Dominguez_ Elementos de Deontología

5
LETRAS LIBRES ENERO 2014 12 –pienso ahora en F. R. Leavis diciéndonos que la “vida no es lo bastante larga como para permitir que uno le dedique mucho tiempo a Fielding”– cuando solo nos ofrecen vere- dictos, de tal manera que podemos despreocuparnos por confirmar si son correctos o equivocados. En el resto de The great tradition, Leavis sí nos muestra con detalle cómo cree que debemos ocupar nuestro tiempo literario, pero aún así hay mucho más veredicto en proporción al análisis. ¿Y la jerga? No creo que haya nada malo con las cama- rillas siempre y cuando no estemos obligados a unirnos a ellas: de hecho la mayoría son especies en extinción y debe- mos protegerlas si podemos. De manera más significati- va, los críticos deben ser libres de hallar el lenguaje que necesitan para realizar sus articulaciones y sus búsquedas, y Roland Barthes fue tan sabio como lúcido en este tema: “entre la jerga y las obviedades, prefiero la jerga”. Claro, uno esperaría no tener que enfrentarse a esa elección. Pero el estilo común y corriente también puede ser jerga y, como tal, mucho más difícil de descubrir. Barthes también dijo: “Es vergonzoso juzgar a alguien por su vocabulario, aun cuando sus palabras sean irritantes.” Es evidente que necesitamos saber si una obra de arte es buena o no, y necesitamos saber qué tan buena puede llegar a ser una obra de arte: de lo contrario tomaremos la moda como único criterio de excelencia. En su libro ¿Qué fue de la modernidad?, Gabriel Josipovici se lamenta de que estudiantes universitarios inteligentes y ambiciosos estén estudiando la obra de Martin Amis e Ian McEwan en lugar de la de Joyce y Proust. Pero incluso este y otros lamentos sobre la calidad y la dificultad no constituyen un argumento plau- sible a favor del regreso de la evaluación vieja y estricta. O no tienen por qué hacerlo. Que lo hagan o no depende del bando que elijamos en otro debate antiguo. ¿Deben los crí- ticos tener parámetros anteriores a la lectura y la observa- ción, que después aplicarán cuando se pongan a trabajar, o deben permitir que el texto o la imagen en cuestión les muestren los parámetros mediante los cuales estos deben ser juzgados? Es posible respetar ambas premisas; no es posi- ble, creo, practicar la crítica y estar de acuerdo con las dos al mismo tiempo. Si elegimos la segunda premisa, como hago yo, entonces las interrogantes sobre el juicio y la jerga, las dos partes de la provocación que mencioné anteriormente, se juntan. Los críticos, como los artistas, buscan un lengua- je para su tarea, y mostrarán su éxito o su fracaso en la crí- tica misma, en el movimiento y en el performance del acto –y no tanto en el resultado total–. Podríamos escuchar a Henry James de nuevo, e incluir al crítico en la imagen: Debemos conceder al artista su tema, su idea [...] Nuestra crítica se aplica únicamente a lo que él hace de ella. Naturalmente no quiero decir que estemos obligados a que nos gusten o nos parezcan interesantes: en caso de que no nos los parezcan, el camino a seguir es perfectamente sencillo: dejarlas. Podemos creer que el novelista más sincero no es capaz de sacar absolutamente nada de cierta idea, y es muy posible que los hechos justifiquen nuestra opinión; pero el fracaso habrá sido un fracaso en la ejecución, y es en la ejecu- ción donde habrá quedado demostrada la fatal debilidad. ~ Traducción de Pablo Duarte. Elementos de deontología CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL Barricada 1, 2013. CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL

description

Elementos de Deontología

Transcript of Dominguez_ Elementos de Deontología

  • LETRAS LIBRES ENERO 2014

    12

    pienso ahora en F. R. Leavis dicindonos que la vida no es lo bastante larga como para permitir que uno le dedique mucho tiempo a Fielding cuando solo nos ofrecen vere-dictos, de tal manera que podemos despreocuparnos por confirmar si son correctos o equivocados. En el resto de The great tradition, Leavis s nos muestra con detalle cmo cree que debemos ocupar nuestro tiempo literario, pero an as hay mucho ms veredicto en proporcin al anlisis.

    Y la jerga? No creo que haya nada malo con las cama-rillas siempre y cuando no estemos obligados a unirnos a ellas: de hecho la mayora son especies en extincin y debe-mos protegerlas si podemos. De manera ms significati-va, los crticos deben ser libres de hallar el lenguaje que necesitan para realizar sus articulaciones y sus bsquedas, y Roland Barthes fue tan sabio como lcido en este tema: entre la jerga y las obviedades, prefiero la jerga. Claro, uno esperara no tener que enfrentarse a esa eleccin. Pero el estilo comn y corriente tambin puede ser jerga y, como tal, mucho ms difcil de descubrir. Barthes tambin dijo: Es vergonzoso juzgar a alguien por su vocabulario, aun cuando sus palabras sean irritantes.

    Es evidente que necesitamos saber si una obra de arte es buena o no, y necesitamos saber qu tan buena puede llegar a ser una obra de arte: de lo contrario tomaremos la moda como nico criterio de excelencia. En su libro Qu fue de la modernidad?, Gabriel Josipovici se lamenta de que estudiantes universitarios inteligentes y ambiciosos estn estudiando la obra de Martin Amis e Ian McEwan en lugar de la de Joyce y Proust. Pero incluso este y otros lamentos sobre la calidad y la dificultad no constituyen un argumento plau-sible a favor del regreso de la evaluacin vieja y estricta. O no tienen por qu hacerlo. Que lo hagan o no depende del bando que elijamos en otro debate antiguo. Deben los cr-ticos tener parmetros anteriores a la lectura y la observa-cin, que despus aplicarn cuando se pongan a trabajar, o deben permitir que el texto o la imagen en cuestin les muestren los parmetros mediante los cuales estos deben ser juzgados? Es posible respetar ambas premisas; no es posi-ble, creo, practicar la crtica y estar de acuerdo con las dos al mismo tiempo. Si elegimos la segunda premisa, como hago yo, entonces las interrogantes sobre el juicio y la jerga, las dos partes de la provocacin que mencion anteriormente, se juntan. Los crticos, como los artistas, buscan un lengua-je para su tarea, y mostrarn su xito o su fracaso en la cr-tica misma, en el movimiento y en el performance del acto y no tanto en el resultado total. Podramos escuchar a Henry James de nuevo, e incluir al crtico en la imagen:

    Debemos conceder al artista su tema, su idea [...] Nuestra crtica se aplica nicamente a lo que l hace de ella. Naturalmente no quiero decir que estemos obligados a que nos gusten o nos parezcan interesantes: en caso de que no nos los parezcan, el camino a seguir es perfectamente sencillo: dejarlas. Podemos creer que el novelista ms sincero no es capaz de sacar absolutamente nada de cierta idea, y es muy posible que los hechos justifiquen nuestra opinin; pero el fracaso habr sido un fracaso en la ejecucin, y es en la ejecu-cin donde habr quedado demostrada la fatal debilidad. ~

    Traduccin de Pablo Duarte.

    Ele

    men

    tos

    de

    deo

    ntol

    oga

    CHRISTOPHER DOMNGUEZ MICHAEL

    Barricada 1, 2013.

    CHRISTOPHER DOMNGUEZ

    MICHAEL

  • 13

    LETRAS LIBRES ENERO 2014

    na de las fatigas del oficio de crtico consiste en su natura-leza deontolgica. Es una de esas actividades, no la nica sin duda, en las cuales quien la ejerce est obligado a expli-car recurrentemente no solo qu es lo que hace sino por qu lo hace y qu debe o no debe hacer. Es decir, un crti- co literario explica a cada rato qu es su oficio, cun distinto o similar es del resto de los escritores (si es que no se pone en duda que lo sea) y en cules momentos o circunstancias cambia de naturaleza. En septiembre de 2013, se public en el blog El graflego, hospedado en el sitio web de Letras Libres, un texto titulado Cinco ideas fijas sobre crtica lite-raria* que quisiera comentar en sus cinco apartados, todos ellos propuestos por Jorge Tllez, su autor, para la discusin.

    EL CRTICO Y EL ESCRITOR SON DOS ESPECIES DISTINTASDesde luego que a los escritores que hacemos primordial-mente crtica literaria nos ofende que se nos quiera excluir del gremio. La distincin viene de la pereza: se identifica al escritor, bendecido as por el arte, con el creador de poemas y novelas. Quienes hacemos non fiction, para utilizar el mto-do crtico de Barnes & Noble, no seramos escritores, en la grata compaa de Aristteles, el Pseudo-Longino, Claude Lvi-Strauss, Mara Zambrano, E. M. Cioran y casi todos los crticos literarios que no han incurrido en la debilidad de escribir al menos una novela, un puado de cuentos o algu-nos poemitas, sino que han decidido ser practicantes de un oficio menor. Me ha interesado desde hace tiempo averiguar los orgenes de la idea de que quien no practica la poesa o la novela no es un creador sino un frustrado, doblemente frustrado (por exhibicionista, supongo) si es crtico literario.

    La genealoga del asunto, en los tiempos modernos, parece remontarse al teatro ingls del siglo xviii cuando el crtico, amafiado a veces con las compaas de actores,

    Con frecuencia el crtico literario es conminado a explicar lo que hace, por qu lo hace, y qu debe o no hacer. Este ensayo polemiza, con pasin e inteligencia, sobre cinco lugares comunes acerca de la crtica literaria y su relacin con la resea, internet, la academia y la creacin.

    CHRISTOPHER DOMNGUEZ MICHAEL U

    * Disponible en http://bit.ly/18ExExe.

  • LETRAS LIBRES ENERO 2014

    14

    a veces con intereses ms turbios, ejerca de Csar en el Coliseo decretando el fracaso de un indefenso autor dram-tico, cuya obra tronaba, provocando que el pblico interrum-piese la puesta en escena de manera escandalosa.

    Un siguiente episodio es el supuesto asesinato de John Keats quien habra muerto de tristeza porque en 1817 los cr-ticos conservadores de Blackwoods Magazine y The Quarterly Review despedazaron su Endymion. Shelley y Lord Byron, poetas radicales que sobrevivieron por muy poco tiempo a su joven protegido Keats (muerto de tuberculosis en 1821), propalaron la leyenda de ese asesinato crtico. Ms tarde como lo cont aqu en Letras Libres, en enero de 2013 el amasiato entre Sainte-Beuve y Adle Hugo, esposa del poeta del cual el crtico era ntimo amigo y propagandis-ta, cre otra leyenda: la del crtico asexuado que intenta-ba robar en el lecho del genio, a travs de la mujer, el estro potico del que lo priv la naturaleza, idea maliciosamente sintetizada por Nietzsche contra Sainte-Beuve en algunos de sus fragmentos y aforismos. Despus, a Sainte-Beuve le caer encima nada menos que Proust, un creador portentoso pero que lo haba ledo muy poco. Lo acus, con ligereza, de

    fijarse en la personalidad de los autores y no en su obra, lo que convertira, de ser cierto pues no lo es, a Sainte-Beuve en el padre de la Escuela del Resentimiento (con sus estu-dios de gnero sexual y la desigualdad positiva convertida en esttica), compuesta por profesores, ellos s, muy preo-cupados en quin escribe los textos y cmo estos reflejan la marginacin real o supuesta de quien los escribe.

    La leyenda del crtico como frustrado me parece conve-niente (para los crticos), pues exhibe una de las dos natu-ralezas que componen su espritu: su carcter de forajidos, eunucos o alimaas. Concebir a la crtica como una pato-loga del espritu es til para balancear su otra naturaleza, ese carcter judicial que la coloca por encima del resto de la literatura. Si al crtico se le considera el juez (o el aboga-do, segn Marcel Reich-Ranicki) de la literatura, se espera de l que no sea juez y parte, es decir, que evite escribir poe-mas o novelas, veda que en trminos generales los crticos aceptamos tcitamente: Sainte-Beuve, Edmund Wilson y Cyril Connolly no renunciaron a escribir poemas de amor, cuentos y hasta novelas, pero lo hicieron con la mala con-ciencia de estar ejerciendo una excepcin y dejando ver una debilidad.

    En el mundo anglosajn, durante los aos victorianos, se so con un ideal puritano de crtico ideal (pienso en un olvidado como George Saintsbury, quien lo encarn) que deba vivir retirado en el campo o en el campus, sin conocer a los autores y no teniendo con ellos otro trato que su lectu-ra. Su contacto con el mundo era el cartero y si, por azares de la vida, haba sido condiscpulo en la primaria de algn novelista o primo en segundo grado de una poetisa, deba abstenerse de escribir sobre ellos. La promiscuidad polti-ca y ertica de las repblicas de las letras latinas, forjadas a imagen y semejanza de la pandillera literatura francesa, como la llam Jorge Luis Borges, hizo imposible o patti-ca la importacin de esa idealidad. En Espaa, Argentina, Francia o Mxico, los crticos literarios hemos estado conta-minados por la endogamia, la poltica militante de izquier-da o derecha y por la poltica cultural, cuyo imn (el dinero pblico) provoca ms discusiones y denuestos que los pro-pios libros o las ideologas combatientes.

    En Inglaterra misma ese modelo qued pronto rebasado por el grupo de Bloomsbury, para el cual el mundo moder-no haba empezado en algn da de febrero de 1910 con el

    bunga bunga de Virginia Woolf, y lo moderno traa entre sus antigedades que los novelistas y los poetas continuasen haciendo crtica literaria, siguiendo la tradicin de Diderot, Balzac, Dostoievski, Clarn. Es decir, para todos los efec-tos, no solo Woolf sino Octavio Paz, John Updike, Andr Gide, Mario Vargas Llosa, Ezra Pound, T. S. Eliot, Gabriel Zaid, Jorge Luis Borges, Thomas Mann, Juan Garca Ponce han sido no solo narradores y poetas, sino crticos literarios ms frecuentes que ocasionales. Ms interesante sera hacer la lista de los prosistas y versificadores o libreversistas que nunca han incurrido en la crtica literaria.

    Muy pronto qued acotado el papel del crtico litera-rio profesional, obligado a competir con los modernis-tas, por un lado, y con los profesores, por el otro. Aunque los crticos puros a veces dieron clases, como lo hicie-ron Sainte-Beuve y Wilson, empezaron a competir con universitarios de tiempo completo que no solo cumplan en las aulas y hacan la tarea filolgica, sino que la com-partan con su pblico en los peridicos y las revistas: los E. R. Curtius, los George Steiner, los Harold Bloom. Pero, a qu lado perteneca, por ejemplo, un Lionel Trilling: a la Universidad de Columbia o al pblico al cual orientaba

    Concebir a la crtica como una patologa del espritu es til para balancear su otra naturaleza, ese carcter judicial que la coloca por encima del resto de la literatura.

    CHRISTOPHER DOMNGUEZ

    MICHAEL

  • 15

    LETRAS LIBRES ENERO 2014

    libremente con sus libros y artculos? A los dos, ciertamen-te: acaso fue el ltimo de los grandes crticos, con el francs Albert Thibaudet, muerto precozmente en 1936, en ejercer lo mismo en la revista literaria que en la universidad sin que a nadie se le ocurriese cuestionarse la naturalidad de su tra-bajo en uno y en otro frente. Pero llegaron los aos sesen-ta del siglo pasado y las revistas naturales del viejo crtico, como La Nouvelle Revue Franaise, Sur, Horizon, Partisan Review y otras de las hechas por los intelectuales de Nueva York, la Revista de Occidente, El Hijo Prdigo y su sucesin mexicana, fueron desapareciendo. Ante ese fenmeno, naci The New York Review of Books hace cincuenta aos, logrando hacer aquello en que los franceses fracasaron: reclutar profeso-res y ensearles a escribir bien para el pblico literario. En Mxico pudo continuar la vieja tradicin, renovada, gra-cias a Plural y Vuelta: a Paz le fastidiaba que nadie se dedica-ra a estudiar la influencia, como modelo a imitar, que este par de revistas tuvieron, al menos, en Francia y en Espaa. Pregntenselo a Pierre Nora o a Fernando Savater.

    Ante los declogos de ideas fijas, aclaro, una vez ms, que un crtico literario es un tipo de escritor sometido a casi todas las exigencias artsticas e intelectuales sufridas por los poetas y los novelistas, a las cuales se agrega una particula-ridad importante: el crtico ejerce el juicio sobre las obras del resto de los escritores, obligacin central de la que estn exentos aquellos. Es ese otro lenguaje? No lo creo, porque a diferencia del crtico de pintura (o de danza o de cine) utiliza, para criticar, el mismo instrumento (las palabras, la literatura) para expresarse que la materia de su crtica. El problema es que es el mismo lenguaje, justamente.

    No creo, adems, que la crtica y la creacin sean equiva-lentes. Primero est la creacin. Lo cre de joven hasta que Toms Segovia me desenga. Albert Bguin o Mario Praz fueron, como escritores, muy superiores a muchos de los romnticos augurales y tardos que comentaron, pero sin las obras de Novalis o Swinburne las suyas no existiran. Ello no quiere decir que los crticos no puedan ser estilistas formi-dables o arrojados pensadores o teorticos fantasistas, siem-pre y cuando no olviden que deben predicar con un doble ejemplo: escribir mejor que aquellos a quienes denuestan y no olvidar nunca que estn obligados, aun en la ms nimia de sus labores, a tocar tierra con el rigor histrico y filolgico.

    Y si el de la crtica no es otro lenguaje, s es, evidente-mente, otro temperamento: el crtico, para empezar, modu-la su vanidad de distinta manera y no suele pedirle a sus amigos novelistas y poetas que escriban sobre l, aunque desee las mismas glorias del resto del gremio y padezca de similares miserias.

    Vuelvo a mi breve recorrido histrico: el mal estaba hecho y el viejo crtico condenado hacia 1965. Un estupendo crti-co literario formado en la academia como Frank Kermode no poda sino ver a Connolly como un viejo y no muy rico amateur a quien se dio el lujo de menospreciar. Pero todava faltaba la estocada: el llamado giro lingstico y sus estructu-ralismos hicieron del profesor-crtico literario un fabricante de teoras. La teora literaria, curioso engendro que, manufac-turado desde las ciencias sociales, reivindicaba la autonoma total del texto, al gusto de ignorantes como Jacques Derrida (qu otra cosa puede decirse de alguien que piensa que es

    lo mismo un cuento de Wilde, un anuncio de lavadoras, un soneto de Ronsard o una novela de Severo Sarduy?), despla-z a la vieja crtica literaria al basurero de la historia junto con la historia literaria, su sirvienta. Ello no quiere decir, por supuesto, que algunos de los hallazgos de aquellos teorticos, haciendo malabarismos con las ciencias duras, y muchas de sus equivocaciones, no hayan sido en extremo estimulantes para el conocimiento de lo literario, como los de Lvi-Strauss y Michel Foucault lo fueron. El ejemplo lo puso, ya se sabe, Roland Barthes, otro buen escritor que hua de las teoras y las escuelas y los seminarios que haba fundado cuando lo atro-pellaron en Pars. Un Gilles Deleuze, por ejemplo, predijo muchos de los aspectos de la sociedad informtica del siglo xxi. Lamento que lo haya hecho en una prosa tan abomina-ble como abominable fue la prosa de otro profeta actualmen-te menos acreditado: Auguste Comte.

    ESCRIBIR RESEAS ME CONVIERTE EN CRTICO LITERARIOEl predominio de la teora literaria provoc que los gra-matlogos acabasen pensando lo mismo que los perio-distas ms burdos: que ejercer la crtica literaria era hacer reseas de libros, la fajina del periodismo de la cual la vctima se libraba solo ascendiendo a poeta, a novelista o a comentarista poltico. A ese cruel destino de perso-naje de Maupassant muchos fueron condenados y hubo criticastros que se dieron (y se dan) importancia ponin-dole estrellitas a las novelas. Desde luego que todos los crticos tenemos amigos prudentes y bienintencio-nados quienes nos preguntan qu deben leer entre las novedades editoriales (no siempre representativas de la literatura contempornea), y a quienes tratamos de con-testarles con cortesa, orientndolos lo mejor que se pueda. En el crtico literario (por su segunda naturale-za) siempre hay, nos guste o no, un pedagogo.

    Pero creer que la esencia de la crtica es hacer reseas es limitar al crtico literario a la ms elemental de sus fun-ciones, la de decidir si un libro es bueno, malo o regular, echando por tierra todo lo que hay de cultura general y per-cepcin esttica y conocimiento histrico en una nota de Sainte-Beuve, de Woolf, de Borges, de Eliot o de Steiner, para poner cuatro ejemplos de crtico literario: el puro, la que tambin escribe novelas, un comentarista filosfi-co del cuento (para llamar de alguna manera al argentino), aquel que es un gran poeta o el que se ha formado en las principales universidades de Occidente.

    Lamento encontrarme con notas donde queriendo es- pantar ideas fijas sobre la crtica literaria se ofrecen a cam-bio respuestas bobas y relativistas. Tllez concede lasti-mosamente, sobre la resea, que la importancia que le damos al gnero si es que le hemos dado alguna impi-de ver la cercana que hay entre la resea y otros discur-sos como el periodismo cultural y la publicidad. Pues no se qu reseas lea Tllez como para confundirlas con una y otra cosa. Yo leo reseas de Borges o de Zadie Smith, verdaderas obras de crtica literaria. Lo repito, deontol-gicamente: la resea es la expresin mnima de extensin de un arte mayor, la crtica. La crtica literaria se expresa preferentemente a travs del polimorfo ensayo, aunque lo

  • LETRAS LIBRES ENERO 2014

    16

    ha hecho a travs del tratado histrico, la fenomenologa filosfica, la disertacin acadmica, la poesa (Alexander Pope), el aforismo (los casos son numerosos) y un largo etctera, pero es la ms bella de las artes porque es aque-lla donde distinguir el trigo de la cizaa tiene ms mri-to, como deca Logan Pearsall Smith.

    LEER A ESCRITORES DIFCILES ME HACE MEJOR LECTOR , Y POR LO TANTO MEJOR CRTICOEl enunciado es una verdad absoluta y ponerlo en duda es una necedad que lastima a quien la profiri. Solo lo dif-cil es estimulante, dijo Jos Lezama Lima y muchos otros han repetido esa obviedad que, por lo visto, debe repetirse. Creo improbable que alguien que no haya intentado leer una novela imposible como El hombre sin atributos, descifrar a Gngora o los Cantos de Pound, aprender a leer aunque sea una lengua extranjera sea un buen lector de literatura y pueda solazarse con la sencillez de un haiku, de un poema de Cummings, de una cancin medieval, de una novelita libertina del xviii, de un epitafio griego.

    SE NECESITA FORMACIN ACADMICA PARA SER CRTICO LITERARIONo, contesta correctamente Tllez. Pero debi agregar que la mayora de los grandes crticos literarios no des-preciaron la formacin acadmica y algunos de ellos ejercieron la enseanza y la erudicin impecablemen-te y evadieron, lo cual es esencial, la servidumbre a las modas tericas e ideolgicas que les imponan o sus jefes de departamento o sus estudiantes. Los malos cr-ticos literarios acadmicos suelen ser los que fueron, sucesivamente, existencialistas, marxistas de varias obe-diencias, estructuros, le hicieron hasta de psicoanalistas, agotaron los estudios de gnero y siguen tan campantes diciendo y publicando lo mismo pero diferente, al ser-vicio del pblico actual. El otro da, en la Universidad de Chicago, escuch una conferencia molera, como dira el Tuca Ferreti, de Julia Kristeva sobre las humani-dades y su futuro. Hizo votos la gran dama porque la buena onda del humanismo, incluyente y generoso, edu-case a nuestros jvenes alejndolos del terrorismo y las drogas. Un profesor de la India, impaciente, le pregun-t por qu defenda el humanismo que ella y su genera-cin execraban. Ah, contest imperturbable esa bella seora de setenta aos que parece ms china que blga-ra, es que aquel humanismo era pernicioso hasta que llegamos nosotros para cambiarle su razn de ser. Si no le gusta mi humanismo, parafraseando a Groucho Marx, no se preocupe, tengo otro.

    Curtius se sirvi de Jaspers, pero no se convirti en una marioneta de los jasperianos de la misma manera en que Auerbach hizo de Mimesis una liberacin personal, casi po-tica. Barthes, ya se sabe, huy del Frankenstein que invent. Debe decirse, a su vez, que los crticos literarios educados en la escuela libre de la lectura y de la escritura de poe-sa o narrativa llegaron a conclusiones luminosas similares a las de los catedrticos, por otro camino, no s si ms corto o ms largo.

    LA CRTICA LITERARIA EN INTERNET SE HA TRIVIALIZADOEra previsible que esta enumeracin terminara en el parto de los montes. Irnicamente, Tllez contesta que desde 1580 todo se ha trivializado ponindose del lado de quienes, como yo, tomamos con cautela toda pretensin monoplica de hacer de nuestra poca la duea de todas las desgracias. Cada medio e invento, desde la imprenta, supone una ame-naza para la seriedad del mundo: mquina de vapor, ferro-carril, telgrafo, gramfono, luz elctrica, fotografa, cine y televisin, fibra ptica, computadora personal, telfono inte-ligente y lo que se acumule esta semana. Estamos ante una poca de cambios rapidsimos donde aguzar la vista para percibir lo nuevo en lo viejo y lo viejo en lo nuevo debera ser la tarea de quienes tienen esa facultad, verdaderamente visionaria, de la que la mayora carecemos. El internet, del que yo me sirvo como si fuera brasileo, es muy trivial, pero creer que las cosas estn en los medios que las difunden es un poco animista. Como dijo el sabio Savater, ser internau-ta es tan intrascendente como ser telefonista (es decir, usua-rio del telfono). S, en internet hay blogs donde podemos encontrar chismes literarios de consumo vivificante, como los haba en las interminables conversaciones telefnicas, frecuentemente baadas por el trago, de mi juventud. S, internet permite acceder a libros y bibliotecas donde hay crtica literaria de la mejor y de la peor. Pero creer que hay crtica literaria en internet, porque supongo que all predominan los opinadores sobre libros, es terminar muy mal una deon-tologa. La mayora de las opiniones en internet son pobres y aviesas (sean sobre futbol o sobre poltica) porque son ins-tantneas y rara vez son otra cosa que exabruptos. Dicen que en Twitter es distinto y all menudea el aforismo y la bre-vedad potica. Prometo buscarlos algn da. Defendamos la lentitud de la lectura; un crtico literario debe retardar su dictamen, aejarlo lo ms que pueda, hasta el punto que se lo permita su necesidad de vivir de lo que escribe u opina. En efecto, siempre quedan los libros. ~

    Un crtico literario debe retardar su dictamen, aejarlo lo ms que pueda, hasta el punto que se lo permita su necesidad de vivir de lo que escribe u opina.

    CHRISTOPHER DOMNGUEZ

    MICHAEL