Discurso Real Academia de la Lengua Recepcion Manuel Cañete 1858.pdf

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  • DISCURSOS LEDOS ANTE LA ,

    R E A L ACADEMIA E S P A O L A ,

    EN LA RECEPCIN PBLICA

    DE

    DON MANUEL C A E T E .

    JWirri, IMPRENTA Y ESTEREOTIPIA DE M. RIVADENEYRA,

    calle de la Madera, nmero 8.

    1858.

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    DISCURSO

    DON MANUEL C A E T E .

  • SEORES

    COSTUMBRE gallarda ha sido siempre, aun en los mas claros varones quien la Real Academia Espaola ha recibido en su seno, declarar en ocasin como esta no haber merecimiento que supere en importancia la honra de sentarse entre vos-otros. Yo menos que ninguno de vuestros elegidos podra i n -terrumpir esta loable costumbre, porque tal vez mas que t o -dos ellos soy deudor vuestra indulgencia de inmerecidos favores. Momentos hay en los que apenas acierto . darme cuenta de cmo yo , falto de la ciencia que poseis, logro este codiciado honor y llego hermanar con hombres vene-rables por los aos y la virtud, por los servicios la patr ia , por el saber y la gloria.

    Una sola consideracin pudo , Seores, influir en vosotros para no desairar mi noble deseo. Habis visto la constancia con q u e , por espacio de algunos aos, he defendido, ardien-temente los fueros legtimos del ar te , sin que en la lucha dia-ria para mantener la integridad del idioma patrio y acudir en defensa de los principios del buen gusto, se torciese nunca mi pluma del lado de la injusticia voluntaria, ni rindiese tributo

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    la venalidad que prostituye las letras. Por ello, animados de uu impulso generoso, habis perdonado en m el poco caudal de inteligencia y doctrina, para recordar y recompen-sar el encendido entusiasmo, los bien intencionados propsi-tos, la sinceridad y rectitud, que avaloran, si no autorizan, la crtica, conquistndole justo ttulo la benevolencia de los doctos.

    Completa seria hoy mi dicha, si no la enturbiase el ver compendiada en este sitio la ley por quien se rige la humani-dad , que vive y se desarrolla sin que lo estorbe el limitado existir de las generaciones y razas en el curso de los siglos. Indigno fuera yo de ascender al Capitolio de las letras, si, des-vanecido por el triunfo, no consagrase un recuerdo mi pre-decesor el barn de Lajoyosa, quien tres insignes Academias contaron en el nmero de sus mas celosos individuos.

    Y ahora, permitidme volver los ojos al objeto predilecto de mis amores literarios, la casta y benfica poesa, rayo ( s e -gn las elocuentes palabras de nuestro Cervantes) que suele salir de donde est encerrado, no abrasando, sino alumbran-d o ; instrumento acordado, que dulcemente alegra los senti-dos , y, al paso del deleite, lleva consigo la honestidad y el provecho.

    Ms de una vez se ha repetido que la variedad de combi-naciones con que brinda la naturaleza al que goza en admi-rarla, es fuente siempre nueva de inspiracin y de poesa. Y como nada se expresa mejor que lo que se siente bien ; como teniendo alma no es posible permanecer indiferente la belleza de los campos, de los mares de los cielos; como el inmenso podero del Criador se muestra, as en la desordenada furia cuanto en la paz de los elementos, as en el aterido invierno, que despoja la tierra de sus galas y parece que la aproxima la muerte, como en la risuea primavera, llena de vida, de

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    flores y fragancia, la poesa nutrida en el amor de la soledad y acostumbrada respirar el aire embalsamado de las monta-as , ha de ser necesariamente bella, interesante, verdadera, si no se halla viciado el ingenio por el mal gusto, maleado el corazn y extraviada la inteligencia por el pernicioso i n -flujo de una bastarda filosofa.

    Tiene crdito aun'la opinion de que la poesa sirve solo para deleitar embelleciendo ficciones; y de aqu deducen algunos que no existe donde no hay ficcin, cuando menos, que esta es su principal elemento constitutivo. Pero yo , Seores Aca-dmicos , he tenido siempre por mas exacto que la poesa es ante todo verdad, y que vive de la sinceridad de sentimiento y de expresin. Jams ser poeta el hombre que no sienta animarse la naturaleza los latidos de su pecho, que no halle conceptos de una elocuencia infinita en el susurro de las hojas, en el murmurio de las fuentes, en el cantar de las aves.

    Para abarcar el conjunto de la naturaleza, ha dicho un gran escritor filsofo (1) , es preciso no fijarse nicamente en los fenmenos externos , sino hacer siquiera por entrever al-gunas de las misteriosas analogas y armonas morales que ligan al hombre con el mundo exterior.

    Reflejndose en la imaginacin aquel sublime espectculo, ha conmovido siempre el alma y empeado los depositarios del rayo divino de la inspiracin en revelar por medio de la fuerza pintoresca de la palabra, quin con mas originalidad, quin con menos, el sentimiento que inspira la contemplacin de la naturaleza. Y de aqu mi propsito de examinar cmo han expresado este sentimiento tres esclarecidos ingenios es -paoles de otras edades , en quien se renen circunstancias cuyo estudio puede servir para mejor comprender la historia de la poesa lrica posterior al renacimiento literario, y cuyo

    ( I ) HUMBOLDT : Cosmos.

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    numen se desarroll en pocas diferentes y en muy distintas esferas : tales son Garcilasso, Luis de Len y Rioja; el guer -rero , el fraile y el cortesano.

    Cul e ra , pues , el estado de la civilizacin, cul el de la poesa espaola cuando aparece en nuestro Parnaso

    El Ttiro espaol, nuevo Sincero, Cuya divina musa toledana Dio poder la lengua castellana?

    Mejor que yo lo saben cuantos me escuchan. Al nacer con el siglo xvi el cesar Carlos V, hallbase la civilizacin europea en uno de esos perodos fecundos en que se realizan aconte-cimientos portentosos, de los cuales uno solo hubiera bastado para llenar y caracterizar todo un siglo. En Constantinopla sucumbe el imperio bizantino ; desde el Bosforo amenaza el turco la cristiandad; y en tanto que los espaoles rompen el yugo mahometano orillas delGenil , la fe religiosa y cien-tfica de Colon arranca los mares el secreto de un mundo desconocido, y lleva las regiones antpodas, con el habla castellana, la ensea de la redencin del hombre.

    Ni eran estos prodigios los nicos realizados al alborear el siglo xvi . Los caracteres del tipgrafo de Maguncia detienen

    la palabra veloz que antes hua;

    fijan y perpetan los tesoros de la religin cristiana, los del saber antiguo, expuestos perecer olvidados, y extienden por todas partes las obras de la inspiracin y de la ciencia. f-nanse los sabios por limpiar, acicalar y pulir el texto de los mejores escritores de la antigedad, copiando los fragmentos de los templos griegos y romanos, las pinturas de las termas y de los sepulcros; Rafael eclipsa la gloria de Apeles; Miguel ngel levanta el Vaticano, y Vargas, Juanes, Berruguete,

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    Siloe, Machuca y cien otros mas rinden en Espaa fervoroso culto las nobles artes.

    La caida de. Constantinopla llev Italia las reliquias del vasto imperio que sujetaba su poder los territorios mas flo-recientes de Europa y Asia. Los griegos fugitivos acaban de

    : inflamar los italianos; Roma revive de sus ruinas; en ellas recuerda su primitiva grandeza; en los restos que traan Las-caris y sus compaeros de emigracin reconoce la ciencia y el gusto de sus maestros; abrazada la cruz, se consagra emular el esplendor de los Csares; levanta la pisoteada c l-mide imperatoria, y con mayores atractivos que gentil r e s -plandece cristiana. - Las guerras civiles de Bolonia y Pisa; los campos de Lom-

    barda talados por las huestes imperiales y francesas; Gonzalo de Crdoba conquistando un reino; Carlos Y guerreando desde el estrecho de Hrcules hasta las aguas del Danubio y en las arenas de la Libia, no asordan las deidades del Pind. Los guerreros no cantan las palmas de tan heroico siglo, sino la quietud pastoril de la Arcadia, el silencio amoroso de los bosques; y en tanto que los libros de caballera inflaman y enloquecen los soldados, trayndolos sobrenaturales em-presas , la lira no se aplace sino imitando Tecrito y Vir-gilio.

    Pasma contemplar el cmulo de sucesos providenciales por que habia llegado nuestra nacin hacer el primer papel en el siglo de Len X y Carlos Y. Contra los mas fundados cl-culos de la prudencia humana, adquiere deshora vastos imperios; suena reino y es provincia. Sus mas ilustres hijos corren Italia recoger la herencia del duque de Miln ; y el comercio intelectual que consecuencia de sus relaciones y conquistas se establece entre espaoles italianos, empea mas los ingenios de nuestra patria en torcer el curso de su

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    inspiracin nativa, para seguir los poetas del siglo de A u -gusto y los toscanos educados en su escuela. Cierto es que no se desde Juan de Mena de imitar en sus Trezientas las fantsticas visiones del Dante , ni de consagrarse estudiar los clsicos latinos, presumiendo de enriquecer nuestra lengua con atavos de la de Horacio. Pero la imitacin de los antiguos no habia sido aun reducida precepto para los escritores del siglo de Juan II y de los Reyes Catlicos. Si bien menos tersa, pulida y clara que la destinada sucederle, fu sin duda a l -guna mas espontnea y original la poesa castellana inmediata prdecesora del renacimiento, porque se alimentaba de la re-ligin y aspiraba retratar al hombre, acomodndose las nuevas costumbres, hbitos de gobierno, tradiciones in te-reses locales. Con motivo de la reforma que Garcilasso llev trmino, se le hace. Boscan el grave cargo de que intro-dujo en un pueblo valiente y sobrio el gusto afeminado y muelle de los vencidos. Razn tienen los acusadores. A la vi-ril energa que hacia exclamar Jorge Manrique :

    Nuestras vidas son los rios Que van dar en la mar,

    , Que es el morir,

    comunicando los metros cortos una robustez ms real que aparente, y la expresin de los pensamientos la concisin y austeridad anuncios de un gran carcter, sucedieron, por punto general, en el siglo xvi fras amplificaciones de senten-cias recogidas en otros poetas imgenes reflejadas de otros entendimientos. Y como al hacerlas propias no se las fundia de nuevo para darles forma distinta de la primitiva suya, a n -tes bien se procuraba copiar la de los originales en que se habia buscado inspiracin, las canciones, glogas y sonetos de los innovadores, como todo lo que tiene algo de forzado y de-masiadamente artificioso, suelen interesar menos que la in -

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    gnua expresin de pensamientos y afectos espontneamente nacidos en el alma del poeta.

    No se crea que al adelantar este juicio, me propongo m e -noscabar en lo mas mnimo la importancia ni el mrito de Garcilasso. Lo que acabo de exponer, como en tesis general, respecto de la poesa con razn denominada erudita, ms es disculpa que censura de aquel peregrino ingenio: l solo pertenecen los aciertos que avaloran sus obras; los errores que las deslustran se han de atribuir nicamente al siglo en que vivi.

    Ya lo hemos visto. Durante el xvi el mundo se ocupa en desenterrar lo que haban abatido y despedazado el tiempo y la mano asoladora del hombre; la admiracin aherroja la inven-tiva del ingenio; la novedad por aquellos dias consiste en gustar de lo viejo y en saber apreciarlo, de donde surge en cierto modo el imperio del buen gusto; en una palabra, el poeta , que solo busca la originalidad en la imitacin, prefie-re , y rara vez lo alcanza, crear imitando. Qu extrao, pues, que Garcilasso, despreciando la gtica rudeza de los vates cas-tellanos que le precedieron, quisiese adornar su propia len-gua con nuevas y lucientes galas de la latina, y con pensa-mientos y giros de Petrarca, Sannazaro, Fracastor y Bembo? No es esta ocasin de enumerar cunto debieron Garcilasso las buenas letras, que entraron en Espaa con el imperio; bs-tame seguir los pasos al que, con espritu divino,

    Al grave Tajo en sus arenas de oro Mezcl el licor toscano y el latino,

    para sorprender el secreto de su alma cuando se apacienta en la contemplacin de las bellezas campestres.

    Same dado lamentar, no obstante, que un poeta muerto en el vigor de la juventud, que pas la mayor parte de la

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    vida guerreando fuer de bueno contra los enemigos de su patria, y que pesar de ello tuvo tiempo y genio bastante para consumar una transformacin radical en la versificacin y el estilo, para fijar la lengua, comunicando la diccin po-tica tan abundante savia y frescura, que hoy es , y aun se con-serva como entonces en toda su lozana,no se hubiese aban-donado sus naturales impulsos al sentir conmovida y ar re-batada el alma ante las maravillas del universo. Qu no ha -bra hecho al tocar en este raudal fecundo de inspiracin un hombre como Garcilasso, abrigando la exacta idea de que para encontrar flores de verdad no hay que buscarlas en los jardines, sino en los campos? Qu , si no hubiese por sistema rechaza-do el arte de apasionarse de la naturaleza? Qu entregarse abiertamente al sencillo placer, por el cual el mundo fsico se insina en la imaginacin del poeta sin que l mismo lo pe r -ciba?

    Despus de la pesada fatiga de la batalla, cubierto de sangre y polvo, y ceidos los victoriosos laureles de Tnez, cuando aun retumban en sus odos estrpito de armas, t u -multo y gritera, y agitan su espritu escenas de muerte y desolacin, creo mirarle buscando reposo en callado y solita-rio bosque, junto un fresco arroyo, la sombra de un rbol, y all con la lectura de sus poetas favoritos borrar, sin esfuer-zo, del pensamiento lo pasado, y convertirle imgenes dulces y risueas. Entonces se despiertan suavemente en su alma los recuerdos del amor y de la amistad, vuelve los ojos la he r -mosura que le rodea, y exclama :

    Corrientes aguas, puras, cristalinas; Arboles, que os estis mirando en ellas; Verde prado, de fresca sombra lleno; Aves, que aqu sembris vuestras querellas; Hiedra, que por los rboles caminas, Torciendo el paso por su verde seno;

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    y entonces pondera as los hechizos de su amada :

    Flrida, para m dulce y sabrosa Mas que la frua del cercado ajeno, Mas blanca que la leche y -mas hermosa Que el prado por abril de flores lleno!

    se transforma en sus camaradas y amigos, recuerda sus in-fortunios, y teme perder la que adora, porque el amigo perdi su amada :

    Quin me dijera, Elisa, vida ma, Cuando en aqueste valle al fresco viento Andbamos cogiendo tiernas flores, Que haba de ver con largo apartamiento Venir el triste y solitario dia Que diese amargo fin mis amores?

    Nacido para el amor y la amistad, dechado de nobles afec-tos, claro y castizo en el estilo, sencillo y pintoresco en la frase, habra podido Garcilasso expresar cual muy pocos el sentimiento de la naturaleza, si se hubiese detenido mas observarla, buscando en s mismo lo que pedia latinos y tos-canos. l , con los metros recien trados de Italia juega y en todos domina, como si usarlos hubiera sido antigua y natu-ral costumbre en la musa ibera. Quin ha excedido hasta ahora la belleza de elocucin y versificacin d e s s l iras, que nacen en La flor de Gnido armadas de toda perfeccin y her-mosura? Ved cmo el poeta avasallaba la forma al describir el campo, igualando y en ocasiones superando sus modelos:

    Convida un dulce sueo Aquel manso ruido Del agua, que la clara fuente enva; Y las aves sin dueo, Con canto no aprendido, Hinchen el aire de dulce armona; Hceles compaa, A la sombra volando,

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    Y entre varios olores, Gustando tiernas flores, La solcita abeja susurrando.

    Por qu quien expresa de este modo los encantos de la naturaleza, se empea en tingir pastores, cuyas magnficas pa-labras censura l mismo cuando dice :

    Quin te hizo filsofo elocuente, Siendo pastor de ovejas y de cabras?

    Ni se concibe que en la Elega al duque de Alba, escrita en tercetos admirables, para deplorar la muerte de D. Bernardino de Toledo, imagine al viejo Trmes despedazndose los ca-bellos y mal paradas barbas , y en torno suyo desmayadas y sin ornamento las ninfas, y que no encuentre para curar el dolor del Duque mejores mdicos que stiros y faunos.

    Pero Garcilasso, como todos casi todos los lricos del r ena-cimiento , con menos exageracin tal vez que otros muchos, no parece espaol ni cristiano en la mayor parte de sus com-posiciones. Queris de ello otra prueba? Cuando est p a -deciendo el enojo de su emperador y rey , lejos de la patria, desterrado en una frondosa isla del Danubio, apenas fija la atencin en la hermosa naturaleza que tiene delante de los ojos, y ni siquiera busca en la religin el menor consuelo; y para expresar el sentimiento de que se halla poseido, para describir el lugar donde se encuentra, pide imgenes la erudicin, apela sus recuerdos y estudios, y concluye por apostrofar su cancin misma, sin duda porque as lo hizo Petrarca. Y eso que en estos versos hay rasgos que induda-blemente revelan profunda sensibilidad y la conciencia limpia y el alma heroica del poeta :

    Tengo una sola pena, Si muero desterrado

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    Y en tanta desventura, Que piensen por ventura Que juntos tantos males me han llevado.

    La amenidad del sitio, la soledad y la prisin habran ar-rancado sin duda acentos mas graves y melanclicos, mas sencillos y naturales al corazn, tan tierno cuanto varonil, del prncipe de nuestros lricos, si este no hubiese forzado de a n -temano su propio espritu sofocar la dulce melancola que infunde en un pecho sensible el espectculo de la naturaleza, por rendir tributo smbolos paganos, cuyo habitual empleo no podia menos de ser una extravagancia. En buen hora que los poetas de la antigedad, que convertan en dioses las inclinaciones humanas y poblaban los cielos de deidades, tan capaces de ciegas pasiones como los mortales, echa-sen mano, para dar mayor importancia la descripcin de la naturaleza, 1.de un recurso que tenia adems la ventaja de proceder legtimamente de sus.creencias religiosas. Enhora-buena que la ignorancia por una par te , y por otra el temor que en ciertos casos infunde la supersticin, procurasen e x -plicar los fenmenos fsicos atribuyndolos intervencin de seres sobrenaturales, y creyesen ver en cada uno de ellos una mitolgica aparicin. Pero cuando ya mas ilustrado el hombre, ha conocido las causas y mviles de aquellos fenmenos y no le sorprenden ni aterran, antes bien los calcula y los ve anticipadamente aproximarse, buscar por tales modos la r e -generacin de la poesa es ms que un anacronismo. Desde el triunfo definitivo de la religin cristiana las fuentes no ocul-tan ya entre sus linfas seres racionales que viven y se quejan < y nos oyen y nos atienden; Eco no es una ninfa que responde nuestros acentos; los rboles no son semidioses que nos miran, nos observan y nos protegen; las horas no ensillan y encienden los caballos del sol, ni este apaga su hoguera en el

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    Atlntico levantando el humo que envuelve en oscuridad la noche y se deshace en lgrimas la aurora. A q u , pues, encadenar la inspiracin tales ficciones los poetas del s i -glo xvi? A qu valerse de este aparato, ya caduco, de imge-nes engaosas? A qu desoir la muda y al par sublime elocuen-cia de la creacin, por prestar odos y resucitar y acariciar esta charlatanera pagana? La virtud propia del laurel en que se habia transfigurado, pudo, por ventura, impedir que el rayo abrasase Dafne?

    Y por qu estos anacronismos hacen desmerecer los poe -mas del siglo xvi? Cmo, el gran poeta, el prncipe de los poetas, que tan bellamente se inspira en el seno de los cam-pos, bastardea el sentimiento de que nace su inspiracin? Porque el libro que tiene en la mano se ha interpuesto entre su alma y la naturaleza.

    Para encontrar en los ingenios espaoles italianos de en-tonces rasgos dictados por el sentimiento religioso por h a -zaas y sucesos contemporneos, hay que detenerse en bus -carlos, mientras que por todas partes se escuchan los anticua-dos sonidos del caramillo y la zampona, se ven pobladas las selvas de fabulosas deidades. Pero no est lejano el diaen que empiece ser otro el arte de imitar. Rebelase al fin la inspi-racin propia individual contra el despotismo del modelo, y aade el estudio de la lengua hebrea y de los tesoros bblicos nuevos elementos de vida la lira castellana. Las ninfas del Alfeo y del Tber, que tendan al aire la cabellera de esme-ralda, convidando al placer sensual en alczares de palo, hu-yen medio avergonzadas ante las ondas del Jordn, cuya celes-tial virtud purifica y regenera.

    Gracias la potencia creadora de la fe cristiana, hllase las mas veces originalidad en esta segunda serie de imitadores, donde en primer trmino brilla, aunque no sin rival tan ad-

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    mirable como S. Juan ele la Cruz, el agustino de Belmonte, el horaciano Luis de Leon.

    Veinte y cinco aos tendra poco mas menos Garcilasso cuando vino al mundo el que la Providencia divina habia destinado ser gloria de la religion y de las letras. Pero antes que este llegase la edad en que el desarrollo de las faculta' des mentales permite al hombre penetrar en el santuario del saber , Ja dulce avena del amigo y discpulo de Boscan habia enmudecido para siempre; y la nueva poesa, trasplantada nuestro suelo joven ya y hermosa, adquira con extraordina* ria rapidez vigor y fuerza suprema. Las obras poticas del re* ligioso Luis de Leon, las que se aplic ms por inclinacin de su estrella que por juicio y voluntad, se le cayeron como de entre las manos, segn l mismo asegura , en la mocedad y casi en la niez. Pertenecen, pues, los ltimos aos del reinado de Carlos V, reinado que vio nacer en Alemania los errores de Lutero ( tan influyentes despus en el rumbo de la civilizacin, costumbres y relaciones sociales) y que asord la Europa y el mundo con el estrpito de las batallas contra turcos, franceses y berberes, con el encarnizamiento de las guerras de religion y con las disputas teolgicas.

    Cuando animado de fervoroso patriotismo prorumpia nues-tro agustino en los enrgicos acentos de La profeca del Tajo, el esplendor y bizarra de la poca galante y guerrera de Car* los V se preparaba ceder el puesto la poltica sagaz y prudente de Felipe II ; y tenor de esta imperceptible modi-ficacin, paula tina iba tambin modificndose el carcter de la inspiracin, si ya menos risuea, fresca y graciosa que en Garcilasso, de mas viriles alientos, mas vehemente y filos-fica.

    No era Fr. Luis de Leon hombre capaz de dejarse avasallar por la tirana de la moda, ni en materias literarias ni en otra

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    alguna. Aficionado por carcter al vivir encubierto, y mal codicioso de aplausos, que su cristiano espritu reputaba solo vanidad y ruido, el virtuoso agustino era de aquellos quien ni desvanece la prosperidad ni desespera la desgracia. Con-sagrado al estudio desde la primera juventud, no halla raudal que apague su sed de ciencia; y si anhela saber, es para ex -plicar mas atinadamente la verdadera doctrina. Natural , ex-pansivo y concentrado al mismo tiempo, lo cual parece pri-mera vista una paradoja, huye el bullicio de las gentes para dar rienda suelta en la soledad los tesoros de amor y ternu-ra que su corazn encierra. As se explica el ansia con que, todava muy joven , se apresur entrar en el claustro; as la suma y variedad de conocimientos que posea; as tambin la escasa influencia que , por la ndole especial de su carcter, hbitos inclinaciones, haban de ejercer en sus obras las convenciones de escuela. Quiere esto decir que las poesas del Maestro Len estn limpias de reminiscencias de otros autores? Ni siquiera imaginarlo. Fray Luis imita, Fr. Luis uti-liza discretamente el fruto de sus lecturas. De qu suerte? Haciendo propio lo ajeno; comunicando nuevo ser lo que de otros recibe; hallando, en una palabra, el secreto de ser original en la imitacin. Por lo dems, harto es sabido que en las obras del ingenio suele haber coincidencias inevi-tables. El corazn es siempre el mismo, y los sentimien-tos del alma, esencialmente iguales en todos los hombres. Cmo, pues, evitar en casos dados que la simultnea inspi-racin de dos de mas poetas, que reconoce por fuente un solo origen, se produzca en trminos semejantes entre s , exprese las mismas ideas sin ser deliberadamente imitadora ? El lamentar lo breve de la hermosura del rostro, el conside-rar cuan fcilmente se marchita la belleza, no es propio de todo el que quisiera perpetuarla en el ser y estado en que la

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    admira? Pues donde esta admiracin exista, se trate de la-mentar aquella prdida,, all los que expresen tal idea han de encontrarse, quieran no, en el fondo en la forma.

    No creo yo que la inspiracin lrica est en decadencia hace millares de aos , aunque lo diga un maestro como Villemain. Podr ser que en los siglos modernos le falte el estmulo, hijo de las circunstancias y de las costumbres, que comunicaba mayor brio los cnticos de la profetisa Dbora inflamaba el espritu de Moiss al prorumpir en alabanzas al Criador, despus de haber pasado el mar Rojo; podr ser que le falte el aparato y concurso que servia como de marco al cuadro de las famosas odas de Pndaro. Pero si la lrica ha perdido algo en popularidad y en efecto, no ha decaido ni decaer en esen-cia donde existan almas templadas para el entusiasmo. La inspiracin lrica puede ser , es de hecho, en ciertos grandes poetas de las edades modernas, tan arrebatada, tan vigorosa, tan intensa, mucho mas intensa que la de los gr iegos ,aunque mas individual y circunscrita. Y no solo compite en arrebato, en sinceridad, en jugo con la de los poetas de Grecia y Roma, sino la excede veces en intensin y ternura , sobre todo cuando recibe impulso, como en Fr. Luis de Len, del senti-miento cristiano. No conseguir en un momento dado triunfos tan estrepitosos, porque le falta el teatro donde solia brillar en los pueblos de la antigedad remota; mas no por eso dejar de herir profundamente en la soledad las cuerdas del corazn que particularmente se dirija, ni de ser oida del mundo entero, en alas del peridico y del libro.

    Las poesas de Garcilasso no nos conmueven tan honda-mente como las de Fr. Luis de Len (que es no menos cono-cedor imitador que aquel de los poetas antiguos italianos), porque el vate de Toledo no se habia sobrepuesto la ndole avasalladora de los estudios clsicos, esencialmente paganos.

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    De aqu nace sin duda que el Maestro Len venza en origi-nalidad Garcilasso. La originalidad no est en el sugeto, sino en el poeta; Ariosto se apodera de un asunto tratado antes por Bojardo, cuyos pasos sigue muchas veces , y es, sin embargo, uno de los ingenios mas originales que han exis-tido , y abre camino la creacin del Don Juan de Byron.

    Fr. Luis v e , con la superioridad de un alma que desdea las vanidades mundanas , los triunfos de la ambicin y de la soberbia, la agitacin de una poca de grandes acontecimien-tos, de luchas terribles; y desahoga la vena de su corazn, eminentemente potico, volvindose la naturaleza y la soledad, como a puerto que le brinda con reposo, lejos del pilago en que luchan y se agitan los mas activos intereses polticos y sociales. Por eso, cuando se ocupa en traducir los Salmos del Rey Profeta, en las horas que le dejan libres las penosas atenciones de su magisterio, no se propone solo ha-cer bellos versos, sino rendir tributo la ardiente fe que abriga su alma, y que necesita exhalarse por tal camino en cnticos celestiales. Por eso hermana bizarramente en sus rimas lo bello con lo sencillo, y lo original con lo natural y verdadero. E s -pritu de este delicado temple debia comprender y sentir como el que mas la poesa de la naturaleza.

    Dejad, Seores Acadmicos, que recuerde en este lugar el nombre de los grandes escritores msticos, casi todos ellos grandes poetas, que florecan al par de nuestro agustino, y que, amamantados en la Sagrada Escritura, procuraban acer-carse Dios en la soledad; Dios, que ha dicho por boca del Salmista, lo cual encarece aun mas la importancia de las be -llezas naturales : La hermosura del campo est en m.' Dejad que admire los prodigios de la fe cristiana y los de la ciencia catlica en una Teresa de Jess, en un Granada, en un S. Juan de la Cruz, en un Estella, en un Reyes, en un

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    Chaide, en tantos otros como en aquella gloriosa poca inun-daron en pura luz los espacios del saber, y encontraron en el seno de la religin un entusiasmo, un fuego, una inspiracin que no llegan los poetas profanos de mas nombrada, a u n -que veces los superen en el artificio de la forma. Dejad que busque en el alejamiento de los placeres mundanos, en la oscuridad de la vida monstica el crisol donde el alma se de-pura, donde el hombre, desprendido de las pasiones, de las miserias, d los vicios que infernan el mundo, sofoca los sr-didos impulsos de su propia naturaleza, ensea por qu s e n -deros se evita el choque desastroso de los intereses terrena-les , y cmo se aprende moderar Jos deseos y encontrar felicidad en los sencillos placeres con que brinda la hermosura de los campos al que no se deja arrebatar en el torbellino de la ambicin.

    Ved, ved cmo el insigne maestro de la escuela salmantina procura aliviar el trabajo de la ctedra en la amenidad de un soto, isleta en medio del rio Trmes, apegada la presa de una acea. Oidle exclamar :

    Del monte en la ladera Por mi mano plantado tengo un huerto, Que con la primavera De bella flor cubierto, Ya muestra en esperanza el fruto cierto;

    ms ufano de disfrutar pacficamente las delicias de este r e -tiro, que de sus riquezas el magnate para cuya codicia fueran poco los tesoros de Creso, cuya vanidad pareciera mez-quina la pompa de un soberano.

    Mirad cmo se aplace en describir los bellos objetos que ofrece sus ojos la naturaleza para regalo de su espritu, fa-tigado con el estudio :

  • 22 DISCURSO Y cmo codiciosa,

    Por ver y acrecentar su hermosura, Desde la cumbre airosa Una fontana pura Hasta llegar corriendo se apresura;

    Y luego sosegada, El paso entre los rboles torciendo, El suelo de pasada De verdura vistiendo, Y con diversas flores va esparciendo.

    El aire el huerto orea, Y ofrece mil olores al sentido; Los rboles menea Con un manso ruido, Que del oro y del cetro pone olvido.

    En las claras noches de esto, antes de entregarse la ora-cin, contempladle asomado la ventana de su celda para respirar un momento el fresco vientecillo que agita los jazmi-nes y moradas campanillas que la festonan; posedo del s e n -timiento despertado en su corazn por el espectculo que ad-mira , dando rienda suelta sus profundas meditaciones, oidle prorumpir en estos sublimes acentos :

    Cuando contemplo el cielo De innumerables luces adornado, Y miro hacia el suelo, De noche rodeado, En sueo y en olvido sepultado;

    El amor y la pena Despiertan en mi pecho un ansia ardiente, Despiden larga vena Los ojos hechos fuente, Oloarte, y digo al fin con voz doliente :

    Morada de grandeza, Templo de claridad y hermosura, Al alma que tu alteza Naci, qu desventura La tiene en esta crcel baja, escura?

  • DE DON MANUEL CAETE. 25

    Entonces lamenta el error que apartando al hombre de la verdad, lo aleja del bien divino, y observa cmo el ciego mortal se abandona al sueo, sin reparar en que las vueltas que da el cielo le van hurtando las horas del vivir. Entonces exclama con efusin imponderable :

    Cundo ser que pueda, Libre, de esta mansin volar al cielo'.

    Y rompe en este vigoroso apostrofe :

    Ol! Despertad, mortales; Mirad con atencin en vuestro dao. Las almas inmortales, Hechas bien tamao, Podrn vivir de sombras y de engao ?

    H aqu ya la originalidad verdadera. H aqu el puro , el ntimo sentimiento que inspiran inmediatamente las maravillas de la creacin, negado quien le busque, no en ellas, sino en las copias y en afectos ajenos. H aqu , en fin, tal y como la pudiera apetecer el corazn mas apasionado, el crtico mas exigente, la poesa de la naturaleza.

    Fr. Luis de Len, como los poetas rabes , de cuya ndole un tiempo fogosa y melanclica participa, saca sus mas hermosos smiles de los objetos naturales; y sus poesas, ins-piradas como las de aquellos por la constante contemplacin del cielo y de los campos, estn llenas de bellezas de suma ingenuidad y frescura.

    No es esta ocasin de recordar las persecuciones de que fu vctima nuestro agustino, aunque algunas de sus compo-siciones parezcan desahogos de su pecho contra la iniquidad que le tuvo encerrado cinco aos en las crceles del Santo Oficio. Bien que el Maestro Len pudiese decir entonces con San Juan de la Cruz : Las olas de la calumnia baten hoy mi

  • 2i niSCL'RSO

    rostro, pero no le manchan ni conturban,no hay duda en que los rigores de la injusticia encendieron su natural inclina-cin la soledad y al vivere parvo de que habla Horacio. En la soledad es realmente donde estamos menos solos; all la verdad se infunde en nuestro ser y lo purifica del egosmo. Fray Luis de Len buscaba desde la niez inspiracin y fortaleza y con-suelo en el seno de los campos, como quien sabe que este mundo visible es efecto y obra de las manos de Dios, y que, segn las elocuentes palabras del Maestro Granada, l nos da conocimiento de su Hacedor; esto e s , de la grandeza de quien hizo cosas tan grandes, y de la hermosura de quien form cosas tan hermosas, y de la omnipotencia de quien las cri de nada. Tal e s , despecho de sus estudios clsicos anima-dos de pagano espritu , el secreto de la originalidad del Maestro Len. Tal la causa primaria del tierno y puro amor de la naturaleza, que resplandece en sus obras.

    Nadie ignora las circunstancias que mediaron para venir Espaa caer desde esta plenitud de grandeza en el abat i -miento en que la vemos bajo el cetro de Felipe IV; conocida es de todos la especie de transformacin que la lrica espa-ola se siente arrastrada en el siglo xvn , merced al deletreo influjo de la general decadencia de la nacin.

    Cuando Francisco de Uioja comenz brillar como escritor y poeta, haban pasado ya para Espaa los dias de triunfos y conquistas de la poca gloriosa de Carlos I en que floreci Garcilasso, y los de orden y paz interior debidos la pruden-te energa de Felipe II, duraute cuyo reinado ejerci imperio el Maestro Len en las regiones de la inspiracin potica. Un rey entregado mseramente un valido, y mas dado placeres y liviandades que velar por el bien y conservacin del reino; un ministro ambicioso corrompiendo al Monarca para domi-narle, y halagando sus caprichos para usurparle moralmente el

  • DE DON MANUEL CAETE. 2f>

    cetro, quebrantndolo cada vez mas en sus inhbiles manos; una corte corrompida, donde apenas habia otro Dios que el o ro , ni mejores ttulos que la adulacin, ni mayor virtud que la bajeza; la venalidad, haciendo veces de justicia; el valor, no movindose ya por arranque generoso de patriotismo, sino por hidropesa de medro; el entromelimiento, el descaro, la desvergenza, usurpando sus fueros la modestia, al mrito, la honradez, y sirviendo de escaln para llegar todo, para conseguirlo todo : h aqu el espectculo que ofreca en el reinado del Cuarto Filipo nuestra desdichada patria.

    Fcilmente se comprender que no eran tales tiempos propsito para que el sabio modesto fuese buscado en su re-tiro .con el fin de utilizar su saber y experiencia en beneficio del Estado, y que entonces el merecimiento se marchitaba y perecia sin el favor. Es opinion acreditada que al de D. Juan de Fonseca y Figueroa, hermano del marqus de Orellana y grande amigo y pariente del conde-duque de Olivares, debi Rioja entrar en la confianza del valido y que este le nombrase su secretario. No hay para qu decir si la eleccin fu acertada. Cuando no por lo que se debe de justicia la bondad y la ciencia, ni por lo que pueden esperar de una y otra aquellos quien est encomendada la suerte de las naciones, por egos-mo deberan prncipes y repblicos rodearse de sabios y v i r -tuosos. Desatender el mrito del amigo leal porque se le tiene seguro, porque se confia en su virtud; y buscar , y halagar, y recompensar al dscolo intrigante, cuya nica pauta ha de ser siempre la conveniencia, y de quien se sabe que nunca ha de prestar firme apoyo al que lo levante, mientras columbre esperanzas de subir mayor al tura, es torpeza insigne en los ministros, es debilidad, solo disculpable en quien no quie-re su alrededor sino pigmeos, con el intento de parecer as de mas elevada estatura.

  • 26 DISCURSO

    Tal fu, sin embargo, el proceder del conde-duque de Olivares con D. Francisco de Rioja, con el hombre honrado y agradecido, que pag con creces las atenciones de su tibio favorecedor, ya saliendo su defensa en el Aristarco cuando los desastrosos movimientos de Catalua, ya siguindole al destierro cuando repentinamente cay de la cumbre de su grandeza y escribiendo en su defensa el Nicandro, antdoto, riesgo de grandes persecuciones. Cierto que , mediante la recomendacin de D. Juan de Fonseca, puso el Conde-Duque los ojos en un hombre de la ciencia, bondad y rectitud de Rioja; pero solo atendi beneficiar en inters propio las nobles prendas del sevillano, burlando las esperanzas que despert en l y con que le habia entretenido por largo tiem-po. Concbese, pues, que nuestro poeta escribiese con tan desengaado acento :

    Fabio, las esperanzas cortesanas Prisiones son do el ambicioso muere Y donde al mas astuto nacen canas;

    Y el que no las limare las rompiere, Ni el nombre de varn ha merecido Ni subir al honor que pretendiere (1).

    ( i ) Ignrase aun la fecha en que Rioja escribi la Epstola moral. En mi opinin debi ser cuando, despus de la caida del Conde-Duque, se retir Se-villa, quiz en 1644. El Sr. D. Cayetano Alberto de la Barrera, que ordena ac-tualmente con copiosa erudicin una extensa biografa de nuestro vate sevilla-no, conjetura que pudo escribirse la Epstola hacia el ao 1618, despus de la primera estancia del poeta en la corte (crese con fundamento que Rioja n a -ci de 1580 1386); pero todava no se atreve asegurarlo, tanto por la falta de datos fehacientes en que apoyarse, cuanto porque son no menos fuertes y poderosas las razones que dan la contraria opinin, cuando menos, aparien-cias de razonable y de exacta. A mi ver, Rioja no hubiera trazadola Epstola mo-ral con la verdad, filosofa y sobriedad de trminos que en ella resplandecen, sin tener muy formado el gusto literario y sin haber tocado por s mismo la va-nidad de ciertas grandezas y lisonjas , la ceguedad de la ambicin cortesana; en una palabra, sin haber vivido entre la batahola de los negocios en que debi intervenir como secretario del privado. Leyendo atentamente aquellos admira-

  • DE DON MANUEL CAETE. 27

    Natural es que todo el que siembra injusticias, avaro delfavor para con quien lo merece, no llegue cosechar sino daos y menosprecios. Algo mas medrado andara el mundo si los que rigen estados buscasen nicamente apoyo en aquellos que no vacilan en condenar el mal , hllese donde se hallare.

    Ved, aqu, pues descifrada la causa de la profunda amargura y humor honradamente satrico de los versos de Rioja. Ved por qu, cuando intenta arrancar la poesa del aire nocivo de la corte, cuando la quiere llevar al campo (oportunamente lo ha dicho en este lugar un ilustre acadmico), no canta mas que ruinas. Y con razn. En ruinas estaba ya la poderosa mo-narqua de los Reyes Catlicos, del Emperador y de FelipeII. En ruinas iba convirtindose la inspiracin de Garcilasso, de Len, de Herrera y los Argensolas. A ru inas , y nada mas que ruinas, haban quedado reducidos el lenguaje y el buen gusto en la universal falange de culteranos y conceptistas, churriguerescos imitadores de Gngora, Carrillo y Villame-diana.

    Gloriosa excepcin en su tiempo, Rioja, que vivi como hombre de bien en una corte pervert ida, y resolvi en Espa-a , como Horacio en Roma, el difcil problema de ser al par lrico y razonador, supo tambin librarse del contagio que por aquellos dias mudaba la sencillez y majestad de la musa ibera en aparato vanidoso de gigantescas locuciones vacas de sen-tido, en cmulo ex t r ao , y las mas veces ridculo, de im-genes desaforadas. Amaestrado en la desgracia, el poeta sevillano busca auxilio en la filosofa para soportar con resig-

    bles tercetos, se vendr en conocimiento de que Rioja debi escribirlos ya muy entrado en aos.

    Mucho se acercan lambien la verdad, si no son la verdad misma, las conje-turas en que se funda la indicacin de que al favor de D. Juan de Fonseca, amigo y pariente dol conde-duque de Olivares, se debi tal vez el que este dispens nuestro poeta nombrndole su secretario.

  • 2S DISCURSO

    nacin las adversidades, y toma por asunto primordial de sus composiciones glosar esta mxima de su predilecto Sneca : Calamitas virtutis occasio est.

    No anima Rioja el espritu imitador, pero galante, puro y lleno al par de frescura, que enamora en Garcilasso, y que participaba de la gallarda de aquella poca de hazaas y victorias, de la marcialidad y apostura de la vida del campa-mento. Tampoco hallamos en sus poesas el mstico arrebato, la profunda intensidad lrica del Maestro Len, que refugiado en el espiritualismo catlico, entregado los inefables placeres de la vida contemplativa, siente por s , ve mas Dios en sus obras, las ama profundamente, y goza infinito en contem-plarlas, aunque sin tenerlas por parte del mismo Dios, como los modernos poetas panteistas, y muy principalmente los alemanes. Alma de suyo benvola, pero herida y desenga-ada , Rioja v e , siente, sufre los estragos de la ambicin, de la hipocresa, de la envidia; y bien penetrado de lo instable y perecedero de las grandezas humanas , busca reposo en el seno maternal de la antigua Romlea, espera que su clima ha de serle mas humano, y vuelve al amor y contemplacin de la naturaleza la actividad de su espritu. Aunque por genial disposicin y sana doctrina se separe, en cuanto la forma, del gongorismo la sazn dominante, no ha de poder abstraerse por completo de las ideas , intereses y miserias de la corrup-cin cortesana, en cuyo centro ha vivido sin inficionarse con ella; y as como Virgilio al ver un caaveral se acordar de Siringa y del rio Peneo, as el poeta sevillano en el aura que pasa grrula y sonante por las caas , oye los charlatanes y aduladores que tanto le han hastiado en la corte, arrabal del infierno, segn la grfica expresin del secretario Antonio Prez.

    Mientras Garcilasso apenas se atreve juzgar el siglo en

  • DE DON MANUEL CAETE. 29

    que vive, ni censurar las guerras donde tanta sangre se verta, y se limita decir :

    Qu se saca de aquesto? Alguna gloria? Algunos premios agradecimiento? Sabrlo quien leyere nuestra historia;

    dando as muestra de moderacin, que acredita la fe que en s misma tenia Espaa en aquella poca; en tanto que Fr. Luis de Len, aunque alejado del bullicio de la sociedad, dice ya que su musa,

    En lugar de cantar como sola, Tristes querellas usa, Y stira la guia Del mundo la maldad y tirana;

    patentizando en esta inclinacin la stira (de la que sin em-bargo no hace empleo) que vive en dias de espritu mas p o -sitivo que los de Garcilasso,Rioja, guiado por la pensadora melancola fruto de los desengaos, indignado ante el ve r -gonzoso espectculo de la corrupcin general , exclama :

    No quiera Dios que imite estos varones Que moran nuestras plazas macilentos, De la virtud infames histriones;

    Esos inmundos trgicos, atentos Al aplauso comn, cuyas entraas Son infectos y oscuros monumentos;

    bien en este trazo pinta al desnudo el lamentable estado en que entonces se encontraba la justicia :

    Peculio propio es ya de la privanza Cuanto de Astrea fu, cuanto regia Con su temida espada y su balanza.

    El oro, la maldad, la tirana Del inicuo procede, y pasa al bueno : Qu espera la virtud en qu confia?

  • 50 DISCURSO

    Si en los risueos jardines de Sevilla se para contemplar la hermosura de una rosa, observa que aun esta no ha tendido al viento las alas abrasadas,

    Y ya vuelan al suelo desmayadas.

    51 fija los ojos en un clavel, es para preguntarle :

    Dite naturaleza sentimiento? Oh yo dichoso habrseme negado! Hable mas de tu olor y de tu fuego Aquel quien envidias de favores No alteran el sosiego.

    Tan grande es y tan poderoso el influjo moral en todos los actos del ser humano, que hasta en los objetos naturales ha de buscar y encontrar siempre el espritu del hombre secretas y misteriosas analogas con lo que llena su corazn ocupa su entendimiento.

    De todo lo dicho hasta aqu se desprende que solo con el comercio inmediata observacin de la naturaleza puede llegar el hombre emularla en acentos poticos; que el es-tudio de los clsicos debe servir nicamente de preparacin y advertencia, y que el imitarlos ha de conducir la originali-dad, cuando la imitacin sea medio, y no fin. He procurado indicar de qu modo se diferencian el gentil, que hace bajar el cielo la tierra, y el cristiano, que tiende constantemente lo infinito, procurando despojarse de la materia. Habis visto que la naturaleza es siempre una ; pero que aquel la adora obedeciendo los sentidos, y este, conmovida el alma, la ad-mira como obra de Dios.

    El aspecto de la naturaleza se identifica con el estado de nuestro espritu : para el nimo afligido se muestra revestida de una dulce melancola; risuea y alegre para el hombre fe-liz, es compaera en nuestro contento, alivio en nuestras amar-

  • DE DON MANUEL CAETE. 51

    guras , maestra elocuente en la soledad, madre cariosa que en su seno recoge al fin nuestros mortales despojos. Ella can-ta con las mil lenguas de los rboles y flores, de los arroyos y montaas, del mar y de los astros la bondad y la omnipoten-cia de su divino Criador.

  • C O N T E S T A C I N

    POR

    EL SEOR DON ANTONIO MARA SEGOVIA,

    individuo d e n m e r o .

    3

  • SEORES

    DAS de luto y de gala un tiempo mismo son estos en que la Real Academia Espaola abre sus puertas un candidato. La satisfaccin gozosa de recibir en nuestro seno un nuevo compaero viene acibararse con el doloroso recuerdo de un colega, de un amigo, de un hermano, arrebatado n u e s -tra confraternidad para siempre! Poco importa que rio sea nueva, si es en efecto siempre oportuna y provechosa, la r e -flexin de que en las cosas terrenas, aun el placer mas ino-cente y puro anda constantemente mezclado con el pesar y la tristeza; por eso , al dar hoy nuestra bienvenida y sinceros plcemes al Sr. D . Manuel Caete, no podremos menos de re-cordar aquel adis postrero que h poco mas de un ao dimos al Sr. barn de la Joyosa, al depositar sus restos mortales en la tumba.

    Siempre debe llorarse Si como manda la razn se llora (I) .

    Sea, con todo, esta lgrima Ja nica que por un solo mo-mento venga turbar la alegra que en nuestros nimos debe infundir este acto solemne; alegra, me atrevo decir, sin hiperblica afectacin ni asomo de lisonja; y para justificar mi expresin, os pedir que atendis, Seores, primero las prendas de que se halla adornado elcandidato : su saber y

    (I) Fr. Luis de Len..

  • 36 CONTESTACIN

    discrecin, su erudicin y laboriosidad, su juventud y su modestia; y en segundo lugar, al gremio literario de donde nuestro nefito procede, ese cuerpo franco de la literatura militante, no tan disciplinado como audaz y valeroso, que en la repblica de las letras puede hacer mucho mal mucho bien , segn que se convierta en falange defensora del orden en bandera facciosa y turbulenta. Ya se entiende que quiero hablar del Periodismo, de cuyas filas, con armas y bagajes, se nos allega el Sr. Caete; de esas filas, en que tanto conviene reclutar partidarios ardientes, fogosos campeones y paladines de la hoy desamparada y aun perseguida lengua castellana.

    Quisieran algunos filsofos ver en las analogas del mundo fsico y del mundo moral algo ms que un sistema de ficcin ingeniosa; ello es innegable que las leyes generales que n a -turaleza impuso todos los seres, y que rigen ordenada y constantemente el orbe material, se encuentran luego como reflejadas reproducidas en este otro mundo llamado sociedad, menos ficticio acaso, menos artificial y convencional de lo que los hombres comunmente se figuran. Dgolo, Seores, por-que me parece que sin esfuerzo de la imaginacin pudiramos hallar gran semejanza entre la manera en que los cuerpos morales, tales como este nuestro instituto, se conservan siem-pre los mismos, renovando continuamente los elementos de que se forman, y la que se observa en los seres materiales organizados, los cuales atraen y sustraen del ambiente me-dio en que los coloc el Creador, fijan y se asimilan para nu-trirse aquellas sustancias adaptables su naturaleza, obrando las afinidades qumicas como principal agente de esta asimi-lacin. As es como la Real Academia Espaola, en medio de la corrupcin.actual del buen gusto literario, que ms par -ticularmente se nota en materia de lenguaje, halla siempre y atrae hacia s un nmero ms que suficiente de hombres e s -

  • POR D. ANTONIO MARA SEGOVIA. 57

    tudiosos, eruditos, fillogos y humanistas, que como elemen-tos afines se le agregan, reemplazando los que la muerte separa con harta frecuencia de nuestro organismo, same permitida la expresin. Semejante e s , pues, la transfor-macin de ciertos extractos vegetales, por ejemplo, en parles constitutivas de otro orden de seres, el fenmeno, muchas veces como hoy repetido, de convertirse un periodista en acadmico.

    Los adelantamientos de la imprenta, la libertad que las modernas constituciones polticas le han concedido en varios estados, y otras mil causas de pocos ignoradas, han contri-buido que el peridico sea en nuestros dias la forma que ms comunmente adoptan las obras literarias; y ni aun las cientficas escapan esta necesidad fatal de la sociedad mo-derna , pesar de que por su ndole ms bien requeriran ser presentadas siempre al estudioso con las condiciones todas de un verdadero libro. Sigese de aqu que apenas hay escritor que no haya sido alguna vez periodista; pero es tambin con-secuencia lamentable de la naturaleza del periodismo que mu-chos por l se llaman escritores que no pueden ni debieran arrogarse semejante ttulo, pues que ignoran hasta los pr i -meros rudimentos del arte de escribir, y sobre todo su propia lengua. Y como sea mucho ms fcil en todas las cosas h u -manas el descender, degenerar y corromperse, que el e l e -varse por el camino de la perfeccin, cuyo sublime tipo siem-pre se halla fuera de nuestro corto alcance, el resultado ha sido que con la facilidad de embadurnar papel para los pe-ridicos, ha venido degradarse la profesin de escritor, en lugar de sublimarse y ennoblecerse, como la libertad de im-prenta fundadamente prometa. Adems, la lectura de ese enjambre de papeles, escritos por toda clase de gentes, ig-norantes unos, que son los ms, y entendidos otros, que son

  • 38 CONTESTACIN

    los menos; la lectura habitual de esos diarios, en que la pluma del sabio, del humanista, del publicista eminente, del crtico discreto y del poeta inspirado se esgrime al lado de otras plumas menos hbiles, como la del intruso suscritor metido gacetillero insulso, la del gratuito follelinista impuesto la empresa por el favor, la del estlido corresponsal, que re-fiere casos y cosas notables de su aldea; la cotidiana lectura, repito, de ese frrago, por no decir torrente, de indigestas producciones ha corrompido el gusto, ha contaminado la masa entera de los lectores, ha inficionado la conversacin fami-liar, el estilo epistolar y aun el oficial, introduciendo en ellos una endiablada fraseologa, y ha causado, en fin, daos in-mensos la pureza, elegancia, sonoridad, donaire y expre-siva gala de nuestro bellsimo romance.

    Vase, pues, cunto importa que entre los hombres espe-cialmente dedicados al periodismo distingamos los que con justicia merecen el ttulo de escritores (que por cierto no faltan en la corte ni en las provincias), para no confundirlos con el vulgo de los que solo saben convertir sus desaliados manus-critos en papel impreso, aprovechndose de la gran facilidad que para tal operacin ofrecen estos nuestros tiempos, en que, como ya lo dijo Moratin, todo se imprime. Dir ms : que cuando un periodista de profesin consigue mantenerse inclume en medio del general contagio; cuando, pesar de la precipitacin con que trabaja y de la imposibilidad en que se encuentra de meditar y corregir, se conserva puro y cas-tizo en el lenguaje, y preserva su estilo de los vicios de la moderna greguera, del remedo de la frase glica y del des-atinado neologismo que hoy andan al uso , se hace acreedor mayores encomios y contrae mucho mayor mrito que el autor de un libro reposadamente escrito y sazonado en la so-litaria y silenciosa tranquilidad del gabinete.

  • POR O. ANTONIO MARA SEGOVIA. 39

    En este caso encuentro yo nuestro D. Manuel Caete. Gran nmero de volmenes podran formarse con lo que tiene escrito en los peridicos literarios La Aureola (del cual fu di-rector los diez y sejs aos de edad), La Alhambra y El Genil, en la Revista de Europa, en la de Ciencias y Literatura, en la del Espaol, y en la mas reciente de Ciencias, Literatura y Artes, que todava se publica en Sevilla; por ltimo, en los peridicos pollicos El Faro, El Pas, El Heraldo y El Parla-mento. Sus artculos polticos y literarios, y ms especialmente los crticos, muestran bien las claras los profundos estudios con que form su entendimiento desde la tierna infancia, la buena lectura de que se hallaba nutrido, y la aficin y e s -mero con que siempre cultiv las humanidades. Asi pudo des-empear con sin igual aceptacin en el Ateneo de Madrid, desde el 1847 al M, una ctedra de Literatura dramtica, ramo en que siempre ha mostrado el Sr. Caete extensos co-nocimientos, no solo como crtico, sino como autor , pues son varias las obras suyas que el pblico ha laureado en el teatro.

    El discurso que acabamos de oir, Seores, el acertado para-lelo que nuestro nuevo compaero ha hecho de tres de nues-tros ms insignes poetas, demuestra bien las claras el buen gusto y sana crtica de su autor. Natural era en quien as ha-ba estudiado y analizado nuestra poesa clsica, y senta bullir en su pecho el estro potico, el deseo de probar tambin sus fuerzas en la lrica. As lo hizo en efecto el Sr. Caete, me-reciendo que un juez tan competente como el ilustre D. Al-berto Lista dijese de sus primeros ensayos que con ellos se anunciaba un poeta capaz de honrar su pat r ia .

    Pero aqu me asalta el recelo de que tal vez, detenindome elogiar al nuevo acadmico, no solo ofendo su modestia, sino que convierto en importuno panegrico lo que en mi in-tencin y juicio habia de reducirse un sucinto recuerdo de

  • 40 CONTESTACIN

    sus mritos literarios. Para confirmarnos en la justicia y razn con que le hemos abierto esas puertas, y para que esta elec-cin quede justificada hasta en el nimo del concurso que honra el presente acto con su asistencia, basta y aun sobra mucho con el discurso que acabamos de oir al Sr. Caete, de-mostracin irrecusable de sus profundos estudios literarios, de su sagaz criterio y delicado gusto. El comentarle yo ahora aducir nuevos ejemplos y reflexiones en apoyo de su doc -trina, seria fatigar la atencin del auditorio, y borrar con mi desaliada arenga la grata impresin que todos nos ha de-jado la elegante peroracin de nuestro amigo.

    Adems, Seores, sorprendido cuando menos lo esperaba con el encargo de esta contestacin, que hubo antes de ser encomendada sugeto mas idneo y capaz de corresponder en su respuesta la brillantez del discurso de nuestro cole-ga, el convencimiento de lo mucho que iba perder la Aca-demia en tan desgraciada sustitucin ha sido un nuevo incon-veniente para quien ya tenia el de su propia insuficiencia. Arrdrame, sobre todo, el recuerdo de las bellsimas ora-ciones que ltimamente han resonado en este recinto, con ocasin semejante la de hoy; y lejos de aspirar competir con tan inimitables dechados, he credo deber limitarme lo que meramente exige en rigor la comisin honrosa que me ha sido conferida; esto es, dar , en nombre de nuestra Real Academia, la bienvenida al nuevo compaero, felicitarle por su elocuente discurso, y alargndole, por decirlo as, la mano al atravesar esos umbrales, conducirle hasta el puesto que entre nosotros viene ocupar tan dignamente. Reducindose esto mi papel, con lo cual hay ms que sobrado para que yo lo tenga grande honra, no he pensado de modo alguno en seguir paso paso el examen crtico del Sr. Caete.

    Same permitido, sin embargo, lamentarme de que , por

  • POR D. ANTONIO MARA SEGOVIA. i l

    temor acaso de parecer difuso, se haya abstenido el nuevo acadmico de analizar las obras de los tres ilustres poetas bajo el punto de vista de su maestra en manejar la lengua en que escribieron; punto q u e , como otros varios, solo ha querido indicar someramente. Hubiera sido este uno ms , y no de los de menor importancia, entre los muchos buenos documentos que su discurso crtico contiene, y una tcita impugnacin de la hertica mxima que hoy, por desgracia, cunde y prevalece, de que la pureza del lenguaje es dote muy accesoria, ya que no completamente indiferente, en las obras de ingenio, con especialidad en las poticas. Fcil es demos-trar lo absurdo de semejante principio; pero la mejor refuta-cin, mi entender , seria probar el hecho contrario, anali-zando nuestros grandes modelos. No es este el ms claro argumento? No viene la historia de la literatura de todas las naciones atestiguar que es imposible ser buen poeta sin ser buen hablista, y que para la poesa, que es la msica de las ideas, es tan necesaria la buena ejecucin y destreza en el instrumento como en la msica propiamente dicha? Y si no, dnde estn, cules son los poetas cuyas obras hayan lle-gado la posteridad sin el adorno, digo mal, sin el requisito indispensable de! buen lenguaje? No creo que pueda citrse-nos ninguno; y al contrario, puede afirmarse que sin gran dificultad se encontraran en la literatura de todos los pueblos numerossimos ejemplos de composiciones poticas que han alcanzado eterna duracin, no por la bondad intrnseca, por la verdad, por el valor ni aun por la poesa de los pensamien-tos, sino por la sonoridad y gala del lenguaje potico, por la artificiosa contextura del metro , por la expresin feliz; cir-cunstancias todas que pueden embellecer una idea tal vez fal-sa absurda, la manera que, dorndola, se hace agradable los ojos una repugnante pildora.

  • 42 CONTESTACIN

    Los espaoles, menos aun que otro pueblo alguno, entien-do yo que debiramos dudar de esta verdad tan evidente; porque, si bien se mira, las bellas propiedades de la lengua castellana y el modo de manejarla de nuestros buenos poetas constituyen el mrito fundamental de las tres quintas partes de nuestro Parnaso. Verdad es que, en mayor menor proporcin, eso mismo acontece la poesa de todas las naciones. Y si as no fuera, si no consistiera la belleza de una composicin po-tica, como de toda obra de arte, tanto ms en la forma que en la esencia; si el encanto de los versos no estribara ms en el modo de decir y en el bien decir que en lo que se dice, cmo habia de llevarse en paciencia la frecuentsima repeti-cin de un mismo pensamiento? Cuntas sern las veces que ha dicho en verso el hombre la mujer Yo te amo? Cun-tas las que la ha motejado de mudable, de falsa y de perjura? Pues por qu leemos y releemos con placer millones de ver-sos en que no hay sino esas ideas (que cada cual adems ha repetido por su parte tambin algunas veces, aun cuando solo haya sido en pedestre prosa) ; por qu , digo, no nos causa hasto la eterna repeticin de tan manoseados pensamientos, si no es por la estremada variedad y belleza en la manera de expresarlos? Quin podra resistir Petrarca si no hubiera acertado dar tal variedad y gala de expresin al tema siem-pre igual de sus elegiacas lamentaciones?

    Habranse ya quejado cuntos millares de poetas? del s e -vero desden de un sin cuento de lindos ojos, cuando Gu-tierre de Cetina se le ocurri preguntar otros tales :

    Ojos claros, serenos, Sirle dulce mirar sois alabados, Por qu, si me miris, miris airados?

    Por qu, pues, se nos qued grabado todos en la me-moria este madrigal desde que en las escuelas le aprendimos?

  • POR D ANTONIO MARA SEGOVIA. 45

    Por qu os tan generalmente sabido y repetido, sino por su graciosa versificacin y por la secreta magia de su dulcsima armona, y porque la feliz expresin, la atinada eleccin de las palabras le hacen muy superior otras composiciones de -dicadas al mismo asunto?

    No puede darse exclamacin mas vulgar para quien se duele de un no previsto y triste caso , como suelen serlo los acontecimientos todos que forman el miserable tejido de la humana existencia, que la exclamacin de Quin me lo di-jera? Y sin embargo, Garcilaso acert darle novedad y poesa cuando prorumpe diciendo :

    Quin me dijera, Elisa, vida mia, Cuando en aqueste valle al fresco viento Andbamos cogiendo tiernas flores ? e l e , etc.

    No menos trivial era la idea que Ovidio expresaba al co-menzar de su tercera elega. A cualquiera puede ocurrrsele el decir, conmemorando un triste suceso : Hoy e s , y toda-va brotan lgrimas mis ojos cuando se presenta mi memo-ria la tristsima imagen de aquella noche. Mas este modo de expresar el pensamiento no le hubiera eternizado como aque-llos fluidsimos versos :

    Cum sub illius tristissima noctis imago Labihir ex oculis nunc quoque gutia meis.

    Tal es, repito, mi entender, la dote principal de nuestros buenos poetas: el manejar bien la lengua, y ser esta una de las ms ricas, sonoras, armoniosas y propias para la poesa entre las conocidas. Por eso vemos que marchan la par, prosperan decaen, se perfeccionan degeneran, el lenguaje y la poesa; por eso levantaron la nuestra atan grande altura muchos ingenios, que en elevacin de ideas, en ternura de

  • U CONTESTACIN

    afectos, en profundidad filosfica y en el calor de la fantasa, no solo tuvieron rivales, sino que acaso quedaron inferiores los poetas de otros tiempos y de otros pases.

    No es ahora de mi asunto el demostrar esta proposicin, ni aun creo siquiera que me toca seguir al Sr. Caete en el exa-men de esos tres poetas, extendindome considerarlos como hablistas; habr, pues, de contentarme con decir que, si Gar-cilaso, Fr. Luis de Len y Rioja son umversalmente recono-cidos y contados entre los prncipes de nuestra poesa, lo deben muy especialmente la manera en que cultivaron y supieron servirse de la lengua castellana. Ellos fijaron el sen-tido do varias voces, introdujeron locuciones y giros nuevos, tomndolas de las lenguas hebrea, griega, ' latina y toscana; pero entindase que en estas novedades procedieron con in-teligencia filosfica y guiados por el buen gusto; que en m a -teria de lenguaje las innovaciones han de servir para en-riquecer y embellecer el idioma, no para empobrecerle y embrollarle; los neologismos tienen tambin sus reglas y ra-zn de ser , como los engertos en las plantas, los cuales no pueden ni deben hacerse de un rbol cualquiera en otro r-bol , ni en cualquiera sazn, ni sin a r t e , ni sin objeto. Sabian aquellos tres ingenios proceres, y saben todos los maestros en el arte de escribir, que las alteraciones en el habla de una nacin culta han de hacerse por determinacin sesuda, nacida del saber, y no por desalio incuria, hijos de una ignoran-cia crasa.

    Cunto hizo en favor de nuestro aun no bien atildado r o -mance el numen potico de Garcilaso no es posible encare-cerlo. Dos son las grandes influencias que contribuyen for-mar el lenguaje de un pueblo : la del legislador discreto, que fija el valor y define el sentido de muchas palabras de tal manera , que ya no pueden tener otro (y esto hizo nuestro

  • POR D. ANTONIO MARA SEGOVIA. ii

    D. Alonso el Sabio), y la del poeta, que graba en la memo-ria, por no decir en el alma, de todo un pueblo la forma ver-daderamente esttica de la representacin del pensamiento. Bajo este concepto, ios versos de mrito real son joyas de in-apreciable valor , como los de los tres preclaros varones quienes boy ha pasado muestra el Sr. Caete; de cuyos ve r -sos, por lo que contribuiran ensear el buen castellano y formar el gusto, podra decirse lo que Fr. Luis otro dife-rente propsito : Y pluguiese Dios que reinase esta sola poesa en nuestros odos y que solo este cantar nos fuese dulce, y que en las calles y en las plazas, de noche, no sona-sen otros cantares; y que en esto soltase la lengua el nio, y la doncella recogida se solazase con esto, y el oficial que tra-baja aliviase su trabajo aqu. (Oficial d ice , recordndonos que esta palabra va anticundose en el sentido de menestral, artesano, artfice; oficial llamara Fr. Luis al platero, al ca r -pintero, al to rnero , al ebanista, al alarife, al tundidor, al sastre, al talabartero, al zapatero de nuevo remendn, con otros infinitos, que hoy ya trabajan tal vez menos y peor, pe-ro no son oficiales, porque han dado en la flor de llamarse artistas.)

    Volviendo Garcilaso, no puedo resistir la tentacin de repetir aqu la observacin ya hecha de que, habiendo flore-cido en los principios del siglo xv i , y pesar de las al terna-tivas de prosperidad y decadencia por que ha pasado nuestra lengua desde entonces hasta la presente calamitosa poca de corrupcin y de mal gusto, de galicismos, arcasmos, neolo-gismos y jerga insoportable, sus obras son de todos en ten-didas y para todos igualmente sabrosas. Apenas hay, dice Ticknor, una palabra frase de las que us Garcilaso que no sea hoy dia considerada como propia y castiza Su e s -tilo y diccin viven aun, como vive su nombre, con tanta

  • .10 CONTESTACIN

    A cuyo son divino El alma, que en olvido-est sumida, Torna cobrar el tino Y memoria perdida De su origen primera esclarecida.

    Porque, en efecto, no hay. alma sensible que no se sienta arrobada por el artificio meldico de esta bellsima composicin. De los cuatrocientos veinte versos de que consta, son muchos los que tienen.las cinco vocales, y muy pocos en donde no se encuentren lo menos cuatro; advirtiendo que en esta obser-vacin se comprenden la mayor parte de los versos cortos, es decir, de los heptaslabos. Las letras consonantes se ven empleadas con no menor acierto y conocimiento de la a r m o -

    ms razn, cuanto han sido consagrados por la costumbre. Lo mismo suslancialmente habia dicho Quintana.

    Esto es en cuanto la diccin y al estilo;' pues qu diremos del tino para elegir, segn su material estructura, las palabras; del admirable acierto con que el poeta combina los sonidos de manera que, no solo recrea el entendimiento, sino que deleita el odo con la meloda de su canto?Provechoso en gran manera ser siempre el estudio de Garcilaso, aun bajo este solo aspecto, los que quieran profundizar toda la capa-cidad musical, por decirlo as, de nuestra lengua. Su gloga primera, tan umversalmente conocida, tan general y jus ta-mente celebrada, brilla no menos por esta que por otras cir-cunstancias. Bien pudieran aplicarse la melodiosa entona-cin de esta dulcsima gloga aquellos versos de Fr. Luis de Leon y decir que

    El aire se serena Y viste de hermosura y luz no usada,

    cuando suena La msica extremada,

  • POR D. ANTONIO MARA SEGOV1A. 47

    na, y al mismo tiempo faltan escasean mucho las articula-ciones speras, las slabas duras y las combinaciones poco eufnicas que tan profusamente emplean los escritores des -aliados ignorantes, para quienes todos los vocablos son igualmente buenos con tal de que mal bien vengan signi-ficar su pensamiento. Como la citada gloga y las dems com-posiciones de Garcilaso estn sin duda bien presentes la me-moria de cuantos me escuchan, tengo por excusado el acumu-lar ejemplos, y me limitar aclarar lo dicho con una sola cita:

    El dulce lamentar de dos pastores, Salicio y Nemoroso, He de cantar, sus quejas imitando.

    As dichos estos tres versos, hubieran sido sin tacha en cuanto al metro y al sentido ; nada obligaba al poeta inge-rir en el segundo el adverbio juntamente, ni siquiera la p r e -cisin de uniformar las estancias, pues que aun se estaba al comenzar de la primera ; pero su buen gusto en el decir, y su odo delicado le sugirieron sin duda el intercalar aquel voca-blo sonoro de suyo, significativo adems de la unin de los pastores; con l mejor la estrofa, y logr que el verso que -dara ms numeroso y rotundo, completando asimismo con graciosa elegancia el pensamiento.

    Salicio juntamente y Nemoroso

    dijo, pues, y tan bien dicho, que nadie le ha ocurrido ta-char de superfluidad importuno ripio esa palabra. En r e -sumen , pocos poetas han sabido como Garcilaso dar tanta no-vedad y sabor las palabras ms comunes y aun prosaicas, emplendolas unas veces donde su peculiar armona las hace ms gratas al odo, otras donde su sentido realza la idea. Esto se llama entender bien el callida junctura del famoso precepto de Horacio : Dixeris egregi.

  • .18 CONTESTACIN

    No quisiera, Seores, importunar la Academia ni al dis-creto concurso que me atiende, prolongando demasiado este examen ; ni aun la esperanza podra alentarme de que el eco de mis desautorizadas palabras , resonando fuera de los lmi-tes de este estrecho recinto, pudiese ir obrar all entre la turba infiel prodigiosas conversiones. A la manera que en el pecador empedernido hace poca mella el panegrico de un santo, dechado de todas las virtudes cristianas (y menos si el predicador es fraile de misa y olla, y el sermn algo gerun-diano), los pecadores modernos, que tan n poco tienen el estudio de la lengua, no es de esperar que se enmienden por los elogios que yo aqu hiciere del ilustre vate toledano; antes bien temo que me respondan con aquella frase de rebelda contumaz, que ya puso en su boca un chistoso satrico m o -derno :

    Y rabie Garcilaso enhorabuena; Que si l habl la lengua castellana, Yo hablo la lengua que me da la gana.

    Achaque es este, seores, de la edad presente. Entindese por independencia el sacudir todo yugo, todo freno, hasta el de la razn; pnense en tela de juicio las verdades mas in-concusas, como por ejemplo s la de que el hablar bien una lengua es mayor mrito que el hablarla mal. De esta epidemia moral, que todo lo infesta, nace asimismo la corrupcin l i te-raria. Ya de antiguo tienen observado los mdicos que cuan-do reina epidmicamente una enfermedad, todas las anlogas toman el mismo carcter, degenerando en aquella. Por razn semejante se ve hoy la literatura acometida de dolencias que no le son realmente propias constitucionales. El mismo es-pritu de ciego error que induce los hombres sacudir todo freno poltico, moral y religioso, ese mismo es causa de que nieguen la obediencia toda autoridad literaria.

  • POR D. ANTONIO MARA SEGOVIA. 49

    De ah procede tal vez esa invasin terrible importuna de los neologistas, galicistas y enemigos de todo buen lenguaje; invasin semejante la de la langosta la del clera:

    Dejmosla pasar como la fiera Corriente del gran Btis, cuando airada, Dilata hasta los montes su ribera (1).

    Y volviendo nuestro poeta, dir, en conclusin, que en el intento de imitar y aclimatar en nuestro suelo la mtr i-ca toscana, en que trabaj Garcilasotan acertadamente, que excedi Boscan y los dems coadjutores de la empresa, sigui tambin sus modelos en la manera y mtodo de pulir el lenguaje y de combinar la entonacin potica con la sencillez y claridad de la diccin.

    Molesto seria para los que me escuchan extender yo ahora estas observaciones los otros dos poetas juzgados ya por el Sr. Caete; basta abrir por cualquiera pgina las pocas, aun-que tan bellas, de Fr. Luis de Len; las poqusimas, aunque tan valiosas, de Francisco de Rioja,para convencerse de que ante todas cosas son ambos, como Garcilaso de la Yega, maestros de la lengua en que escribieron. Vase, si no, cmo el ilustre agustino sabe amoldar, sin adulterarle, el romance castella-no la imitacin feliz de la musa hebrea ; obsrvese la maes-tra con que saca y emplea para sus cnticos sagrados r e -gistros majestuosos y sonoros, diferentes s , pero no menos puros que los melodiosos y suaves que para sus versos ama-torios sirvieron al tierno cantor de la Flor de Guido. Comp-rese la robustez y gravedad de tonos del uno con la dulzura de los del otro, por ejemplo en estos dos pasajes, en que am-bos apostrofan, mas cuan diferente objeto y con cuan dis-tintos efectos :

    (I) Rioja.

  • 50 CONTESTACIN Divina Elisa, pues agora el cielo

    Con inmortales pies pisas y mides, Y su mudanza ves estando queda, Porqu de m te olvidas, y no pides Que se apresure el tiempo en que este velo Rompa del cuerpo, y libre verme pueda?

    Con tan melodioso acento llora el poeta posedo de amor, puro s, pero terreno; el fuego del amor sagrado tiene en su msica notas de mas grave resonancia :

    Y dejas, Pastor Santo, Tu grey en este valle hondo, escuro, Con soledad y llanto, Y t, rompiendo el puro Aire, te vas al inmortal seguro?

    Viene luego Rioja, poeta filsofo y moralista, y hace vibrar aquellas cuerdas de su lira que su propsito convienen, n o -tndose en la frase majestuosa, y en la armona, mas severa que dulce, de sus versos el primor con que adecuaba al asun-to su lenguaje. Su celebrada Epstola moral basta para d e -mostracin; composicin bellsima, cuyo tono enrgico dice tan bien con la austera severidad del pensamiento, que par-ce como que destila por cada uno d sus tercetos el amargu-simo licor del desengao.

    Extrao parecer, Seores, la mayor parte de los que me escuchan que, hablando de Rioja, no aluda siquiera la inmortal cancin A las ruinas de Itlica; mas cesar de todo punto la extraeza cuando sepan que es ya un hecho averi-guado con datos irrecusables que ese famoso y bellsimo tro-zo de poesa fu compuesto primitivamente por Rodrigo Caro y retocado despus por su mismo autor. No me es lcito adu-cir aquilas pruebas, porque esta gloria debe reservarse al sa-gaz investigador que ha logrado reuniras. El mismo erudito y juicioso crtico que al ocupar el puesto en que hoy vemos al

  • POR D. ANTONIO MARA SEGOVIA. Si

    Sr. Caete, prob en su discurso de recepcin en nuestra Real Academia la individualidad del bachiller Francisco de la Torre como persona distinta de D. Francisco de Quevedo, nuestro compaero D. Aureliano Fernandez Guerra, en fin (pues no hallo motivo para rebozar en alusiones su distin-guido nombre) , ha puesto en punto de evidencia la propie-dad de Rodrigo Caro, cuya corona gana mucho con este nue-vo florn, sin eclipsar por eso la gloria de Rioja.

    Sin duda, Seores, que vuestra benvola atencin debe de hallarse ya fatigada de verme as espigar trabajosamente en el campo mismo de donde ha sabido el Sr. Caete sacar mies tan copiosa. Y sin embargo, todava me siento irresistible-mente impulsado implorar vuestra indulgencia para tocar brevsimamente otro de los puntos en que ms rgida ha andado la crtica del discurso.

    Personalizando sin duda en Garcilaso de la Vega su poca, ha censurado el Sr. Caete el abuso de las alusiones mitol-gicas. Digo que la censura recae sobre la poca, y no sobre el poeta, porque de ese defecto no se halla exento ni aun el mismo Fr. Luis de Len, que floreci muy poco tiempo d e s -pus que Garcilaso. Siete alusiones mitolgicas nada menos contiene la Profeca del Tajo : en la primera estrofa leemos ya que

    El rio sac fuera El pecho, y le habl de esta manera.

    Habr quien considere esta figura como una mera proso-popeya ; yo percibo en ella cierto tufillo pagano que trascien-d e , y por eso la deberemos hacer entrar en cuenta. Prosi-gamos :

    Las armas y el bramido De Marte, de furor y ardor teido.

    Aqu ya parece ms evidente que se habla del dios de la

  • 52 CONTESTACIN

    guerra , del belicoso hijo sin padre de la iracunda Juno, del mismo que en la postrera estancia vuelve mencionarse en estos trminos :

    El furibundo Marte Cinco luces las haces desordena.

    Volvamos otra vez atrs y leeremos :

    El Eolo derecho Hinche la vela en popa, y larga entrada Por el hercleo estrecho El gran padre Neptuno da la armada.

    El Eolo pudiera en rigor tomarse por el viento mismo; mas la asistencia de esotra divinidad de los mares y el conjunto de la estrofa no permiten dudar que de quien aqu se trata real y verdaderamente es de aquel mismo rex Eolus que en su espaciosa caverna

    Laclantes ventos tempestatesque sonoras Imperio prem; acvinclis et carcere frmnat.

    Pasemos adelante, y hallaremos en la siguiente estrofa al hroe mitolgico que, separados Calpe y vila, plant su arrogante non plus ultra, muy ajeno de que Espaa vendra con el tiempo suprimirle el non. El verso dice :

    Ocupado No ves ya el puerto Hrcules sagrado?

    En fin, en la penltima estancia hay otra personificacin de r io, en el mismo estilo mitolgico que la del Tajo :

    Y t, Btis divino, De sangre ajena y tuya amancillado.

    Se me dir , por ventura, que, imitando la profeca de Nereo, Fr. Luis quiso hablar en esta oda el lenguaje de su modelo? Se dir lo mismo de la composicin dirigida al l i -cenciado Juan de Grial, en que el poeta d ice :

  • POR D. ANTONIO MARA SEGOVIA. 53

    Ya Febo inclina el paso Al resplandor egeo

    Ya Eolo, al medioda Soplando, espesas nubes nos envia

    Escribe lo que Febo Te dicte favorable , etc.

    O cuando, escribiendo contra un juez avaro, diga : . . . . Ni la Meguera

    Con llamas infernales ?

    Pero semejante explicacin no se ajusta la invocacin aquella de la oda A todos los Santos :

    Oh Musa poderosa En la cristiana lira !

    Tampoco satisface esa razn aplicada la oda A Santiago, que empieza :

    Las selvas conmoviera, Las eras alimaas, como. Orfeo.

    Ni cuando, en la misma, recuerda otra vez la feroz Eu -mnide :

    Y la infernal Meguera, La frente de ponzoa coronada

    Ni,. por ltimo, cuando apellida Marte al mismo hroe cris-tiano :

    Que ya el Apstol Santo, Un otro Marte hecho , Del cielo viene dalle su derecho.

    El ejemplo de Fr. Luis de Len, poeta religioso, telogo eminente, catlico rancio, pufo en sus creencias y ortodoxo en sus doctrinas, mal que les pesara sus inquisitoriales ene-migos , nos dispensa de buscar otros de poetas quienes fal-taron todos esos motivos de escrupulizar en punto ideas tomadas de una religin falsa; pero sabido es que , hasta una poca muy moderna, apenas se hallar un poeta exento de

  • S4 CONTESTACIN

    esa nota, y por consiguiente, no puede recaerla censura e x -clusivamente sobre Garcilaso.

    Y ahora bien, Seores; aun conviniendo en lo justo de la crtica, no podramos hallar alguna disculpa tal pecado? Anatematizando solamente el abuso, el lujo, por decirlo as, de mitologa, no podramos conceder alguna licencia al poeta que, dentro de los trminos del buen gus to , acude la teogonia gentlica como una rica mina de imgenes p in-torescas, de personificaciones poticas y de ingeniosas alego-ras, que tienen adems la ventaja de ser de todos entendidas? Es muy grande, en efecto, el inconveniente de que apro-vechemos con destreza y con ingenio esos restos, aun no completamente pulverizados, del tiempo antiguo y de una civilizacin precursora de la nuestra?Vanos sern siempre impotentes los esfuerzos del hombre para romper un solo eslabn de la cadena de los siglos, para impedir que el pre-sente lleve marcada en s la huella de los que ya pasaron; nuestra legislacin, nuestra filosofa, nuestras costumbres, y por consecuencia nuestra literatura, pueden y deben ser d e -semejantes de las del tiempo anterior al Cristianismo; pero ni aun la propagacin de este (suceso tan grande, como de or-gen nada menos que divino) ha podido romper los lazos que unen nuestra era con los tiempos histricos, y estos con los fabulosos.

    Cristianos somos, Seores, y todava llamamos cinco dias de los de la semana con los nombres de otras tantas divini-dades del paganismo (profanacin en que no incurren nuestros hermanos y vecinos los portugueses); y es lo mas extrao que tras el da de la Venus gentil, viene el Sabath israelita, y luego el dia cristiano del Seor (Dominica, domingo). Los ingleses y alemanes siguen dedicando estos dos ltimos dias Saturno y al Sol : Saturday y-Sunday, Samslag y Sontag.

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    No acumular pruebas de un hecho tan conocido; recorde-mos, sin embargo, pues que en Madrid estamos, que el pueblo de esta corte llama todava Minerva cierta ceremonia religiosa de nuestro culto. No nos ensaemos, pues, contra estas que un neologista, aun sin haber saludado la astronoma , llama-ra aberraciones, y toleremos que Garcilaso deleite nuestro odo y recree nuestra fantasa pintndonos en una bella ima-gen y en dulcsimos versos aquel amante galeote :

    A aquel cativo De quien tener se debe mas cuidado, Que est muriendo vivo, Al remo condenado, En la concha de Venus amarrado.

    Yo bien s tambin que en los bosques no hay sino rbo-es y arbustos, yerbas y otras plantas, maleza y matorrales,

    abrojos y espinas, sabandijas y alimaas, sapos y culebras; pero una de dos : he de considerar el bosque bajo este aspecto selvtico y material, contemplar en l con ojos cien-tficos las maravillas que all prodig el Autor de la natura-leza. El primer aspecto es indudablemente prosaico; el s e -gundo no es todava potico, ni lo ser por desgracia hasta que se difundan y vulgaricen los adelantamientos de las cien-cias naturales. Pues qu recurso le queda al poeta? Las descripciones de escenas campestres se nos antojan, los des-contentadizos modernos, soporficas y sobradamente inocen-tonas; los pastores de la gloga, inverosmiles; las divinidades del campo y de la selva, anticuadas; con tales escrpulos nos vamos privando de grandes resortes poticos. Todo eso lo sabia Garcilaso; sabia que en los bosques ms menos um-brosos no hay sino esas cosas arriba dichas; debia de saber asimismo que, sobre todo en Espaa, pas del corcho, los alcornoques parecen como incompatibles con las nereidas,

  • 56 CONTESTACIN

    adradas, hamadradas, oreades y napeas; pero Garcilaso y otros al nacer encuentran todava en el mundo un recuerdo, un reflejo de aquellas antiguas creencias, tanto ms potico cuanto ms remoto, y tomando la pluma, le aprovechan, y nos hablan de ninfas y de stiros, de nyades y de faunos; y e s -maltan sus versos con imgenes y nombres de seres fantsti-cos , tan poticos como dramticas son las brujas no menos imaginarias de Macbeth. Eso hizo Garcilaso, Seores, y yo tengo para m que la crtica de nuestro nuevo acadmico, justa y todo como e s , quedara completamente desarmada si viera que llegndose l el enamorado Albanio, con dolo-rido semblante, voz dulcsima y pattico acento le decia :

    Hora, , escucha lo que digo; Y vos, oh ninfas de este bosque umbroso, Ad quiera que estis, estad conmigo.

    Si hemos de acriminar en el poeta que aluda seres en cuya existencia no cree , extendamos la severidad aun ms all de la mitologa. Digamos Fr. Luis de Len que en los espacios celestes no existen esas dos osas de que le hablaba Felipe Ruiz, y que aun concedido el nombre de esas dos cons-telaciones polares (mucho mas absurdo que el de Venus dado al tipo d la hermosura y el de Marte al espritu guerrero) , todava es , potica, astronmica y absolutamente, falso que estn las tales

    . . . . . dos osas De baarse en el mar siempre medrosas.

    No hay remedio, Seores : el poeta (el hombre debera yo decir) no puede ser materialista; en todas partes v e , oye y siente que all dentro de la materia est el espritu; y no se engaa, porque la ltima partcula de un cuerpo inorgnico, el postrero indivisible tomo de materia creada , est lleno del espritu del Creador. El poeta, pues, posedo de esta idea,

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    t o d o i anima, todo lo personifica; no quiere ver en parte alguna objetos puramente materiales; todos los supone seres vivos inteligentes, capaces de accin y movimiento, y como tales les dirige su voz :

    Corrientes aguas, puras, cristalinas; Arboles que os estis mirando eh ellas Hiedra que por los rboles caminas

    El mar qu viene ser realmente considerado desde la orilla? Una gran masa de aguas , que obedeciendo ciertas leyes fsicas y cediendo la presin mecnica de la a tms-fera, se agitan en continuo bazuqueo, con la incoherencia propia de los lquidos. Pues este objeto, tan material y de tan poco efecto los ojos de un pescador de la costa, hiere la mente del menos espiritualista de todos nuestros poetas, inflamando su fantasa, le mueve apostrofarle como pudiera un ser real y efectivo, pensador y dotado de inteligencia y voluntad, y as le dice :

    Para un instante tus soberbias ondas, Ocano inmortal, y no mi acento Con eco turbulento Desde tu seno lquido respondas.

    De esta personificacin y de este apostrofe hasta la mito-loga no hay mas que un paso , que consiste en bautizar la persona imaginaria, como lo es el mar en este ejemplo, con el nombre de Neptuno.

    Peor e s , Seores, en mi juicio, y ms arriesgado para un poeta cristiano, entrometerse un esplritualismo arbitrario, que , cuando menos , puede ser irreverente, y cuando ms, heterodoxo y abominable. Para tratar de Dios y de su Santa Madre, y de los santos y de los nicos seres sobrenaturales en que nosotros creemos, es necesar io: primero, que el asunto sea pura y exclusivamente sagrado; segundo, ser un poeta de

    5

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    la talla de los Milton, de los Klopstock y de los Fr. Luis de Len. Hasta hombres como Chateaubriand han resbalado en estos escabrosos asuntos, y aun en los poetas que he citado podramos, sin ser inquisidores, encontrar mucho que tachar en sus ficciones espirituales. El diablo que Milton nos pinta, por ejemplo, no puedo yo persuadirme que sea ninguna fo-tografa exacta de Satans.

    Sea lo que quiera de estas y otras ficciones censuradas por el Sr. Caete, con justicia, mi entender, cuando se abusa de ellas, vuelvo mi primera asercin : lo bello de la forma hace agradable en Garcilaso lo que pueda tener de repugnante en el fondo el pensamiento.

    Perdn os pido, Seores, de haber as abusado de vuestra bondad. Temo haberme extraviado en pos de una idea que meramente deb indicar, sin empearme en demostrarla; idea que , expresada en sus trminos mas sencillos, se reduce los siguientes:

    En obras de imaginacin, en obras de arte, la buena eje-cucin es tan importante como la esencia misma del pensa-miento. En poesa la ejecucin, l desempeo del pensa-miento potico estn en la expresin potica, en la diccin, en el lenguaje potico, en la forma del metro y hasta en la armona y conveniente eleccin y disposicin de las pala-bras. Nadie, por consiguiente, llegar ser jams gran poeta sin poseer y manejar magistralmente su lengua, sin tener la instruccin suficiente, el tino, l exquisito gusto y la capaci-dad filosfica y filolgica necesarias para pulir la lengua, en vez de estropearla, para enseorearse de ella y doblegarla las exigencias del metro y de la entonacin potica.

    En prueba de que es a s , obsrvese cuan difcil es el t r a -ducir un poeta. Y por qu? Hay acaso pensamiento a l -guno idea intraducibie? No; lo que nunca puede verterse

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    de una otra lengua exactamente no es la esencia, es la ex-presin , es la forma.

    Desengamonos, Seores; el estudio del idioma en que se ha de hablar escribir es indispensable todos, pero ms especialmente al orador y al poeta; yo creo que aun este l-timo tiene la ventaja de estar ms en aptitud que aquel para adelantar , pulir y perfeccionar la lengua en que se ejercita. As lo hicieron nuestros grandes poetas, as lo hizo Garcilaso de la Vega , as el religioso Fr. Luis de Len y el filosfico Rioja.

    No es , pues , extrao que las tareas de la Real Academia Espaola tengan un atractivo irresistible para hombres que, como el Sr. D. Manuel Caete, sienten arder su pecho en vivo celo por los adelantamientos de nuestra literatura. Venga, pues, compartir con nosotros la fatiga de este incesante y rido trabajo; bien venido sea atender con nosotros ese crisol, emblema de nuestros estudios, no para ejercer una autoridad dictatorial, que la Academia nunca ha pretendido atribuirse, ni pudiera , sino para observar y hacer anlisis, como el qumico quien se encomienda el estudio d los ma-teriales extrados de las minas, el cual no impone nadie la obligacin de dar tal cual la preferencia, sino que se con-tenta con decir : Tomad; esto es oro puro , esotro eslao, plomo, escoria.

    Mas tenga entendido nuestro nuevo compaero que esta, al parecer, sencilla y pacfica tarea, nodeja de tener sus amar-guras. Los defectos, la imperfeccin inherente toda obra humana, que aparecen en las nuestras,, se exageran y se abultan. La severidad misma,