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Lírica para Vagabundos

Carlos Luis Ortiz

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Directorio 2008 - 2012

PRESIDENTE:Esc. Gabriel Cisneros Abedrabbo

VOCALES:Ing. Guillermo MontoyaArq. Msc. Ximena IdroboSr. Gustavo MeythalerDr. Daniel EscobarDra. Jacqueline CostalesMat. Iván PazmiñoTlga. Ivonne RonquilloIng. Cristian Aguirre

CONSEJO EDITORIAL:

Lcdo. Luis YaulemaArq. Franklin CárdenasEsc. Gabriel Cisneros

EDITOR PARA ESTE NÚMERO:

Victor Vimos Vimos

COORDINACIÓN:Ing. Anahí Cárdenas OleasLcdo. Jorge Patarón Herrera

CORRECCIÓN DE TEXTOS:Lcdo. Jorge Patarón Herrera

DIAGRAMACIÓN:Wilson Trujillo B

www.culturaenecuador.org

”“

IMPRESIÓN:

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libro primero

DETRÁS DE LA MÚSICA

FUI TODOS LOS HOMBRES

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A José Luis Ortiz, mi padre

antes y después de la música.

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En el ramaje de álamos espesos

dormida sin rubor en la laguna, una barca, un

idilio, muchos versos

y detrás de los álamos la luna

Carlos Arturo León

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I

No me duele el tiempo

He caminado tranquilo

como quien camina hacia el horizonte

alentado por esa voz que en los acordes se quiebra.

No me duele el tiempo

sereno vuela un pájaro cantando blues

y en la plaza vacía aún sonríen los juglares.

No me duele el tiempo,

mi madre vela por mis huesos cuando duermo.

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II

Yo que soy apenas el vestigio de un artista,

un trébol sobre la acera

de contadas piedras impacientes.

Yo que con voz de poeta pienso:

soy de los óleos

un espasmo de sangre.

Ladrón que usurpa el frescor del eucalipto

y que pule el brillo de la noche

cuando un bemol cansado me contempla.

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III

¿Sobre qué lugar del mundo

cabalgarán los viejos jinetes,

los que amaban el desierto y sus cactos prometedores?

¿Sobre qué lugar del mundo caerá la tormenta

que Jim Morrison cantó?

¿Quién estará ahora

soplando la arena de las playas solariegas

para redescubrir un nombre ya casi olvidado?

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IV

Hoy que el tiempo tiñe de blanco

la cabellera de mis padres

y la casa de ser polvo pasa a ser silencio.

Hoy que se vuelca el temor de la escritura sobre

el vacío de un papel,

miro desde lejos cómo caen las nubes

para palmotear el inicio de un piqueteo de re-

quintos,

a la hora en que las esquinas pulen alma.

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V

Se detiene la ciudad con sus tonalidades nocturnas,

feroces los gatos encienden sus pupilas

para merodear el destino del transeúnte.

El sol es cuando llega la noche

una astilla en la memoria.

Porque a veces lo que brilla escapa y duele.

Feroces los hombres

construyen su invierno

y siempre llueve sobre sus rostros.

Yo contemplo desde la llaga del corazón

cómo el cielo se dispone a culminar su sinfonía.

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“Afuera la música de las cloacas

esculpe el rostro del mendigo”

Jorge Ávila, “La Alquimia de la hidra”

VI

Enternezco en cada labio

prostituido por la madrugada,

la ausencia de todo lo que quise es mi néctar,

mi pavorosa esencia

con salivas de vampiro.

Miro las paredes enmudecidas en su perpetua

primavera,

ellas me miran y sollozan.

¿Por qué tanta oscuridad?

¿Por qué los sueños

no son más que una humareda?

Los locos conversan con las nubes

que voluntariamente se flagelan.

No demorará la ocarina

en acariciar mi última mañana.

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VII

Esbozo canciones

sobre las últimas heridas

provocadas por el descanso eterno.

Ausentes las nubes engrandecen el azul.

¿Quién ha muerto cada tarde en las pupilas del

poeta?

¿Quién hizo de la distancia un arte cuando yo

palidecía?

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a Jorge Vallejo y Pablo Galárraga

VIII

Caminamos sobre la tierra

engalanada por el casco de los caballos,

conversando sobre aparecidos en la oscuridad.

Parecía un trueno la noche,

adorando nuestras cabezas

empapadas de garúa y esperanza.

Alzaba sus brazos con cautela el lodo

para acariciar nuestros pies cansados de tanta

ruta.

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IX

Las calles enmudecen junto a los ancianos

que aprietan con fuerza sus medallas,

las piedras añoran

que algún vagabundo

deshilvane la armonía de su antigua infancia.

Las calles,

como el acordeón,

se estiran hacia mi hoguera.

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X

Mis sueños enredados en la lluvia

tomaron forma de náufragos,

mi boca como la inocencia inmutada

prefirió la compañía de una canción de cuna.

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XI

Sonata para piano No 17 en Re menor

La Tempestad

Cuánto me ha costado vivir

apaciguando estas letras inútiles,

poesía tímida

llena de fábulas y marchas fúnebres...

¿Donde quedó la última partida?

¿En qué estación de ferrocarril o terminal fui a

perder mis años?

¿Es vano el amigo que me recuerda y astuto el

que a mi lado bebe?

¿Acaso es vergonzoso escribir pensando en fantasmas,

y al mismo tiempo escuchar la música de los

Dioses?

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XII

Llegaron los grillos en febrero

y con ellos las punzantes flechas del invierno

lastimando a los espectros como yo.

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“Vuelvo a mis cosas como

a un desván de infancia”

Fernando Nieto Cadena

XIII

Duele tanto no ser niño en las mañanas

y no recostarse sobre el lodo que la lluvia forma,

duele la música cuando cesa,

duele escribir

duele.

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XIV

Ahora que percibo la aurora plateada

y se despliega un coro de voces sobre mi cuerpo,

entiendo cuán importante es la música para de-

tenerme,

así...

con el pensamiento vacío,

pero tan lleno de tiempo.

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“Hecho el poema, el poeta desaparece”

Homero Aridjis

XV

Siento a veces que la muerte

se eleva como un navío hacia la luna,

tan alta, tan espesa.

Siento que me atrapa la muerte

con su cadencia de vals.

Con su liana para cortar el viento.

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XVI

¡Oh! sombra decidida, empeñada en amarme.

No se ha percatado de la huella que yace sobre

mis cejas,

más amarga que sus sones,

más siniestra.

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XVII

Mis días se escriben sobre arenas movedizas,

en lugares sin nombre, números, ni relojes aparentes.

Mis noches son las luces de neón

que bailotean sobre mi frente

de reposadas soledades.

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Morning blue, retrospectiva.

XVIII

Me deshice en las comisuras del vicio,

atento a la fractura que vivía en el aire.

Adherido a los edificios grises

vi a los niños correr hacia sus escuelas

con sus bombachos llenos de crédulas mañanas.

Vertí en mí la ternura del inocente

que contaba los segundos transcurridos entre las

luces de los semáforos,

para llorar después el más largo poema.

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INTERMEDIO

Quiero morir cuando decline el díaen alta mar y con la cara al cielo,

donde parezca sueño la agoníay el alma un ave que remonta el vuelo

Gutiérrez Nájera

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I

Entenderás algún día que no nací para este

mundo,

soy un ser oscuro

como la noche larga,

una turbia canción del destino.

¿Así me quieres?

acaricia entonces

el sonido sincero de mi arpa,

dorado de esperas sin sentido.

No me juzgues,

y bebe a mi lado

los últimos fluidos de nuestra opaca eternidad.

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A Fátima Ordóñez

“Ella quería amar a un cisne de agua y sal”

Charly García

II

Necesitaba escribir,

pero no estabas,

no podía elaborar un verso

sin la trampa que elaboraba tu danza.

Fui un peregrino de mi propia vigilia,

alguna vez

cuando el delirio era mi vocación perfecta.

Necesitaba componer un verso,

pero no estabas.

Se quedaron después mis palabras

en los aposentos de un pentagrama que sangra.

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III

Fue el mar

quien acarició el final de la tarde,

con sus sales anhelantes de ritmo.

Fuimos nosotros: oboes extraviados en la ribera,

un concierto postergado

una cruz.

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IV

Serán después de la tormenta,

los pliegues de tu falda mi abanico.

Se levantarán temprano los soles

para que me cubras con el candor de tus ropajes.

Tendremos la paz del monte

tatuada en nuestra piel.

Morderé entonces tus labios,

como el ermitaño muerde con sus ojos

las imágenes de una ciudad que dormita a lo lejos.

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V

Anuda mi cuello de música,

despierta a los colibríes

antes de que acabe de soñar su canto.

Apresúrate

que los árboles se desafinan

por el frío de las madrugadas

y es después el riachuelo

un danzar de notas tristes.

Anuda con urgencia mis manos de balada

deja que la neblina ronde mi cuerpo

con su armonía de mariposa.

Anuda mi cuello de música,

de prisa

antes de que el silencio

haya ganado la partida.

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Brillante aún es el cuerpo

donde mi saliva dormía como un olvido

y como una cicatriz.

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FINAL

Y andar y andar siguiendo la herranzahasta donde los luceros se han muerto,

la luna ya se esconde y al final de mi rutasólo están tus ojeras

Manuel Terán Monge

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I

El corazón del viajero

hunde sus pómulos rosados

en el agua viva que atraviesa las ciudades y los

campos.

Bebe de los ríos,

donde la piedra habla con acento de espuma

y los peces llevan en sus escamas

la esperanza de un pueblo

que habita en milenario silencio.

El viajero espera la nueva diligencia

con rumores de hambre y de aventura

mientras calienta entre sus manos

la esperanza de un pan que no existe.

Ollantaitambo-Perú

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En memoria de Álvaro Navarrete

II

Sensible es el retorno de la sombra

reposada en una banca de parque al medio día,

verdor de un momento

colmado de conciertos y agujas punzantes.

De su cuerpo, perece el vacío,

blanco pergamino invadido de pájaros

y de cuerpos sin manta.

De su voz

la intrépida mañana aprendiendo a volar,

de su vuelo

la fresca cosecha de un canto nuevo.

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III

¿Qué secreto guardan las tardes de mar?

Ese frágil rumor de agua salada

que baña el rostro esculpido por el ocaso.

Es el rugido del mar

la nostalgia de mi exilio,

laúdes temblorosos acuden a mí

entre olas y arenas extintas.

En el océano duerme una melodía extraída de la infancia,

una oración de palabras entrecortadas

dispersa en la bruma

que emprende su nacimiento.

Hostal Brisa Marina, Montañita- Abril-2005

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IV

En mi dolor cabe el dolor del resto,

esa desesperanza de quien al mirarme

encuentra el negro imantado del luto

devorando la descalza figura de mi cuerpo.

¿Dónde está el cuidado distante

de labios púberes bajo el sol?

Llego hacia mí

surcando angustias matinales,

sin haber rasgado mis venas

aún con miedo del ansia y del instante.

Quito, Abril-2005

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Trayecto Lima - Arequipa

A Roberto Dyer Rivas, compañero

de aquel viaje.

V

Rubia era la tarde

que avizoraba la próxima parada.

A precipicios infinitos caíamos.

En el ajeno pavimento,

los rayos del sol escribían cartas de gente a

quien extrañábamos.

Los llamados vagabundos reían de manera diferente,

por un momento fuimos parte de ellos.

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VI

Los tristes caminaron un día

bajo el sol que ardía;

lento como arden las miserias.

Encontraron la aldea prometida

por las voces que susurraban bajo sus almohadas,

Un día se fueron,

yo no participé de aquel viaje,

ni sentí la furia de sus gritos.

De pronto fui el sordo por excelencia,

sumergido en la rabia de los caracoles,

desparramados sobre la tierra.

Me quedé intentando metáforas,

cuando la música rozaba mi espalda.

Necio

fui ante los ojos de quien más quise.

Aprendí entonces a jugar mi vida

como se juega a una ruleta.

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VII

El vivir tiene sus privilegios:

una canción temprana del mar

que con su sal dibuja corcheas.

Una mujer inventando ritos sagrados para ser amada,

o el trajinar del viajero

detrás de los vidrios empañados

de algún bus atravesando fronteras.

El vivir tiene sus privilegios:

un manuscrito obsesionado bajo el polvo,

un roce detenido entre las manos.

Poemario terminado en la ciudad de Quito,

un día perdido del 2006

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libro segundo

EL AYER IMPOSTERGABLE

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En memoria de Rodrigo Moyano, a la presencia que no se toca.

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“Todo ocurre en la eternidad,

que es el lugar de la memoria”

Vergilio Ferreira

“Si me pidieran recordar

Algo más allá de las calles donde di los prime-

ros pasos

No sabría mucho que decir”

Jorge Teillier

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I

La poesía acomoda cenizas bajo la cama,

las cenizas elevan tumbas.

Camino con sangre entre los dedos

y todo es rojo cuando escribo.

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II

El tiempo me delega la confusión de los parques,

el ritmo del carrusel.

Aún no he vestido un gabán heredado.

Quiero que la muerte sea seda,

que prepare un roce

que me vuelva niño.

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III

¿Dónde estará mi madre a esta hora del día?

¿Seguirá tejiendo ternura hacia sus amaneceres

vacíos?

Necesito de mi madre

hoy que mi cuerpo adolece de distancia.

¿Dónde estará

ahora que el instante es un clavijero que acoge al

ruido?

¿Dónde,

a esta hora que la ciudad no me pertenece

y lleno de mudez todo lo que escribo?

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IV

La extraño

como a algo que se pierde,

como a un cuchillo que crece.

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V

Las calles revelan el sudor de las piedras,

el lodo cambia de agujeros.

Mi tristeza cría espantos

junto al cuerpo mutilado de las mariposas.

¿Cuándo vendrás?

Ojalá que a tu llegada no se me aproxime la

muerte.

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VI

El polvo es un obelisco por donde atravesamos,

la morada se detiene en sus retratos.

Cuando la puerta es una madera consternada,

el tiempo vuelve a los rincones,

a los pasadizos,

a jugar con las nodrizas,

a devorarse entre revistas y periódicos color carne,

si es que la carne no perdió el color,

si es que no se hizo transparencia entre nosotros.

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VII

Se eleva el polvo hacia nuestras sienes,

cuando el camino cansado de ser camino

nos tortura con su errancia.

La madera se envejece junto a las voces de un

adolescente muerto;

y las rosas que eran rojas, amarillas, blancas,

son una mancha adherida a una pared de cal,

que ha dejado a la humedad hacer figuras y

juguetes.

Es quizás por lo único que retorno a casa.

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VIII

A Carola Caiozzi, en el Sagrado

Caminaba, se enredaba en el augurio de la hi-

erba, se vivificaba en las grietas, que deformes

desplazaba la lluvia sobre las canchas. Los árbo-

les recién plantados se devoraban hacían afuera, y

era una bocanada de humo el teatro vacío. Antes,

detrás de una ventana, unos ojos claros me ense-

ñaron a reconocerme en la estancia de las rejas,

porque era allí donde empezaría nuevamente el

martirio del poema. Es la vida, me decían otros,

para encontrar una respuesta que sólo podía ser

disgregada en el mar.

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IX

Despacio, como un caracol escarbando entre

flechas y bisontes,

Lento, como el agonizar de un mirlo en la estepa

sacudida de sombras,

Agónico, solamente como yo.

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X

Los amaneceres son cada vez más antiguos,

se confunden con la víspera de mi nacimiento;

no los reconozco,

no puedo ver más allá de las paredes de su vientre.

Carezco de reflejos

y siento apenas la pesadumbre del domingo.

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XI

Reviso mis pertenencias,

son pocas,

comparadas con las pertenencias de un muerto.

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XII

Quienes en mi cuerpo se arrullan,

se arrullan en un cofre de dardos y de espuelas.

Allí, empujo las sonatas.

Un escondrijo donde a nadie espero.

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XIII

Un estruendo marítimo

como un escalón roto en mi vida.

No sé quién viste de rojo,

sabiendo que el color es una buhardilla donde se

disuelve mi fiebre.

Entonces río poco y lloro sequías.

Un anhelo me percibe.

Las fosas en mi cuerpo crecen lentas,

pero los días son largos y mojados en mi estóma-

go.

Que incertidumbre

no conocer los universos que evoco.

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XIV

Toco mi cuerpo y siento la tersura de quienes

partieron.

El olvido se vuelve una sola masa corpórea,

líneas de fuego se desmoronan en mis dientes

que de a poco se convierten en la carencia del

polvo.

Muerdo todas las manos que tapan mi espejo,

entonces muerdo el vacío.

Estoy en deuda con la estación donde los primeros/

versos

fueron también los primeros grilletes.

Llevo una legión de gusanos,

que a coro cantan la última andanza de mis muertos.

Me arrullo en los anaqueles cercados por la lluvia,

que es siempre la misma en cualquier lugar, en

cualquier pensamiento

y en cualquier invierno.

Crece el poema como un niño encerrado.

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A Boris Idrovo, por la juventud en cautiverio.

XV

Pensar en el pecho desnudo que fue el refugio de

la bala,

en los dardos que supieron hablar sobre el con-

torno de mi piel,

en la magnitud de la ceguera,

cuando doblaba cruces bajo la oscuridad de mis

párpados.

Pensar en el decaimiento de mi garganta,

que de tanto susurrar sola se quedó acostada

sobre los vidrios,

en la carcajada de sangre,

cuando la infamia era manta y alimento.

Pensar en el cuerpo vacío,

como pensar en un hoyo, donde lo que amé crecía

hacía adentro.

En los libros de papel silente,

en las lagunas mentales,

tan allegadas al cianuro, al arrullo de las ratas.

Pensar en los caminos golpeados por las herradu-

ras de las bestias,

en el vapor que nace entre el diálogo de dos

amapolas,

en el vaso de barro con su sed por acercarme a

su vientre.

En la cola de una cometa,

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antes de que hayan muerto los héroes infantiles.

Pensar en la entraña y en su afán por expulsarme,

en los maderos enterrados en la arena,

en la espuma, como en lo único que me habla,

en el mar como en el contorno de una herida

en un baúl, absorto de mudas y de naftalinas.

Pensar en la prisión,

cuando el alcohol era pasaporte, amigo – enemigo,

en las lunas apolilladas que se encienden en los

hostales y en las casas de pensión,

en el tránsito de mujeres que amaron a hombres

sin brazos,

y a niños endurecidos por el ladrido de las piedras.

Pensar en la niña de ojos verdes que soplaba una

flauta,

cuando el tétano aún no era la vida,

ni el óxido el cielo acomodándose a las alturas de

una tristeza,

sublime, a veces, como un río callado.

Pensar en el sacrificio del hombro

soportando una esquina de ataúd,

en las tumbas sin lápida,

en la morada santa con sus voces de tinta negra.

Pensar en mi saliva compartida a gente que no entiende,

a gente que no me entiende.

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XVI

Mi alucinación es apenas un rastro de infancia

trastocado por un hada que fuma.

Me voy en el humo

hacia un vagón

donde viven seres conformados de eucalipto y

manzanilla.

Tengo la carne en divulgación con el viento,

me aferro a lo que aún no escribo, ni escribiré.

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XVII

Irme para siempre,

presenciar las tísicas fábulas de la indigencia,

caminar con tierra secuestrada en los talones,

y enterrar mi esperanza, si es que hubo alguna vez.

Recordar a diario

las asonancias de un filo espumoso de agua.

Lanzar un libro al río,

cuando éste me disponga de su abismo profa-

nado por medusas.

Conversar solamente con el sol

y dejar que derrame las últimas capas de su cara.

Contemplar a un muerto,

flotar con una cruz

y regresarme al único día de mi vida,

a la desolación de un canto equivocado.

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XVIII

El patio se endureció cuando el niño se empapó

de arrugas,

los retratos se deslizaban sobre la fauna de una

herida,

porque también las heridas están compuestas de

animales,

de regiones donde el clima es tan descalzo como

el pensamiento.

Escuchaba el ladrón de limones

una canción en la misma cantina donde murió su

padre.

Esa manía de treparse a los árboles

de confundir los frutos con estrellas delgadas.

El niño hundía sus dedos en una lavacara

y un barco de periódico intentaba salvar su proa.

Oh capitán mi capitán,

Oh marinero en tierra.

El ladrón de limones y el niño

son los mismos cuando me enlazo a la bruma.

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XIX

Cuando los tahúres tiemblan

se espesa el meridano,

crece en las orillas de un río

la espada oxidada de un corsario

al no tener más augurios

que su tesoros de fantasmagoría.

Se disipan en el juego

las mañanas de orfandad,

y los crímenes que las cartas de amor

dejaron regados como altares.

Cuando los tahúres tiemblan

los salones se agasajan con su luz más bulliciosa,

perdiéndose el día en su devastación más pálida.

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XX

¿A quién escribir cuando el oído ajeno es un

plano

donde crecen los silencios hacia la más alta horca?

¿A quién, cuando el peso ya no es la noche

y la nada ha cerrado sus puertas con aldabas de

truenos?

Ya poco escribo

solamente cuando encuentro un techo desolado

o una boca tejida de domingo.

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XXI

Una franja de arena tapa la casa que habito

no sé qué lugares me esperan

ni en cuantos he vivido.

La ciudad crece con sus bailes de medio día,

con su esfera dorada quemando los parques.

¿ A quién se le ocurrió hacer crecer a los hombres?

La única patria que salvo es la infancia

con sus adoquines quebrados de humedad,

con un gato tuerto,

con una revista alquilada.

Fraguar en un animal antiguo,

corroer al tiempo,

dejarlo acostado en un muelle.

Cuando los secretos sean la guarnición del alba,

gritaré mi última despedida.

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XXII

Un pájaro carga con las sonrisas que perdí cu-

ando niño,

se las lleva a sus hojas que blandean en un viento

montado a mar oscuro.

Siempre un pájaro escribe un texto tan largo

como el que escribe un viejo

que en mi cuerpo se disfraza.

NADIE ESCRIBE COMO LOS PÁJAROS,

ninguna tinta es capaz de volar tan alto y caer

después en la fronda de un cerezo.

Arriba el cielo construye anillos…

También el firmamento se cansa de su agonía

celeste

y hace pueblos embellecidos por la incertidum-

bre de la ceguera.

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XXIII

A propósito de una película de Clint Eastwood

Nadie cierra las puertas,

el cantante de country baja de su muro de fiebre,

se monta en un apartado arenal y decide levantar

canciones

de ayunadas épocas remotas,

donde el hambre era un espejo al que le crecían

dientes.

Cuando los garajes se amortiguaban de marihuana,

una negra se desangraba

en una palestra de maderas abiertas.

Cubre de oxígeno el último set,

salta la tos,

se enreda en un ramaje de garganta.

La tiniebla como un rumiante en 1930

fue haciendo un concierto de tumbas sobre el camino.

Temerario el polvo,

como un búfalo que embiste a cadáveres en medio/

cielo.

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Old man guitar

Ya encontrará un plumaje tu canto para caer de

bruces,

de lo contrario sigue la presencia de un amor ses-

gado por la sombra.

Y el dolor de la carne

que solo entiende de anoréxicas edades.

Nadie limpia el moho de la cuerda transparente

ni recupera el vetusto auto, al que le crecen botellas/

en los rincones.

Pierdo mis ojos en esta cima de tiempo

en este centro del mundo que parece abatido .

Aquí siguen muriendo los ruiseñores

a la hora en que las lagunas se alumbran.

Old man guitar

Ya llegan a Natshville los acordes que olvidaste

regados sobre las cenizas.

Nadie cierra las puertas,

se expanden con un viento desterrado de la muerte.

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XXIV

No es la hora que se entumece con la calma,

ni el silencio que se estruja entre paredes de arcilla,

es volver perdiendo el equipaje.

No es abrir la ventana de un tren,

ni mirar como el paisaje hunde los cipreses en su vasija

cuando hay retorno,

es quebrarse en las alturas de un pasado.

No hay vuelta atrás

crecen las manos como el pensamiento ágil de la

roca.

Debajo de cielos extraños es posible construir una/

casa

y hacer amigos en cada rostro opaco ,

que captura un breve océano cada día.

Ya no caminamos juntos, ni las ferias dominicales

son las mismas,

regreso, desposeído, incluso, de la necesidad de

las sencillas cosas.

Espérame,

mañana vuelvo a tocar la encía del extravío,

el hábitat donde el ermitaño deshizo sus presagios.

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Esta noche elijo otros lugares a donde evacuarme de mí,

voy perdido,

con la urgencia de que caigan todos los inviernos,

una lluvia de gente que no toco,

un espiral de trigo que recuperaré entre puñados.

Tengo la memoria enferma,

mar o páramo hallarán su cura.

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XXV

Dejar que las acequias vuelvan a poblar la juventud/

gastada,

que el colibrí de la mañana aparezca en un aposento/

de aire,

ayunar de imágenes que lastiman cuando la cólera

levanta como trofeos sus más cuidadas serpientes.

El siempre es tan lejano

como el anclaje a las aldeas

donde menguan los tesoros escondidos.

¡Con que olor a piedras amadas vuelven las siluetas

de los amigos que ahora solo encuentro en

paisajes que invento!

Era tiempo de la ciénaga,

de invierno roseado con saltamontes de plata.

Anochezco en un diálogo

donde sólo erosiona mi silencio.

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XXVI

A Verónica, bailarina en el vacío.

Me cuelgo de la tarde como una marioneta

extraviada

viendo como nuestras pieles corren por un canal

que construimos en silencio.

Descifro el movimiento que salta en su pecho,

nuestro lenguaje es un abecedario plagiado al alba.

Acuesto mi luz para que la toque

para que en ella incruste dédalos

cuando el tiempo agote sus antifaces.

Sabré que su danza

guarda el flujo de la dormidera,

y el remanso de todas las imágenes que invento.

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XVII

No escribir para nadie

que el verso sea volátil y se extienda,

no preguntan por el poeta en las estaciones

y hace tiempo atrás que perdió camino.

No escribir para otra boca ni para otro cuerpo

entrar al pasado con intención de flagelo

que esas llamas añadan luz al poema ajeno de gente.

Sí la lluvia que estira su eco,

sí la balandra tan acostumbrada a masticar/

pleamares,

o el ambiguo deseo de la máscara.

Hoy no escribo para nadie

tampoco la lágrima escapa de su alforja de/

hielo…

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XVIII

Aquí el lugar donde ya no nazco

el refugio donde la nostalgia instaura una peni-

tencia,

¿Cuántos años tardaré en retornar al vientre,

a hurgar la calma,

la sonora sinfonía de no haber visto la luz?

Quiero la luz del agua

el sopor del día antes de que me expulsen de la

entraña.

el espacio donde la orfandad carecía de nombre.

La muerte es solamente un ocaso

donde aprendo a callar y a dejar que el silencio

procree sobre mi silencio

sus lanzas de hierro.

Mi aprendizaje es la alianza de la sombra con la sombra

la incertidumbre de vestir corazas

que se rompen como el vidrio.

Cansado de lanzar piedras

pervivo en la memoria que me ahuyenta

en las corrientes que se mueven junto al lodo.

No hay para que llorar,

todo lo que amo depende del fuego.

Ya no toco las cenizas,

son pasajeras después de haber vivido.

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XXIX

El hombre delgado retoza su cuerpo sobre criptas

husmea en los campanarios a sus amores

doblegados en el hierro.

Nada es más eterno que el final de una hora,

la soledad aprendió a cubrir su boca en un atrio/

vencido.

Acudo a la desaparición del sexo,

en el terreno blanco donde el recuerdo se renueva.

¿Qué habrá pasado con la tarde que guardaba en

mis oídos?

¿Con el mendigo que conversaba con sus monedas?

Habito un pueblo al que no regreso

solsticio de un canto que no es mi canto.

Que no es su canto.

Que no es vuestro canto.

No presenciaré el encuentro de los abisales

ni cargaré con las purgas del adobe.

El hombre delgado se contrae al infinito.

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XXX

Escasean los utensilios que como salvajes

maniobrábamos,

la alacena está vacía,

la posibilidad de conversar con los frascos de

azúcar, de sal, de especias es inútil.

El piso se extiende hacia otra vida que supera a la mía,

el techo me absuelve en su revés.

Juntos,

desenvainamos gestos que no nos tocan.

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XXXI

A ti poema, engendro de nada,

hijo o hija de las playas secas,

de una ovulación imposible.

A ti me entrego.

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XXXII

He vuelto a pisar la calle donde un águila se hunde,

lugar donde el sol se desdobla como pergamino.

El silencio ya no es agorero

y se despierta en el pecho de quien alza la mirada

hacia esa ventana donde fueron devorados los

helechos en verano.

También mi calle parece momificada

con su aspecto de alba mortecina

de adioses de carbón aislados en gargantas que/

no cesan.

Pueblo de cadáveres es mi calle

a ellos tuve siempre que hermanarme,

a ellos confesarles el dolor de mis costras,

de mi vida cansada antes de nacer.

Quiero salir corriendo de mi calle.

Ella ha sabido mejor que nadie cosechar mi calvicie/

ligera,

mis dientes despostillados por los amaneceres

rancios de la caña.

Quiero irme,

pero ella aprendió a hacer del aire su centinela.

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XXXIII

Quise escuchar mi voz,

como quien escucha los ojos del animal sediento,

tierno y agotado de la corteza de sus ojos.

Quise amanecer en el semblante del océano,

confundirme en su ágora marina,

donde sólo pudimos hablar entre peces

y entre buques dolientes de sus faenas oxidadas.

Quise conquistar jóvenes maderas

resucitar en el ébano,

en el ático de la guadúa,

y mirar de lejos la tierra donde los amantes se

hicieron fantasmas.

Quise mis tardes

que ahora levitan y no las toco,

pero siempre tuve dispuesto el vacío

para poblarlo de textos

y de puñales que fueron la vértebra del viento.

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XXXIV

Y la sombra,

es siempre el intervalo de otra sombra.

Guayaquil 2009 - 2010

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Este libro se terminó de imprimir enEditorial Pedagógica Freire, el 22 de Abril de 2010,

bajo el sello editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana“Benjamín Carrión” Núcleo de Chimborazo, en la presidencia del escritor

Gabriel Cisneros Abedrabbo, con un tiraje de 1000 ejemplares.

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