconocería en cualquier lugar, pero no podía creer que el chico torpe

de la escuela secundaria se hubiera convertido en el hombre más guapo que jamás

hubiese visto. Su corazón retumbó cuando Zack se detuvo junto a ella.

A medida que se cernía sobre Tiffany, ella sentía el calor de su ardiente cercanía

bajarle hasta la planta de los pies.

–Te estás congelando. ¿Por qué no vamos dentro? –Preguntó, su voz ahora tierna y

sin rastro de ira.

–No, gracias. Me gustaría quedarme aquí y tranquilizarme. No puedo creer que

Benny haya hecho eso –La irritación apareció–. Y no puedo creer que lo dejara sacarme

aquí afuera.

–No fue tu culpa. Nada justifica que te tratara de esa manera –La voz de Zack

poseía un crudo poder–. Cuando lo vi sujetándote en sus brazos me asusté.

– ¿Te asustaste? Parecías dispuesto a perforarle los pulmones.

La curva calidad y sensual de sus labios esbozó una sonrisa lo que aceleró el pulso

a Tiffany.

–Sí, es que no soporto que maltraten a las mujeres.

–Andrea –dijo ella al recordar el primer marido abusivo de su amiga.

Sus ojos se oscurecieron con los recuerdos aun evidentes

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–Has acertado de lleno.

El silencio cayó entre ellos y Tiffany sintió la urgencia de saber más de Zack, pero

también saber acerca de lo que se había perdido en los años trascurridos desde que

dejó Clydeswell.

– ¿Qué te hizo venir hasta aquí?

–Lo vi arrastrarte lejos mientras estaba bailando con mi hermana.

–Oh.

De manera ridícula se quedó sin palabras, mirando fijamente los ojos marrón

chocolate oscuro. Recordó que cuando era pequeño sus largas pestañas y sus oscuros y

desarreglados rizos parecían bonitos. Las pestañas eran más largas ahora. Le echó una

mirada al gran casco sobre su cabeza y se preguntó si todavía tenía cabello.

Gran cosa, Tiffany. Muchos hombres calvos son sexys.

Zack se quitó los gruesos guantes que eran parte de su disfraz, luego se quitó el

casco y lo lanzó sobre la silla de jardín. Rascándose la cabeza, sonrió abiertamente.

–Maldita cosa, hace que me pique la cabeza.

El corazón de Tiffany se aceleró por triplicado. El pelo grueso y negro se rizaba

sobre la cabeza en ondas exuberante. Su sonrisa se amplió hasta que alcanzó ocho en

la escala de Ritcher o el status sacúdeme–hasta–mis–zapatos.

–Toma –Se quitó su enorme chaqueta–. Esto te mantendrá caliente hasta que estés

lista para volver dentro.

Su camiseta azul marino decía: “Departamento de Bomberos de Clydeswell” en

letras blancas. Las caderas estrechas y largas piernas estaban enfundadas en un

pantalón oscuro de estilo cargo2. Los antebrazos, los hombros amplios y los poderosos

brazos se abultaban mientras que Zack pasaba el enorme abrigo alrededor de ella.

Tiffany balbuceó algo acerca de que se podía resfriar, pero después notó que él usaba

2 Pantalones Cargo: pantalones de gruesa lona, holgados pensados para actividades al aire libre con bolsillos en las perneras.

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un polo bajo la camiseta. Inhaló y atrapó una esencia masculina de almizcle y sándalo

que combinaba con el aroma a humedad en el aire.

Zack mantuvo la mano en su cuello, y su cercanía la turbó. Tiffany tragó con

dificultad y su mirada se detuvo en un detalle interesante. El labio superior no era

delgado, pero era más pequeño que el sensual y bien esculpido labio inferior. Se

preguntó cómo sería besarlo.

Pon los frenos, chica. Acabas se reencontrarte con él.

Todo pareció pararse alrededor suyo y recordó cuando ellos se habían quedado de

pie en esta misma zona del jardín diez años atrás.

– ¿Tiff? ¿Estás segura que no te hizo daño? Estás muy callada.

Nadie más que Andrea la llamaba Tiff, pero la versión corta de su nombre sonaba

sexy como el demonio viniendo de él.

– ¿Hum? Oh, no. Es decir, estoy bien. Todo pasó tan rápido que estoy tratando de

asimilarlo.

Zack soltó el cuello del abrigo y la decepción fluyó a través de ella. Dos veces

maldita sea.

– ¿Por qué no nos sentamos en ese banco? No sé si estás cansada, pero Andrea ha

estado bailando sobre mis pies.

Tiffany se rió entre dientes mientras se sentaba a su lado en el duro banco de

piedra.

–Seguro que habrías preferido que su marido no trabajara esta noche, así no te

habrías visto obligado a asistir a este baile como si fuera un deber.

–Diste en el clavo.

Una pausa se deslizó entre ellos y Tiffany notó que no sentía frío con su enorme

abrigo abrigándola. Saboreó su calidez. Arriesgándose, le echó una mirada otra vez.

Zack sonreía. Dios mío, ¿qué hombre merecía tener dientes tan rectos y blancos?

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Encantada, sonrió abiertamente y sus miradas se enredaron. Un calor intenso se agitó

en su vientre y Tiffany reconoció que era lo que sentía. Atracción pura.

Zack carraspeó.

–Nunca he visto a Benny tan fuera de control. Pareces que ejerces una fuerte

atracción en él.

–Creo que cualquier cosa con una falda captaría la atención de Benny.

Aparentemente sus hormonas no se han tranquilizado.

–Últimamente está bastante manso, pero llevo tanto tiempo sin asistir a una fiesta

de Noche vieja que probablemente me haya perdido su show habitual.

– ¿Así que Andrea te arrastró aquí, ¿verdad?

–Sí y no –Zack cruzó los brazos y se reclinó contra la pared–. Al final logré una

noche libre. Siempre he trabajado en Noche vieja.

La curiosidad la aguijoneó:

– ¿Por qué?

Zack se encogió de hombros, los ojos velados. Tal vez se había metido donde no

debía.

–Ups, lo lamento. ¿Estoy siendo indiscreta?

–Es una larga historia pero creo que tengo tiempo. Después de todo es casi Año

Nuevo.

Acurrucándose más en el abrigo Tiffany le dijo:

–Entonces tal vez no deba estar aquí.

Algo parecido a la desilusión llenó su cara.

– ¿Por qué? ¿Tu carruaje se convertirá en calabaza?

Tiffany se rió.

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–Tengo un Saturno azul.

–En ese caso, creo que debes quedarte por aquí y ver el show. Andrea prometió un

número final espectacular –Su mirada se volvió curiosa–. Este es el primer año que te

veo aquí. De hecho no te he visto desde la Noche Vieja de hace diez años. Andrea dijo

que te habías ido a Denver, prometiendo no volver nunca más.

– ¿Así que Andrea te ha mantenido al tanto de lo que ocurre en mi vida?

–Más o menos.

Estoy aquí de visita porque Andrea ha ido a Denver muchas veces. Empezaba a

sentirme culpable.

Eso y sus constantes quejas habían ayudado.

Una carcajada retumbó en el pecho de Zack. Uno de esos agradables y calurosos

sonidos que sugerían largas noches invernales frente al fuego sobre una piel de oso.

Tiffany sintió la piel hormiguear y eso la hizo sentirse temeraria.

– ¿Entonces por qué no has asistido el baile anual de los bomberos hasta ahora? –

Le preguntó pensando si sabría la respuesta.

No, no parecía probable que se fuera a perder esa fiesta por lo que había pasado

diez años antes.

Zack se le acercó un poco.

–Porque Andrea me dijo que si no venía a este baile me despellejaría vivo. Y sabes

que podría hacerlo.

– ¿Y conseguiste escabullirte todos estos años? No lo creo. Andrea te habría

fastidiado sin cesar hasta que hubieras cedido –Tiffany se le acercó y bajó la voz–. Las

mentes inquisitivas quieren saber.

Durante unos pocos segundos Tiffany se preguntó si no había presionado

demasiado. La expresión de la cara de Zack se había vuelto pensativa y luego

inescrutable. Mientras permanecía en silencio pensó que tal vez no respondería.

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–Te diré por qué –le contestó finalmente–. Odio la Noche Vieja con pasión. Hace

diez años una joven dama con gafas y ortodoncia no me dejó besarla. Casi me rompió el

corazón.

A Tiffany se le aceleró el corazón.

–Gafas y ortodoncia, ¿eh? ¿Tenía puesto un disfraz de princesa?

El calor se arremolinó en sus ojos y la pasión de esa mirada casi le derritió las

bragas. Tiffany tragó saliva y sintió pánico. Se puso en pie y fue hasta la valla mientras

tomaba una bocanada de aire frio. Zack la siguió y la cogió por los hombros con sus

grandes manos.

–No, no tenía puesto un disfraz de princesa. Pero lo tiene puesto ahora.

Tiffany tomó aliento.

–Ella ha cambiado mucho en estos diez años.

–Yo también.

– ¿Todavía haces explotar tu set de química?

Zack se rió.

–Ya no.

Tiffany se dio la vuelta y le apoyó las manos en el pecho. Zack se sentía cálido y

fuerte bajo sus dedos y el calor la recorrió por entero.

–Nunca creí que encajara en este pueblo hasta que me fui a la Universidad y

maduré un poco –dijo Zack–. Me di cuenta que la mayoría de los jóvenes vive las

experiencias que yo viví cuando están creciendo. La vida cambia cuando creces. No

importa lo popular que eras o no en secundaria.

–Tienes razón –Tiffany se dio cuenta de algo más. Se había aferrado al pasado

durante demasiado tiempo, permitiendo que sus recuerdos dictaran su futuro–.

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Supongo que me mantuve apartada porque tenía la loca idea de que si volvía la gente

me trataría de la misma manera que cuando era una chica.

– ¿Lo han hecho? –Zack frunció el ceño.

Tiffany se rió suavemente.

–No, en absoluto. Benny es un buen ejemplo. Quiero decir, mientras fue jugador

de fútbol no se dignó mirarme dos veces. Estaba demasiado ocupado persiguiendo

animadoras.

El ceño de Zack se profundizó.

– ¿Estabas interesada en él?

Ella arrugó la nariz.

– ¿Estás bromeando? De ninguna manera. Bajo mi punto de vista, todos los chicos

eran detestables.

– ¿Incluyéndome a mí? –Los labios de Zack esbozaron una sonrisa, pero se le veía

triste.

El remordimiento la golpeó fuerte.

–Discúlpame, fui una hipócrita. Te traté tan mal como la gente me trataba a mí.

Tenía dos caras.

A medida que le miraba fijamente la boca, Zack le colocaba el pelo detrás de las

orejas. La respiración de Tiffany se aceleró cuando reconoció el interés parpadeando

en sus ojos.

–No hay necesidad de disculparse. Cuando somos adolescentes tenemos que

cometer errores para aprender. Créeme, he cometido un montón de esos mismos

errores –dijo Zack.

La boca de Tiffany se abrió cuando se dio cuenta que Andrea la había emparejado

una vez más.

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–Espera un minuto, Andrea dijo que había un tipo que se moría por conocerme. Yo

le dije que no quería ser emparejada. Ese tipo no serás tú, ¿verdad?

Zack le regaló otra sonrisa a Tiffany que le derritió las rodillas, y con las manos

sujetándole los hombros, la atrajo más cerca.

–En realidad, así fue. Quería ver por mí mismo si todo lo que Andrea decía era

cierto. Dijo que eras bonita.

Tiffany se sonrojó.

–Bueno... eh... tú sabes que tu hermana es propensa a exagerar.

–Lo hace con algunas cosas, pero en este caso Andrea estaba absolutamente

equivocada. Tú eres más que bonita. Eres preciosa.

El estómago de Tiffany se agitó y su pulso se aceleró. Por un momento no pudo

formar un solo pensamiento coherente.

–Gracias. Andrea no me dijo que eras tú… –Tiffany tragó con fuerza–. No me dijo

lo mucho que habías cambiado.

La travesura brillaba en los ojos de Zack.

–Solo he cambiado un poco.

–Eh.... –Tiffany le agarró el bíceps derecho y lo apretó. El duro músculo de hierro

se flexionó bajo sus dedos y quitó la mano antes de que pudiera tener la tentación de

seguir explorando–. ¿Cómo llamas a esto? ¿Pudín?

–Bueno, hago ejercicio.

–Diría que sí –Tiffany le miró con admiración—. ¿Hay algo más acerca de ti que

haya cambiado en estos últimos años?

–¿Por qué no te quedas hasta después de medianoche? Podemos hablar y tal vez

incluso bailar. Volver a conocernos el uno al otro.

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La idea resultaba tan deliciosa, que una nueva emoción excitante comenzó a

desbordarse a través de Tiffany. No había sentido esta energía en mucho tiempo.

–Bueno... no sé.

–Tal vez podría hacer algo para que cambies de opinión –propuso Zack con voz

ronca a medida que se le acercaba.

La deliciosa anticipación hizo que su sangre cantara, pero también lo hicieron los

remanentes de miedo.

– ¿Realmente rompí tu corazón durante todos estos años, cuando no te deje

besarme?

–Sí, tuve este tremendo encaprichamiento contigo durante la escuela secundaria.

– ¿Qué?

– Sí, ¿no lo sabías? Me sorprende que Andrea no te lo dijera

–Vaya –La sorpresa envolvía a Tiffany.

Zack se rió mientras sus manos se deslizaban hacia abajo, hasta posarse en su

cintura. Como Tiffany no retrocedió, la cogió en brazos atrayéndola contra su pecho.

Cada increíble y masculino centímetros de su cuerpo se presionaba contra Tiffany y

sabía que no quería repetir lo que había sucedido diez años atras, así que deslizó los

brazos alrededor de su cuello.

– ¿Vas a huir de mí otra vez? –preguntó Zack en voz baja.

Unos pocos centímetros separaban sus labios.

–No hay posibilidad.

Cuando su boca rozó la suya, Tiffany inhaló.

–Oh…

– ¿Oh? ¿Es eso bueno o malo?

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–Es... oh... Dios... Mío.

–Eh… Creo que me gusta cómo suena eso –Zack habló contra su boca, y cada roce

de sus labios encendía un fuego en Tiffany que sabía que sólo él podía apagar–.

Bienvenida a casa, Tiffany Kent.

Cuando su boca cubrió la de Tiffany en un beso fusión–de–mentes que comenzó

lento para luego volverse termonuclear, Tiffany se dio cuenta de que quería

permanecer en Clydeswell por primera vez en mucho tiempo. Tal vez, con este hombre

en su vida, no sería tan difícil volver a casa.

Minutos más tarde, después de compartir un par de besos más intensos, se dio

cuenta de que se había aferrado con los dedos a su camiseta en un fuerte apretón.

Soltándolo con lentitud, sintió la maravilla de reunirse nuevamente con él después de

todos estos años.

–Esto es una locura –susurró Zack–. No nos hemos visto en siglos y aquí estamos

besuqueándonos en el jardín como adolescentes –Con delicadeza, Zack le acarició la

mejilla con los dedos–. ¿Qué te parece? ¿Estarías dispuesta a pasar más tiempo en

Clydeswell ahora que nos hemos encontrado de nuevo?

–No lo dudes. De hecho, Andrea me dijo que el Museo de Clydeswell tenía previsto

ampliar el departamento de restauración. Simplemente debería ofrecerme para el

trabajo.

– ¿Ah, sí? –Otra sonrisa curvó su boca–. ¿Eso significa lo que creo que significa?

–Muy posiblemente. Por supuesto, podría necesitar más persuasión para

quedarme más tiempo. Ya sabes, para ver si esta es la decisión correcta para mí.

En ese mismo momento la gente dentro del salón de baile empezó a cantar los

segundos que faltaban para la medianoche, y cuando gritaron Feliz Año Nuevo, Zack se

dispuso a persuadirla, hasta convertirlo en un hecho.

FIN

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