Desarrollo del Proyecto: pasos a seguir · 2011-11-07 · de la Antigua Cruz de Piedra, colocada al...

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Desarrollo del Proyecto: pasos a seguir

Elementos a diseñar

1. La Marca

2. Lámparas

3. Etiquetas

4. Papiro

5. Empaque

La Marca

BocetosSe utilizó una tableta gráfica para crear la tipografía de lumio, posterior a ello se em-plearon varios estilos de brochas artisticas para crear versiones y entre ellas escojer la más adecuada según el estilo y concepto propuesto.

La marca fue creada con el propósito de dar una identidad e imagen a un objeto; en este caso al diseño de un conjunto de lámparas que fusionan formas y tenden-cias vanguardistas en diseño de objetos con tradiciones quiteñas (leyendas).

El nombre (lumio) fue creado a partir de la palabra luminosidad y Quito (uio); a pesar de que no está implicito el nombre de la ciudad en el logotipo, la fonética de la palabra creada genera en las personas la

asociación mental con esta. La tipografía está creada a mano escrita con ayuda de una paléta gráfica, el propósito del uso de una forma manoescrita fue brindar una tipografía original, con movimiento y dinamismo.

Lumio es una palabra corta, de fácil recordación, pronunciación y asociación con los elementos implicitos en el proyec-to (lámparas, modernidad, luminosidad, Quito, entre otros).

Logotipo

Límites de Seguridad

El logotipo debe estar libre de gráficos, tipografía, fotografía y otros elementos.La mar-ca debe ser el elemento de mayor legilibilidad frente a otro elemento en una composi-ción. La unidad de medida “X” es igual al ancho de la letra “o” en el logotipo lumio. El espacio mínimo libre alrededor del logotipo es de “X”.

Proporciones

Tamaño Mínimo

ProporcionesEl logotipo fue construido con un aspec-to de ancho y alto basado en la medida “X”= “o”.

Tamaño MínimoLa marca no podrá ser presentada a menor escala de 3,21cm x 2,27cm para mantener la proporcionalidad de la misma.

Leyendas

El Gallo de la Catedral Había una vez un hombre muy rico que vivía como rey. Muy temprano en la mañana comía el desayuno. Después dormía la siesta. Luego, almorzaba y, a la tarde, oloroso a perfume, salía a la calle. Bajaba a la Plaza Grande. Se paraba delante del gallo de la Catedral y burlándose le decía:

- ¡Qué gallito! ¡Qué disparate de ga-llo! Luego, don Ramón caminaba por la bajada de Santa Catalina. Entraba en la tienda de la señora Mariana a tomar unas mistelas. Allí se quedaba hasta la noche. Al regresar a su casa, don Ra-món ya estaba coloradito. Entonces, frente a la Catedral, gritaba: - ¡Para mí no hay gallos que valgan! ¡Ni el gallo de la Catedral! Don Ramón se creía el mejor gallo del mundo! Una vez al pasar, volvió a desafiar al gallo: - ¡Qué tontería de gallo! ¡No hago caso ni al gallo de la Catedral! En ese momento, don Ramón sintió que una espuela enorme le rasga-ba las piernas. Cayó herido. El gallo lo sujetaba y no le permitía moverse. Una voz le dijo: - ¡Prométeme que no volve-rás a tomar mistelas! - ¡Ni siquiera tomaré agua! - ¡Prométeme que nunca jamás volverás a insultarme! - ¡Ni siquiera te nombraré! - ¡Levántate, hombre! ¡Pobre de ti si no cumples tu palabra de honor! - Gracias por tu perdón gallito. Entonces el gallito regresó a su puesto. ¿Cómo pudo bajar de la torre si ese gallo es de fierro? Ya pueden imaginarse lo que sucedió: los amigos de don Ramón le jugaron una broma, para quitarle el vicio de las mistelas.

El sitio de Santa Bárbara no es ni mas ni menos que otros, sin embargo de que conquistadores y fundadores, con Benal-cazar a la cabeza, lo escogieron para edificar sus residencias, para las primiti-vas Casas Reales y para la primera pla-ceta, constituyendo el centro adminis-trativo de la naciente villa, que después se desplazó algo hacia el sur rodeando una sobria Plaza Mayor, la casa de la Audiencia, la del Cabildo. Algunos soldados del principio llega-ron, se acomodaron y día por medio se fueron buscando mayores conquistas. Otros, hicieron techo y abrigo, sólido muro y buena teja, además de piedra en la intención de prolongarse más allá en los hijos de los hijos.

La capilla dedicada a la Santa del true-no y la centella es un ejemplo de mo-destia cristiana y solo cuando se hacen cargo de ella temporalmente agustinos y más tarde jesuitas, avanzando el siglo XVI, toma la forma de iglesia con casa parroquial, tal como el barrio que ha echado cuerpo lo necesita, pues la ca-lle ya no tiene solares vacíos y los enco-menderos han edificado casa grande con patios y huerta, dándole categoría al vecindaje.

Frente a la iglesia, la calle de en medio, viven los nobles y acaudalados Sánchez de la Hoz. Entre otras cosas, es Regidor, comercia con paños de Castilla, gobier-na luengas tierras de Alangasí , es uno de los veinticuatros de la cofradía del Santísimo en El Sagrario y se da tiempo para servir de consejero del Presidente de la Audiencia. Doña Micaela Zevallos de las Torres de Sánchez de la Hoz tiene bastante con las obras pías en que la altura de su marido le obligan a perma-necer, cosa que lo hace con dedica-ción pero, puertas adentro, nadie en el contorno como ella para preparar deli-ciosos potajes, con la llaneza de lo que da la tierra y lo que pone su buen gusto. Ambos , él y ella, son quiteños, aunque de inmediato ascendiente extremeño y la única hija de Dios les ha dado, es

una preciosa quiteña también, que va por los 16 y lleva por nombre María de las Angustias. En la doncella se han concentrado los aires de allá y de acá, las gracias de ambos cielos reflejadas en sus claros ojos grandes y expresivos, su boca de fragante guayaba madura, rostro armonioso enmarcado en negra cabellera y un no sé qué tan particular que le pone bobo a todo el que la co-noce. Aunque solo con madre y escua-dra completa de sirvientes va a misa, a la visita o al campo, se ha dado modos para tratar con la gente y enterarse de lo que más lejos sucede, lo que se dice por ahí en tono menor, lo que pone sal y pimienta a la vida cotidiana, Cristiana observante está al día en sus devocio-nes y las iglesias y cofradías la tienen entre sus más grandes escogidas bene-factoras. No es raro verla en La Concep-ción o la Catedral siguiendo la novena de calendario o en El Sagrario donde su padre tiene harto que hacer con su cofradía en la que ella también mete la mano derecha sin avisar a la izquierda lo que sucede.

Todo eso no impide a la feligrés de su pequeña iglesia envidiar a las otras que están a lo largo de la calle desarrollan-do consistente obra espiritual dentro y fuera de buenos y suntuosos edificios. La respuesta la extiendo y acrecentando su apostolado, empeñándose también en que mejoren los maltrechos muros y la escuálida torre, tratando de cambiar el aspecto de ese terroso contorno exterior salvajemente ganado por la mala hier-ba y las sabandijas.

A la tarea se entrega con alma y vida. Adentro, la iglesia dispone de lo nece-sario. Afuera, la cosa es distinta, ya que se impone gran obra de albañilería para hacer desaparecer los diferentes niveles de las calles que bajan del Beaterio y de los altos de San Juan para desembocar en el Carmen y en la Carnicería. El pro-blema no es exclusivo del sitio. Los hua-ycos y rellanos de la ciudad no han sido obstáculo y las soluciones de San Fran-

La Calle de las 7 Cruces

cisco y la Catedral son un buen ejemplo para aplicarse en adecuada proporción a la casa de la Santa.

Con la idea de María Angustias y su aus-picio, los vecinos levantan el atrio dan-do la apariencia de un gran bloque de piedra maciza en tres niveles donde los canterones han dejado suficiente expla-nada, debajo espacios para la tienda o taller y han tallado un gracioso escalón con pila de agua, rompiendo la rigidez de la esquina con un distinguido sello de personalidad. Un atrio más en la villa y el orgullo parroquial murmura que no desmerece de los otros y se pone dono-samente a su misma altura.

Alto sin cruz no es admisible según uso y costumbre para atender al servicio de la doctrina y de la fiesta popular. Si ir más lejos, demostrando está en la propia calle muy cerca con la de la Concep-ción y, siguiendo para el Sur de la Ca-tedral, la Capilla Mayor, la Compañía, el Carmen Alto de San José. Y como de cruces se trata, no se puede prescindir de la Antigua Cruz de Piedra, colocada al final de la vía, junto al estribo meridio-nal del puente sobre la quebrada de Ullaguanga-Yacu en el cruce de la calle de La Vinculada con la subida al Yavi-ra, que es de las primeras que se puso como humilladero marcando la salida de la villa hacia los asientos del sur.

Nada excusa implantar la pétrea cruz dominando la plataforma y pregonando la cristiandad del barrio. Santa Bárbara, de la noche a la mañana ha subido en nombradía, se bautiza con su nombre a la mismísima calle, lo cual es tan impor-tante como para considerarla igual que San Roque, San Sebastián y San Marcos, en la naciente nomenclatura ciuda-dana. Pero eso no es todo. Ha faltado todavía la consagración multitudinaria, que es lo que más vale, porque el pue-blo que tiene el poder de la palabra, ha encontrado que esta es la cruz que ha-cia falta y no halla reparos en bautizarla como la Calle de las Siete Cruces. Contradiciendo el sentid de la voz po-pular, la autoridad de finales de siglo XIX alteró los nombres y ordenó que ésta de Santa Bárbara y todas las cruces sean retiradas, pensando que derribadas todo desaparecería. Aunque irrazona-ble fuera, así se hizo. Más, la tradición se mantiene. El recuerdo es una memoria perdurable que no puede borrarse.

Como era de esperar, más temprano que tarde , Santa Bárbara recobra su cristiana enseña que luce nuevamente en su atrio. También las otras cruces han vuelto a su sitio y la calle otra vez se dice ufana como sus viejos parroquianos lo proclamaron.

Una mueca se desvaneció leve cuan-do el joven cura Manuel de Almeida divisó la altura de una de las ventanas y la mínima distancia de los muros, que a él –en su primer día en el convento- le resultaron tentadores. El joven acaba-ba de egresar del noviciado y atrás –le pareció a él- había quedado las cuitas de amor doblegadas por las oraciones y los pasajes bíblicos. Ahora, entraba en la abadía franciscana de San Diego, cons-truida como una suerte de retiro casi a las faldas del Pichincha y de amplias estancias donde el silencio era el domi-nante, ante el susurro de los rezos.

Hijo de Tomás de Almeida y Sebastiana Capilla, el muchacho lo primero que hizo al entrar en su oscura celda fue guardar bajo la estera sus naipes y ex-trajo de su hábito franciscano una carta perfumada. La abrió y releyó una cali-grafía preciosa de evocadoras palabras de a un tiempo que parecía no pertene-cerle más. Suspiró y tuvo la sospecha de esta aún enamorado... Pero ese amor que antaño le había empujado a entrar al convento se había transformado en un amor a los deleites mundanos. A él le ocurrió que esa expansión amatoria le prevenía de los peligros de ciertos ojos que casi había olvidado.

Pero se enfrentaba a dos realidades: ya no era novicio y ahora se encontraba en una casa de clausura y la puerta tenía unos goznes infranqueables, pero recordó el muro. El tonsurado se paseó muchos días por los jardines del conven-to hecho para místicos, fundado en 1597 por fray Bartolomé Rubio con el nombre de los Descalzos de San Diego de Alca-lá, para que no quedara duda de que el monasterio no era solamente de retiro sino de clausura, donde los cilicios, que lastimaban sus carnes, y penitencias eran habituales.

El encapuchado iba cabizbajo, con el ceño duro, y estaba tan ensimismado que los otros religiosos se contuvieron de importunarlo por temor a distraer

a un santo en ciernes. Una noche se encontraba en sus meditaciones, en las afueras de su celda. La Luna caía grave sobre el huerto y entre el movimiento de las ramas alcanzó a divisar a un monje que trepaba el paredón. Lo siguió des-pués de procurarse una capa.Detuvo al cura en fuga y comprobó que era fray Tadeo, quien tenía fama de taciturno y que exhalaba un olor a rosas debido a su candidez. El descubierto no tuvo más que aceptar que iría primero a la Cruz de Piedra. Mas, con los días de parranda que siguieron a esa notable noche, el fray Almeida supo que su con-jurado acompañante tenía una mance-ba denominada Percherona, que vivía cerca del Sapo de Agua. Fue en esa casa donde el padre Almeida armado de una guitarra sacó más de un suspiro a las damas de la noche, especialmente –según los rumores- a Catalina:Mujercita tan bonita, Mujercita ciudada-na, que sales demañanita al toque de la campana.

Mujercita tan bonita. ¿A dónde vas tan temprano? Quién fuera el feliz curita que te ve junto al manzano.La animada concurrencia estaba inte-grada por una nutrida delegación de dominicos, agustinos y los representantes franciscanos que tenían un acto más: fray Tadeo era un interprete del arpa y con los fragores del licor sus melodías tenían la virtud de llevar a todos los reli-giosos y las muchachas a una apoteosis que parecía derramarse por el zaguán hasta inundar las callejuelas oscuras de Quito, la ciudad de las campanas.

Un amanecer fatal, los parranderos tar-daron más de la cuenta en regresar al convento de San Diego y cuando fran-quearon la tapia fueron sorprendidos por el padre guardián quien puso el grito en el cielo y hasta allí acabó la fama de santo de fray Tadeo y fray Almeida fue conducido de las orejas a su celda. Después de entregarles sus respectivos látigos, los tonsurados permanecieron en sus celdas por ocho días mientras el

El Padre Almeida

resto de la congregación escuchaba los azotes de los curas penitentes. Las tapias del jardín fueron levantadas al mismo tiempo que el padre Almeida colocaba masas de pan para despistar las huellas que dejaron los latigazos en las patas de su maltrecha cama. El franciscano no se avenía a la soledad, pero aún cuando recordaba los ojos de su Catita –como él la llamaba-, perdidos entre los talanes de la urbe. Una tarde, mientras se entonaban las loas en la capilla el cura jaranero tuvo una inspi-ración: divisó el enorme Cristo y dedujo que por su cuerpo de madera podía al-canzar el alféizar de la ventana y de allí escabullirse, desde el Coro, hasta llegar a la Capilla hasta respirar la humedad de la calle.

Fray Tadeo terminó sus días de juerguis-ta cuando le dijo que una cosa era el premio de las noches junto a la Perche-rona pero otra muy distinta condenarse a los infiernos por profanar la figura de Nuestro Señor Jesucristo subiéndose por sus costados y que por nada del mun-do aceptaría semejante pretensión, aunque –en honor a viejas noches de parranda- le prometió no abrir la boca eso sí augurándole un castigo que se cerniría sobre el cura Almeida por irse de jolgorio por el busto del Crucificado.Fray Almeida lo tentó advirtiéndole sobre ese Dios benigno y piadoso que perdona a las pobres criaturas en sus deslices y flaquezas y que no hay ora-ción que no pueda ablandar a Cristo, aunque tenga que servir de escalera. Fray Tadeo se quedó pensando en el sacrilegio del cura en el mismo instante en que el padre Almeida trepaba por el Cristo doliente para alcanzar el goce de bailar, jugar las cartas, cantar, zapatear y reír junto con los otros curas y ciertos ojos de una muchacha.

El Cristo le prestaba su hombro cada noche, aunque el fraile procuraba no mirarle a los ojos hasta llegar a sus citas clandestinas, en medio de abundante licor. Una madrugada, el monje llegó tan borracho que se descolgó por los brazos del Cristo y estuvo a punto de caer. ¡Cris-to ayúdame!, le dijo balbuceando mien-tras su cuerpo se abrazaba a la imagen,

llena de llagas y de ojos de vidrio, que no le impedían reflejar su ternura. Cerca al hombro del Crucificado escuchó una voz trémula: -¿Quosque tandem pater Almeida? Quedó suspendido el cura en los brazos de madera y yeso, y supuso que se trataba de una broma de algún hermano que al descubrirle lo retaba en latín. Hubo silencio. Miró los ojos de la imagen y los labios de la figura se movie-ron: -¿Quosque tandem pater Almeida?Esas palabras en latín parecían repetir-se en un eco que salía del Coro y que avanzaba sigiloso hasta contener toda la bóveda y después concentrarse en el embriagado cuerpo del cura Almeida, que logró bajarse del Crucificado para contestarle en el mismo idioma que servía no sólo para las misas. -Usque ad rediveam Domine... Manuel de Almeida amaneció en su resaca y recordó el su-ceso pero dedujo que no era otra cosa que el producto de su borrachera. Una y otra vez volvió a descolgarse de la cruz y escuchar las quejas del Cristo y su misma respuesta se sucedió en varias noches, porque el cura parecía pertenecer más al mundo de los goces que de las cons-tantes penitencias que sus hermanos en-claustrados. El Cristo tampoco desfalle-ció en su intento y lo retó en castellano: -¿Hasta cuándo padre Almeida? -Hasta la vuelta Señor, fue la contestación del fray que muy contento se dirigió a una noche más de aventuras deliciosas.

Mas, cerca de la Plaza de San Francisco encontró un cortejo fúnebre y curas en-capuchados que se dirigían lentamente, con cirios en sus manos. El séquito avan-zaba por la noche quiteña en medio de lamentos espectrales y el ataúd parecía deslizarse de las manos de los francisca-nos, que no mostraban su rostro. El padre Almeida se acercó a un sacerdote y le inquirió sobre el nombre del muerto. Es el padre Almeida, le replicó. No puede ser verdad, se dijo, y esperó que pasara otro encapuchado quien le contestó que era el padre Almeida quien se encontra-ba en el ataúd.

Desconfiado aún preguntó a otro: ¿quién ha muerto?, hermano. Y la res-puesta fue contundente: el padre Almei-da del convento de San Diego. No quiso saber más y se acercó al féretro descu-

bierto y levantó la capucha para com-probar con pavor que su rostro dema-crado era el que tenía entre sus manos. Regresó a mirar sólo para confirmar que el cortejo fúnebre era conducido por esqueletos, con hábitos de franciscanos, que se movían con sus cirios, dejando a su paso un olor a Muerte y cipreses gastados.Despavorido llegó el padre Almeida has-ta el Cristo de madera y le pidió perdón por todas sus faltas y corrió a encerrar-se en su celda para comprobar, entre rezos, que otra vez volvía la mañana. El día llegó y el cura arrepentido entró a un proceso de ayuno y penitencia que le duró largos años, más allá de su de-signación de Visitador General. Vivió, ahora sí, una vida entregada a la con-templación y rezos, a esa misma imagen que alguna vez lo transportó a los es-plendores de la noche y de la parranda, cuando se deslizaba por el Crucificado convertido en escalera.

Algún tiempo atrás, en Quito, vivía una niña llamada Bella Aurora.

Ella, era una jovencita muy simpática, sus ojos eran tan claros y azules como el cielo en pleno verano y su cabello tan rubio como el color que refleja el sol. Bella Aurora pertenecía a una familia de buena posición, sus padres además de ser ricos, eran muy cariñosos y la ado-raban, pues ella era la única hija que tenían.

En el tiempo en que vivió Bella Aurora, la Plaza de la Independencia no tenía el monumento a la Libertad de hoy, sino una pila al centro y nada más, ni flores, ni árboles. Allí se realizaban con frecuencia corridas de toros.

Una mañana entre los primeros días de diciembre, la familia de Bella Aurora asistió a la que había sido anunciada como una gran corrida. La tauromaquia era un arte que disfrutaban muchos de los quiteños.

Bella Aurora nunca había visto un espec-táculo taurino, curiosa comentaba con su madre todo lo que pasaría. De pron-to entre preguntas y murmullos, la feria había empezado, primero mientras se tocaban trompetas, salrieron al ruedo los toreros para saludar ,montados en belli-simo caballos, con capas rojas y estacas de colores en sus manos, se despejo el ruedo y en segundo lugar salió un toro negro, muy grande y robusto, al verlo simplemente daba miedo.

Como es normal, el toro dio una vuelta reconociendo la arena. Y luego de mirar a su alrededor, se acercó lentamente hacia donde Bella Aurora espectaba, fijamente la miraba mientras caminaba, pero la niña de inmediato se desmayó del susto.

Sus padres no podían entender lo que pasaba, así que solo salieron de allí con la pequeña en brazos hasta su casa, unas calles abajo, donde intentaron curarla del espanto.

Se dice que aquel toro negro, cuando Aurora se alejó de la plaza, se desespero buscándola. y al no encontrarla, esqui-vo a los toreros y saltó la barrera, con su olfato dio con la casa de la niña, la casa 1.028. El toro se había enamorado.

Furioso y desconcertado rompió la puer-ta que daba a la calle, subió al corredor, olfateó por todas partes hasta que entró al dormitorio de Bella Aurora.

Cuando la niña lo vio, quiso huir, pero no tuvo fuerzas. Solo alcanzó a dar un grito fuerte, mientras el toro la embestía. De inmediato sus padres y empleados corrieron a ver que sucedía, el animal escucho ruidos y desapareció, después se hizo humo.

Bella Aurora había quedado en el piso bañada en sangre. Ella falleció esa mis-ma tarde, sus padres quedaron devasta-dos, enterraron a su hija en el cemente-rio de San Juan y luego de algún tiempo salieron del país para olvidar la tragedia.

La Casa 1028

La Ronda es una de las calles más tra-dicionales que se encuentran en Quito, no solo por ser una de las más antiguas, o por haber sido cuna de pintores, escritores y poetas de los años 30s; fue en las casas de esta estrecha calle en donde se escribieron canciones y pasi-llos y mismas que albergado a políticos, románticos y bohemios. Entre los perso-najes que habitaron en La Ronda en el transcurso del siglo XX se encontraron Faustino Rayo o Carlos Guerra o al Taita Pendejadas.

No, La Ronda también es una calle que nos lleva a nuestro pasado indígena, y en esas ancestrales épocas no se lla-maba La Ronda, como le nombraron los españoles o como la conocemos en la actualidad, si no que se supone que su nombre original fue la de “El Chaqui-ñán”, término que ahora se lo traduce como camino o sendero. Se presume que esta pequeña calle ya se encontró establecida y trazada hacia 1480, cuan-do los Incas llegaron por primera vez a Quito.

“Nuestra simpática, estrecha y tortuo-sa calle de la Ronda, aparentemente españolísima por su nombre y por estilo característico de sus viejas casas es de

puro origen indio. Es nada menos que un claro vestigio, como lo es la callejuela Luís Felipe Borja, del primitivo y natural diseño aborigen de la ciudad original del Quitu”.

El FONSAL así como otras entidades nacionales e internacionales; como el Municipio de Quito o la Fundación Hallo son parte de la rehabilitación de los bie-nes e inmuebles del centro histórico y en este caso de la Ronda, pero ¿por qué dar importancia a la regeneración de estos sectores?. Elizabeth Jelin señala en su texto Los Trabajos de la Memoria: “…existe un cierto culto por el pasado, que se expresa en el consumo y mercantili-zación de diversas modas “retro”, en el boom de los anticuarios y de la novela histórica”.

Y es precisamente este boom de lo an-tiguo, de traer viejos barrios o memorias ya olvidadas al presente que hace que los turistas vayan cada vez con mayor frecuencia a la Ronda a ver, deleitarse o disfrutar de antiguas traiciones. “Me gusta venir a la Ronda por sus pequeñas calles y por que la vida de barrio toda-vía se siente, la gente se conoce y salu-da, además la arquitectura de las casas me parece fascinante”.

La Tradicional Calle la Ronda de Quito

Conceptos de Diseño

El Gallo de la CatedralEl diseño de esta lámpara fue inspirado en: gallos, lámparas chinas, elementos que evocan lujo (cristales).

Se abstraen características de un gallo (plumas) para que el objeto adquiera un elemento que asocie a la persona que vea la lámpara con la leyenda, se fusionan tendencias y formas moder-nas como es la forma redonda de las lámparas características de la cultura china, formas muy utilizadas en el diseño de objetos actualmente. El concepto del objeto tiene como fin elaborar una lámpara artesanal que funda cultura, tradición, modernidad y lujo, para ello elementos como cuentas de acrílico que simulan cristales brindan a la misma el glamour que se busca brindar en un objeto exclusivo, artesanal, que transmi-

te cultura , lujo y sobretodo funcional.

La Calle de las 7 CrucesEl concepto de esta lámpara viene de los móviles (colgantes) que con su movi-miento y muchas veces sonido dotan de dinamismo el espacio que decoran. Una composición que comvierte a la lámpa-ra en un móvil compuesto del principal elemento de esta historia, las cruces. S e busca brindar un concepto sobrio y ele-gante mediante formas con acabados circulares. Para no recargar la compo-sición se mantiene un tono blanco que neutraliza la carga de elementos y le da al objeto un aspecto limpio y de paz.

El Padre AlmeidaElementos de la leyenda como el cura, la guitarra, la cruz entre otros sirvieron de inspiración para su diseño. El uso de ele-mentos que den al objeto una escencia de lujo y exclusividad fueron encontra-dos en el uso de lentejuelas que deno-tan brillo, limpieza y glamour. Se esco-jieron colores frios que mentalmente se asocien con la iglesia, religión y misterio, elementos característicos de la leyenda.

La forma de la lámpara hace incapié en las tendencias de vanguardia en el dise-ño de objetos para el hogar que juega entre formas geométricas.

La casa 1028Elegancia es el concepto puro de este objeto, reflejado en los colores blanco, negro y morado, las formas curvas, los cristales, las lentejuelas al igual que las siluetas rescatadas de esta leyenda completan una composición que entre misterio, lujo y cultura se funden para mostrar una pieza de vanguardia.

Calle la RondaBohemios, artistas, poetas, pintores son las palabras que se sirven de inspiración para este objeto las mismas que se tras-ladan atravéz de colores formas curvas, ornamentales; el color y el movimiento de las formas son las herramientas utiliza-das para materializar las palabras men-cionadas. La forma de la lámpara man-tiene al objeto dentro de las tendencias de actualidad en diseño, una esfera que se asocia con el diseño de lámparas chinas. Cabe mencionar que el lujo y exclusividad son parte de esta composi-ción reflejada a través de los elementos de construcción de la misma.

Bocetos de diseño de lámparas

Se muestra el concepto a utilizar en cada lámpara de manera visual además de exponer los materiales y colores a utilizarse en las mismas.

Ilustraciones

Se muestra el diseño final de las lámparas a escala utilizando los materiales a emplearse en su elaboración en tamaño real.

Etiquetas

Etiqueta por leyenda

Papiros

Empaque

35 cmaprox6 cm

aprox

30 cm aprox

30 cm aprox

30 cm aprox

Tapa de la caja vista internamente