Discurso Ingreso Carme Riera

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    Sobre un lugar parecidoa la felicidad

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    REAL ACADEMIA E SPAOLA

    MADRID

    DISCURSO LEDO

    EL DA DE NOVIEMBRE DE

    EN SU RECEPCIN PBLICA

    POR LA EXC MA. SR A.

    D. CARME RIERAY CONTESTACIN DEL EXCMO. SR .

    D. PERE GIMFERRER

    Sobre un lugar parecido

    a la felicidad

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    Depsito legal: M-30097-2013Impreso en los Talleres Grficos Palgraphic, S. A.

    Humanes (Madrid)

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    Discursode la

    E. S. D. C R

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    Excelentsimo seor director, excelentsimos seoras yseores acadmicos:

    Como escritora, en las dos lenguas que tengo pormas, me he pasado la vida tratando de encontrar las pala-bras precisas, las ms exactas y oportunas para nombrar lascosas, las sensaciones, las emociones o las ideas. Sin embar-go hoy, al contrario de lo que imaginaba, pese a lo singulary solemne de la ocasin, no necesito esforzarme en absolutopara comenzar este discurso. Ni siquiera acudir a las consa-

    bidas frmulas retricas que situaciones como esta conviertenen preceptivas. Porque al alcance de la mano, de la voz, lapalabragracias,sencilla y usualsima en mi vocabulario, esla que mejor resume lo que, antes que nada, les quiero trans-mitir: gracias, infinitas gracias, seoras y seores acadmi-cos, por acogerme hoy entre ustedes. Y, por descontado, demanera especial, ms gracias, clamorosas y emocionadas, adon Pedro Gimferrer, doa Carmen Iglesias y don lvaroPombo, a cuya enorme generosidad debo la presentacinde mi candidatura para el silln que corresponde a la letra nminscula.

    Me alegro de que sea la letrita nla que le hayan dado,me dijo al felicitarme la encantadora muchacha ecuatoriana

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    que atiende la caja de la frutera de mi barrio. Me alegromucho porque estar usted cmoda en la banquetita... LaNmayscula, en cambio, qu incmoda debe de resultar para

    estar sentado ah!... Ha tenido usted suerte.En efecto, he tenido suerte, mucha suerte, no solo porque

    hay otras muchas personas que merecen estar en la Academiatanto o ms que yo, sino por esa banquetita que es la n,unaletra que siempre me ha atrado, a pesar de que con ella em-piezan palabras poco alentadoras si las refiriera a mi situacinde aspirante a la RAE, como no, nadie, nada;tambin otras

    muy queridas, nacimiento, naturaleza, noche, nia, nio, nieta,co-mienzan con esa consonante nasal y alveolar que ocupa el un-dcimo puesto del alfabeto y sobre la que Ramn Gmez de laSerna apunt que era la sin bigote. Una particularidad queme aproxima todava ms a mi letra, ya que uno de mis terro-res infantiles consista en la posibilidad de comprobar que,cualquier da, al despertarme, me hubiera salido bigote, elmismo bigote que luca mi padre, puesto que todo el mundo

    aseguraba que me pareca muchsimo a l.

    Fue el profesor don Valentn Garca Yebra mi antecesoren ocupar el silln nminscula desde 1985 hasta su falleci-miento en 2010. Su discurso de ingreso en la RAE, Traduc-cin y enriquecimiento de la lengua del traductor,vers sobreuna de las ramas de su especialidad: la teora de la traduc-cin, en la que fue pionero en Espaa.

    Garca Yebra naci en 1917, en el Bierzo (Len), en Lom-billo de los Barrios, una aldea cercana a Ponferrada, cuyo pai-saje, segn afirmaba, el ms hermoso de la tierra, habra derecordar siempre, lo mismo que a sus maestros rurales, que ledespertaron el gusto por la lectura y el amor a los libros.

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    Los latines, que tuvo que aprender de monaguillo, mo-tivaron su curiosidad por la lengua latina. Y tanta fue quese licenci en Filologa Clsica en 1944. Durante la carrera,

    que curs en Madrid mientras daba clases particulares parapagarse los estudios, conoci a Dolores Mouton Ibez, conquien se cas en 1946. Fue discpulo del profesor Garca deDiego y no puedo menos que anotar las coplillas que le de-dic don Valentn:

    Ome sesudo e grave paresce don Vicente

    e sabe ms latines que el comn de la gente,non demuda la ira su quieto continente,otross, cuando re, non dexa ver un diente.1

    Su paso por la Facultad de Letras de la UniversidadComplutense hubo de marcar, sin duda, su futuro, tanto elpersonal como el profesional. Entre sus compaeros figura-ran tambin los tres que fundaron junto con l la editorial

    Gredos en 1944: Hiplito Escolar, Julio Calonge y Jos Oli-veira Burgallo. No hace falta recordar ante ustedes la im-portancia que para la filologa ha tenido esa editorial y demanera especial la coleccin Biblioteca Romnica Hisp-nica, que hubo de dirigir Dmaso Alonso, a quien GarcaYebra consideraba su maestro pese a que, en la facultad, nohubiera sido alumno suyo. Al parecer, debemos a don Va-lentn el dibujo de la cabra hispnica del logotipo de Gre-dos, nombre escogido por sus fundadores porque era sono-ro y evocaba cosas altas.2All public Garca Yebra susprimeras traducciones latinas, el dilogoDe amicitia y eldiscursoPro Marcello,de Cicern, as como los siete librosde la Guerra de las Galias,de Csar. Sin embargo, no solo

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    tradujo del latn sino tambin del ingls, del italiano, delportugus, del alemn ms de veinte obras, y del francs al-rededor de media docena, entre las que destacaLiteratura

    del siglo XXy cristianismo, de Charles Moeller, cinco volme-nes que le valieron, en 1964, el premio a la mejor traduc-cin que otorgaba el Gobierno belga. Algunas de esas len-guas, como el alemn y el ingls, las aprendi de maneraautodidacta con ayuda exclusiva de una gramtica.

    Adems de traductor, Garca Yebra fue profesor. En 1944hizo oposiciones a ctedras de instituto de Griego y obtuvo

    plaza en Santander. Entre 1955 y 1966 dirigi el Instituto Po-litcnico Espaol de Tnger y, ms adelante, entre 1967-1969,el Caldern de la Barca de Madrid, donde ense hasta 1974,ao en que se crea, a instancias suyas, el Instituto Universita-rio de Lenguas Modernas y Traductores en la UniversidadComplutense de Madrid, el primer centro de Espaa de ense-anza superior para tal profesin, en el que imparti clases deTeora de la Traduccin y del que fue subdirector hasta que se

    jubil.De su contribucin a esa materia, dan cuenta diversas

    obras. Destaco solo algunas: Teora y prctica de la traduccin(1982), con prlogo de su gran amigo Dmaso Alonso; En tor-no a la traduccin. Teora. Crtica. Historia(1983); Traduccin:historia y teora(1994); Experiencias de un traductor(2006);Do-cumentacin, terminologa y traduccin(2010).

    En el magnfico prlogo de su edicin trilinge de la Me-tafsicade Aristteles (1982), nos dej, en apretado resumen, loque, en su opinin, constituye la regla de oro de la traduccin:Decir todo lo que dice el original, no decir nada que el origi-nal no diga, y decirlo todo con la correccin y naturalidad quepermita la lengua a la que se traduce (1982: ).

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    No cabe la menor duda de que Garca Yebra me superacon creces, no solo en el conocimiento profundo de lenguas,sino en todo lo dems y desde sus inicios. l fue un chico

    despierto, que aprendi a leer muy pronto; yo, por el contra-rio, fui una nia torpe, a la que las monjas no conseguanensear a leer. Exhaustas y vencidas, avisaron a mi madre demis dificultades. Mi padre, al que eso de tener una hija ton-ta de capirote como se deca en una poca en que la hipo-cresa de lo polticamente correcto an no haba triunfadodeba de fastidiarle mucho, intent encontrar un mtodo

    distinto al del parvulario. Consisti en hacerme ms casodel que los padres de entonces solan hacer a sus hijos, en es-pecial si eran hijas, y en leerme una serie de textos que, a suparecer, podran despertar en m el inters por aprender aleer. Y funcion, lo recuerdo muy bien. Recuerdo con quatencin escuch la Sonatina de Rubn Daro y hastaqu punto me entusiasm. Me pareci un cuento maravillo-so que me estuviera especialmente dedicado... Todas las ni-

    as se sienten princesa y yo estaba triste, cmo no tena queestarlo si era la ltima de la clase? Haba palabras que no ha-ba odo nunca, que no entenda: Golgondasera Golcon-da? Ormuz, liblula, argentina...O tal vez por eso, porquedesconoca su significado me gustaban todava ms, me pa-recan misteriosas. Sonaban a msica y me daban alas. Alaspara alejarme: Golconda, argentina, Ormuz...Le ped a mi pa-dre que volviera a leer el poema. En efecto, el estmulo esta-ba ah, en la Sonatina, en las palabras que nunca haba es-cuchado juntas y que por arte de magia, ms veloces anque el caballo con alas del prncipe, podan, sin necesidadde que tuviera que moverme de casa ni salir de mi isla, llevar-me lejos, muy lejos. A partir de aquel momento puse todo

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    mi empeo en aprender a leer y en pocos das lo consegu.Ese hecho tan simple, al que no solemos dar importancia,tuvo para m muchsima. Fue, sin duda, una de las mejores

    cosas que me han pasado en la vida. Por eso me he permiti-do, en una ocasin tan significativa y que debo a la generosi-dad y benevolencia de ustedes, volver la vista atrs, hacia lalejana de mi infancia remota para reencontrar a la nia que,a instancias de su padre cunto dara para que hoy estu-viera aqu, aprendi a leer gracias a los versos de RubnDaro. Consciente de mi deuda con Daro, he querido in-

    cluirle en mi discurso, que tratar sobre Mallorca y sobre losviajeros que entre 1837 y 1936 casi una centuria visita-ron la isla y dejaron constancia escrita de su viaje. Pero antesde entrar en materia, me gustara subrayar que vengo a laReal Academia a aprender de todos ustedes y, por desconta-do, a trabajar con mucho nimo y no poca ilusin.

    El corpus analizado se centra en los textos de viaje escri-tos entre 1837, fecha en que se inaugura la lnea regular que

    habr de unir Mallorca con la Pennsula y 1936, aunque con-templa por su importancia algunos anteriores como los deVargas Ponce (1787), Grasset de Saint-Sauveur (1807), La-borde (1808), Jovellanos (1812 y 1813) y Cambessdes(1826). El criterio para la seleccin se ha basado en que losautores trataran sobre su experiencia viajera con voluntad li-teraria y publicaran sus textos antes del estallido de la GuerraCivil, con la excepcin de Cabanyes, cuyo manuscrito, fe-chado en 1837, no ve la luz hasta 1970. Me interesaba que elabanico fuera amplio y diverso. La mayora de los viajerosescriben en lengua castellana: Cabanyes (1837), Piferrer(1842), Cortada (1845), Azorn (1906), Daro (1906 y 1913),Unamuno (1916) y Salaverra (1928 y 1933). Rusiol utiliza

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    el castellano en su primera contribucin (1893) y el catalnen las dos entregas siguientes (1913 y 1919). El archiduqueLuis Salvador de Habsburgo, sin duda la personalidad ms

    significativa y la que ms huella dej en la isla de cuantas lavisitaron, ofrece el grueso de su produccin en alemn(1869-1884, 1905 y 1912), pero escribe en cataln sus textosms personales (1912). Aunque Pla es un autor tambin bilin-ge, sus primeros artculos sobre Mallorca (1921) aparecenen cataln. En francs publican: Laurens (1840), Dembows-ki (1841), Sand (1842), Lacaze-Duthiers (1857), Davillier

    (1874), Vuillier (1893 y 1895) y Miomandre (1933); en in-gls: Bidwell (1876), Wood (1888), Stuart Boyd (1911),West (1929), y en alemn: Pagenstecher (1867). Puede queno estn todos los que son algunos textos de viajeros in-gleses y alemanes son de difcil localizacin, pero s sontodos los que estn. Sus libros fueron fundamentales para larepercusin de la imagen de Mallorca en el mundo. He des-cartado las guas de Mallorca, que empiezan a surgir en la

    segunda mitad del siglo , como la de Jaime Cabanellas(1845) y la de Ramn Medel (1849), porque su intencin esdistinta a la muestran los libros de viajes.

    Precisamente porque la casa que hoy nos cobija es fun-damentalmente la casa de las palabras, quisiera empezarpor hacer referencia a los trminos viajeroy turista,cuyo sig-nificado los emparenta, aunque no los convierte en sinni-mos. En primer lugar, el trmino viajero,que proviene dellatn, es mucho ms antiguo que el de turista,galicismo quela lengua francesa constata por escrito por primera vez en el

    Dictionnaire de la langue franaise (1863-1873), de Emile Lit-tr, para definir a aquellos que recorren pases extranjerospor curiosidad o distraccin (Barcel & Frontera, 2000: 16).

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    No obstante, parece ser que los primeros en utilizar la pala-bra fueron los ingleses y que la primera referencia impresase encuentra ya a finales del siglo : a traveller is

    nowadays called a tourist [hoy en da al viajero se le llamaturista], en un texto del reverendo Samuel Pegge.3Por mu-cho que en esta frase viajeroy turistafuncionen como sinni-mos, no lo son exactamente. El trmino turistaes ms res-trictivo que el de viajero,ya que alude al Grand Tourque laslites inglesas emprendan desde finales del siglo yque, en el , lleg a ser un componente importante para

    la educacin de los hijos de las familias aristocrticas y delos de la alta burguesa ilustrada. Se consideraba que el con-tacto con gentes de otros lugares, costumbres, culturas lespermitira adquirir los conocimientos necesarios para unaperfecta formacin y, a la vez, conocerse mejor a s mismos.En cambio, la mayora de los viajeros que hasta entonces ha-ban recorrido pases diversos, no haban emprendido susperiplos por razones de formacin o de ocio, sino de nego-

    cio, empujados por motivos que iban ms all de la simplecuriosidad o la mera distraccin.

    En el prefacio de Viaje sentimental por Francia e Italia(1768), el clrigo Laurence Sterne, con su particular flema bri-tnica, se refiere a las causas que motivan los viajes en-fermedad corporal, imbecilidad de la mente o necesidadinevitable y a los diferentes tipos de viajeros ociosos,curiosos, mentirosos, vanidosos, melanclicos, traidores, de-lincuentes, inocentes, desgraciados, simples viajeros, paraaadir, por ltimo, un nuevo viajero, el viajero sentimental(1987: 22-23), con el que se identifica. La clasificacin de Ster-ne ha sido muy citada y, aunque no deja de ser una ocurren-cia divertida, se adelanta a las taxonomas posteriores.

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    As, por ejemplo, los primeros viajeros que visitaron lasislas Baleares y dejaron testimonio escrito, lo hicieron pornecesidad, aunque sin duda evitable, para informar de cues-

    tiones nuticas, geogrficas, tcticas, cientficas o histricas,tal y como podemos observar en la recopilacin bibliogrficade Fiol Guiscafr (1990), donde se mencionan textos que vandesde el siglo hasta el . Viajaron, pues, para cumpliruna misin concreta: geogrfica, la del marino Jos VargasPonce, cuyo libroDescripciones de las islas Pithiusas y Baleares(1787) es considerado la primera aproximacin moderna a

    nuestras islas (Barcel & Frontera, 2000: 17); probablementetctica la del espa Andr Grasset de Saint-Sauveur, que, en-viado por el Gobierno francs de Napolen en 1801, descri-be los aspectos de mayor inters logstico del archipilago, alparecer con vistas a una posible invasin4(Aguil: 2002); elresultado de sus observaciones se publicara en 1807, en ungrueso volumen acompaado de ilustraciones bajo el ttuloVoyage dans les les Balares et Pithiuses fait dans les annes 1801,

    1802, 1803, 1804 et 1805.5Por el contrario, a Cambessdes,naturalista y botnico, es la investigacin cientfica lo que leempuja a viajar a las Baleares, como queda patente en Excur-

    sions dans les Illes Balares(1826) y en Enumeratio plantarumquas in insulis Balearibus collegit(1827).6

    Una de las diferencias entre viajeros y turistas tiene quever con factores sociolgicos y econmicos. La revolucin in-dustrial propicia, por un lado, el desarrollo de los transpor-tes y por otro, como resultado de los cambios econmicos,que un nmero mayor de personas puedan disfrutar de untiempo de ocio, lo que les permite viajar, convirtindose enturistas.7Despus de la Segunda Guerra Mundial esa posi-bilidad se ampli en Europa a buena parte de las clases tra-

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    bajadoras. En consecuencia, la palabra turistaperdi susconnotaciones elitistas y adquiri otras consideradas negati-vas, como masificacin y vulgarizacin, atributos relacionados

    con la cultura de masas o baja cultura. Eso explica la recu-peracin de la palabra viajeroen oposicin a la de turista.Hoy se tiende a considerar que las motivaciones de los turis-tas y de los viajeros son, en cierta medida, opuestas, puestoque los turistas no suelen interesarse por el lugar adondevan, tampoco acostumbran a disfrutar del patrimonio cul-tural del sitio visitado y, al volver a casa, lo hacen con el

    mismo bagaje con el que salieron, puesto que el viaje no hasupuesto para ellos ningn tipo de transformacin anmica.Por eso para algunos el turista ocupa un peldao inferior alviajero (Lousada, 2010: 68).

    El viaje constituye una referencia tan amplia que quizpermitira englobar la literatura por entero, ya que, comoncleo temtico o estructural, forma parte de una poticauniversal (Perell, 2006: 18). Est presente en los textos

    fundacionales de Occidente, como la Odisea,El viaje de losArgonautaso la Eneida,pasando por laDivina Comedia,lanovela de caballeras, la picaresca o el Quijote,y llega a mu-chas de las novelas de autores actuales, entre los que se en-cuentran estupendos narradores que forman parte de estaReal Academia.

    Pero de qu hablamos cuando hablamos de literaturade viajes?, se pregunta con razn Colombi antes de respon-der que tal mencin no se refiere a un gnero literario o dis-cursivo antiqusimo, de un copioso imaginario privilegiadoy alimentado por la ficcin o de una prctica ligada a la cien-cia y a la expansin territorial de Occidente (2004: 13). Sualcance va ms all, encubre un universo al que solo pode-

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    mos acceder como cultura: la cultura del viaje, cuyo estudioadmite un haz de perspectivas heterogneas.

    Tal vez por eso, porque el concepto literatura de viajes es

    enormemente plurisignificativo (Ferrs, 2011: 13), vale lapena tratar de acotar el trmino y restringirlo a un tipo detextos que, aunque muy porosos o permeables (Romero To-bar, 2005: 9), capaces de acoger una gran variedad de gnerosy tipos discursivos (Pasquali, 1994: 113), avecindados con laliteratura del yo, la autobiografa, la historia y el ensayo mso menos impresionista, son producto de una experiencia real o

    incluso imaginaria de un sujeto viator,de un hecho que seconvierte en tema del texto y en el elemento conductor que loestructura. La densidad referencial de esos textos no tiene porqu estar reida con su carcter literario, al contrario. Caberechazar, por tanto, aquellos libros de viaje cuyas referenciasno se ajustan a la realidad por muy literarios que podamosconsiderarlos; del mismo modo, no nos interesan los que, aunajustndose a la realidad, no ofrecen la elaboracin de un dis-

    curso con pauta literaria. No puedo detenerme aqu para de-tallar hasta qu punto, en la literatura de viajes, est presentela ficcin, porque desde el momento en que el viaje es narra-do forma parte de tal categora, aunque no por ello deje deproporcionarnos una relacin de correspondencia con la reali-dad que nos permita verificarla. La ficcionalidad del texto noexcluye la factualidad del mismo.

    El estudio de la factualidad, esto es, el hecho real del via-je, emprendido por Salcines de Dels (2001), ofrece una do-ble conclusin: por un lado, la primaca del carcter autobio-grfico y, por otro, el uso de la descripcin como recursoprincipal. Precisamente, estas dos caractersticas han dadopie a una serie de estudios que se centran en la figura del

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    protagonista-viajero como narrador de su peripecia (Fick,1976: 44) y a otros que especifican que el principal elementode este tipo de literatura es la descripcin (Carrizo Rueda,

    1997: 28). A estos rasgos caractersticos cabe aadir otros,como la articulacin en torno a un recorrido o una cronolo-ga relacionada con este (Prez Priego, 1984: 217-239). Porotra parte, la intertextualidad suele desempear tambin unpapel importante (Bes Hoghton, 2013). El viajero tiende adocumentarse mediante la lectura de otros textos antes odespus de partir (Montalbetti, 1997: 53-54), lo que le per-

    mite, en el momento de escribir, consolidar sus opiniones,tanto si da por vlidos los datos y juicios ajenos, tomndolosprestados, cosa que sucede la mayora de veces, como si dis-crepa de las referencias geogrficas, histricas, sociolgicas,antropolgicas o cientficas consultadas. Puede ocurrir, sinembargo, que los datos que pasan de un texto a otro seanerrneos, ya que se trata de citas de citas que nadie se moles-ta en comprobar. As ocurre con Un invierno en Mallorca,

    cuando Sand se refiere a los datos proporcionados por Mi-guel de Vargas (Sand, 1932: 11), nombre errneo con el quealude a Jos Vargas Ponce, copiando el error de Grasset deSaint-Sauveur, que es el primero en bucear en lasDescripcio-nes de las islas Pitiusas y Baleares (1787) y transcribir mal elnombre de su autor, al que cita como don Miguel Vargasen el Discurso Preliminar (Grasset, 1952: 20). La alusinal tal Miguel de Vargas con un elegante deaadido porSand contina enLas islas olvidadasde Gaston Vuillier(1973: 65 y 2000: 70) y llega hastaLa isla de orode RubnDaro (2011: 249).8

    A menudo la mirada que se proyecta sobre el espacio esuna mirada textualizada de antemano. Adems, un mate-

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    rial tan amplio y diverso como es el de la literatura de viajesha precisado de una clasificacin, y esa ha dado origen auna tipologa (Richard [1991], Ruiz-Domnec [1997]), en

    la que se suele basar la definicin del gnero. Remito paraesta cuestin al clarificador artculo de Julio Peate Rivero(2004: 13-28).

    La bibliografa sobre la literatura de viajes es hoy en damuy extensa y plantea diferentes enfoques. Para Wolfzettel,como gnero literario est basada en una estructura mticao inicitica (2005: 12). Se parte para ir al encuentro de lo

    Otro, se parte para abandonar una determinada situacin,para dejar atrs un yo primitivo asegura un tipo de crti-ca psicoanaltica e ir al encuentro de una vita nuova,comopresupone Scarpi en un libro sintomticamente tituladoLa

    fuga e il retorno. Storia e mitologia del viaggio (1992).Sin retor-no no hay viaje, para que el viaje tenga sentido es necesariovolver al punto de origen, como muy bien se muestra en laOdisea.Ulises vuelve a taca, tras una transformacin que, a

    menudo, implica un enriquecimiento personal, porque elviaje que definitivamente vale la pena no es otro que el rea-lizado hacia el interior del yo, aunque el destino aparentesean otros lugares. Para Porter (1991), viajar es transgredirpara ir al encuentro del Otro con la intencin de apropirse-lo. De esta manera ha sido interpretado el viaje de Jasn ylos argonautas como el pecado original por el que los hom-bres renuncian a la vida paradisaca de la Edad de Oro(Ansa, 2004: 48), una transgresin que lleva implcita unarecompensa, el vellocino, y que, precisamente por eso, noest exenta de peligros, castigos, penas y sufrimientos, comoviaje inicitico que tambin es. El vellocino de oro funcionacomo referente de lo Otro buscado. Pero ese o eso otro pue-

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    de ser, como bien apunta Wolfzettel, una dimensin yaperdida de lo propio, como lo presenciamos en el tipo deviajes por la patria (2005: 14). As cabe interpretar los rea-

    lizados por Unamuno y Azorn por tierras espaolas, entrelas que se incluye Mallorca, en busca de los elementos decohesin nacional identificables tambin en la geografa.

    La bsqueda de ese o eso otro, aunque su dimensin ar-quetpica remita a un mismo objeto de deseo, ha variado alo largo de la historia. Segn las pocas y segn los intere-ses de los viajeros, puede concretarse en elementos distintos: el

    vellocino, el grial, un determinado espacio, los Santos Luga-res (Jerusaln), otros lugares santos (Santiago de Composte-la), algunos utpicos (El Dorado). O centrarse en un interscientfico, naturalista, botnico, como el perseguido, en ge-neral, por los viajeros de la Ilustracin, que sienten poca cu-riosidad por Espaa, debido a nuestro atraso y, claro est, ala leyenda negra (Freixa, 1993 y Ortas Durand, 2005). Elobjetivo del viaje puede obedecer tambin a intereses nacio-

    nales, como el espionaje, o particulares, como la necesidadde encontrar la codiciada pieza arqueolgica, o la recupera-cin de la salud: los mdicos recomendaban el viaje ya en elRenacimiento como medio para evitar la melancola a quie-nes podan darse el lujo de coquetear con dama de tanta al-curnia, y lo siguieron y siguen haciendo como medidateraputica. Es la necesidad de huir Fuir! l-bas fuir,de marchar a cualquier lugar con tal de que est lejos o ten-ga por lo menos la apariencia de lejana, como pedan losromnticos, necesitados de la fascinacin de lo diferente, logenuino y lo pintoresco, a los que ya no importaba consta-tar los datos objetivos, contrariamente a lo que solan hacerlos viajeros dieciochescos, como provechoso mtodo intelec-

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    tual. Los romnticos, adems, trataban de adecuar la reali-dad vista a la realidad soada. Eso explica la proliferacinde tantas inexactitudes propiciadas por los ojos de la imagi-

    nacin, cuya visin, a menudo deformada, alcanzar catego-ra de tpico, como ocurre con la visin de Espaa en la ma-yora de los libros de los viajeros franceses, caricaturizadoscon mucha gracia por Mesonero Romanos.9

    Baudelaire, cuya obra inaugura la modernidad, pero encuyo caamazo hay tantos hilos de procedencia romntica, sereferir a los viajeros que parten por partir (qui partent pour

    partir, Le voyage,Les fleurs du mal,), aquellos para quie-nes el hecho de viajar constituye la finalidad del viaje, unaexperiencia que a la vez se inscribe en los lmites de lo sagra-do y, en consecuencia, conecta con el misterio y el arcano.

    Es de todos sabido que el Romanticismo y los valoresromnticos proyectan su larga sombra ms all de la prime-ra mitad del siglo y por eso muchos viajeros, en el deci-monnico fin de siglo, siguen huyendo en busca de un obje-

    to de deseo que solo existe en su imaginacin y es, enconsecuencia, inalcanzable. Elizabeth, la inadaptada empe-ratriz de Austria, la Sis del celuloide y los mass media,invita-da a Mallorca por el archiduque Luis Salvador de Habsbur-go para que conozca su particular paraso de Miramar, seresiste a los ruegos de su primo, que tanto le pondera Ma-llorca: Si voy parece que le escribi, ya no me gusta-r Corf, la mgica isla griega en la que se haba hechoconstruir un palacio de mrmol, cuyos jardines llegabanhasta el mar. El Aquilen, bautizado as en homenaje aAquiles, smbolo, en opinin de la emperatriz, del alma grie-ga y de la belleza masculina, donde se refugiaba y lea laOdisea.La insistencia de Luis Salvador, que tanto le recuerda

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    a Luis de Baviera, su primo favorito, la lleva, por fin, a visitarMallorca. Llega en 1892 para pasar unos pocos das y regre-sa al ao siguiente, en enero, a bordo de su yate Miramar,

    que lleva el mismo nombre que el palacio de los Habsburgoen Trieste y que lapossessi mallorquina que se ha compradoel archiduque (March, 1983: 253-263).

    La emperatriz es husped de Luis Salvador en su fincade Son Moragues; contempla las puestas de sol inenarrablesy los infinitos azules cambiantes del mar desde Sa Estaca,junto a Catalina Homar, la joven campesina, amante del ar-

    chiduque. Aos ms tarde, tras la muerte de ambas, LuisSalvador habr de evocarlas juntas en una prosa lrica, miti-ficando la escena hasta la sacralizacin:

    El sol bajaba en el horizonte, el mar brillaba como el oro y en-volva a las dos figuras femeninas en una aureola de gloria. Fuecomo una transfiguracin. Nadie hubiese sospechado en aquelmomento que esa claridad terrena se convirtiera para ambas,

    al cabo de pocos aos, en una luz celestial (2000: 52).10

    Al despedirse, Elizabeth le dijo a su primo algo tan exac-to como romnticamente desolado: Ha sido muy bonito,aunque muchas veces nuestros sueos son infinitamente mshermosos si no los realizamos (March, 1983: 260). La Ma-llorca soada era sin duda distinta, la empedernida viajera, laemperatriz errante, sigue sin encontrar un territorio que seajuste al objeto del deseo, que se acople a las imgenes fabri-cadas por sus sueos, por eso tambin Mallorca se configuracomo una desilusin.

    No cabe duda de que en la literatura de viajes el procesode la otredad es fundamental. El encuentro con el otro, su

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    descubrimiento, se convierte en uno de los aspectos determi-nantes del gnero. De ese descubrimiento depende tambinel autodescubrimiento. El yo del viajero se redefine gracias al

    otro, por medio de lo desconocido y de lo ajeno. As ocurrecon Oriente, que, entre 1750 y 1870, ocupa un papel funda-mental en la literatura de viajes (Almarcegui, 2005: 111). Elmundo oriental, del que se considera que participa Espaa,fascina por cuanto representa de ruptura con lo acostumbra-do y cotidiano a la vez que ofrece la posibilidad de imaginarsin cortapisas lo desconocido. Mucho del inters de los viaje-

    ros romnticos por nuestro pas hay que buscarlo en la visinde esa Espaa africana, puesto que frica empieza en los Pi-rineos, segn frase mal atribuida a Dumas11y convertida entpico que habra de hacer fortuna. Poco importaba que,como en el caso de Mallorca, ese orientalismo de los monu-mentos no existiera, no hubiera mezquitas en ruinas, comoasegura Chopin en una carta a Julio Fontana;12que, segnPiferrer, la visin de la baha no armonizara con el carcter

    oriental del conjunto;13que el perfil de la ciudad, al contra-rio de lo que escribe Vuillier,14fuera gtico y no oriental; que elcastillo de Bellver nada tuviera de morisco por ms que Dem-bowski15as lo clasificara; o que las murallas de Alcudia,mandadas construir por Jaime II en el siglo , no predis-pusieran precisamente a las doradas visiones de ensueosorientales de magnificencia y esplendor, segn advierteWood16si a los ojos de la imaginacin Mallorca se percibeafricana. Tal vez por eso Salaverra, en su Viaje a Mallorca(1933), al visitar la finca de Raixa, marcada por el sellobarroco, se referir al entusiasmo sarraceno con que algunosllegan a creer que una simple alberca, muy linda y recubiertade bveda, es un resto de los Baos de la Sultana.17Esa

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    constante marca moruna va a ser difcil de eliminar de la vi-sin de los viajeros romnticos franceses,18que, cuando mirana Espaa, consideran que, por un error geolgico, nuestro pas

    permaneca unido a los Pirineos y no a la cordillera del Atlas,mucho ms afn.19Las Baleares, a medio camino entre Europay frica, podan ser consideradas excrecencias del continenteafricano o, de manera ms potica, flores de tierra surgidas derepente en medio de las olas, quin sabe si un resto de aque-llas fabulosas islas mviles que ya mencionan los antiguos ydifunden las leyendas medievales (Bnat Tachot, 2001: 69-76).

    Sea como fuere, la inmensa mayora de los viajeros, incluidoslos espaoles que llegan a Mallorca durante el siglo , des-tacan esa presunta africanidad balear.

    Tendremos que llegar al siglo para que esa referenciaa la Espaa moruna, de la que Mallorca forma parte, hereda-da de la visin de los viajeros franceses, vaya desapareciendode las pginas de los libros de viaje. Y eso ocurre por dosmotivos: en primer lugar, porque la lectura de los textos de

    los viajeros romnticos franceses ya no es un referente funda-mental, en especial entre los viajeros ingleses, espaoles ehispanoamericanos que llegan a Mallorca a principios del si-glo ; y, en segundo lugar, porque se tiende a observar demanera directa la realidad insular con una mirada liberadade los estereotipados orientalismos que la fantasa romnti-ca comporta, ya que la simple visin de una palmera permi-ta asociar de inmediato el paisaje isleo a frica, como leocurre a Cortada en su Viaje a la isla de Mallorca en el esto de1845.20Incluso se da el caso de que Laurens, al traducir alfrancs los versos de Goethe de la famosa Balada de Mig-non, que le impulsan a ir a Mallorca, sustituye el mirto yel laurel que crecen entrelazados por la palmera que se

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    eleva orgullosa,21un elemento ms para el seuelo falaz deOriente. Las nuevas corrientes positivistas europeas, aunqueno podrn borrar por completo visiones tan arraigadas, s in-

    ducirn a los viajeros a mirar de manera menos mediatizaday muchsimo ms directa, ms ajustada a la realidad, aun-que con excepciones como la de Francis de Miomandre, encuyo libro, Mallorca, publicado en 1933 en francs y traduci-do al castellano en 1934, asegura que sin saber por qu, aldesembarcar en Palma, se tiene la impresin de estar muylejos de Europa, quiz en frica, y solo el sabor de la ensai-

    mada, tan docta a la par que rstica, contradice esa impre-sin y, a la vez, la confirma (1934: 166).Por otro lado, no debemos olvidar que, en la segunda

    mitad del , el triunfo de la revolucin industrial en In-glaterra habra de fomentar tambin el rechazo de un mun-do mecanizado por parte de muchos artistas, como puedeobservarse en los textos de los prerrafaelitas. De ah tam-bin el anhelo de huida a lugares donde los hombres vivan

    de acuerdo con la naturaleza, en un paisaje incontaminado,adonde no haya llegado la industrializacin, como ocurrecon Mallorca, que, por esa poca, fue reclamo de algunos delos ms importantes paisajistas, con Rusiol a la cabeza en-tre los espaoles y Degouve de Nucques entre los extranje-ros (Trenc, 2001: 184).

    La penetracin del positivismo europeo, aliado en nuestropas con las corrientes institucionistas y quiz ms concreta-mente con la labor de Giner de los Ros22, como gran estimu-lador de la pedagoga del viaje (Ortega Cantero, 1988), va acambiar en parte los intereses de los viajeros espaoles y la fi-nalidad de sus textos, que, a menudo, podemos considerartambin didctica. La necesidad de conocer el cuerpo fsico

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    del pas lleva al redescubrimiento del propio paisaje, desdepresupuestos intrahistricos que Unamuno comparte en bue-na medida con Azorn.23La bsqueda del alma espaola no

    tendr sentido sin ir al encuentro del cuerpo o, dicho de otromodo, de la geografa de su territorio, tambin del insular,naturalmente, entendido como una proyeccin del sentimien-to nacional, un elemento ms de la necesaria cohesin que Es-paa necesita para regenerarse y encarar el futuro, especial-mente tras el desastre del 98. Los textos que sobre suexperiencia viajera nos dejaron diversos autores espaoles, de

    Giner a Galds, de Unamuno a Azorn, podemos entenderloscomo fruto de un viaje de comunin(Mainer, 2004: 184) que,distinto del viaje de iniciacin,no implica descubrimiento delo desconocido, sino ratificacin de lo ya conocido, de lo visto,pero no suficientemente mirado. Pese a ello, las pginas deAzorn y Unamuno sobre Mallorca, aunque exentas de refe-rencias orientalizantes, no podrn sustraerse a la glosa de unaserie de tpicos que el viaje a la isla comporta. En el caso de

    Azorn que visit Mallorca en el verano de 1906, con elpretexto nico y exclusivo de entrevistarse con don AntonioMaura, y que dej constancia de su viaje en seis artculos24,la percepcin que nos ofrece de Palma me parece la mismaque domina en muchas pginas deLos pueblos. Ensayo sobre lavida provinciana(1905), la del tiempo detenido. Con su estiloimpresionista, fina irona y uso del dilogo, las escasas pgi-nas mallorquinas de Azorn introducen, a mi parecer, unpunto de vista nuevo: la del viajero de la modernidad, la delque trata de captar lo que hay de eterno en lo fugitivo, porquea la postre con Baudelaire y con Manuel Machado loprecioso es el instante que se va.

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    U

    Los textos de los viajeros que escogieron Mallorca como

    parte o meta de su viaje permiten constatar la importanciaque para la identidad propia cobra la otredad descubierta,a la vez que su lectura propicia a la larga el fenmeno in-verso: los mallorquines se miran en el espejo que les pro-porciona la mirada textualizada de los viajeros para tratarde reconocerse. En la imagen que estos ofrecen va a ir con-formndose la identidad de los autctonos, como ha apun-

    tado con perspicacia Guillem Frontera (2009), ellos fueronel espejo donde aprendimos a mirarnos. Su punto de vistaforneo ayud a enfocar desde otra perspectiva la realidad(Tugores, 2007/2008: 27) e incluso a veces permiti quefuera observada por primera vez y otras contemplada desdeun ngulo distinto. As, por ejemplo, a Jovellanos, viajeroforzado, puesto que lleg a Mallorca desterrado en 1801 ypermaneci en la isla hasta 1808, debemos la valoracin de

    nuestros principales monumentos. Tugores Truyol ha sea-lado con acierto que Jovellanos inaugura las descripcionesespecficas del patrimonio de las islas: La seva obra marcala transici entre lIllustraci amb la qual combregaplenament i el Romanticisme, iniciant la valoraci delestil gtic sense complexos (2011: 77).25Adems de serel primero en acercarse al pasado medieval desde la histo-riografa (Cantarellas, 1981).

    Los mallorquines descubrieron en las obras de Jovella-nos el valor de sus monumentos. La mirada autctona sobrela lonja, la catedral, los conventos de Santo Domingo y deSan Francisco, el ayuntamiento o la cartuja de Valldemosay, por descontado, el castillo de Bellver, ser diferente a par-

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    tir de la lectura de las pginas que les dedic Jovellanos.26A su juicio, el castillo, la catedral y la lonja son:

    tres edificios que pueden ser contados entre los mejores de lamedia edad que posee Espaa, y en los cuales admira Ma-llorca reunidas todas las bellezas que la arquitectura ultra-marina consagr a la religin, a la seguridad y a la policapblica de su capital (2013: 213).

    Es precisamente el inters de Jovellanos por el gtico ma-

    llorqun, despreciado por Andr Grasset de Saint-Sauveur,27

    residente en Mallorca como cnsul francs por aquellos mis-mos aos, una afinidad que establecern con l los viajeros ro-mnticos que visiten Mallorca a partir de 1837, cuando la co-municacin entre Barcelona y Palma funcione de maneraregular. As, el pintor Jos Buenaventura Laurens,28que viajaa la isla en 1839, o el grabador Francisco Parcerisa y el escritorPablo Piferrer, que, en 1841, la recorren con la intencin de in-

    cluir a Mallorca en el volumen deRecuerdos y bellezas de Espaaque aparecer en 1842.29Interesados, como exponentes de lapoca romntica, por los vestigios medievales, sus ojos habrnde valorar de manera positiva los restos de ese pasado, a la vezque, siguiendo el ejemplo de Jovellanos, describirn de mane-ra pormenorizada los principales monumentos. Consecuenciade la mirada fornea de Piferrer ser la investigacin que elhistoriador mallorqun Jos M. Quadrado emprender paracomplementar, tras la muerte del escritor cataln, el texto desu antecesor, que reedita bajo el ttulo Espaa. Sus monumentos

    y artes, su naturaleza e historia. Islas Balearesen 1888.La desamortizacin de Mendizbal en 1835, que puso al

    alcance de los coleccionistas verdaderos tesoros procedentes

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    de iglesias y conventos, sirvi de estmulo para viajar a laisla. No en vano Juan Cortada, en su Viaje a la isla de Ma-llorca en el esto de 1845,advierte de la riqusima pesquera

    que supuso la mayor de las Baleares para los aficionados a lasantigedades y se da cuenta de que en nuestra poca paraser anticuario es menester viajar, y para viajar es preciso sero cuando menos creerse anticuario (Cortada, 2008: 124y 150). Hoy pocos dudamos de que la reforma del ministroMendizbal habra de resultar a la postre desastrosa para laconservacin del patrimonio. En Palma propici que fueran

    demolidos dos de los conventos arquitectnicamente mejorcualificados, el de San Francisco de Paula en 1836 y el deSanto Domingo en 1837 (Ferrer Flrez, 2002). Para algunosviajeros como Cabanyes, este ltimo superaba en belleza a lacatedral. Y si hoy podemos saber cmo era el convento deSanto Domingo es, en gran parte, gracias a las cuidadosasdescripciones de Jovellanos.30A su altura, en cuanto al inte-rs monumental, solo hay otro personaje: el archiduque Luis

    Salvador de Habsburgo, en cuya magna obraDie Balearensenos ofrecen muchos datos sobre los bienes patrimoniales (Tu-gores, 2007-2008: 140).

    Pero no a todos los viajeros que llegaron a Mallorca a par-tir de 1837 les impulsaban los mismos motivos. Como aseguraE. Schnherr (2009), a diferencia de los escritores y dibujantesfranceses o ingleses que nos visitaron durante el siglo , losalemanes llegados a las Baleares no eran artistas, sino cientfi-cos. El microcosmos de la isla, por sus especiales caractersti-cas, supone un extraordinario lugar para el descubrimientode vestigios zoolgicos, botnicos o espeleolgicos. Algunos delos viajeros escriben tratados cientficos sobre sus hallazgosque, aunque sin poder ser considerados libros de viaje, abren

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    nuevas vas para futuras investigaciones. En cambio otros,como H. A. Pagenestecher, profesor de Zoologa de la Univer-sidad de Heidelberg, al que acompaaba el qumico Bunsen,

    combina la resea del viaje con sus intereses de mdico y zo-logo. Su libro (Die Insel Mallorca,1867) fue muy divulgado enAlemania y traducido al castellano de inmediato. A los cient-ficos alemanes hay que unir otros colegas de distintas naciona-lidades: suizos, como el ictilogo Franois Etienne Delaroche(1809a: 98-122 y 1809b: 313-361), que lleg a Mallorca en1809 comisionado por el Museo de Ciencias de Pars y pas

    despus un ao en Formentera investigando sobre las especiesde peces; franceses: el naturalista Jacques Cambessdes, quevisit la isla en 1826 (1826: 5-37); el espelelogo douard-Al-fred Martel, descubridor en 1896 del lago de las cuevas deManacor que lleva su nombre; ingleses: Charles Toll Bidwell,que permaneci en Mallorca al menos entre 1869 y 1876o 1877 (Fiol Guiscafr, 1997: 9), cuyo libro, The BalearicIslands,aporta numerosas referencias para el desarrollo de

    la isla (Estada, 1877); o Dorothea Minola Bate, la intrpida es-peleloga, la ms importante de su tiempo, que visit Mallor-ca en 1909 y descubri el fsil del Myotragus Balearicus,la ca-bra-rata, tal y como su nombre griego indica, que habitMallorca hace la friolera de unos 5000 aos.

    Otros cientficos, como Paul Bouvy (Ensayo de una des-cripcin geolgica de la isla de Mallorca,1867) u Odn de Buen,por citar solo dos ejemplos, impulsaron con sus aportacionesel desarrollo insular. El ingeniero holands Paul Bouvy, conla desecacin del Pla de Sant Jordi y la instalacin de los mo-linos de viento, no solo contribuy a la agricultura y depaso a la exportacin de una imagen del tipismo isleo de laque hoy los molinos forman todava parte, sino a la extir-

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    pacin del paludismo, que causaba una abundante mortali-dad entre la poblacin. Odn de Buen, catedrtico de His-toria Natural de la Universidad de Barcelona, inici con su

    esfuerzo entusiasta un laboratorio de ciencias marinas, ante-cedente del hoy internacionalmente destacado LaboratorioOceanogrfico mallorqun.

    En el terreno artstico, y ms concretamente pictrico, nocabe duda de que los descubridores de la belleza del paisajeson los pintores llegados de fuera, desde Barcelona, comoSantiago Rusiol y Joaquim Mir, o desde Pars, donde An-

    glada Camarasa tiene abierto taller al que acude un nutridogrupo de artistas argentinos, que, por indicacin suya, van aMallorca. Anglada,31que conoce la isla gracias a que otropintor cataln-argentino, Bernareggi, se la ha descrito a susdiscpulos como un edn. Los paisajes mallorquines quepintan Rusiol, tambin su amigo Joaquim Mir y el grupode discpulos de Anglada que se instalarn en Pollensa, Gre-gorio Lpez Naguil, Roberto Ramaug y, en especial, Cittadi-

    ni, que fue el primero en llegar a Mallorca,32todos conocidosdespus como pertenecientes a la Escuela de Pollensa,mostrarn a los mallorquines sus propios paisajes. Algo deeso ya seal Gabriel Alomar (1902a; 1902b; y 1902c) conrespecto a Rusiol (Casacuberta, 1999: 18). Tambin Migueldels Sants Oliver observa, enLa Ciutat de Mallorques,que delos cuadros de Degouve, Rusiol y Mir surge una Mallorcaabans indita, que signorava a si mateixa en el somni mis-teris de la Belle au bois dormante (1987: 45).33

    En cuanto a los escritores que visitaron Mallorca, no cabeduda de que, en el espejo deformado y, en consecuencia, cari-caturesco de George Sand, los mallorquines percibieron unaimagen sumamente desagradable, que no les poda satisfacer.

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    Sand no tena razn, aunque s sus razones, para tratar tanduramente a los autctonos, pero, a la vez, su percepcin delatraso y de la necesidad de establecer una industria de viaje-

    ros con transportes y alojamientos dignos es la mismapor la que claman otros (Cabanyes, Cortada o Wood), un as-pecto que tendrn en cuenta los isleos, tras verse reflejadosen ese espejo de carencias. Para comprobarlo, pueden consul-tarse los artculos de Miquel dels Sants Oliver, que entreagosto y septiembre de 1880 difunde en el peridico mallor-qunLa Almudaina,bajo el ttulo comn Desde la terraza,

    pginas veraniegas, recogidos despus en el volumen Cosechaperiodstica(1891: 35-109), en los que insiste en la necesidadde establecer mejores comunicaciones martimas y modernosalojamientos (Serra i Busquets & Company i Mata, 2000: 70-71). El inquieto periodista mallorqun se adelantaba a otromallorqun inquieto, Bartolom Amengual, que publica unaobra de referencia,La industria de forasteros,en 1903. Las posi-bilidades tursticas de la isla sealadas por todos los viajeros,

    comenzando por Sand, haban sido finalmente bien ledas porun grupo de isleos emprendedores.

    La llegada de Rubn Daro a Mallorca genera bibliogra-fa mucho ms amplia que la de ningn otro escritor visitan-te. Ya advirtieron Oliver Belms (1960: 346-368 y 377-393),Macaya (1967: 490-505) y, ms adelante, Fernndez Ripoll(2002) lo que Mallorca supone para Daro. Menos se ha es-crito, como es natural, acerca de lo que Daro supone paraMallorca. Uno de los pocos en sealar el impacto de la pre-sencia rubeniana fue Cristbal Serra: Pocas veces, en una so-ciedad como la mallorquina, escasamente inclinada por elentusiasmo artstico, se ha visto tanto fervor, tanta simpata y,lo que es ms difcil, tanta hermandad artstica (2002: 16).

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    En efecto, los escritores mallorquines Alomar, Alcoverno solo homenajearon a Daro, sino que se miraron en sustextos, cuyos reflejos se perciben claramente en sus nuevas

    composiciones.

    L

    No cabe duda de que en la tradicin occidental uno de lostopos ms representativos es el insular: est presente en los re-

    latos fundacionales de la literatura, es clave en las leyendasdivulgadas en la Edad Media, como en la de Montsalvat, an-tecedente de la isla del Purgatorio de Dante, y el lugar elegi-do por la Utopade Moro o laAtlntidade Bacon. Las islasemergen de nuevo en textos fundamentales de la literaturadecimonnica, en Melville, en Stevenson o en Defoe, o se rees-criben de otro modo en el siglo , como en el Macondo deGarca Mrquez, rodeado de agua por todas partes (Ansa,

    2001: 17).La insularidad ha constituido un espacio clave en el ima-

    ginario humano, ligado, en primer lugar, a una serie de refe-rencias procedentes de la literatura clsica, que hoy tienden amermar. No solo porque ha mermado la cultura humansti-ca y de qu modo, sino porque los avances tcnicos hanhecho posible que las islas, incluso las ms remotas, sean yacercanas, contaminadas y abarrotadas de turistas, perdiendoas su magia y su misterio. Sin embargo, a esa magia y a esemisterio suelen aludir todava los folletos tursticos cuandotratan de captar clientes para las Fiyi, Fuket, las Seychelles olas Maldivas, como ltimos residuos creo de un moti-vo ancestral, hoy en trance de desaparecer o de banalizarse

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    en aras del consumismo turstico y la propaganda. Una pro-fusin de imgenes ha suplantado a las palabras que duran-te siglos se refirieron a esos parasos aislados, en los que la fe-

    licidad parece todava al alcance de cualquiera que los visitey en los que se anan vestigios de la edad dorada y el locus

    amnusarcdico. Por eso, desde los tiempos remotos en losque situamos a Ulises y a los argonautas hasta la primeramitad del siglo , los viajeros que llegaban a las islas, talvez incluso sin saberlo, se preparaban para ir al encuentrodel edn primigenio, deseosos de localizarlo entre los lmites

    que los microcosmos isleos comportan, atentos a reconocermojones, marcas y seales gracias a una imaginacin biendispuesta, que gua su mirada para observar y reconocercualquier vestigio de esos escenarios ideales, que Horacio enel epodo ubica, precisamente, en las islas.34Antes que lHesodo, el primero en sealar la existencia de la dorada es-tirpe o raza de oro, que, ociosa, viva de los frutos de lanaturaleza sin envejecer,35se refiere, en el libro deLos tra-

    bajos y los das(167-174),a una cuarta estirpe, que Zeus Cr-nida instala en los confines de la tierra. All viven con uncorazn exento de dolores, en las islas de los Afortunados,junto al Ocano de profundas corrientes, hroes felices a losque el campo frtil les produce frutos que germinan tres ve-ces al ao dulces como la miel (Hesodo, 1990: 132).

    En efecto, la isla como espacio cerrado y separado delcontinente por el mar que la abraza por entero se ha identi-ficado con el mbito paradisaco destinado a los afortunadoso bienaventurados, en consonancia con un tiempo y un lu-gar determinados: la poca en que an no habamos sidoexpulsados del edn, que aparece tanto en las fuentes bbli-cas como en otros textos paganos orientales y occidentales,

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    y que se relaciona con la Edad de Oro. Mito que constituyeun referente fundamental en la cultura de Occidente, al quealuden diversos autores clsicos,36a la vez que un concepto

    psicolgico-moral (Antelo, 1975: 81) estudiado por una am-plsima bibliografa, desde diversos campos: religiosos, antro-polgicos o literarios (Bauz, 1993). Vinculado con el anhelode felicidad humana y la nostalgia de una poca dichosa, taly como recuerda don Quijote a los cabreros:

    Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos

    pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, queen esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase enaquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces losque en ella vivan ignoraban estas dos palabras de tuyo y mo.Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie leera necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otrotrabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas,que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazo-

    nado fruto. Las claras fuentes y corrientes ros, en magnficaabundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecan. Enlas quiebras de las peas y en lo hueco de los rboles forma-ban su repblica las solcitas y discretas abejas, ofreciendo acualquiera mano, sin inters alguno, la frtil cosecha de sudulcsimo trabajo. Los valientes alcornoques despedan de s,sin otro artificio que el de su cortesa, sus anchas y livianascortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas sobre rsti-cas estacas, sustentadas no ms que para defensa de las incle-mencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todoconcordia: an no se haba atrevido la pesada reja del corvoarado a abrir ni visitar las entraas piadosas de nuestra prime-ra madre; que ella sin ser forzada ofreca, por todas las partes

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    de su frtil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentary deleitar a los hijos que entonces la posean (El ingenioso hi-dalgo donQuijote de la Mancha,captulo ).

    El quijotesco discurso de la Edad de Oro trufado delugares comunes provenientes de la literatura clsica, queCervantes conoca bien (Traver Vera, 2001: 82-95 y LpezGregoris, 2005: 173-178) olvida, no obstante, uno: el mo-tivo de la navegacin y, en consecuencia, del viaje como cau-sa del desmoronamiento de aquella sociedad idlica, al que

    se refiere Tibulo cuando, en la elega del libro , evoca laEdad de Oro:

    An no haba desafiado el pino las azuladas olas, ni habaofrecido a los vientos la vela desplegada, ni el marineroerrante, que busca riquezas en tierras desconocidas, habacolmado la nave de mercancas extranjeras. En aquella poca,el fuerte toro no soport el yugo, ni con su boca domada tas-

    c el freno el caballo; ninguna casa tena puertas, ni se hin-caron mojones en los campos que sealaran las fincas conlinderos precisos. Las mismas encinas destilaban miel y es-pontneamente ofrecan a las gentes despreocupadas que seencontraban al paso sus ubres llenas las ovejas. No habaejrcito, ni disputas, ni guerras, ni el cruel artesano habaforjado espadas con odioso oficio (1993: 283-284).37

    Cervantes, tal vez porque considera que las grandes pe-regrinaciones hacen a los hombres discretos,38como lee-mos en El licenciado Vidriera,excusa poner en boca de donQuijote el denuesto de la perversa nave, a la que culpa S-neca, en Medea, de la prdida de aquella edad dorada:

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    Las acertadas leyes de divisin del mundolas llev al caos un pino de Tesalia.Hizo azotar el Ponto y que la mar,

    que algo ajeno hasta entonces haba sido,entrara a formar parte de nuestros temores.Sufri graves castigos la perversa naveal tener que ir pasando por terribles peligros,cuando las dos montaas que sirven de barrera al abismolanzndose de sbito una contra la otra,bramaron como un trueno

    y el mar que fue aplastado entre las dossalpic hasta las mismas estrellas y las nubes (1979: 307).39

    Ovidio, en el libro de las Metamorfosis,al tratar asimis-mo de esa poca santa, en la que gobernaba Saturno y loshombres ociosos se contentaban con los frutos que la natura-leza les ofreca, seala que ninguna nave surcaba los mares:

    La primera de todas se ha criadola edad dorada santa que guardabasin ley ni rey lo justo de su grado.La pena ausente, el miedo ausente estaba,el pueblo sin edictos se rega,que sin juez seguro se hallaba.Nao ni galera entonces no se vair por el mar, ni nadie entre mortalesotras que sus riberas conoca.No haba muros, trompas ni atabales,ni para hacer trompetas se doblabanpesados y dursimos metales.Ni de arneses o espadas se adornaban

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    soldados, que sin ellas muy seguraslas gentes en blanco ocio se ocupaban.Y sin romperla, las entraas puras

    arndose, la misma tierra dabafrutos y frutas dulces y maduras.Cualquier con el manjar se contentabaque sin cultivar poda tenerse,porque la misma tierra lo criaba.Quieren con zarzamoras mantenerse,con silvestres cerezas y otras tales,

    que sin se desear podan haberse.Sustentbanse a veces los mortalescon bellotas, ajenos de dolores,de penas, de pasiones y de males.Haba verano eterno cuyas flores,nacidas sin simiente, regalabaFavonio con sus soplos y frescores.La tierra sin ararse se mostraba

    de mieses canas llena de contino,aunque nunca jams se barbechaba.De nctar y de leche ro divinoaqu y all corra, destilabala roja y dulce miel de encina o pino (1990: 7).40

    Virgilio, en el libro de lasGergicas,tambin recogeque la prdida del paraso coincide con el momento en quelos ros sienten por primera vez los troncos:

    Antes de Jpiter ningn labrador cultivaba la tierra, ni era lci-to tampoco amojonar ni dividir un campo por linderos; disfru-taban en comn la tierra y esta produca por s misma de todo

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    con ms liberalidad sin pedirlo nadie. l fue quien puso laponzoa venenosa en las negras serpientes y orden a los loboshacer presa y a removerse el mar y sacudi la miel de las hojas

    y ocult el fuego y sec los arroyos de vino, que corra por do-quier, con el fin de que la necesidad, por el continuo ejercicio,originase poco a poco variedad de artes y en los surcos buscasela planta del trigo e hiciese brotar de las venas del pedernal elescondido fuego. Entonces los ros, por primera vez, sintieronsobre s los troncos excavados del aliso, entonces el marinero re-dujo a nmero los astros y les dio los nombres de Plyades,

    Hades y la brillante Osa, hija de Lican (1990: 265-266).

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    Convienen, pues, algunos clsicos en que, a partir del mo-mento en que la perversa nave surque las olas desafiandolos mares hacia tierras ignoradas, el equilibrio del mundo ba-sado en el aislamiento se romper, porque los viajeros pon-drn en contacto mundos desconocidos entre s (Ansa, 2004:47). La dichosa edad y los siglos dichosos de los que habla

    don Quijote dejan de serlo cuando se transgreden los lmitesque preservan el espacio propio y se sale de l, en un impulsode extralimitacin y de bsqueda que implica el viaje. La cu-riosidad y la ambicin traen aparejados tanto la prdida delparaso terrenal bblico como la de la Edad de Oro y de las se-guridades que ambos comportan y, a la vez, conllevan la infi-nita nostalgia por ese lugar primigenio perdido, cuya caracte-rstica principal consiste en su asilamiento. Es quiz esanostalgia la que impulsa al viajero en su viaje de vuelta al es-pacio insular, paradjicamente, gracias a la navegacin queantes motiv su prdida.

    En la literatura clsica las islas solan ser consideradas es-pacios maravillosos en los que podan ocurrir prodigios ex-

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    traordinarios, aunque en algn caso, y como excepcin, im-pliquen un castigo. En efecto, al parecer, a la relegatio adinsulam eran condenados los senadores romanos que, como

    algunos sinvergenzas actuales, abusando de los poderesde sus cargos, hicieron de la estafa y el fraude una forma devida. Aislados del resto de ciudadanos, no tendran manerade conspirar ni de ejercer la corrupcin ni de dedicarse a ne-gocios poco honestos, y su castigo habra de servir de ejem-plo para todos, en especial para quienes estuvieran tentadosde seguir sus pasos. En un texto del siglo ,Derebus bellicis,

    su annimo autor propone, como solucin para los males queRoma sufre a consecuencia del fraude monetario, confinar enuna isla a los defraudadores, con una doble intencin: evitarel contacto con sus conciudadanos y el posible contagio desus malas prcticas y, a la vez, no darles ocasin para conti-nuar con ellas, ya que su aislamiento las convertira en im-posibles. Pese a que lvaro Snchez-Ostiz (2003: 390) opinaque las referencias a la relegatio ad insulampueden ser consi-

    deradas un tpico retrico, no es menos cierto que incluso lasBaleares fueron utilizadas como lugar de destierro, al menosdurante la poca imperial romana. Hasta nosotros han llega-do los nombres de algunos de los desterrados a Mallorca(Font Jaume, 1991: 139), como Vocieno Montano, oradornarbonense relegado por Tiberio; Suilo Rufo, que, segn T-cito, soport el destierro la mar de bien y llev vida de abun-dancia y molicie, o Asinio Galo, condenado por Claudio,acusado de conspirar en su contra.

    La marginacin insular, que Snchez-Ostiz (2003) rela-ciona con las caractersticas arquetpicas de las islas, ya queel aislamiento impide la corrupcin, tambin fue impuestaen tiempos mucho ms cercanos a nosotros. Baste recordar el

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    destierro de Napolen a Santa Elena, la confinacin de Jove-llanos en Mallorca, la de Unamuno en Fuerteventura o la dedisidentes franquistas desterrados por el dictador a las Cana-

    rias.42Sin olvidar que los vencedores tienen tendencia a con-centrar en espacios isleos a las tropas enemigas hechas pri-sioneras, como ocurri en la guerra de la Independencia conlos franceses abandonados a su suerte en Cabrera y, a finalesdel siglo y principios del , con la prisin norteameri-cana de Guantnamo en la isla de Cuba. Sin embargo, hechaesta salvedad y la del toposde la isla maldita,43opuesta a la

    isla bienaventurada, el imaginario de las islas implica todolo contrario al sufrimiento o a las penalidades. Y cabe consi-derar incluso que, para algunos pienso en Jovellanos, ais-lado en Valldemosa, primero, y despus en Bellver, o enUnamuno, desterrado en Fuerteventura, el sufrimiento ylas penalidades se sobrellevan y hasta se olvidan en el mo-mento en que el espacio maravilloso en el que habitan loscastigados ejerce en sus sensibilidades una fascinacin parti-

    cular. As parece ocurrir con Jovellanos, tal y como recoge ladescripcin de Palma, vista desde el castillo de Bellver:

    De cualquier parte que se mire la escena en que fue colocadala ciudad de Palma, aparecer muy bella y agradable: pero ob-servada desde aqu se presenta sobremanera magnfica [...], suriqueza y sus gracias se ofrecen a los ojos con ms claridad [...].As es que solo de este punto, que abraza la varia muchedum-bre y armona de sus partes, se puede gozar el admirable efec-to que produce el todo [...], la insigne ciudad de Palma [...] sealza orgullosa para completar y ennoblecer el magnfico qua-dro [sic] que rene quanto hai [sic] de ms bello en la naturale-za, hermoseado por el arte (2013: 186).44

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    El hecho de que las islas estuvieran en general alejadasde los puertos conocidos y, en consecuencia, fueran de dif-cil o complicado acceso para la mayora de mortales, las

    converta en el marco de relatos fabulosos, a los que cabaunir elementos procedentes de la descripcin de espaciosutpicos el jardn del Edn, el de las Hesprides, el locus

    amnuso la Arcadia feliz en combinacin con la no me-nos utpica edad dorada, que tal vez se haba prolongado enel tiempo porque transcurra en espacios acotados por elmar, que los limitaba y preservaba. En alguna ocasin,

    como escribir Santiago Rusiol en sus crnicas viajerasDesde una isla (1893), lo que se busca es una isla que noest rodeada de mar por todas partes, una isla sin molestiade agua. Pero en esa quimera imposible reside precisamen-te el deseo del artista: la isla es un espacio simblico, un lu-gar situado fuera de las coordenadas espaciotemporales, unlugar de sosiego y de encuentro con uno mismo, y eso lodescubre Rusiol en los jardines de Raixa, en una isla den-

    tro de la isla (Casacuberta: 1999). La otra isla, la real, tieneel inconveniente del anillo de agua, del terrible mar, elgran espacio funerario que la rodea y envuelve. Las islaspueden ser consideradas, por otro lado, estrellas del mar yforman archipilagos como si fueran constelaciones marti-mas, rplicas del cielo que orientan a los navegantes (BnatTachot, 2001).

    El concepto islaes ambiguamente plurisignificativo yconlleva, adems, una simbologa comn a muchas cultu-ras, que el esoterismo ha hecho suya. La isla esencial de loshindes, dorada y redonda, puede ser entendida como unmandala un lugar de concentracin espiritual, noen vano las islas se asocian a las nociones centrales de templo

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    o santuario y de fusin con la naturaleza, e incluso con unaprimigenia imago mundi.Tambin la psicologa analtica jun-giana se refiere a la isla como una sntesis de conciencia y

    voluntad frente a la amenaza del mar del inconsciente, unlugar que sirve de refugio y de reposo.

    La dimensin representativa de la isla ana la influenciade Oriente y Occidente por va simblica, mtica y utpica.La visin insular que nos proporcionan los textos hindes sesuperpone a la que nos ofrecen los que provienen de la lite-ratura griega. De este conglomerado surge, por ejemplo, el

    concepto de la isla de oro en la obra de Rubn Daro,construida con materiales de despiece de ambas tradiciones,aunque me parece que, pese a la predileccin de Daro porlas doctrinas hindes, propagadas por el esoterismo, le sub-yuga mucho ms la sacralidad de las islas griegas. En estasnacen algunos de los principales dioses de la mitologa:Zeus en Creta, Apolo y Artemisa en Delos, y, a pesar de queAfrodita emerge de la espuma del mar, al caer los genitales

    de Urano a las aguas del Mediterrneo, las islas de Citerea,primero, y de Chipre, despus, estn ligadas a su culto. Po-seidn rein en la desaparecida Atlntida, de la que nosofrecen datos dos dilogos platnicos, el Timeo y su conti-nuacin, elinconcluso Critias. Al parecer, era mayor que Li-bia y Asia juntas (Platn, 1992: 167). Situada frente a las co-lumnas de Hrcules, deviene un espacio utpico a partir delRenacimiento. Alfonso Reyes, en El presagio de Amri-ca, llegar a considerar incluso que esa mtica Atlntidacontribuye al descubrimiento de Amrica y afirma con be-llas palabras: solicitada ya por todos los rumbos, comienzaantes de ser un hecho comprobado a ser un presentimientoa la vez cientfico y potico (1960: t. : 29). No hace falta

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    recordar que Coln, al desembarcar en las Antillas, piensaque ha descubierto las Islas Orientales porque hacia ellasdiriga sus naves, ni hasta qu punto trata de ajustar la rea-

    lidad encontrada a la que l trajinaba en su cabeza (Gil,1992: 22). Son los modelos literarios de las ficciones, arrai-gadas en la mentalidad de las gentes, los que facilitan aquienes se enfrentan por primera vez con los nuevos espa-cios una mayor y mejor posibilidad de adaptacin. A menu-do los relatos de los viajeros se acomodan, ms que a la des-cripcin del espacio encontrado, al espacio que imaginaban

    encontrar.La ficcin literaria desempe un papel fundamentaltambin en el momento de nombrar los territorios conquista-dos. As ocurre, por ejemplo, con las islas de Lanzarote, bau-tizada en honor del famosoLancelot du Lac,y de Fuerteventura,que alude a pasajes de las novelas de caballeras, lectura usualen la poca de los conquistadores de las islas Canarias, que se-ran conocidas con el nombre de Islas Afortunadas en homena-

    je a las Fortunatae Insulae,de tanta raigambre clsica. E igual-mente ocurrir con los nombres dados a los nuevos territoriosencontrados en Amrica: California o Miraflores no son arbi-trarios. El primero corresponde a la reina de las mticas ama-zonas y el segundo procede del palacio de Oriana, la amadade Amads de Gaula. La visin de las islas reales va a ser cla-ramente mediatizada por la de las nsulas de la ficcin. Toda-va hoy todos tenemos presentes, por lo menos, dos: la quedon Quijote promete a Sancho y las nsulas extraas delbellsimo Cntico espiritualde San Juan de la Cruz, que dar t-tulo al poemario del peruano Emilio Adolfo Westphalen apa-recido en 1933.45

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    E

    Las islas son esenciales en laOdisea.El mar de Ulises es

    un mar de islas y sus aventuras ayudan a configurar el con-cepto mtico que subyace tras ellas. Homero es el primerpo-

    seur dles,adems del promotor del conocimiento geogrfico(Bnat Tachot, 2001: 83). Entre todas las islas que pueblan elrelato homrico es la Esqueria de los feacios la que cobra unaimportancia mayor en aras del desenlace de las peripecias:Ulises encuentra a Nausica, cuenta sus aventuras, lo que le

    convierte tambin en el primer viajero narrador de su propiaperipecia, y, tras desvelar su verdadera identidad, puede porfin regresar a taca. Esa Esqueria ideal, cuyo suelo feraz ofre-ce a sus hospitalarios habitantes la posibilidad de vivir delos frutos que una naturaleza ubrrima les regala, devienearquetpica.

    Pero ni siquiera es necesario haber ledo a Homero paraperpetuar las referencias utpicas que la insularidad compor-

    ta; basta asomarse a textos ms modernos, comoSalamb,taly como hace Rusiol cuando, al iniciar el primer artculo so-bre su viaje a Mallorca, publicado en La Vanguardia(16/03/1893), recuerda hasta qu punto le ha motivado parabuscar una isla el fragmento en el que Matho asegura: Yo sde una isla cubierta de polvo de oro, de pjaros y de ventura,repleta de belleza, de flores, de frutos que no hay que cultivary cuyo aire suave impide que llegue hasta all la muerte (Elviaje, 1999: 33). El pintor cataln dir adis a Mallorca, trasdos meses de permanencia, entre marzo y mayo de 1893, enun ltimo artculo (La Vanguardia,13/05/1893), en el que es-cribir que finalmente ha comprendido el significado de lapalabra islay es capaz de figurrsela:

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    pequea [...], ntima, risuea como un huerto en eterna prima-vera, tranquila como un oasis, en vez de mar la cre rodeada desilencio, de un silencio sordsimo que no dejaba llegar las voces

    embriagadas de aquellos pobres continentes [...] y me imagindormido en una hamaca de flores, viviendo del aire del cielo ylibre de perfidias y maldades de los hombres (Despedida,1999: 67).

    El arquetipo isleo deja sin duda su huella en estas pro-sas lricas, en las que consuenan las viejas referencias del t-

    pico de la Edad de Oro.Antes de que Rusiol leyeraSalamb,Jos BuenaventuraLaurens, igualmente pintor y escritor, adems de msico,cuenta que, ojeando casualmente un cuaderno de esos liedertan soadores y tan melanclicos de Beethoven, ha encon-trado el clebre Canto de Mignon de Goethe: Conocesla tierra donde florecen los limoneros / Donde maduran losfrutos de oro de los naranjos? / En el aire de fuego languide-

    ce el mirto verde, / Y la palmera se eleva, alta y orgullosa(Laurens, 2006: 26). Los versos de Goethe, de los que ya hetratado, funcionan como reclamo y, aunque no se refieran aun lugar concreto ni mencionen isla alguna, Laurens los con-sidera premonitorios la isla de los frutos de oro se meapareci con el aspecto ms brillante (2006: 26) y moti-van, en gran parte, su viaje a Mallorca.

    La isla s haba sido calificada de dorada por Grassetde Saint-Sauveur (1952: 52), a causa de los bosques de na-ranjos olorosos, en su libroVoyage dans les les Balares et Pi-thiuses, dans les annes 1801, 1802, 1803, 1804, 1805(1807),que Laurens haba ledo y del que lo toma seguramenteSand: Mallorca, llamada por los antiguos la Isla Dorada, es

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    extremadamente frtil y sus productos son de calidad ex-quisita (1932: 14).

    Pero habra de ser Rubn Daro, que viaj a Mallorca en

    dos ocasiones, la primera en noviembre de 190646y la se-gunda en 191347, quien, a sabiendas o no de esos anteceden-tes, se encargara de difundir la apelacin isla de oro enunas notas de su primera estancia mallorquina, que, en for-ma de artculos, fueron apareciendo en el peridicoLa Na-cin48y, ms tarde, durante su segunda estancia, en El oro deMallorca,una autobiografa novelada inconclusa que toma

    muchos aspectos deLa isla de oro,varindolos solo en parte.Por qu tanta insistencia? Es cierto que Daro alude en suobra muy a menudo al oro, no solo como referencia al metalprecioso que implica valores positivos, sino al conjunto deelementos esotricos con que la tradicin hermtica le hadotado, y tambin al concepto de isla, como espacio simb-lico primordial, firme frente a las embestidas del mar y es-table frente a las inestables corrientes, olas o mareas oceni-

    cas, tal y como la crtica ha venido poniendo de manifiesto(Marasso, 1926; Skyrme, 1975; Jrade, 1983).

    Rubn Daro, como otros poetas modernistas, se intere-s mucho por el esoterismo; en ese sentido, creo que no espor casualidad que los ttulos de los dos textos sobre Ma-llorca anen la isla y el oro, dos conceptos ligados a la tradi-cin hermtica.La isla de oro yEl oro de Mallorcapertene-cen, sin duda, a un gnero hbrido que mezcla crnica yautobiografa e, igual que ocurre con la literatura de viajes,se nutren de numerosos elementos intertextuales propios yajenos, a veces avecindados con el plagio.49

    El hecho de que no sepamos si Daro termin sus dos re-latos mallorquines y, si los termin, podamos dar con la par-

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    te desconocida no nos permite consolidar la hiptesis de quesu inters por unir ambos conceptos simblicos, oro e isla, tu-viera que ver con el deseo de que la estancia en Mallorca su-

    pusiera tanto para el protagonista sin nombre deLa isla de orocomo para el msico Benjamn Itaspes, personaje principal deEl oro de Mallorca,la curacin de sus males fsicos y su salva-cin anmica. Solo en el espacio sacral que la isla comporta, eldios Apolo podra derramar su oro sobre ambos y propiciaruna total regeneracin del cuerpo y del espritu. Daro, cuyosincretismo religioso se evidencia en su obra, busca tambin

    en la fe de su infancia el remedio y eso confirma su necesidad,durante las semanas pasadas en Valldemosa, de confesarse y,a su vez, justifica que el hbito de cartujo,50que viste duran-te unas horas, no sea un mero disfraz, ni mucho menos unamanera irrespetuosa en la tierra sagrada de Raimundo Lulio,

    pour pater le bourgeois, como supuso Salaverra (1928: 10).La recurrencia de los ttulosLa isla de oroy El oro de Ma-

    llorca prueba, me parece, que el particular vellocino rube-

    niano se halla en una isla concreta encontrada por el poetaen un primer viaje, y a la que regresa por segunda vez conun tozudo deseo de renovacin.

    Ya en la primera lnea deLa isla de orose menciona alargonauta del inmortal ensueo y se reproduce casi tex-tualmente el inicio del Coloquio de los centauros, inter-pretado como poema esotrico (Orringer, 2002 y BroekChvez, 2006):

    En la isla que detiene su esquife el argonautadel inmortal Ensueo, donde la eterna pautade las eternas liras se escucha isla de oroen que el tritn elige su caracol sonoro

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    y la sirena blanca va a ver el sol un dase oye el tropel vibrante de fuerza y de armona.(Prosas profanas y otros poemas, 1952: 202).

    Como puede observarse, es de estos versos de donde pro-cede la prosificacin del primer artculo sobre Mallorca, en-viado al peridicoLa Nacin:

    He aqu la isla en que detiene su esquife el argonauta del in-mortal ensueo. Es la isla de oro por la gracia del sol divino.

    Vestida de oro apolneo la vieron los antiguos portadores de lacultura helnica y los navegantes de Fenicia que, adoradores deHrcules, le alzaron templos en tierras espaolas; y que al lle-gar a esta prodigiosa regin creyeron sin duda encontrarse enun lugar propicio a los dioses fecundos y vivificadores (Daro,2001: 175-176).

    La insistencia en el oro como atributo de Mallorca lleva a

    Daro a poner en boca de la interlocutora del protagonista li-terario, lady Perhaps, la siguiente afirmacin: En ningunaparte he visto mayor triunfo de la magnificencia solar y ma-yor derroche de oro, de oro del cielo, de oro homrico (2001:177). Y a reiterar, en los poemas51y prosas escritos en Mallor-ca y sobre Mallorca, el binomio oro-sol que, incluso de tantorelumbrar, relumbra, alguna vez, en vano.

    Tambin Unamuno, que visit Mallorca durante el vera-no de 191652y escribi sobre Mallorca cuatro artculos,53titu-la el primero de ellos En la calma de Mallorca, en sintonacon Santiago Rusiol, y el segundo, con un guio a Daro,En la isla dorada; adems, se refiere en numerosas ocasio-nes a la isla de oro como sinnimo de Mallorca. Los textos

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    mallorquines de Unamuno, sin variantes, pasarn a formarparte deAndanzas y visiones espaolas. Casi parafraseando aRubn Daro, aludir don Miguelal divino regalo de la vi-

    sin de la isla de oro donde todo narra la gloria del Sol o alesplendor fulgurante de la isla de oro (1929: 203), reiterandoen sus descripciones paisajsticas, como no haba hecho nuncahasta entonces, el trmino oro.

    Tambin en la estela de Daro, Mario Verdaguer publica-r, en 1926,La isla de oro,una novela de aprendizaje centra-da en Miramar.54Y el apelativo se reiterar en otros ttulos,

    Mallorca, la isla de oro de Alomar (1928)55

    o Gua de laisla de orode Tous i Maroto (1933). E incluso dar pie a quese bautice como Les Illes dOr56una coleccin literaria.

    Jos Mara Salaverra, que llega a Mallorca por primeravez acompaado de Ricardo Baeza en 1928, ao en que pu-blica la experiencia de su viaje bajo el ttulo de Mallorcavis-ta por Jos Mara Salaverra,57escribe sobre la consolidacindel tpico en el primer captulo de su libro:

    El mismo sobrenombre de isla de oro nos emociona comouna promesa de maravillosas montaas doradas que han dealzarse a nuestros ojos. Cmo es la luz de Mallorca? Y cadacual, segn su poder ponderativo, hace un encomio diferen-te de esa luz inefable que envuelve a la isla (1928: 16).

    No obstante, en el captulo tercero, titulado precisamenteEn la isla de oro, se desdice de sus anteriores afirmaciones:

    ni el color general de la isla sugiere la idea de dorado, ni la luztiene la energa y el fuego que pudieran justificar aquel ureosobrenombre. Sin embargo no le va mal. Mallorca puede, con

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    justicia, llamarse la isla de oro, por la riqueza de sus campos,por la opulencia y la feliz diversidad de sus cultivos (1928: 19).58

    Y casi a regln seguido, tras un viaje en tren por el inte-rior, propone llamarla, en lugar de la isla de oro, la islaarbolada. Cuando Salaverra regrese a Mallorca en 1932para ampliar el libro aparecido en 1928 con nuevos escritosy las reproducciones de unas bellsimas acuarelas de ErwingHubert, dedicar el captulo a La isla arbolada.

    E

    Confesndolo abiertamente, como Laurens y Rusiol,dndolo a entender como Daro, obvindolo como Unamu-no o sin saberlo siquiera, los viajeros que llegan a Mallorcasuelen traer consigo las caractersticas del viejo imaginarioinsular. Casi todos se refieren en sus textos a los tpicos que

    el mito de la isla comporta. Desde los que permanecen enMallorca apenas dos semanas (Dembowski), menos de unmes (Laurens),59los que repiten estancia (Wood y Daro),los que van a ser visitantes asiduos (Rusiol), hasta los quese quedan a vivir all, como Robert Graves, se sienten sub-yugados por la belleza del paisaje, el clima agradable y laamabilidad de los lugareos, con su particular forma de vida,un aspecto este ltimo del que, como es sabido, discrepaGeorge Sand, sobre lo que me detendr ms adelante.

    Los trminos con que Mallorca es calificada hacen referen-cia al paraso de manera casi unnime, aunque el paraso, comose asegura que le dijo Gertrude Stein a Robert Graves, pueda,a la postre, resultar insoportable.60Las alabanzas se repiten

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    una y otra vez, convirtiendo Mallorca en una isla rodeada porlos mismos adjetivos encomisticos, contorneada por parecidascitas literarias, principalmente en la poca romntica y an

    ms adelante, puesto que los tpicos sobre el edn mallorquntraspasan el siglo y se adentran en l. En consonancia, elescritor Guillem Frontera ha titulado Imatge del parads (1994)su libro sobre Mallorca, ya que el trmino paraso o sus sin-nimos isla elsea, la denomina West Gordon en Un paseo

    por Mallorca(1996: 27) se reiteran en las descripciones pai-sajsticas hasta la saciedad. En el Viaje en Espaade Arturo

    Young, uno de los pocos viajeros del siglo que incluyeMallorca, aunque confiese hablar por referencias obtenidas enBarcelona y en Bayona de gentes fiables, asegura que esta islasegn todas las relaciones sera fcilmente transformada enparaso (Garca Mercadal, 1999, vol. : 334). Grasset deSaint-Sauveur, pese a que no hace referencia al tpico ednicode manera directa, al describir Mallorca, en el captulo desu libro, no tiene empacho en atestiguar:

    La Isla de Mallorca es, sin duda, una de las ms favorecidas porla naturaleza. Su situacin, tan ventajosa, entre los continen-tes de Europa y frica, la temperatura de su clima y las cuali-dades de su suelo, aseguran la abundancia para las necesidadesbsicas de sus habitantes, fuente primera de felicidad (1952: 43).

    Cortada es an ms categrico:

    Yo creo que las Baleares son las verdaderas Hesprides, y si nolo son debieran haberlo sido, porque es imposible que en ningu-no de los pases, a los que puede referirse lo que de las Hespri-des nos cuentan antiguos escritores, haya espontneamente la

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    riqueza y la frondosidad que en esta balerica mayor, sin duda,la primognita de las tres hermanas. Aqu est la dulce miel enlas plantas, aqu la fuente de leche, aqu los frondosos rboles

    que todo el ao se ven cubiertos de manzanas de oro, aqu lapaz y el vicioso clima que convida a los deleites (2008: 150).

    Tambin el bilogo y zologo francs Joseph Henri de La-caze-Duthiers, uno de los pioneros de la investigacin marti-ma en las islas Baleares, y autor de Voyage aux Iles Balares ou

    Recherches sur lanatomie et physiologie de quelques mollusques de la

    Mediterrane(1857), se referir al encanto que nos proporcio-n Palma, donde encontramos la mayor tranquilidad. Unaseguridad ideal, un clima primaveral delicioso, unos paisajesde una belleza indescriptible (en Oliver, 2011: 119). Vuillierva todava ms lejos:

    Mallorca es la isla ms grande y con mucha diferencia la msfrtil del grupo de las Baleares; la tierra es tan fecunda, el

    clima tan dulce y los paisajes tan bellos, que los antiguos lashaban llamado las Eumnides o Islas de los Buenos Geniose Islas Afrodisiacas o del Amor (2000: 39).

    Y, a regln seguido, escribe: su poblacin es, en propor-cin, el doble que la de Espaa (2000: 39), tal vez comoinevitable consecuencia afrodisaca. Francis de Miomandre,que llega a Mallorca a finales de los aos veinte, posiblemen-te invitado a Formentor por su amigo Adam Diehl, al quededica su libro Mallorca (1933), advierte que las caractersti-cas paradisacas de la isla le recuerdan las tierras vrgenes deOceana y le retrotraen a las historias de los antiguos nave-gantes y a los sueos ednicos.61

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    Sin embargo, los ttulos de los libros de viajes a Mallorcason neutros, como se observa en los ms conocidos: Voyagedans les les Balares et Pithiuses, dans les anns 1801, 1802,

    1803, 1804, 1805,de Andr Grasset Saint-Sauveur (1807);Notas y observaciones hechas en mi viaje y estancia en Mallorca,deJosep Antoni de Cabanyes i Ballester (1837); Un hiver Ma-jorque,de George Sand (1842); Viaje a la isla de Mallorca en elestode 1845,de Juan Cortada (1845); The Balearics Islands,deCharles Toll Bidwell (1876);Letters from Majorca, de CharlesW. Wood (1888);Jogging round Majorca,de Gordon West

    (1929). Sin embargo, hay tres excepciones:Souvenirs dun voya-ge dart lle de Majorque,de Jean-Joseph Bonaventure Lau-rens (1840);Les les oublies,de Gaston Vuillier (1893);62y TheFortunate isles, life and travel in Majorca, Minorca and Iviza(1911), de Mary Stuart Boyd.

    Laurens justifica el ttulo de su obra,Souvenirs dun voya-ge dart lle de Majorque,en el primer captulo, precisamen-te en el hecho de que, segn su criterio, no se haya publicado

    ningn libro de arte sobre esta isla y que los paisajes y losmonumentos que deban de encontrarse en ella eran com-pletamente desconocidos por los pintores y por los artistasanticuarios (2006: 26), un punto de vista que solo tiene encuenta, como era esperable de un francs de su poca, lostextos publicados en Francia y, en ese sentido, tiene razn.Ni Grasset63ni Cambassedes, a los que cita como fuentenica, se haban ocupado de los aspectos artsticos ni habanbuscado lo pintoresco ni se haban emocionado ante las rui-nas de los conventos derruidos, como har Laurens mientrasintenta encontrar algn vestigio arqueolgico para decorarsu gabinete de anticuario de vuelta a casa. Vuillier, por suparte, parece hacer hincapi desde el ttulo,Les les oublies,

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    en que precisamente es el olvido lo que ha mantenido estasislas lejos de las contaminaciones forneas y ha preservado supaisaje inclume, ya que apenas han sido visitadas.64

    En efecto, basta consultar los principales libros de viajespor Espaa65de escritores extranjeros, incluso del siglo ,poca en que se ponen de moda, para observar que son po-cos los que visitan las Baleares. Constatacin en la que elmdico y naturalista Pagenstecher tambin coincide:

    Cada isla, generalmente poco conocida, a semejanza de las re-

    giones lejanas del globo. Sin embargo, la importancia queofrecen bajo el doble aspecto de la belleza y de la ciencia, esbastante para que un reducido tesoro de observaciones se pue-da deducir lo suficiente para sacarlas del olvido en que sehallan (1989: 1).

    Igualmente Davillier se refiere en su Viaje por Espaaaque las Baleares haban sido visitadas rara vez por los turis-

    tas y que muchas personas solo conocen de nombre (1949:953), para concluir asegurando que la isla es un pas de losms ignorados de la tierra (1949: 967). Tambin los viajeroscatalanes, pese a la cercana, anotan esa marginalidad insu-lar. Para el romntico conservador Cortada se trata de un as-pecto positivo:

    All las tradiciones se han conservado puras; y pueden versecasi en el mismo estado que tenan seis siglos atrs los luga-res en que nuestros cronistas fijan algn suceso memorable,porque las funestas revoluciones no han pasado por all su fa-tal rasero, ni son todava en esa tierra dichosa el inexorablegrito de nuestro siglo: nova sunt omnia. El mar que le separa

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    de la Pennsula es una lnea divisoria, no solo fsica sino mo-ral y por esto dicen que ah subsisten de las cuales ha desapa-recido entre nosotros hasta el recuerdo (2008: 21).

    Las islas Baleares estn ausentes de las pginas de algu-nos de los autores ingleses y franceses ms famosos, comoChateaubriand (Itinraire de Paris Jerusalem, 1811); GeorgeBorrow (The Bible in Spain,1842); Richard Ford (Handbook

    for travellers in Spain and readers at home,1844); Prosper Me-rime (Lettres dEspagne, 1845); Edgard Quinet, (Mes vacan-

    ces en Espagne, 1846); Alexandre Dumas (Impressions de voya-ge: de Paris a Cadix,1861); Thophile Gautier (Voyage enEspagne,1862), entre otros.

    A las dificultades que comportaba viajar en aquella po-ca habra que aadir el hecho obvio de que a Mallorcasolo se poda acceder por mar despus de una larga travesa:dieciocho horas a partir de 1837, ao en que el vapor El Ma-llorqun enlaza Palma con Barcelona una vez por semana.66

    Antes, los barcos que arribaban a los puertos mallorquinesde Palma, Sller y Alcudia, lo hacan de manera espordica.Eso explica que Mallorca quedara al margen de los periplosde los viajeros. Sin embargo, incluso a partir del estableci-miento de la lnea regular, las condiciones de la travesa, aveces peligrosa a causa del mal tiempo y casi siempre inc-moda, frenan a muchos. Basta con detenerse en las mareadaspginas de Viaje a Mallorca,de Pagenstecher (1989: 38-47),que, procedente de Barcelona, llega a Alcudia en 1865, enel pequeo vapor Menorca; o a las no menos mareadas conque Rusiol inicia las crnicas de su primer viaje a Mallorcaen 1893 paraLa Vanguardia.67Pginas, por otra parte, que sonun claro antecedente de El viatge, texto con el que Josep

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    Pla comienza las suyas paraLa Publicitaten 1921, casi trein-ta aos ms tarde, aludiendo tambin al mal de mar, estoes, al mareo,68aunque, en los aos veinte, el barco correo

    Mallorca ya no fuera el cascarn en el que Pa