Dibujos cortos y garabatos

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La fascinación por lo imprevisible; por los encuentros fortuitos que cambian vidas o no cambian nada; la curiosidad extrema, más allá de la muerte; el origen y el final de la fe; la simultaneidad asombrosa de nuestras vidas aparentemente inconexas; la circularidad en la espiral de la existencia; los detalles; los infinitos lazos de las relaciones humanas; el amor desidealizado; la incomunicación.

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DIBUJOS CORTOS Y GARABATOS

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2ª Edición Barcelona, enero de 2012

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7 CURIOSIDAD 11 AZAR

17 ENTRE LINEAS 19 ENTRE TODOS

31 GOTAS

39 NOTAS 41 LA FÁBULA DEL CREYENTE

APÉNDICE

51 COMO CADA DÍA SIN VIDA 53 RECOGIENDO LA CULPA

55 SSS

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“El mundo de lo real es limitado; el mundo de lo imaginario no tiene límites.”

JEAN-JACQUES ROUSSEAU

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CURIOSIDAD

Querida Irene:

No te dejes engañar por la simpleza de esta primera línea; me ha costado escribirla más de lo que pueda parecer. Supongo que siempre se me ha dado mejor acabar las cosas que empezarlas. Tú has sido mi auténtica fuerza de voluntad; justo desde que me preguntaste en aquel Café de la Luna si tenía fuego. Tantas veces hemos recordado juntos ese momento... Yo no lo hubiera hecho de no ser por ti, sabes bien que mi timidez ha sido desde joven completamente improductiva, y acaso nuestro futuro habría trazado caminos divergentes, inimaginablemente separados. Nuria, lo más maravilloso que me ha podido ocurrir, no existiría... Por eso ahora, más que en ninguna otra ocasión, puedo decir que aquél fue el momento más importante de toda mi vida, y nada ya podrá cambiarlo.

Desconozco cuándo estas palabras habrán llegado a tus manos, pero para entonces

seguramente la situación será irreversible. Se dice que el gran paso es absolutamente definitivo; he aquí su paradójica belleza, la sublimidad de un paisaje sin horizonte donde todo es posible, incluso la nada. ¡Tantas veces lo he imaginado! Y nunca una imagen clara. En mi mente andará escondida la primera vez que la muerte concentró mi pensar. Debí de haber sido tan sólo un inocente crío ante un nuevo y singular concepto que algún familiar, algún profesor o algún presentador de televisión habría mencionado con la misma normalidad con la cual uno comenta el tiempo. Estoy seguro que tal concepto había merodeado por mi frecuencia auditiva en incontables ocasiones, pero en una especialmente tuvo que cuajarse en mi cerebro. Fue cuando mi conciencia se detuvo por primera vez a contemplarlo, a darle la vuelta a las letras para ver qué escondían detrás de sus formas. Entonces, pregunté. Y seguramente mis padres me contaron alguno de los cuentos que nuestra cultura humana ha ido dibujando desde que otro niño pequeño, o quizá no tan pequeño, se hizo la misma pregunta. Y tantas veces he intentado imaginar qué sintió aquel otro niño, anterior a ése y a todos, cuando por vez primera vio morir a un hermano y nadie tenía entonces palabras para explicarlo. Cuando las cosas no tenían nombre, ¿qué era morir?, ¿cómo moríamos?

De esto hace ya muchos ayeres, muchos cadáveres y no tantos vivos, y letrados o desletrados

aún seguimos muriendo. Morimos desde que nacemos, viviendo. Sin embargo, ¿qué hay más allá de esta paradoja existencial? ¿Qué hay más allá de la vida y de la muerte? Lo que había empezado como una corta e ingenua contemplación de un concepto inédito para mi conciencia, fue cobrando intensidad y presencia en mi vivir muriendo, o mi morir viviendo, hasta el punto de apoderarse completamente de mi pensamiento y de mi alma en estos últimos tres años.

No te he escondido nunca mi fascinación por este pasar más allá, pero he de reconocer que

cuando ésta se convirtió en un verdadero impulso, una fuente de acción inminente, difícilmente incontrolable, entonces decidí que lo mejor para los dos y para nuestra hija era mantenerlo lo más íntimo posible. Te pido que me perdones si te he ofendido, pero no podía correr el riesgo de que te asustaras y ser el culpable de que la felicidad de nuestra relación se marchitara. Además, nunca supe ciertamente cuándo iría a reunir el valor suficiente como para hacer lo que he hecho. Comunicártelo habría significado una angustia constante, y lo que es peor, indefinida. Sólo los poemas me ofrecían una válvula de escape segura, inofensiva. Sabía que nadie, ni quisiera tú, los tomaría literalmente. Son ideales para esconder verdades.

No creas, por favor, que algo ha fallado. En la vida he amado a alguien como te he amado a ti

y a nuestra hija. Cada día he dado gracias a quienquiera que debiera merecerlas por haberte

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encontrado y haberme traído ese pequeño tesoro de entre todas las preciosas causas o casualidades que tienen la suerte de acontecer en un momento, por ínfimo que sea, en este rompecabezas de la existencia, y que ha conseguido derretirme el corazón cada vez que la he visto reír. Y doy gracias por nuestra confianza, por nuestro compañerismo, por nuestro humor en las situaciones difíciles, por el apoyo y el sentido de unidad que han permitido la más relajada de las libertades. Y por mi trabajo y el respeto de mis compañeros, por la constancia de la amistad de aquellos que alguna vez he llamado amigos y lo significaban, por el amor de aquellos familiares que mejor podrían llamarse los míos, y por el día y la noche, las juergas y los sueños, el sol de invierno y la brisa de verano, el dolor de querer y los abrazos. Por haber vivido mientras moría. Por este universo que llevo dentro. Es por este profundo agradecimiento diario y los innumerables recuerdos que me han ido llenando de alegría cada uno de los presentes, que ahora, mientras escribo esto, puedo decir que he sido feliz, que estoy siendo feliz; y esta paz es tan inefable...

Sin embargo, supongo que te habrás preguntando ya por qué, qué sentido tiene quitarse la

vida cuando uno es tan absolutamente feliz en ella. Después de varios años dándole vueltas al tiovivo de la razón dejando que los sentimientos se montaran o desmontaran a su antojo, como siempre hacen, me ha llegado la diáfana conclusión que es justamente ahora cuando debo dar el paso. Es ahora que más vivo me siento cuando debo morir. Pues lo único que me falta en esta vida es no tenerla. Y este deseo es tan supremo, tan total, que no encuentro salud ninguna en reprimirlo. Ahora entiendo más que nunca a Santa Teresa; el valor superlativo de su vida estaba en su profundo amor a la muerte. Ella sabía fehacientemente que ambas no son más que dos caras de la misma moneda. Pero yo no lo sé. No sé adónde voy, no sé qué ocurrirá en este viaje. Llevo conmigo sólo memorias y una cultura que vengo tejiendo desde que nací, con sus miedos, fábulas y moralejas. De lo único que estoy cierto es de este impulso por tratar de saber, por intentar averiguar, por saltar, en definitiva, al vacío de respuesta, allí donde nace esa actitud, ese movimiento senti-mental tan potente y sutil al mismo tiempo al cual alguien llamó curiosidad.

No la puedo contener más. Se ha convertido en la ilusión más grande de mi vida.

Cúlpame de egoísmo si quieres. Sabes que jamás lo he sido y dudo en efecto de que lo sea ahora. Este dudar me ha confrontado con un gran dilema. Si yo me voy, incomparablemente feliz, puede que os deje aquí, sufriendo. Si os llevo conmigo sin que lo sepáis, traicionaría vuestras vidas, y Nuria es aún demasiado pequeña; sabiéndolo, puede que no estuvieras de acuerdo y evitaras mis intenciones. Obviamente, he renunciado a las dos últimas, ambas por cobarde. Pero dejadme deciros que, por alguna razón que no sé explicar, sé que con el tiempo llegaréis a entenderme y me seguiréis queriendo, pues esta inmensa paz que siento no puede ser mala, no puede ser egoísta, no puede ser cobarde. Es el momento, y de alguna forma permanecerá con vosotras y con aquellos que ahora estarán también sufriendo por mi falta. Esto sólo puede ser bueno. Quizá algún día lo sabremos. Hoy, te lo suplico, acúsame tan sólo de impaciente. Mañana ya fijará el tiempo. Y, quién sabe, puede que lo imposible sea al fin y al cabo tan sólo una broza en el ojo.

Irene, mi vida, debo irme hoy mismo. Lo presiento fuertemente. Quiero que sepas una

vez más que me voy feliz, en indescriptible paz. No puedo creer del todo que lo vaya a hacer. Es como la agradable, casi incontenible, inquietud que sientes cuando estás a punto de despegar hacia un lugar del que has oído hablar mucho, del que has visto fotografías o sobre el cual has leído no pocas líneas, pero que en realidad es absolutamente desconocido, meramente imaginable, pero una imaginación por definición incompleta, escueta, humanamente limitada. Y la alegría es inconmensurable, palpitante, como si de un momento a otro fuera a atravesar mi pecho y preñar el mundo.

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Incluso la temprana añoranza que ya me alcanza es hermosa. Están conmigo la piel tersa de unas manos de madre en mi mejilla de hijo eterno; ese consejo de veterano de vida, más que de padre; treinta años de buenos amigos; dos amores rotos por la gracia del destino; la puesta de sol más bella del mundo; el placer inmediato a una carcajada; el agua caliente recorriendo la espalda; una cena entre hermanos; siete poemas y un baile. Pero sobre todo están conmigo, vivos, la ternura de nuestro último beso en los labios, tu mirada fiel al despedirnos anteayer y el último abrazo de una hija. Están vivos porque entonces ya sabía que serían los últimos; ya respiraba el umbral, casi muerto.

He querido compartir estas líneas de mi vida que sin más suceden a tantas otras que te he

escrito y te he dicho. Mi amor está entre líneas y en todos nuestros abrazos. Mi emoción en la retina. El alma llena; inmensamente viva.

Comparte mi paz, Irene. Compártela con Nuria, con todos. Y deja, finalmente, que éstas sean mis póstumas palabras:

Hasta pronto. Cristóbal

Londres, 17 de enero de 2004

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AZAR

Salida trasera del hotel London Hilton. Mayfair, W1. Londres. 6:03pm. Una límpida y suave tarde de verano. Es viernes, pero no importa. Acogido por ese tenaz viento que parece no acabar de irse nunca. Hablando directamente al micrófono de un Ericsson A1018s. Fatigado.

ALBUR: ...Cansado de cojones, macho. Acabo de salir del curro... Nada, una recepción para unos veinte diplomáticos y acompañantes, pero no veas cómo le daban al Veuve-Clicquot... ¿Eh?... Champán, francés, carísimo. ... Y no paraban de comer, los condenaos... ¡Una de canapés!... Entre los que tragaban ellos y los que se perdían por el camino el chef iba loco... Y tú qué tal... Me alegro, hombre... ¿Y cuánto te pagan?... Vaya, vaya... No te podrás quejar mariconazo... Exactamente lo que estabas buscando... Tú sí que tienes suerte... Bueno, no digo que no te lo merezcas ni nada de eso... ya sé, ya sé, el que la persigue la consigue y tal, pero que, en fin, no es fácil que te salgan oportunidades tan de puta madre en el preciso momento que más las necesitas... aunque tú has estado al loro y la has cazao al vuelo...

Puerta principal de la Whitechapel Art Gallery; Whitechapel, E1. Londres. 6:03pm. Una suave y límpida tarde de verano. Es viernes, pero no importa. Acogida por ese tenaz viento que parece no acabar de irse nunca. Enviando su voz a Manchester a través de un Nokia 3310. Optimista. ESTRELLA: ...Por mí ya le pueden dar viento... Pues sí, se ha acabado de una vez por todas... Y a mí qué; no son sus asuntos... No le voy a llamar más, Ruth; de verdad estoy harta... He tenido suficientes excusas y ya no me queda ternura para perdonar... Ya hija, pero no todo lo que empieza bien acaba bien; aquí tienes la prueba... Cualquiera lo diría, ¿verdad?... Después de tantos años juntos; con lo acaramelados que estábamos al principio, y ahora, bueno, más bien hace ya tiempo que la cosa se ha ido desmoronando... Cuando los defectos empiezan a ser demasiados y demasiado molestos es que la cosa no funciona, ¿no?... Ya lo intenté, pero al cabo de unas semanas estábamos en las mismas... Sonia ya me prevenía entonces, pero continué queriendo mi sueño perpetuo de quinceañera... No, no me arrepiento; pero llega un día en que despiertas...

Parada de autobús Y, Park Lane. Mayfair, W1. 6:08pm. Una suave y parcialmente nublada tarde de

verano. Gozando de unas hermosas vistas de Hyde Park, las cuales pasan haciendo footing con las camisetas ceñidas por el sudor. Calentando directamente el micrófono del Ericsson A1018s. Como exultado por una sabiduría suprema. ALBUR: ...¡Madre mía!... ¡Cómo está el ganao del parque!... Yo no sé cómo es que no se esconden... No hay día en que no vea al menos un par o tres que tenga que pararme a coordinar de nuevo la respiración... Sí, macho... Y si sales por la noche a los clubs del centro es un verdadero espectáculo... ¡Qué va! Salen de debajo de las piedras, desmadradas... El otro día me entraron dos, una no había donde arreglarla la pobre, pero a la otra le hice un apaño en el lavabo que todavía me escuece... No, bueno, le di mi teléfono y eso, pero no creo que me llame... No sé, en los clubs no se hacen muchos proyectos de futuro... Eso, un ‘carpe diem’ de esos... Aquí te pillo aquí te mato... Pues de momento sí, me va funcionando; tampoco es que sea demasiado minucioso, la verdad... Si te andas con miramientos no te comes un rosco... Hace ya casi un año... Raquel era una chica estupenda, pero ya no había pasión; nos llevábamos, nos llevamos de puta madre, pero nos dimos cuenta que en la cama no era lo mismo; incluso besarnos se había

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convertido en una rutina... Por eso que ahora necesito esto, un poco de vida... No, no es volver atrás, sino precisamente moverse un poco...

Enfrente de The Women’s Library, Old Castle Street; Whitechapel, E1. 6:08pm. Una suave y parcialmente nublada tarde de verano. Cruzando a la otra acera y sujetando firmemente el bolso ante el cruce inminente con cuatro muchachotes de color encapuchados. Siendo recibida su voz por otro Nokia de la misma familia en Manchester. Encabezonada como el dique de un puerto en el Mar del Norte.

ESTRELLA: ...Me da igual... Que te digo que me da igual... ¿Ah sí? ¿Y qué?... Pues para

mí no sirven de nada... Pues que diga lo que quiera... Que no... Que te digo que no... No es posible... Porque no es posible, y punto... Ya está, no hay vuelta de hoja. Es más, no hay ni libro... He cambiado la cerradura y todo su correo va directamente a la basura... ¿Amigos? ¿Después de lo que me ha hecho? Por favor, Ruth... Pues yo no soy Santa Teresa de Calcuta, mira tú por dónde; bastante le he aguantado ya... Contra su madre no tengo nada, aparte de haberlo parido... Pues lo siento por ella; seguro que su hijo no tardará en encontrarle una nuera estupenda tan mema como yo... Tendrá para elegir, si todavía sigue con las zorras con las que salía... ¡Cómo puedes decir eso!... Lo que no entiendo es cómo te atreves a justificarle de esa manera... ¡Joder tía, que tu amiga soy yo!... O es que hay algo que yo no sepa... Lo siento, lo siento... Es que parece que estés más de su lado que del mío, la verdad... Pues convéncete que lo nuestro ya no tiene arreglo...

Piso superior del 73, Oxford Street; a la altura de Soho, W1. 6:24pm. Una fresca y ennegrecida tarde de verano. Disfrutando del inusitado y siempre valioso tiempo virgen que nos regala todo atasco. Recalentando directamente el micrófono del Ericsson A1018s. Irónico y resignado (lo uno para disimular lo otro).

ALBUR: ...Yo no tengo la suerte de haber encontrado a alguien tan perfecto... ¡Cómo que no!... Vamos Enrique, de mí no necesitas esconderte tras tu famosa y bienquerida modestia... Claro que Gloria es perfecta; encajáis idealmente... No hace falta que viva con vosotros; salta a la vista, joder, y no sois de los que falsean en sociedad, con fiestas multitudinarias y regalos lujosos, el fracaso de sus relaciones... Vosotros no sabéis actuar... De nada, hombre; es la verdad y hay que decirla de vez en cuando... Además, todo el mundo opina lo mismo... Es cierto; pregúntale a quien quieras... Justamente Monique me comentó ayer lo buena pareja que hacéis... ¿Con Monique? Estás delirando... ¿De dónde has sacado tú eso?... Anda macho, no hagas caso a las tías que son todas unas cotorras por aburrimiento y no hacen más que liarla... Sólo nos hemos enrollado una vez y punto... Yo qué sé; igual ella quiere más, aunque no quiera quererlo, pero ni lo pide ni estoy yo para rollos... Si quiere algo que venga a buscarlo; estoy harto de ir detrás de indecisas; lo único que acabas consiguiendo es grandes cantidades de tiempo y de dinero malgastados...

Market Coffee House, Brushfield Street; Spitalfields, E1. 6:24pm. Una fresca y ennegrecida tarde de verano. Perdiendo el tiempo ante un capuccino descafeinado y preguntándose por qué no habrá cogido el paraguas hoy. El Nokia de Manchester profundamente encantado de conocer a su voz. Parcial.

ESTRELLA: ...No quiero saber nada de ellos; son todos unos lascivos ineptos y

deplorables... Todavía no he conocido a uno que sea decente durante más de doce horas... Entonces estaba embodada... Tú misma lo has dicho alguna vez: que no se merecen toda una vida a su lado... Desde luego, son una mala inversión... Afortunadamente, dentro de unos cincuenta años ya no precisaremos de ellos más que para llenar las probetas y cargar los

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maleteros... Me gustaría tener una hija para que viviera ese momento de júbilo y evolución para la especie humana... No te rías, que es verdad... Hasta ahora han dominado los hombres y así vamos; es hora de un verdadero cambio... No te asustes mujer; no les va a hacer mucho daño y, al fin y al cabo, a qué mejor vida pueden aspirar que una en la que no se les exija más que tumbarse en su propio sofá, delante de su propia televisión, con su dosis regular de cerveza y fútbol, y que se masturben de vez en cuando procurando introducir la lechecita de la felicidad en un tubito... ¿A no? Pues haz una encuesta...

Escalera del 55, Old Street; EC1. 6:54pm. Una fresca y lluviosa tarde de verano. Arriesgando

inconscientemente su vida al disponerse a bajar del piso superior del autobús mientras éste sigue con su destartalado ritmo. Ericsson A1018s en vías de mortificación. Queriendo creerse sus palabras. ALBUR: ...Pues claro que estoy dispuesto... El compromiso no me asusta... No, para nada, éstas de ahora son para pasar el rato y descargar un poco el pajarito... Pero con ellas no me implico, así que no pueden hacerme daño... ¡Venga hombre! Ellas ya saben a lo que van; son más listas de lo que parecen... Ahora, si para ti ‘ser un cabronazo’ es querer pasarlo bien una noche sin tener por ello que dejar el cepillo de dientes y el cargador del móvil en su casa, entonces bueno, soy un cabronazo... Tú también lo fuiste en tu tiempo, ¿o no?... ¿Y?... Vaya, ahora me sales con la historia de madurar, claro... Tú te vas haciendo mayor y los que no hacen como tú todavía andan estancados en la pubertad, ¿no?... No, si te entiendo perfectamente; aquéllos eran otros tiempos que no volverán, aunque a veces quisiéramos que volvieran sin que lo sepan nuestras parejas... Cierto, de hecho vuelven en muchos casos; dejemos porcentajes que nos alarmarían para otro día... Ya lo sé, y te admiro por ello; pero no todo el mundo puede aspirar a ser como tú... Es muy fácil decirlo; yo lo intenté una vez y obviamente no funcionó; la prueba es que ni siquiera me duele ya... No la he olvidado, pero el dolor es pasajero, como el amor...

Tramo norte de Commercial Street; Shoreditch, E1. 6:54pm. Una fresca y lluviosa tarde de verano. Tratando de cruzar la calle sin ser arrollada por un ciclista mientras se jura que nunca más se volverá a fiar del tiempo mientras viva en este dichoso país. Su voz en vías de establecer una relación de hecho con el Nokia en Manchester. Autocrítica.

ESTRELLA: ...Es que en el fondo la culpa es nuestra... Claro... Y de las madres de

nuestras madres... Sí, pero ahora somos conscientes de ello y tenemos los medios para cambiarlo definitivamente... Claro que no; no nos interesa la libertad... Nos gusta ser esclavas, lo hemos sido durante toda la historia... Esclavas de nosotras mismas... Bueno... ¿Tú crees?... Ellos pretenden serlo, es su papel, deben ser el macho, no tanto ante nosotras como ante los otros ‘machos’; pero en verdad somos nosotras las que lo hemos permitido, por macabro interés, por ignorancia cultural, por dejadez o por lo que sea... ¿Cómo dices?... Pues la prueba es que ellos, sin una madre y sin ese posterior sucedáneo de madre que llamamos esposa (o encadenada) sobre la cual cobran su venganza por el imperdonable destete, están perdidos, abocados a la extinción; mientras que nosotras podemos preservar la especie sin necesidad de ellos, el problema es que, como he dicho antes, no queremos... Cada una tendrá sus razones... Muéstrame a una mujer que sea feliz después de cuarenta años de matrimonio y quizá podremos justificar eso; pero por cada una que me traigas yo puedo traerte un millar de infelices, y probablemente me quede corta... ¿Mis razones?... Pues, valor, coraje... Nos ha faltado lo que ellos se exigen constantemente los unos a los otros: ‘un par de huevos’... Tener el valor suficiente para sentirnos atractivas sin necesidad de sus miradas; tener el valor suficiente para protegernos nosotras mismas; tener el valor suficiente para decirles que no y significarlo; tener el valor de pagar por buen sexo cuando lo necesitemos, y no dejarnos babear por cualquiera; tener el valor suficiente para no fingir; tener el valor suficiente

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para ser madre sin su ayuda económica y para educar a nuestros hijos como si no fueran ‘machos’ o ‘hembras’, sino personas distintamente iguales; tener, en fin, ‘un par de huevos’ para reconocer que el príncipe azul no existe, o al menos, que no dura... Acera exterior de Arnold Circus, Shoreditch, E2. 7:02pm. Una húmeda y despejada tarde de verano. Siguiendo ovejunamente a la muchedumbre, que en este preciso momento se compone de un borracho, de un perro más lúcido que el anterior pero no menos solo y de un afanado repartidor de propaganda. Experiencia extática del Ericsson A1018s. Absorto en la idea de lo Supremo, más allá de la realidad circundante (a pesar de la cola del pobre perro). ALBUR: ...¡Oh! Sorry... ¿Eh?... Al contrario, absolutamente perfecta para mí... Por eso las imperfecciones las estoy disfrutando ahora, y si te he visto no me acuerdo... No me contradigo; el hecho de que no crea en la durabilidad del amor no significa que no crea en él, precisamente en su estado puro, ideal... No señor, ideal no es igual a perenne... No lo sé, lo creo... Pues me alegro por ti y por Gloria; pero todavía no conozco a ninguna pareja que me confiese que siguen tan enamorados como al principio... ¿Tú sí?... ¡Venga ya, hombre! Eso es lo que pretenden ellos; por eso Javier se va de putas el primer viernes de cada mes y ella hace ‘horas extras’ en la oficina... Si yo no digo que no, pero... Ya, pero... Sí, ya lo sé, pero lo que yo... ¡Joder, déjame acabar la frase tío!... No te quito la razón; el amor está ahí, nos atrapa cuando menos lo esperamos. Pero lo que digo es que ese momento maravilloso se desvanece poco a poco hasta que no queda más que tedio o confianza, en el mejor de los casos...

Acera sur de Redchurch Street, Shoreditch, E2. 7:02pm. Una húmeda y despejada tarde de verano. Arreglándose sulfuradamente el pelo ante el retrovisor de un LandRover Discovery plateado. Su voz y el Nokia buscando piso por el centro de Manchester. Segura de sí misma, como un castillo de arena en la playa de Benidorm durante un mediodía de agosto.

ESTRELLA: ...Vaya desastre... ¿Eh?... No, no me asusta... Es más, creo que pasaré

tiempo sin nadie... Es hora de que disfrute de la vida real y no de ilusiones... Tú haz lo que quieras hija... Tampoco te iría tan mal sin él, ¿no?... Pues déjalo... ¿Qué temes, no encontrar a otro mejor?... Te aseguro que no te será difícil, y perdona si te molesta la verdad... No tienes nada que perder, te lo aseguro... Mírame a mí, cada día que pasa desde que le dejé me siento más libre... Tengo todo un futuro por delante... Y ya me han salido dos pretendientes... No... Paso de ellos; ya los llamaré cuando me apetezca... Claro hija... ¿Qué vas a hacer si no? ¿Esperar a tener hijos y acabar siendo su esclava de casa?... ¡Y dale con el instinto maternal de las narices!... ¿Es que no se ha dado cuenta mamá Naturaleza que ya somos bastantes?... Ay tía, pues ya los tendrás con otro que te valga más la pena, ¿no?... O si no, inseminación artificial y el padre a tomar viento... ¿Por qué no?... Yo te ayudo a criarlos, para eso somos amigas... Esquina de Chance Street con Redchurch Street, delante de una tienda sin nombre y con número: el 33; Shoreditch, E2. 7:07pm. Una calurosa y soleada tarde de verano. Prestando más atención por dónde anda. Ericsson A1018s santificado. Tocado por esa íntima sensación de estupidez e impotencia que nos ampara miserablemente en momentos de extravío y que tendemos a contrarrestar con la fe. ALBUR: ...¿Ahora para dónde voy?... Esta calle no me suena... Bueno, bueno... ¿Eh?... Ya sé que parece incongruente, pero me gusta creer que algún día conoceré a mi media naranja... ¿Eh?... Simplemente lo sabré, y punto; no lo puedo explicar... De alguna forma presiento que esa chica

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anda por ahí, en algún lugar del mundo, y lo único que sería incongruente es precipitarme a comprometerme con cualquier otra. Por eso no quiero líos; no hasta que ella aparezca; entonces me entregaré... Pues que dure lo que dure... El día en que me enamore de ella no me importará el futuro; estaré demasiado ocupado disfrutando de cada momento, incluso de los que duelan por causa de mi amor... Bueno, ¿y qué?... Asumo que ése día también llegará y me daré cuenta de que nada será ya lo mismo; entonces tendré que contentarme con su mera compañía y con los buenos recuerdos... Un momento, ¿seguro que es por aquí?...

Esquina de Chance Street con Redchurch Street, delante de una tienda sin nombre y con número: el 33; Shoreditch, E2. 7:07pm. Una calurosa y soleada tarde de verano. Disponiéndose sus gafas de forma disimulada (ella todavía es demasiado joven para no ver de cerca) y así poder comprobar la dirección del ginecólogo en la tarjeta que le dio Ruth. Su voz y el Nokia decidiendo contraer matrimonio de tarifa plana. Íntimamente apocada ante la proyección instantánea de mil noches de soledad y de un nadie para los póstumos días. ESTRELLA: ...Espera un segundo... A ver... Bueno, perdona... ¿Tú crees?... Allá tú... ¿Yo?... Lo dudo... Estoy ya bastante escarmentada como para dejarme enredar otra vez... Está bien, tampoco es que se pueda decir que de esta agua no beberé, pero lo cierto... Está bien, está bien... Tampoco exageres... Desconfío de cualquiera... Pues si me siento sola tendré que aguantarme, ¿no?... Al fin y al cabo, todos estamos un poco solos... Eso tan sólo son especulaciones... No digo que no... No, eso sí que no... Y cómo sabes que no me haría lo mismo que John... No creo que los españoles sean mejores... Ya no creo en el amor; ésa fue la gran ilusión... Cierto, no lo puedo decir... De todos modos, no creo que esa persona exista, y si existe, dudo que nos acabemos encontrando... Un momento, ¿seguro que es por aquí?...

En algún lugar de un universo sin coordenadas. En cualquier tiempo, que puede ser ninguno. Un Albur

y una Estrella acaban de encontrarse. Acaban de ser el uno para el otro, acaban de ser lo mismo, irrepetiblemente. Un instante más tarde, pasarán de largo, casi rozándose, y proseguirán con sus vidas, y algún día se habrán olvidado. En otra de las combinaciones, o nombrémoslas vidas, todavía siguen enamorados, como en aquel momento.

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ENTRE LÍNEAS

Nube entró en el café, echó una ojeada y no encontrando lo que buscaba subió a la parte de arriba.1 Allí la esperaba Joy, sentado en un sofá de cuero marrón, leyendo un libro.2 Delante había una mesa de madera, con un cenicero, un móvil y una taza de café vacía.3 Al verle, ella se dirigió hacia él y se sentó en el sofá de enfrente, sin decir nada.4 Joy notó la presencia de alguien y sin alzar la vista dijo: “Veinte minutos”.5 Nube se excusó por la tardanza, prometiendo que no volvería a ocurrir.6 “¿Qué es eso tan importante que me querías decir?” indagó él mirándola a los ojos.7 Ella descansó entonces su bolso sobre la mesa y del bolso sacó una carta.8 “Creo que es el momento de que sepas todo lo que siento por ti”, dijo, poniendo la carta sobre la mesa.9 Joy miró la carta y volvió la mirada a Nube para ver cómo cogía su bolso y se levantaba.10 “¿Adónde vas?” preguntó.11 “No lo sé”, respondió ella, mientras miraba por la ventana del local.12 La vio partir.13 Tomó la carta, la abrió.14 Había dentro una hoja.15 Escrito, nada.16

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_________________ 1 Estaba algo aturdida. Los nervios no le dejaban actuar con precisión. El estómago encogido en un puño. Sabiendo que llegaba tarde, hizo para mirar el reloj, pero no estaba en su muñeca. Se lo habría dejado en casa. 2 “No puedes comparar a la amistad la pasión que los hombres sienten por las mujeres, aun cuando ésta nace de nuestra propia elección, tampoco puedes ponerlas en la misma categoría. Debo admitir que las llamas de la pasión son más activas, intensas y vivas. Pero ese fuego es precipitado, veleidoso, fluctuante y variable; es un fuego febril, sujeto a ataques y recaídas, el cual solamente se apodera de un rincón de nosotros”, leía de Montaigne. Trazó entonces con lápiz una línea a lo largo de dicho párrafo, y trató de preservarlo en su memoria. 3 En el cenicero había dos colillas de rubio americano apagadas; la novena y la décima en lo que iba de día. La taza era de expreso; la séptima. 4 Verle allí sentado, sabiendo que él desconocía su presencia, con esa suerte de intimidad distanciada del voyeur, le hizo experimentar cierta seguridad y despertar una ternura que creía extinta hacía mucho tiempo. Aun así, insistió en su voluntad de mujer fría e inconmovible. 5 Nueve años de cama, abrazos y cenas a solas dejan muchos recuerdos y algunos perfumes. Sólo ella olía a ella. 6 Le irritaba sobremanera reconocer que en aquel juego de las falsas indiferencias él todavía la superaba. Y del odio que le quemaba sacó el orgullo suficiente para regalarse un sarcasmo disfrazado de promesa. Ella sabía que no volvería a ocurrir jamás. 7 Si alzar la vista para mirarle le costó, mantenerla le supuso un reto. Un reto para sus ojos, que podrían desvelar su alma. Y ella los conocía demasiado. 8 Sus movimientos eran claros, precisos, pero inseguros. Como si los hubiera ensayado mentalmente un millar de veces, y ahora, al ponerlos en práctica, se le hicieran extraños. Por un instante dudó de su sentido y perdió el enfoque de su mirada. Observó sus manos sostener la carta como si fueran de otra persona, y otra carta. De repente le llegó al oído una mesa siendo arrastrada. No miró, pero recupero el enfoque y su situación. Se preguntó si él estaba notando su poca determinación. Experimentó una vergüenza fugaz. Pero era aquél el momento; no podía echarse atrás; tenía que seguir jugando su papel, el papel que ella misma había escogido. 9 Le miró a la cara como si no mirase a nadie. Su voz era tajante, seca, imperativa. Entonces el móvil de Joy emitió un sonido breve. Se iluminó la pantalla por unos segundos y de nuevo se detuvo. Una luz verde quedó parpadeando. Ambos concentraron su atención en el teléfono. Joy se incorporó ligeramente con intención de cogerlo, pero no lo hizo. Ella quiso preguntarle por qué, pero no lo hizo. 10 Ella se hubiese puesto a correr en aquel momento. Todavía se sentía culpable por lo que estaba haciendo y no tenía el temple necesario para despedirse de él mirándole a la cara. Constantemente se había tratado de convencer a sí misma de que era lo correcto, si bien era consciente de que ese convencimiento no era más que una esperanza, un paso a ciegas. 11 Preguntó sin importarle la respuesta. Cualquiera que fuera, no pretendía creerla. Lo único que quería entonces era que se quedase con él unos minutos más, y verle la cara, quizá por última vez. 12 Acaso era lo más honesto que había pronunciado en todo el encuentro, si bien su mente añadió ‘Lejos de ti’, pero calló. Notó sus retinas humedecerse y llenarse su pecho de aire. El cielo se había despejado de una mañana gris y lloviznosa. Leyó en él un signo de su futuro. 13 Sintió el impulso de levantarse y pedirle que se quedara, que hablaran un poco más. Pero enseguida se imaginó la situación y el embarazo que le supondría era demasiado para su orgullo. Arriesgó perderla para esconder su afección. Se sintió estúpido. Confuso. Había perdido el sentido de su juego. Su armadura de razón resultó demasiado pesada y comenzaba a asfixiarle. 14 Le temblaban las manos. Incluso pensó en no abrirla, pero la curiosidad le podía. La rasgó con torpeza. 15 Al abrir el sobre le pareció oler todavía a Nube. Memorias empezaron a acudir a su mente y cada una le iba tocando el alma. Todavía traían el calor de aquellos momentos, mas en su acudir ya se iban deshaciendo. Era inútil intentar atraparlas, como era inútil atrapar a una nube. 16 No esperaba más que una carta. Al fin y al cabo, qué pueden decir las palabras. El amor de verdad lo llevaba con ella, en algún rincón.

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ENTRE TODOS

I

BRENDA: Después de acabarse el té con cierto disgusto, cierra el periódico aliviada y lo deja sobre la mesa. Retira la silla para alzarse y marcha apresurada del café La Habana Vieja. JOHN: Apaga el despertador a tientas y consigue encender la luz de la mesita de noche sin derribar nada. Se destapa. Está desnudo, acalorado. Da media vuelta brusca, y otra. ROSA: Al torcer la esquina de su calle, divisa el 98 delante de la parada, a punto de reiniciar la marcha. Se quita los zapatos de tacón y apreta a correr como una desesperada por la calzada, arriesgando su vida y el vestido de cola prestado. Lo pierde. Como llegue tarde, no se lo perdonará nunca. ENRICO: Introduce las monedas en la ranura del fotomatón y aguarda a que salgan las fotos. Al cabo de unos minutos, éstas salen, las comprueba y las coloca entre las páginas de un libro. GLORIA: Tras cerrar las cortinas e inspeccionar impacientemente su habitación en el Hotel Lenin, perfuma el ambiente con un frasco de Chanel. Se desnuda y se dispone a tomar una ducha. El agua caliente tarda en llegar, lo cual la inquieta todavía más, si bien finalmente llega y consigue relajarse bajo el agua. ERICK: Después de hacer los deberes, se ha puesto a jugar con los puzzles nuevos que le regalaron para su cumpleaños. A uno le falta una pieza. EUNHA: Se sienta en un banco a observar. Prepara la cámara y la coloca sobre su vientre. Instantes después cambia de perspectiva, alza la vista y descubre las ramas peladas de un olmo agrietando el cielo cubierto de invierno. Trae la imagen, enfoca, cierra la apertura un punto, y atrapa el momento. MOHAMMED: Detiene el taxi detrás de otro taxi, delante de la terminal A. Lo deja en punto muerto, tira del freno de mano y se enciende un pitillo. OMEWA: Ha escrito la fecha en la pizarra con suma dificultad. Parece no tener fuerza en el brazo. Comprueba el reloj de la pared. Faltan dos minutos. Tose. Se sienta en la silla, algo mareada. No se encuentra bien. PIERRE: Mira hacia abajo. Los coches parecen de juguete. Las personas, hormigas. Las sirenas parecen proceder de todas partes de la ciudad. No siente nada. Ni siquiera vértigo. Es el momento de saltar. Salta. SELVA: Espera a que se ponga el sol, la última lágrima naranja, para embadurnarse el cuerpo con cal, mientras murmulla algo melódicamente, una vez y otra. Ha prendido ya el fuego. CORNELL: Sin pensarlo ni un instante, suelta la cuerda y desamarra el bote. Empieza a remar hasta que no puede más y la orilla de la isla se pierde en la distancia. Entonces mira atrás, temeroso y jadeando. No le sigue nadie. SATPREET: Ha metido los pies en el río, en el río de la vida y la muerte. Recogido con las

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manos el vestido de seda, acerca la cara al agua, contempla su rostro ondulado, y se alegra de sus arrugas. MARC: Se abrocha el cinturón con firmeza, refunfuñando algo. Carga la escopeta, cruza la cocina y abandona la casa de un portazo. ELOISE: Canta una canción que escribió hace tiempo pero que hasta ahora no se había atrevido a cantar. Le prende una emoción, y llora una gota. FRANTEK: Espera impaciente junto al altar. Le sudan las manos. No sabe adónde mirar y escoge el suelo. Cierra los ojos, y sin creer, le pide a Dios que todo salga bien. DASHA: Conduce su motocicleta de vuelta a casa. De madrugada. La neblina lo torna todo borroso y grisáceo. En un cruce, de pronto, se le echa encima un coche y le pega en la rueda trasera. Sale por los aires y aterriza en el asfalto, golpeándose la cabeza. OLAFUR: Coge una tabla, se la pone debajo del brazo y se enfila al árbol por la escalera. La coloca en el último espacio, agarra el martillo y unos clavos, los aguanta entre los labios. Uno por uno los va clavando en el tejado de la caseta. Casi está terminada. ANOUKA: Aburrida, mira por la ventanilla. No hay más que arbustos, ni siquiera una colina a lo lejos. Si no fuera por la vía, que de tanto en tanto, cuando viran, aparece por la cola, pensaría que por aquí no ha puesto un pie un solo humano. NIUK: Sale de la cabaña un tanto alegre. Inspira gratamente el aire frío. Observa la cantidad de estrellas que pueblan la noche. Se aleja unos pasos que crujen. Se alienta las manos, desliza los pantalones, toma su pene y tambaleándose, mea felizmente. La orina funde la nieve. PEARL: Sus desgastadas botas siguen levantando el polvo del sendero que bordea el acantilado. De vez en cuando levanta la vista para controlar la tormenta. Parece que se aleja, aunque algunas gotas le llegan a los brazos. Acelera el paso. ONYO: Se despierta con el gallo. Sale de la cama sin abandonar la manta, que le cubre la espalda. Corre la cortina, pasa la mano por el cristal empañado de la ventana. El amanecer le quita el sueño. Siente un día espléndido y alegra el azul de sus ojos. MEL: Arrodillada sobre un cojín amarillo en el centro de su habitación. La vieja puerta de madera que da al mercado, entreabierta. Incienso quemando. Frío. Humedad. La mano izquierda sobre la palma de la mano derecha. Los ojos cerrados. Inspira profundo el aire; lo suelta emitiendo un sonido grave y continuo hasta que se vacían sus pulmones. BURAYATAN: Repasa las cuentas del día con cierta preocupación en el rostro. El delantal blanco ya no es blanco sino rojo, granate. Las manos le huelen a carne y vísceras. Muerde la cabeza del lápiz mientras piensa. MAYA: Entra en el lavabo del local, pasa el pestillo y con torpeza se sienta en la taza sin levantar la tapa. Saca el espejo del bolso, lo limpia con la manga del jersey y lo pone sobre sus rodillas. Abre la papeleta y vierte algo de polvo. Busca una tarjeta y con el carné de la biblioteca lo chafa y lo alinea. Enrolla uno de diez y se enchufa. OMAR: Se pasa el pañuelo por la frente y lo devuelve al bolsillo del pantalón. Bajo los cascos le

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arden las orejas. Observa el piloto. Entra en el aire. Comienza a leer el guión. Le duele la voz, pero no tiembla. LINA: Duerme plácidamente en su cuna de madera, boca arriba. Los puños cerrados, menos los dedos meñiques, como si los estirase un cordel invisible. De tanto en tanto, sacude las piernas y mama del chupete con su boca sin dientes. TEROS: Saca la navaja y la hinca en el pan para sacarle una rebanada. Con paciencia, lamina el queso tierno y lo dispone sobre ésta. Prueba bocado y mientras mastica busca el vino con la mirada. No hay vino sobre la mesa. La golpea con el puño, y la hunde. HUNA: Sentada en el sillón, al lado de la ventana. Sostiene con una mano los folios y la otra la reposa en la barriga embarazada. Mientras lee, va notando el movimiento en las entrañas. TIAN: Se frota los ojos. No sabe cómo acabar la historia. Pero ya no puede aguantar más delante de la pantalla. Salva el documento y se acuesta directamente en la cama, sin desvestirse, sin lavarse los dientes, con la luz encendida.

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II

BRENDA: A su salida, echa un vistazo a ambos lados de la calle, divisa un taxi y le muestra un brazo. Se detiene justo delante de ella, entra y le pide al aeropuerto, rápido. Terminal A. JOHN: Al cabo de unos minutos, vuelve a sonar el despertador. Resopla. En su intento de apagarlo lo derrumba, y se apaga. Debe despertarse, mas le puede la pesadilla. De repente, suelta un grito y se echa los brazos a la cabeza. ROSA: Sin pensarlo y sin zapatos corre hacia el metro. Con las prisas se ha dejado el monedero en casa. Piensa en pedirle algo de suelto a un joven que está usando el fotomatón. Le entra vergüenza y se cuela. ENRICO: En la página de la derecha, la 89, termina el primer capítulo. El héroe ha conseguido finalmente escaparse de la prisión de la isla. GLORIA: Sabe que aquí es difícil que las encuentre, pero no están totalmente a salvo. Mañana mismo sacará todo el dinero de su cuenta y comprará dos billetes de ida para Venezuela. Nunca le dijo a él que allí tenía una prima lejana. Será preciso cambiarse el nombre. Nadie sabe de esto, así que no se le ocurrirá buscarlas allí. ERICK: La imagen es clara, le encanta. Pero todavía le falta un pedazo de cielo y de rama para completarla. EUNHA: La fortaleza musculosa de tales ramas le trae a la memoria los baobabs del oeste africano. Recuerda el viaje. El reportaje sobre los ritos de posesión fue un éxito. Todavía guarda algo de ‘medicina’. MOHAMMED: Ojea de nuevo el periódico, despreocupado. Se aburre y conecta la radio. Son las diez; las noticias. OMEWA: Sin saber qué hacer, abre el libro de texto y decide repasar los puntos de la lección. Hoy continuarán hablando de los Divinos Sacramentos; del matrimonio en particular. PIERRE: Su cuerpo pierde el peso y gana velocidad. Siente una gran presión en la cara y en el pecho. Necesita gritar. Se disparan en su mente imágenes fugaces pero nítidas, de las manos de su madre, de un atardecer, de un beso, de la risa de un amante, la suave piel de su hija, recién nacida. SELVA: Sus ojos ya pierden conciencia. Los tambores suenan, arropan la noche con ritmos. Los niños y los viejos observan atentos. Ella canturrea su voz anciana y las plantas de sus pies agrietados comienzan a batir el suelo. A su sobrina le han echado un mal de ojo y debe averiguar quién ha sido. CORNELL: El alba asoma a sus espaldas. La silueta del Pearl se dibuja en el cielo, aún anclado en la bahía. Continúa remando hasta llegar a los lomos del galeón, el cual esa misma mañana izará velas y zarpará hacia el continente. Una vez allí, podrá recuperar fuerzas y tramar su venganza. SATPREET: Sabe que su cuerpo es tan sólo un vestido. Que en el viaje del alma no hay lugar para la carne.

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MARC: Maldice el día en que se casó con ella y se promete no descansar hasta matarla, a ella y a su hija bastarda. El vecino se le queda mirando. Sube a la furgoneta y arranca patinando rueda. ELOISE: Reproduce los acordes que nunca escribió. Su guitarra parece acordarse mejor que ella, que no piensa. Siente el calor de los focos y el público encantado. Mas alguien irrumpe con un ruido de silla y a tumbos abandona la sala. FRANTEK: Levanta la vista hacia la puerta de la iglesia, que ha quedado entreabierta. Ve entrar al fotógrafo; todavía no ha llegado el coche. Repasa por encima a los invitados, que rondarán la centena. Cae en que su hermana no está, pero no le sorprende, nunca ha entendido la palabra ‘puntualidad’, ni siquiera para las ocasiones importantes. DASHA: Silencio. Blanco. A lo lejos se escucha un silbido. Azul. Suena una melodía, de mujer, cada vez más clara, más azul, más preciosa. OLAFUR: Algo le huele mal, mas continúa con su trabajo. Su hijo siempre ha querido una caseta en el árbol. Así que, después de tanto tiempo pidiéndosela, cree que éste será el regalo perfecto para estas navidades. Tan sólo imaginarse su cara cuando la vea acabada consigue emocionarle. ANOUKA: Todavía queda una infinidad hasta llegar a Darwin y ya se ha leído los tres capítulos que le faltaban para terminar el libro. Saca un boli y el bloc de notas para matar el tiempo. Atiende a la inspiración. Escucha sin querer la conversación de sus compañeros de cabina. Parece que el hombre mayor va a volver a ver a su hijo después de veinte años de separación. Se pregunta si el crío será capaz de reconocer a su padre. Él sólo se acuerda de sus maravillosos ojos azules. NIUK: Vuelve la vista al cielo, donde le espera menguada la luna. Cuando de nuevo aparezca llena nacerá su primogénito. Aún no sabe cuál será su nombre. PEARL: No puede perder tiempo. Debe llegar antes de que despierte y vea que no está en casa. La última vez casi le arrancó la piel con el cinturón. ONYO: Hoy es el día. El tren llega a las nueve; todavía tiene más de dos horas. Mientras se asea en el lavabo piensa por todo lo que ha pasado en estos veinte años. Por dónde empezar a contárselo. Ante el espejo, se observa el rostro lúcido, joven, y se asusta un poco. MEL: Siente el batir de su corazón, en el pecho, en la piel. Un batir silencioso y contundente. De repente, un golpe bestial, en la habitación de al lado. Las paredes del decrépito edificio parecen no existir para el sonido. BURAYATAN: No le queda más remedio que subirle la pensión a la irlandesa. Le sabe mal, porque es buena chica, y muy tranquila, pero el negocio no da para más. Se le ocurre que arreglando el calentador y pintando su habitación conseguirá que la chica se lo tome mejor. MAYA: Inspira fuerte. Se pasa la mano por la nariz para limpiarse los restos. Con la lengua ultima el espejo y lo seca con la falda. Se echa un vistazo creyéndose espléndida. Al abrir el bolso de nuevo encuentra una postal del desierto de Alice Springs. La lee por tercera vez y se acuerda de una amiga que la quiere. OMAR: “...La policía acaba de acordonar la zona y prohíben la salida y la entrada del edificio. Los

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bomberos están en camino. Todavía se desconoce la identidad del individuo, pero es posible que se trate de un presunto suicida. El hecho está generando una gran expectación en los transeúntes que pasan por la concurrida avenida....” LINA: A veces ríe, en silencio. Parece reconocer el perfume preferido de su madre. TEROS: Grita el nombre de su esposa, que no quiere oírle. Sigue chillando sin respuesta. Se levanta brusco, se alienta las manos, se remanga y golpea a su mujer, que cae desplomada. Desliza sus pantalones, toma su pene y riéndose, mea tristemente sobre su cara. HUNA: No entiende la trama, tantos personajes, sin vínculos aparentes; aunque algunos sí que podrían estar relacionados de alguna manera, pero... Toda la historia parece no tener ni pies ni cabeza. TIAN: Al cabo de unos minutos, se levanta de golpe, se abalanza sobre el escritorio y abre el documento. Avanza página hasta el final, sitúa el cursor y escribe: “Después de acabarse el té con cierto disgusto,...” *

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III

BRENDA: A su salida, echa un vistazo a ambos lados de la calle, divisa un taxi y le muestra un brazo. Se detiene justo delante de ella, entra y le pide al aeropuerto, rápido. Terminal A. MOHAMMED: Ojea de nuevo el periódico, despreocupado. Se aburre y conecta la radio. Son las diez; las noticias. OMAR: “...La policía acaba de acordonar la zona y prohíben la salida y la entrada del edificio. Los bomberos están en camino. Todavía se desconoce la identidad del individuo, pero es posible que se trate de un presunto suicida. El hecho está generando una gran expectación en los transeúntes que pasan por la concurrida avenida....” PIERRE: Su cuerpo pierde el peso y gana velocidad. Siente una gran presión en la cara y en el pecho. Necesita gritar. Se disparan en su mente imágenes fugaces pero nítidas, de las manos de su madre, de un atardecer, de un beso, de la risa de un amante, la suave piel de su hija, recién nacida. LINA: A veces ríe, en silencio. Parece reconocer el perfume preferido de su madre. GLORIA: Sabe que aquí es difícil que las encuentre, pero no están totalmente a salvo. Mañana mismo sacará todo el dinero de su cuenta y comprará dos billetes de ida para Venezuela. Nunca le dijo a él que allí tenía una prima lejana. Será preciso cambiarse el nombre. Nadie sabe de esto, así que no se le ocurrirá buscarlas allí. MARC: Maldice el día en que se casó con ella y se promete no descansar hasta matarla, a ella y a su hija bastarda. El vecino se le queda mirando. Sube a la furgoneta y arranca patinando rueda. OLAFUR: Algo le huele mal, mas continúa con su trabajo. Su hijo siempre ha querido una caseta en el árbol. Así que, después de tanto tiempo pidiéndosela, cree que éste será el regalo perfecto para estas navidades. Tan sólo imaginarse su cara cuando la vea acabada consigue emocionarle. ERICK: La imagen es clara, le encanta. Pero todavía le falta un pedazo de cielo y de rama para completarla. EUNHA: La fortaleza musculosa de tales ramas le trae a la memoria los baobabs del oeste africano. Recuerda el viaje. El reportaje sobre los ritos de posesión fue un éxito. Todavía guarda algo de ‘medicina’. SELVA: Sus ojos ya pierden conciencia. Los tambores suenan, arropan la noche con ritmos. Los niños y los viejos observan atentos. Ella canturrea su voz anciana y las plantas de sus pies agrietados comienzan a batir el suelo. A su sobrina le han echado un mal de ojo y debe averiguar quién ha sido. OMEWA: Sin saber qué hacer, abre el libro de texto y decide repasar los puntos de la lección. Hoy continuarán hablando de los Divinos Sacramentos; del matrimonio en particular. FRANTEK: Levanta la vista hacia la puerta de la iglesia, que ha quedado entreabierta. Ve entrar al fotógrafo; todavía no ha llegado el coche. Repasa por encima a los invitados, que rondarán la centena. Cae en que su hermana no está, pero no le sorprende, nunca ha entendido la palabra

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‘puntualidad’, ni siquiera para las ocasiones importantes. ROSA: Sin pensarlo y sin zapatos corre hacia el metro. Con las prisas se ha dejado el monedero en casa. Piensa en pedirle algo de suelto a un joven que está usando el fotomatón. Le entra vergüenza y se cuela. ENRICO: En la página de la derecha, la 89, termina el primer capítulo. El héroe ha conseguido finalmente escaparse de la prisión de la isla. CORNELL: El alba asoma a sus espaldas. La silueta del Pearl se dibuja en el cielo, aún anclado en la bahía. Continúa remando hasta llegar a los lomos del galeón, el cual esa misma mañana izará velas y zarpará hacia el continente. Una vez allí, podrá recuperar fuerzas y tramar su venganza. PEARL: No puede perder tiempo. Debe llegar antes de que despierte y vea que no está en casa. La última vez casi le arrancó la piel con el cinturón. JOHN: Al cabo de unos minutos, vuelve a sonar el despertador. Resopla. En su intento de apagarlo lo derrumba, y se apaga. Debe despertarse, mas le puede la pesadilla. De repente, suelta un grito y se echa los brazos a la cabeza. DASHA: Silencio. Blanco. A lo lejos se escucha un silbido. Azul. Suena una melodía, de mujer, cada vez más clara, más azul, más preciosa. ELOISE: Reproduce los acordes que nunca escribió. Su guitarra parece acordarse mejor que ella, que no piensa. Siente el calor de los focos y el público encantado. Mas alguien irrumpe con un ruido de silla y a tumbos abandona la sala. MAYA: Inspira fuerte. Se pasa la mano por la nariz para limpiarse los restos. Con la lengua ultima el espejo y lo seca con la falda. Se echa un vistazo creyéndose espléndida. Al abrir el bolso de nuevo encuentra una postal del desierto de Alice Springs. La lee por tercera vez y se acuerda de una amiga que la quiere. ANOUKA: Todavía queda una infinidad hasta llegar a Darwin y ya se ha leído los tres capítulos que le faltaban para terminar el libro. Saca un boli y el bloc de notas para matar el tiempo. Atiende a la inspiración. Escucha sin querer la conversación de sus compañeros de cabina. Parece que el hombre mayor va a volver a ver a su hijo después de veinte años de separación. Se pregunta si el crío será capaz de reconocer a su padre. Él sólo se acuerda de sus maravillosos ojos azules. ONYO: Hoy es el día. El tren llega a las nueve; todavía tiene más de dos horas. Mientras se asea en el lavabo piensa por todo lo que ha pasado en estos veinte años. Por dónde empezar a contárselo. Ante el espejo, se observa el rostro lúcido, joven, y se asusta un poco. SATPREET: Sabe que su cuerpo es tan sólo un vestido. Que en el viaje del alma no hay lugar para la carne. BURAYATAN: No le queda más remedio que subirle la pensión a la irlandesa. Le sabe mal, porque es buena chica, y muy tranquila, pero el negocio no da para más. Se le ocurre que arreglando el calentador y pintando su habitación conseguirá que la chica se lo tome mejor. MEL: Siente el batir de su corazón, en el pecho, en la piel. Un batir silencioso y contundente. De

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repente, un golpe bestial, en la habitación de al lado. Las paredes del decrépito edificio parecen no existir para el sonido. TEROS: Grita el nombre de su esposa, que no quiere oírle. Sigue chillando sin respuesta. Se levanta brusco, se alienta las manos, se remanga y golpea a su mujer, que cae desplomada. Desliza sus pantalones, toma su pene y riéndose, mea tristemente sobre su cara. NIUK: Vuelve la vista al cielo, donde le espera menguada la luna. Cuando de nuevo aparezca llena nacerá su primogénito. Aún no sabe cuál será su nombre. HUNA: No entiende la trama, tantos personajes, sin vínculos aparentes; aunque algunos sí que podrían estar relacionados de alguna manera, pero... Toda la historia parece no tener ni pies ni cabeza. TIAN: Al cabo de unos minutos, se levanta de golpe, se abalanza sobre el escritorio y abre el documento. Avanza página hasta el final, sitúa el cursor y escribe: “Después de acabarse el té con cierto disgusto,...”

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GOTAS

Una gota

En una tarde que podría ser cualquier tarde y que fue distinta en muchos sitios y momentos; nublado el cielo como tantas otras veces que bien esa ciudad sabe; en la acera de una calle que tenía un nombre que no importa; no muy lejos de un árbol y a la vista de nadie que no mirase; la lluvia creó un charco y en él cayó una gota.

Con alguna música inaudible para muchos, la gota entró en ese nuevo mar caído del cielo

que todavía reflejaba su proveniencia en sus aguas de espejo. Allí perdió su ser gota, se fundió en algo más grande que le esperaba, murió para seguir siendo de otra forma: círculos, aros de olas, ondas inseparables que buscaron orillas sin nombre para olvidarlas deprisa, sin remordimientos ni nostalgias.

La gota no llegó sola, antes que ella llegaron incontables y aun después siguieron llegando

otras hasta nadie sabe cuándo. Mas únicamente a ella la vio alguien, secretamente, y no lo supo nunca; ni siquiera supo que cayó.

Otra gota Luna quedó prendida en el charco; y en él, ese instante ambiguo que era su vida. En aquel

momento no hubo nada más; la gota, su muerte, sus formas. Le atrapó la belleza de su tiempo, que se enlazó al suyo y la llevó con ella al fondo de aquellas aguas, las cuales quizá también fueran las suyas, las de su ser. Y vio en toda aquella simpleza la hermosura de un misterio que no necesitaba desvelar para aprehenderlo.

De pronto se supo preñada. Su aire se hinchó de esa mezcla de emoción y satisfacción que

es la alegría. Pero dejó las preguntas para más tarde; el buen sabor todavía permanecía en el alma. Trató de memorizarlo aun sabiendo que sería inútil. Anotó sensaciones, dibujó el acontecimiento, pero notaba que cada trazo era más corrupto que el anterior y las palabras decían demasiado poco.

Días después, durante otra tarde de lluvia y otra tarde de exilio en su estudio, Luna pintó

algo que no había previsto. De sus manos salieron unas maneras que nunca había formado; sus ojos mezclaron unos tonos que en su vida había contemplado; el ritmo entusiasmado de sus pinceles careció de dudas. Algo le intuyó el camino de cada movimiento; un camino recto, sin decisiones. El lienzo, que durante semanas había esperado en un rincón con su nada entretejida, ahora abrazaba la sangre arco-iris del parto de Luna. Apenas se apartó de él en ningún momento, temía perderlo, pero cuando retrocedió para contemplarlo la criatura le devolvió lo que había creído perdido: aquella simple sensación de belleza que la había atrapado días atrás.

Sabía que se engañaba a sí misma, que su obra, aunque salida del alma, era falsa, como toda

representación, como todo símbolo. Sin embargo, había conseguido aproximarse a la reproducción de esa misma sensación; había recreado su experiencia, aun sabiendo cuán frágil era ésta y que al fin y al cabo no era exactamente la misma. Su satisfacción era esa satisfacción insatisfecha de aquellos artistas que alguna vez en su vida llegan a rozar lo inaprensible; un precioso placer a medias.

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Por otro lado, entendió tan poco cómo lo había hecho, de dónde habían salido ese impulso

arrebatador y esa diáfana determinación, que le avergonzó tener que ensuciar el cuadro con su nombre. Todo le pareció tan asombrosamente fortuito... De modo que decidió no traicionar a su propia inspiración y lo dejó tal como había acontecido. No obstante, se sintió tan cerca de lo que acababa de crear que de súbito se arrodilló ante éste y lo besó, llevándose en los labios los óleos esmeraldas y turquesas que todavía nadaban entre los lazos del lienzo.

Otra gota Leo golpeó ligeramente con un par de nudillos en la puerta, aun habiendo un timbre

disponible en razonables condiciones. Luna no tardó en abrir. No preguntó; sabía que era él, siempre llegaba sobre la misma hora. Lo que resultaba prácticamente impredecible era el día. Aquél fue un viernes.

El hervidor de agua llegó a la ebullición justo en el momento en que se abrazaron y se

detuvo con ellos. Leo se ofreció su sofá favorito mientras Luna fue a prepararle el té de menta habitual.

-¿Tienes algo nuevo esta semana?- le preguntó él mientras ojeaba una revista de decoración

de interiores. -¿Perdona?- se excusó Luna saliendo ya de la cocina con una bandeja y las dos tazas. -¿Tienes algún trabajo nuevo interesante? Me ha empezado a aburrir criminalmente el privée

del restaurante. Los clientes ya no miran los cuadros. ...Aunque quizá sea la comida. Va siendo hora de que Joe contemporanize su arte o que se busque otro lugar donde menear sus p... paellas.-

Luna sonrió y se mojó los labios con su taza. Contempló por un instante a su amigo, como

tratando de memorizarlo o como si valorase su alma a juzgar por su aspecto. Cualquiera que fuera el veredicto, reposó la taza en la mesita y desapareció por el pasillo. Leo la atendió brevemente y se perdió de nuevo en la revista esperando todo menos una respuesta verbal; Luna nunca fue de verborrea fácil.

-Puede que no sea lo suficientemente interesante para tu sala...- pronunció volviendo con

un lienzo de unos dos metros cuadrados sujetado firmemente entre sus manos -pero estoy bastante satisfecha con este.-

Luna posó delicadamente el cuadro en el suelo y lo apoyó en la pared. Sin embargo, al

verlo esta vez cambió de idea y lo prendió de nuevo. -Ven al estudio, hay mejor luz.- Leo la siguió curioso. La escasa iluminación de la tarde mistificaba cualquier rincón de la habitación. A través del

gran ventanal. Los cristales ensuciaban la vista. Pero el enfoque estaba dentro, en cualquier rincón. Luna no se atrevió a dar la luz. Los potes de pintura medio vacíos, la moqueta de diarios antiguos salpicada de noticias y otras mentiras de colores, algunos lienzos por vestir amontonados contra una pared, otros tantos sin maquillar, pidiendo ser maquillados, camisetas y

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otros trapos recogiendo más detalles en el suelo y en la mesa, y en la mesa los pinceles compartiendo sus detalles, algunos bien peinados en sus casas de vidrio; todos se lo agradecieron.

El cuadro retornó a su caballete, si bien había sido pintado en el suelo. El caballete era su

percha. Al tiempo que Luna lo colocaba Leo contempló la maravilla del eclipse, ese momento en que la corona de luz anuncia la grandeza de lo que se esconde. No tardó en apartarse, como no tarda la luna, y el color vuelve al mundo, como volvió al mundo de Leo. Efectivamente, lo que vio no le pareció interesante; no pudo parecérselo. Todavía estaba en ello; dentro. Ni siquiera supo que era bello; no sabía hablar. Sentía explorar cada trazo, más acá de la imagen; en la textura, en los colores copulados, en su espacio. El significado pertenecía a otra esfera, en cualquier caso inefable y es posible que hasta irrelevante. Lo único cierto era la emoción, la vivencia de aquel momento, la atracción extraordinaria que experimentó. Quería vivirlo más veces.

-Lo quiero.- Luna sonrió. -¿Cuánto me vas a quitar esta vez?- añadió Leo alegremente resignado. Luna dudó. No había pensado en un precio hasta entonces. Pero también sabía que era un

error quedarse con las propias obras, especialmente con las buenas. Siempre cabe el riesgo de acabar detestándolas.

-Déjamelo unas semanas más para que aprenda a olvidarlo. Luego dame lo que consideres

justo.- -Traidora- protestó el otro en tono amistoso -sabes que la justicia no existe. Pero no te

preocupes, intentaré compensar la pérdida.- Su conversación aquella tarde giró inevitablemente en torno al cuadro. Ninguno de los dos

supo explicar qué habían experimentado en él. Ninguno de los dos supo que el otro era más feliz. De todos modos, algo más les unía en sus vidas: el placer de haber descubierto algo extraordinario, la misma cosa.

Habiéndose enredado en las palabras, que ahora le servían adictivamente de opiáceos, Leo

partió algo más tarde de lo que acostumbraba. Aunque sólo eran las seis y media de la tarde, el temprano ocaso de otoño era inminente. El sol ya no presumía, si bien iluminaba azulmente el cielo, lo suficiente como para cruzar Holland Park y oler a bello. No había mucha gente. Los caminos parecían esconder un secreto. Los árboles muriendo, llorando hojas bailadas por el viento. La bóveda oscureciendo, ahora lila y violetamente. Algunos aires sonorizando el ambiente y enfriándolo. Leo leyendo por sus poros, sus retinas, sus timbres y algo más adentro que no conocemos. Se detuvo al cruzar una ardilla su paseo; se preguntó qué traen éstas si los gatos negros traen buena o mala suerte.

Otra gota -Son maravillosas, ¿verdad?- Lou había apenas acabado de trabajar, y como cada día, volvía a su piso de South

Kensington. En su camino se encontró con la dulcemente prendida mirada de Leo amarrándose

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ágil con la ardilla por la vieja piel de un árbol. Le pareció tan inofensivo, tan simple, tan puro... Seguramente a aquél no le importaba nada más en ese momento que la ardilla, su simpático contoneo al desplazarse por el suelo, la suave ondulación de su cola delicada, sus atentos ojos, la música de las garras agrietando la corteza, su ritmo impredecible,... Seguramente a él mismo no le importó otra cosa que aquel rostro. Dudó, por ello, a interrumpirlo. Desaparecería en el acto, acaso. Pero el impulso por tenerlo era más grande que el de no perderlo. Así que se acercó y le dijo.

-¿Perdón?...- contestó Leo algo confuso, como si no entendiera el lenguaje. Lou retuvo su respuesta para asimilar toda esa nueva información que la cara de Leo le

acababa de conceder, tan de cerca. Ciertamente, la pureza se había marchitado dando lugar a esa personificación social que nos prepara para la comunicación. Sin embargo, algo indecible persistía tras la máscara. Sus ojos todavía guardaban la frescura de la pérdida, de la enajenación, aunque sus cejas y la comisura de sus labios tratasen de comportarse. Aquellos atisbos de un paraíso perdido, o mejor, latente, embelesaron a Lou despiadadamente, como un aroma o el sabor de una delicia.

-Decía que son maravillosas, las ardillas. A mí me parecen maravillosas. Y he visto cómo la

mirabas... Supuse que...- no supo qué más añadir, o al menos no supo cómo decirlo -Perdona si te he interrumpido.-

-Demasiado tarde- apuntó Leo sonriendo cordialmente. La intrusión le había molestado un poco, pero la expresión sincera y la afección espontánea de aquel extraño evaporó cualquier resentimiento transportándolo a otro lugar más acogedor y familiar.

Por su parte, Lou recayó en la gracia de aquella otra escena que fue su sonrisa. Cómo el

resto de las facciones se habían adaptado al nuevo acontecimiento; cómo sus labios habían desencadenado una ola de movimientos en su rostro, desde sus mejillas, el pliegue de sus ojos, sus fosas nasales o incluso sus orejas. Qué medidos todos, qué minuciosos; como si hubieran ensayado durante años aquella coreografía. Y su voz. Su sonido. El decir musical, templado, de sus palabras; notas con significado. Dónde habría aprendido a cantar. Qué magia le permitía hablar con esos tonos celestiales, que aún vibraron en su pecho hasta que despertó por la mañana, el día siguiente.

Otra gota -Lou, cariño, despierta. Se te va a enfriar el café- alentó delicadamente Lily al tiempo que

posaba su mano encima de la mano inanimada de su hijo, el cual despertó entonces remolonamente.

-Mmm... Lo siento mamá... ¿Cuánto tiempo he dormido?- indagó. -Pues una buena media hora. Tú padre ha salido a dar una vuelta.- Lou miró el reloj de pared y comprobó el suyo con ceño fruncido. Instantes después, su

madre añadió con esa entonación especial que sólo las madres consiguen cuando quieren dar su opinión sin hacer daño:

-¿No crees que trabajas mucho, hijo mío?- -Tú siempre sabes cómo peinar las cosas, mamá- apuntó Lou y obvió -Claro que trabajo

mucho, más de lo que me gustaría, pero como tú bien sabes es la única manera de mantenerse a flote en esta dichosa ciudad.-

-Tienes razón- cedió fácilmente Lily, dejó pasar unos segundos con resignación en su rostro y ofreció -¿Quieres que te caliente el café?-

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-¿Eh?... Ah,... mm... Yo lo haré, no te preocupes.- -Será un segundo. Además, necesito menear un poco el esqueleto- bromeó. Tomó la taza y se desplazó lentamente hasta la cocina, sosteniendo temblorosamente sus

más de noventa años en los cantos de los muebles. Aunque el humor y su vitalidad espiritual habían suspendido su aspecto y su mente en alguna lejana primavera atrás en su historia, la energía de sus escuálidos músculos parecía marchitarse cada mañana. Todos sabían, y ella más que nadie, que una de aquellas mañanas sería la última de esa rutina que llamamos 'vida' y aún la primera de otra realidad completamente distinta. Todos temían, y ella menos que nadie. El paso ya estaba dado, desde que nació, y el tiempo le había ayudado a asimilarlo colando gradualmente cada una de las angustias hasta que sólo quedaba curiosidad.

No obstante, lo único que de alguna forma la mantenía emocionalmente atrapada era que

el menor de sus cuatro hijos todavía no hubiese encontrado una pareja estable junto a la cual anidar definitivamente su vida. Lo aceptaba, ciertamente, aceptaba cualquier posibilidad, había aprendido a hacerlo a lo largo de sus vivencias, pero no podía evitar desprenderse de esa sensación de incompletitud que le suponía la soledad de su hijo. Era como si una parte de ella se sintiera sola; era como si una parte de sus entrañas quedara vacía, hueca. Por eso la ilusión con la que Lou le hablaba de su nueva pareja se multiplicaba infinitamente en ella, y hacía todo lo posible para disimularlo, si bien no demasiado.

-La semana que viene es el cumpleaños de tu hermana- anunció mientras aparecía de

nuevo con el café humeante. -¿En qué cae?- -Es el miércoles, pero lo celebraremos el sábado al mediodía. Vendrán todos a comer.- Reposó la taza en la mesita. Lou vertió un par de terrones de azúcar, sumergió la cucharilla y dibujó un par de vueltas. -

Tenía pensado salir fuera ese fin de semana... pero ya iremos otro día.- -¿Adónde ibais a ir?- -A Cornwall. Alquilaríamos una casa de campo pequeña.- -¿Con Leo?- indagó con especial interés. -Claro, mamá. ¿Con quién quieres que vaya?- Ella no contestó. Sus ojos se encontraron en una sonrisa. Una semana después. Aquel sábado que tanto había esperado. La comida había salido

estupenda, y todos felicitaron a las cocineras. El pastel estaba dispuesto, velas sopladas y aún por cortar. El champagne susurraba alegremente en las copas y divertía los labios. Fluía la charla.

Le encantaba tenerlos a todos juntos, alrededor de una mesa, aunque ocurriera menos de lo

que quisiera. Y le encantaba ver crecer a la familia. Y le encantaba Leo. Le parecía un hombre muy agradable y divertido. Se había mostrado muy atento con ella y con su marido, si bien era de esperar, pero también daba cuenta de su afabilidad con el resto, especialmente con Lisa, su segunda hija, con la cual parecía entenderse muy bien; ella y Lou siempre habían sido uña y carne. Hacían buena pareja Leo y él; deliciosos parecidos y ricos contrastes; sueños compartidos, maneras diferentes. Verlos cerca, el uno del otro, cuando ellos no se miraban ni sabían que ella espiaba, tiernamente, como espía una madre; verlos cerca era verlos juntos, unidos. Sabia intuición. Había un futuro. Cuando ellos se miraban, no había mundo alrededor; todo adoptaba

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su color, de amor, quién sabe; visión del querer. ¿Quieres azúcar?- -Sí, por favor.- Leo dejó caer dos terrones en la taza, uno detrás del otro. Lou le dio las gracias con la

mirada, que a ella le pareció eterna; se dijeron tantas cosas con ella... Leo dejó posar su mano en la muñeca de Lou. Lou vivió la caricia, acaso no más que su madre. Los dos terrones bailaron, y en algún momento, nadie sabe cuándo, se disolvieron en el café.

Otra gota -Dulce. Podría escoger otras muchas palabras, pero ninguna conjugaría mejor su vida y su

muerte. Fue chica, y me enamoré de ella; me enamoré de sus manos, de cómo se enlazaban con las

mías; de sus risas contagiosas y sus íntimos llantos que sólo compartió conmigo; de sus sueños que aún no se han realizado; de esos detalles de locura; de su andar descalza, con los pies hermosamente sucios, y de su hablar con su abuela de cosas de cualquier tiempo; y de esa manera que tenía ella de decir "no" cuando en verdad quería, y de no decirlo cuando en verdad no quería; de su oler las flores y su afición a atardeceres.

Fue mujer y se ató a mí para siempre, y volví a enamorarme de ella; me enamoré de sus

abrazos en cualquier parte; me enamoré de sus libros y de cómo los leía; de su arte en vestir rincones insospechados de cualesquiera lugares; y de sus secretos, de su confianza; y su fe en mí, en nosotros; y de mirarla cada día cuando ella no lo sabía; el color del fuego en su cara; el calor de la cama, el olor de la almohada cuando ella ya no estaba; y esos trayectos cortos entre lo habitual y lo desconocido, imaginando juntos.

Fue entonces madre y otra vez me enamoró; me enamoró su barriga embarazada, viva,

desnuda; me enamoró la fuerza con que me apretaba la mano en el parto y la alegría al ver nacer desde dentro, en sus manos su criatura, llorando; y sus caricias de nariz y su seno de leche, amamantando; la manera de arropar a los niños y de inventarse cuentos; la manera de reñirlos sin dejar de quererlos; la manera de hablarme de ellos.

Fue abuela y anciana, y aún me enamoraron sus bromas y esas cosas divertidas que hacía

con las cejas cuando se peinaba; su larga cabellera plata, que a menudo se atrevía a recoger en dos coletas, como si aún fuera una niña; acaso lo era; y su piel sembrada de arrugas y de historias; la forma en que coleccionaba las fotos de nuestros nietos e hijos, por sensaciones; y su gracia para contar recuerdos comunes; bailar juntos, lento; los besos en los labios; su ilusión por soplar las velas, pedir un deseo y cumplir otro año.

Me enamoraron tantas cosas que no he dicho... Y ahora que se ha ido, todavía la amo.- La emoción detuvo por un instante las palabras de Luke. Era consciente de cuán injusta

cada una de ellas era, fue consciente de ello cuando las escribió la noche anterior, por eso le resultó tan agriamente difícil escogerlas. Sin embargo, en aquel momento en que las estaba expresando se sintió completamente prendido de ellas, o mejor, de lo que ellas evocaban, de su representación. Las vivió como si vivieran de nuevo; sus recuerdos se hicieron presencia, experiencia. Y lo más importante, Lily, la mujer que maravillosamente la vida le había entregado y

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arrebatado, estaba ahí escuchándole, con Todo. Pasado ese instante, que no sabemos cuánto duró, Luke prosiguió: -Se marchó tan tiernamente, sin decir nada, con una sonrisa dibujada en sus labios, en sus

ojos apagados. Estaba contenta, lo sé, se sentía satisfecha con su vida, con sus hijos; sabía que su amor ya no les faltaría. Aunque también sé que hubiera preferido morir después de mí, para que yo no sufriera. Pero no te preocupes, Lily, sufro como no he sufrido en mi vida, pero te quiero como no te he querido nunca.-

Bajo el suelo del cementerio de Kensal Green, junto a sus padres, aquella tarde guardó por

siempre el cuerpo de Lily, tan sólo unos meses después de que conociera a su último yerno, el que le faltaba, y sesenta y dos años después de conocer al que había sido su amante, su esposo, su amigo y ahora su viudo. Estaban todos los que la querían, todos los que la lloraban o que la llorarían, solos, a escondidas.

-Espéranos, cariño- sentenciaba Luke, escapando su voz por alguna grieta de su tristeza al

tiempo que cerraba los ojos -espéranos, que no tardaremos en volver a estar juntos.- Otra gota El párpado cayó. Ocultó, quizá sin saberlo, el brillo de aquella retina, que entonces era un

palacio acristalado en una lágrima. Lo mantuvo cerrado con fuerza delicada que hacía inseparables las pestañas. Sin embargo, entre ellas, aquella lágrima, se escapó. Dejó el palacio, abandonó el ojo, ganó la piel sembrada del anciano que la lloraba. Solitaria, sin prisas, entre sus grietas se deslizó, regándolas de pena. Se encauzó así por los valles que dibujaban la nariz y la mejilla de aquel antiguo rostro. Besó incluso la comisura del labio, y ya en el borde de aquel hombre, decidida al vacío, se desprendió; olvidó aquellas tierras y se entregó al aire y a su peso de agua. Ambos, después de no se sabe cuántos momentos y de un vuelo irreversible, le ofrecieron el suelo; un nuevo mundo, sementado con muertos, cultivado de pasados, tal que un museo, húmedo de llanto.

Nadie la vio calar; nadie supo de ella, de su consagrar la tierra viva de aquel cementerio.

Acaso alguien la imagine, algún día de algún tiempo. En el cielo, las nubes parecieron haber detenido su viaje acelerado. Se quedaron

suspendidas en un instante sin antes o después. Un manto gris desproporcionado se estiraba a lo largo de la bóveda dejando el azul sólo para las estrellas, si bien a veces lo mostraba tímidamente entre sus pliegues. Incontables cúmulos de algodón flotaban mansos bajo su vientre. Todo aparentaba quieto, todo calmo. Sin embargo, del oeste avisaron truenos y unas sombras que oscurecieron; susurraban lluvia, decían “luego”.

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NOTAS

Tiempo: Jueves, 25 de diciembre. 08:04 Espacio: Encima de la mesita de noche. Materia: Media hoja de la Z del listín telefónico. Contenido: Cariño, lo siento. Me han llamado del laboratorio urgentemente. Las larvas se están desarrollando demasiado rápido. Lo más probable es que no pueda venir esta noche. Dale recuerdos a tus padres. El regalo de Penny está en el armario. Un beso. P. Tiempo: Viernes, 26 de diciembre. 09:08 Espacio: Encima de la cama. Materia: Un sobre abierto. Contenido: Cariño, los Edmons nos han invitado a su casa de campo en el Distrito de los Lagos. Me llevo a mis padres y a la niña. Pasaremos el resto de las vacaciones allí. Llámanos si tienes tiempo. Un beso. Claire. Tiempo: Lunes, 5 de enero. 10:12 Espacio: En el escritorio. Materia: Medio folio. Contenido: Cariño, debo asistir a una conferencia internacional en Glasgow. Durará tres días. Os traeré un regalo. Un beso. P. Tiempo: Jueves, 8 de enero. 11:16 Espacio: Enganchada en la puerta de la nevera. Materia: Papel amarillo con un borde pegajoso. Contenido: Cariño, esta tarde llevaré a Penny a su clase de ballet. Después cenaremos con mi hermana en el centro. Hay una pizza en el congelador. Hasta luego, Claire. Tiempo: Jueves, 8 de enero. 12:20 Espacio: Enganchada en la puerta de la nevera. Materia: Papel amarillo con un borde pegajoso. Contenido: Cariño, la pizza del congelador está pasada. Me he ido a cenar con Charlie. No sé cuándo llegaré. P. Tiempo: Viernes, 9 de enero. 13:24 Espacio: Encima de la cama. Materia: Un estado de cuentas del banco. Contenido: Cariño, me preocupa muy poco lo que hiciste anoche con Charlie, pero hace tiempo que no ves a la niña... Hoy prepararé cena para los tres. No tardes. Claire. Tiempo: Sábado, 10 de enero. 14:28 Espacio: Sobre la mesa de la cocina. Materia: Papel de cocina. Contenido: Cariño, siento no haber venido podido venir anoche. Problemas en el laboratorio. He venido a coger unos formularios. Lo más probable es que sea un fin de semana muy ajetreado. Dile a Penny que le prometo que iremos al parque de atracciones el próximo sábado. Un beso. P. Tiempo: Lunes, 12 de enero. 15:32 Espacio: Sobre el escritorio. Materia: Un folio a medio imprimir. Contenido: Cariño, me han ofrecido exhibir mis últimos cuadros en una galería de París. Es una gran

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oportunidad. Estaré allí unas semanas. Depende cómo vaya todo. Penny se quedará con mis padres. No te preocupes. Continúa con tu investigación. Hasta pronto, Claire. Tiempo: Miércoles, 25 de febrero. 16:36 Espacio: Mesa del recibidor, atada a un ramo de flores. Materia: Cartulina azul. Contenido: ¡Bienvenida a casa! P & P. Tiempo: Jueves, 26 de febrero. 17:40 Espacio: Sobre el escritorio. Materia: Hoja arrugada de papel. Contenido: Tenemos que hablar detenidamente. Busca un hueco en tu agenda, por favor. Claire. Tiempo: Viernes, 27 de febrero. 18:44 Espacio: Mesa de la cocina. Materia: Cartón de envase de los cereales. Contenido: Cariño, te prometo que este domingo estaré en casa. Podrás contarme todo lo que quieras. Un beso, P. Tiempo: Domingo, 29 de febrero. 19:48 Espacio: Sobre el escritorio. Materia: Una hoja de recibo. Contenido: Como no venías hemos ido a patinar a Richmond. La comida está en la nevera. Será mejor que nos veamos. Vuelvo a París pronto. Claire. Tiempo: Lunes, 1 de marzo. 20:52 Espacio: En la mesita de noche. Materia: La tarjeta de un restaurante. Contenido: Siento lo de anoche, cariño. Ya sabes cómo voy de trabajo. Hablaremos mañana. P. Tiempo: Martes, 2 de marzo. Espacio: Sobre el escritorio. Materia: Un folio escrito por la parte trasera. Contenido: Este domingo vuelvo a París. Tiempo indefinido. Buen trabajo. Por el momento mis padres volverán a quedarse con la niña. Visítalos, te lo ruego. Espero verte antes de partir. Claire. Tiempo: Miércoles, 3 de marzo. Espacio: Sobre la cama. Materia: Una hoja de cuadros estadísticos. Contenido: Cariño, me han ofrecido que vaya a Houston a entrevistarme con una eminencia en mi campo, así que me temo que no podremos despedirnos. Disfruta mucho en París. Hasta la vista. Un abrazo, P. Tiempo: Domingo, 7 de marzo. Espacio: Sobre el escritorio. Materia: Un folio. Contenido: Paul, lamento tener que decirte esto así. He conocido a alguien en París, vamos a vivir juntos. Además, me ha conseguido un trabajo estupendo en un museo. No tengo intención de volver. Penny ha decidido venirse conmigo en cuanto acabe la escuela este año. Quiero empezar una nueva vida y necesito a alguien a mi lado que me ofrezca calor y que esté por mí, que me abrace más que me escriba. Espero que lo entiendas. Cuídate, Claire.

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LA FÁBULA DEL CREYENTE

“La religión es un capítulo monumental en la historia del egotismo humano.”

WILLIAM JAMES

“Es vuestro propio corazón que palpita y no lo sabíais, lo tomabais por una cosa externa.”

SWAMI VIVEKANANDA

“Pienso, luego creo.” DESCARTES HONESTUS

Sin soberbia alguna, ni falta de precisión, puedo afirmar que soy el más indicado para contar la historia de Alguien. Nos conocemos desde hace tiempo, más de lo que él calcula. Ninguno de los dos recuerda cómo, ni cuándo, ni dónde tuvo lugar el encuentro. Ninguno de los dos sabe por qué. Sin embargo, hemos permanecido juntos desde entonces, inseparablemente. No ha habido mañana ni noche que no conviviéramos. Sólo nos aleja el sueño, momentáneamente.

Sé de él todo lo que nadie sabe; sé sus secretos mejor guardados (yo los guardo); sé sus miedos; sé sus rencores más agrios; sé sus indecentes pasiones y toda su vergüenza; sé la maldad inconfesa; sé su tristeza; sé lo que quiso decir y no dijo; sé cada una de sus intenciones; sé sus esperanzas discretas; sé aquello que sólo escribió para sí mismo; sé las limitaciones de su ilimitada ignorancia; sé sus modestas riquezas y sus desgracias; lo compartimos todo.

Nuestro amor es único, es precioso, es un milagro. Hemos entendido que no podemos vivir el uno sin el

otro; no tiene sentido. Es una necesidad. Por ello, debemos hacer todo lo posible, y lo imposible, por mantenerlo. Es un compromiso. Como muestra de esto, aquí y ahora os ofrezco esta historia; su historia; nuestra historia. Mas sólo a Alguien se la dedico. En un tiempo tan impreciso como lejano, en cualquier lugar, vivía felizmente Alguien. Desde que se levantaba hasta que se acostaba se limitaba a hacer lo que su voluntad le pedía tácitamente. He dicho “se limitaba”, si bien sería mejor enunciar que se entregaba ciegamente a su voluntad. No había nada que temiera, ni nada que le preocupara. No había lugar en sus entrañas para el arrepentimiento o la pena. Entre sus desconocidos estaban el odio, la ambición y la envidia. Mas tampoco sabía nada del cariño, de la ilusión o de la gracia. Sus días no eran días, ni sus noches noches, ni su sueño sueño. Vivía inviernos y primaveras, veranos y otoños, pero todo era la misma estación de un año que no era año; todo era un momento. Viajó por todas partes, todas diferentes, distantes, todas una, y nunca supo volver. Lo descubrió todo mientras se lo encontraba, y alguna vez pudo acordarse sin querer, pero no separarse; la experiencia le abrazaba con fuerza. Su voluntad era tan pura, y Alguien tan dócil, que ni siquiera se esforzaba aquélla en obligarle a hacer. Hacía, simplemente. Era feliz, absolutamente; pero no lo sabía. Sin embargo, un día, después de una noche y de un sueño, Alguien despertó, y se vivió despierto. Abrió los ojos, se incorporó en el lecho y en el acto se echó hacia atrás, asustado. ¡Qué

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era todo aquello! ¡Moviéndose! ¡Y lo quieto! Se protegió la cabeza por instinto renunciando a mirar. Mas oyó, sonidos a su derecha, a su izquierda, detrás, cerca y lejos. Abrió de nuevo los ojos buscando la fuente de ese extraño ruido. No encontró nada, sólo movimiento, quietud y diferencia. Todo parecía único, insólito. En su memoria estaban todas aquellas imágenes, aquellos sonidos, pero ahora se le presentaban como terribles y extraños. Sintió sentir frío, un calambre veloz e íntimo recorriendo su espalda. Pensó en ese frío. Pensó en la sensación. Pensó que pensaba. Se cubrió los ojos con las manos y notó los ojos, las manos y el pensamiento. Dejó entrar la luz entre los dedos y observó los pliegues de su piel; se estremeció. Le sorprendió luego una vena en su muñeca bombeando lo que no supo era sangre. Notó la sangre. Notó la vida, dentro, y por un momento quiso salirse de ella. No entendía nada, y todo estaba lleno de todo. Incluso él era algo otro; sin sentido, y solo. La distancia entre su él y lo demás era vertiginosa, y lo peor, insalvable. Por mucho que se acercara a cualquiera de aquellas apariciones las vivía distintas, ajenas, impenetrables. Entonces se alzó, armado de un valor espontáneo, casi vehemente, posiblemente curiosidad; se olvidó de su cuerpo y salió afuera. Allí le esperaban la magnificencia etérea de unas nubes, la inmensidad cercana e inabarcable del cielo, el olor del alba, un horizonte sin fin, un mar de montañas secretas, un desierto de agua salvaje, una sierra de arena interminable, la selva verde y oscura, el sabor del aire, un río, la estepa, nada más que blancura y hielo, seres de toda especie, por todas partes, y sobre todo, un sol nuevo tan flamante como misterioso que le devolvió el cuerpo al rociarle cálida luz. En ese instante, la calma le entró en la sangre, y de la sangre a la mente. Le pareció que aquello otro le acariciaba, como tratando de consolarle. Sintió el cariño. Mas todavía le flojeaban las piernas, del asombro, de la impotencia, de la ignorancia. Y algo espantoso se le apareció dentro: el después. Sintió el vértigo. Vulnerable, sobrecogido, se arrodilló en el suelo y vivió la primera lágrima. Al día siguiente, Alguien creyó.

Creyó que existió una época remota, la Época del Sueño, en la cual el mundo recibió su forma, tal como aparecía entonces. Seres ancestrales, como los hombres-canguro, los hombres-emú o los hombres-higo se desplazaron por toda la tierra, cazaron, lucharon, se casaron, defecaron, rieron y realizaron ceremonias. Sus huellas y acciones devinieron las colinas, los árboles, las cuevas, las estrellas, las rocas... En todos esos lugares todavía habitaban aquellos seres, eran sagrados. Alguien era su descendiente. Alguien pertenecía a un clan que debía preservar esos lugares sagrados, contar la historia, cantando, y llevar a cabo las ceremonias, bailando, haciendo música, el cuerpo pintado. Todas sus acciones dependían de las de sus ancestros. Si no llovía o la comida era escasa, Alguien había aprendido que debía frotar ocre rojo en una roca sagrada o verter su sangre en ella. Estas rocas tenían un poder especial, sobrehumano, hacia el cual Alguien debía siempre mostrar respeto y nunca ofenderlo. No obstante, este poder podía ser obtenido y regenerado realizando periódicamente tal rito. Para Alguien toda la realidad estaba llena de espíritu. Lo compartía con todo, con las rocas, con el agua, las plantas, sus hermanos, sus difuntos padres, sus futuros hijos, con las historias mismas o las ceremonias. Y asumía que en el día de su muerte su espíritu volvería a su existencia puramente anímica, y que aún entonces sus muertos y sus vivos estarían con él, cuidándole.

Alguien creyó, y así comprendió, y ya no hubo vértigo en sus entrañas. Al día siguiente, Alguien creyó.

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Creyó que en toda la naturaleza habitaban fuerzas que regían toda la vida y toda la muerte

de todas las criaturas. En el cielo habitaba un espíritu, en la tierra habitaba otro, en el agua, en los árboles y en todo. Hananim, el espíritu del cielo, dador de la luz y de la lluvia, del respiro y la vida, del desastre natural como castigo, era el más respetado. De Hananim nació Ung, Ung se humanizó para casarse con aquel oso que él mismo había convertido en mujer, y de ese matrimonio nació Tangun. De Tangun descendió un pueblo y en el pueblo nacería y moriría Alguien. De esta forma, Alguien se sentía arropado tanto por su gente como por su naturaleza. Vivía en completa armonía. La esencia de tal armonía dependía de la interacción perpetua de dos fuerzas primordiales opuestas: el Yin y el Yang, el no-ser y el ser, la mujer y el hombre, la oscuridad y la luminosidad, lo pasivo y lo activo, la debilidad y la fuerza, lo destructivo y lo constructivo. Alguien tenía siempre presente que el fluir de esa interacción nunca debía ser obstruido o perturbado. Si en alguna ocasión la unidad cósmica se rompiera, debería acudir inmediatamente a una Mudang para que, mediante un sacrificio ritual, fuera restaurada. Era tan importante el papel de ésta mujer, que en su día fúnebre solamente ella podría invocar a su espíritu y guiarlo hacia el reino de lo sagrado.

Alguien creyó, y así comprendió, y ya no hubo vértigo en sus entrañas. Al día siguiente, Alguien creyó. Creyó que el universo era un océano interminable del cual, en un tiempo remoto, una

colina emergió, y en la colina comenzó la vida y nacieron los dioses que constituirían todas las fuerzas poderosas de la naturaleza y los pueblos humanos. Amun, rey entre los dioses; Re, dios del sol; Isis, la gran madre; Osiris, dios de la fertilidad, de la vegetación y del más allá; Horus, hijo de éstos y dios del cielo; Sebek, dios del agua; Seth, dios de las violentas tormentas y fratricida; Hathor, diosa de la danza y del amor; Thoth, dios de la luna y la escritura; Anubis, dios de los muertos, guardián de las tumbas y los cementerios; Khnum, escultor de los hombres, de las aguas, y de los dioses. Todos y más acompañaban la vida y la muerte de Alguien. Por ello era su deber adorarlos y ofrecerles sacrificios, alimentarlos y construirles templos. La piedad era su norma de conducta. Lo aprendió de los sabios libros. También aprendió que en su día postrero una balanza compararía su corazón al de una pluma; Thoth de testigo y asimismo Osiris. Si la piedad de su corazón sobrepasara la liviandad de la pluma, Alguien sabía su destrucción eterna. Si el caso fuera el contrario, Osiris le esperaría en la opulencia del ultramundo. En su sarcófago pondría entonces una copia en papiro del Libro de los Muertos para guiarle en tal extraordinario y dificultoso viaje. Su cuerpo, no obstante, sería preservado y cuidado por su gente, para que pudiera utilizarlo durante y al final del camino.

Alguien creyó, y así comprendió, y ya no hubo vértigo en sus entrañas. Al día siguiente, Alguien creyó. Creyó que en el principio, YHWV, el que es, creó. Creó todo lo posible y lo imposible,

pues suyas eran la omnipotencia y la eternidad. Creó así el paraíso y en el paraíso al Hombre y del Hombre la Mujer. Sin embargo, aquella pareja primordial cambió aquel jardín divino por la tentación y el mundo. En el mundo, YHWV escogió a un arameo errante, le prometió una tierra y le ordenó levantarse y andar hasta dar con ella. De los hijos de su nieto se formarían doce tribus y de ellas todo un pueblo. Éste sería el escogido para construir un reino de sacerdotes que habrían de servirle y adorarle, y así representar su sagrada alianza con todas las familias de la

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Tierra. YHWV habló al profeta en el monte Sinaí. Le contó todo lo que necesitaba saber. Le regaló los Cinco Libros de la Ley. Y le desveló su Ser Uno, Absoluto, Señor de todas las cosas. A los trece años de edad, rodeado de su familia en su Bar Mitzvah, Alguien tomó en toda su alma la responsabilidad de aquel compromiso y de aquella historia. Asumió su deber sagrado, el de obedecer y preservar la Torah, la Ley, la Voluntad Divina, y de este modo promover la llegada del Reino de YHWV en la Tierra, la cual sería anunciada algún día por un nuevo Rey, por un nuevo Messiah. Entonces la bendición caería de nuevo sobre el Hombre. Hasta ese momento, tres veces al día, Alguien susurraría el Shema a los oídos infinitos de Israel: “...El Señor nuestro Dios, el Señor es uno, y debes amarlo con todo tu corazón, toda tu alma y toda tu fuerza.”

Alguien creyó, y así comprendió, y ya no hubo vértigo en sus entrañas. Al día siguiente, Alguien creyó. Creyó en toda la existencia y la llamó Brahman, aliento espiritual de todo, origen y causa,

sat-cit-ananda; neutro, incognoscible, esencia desdoblada en divina trinidad: en Brahma, en Vishnu, en Shiva, multiplicando, preservando, destruyendo y recreando el ritmo cíclico del mundo donde después de cada fin hay siempre un principio. Era la Ley Eterna. En Samsara, la Rueda de la Vida, Alguien nacía y renacía indefinidamente, sin muerte. Cada paso en ese vicio era esculpido por sus actos, por su karma. Mas supo una salida y tres caminos. El primero, jnana-marga, buscaría tras lo pasajero e ilusorio el conocimiento y la comprensión de lo real, y en cada respiro, en cada Om, rozaría íntimamente lo Absoluto. El segundo, karma-marga, haría lo debido, cumpliría siempre su cometido según su lugar en el mundo. Y el tercero, bhakti-marga, entregaría su corazón a cualquiera de las expresiones del inexpresable Brahman, en eterna reverencia, en eterna adoración. Al final de cada uno el atman de Alguien abriría las puertas de mokhsa; libre, tranquilo, seguro; sin cuerpo, sin pena, sin ignorancia; sin karma. Hasta entonces, seguiría viajando por el Ganga.

Alguien creyó, y así comprendió, y ya no hubo vértigo en sus entrañas. Al día siguiente, Alguien creyó. Creyó que Ahura Mazda, el Sabio Señor, creó el universo y todo lo que en éste había, el

mundo material y el mundo espiritual. Y a su vez, Angra Mainyu, el Espíritu Destructivo, creó los demonios y el infierno, y de ahí toda la desgracia y la corrupción. De modo que, el mundo y los cielos devinieron por siempre un campo de batalla entre las fuerzas del Bien y las fuerzas del Mal. Entre las filas de las primeras, Ahura Mazda enroló a su séptima creación: la humanidad. Arropados en camisas de algodón blanco y amarrados por una cuerda, la misión de sus hombres y mujeres no sería otra que luchar buenamente; ejercitarían su poderosa libertad para escoger siempre lo bueno y correcto. Ahura Mazda presentó a aquéllos sus hijos e hijas para guiarlos en tan larga y dura contienda. Así conocieron a Vohu Manah (Mente Buena), Asha (Rectitud), Armaiti (Devoción), Kshathra (Dominio), Haurvatat (Entereza) y Ameretat (Inmortalidad). De entre los mortales sólo uno fue escogido para hablar su mensaje. Así fue de Zoroastro de quien Alguien aprendiera todo lo necesario. Algún día, confiaba, la batalla sería ganada y el mundo recobraría su estado de bondad original. Entonces, aquellos que en su combate habrían pensado, dicho y obrado bien serían acogidos en el abrazo perfecto y eterno del Creador. Aquellos vencidos por el mal se pudrirían en el más terrible de los infiernos, donde el dolor no conoce límite ni tiempo.

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Alguien creyó, y así comprendió, y ya no hubo vértigo en sus entrañas. Al día siguiente, Alguien creyó. Creyó en un mundo ideal, absoluto y eterno, poblado infinitamente de arquetipos. En él

moraba el Gato de todos los gatos, el Hombre de todos los hombres, la Montaña de todas las montañas, el Triángulo de todos los triángulos... Existían éstos sin tiempo ni cambio, inmutables. Y de entre todos ellos el más noble y bello era el Bien. Creyó que tomando aquel mundo como modelo un Obrero había amasado el azar y fabricado otro mundo, un mundo que se podía tocar, gustar, ver, oler y escuchar. Así, de cada esencia había ido esculpiendo una cosa hasta llenar el cosmos. Sin embargo, en cada copia nacía inevitablemente la corrupción. Y es que aquel mundo materializado, aunque participaba del mundo ideal, no era más que mera apariencia y se presentaba siempre contradictorio, precario e inestable. De modo que Alguien debía desconfiar de él y hacer todo lo posible para volver a aquellos arquetipos perfectos y verdaderos. Su alma joven, honrada y armoniosa debía ser educada en el recuerdo de su esencia, entrenada en las artes de la música y la gimnasia, aprendida en los estudios de Pitágoras y entrada en razón por la dialéctica. Debía volver en sí, reflexionar sobre todo lo que existe y buscar en ello lo común, el fundamento invariable y universal. Sólo por ese camino podría liberarse de las sombras y reflejos confusos de la imaginación y llegar a la noesis, o intuición intelectual de lo ideal, por la cual gozaría de la contemplación del Ser, del Bien Absoluto. Su sabiduría sería entonces completa, y su alma, fundida en lo inmutable, pura, buena, inmortal. A partir de ese momento, habiendo conocido lo Bueno y Verdadero, su misión sería gobernar a su pueblo y hacer de éste una réplica fiel del mundo ideal: justo, estable, armonioso, e incomparablemente bello.

Alguien creyó, y así comprendió, y ya no hubo vértigo en sus entrañas. Al día siguiente, Alguien creyó. Creyó en las analectas de K’ung-fu-tzu, el maestro. En ellas radicaba la búsqueda del

bienestar de los humanos, del orden, de la paz, de la justicia: de T’ien-ming, de la voluntad del Cielo. Para realizarla, cada individuo de la sociedad debía cultivar su espíritu, practicar el respeto y la lealtad, y perfeccionar sus acciones mediante Li, la conducta correcta. Li indicaba a Alguien su obrar minucioso y apropiado en cada momento, según el ritual. Cada funeral, cada sacrificio, cada ceremonia, cada música, cada poesía, cada paso de su vida, seguía el perfecto camino de Li. Únicamente este camino le llevaría hasta jen, hasta la pura benevolencia, hasta la completa humanidad de espíritu, de donde sólo piedad podría emanar. A partir de esta fuente de bien la semilla de la paz, y del orden, y de la justicia, sembraría lo social, y T’ien-ming sería así cumplida. El chen-tzu, aquél entre aquellos que alcanzara tal sabiduría, tal virtud, tal equilibrio interno, habría realizado su propia y verdadera integridad, y de este modo devendría uno con el Cielo y la Tierra, armónicamente. El bienestar humano sería entonces Bienestar, universalmente.

Alguien creyó, y así comprendió, y ya no hubo vértigo en sus entrañas. Al día siguiente, Alguien creyó. Creyó que dos seres primordiales fueron los creadores de todo lo que había, de la

humanidad y aun de los dioses. Estos seres fundamentales eran Ometecuhtli, el Señor de la Dualidad, y Omeciuatl, la Señora de la Dualidad. Ambos cohabitaban el treceavo y más alto cielo.

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Aquella maravilla tan vital que era el Sol había nacido en Teotihuacan, fruto consagrado del auto-sacrificio de un dios menor y leproso. Los dioses restantes tomaron ejemplo y ofrecieron la sangre para poner al Sol en movimiento a través del cielo. No obstante, para hacer volver al Sol por el horizonte era preciso alimentarlo con más sangre; sangre humana, de corazón. Así, el sacrificio constituía su deber fundamental, el deber de toda la humanidad. El orden y la existencia estaban constantemente en juego.

Alguien creyó, y así comprendió, y ya no hubo vértigo en sus entrañas. Al día siguiente, Alguien creyó. Creyó en una verdad única y un único lenguaje para decirla. Creyó en ella el simple y puro

fundamento de todo, a partir del cual cualquier cosa podría ser deducida lógicamente. El Universo la guardaba en su esencia, armónicamente, inmutable y eterna. Y asimismo se formulaba, en leyes irreductibles, atemporales y determinadas. El mecanismo del mundo, de los acontecimientos, el movimiento constante y repetitivo de los cuerpos, la máquina total, ya no guardaba secretos. El conocimiento racional de Alguien había descifrado las combinaciones y los juegos del Universo. En su ciencia el cómo y el porqué quedaban demostrados mediante el cálculo riguroso y una experimentación lenta y laboriosa. Sin embargo, tal conocimiento de lo existente a menudo le hacía sentirse extraño, como separado de ello. El mundo se le presentaba indiferente, pálido, sin sabor ni asombro, y lo peor, sin sorpresa. Pero Alguien sabía que era el precio de escoger la verdad. Todos los que formaban parte de la comunidad habían asumido tal elección. No sólo compartían su condición de extraños al mundo, sino principalmente los secretos esenciales de éste. Su poder era absoluto, casi divino, y el resto del pueblo lo sabía. Ante su saber omnisciente la naturaleza en su enteridad se arrodillaba. Tanto Alguien como cada uno de la comunidad de escientes sabían el orden y lo manipulaban; eran dueños del destino.

Alguien creyó, y así comprendió, y ya no hubo vértigo en sus entrañas. Al día siguiente, Alguien creyó. Creyó que su Fe era la más tardía pero no la última de las fes del Dios que es todos los

dioses. Creyó que el Báb, La Puerta, anunció la aparición inminente de un nuevo mensajero. Después de Moisés, Zoroastro, Buda, Cristo y Mahoma, éste sería el profeta. Encadenado en la oscuridad del Hoyo Negro por seguir las palabras del Báb, Mírzá Hussayn-‘Alí se vivió ese profeta. Liberado de las cadenas pero no de la condena, en el exilio comenzó a ser Bahá’u’lláh, la Gloria de Dios. Encerrado de nuevo, dibujo la voz del Único y Todo en las páginas de El Libro Más Sagrado. En ellas recordaba su divina trascendencia, inabarcable por el conocimiento humano. Recordaba sus Mensajeros, fundadores de grandes religiones, comunes todas en el ensalzamiento espiritual del ser humano. Recordaba la unidad esencial de éste y la necesidad de paz. Recordaba la igualdad de todos frente a Él, en su búsqueda y adoración; mas en ese buscar y ese adorar no había regla ni sacerdocio. En los templos de nueve lados, las nueve puertas permanecían abiertas; las palabras y los símbolos expresaban todos los credos de la Tierra; y cada diecinueve días había una fiesta, otro recuerdo: la Comunidad. Alguien sabía el Plan Divino: la armonía, la paz, la unidad universal de un ser humano universal: uno, armónico, esencialmente igual.

Alguien creyó, y así comprendió, y ya no hubo vértigo en sus entrañas.

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Al día siguiente, Alguien creyó. Creyó en su esencia espiritual sin muerte ni divisibilidad. A ésta la llamó Thetán. Todos sus

hermanos humanos la compartían siendo. Sin embargo, todos, y él, vivían anclados a sus mentes y a sus cuerpos, torturados íntimamente por los pesares de la existencia. La Dianética le enseñó que su mente reactiva había ido almacenando sensaciones, sentimientos y recuerdos indeseables durante toda su vida, los cuales constituían su fuente principal de dolor, de llanto y de parálisis espiritual. Mas supo una salida, una posibilidad extraordinaria de liberarse de todas esas sobras putrefactas de su Thetán, de purificar radicalmente su ser espiritual, de rehabilitar sus ilimitadas capacidades innatas, recuperando así la bondad original, la comunión con el Universo y aun su propia inmortalidad. Entre su humanidad mundana y aquel estado supremo de ser se tendía un puente de dos pasos. Por un lado, Alguien, y todos, debían recibir auditación; un miembro entrenado de la Iglesia les guiaría privadamente por sus vidas mediante preguntas adecuadas, y con la ayuda de un electropsicómetro detectarían esos recuerdos y sentimientos que generasen pesar y tormento. A partir de aquí, cada uno debería desprenderse personalmente de ellos y alcanzar finalmente la claridad de espíritu y de conciencia. Por el otro, era preciso estudiar las Escrituras del único maestro, el Señor Hubbard, en las cuales el sendero hacia un nuevo ser humano había sido trazado.

Alguien creyó, y así comprendió, y ya no hubo vértigo en sus entrañas. Al día siguiente, Alguien creyó. Creyó que había algo diferente en él. Observó a las demás criaturas y notó su ser humano

más puro, un ser radicalmente especial. En él habitaba su conciencia, en él era lo consciente. Vivió su existencia individual, la comprendió única, aunque esclava de lo mundano, de la moral de rebaño, de la ignorancia, del dogma perenne, del dios externo, del estancamiento y de la mortalidad. De modo que asumió una necesidad inexorable: la transformación, el cambio. Se inició en el Templo y aprendió inmediatamente la palabra, la Palabra Eterna de Set: Xeper. Su vida devino entonces camino, camino para entrar en Ser, y así, finalmente, divinizarse en Absoluta Voluntad Individual. En la Orden del Leviatán le enseñaron a buscar los principios esenciales de la Identidad, la Inteligencia y la Inmortalidad mediante el aprendizaje y el conocimiento. Le introdujeron en la Trayectoria de la Mano Izquierda y aprendió los arcanos y la magia negra, el autocontrol y la responsabilidad. Le animaron a descubrir las vías de la sabiduría y del entendimiento a partir de las cuales podría llegar a experimentar Xeper íntimamente y remanifestarlo en el universo objetivo. Sabía que tarde o temprano, acompañado de disciplina y estudio, arribaría al final de aquel camino, de aquel trayecto siniestro, y devendría Dios-en-el-mundo.

Alguien creyó, y así comprendió, y ya no hubo vértigo en sus entrañas. Al día siguiente, Alguien creyó. Creyó que la humanidad había estado sufriendo una regresión espiritual durante millares

de años. Guerras, pobreza y enfermedad se sucedían generación tras generación. Sin embargo, en un tiempo no muy lejano tal putrefacción cesaría para siempre. Un día de octubre el Arcángel Uriel, que entre otros había sido Buda, que había sido Mona Lisa, Sócrates, Benjamín Franklin, Enrique VIII, el Rey Arturo, Carlomagno, Confucio, la Reina Elizabeth I, Pedro el Grande,

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Kepler, Poseidón y Ruth Norman, recibió un mensaje de Alta, el líder científico del planeta Vixall: una nave del planeta Mitón acudiría a la Tierra y aguardaría bajo el mar. A ella le seguirían treinta y una más durante los siguientes nueve años, cada una tripulando mil Hermanos del Espacio, de entre los cuales los Pleyadeanos de la constelación Tauro serían los primeros. Ellos darían comienzo a la misión en el planeta azul: el renacimiento espiritual del ser humano. Enseñarían a la humanidad el camino del amor, de la paz y de la coexistencia armoniosa. Y entonces el planeta podría unirse a la Confederación Interplanetaria junto a los Hermanos. No obstante, para que esto se llevara a cabo era preciso previamente que la especie humana aprendiera la Ciencia de la Vida. En el Centro para la Enseñanza del Nuevo Mundo, miembros de la Academia continuaban canalizando las enseñanzas y consejos de aquellos seres cuya evolución espiritual era mucho más elevada. En él Alguien estaba aprendiendo dicha Ciencia, una ciencia interdimensional para el entendimiento global de la existencia, ayer, hoy y mañana. Conoció sus vidas pasadas y las purificó mediante terapia. Aprendió a controlar la mente y el cuerpo. Amplió su conciencia; descubrió su ser atemporal; que cada una de sus muertes le elevaría un grado más espiritualmente, acaso en otro planeta, y que esa evolución era eterna. Pero sobre todo vio su meta, vio que el sentido de sus pasos le llevaban a la liberación psíquica, a la más íntima de las paces, a la inmortalidad del alma, llena de pureza. Y por ella, últimamente, a la aprehensión del Concepto Infinito de Creación Cósmica, cuya sublime energía habitaba cada cosa, cada respiro, cada criatura, en su esencia, fundamentalmente. Y en ése momento, Alguien devendría todo el Universo y la espiritualidad suprema, por siempre, infinitamente.

Alguien creyó, y así comprendió, y ya no hubo vértigo en sus entrañas. Sin embargo, al cabo del tiempo, acudió una mañana distinta, con otro cielo y otra vida;

Alguien dudó. Todas las creencias que se habían ido sucediendo día tras día en su pecho y en su mente

se le presentaron entonces juntas. Se le acumularon las almas, los espíritus, las fuerzas extrañas, los poderes, los dioses, los ancestros, las leyes, las verdades, los maestros, los hermanos, las muertes, las reencarnaciones, los paraísos y los infiernos, las plegarias, las escrituras sagradas, los órdenes imperecederos, los sacrificios, los símbolos, las ofrendas, los castigos, las obras buenas, las salvaciones y los salvadores, los mundos, los submundos y los 'más allá', las creaciones, las profecías, las hecatombes, los encuentros con lo absoluto, las paces eternas y los amores sin tiempo.

De pronto, supo que no sabía, y un temblor le recorrió el cuerpo. De entre todas las

creencias, ¿cuál era la auténtica y verdadera? Acaso ninguna; o todas. Pensaba confuso y sentía impotencia ante tantas opciones. Las posibilidades se expandían infinitamente. Cómo saber la verdad entonces. Y qué pasaría si su elección fuera equivocada. No quería ni imaginarse las consecuencias. No sabía, no sabía qué creer ni qué hacer; cuál era el camino a seguir, el camino correcto. Ni siquiera sabía su fin. Andaba por andar, extraviado, a la deriva. Y lo terrible es que no podía sacárselo de la cabeza ni arrancárselo de las entrañas.

Pensó en quitarse la vida, pero algo, como una voz muda, íntima, le dijo desde bien

adentro que no lo hiciera; le aseguró que todo iba a ir bien. Tan sólo debía seguir su consejo y no contárselo a nadie, aunque tampoco le creerían y lo tomarían por loco. Aquellas palabras parecían surgir de su propia conciencia, pero de algún modo sentía su otredad, su diferencia; las vivía dentro, si bien distintas. Seguía siendo una sensación como de algo más, como en las creencias anteriores, con cierta capacidad misteriosa para influir el devenir de los acontecimientos. No

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obstante, carecía de aquello supremo, sagrado y absoluto que había sentido tan intensamente con aquéllas. Lo que fuera que le hablaba estaba confinado en él; sin él no era nada.

Al principio no acontecía a menudo, únicamente cuando dudaba y se sentía vulnerable.

Sin embargo, paulatinamente fue ganando presencia en su pensar y le impulsaba a hacer lo que fuese necesario para su propio cuidado. A menudo eran acciones totalmente absurdas, como no pisar nunca las líneas en el suelo o saltar por encima de las sombras, llevar siempre madera encima o enjuagarse la boca tres veces después de cepillarse los dientes. Los números eran favorables si eran múltiplos de tres, así que se dedicaba a sumarlos todos en cualquier parte. A veces era mejor vestirse el calcetín en el pie derecho primero, otras en el izquierdo. A veces debía coger las cosas sólo con la mano derecha, otras con la izquierda. Si tenía un pensamiento inapropiado, usualmente le hacía detenerse, cerrar los ojos, y contar hasta nueve. Algunas cucharas era preferible no usarlas y era importante el color y la forma de los vasos. No apagaba la luz del baño sin antes mirarse profundamente a los ojos. La toalla debía doblarla sin una arruga. El reloj, siempre en el mismo sitio. Evitaba colgar las llaves al azar y ponerse a dormir echado sobre el lado equivocado. Procuraba no hacer daño a nadie, pues sabía que tarde o temprano haría que le pagaran con la misma moneda. Le hizo entender que cualquier detalle era importante; cualquier paso mal dado, por insignificante que fuera, le podría abocar al infortunio y probablemente al desastre. Y si alguna vez algo iba mal era debido seguramente a no haberle hecho caso. Cada mañana, tenía que juntar las manos y darle las gracias por su amparo.

De modo que comenzó a depender profundamente de aquella voz sin sonido que parecía

habitar su cuerpo y conocerle mejor que sí mismo. Cualquier decisión, por banal que le pareciera, pasaba por su juicio. No habían ya acciones intrascendentes, todas cargaban de antemano el peso de sus consecuencias, y de entre todas las posibilidades siempre había una de nefasta. Así que la presión era cada vez mayor. Su vida se había convertido en una apuesta continua. No le podía fallar. Fallarle era fallarse a sí mismo y ponerse en peligro potencial. Estaba atrapado en su conciencia, la cual daba la impresión de haberse partido en dos. Tal vez algún día aquella presencia interior le abandonaría y volvería a quedarse solo, vertiginosamente solo. Pero ni siquiera la muerte le garantizaba tal liberación. Así que asumió su inseparabilidad con resignación.

Entonces, un buen día, como le quería tanto y le había prometido su bienestar, le dejé

escribir esto que les cuento para que tuviera esperanza. En efecto, creyó que con las palabras y la incredulidad de la gente llegaría a deshacerse de mí; o al menos, que al compartirme, despedazaría su encerrada angustia.

...Mañana será otro día.

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APÉNDICE

COMO CADA DÍA SIN VIDA

Ha abierto la puerta de cada día y ha salido a la misma calle. Un callejón sin salida donde

entran a menudo seres extraños. En la casa de enfrente tienden la ropa en los cables de teléfono y un gato muerto duerme entre chimeneas. Ha andado calle abajo, como cada día, sumando números de matrículas y saltando sombras. Y como cada día se ha detenido a saludar al unicornio de la baldosa 327. Laksmi ya ha abierto la tienda y separado las manzanas con gusanos de las podridas. Ha sacado 6 fotografías de naturalezas muertas esperando el autobús del trabajo. Ha subido al piso de arriba, como cada día, para ver paisajes urbanos y cazar algún detalle ordinario. Ha contado 32 latas vacías ante la biblioteca (habrán aumentado la oferta cultural). Se han cagado 60 palomas en la estatua del General. Ha visto 3 otoños en las hojas de los robles y al viejo de Willesden Green, que apenas le quedan 2. Como cada día, ha nadado en el mar de Barcelona al ver el agua del canal. Como cada día, ha visto a sus padres 15 veces en Edware Road. Ha pasado por delante de la casa de Soledad, como cada día, y le ha dolido el alma y la alegría. Y ha vuelto a contar mansiones de colores y a escuchar verdulerías de mercado. Y como cada día, ha respirado el verde de algún parque, y ha imaginado; ha imaginado que vivía.

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RECOGIENDO LA CULPA

¡Bbuoarg! ¡Bbuhg! ¡Zuh!... Era la tercera vez que vomitaba. Esta vez con sangre, pues el whisky ya lo había echado todo. El asco tan sólo era superado por el remordimiento, así que siguió buscando... ¡Shwop! ¡Shwop! Ya había encontrado el pie izquierdo y algunas vísceras, las cuales guardaba en las bolsas ensangrentadas del Caprabo. ¡Buhf! El hedor era repugnante y el vertedero inmenso. Llevaba allí tantas horas que creía ver campos de flores de mierda en todas direcciones. ¡Nnf! ¡Nnf! Entre vómito y vómito, lloraba. ¡Hmm! Poco a poco fue encontrando todas las partes del cuerpo: las manos, los ojos, los huevos, el corazón... Después de tres días cosiendo, grapando y embalando cada miembro, pudo recrear la apariencia completa de aquel ser. ¡Nnnnnfff! ¡Fffffffff! Entonces, respiró hondo, le miró fijamente a los ojos (cuyos párpados había enganchado a las pentañas) y con mirada de niño, entredijo: - ¿Me perdonas papá?

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Sss

Oí por primera vez la leyenda del músico sordo en uno de los conciertos rituales que solía hacer mi abuelo debajo del Gran Árbol de la Armonía. La gente solía permanecer días y días, y aun semanas, en silencio, aprehendiendo sus discursos polifónicos sobre la vida y la muerte. (No como ahora, que a la que llevamos más de 24 horas en silencio nos impele la palabra y parece como si tuviéramos que decir algo, o algo que decir). Contaba mi abuelo que hubo una época, en el amanecer de nuestra civilización, en que nuestras selvas estaban extensamente pobladas de instrumentos. Había una diversidad sonora inimaginable a nuestros oídos. Nadie pudo nunca enumerar la cantidad de especies que cohabitaban al mismo ritmo. Y aseguraba mi abuelo que entre todas ellas existía una absolutamente distinta, casi exótica. Musa, la llamaban; una suerte de instrumento tan peculiar que nadie acertó nunca a tocarlo. Incluso los instrumentólogos más escépticos defendían que ni siquiera podía calificarse de instrumento sonoro en cuanto parecía imposible que aquello produjera sonido alguno. Durante generaciones se intentó de mil y una maneras sacarle alguna nota a una musa, pero resultaba ciertamente inviable ya que no era ni de cuerda, ni de viento, ni de percusión. Hasta que un día, después de la tormenta de cacofonías celestes más terrible y ensordecedora de nuestra era, apareció de no se sabe dónde un hombre en las costas de Pentagrama. Nadie le había visto nunca y parecía no tener parentesco con ningún habitante de nuestra isla. Cuando le preguntaban a aquel individuo extraño no entendía nada. Y al poco tiempo descubrieron que era sordo. No obstante, en un par de semanas se probó capaz de tocar cualquier instrumento que ponían en sus manos. Podía tocar ejemplares tan complejos como el violonmelo de 300 cuerdas o el toco-tangana polirítmico. Así que, al Gran Maestro Vocal se le ocurrió llevárselo allá donde crecían las musas y dejarlo el tiempo necesario para sacarles alguna nota. Después de 3 años-sol, aquel hombre sordo regresó al pueblo y reunió a todos bajo el Árbol de la Escucha. Ante la expectación de todo el mundo, se sentó en el suelo sosteniendo una musa preciosa entre sus manos; cerró los ojos y pidió silencio con un ligero "sss". Momentos después, ocurrió algo increíble: todos los oyentes allí presentes comenzaron a sentir en sus entrañas los movimientos más hermosos y conmovedores que existían. No había sonido. Nadie oía nada. Simplemente sentían. Sentían calma, sentían alegría, sentían tristeza, melancolía, amor, cariño, respeto,... toda una serie de sensaciones y sentimientos entrelazados mágicamente en una melodía extraordinaria. Y no pudiendo contener su emoción, por primera vez en sus vidas, cantaron. Y fue de esta manera que nació el canto, y es por eso que la isla pasó a llamarse Música, y así es que a aquel extraño sordo le llamaron Sss...

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