DESHAYES Poblamiento
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DESHAYES, JEAN
LES CIVILISATIONS DE L’ORIENT ANCIENT. CAP. II. 1969
LAS CIVILIZACIONES DEL ANTIGUO ORIENTE
La escritura fue inventada hacia el 3000 antes de nuestra era y la protohistoria
cede entonces lugar a la historia. A decir verdad, los textos más antiguos permanecen
todavía muy oscuros. Pero desde antes de la mitad del 3er. Milenio el escenario de la
historia se aclara sensiblemente bajo la luz que proyectan los textos descifrados.
Sabemos desde entonces que pueblos ocupaban ese escenario o al menos cual era su
lengua. Es indispensable desentrañar los rasgos esenciales, muy entrecruzados, de esa
población.
El largo proceso de sedentarización que los milenios precedentes habían puesto en
marcha estaba todavía lejos de haber terminado. Acaso no ha continuado hasta nuestros
días?. En el borde inmediato de los grandes valles, en la proximidad de las cuencas
interiores que jalonan mesetas y montañas, subsistían gran número de nómades; en las
regiones de estepas, que el cultivo todavía no había alcanzado, practicaban la cría de
ganado, se desplazaban de una fuente a otra de agua, siempre listos para invadir las
regiones habitadas en cuanto la resistencia de los sedentarios se hacía menos fuerte o
bien cuando una sequía prolongada secaba las fuentes y agotaba las tierras de pastoreo.
A veces se trataba sólo de infiltraciones lentas y pacíficas, otras, al contrario, la
amenaza se hacía mas grave y los sedentarios debían tomar las armas para rechazarla.
Los dos grandes reservorios desde donde los nómades ejercieron una presión
continua y aún más o menos brutal sobre las civilizaciones orientales, se sitúan por una
parte en la región de estepas que bordean al desierto sirio-arábigo por el oeste, norte y
este hasta las fronteras de la Medialuna Fértil, y por otra parte en las vastas planicies
euroasiáticas al norte del mar Negro, del Mar Caspio y de los Montes Elburz. La
sedentarización se cumplió ahí, muy imperfectamente, y el agotamiento rápido de los
suelos producía frecuentemente un retorno al seminomadismo.
Por tanto, en el alba de la historia, esta oposición de carácter socioeconómico
coincidió grosso modo con importantes diferencias étnicas evidentes en lenguas. Los
nómades de la franja del desierto sirio eran esencialmente semitas; al contrario, los
pueblos ya sedentarizados, especialmente los de la Mesopotamia, tenían lenguas sin
duda muy diversas, pero no semíticas. Los primeros conflictos que podríamos entrever
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tomaron el aspecto erróneo de rivalidades raciales, lo que condujo a ciertos autores a
considerar, equívocamente, la historia del Antiguo Oriente, como una sucesión de
conflictos raciales1.
No se trataba, en absoluto, de eso. De hecho, vemos más tarde a semitas ya
sedentarizados encabezar la resistencia contra sus parientes, todavía nómades, amorreos,
arameos, árabes y después a todos estos, tomar a su vez, el relevo en la lucha contra los
nómades. Este incesante combate desempeñó un papel determinante en la política de los
grandes Estados orientales, más aún cuando a las amenazas llegadas primero de las
estepas sirias se agregaron finalmente los raids más devastadores todavía, provenientes
esta vez del norte.
De las estepas euroasiáticas son originarios especialmente los pueblos
indoeuropeos. Algunos de ellos después de haberse infiltrado progresivamente en el
mundo mediterráneo u oriental se sedentarizaron allí, al punto de participar en varias
ocasiones en la lucha contra sus hermanos nómades venidos del norte, cuando, a las
lentas penetraciones, sucedieron raids destructores.
Al término del largo proceso que vió así instalarse semitas o indoeuropeos, junto a
pueblos de lenguas diferentes, la mezcla de poblaciones resultó considerable. No es a
menudo difícil discernir los componentes étnicos de cada una de las grandes
civilizaciones antiguas. Sólo testimonios lingüísticos nos permiten entrever algunos de
esos elementos, pero se impone mucha prudencia. Hacia el comienzo del segundo
Milenio la lengua súmera fue reemplazada por el acadio, es que los súmeros fueron
eliminados en beneficio de los semitas? No más bien se dio allí una fusión, progresiva,
y sin choques.
A veces incluso la sustitución de una lengua por otra puede ni indicar mas que una
sumisión de una ciudad o todo un país a una dinastía extranjera.
Pero más a menudo soberanos de procedencia extranjera adoptaban la lengua del
país y únicamente la onomástica nos revela su origen: príncipes semíticos-occidentales
del Imperio Antiguo Asirio, jefes arios del Mitanni hurreo, reyes probablemente hurreos
del Imperio Nuevo heteo. Manifiestamente, la cuestión hurrea no se planteaba.
No podríamos atribuir ni a los semitas, ni a los indoeuropeos los primeros
fundamentos de la civilización tal cual fueron planteados en el Cercano Oriente en la
1 “Razas” en el original. La cátedra no comparte el criterio racial en este tipo de clasificación.
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época neolítica. Esas poblaciones primitivas pertenecían por otra parte muy
probablemente a grupos diferentes y es por un puro artificio del lenguaje que se las
repartió a veces en dos grupos que no tienen otra ventaja que la de localizarlos muy
groseramente, uno como asiático, el otro como mediterráneo. Los asiánicos, o al menos
algunos de ellos, cuya lengua es conocida, no están rodeados de un misterio tan total
como los mediterráneos, de los cuales ignoramos casi todo.
Y sin embargo, cuántos problemas quedan para resolver, aún en lo que concierne a
los súmeros, los mejor conocidos. Esos fundadores de la más antigua civilización
urbana en el sur mesopotámico no son probablemente autóctonos: es solamente a fines
del VI milenio que se remonta el más antiguo sitio habitado, la antigua Eridu. Pero la
población de Eridu era ya súmera? Si una cierta continuidad es sensible en esa región
hasta la época histórica, especialmente en el plano de los templos, en cambio los
nombres de los dos grandes ríos, los de las principales ciudades, cuya etimología no es
súmera, no se remontan a una fase anterior de poblamiento?. Los súmeros, en ese caso,
se habían infiltrado en fecha relativamente tardía, tal vez hacia mediados del IV
milenio, en la época predinástica2, que se ha destacado en la civilización mesopotámica
por importantes innovaciones. Sin embargo, no bastan las leyes de desarrollo
económico y social para dar cuenta de cambios tales como la sustitución de la alfarería
antigua por una cerámica torneada y no decorada, obra de talleres de alfareros que se
instalan entonces en todas las aglomeraciones?. En cuanto a los primeros textos, todavía
no están descifrados, y se ignora si la lengua que contienen es ya la súmera. Por otra
parte, si la civilización súmera ha nacido, como parece verosímil, de una mezcla de
poblaciones ya instaladas en Mesopotamia del Sur y de inmigrantes, no se sabe de
dónde han venido éstos últimos: todas las tentativas hechas hasta el presente para
relacionar la lengua súmera con otras lenguas aglutinantes hoy día conocidas, han
fracasado. Las afinidades que se ha creído descubrir entre ellas, y las lenguas caucásicas
o tibetanas actuales son demasiado vagas y de orden demasiado general para ser
decisivas: la caída de consonantes finales, la utilización de una misma raíz
indiferentemente como verbo o sustantivo se vuelven a encontrar en efecto en muchos
casos. Al menos la coexistencia aparente de dialectos diferentes parece implicar ya sea
2 No confundir época predinástica con protodinástica. Predinástica: Primitiva, desde el IV milenio hasta el
siglo XVIII. Protodinástica: desde el siglo XVIII, en que se fundan las primeras dinastías en distintas
ciudades súmeras.
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una mezcla de recién llegados con diversas poblaciones precedentemente instaladas, o la
llegada de varios grupos distintos en oleadas sucesivas.
Estamos todavía muy mal informados sobre los vecinos orientales de los súmeros,
que en Elam, alrededor de Susa también fundaron una civilización de carácter urbano e
inventaron, tal vez hacia el 3000 antes de nuestra era, una escritura todavía no
descifrada. Son esos protoelamitas los herederos de los aldeanos del V y IV milenio,
emparentados probablemente con los de la meseta irania. Aquí también han intervenido
cambios importantes en le civilización de Elam, hacia el fin del IV milenio: el proceso
fue tal vez análogo al del sur mesopotámico. Sea lo que fuere, esta civilización
protoelamita sufrió a partir de la mitad del III milenio influencias mesopotámicas tales,
que se pierde su huella y no se ve claro si los protoelamitas son los ancestros de los
elamitas que, en el II milenio y hasta comienzos del siglo VII antes de nuestra era,
instalaron en Susa una sucesión de poderosas dinastías. Se ignora más cuanto que los
propios elamitas no son bien conocidos por nosotros el desciframiento de su lengua,
muy reciente, plantea todavía muchos problemas.
Notamos algunas afinidades étnicas con diversas regiones de los Zagros,
especialmente en Luristán, se puede pensar también que muy pronto, los elementos
semíticos, se mezclaron con sangre elamita. El solo hecho cierto es que los
mesopotámicos han considerado siempre a sus vecinos como extranjeros: no nos resulta
fácil pues interpretar los pocos datos de que disponemos.
En otro extremo de la meseta irania, una tercera civilización urbana se desarrolló
en el Valle del Nilo. Ello presenta también, relaciones evidentes con las culturas
aldeanas del Irán así como las de Beluchistán y de Afganistán meridional.
Desgraciadamente, ignoramos completamente cómo se constituyó, porque las capas
profundas de los principales sitios del Indo, Mohenjo Daro y Harappa, están sumergidas
bajo una capa de agua tal, que su exploración es por el momento casi imposible. Es
probablemente poco después del 3000 a.C. que las primeras ciudades se desarrollaron y
que la escritura apareció en esa región, pero a pesar de innumerables tentativas, unas
serias, otras fantasiosas, es poco probable que se pueda penetrar alguna vez el misterio
de esos textos, además demasiados cortos. No se sabe pues a qué grupo étnico
pertenecian los habitantes del Indo. Estaban emparentados con los campesinos de
Beluchistán?. Algunos se puede afirmar que no eran arios: la civilización del Indo
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desapareció en efecto hacia 1750 a.C. poco antes (como consecuencia?) de las grandes
invasiones arias.
Otra antigua población asiánica era la de los Hurreos, cuya importancia en la
historia de las civilizaciones orientales se hace cada vez más evidente. Se puede
establecer su progresión a través de los textos: desde el 3er. Cuarto del III Milenio la
onomástica mesopotámica nos revela su presencia. Hacia el fin del III y comienzo del II
milenio, se los ve asentados no sólo en Mesopotamia y en Siria del Norte, sino también
sobre la costa siro-palestina y en Anatolia. En algunas ciudades|, como Nuzi, cerca de
Kirkuk, Ugarit, sobre la costa siria, o Alalakh, cerca de Antioquia, ellos representaban
un porcentaje importante de la población. Su punto de partida parece situarse en las
montañas del noroeste del Irán y de Armenia: allí aparecen diferentes principados
hurreos desde principios, del II milenio, mientras que en Siria del Norte, en la región de
Habur, se constituyó poco antes de 1500, el reino hurreo de Mitanni3. Durante unos dos
siglos éste no tuvo rivales en Oriente, excepto el imperio de los faraones. Después, poco
a poco, aplastados y deportados por los heteos y los asirios, los hurreos, dejaron de
desempeñar un rol político importante y el uso mismo de su lengua parece haber
desaparecido. Está lejos de ser clara a los ojos de los filólogos, en razón sobre todo del
pequeño número de los textos descubiertos. Forma parte de la vasta familia de lenguas
aglutinantes, pero no presenta ninguna afinidad con el súmero y sólo se parece tal vez a
alguna de las lenguas caucásicas actuales, así como también al urarteo.
Los habitantes de Urartu estaban probablemente emparentados con los hurreos,
pero no parecen haberse instalado en la región del lago Van, actual Armenia, antes de
los últimos siglos del II milenio. Su origen permanece desconocido para nosotros y es
probable que antes de esta fecha fueran en gran parte todavía nómadas.
Desaparecieron de todas partes sin dejar rastros, hacia el comienzo del siglo VI.
Tal vez sólo han representado a una minoría que impuso su ley a una población
indígena de lengua diferente.
Estamos mucho peor informados todavía en lo que se refiere a los bordes
mediterráneos del dominio oriental. La población primitiva de Siria y de Palestina que
quedó sumergida desde el III milenio por la oleada semítica, no nos ha dejado ningún
vestigio de su lengua.
3 Mitanni se constituyó con el aporte, al reino hurreo, de una minoría conquistadora aria, o sea
indoeuropea, que lo convirtió en un poderoso imperio en el siglo XVI a.C.
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En Anatolia al menos los textos religiosos de la época hetea nos han conservado
hasta el II milenio, el recuerdo de una lengua que sin duda preexistía a las invasiones
indoeuropeas y que se llamaba Hatti. Antes del descubrimiento muy reciente de las más
antiguas culturas de Anatolia, se consideraba que esa lengua todavía mal conocida había
sido hablada en la época del Bronce Antiguo, es decir, en el III milenio, pero en el
Bronce Antiguo, la población de Asia Menor, podía haber sido ya como veremos, en
parte indoeuropea, la lengua Hatti se remontaría entonces a la época calcolítica o aún
neolítica.
El dominio de elección de los semitas parece estar en efecto limitado la periferia
del desierto siroarábigo, esa franja que constituye la Medialuna Fértil: nómadas en vía
constante de sedentarización, sedentarios fácilmente tentados por un retorno a un
seminomadismo cuando la tierra se empobrecía, se han infiltrado sin descanso en el
corazón de las civilizaciones urbanas o aldeanas vecinas. Es hacia principios del III
milenio y tal vez en fecha más antigua todavía, que se adivinan sus primeros rastros y
ya constituían dos grupos distintos: los semitas orientales y los semitas occidentales.
Los primeros que se llaman bastante impropiamente acadios, se instalaron en
Mesopotamia Central y Septentrional, alrededor de Kish y de Assur, y sobre el Eufrates
Medio, en torno a Mari. Lograron suplantar en esas regiones a los pueblos instalados
precedentemente, de los cuales iqnoramos totalmente la pertenencia étnica e
impusieron su lengua.
Pero su civilización sufrió una fuerte influencia súmera. Hacia el tercer cuarto del
III milenio, lograron fundar un poderoso aunque efímero imperio semítico, cuya capital
recibió el nombre de Accad. Su lengua, desde comienzos del II milenio triunfaría sobre
el súmero y llegaría a ser, en su forma asírica o babilónica, el principal vehículo del
pensamiento mesopotámico hasta el fin del I milenio antes de nuestra era.
Los Amorreos llegaron a Canaán, o sea a Siria y Palestina en el curso del III
Milenio: destruyeron hacia el 2300 las civilizaciones urbanas del Bronce Antiguo.
Después, poco a poco, esos nómades se sedentarizaron lentamente; fueron necesarios
varios siglos antes que las ciudades renacieran a veces bajo un nombre nuevo
recubriendo una denominación anterior que ignoramos, por ejemplo Jericó o en Jebal
(Biblos). Hacia 1900 la semitización del dominio siro-palestinente (el país de Canaán)
parecía total y definitiva, sin que los aportes posteriores, especialmente hurreos,
cambien demasiado la situación. Sin embargo, la sedentarización de los nómades
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venidos del desierto, no cesó jamás. Otras ramas semíticas han jugado una y otra vez un
rol importante en el poblamiento de esa región. Tampoco los semitas de Siria y
Palestina constituyeron un grupo lingüístico único: varios dialectos emparentados están
atestiguados en diferentes épocas, en Ugarit, en Biblos, en las ciudades fenicias, sin
hablar del hebreo, el arameo y el eblaíta.
En Mesopotamia igualmente los amorreos ocuparon una posición de primer plano:
contribuyeron ampliamente por sus incesantes raids al debilitamiento del imperio
súmero de la III dinastía de Ur y, en los primeros siglos del II milenio, se ve a esos
semitas occidentales instalados en el poder en la mayor parte de las ciudades
mesopotámicas, especialmente en Larsa, en Babilonia, en Eshnunah, en Assur, en Mari.
Pero sólo la onomástica y la historia de las religiones nos revela su presencia: el acadio
se transforma en la única lengua de uso corriente en Mesopotamia. Es poco probable
que los amorreos hayan constituido jamás un porcentaje considerable de la población
mesopotámica.
Otros semitas occidentales no cesaron de hostigar a los reinos de la Medialuna
Fértil, durante la mayor parte del II milenio: los haneos sobre el Eufrates Medio, en la
época de Samshi-Adad I y de Zimri-Lim; los benjaminitas apenas sedentarizados del
Eufrates Medio, de Babilonia y de Siria del Norte; los suteos de Siria, contra los cuales
debieron luchar la mayor parte de los reyes asirios; finalmente los arameos, los más
importantes.
En los últimos siglos del II milenio encontramos a éstos últimos, en las orillas del
Eufrates, desde Babilonia hasta Karkemish, después en la región del Habur en el siglo X
y sobre el Tigres en el siglo IX. Fundaron múltiples principados en Siria, desde
Sendjirli, en pleno territorio heteo, hasta Damasco, pero no alcanzaban todavía la costa
mediterránea, a pesar de las incesantes campañas que realizaron contra ellos los reyes
asirios, no pudieron evitar que desempeñaran un rol creciente, en toda la extensión del
imperio, como lo testimonia la continua expansión de la lengua aramea: ésta, en efecto,
aún antes de la destrucción del Imperio Asirio en el siglo VII, había llegado a ocupar en
las relaciones internacionales el lugar hasta entonces reservado al acadio y una gran
parte de la población, tanto en Siria y en Palestina como en Mesopotamia, no hablaba
más que arameo.
Ultima etapa en la sedentarización de los nómadas semiticos. Las infiltraciones de
los árabes están mencionados por primera vez en los textos bajo el reinado de
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Salmanasar III (858-824). Pero, en la época que nos concierne, no hicieron sino hostigar
los confines meridionales del desierto sirio.
Frente a estos semitas que conocemos relativamente bien y cuyas sucesivas
entradas en escena obedecen a un esquema de conjunto bastante fácil de captar, las
migraciones indoeuropeas continúan plantando problemas múltiples y aún insolubles.
Su origen, la fecha de su primera llegada al mundo oriental, siguen en discusión. Se
supone que se trata por una parte de pueblos seminómades, semisedentarios, o más bien
de aldeanos, a quienes periódicamente el agotamiento de las tierras o el desecamiento
del clima debido a un desmonte excesivo, hacían volver a la vida nómade y empujaban
hacia suelos más fértiles. Pero otras tribus eran enteramente nómades y se dejaban
tentar, cada tanto, por la atracción de las ricas civilizaciones del sur. Es un mito cómodo
pero engañoso que no ve en las indoeuropeas más que una avalancha de nómades jinetes
imponiendo por doquier la dominación de una minoría guerrera. En realidad, la
sedentarización de estos nómades había comenzado bastante antes de su penetración en
el Cercano Oriente: en los textos micénicos las palabras designaban el trigo o la cebada,
eran de raíz indoeuropea, mientras que el vino o el olivo llevaban nombres
preindoeuropeos: esos pueblos practicaban pues la agricultura antes de entrar en el
dominio egeo, como mínimo desde el III milenio a.C. Los indoeuropeos provienen
seguramente de las estepas euroasiáticas, aunque sería arbitrario buscar un centro único
de difusión: sería desdeñar los múltiples y diversos factores que intervienen en el
proceso de formación, diferenciación y cristalización, de los distintos pueblos y sus
lenguas. No hay un pueblo indoeuropeo primitivo del que todos los otros indoeuropeos
habrían derivado4.
Sólo a partir de principios del II Milenio, la onomástica nos revela la presencia de
elementos indoeuropeos instalados en el Cercano Oriente, más precisamente en
Anatolia. En Anatolia, como en Grecia, los invasores pertenecían a uno de los dos
grandes grupos lingüísticos que constituyen las lenguas indoeuropeas: el grupo
Centum.
Los primeros indoiranios, cuya lengua era del grupo Satem, hicieron su aparición
en la historia en el Segundo cuarto del II Milenio. Se los ve penetrar en esa época, sin
duda en pequeño número, por una parte en Mesopotamia, en Siria y en Palestina, y por
otra parte en el valle del Indo. Los arios de la Medialuna Fértil no son conocidos más
4 O al menos, no hay posibilidad de llegar a conocerlo.
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que por la onomástica; los nombres de varios príncipes de Siria y Palestina, sobre todo
los de los reyes de Mitanni y de ciertos reyes coseos parecen arios, lo que quiere decir
que un puñado de guerreros de origen extranjero había sabido unificar en su provecho
las tribus hurreas y constituir así poderosas dinastías. Sus dioses llevan los nombres de
los dioses indios; un tratado de hipología que data del siglo XIV y encontrado en la
capital hetea contiene numerosos términos técnicos que son también indios. Esos arios
hablaban, parece, una forma extremadamente arcaica de la lengua india, anterior en
muchos siglos los primeros poemas Védicos, cuya composición no se remontaría más
allá de los últimos siglos del II milenio. Esos textos son muy posteriores igualmente a
las invasiones arias de la India, de las que nos presentan una imagen seguramente
embellecida por la época.
Los arios, montados sobre sus carros y conducidos por el dios Indra, están
representados destruyendo las ciudades fortificadas de la civilización del Indo: Harappa
y Mohenjo Daro, las que fueron abandonadas hacia el 1700 a.C. Sin embargo, según las
investigaciones más recientes, ese aniquilamiento de la civilización del Indo se habría
debido a una sucesión ininterrumpida de inundaciones catastróficas que habrían
arruinado la economía del valle, y no a invasiones.
En todo caso, los escombros de las ciudades abandonadas no fueron ocupados sino
por “squatters” de las vecinas montañas del Beluchistán, sino del mismo Irán. En cuanto
a los arios, es probable que llevaran por largo tiempo aún una vida seminómada; lo que
explica por qué no se encuentran en la península india más vestigios materiales de su
presencia en el II milenio.
Los indoeuropeos de las estepas euroasiáticas, atraídos por los climas más cálidos
y los territorios más prósperos del mundo mediterráneo y oriental, no aflojaron jamás su
presión. Esta fue contenida durante varios siglos por Estados suficientemente estables y
organizados, especialmente los reinos Asirio, Heteo y Micénico. Cuando la gran crisis
de los últimos siglos del II milenio, de la que volveremos a hablar, aniquiló ese
resguardo, o al menos lo debilitó considerablemente, las invasiones recomenzaron y se
vieron surgir en los primeros siglos del I Milenio, nuevos grupos indoeuropeos, algunos,
especialmente los iranios, pertenecen al grupo Satem. Entre ellos, los medos y los
persas estaban ya más o menos sedentarizados; pero todavía se fecha bastante mal su
aparición sobre la meseta irania. Tal vez algunos grupos étnicos emigrados del
Turkestán meridional hacia el 1700 a.C., e instalados más tarde en el noroeste del Irán,
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tuvieron algún papel en la constitución de esos pueblos nuevos que los textos asirios
mencionan por primera vez en el curso del siglo IX.
El poblamiento del mundo oriental parece pues como un proceso constantemente
renovado y puesto en cuestión. Los orígenes de ese proceso se remontan a la época de
las primeras culturas aldeanas. Porque la sedentarización implica forzosamente un doble
movimiento: por una parte la riqueza de las tierras cultivadas ejerce un atractivo
irresistible sobre los nómades que tienden, sea a infiltrarse progresivamente en medio
de sedentarios, sea a saquear ciudades y aldeas en sus raids devastadores; por otra parte,
el agotamiento rápido y la salinización de los suelos, el desecamiento del clima debido
al desmonte incitan sin cesar a las poblaciones sedentarias (al menos en las zonas
arrancadas a la estepa, mucho menos en los valles de los grandes ríos) a emigrar en
búsqueda de nuevas tierras. Resulta una inestabilidad considerable en la población y
amalgamas de una infinita complejidad.