Desnutricion en Loreto

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LA DESNUTRICIÓN EN LORETO: nuestro problema más grave.

José Barletti

[email protected]

Julio de 2008

(Este artículo ha sido publicada en el último número de la revista Mi Tierra Amazónica de la ciudad de Iquitos).

Loreto es una de las regiones del país con mayor desnutrición infantil. 40% de las niñas y niños loretanos están en esta situación. Cuatro distritos de Loreto están a la cola en calidad nutricional en el Perú: Balsapuerto, Morona, Andoas y Cahuapanas. ¿Cómo se puede explicar este drama en una región tan ubérrima, con tantas y variadas especies vegetales y animales, con gigantescos bosques y con innumerables cuerpos de agua? Se dice que un factor que origina nuestro problema nutricional es la parasitosis, mal que no permite que el organismo humano asimile los nutrientes que ingiere. En lenguaje corriente se suele decir que las lombrices se comen todo lo que consumimos. ¿Cuán sólida es la base científica de esta afirmación? Es posible que la parasitosis tenga que ver con la desnutrición de nuestra población, pero hay dos factores más que habría que tener en cuenta. Por un lado está lo relacionado con la producción de alimentos y por el otro están nuestros hábitos alimenticios. Es muy probable que estos dos factores tengan mucho mayor peso que el primero. En las siguientes líneas quisiera compartir algunas reflexiones sobre estos dos últimos asuntos. Tengo un elemento de comparación. Hace más de 30 años me toco participar en el Estudio Socio económico de los Ríos Napo y Amazonas (IPA). Los dos tomos con los resultados de esta investigación científica, publicados en 1974, están disponibles en las bibliotecas. ¿Qué ha sucedido en estas tres décadas en materia de la producción de alimentos? Está pendiente llevar a cabo un estudio semejante en ambas cuencas para tener datos que permitan hacer una comparación precisa. Sin embargo, no tengo ninguna duda en sostener que la producción de alimentos ha disminuido de manera alarmante en nuestros caseríos. Mi certeza se basa en la experiencia que estoy viviendo desde hace un poco más de cuatro años en el Bajo Napo, uno de mis actuales lugares de trabajo y hace años zona de mis trajines juveniles. La investigación científica sobre la economía de los hogares rurales amazónicos y en particular sobre los sistemas productivos de las familias

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rurales en la Amazonía es de suma urgencia, ya que en nuestro caso, las familias de las más de 2200 localidades rurales de Loreto tienen en sus manos la alimentación de toda la población de las ciudades. Lo harán siempre y cuando nuestro Gobierno Regional diseñe y lleve a la práctica un Programa de Soberanía Alimentaria que defina con mayor precisión la voluntad política que viene expresando a través de acciones relacionadas con el mejoramiento de la producción rural, desde hace bastante tiempo abandonada. Hace ya dos décadas, Ernesto Yépez del Castillo llevo a cabo un diligente estudio de casos sobre la economía familiar en el Ucayali. Mucho batallamos para que se publicará in extenso esta valiosa investigación pero no se logró el objetivo. Sin embargo, la metodología utilizada está allí. Estoy seguro que a Ernesto le agradaría mucho que lo convocaran nuevamente. También hay un estudio valioso más reciente de Oliver Coomes y Bradford Barham en hogares de la Reserva Pacaya Samiria y hace un año Ricardo A. Labarta a la cabeza de un grupo de investigadores de diferentes países, con la participación del Gobierno Regional de Ucayali y del Proyecto de Reducción y Alivio de la Pobreza (PRA) de Pucallpa, han llevado a cabo una investigación cuya publicación en Acta Amazonica de Manaus (junio 2007) se titula “La Agricultura en la Amazonía Ribereña del Río Ucayali. ¿Una Zona Productiva pero Poco Rentable?”. Hace muy pocos años presentamos en Nueva York, en un certamen de PLEC, el estudio que habíamos hecho sobre los sistemas productivos familiares, esta vez referido a la zona de Muyuy, realizado con Miguel Pinedo, Mario Pinedo, Pilar Paredes, que contó con la participación de Denis del Castillo y que sirvió de tema de tesis a egresados de la UNAP. Entre muchos otros, también está el trabajo de Alfredo Corvaleda Vélez sobre los sistemas indígenas de producción agrícola en el trapecio amazónico colombiano. Mención aparte merecen los estudios del joven investigador tamshiyaquino Simón Cortegano Chota, quien ha centrado su investigación en el tema de la chacra amazónica. Su tesis, sustentada en 1995 giró en torno a este asunto y diez años después, en 2005 el CIFISAM de Colombia ha publicado la investigación que realizó con Orlando Cruz Peña con el sugerente título de La Chagra: un espacio de roles, aprendizajes y autoabastecimiento (CIFISAM, 2005). Ninguna institución va a reemplazar al IIAP en retomar estas experiencias de investigación y conformar un equipo multidisciplinario especializado que bien podría estar incorporado a su Programa de Ordenamiento Ambiental, en el que participa el economista Lucho Limachi, con amplia experiencia en esta clase de estudios. A comienzos de la década del setenta, cuando estábamos en el trabajo de campo en el Estudio Socio económico del Napo y Amazonas, encontrábamos que cada hogar todavía tenía una economía de subsistencia. Es decir que lo que más interesaba a los padres era la producción de alimentos para los miembros de la familia. La producción para el mercado ocupaba un segundo lugar. Ha sucedido, pues, que en los últimos cuarenta años ha cambiado dramáticamente el patrón de la economía del hogar. Ahora lo que más interesa a los padres es producir para el mercado y tener dinero para cubrir los gastos

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de educación y salud, que hace tiempo dejaron de ser gratuitos, así como los gastos en vestido y en satisfacer otras necesidades. Este cambio de patrón sentó sus bases hace un poco más de un siglo, en la Época del Caucho (1840-1920), Es cierto que en tiempos de la dominación colonial española, después de la expulsión de los misioneros jesuitas (1767) y aún en el primer siglo de vida republicana, las autoridades religiosas, políticas y militares obligaban a la gente a entregarles “saladitos” y productos de pan llevar. Sin embargo, estas exacciones no quebraron el patrón de subsistencia, ya que en realidad las familias eran obligadas a entregar una parte importante de su producción de alimentos e incluso se veían compelidos a aumentar su producción de alimentos y por lo tanto a incrementar su tiempo de trabajo en este menester. Esta situación hizo crisis a comienzos de 1809, la misma que se expresó en el levantamiento indígena en Jeberos y Lagunas, zona del Bajo Huallaga, donde estaba concentrada la parasitaria burocracia colonial política, militar y religiosa a la que había que alimentar. Esta sublevación de la gente obligó a toda esta burocracia colonial a huir del llano amazónico y refugiarse en Moyobamba. Hace ya varios años me llamó la atención un expediente que encontré en el Archivo de Límites de nuestra Cancillería referido al robo de canoas que se había hecho práctica común en tiempos previos a este levantamiento (Los documentos encontrados son de 1792). Lo que pasaba era que la gente ya no tenía tiempo para fabricar sus canoas porque debía trabajar muchísimo para producir alimentos que fueran suficientes para la atención de la propia familia y para cumplir con las “remesas” que tenían que enviar a las autoridades españolas. Lo que quiero destacar es que en nuestra Amazonía ha existido en los últimos siglos una intensiva práctica de producción de alimentos para la subsistencia familiar, la misma que hoy ha disminuido drásticamente en cantidad, calidad y variedad. Desde hace miles de años, cuando fueron llegando a la Amazonía los primeros grupos humanos, aprendieron a comprender el funcionamiento armonioso de nuestro bosque. Aprendieron a diferenciar una zona de vida de otra zona de vida y en cada una de ellas aprendieron a identificar las especies de la biodiversidad que allí hay y que no hay en otras zonas, estableciendo con toda claridad las cadenas alimenticias propias de cada zona. Los científicos hoy llaman “ecosistemas” a cada una de esas zonas de vida. Es un grave error, por eso, utilizar la expresión “ecosistema amazónico”, en singular. Son muchos los ecosistemas amazónicos. Es debido a esta diversidad de ecosistemas que en la antigüedad se establecieron “amplias redes de intercambio”, como lo reseña el arqueólogo Thomas Myers. El conocimiento de las especies de la biodiversidad y la comprensión del funcionamiento de los ecosistemas amazónicos permitió a los antiguos hombres y mujeres amazónicos crear tecnologías para ir construyendo sus propios sistemas de seguridad alimentaria.

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Algún día recuperaremos aquella práctica de colocar en el puerto familiar jaulas flotantes, como las que se usan para el “rapicheo”, que fue lo primero que maravilló a los europeos que navegaron por nuestros ríos amazónicos, los que encontraron profusamente poblados. En las orillas de los grandes ríos había tantas de estas jaulas flotantes que uno de ellos se atrevió a decir que con los peces y tortugas que allí se engordan se podría alimentar al ejército del rey de diez mil hombres. Algún día, también, estará a la orden del día el establecimiento de zoocriaderos, práctica que marcha a paso de motelo. Recuerdo que hace ya unos 40 años llegó a mis manos un librito sobre este tema escrito por nuestro recordado Jaime Moro Somo. Por su parte, mi amiga Martha Rengifo, bióloga de la UNAP, persiste tercamente en la crianza del majaz. La tecnología creada por ella y su equipo ha sido publicada por el TCA. Las mortíferas epidemias de gripe, sarampión y viruela ocasionaron que los sobrevivientes abandonaran las orillas de los grandes ríos, lugar de tránsito de los recién llegados, portadores de tales enfermedades, para asentarse en lugares los más alejados, en las cabeceras de los ríos. Así fueron desapareciendo estas jaulas flotantes, sin quedar ni una sola ni para muestra. Estoy casi seguro que en las actuales jaulas para el rapicheo, donde se conducen las carachamas hasta la ciudad, podremos encontrar la tecnología ancestral, es decir el tipo de varillas, la clase de soga, la forma de los amarres e incluso las dimensiones de las varillas. Sueño que un día no muy lejano, a la orilla del río, junto al puerto de cada casa, habrá una o más jaulas flotantes donde se engordará los peces y las taricayas que se reproduzcan artificialmente o que se coja de las cochas y durante el mijano. Stephen Beckerman, de la Universidad de Pensylvania, se pregunta si la Amazonía estaba llena de gente en 1492, cuando se inició la invasión europea. Centra su análisis en la producción de proteínas existente y discute con los “deterministas” que afirman que la gente amazónica tenía muchas limitaciones para su subsistencia determinadas por el acceso a los recursos. Respondiendo a estas observaciones, desarrolla temas como el de la producción de maíz como fuente proteica o el de preferir la producción de yuca brava con relación a la yuca dulce. Es interesante notar que en la Amazonía brasilera se mantiene esta preferencia. Toda esta sabiduría era transmitida de padres a hijos a través de los siglos. Hay estudios que nos muestran que esta sabiduría indígena está sufriendo menoscabo debido a que la escuela ha secuestrado a los hijos separándolos de sus padres. Mientras los padres se van al monte, los hijos van a la escuela. Un adolescente de hoy no conoce todo lo que conocía un adolescente antes que existiera la escuela. La escuela divorcia la vida, separa de la vida a los niños, niñas y adolescentes. Es tarea pendiente unir la escuela con la vida. Hace pocos años, en una experiencia de planificación comunitaria del desarrollo que llevamos a cabo en la comunidad Achuar de Wigint, Río

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Huituyacu, afluente del Pastaza, tuve una interesante discusión con un viejo Apu sobre la desnutrición de los niños y niñas de la primaria, en comparación con el excelente estado nutricional de las y los adolescentes de la secundaria. Estos últimos desayunan, almuerzan y cenan. Las Hermanas Lauritas, que tienen a su cargo el colegio secundario y el internado, hacen malabares para estirar el dinero que reciben del Gobierno Regional, el que se complementa con los víveres que entregan los padres. En contrapartida, los niños y las niñas de primaria de Wigint están poshecos, paliduchos, ya que sólo comen dos veces al día, muy temprano en la mañana y al caer la tarde cuando los padres regresan del monte. Al salir de la escuela, al mediodía, se preparan cualquier mentirita para llevarse a la boca y saciar su hambre. El tema de discusión con mi amigo Apu giraba en torno a si había que comer dos veces o tres veces al día. Él estaba firme en su posición de que “el Achuar come dos veces al día” y ponía su experiencia de vida como fundamento. Cuando era chico, iba con sus padres y sus hermanos al monte desde las cinco de la mañana hasta ya caída la tarde y sólo comían antes de salir y luego de regresar. Por supuesto que, durante todo el día, en el monte comía de todo. Mataba un pajarillo y lo asaba, para luego darle curso. Pero en esos tiempos no había escuela. Por eso en un momento dado, nos planteamos la preguntamos de qué era más importante: que los niñas y niñas estuvieran bien alimentados o que fueran a la escuela, dado que la rutina diaria de los padres no iba a cambiar. Como bien lo señala Uriarte, cuando escribe sobre la práctica productiva Achuar, la mujer cumple un rol de primer orden en la agricultura y de una u otra manera, sucede lo mismo en todas las localidades rurales amazónicas. La madre no puede quedarse en la casa para preparar el almuerzo para los hijos que van a la escuela. Esta reflexión con mi amigo el Apu Achuar me ha llevado al convencimiento de que el Estado tiene que asegurar la alimentación de las y los estudiantes de las localidades rurales amazónicas y que conste que no estamos hablando del vaso de leche pensado por el tío Frejolito para la ciudad de Lima o de otras simplezas de complemento alimentario que se están inventando y que hacen tan felices a los empresarios que logran engancharse con tal o cual municipio. Estamos pensando en raciones alimenticias muy sostenidas y muy bien pensadas en términos de seguridad y soberanía alimentaria, que utilice los nutrientes propios de nuestra región, rompiendo con la dependencia alimentaria, y que privilegie la culinaria amazónica. Si avanzamos a la recuperación de la jornada pedagógica completa, desde la mañana hasta la tarde, en las escuelas primarias y en los colegios secundarios rurales, como es lo conveniente e indispensable, no queda otra cosa que ir echando números para presupuestar la alimentación escolar en todas las localidades rurales. Desde el año pasado ya tenemos encima el problema en lo que se refiere a los colegios secundarios rurales en los que se ha añadido una hora diaria más de actividades educativas, que lleva a que los profesores se pregunten cómo van a hacer para retener a sus estudiantes hasta las dos de la tarde si no les pueden dar de comer. No cabe duda que el presupuesto para la Alimentación Escolar deberá estar incorporado en el Programa de Soberanía Alimentaria, componente del Plan de Desarrollo Regional.

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Ya son muchos los estudios que establecen con claridad meridiana que la calidad nutricional de niñas, niños y adolescentes tiene enormes repercusiones en la calidad de sus aprendizajes. En 2002 la Universidad Católica publico un voluminoso estudio de Ernesto Pollit sobre las consecuencias de la desnutrición en el escolar peruano. Uno de los capítulos se refiere a la relación entre desarrollo intrauterino y rendimiento escolar, lo que equivale a decir que, antes de nacer, las personas ya están en condiciones diversas de oportunidad en lo que se refiere al desarrollo futuro de sus capacidades. La calidad nutricional de la madre gestante tiene que ser prioridad en el Programa de Soberanía Alimentaria. Es fácil deducir que si la población rural está así en materia de alimentación, peor tiene que estar la población urbana empobrecida que tiene que comprar todo lo que come. No estará demás reiterar que el problema más grave en Loreto y en la Amazonía Peruana es la mala calidad de la nutrición de nuestra población y sobre todo de la niñez. Esta situación es imperdonable teniendo en cuenta que contamos con una enorme biodiversidad y sobre todo que contamos con una significativa diversidad cultural que se expresa en la existencia de más de medio centenar de pueblos de descendientes directos de los antiguos pobladores amazónicos, que de una u otra manera mantienen la culinaria tradicional. Al respecto, conversaba hace poco sobre el tema con una de nuestras viejas glorias en el combate por la salud de nuestro pueblo, el destacado medico de ascendientes nautinos, Jorge Oyarce Torres. Nos detuvimos a considerar el abandono de la producción de frutales nativos, que siempre ha sido uno de los pilares de la alimentación en nuestra región. Hoy es difícil encontrar una familia que tenga la práctica y la técnica para la producción de frutales propios. ¿Cuántas familias se dedican a producir pandisho? El doctor Oyarce me contaba que antes se producía una castaña, con mucho contenido alimenticio, que no es la que ahora conocemos como castaña. Encontré hace poco en internet una noticia procedente del África en la que se da cuenta que un grupo de científicos habían llegado a la conclusión de que la producción de frutales nativos por parte de las familias no solamente estaba encaminada a encarar el problema de la desnutrición, sino también a mantener el equilibrio ecológico e incluso a contribuir al progreso económico familiar. En realidad, nuestros frutales tradicionales son fuente de todo tipo de nutrientes, especialmente de vitaminas. Desde que iniciamos la experiencia del CRFA (Centro Rural de Formación en Alternancia) de Yarina Isla, en el 2004, insisto con los padres en este asunto, pero ya han pasado cuatro años y sin embargo nuestras / nuestros adolescentes toman agua pura cuando tienen sed, en lugar de estar comiendo frutas todo el día y tomando refrescos de todos los sabores y colores. Hace algunos años salió a luz una hermosa publicación del TCA sobre los frutales nativos y recuerdo otra similar mucho más antigua sobre el mismo tema.

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En muchos casos la producción de frutales nativos está ligada al manejo de las purmas. El lector que no es amazónico debe saber que una “purma” es un terreno en descanso, en “barbecho” dirían en otros lugares del Planeta. Desde hace miles de años, cuando nuestros antepasados aprendieron a cultivar la tierra, se dieron cuenta que no se debía “cansar” a la tierra. Por eso, después de unos tres o cuatro años de producir yuca, plátano o maíz, el chacarero, el campesino amazónico, deja que la chacra se remonte y se cubra de maleza. Ya no cultiva su chacra. Hasta hace unos años, se utilizaba la expresión “dejar empurmar la chacra”, algo así como “abandonar temporalmente la chacra”. Sin embargo, investigaciones recientes han puesto en claro que no existe tal abandono, sino que el chacarero continúa “manejando” su purma. A mi amigo Juan Boluarte le tocó encabezar el equipo del IIAP que inició estos estudios sobre el manejo de las purmas. Por esos mismos tiempos, en 1992, mi querida amiga Nélida Barbagelata, de la Facultad de Ingeniería Forestal de la UNAP, publicó un trabajo titulado “La importancia de las purmas” y en 1995 presentó una ponencia sobre el tema en el V Congreso Nacional Forestal. Esta destacada investigadora amazónica afirma que el 98% de las especies que crecen en las purmas tienen utilidad, pues suministran alimentos, leña, material para construcción de las casas, medicinas, instrumentos y proteínas, entre otros. Posteriormente, en 1998, Tedi Pacheco junto con Ronald Burga, Pedro Angulo y José Torres, escribieron sobre el tema en un importante libro publicado por la Universidad de Turku en Finlandia (Geoecología y desarrollo Amazónico). La purma tiene una vida de 10 a 15 años, al cabo de los cuales el chacarero amazónico la vuelve utilizar como chacra durante unos cuatro años más. De esta manera, cuando a un chacarero le preguntamos por el número de chacras que tiene y nos dice que son siete, precisa que tres de ellas están en producción y cuatro son purmas. Las parcelas amazónicas son de una media hectárea. Chacra chica, establece la sabia práctica agrícola amazónica. Parece, pues, que uno de los factores de la desnutrición en nuestra región está relacionado con la caída en la producción de alimentos debido al cambio en la manera de ser de la economía de las familias rurales que hoy privilegian la producción selectiva para el mercado habiendo descuidado prácticas ancestrales de la producción de alimentos para las épocas de vaciante y de creciente. Hace unos 30 años yo veía en los altillos de las casas ribereñas abundancia de “pan para mayo”, para el tiempo de creciente, de inundación. Alí había pacotes de pescado seco salado, atados de mazarcos de maiz, cantidades de fariña y de granos. Nunca la época de creciente ha sido un desastre natural. Desde hace miles de años los hombres y las mujeres del llano amazónico aprendieron a tener dos estilos de vida y de trabajo, uno para el tiempo de vaciante y otro para el tiempo de creciente. La imprevisión del Estado y la introducción de la economía de mercado ha dado lugar a que hoy se hable de desastres naturales cuando, en realidad, no son tales. La producción está patas arriba. En mis tiempos de juventud veía a los jóvenes sectoristas del Ministerio de Agricultura corretear en sus botes, distrito por distrito, registrando en el terreno la producción que tenía cada familia. Como lo

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poco de Estado que existía se “redujo” y casi ha desaparecido en tiempos del facineroso Fujimori, hoy no contamos con esta valiosa información al detalle. Será tarea de nuestro Gobierno Regional reestablecer las plazas de sectoristas agrarios en cada uno del medio centenar de distritos de Loreto. ¿Te imaginas, lector, que se pueda tener hoy ese tipo de información? De esta manera, el Estado Regional podrá planificar y orientar a los productores, poniendo en su conocimiento que, por ejemplo, no conviene producir plátano, por un tiempo, porque el precio del mercado va a caer en unos cuantos meses ya que el mercado estará abarrotado. Sin embargo, además de la baja de producción diversificada de alimentos y de la producción sin planificación, hay un segundo factor que incide en la desnutrición de la población y que es mucho más grave. Es el que tiene que ver con nuestros hábitos alimenticios. En cuatro años de funcionamiento, ni en una sola ocasión han tomado Upe las y los adolescentes del CRFA de Yarina Isla, en el Río Napo, en el que yo participo. Se tuvo un taller para aprender a producir Almidón de yuca y Tapioca, pero de nada sirvió porque no se introdujo en la vida diaria este delicioso componente alimenticio. Se habló varias veces del Casabe y de ir abandonando el arroz, pero allí se mantienen los fideos o el pan que se hacen con harina de trigo importado. No hemos podido convencer a los padres y madres de la necesidad de cambiar los hábitos alimenticios y en una oportunidad un padre soltó una expresión como la siguiente: “Nuestros hijos no pueden estar comiendo esas cosas”. Este padre es de ascendencia sanmartinense y es muy importante tener en cuenta este dato, ya que la población de esta región mantiene viva la tradición de la culinaria de la época de la dominación colonial española que gira en torno al arroz y a otros ingredientes que fueron introducidos por los europeos . Hasta 1906, el territorio de la Región San Martín formaba parte de Loreto. Fue en dicho año que se creó el nuevo Departamento debido al malestar de esta población por el agobiante centralismo iquiteño. Eran tiempos en que, en los antiguos pueblos de Loreto, en la parte de la selva alta, habían quedado sólo los ancianos. Toda la gente en edad productiva había partido a trabajar a la selva baja, a lo que hoy es Loreto. Los antiguos pueblos de Loreto languidecían. La juventud de Moyobamba, Rioja, Tarapoto, Lamas y los otros pueblos de la selva alta abandonaba su terruño para venir a Iquitos en busca de fortuna dedicándose al caucho. El interés de los gobernantes se había concentrado en Iquitos, la capital cauchera. Moyobamba, la capital oficial de Loreto, estaba abandonada a su suerte. Este malestar de sus gentes se fue agudizando. En 1896 se presentó en el Congreso de la República un proyecto de ley para hacer de Iquitos la nueva capital de Loreto. Nuestro representante en el Congreso, Clemente Alcalá, al fundamentar el cambio informaba que "Moyobamba no ostenta sino ruinas; por sus desiertas calles no transitan sino los que no pueden ir a establecerse en Iquitos: los ancianos, las mujeres y los niños". La ley se promulgó el 9 de noviembre de 1897.

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Es necesario detenerse en este momento de nuestra historia porque la juventud que llegó procedente de la selva alta vino con toda su cultura, con su música, con sus bailes (el Chaganacui, la Pandillada, la Humisha) y sobre todo con su culinaria colonial española-amazónica, en la que el “Juane” es el plato emblemático. Hasta antes de la Época del Caucho, la población de lo que hoy es Loreto y Ucayali era casi en su totalidad indígena, excepto las autoridades de las localidades importantes, que no eran muchas, Las familias indígenas de la selva baja conservaban, por lo tanto, la culinaria de sus respectivos pueblos. Podemos señalar dos categorías de migrantes sanmartinenses en la Época del Caucho. Unos eran “blancos” y los otros eran “indígenas” o “mestizos” sanmartinenses. No se trata por cierto solamente de una diferencia en el color del pellejo. Los blancos eran y aún son los descendientes de los españoles que se cuidaron de no mezclarse con la gente. Estoy refiriéndome a los que vivían en los alrededores de plaza en Moyobamba, Rioja, Lamas, Tarapoto, entre otras ciudades menores. Los blancos sanmartinense se preciaban y aún se precian hoy en día de su blancura y sobre todo de sus “buenos apellidos” (los Del Águila, los Pinedo, los Mori, los Vásquez). Por lo general, estos migrantes se asentaron en un inicio en la ciudad de Iquitos. Sin embargo, la mayor parte de los migrantes eran indígenas o mestizos (los Amasifuen, los Sangama, los Chapiama), que fueron a vivir a los fundos caucheros, los mismos que se convirtieron que se convirtieron en nuestros actuales caseríos cuando en 1911 cayó este negocio. Cabe anotar, empero, que no había diferencias entra la culinaria de unos u otros. La “tradición culinaria colonial española-amazónica” había tenido cuatro siglos para hacerse presente en la mesa de los indígenas y mestizos sanmartinenses. Esta tradición es la que prima hoy en los hogares loretanos, tanto de las ciudades, como de las localidades rurales y es la que nos tiene sumidos en la dependencia alimentaria. Los recetarios de “cocina amazónica” publicados recogen esta “tradición culinaria colonial española-amazónica”. Sin embargo, hay dos experiencias de recetarios, entre otras, que marcan un punto de inflexión en el esfuerzo por “letrar la cocina amazónica”. Me refiero al libro que Guillermo Flores Arrué, querido amigo que, antes de partir, quiso dejarnos una hermosa publicación con el título de “Inguirito machacado y algo más”. Algo semejante encontramos en el esforzado trabajo de nuestra bióloga Teresa Documet, que por ahora forma parte de ese grupo de desplazados que hemos dejado la tierra con la esperanza de volver, quien hace un par de décadas, desde la Dirección de Pesquería elaboraba recetarios para difusión popular que tenían como eje la recuperación de los platos a base de pescados amazónicos. Tanto en el trabajo de Guillermo como en el de Teresa está presente la creatividad por tomar como base platos de otras latitudes incorporando los ingredientes regionales. Estamos hablando ya de la cocina novo-amazónica o de “fusión” que a muchos nos entusiasma. ¿No has pensado en saborear un coctel de tucunaré en salsa de maracuyá con ají charapita o en un siumai de doncella al jenjibre en salsa de sacha culantro con cocona asada?

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Sueño que un día no muy lejano nuestro pueblo amazónico coma bien y coma rico. Por mi parte, desde el cielo lo veré. Llegados a este punto de la reflexión, es conveniente que nos metamos un poco en un asunto conceptual. Me refiero al salto que se está produciendo del concepto de “seguridad alimentaria” al concepto de “soberanía alimentaria”. Hace un año llamó mi atención un artículo de Ramiro Tellez, estudioso boliviano, sobre el debate constitucional que se estaba produciendo en su país en torno al entonces novísimo tema de la “soberanía alimentaria” y nos dice que se trata del “derecho de los pueblos a producir sus propios alimentos y a organizar la producción alimentaria y el consumo de acuerdo con las necesidades de las comunidades locales, otorgando prioridad a la producción y al consumo de productos locales domésticos”. He aquí algunas de las políticas sobre Soberanía Alimentaria que propone el autor: Rescate y valorización de la semilla propia, no permitiendo la introducción de semillas genéticamente modificadas (los peligrosísimos transgénicos); apoyo a la cultura productiva de los pequeños y medianos productores por lo que hay que luchar contra el monocultivismo que sólo destrucción ambiental y de la salud humana está dejando en el campo; garantizar mercado a los productos campesinos e indígenas pero a través de un mercado justo y entre los pueblos. Hace poco más de un mes, en nuestro país, Fernando Eguren ha escrito el editorial del número 94 de La Revista Agraria, que tuviera como directora fundadora a nuestra querida Bertha Consiglieri que hace poco nos ha dejado, con el sugerente título “¿Soberanía alimentaria o seguridad alimentaria?”, en el que, de manera magistral y en una sola carilla, hace el deslinde entre ambos conceptos. Cabe indicar que La Revista Agraria es la publicación de CEPES, una institución de mucho prestigio comprometida con el presente y el futuro de nuestra Patria. Como lo explica Fernando Eguren, la “soberanía alimentaria” no sólo consiste en que toda la población de un país acceda en todo momento a los alimentos necesarios, sino que tiene que ver con tres asuntos. El primero es el derecho de los Estados a definir con autonomía su política alimentaria y agraria, el segundo es la necesidad de asegurar la satisfacción de la demanda interna de alimentos con producción nacional y el tercero el papel protagónico de los campesinos en la producción de alimentos. En nuestro caso, la soberanía alimentaria tiene que ver con el “progreso” en la Amazonía, que se tendrá que construir a partir de la recuperación de nuestro pasado civilizatorio, sobre todo en el aspecto más importante de la vida humana cual es la alimentación, la nutrición. Al respecto, algo paradójico fue que los colonialistas esclavistas portugueses, gente ruda, tuvieron necesidad de apropiarse de la culinaria de la gente indígena amazónica, mientras que los humanistas y antiesclavistas misioneros

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jesuitas, gente fina de la nobleza española, la despreciaron por considerarla “inmunda”. Mientras los portugueses continuaron la milenaria “cultura de la yuca”, los españoles introdujeron la sustitutoria “cultura del arroz”. Por eso, nuestro plato emblemático regional, el Juane, está hecho sólo con ingredientes extranjeros traídos por los españoles como el arroz, la carne y huevos de gallina, las aceitunas, el culantro, la pimienta y el comino. Se salva nuestra amazónica hoja de bijao. A contrapelo, en toda mesa de la Amazonía brasilera está presente la deliciosa salsa Tucupí que tiene como insumo principal el jugo que se extrae de la yuca y que es sazonada con Jambú y otros “temperos”. También está presente la Jarofa, un subproducto de la fariña (harina de masa de yuca tostada) adobada a la braza en la caparazón de la taricaya (quelonio acuático). Los platos fuertes como la Caldeirada o el Pato silvestre en Tucupí, son una exquisitez en la mesa amazónica brasilera. Hasta ahora hemos recuperado de los actuales pobladores de la Amazonía brasilera la fariña y la sarapatel (castellanizada como sarapatera), estando pendiente hacerlo con muchos otros potajes de la culinaria indígena amazónica heredada por ellos. Algún día no muy lejano, el Gobierno Regional de Loreto y los gobiernos regionales de la Amazonía Peruana convocarán a un contingente de antropólogos, historiadores, biólogos y sobre todo nutricionistas para que se dediquen a recuperar la culinaria de cada uno de nuestros pueblos indígenas. Recordemos que hoy existen 63 pueblos indígenas en la Amazonía Peruana. Por ejemplo, los pueblos Muinane y Murui (Antes llamados Huitoto) mantienen en su culinaria la preparación de la salsa Tucupí, que tiene diferencias notables con la que hoy se consume en la Amazonía brasilera, tanto en sus ingredientes como en su preparación, sobre todo en la presentación. El actual Tucupí de la culinaria amazónica brasilera tiene su origen en la gastronomía Ticuna. y que tiene su origen en el tucupí del pueblo Ticuna. Esta salsa tiene un alto contenido de potasio, lo que facilita la digestión y ayuda al balance electrolítico en el organismo. También llegará un día en que, en lugar del pan con harina del trigo importado, consumamos el delicioso Casabe (tortilla de harina de yuca). Venezuela y el Caribe tiene en el casabe su alimento básico e incluso lo exportan. Hasta hace pocos años en Iquitos tomábamos en la mañana una taza de Upe (Bebida caliente que tiene como ingredientes el maíz polvosara y el maní, ambos molidos). Parece que no es necesario que nos preguntemos si en nuestra Región Loreto contamos con una Política de Soberanía Alimentaria. Hoy por hoy es una pregunta ociosa. Seamos indulgentes, pues se trata de conceptos nuevos en materia de alimentación de la población. Está, pues, a la orden del día poner en juego la voluntad política para elaborar un Programa Regional de Soberanía Alimentaria, como componente de nuestro Plan de Desarrollo Regional. Hace ya casi 40 años, cuando se creó la Oficina Regional de Desarrollo del Oriente, filial del entonces Instituto Nacional de Planificación, que destruyó el antipatria Fujimori, los integrantes del equipo técnico elaboramos el Plan de Desarrollo Regional 1974-1978 (que se encuentra en el abandonado Centro de Documentación del GOREL, en la Plaza Sargento Lores). En el

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cumplimiento de esa tarea, tuve a mi cargo el Programa de Alimentación. El punto de partida fue una proyección estadística de la población para dicho período. A continuación se tomó los resultados de la Encuesta Nacional de Consumo de Alimentos (ENCA), que se acababa de realizar con un alto nivel técnico. Así, se pudo tener una fotografía con el mayor detalle de los alimentos que consumía la población, lo que permitió que se pudiera estimar la cantidad de cada tipo de alimentos que iban a ser necesarios teniendo en cuenta el crecimiento demográfico. Por otro lado, se echó mano a un valioso documento que contenía los mínimos de nutrientes requeridos para cada persona, establecidos por el Instituto Nacional de Nutrición y se los contrastó con los datos de la ENCA. Fue algo curioso encontrar que en el llano amazónico la población consumía nueve veces más proteínas de carne que el mínimo requerido. Recuerdo que debido a una observación del doctor Muñoz, del Hospital Iquitos, tuve que volver a hacer todos los cálculos, en tiempos en que no existían las calculadoras electrónicas, ni las calculadoras y que se hacía las operaciones “a mano”. Este recordado amigo pensaba que se había cometido un error, porque no reflejaba la realidad. Al obtener las mismas cifras y luego de analizar al detalle el asunto de las proteínas de carne, fue fácil darse cuenta que el consumo de pescado era enorme. Mi gran amigo no había tenido en cuenta que la carne de pescado también contiene proteínas, no por ignorancia, sino por la percepción de que, hablar de carne hacía referencia a otras carnes que no fueran carne de pescado. Llegados a este punto de la metodología puesta en práctica, se procesó los datos obtenidos por el Ministerio de Agricultura y por el Ministerio de Pesquería. El primero, como ya lo he señalado, a través de sus oficinas zonales y del accionar de quienes hacían extensión agraria, tenía registrada la producción de alimentos distrito por distrito: Lo propio hacían las amigas y amigos de Pesquería. Este Plan 74-78 quedó encarpetado y no se cumplió, ya que en el 75 fue el golpe militar contra el gobierno de Velasco Alvarado y “exquisiteces” tales como la alimentación de la población o la reforma de la educación quedaron fuera de la agenda política. El golpista Morales Bermúdez abrió el camino a la etapa actual. Hoy, la puesta en práctica de un Programa de Soberanía Alimentaria en Loreto se debería iniciar en las zonas rurales, en las localidades indígenas y ribereñas. Debería partir de la recuperación de las prácticas de producción de alimentos para satisfacer las necesidades de las familias de esas localidades rurales. Para ello será necesario cambiar los hábitos alimenticios hoy vigentes. Es aquí donde interviene la relación entre alimentación y educación. El cambio de hábitos alimenticios en las localidades rurales se deberá iniciar con las niñas, niños y adolescentes en sus escuelas y colegios. Si cada mañana, al llegar a su escuela una niña tomara su tazón de Upe, el municipio distrital tendría que proveer de maíz y maní molido. ¿Dónde compraría? Sus abastecedores ya no serían las empresas coimeras que le financiaron su campaña electoral, sino los mismos productores locales que se sentirían estimulados a producir maíz y maní sabiendo que tienen mercado y precio

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asegurado. Con sólo proveer de Upe a las y los estudiantes, ya se estaría dinamizando la economía de los hogares y en estos mismo hogares volvería a entronizarse el Upe como soporte del desayuno, que podría alternarse con otras bebidas regionales, acompañadas con su casabe o su “pirón” (delicioso budín de fariña remojada). Antiguamente se destetaba a los bebes con pirón. Hoy se hace sólo con su “chapito” de plátano maduro. Recuperar la tecnología Muinane y Murui (Huitoto) para la producción de Casabe, hoy vivita y coleando en Pucaurquillo (Río Ampiyacu), pegará con toda facilidad en las escuelas primero y luego en los hogares. Cuando llega a mi mesa el Casabe procedente de Pucaurquillo, mi nieta Camelia de dos años de edad disfruta mucho de este manjar. Cuando en el año 2004 se creó el Centro Rural de Formación en Alternancia (CRFA) en Yarina Isla, Río Napo, para satisfacer el derecho de las y los adolescentes de las localidades rurales alejadas a hacer una muy buena educación secundaria, el primer sueño que vino a nuestra imaginación fue que este colegio iba a permitir que se elevara el nivel nutricional de la población de la zona. Si nuestros estudiantes se alimentan con todos estos platos recuperados de la culinaria tradicional amazónica y al mismo tiempo se forman técnicamente en la producción y el procesamiento de alimentos, llevarán a sus hogares todo este conjunto de novedades. Podrán reírse de la vida si además aprenden, como están haciéndolo, la técnica de la reproducción de taricayas, gracias al aporte de nuestro Peka Soini o la producción de pupas de mariposa para la exportación, entre otros proyectos productivos alternativos con tecnología de punta que forman parte del paquete tecnológico que el Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana (IIAP) viene aplicando en su Programa de Educación Ambiental, del cual forma parte el CRFA de Yarina Isla, que se está convirtiendo en un centro de transferencia de tecnología desde la institución de investigación hacia las comunidades rurales. ¿qué necesidad van a tener estas y estos adolescentes de abandonar su caserío como lugar de producción y progreso cuando terminen su secundaria? Esto no va a impedir, por supuesto, que puedan seguir educación superior. Mi amigo, el sabio Javier Pulgar Vidal solía contar, como experiencia vivida en su largo exilio colombiano, que es frecuente que profesionales de la producción alternen entre su accionar en la ciudad y en el campo. Nuestro ucayalino, “dosdemayino”, Miguel Pinedo y su esposa Christine Paddock alternan en Nueva York su trabajo en la Universidad de Columbia con su fin de semana en su chacra. Todo esto sigue siendo un sueño que demasiado lentamente busca hacerse realidad. Así suele suceder con los sueños, pero la espera desespera. Hace poco Norman Lewis, Vicepresidente Regional, hacía cálculos, con mucho entusiasmo, sobre el monto diario en soles que se debería asignar para la alimentación de cada estudiante durante los quince días al mes de la etapa de internado y dispuso que la Gerencia de Desarrollo Social llevara a la práctica esta iniciativa a partir del mes de mayo. Se ha abierto pues, un camino de imprevisibles consecuencias. Con ese dinero ya no se comprará víveres en las ciudades, sino a los mismos productores de la zona quienes se verán obligados

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a cambiar su patrón económico familiar volviendo a la ancestral práctica de producción de alimentos, tanto para el consumo en el hogar como para el mercado. Alguien decía que “la mejor práctica es una teoría”. El futuro siempre se ha construido después de haberlo imaginado, después de haberlo pensado. Habría que releer el pequeño ensayo de Mariátegui titulado “La imaginación y el progreso” (está en El Alma Matinal). Allí nos recuerda que uno no imagina cualquier cosa, sino que “sólo se imagina lo que ya está madurando, germinando en el seno mismo de la historia”. El que era un simple fantasma de la crisis alimentaria en el planeta ya no es solamente un fantasma. Ya tomó cuerpo. En nuestras manos está encarar con mucha imaginación y voluntad la crisis alimentaria mundial con un sólido Programa de Soberanía Alimentaria que no puede ser un papel más elaborado desde el escritorio, sino el fruto de la reflexión sobre experiencias parciales. Teoría y práctica, práctica y teoría siempre han estado unidas desde que surgió el homo sapiens. Ese binomio interactuante es la praxis, atributo exclusivamente humano.